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REDEFINIENDO LA SEGURIDAD DEMOCRÁTICA Es innegable que el análisis político del momento se ha centrado en las posiciones y/o enfrentamientos entre candidatos presidenciales respecto a temáticas coyunturales y estructurales de Estado. Las conclusiones de estos y el efecto bola de nieve hacia la opinión pública reflejan contextos sociopolíticos a través de la historia que, seguramente, marcarán la pauta para futuras decisiones políticas en Colombia. Lo anterior es propio de un escenario electoral, más cuando un candidato atípico a los que integran el status quo de la política colombiana de los últimos 8 años, ha venido posicionándose como uno fuerte dentro del espectro político y, más grave aún para quiénes lo olvidaron, en una opción en crecimiento diferente y clara a las recientemente consideradas tradicionales. Este fenómeno no es novedoso y me recuerda a la Colombia electoral del 2002, cuando un golpe de opinión bien utilizado redundo en la elección de nuestro actual Presidente; el Sr. Álvaro Uribe Vélez quien, hoy día, es percibido desde una óptica tradicionalista. De esta manera, recuerdo que en 2002 cursaba 4º semestre de mi carrera universitaria, en ese momento el interés político estaba intacto y las añoranzas de un país diferente se mantenían latentes, no sólo en los corazones de los ingenuos estudiantes del momento, incluyéndome claro, sino en el ámbito académico que pretendía tener ingerencia en sectores nunca considerados y los cuales se encontraban colmados de figuras caciquescas en el tiempo y revestidas de un prestigioso manto de legalidad y verdad nunca puesto en tela de juicio. Así las cosas, me apasioné con los temas electorales y el análisis de los mismos, me encantó el ámbito de la participación ciudadana y el cómo lograr una ratificación de la misma a través de la utilización mayoritaria del instrumento visiblemente democrático; el voto.

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REDEFINIENDO LA SEGURIDAD DEMOCRÁTICA

Es innegable que el análisis político del momento se ha centrado en las posiciones y/o enfrentamientos entre candidatos presidenciales respecto a temáticas coyunturales y estructurales de Estado. Las conclusiones de estos y el efecto bola de nieve hacia la opinión pública reflejan contextos sociopolíticos a través de la historia que, seguramente, marcarán la pauta para futuras decisiones políticas en Colombia.

Lo anterior es propio de un escenario electoral, más cuando un candidato atípico a los que integran el status quo de la política colombiana de los últimos 8 años, ha venido posicionándose como uno fuerte dentro del espectro político y, más grave aún para quiénes lo olvidaron, en una opción en crecimiento diferente y clara a las recientemente consideradas tradicionales.

Este fenómeno no es novedoso y me recuerda a la Colombia electoral del 2002, cuando un golpe de opinión bien utilizado redundo en la elección de nuestro actual Presidente; el Sr. Álvaro Uribe Vélez quien, hoy día, es percibido desde una óptica tradicionalista.

De esta manera, recuerdo que en 2002 cursaba 4º semestre de mi carrera universitaria, en ese momento el interés político estaba intacto y las añoranzas de un país diferente se mantenían latentes, no sólo en los corazones de los ingenuos estudiantes del momento, incluyéndome claro, sino en el ámbito académico que pretendía tener ingerencia en sectores nunca considerados y los cuales se encontraban colmados de figuras caciquescas en el tiempo y revestidas de un prestigioso manto de legalidad y verdad nunca puesto en tela de juicio.

Así las cosas, me apasioné con los temas electorales y el análisis de los mismos, me encantó el ámbito de la participación ciudadana y el cómo lograr una ratificación de la misma a través de la utilización mayoritaria del instrumento visiblemente democrático; el voto.

Entonces, cursando utópicamente el deber ser de la política, acerqué mis estudios a través del uso de herramientas teóricas y prácticas básicas a un slogan que todavía recuerdo “Mano Dura, Corazón Grande” el cual unificó a las desconcertadas masas colombianas con un discurso guerrerista necesario y con una diferenciación lógica en un contexto de desgaste del dialogo para resolver el conflicto armado interno, propuesta que no fue planteada claramente por el resto de candidatos en ese momento; hacerle la guerra a la guerra, utilizar sus instrumentos y fortalecerlos en lo institucional, recurrir al reconocimiento internacional de un problema evidentemente mundial con una mirada de consumidor, apelar a fuertes ayudas para combatir uno de los múltiples flancos de la “violencia endémica colombiana”; el narcotráfico y, bajo este supuesto, terminar militarmente con uno, sino el mayor en capital físico y humano, de los grupos alzados en armas más antiguos de la historia contemporánea mundial.

Una figura renovada para los que no conocimos su desempeño en la Gobernación de Antioquia, a pesar de su pasado en el liberalismo, y una querida para los que sí, llegó al poder con un uso mediático fuerte que mantuvo todo su gobierno, apelando a

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sentimientos encontrados del momento y centrando el debate nacional en la piedra angular que él quería posicionar: la guerra.

No obstante, cuatro años fueron insuficientes y él y su gabinete ministerial lograron modificar la carta de navegación de los colombianos para continuar desarrollando, por cuatro años más, su plan de gobierno que resultó insuficiente en efectos integrales respecto al tema principal de su agenda, además de desconocer por omisión, el erosionamiento de sectores estructurales tales como el sistema de salud, el acceso al empleo, la tenencia de la tierra, la equidad social y otros muchos más que constituyen Estado, no Gobierno.

Por tanto, está falta de soluciones definitivas al conflicto armado siempre indefinido conceptualmente y ahora mitigado a medias, se agrava con una acentuada profundización de problemas en estructuras olvidadas que retornan la agenda pública hacia el tema de la seguridad, entendiéndola de una manera más amplia e integral.

Así, el debate ha superado las expectativas gobiernistas de enmarcar el concepto de seguridad desde sus antagonistas (Guerrilla) sino que se ha nutrido con elementos tales como el crimen organizado en las ciudades; el incremento de los robos, de los paseos millonarios, de la violencia intrafamiliar, entre otros; todos cuales se constituyen en pruebas claras de que algo falló.

Por demás, son evidencias de que el concepto de seguridad democrática se quedó corto en sus etapas de implementación y consolidación, y la democracia que profesaba se vio limitada con reformas constitucionales, con la intromisión a conversaciones ajenas, con la ejecución estatal para el cobro de recompensas y, más de facto que ningún otro, con los vicios y falta de resultados en las elecciones al Congreso de la República realizadas en Marzo.

Hoy no sentimos miedo de viajar por Colombia, pero sí de comprar una bolsa de leche en la tienda de la esquina o de apelar ante el Estado lo que nos corresponde por derecho, hoy reconocemos los logros pero queremos un cambio de visión, no de carácter; hoy los colombianos hemos demostrado en las encuestas que la conciencia del voto ha sido interiorizada y que el escuchar, leer y analizar las propuestas es más importante que la devoción divina al estado de cosas.

Hoy reconocemos que la guerra no es la única salida porque no es el único problema.

Hoy siento alivio de ser ciudadana colombiana, siento alivio de que, a pesar de esfuerzos para lo contrario, el concepto real de democracia se mantiene y de cómo el voto pueda convertirse, nuevamente, en la expresión real de la soberanía que tiene el pueblo colombiano.

VIVIANA ANDREA CICERY RAMOS