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Recuerdos de Ernest Hemingway © 2011 OSCAR SOSA GALLARDO

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Recuerdos

de Ernest

Hemingway

© 2011

OSCAR SOSA GALLARDO

Recuerdos de Ernest Hemingway

1

l

Recuerdos de Ernest Hemingway

Apuntes Autobiográficos

Sumario

Advertencia al Lector

Presentación: Mis textos dedicados a Hemingway

Capítulo 1

Una nota, una historia

Capítulo 2

Escribir desde la bruma

Capítulo 3

Mi conocimiento de “El viejo”, de “Papá”, simplemente: El mito

viviente.

Capítulo 4

1960-1961.-Proyecto para un encuentro con Ernest Hemingway

Capítulo 5

1961.-La despedida de Ernest Miller Hemingway

Capítulo 6

1961.- Nueva York: Apuntes y Comentarios

Capítulo 7

Epílogo

Recuerdos de Ernest Hemingway

2

Advertencia al Lector

Originalmente estos apuntes constituían más de una docena de

notas o artículos referidos a Ernest Miller Hemingway (1899-1961) y

dado que eran notas separadas, en cada uno de ellas se repetían

conceptos o datos.

En el presente volumen se reunieron en un solo cuerpo esas

notas adaptando sus textos. Hubo un primer borrador en el año 2009 y

luego correcciones y nuevas redacciones en 2010. Si bien hay mucho

material para enriquecer la descripción de las actividades en Córdoba,

Buenos Aires y Nueva York el mismo se dejó de lado y se prefirió acotar

el texto a un concepto autobiográfico referenciado estrictamente al

momento vivido medio siglo atrás y el salto al presente medio siglo

después. Esto es en un todo con respecto a Ernest Hemingway.

También se han dejado de lado notas y apuntes con detalles

referidos a las residencias en Key West y en Finca Vigía, así como la

vida del escritor en ambos lugares. Yo no conocía ni disponía de

información acerca de ellos en el momento de los acontecimientos que

se relatan.

Los hechos que se registran abarcan los años 1959, 1960 y

1961. Algunos detalles anteriores y posteriores a esas fechas han sido

incluidos al sólo efecto de enriquecer el texto y el momento de

referencia.

Recuerdos de Ernest Hemingway

3

Este texto, además de integrar la “Tetralogía heminguayana”

dedicada al escritor es también, en este momento, un homenaje

implícito a cincuenta años de su muerte.

Córdoba, Julio de 2011.

Recuerdos de Ernest Hemingway

4

Presentación

Este es un blog en homenaje a Ernest Miller Hemingway está

exclusivamente dedicado y destinado a él. Para mí, es una forma de

reencuentro con el escritor y con el periodista. Lo hago a través de la

palabra escrita.

Así, en su centésimo décimo cumpleaños comienzo a recuperar

aquellos textos, historias al fin, que constituyen lo que llamo mi

‘Tetralogía Heminguayana’ y que están dedicados a él. Estos textos

vuelven a mí tras casi medio siglo de ausencia. No es la de ellos. Es la

mía. En realidad, ese tiempo es mi ostracismo de la palabra escrita. Por

ello yo también vuelvo a ellos. Espero recuperar el espíritu y la fuerza

con que fueron ideados o pensados. Ese es mi afán. Espero poder

cumplirlo. Creo que es una deuda pendiente. Conmigo y con “El Viejo”.

El me diría que no es una deuda. Es un desafío y que así lo tome.

Para este caso, el desafío es que intento recuperar mis textos de

juventud escribiendo desde el afecto. También me he propuesto no

pensar en donde publicarlos hasta que estén escritos, salvo un recuerdo

del primero que lo haré aquí.

En mis juveniles incursiones periodísticas algo antes y durante la

década de 1960 formulé todo un plan para conocer al mito, a esa

leyenda viva que se llamaba Ernest Hemingway. No fue posible. Pero

estando en Octubre de 1961 en Nueva York empecé a idear varios

escritos sobre él. Mi primera y única nota completa sobre el escritor la

Recuerdos de Ernest Hemingway

5

titulé “Mi frustrado encuentro con Hemingway”. Ni siquiera tengo una

copia de ella, como así tampoco se cual fue su destino. Solo hay

recuerdos. Pero con ese motivo comenzaré a escribir aquí aquella

historia.

Debo decir que, también desde entonces, de una forma u otra

hubo en mi vivienda algo así como un “Rincón Hemingway” constituido

por objetos que relacionados con él, tienen que ver con mi propia vida.

Algunas veces fue un rincón, otras una galería. En fin, por razones de

espacio, físicamente, los objetos no siempre podían estar juntos. De

cualquier manera y desde hace muchos años, siempre hubo y hay, un

“Espacio Hemingway”. Por supuesto que todo esto tiene sus

fundamentos y es parte de la historia personal que intento relatar.

Yo debo aclarar que a pesar de conocer bastante sobre Ernest

Hemingway, no soy un investigador, ni un especialista, ni nada parecido.

En realidad desde joven fui un lector-admirador que quería ser

corresponsal de guerra y quizás, si tenía suerte o talento o condiciones,

un escritor. ¡Qué coincidencia! ¡Pero es que en realidad había

coincidencias y aproximaciones que me unían a Hemingway! Luego,

respecto a mí, la vida dijo otra cosa.

Aquella vieja admiración, con el paso del tiempo, se transformó

en afecto. Hoy siento afecto. El fenómeno de la admiración parece llevar

a no comprender-del todo o en un todo- al objeto admirado. El tiempo,

que va acompañado de la experiencia y también de la reflexión, permite

y da otra mirada y dimensión a aquella vieja admiración. Esta nueva

Recuerdos de Ernest Hemingway

6

percepción intenta expresar que el tiempo hace un guiño de

comprensión al fenómeno humano, con todas sus virtudes y con todos

sus defectos y luego da paso al afecto verdadero. De esta manera, sin

conocerlo o haberlo visto de cerca, el admirado de ayer recibe hoy el

dictado de amigo.

El año 2009 en el que se cumplían ciento diez del nacimiento del

escritor, comenzó auspicioso para todos lo heminguayanos, ya sean

escritores, periodistas, académicos o simples seguidores como yo. Fue

toda una sorpresa y un hecho sin precedente la colaboración cubana-

norteamericana poniendo a disposición del mundo la documentación

digitalizada cuyos originales se hallan en Finca Vigía.

También lo fue, en su momento, la silenciosa y esforzada

“puesta a punto” del Pilar. La cooperación académica entre ambas

naciones mostró y creo que le hubiera gustado a Hemingway, la

posibilidad del entendimiento y del diálogo. El legado de “Papá”

transcendió una vez más lo literario y se volvió universal, más allá de lo

político y lo social.

Confieso que en mi impulso por lanzar el tema no he explotado

todavía en forma suficiente el rico contenido que debe hallarse a través

de Internet. Sin embargo, lo poco que he visto o revisado me ha dado la

alegría de percibir la vigencia de mi viejo amigo Hemingway. También

debo confesar que he hallado notas o artículos que mantienen

observaciones, deducciones y rencillas hacia “El viejo” que mucho me

recuerdan, como postales de antaño, decolorados argumentos en contra

Recuerdos de Ernest Hemingway

7

de él. Tan postales de antaño son, que en mi juventud ya escuchaba yo

estos cánticos que, con el ritmo de los celos y la envidia, eran melodías

comunes para mis oídos.

Me satisface, justamente a partir de este año aniversario,

comenzar a trabajar con este blog en español y ponerlo a disposición

para recibir comentarios, informaciones, notas y artículos. También

puedo recibir textos en inglés y trataré, con ayuda, que el blog sea

bilingüe y que de esta manera se encuentre accesible a un mayor

número de lectores.

Una última reflexión: los idiomas constituyen aquí una cuestión

apropiada e interesante a la vez. Por un lado el español. Tiene una

fuerte razón de ser. El escritor vivió una buena, feliz y fructífera parte de

su vida en Cuba. Amó a España con un cariño entrañable a la gente, a su

terruño, a su cultura y a sus costumbres. No dudó en rescatar el valor de

escritores y poetas españoles a los que admiraba. Así, marcó a

periodistas y escritores de habla hispana, reconociendo muchos de ellos

la deuda con este escritor y periodista, inevitable por sus enseñanzas. Y

¿Qué se puede decir del inglés, su lengua madre? Con ella aportó un

estilo literario único, reconocido universalmente y que constituye, nada

más ni nada menos, un hito de la literatura mundial.

Córdoba, Julio de 2009.

--==(())==--

Recuerdos de Ernest Hemingway

8

Capítulo 1

Imagen Nº 1

Recuerdos de Ernest Hemingway

9

Más o menos así comenzaba un artículo con título similar, que

yo había enviado a la revista “Avance”, una publicación cubana en el

exilio. Lo había escrito a pedido de su director Jorge Zayas.

El pedido de él, muy generoso por cierto dada mi edad y mi

inexperiencia, surgió luego de varias charlas acerca de los motivos de

mi entrevista e interés en Hemingway. Él lo había visto muy pocas veces.

Pero sabía de él a través de amigos y conocidos. También había pensado

en una nota para Avance surgida de una breve pero muy cordial

conversación entre ambos en el bar El Floridita en La Habana, Cuba.

Mi frustrado encuentro con Hemingway.

Domingo, 2 de julio de 1961. Las seis y algo de la tarde. Suena el

teléfono. Lo atiendo despreocupado. Al escuchar, la voz del otro lado

de la línea me revela un tono de gravedad y de urgencia. “¡Oscar!

¡Presta atención! Según radio El Mundo, esta madrugada, tu amigo ‘El

Viejo’ se suicidó...”. No pude contestar nada. La voz continuó. “Porqué

no pasas por el diario y revisas los cables que llegan. Quiero estar al

tanto. Estaré en casa siguiendo las noticias”. Colgué sin contestar más

que un “De acuerdo”. Quedé anonadado. Inmóvil al lado del teléfono,

me sentía destruido. Quien llamaba era el secretario de redacción de la

Gaceta, un colega y amigo. Yo colaboraba con él en sus tareas en la

revista y de paso colocaba algunas notas. De hecho, este amigo

conocía mi admiración por ‘El Viejo’ y también sabía que,

aprovechando la oportunidad de un viaje inesperado, ya desde el año

anterior estaba armando un proyecto para conocer personalmente al

escritor...

Recuerdos de Ernest Hemingway

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Zayas advirtió, según me aclaró, un manifiesto deterioro físico

del escritor. Esto lo expresaba, considerando la natural robustez y

fisonomía que siempre impresionaban al estar cerca de él. Pero, me dijo,

que no obstante ello, conservaba un magnetismo personal increíble. El

cubano, periodista al fin, quería lograr un nuevo encuentro ‘casual’ en

ese descanso en la barra del Floridita sin que ‘fuera muy manifiesto’ y

sin ‘molestarlo’ para que el escritor no se ‘enojara’. Intentaba conseguir

material para hacer una nota que revelara algo de ese ‘cara a cara’ con

la leyenda viva que era Ernest Hemingway. Eso no fue posible por varios

motivos. El más importante fue que Hemingway viajó a Estados Unidos

por tratamiento médico y jamás regresó. Más tarde el periodista, ya

exiliado, fue sorprendido por la noticia de la muerte.

Curiosamente el título de la nota no surgió de mí, sino de un

cubano que, mientras bebía un largo trago en un bar de la calle 32 en

Nueva York, me espetó: “Por lo que veo tu has tenido un fallido

encuentro con mister Hemingway”. No pude olvidar esa expresión que,

en si misma, no tenía nada en particular. Cuando volví al hotel, seguía

dando vueltas y entonces la anoté. Además, en ese momento, el artículo

no solo no estaba escrito sino que tampoco me lo habían pedido. No

atiné a pensar porqué me llamó la atención. Solo rescaté la forma en

que ese hombre expresó esa frase e insisto, siendo tan simple, quedó

grabada. Así, cuando me pidieron un artículo para la revista, el primero

que me pedían en mi vida, yo mismo me sorprendí al pensar que ya

tenía el título. Luego cambié ‘fallido’ por ‘frustrado’ palabra que, a mí

entender, representaba más que nada un estado de ánimo antes que

Recuerdos de Ernest Hemingway

11

una circunstancia. Hoy rescato la frase de aquel cubano desconocido

para mí y que lamentablemente no volví a ver. Me gustaría saber su

nombre para citarlo.

La nota, aquella primera y única nota, hablaba de mi interés por

Hemingway y la posibilidad, muy remota, de entrevistarlo en ocasión de

mi viaje. Hablé de ‘El Viejo’, su circunstancia y su vida azarosa y

aventurera y mencioné algo de las conversaciones con los cubanos en

Nueva York. También hablé de su estilo, sus escritos y de los

corresponsales de guerra. Creo que me dirigí más al escritor, su leyenda

y su mito y no mencioné nada sobre las vicisitudes de su vida privada y

tampoco abrí ningún juicio sobre la muerte por su propia mano. Quizás

fue una nota aburrida o muy formal.

Escribí poco y muy concentrado y conciso. No quería imitarlo al

‘Viejo’ pero sin querer las frases se disparaban con estructuras breves

sin adjetivos. Eran algo más de 3 páginas ‘oficio’ como se le llama a ese

tamaño de hoja, a doble espacio. Fue un escrito sin pretensiones de la

‘gran nota’, pero con mucha fuerza periodística. En ella insinuaba,

además, la presencia de otros textos míos dedicados al escritor que

habían nacido al abrigo y a la acción de y en Nueva York. Ellos tenían

una fuerte carga de mis desordenadas pero a la vez permanentes

lecturas de los clásicos que impresionaban al mismo Hemingway.

Coexistían muchos puntos de coincidencia con el gran escritor y

periodista que ni yo mismo, en aquel momento, los identificaba

claramente y que, a lo mejor, podrían haber enriquecido la nota. Por

otro lado, confesión muy válida y oportuna, es probable que yo todavía

Recuerdos de Ernest Hemingway

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no hubiera podido desarrollarlos. Pero la idea estaba en cada uno de

ellos. Como están hoy. Es probable que entonces no tuve la

oportunidad. O quizás no supe trabajar sin ella.

Con esta primera nota, pedida y escrita allá lejos y hace tiempo,

tuve un único y gran problema: No hice una copia. Gran descuido. En

esa época no había fotocopiadoras. Sólo el papel carbónico salvaba ese

tipo de descuidos. Pero yo odiaba los carbónicos y francamente no hubo

una copia y en cambio sólo notas tomadas a mano o a máquina. Tiempo

después y en determinadas circunstancias, esas notas desaparecieron

de mi escritorio junto a otra documentación de enorme valor para mí.

Comenzada en Octubre de 1961 en Nueva York y concluida en

Córdoba en Noviembre o comienzos de Diciembre de ese mismo año, la

nota fue enviada antes del primero de Enero de 1962. Eso lo recuerdo

por los sentimientos que desató en mí al guardarla en un sobre del tipo

“vía aérea” y llegarme hasta el correo y despacharla. Tuvo un sentido de

despedida. Allí hubo un adiós a un texto con importantes y diferentes

significados para mí, un joven que escribía o pretendía hacerlo. Yo

ignoraba que nunca más sabría de él, ni de las personas que me lo

habían solicitado. Para mí, en ese momento de buena producción

escrita, no era un texto más. Era la primera nota sobre Hemingway y la

publicaba en el extranjero y ¡A pedido! Me sentía capaz de poder

escribir los otros textos que, si bien eran mucho más complejos, sabía

que disponía de tiempo por delante.

Pasaron meses sin tener noticias. Nunca supe sobre su destino.

Las comunicaciones eran difíciles y caras en esa época. Hoy ignoro si la

Recuerdos de Ernest Hemingway

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nota llegó a manos de Zayas. Tampoco supe si se publicó o no. Pero,

mal o bien, yo había escrito sobre una persona cuya vida me impactó y

cuya muerte me consternó como la de un ser muy querido. Una persona,

personaje al fin, a quien ¡Yo jamás había visto!

Tiempo después debí apartarme del diario, lugar que constituía

la dirección y el sitio de referencia para la gente de Estados Unidos. Si

llegó correspondencia, fotos y oportunidades, estaban perdidas para

siempre. Jamás alguien me acercó un papel que hubiese llegado a mi

nombre.

Hoy, casi cincuenta años después, me reencuentro con mi

palabra escrita y también lo hago con apuntes de épocas muy

diferentes y muy diversas. Este es un duro y difícil proceso que ya lleva

algo más de una década y ha dejado en el medio una publicación. Se

trata de una biografía escueta y bien documentada. Pues bien esa

sencilla biografía de una persona excepcional fue a la vez un cierre y

una apertura, en ese orden, en este tema del escribir. Toda una catarsis.

De alguna manera ello me permitió volver a mis textos literarios.

Quizás en algún momento pretendí reconstruir aquella vieja nota

sobre Hemingway. Pero la pretensión concluyó cuando reflexioné sobre

cuanto podía escribir de un texto olvidado. Además, la nota en si misma

quizás no fuera lo más importante. Por eso me pareció mejor reconstruir

la historia en la que ella era una parte, de un conjunto de hechos,

posiblemente más trascendentes.

Sin embargo, parodiando la “Teoría del iceberg” del mismo

Hemingway, es probable que los contenidos y el espíritu de ese viejo

Recuerdos de Ernest Hemingway

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artículo se hallen en este texto aún cuando yo no lo quisiera o no lo

supiera expresar.

Para trabajar en este texto debí recurrir y consultar a la memoria

sobre algunos hechos y sobre algunos nombres; reconstruir o

recomponer algunas situaciones que se dieron en esos momentos y

tiempos ya lejanos e investigar la posibilidad de recuperar alguna

información guardada en los archivos de diarios y bibliotecas.

Pero si algo fue decisivo, como un incentivo a disparar este

escrito y otros, fue el hallar documentación personal de aquella época.

Mezclados con apuntes y textos, perdidos entre papeles de momentos

muy diferentes, apareció el Anuario de la Reunión de la Sociedad

Interamericana de Prensa en 1961 y dentro de él documentación

producida en Córdoba que hacía referencia a mi viaje. La sorpresa

mayor fue hallar junto a ellos el viejo pasaporte.

De alguna manera estos hallazgos y los viejos textos me estaban

formulando una invitación. No debía despreciarla. Coexistía con ello el

desafío de completar aquellos textos que se hallaban aparentemente

abandonados. Me propuse reunir aquí los recuerdos y algunos temas

relacionados a Ernest Hemingway, verdadero sujeto y protagonista de

este y de aquel viejo escrito.

La imagen de este capítulo.

Imagen n° 1: Detalle del Rincón Hemingway. Una imagen que debe

haber dado varias veces la vuelta al mundo. El aspecto de beisbolista de “Mr

Hem” y su sonrisa picaresca lo dice todo. No conozco el crédito de esta foto

Recuerdos de Ernest Hemingway

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que tengo entendido integraba un aviso de Mercedes Benz en la revista Cigar

Aficionado de junio de 1999. En mi caso, esta reproducción de la foto

reemplazó a otra muy envejecida.

-==(())==-

Recuerdos de Ernest Hemingway

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Capítulo 2

Al comenzar a trabajar con esta

historia, surgieron cuestiones

importantes por su contenido y

motivadoras desde el punto de vista

intelectual. El desafío era contar, con la

mayor cantidad de detalles posibles,

una historia que había sucedido hacía

cincuenta años. Fue entonces que

aparecieron las preguntas que llevaron

necesariamente a la reflexión sobre lo

que se estaba haciendo y como se

estaba haciendo. Al principio, las

reflexiones aparecieron como una

cuestión meramente personal sin cabida en el texto. Más tarde

consideré importante exponerlas aquí porque, no sólo cabían en él, sino

que también eran parte de él.

Por lo tanto y en primer lugar lo primero que debo decir y

advertir es que la referencia autobiográfica es inevitable, fuerte y

protagónica. Ello se debe a que estoy relacionado con los hechos y llego

a ellos o estoy con ellos a partir de intereses e inquietudes personales.

No puedo separarme de los hechos, pues ellos fabricaron el escenario y

yo en ese momento y de buenas a primeras actué como un partiquino

Imagen Nº 2

Recuerdos de Ernest Hemingway

17

improvisado. También y a primera vista, impresiona que ellos integran

un todo del cual se cree poseer partes legítimas.

Hace años leí algo al respecto que ahora recupero para este

texto. Se trata de un párrafo de una carta de Henry Miller a Lawrence

Durrell1 que adquiere un particular significado en este contexto y dice

así:…“¡No deseo embarcarme en otro fragmento autobiográfico!

Deténgame, por amor a Dios. Si me dejo llevar a esto es únicamente

porque a medida que pasan los años alcanzo nuevas visiones de mi

mismo, nuevas perspectivas, y porque para mi revisten un valor

particular, en cuanto constituyen imágenes más completas de las que

concurren a formar el todo… ese enigmático todo.” Es a ese “enigmático

todo” al que hago referencia.

Por otro lado está claro que al escribir sobre el ayer, no

pretendo ser el de ayer. Soy el de hoy hurgando en el pasado de casi

medio siglo. Recupero parte de un pasado, parte de mi pasado,

evocando las imágenes del mar, de Hemingway, de la literatura o del

periodismo. Todo ello se entrelaza y tiene que ver entre si. Todos los

elementos están unidos por hilos invisibles en una estrecha relación de

afectos de ayer y de hoy

Nunca escribí sobre mi ayer y veo que como experiencia es

interesante. Pero en el intento de recomponer trozos, nada más que

trozos, de ese pasado y ponerlos en el papel, hay un ejercicio que

1 Miller H- Durrell, L- Perles L. : Arte y Ultraje- Correspondencia- pág. 50. Trad. de

Aníbal Leal. Editorial La Pléyade 1972, Buenos Aires.

Recuerdos de Ernest Hemingway

18

sobrepasa el mero presente (en el que se escribe) y conmueve cuando

los hechos se recomponen en el hoy.

Se escribe, si. Hay palabras desde la niebla. No puedo evitar el

hoy y las lecturas y relecturas sobre el tema. No puedo evitar a

Cortázar2 y su “Diario para un Cuento” cuando dice: “…Es que no es

fácil seguir, me voy hundiendo en recuerdos y a la vez queriendo

huirles, exorcizarlos escribiéndolos (pero entonces hay que asumirlos

de lleno y ésa es la cosa). Pretender contar desde la niebla, desde cosas

deshilachadas por el tiempo…” Y luego, tan a propósito, tan

adecuadamente preciso e inexorable afirma: “…Absurdo que ahora

quiera contar algo que no fui capaz de conocer bien mientras estaba

sucediendo, como en una parodia de Proust pretendo entrar en el

recuerdo como no entré en la vida para al fin vivirla de veras…”

También releo el prólogo de una fuente académica3 que

llegada a mi hace tiempo, hoy cobra valor referencial. La fuente cita y

parafrasea en su titulo a Cortázar. La autora se interroga: “… ¿Es posible

recuperar el pasado para acercarlo al lector? ¿Es posible contar la vida?,

¿Es posible elaborar un discurso sobre el yo?...” y más adelante formula

una pregunta crucial: “… ¿Cómo evocar esa materia vivida, sometida a

2 Cortázar,Julio: ‘Diario para un Cuento’ en ‘Cuentos Completos’ Vol 3. 2da Edición

.Bueno Aires. Punto de Lectura 2007.pp402-403

3 Legaz, María Elena (Coordinadora). ‘Desde la niebla. Sobre lo autobiográfico en la

Literatura Argentina’. Alción Editora, Córdoba, 2000. La autora es profesora e

investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba, República Argentina.

Recuerdos de Ernest Hemingway

19

complejos entrecruzamientos de recuerdos y olvidos, y como

transformarla en escritura?”…

Para mí está claro que todo esto es una búsqueda y la

pretensión subyacente, que puede ser tildada de vana, un reencuentro.

Hay un esfuerzo para reencontrarme con “El Viejo”. Pero también está

claro que no es el de hoy para mí. El reencuentro es con aquel mítico

“Viejo” del pasado. Es con aquella leyenda viva con quien debo dialogar

y a quien debo describir. Es el y yo, pero hace medio siglo.

Es ese “Viejo” al que nunca conocí pero que participaba de

alguna manera en mi contexto vital. Allí estaban los grandes escritores y

estaba él. Su literatura era fuerte, vigorosa y por eso se ligaba a mi

espíritu. Parece que ese “Viejo” tenía toda una mística y a la vez había un

halo de composición heterogénea que lo separaba del resto de los

mortales. Allí estaba lo literario, lo periodístico, lo artístico y lo

intelectual que coexistían con lo cotidiano, lo mundano, lo superficial,

un tinte bohemio, ligerezas por doquier y el espíritu deportivo que no

sólo de boxeo, caza y pesca se trataba. Pero en esa, por momentos

aparente dicotomía, había un factor común: la acción. Todo transmitía

acción, vitalidad, movimiento, fuerza. Todo se traducía en verbos. Así,

convivían en la misma persona, el periodista, el escritor, el artista, el

seductor, el marino y el cazador.

Cabe formular (se) la pregunta: ¿Persona, sólo persona? ¡No! Era

mirado por muchos (y me incluyo como un pigmeo entre los mayores),

¡Como un personaje! Contemporáneo a él, ¿Cuál otro personaje así

existía o que yo oyera mencionar? Si había otro, yo no lo conocía o no

Recuerdos de Ernest Hemingway

20

escuchaba que lo mencionaran. Es a esta situación personal, es a este

hecho de época al que debo remitirme para tener una referencia. No

quiero reconstruir aquella época, no necesito hacerlo en totalidad, ni

volverme un historiador (además carezco de las herramientas

intelectuales de ese profesional). Esa reconstrucción ya está hecha por

periodistas, escritores e historiadores. Puedo buscarlas en los archivos y

repetirlas. No es ese el perfil que me interesa. Yo solo quiero reconstruir

el escenario, mi propio escenario con sus hechos, con sus fantasías e

ilusiones, con sus esperanzas y desazones, propias de la vida de cada

uno. Pero todo ello no se encuentra en la gran historia de esa época,

sino en la historia personal de ese ignoto y desconocido ser humano

que se hallaba en ese momento de su modesta vida.

Para lograr ese contexto, debo revisar necesariamente un

pasado, mi propio pasado y los detalles y las causas que tuvieron por

efecto mi admiración por “El Viejo”. Luego, también mezclado con ello,

aparecen las primeras experiencias laborales de la juventud y la lucha

por sobrevivir.

A su vez y en la actualidad el trabajo empieza a tomar forma

como un rompecabezas al que se agregan piezas tras piezas. En el

desarrollo del mismo se convive con una sensación extraña y a veces

incómoda. Es la percepción de ser-sentirse un sobreviviente de esa

época. Un dinosaurio que, todavía, se halla con vida en este parque de

diversiones y de tragedias. Los que me ayudaron y los que me

combatieron en su momento, ya no viven. Unos y otros hubieran podido

brindar detalles sobre aquella época y quizás sobre los sucesos. Eso si,

Recuerdos de Ernest Hemingway

21

digo detalles tanto de los que me ayudaron como de los que me

perjudicaron.

A mi mismo me sorprenden los hechos que ocurrieron y como

ahora los relato evitando toda la fantasía que podría cargar y que acecha

o puede acechar atrás de ellos. Me interrogo por la fantasía. ¿La de

quién? ¿La fantasía de la persona que vivió o la del que hoy escribe? ¿Es

uno solo y ella una sola? Se trata de no dar cabida a la fantasía. Al

escribir se intenta adherir a una realidad, a un fenómeno y a veces es

necesario recordar también cierto dolor que pasó realmente y nos

impactó o nos marcó quizás para siempre. Esos hechos son los que se

rescatan y por ahí se evita insistir demasiado en ellos. ¡Claro! ¡De una

forma u otra duelen! No hay que escribirlos, pero nuevamente

Hemingway nos advertiría que aún cuando hay cosas que el escritor no

quiere poner o no las pone deliberadamente, estas aparecen en su texto

mucho más allá de él.

Hay momentos en que se logran identificar algunos hechos y

hasta se pueden vislumbrar los afectos que coexistieron con ellos.

¿Cómo están? Se los ve difuminados. Hay algo así como una niebla o una

bruma que el tiempo ha fabricado. Son planos diferentes. Lo se, lo

entiendo por lo borroso. A veces se quiere tapar un dolor o un hecho

desagradable. En ese momento nos hicieron sufrir. Pero yo no percibo

que los envuelve la bruma o la niebla. No. Tampoco es una tela o un

manto. Lo veo como un entretejido de hilos. Si. Eso es. Pero los hilos no

son coherentes u ordenados. Son jirones. Son trozos. Y hay risas y hay

llantos. Las risas juegan a las escondidas en la malla de esta gran red de

Recuerdos de Ernest Hemingway

22

pesca que ha atrapado al pasado. En cambio los llantos y sus lágrimas

están colgados de los hilos y al zarandearse, un doloroso lamento,

también de ese pasado, nos muestra su presencia. Es una manera de

recordarnos que todavía existen y están agazapados en cada día de

nuestra existencia.

Por ello la bruma, la niebla, el manto, la tela, los hilos

entretejidos, no se deshacen. Se penetra en ellos, a pesar de ellos y se

toma un trozo del pasado. Es algo muy personal. No hay duda, tampoco

certeza. Se busca aislar el hecho que sigue acorazado por la niebla que

los años formaron en torno a él. Se trata de despejar esa nube y disecar

el hecho. Pero hay detalles de él que ya no están, ya no los hallamos allí,

ya no los vemos con claridad. El pasado los tiene con el y no los entrega.

No entrega lo que quizás es la parte más rica del hecho, del fenómeno

como me gusta llamarle. Los griegos denominaban fenómeno a “lo que

se manifiesta” es decir lo que ocurre, lo que sucede. En este caso es “lo

que sucedió”, “lo que ocurrió”. Es en términos del pasado gramatical que

implica el pasado vital.

En todo este proceso la memoria aparece como la protagonista

del quehacer. De ella depende buena parte de la historia. También me

pregunto de quien depende la otra parte. Este es un trabajo extraño. No

implica ni un combate ni un enfrentamiento. No se busca conquistar el

pasado. El pasado no es un adversario. El pasado es una parte de

nosotros. Por ello no se aguarda ni un triunfo ni una derrota. Son

palabras inconsistentes. Solo hay olvidos. Solo hay recuerdos.

Recuerdos de Ernest Hemingway

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La memoria lo sabe y nos advierte. La memoria no solo atesora

los recuerdos, también posee los olvidos.

La Imagen de este capítulo.

Imagen N°2: Esta es mi imagen preferida de Mnemósina (también

Mnemosine). Según Hesíodo, Titánida, hija del Cielo y de la Tierra, amante de

Júpiter y madre de las Musas en la Pieria. A veces la he visto representada con

dos caras para indicar que se acuerda del pasado y… del porvenir. Es la diosa

que representa a la memoria. El delicado dibujo de Angel Pérez Palacios está

integrado en el Diccionario Mitológico Universal de Federico Carlos Sainz de

Robles que fuera editado por Aguilar en Madrid en 1944. Tengo un gran afecto

por este ejemplar de lujosas tapas y hojas en papel biblia.

–==(())==–

Recuerdos de Ernest Hemingway

24

Capítulo 3

Imagen Nº 3

Recuerdos de Ernest Hemingway

25

Dicen que comencé a leer como a los cuatro años. Desde los

tres y medio fui al colegio. Allí, todavía, no se leía. Pero en casa si y

mucho. Había una gran biblioteca, la de mi padre. Filosofía, derecho,

historia, literatura. Yo agarraba cualquier libro y leía. Leía mucho y

también revisaba libros. Revisaba para saber que decían o de que

trataban.

La primera novela que leí completa y varias veces fue “La Isla

del Tesoro” del escocés Robert Louis Balfour Stevenson4. Esa novela fue

mi primera conexión fuerte e inolvidable con el mar, con aditamentos

diversos y plenos de afectos a través de los años. . Recitaba de memoria

párrafos enteros y aprendí en inglés el cántico del pirata:

“Fifteen men on the Dead Man’s Chest-

¡Yo-ho-ho, and a bottle of rum!

Drink and the devil had done for the rest-

¡Yo-ho-ho-, and a bottle of rum”

Poco recuerdo de ese cántico en inglés que ahora copié. Pero si

debo admitir que “a bottle of rum” (“una botella de ron” en realidad son

varias) me acompaña(n) en el bar de mi casa para mis daiquiris. Ese

brebaje estaba lejano, por ese tiempo, de mis pretensiones marinas,

aunque anotaba el ron en todas las incursiones de los piratas. Luego,

4 Por una cuestión de afecto, desde hace bastante tiempo estoy en la búsqueda de “La

isla del tesoro” en esa vieja versión de la colección Robin Hood (¡tapas duras amarillas!)

de los años cincuenta. Todavía no he dado con ella.

Recuerdos de Ernest Hemingway

26

también lo anotaría en otras incursiones en las que no había piratas en

miles de kilómetros a la redonda.

Asimismo y sin buscarla, era mi primera conexión con Cuba. Años

después, leyendo a biógrafos de Stevenson, me enteré que este habría

tomado a la isla de los Pinos frente a Cuba, hoy llamada isla de la

Juventud, como su escenario para la susodicha novela. Visitar esa isla

quedó como uno de los deberes que no pude cumplir cuando estuve en

ese país.

Leí a destajo, sin orden y sin disciplina. Leía a cualquier hora y en

cualquier sitio. Leí los clásicos y los que no lo eran. Leí los clásicos de

las aventuras, de los viajes, de la historia y de las anécdotas. Leí los

clásicos imperdibles de las ciencias y su divulgación. También leí mucho

sobre las guerras y sobre los hombres que las contaron. Allí aparecieron

los periodistas, a quienes admiraba por su valor y entereza. Empecé a

escuchar hablar de un tal Hemingway. En la biblioteca hogareña estaban

los libros de él. Mi padre, siempre cercano, me aconsejó “Por quien

doblan las campanas”. El libro venía con fotos de una película que se

había hecho sobre la novela. Fue el primer libro que leí de un autor que

sería objeto de admiración. Ese libro como tantos otros se perdió en

algunas de las situaciones difíciles que atravesamos en familia. Sin

embargo, medio siglo después una amiga me obsequió un ejemplar de

su propiedad y por si algo faltara, como extraña coincidencia, el último

día del año aniversario heminguayano (110 años) me encontré con otra

Recuerdos de Ernest Hemingway

27

edición de esa obra y una añosa versión de “Fiesta”. Todo ello amerita el

comentario que desarrollo al final5.

Un detalle: Desde siempre y en muchas lecturas aparece el mar,

siempre el mar. De una manera u otra el se hallaba cerca. Amigo,

adversario, objeto de admiración, objeto de contemplación, interlocutor

de un diálogo casi ininterrumpido. Una vez presentados ambos, jamás

estuvimos demasiado lejos. Los objetos provenientes de él que me

acompañan en mi gabinete de trabajo, son los presentes del mar, para

las ausencias del mar6.

Tras las conversaciones con mi padre acerca del escribir, este

me somete a una cierta disciplina, sin rigor, pero disciplina al fin. Copiar

a mano páginas de libros para valorar el esfuerzo de lo que es escribir y

de paso mejorar mi caligrafía. Al principio no me gustó. Más tarde fue

un camino para la lectura. Copié y leí los fragmentos de los

presocráticos que me fascinaron. Luego, obligatoriamente, Platón y

Aristóteles. De a poco aparecieron otros. Pero esos antiguos me

deslumbraron. Luego los de habla hispana. Así aparecen a destajo:

Ingenieros, García Lorca, Wast, Sarmiento, Wilde, Quiroga, y ¡Cuantos

más! Descubro a Goethe copiando escenas del Fausto. A ese libro aún lo

conservo con sus hojas en papel “biblia”. Llego el Dante y llegó Hugo.

Al principio copié mucho en español y luego fue en inglés, en alemán,

5 Véase la nota 1 al final “Reencuentro con viejas ediciones”.

6 Para el lector curioso e interesado que me acompaña, sugiero leer al final del

capítulo la nota 2, sobre la expresión “El mar presente, el mar ausente”.

Recuerdos de Ernest Hemingway

28

en italiano y en francés. Con el tiempo y por simpatía, estudiaría tres de

esos cuatro idiomas. Al italiano lo seguiría a través del latín.

Había un gusto por la lectura. Pero había otro por las páginas

de los libros copiados y luego su lectura. El ejercicio duró algún tiempo.

La caligrafía no mejoró, ni entonces, ni después. Hoy sigo luchando con

ella, sobre todo, cuando no entiendo lo que he escrito hace tan sólo un

par de horas.

La lectura continuó por años. La copia de páginas se

discontinuó y por ahí hasta la extrañaba. A propósito, me pregunté un

día, ¿Y si en lugar de copiar, escribo mi propio libro? ¿No sería más

entretenido? Bueno, ese fue el comienzo.

El primer libro escrito y fabricado por mí como volumen único

fue un extenso comentario sobre Stendhal y su estudio “Sobre el Amor”.

Cuando lo comenté mis amigos me miraron de forma extraña. Salvo mi

padre, en mi casa no hubo mucha resonancia. En el colegio ni se

enteraron, menos con algunos temas que allí se trataban. Algunas

amigas, sin que ellas trascendieran, me dieron su aprobación. ¡Gracias!

Pero allí quedó. Me pregunto ahora, ¿Dónde estará? ¡Como me gustaría

tenerlo!

Pese a la poca respuesta obtenida, más tarde, volví a las

andadas con un escrito breve que envié a un congreso de filosofía en

México. Lo mandé por las dudas. Nunca supe que fue de este trabajo

hasta que un profesor de la Facultad de Filosofía me comentó que lo vio

citado en los Anales del Congreso. Algún día, me dije, lo ubicaré.

Todavía no lo he hecho.

Recuerdos de Ernest Hemingway

29

Pero la escritura siguió, por supuesto, mucho más lenta que la

lectura. Pero tomaba otro sesgo. Ahora incursionaba en una historia-

aventura en los Mares del Sur. El mar seguía siendo un imán poderoso

en mi vida.

Luego de los intentos de escritura sin tener un texto u

orientación definido hacia donde apuntaba y sin pretensión alguna la

siguiente ocurrencia fue el periodismo. Leía muchos diarios. Había tres

en Córdoba. Era un lujo intelectual y periodístico a la vez. Tres diarios

significaban opiniones diversas, puntos de vistas distintos y tendencias

diferentes. Por esa época había radio y la televisión quería insinuarse.

Pero para mi el periodismo era escrito y lo ligaba a la literatura, por todo

lo que había leído, por todo lo que sabía a través de los textos.

En uno de mis recorridos por las librerías, encontré un librito

despanzurrado que se llamaba “Los periodistas hablan”. Luego no se

que se hizo. Yo lo guardaba atado con hilo, porque estaba todo

desarmado. Me enseñó muchísimo. Todos eran destacados periodistas

que hablaban de sus experiencias. También lo hacían corresponsales de

guerra. Allí estaba Hemingway. La nueva idea que andaba rondando

desde que comencé a escribir era que quería ser corresponsal de guerra.

Me atraía escribir notas desde un frente de batalla. También me atraía

saber sobre la guerra, sobre todo como se iniciaba, como se producía.

Quería saberlo para conocer a su vez como se podía evitar.

Curiosamente, quizás influencia paterna, estaba en contra de cualquier

guerra.

Recuerdos de Ernest Hemingway

30

Sin embargo, comencé escribiendo sobre deportes náuticos. Lo

de la náutica era por el mar que no tenía y para adquirir experiencia en

el ajetreo periodístico.

Simultáneamente publicaba notas sobre otros temas y

empezaba a aparecer la ciencia y el poco usado nombre “tecnología”

con un marcado interés.

Por esa época yo escribía mucho, pero corregía muy poco.

Escribía mucho, tan es así que había anexado a la máquina de escribir

un soporte de metal que sostenía un rollo de papel continuo

proveniente de los restos que quedaban en el teletipo de un diario.

Estos rollos se reemplazaban a la noche, para evitar que la máquina se

quedara sin papel para imprimir en los momentos que no había nadie

para vigilarla. Los rezagos que me regalaban contenían, regularmente,

no menos de tres metros de papel. Era todo una fiesta para el frenesí

creativo. Esos rezagos me evitaban el fastidio de interrumpir la

escritura para poner una hoja en mi máquina de escribir7. Cuando

carecía de ellos, yo mismo pegando hojas de papel, hacía mi propio

rollo.

7 Debieron pasar varios años para que me enterara que el invento del soporte y sobre

todo el empleo del rollo de papel de teletipo, no eran, como yo creía, ideas originales.

Un señor, al que por esa época no conocía bien, pero del cual oía hablar, también

usaba en su máquina rollos de papel continuo del mismo origen. No recuerdo la fuente

por la que conocí este hecho. Sin embargo, hace algunos años, Antonio Skármeta

menciona este detalle en “Neruda por Skármeta” p 46, Seix Barral, Buenos Aires, 2004.

El señor en cuestión es nada más ni nada menos que Jack Keruoac, el hombre que

empleó por primera vez la expresión “generación beat” e hizo mucho por vivirla y

explicarla.

Recuerdos de Ernest Hemingway

31

Con todo este bagaje, mi conocimiento del “Viejo” y la

admiración que surgió por él, fue más fácil. Por ello es que puedo decir

que, a diferencia de otros escritores, yo “conocí” al “Viejo” por dos vías:

una fue la literaria, leyendo sus obras. La otra, afectiva, a través de

miembros de la familia. La primera fue una vía directa para conocerlo

como escritor, sin adorno, ni adjetivo alguno. Yo me encontraba con el

texto puro, el escrito puro, sin haber leído crítica, ni favorable, ni

adversa.

En cambio la vía afectiva fue muy diferente y a ella le atribuyo

una singular carga hacia mis intereses posteriores. En esto tuvo que ver

también mis lecturas de biografías. Hemingway no se salvaba de ello,

pero era enriquecido con la charla popular.

Ante mi curiosidad, al comienzo fue mi padre. Luego, buenos

aliados fueron dos tíos. Uno hermano de mi padre, Santiago, otro

hermano de mi madre, Santos.

Mi padre, mis dos tíos y otros señores desconocidos para mí, se

reunían regularmente en algunos lugares a tomar un aperitivo antes del

almuerzo. Muchas veces me tocó acompañar a mi padre. Esto comenzó

alrededor del los años 1953 ó 1954. Durante el encuentro se hacían

presentes el Campari, el Cinzano, la Hesperidina, acompañados por

quesos y fiambres. No se hablaba de la actualidad cotidiana. Se hablaba

de lo que pasaba en el mundo y los protagonistas de esos hechos.

Todos parecían versados en historia y política así como en literatura y

en plástica.

Recuerdos de Ernest Hemingway

32

Como es de suponer, yo escuchaba los comentarios que ellos

hacían sin intervenir. Comía un poco y bebía algo de lujo para mí como

era un refresco de granadina con soda. Pero mentalmente anotaba. Ellos

hablaban sobre las noticias que llegaban y no solo de Hemingway, sino

de otros personajes. Allí estaban los nombres de Jean Paul Sartre, José

Ortega y Gasset (muerto en 1955), Alfredo Palacios líder político

seguido por mi abuelo paterno en sus ideales socialistas (que ya lo

acompañaban en 1918 en la gesta universitaria de Córdoba), John Dos

Passos, Julián Marías, George Clemanceau. En fin, algunos eran autores

que yo leía, con biografía incluida en los casos que estuviera disponible

Pero de Hemingway las noticias eran distintas.

Este “individuo” que escribía, era cazador, pescador y

aventurero. Era un “sportman” en el sentido de esa expresión inglesa.

Pero había sido y era un periodista de aquellos. En su tarea había escrito

muchas notas sobre temas varios. Pero las palmas se las llevaban las

notas sobre la guerra que cubría periodísticamente. Entonces, él era un

“corresponsal de guerra” también denominado “enviado especial”.

Cuando me enteré, para mi la dimensión de este hombre fue diferente.

Allí estaba el periodismo, la escritura y el mar. ¿El mar? Y claro, “El viejo

y el mar”. Incluso otro detalle para el joven que se desayunaba con

“Papá”: Cuando yo tenía nueve años a este señor le dieron el Premio

Nóbel de Literatura. E influyó mucho en ese premio esa “obrita”, como

algunos despectivamente le llamaron, sobre el pescador y su presa,

considerada, nada más ni nada menos, como uno de los hitos de la

literatura mundial. ¡Cuánto placer en leer esa novela! ¡Parecía un cuento

Recuerdos de Ernest Hemingway

33

para niños y decía tantas cosas a los adultos! Yo no sabía que estaba tan

bien escrita. No alcanzaba a valorar. Pero quería escribir algo similar.

Algo así, sencillo, un argumento simple si, pero… ¡Ignoraba lo complejo

y difícil que era! ¡Cuantas ganas de escribir me regaló ese libro! ¡Como

no admirar al hombre que lo escribió!

No había mucha información, pero lo poco que yo escuchaba

era apasionante. Con el tiempo y a partir de la experiencia del diario yo

rastreaba noticias adicionales. Adquiría alguna información internacional

revisando las revistas del “Emporio de la revistas”8. Solo las revisaba. No

podía comprarlas. Eran muy caras. Me ayudaba mi aprendizaje de

idiomas. Pero no bastaba. Por eso es importante el “momento histórico”.

Es eso lo que aquí deseo rescatar, rodeado de tantos detalles

personales. Ese “momento” es cuando el escritor vivía y la gente

“grande”, los “mayores” comentaban delante de un niño, luego joven,

aficionado a la literatura y al periodismo, cuan importante y como era

ese “señor” que escribía. Que hacía ese “señor” y como su figura

trascendía con noticias que llegaban desde lejos y a las que solo tenían

acceso muy pocos. Pero esos pocos eran los “difusores”, “medios de

comunicación en si mismos”, comentando, contando, informando, lo

que sabían y por ahí, parece, hoy me parece, que aquello que no sabían,

¡También! Es por eso que se habla del “mito”. Lo que “no sabían”, ¿Acaso

lo inventaban? Y la figura del escritor de por sí grande, importante, ¿Se

8 Desde aquella época hasta hoy (¡cincuenta años!) cada tanto tengo la oportunidad,

todo un lujo intelectual, de compartir una charla con el alma mater del “Emporio” don

Moisés Sternberg. Esta vieja casa de libros es hoy, también, una pujante editorial.

Recuerdos de Ernest Hemingway

34

agigantaba aún más con estos inventos? Creo que si. Era una especie de

superhombre para la gente común. Pero no necesitaba como Clark Kent

cambiar su vestimenta o personalidad. El era siempre el mismo. O así lo

veía yo.

Hay un dato. Un cálculo muy personal me dice que, desde los

ocho o nueve años y hasta la muerte de Hemingway, cuando yo tenía

dieciséis, escuchaba hablar sobre el “Viejo” casi todas las semanas.

Pero ¿Cuál era la diferencia entre los comentarios en general y

los que se hacían sobre Hemingway? Yo creo que aquí está buena parte

de la clave de mi conexión con “El Viejo”, hallada más bien con los años

y la experiencia. Lo de “Hem” no era lo político. Lo de “Hem” era lo

mundano. Se trataba de lo que muchos hombres deseaban ser o hacer y

les estaba vedado a la mayoría de los mortales por las mil y una razones

que vedan a la mayoría de las mortales maneras de ser y hacer que son

únicas.

Porque no se trataba solo de cazar y de pescar. No se trataba

solo de boxear o enamorar mujeres bellas, seductoras, desafiantes y a la

vez famosas por derecho propio. Tampoco se trataba de tener más o

menos dinero. Que, hay que puntualizarlo, también ejerce fascinación

en la gente. No se trataba de un viajero frecuente (como se dice ahora)

de un continente a otro ya que eso también lo hacían muchos

millonarios e ignotas personas en todo el mundo y nadie se enteraba.

Por eso este caso era algo diferente. Se trataba nada mas ni

nada menos que este hombre singular, además de hacer todo lo que

hacía, ¡Escribía! Se trataba que no era uno del montón, ni uno más de la

Recuerdos de Ernest Hemingway

35

legión de escritores y periodistas que hay en el mundo. Se trataba que

este señor era uno de los mejores del mundo y reconocido. Claro, no

siempre. Muchísimas veces más, el era criticado, vilipendiado,

prohibido, admitido como borracho consuetudinario, exhibicionista,

desafiante y así se podría seguir con una larga e interminable lista de

pecados, defectos, errores y vicios.

También había aceptación a través de silencios cómplices en

donde los celos y la envidia agitaban todas sus banderas. Pero he aquí

que al villano terminan dándole la estrella de sheriff con el Nóbel Y

ahora, ¿Qué más? Hoy, tras muchos años de su muerte, las críticas

denostando su imagen, siguen igual.

Hay que imaginar el “momento” cuando se hallaba con vida y

los contemporáneos, a miles de kilómetros de distancia, hablaban de él.

Yo recuerdo que pocos creían en los críticos. Los críticos no

cazaban, no pescaban, no viajaban, parece que no bebían y no

enamoraban, ni eran amados por mujeres hermosas e inteligentes y

además, no escribían nada parecido a lo que este individuo escribía,

publicaba y además, ¡Vendía! Nadie le regaló un peso, ni tuvo herencia

que lo favoreciera. Sus ganancias, que superaron con mucho los aportes

que recibió, le costearon sus andadas y las de su grupo familiar e

incluso amigos y desconocidos a quienes ayudó. Pero no había virtudes

para reconocer en él. En muchos escritos sobre él, aparece lisa y

llanamente como un marginal. Era indefendible y hoy se diría

impresentable.

Recuerdos de Ernest Hemingway

36

Todo esto es la diferencia entre él y el resto de los mortales.

Ahora, una pregunta adecuada: Esta persona, con esta descripción,

¿Vivía realmente? o ¿Era un producto de la imaginación enfermiza de

alguien? Realmente ¿Cazaba en África? ¿Se codeaba con los mejores

toreros del mundo en Madrid? ¿Era amado y admirado en Pamplona?

¿Bebía los mejores martinis en el Ritz de París o en el Waldorf Astoria de

Nueva York?, ¿Enamoraba a Marlene Dietrich?, pescaba un marlín de

varios cientos de kilos a varias millas de Cojimar? Los famosos del cine

¿Iban a su casa en Finca Vigía?, aunque también podían estar con él en

Bimini o en Key West o en la Habana. En todos lados era considerado un

prócer indispensable de conocer. Algunas armas llevaban su nombre y

algunos cócteles llevaban su estilo. Todo esto y además se daba tiempo

para escribir con una disciplina feroz. Todo esto repito ¿Era real?

¿Existía una persona así? Claro que existía. Claro que vivía, en ese

momento en Cuba, pero era el dueño afectivo de medio mundo. Claro

que también le dieron el Nóbel y estaba enfermo para ir a recibirlo. Pero

envió un mensaje, como su discurso de aceptación, que dice cosas que

hoy siguen siendo válidas para quienes escriben.

Volviendo a lo que fue la realidad, la vivencia de ese momento,

para la gente, para la gente del montón como era y soy yo, ese señor

era una leyenda. Una leyenda….viva. Su muerte no cambió ni el aprecio,

ni el odio, ni la envidia de la gente.

Mi fuerte conexión con el “Viejo” siguió. Pocos tuvieron la

osadía de ser un hombre libre, independiente, en contra de toda

opresión, de vivir como quería y despreciar cualquier tipo de

Recuerdos de Ernest Hemingway

37

dominación. Era eso lo que yo percibía en el “Viejo” y por eso mismo el

era un “amigo”, a la distancia, con la barrera idiomática, con la barrera

de los años. Este hombre estaba siempre, lo convocara o no. Había

estado siempre. También conocía sus vicios. No lo justificaba, lo

entendía. No lo aceptaba, pero lo comprendía. Yo iba observando,

aprendiendo y sufriendo. También supe que la miseria humana que me

rodeaba tenía muchísima más malignidad que las peores cosas que le

atribuían al “Viejo”. La basura se hallaba tanto acá como allá. No

olvidaba el pensamiento que decía que, cuando un amigo tiene tantos

defectos de frente, hay que mirarlo de perfil.

De sus desatinos, el más destacado, fue sin duda su

dipsomanía. Pero la presencia del o los vicios no afectó la imagen del

hombre. Yo ya había aprendido algo básico y relevante: Sabía que no

había dioses en la tierra. Había sólo semidioses que cargaban con

infinidad de defectos y escasísimas virtudes, a veces una sola, como en

este caso, escribir como los dioses. Y esa virtud, tiempo después me di

cuenta, era a su vez su desafío. Era, simplemente, el sentir que por ella

estaba vivo. Si por cualquier causa esa virtud, que tanta fuerza le daba,

desapareciera, la existencia se volvería un sin sentido.

Con los años, al “Viejo” lo seguí, pasó su muerte, pasó mi vida o

parte de ella. El afecto, como mis escritos dedicados a él que empiezan

a reaparecer ahora, no se borró jamás.

Al lector de estos textos quiero darle algunas coincidencias

exageradas que me ligaban al “Viejo”, las que solo las pude ver mucho

más tarde e integrarlas de esta manera:

Recuerdos de Ernest Hemingway

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-1- Periodista: No solo eso, ¡Corresponsal de guerra!

-2- Escritor: ¡Cuánto anhelo tras la palabra escrita!

-3- El mar: La pasión por el mar en su vida y en su obra.

-4- Santiago el nombre de uno de mis tíos protectores. Pero también

está Santiago en España, país al que tanto amaba. ¡Qué decir de

Santiago en Cuba, la Virgen del Cobre y la medalla del Nóbel! Y luego,

nada más ni nada menos que Santiago, el pescador, el protagonista de

“El viejo y el mar”.

-5- Fecha de cumpleaños: El “Viejo” cumple años el 21 de Julio. Yo

cumplo el 22 de julio.

–==(())==–

Recuerdos de Ernest Hemingway

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Imagen Nº 4

Recuerdos de Ernest Hemingway

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Imagen Nº 5

Recuerdos de Ernest Hemingway

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NOTA 1

El REENCUENTRO CON VIEJAS EDICIONES y LAS IMÁGENES DE ESTE CAPITULO.

Así como me reencontré con los trozos de mis viejos textos, un par

de hechos fortuitos me llevó al reencuentro con viejas ediciones de obras de

Hemingway, durante su año aniversario.

Por un lado, una gran amiga de mi esposa, ambas lectoras

infatigables, la señora Isabel M. Liberati de Guerrero, sabedora de mi afición

por Hemingway y conocedora a través de mis comentarios de las pérdidas de

bibliotecas y colecciones que aquejaron a mi casa, a comienzos del año 2009

me dio una gran sorpresa. La sorpresa fue que me obsequió una primera

edición de páginas amarillentas y muy bien conservada de “Por quien doblan

las campanas” de Mayo del año 1944 de Editorial Claridad de Argentina,

traducida al español por Olga Sanz (Imagen N° 3). Hay un pequeño error que se

deslizó en la imprenta y es que está nominado como “volumen 6” cuando en

realidad es número 5. El libro trae fotos-afiches de la película basada en la

novela y cedidas por Paramounts Films. Allí están Gary Cooper como Roberto

Jordán, Ingrid Bergman como María, Roberto y María juntos, Pablo, Pilar, el

“Sordo”, Agustín y Anselmo (todos personajes fuertes y decisivos de la novela)

en ese orden, con pie de fotos que perfilan personalidades y situaciones

precisas. No falta la dedicatoria a Martha Gellhorn, entonces esposa de

Hemingway y el texto proveniente de “Devociones para ocasiones emergentes”

del poeta, ensayista y religioso inglés, John Donne, de donde el escritor toma

el nombre para su obra. Como detalle útil y refinado a la vez, el libro trae una

delgada cinta verde (oscurecida por los años) cocida a su lomo para marcar la

última página leída. Esta versión que estuvo en mi casa fue la que leí y por la

cual encontré y conocí al “Viejo” como escritor. ¡No es poca cosa! Le agradezco

Recuerdos de Ernest Hemingway

42

muchísimo a esta amiga la atención de desprenderse de esta reliquia de su rica

biblioteca y obsequiármela, sin merecer yo, tamaño gesto.

El segundo hecho es que a punto de concluir el año aniversario

heminguayano y estando en casa de mis consuegros en Justiniano Posse

(Córdoba, Argentina) el 31 de Diciembre y como siempre hablando de libros,

mi anfitrión Jorge Mariani me alcanza una versión de “Por quien doblan las

campanas” del año 1964 (Imagen N° 4), en tanto Estela Quaglia su esposa, me

acerca un envejecido volumen cuyo título, solo en el lomo y no en la tapa, dice

“Fiesta”(Imagen N° 5). Un comentario para cada uno de esos libros.

“Por quien doblan las campanas” es, como el anterior, de Editorial

Claridad pero corresponde a la decimocuarta edición de Julio de 1964. Han

transcurrido veinte años (“Veinte años después” con Dumas o veinte años no es

nada como dice el tango) con respecto a la anterior y han pasado trece

ediciones. El número de páginas es más o menos similar. La traducción es,

como ya se dijo, de Olga Sanz. Hay detalles que los diferencian, por ejemplo, la

mención de Paramount Films está al comienzo y no al final del libro como es el

caso de la primera edición. Pero la tapa se lleva los méritos. En tanto la

primera edición es sobria mostrando sólo el título, veinte años después

muestra una foto en la que aparecen María (Ingrid Bergman) y Roberto (Gary

Cooper). Luego viene el autor, el título y un pie de tapa bien notorio que dice

“Unica edición legítima en castellano derechos exclusivos de Claridad”. Dos

últimos detalles: Los precios. $5.-m/n (pesos moneda nacional) para la edición

de 1944 y $600.-m/n para la de 1964. No es lugar para análisis de costos

pero llama la atención la asimetría del valor en menos de un cuarto de siglo.

Segundo detalle: El volumen de 1964 carece de cinta marcadora de hoja.

“Fiesta” como se sabe es el título en español de “The sun also rises”

(“El sol también sale”) aparecido en 1926. En el caso del volumen que comento

Recuerdos de Ernest Hemingway

43

es la octava edición de Mayo de 1964 anotando una primera en Julio de 1949.

Fue editado por Editorial Diana de México y traducido del inglés por José Mora

Guarnido y John E. Hausner. No figura en lado alguno un valor monetario.

Aunque atacado por la humedad, por aquello de “los años no vienen solos”, el

volumen está en buen estado de conservación. La sobriedad de la presentación

editorial no lleva a mayores comentarios.

Por último, cabe puntualizar que en estos últimos dos casos las

ediciones se producen a tres años de la muerte del autor.

Aguardo el encuentro con otras viejas ediciones. Mientras tanto la

tapa de la edición de 1944 de “Por quien doblan las campanas”, se integra al

comienzo de este capítulo y lo cierran la tapa de la misma obra en su edición

de 1964 y la portada de “Fiesta” también de 1964.

-=()=-

NOTA 2

ACERCA DE “EL MAR PRESENTE y EL MAR AUSENTE”.

La idea de “el mar presente y el mar ausente” estuvo en mí desde mi

infancia. Incluso estas expresiones, una y otra, nunca estuvieron separadas.

Ante mi, siempre se manifestaron juntas. Ellas nacieron a partir del

sentimiento de la ausencia. Nunca encontré, a través del tiempo y hasta hoy

que vuelvo a escribir, el porqué de esta obstinada idea, de la presencia y de la

ausencia. Estas expresiones, aparecieron más de una vez en incipientes

borradores que, quizás, pretendían anunciar algún futuro escrito.

Sin embargo no eran solo mías. Con el paso de los años hallé,

justamente en Hemingway, una expresión similar pero con una idea diferente.

No estaban publicadas como tal, pero habían estado escritas. Así es que me

pareció oportuno incluir una nota sobre ellas.

Recuerdos de Ernest Hemingway

44

Hemingway tenía en proyecto un “Libro del mar”. Había estado

trabajando sobre él en distintos períodos de tiempo y este había ido creciendo

en extensión y complejidad. Los días y meses corrían y llegaba 1950. Su musa

inspiradora, por esa época, era la joven Adriana Ivancich y el escritor no

dudaba en expresar que “se lo debía todo a ella”. Sea como fuere, este libro

que tenía ese nombre genérico, “Libro del mar”, estaba compuesto por cuatro

partes, tres de las cuales tenían títulos provisorios a saber: “El mar joven”, “El

mar ausente”, “El mar en esencia”. Esta última, por separado y como una

novela corta, sería el origen de “El viejo y el mar” uno de los hitos de la

literatura mundial, que contribuiría al otorgamiento del Premio Pulitzer en

1953 y completaría su obra para recibir el Nóbel en 1954. Adriana diseñó la

tapa de la primera edición de 1952 (ya lo había hecho en 1950 con la tapa de

la primera edición de “A través del río y entre los árboles”).

El libro del mar no se publicó nunca como tal. Tras la muerte del

escritor en 1961, su esposa Mary Welsh y el editor Charles Scribner (hijo)

revisaron el material que por fin salió publicado en 1970 como “Islas en el

golfo” (en inglés el título es “Islands in the stream”- Islas en la corriente-se

entiende “del Golfo”. Por allí lo he visto traducido como “Islas a la deriva”). Los

subtítulos que tenía como provisorios, fueron reemplazados en el texto final y

pasaron a ser “Bimini”, “Cuba” y “En alta mar”. Los subtítulos provisorios

originales deben haber quedado en los borradores del escritor.

La edición en español que conocí fue de 1971 (Emecé, Buenos Aires).

Pero yo encontré o más bien reencontré la expresión “El mar ausente” en el

indispensable estudio de Carlos Baker, “Hemingway, el escritor como artista”

(traducción de Antonio Bonanno y editado en español por Corregidor, Buenos

Aires 1974). Luego estos temas serían mencionados en otras biografías de

distintas épocas. Por ejemplo: A. Burgess (en determinado momento colega de

Recuerdos de Ernest Hemingway

45

Baker en la Universidad de Princenton), “Ernest Hemingway y su mundo”-

Traducción al español de María Isabel Merino, Ultramar 1980, Madrid, o la de

J.R. Mellow, “Hemingway: A life without consequences”, editado por Addison-

Wesley Publishing Company, 1995, (no hay traducción al español de esta

documentada biografía).

Para la obra original, el título provisorio de Hemingway “El mar

ausente” correspondía a las vacaciones del personaje central, el pintor Thomas

Hudson, en la Habana. El mar no estaba lejos (físicamente está muy cerca),

pero en el contexto el mar no era un protagonista principal en esta parte y por

lo tanto no tenía un primer plano. Esa es la idea de “ausencia” que trasmite el

escritor en este acápite, en contraposición a la presencia del mar en los otros.

Para mi fue una enorme alegría encontrar la expresión en Hemingway.

Además, fue y es, otra coincidencia que me acercaba al gran escritor años

después de su desaparición física y de mi propio exilio de la palabra escrita.

–==(())==–

Recuerdos de Ernest Hemingway

46

Capítulo 4

Imagen Nº 6

Entusiasmado con la idea del periodismo y la escritura, a fines de

1959 y aprovechando mis vacaciones, empecé a trabajar en un diario

vespertino, el “Córdoba”. Era el más joven de todos los “fijos” y los “no

fijos” del diario. Pero eso duró hasta el comienzo del ciclo lectivo 1960.

No tenía alternativa. Las clases regulares eran a la mañana y el trabajo

del diario coincidía con ellas. Si mi padre me forzó a dejar el diario yo lo

forcé a buscar una solución. Lamenté dejar el “Córdoba”. Ya me había

Recuerdos de Ernest Hemingway

47

encariñado con el. La solución fue que logré que me probaran en el

matutino “Los Principios” y comencé a llevar notas.

Mi gran objetivo periodístico era lograr una entrevista con Vito

Dumas, el navegante solitario argentino que dio la vuelta al mundo por

la ruta denominada “Los cuarenta bramadores”. Esa ruta es una zona de

mares bravíos con fuertes vientos y grandes olas. Está situada en el

hemisferio sur y circunnavegar por ella implica un desafío no sólo

tecnológico sino también un esfuerzo mental y físico para quien lo

afronta. Comienza a los 40 grados de latitud sur y constituye una

“franja” que pasa los 60 grados de la misma latitud. Está definida por

una frase de los navegantes que lo resume todo: “Por debajo de los 40

grados no hay ley. Por debajo de los 50 no hay Dios”

Yo no conocía personalmente al navegante, pero su libro titulado

justamente “Los cuarenta bramadores” era un texto de cabecera para

mis sueños náuticos y mi atracción por el mar. Esta entrevista era un

gran desafío. No tenía contactos. Pero los estaba buscando. La poca

información disponible decía que el candidato era difícil, inaccesible y se

hallaba recluido en su casa y en su barrio de Vicente López en Buenos

Aires. Me entusiasmaba el desafío pero ignoraba que el mismo iba a

tener competencia.

En efecto, mientras el año transcurría con expectativas, estando

en octubre en Buenos Aires, me entero a través de los diarios que la

Sociedad Interamericana de Prensa, conocida por su sigla SIP9 iba a

9 Organismo sin fines de lucro orientado a “Defender la libertad de expresión y de

prensa en todas las Américas”. Actualmente puede consultarse www.sipiapa.org

Recuerdos de Ernest Hemingway

48

realizar su asamblea general el año próximo en Nueva York. Allí se

trataría una agenda con temas como la libertad de prensa en el

continente, la prensa técnica y otras cuestiones. Me interesaba

sobremanera el tema prensa técnica y la enseñanza del periodismo.

Como tenía previsto visitar a Francisco Rizzutto, Director de la revista

Veritas, para llevarle unos papeles que mi padre le enviaba, me propuse

hablar con el sobre el tema. El que era un miembro distinguido de la SIP

y de una docena de sociedades internacionales, me puso al tanto de

todo. Además, era un hombre de confianza, amigo de mi padre, que

siempre se interesaba por mi carrera y mis actividades a las que

apoyaba con entusiasmo. De manera que en la conversación surgió el

tema SIP y le expreso mi interés por el periodismo técnico. Y por

supuesto sale el tema Hemingway. Le hablo extensamente sobre mi

admiración por el escritor y el me responde con comentarios

afirmativos. Me dice que algo puede saber acerca del escritor a través de

unos amigos. ¡Puede servir para una nota! Este hombre me escucha con

mucha atención y siempre me desliza indicaciones que son enseñanzas

que perduran. Se da tiempo para todo. Trabaja más de doce horas por

día todos los días. El va a una prereunión de la SIP y me pregunta en

que puede ser útil. Por ahora me pide que lo mantenga al tanto de lo

que estoy haciendo. Hay pleno acuerdo de su parte en recibirme en

Diciembre, mes en el que regreso a Buenos Aires. Mientras tanto

encargará que “busquen” información de los temas que conversamos. El

viaja permanentemente y tiene colaboradores en muchos países. Me fui

Recuerdos de Ernest Hemingway

49

satisfecho con la charla. Conversar con Rizzutto siempre era una

inyección de ánimo.

En Diciembre lo llamo y recuerdo que me cita para un viernes a

última hora. Sale otra vez de viaje y regresa para las fiestas de fin de

año. No espero mucho en la antesala de su despacho. Apenas me ve y

antes que yo preguntara algo me dice que le informaron que “El Viejo”

no estaba bien de salud y viajaba a Estados Unidos por tratamiento

médico. Era posible que ya no regrese a Cuba. Pero antes, se

rumoreaba, viajaría a España y luego regresaría para instalarse en su

casa (comprada según parece hacía pocos años) en Ketchum, en el

estado de Idaho. Desde luego que seguían siendo suyas las casas en Key

West, Estado de Florida (supe después que esta afirmación era dudosa) y

Finca Vigía en Cuba. Más no se sabía. La información no era precisa.

Todas las afirmaciones provenían de rumores y estos surgían de algunas

personas allegadas. Había mucha reserva en torno a las actividades y

desplazamientos del escritor. Una sola cosa estaba bien clara: El factor

salud era el tema dominante en estos momentos.

Hablamos algunos temas más con Rizzutto y como le dije que

yo ya no viajaría a Buenos Aires me indicó que lo llamase

telefónicamente a su línea directa. Si tenía más información, ¡El me

llamaría de donde estuviera! ¡Increíble!

Así, mientras por un lado elegía un lugar donde cenar, por otro

empezaba a dar vueltas una idea atrevida. Los componentes de la idea

eran la SIP, Nueva York, los periodistas, esa increíble persona que era

Rizzutto, y una pregunta… Si “El Viejo” se asentaba en Ketchum y yo

Recuerdos de Ernest Hemingway

50

viajaba allí vía Nueva York, con ayuda, con mucha ayuda… ¿Podría verlo,

podría entrevistarlo?

El fundamento de por si atractivo era la reunión, pero el proyecto

secreto debía ser una entrevista con Hemingway. Sino era una

entrevista… por lo menos estrechar su mano. ¡Qué pavada de proyecto

estaba forjando! Otro desafío, si, pero esta vez de una magnitud

increíble. Esa misma noche, entusiasmado, desvelado y fumando una

pipa tras otra, en aquel vetusto pero simpático hotel Viamonte, situado

en calle homónima, empecé a esbozar, por escrito, un plan. Allí nació

con algo de forma, la supuesta o pretendida entrevista con el escritor.

Sin quererlo, pero quizás convocándolo apareció misteriosamente

metido en un proyecto personal absolutamente mío. Claro que, más allá

de mis intensas y diversas lecturas, para mí Ketchum, era un lugar tan

lejano e inaccesible como Key West o La Habana o llegado el caso la

misma Nueva York.

A mi regreso en la primera oportunidad que tuve hablé con mi

Director10. Le dije que quería cubrir la reunión de la SIP y le hablé del

tema prensa técnica. Se mostró entusiasmado. Yo armaría una agenda

sobre la base de los temas que el me sugiriera y a la vez yo le

propusiera. Expresé que me tomaba un tiempo para ello, ya que había

mucho por delante. No, me dijo el Director, si hay decisión de viajar, hay

que empezar a prepararse ya. Hay que gestionar la visa, la reserva del

pasaje, la comunicación oficial a la SIP. Todo eso lleva tiempo. Todo

10 En ese momento Enrique Nores Martínez.

Recuerdos de Ernest Hemingway

51

debía estar decidido en Marzo, a más tardar, primeros días de Abril del

año siguiente. No habría vacaciones, no habría descanso. Me puse a

trabajar inmediatamente.

Pero el tema del “proyecto encuentro”, como yo le llamaba a la

entrevista con Hemingway, no podía contarlo. Es cierto que desde que

concebí la idea, había decidido guardar silencio sobre mi otro objetivo

del viaje. Sólo mi padre en Córdoba y Rizzutto en Buenos Aires eran los

únicos que lo sabrían con certeza. Guardaba silencio para no generar

falsas expectativas. A su vez, no era un tema de interés para el diario.

La filosofía, la línea editorial del diario, no coincidía para nada con el

modus vivendi de este escritor, más allá que se reconocieran sus

méritos literarios y periodísticos.

La figura del viejo tan cuestionada por su estilo e historia de vida

no era precisamente para cualquiera. Yo tenía la desgracia de admirar o

apreciar, si así se quiere llamar, a un autor que era dipsómano, casado

cuatro veces (lo que era un horror para la época), asesino de animales y

fanático y amigo de asesinos de animales acorralados como eran lo

toreros y su objeto de muerte, los toros. “El Viejo” era para la época,

para el diario y para ciertos sectores de la sociedad, un catálogo de

pecados sin redención posible. Parecía no tener una sola virtud que lo

salvara del infierno.

Por otra parte yo había quedado un poco impresionado con las

noticias sobre la salud del escritor. Pero no creía que estuviera tan mal,

pues había salido bien parado de varias situaciones negativas que se le

Recuerdos de Ernest Hemingway

52

presentaron, incluyendo los accidentes de aviación en los cuales, según

los diarios, hasta lo dieron por muerto.

En todo esto, confieso que ignoraba por entonces la verdadera

gravedad del cuadro de salud de Hemingway. Ignoraba que padecía una

severa depresión, a la que había que sumar la hipertensión arterial y las

secuelas de los accidentes, sin contar las recientes aplicaciones de

electroshock y las consecuencias de las mismas11.

También ignoraba que ya no era el gladiador que esperaba

encontrar. No estaba derrotado. No lo podían derrotar, pero estaba

semidestruido. Mucho tiempo después supe que, por esa época, ya no

podía escribir o no escribía porque su cabeza no funcionaba. Lo más

bello, lo más fuerte que alimentaba su vida, escribir, era lo que no podía

hacer. Para curarlo, para evitar lo inevitable (léase suicidio), lo indicado

según los médicos eran los electroshock, que sin duda ayudaron a

menoscabar el motivo porque el que vivía: la escritura.

Desconocedor de todo esto y mucho más, yo seguí concibiendo

esperanzas con el proyecto. Hoy me pregunto si hubiese tenido más

información, como la disponible hoy por ejemplo, ¿Lo hubiese

desechado? Creo que no. Creo que el impulso, la fuerza generadora de

acciones, lleva a acometer ese desafío que parece hasta impensable. No

se sabe bien como se articularán las acciones, pero se sigue adelante.

11 Agradezco al Prof. Dr. Carlos Enrique Ahrensburg, médico psiquiatra, los detalles

aportados para mi conocimiento del cuadro clínico del escritor. Al lector ávido de

información le sugiero la lectura de Futuro, suplemento de ciencias del diario Página

12 del 29 de marzo de 2008 “El fantasma del electroshock” por Esteban y Luis

Magnani. Los autores citan el caso de Hemingway.

Recuerdos de Ernest Hemingway

53

Hay fuerza, convicción y fe. Todo proyecto es viable, incluso si uno o

más fracasos puedan comenzar a probar lo contrario. Pero la acción

sigue y la próxima puede ser una victoria. No se piensa en los

obstáculos. Estos no existen o más bien parecen no existir. He dicho y

ahora invierto el orden que los obstáculos no se piensan. Solo se

perciben como accidentes temporales. La razón se ve superada por la

fuerza del sentimiento que, por momentos, es devastadora. A la pasión,

sólo se le puede oponer otra pasión. Por lo tanto, si hay pasión,

adelante, ella arrasa con todas las dudas. Debo reconocer que me

alentaba algo de lo leído en la obra de Vito Dumas.

Cuando a la distancia de medio siglo se miran los hechos, una

fuerte tentación a creer en los hados embarga el alma en tanto el cuerpo

percibe una suave brisa, muy íntima, de lo que entonces fuera un

vendaval. También debo confesar que hoy la llamada “serena reflexión

de la madurez” (cuando no vejez) puede calificar de locura o por lo

menos de desatino aquel proyecto juvenil. Quizás sea cierto. Pero

también es cierto que, sin algo de locura o desatino, en fin, ¡De cuantas

creaciones careceríamos!

Una serie de coincidencias atrevidas hicieron que yo pudiera

armar un viaje impensable para la época. Pero ese viaje necesitaba de

mucha planificación por varios motivos, siendo los más importantes la

falta de experiencia y los recursos económicos. Pero además estaban

factores como la familia, el idioma, las clases regulares y sin ninguna

duda, mi edad.

Recuerdos de Ernest Hemingway

54

La oportunidad del viaje significaba mucho para mi vida y mi

actividad. Ese secreto anhelo, ese proyecto de ver al “Viejo” llenaba

todas las expectativas que pudiera tener. Sabía por lo que había

consultado y hablado, más en Buenos Aires que en Córdoba, que

estando en Nueva York sería más factible hablar y hacer por el proyecto

de marras. Era un intento, no fácil, pero lo era. Por otro lado, a la SIP

irían gente que si bien, podían no tener un contacto directo con el gran

escritor, si podían ayudar a través de diarios, universidades u otras

organizaciones. Nueva York, por algo promocionada como “La capital

del mundo”, era una puerta abierta al mundo real en general y al mundo

de Hemingway en particular. Las distancias se acortaban.

Los preparativos eran lentos. Hoy me doy cuenta que lo hacían

de acuerdo al ritmo de una época que así lo marcaba. Mientras más me

dedicaba a ellos, el contacto con Rizzutto se volvía más ágil. El sostenía

que desde el terreno, es decir en la Gran Manzana, todo se volvería más

accesible. Además ya había una propuesta: Una vía de acceso difícil pero

posible era la esposa del escritor, Mary Welsh, con quien, se pensaba

por ahora, se podía tener una conversación telefónica previa. La persona

que la podría hacer no estaba asegurada todavía. Había que consultarla.

Se trataba de una periodista que concurriría a la SIP.

Mientras tanto llegó información de Idaho, “El estado de las

piedras preciosas”, como era conocido. Los contactos allí eran la Cámara

de Comercio que envió muchísimos folletos y la Universidad de Idaho

fundada a fines del siglo XIX. Ambos podrían aportar ayuda con el tema

idioma. Una curiosidad: En Sun Valley se advierte que los hoteles están

Recuerdos de Ernest Hemingway

55

abiertos desde el 15 de diciembre hasta el 15 de octubre. Es decir

¿Estaban cerrados en el periodo de tiempo en que era probable mi viaje?

También había “chalets” en alquiler.

A todo esto estaba armando un cuestionario y desechando

preguntas. Quería quedarme con media docena y tenía más de veinte.

Lo hacía con la sensación de que “El Viejo” accedería a mi entrevista.

Aunque estaba traduciendo las preguntas que haría, ya sabía que no

entendería las respuestas pero también sabía que alguien me ayudaría

oficiando de traductor. Más allá de ello, como podía, me entrenaba en

idioma inglés. No había profesores particulares. Sólo eran instituciones

y muy buenas. Pero no había dinero para todo.

En el medio de todas las gestiones del viaje, aparecen los

contactos con Vito Dumas. A través de dos clubes náuticos surgen dos

grandes figuras. Primero fue Julio Martínez Vázquez periodista de

náutica de la prestigiosa revista El Gráfico. Posteriormente Hipólito Gil

Elizalde, en ese momento Presidente del Yacht Club Argentino, la

entidad decana de la náutica en Argentina. De esta manera conocí al

hombre que escribió el bellísimo prólogo al libro de Dumas. En fin, esta

gran entrevista se ponía en marcha.

A mediados de junio llega la confirmación del pasaje con reserva

paga. No está emitido todavía pero está en firme. No hay vuelta atrás. La

comunicación es como un golpe eléctrico. Hay mucha emoción

contenida en mí y en los que me rodean. El lacónico mensaje dice: Vuelo

320. Sale de Ezeiza el 14 de octubre de 1961 a las 22.45. La máquina es

un Comet 4. El vuelo hace escalas en Río de Janeiro y Trinidad y Tobago.

Recuerdos de Ernest Hemingway

56

Debía confirmar la recepción de la información y la aceptación de la

misma lo antes posible. Había que pagar el pasaje por anticipado y en

tiempo sino se cancelaba la reserva. Por lo tanto el trámite se hizo de

inmediato.

Casi en simultáneo me entero que el pasaporte estará disponible

en la última semana de agosto o primera de septiembre. Es otro viaje a

Buenos Aires. Ahí mismo se gestionará la visa. Intento aprovechar el

viaje y ver entonces a Dumas.

Mientras tanto me preguntaba donde estaría “El Viejo” en este

momento y donde estaría para octubre. ¿Y si para esa fecha hubiese

vuelto a Finca Vigía? Las fuentes insistían en negar esta posibilidad.

Decían que su residencia, por lo menos por un tiempo y hasta que

mejore su salud, sería Ketchum.

Yo me daba cuenta que tenía una remota posibilidad de viajar a

Ketchum vía Nueva York y ver al escritor en su casa de las montañas.

Aunque para ser sincero, hubiera preferido encontrarlo en Finca Vigía o

en Key West. Era algo extraño para un mediterráneo como yo. Pero me

sentía más seguro cerca del mar. En la otra instancia, el mar estaba

ausente. Debo reconocer que mis fantasías o sentimientos ligaban

siempre al escritor con el mar. No era porque si.

Recuerdos de Ernest Hemingway

57

Imagen Nº 7

Las imágenes de este capítulo.

Imagen N°6: Detalle del Rincón Hemingway: Un secreter, libros antiguos y una

saboneta con muchos años encima que dialoga con ellos acerca del Tiempo.

Los acompañan varios pisapapeles para sostener esas hojas finitas a que hacía

referencia el escritor. Imprescindible, un viejo sacapuntas que funciona

perfectamente y que asiste cuando es necesario a quienes no podían faltar:

Siete lápices Faber N° 2 con las puntas en óptimas condiciones de trabajo.

Siete, de por si un número lleno de misterio, siete puntas consumidas en un

mañana de labor constituían para Hemingway un día positivo.

-Imagen N° 7- Detalle del Rincón Hemingway: Una máquina de escribir portátil

o semiportátil (según como se la mire o compare) Corona Four que tiene toda

una historia. No es la plegable N° 3 que a veces solía usar el escritor. Pero esta,

Recuerdos de Ernest Hemingway

58

estaba (¿o estuvo?) cerca. El baúl sobre el que se encuentra la máquina

simboliza los viajes y un arcano donde se hallan escritos y apuntes. En este

caso es un Louis Vuitton cómoda, con cajones para las camisas y espacio ad

hoc para la galera.

–==(())==–

Recuerdos de Ernest Hemingway

59

Capítulo 5

¡Últimos días de junio! El año transcurre a una velocidad

vertiginosa. Pero aún así podía decir que todos los trámites estaban en

marcha aunque exigían mucha atención. El año se acercaba al final de

su primera mitad. Faltaban unos pocos días para que llegara julio y con

él, el cumpleaños número sesenta y dos del “Viejo”. ¡Qué rápido habían

pasado estos meses! Pero, también en julio, yo tendría unos días de

vacaciones que podría dedicar intensivamente a mis trabajos

personales. Estaba comenzando a dar forma a una nota sobre

Hemingway para una revista local. Veía a ese artículo como una

introducción o un prefacio o un adelanto a la entrevista. Ahora bien, si

esta no se hiciera, por lo menos podría reflejar todas las acciones de

acercamiento al escritor y dejar testimonio de toda la ayuda recibida.

Además, con estas actividades, había aprendido mucho sobre diversas

cuestiones más allá del tema Hemingway y sobre la denominada “prensa

técnica” cuestión esta que cada día atraía más mi atención. La idea me

gustaba. En unos días empezaba julio y llegaba el ansiado fin de semana

donde comenzaban mis vacaciones de casi quince días. Pensaba trabajar

con el poco material que tenía y las bibliotecas locales me ayudarían ya

que disponía de tiempo para visitarlas y estudiar en ellas a la mañana y

a la tarde.

Recuerdos de Ernest Hemingway

60

Los días pasaron y llegaron el sábado 1°. de julio y el domingo 2.

¡Las vacaciones se acercaban y con ellas la libertad de horario para

trabajar a destajo, sin interrupciones y en los temas que yo quería!

Como otros fines de semana, hice las tareas más diversas, pero me

concentré en tres actividades: El cuestionario para la entrevista, estudiar

inglés y el artículo sobre el escritor.

No recuerdo como fue el domingo 2 de julio. Imagino que hizo

frío, con el invierno en su apogeo. Imagino que dormí hasta tarde como

solía hacer. Imagino que hubo un almuerzo familiar. Todo fue algo

común a todos los domingos, hasta que a la tarde sonó el teléfono de

mi casa. Lo atendí con indiferencia, como suponiendo que la llamada no

debía ser para mí.

De golpe, como en un cataclismo, todo se derrumbó. Todo

pareció desprenderse y caer a pedazos. Como digo al comienzo de este

texto, al escuchar la voz del otro lado de la línea me revela un tono de

gravedad y de urgencia. Había exaltación y casi diría, no hablaba, más

bien vociferaba: “¡Oscar! ¡Presta atención! Según radio El Mundo, esta

madrugada, tu amigo ‘El Viejo’ se suicidó...”. En realidad mi amigo de la

Gaceta me dijo que la radio informaba que Hemingway había muerto en

un accidente. Expresaba que se le escapó un tiro de una escopeta que

estaba limpiando. Pero él, en la excitación del momento al enterarse de

semejante noticia, como yo y tantos otros quizás, pensó

inmediatamente en el suicidio y casi sin darse cuenta me trasladó esa

idea sin análisis alguno. Pero la realidad es que el mínimo análisis

sustentaba esa afirmación. Sonaba raro que este hombre con medio

Recuerdos de Ernest Hemingway

61

siglo de experiencia en el manejo de todo tipo de armas, algunas de

gran calibre, cacerías de toda clase y envergadura, incluyendo los

exigentes safaris africanos, limpiase una sin verificar si estaba cargada o

no. Además, ya se sabía que se trataba de una escopeta. Una pistola

automática, una bala en la recámara, un descuido, era un accidente

podríamos decir “aceptable”. Pero una escopeta con uno o dos

cartuchos...Puede ser. Todo puede ser, por aquello de “las armas las

carga el diablo”. Pero en “Papá” ¡Es excepcional! ¡Es inadmisible! ¿Qué

estaba haciendo? ¿Qué hizo? O, por fin, ¿Lo hizo…?

Mi primera reacción fue no creer. Negar todo. No es posible, es

una broma, me dije. Otro rumor infundado. Este es otro “asuntillo”

periodístico como fue el caso de África. Imagino que ahora van a escribir

necrológicas, Mientras tanto, ¡El Viejo esta paseando por las montañas

de Ketchum! O adonde se le de las ganas u ocurrencias de ir. En

realidad, ¿Está herido o es que está enfermo? Puede ser. Pero no está

muerto. Es como si todos quisieran que muriera. Todo esto es falso, es

una mentira…

Pero no fue así. No. No fue así.

Tras la llamada, me vestí y preparé mi libreta de apuntes y mi

tabaco. La búsqueda y la espera de información podían ser largas.

Antes de salir escuché las radios que trasmitían a esa hora.

Seguían informando del “accidente limpiando un arma”. Me costaba

creer lo que yo mismo escuchaba ahora. Varias veces mi pensamiento

volaba hacia una realidad diferente. Pero todavía no estaba entregado.

Recuerdos de Ernest Hemingway

62

Cuando llegué al diario revisé el Córdoba de esa tarde. Allí no

aparecía nada. Pedí los cables y me los dieron. El diario Los Principios,

donde yo llevaba mis notas, recibía información de la agencia United

Press Information (UPI). En este caso los cables eran de hoy, domingo 2

y provenían de Ketchum, en el estado de Idaho, en Estados Unidos de

Norteamérica. Cuando los leí mi escepticismo primaba sobre toda

razón, sobre toda lógica. Pero tomó fuerza en mí la idea de que se

trataba de un suicidio y no un accidente y con ello, el hecho irreversible

de la muerte de quien yo consideraba un amigo.

Algunos datos que recuerdo me llamaron la atención y hoy,

muchos años después, otra vez con la página original frente a mí, puedo

destacarlos:

-1- Mary Welsh, la esposa de Hemingway, que sufrió una severa

crisis emocional, alcanzó a llamar al hospital de Haley pidiendo un

médico y de allí se convocó al médico forense Ray McGoldrick, quien

más tarde informó de la muerte de Hemingway.

-2- El médico llamó al alguacil Jankow quien dijo del “Viejo” que

“Le conocía bien. Solíamos tener largas conversaciones”. Pero también

acotó que amigos del escritor le habían dicho que estaba “muy delgado

y deprimido” cuando regresó a Ketchum. Este punto, para mí, fue muy

importante. Luego el alguacil Jankow, “…declinó hablar de los detalles

de la tragedia”.

-3- El cable acota que Hemingway había regresado con su

esposa a su casa en el día de ayer, es decir el 1° de julio. También

afirma que había comprado la casa hacía tres años. Esto es en 1959.

Recuerdos de Ernest Hemingway

63

-4- Un detalle mínimo: El cable dice que iba a cumplir 63 años.

En realidad iba a cumplir 62.

-5- Cuando ese domingo se cerró la edición del día Lunes 3, la

suma de los cables brindaba una

mirada completa sobre el

escritor y su obra, dejando de

lado el suceso en si. Pero al final,

en el diario, al linotipista le llegó

solo un texto recortado que

aparecería a dos columnas sin

foto.

Los mismos cables se

repitieron hasta tarde. Me

regalaron los repetidos. El diario

tras recibir las noticias de los

deportes locales completó su

edición y cerró las páginas antes

de medianoche. La versión en

plomo pasó a la fase de las

planchas y de allí a la impresión.

Ya sabía lo que saldría mañana

lunes, es decir, dentro de un

rato: Muy poco, casi nada. No

estaba conforme. No se si

llegaron radiofotos. Yo no las vi. Pero alguna foto debíamos tener en el

Imagen Nº 7 - “Los Principios” -Lunes 3 de

julio de 1961.- Pág. 3

Recuerdos de Ernest Hemingway

64

excelente archivo del diario. Era un recurso muy empleado. Pero como

simple colaborador no me correspondía hacer ninguna observación. Por

lo tanto, no hubo foto para la nota.

Concluidas las tareas debía volver a mi casa. No tenía a nadie de

confianza a esa hora y mucho menos en un día domingo para pedir

información en La Voz del Interior. Debía resignarme y esperar. Al otro

día, antes de entrar a clase leería La Voz y a la salida me acercaría por el

Córdoba para ver que decían los cables matutinos. También revisaría La

Nación, La Prensa, el Clarín y a lo mejor, si podía, otros diarios que

llegaban cerca del mediodía.

La madrugada del lunes 3 me halló despierto, todavía impactado

y absolutamente desalentado. Había una mezcla de indignación y de

tristeza. No podía ser me repetía y sin embargo era. Me sentí muy

cansado. En unas horas debía ir a clase. Mi desconexión con ella era

absoluta.

Por fin, salí más temprano y leí la Voz del Interior. Las primeras

páginas eran avisos, como era el diseño del diario en ese momento,

hasta que llegué a la página cinco y allí encontré lo que buscaba.

Recuerdos de Ernest Hemingway

65

Imagen Nº 8 - La Voz del Interior - Lunes 3 de Julio de 1961. Pág.5

Era un titular a ancho de página con sus nueve columnas que me

recalcaba, así lo sentí yo, “Se mató el escritor Ernest Hemingway”. No

había fotos. Luego en cinco columnas se distribuía un cable de AFP

fechado el mismo día 2 en Sun Valley. Según el cable y allí comenzaron

los interrogantes para mí sobre la veracidad de la información, el

escritor “…gozaba de excelente salud, según se comprobó en el examen

general que se le hizo recientemente en la Clínica Mayo de Rochester”.

Hay un subtitulo “Las exequias” y otro “Una agitada existencia” fechado

en París. Este último, de buena factura y extensión, destacaba los

méritos literarios indiscutidos y la personalidad de Hemingway.

Al concluir la mañana, no pasé por el Córdoba. Decidí esperar.

Compré algunos diarios de Buenos Aires y me fui a una pizzería cuya

única y exclusiva connotación marina es que se llamaba “El Galeón”. El

Recuerdos de Ernest Hemingway

66

resto, de marina, no tenía nada. Mientras comía unas generosas

porciones de pizza absorbía también los contenidos de los diarios.

Todos tenían notas con fotos. La Nación en la primera página, casi al pié

y en la sección “Otros hechos de la jornada de ayer” en dos líneas se

menciona la muerte de Hemingway y deriva al lector a la página

siguiente. Allí a tres columnas y

con grandes letras el título

“Trágicamente falleció el autor

Ernest Hemingway”. En este caso

el cable es de Associated

Press(AP) y esta fechado el 2 de

julio en Sun Valley, Idaho,

pueblo cercano a Ketchum. Lo

acompaña según el texto al pie:

“Una reciente fotografía de

Hemingway, el renombrado

escritor que acaba de tener tan

lamentable final” Es una

radiofoto a dos columnas

“exclusiva” para La Nación. La

nota es extensa con un

subtítulo, “Personalidad del

extinto” donde se destaca la

trayectoria del escritor y las

características e importancia de su literatura. También pusieron mal la

Imagen Nº 9 - La Nación, Lunes 3 de Julio

de 1961, Pág. 2, Col. 1-3

Recuerdos de Ernest Hemingway

67

fecha de nacimiento como1898. Allí se habla de “las casas” en Cuba, el

yate y que vivió 15 años. Creo que no es así. Finca Vigía primero fue

alquilada y luego comprada. El escritor vivió veintiún años en Cuba, por

supuesto, con todas las ausencias, idas y venidas, debido a sus viajes.

Imagen Nº 10 - “La Prensa” Lunes 3 de Julio de 1961. Pág. 1

Por su parte La Prensa en primera plana de la primera página,

pone el título a dos columnas “Ernest Hemingway. Falleció en Idaho,

Estados Unidos” y abajo la foto del escritor y un texto. Algunos párrafos

de ese texto los leí en los cables que llegaron a Los Principios y que no

fueron agregados. En ellos se trata el tema de la pasión por el peligro.

De allí remite a página 2 columna 4 con un extenso y variado texto

hasta la columna 9.

Recuerdos de Ernest Hemingway

68

Imagen Nº 11 - “La Prensa” Lunes 3 de Julio de 1961. Pág.2

Destaco algunos subtítulos “La violencia, su pasatiempo”, “Frente

a un rinoceronte”, “Cuatro matrimonios”, La mención del Nóbel a Carl

Sandburg o a Pío Baroja que es “un maestro de maestros”. Un subtítulo

llama la atención: “Una novela Inédita” hace referencia a una novela que

va a aparecer que constituye todo un secreto. ¡Tan sólo a horas de su

muerte ya se piensa que puede haber una publicación póstuma! Con los

años veríamos varias. ¡Qué inmensa capacidad de producción la de este

Ernest y que negocio significaba todo ello!

Dos detalles con dos subtítulos. Uno: “Lamentó John Kennedy la

muerte del gran Escritor”. Una declaración especial firmada por

Kennedy. El otro “Conmovió la noticia a los intelectuales soviéticos”

Recuerdos de Ernest Hemingway

69

fechado en Moscú. Allí se expresa que lo consideraban “el más grande

escritor viviente de occidente”.

Respecto a Rusia un detalle y una paradoja. El detalle: La

popularidad del escritor decayó después de “Por quien doblan las

campanas” que nunca se tradujo en la Unión Soviética (obviamente que

fue por razones políticas) aunque los editores conocían su existencia. Y

he aquí la paradoja y a la vez coincidencia: Mañana (por lunes 3) se

estrenaba en los cines de Moscú y Leningrado una película basada en

una de sus novelas: “El viejo y el mar”.

También aparece como cable “La Noticia de la muerte en España”

fechado en Madrid con declaraciones de Antonio Ordoñez el gran torero

amigo de Hemingway y por último un largo párrafo con el subtítulo

“Personalidad del escritor fallecido” proveniente de la redacción del

diario. Hago hincapié en este texto ya que llama la atención la

inclinación del mismo a destacar el amor heminguayano por la

hispanidad, incluyendo lo siguiente: “Ernest Hemingway fue el novelista

norteamericano que ha procurado más que ningún otro acercarse a lo

más entrañable y vital de la hispanidad. Alguien le ha comparado a Pío

Baroja, más que nada por la independencia, la libertad y la fuerza de su

pensamiento y de su estilo”. La nota habla de una “genealogía

intelectual” y establece vínculos con Thoreau y con London. Más

adelante este párrafo significativo: “En su afán de acercamiento a lo

hispánico, Hemingway ha comenzado por conocer el idioma y de esta

suerte fue un asiduo lector de Cervantes y Quevedo sin olvidar nuestro

“Martín Fierro”. En alguna oportunidad declaró que leía con profundo

Recuerdos de Ernest Hemingway

70

agrado las páginas de “Don Segundo Sombra”; pero su acercamiento

más intimo a lo hispánico está en la fruición con que se entregó a

particularidades de lo local, de lo auténticamente propio…”.

También quiero recalcar que casi al final habla de la soledad de

Ernest y dice “Precisamente, quizás ese profundo apego que tuvo a la

soledad, le impulsó a buscar una isla para vivir y eligió Cuba, donde

escribió ese tratado de ternura humana que conocemos como ‘El viejo y

el mar’.”

La crónica concluye diciendo que había nacido en 1898. En fin,

ese error ya es lo de menos. Todo el texto es riquísimo para un

desconocedor del escritor y vale leerlo para un conocedor de sus obras.

Recuerdo que Clarín fue el último diario que leí. Hay profusión

de textos breves, títulos con diferentes tipos de letras (¡qué labor la del

titulista!) e imágenes que combinan fotos y un boceto del rostro del

escritor que dudo haya sido de archivo. Como algunos de nuestros

dibujantes de hoy, aquel hizo su trabajo en un día domingo, ilustrando

una nota llamativa y desafiante titulada “El novelesco novelista”. La nota

y el boceto, severo, pero de gran sensibilidad, me permitió imaginar al

periodista escribiendo e intercambiando ideas en simultáneo con el

dibujante. Y a este, en esa eterna búsqueda trazando líneas que, más

allá de las formas, mostraran también el alma.

La cuestión es que este diario puso en primera página y primera

plana con un sangrado que la destaca, una conocida foto de Ernest y al

pié la leyenda: “Accidentalmente murió Hemingway, Premio Nóbel

Recuerdos de Ernest Hemingway

71

1954”12 . Allí deriva al lector a las páginas 20 y 36. En la página 20 gran

título con letra tipo manuscrita “Murió Hemingway” y más abajo “El

hombre que no quería morir” y luego “Falleció accidentalmente mientras

limpiaba un fusil”.

Imagen Nº 12- “Clarín” 3 de Julio de 1961. Pág. 1

La imágenes que ilustran: Una foto con Mary Welsh, una gran

foto mostrándose como cazador y arriba, un recuadro que dice

“Novelista, Guerrero, Cazador”. Está la caricatura y la nota de la

redacción ya mencionadas. Hay varios recuadros con títulos pero uno

llama la atención, “No hay duda sobre el accidente”.

12 En la primera página de Clarín la foto de Hemingway está cubierta en parte por un

rótulo (original) por el que el diario le envía el ejemplar a la Biblioteca Mayor de la

Universidad Nacional de Córdoba. Por razones documentales la imagen fue conservada

tal como se halla en el archivo.

Recuerdos de Ernest Hemingway

72

Imagen Nº 13 - Foto “Clarín” 3 de julio de 1961. Pág.20

Imagen Nº 14 - “Clarín” 3 de julio de 1961. Pág. 36

Recuerdos de Ernest Hemingway

73

En la página 36 el gran título a ancho de página “Yo soy tan solo

un aventurero” y un subtítulo “La otra cara del novelista desaparecido

ayer”. Hay dos fotos: una con el torero Antonio Ordoñez, su preferido en

las lidias y la otra, nuevamente como cazador. Hoy puedo decirlo, ya

que por aquella época lo desconocía, esta última imagen no es una foto

propiamente dicha. En realidad, a mi juicio, proviene de un bellísimo

óleo que se halla en Finca Vigía. Más precisamente, según

documentación gráfica proveniente del Museo, estaría en el escritorio

del tercer piso de la torre que hizo construir Ernest. Yo no lo vi. No se

podía acceder en ese momento ya que el sector estaba en reparaciones.

El titulo es parte de lo expresado por Hemingway a Pío Baroja en

su lecho de muerte que se reproduce en un breve texto. Pero allí hay un

error, porque habla que Hemingway “recogió” el premio Nóbel en Europa

cuando tengo entendido que no pudo viajar a la ceremonia por

problemas de salud. El premio le fue entregado por el embajador de

Suecia en una ceremonia privada.

Quizás no viene al caso, pero no me canso de repetir y recordar

que la medalla Nóbel, ese medallón tan preciado con pomposa cadena,

fue donada por el escritor a la Virgen del Cobre, Patrona de Cuba. ¡Qué

gesto! ¡Cuántos sentimientos y emociones estaban puestos allí!

¡Cuántos pensamientos no escritos, páginas y páginas, que quisiesen

equivaler o acunar ese acto! ¡Cuantas contradicciones aparentes y no

tanto, en este Hemingway que no pude entrevistar!

La nota de inicio habla de ese Hemingway, tal como era

reconocido por la época, tal como yo lo escuchaba de varias voces,

Recuerdos de Ernest Hemingway

74

algunas de ellas cercanas a mí. Lo pintaban como el Hemingway

valeroso y sentimental. Era el Hemingway que no temía y buscaba y

desafiaba al peligro. Pero fundamentalmente era el hombre talentoso.

Uno de los más grandes e importantes escritores de la historia de la

literatura. Luego la página se completa con breves notas sueltas sobre

las actividades y la personalidad del escritor.

Los textos de las dos páginas merecen leerse de nuevo quizás

para entender un poco más la importancia del hombre que desaparece

físicamente y deja, como un barco que se aleja, una estela de recuerdos

difíciles de olvidar.

Como a las cinco de la tarde me fui al Córdoba. Estaba ansioso

por ver qué salía. No había nadie conocido. Pero recuerdo que el

portero, solícito, me obsequió un diario y me ofreció otros si quería.

Dije que no. Con uno bastaba .

Si el lector accedió a los textos de los diarios que acompañan

este capítulo habrá observado además de las veces que figura 1898 en

lugar del correcto 1899, estos aspectos:

-1- En todo momento se habla del “accidente”. Como si no

hubiera duda. No hay “investigación” se expresa, sobre como se produce

la muerte, más allá de “lo que dicen” unos y otros. La verdad solo

aparecerá tiempo después. Familia, familiares y amigos en serio, lo

dirán. Pero serán los detractores y envidiosos de siempre los que se

encargarán de difundirla como un oprobio, incluso detrás de palabras

laudatorias.

Recuerdos de Ernest Hemingway

75

-2- El periodismo fue respetuoso de la persona de Hemingway.

Su pública dipsomanía no ha sido mencionada en las notas. Solo se

habla del escritor y hasta puede ser rescatada una mirada benevolente.

El periodismo de ese entonces que yo leí, por lo menos así lo creo,

separó el grano de la cizaña y escribió sobre el valor y la importancia de

ese grano. No se hizo leña del árbol caído. De la cizaña se ocuparían

después los alimentados con estiércol, los detractores y los envidiosos.

-3- Tampoco se habla de su depresión, de los electroshock y esa

tristeza que lo acompañó buena parte de su vida. Aún cuando no lo

confesara verbalmente, sus ojos y su rostro lo estaban expresando. Yo

solo vi fotos. ¡Algunas eran y son tan evidentes!

-4- No se habla de la depresión, repito. Solo se habla de la grave

hipertensión arterial que parece que no lograba ser controlada.

Después se supo que en la prestigiosa Clínica Mayo no lo trataron solo

por la hipertensión. Es allí donde le aplicaron las sesiones de

electroshock. Muy pocos conocían esa información. Hemingway,

además, nunca quiso aparecer como un enfermo. Jamás confesó

dolencias que lo paralizaran. Las sufría y las aguantaba estoicamente.

Pero creo que su lucidez, más allá de los médicos y más allá de sus

achaques, le permitió tener una clara conciencia de lo que le estaba

pasando

-5- Es cierto que entrelíneas se detectan contradicciones. Pero

hay mesura en las palabras. Lo real es que, como también se conoció

después, Hemingway estaba mal, muy mal. Mucho peor de lo que el

mundo creía. Allí me di cuenta que los informes que recibí en Buenos

Recuerdos de Ernest Hemingway

76

Aires, se acercaban bastante más a la realidad de lo que yo pensaba o

por lo menos lo que yo creía.

Los días siguientes seguí leyendo todos los diarios. Por ejemplo

el día 4, el vespertino Córdoba me sorprendió con un título a 2

columnas que decía: “Funeral católico para Hemingway”.

Imagen Nº 15 - “Córdoba” Martes 4 de Julio de 1961. Pág. 2

Recuerdo que me llamó la atención. Es curioso como en el cable,

que también es de UPI, el médico forense aparece ahora como coronel

Goldrick con declaraciones que dejan una duda, como por ejemplo que

“ahora la gente podrá creer lo que quiera” respecto a si Ernest se suicidó

o murió accidentalmente. Pero la policía fue más clara porque dijo que

Recuerdos de Ernest Hemingway

77

murió “…por el disparo de una doble carga de municiones de la

escopeta que lo hirió ‘desde la boca hacia arriba’”. En fin, si alguna

confirmación se esperaba por el suicidio, este último informe la

efectuaba casi directamente. Sin embargo el funeral iba a ser y fue

católico. El cable concluye con el elogio del gran escritor soviético Ilya

Ehrenburg en un tributo especial a Hemingway por radio Moscú

De paso, este día hay notas por la fecha especial, la

Independencia de los Estados Unidos y me enteré que el primero de este

mes murió Louis Ferdinand Céline, otro grande de la literatura universal.

Parece que, a propósito, tardíamente fue dada a conocer su muerte. No

hay más detalles. Mi conocimiento de él era escaso, pero suficiente para

saber que era importante.

Pero las noticias sobre el escritor ya habían perdido para mí su

importancia. El cierre del ciclo fue cuando informaron lo que

humanamente se trató de tapar: Ernest se disparó una escopeta en la

boca. Fue un suicidio y no un accidente. No cambió las cosas. Pocos

creyeron en el accidente. Me parece que la mayoría, conociendo el

carácter del “Viejo”, anticiparon que decidió lo que decidió y punto. Sin

tapujos, sin vueltas.

Si algo faltaba agregar, mi admirado amigo moría por su propia

mano. Se suicidaba, siguiendo un modelo de muerte que ya había

ejercido su padre con un revólver y que años más tarde, y con otras

formas, también marcaría a otros miembros de su familia.

También debo confesar que ni por asomo me atreví a pensar en

escribir algo y mucho menos en proponer al Secretario de Redacción

Recuerdos de Ernest Hemingway

78

una nota de fondo. Es probable que no hubiera sido aceptada, ya que

había escritores de prestigio en el diario para abordar tal tema. Sin

olvidar, por otro lado, lo ya observado sobre la filosofía del matutino

que no coincidía con el perfil de vida de mí amigo. Ya sabía que en

general era rechazado como fueron rechazadas algunas demostraciones

mías.

A mí me pareció que la muerte del “Viejo” no tuvo gran

repercusión local. Murió, se suicidó el Premio Nóbel, decían, pero nada

más. Por aquí se hablaba así. Había que ver que decían en el exterior.

No pude comprar los diarios del exterior. Los traía el consabido

Emporio de la Revistas. Llegaban si, pero su precio no era accesible. Las

revistas eran más caras. Revisé algunas que tampoco pude adquirir. Si

compré la revista LIFE en español y un ejemplar del Time. Por lo tanto

no pude comprar todo lo que yo quería y necesitaba para informarme y

tener mi propia documentación, aún cuando disponía de un crédito

generoso y flexible. Pero lo poco que tenía alcanzaba y lo iba guardando

en el diario. No sabía que estaba cometiendo un error del que me

arrepentiría siempre. Menos de un año después perdería para siempre

ese material y todo lo relativo a Hemingway, Vito Dumas y el viaje a

Estados Unidos.

Por otro lado, cuando esa tarde casi noche ya, debí aceptar el

hecho, sobre todo por lo que la esposa decía a la prensa, me di cuenta

que había perdido a alguien muy importante para mí. El desafío del viaje

era el desafío de la entrevista. El contacto personal con el escritor se

agigantaba con el viaje en si mismo. La gente de la época solo veía el

Recuerdos de Ernest Hemingway

79

viaje e ignoraba, seguía ignorando mi proyecto secreto, mi proyecto

“encuentro”. Aunque alguna vez llegué a comentarlo con personas de

cierta confianza, jamás lo declaré como tal. Recién hoy al escribir sobre

este tema me permito dar detalles y precisar el asunto tal como fue.

La muerte del “Viejo” fue un golpe muy fuerte. Murió una

persona a la que yo apreciaba a la distancia. Desde luego que por esa

época yo lo admiraba, como muchísima gente que me rodeaba y ya lo

expresé al respecto. Pero el tema pasaba por otro lado. Su trayectoria

resumía expectativas y sueños personales. El ser periodista, ser

corresponsal de guerra y con suerte, ser escritor. Pero en este caso,

todo eso venía enmarcado por una fuerte personalidad. ¡Vaya

personalidad! Con el tiempo sabría que Ernest había marcado lugares y

gentes. Pero había algo mucho más importante, pues había generado un

estilo periodístico y otro literario. En este hecho bifronte estaba como

siempre esa polémica, a veces escondida, a veces manifiesta, que brega

oponiendo ferozmente el periodismo a la literatura. Quizás uno y otro,

por ahí, sean uno solo, pero mirados desde trincheras diferentes en

guerras diferentes en un mundo en el que todo se parece a nada. A

priori, lo fundamental y común a ambos y que se necesita en uno y en

otro es el talento más el trabajo. No es poca cosa.

Así, la despedida del “Viejo” fue sin ninguna duda dolorosa para

mi porque era en cierta medida un modelo, una referencia. Lleno de

defectos ya lo sabía, pero hizo cosas que yo quería hacer. ¿Cómo se

hace para hacerlas? ¡Yo quería preguntarle a él mismo! Con el tiempo,

Recuerdos de Ernest Hemingway

80

algo con forma de respuestas llegaron, quizás tardíamente, porque no

pude encontrarme con el.

También debo afirmar que la despedida del “Viejo” me

sorprendió pero fue como un mensaje que no me quitó fuerzas. Si me

dio tristeza y desánimo pero no me amilanó. Claro a esa edad no es

común retroceder, ni siquiera ante la muerte. Al fin al mismo

Hemingway le pasó en Italia siendo muy joven. Pero allí fue donde al no

poder dar marcha atrás al viaje por la reserva efectuada y el dinero

puesto que se perdía en ese caso, yo mismo con mi padre dijimos que

las cartas estaban echadas. Además, el era bastante escéptico de que yo

lograra el encuentro. Tampoco disponía de dinero para ir a Ketchum.

Pero yo ya sabía que conseguiría prestado. Rizzutto me lo dijo y es más,

lo hizo apenas nos encontramos en Nueva York. Pero para ese entonces

el adelanto monetario solo me sirvió para sobrevivir en la Gran

Manzana.

De esta forma, el 2 de Julio marcó el fin de una agenda juvenil

llena de expectativas. Ese día, a la madrugada, allá lejos en Ketchum,

adonde yo pensaba ir, Ernest Miller Hemingway, alias “El Viejo”, alias

“Papá”, decidió que, si no podía vivir como los animales que había

matado, prefería no vivir. Fue un acto supremo a quien la vida se le

había vuelto insoportable sino era bajo los esquemas y pautas que el

siempre había impuesto. Ese día, cuando sonó el teléfono y mi amigo

me contó lo que estaba diciendo la radio, concluyeron todas las

expectativas. La gran Manzana me recibiría sin otra idea que la de

Recuerdos de Ernest Hemingway

81

seguir adelante. Como ya lo dije, no se podía cambiar o devolver el

pasaje. La fecha de octubre en estas condiciones era casi inamovible.

Mientras tanto, ¡Cuantas cosas se han dicho y se pueden decir

hasta el día de hoy! Pero yo, aceptando todos mis errores y mis

defectos, quiero concluir diciendo lo siguiente: Mi amigo, hombre de

decisiones, tomó la postrera, la que no tiene retorno. Con los años,

¡Tantas cosas leí sobre esto! Tantas críticas sobre este ritual. El samurai

ejecuta su sepukku como un acto final. Tiene derecho a él por nobleza,

valentía y convicción ética. Se podrá hablar de la depresión, se podrá

hablar de las enfermedades, se podrá hablar de religión. En fin, se podrá

argumentar desde los cien puntos de vista en contra y de la media

docena a favor, si es que existen tantos. Pero es, a la vez, un acto

supremo de locura y lucidez. Si. Juntos. Si, es difícil reconocerlo. Es el

“no va más” en la ruleta de la vida. Nadie quiere dejar de jugar, dejar de

apostar a que gana. Y esa ruleta es más implacable. La del casino

condena a la pobreza material. La de la vida condena a la agonía física y

espiritual. Sin ninguna duda esta es más terrible.

Es posible que nadie tenga derecho a quitarse la vida. Pero todos

tienen derecho a no sufrir13.

Las imágenes de este Capítulo y las Fuentes seleccionadas

13 La filosofía y las ciencias vienen trabajando sobre este tema. Es delicado, es cierto,

pero si tanto se habla y brega por la calidad de vida, ¿No es posible hacerlo por la

calidad de muerte? Está claro que el caso del suicidio es absolutamente diferente. Pero

ya se habla de “suicidio asistido”. Hay casos y el debate está abierto. En otra

oportunidad hablaré de esta cuestión en relación a Hemingway.

Recuerdos de Ernest Hemingway

82

Para este capítulo muy especial, porque se trata cuando me entero de

la muerte del “Viejo”, he revisado de los archivos existentes en Córdoba los

diarios de entonces. Lo hice por tres motivos a saber: El primero y más

importante para mi fue revivir a mi manera como recibí una noticia en la cual

no creía. Y tras ello, en ese entonces despreocupado, juvenil y pujante

momento, tomar conciencia de lo ocurrido. Por ello solo empleo los diarios a

los que tuve acceso inmediatamente y no otros periódicos y revistas del

extranjero como Life o Esquire (Hemingway, no hace falta apuntarlo en

demasía, escribió en ambas) por ejemplo que le dieron tanto espacio. Aunque

ahora se puede acceder a ellas, a los fines de situarse en la época hay que

aclarar algo: las revistas llegaron a Córdoba, bastante después de la muerte del

escritor. Para mí, fueron los tres diarios locales y los tres capitalinos

seleccionados, los protagonistas de la información periodística del suceso y así

lo deseo hacer constar. Fueron ellos, con sus notas sobre lo que había

sucedido, los que me impactaron y conmovieron. Las revistas fueron revisadas

cuando llegaron más que nada por curiosidad. Pero ellas no fueron los

disparadores de las emociones vividas en esas horas que conformaban solo un

par de días: el 2 y el 3 de julio de 1961.

El segundo motivo fue reconstruir aquellos momentos de mi proyecto

personal a partir de la documentación periodística sin confrontarla con mis

recuerdos. No vi los diarios de la época hasta que no tuve los cuatro primeros

capítulos escritos. Recién entonces visité los archivos, pero este capítulo ya

estaba casi armado a partir de los recuerdos. No lo pude evitar. Algunos de

ellos demasiados personales para ponerlos aquí.

El tercer motivo fue y es poner a disposición de los lectores los diarios

de 1961. Por ello especifico el lugar en que se encuentran las colecciones.

Recuerdos de Ernest Hemingway

83

He seleccionado en primer lugar los diarios de mi ciudad y había tres:

Los Principios y La Voz del Interior eran matutinos. El Córdoba era vespertino.

En la actualidad y con más de un siglo de existencia solo queda La Voz del

Interior. Los otros dos diarios ya no están.

Luego de los diarios de Buenos Aires también ubiqué a tres: La Nación,

La Prensa y el Clarín todos matutinos. En la actualidad ya no está La Prensa.

Puesto en esta tarea, revisé los diarios de entonces y específicamente

del lunes 3 de julio. ¡Qué impacto, qué golpe, me produjo encontrarme cara a

cara de nuevo con esos textos que hoy tienen casi medio siglo! Tuve que

disimularlo, pues me hallaba rodeado de gente. Debí absorberlo en silencio.

Algo así como un fuego se apoderó del pecho y la garganta. ¡Cuánto tiempo,

cuántos hechos!, me decía. En el caso de Los Principios fue más brutal por que

yo vi armar la página pero además, pasó que revisando el tomo del mes de

julio, encuentro por azar una nota mía sobre náutica. Debe haber otras, pero

no quise reencontrarme con ellas. Tenía demasiado con la fuerte conmoción al

ver los artículos sobre “El Viejo”. ¡Cuanta fuerza tiene ese pasado! ¡Cuanta

fuerza hay en esa memoria, hecha papel amarillento, orgullosa de su destino

para cuanta historia quiera contarse!

La primera visita fue a la Hemeroteca de la Biblioteca Mayor de nuestra

jesuítica Universidad Nacional de Córdoba. De esa bella, misteriosa y

centenaria biblioteca son las imágenes de Los Principios, el Córdoba, La

Nación, La Prensa y Clarín. La imagen de La Voz del Interior fue obtenida de la

Hemeroteca de la Legislatura Provincial sita en el antiguo Cabildo de la ciudad.

Detalles de las imágenes

Del lunes 3 de julio de 1961.

Imagen n° 8. Los Principios: Página 3 columnas 6 y7, sin foto.

Recuerdos de Ernest Hemingway

84

Imagen n° 9. La Voz del Interior. Página 5 columnas 1 a 5, sin foto.

Imagen n° 10. La Nación: Página 2, columnas 1 a 3, con radiofoto.

Imagen n° 11. La Prensa: Primera página, primera plana columnas 8 y 9,

con foto.

Imagen n° 12. La Prensa: Página 2. Columnas 4 a 9.

Imagen n° 13. Clarín: Primera página, foto en primera plana a la derecha.

Imagen n° 14. Clarín: Páginas 20 y 36 completas, con fotos, ilustraciones

y recuadros.

Del martes 4 de julio de 1961.

Imagen n° 15. Córdoba: Página 2, columnas 1 a 3, sin foto.

Colofón

Aquí estoy, a casi cincuenta años de aquel suceso. Por lo que hace a

cifras redondas los cincuenta parecen tener más importancia que si fueran

cincuenta y uno o los cuarenta nueve actuales. Vaya a saber que información,

notas y comentarios aparecerán en el año 2011. Siempre estos aniversarios

redondos sirven para mostrarse con algo escrito y hasta con algo nuevo. Los

investigadores y los especialistas podrán aportar nuevos conceptos o

informaciones sobre Hemingway, su vida y su escritura.

Yo anticipo hoy que el 2 de julio del 2011 voy a caer en el lugar común

de leer todo lo que salga publicado. También, en el lugar común de brindar

por el recuerdo de mí amigo. Como Gregorio Fuentes lo hacía con un etiqueta

negra, si lo tenía a mano, yo lo hago con un daiquiri a mi estilo o un martini

clásico. La primera copa del atardecer de ese día será a su nombre. El último

lugar común a practicar es tratar de escribir lo mejor que pueda. Cualquier

cosa que escriba. Darle forma a los textos que esperan. Suena como una

Recuerdos de Ernest Hemingway

85

pequeña venganza actual de una anacrónica frustración. El “Viejo” aguarda a la

vuelta de cada página. El y sus consejos están vigentes.

——===(())===——

Recuerdos de Ernest Hemingway

86

Capítulo 6

Imagen Nº 16

Con la muerte del gran escritor y periodista, mi entusiasmo ya no

fue el mismo. El viaje estaba armado, confirmado y sin posibilidades de

retroceder. Podía decir que las cartas estaban echadas. También debí

aceptar que el contenido de mi agenda cambiaba. Otros temas que me

interesaban llenarían a su manera un espacio importante. Sin embargo,

el vacío que se había producido ya no estaba ocupado por pretensiones

o ilusiones. Tampoco había anhelos o esperanzas. No se hallaba esa

inquietud producto de los grandes desafíos. Las cuestiones que me

aguardaban eran más puntuales y accesibles.

Recuerdos de Ernest Hemingway

87

Algo curioso que me sucedió y se extendió por bastante tiempo

fue que dejé de leer sobre Hem. No concluí aquel artículo empezado y

esperé que la Gran Manzana me diera algo de él, que me transmitiera

algo de su espíritu. Afortunadamente esto sucedió y generosamente.

El tiempo siguió corriendo lo suficientemente apresurado como

para que llegara septiembre y con el la visa otorgada por el vicecónsul14

y la leyenda “journalist” (en inglés, periodista) escrita por su propia

mano y con letra importante que, yo no lo sabía, pero para la época y en

ese momento, constituía una “llave” capaz de abrir muchas puertas. Otra

vez fue Rizzutto quien me advirtió sobre ello.

Llegó también la ansiada entrevista con Vito Dumas en aquel

altillo de su casa en Vicente López, Buenos Aires. Dumas el hombre de

campo, Dumas el marino, Dumas el pintor. Un poeta del mar, un

bohemio del mar, un romántico rezagado en un mundo beligerante y

conflictivo. Pero él, debo decirlo aquí, motivado por las preguntas,

también me habló de Hemingway y de “El viejo y el mar”. Con autoridad

me habló de su viaje, de mi viaje, de la aventura y los aventureros. Y

siguió hablando de él y nuevamente de Hemingway y otros personajes

simpáticos y geniales. El París del escritor, era el París de él. Toda mi

vida, hasta hoy, le agradecí a Don Vito la fuerza que me brindara en esa

charla, la única que tuvimos. Yo le agradezco sus palabras, sus

14 En ese momento Thomas G. Brown

Recuerdos de Ernest Hemingway

88

recuerdos, sus confesiones y esa bella acuarela que cierra este texto 15.

La he puesto aquí como un homenaje al mar y a los que aman el mar.

Así, ella va por Hemingway, por Dumas, por Neruda, por Conrad, por

Stevenson y podría seguir en una larga lista de nombres hasta el

presente. El mar, siempre el mar.

Y llegó el momento del viaje. ¿Papeles? El pasaporte ya

mencionado, una nota del Juez de Menores autorizando mi viaje y

solicitando la colaboración de las autoridades llegado el caso y una nota

de apoyo del Circulo de la Prensa de Córdoba acreditando mi

pertenencia a esa Institución 16.

La noche del 14 de octubre y sentado en la butaca 14-E

despegué a la Gran Manzana. Una docena de horas más tarde sentí una

enorme emoción cuando el avión enfiló hacia Manhattan dejando la Isla

de la Libertad a su derecha. Pude saludar a la dama hermosa y

misteriosa que la habita hasta ahora. Luego el aeropuerto de Idlewild 17

y más tarde Brooklin me dio la bienvenida y me empujo directo a

Manhattan. Era un domingo bastante frío de octubre. Parecía aburrido y

tedioso como todos lo domingos en pleno centro de una gran ciudad.

Sin embargo ¡Qué cómodo me sentí! Por razones de trabajo, había

15 Nota del Autor: Tengo en preparación un texto sobre Vito Dumas y allí relato la

cuestión de la entrevista y por supuesto el tema de la acuarela y otro recuerdo que

conservo en mi gabinete de trabajo.

16 Refrendada por el entonces presidente Enrique Ros Escobar

17 Tiempo después del magnicidio que conmovió al mundo, se impuso a este

aeropuerto el nombre del presidente asesinado, John Fitzgerald Kennedy

Recuerdos de Ernest Hemingway

89

pasado muchos domingos en Buenos Aires. Tanto allí como aquí en

Nueva York sentí la ciudad como mía y creo que entonces la Gran

Manzana me adoptó.

Mi primera idea era ir derecho al Hotel Aberdeen en la calle 32,

dejar mis cosas y salir. Tomé un taxi. El conductor, un afable

portorriqueño, conocía el hotel y comenzamos a charlar sobre mi viaje.

Cuando supo que era periodista y seguidor de Hemingway (¡Qué fama la

de este Viejo!), sin cobrarme un peso más, me ofreció dar un paseo por

el centro de la ciudad que se hallaba desierto. Circulamos despacio por

la Quinta Avenida, por Broadway y de paso me mostró el imponente

Waldorf Astoria para poder ir a la mañana siguiente al inicio de la

Asamblea. Yo sentado en el asiento al lado suyo miraba sin poder creer

cuanto veía. También hice una pregunta práctica en nombre de los

reclamos de mi estómago: Hoy domingo, ya casi la tarde, ¿Dónde se

podía comer? ¿Pregunta difícil? ¡No! A unas cuadras del hotel estaba el

Cuba Libre Bar 18 que abría los domingos algo antes de las once. Allí

servían un “brunch” 19 muy bueno. Luego permanecía abierto hasta las

18 El Cuba Libre era un bar de hispanos parlantes y la mayoría cubanos, pero su

nombre más allá de la intencionalidad política, rememoraba el tradicional trago largo

de idéntica apelación: Ron, bebida cola y lima (¡no limón!)entran en su preparación. El

origen del cóctel se remonta a fines del siglo XIX y tiene nombres y variaciones según

la geografía. Para Estados Unidos era Rum and Coke (¡Coca Cola no Pepsi!) y allí,

llevaba limón. La lima se reservaba para el Daiquirí.

19 Contracción de las palabras breakfast y lunch, desayuno y almuerzo, en especial

para los días domingo o tras una juerga un tanto extensa para combatir la resaca.

También estaba de moda en ese momento hablar del “hang over”). El brunch era algo

típico de Estados Unidos, sobre todo Nueva York y por esa época. Después se

Recuerdos de Ernest Hemingway

90

cinco de la tarde y cerraba hasta el otro día. Anotó los datos en

una tarjeta suya. Cuando fuera debía preguntar por Rosario. Ella era una

cubana casada con un primo de él. Esta señora podría ponerme al tanto

en español, lo cual era fundamental, acerca de cuanto quisiera saber. Sin

que ninguno de los dos lo advirtiera, este señor me estaba dando un

dato más que importante. Yo no lo sabía, todavía, pero allí me

encontraría con cubanos exiliados que me hablarían de “El Viejo”.

El Cuba Libre Bar, más allá que su nombre sonaba a trago largo,

en realidad hacía mención a la República de Cuba sin el régimen

castrista como le llamaban los exiliados. Aunque argentino como el Che

y frecuentar por unos días un bar latino con mayoría cubana, jamás,

ninguno de los que allí conocí, hicieron mención alguna a mi

nacionalidad en relación al comandante, mano derecha de Castro. Pude

observar que, de la misma manera, desaprobaban el régimen de Batista,

el gobernante derrocado por Castro, habiendo incluso apoyado, en un

principio, la acción militar de este. Con el tiempo, me explicaron el

origen del éxodo masivo. En general, puede decirse que los cubanos de

allí discutían sobre política internacional, pues había varios intelectuales

entre ellos y se hallaban muy bien informados. Pero también hay que

decir que el impacto de la derrota en Bahía de Cochinos en abril de ese

mismo año fue muy grande. Los comentarios daban para mucho y la

desazón era muy marcada.

popularizaría comercialmente con distintos niveles. A veces, en la actualidad, se lo

encuentra como un refinamiento epicúreo con menús sofisticados.

Recuerdos de Ernest Hemingway

91

Pero no solo de política me enteré allí. Me preguntaron que

hacía y por ahí algo mencioné de la reunión de la SIP, del periodismo y

por supuesto de “El Viejo”. Uno de ellos me anticipó que en la reunión

que mencionaba hallaría quizás a algunos cubanos que frecuentaban el

bar. Sin mucho más volví al hotel para alistarme para la gran jornada de

mañana.

Al día siguiente llegué quizás demasiado temprano a la apertura

de la Asamblea pero inmediatamente me acreditaron como “Observador”

Imagen Nº 17.

Recuerdos de Ernest Hemingway

92

con un marbete con cinta amarilla que aún conservo en mi Rincón

Hemingway. Más tarde contacté a mi Director y a Rizzutto.

Aproveché el tiempo para recorrer el Waldorf Astoria. De abajo

hacia arriba y viceversa. Luego visitaría la imprenta situada en el último

piso, que editaba una bella revista que actualizaba la actividad de este

gigantesco y famoso hotel. Desde el comienzo de la mañana, empecé a

dialogar con algunos de los periodistas presentes y con observadores

acreditados como era mi caso. Todo el mundo se presentaba y había

mucha cordialidad en el ambiente. Fui recibido con gran simpatía y

respeto actitud esta que agradezco hasta el día de hoy.

Entre los periodistas que conocí estaban los cubanos con

publicaciones en el exilio. Tras algunas charlas preliminares

comenzaron a cumplirse las primeras expectativas acerca de “El Viejo”.

Por ejemplo, uno de esos periodistas, el director de la revista Avance,

Jorge Zayas, lo había visto y saludado algunas veces en los periplos

habaneros del escritor. Una sola charla con él había abierto la

posibilidad de una nota, sin pretensiones de entrevista.

En breve tiempo los cubanos me brindaron información con

mucha confianza. Pero es que había algo impredecible que hasta

sorprendió a Rizzutto, al Director de mi diario y a otros a quienes conté

el hecho. Es una anécdota que refiero con mucho afecto. El tema es que

mi primer apellido coincidía con el de un gran maestro “torcedor”20

20 Torcedor/ra es el nombre que reciben los artesanos que fabrican los cigarros a

partir de la hoja de tabaco. Ellos, con destreza, enrollan-tuercen- la hoja que va a ser

Recuerdos de Ernest Hemingway

93

exiliado. Pero no terminaba allí la cuestión. Su nombre completo, Juan B.

Sosa 21, coincidía con el de un tío mío, hermano de mi padre, que por

esa época aún vivía. De alguna manera esto me ligó a una comunidad no

solo cubana, sino latinoamericana que por supuesto fumaba cigarros y

de los cuales aprendí sobre el tema 22.

Mi relación con los periodistas era cada vez mejor y ello me

permitió efectuar preguntas sobre “El Viejo”. Empezaron a aparecer

algunos nombres. No eran conocidos para mí que carecía de

información fidedigna y actualizada. Por ejemplo: ¿Quién era García M?

¿Quién era Cabrera I? Una noticia me sorprendió: ¿Novás Calvo en

Nueva York? No me lo esperaba. A esa persona si la ubicaba. Además

había leído sobre él. El escritor y periodista cubano Lino Novás Calvo,

fue colega de Hemingway como corresponsal en la guerra civil española.

Más tarde la amistad continuó y se profundizó a través de los años. ¿Su

importancia…? ¡Nada más ni nada menos que según me enteré allí, fue

tripa, luego envuelven la capa que pegan con gutapercha y coronan el cigarro con una

trozo de hoja de la capa. Cortan el excedente con una guillotina calibrada. Un buen

torcedor puede estar en los 120-150 cigarros diarios. Hay también los que hacen 200.

Para la época en que relato esto era una curiosidad. El primero que conocí en Nueva

York fabricó ante mí y me obsequió, una media corona que fumé mientras lo

acompañaba en su trabajo y me hablaba de la planta de tabaco. En ese momento

empleaba hojas de tabaco provenientes del Estado de Florida

21 Hoy es una empresa y marca tradicional. Los cigarros que producen compiten a

gran nivel y son requeridos por los conocedores. Su fama es más que merecida. Por

afecto, por el apellido y como fumador de cigarros, me debo desde hace años un

contacto con ellos.

22 Los cubanos no solo me hablaron sobre Hemingway sino que me enseñaron sobre

dos temas que hasta hoy me apasionan y sigo de cerca: el tabaco y el ron.

Recuerdos de Ernest Hemingway

94

el único autorizado por el escritor para traducir al español “El viejo y el

mar”! Con eso estaba todo dicho.

Cabrera I, era Guillermo Cabrera Infante gran periodista y gran

escritor cubano. Yo no había leído nada de él y me recomendaron su

lectura. Sus textos se podían conseguir en Nueva York y me dieron una

dirección (seguramente que en Buenos Aires y en Córdoba también los

hallaría). Me dijeron que estaba muy “ligado al cine” y que sus textos

permitían una lectura entretenida aunque abigarrada. Esta era la

opinión. De García M. supe que era un periodista colombiano que tenía

una oficina en Manhattan. El era representante de la agencia Prensa

Latina 23 y quedaron de conseguirme la dirección. Aquí, en Nueva York,

se decía que este periodista “Supo verlo al Viejo…” Aunque no se sabía

con precisión donde ni como y si habló o lo entrevistó. También

acotaron que este colombiano, que era amigo del régimen castrista,

“Admiraba el estilo de escritura del Viejo y debe haberlo visto o visitado

en Finca Vigía en algunos de sus viajes a Cuba”.

Con los años me enteré que no fue así. Pero en realidad me

enteré de dos hechos a saber: El primero es que ese colombiano García

M., no muy querido por los cubanos por su amistad o filiación con

23 Curiosamente, muchos años después, en 1996, leyendo los Reportajes de Paris

Review encuentro que Cabrera Infante recuerda que corría abril de 1961 y al respecto

con su fino humor contaba: “…Parecía que el tipo a cargo de la agencia (Prensa Latina)

en Manhattan había salido tan apurado de la ciudad que ni siquiera se había molestado

en cerrar con llave la puerta de la oficina. Le preguntamos (Cabrera Infante y otros)

quien era. Oh, nadie (respondió el interlocutor), sólo un periodista colombiano, sin

importancia, llamado García Márquez”.

Recuerdos de Ernest Hemingway

95

Castro, empleaba solo la inicial de su segundo apellido como también lo

hacían ecuatorianos, nicaragüenses, mexicanos etc. Su nombre

completo, era, en realidad es, para disgusto personal de no haber

sabido más acerca de él en ese momento: Gabriel García Márquez. ¡Qué

otra cosa puedo decir que su escritura, traduce en buena parte el alma

de esta parte de América! “Gabo”, como familiarmente se lo conoce,

representa la literatura, el espíritu y también la identidad de esta

hermosa y no pocas veces trágica, región del mundo.

El otro hecho es que “Gabo”, confeso admirador de Hemingway,

no lo vio en Finca Vigía. En realidad el encuentro con él es en París y la

anécdota conocida desde hace tiempo, de una u otra forma, reaparece

recientemente en el año 2007. La oportunidad es propicia, pues lo hace

con una edición de los Cuentos de Ernest Hemingway 24. En el texto, a

manera de Prólogo, García Márquez dice allí: “Lo reconocí de pronto,

paseando con su esposa, Mary Welsh, por el bulevar de Saint Michel, en

París, un día de la lluviosa primavera de 1957…” y confiesa que se

encontró dividido entre sus dos oficios rivales: El periodismo y la

literatura. Es un texto breve, pero sigue siendo bueno leerlo y re leerlo.

Hay mucho allí, para el que escribe, para el que lee.

24 Ernest Hemingway.: Cuentos. Con Una evocación de Gabriel García Márquez.

Traducción de Damián Alou. Editado por Lumen, Buenos Aires, junio de 2007. El texto

de García Márquez ya había aparecido bajo el título original de “Mi Hemingway

personal” el29 de julio de 1981. Una observación para el lector que me acompaña: La

foto de tapa está acreditada a John Bryson/Corbis y fue tomada al escritor en Ketchum,

Idaho el 1ro de Febrero de 1959. ¡Cuanta tristeza y cuanta desesperación hay en los

ojos de ese hombre! ¡Cuánto dice ese rostro, a dos años y meses del final!

Recuerdos de Ernest Hemingway

96

A todo esto, ¿Qué diablos hacía yo metido en esta gigantesca

ciudad y rodeado de periodistas de diverso origen? Tomaba los apuntes

que podía durante el día. A la noche, en el hotel, a veces hasta tarde, los

releía y pasaba en limpio. Logré adquirir una máquina de escribir

portátil marca Olimpus que estaba casi sin uso, por muy pocos dólares y

no me cobraron el impuesto (tax) 25. Pero con ella tuve un

inconveniente. Hacía mucho ruido al teclear y ese golpeteo, a veces

intenso, traspasaba las delgadas paredes e invadía otras habitaciones.

En el hotel me llamaron la atención. Sólo la podía usar hasta

medianoche. Luego, silencio y ¡A escribir a mano! La habitación era

poco aseada y menos confortable. La calefacción funcionaba a medias y

¡También hasta medianoche! Con este tema de la medianoche había

algo de reminiscencia del cuento de La Cenicienta, asimismo mi

experiencia en un pueblo en el interior de mi país que había luz y agua

hasta medianoche y quizás y sólo como título de las películas, hoy

agrego “Permiso de amor hasta medianoche” sin olvidarme de “Expreso

de medianoche”. ¡En fin!

En ese octubre empezaba a hacer frío y yo no tenía ropa

adecuada. La habitación, por ahí y sin pedir permiso alguno, dejaba

25 Un detalle: Por esa época Olivetti presentó en sociedad el modelo Lettera 22. Lo

expuso en Nueva York en su casa de la 5ta Avenida. Para mi y algunos otros era

inaccesible por el precio. La máquina estaba instalada en un pedestal de mármol

delante de la entrada de la empresa. Allí, mañana, tarde y noche, con la casa a oscuras

incluso, la máquina permanecía sin protección alguna y sin estar fijada o atornillada a

su base. Uno podía levantarla, darla vuelta, escribir, etc. Varios lo hicimos. Los que

vivían allí dijeron que así estaba desde hacía un mes. Los latinoamericanos

observamos ¡Nadie la sustrajo, ni le hizo daño!

Recuerdos de Ernest Hemingway

97

circular libremente en perfecta coordinación entre la ventana y la puerta,

una brisa gélida, casi polar, zona de la cual no estábamos tan lejos.

Pero yo me sentía bien. Tenía una mesa con una lámpara vieja y

maltrecha. Me sobraba el tabaco. Había traído una de mis pipas Crisol y

comprado aquí tabaco Prince Albert en cajita de lata (en mi colección

conservo una). Tenía mis cigarros prácticamente gratis (gracias a los

cubanos y portorriqueños que sabían que yo no tenía un céntimo de

más) y hallaba mis cigarrillos Chesterfield en cuanta máquina

expendedora que encontraba en la calle. Incluso en el hall de mi hotel

había una y al lado de ella me proveía de un café muy malo a partir de

una máquina automática. A pesar de que parecía un café preparado sin

café, el líquido caldeaba el interior del cuerpo y me ayudaba a paliar el

frío. Así y arropado con una colcha podía trabajar. Cuento todo esto

porque, entre el lujo y la suntuosidad del Waldorf Astoria en el que con

inmensa amabilidad y sin importarles quien era yo, me brindaron un

pequeño gabinete de trabajo (con calefacción ad hoc, ¡Por supuesto!),

máquina de escribir, teléfono y café y la humildad y sencillez de mi

hotel con su fría y sucia habitación, empecé a tomar las notas y a

escribir algunos textos que hoy estoy recuperando o rearmando como

tales y que por aquel entonces pensaba en términos, casi ampulosos, de

una tetralogía. A ambos lugares les debo mucho y al Waldorf y sus

detalles, en especial, un relato dedicado al “Viejo” y haber degustado el

Martini clásico por primera vez en mi vida 26.

26 Sería ingrato no mencionar aquí al Hotel Saint Regis al que también debo un relato

que ya está concluido.

Recuerdos de Ernest Hemingway

98

¿Qué decían mis apuntes específicos sobre Hemingway? Porque,

aclaro, que también tomaba notas sobre los temas que trataba la

Asamblea y que cada vez me interesaban más. Pero aquí se trata del

escritor y los apuntes sobre “El Viejo”, sobre “Papá”, como le llamaban la

mayoría. Pues bien estas notas, aisladas al comienzo, empezaron por

coincidir en los testimonios y fueron, con el correr de los días.

aumentando en volumen y densidad. Las fuentes eran diferentes y

provenían incluso de medios sociales diversos. “El Viejo” era un

personaje en Cuba. Nadie ignoraba su existencia, más si se tiene en

cuenta que la concentración de habitantes de esa época distaba mucho

de la actual. Aquella Habana, sin el turismo internacional que hoy

frecuenta Cuba, debe haber estado bastante vacía y los vecinos y

asiduos a los lugares destacados, podían conocerse unos a otros.

Además, era imposible que Hemingway pasase desapercibido.

Para esa Habana de entonces, parece como cierto y seguro que

“El Viejo” era afectuoso y muy generoso, pero distante. Así, por ejemplo,

él ayudó a mucha gente humilde que necesitaba unos pesos. El los daba.

Jamás los reclamaba. Eran préstamos sin retorno. Chicos y grandes se

beneficiaron de la mano suelta del escritor. Pero su intimidad era otra

cosa. El no se daba con nadie salvo con los amigos que venían a

visitarlo. Parece que ni siquiera Gregorio (Gregorio Fuentes, el gran

socio en las aventuras marinas) podía definirlo. Era muy cierto que

Gregorio era compañero de ruta y juntos pasaban muchas horas

buscando y pescando las presas. Pero, por más que se dijera, no fue su

confidente.

Recuerdos de Ernest Hemingway

99

Una frase clave y que me quedó grabada, sin necesidad de

anotarla, aún cuando luego lo hice por hábito, fue la siguiente:

“Hemingway conversaba con quien el quería. Pero no siempre el que

quería conversar con Hemingway podía hacerlo”. Ya sea por su fama,

por su personalidad, por su buscado aislamiento y su permanente

distancia, la gente lo apreciaba porque era amable y respetuoso, pero

no se podía decir que todos lo querían o que generara afecto. No era

una persona accesible se encontrara en El Floridita de la Habana, en el

Ritz de París, en Sloppy Joe’s de Key West o en el Waldorf en Nueva York.

El era el mismo en todos lados. No había afectación. El era así.

Mientras escuchaba esto no dejaba de pensar en mi pretendida

entrevista con el escritor. ¿Habría accedido? ¿Lo habría hecho con un

periodista joven, inexperto, llegado de tierras tan lejanas…? Quizás no.

¿Quizás si? ¿Cómo hubiera sido si hubiera accedido? No importa

especular. ¡Con eso bastaba! Lo demás ¡Vaya a saber! Lo real es que

nunca lo sabré.

También hay otra cuestión, siempre según lo que me dijeron.

Parecía que más allá de todo lo que hacía socialmente y cuantos lo

frecuentaban o lo requerían, él buscaba su soledad. Era un hombre

solitario. Este hombre tan social, tan popular era, por el contrario, algo

así como un lobo estepario. Un artículo en una revista de la época,

hablaba de esta soledad de Hemingway, que por entonces me

mencionaron. Hoy pregunto, ¿Es la soledad que buscan o pretenden

muchos (¿casi todos?) escritores? ¿Es la soledad necesaria para producir?

Recuerdos de Ernest Hemingway

100

Quizás sea eso, ¿No? Teñida, en muchos casos, probablemente, de una

extraña melancolía. Pero ¿Es nada más que eso…?

¿Qué decía Hemingway?: “Escribir es, en los mejores momentos,

una vida solitaria…Porque (el escritor) hace su trabajo solo, y si es un

escritor lo bastante bueno, debe enfrentarse a la eternidad, o a la falta

de ella, cada día”. Estas líneas pertenecen al discurso de aceptación del

Premio Nóbel, que leyó en su lugar en la ceremonia de entrega de los

premios, el embajador de Estados Unidos, por ese entonces John C.

Cabot. Por primera vez leí este discurso una noche en Nueva York.

Recuerdo que lo hice ayudado por un diccionario Collins de bolsillo, que

todavía conservo con afecto. Pero claro, yo leía ese discurso, ese texto

aparentemente tan simple pero tan profundo a la vez, ¡Siete años

después que el escritor recibiera el Nóbel y a solo unos meses de su

muerte! Varios hechos me hacían pensar, ¡A que poca información de

primera mano e importante podía acceder en la ciudad en que vivía!

En tanto los neoyorquinos o afines me hablaron del Hemingway

americano, los cubanos exiliados lo hicieron del Hemingway cubano 27.

Lo que entonces me dijeron, lo bueno, lo malo, lo feo, lo lindo, muchos

años después lo reconfirmé con algunas quitas y otros agregados

positivos.

27 Este es un tema interesante sobre el que en algún momento escribiré unas líneas.

Por ahora lo dejo así para no interrumpir la secuencia del relato. Pero ¿Por qué no

hablar también de un Hemingway “español”? También podría haber uno

“africano”…Hemingway fue fundamentalmente norteamericano.

Recuerdos de Ernest Hemingway

101

¿Qué más pude saber del Viejo? Todos hablaron de su

dipsomanía y los “records” que ostentaba; sus envidiables amoríos, sus

cacerías. Pero también pude volver a escuchar acerca de su generosidad,

cierta extraña timidez poco reconocida y de su terrible disciplina. Dos

cosas comprobé y con los años las seguí buscando y hallando pruebas:

La primera fue la generosidad para con muchos humildes que no tenían

recursos suficientes y para con algunos que no eran tan humildes y a

quienes también ayudó. La segunda fue la disciplina aplicada al escribir

que se sobreentiende que fue espartana. Y aquí hay un punto muy

importante: No es fácilmente comprensible que en el medio de las

mentadas borracheras y sus secuelas; durante las cacerías y en la

fascinación de las seducciones (aunque esta última actividad parece ser

muy positiva); en los viajes con los medios de esa época, que una

disciplina y un rigor metódico así, no se resienta, que él mismo no se

permita deslices. Con el tiempo, con los años, parece que estos últimos

fueron creciendo.

Según lo que impresiona, el material producido y que se hallaba

en proceso de análisis o corrección, es abundante. Por lo que dicen, no

son meros apuntes en un par de páginas. ¡Habría cientos! Aunque esto,

aclaro, yo no lo pude saber con precisión en octubre de 1961. En ese

momento no se había procesado nada del material del escritor o si se

había hecho algo, todavía no se había dado a conocer 28.

28 Incluso hoy (2010) es posible que el material que se encuentra en Finca Vigía

quizás permita alguna otra sorpresa. Aunque los artículos periodísticos solo hablan de

Recuerdos de Ernest Hemingway

102

Volviendo a mis pretensiones de información, entrevistas y

diálogos, ¿Se podría hablar con alguien de la familia? ¿Con quién,

cuando, dónde y cómo? Estaba claro que debía quedarme por lo menos

un par de meses y dedicarlos solo a esta investigación. ¿Volver a pensar

en Mary Welsh, la esposa? ¿Insistir? ¡Si ni siquiera se sabía adonde

estaba! En Idaho, no se hallaba. Podía estar en Nueva York o en Cuba, en

donde ella también había dejado sus pertenencias para acompañar a

Ernest en su regreso, (¿temporal acaso?), a Estados Unidos. En los

eternos periplos de los Hemingway, ¿Había alguna idea de volver a

Cuba cuando mejorara el cuadro clínico?

Pero, el cuadro clínico de marras, ¿Tenía alguna perspectiva de

mejorar? Allí volví a saber de la situación de salud del escritor. Allí volví

a escuchar las descripciones de unos y otros, ¡Que coincidían! A lo

mejor no por completo pero lo que supe sirvió para mostrarme lo grave

que estuvo. La depresión no era un invento. Las oscilaciones entre los

ataques de violencia y esa depresión tenían su origen en el consabido

alcoholismo que trágicamente le había ayudado a hacerlo conocido y

hoy se diría “famoso”. La violencia con Mary y con sus amigos, incluso

cercanos y de años, venía de larga data. La violencia le daba una falsa

fuerza y estaba unida a la depresión en forma inexorable. Luego

sobrevenía un decaimiento con esa dolorosa carga de tristeza y

melancolía. La sombra del suicidio apareció primero en los intentos y

luego con la acción definitiva. El alcoholismo trajo muchos otros

cartas y notas, vaya a saber si cierta suma de ellas no significan algún nuevo texto o

por lo menos la recopilación de correspondencia importante.

Recuerdos de Ernest Hemingway

103

cuadros que también le impedían vivir en plenitud o por lo menos más o

menos tranquilo. Todo esto sin contar los accidentes en algunos de los

cuales sobrevivió casi por un milagro. También me enteré que decía que

lo perseguían y otras ficciones. ¡Cúantas veces escuche la palabra

delirio!. Me lastimaba. Si. Claro. Pero es también un síntoma de la

avanzada dipsomanía. Yo anoté muchas cosas que consulté a mi

regreso. Hoy podría decir que todas fueron confirmadas.

Y vuelvo a pensar en hablar con Mary. ¿Hablar con la esposa de

Hemingway?, pregunté. ¡Totalmente descartado! Fue la respuesta. No

solo no daba entrevistas. No había conexiones, ni contactos. La viuda no

quería saber nada con la prensa. Por otro lado estaba la historia del

Viejo. Era un buen filón para la prensa sensacionalista. Para comenzar ya

se tenía algo concreto: el pregonado accidente que en realidad fue

suicidio y que se intentó ocultar. Luego venía el resto, que no era

desconocido para nadie, pero valía la pena actualizarlo.

Pero y siempre según las fuentes, Mary Welsh, además, estaba

muy ocupada. Se hallaba dedicada a poner en orden los papeles y

objetos de su esposo ¡Que no eran pocos! ¿Qué pasaba con Key West?

No se sabía. O la habían vendido o estaba en venta. Pero parece que esa

parte dependía de la familia de la ex esposa ya fallecida. ¿Y todo lo que

había pertenecido a Ernest mientras vivió allí con la elegante Pauline,

que se hizo o que se hará? No había respuesta 29. ¿Y Finca Vigía? El

escritor al volver a su patria, había dejado todos sus objetos personales

29 Hoy es un hermoso museo, con el estudio separado y los gatos de seis dedos.

Acompañado por un guía se puede recorrer la casa, salvo entrar al estudio.

Recuerdos de Ernest Hemingway

104

más una biblioteca que se decía poseía varios miles de volúmenes.

También se encontraba “El Pilar”, el barco de tantas andanzas 30.

Como dije antes, ya se hablaba de manuscritos, textos

inconclusos, textos en borrador que se hallaban en Idaho, en Key West y

en Finca Vigía. ¿Será cierto todo esto? Yo insistía en que, pese a todo, “El

Viejo” debe haber seguido trabajando. Quizás sin coordinación o

continuidad pero con esa maravillosa disciplina que tuvo siempre.

Entonces es posible que se hallen textos, incluso terminados 31. Esta

última conclusión era mía al escuchar los comentarios sobre esos

rumores. ¡Como me hubiera gustado ver un texto de esos sin publicar!

Con tachones, enmiendas, remiendos. Con el calor del autor, todavía en

la cocina literaria, todavía sin que nadie lo lea. Allí, el texto en estado

puro. ¡Debe ser emocionante tenerlo en las manos! Sobre todo para

alguien que no sabe escribir o que por lo menos intenta garrapatear

algo.

Volviendo a Mary, la opinión que recogí con coincidencias es que

ella afrontó la situación con valentía y con decisión. Lo mismo que en

vida del escritor, ahora y pese a la tragedia, Mary mostró aplomo y

estoicismo. Pero también se sabía o se supo con el tiempo, que distaba

mucho de encontrarse confortada. Sin duda se hallaba medicada y bajo

30 Hoy, también es un bello Museo y allí descansa y sueña El Pilar con sus desafíos de

otrora.

31 Los años les diría a los investigadores y especialistas, cuan prolífico fue el Ernest

póstumo. ¿Y nosotros, los lectores o seguidores…? ¡Seguimos leyendo! y preguntando

¿Habrá más textos? Y en ellos, ¿Cuánto hay de Ernest Hemingway sensu stricto?

Recuerdos de Ernest Hemingway

105

los efectos del tremendo shock sufrido. Ella fue la primera persona que

vio a Ernest. No fue nada fácil seguir viviendo con esa imagen y tener

que arreglar y disponer de asuntos y objetos que a cada rato le

recordaban al escritor en vida y luego muerto, con la cabeza destrozada.

Este era el testimonio más común. Solo habían transcurrido pocos

meses del hecho. Quizás más adelante fuera posible algún contacto.

Hoy, a algo más de cien días de la muerte del escritor, las posibilidades

de una nota con la viuda eran remotas. Y además estaba el resto de la

familia. Hijos y hermanos. Nada me dijeron de su ex esposa Marta

Gellhorn, respecto a si ella dijo algo o hizo algo al enterarse de la

muerte de Ernest. Quizás a mí, algo me comentaron, pero hoy no lo

recuerdo. ¡Es raro! Pero yo no anoté si tuve testimonios o comentarios

sobre esta atractiva y capaz mujer, tercera esposa del escritor. Tampoco

pude saber sobre la bella y distinguida Adriana Ivancich, una musa que

no solo acompañó al escritor, sino que también diseñó tapas de sus

publicaciones.

Conseguí unas cuantas revistas con notas sobre Hemingway, su

vida y su muerte. Compré pocas porque eran muy caras. Para mí,

muchas de ellas eran desconocidas. En una de esas publicaciones ya se

hablaba del tema herencia. Ernest decía que estaba pobre pero las notas

comentaban algo diferente. El escritor tenía una buena posición

económica a partir de la venta de sus libros, notas periodísticas,

derechos de autor y películas. Por otro lado el conservaba las

consabidas propiedades.

Recuerdos de Ernest Hemingway

106

Pese a todo lo dicho, yo concebía otra posibilidad aún cuando

no tuviese ningún contacto. Esa posibilidad, como un puente hacia Mary

Welsh o lograr un testimonio importante sobre el escritor, la constituían

los editores de Hemingway. Allí estaba la prestigiosa editorial Charles

Scribner and Sons con una larga relación afectiva con el escritor. Ellos

tenían su sede en Nueva York. Era otra ocurrencia. ¿Desesperada? No sé.

Apareció allí, sobre la marcha. Estaba la idea y estaban las fuerzas. Pero,

para ese entonces, mi tiempo en La Gran Manzana había concluido. Mi

pasaje de regreso no podía ser postergado. Tampoco tenía un peso de

más de lo calculado. Me quedaba el retorno y la consabida expresión

“volveré”, que me ayudó a no extrañar tanto cuando ya no pude hacerlo.

La Asamblea concluyó con una gran cena de gala y todos

empezamos a despedirnos. Un grupo convino en almorzar el día

siguiente en el restaurante denominado Bull and Bear (toro y oso) del

mismo Waldorf. Allí fui e iba Jorge Zayas por supuesto. Como mas o

menos ya conocían mi admiración por Hem les comenté que este era un

restaurante heminguayano y que yo le llamaría “Bull, Bear and Bearded”

(toro, oso y barbudo) como le gustaría al escritor en sintonía con sus

gustos (la tauromaquia y la caza) y su propio aspecto y que, además,

como nombre ‘sonaba’ bien. Brindamos por eso y un periodista quedó

en hacer una nota. No se si la habrá escrito o no. Tampoco era tan

importante creía yo. Tampoco podría haberme enterado. Ese día y allí

repito, bebí mi primer Martini clásico. ¡Hasta hoy no lo he abandonado!

Cuando se encendieron los cigarros, en la charla final, Zayas me

propuso que le enviara una nota sobre “El Viejo”. “Unas líneas. No más

Recuerdos de Ernest Hemingway

107

de mil o mil doscientas palabras. Puede ser un poco más o menos. Pero

quiero tus impresiones sobre el maestro”. Me pidió que “También

tuviera algo anecdótico, como lo del cambio de nombre del restaurante

en alusión al escritor, por ejemplo”. Mi respuesta fue inmediata y

afirmativa. Era la primera nota que me pedían en mi vida y nada más y

nada menos que ¡Sobre Hemingway y estando en Nueva York! Lo

consideraba un lujo intelectual. Nos despedimos con un fuerte abrazo y

mi profundo agradecimiento. Nunca más nos volvimos a encontrar.

Camino a mi hotel transito las calles superpobladas de gente y

vehículos de esta Nueva York impactante y bella. Yo me sentía eufórico y

hasta me parecía que no percibía el frío que calaba hasta los huesos. Las

grandes avenidas ayudaban a que esas ráfagas que venían del norte,

que tenían su origen en aquel gran norte, corrieran libres de una punta

a otra de Manhattan. Ellas traían el mensaje del círculo polar ártico

informando que el frío venía en serio. Pero yo no le prestaba

importancia al frío. Más bien pensaba en dos hechos: Uno era que a

miles de kilómetros, en mi escritorio en el diario, tenía una nota

comenzada y más o menos armada. Ella ayudaría con el pedido

formulado. El otro hecho, ya mencionado al comienzo de estos escritos,

es que ¡Antes de la nota ya tenía el título! Aquel ignoto cubano, en un

bar ya olvidado, me regaló el título cuando ni siquiera yo sospechaba lo

de la nota. “Mi frustrado encuentro con Hemingway”, donde “frustrado”

reemplazó al original “fallido”, iba a ser y fue el título que puse en el

texto original.

Recuerdos de Ernest Hemingway

108

Este fue el origen o mejor dicho como nació la nota perdida

sobre el escritor. Aquella nota que no concluí esperando algo de la Gran

Manzana, debería escribirla ahora con otro enfoque. Pero la motivación

era muy diferente. Tenía los apuntes es cierto, pero la gran ciudad me

había inspirado sentimientos fuertes acerca de lo que quería y deseaba

decir. Ese es mi recuerdo más certero. Yo tenía convicción y fortaleza,

aún cuando no tuviese toda la razón, la información o la experiencia

aquilatada por el tiempo.

Por otro lado y aparte de todo esto, esa tarde esperaba

encontrarme con alguien que de pronto había llenado mi mundo

afectivo. Ella ya sabía lo que yo estaba escribiendo y quería leerlo. Este

hecho también potenciaba lo que yo sentía como una gran fuerza

espiritual.

Unos día más tarde, invitado y acompañando a mi Director, viajé

a Canadá, lo que me sirvió para abrir un paréntesis con la atractiva

Nueva York en la cual me hubiera quedado a vivir si hubiera sido

posible. Luego el regreso. Quedaban temas por ver, pero me llevaba un

buen bagaje intelectual sobre diversas cuestiones que no vienen al caso

en esta crónica heminguayana.

En el ínterin leí y releí mis apuntes sobre Hemingway y algo de

forma empecé a darle a los nuevos textos que querían nacer.

Recuerdos de Ernest Hemingway

109

Imagen Nº 18

LAS IMÁGENES DE ESTE CAPITULO

-Imagen n° 16: Foto de Nueva York que recuperé de mis papeles

personales. Es original de Pan American World Airways (se obsequiaba a los

periodistas) y data de alrededor de 1960. En ella se ve un primer plano de la

Estatua de la Libertad y a su izquierda al fondo el Empire State el edificio más

alto del mundo (en ese momento) con sus 102 pisos y 416 metros de altura. A

Recuerdos de Ernest Hemingway

110

la derecha de la estatua están otros “más bajos” como por ejemplo el Chrysler

(77 pisos) y el Radio Corporation of América (70 pisos). Sin embargo como

argentino quiero destacar algo porque siempre tuve un gran afecto por el

Empire y su piso 86 en donde estuve un par veces en aquel viaje mirando el

Parque Central y pensando en temas muy personales. Hace un tiempo, el 25 de

Mayo de 2010 y con motivo del Bicentenario de mi patria, la República

Argentina, pude ver por televisión y sentir que recibía el saludo del Empire que

se había vestido con los colores de mi bandera, celeste y blanco y parecía que

era desde ese piso 86, en donde se halla el observatorio al aire libre, hasta la

punta del piso 102, donde está el observatorio cerrado. Esto fue,

curiosamente, mientras escribía este capítulo. ¡Gracias Nueva York!

-Imagen n° 17: Detalle del Rincón Hemingway: Arriba el Marbete de la

Reunión de la SIP en Nueva York en Octubre de 1961 (año de la muerte del

escritor). Abajo, armas, en este caso de bajo calibre y cargadas con muchísimo

afecto. El pistolón sistema Mauser es un obsequio de mi tío Santiago. Hoy

pertenece a mi hijo.

-Imagen n° 18: La imagen que cierra este capítulo es la ya mencionada

acuarela de Vito Dumas fechada el 30 de Septiembre de 1961, con una

dedicatoria personal. Ese día fue la entrevista y ese día Don Vito me habló de él

y del “Viejo” y me infundió muchísima fuerza para viajar y vivir. La proa del

Lehg II allí pintado, montando la ola, es también la proa del bote de Santiago.

Ambos surcan el mar y ambos buscan sus destinos. ¡Gracias Don Vito! ¡Gracias

Hemingway!

Recuerdos de Ernest Hemingway

111

Capítulo 7

A mi regreso de Estados

Unidos le di prioridad a la nota

que me habían pedido. Era

tanta la excitación que me

producía este desafío, que se

hizo difícil encarar el trabajo.

Además, debía ponerme al día

con mis tareas estudiantiles y

laborales que estaban

atrasadas. Por ese tiempo,

también me nombraron en el

diario como corrector de

pruebas32. Este trabajo tenía un

horario fijo que cumplía de

martes a domingo. Los lunes

eran mis días libre. Así, mi

jornada laboral comenzaba a las seis de la tarde y concluía cerca de las

dos de la madrugada, que era el momento en que llegaban las últimas

pruebas a página entera revisadas por el secretario de redacción. Entre

los estudios y el trabajo no me quedaba mucho tiempo. Todo ello

32 Véase la Nota -1-“Mi trabajo en el diario y un recuerdo para los hombres de gris.”

Imagen Nº 19

Recuerdos de Ernest Hemingway

112

incidió en la demora para darle forma al texto. Pasaron más de quince

jornadas en las que no toqué un papel ni redacté una línea.

Tuve una primera versión completa recién a mediados de

noviembre y recuerdo que no me convenció. Luego de varios intentos

cambié todo lo que había escrito y le di una forma nueva que creía más

ágil. Tambíen ensayé no emplear los textos de la vieja nota y tampoco

los apuntes que tomé en la Gran Manzana. Si, reconozco, que el texto

estaba imbuido del espíritu de esos apuntes y que calaba hondo en el

tema afectivo. Ya figuraban allí algo de las entrevistas o charlas con los

periodistas y los latinoamericanos que había conocido. Estaba también,

sin ninguna duda, Nueva York. La gran ciudad impuso algo de su estilo

en mis escritos de esa época. Recorté varias veces la nota para que se

mantuviera dentro de la extensión solicitada. Por experiencia, no quería

que la recortaran los demás. Prefería hacerlo yo para conservar el

sentido de lo que quería decir. Por lo tanto, el texto final escasamente

superaba las mil palabras (contadas una y otra vez) y no llegaba a las

cuatro carillas tamaño “oficio” a doble espacio. Luego me pareció que

era aburrida y formal. Estuve a punto de cambiar otra vez párrafos que

no me convencían. Me hallaba muy contrariado. Eran solo mil palabras y

estaba a comienzos de diciembre sin darle una solución a este texto del

cual pensé en su momento que lo haría muy rápido. Tenía demasiado

para decir y no estaba organizado. Tampoco tenía más espacio de lo

otorgado.

Ya tenía preparado el sobre y la carta que acompañarían la nota.

Pero a la carta tuve que hacerla varias veces por los cambios de fecha

Recuerdos de Ernest Hemingway

113

que se operaban con las postergaciones. A mediados de diciembre me

dije basta y resolví poner un punto final. Estuviera como estuviera, la

nota debía partir. Y así fue. Como ya lo expliqué al comienzo de estos

textos la nota salió “vía aérea” rumbo a una dirección postal ubicada en

Miami, Estado de la Florida. No voy a repetir lo expresado en esa

oportunidad. No tengo más detalles. No recuerdo más. En ese capítulo

(número 1) describí algunos hechos concretos como los sentimientos al

despacharla por correo. Había orgullo y miedo a la vez. Había orgullo

por haber escrito una nota a pedido sobre Ernest Hemingway y además

para ser publicada en el exterior. Había inquietud por la responsabilidad

que eso significaba y los interrogantes acerca del valor y la calidad de la

nota. ¿Gustaría o no? ¿La aprobarían o no? ¿La publicarían o no?

No era posible que la devolvieran para correcciones. O mejor

dicho si, pero el correo en ese tiempo no era lo más dinámico que

hubiera podido pedir. Por ejemplo, una tarjeta postal y una carta

enviada desde Nueva York a mi familia llegaron más de una semana

después que yo estuve en mi ciudad. Desde el comienzo descarté la

posibilidad de correcciones. Si alguna corrección tuvo, la desconozco.

Como también desconozco su destino. Más tarde la posterior

desvinculación del diario y la desaparición de mis papeles personales,

anularon las comunicaciones posteriores33.

Ahora bien, mientras yo escribía ese capítulo en el que hacía

referencia a la nota original, había otros temas o más bien cuestiones

33 Véase la Nota -2- “La pérdida de mis apuntes y papeles personales”

Recuerdos de Ernest Hemingway

114

que ignoraba por completo, pudiendo esto ser atribuido a la

inexperiencia. Por ello debo retomar aquí a manera de observación el

tema de “Escribir desde la bruma” (capítulo 2). Cuando lo escribí carecía

de la experiencia con la que he llegado hasta aquí. Intuitivamente y

teóricamente conocía o presumía las dificultades. Es cierto. Pero no veía

o podía prevenir las reales, las que se presentaban en todo momento

como un desafío a la escritura, a la descripción de los hechos.

Aquí, en este cierre, debo hablar de ello ya que puede ser útil no

solo para mí sino también para algunos que quieran volver en el tiempo.

Esto no es hacer historia sino contar una historia. Pero si se desea ser

legítimo, esa lucha en busca de la certeza, de la precisión de los

recuerdos, es más terrible que el escribir mismo. No se avanza a partir

de una idea. Se avanza a partir de un hecho que, lo mejor que puede

hacerse con el, es despojarlo de atributos, de adjetivos y de colores y

observarlo así en blanco y negro. Quizás, uno pueda permitirse alguna

vez buscar un tono sepia que invada la imagen.

Pero insisto, a esto no lo podía decir al comienzo cuando escribía

el capítulo citado debido a que lo ignoraba. Se escribe entre el

conocimiento actual y la memoria. El movimiento pendular afecta a

todo. Uno cree que el pasado y el presente se interdigitan, se combinan

o se mezclan. No parece ser del todo cierto. Uno y otro son trozos de

una misma línea del tiempo llamada vida, pero son distintos. Entonces,

como una condición básica, pretendí ser legítimo primero conmigo

mismo. A veces, muchas de ellas, el texto no me convenció, no por su

estructura sino por lo que decía. Entonces dejaba de escribir y me

Recuerdos de Ernest Hemingway

115

levantaba. En otras ocasiones directamente eliminé párrafos que

contenían hechos que no estaban claros o eran dudosos para mi.

Desde que he vuelto a escribir, confieso que es el único texto

que me ha reclamado tiempo y tiempos. El me ha obligado a levantarme

nervioso y confundido de mi escritorio, para mirar a lo lejos por una

ventana preguntando una y otra vez, ¿Cómo fue? Se lo debo a

Hemingway. Esto, casi cincuenta años después, me estaba dando tanto

trabajo como aquellas consabidas cuatro páginas. La historia, en esa

línea de tiempo que he mencionado antes, no se repite, se parece.

Siempre es así. Y es lo que confunde y también emociona.

¿Cómo expresarlo? Cuantas veces y sin quererlo, me

transportaba a ese viejo y destartalado hotel y me representaba a la

noche envuelto con la frazada e intentaba leer unos imaginarios apuntes

que estaban en una imaginaria mesa. Quería leerlos para saber que

decían en ese entonces tan lejano. Mientras tanto, a su vez, pretendía

alejar de mi todo lo que sabía, conocía o había leído acerca de “El Viejo”

en todo el tiempo transcurrido entre ese ayer y este hoy. Lo hacía con

determinación, para no sentirme influenciado por el presente mientras

escribía acerca del pasado.

Hay muchas cosas de hoy que entonces no sabía y que harían

más fácil la lectura y la escritura. Así, me digo, no puedo hacer

intervenir el hoy. Para mi y en este contexto, Hemingway debe seguir

siendo aquel de la década del 60. Esa imagen es la fuerte. La de hoy,

tamizada por los años y la experiencia, ¡Ah la experiencia!, puede ser

buena pero no legítima como aquella marcada por el afecto juvenil. Acá

Recuerdos de Ernest Hemingway

116

se trata de rescatar aquel momento para mí que lo escribo y para

alguien que desee leerlo. En aquel momento, también había ignorancia

en mi. Era una ignorancia diferente a la de hoy.

Por eso digo e insisto que hablo sobre Hemingway a partir de

mis vivencias personales y las relato casi medio siglo más tarde. Insisto,

en que lo hago sin pretensiones de investigador o de especialista o de

crítico. Lo hago como un seguidor, quizás un diletante, solo con

intenciones de contar.

De esta manera trato de no impregnar a estos textos con las

emociones que están ocultas y luchan por salir. Intento que aparezcan

las indispensables. Por eso hay un toque de lejanía y de impasibilidad

frente a ellas. No quiero que inunden el relato. Creo que al “Viejo” le

gustaría la vitalidad objetiva que pretendo darle cincuenta años

después.

Mirado así, todo esto no es más que una crónica de un momento

del pasado, de mi pasado que estuvo relacionado con el gran escritor y

periodista.

Hay un gran espacio de tiempo entre aquel 1961 y este 2009-

2010. Por ahí me pregunto como seria la nota ahora. Pero ¿Tiene

sentido esa pregunta? ¿Importa como sería? Lo digo porque las

circunstancias, los tiempos, las personas son tan distintas que casi

carece de sentido interrogarme por ello y pretender reconstruirla es un

trabajo sin lugar a dudas diferente. Tampoco lo haría por respeto al que

fui. Aquel que la escribió.

Recuerdos de Ernest Hemingway

117

En estas circunstancias y luego de muchos años, al volver a

escribir, busco también reencontrarme con los viejos textos y en los

viejos textos. Hay otros escritos que no tienen que ver con Hemingway y

a los que intento dar forma. Una vez más y no es porque si, varios de

ellos si tienen que ver con el mar. Esos textos incompletos aguardan

que las palabras regresen y les den la forma para la que originalmente

fueron concebidos.

Hay otro detalle muy personal: También me di cuenta que

mientras no terminara o le pusiera un límite a estas notas o apuntes no

lograría abordar los otros tres textos restantes de la tetralogía que se

hallan en diversas etapas de procesamiento. Uno de ellos, prácticamente

no fue en tocado en cuarenta y nueve años. Solo tiene un par de

páginas. Los dos otros dos de una u otra manera han tenido algo más

de atención y tienen más apuntes y notas. Todos nacieron en Nueva

York.

Por razones de tiempo vital, no se si llegaré a concluir todas las

historias. Pero me doy cuenta que existe una ligazón afectiva entre ellas

y la importancia que tuvieron, aún sin estar escritas, para la redacción

de estas líneas. Es la única explicación que tengo para haber escrito

estos capítulos con sesgo autobiográfico que, como ya lo dije, me

costaron muchísimo lograr.

También percibí que el motivo fundamental de estos textos era

comenzar con ellos la tetralogía. Me doy cuenta que me pusieron en

ambiente, en situación como suele decirse. Creo que la tetralogía no es

Recuerdos de Ernest Hemingway

118

comprensible ni siquiera para mí sin estos textos que recuerdan hechos

y situaciones. Ellos mismos son memoria.

Hechos posteriores hicieron que, de a poco, no buscara saber de

Hemingway ni supiera nada nuevo, salvo por las notas ocasionales de

los diarios por un motivo u otro. Tampoco me propuse recomponer

inmediatamente los textos que yo tenía sobre el escritor desde esos días

en Nueva York y que, por suerte, los conservaba en mi casa. Entonces

no lo sabía, pero transcurriría un tiempo bastante largo.

Pero, a su vez, sin quererlo y a medida que transcurría el tiempo,

seguía encontrándome con “El Viejo” a través de las esporádicas y no

pocas publicaciones póstumas que sucesivamente iban apareciendo con

su nombre. De paso, también me encontraba con crónicas, algunas de

ellas irrelevantes y otras inverosímiles cuando no interesadas.

Se acercaba 1999: Cien años del Viejo y treinta y ocho sin él.

Desde muy temprano dijeron ¡Se viene una nueva novela! ¿Será cierto?,

me preguntaba. Y así fue. Apareció “Al romper el alba” 34. El caso del

Hemingway póstumo como el de Kafka, el más prototípico de todos,

volvía a proponer fuertes temas para el debate de los especialistas35.

34 Se dio a conocer en español en una elegante versión de Planeta (Editorial Planeta

1999, Barcelona, España. Traducción de Fernando González Corugedo) con una faja a

pleno que conservo enmarcada en mi gabinete de trabajo. La foto de tapa de

Hemingway trabajando en Africa está registrada por Earl Theisen/JFK Library 1999. La

del nevado Kilimanjaro u Uhuru como también se le llama, por sobre el escritor, por

Daryl Balfour/Fototeca Stone. El Hemingway de esta foto es el vital. De el emana

concentración y fortaleza para vivir y para escribir o... Para escribir y por lo tanto para

vivir.

35 Véase la Nota -3- “100 Velitas para Papá Hemingway”

Recuerdos de Ernest Hemingway

119

Por último quiero decir que me resistí a dar a conocer este texto

en el blog, dado que su contenido estaba mal organizado y no tenía

seguridad de continuar trabajando. Ahora al final me permito difundirlo

ya con los capítulos completos las imágenes instaladas y las ideas más o

menos desarrolladas36.

También, en buena medida, puedo ahora adentrarme en el trabajo de

leer otros blogs relacionados y seguir con otros textos. Leer a

especialistas e investigadores sobre Hemingway, su vida y su literatura.

Esto es algo que no hice, premeditadamente, para no sentirme

influenciado por la lectura. Se trata, en una palabra, de volver a saber

de este Hemingway cuyo legado tiene valía actual. Sobre este

Hemingway que sigue siendo una leyenda y por ahí, el mismo y su vida,

parecen o lo son, un cuento de esos que el escribía. Por todo ello

Hemingway es ese. Es esa vida y ese cuento. Es el mismo. No hay otro.

No puede haber otro. No habrá otro. Ni la vulgaridad, ni la infamia

podrán contra la leyenda.

36 Agradezco al Ingeniero Fernando Nas el haber aceptado mi solicitud de apoyo

técnico para el desarrollo de este blog. El es quien reorganizó el material del texto y

las imágenes, así como el diseño. Y como siempre, estoy agradecido a mi hijo Oscar

Alejandro que en todo momento me brindó y me brinda su apoyo.

Recuerdos de Ernest Hemingway

120

NOTA 1

“Mi trabajo en el diario y un recuerdo para los hombres de gris”

Al poco tiempo de regresar de Estados Unidos, me dieron en el diario

un puesto de corrector de pruebas. Para mi era como el primer paso para

institucionalizar mi carrera de periodista. Me sentía orgulloso. El horario de

entrada era a las seis de la tarde y no sabía muy bien a que hora salía ya que

dependía del cierre de las páginas. Pero en general no era antes de la una y

media de la mañana. No había grandes presiones salvo alguna que otra noticia

que llegara “sobre la hora”. Los correctores trabajábamos con lápices de tinta

sobre papeles húmedos impresos en las galeras de plomo. Esas eran las

llamadas “pruebas” que el secretario de redacción obtenía del material

producido en plomo por los linotipistas. Este material venía en listones de

papel y llegaba a nuestra mesa de trabajo con distintos diseños ya sea a una

columna, a dos columnas, con sangrado, sin sangrado, espacio para la foto, en

fin, las variaciones propias de una página de diario. Allí existían siempre

imperfecciones que el corrector debía advertir. Del corrector volvía al

linotipista. Lo llevaba uno mismo y siempre conversaba con el linotipista en

ese plúmbico ambiente.

Los linotipistas manejaban las linotipos, esas máquinas que producían

todas las notas en plomo. Ellos eran personas muy especiales y muy

conocedoras de su trabajo. Llevaban guardapolvos grises de tela gruesa.

Siempre bebían leche para combatir la intoxicación que producían las

emanaciones del plomo fundido en el crisol de la linotipo. De todos modos con

el tiempo, ya se sabía, que el plomo ganaría a la leche y a cualquier otra

barrera que se interpusiera a el y terminaría destruyendo los pulmones de esos

hombres que, todos los días del año, salvo unos pocos tomados como

vacaciones, pasaban varias horas trabajando con estas máquinas infernales. El

Recuerdos de Ernest Hemingway

121

vapor y el vaho del plomo del recipiente de fundición lo invadían todo. La ropa

y la piel quedaban impregnadas con el tufillo sofocante y metálico. En un

costado de la sala se hallaba una destartalada heladera adonde se guardaban

viejas botellas de vidrio verde, siempre llenas con leche. Esas viejas botellas y

esos hombres vestidos de gris, yendo y viniendo desde y hacia ellas,

conformaron una imagen, una escena cotidiana, de un submundo que aún hoy

persiste en mi retina. De esos hombres dependía toda la estructura de la

página que se armaba en un marco de metal y luego se tomaba una prueba de

ella. El diario debía salir impecable.

Cuando cerraban todas las páginas, el secretario de redacción

verificaba una prueba a página entera y ¡Guay de encontrar errores de

ortografía que se hubiesen pasado por alto! Esta corrección minuciosa de

textos producidos por horas de trabajo de los periodistas y muchas de ellas a

alta velocidad, me dejó dos regalos para la experiencia: Primero la revisión

rápida de los textos que ya venía incentivada por la lectura hogareña y

segundo la peculiaridad que en cada texto que yo revisaba, los errores

ortográficos “saltaban” a la vista como con un resorte, incluyendo las

puntuaciones, uso de coma y doble punto por ejemplo. Estos recursos, cuando

entré a la administración pública, fueron de gran utilidad cuando, como jefe,

debía verificar textos que iban a entrar en la circulación administrativa. A

muchos les llamaba la atención mi detección de errores, pero no era fácil

explicar a todo el mundo el origen de este mecanismo que conservo hasta la

actualidad.

Un detalle con humor para los memoriosos y para los que no lo

conocen: ¡Cuánto cuidado se ponía en los avisos fúnebres! He aquí la primera

advertencia que recibí: “Puedes equivocarte en una nota y pasar algo por alto,

pero en un aviso jamás. Esto puede costarte el puesto muchacho”. Y…. ¿Por

Recuerdos de Ernest Hemingway

122

qué? Lo de siempre. El aviso es dinero y la nota… solo noticia. La plata manda

una vez más. Cuanto más avisos más dinero. Pero los avisos fúnebres eran

más importantes todavía. Porque una empresa de cualquier rubro o sector,

podía poner un aviso en horario comercial, pero fuera de él no. Ahora bien, los

muertos estaban autorizados a serlo fuera de los horarios comerciales. Por lo

tanto “el aviso de un fiambre” como se decía en la jerga interna y en este caso

no tenía nada que ver con los embutidos, como tampoco tenía connotación

gastronómica, podía llegar sobre el filo del cierre del diario. Sin embargo y

este era el tema, siempre se hacía un “lugarcito”. ¿De que manera? Y muy fácil:

se “hacia volar” una nota o un pedazo de ella y el aviso del muerto ocupaba

con suerte y viento a favor el lugar de algún que otro vivo. Si el aviso era mas

de uno directamente la nota de los vivos era sacada, colocada la del o la de los

muertos y rehecha inmediatamente la página, previo armado de la galera y la

corrección por parte del corrector que estuviese más lúcido, o que no se

hubiese ido o que, como me pasó en varias ocasiones, estuviese “pagando el

piso” y por lo tanto se quedaba hasta último momento. Pero no estaba solo.

Los titulistas con sus cajas de letras, los linotipistas con las máquinas

humeantes, el jefe de archivo, algunos periodistas y el secretario de redacción

dando las últimas indicaciones, constituían la compañía habitual hasta esa

hora de la madrugada.

Un último recuerdo para aquellos hombres vestidos del mismo color

que el metal con el que trabajaban y por el que enfermaban. El regalo que uno

recibía si visitaba a un linotipista era el propio nombre hecho sello en una

barrita de plomo. Ese sello servia para identificar algún que otro trabajo. Era

solo una línea de plomo. Pero, ¡Qué importante se volvía uno cuando podía

hacer fabricar con el amigo linotipista un “sello” dedicado a la novia, a una

Recuerdos de Ernest Hemingway

123

amiga o a un amigo! También ¡Cuanta gentileza y compresión la de estos

hombres de gris!

No hay un museo del periodismo. Cuando trabajé en esos temas lo

propuse. No hubo mucho entusiasmo. Pero falta un museo que recoja las

linotipos, las máquinas de escribir viejas, los escritorios antiguos y la imagen

de los periodistas, linotipistas, correctores, titulistas y tantos otros hombres

que le daban forma a aquel viejo periodismo.

Al fin, la tecnología de impresión superó todas las expectativas y

redundó en beneficio de la salud de los linotipistas, pero hubo un dejo de

tristeza por su ausencia. ¿Qué se hizo de ellos? ¿Qué se hizo de las máquinas?

Nunca más los hombres de gris y sus linotipos humeantes habitaron la planta

de los diarios.

NOTA 2

La desaparición de mis apuntes y papeles personales.

Trabajé muy bien en el diario con mis nuevas tareas. También seguía

escribiendo y haciendo planes. Pero un día me llevé la sorpresa. Cuando una

tarde fui a trabajar, mi tarjeta de asistencia no estaba. El jefe de personal me

informó que el delegado gremial, cuyo nombre recuerdo y prefiero no

mencionar para no darle inmerecida fama, hizo la denuncia que yo, como

menor no podía trabajar en un horario nocturno. La presentó al Ministerio de

Trabajo o algo así.

Hasta tanto no hubiese un dictamen podía ir al diario pero no a

trabajar. Podía llevar notas, usar el archivo, en fin seguir como antes, pero no

actuar como “fijo” en el puesto de corrector de pruebas.

Le siguió un trámite judicial difícil que me fue adverso y perdí mí

puesto de trabajo y los recursos económicos que tanta falta me hacían a mí y a

Recuerdos de Ernest Hemingway

124

mi casa en ese momento. También perdí la posibilidad de una beca de United

Press que requería tener una posición en un diario. Esa beca podía abrir las

puertas para ser corresponsal de guerra.

Quedé muy solo. Sin apoyo externo alguno, salvo por supuesto, el

incondicional de la familia. Durante varios días no pasé por el diario, hasta que

me comunicaron oficialmente que ya no tenía trabajo. Entonces una tarde

decidí ir a sacar mis notas y papeles personales que estaban en mi escritorio.

Era uno de esos escritorios que me gustaría poseer como pieza de museo.

Tenía una tabla rebatible a la que estaba atornillada la máquina de escribir.

Tirando de una manija fijada a la misma, la tabla giraba y dejaba a la máquina

en posición para escribir. El escritorio poseía cajones con traba. Como en

muchos modelos, cerrando con llave el de arriba, el resto de los cajones no se

podían abrir ya que el primer cajón con su posición los bloqueaba.

Cuando llegué, saludé a todos los que estaban trabajando. Fui a mi

escritorio, pero este no estaba en su lugar. Lo ubiqué y parecía que lo tenía

otra persona. El escritorio estaba sin máquina y el cajón principal estaba sin

cerradura. El resto de los cajones tenían algunas pertenencias del actual

ocupante que yo desconocía. El cajón principal estaba vacío.

Pregunté una y otra vez, no sin cierta angustia e indignación, por mis

papeles. Nadie había visto ni sabía nada. Según me dijeron o explicaron, que

se apresuraron en hacer lugar al que vendría, pues yo ya no regresaría. Me

ayudaron a buscar incluso en el Archivo que se hallaba situado en una planta

alta. Al final, sin respuesta alguna fui a saludar a los linotipistas que me

despidieron con afecto.

Por supuesto que mis papeles nunca aparecieron. En ese acto se

fueron mis archivos esenciales como las direcciones y tarjetas personales de

los cubanos, otros periodistas e incluso profesores universitarios; las fotos en

Recuerdos de Ernest Hemingway

125

Nueva York; los apuntes y fotos para la entrevista a Vito Dumas. La acuarela de

Don Vito (que aparece en el capítulo 6 de este blog) se salvó porque el libro en

donde estaba pintada lo tenía en mi casa. También se fueron los cables y

recortes de diarios y revistas sobre la muerte de “El Viejo” que me sirvieron

para mi primera nota sobre él. Y de la misma manera los apuntes para esa

nota. Como dije antes, no tenía copia. Los apuntes me hubieran permitido

quizás varios artículos. Allí había información y testimonios que hubieran

permitido hoy por ejemplo, un mejor desarrollo del Capítulo 6 brindando

nombres y hechos. Yo tenía ese material allí porque era mi lugar de trabajo.

Nunca más en mi vida dejé nada de valor afectivo o intelectual en ningún lugar

de trabajo. Por supuesto que, si más tarde llegó al diario correspondencia a mi

nombre, nadie tuvo la atención de avisarme.

Más allá de este hecho, yo seguí estudiando y escribiendo. Sin

embargo para mí, independientemente de todo lo ocurrido y esto yo no lo

sabía, vendrían tiempos difíciles.

NOTA 3

“100 velitas para Papá Hemingway”.

1999 se acercaba en mi agenda a pasos demasiados rápidos para mi

gusto. Podría haber escrito y publicado algo en ese año con motivo del

aniversario número cien del Viejo. Pero no quise hacerlo. No estaba preparado.

El circuito comercial sobre el tema era muy grande. Por otro lado mi desafió

era y sigue siendo personal. Me agradó volver a leer en los diarios sobre el

Viejo luego de años. La prensa le hizo mucho espacio. A la vez se hizo el

anuncio de la publicación de otro texto recuperado. Para el caso se trataba de

una novela. La reservé con tiempo.

Recuerdos de Ernest Hemingway

126

Por fin en julio de ese año, la obra se dio a conocer con el titulo “Al

romper el Alba” (Título original “True at first light). La presentación de la

versión en español producida por la editorial Planeta de España de gran

impacto con la obra en una gran faja cuya portada hice enmarcar y pasó a

acompañarme en mi lugar de trabajo. No conocí la versión original en inglés

producida por Scribner de Simon and Shuster, el tradicional editor de la obras

de Hemingway.

La leí inmediatamente sin leer el prólogo que ya sabía que era de su

hijo Patrick. Lo hice a propósito para evitar toda influencia previa a la lectura

del texto. Me impresionó como un gran esfuerzo. Es Hemingway. Pero no es

todo Hemingway. Es una parte de él y lo entiendo y lo acepto. Prefiero tener

esta versión en la mano a no tener absolutamente nada. Es la desventaja que

tiene una enorme ventaja. Al no ser un especialista o un experto, me llevo más

por lo afectivo. Pero debí adicionar, al margen de ser exigente, un par de

ventajas más. Y es que creo que se intentó algo didáctico a la vez, al agregar a

la novela un “Censo de personajes” (la identificación de los personajes que

aparecen y son protagonistas de las acciones) y un “Glosario Swahili” con los

términos empleados. A ello si se complementa de buena manera la

Introducción de Patrick Hemingway (hijo del escritor y de su segunda esposa,

Pauline Pfeiffer) con algunas explicaciones generales y acotaciones personales.

A propósito de lo que dice Patrick que “El manuscrito sin título de

Hemingway tiene unas doscientas mil palabras y no hay duda que no es un

diario. Lo que ustedes leerán es una novela, al menos en la mitad de su

extensión.” Al final de la Introducción hace una oportuna cita de Suetonio. Me

pregunto como será el manuscrito original con esa cantidad de palabras. Mi

escasa experiencia me dice que, al día de hoy, serían algo así como unas

seiscientas páginas tamaño “A4” y de ellas se recortó un cincuenta por ciento

Recuerdos de Ernest Hemingway

127

aproximadamente.¿Interpreto bien? Y ¿Cuánto hubiera recortado Hemingway?

Hay que recordar que “El Viejo” parecía un fotógrafo profesional, de esos que

sacan cien fotos y se quedan con tres o cuatro. Pues bien se lee en textos

diversos que él en los recortes se quedaba con ¡El 10 por ciento de lo que

escribía! En este caso hubiesen sido unas veinte mil palabras. Pongamos

treinta. Ahora bien, ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Cuánto hay que

animarse para ordenar, recortar y darle forma a esa masa de palabras escritas

por “Papá”? No es fácil. Es todo un esfuerzo que será quizás siempre criticado

porque falta esto o sobra aquello. Hoy no se que es lo correcto o lo mejor. Pero

cuando recibo una obra así, con estas circunstancias, me alegro. Pasa con

otros autores también. Y uno, que solo es un lector aficionado y además un

escribidor, recibe estos textos con respeto y humildad. No cabe otra cosa.

Pero la palabra de los especialistas y de los investigadores por allí es muy

diferente

Volviendo al aniversario, este fue llegando y con el mis expectativas de

ver que pasaba. Hubo publicaciones sobre el Viejo de una u otra corriente

como corresponde. Pero, confieso, que ninguna publicación me aportó algo

nuevo, algo que no conociera. ¿Quizás leí muy poco? Tras excelentes

biografías y comentarios previos, 1999 solo fue una fecha aniversario.

Me permití preguntar a diferentes personas. Hice mi propia encuesta y

me pareció que Hemingway no era recordado ya, más que por una u otra

anécdota de su vida. Pocos muy pocos sabían de su literatura salvo alguna

referencia a “El viejo y el mar” o “Por quien doblan las campanas”. Parece como

una situación irreversible y trágica en un mundo repentista actual y televisivo.

Hemingway importaba a muy pocos comparado a la talla de su figura en la

historia de la literatura mundial.

Recuerdos de Ernest Hemingway

128

Como era lo necesario y posible para mi en 1999, en el año del

centenario heminguayano, leí muchas cosas y no escribí nada. Solo fui un

observador externo y lejano. La aparición de la novela no me emocionó y no

era por falta de incentivo, era porque movilizó cosas que estaban ocultas y que

inconcientemente frenaba. La novela de la cual solo conocía el titulo y todavía

no había sido lanzada oficialmente llegaba justo en un momento de mi vida

literaria que representaba varias cosas.

Sin grandilocuencia y como una extraña coincidencia, 1999 fue para mí

el año del “método de las cartas”. Un método desarrollado por mí para vencer

al desorden en y con mis escritos. Dio y da bastante buen resultado más allá

de mi irresuelta infidelidad, que no es solo literaria.

Pero1999 era el año del centenario del nacimiento de Hemingway y “el

mundo” se aprestaba a homenajearlo. Digo “el mundo” así entre comillas

porque distaba mucho de ser el mundo en general. Era un “mundo”

fraccionado con intereses y motivaciones distintas. Eso estaba claro a los ojos

de cualquiera. Era un “mundo” que pasaba por lo literario si es cierto, pero

también por lo comercial, por lo turístico y sin ninguna duda también por lo

afectivo. Hemingway fue, es y será un gran “producto” para un mundo

consumidor de imágenes, anécdotas, vicios y lugares comunes en donde las

virtudes ocupan un lugar poco vendible ya que parecen aburridas.

Pero quizás solo el literario buscaba recuperar una memoria que

también por si sola existía para un mundo de pocos. Esto pasa en estos

aniversarios de genios o instituciones. Creo que Hemingway no fue la

excepción. Yo hice mi propia encuesta. Pequeña, doméstica. Trabajaba en una

universidad en un sector multidisciplinario de manera que tenía un buen

material humano para chequear sin que ellos mismos se enteraran. También

hablé con la gente de la calle. Pero yo ya sabía el resultado por anticipado. La

Recuerdos de Ernest Hemingway

129

gente no se “acordaba” (a veces creo que no sabía) de Hemingway. Mucha de

esa gente había estado en Cuba y algunos, más de una vez. Habían hecho el

“circuito” turístico. Pero no habían leído. Salvo alguna referencia a “El viejo y el

mar”, no hubo mayores comentarios. La anécdotas eran sobre la vida privada

del escritor y no sobre sus obras. Yo me decía “Esto mismo pasa con nuestros

propios autores y no es extraño que suceda con un extranjero”. Es una

situación que parece irreversible y trágica. Hemingway no importaba o

importaba muy poco comparado con su lugar en la historia de la literatura

universal. Empleo el verbo “importar” muy a propósito por lo que sigue.

De la mencionada pequeña encuesta, también me quedó una anécdota.

Apenas comenzado el año académico una joven estudiante universitaria,

conocedora de mi afecto por “El Viejo” me dijo que, dado que era el año

aniversario, estaba pensando en hacer un trabajo sobre Hemingway y me pidió

algunos consejos que me cuidé muy bien de dar. Le expliqué el porqué y solo

hice sugerencias en cuanto a fuentes o en cuanto a personalidades de las que

pudiera hablar. Entre estas últimas le mencioné a García Márquez y su

consabida anécdota del saludo. También le advertí que no dejara de revisar a

David Viñas, Isidoro Blastein, Abelardo Castillo, Cortázar y Belgrano Rawson.

Trabajamos una idea-proyecto durante un par de semanas. La joven estaba

muy conforme y entusiasmada a medida que le hablaba sobre el “personaje”.

Luego de presentar el proyecto vino a verme desolada. Debió cancelar

el trabajo ya que su directora consideró que Hemingway era “un autor sin

importancia” (sic) y le recomendó que buscara, otro con preferencia argentino.

Esto último me pareció bien como una manera de incentivar la investigación

sobre nuestras propias letras. Interrogado sobre este punto le sugerí a

Marechal y específicamente su “Adanbuenoayres” y hacia allí se encaminó.

Lamento haber perdido contacto con ella porque según me dijo “Tarde o

Recuerdos de Ernest Hemingway

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temprano haría su trabajo sobre El Viejo”. Un interrogante me quedó para el

recuerdo ¿Era, es, realmente Hemingway un autor sin importancia? Sin

importancia ¿Para qué o para quién? Muchas veces estuve por preguntarle a la

docente sobre este punto y al final desistí porque quizás (justamente) es ella la

que “No tiene importancia”.

Julio pasó y quedaron algunos redobles de los tambores que festejaron

los cien años del maestro. Otro parche se escuchó en Octubre cuando el Nóbel

de Literatura fue para Günter Grass. En su “Tambor de Hojalata” hay un Oskar,

acentuado gráficamente en la O por algunos, que no soy yo y que me dijo

muchas cosas.

1999 me aportó una cuota de entusiasmo en los temas heminguayanos

y me invitó a revisar los apuntes escritos y releer algunos textos. Había que

actualizar mucho. Eso era cierto. Era uno de esos momentos bisagras para mí.

Había recomenzado a escribir y también a reescribir. La idea de este texto

empezó a nacer allí, quizás con la idea de un “prefacio” o algo así a los otros

textos. La tetralogía empezó a tener vigencia más allá de todas las demoras

que sucedieron. Pero el día a día también diría otra cosa.

Para concluir: No voy a negar que en determinado momento del año

aniversario, tuve la sensación de que El Viejo estaba vivo. Sin querer me

retrotraje a muchos años atrás, cuando buscaba la posibilidad de una

entrevista. Claro era algo muy mío. Muy personal y muy exclusivo. En cierta

medida ello me ayudó a pergeñar estas páginas. Por que es cierto. De alguna

manera, que no conozco bien, “El Viejo” más allá de lo que digan, está vivo.

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Imagen Nº 20

Las imágenes de este capítulo

Imagen n° 19: Detalle del Rincón Hemingway: Hemingway visto por

Sábat. La caricatura muestra al escritor con cara de luna llena, pelo y barba

blanca. Se lo ve sonriendo. Feliz. Aquí su rostro no es adusto, ni severo, ni

desafiante. Parece más bien uno de esos ‘Hems’ que se mimetizan en Key

West. ¿Está feliz? Es posible. En Finca Vigía, a la mañana con la fresca y hasta el

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mediodía, despuntó siete lápices en lugar de los cuatro o cinco tradicionales.

Luego dejó los lápices y de pié en el dormitorio escribió a máquina varios

diálogos. Como acto final contó mil cuatrocientos setenta y dos palabras, es

decir más del doble del promedio diario. ¡Muy bien!, se dijo y se fue a Cojimar.

Por la tarde pescó una aguja en compañía de Gregorio. Lo celebró cuando la

noche se insinuaba. Lo hizo en la Habana Vieja, con unos daiquiris en el

Floridita. ¿Mañana? ¡Es otro día! Pero ya hoy dejó un ‘pie’ para comenzar.

Esta imagen, un póster, acompañó la edición dominical del diario

Clarín de Argentina del domingo 27 de septiembre de 2009. Su autor es

Hermenegildo Sábat quien nació en Pocitos, Montevideo, en la República

Oriental de Uruguay, el 23 de junio de 1933. Treinta años más tarde se fue a

trabajar a Buenos Aires. Fue caricaturista de diversos medios gráficos. En el

diario Clarín ilustra la página de política desde 1973. Se nacionalizó argentino

y vive en Buenos Aires donde creó la Fundación de Artes Visuales y allí, en San

Telmo, enseña todo lo que sabe que es muy mucho. Ha recibido distinciones

nacionales y extranjeras y ha publicado más de veinte libros que muestran

diversas aristas de su interés. Es un hombre polifacético. No sólo es el que

ilustra. Es también escritor, músico (toca el clarinete), fotógrafo, diseñador

gráfico e inclusive editor. Sábat está considerado una de las grandes

personalidades del arte y la cultura de América Latina y sus trabajos han sido

publicados en prestigiosos medios del mundo.

La bota de vino que corona la caricatura es de Pamplona, un lugar por

el que la hispanidad se hizo piel en un Hemingway cuyo amor por lo peninsular

va más allá de lo literario y lo cultural. De una u otra forma el escritor siempre

amó y homenajeó a España.

Imagen n° 20: Detalle del Rincón Hemingway: Portada de “Al romper el

alba” la última novela póstuma del escritor publicada en 1999.

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Recuerdos de Ernest Hemingway

Apuntes Autobiográficos

© Reservados todos los derechos

Oscar Sosa Gallardo

Córdoba, Argentina, 2011.

[email protected]

www.hemingwayoskar.com.ar