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Cristina Serrano He elegido la receta número 9: - Narrador observador : a lo largo de toda la historia - Un panorama : en el primer párrafo hay un panorama sobre la familia - Un monólogo en estilo indirecto: indicando con un subrayado - Estructura cerrada : se deja claro cuál es el final de la historia UNA GRAN IDEA CAMBIÓ TODO Érase una vez, una familia muy humilde, con cinco niños que sacar adelante. Vivían en una granja a las afueras de un pequeño pueblo. Llevaban una vida de lo más normal. Se levantaban por la mañana y la madre preparaba el desayuno para todos, los niños mayores ayudaban a los pequeños a arreglarse para ir a la escuela y se iban todos juntos. Mientras el padre tenía que dar de comer, limpiar y arreglar a todos los animales de la granja. Una tarea muy dura, aunque su mujer le ayudaba en todo lo que podía, en el poco tiempo que le quedaba libre, ya que con tantos niños nunca le sobraba. Siempre tenía ropas que coser, lavar, planchar y limpiar. Entre todos hacían las tareas de la granja. Cuando los niños salían de la escuela por la tarde y terminaban sus deberes, el tiempo que les quedaba ayudaban a su padre a ordeñar las vacas, limpiar los establos y echar de comer a los animales, mientras que las niñas ayudaban a su madre. Eran una familia pobre, pero muy felices y aunque trabajando mucho, salían adelante.

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Page 1: recetas-Cristina Serrano - Una gran idea cambió todo

Cristina Serrano

He elegido la receta número 9:

- Narrador observador : a lo largo de toda la historia

- Un panorama : en el primer párrafo hay un panorama sobre la familia

- Un monólogo en estilo indirecto: indicando con un subrayado

- Estructura cerrada : se deja claro cuál es el final de la historia

UNA GRAN IDEA CAMBIÓ TODO

Érase una vez, una familia muy humilde, con cinco niños que sacar adelante. Vivían en una granja a las afueras de un pequeño pueblo. Llevaban una vida de lo más normal. Se levantaban por la mañana y la madre preparaba el desayuno para todos, los niños mayores ayudaban a los pequeños a arreglarse para ir a la escuela y se iban todos juntos. Mientras el padre tenía que dar de comer, limpiar y arreglar a todos los animales de la granja. Una tarea muy dura, aunque su mujer le ayudaba en todo lo que podía, en el poco tiempo que le quedaba libre, ya que con tantos niños nunca le sobraba. Siempre tenía ropas que coser, lavar, planchar y limpiar. Entre todos hacían las tareas de la granja. Cuando los niños salían de la escuela por la tarde y terminaban sus deberes, el tiempo que les quedaba ayudaban a su padre a ordeñar las vacas, limpiar los establos y echar de comer a los animales, mientras que las niñas ayudaban a su madre. Eran una familia pobre, pero muy felices y aunque trabajando mucho, salían adelante.

En la granja, tenían vacas, de las que vendían la leche, gallinas, pavos, pollos, conejos y patos, que llevaban a vender al pueblo para ganar dinero, con el que comprar todo lo que ellos necesitaban para vivir y comprar también la comida para los animales. Así pasaban el tiempo, día tras día en la granja.

Todos los años al llegar la Navidad vendían sus animales en el pueblo, y la gente ya podía empezar a prepararlos para la cena de Nochebuena. Mientras los niños del granjero paseaban por el pueblo mirando los escaparates de las tiendas, veían los adornos de navidad, lo bonito que estaba todo en esas fechas, pero lo que más llamaba su atención, como todos los años, era el escaparate de la pastelería, lleno de turrones, mazapanes, bombones y dulces, que ellos nunca podían comprar.

Sus padres les decían que ellos no podían permitírselo, había cosas mucho más importantes que tenían que comprar antes que todos esos manjares. Ellos se conformaban pensando que, algún día tendrían dinero suficiente para poder comprar

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todo eso. Seguro que al año siguiente los probaremos, se decían unos a otros. Lo que nunca faltó en su mesa para Nochebuena, fue el pavo, ya que su padre se encargaba de guardar todos los años el más grande y más hermoso para ellos, todos los demás los vendían.

Llegó la cena de Nochebuena y se sentaron todos a la mesa alrededor del pavo, como todos los años, y dieron las gracias por tener una cena tan espléndida. Todo el mundo no tiene un buen pavo como éste para cenar, decía el padre, tenemos que estar agradecidos. Claro que sí, dijo la madre, pero los cinco niños no decían nada, se miraban unos a otros y recordaban el escaparate de la pastelería del pueblo.

Terminaron de cenar y mientras ayudaban a su madre a recoger la mesa, uno de los niños, dijo a sus hermanos que tenían que pensar algo entre todos, para que al año siguiente la cena fuera más especial. ¿Qué podemos hacer nosotros, para conseguir el dinero que cuestan esos turrones tan caros, que nosotros no podemos comprar, pero que deben estar tan buenos?, pensaban los niños. Todos los hermanos se pusieron a dar ideas, algunas un poco descabelladas, otras no tanto, como la que tuvo el hermano mayor. Después de darle muchas vueltas a la cabeza, se la contó a sus hermanos. He pensado, que como el pavo lo comemos todos los años, podíamos hacer una rifa, sortearlo y con el dinero que saquemos de vender las papeletas, nos podemos comprar todos los dulces que más nos gusten. El pavo seguro que les hace más falta a cualquier familia que tiene que comprarlo para Nochebuena. Pero todo esto, tenemos que llevarlo en secreto hasta el año que viene, dijo el hermano mayor.

Así fue pasando el tiempo, como siempre cuidando de sus animales, y por supuesto, cuidando muy bien de su pavo al que tenían separado de los demás, para celebrarlo bien y que estuviera bien hermoso en Navidad.

Llegó el invierno siguiente y la gente del pueblo empezaba a hacer sus encargos al granjero, unos un pollo o un pavo y otros un pato.

Los niños empezaron a poner en práctica su plan y se pusieron a vender papeletas por las casas del pueblo, sin decir nada a sus padres, claro, teniendo mucho cuidado para que no sospecharan nada de lo que estaban haciendo. Guardaron todo el dinero que ganaron bien escondido, para que sus padres no lo encontraran.

Por fin llegó el gran día, era la víspera de Nochebuena. Los niños fueron al pueblo y sortearon el pavo que llevaban en una cesta. Metieron todos los números en una bolsa y sacaron el premiado delante de toda la gente que les había comprado las papeletas; le tocó a una señora que se puso muy contenta porque no tenía que comprar lo más caro de la cena de Nochebuena.

Los niños pidieron por favor a la gente que no contaran nada de esto a sus padres, ya que lo hacían para darles una sorpresa. Regresaron a casa y por la tarde los padres avisaron a sus hijos para que se preparasen para ir al pueblo a vender los animales y hacer las últimas compras para la cena. Aprovecharon para ir a la pastelería, pero a diferencia de otros años, no se iban a conformar con mirar el escaparate, sino que iban a comprar dulces muy ricos. Cada uno eligió su dulce preferido, unos el turrón y otros los bombones, aunque también compraron mazapanes, mantecados y polvorones, hasta acabar con todo el dinero que habían guardado todos estos días.

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Se hizo la hora de volver a casa y fueron a buscar a sus padres, con mucho cuidado para que no notaran nada raro, guardaron todo en la mochila que llevaba uno de los hermanos.

Al llegar a casa, mientras los niños se encargaban de esconder en un sitio seguro lo que habían comprado, la madre les dijo que iba a buscar el pavo para matarlo y prepararlo para la cena del día siguiente. Ellos se empezaron a poner nerviosos cuando la oyeron, ya que pensaron que el momento de descubrir todo había llegado. La madre se llevó una gran sorpresa, cuando fue a por el pavo al corral y vio que no estaba allí volvió corriendo a casa para preguntar a sus hijos que eran los que se encargaban de cuidarlo, pero enseguida se dio cuenta de que le estaban ocultando algo. No les quedó más remedio que empezar a contar la historia. En ese momento, entró el padre y se sentó a escucharla también. Cuando los niños acabaron, los padres se miraron y sonrieron, les hizo gracia, debían reconocer que habían tenido una brillante idea, que a ellos nunca se les habría ocurrido. Pero la madre al no tener el pavo preguntó: ¿qué cenaremos mañana? Puedes hacer un pollo relleno, de esos que haces tú tan ricos porque pollos si que quedan en el corral, dijeron todos los niños a la vez. Así lo hizo.

A la noche siguiente, se comieron el pollo y cuando llegó la hora del postre, comieron los manjares más deliciosos que jamás habían probado. Todo les supo a gloria, y seguro que en otra casa les pasaba lo mismo con su famoso pavo, estaría delicioso al horno.

Terminó la cena y más felices que nunca empezaron a pensar en la cena del año siguiente. ¿Comerían pavo?, ¿Comerían turrones?, o ¿quizás las dos cosas?. Seguro que a los niños se les ocurriría algo.