real academia de bellas artes de san fernando€¦ · 4.2.cierre e implantaciÓn de un modelo...

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Page 1: Real Academia de Bellas Artes de San Fernando€¦ · 4.2.CIERRE E IMPLANTACIÓN DE UN MODELO 4.2.1. La necesidad del cliente: Felipe II a Fernando VI pág. 146 4.2.2. Una causa lenta
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AGRADECIMIENTOS

A los que he robado el tiempo necesario: Isabel y Carlos, mi madre y hermanos, mis amigos, incluso algunos cuñados. A los que me han enseñado a investigar: Federico García-Erviti, Alberto Garín y Miguel Lasso de la Vega. A los que me han ayudado e inspirado, más de lo que creen: Enrique Castaño, Fernando Espuelas, José María Ezquiaga, Juan Carlos García-Perrote, Miguel Gómez Navarro, Eva Hurtado, Alejandro Londoño, Pedro López, Pedro Moleón, José Miguel Muñoz, Pilar Rivas Quinzaños y Fernando Valenzuela. A los que han dedicado tiempo a labores auxiliares: Isabel Suárez-Llanos, Carlos Irisarri Jr., Carmen Suárez-Llanos, María Luisa Bettero, Ángel Chércoles y María Victoria Irisarri. A todos los que de vez en cuando me han preguntado qué tal iba la cosa… la lista es interminable, pero han sido un verdadero acicate para avanzar sin descanso. Y a los archiveros y bibliotecarios que me han atendido, todos ellos con una enorme paciencia y amabilidad.

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A mi padre, mi suegro y mi hermano Luis, que no podrán leer esta tesis

Y a Isabel y Carlos, que llevan mucho tiempo aparentando que esto es importante

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ÍNDICE

RESUMEN/ABSTRACT

1. ENCUADRES pág. 15 1.1. INTRODUCCIÓN

1.1.1. Acerca de esta tesis pág. 17 1.1.2. Oportunidad de la presente investigación pág. 19 1.1.3. Objetivos e intenciones pág. 23 1.1.4. Proceso ya recorrido pág. 25

1.2. ALGUNOS ANTECEDENTES 1.2.1. Estado de la cuestión pág. 27 1.2.2. Referencias principales pág. 29 1.2.3. Más bibliografía, otras fuentes pág. 32 1.2.4. Metodología y premisas pág. 34

1.3. SIGNIFICANTES Y SIGNIFICADOS 1.3.1. Un problema de lenguaje pág. 38 1.3.2. El arquitecto frente al maestro de obras pág. 40 1.3.3. Sobre otras denominaciones relacionadas pág. 46

2. EL LIBRO COMO PREMISA pág. 53 2.1. EL LIBRO Y LA ARQUITECTURA

2.1.1. Más que una herramienta pág. 55 2.1.2. La biblioteca del arquitecto pág. 60

2.2. LA SOMBRA DE VITRUVIO 2.2.1. El largo viaje de un libro pág. 67 2.2.2. Vitruvio en castellano pág. 70 2.2.3. Influencia y rechazo del Romano pág. 74

3. EL PESO DE LA HISTORIA pág. 81 3.1. EL ARQUITECTO COMO PROFESIONAL

3.1.1. Oficio y profesión pág. 83 3.1.2. El rol de arquitecto pág. 87

3.2. DIFERENTES TIEMPOS PARA UN MISMO ROL 3.2.1. Decadencia y renovación del arte edificatorio pág. 94 3.2.2. La recuperación del saber constructivo pág. 101 3.2.3. Arte y oficio en el Renacimiento pág. 109 3.2.4. El contradictorio siglo XVII pág. 117

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4. EL ARQUITECTO REGLADO pág. 129

4.1. LA DEFINICIÓN COMPETENCIAL 4.1.1. Hacia un título definitivo pág. 131 4.1.2. El declive del maestro de obras pág. 142

4.2. CIERRE E IMPLANTACIÓN DE UN MODELO 4.2.1. La necesidad del cliente: Felipe II a Fernando VI pág. 146 4.2.2. Una causa lenta pág. 151 4.2.3. Las competencias del nuevo profesional pág. 158

5. EL ARQUITECTO EDUCADO pág. 167 5.1. DIVERSOS MODOS DE FORMARSE

5.1.1. Del aprendiz al estudiante pág. 169 5.1.2. El estado de las cosas pág. 180

5.2. FIJACIÓN DE LA DOCENCIA 5.2.1. La sistematización del conocimiento pág. 192 5.2.2. Imitación, Orden y Academia pág. 203 5.2.3. El viaje de estudios pág. 209

6. EL ARQUITECTO PRIVADO pág. 217 6.1. LA PERFECTA IDEACIÓN

6.1.1. La cualificación del ingenio pág. 219 6.1.2. Las reglas de la ideación pág. 228

6.2. LA PRÁCTICA DE LA PROFESIÓN 6.2.1. El proyecto como ideación expresada pág. 237 6.2.2. Vida legal de la ideación pág. 247 6.2.3. Los escenarios de trabajo pág. 255

7. EL ARQUITECTO PÚBLICO pág. 265 7.1. EL ARQUITECTO EN SOCIEDAD

7.1.1. Ocupando un nuevo espacio pág. 267 7.1.2. Responsabilidad y obligación pág. 277

7.2. COMPORTAMIENTO Y COMPROMISO 7.2.1. Formación de una ética profesional pág. 289 7.2.2. Asociación y deontología pág. 297 7.2.3. Conciencia y servicio a la sociedad pág. 306

8. EPÍLOGO pág. 311 8.1. ASUNTOS PENDIENTES pág. 313 8.2. REFLEXIONES FINALES pág. 317

9. CONCLUSIONES pág. 333

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10. FUENTES DIRECTAS pág. 343 11. BIBLIOGRAFÍA pág. 355 12. ANEXOS DOCUMENTALES pág. 377

Conclusión de la presente obra, con ciertas instrucciones sobre la empresa y forma de hacer edificios (Philibert de L’Orme, 1626)

Relación de las obligaciones, intervenciones, y facultades atribuidas al Arquitecto Ynterventor de la Fabrica de Palacio en el nuevo Reglamento, hecho para ella en 21 de Junio de 1742, y de las que en consequencia de el ha exercido, y exerce, por sí, y sus Tenientes, formada en virtud de Real Orden de ocho de Agosto de 1748

Memorial de Ventura Rodríguez sobre el plan de exámenes (1758)

Memorial de José de Castañeda sobre el plan de exámenes (1758)

Solicitud del gremio de albañiles de la ciudad de Valencia de convertirse en colegio de arquitectos (1773)

Copia del informe de Dn. Juan de Villanueva al Sr. Yriarte sobre el expediente de los Arquitectos promovido en 1788

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RESUMEN

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RESUMEN

El hallazgo en 1414 de una copia del tratado de Vitruvio – ¡sin

ilustraciones! - se puede considerar, simbólicamente, el inicio del proceso de

definición del moderno arquitecto, que partiendo de un oficio milenario

culmina en la Ilustración, donde la caracterización del profesional es ya tan

diáfana que sin mayores cambios perdurará hasta nuestros días. Ese momento

cobra especial interés en el caso español, por cuanto a finales del siglo XVIII se

produce una situación sin precedentes: durante varias décadas un único

organismo, la Academia de Bellas Artes, acapara todos los aspectos de la vida

profesional del arquitecto, alcanzando una autorregulación casi completa. Así,

impartirá la formación necesaria para el acceso al ejercicio, establecerá los

requisitos necesarios para la obtención del título, expedirá éste no sólo para

los arquitectos sino también para los maestros de obra, controlará tanto la

vida profesional de sus miembros como el estilo de la arquitectura oficial, e

inspirará cualquier regulación que afecte a los arquitectos y a su trabajo. Tal

escenario es excepcional también en su devenir, puesto que no volverá a

repetirse.

La confrontación de las intenciones - declaradas en la abundante

tratadística - con los resultados - reflejados en la documentación que se

custodia en los archivos históricos - permite extraer las ideas, aspiraciones,

maneras y hechos que subyacen tras esta transformación. Ésta no es en modo

alguno debida al azar, sino respuesta a la necesidad de no quedarse detrás de

una sociedad y una clientela que no deja de moverse, cada vez con mayor

velocidad, hacia la era contemporánea. No será sorprendente, por tanto, que

la definición profesional se cierre con la inserción del arquitecto en la

colectividad a la que sirve, para la que se trasformará, inevitablemente, en

cómplice de las propuestas utópicas para una nueva sociedad.

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ABSTRACT

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ABSTRACT

Discovered in 1414, a copy of Vitruvius' treatise - no artwork! - can be

considered symbolically as the beginning of a process for defining the modern

architect, starting from an ancient craft and culminating in the Enlightenment,

where the professional characterization is already so clear that no major

changes will endure to our days. That moment is particularly interesting in the

Spanish case, since the late eighteenth century presents an unprecedented

situation: for decades a single body, the Academy of Fine Arts, monopolize all

aspects of architect’s professional life, reaching an almost complete self-

regulation. Thus, Academy will give the necessary training for accessing to

exercise, will establish the requirements for the diploma, issuing this not only

for architects but also for the master of works, will control both the

professional lives of its members as the official architecture style, and will

inspire any regulations affecting architects and their work. Such a scenario is

exceptional also in its development, since it will not be repeated.

The confrontation of intentions - declared in abundant treatises - with

results - registered in the documentation kept on historical archives - allows

extracting the ideas, aspirations, ways and facts behind such transformation.

And this transformation is by no means due to chance, but responses to the

need not to stay behind a society and clients that keeps moving with ever

increasing speed towards the contemporary era. It will not be surprising,

therefore, that final professional definition is close to the insertion of the

architect in the community to which it serves, and for which it will be

transformed inevitably in accomplice in utopian designing for a new society.

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1. ENCUADRES

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1. ENCUADRES

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1.1. INTRODUCCIÓN

1.1.1. Acerca de esta tesis

El origen de este trabajo -como el de cualquier otra investigación- se

halla como es lógico en la curiosidad, en el tratar de responder una serie de

preguntas que de tanto repetirse acaban por hacer necesario resolverlas.

Las interrogaciones en este caso surgen durante años de docencia

relacionada con la actividad profesional del arquitecto, desde las asignaturas

Arquitectura Legal, Deontología y, más recientemente, de Historia del Arte y de

la Arquitectura. Es inevitable, a la vez que se van repasando los aspectos del

ejercicio profesional, interpelarse sobre el porqué de tal modo de proceder, el

origen de esa costumbre o cómo se ha gestado aquella competencia. Se une

entonces a la curiosidad una segunda razón que justifique la inversión de

tiempo, y es un excesivo sentido de responsabilidad como profesor, creyendo

obligatorio llegar hasta el fondo de los conceptos que uno trata de transmitir.

En un siguiente paso, consultando los escasos estudios sobre la historia

de la profesión que se hallan a mano, se cae en la cuenta que en su mayor

parte la definición del oficio actual de la arquitectura viene, sin demasiada

evolución, de una situación más o menos consolidada a finales del siglo XVIII.

Aún más, parece que lo que no viene de entonces y se gesta después (escuelas

técnicas, colegios y honorarios reglados, básicamente), era ya deseado en tal

momento y si se quedó para después fue porque no dio tiempo a cerrar el ciclo

ilustrado.

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1. ENCUADRES

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Como unas preguntas enseguida traen otras, es inevitable también ir

más allá... y cuestionarse cómo se llega a esa situación dieciochesca de la que

el arquitecto actual es heredero. Y esto ya es un problema que, si bien se

abordará aquí en lo más esencial, resulta ya de tal ambición que no se puede

confiar en que esta tesis lo resuelva.

Es muy importante dejar desde ya muy clara una premisa que está en

la raíz del trabajo efectuado: esta es una investigación que indaga en la

Historia de la Arquitectura, y más concretamente, en la de la profesión de

Arquitecto, pero no es una investigación únicamente sobre Historia y en

ningún momento ha pretendido serlo; en realidad, la exploración se encuentra

más cercana a la Sociología, donde la Historia juega entonces un papel más

bien instrumental.

No hay aquí, por tanto, respuesta a la pregunta de si es posible seguir

haciendo Historia de la Arquitectura, aun cuando exista cierto acuerdo con

quien la formuló: “En muchas ocasiones la arquitectura es entendida por los

historiadores exclusivamente en términos figurativos, incluso cabría decir que

se tiende a sustituir, a simular, su especificidad, convirtiéndola en depósito de

discursos y términos que proceden de otros lenguajes críticos o formales. En

otros casos, la arquitectura es reducida a escenario de otras narraciones sobre

las artes visuales, proporcionando la atmósfera, trágica o heroica, de otros

acontecimientos, de otros fenómenos”1. Por encima de estas situaciones, se

pretende servirse del pasado como instrumento, nunca como objetivo, bajo el

principio del “entendimiento de la historia como reflexión permanente” que

1 RODRÍGUEZ RUIZ, Delfín, “¿Aún es posible hacer historia de la arquitectura?” en Anales de

Historia del Arte, nº 6, Madrid, Servicio de Publicaciones UCM, 1996, p. 333.

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desde el palladianismo reclamaba Linazasoro2, y que en este caso concreto se

aplicará a la actividad profesional de la arquitectura.

Ello explica que no se busque el protagonismo de los datos históricos,

las fechas o las pruebas concluyentes, que se encontrarán en las páginas que

siguen, pues no son imprescindibles para la verdadera intención de las mismas.

Y esta no es otra, como se ha dicho, que una investigación acerca de la figura

profesional del Arquitecto español, tal y como se conoce hoy, pero desde el

momento en que se perfilan y gestan sus características modernas y un

segundo antes de que éstas sean fijadas forzosamente por la inminente

legislación profesional; se trata, en suma, de caracterizar al Arquitecto esencial

en un momento clave en la profesión. Por ello, en las conclusiones se estará

más cerca de la Deontología, como ciencia del comportamiento profesional, o

incluso de la Sociología de las profesiones, que de la Historia.

1.1.2. Oportunidad de la presente investigación

La profesión de Arquitecto es ciertamente antigua, y desde que el

hombre ha necesitado organizar un cobijo artificial, alguien ha asumido la

labor de concebir idealmente y a priori el espacio necesario, así como de

organizar las operaciones necesarias para lograr su materialización. Es

inmediato, al mismo tiempo, pensar que la caracterización de la profesión no

ha sido la misma en todos los momentos históricos, que la figura del arquitecto

en Egipto, envuelta en un halo religioso, por ejemplo, está muy lejana del

artesano aventajado que encontramos en gran parte de la Edad Media, pese a

2 LINAZASORO, José Ignacio, Escritos 1976-1989, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de

Madrid, 1989, p. 119.

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que en algunos aspectos se encuentren ambos más cercanos de lo que pueda

parecer3.

Es también claro que el rol del arquitecto actual, tal y como lo

conocemos, no es un producto de momentos o hechos concretos, sino que es

la consecuencia de un proceso largo, o más bien, un paso más de ese proceso

que lleva a la Arquitectura a través de los siglos, una adaptación a los tiempos

concretos de la herramienta humana que no es otra cosa que una de las piezas

–junto con los materiales, las fuerzas de la física, la filosofía o las necesidades

sociales- necesarias para la consecución y permanencia de un Arte superior, de

esa madre de las Bellas Artes que también es “arte de edificar, y fortificar, con

fundamentos y reglas mathematicas”4.

Si la situación actual de la profesión en España, indisociable de un

momento de transformación global como no conocía el mundo desde hace

décadas, anuncia inevitablemente cambios sustanciales en el arquitecto tal y

como hasta hoy lo hemos conocido, debe entenderse como una etapa más de

esas sucesivas adaptaciones de la herramienta-hombre al servicio de lo que

permanecerá tras esta nueva metamorfosis: la Arquitectura, no sólo como

respuesta a necesidades utilitarias directas, sino como expresión de anhelos,

cultura, modos de entender nuestra presencia aquí y, a la postre, Arte.

No es inoportuno, entonces, no ya asumir que no necesariamente el

rol es el que hemos conocido hasta hace poco y el único válido, sino entender

que en diferentes momentos hemos encontrado diferentes modos de hacer

Arquitectura, todos ellos útiles, y que aprender de cómo fue en otros

momentos la figura del profesional nos puede ser útil para plantear la

3 KOSTOF, Spiro (ed.), El Arquitecto: historia de una profesión, Madrid, Cátedra, 1984.

4 PALOMINO DE CASTRO Y VELASCO, Antonio, El museo pictórico y escala óptica, Tomo I

(Theorica de la Pintura), Madrid, Imprenta de Lucas Antonio de Bedmar, 1715, glosario.

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imprescindible redefinición de ahora. Y especialmente oportuno será conocer

precisamente el momento en que comienza la gestación de la figura actual, un

momento en el que, de forma espontánea o más bien, como producto de una

evolución, el arquitecto se encuentra trabajando ya “a la moderna” pero no

como producto de legislaciones o reglas, sino simplemente porque la

experiencia de siglos había llevado hasta una caracterización -y un modo de

trabajo- que parecía la más eficaz, la que mejor daba respuesta a los

requerimientos de la Arquitectura. A partir de este momento, la construcción

del Estado y la Sociedad moderna se ocuparán en legislar, ordenar y reglar

todos esos aspectos definitorios, sumando a lo deseable muchos añadidos que

ya no serán necesariamente útiles para el fin del Arquitecto, y que por tanto

pueden verse hoy como prescindibles, al ser un producto heredado de

situaciones históricas ya desaparecidas.

Aun corriendo el riesgo de exceso en la longitud de la cita, es tentador

transcribir la contundente opinión sobre el cambio profesional que el sociólogo

Veblen escribía hace poco más de un siglo5. Hay que insistir: no hablamos de

un problema nuevo.

“Las nuevas condiciones pueden aumentar la facilidad de la vida del

grupo en su conjunto, pero la redistribución producirá, por lo común, una

disminución de la facilidad o la plenitud de la vida de algunos miembros del

grupo. Un avance en los métodos técnicos, un aumento de la cifra de población

o en la organización industrial requerirá que, por lo menos, algunos de los

miembros de la comunidad cambien sus hábitos de vida para poder adaptarse

con facilidad y eficacia en los nuevos métodos industriales; y al hacerlo así no

5 VEUBLEN, Thorstein, Teoría de la clase ociosa, Madrid, Fondo de cultura económica, 2002 (1ª

ed. 1899), p. 200.

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podrán seguir viviendo con arreglo a las nociones por ellos recibidas acerca de

cuáles sean los hábitos de vida adecuados y bellos.

Cualquier persona

a quien se le exija que

cambie sus hábitos de

vida y sus relaciones

habituales con sus

semejantes sentirá la

discrepancia entre el

método de vida que le

imponen las exigencias

recién surgidas y el

tradicional esquema

general de vida a que está

acostumbrado. Son los

individuos colocados en

esta situación quienes

tienen el incentivo más

vívido para reconstruir el esquema general de la vida que han recibido y

quienes se convencen con más facilidad de lo imprescindible que es aceptar

nuevos patrones; y es por la necesidad de conseguir los medios de vida

indispensables por lo que los hombres se encuentran en tal situación”.

En el siglo XVIII, como antes en el Renacimiento, como hoy mismo, el

arquitecto se vio forzado a evolucionar. Quien supo reconocerlo a tiempo se

acompasó al signo de los tiempos; quien se resistió, se perdió en el camino. No

parece inútil estudiar al menos uno de estos cambios, cuando ahora se está

1. Scamozzi, arquitecto renacentista, retratado por Veronés

hacia 1580 (Denver Art Museum). Portando un capitel y un

compás como atributos, representa un buen ejemplo de la

conquista de la distinción.

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gestando otro. Muy oportunamente una reciente reflexión6 coincidía en

señalar a este respecto: “No deberíamos basar nuestras hipótesis en

idealizaciones sobre la condición del arquitecto fruto de cierto pensamiento

mágico. Un análisis sobre esa condición social presenta algunas conclusiones

quizá menos idílicas: ni el arquitecto ha sido siempre ese privilegiado que

hemos supuesto, ni las situaciones que hoy tanto nos chocan pueden

considerarse tan nuevas”.

1.1.3. Objetivos e intenciones

A. Ya se ha dejado claro cuál es el objetivo primordial de este trabajo:

caracterizar o retratar al arquitecto de final del siglo XVIII, su regulación legal,

competencias y atribuciones, su modo de trabajar, su relación con clientes y

con otros agentes de la construcción, sus ideales intelectuales y sus principios

deontológicos y éticos.

B. Ello no se puede quedar en simple retrato estático, por lo que se pretende

también narrar cómo se llega hasta esa figura, qué transcurso atraviesa el rol

del arquitecto desde tiempos en que la arquitectura es poco necesaria hasta

que se puede decir que esta actividad se convierte en una profesión moderna.

C. Si la narración anterior es interesante como antecedente de la figura

dieciochesca, más interesante será la formulación de hipótesis -para desde

éstas alcanzar conclusiones- acerca de los porqués, de las causas que explican

esa narración. Cuáles son las razones de los cambios profesionales, cómo se

enraízan en la sociedad, en las demandas del cliente, en la economía, en el

pensamiento imperante: tales son las respuestas que se intentan incorporar.

6 ESTEBAN MALUENDA, Inmaculada / ENCABO, Enrique, “La arquitectura es inevitable” en

Madrid ¿im? posible, Madrid, Universidad Europea, 2013, p. 21.

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D. Es un objetivo también, no por secundario menos necesario, desterrar ideas

demasiado comunes, incluso recogidas en trabajos de investigación

competentes, acerca de la inexistencia del oficio del arquitecto en periodos

concretos de la historia; ligado a ello se plantea clarificar una evolución

patente durante una larga Edad Media que a menudo se simplifica unificando

muchos siglos bajo una misma caracterización.

E. Otro asunto que queda implícito en los anteriores, pero que no está de más

expresar de forma independiente, es la oportunidad de aclarar la existencia de

diferentes agentes en la esfera de la edificación, cuya ausencia de regulación y

variedad de significantes produce en muchos trabajos consultados verdaderas

confusiones de nombres y roles en los siglos XVII y XVIII.

F. Si todo lo anterior refiere a la realidad de hecho, es también un propósito de

este trabajo comparar todo ello con el pensamiento de entonces,

generalmente a través de los tratadistas de arquitectura, para concluir en qué

medida el profesional creado responde a las expectativas teóricas de los

autores y, por tanto, a la demanda intelectual de su tiempo.

G. También la situación legislativa es objeto de estudio, buscando hasta qué

punto ésta ha respondido a la realidad fáctica mencionada, a las intenciones

de los pensadores, o a razones puramente de gobierno completamente

alejadas de las necesidades profesionales o sectoriales.

H. Una importante pretensión es hacer un paralelismo entre el arquitecto

dieciochesco y el actual, comprobar cuánto de ahora procede de entonces, y

cuánto de ello es hoy prescindible por caduco, y cuánto se puede considerar

un invariante en el rol de arquitecto y por tanto debería protagonizar los

futuros modelos profesionales.

I. Porque ese es inevitablemente el objetivo final: servir de inicio a futuros

trabajos, en los que la nueva definición del profesional, tan necesaria ahora,

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tenga una base histórica sólida, y utilice los precedentes de anteriores

transformaciones para fundamentar una nueva vuelta de tuerca.

1.1.4. Proceso ya recorrido

Ya se ha dicho cómo existe como principio de esta investigación – de

todas- una idea inicial, que se va generando de forma natural durante años de

docencia de la asignatura de Arquitectura Legal7 del plan de estudios

establecido para la titulación de arquitecto. Y es que es inevitable que durante

la preparación de clases y contenidos surja constantemente la inquietud de

averiguar el origen de muchos de los aspectos legales y procedimentales de la

profesión de arquitecto. Más de una vez sorprende, en estas investigaciones

embrionarias, descubrir la antigüedad de uno u otro aspecto, la razón de su

establecimiento o el proceso que lo crea, pero siempre tal revelación resulta

una eficaz ayuda para entender y trasmitir al alumno la realidad vigente.

No es extraño, entonces, que en el comienzo de los cursos de

Doctorado uno de los trabajos elegidos se relacione con todo esto, y se destine

a documentar las primeras disposiciones legales relativas a la titulación y

competencias del arquitecto8, que se remontan a la segunda mitad del siglo

XVIII. Este trabajo supone la búsqueda en los archivos de la Gazeta de Madrid -

antecedente del Boletín Oficial del Estado-, así como en las recopilaciones

legislativas de la época, de las Reales Órdenes y Circulares en las que surge la

7 Según el plan a que acudamos, la asignatura podrá ser nombrada también como Deontología u

Oficio del Arquitecto, con un contenido básicamente similar y un esquema que se mantiene con escasas variaciones desde la fundación de la primera escuela de arquitectura de España en 1844. 8

El trabajo citado es “El proceso de definición del título de arquitecto, desde la historia de su

legislación hasta 1900”, tutorado por Antonio Humero en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid durante el curso 2008/09.

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obligación de obtener un título reglado de forma oficial -en este caso por la

Real Academia de Bellas Artes) para el ejercicio como profesional de la

arquitectura, así como los trabajos que quedan reservados al mismo.

De aquí, se deriva a la obtención del Diploma de Estudios Avanzados,

para la cual se realiza un trabajo9 que supone otra vuelta de tuerca en esa

búsqueda de las raíces del moderno profesional de la arquitectura. En este

caso, se busca caracterizar al arquitecto de forma ideal, es decir, realizar un

retrato del profesional deseado desde la opinión de los tratadistas de ese siglo

XVIII que supone un punto de inflexión en el modelo laboral. Este empeño

supone la lectura de cerca de media centena de tratados y libros de ese

momento, que se consideran fuentes directas, para extractar de ellos el

pensamiento que va inspirando a legisladores, docentes y a los propios

arquitectos y que acaba cristalizando en una caracterización de la que

claramente procede el profesional actual, caracterización que se contrasta

además con una abundante bibliografía de expertos que han reflexionado ya

sobre asuntos relacionados con el que nos ocupa.

En este punto parece obligado, obtenida esa imagen de lo que debería

ser un arquitecto –tanto ideal como legalmente-, atender a cuál es en la

práctica la realidad de la profesión en su origen, qué es de facto un arquitecto

producto de la Ilustración, cómo se desenvuelve en su trabajo, qué procesos

sigue, cómo se forma, cómo se relaciona con clientes y otros agentes de la

construcción. Contrastar todo ello, tratados y leyes con la realidad cotidiana,

es precisamente la idea de la que arranca la presente tesis.

9

Tal trabajo es “La perfecta profesión. El ideal de arquitecto y su evolución en la tratadística

española del siglo XVIII”, tutorado por Alberto Garín en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Europea de Madrid, y leído en febrero de 2012 ante un tribunal formado por Juan Carlos García-Perrote, Eva Hurtado y Miguel Lasso de la Vega, y con Fernando Espuelas como secretario.

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27

1.2. ALGUNOS ANTECEDENTES

1.2.1. Estado de la cuestión

Siendo la arquitectura una de las ocupaciones más apasionantes por su

relación con tantas y tan diferentes actividades humanas -productivas y

artísticas, científicas y religiosas, técnicas y humanísticas- sorprende el escaso

interés que ha despertado la historia de su producción, más aun en contraste

con la enorme atención que sí ha merecido la historia de sus resultados. Como

se desarrolla en los siguientes capítulos, la lenta evolución desde el oficio a la

profesión es la evolución de una civilización rural y devota hacia otra urbana y

tecnológica: estudiarla supone un buen modo de entender un paciente cambio

de óptica, en cuyas consecuencias se enraíza nuestra sociedad actual.

A pesar de ello, como se apunta, es escasa la investigación realizada

acerca del oficio o profesión de arquitecto, y no es hasta el siglo XX que

podemos encontrar algunos estudios específicos. Hasta entonces, en la

producción anterior de libros de arquitectura, si se encuentra un epígrafe que

trate el asunto, siempre lo hará desde un punto de visto más bien poético o

idealizado, relacionando modos y maneras profesionales con leyendas

grecolatinas sin fundamento cierto.

A partir de ahí se localizan también biografías de arquitectos, que

desvelan muchas veces esos aspectos buscados de la formación y la práctica, y

algunos tratados de construcción e historias de las tecnologías constructivas –

éstas también pocas- en los que se pueden encontrar referencias acerca de la

fase de obra, al menos. Más recientemente es posible localizar artículos acerca

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de facetas y momentos muy puntuales, en especial sobre el final de la Edad

Media.

Aun sorprende más la rareza de investigaciones sobre la historia

profesional cuando desde finales del siglo pasado sí existen estudiosos y

teóricos interesados en profundizar en la definición profesional, en la

caracterización del arquitecto, en la organización de la actividad, y en proponer

vías de futuro en momentos de cambio; todos ellos coinciden en una ausencia

de base histórica que las sustente, y cuando sus argumentaciones pretenden

buscar apoyo en precedentes, éstos carecen del rigor necesario siendo muchas

veces lugares comunes y suposiciones10. El presente trabajo pretende, entre

otras cosas, cumplir un papel instrumental en ese tipo de propuestas, como

fundamento y motivación.

De todos los aspectos que integran la actividad del arquitecto, quizá el

que sí ha despertado atención en mayor medida ha sido el de su formación, al

menos desde la fundación de las escuelas en el siglo XIX. Diversas tesis se han

ocupado del tema11, y aun se encuentran investigaciones en marcha. Pero

como se señala, trabajos más amplios en cuanto a su objeto, o que se centren

en el ejercicio profesional y su evolución, son raros. Cabe señalar como

excepción un trabajo centrado en España que si bien está repleto de datos y

referencias a documentos históricos, adolece de una vertebración y reflexión

adecuadas para los propósitos del presente trabajo; su autor, Carmelo

10

Valgan como ejemplo de este tipo de trabajos los muy conocidos de CUFF, Dana, Architecture:

the Story of Practice, Massachusetts, The MIT Press, 1996, o MUNSCHAMP, Herbert, File Under Architecture, Massachusetts, The MIT Press, 1974. 11

Especialmente se puede citar a PRIETO GONZÁLEZ, José Manuel, Aprendiendo a ser

arquitectos. Creación y desarrollo de la Escuela de Arquitectura de Madrid, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004, así como estudios no publicados de RIVAS QUINZAÑOS, Pilar, que amablemente ha permitido su consulta, en especial el primer capítulo de su tesina sobre los primeros años de actividad de la Escuela de Madrid.

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Padrón12, busca más una descripción operativa de la profesión actual que un

entendimiento esencial de la misma.

Cercana en su objeto al presente estudio se halla la investigación de

Alicia Quintana13, aunque se acota en un periodo clave: el de la formación y

primeros años de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando,

institución clave en la definición profesional con la que se cierra el siglo XVIII.

Finalmente, es obligado señalar un par de investigaciones sobre la

historia del oficio de aparejador de gran interés, muy completas y

extraordinariamente documentadas, que han sido de gran ayuda a la hora de

aclarar algunas circunstancias concretas14.

1.2.2. Referencias principales

Las tres únicas obras que se ocupan de forma específica y más o menos

completa de la historia de la profesión son trabajos del siglo XX, debidos

respectivamente a Briggs, Vagnetti y Kostof, éste último editor de un trabajo

colectivo. Ninguno de ellos dedica apenas espacio a la situación española,

excepto el tercero que en su edición en castellano añade un apéndice que

recorre de forma resumida y panorámica algunos hitos en el oficio hispano15.

12

PADRÓN DÍAZ, Carmelo, La profesión de arquitecto. Formación, atribuciones y

responsabilidades, Las Palmas de Gran Canaria, Colegio Oficial de Arquitectos de Canarias, 1996. 13

QUINTANA MARTÍNEZ, Alicia, La arquitectura y los arquitectos en la Real Academia de Bellas

Artes de San Fernando (1744-1774), Madrid, Xarait, 1983. 14

Se trata de GARCÍA MORALES, María Victoria, El oficio de construir: origen de profesiones. El

aparejador en el siglo XVII, Madrid, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid, 1990, y de IZQUIERDO GRACIA, Pilar, Historia de los aparejadores y arquitectos técnicos, Madrid, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid, 2005. 15

FERNÁNDEZ ALBA, Antonio, “Aprendizaje y práctica de la arquitectura en España” en KOSTOF,

Spiro, El arquitecto: historia de una profesión, Madrid, Cátedra, 1984.

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El primero de ellos es un trabajo del arquitecto e historiador Martin

Shaw Briggs16, que pese a su antigüedad sigue plenamente vigente aunque

trate de forma preferente el caso inglés. El pragmatismo y claridad habitual en

las monografías británicas, siempre unido a un extraordinario rigor en la

recopilación de datos, hace de esta obra una referencia inevitable, tanto más

en su forma que en su fondo para el fin que aquí se busca.

La obra de Vagnetti17, por el contrario, resulta una vasta investigación

no sólo de las condiciones profesionales, sino de su relación con la propia

historia del producto arquitectónico, incluyendo además valiosas reflexiones

de una de las grandes figuras de la teoría arquitectónica italiana.

Finalmente, el trabajo colectivo del que Spiro Kostof18 es editor

además de autor de alguno de sus capítulos es la única de las tres obras

señaladas que ha sido editada en España, por lo que es ampliamente conocida

aquí. Hay que señalar que en su idioma original sigue siendo periódicamente

reeditada, por lo que su actual versión19 presenta abundantes revisiones y

ampliaciones respecto a la edición castellana.

Un segundo grupo de referencias es el constituido por libros que se

consideran fuentes directas, tratados de arquitectura escritos y publicados en

España durante el siglo XVIII o anteriores, y en los que tanto la situación del

arquitecto como, sobre todo, las intenciones de mejora profesional, se

retratan en mayor o menor medida.

16

BRIGGS, Martin S., The Architect in History, Oxford, Clarendon Press, 1927. 17

VAGNETTI, Luigi, L’architetto nella storia di Occidente, Padua, Edizioni CEDAM, 1980

(reimpresión de la primera edición de 1973). 18

KOSTOF, S., El Arquitecto, op. cit. 19

KOSTOF, Spiro (ed.), The Architect. Chapters in the History of the Profession, Berkeley,

University of California Press, 2000.

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No debe olvidarse

que estas referencias no

son sólo testigos, sino

también agentes de la

historia, puesto que la

influencia de algunos de

estos libros será

determinante en la

evolución profesional,

cuestión que será tratada

después, en un capítulo

específico de este trabajo.

Por supuesto, las

ediciones españolas de los

grandes tratados teóricos

(Vitruvio, Alberti, Serlio o

Palladio) son de gran interés,

pero aun más para los fines

que nos ocupan las de los autores que pretenden producir manuales

puramente operativos o prácticos: Rieger, San Nicolás, Tosca, Ardemans,

Villanueva, Bails...

Otro grupo bibliográfico de extraordinaria relevancia, por su papel de

orientador de los enfoques adoptados, es el que se puede encuadrar en

intenciones más transversales, generalmente cercanas a la sociología. El

2. Los tratados son considerados como testigos directos del

oficio, y por tanto serán una de las principales fuentes de la

presente investigación. Página 32 del Breve compendio de

Diego López de Arenas (1633)

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trabajo de autores como Spencer, Hauser, Rosenau, Certeau o Sennet20, por

citar los más relevantes, es muchas veces inspirador de la óptica con la que

analizar los datos recopilados, cuando no directamente responsables de

algunas reflexiones. Sus preocupaciones acerca de las implicaciones que el

trabajo del ser humano tiene en la construcción de la sociedad, en las fuerzas

que lo moldean u orientan, en cómo circunstancias económicas, políticas o

geográficas influyen en la producción que resulta de aquél, serán una capital

aportación en la búsqueda de respuestas.

1.2.3. Más bibliografía, otras fuentes

Fuera de las referencias señaladas, el resto de la bibliografía se

compone, como no puede ser de otra manera, de trabajos de historia. Algunos

son genéricos, buscando en ellos encuadres a los conceptos desarrollados, y

otros son específicamente estudios sobre la arquitectura en diversos

momentos, su devenir o sus rasgos estilísticos, sobre la formación necesaria o

las pugnas entre escuelas, la evolución de las técnicas constructivas. Y

finalmente, se encuentran también estudios de muy alta concreción en temas

ciertamente puntuales, generalmente sin entidad para ser publicados fuera del

ámbito de las revistas académicas, pero que descubren cuestiones que no por

menores resultan menos útiles. Cabe destacar el interés que desde hace unos

años existe en algunas publicaciones periódicas por aspectos de la historia de

profesiones relacionadas con la arquitectura; valgan como ejemplos las

20

No parece procedente concretar aquí las referencias bibliográficas de los trabajos referidos, puesto que la repetición de parte de la bibliografía, donde pueden consultarse, no hará más que estorbar en los fines de una nota a pie de página; por otro lado, sus respectivas referencias se detallan, como del resto de obras utilizadas, en los momentos concretos en que se hace necesario citarlas.

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revistas Anales de historia del arte (Universidad Complutense de Madrid) o

Espacio, tiempo y forma (Universidad Nacional de Educación a Distancia).

En todo este grupo de bibliografía histórica se encuentran nombres

inevitables, grandes figuras de la investigación del devenir arquitectónico:

Chueca Goitia, Moya o Cervera Vera, seguidos de Sambricio, Bonet Correa y

Navascués y, más adelante, Moleón o Muñoz, por citar los más inmediatos, y

en una sucesión más o menos generacional.

Es inevitable en una investigación cuya base –que no su fin- es la

historia, incluir entre las fuentes de información a los archivos de documentos

históricos. A pesar de en que la bibliografía utilizada sus autores reseñan

abundantes y concretas referencias, ha parecido importante que este estudio

también aporte algunas nuevas, máxime cuando los fines buscados no son

coincidentes y por tanto es posible que lo que para otros no fue relevante,

ahora sí lo sea. Por ello, se han realizado búsquedas sistemáticas en el Archivo

General de Palacio, en el General de la Villa, en el Histórico de Protocolos de

Madrid y en el de la Academia de Bellas Artes, entre otros, con la intención de

localizar testigos de la actuación profesional de arquitectos del pasado. A este

respecto, se adjuntan como anexos a este estudio transcripciones de aquellos

documentos localizados de los que se ha entendido que otros podrán extraer

también utilidad.

Finalmente, se debe señalar toda una serie de fuentes de carácter

complementario, pero con las que se ha tratado de contemporizar o encuadrar

los datos recopilados y de colocarse realmente en el pensamiento

dieciochesco, para poder entender así aquello que desde una óptica

contemporánea podría interpretarse sin el matiz preciso. Así, literatura

ilustrada como la de Sterne, Cadalso o Moratín, o publicaciones periódicas

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como la Gazeta de Madrid, se convierten en herramientas menores, pero útiles

en la búsqueda realizada.

1.2.4. Metodología y premisas

La necesidad de acotar la investigación y eludir una intención

enciclopédica, que haría ímprobo el cierre de conclusiones, aconseja centrar el

esfuerzo de búsqueda de referencias -y las reflexiones que susciten- en el caso

español. Las razones de cercanía son obvias, pero sin embargo no será esta

una decisión tajante. En efecto, será no sólo inevitable sino ilustrativo

traspasar el marco geográfico en muchos momentos, por estar fuera de

España el origen de alguna idea o porque la comparación con el desarrollo de

otra en diversos lugares puede apoyar mejor una reflexión concreta.

Ciertamente, muchas de las características que se van a tratar aquí son

universales en la Europa ilustrada, por lo que argumentarlas desde diferentes

sitios puede resultar más que favorable. Al mismo tiempo, puesto que no

siempre los desarrollos son coetáneos, esto puede introducir algunos motivos

de confusión que el propio texto tratará de aclarar sobre la marcha, si bien no

está de más que el lector esté advertido. Así, la evolución que pueda suponer

el Renacimiento en el entendimiento del oficio se produce antes en Italia que

en España, y será aun más tardía en Inglaterra, si bien su efecto será similar en

todos ellos.

Ello no quita para que también se haya tratado de acotar la variable

temporal. Como se ha dicho, el retrato que se pretende hacer es el del

arquitecto del siglo XVIII, “época en que la profesión se definió en cuanto a su

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alcance y sus prácticas21”. Es efectivamente el momento en que comienzan las

regulaciones de una actividad que hasta entonces atendía normas dispersas,

cuando las había; la primera regulación de competencias y facultad de

ejercicio, los primeros intentos de reglar el aprendizaje, surgen ahora. Quizá la

posición del siglo entre dos fuertes polémicas de pensamiento, entre la

querella de antiguos y modernos y el debate entre clásicos y románticos, fue

un buen momento para fijar condiciones de trabajo, aunque en cierto modo –

ya se tratará más adelante- eran también un intento de fijar condiciones de

estilo, intento que producirá la segunda de las polémicas señaladas22.

Sin embargo, tampoco esta acotación se podrá atender de forma

rígida. Ya se ha comentado que mirar en algunos casos hacia situaciones

diferentes de la española implica también mirar momentos distintos. Pero

además, aunque de nuevo se trate de soslayar la tentación de la panorámica

interminable, se intentarán encuadrar los atributos estudiados en sus

respectivos procesos históricos, entendiéndolos como conclusión de una

evolución que además no termina aquí, sino que seguirá hasta hoy.

No cabe duda que en el trabajo se quedan muchas puertas abiertas,

que bien pueden ser origen de tantos otros caminos. El desarrollo de la

profesión en los países de nuestro entorno, cómo desde premisas similares y

una caracterización tan parecida –da la impresión de que Europa ha sido

mucho más común en otros momentos que ahora-, se ha terminado en la

situación actual, en la que el ejercicio y las competencias son tan distintas

21

MAKSTUTIS, Geoffrey, Arquitectura. Teoría y práctica, Barcelona, Blume, 2010, p. 29. 22

Así lo expresa el crítico de arte ENCINA, Juan de la, Retablo de la pintura moderna. De Goya a

Manet, Madrid, Espasa Calpe, 1971, p. 111: “La querella de los antiguos y de los modernos viene a ser semejante a la de los clásicos y románticos de la primera mitad del XIX. Los románticos propugnaron una libertad aún mayor que la que solicitaban los modernos en el siglo XVII,..”.

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según dónde nos encontremos, es por ejemplo una propuesta que queda

pendiente.

Con las premisas expuestas, el trabajo desarrollado basa su

metodología por un lado en la confrontación de diversas fuentes primarias, y

por otro en refundir aspectos de estudios anteriores que si bien en ellos tienen

un carácter complementario, al aislarse y ponerse en común resultan muy

reveladores. La interacción de ambas líneas de trabajo va construyendo poco a

poco la serie de conclusiones que cubren los objetivos marcados.

Cuando se habla de fuentes primarias, éstas refieren a testimonios de

primera mano pero bajo el contraste de muy diferentes maneras de entender

la realidad. La idea, el deseo de lo que debe ser, se va a encontrar siempre en

el libro de arquitectura, en el tratado teórico, donde casi siempre se habla de

la perfección que hay que lograr. Ello se confronta con la realidad, con las

cosas como son, tal y como se retrata en contratos, escrituras y protocolos de

obra, cartas y otros documentos de la época. Aun más: finalmente, también se

acudirá a la realidad pretendida, a la visión de la época que desde las

instancias superiores, gobernantes o académicos, se pretende construir, y esta

se localiza en disposiciones legales, reales órdenes y estatutos. Las tres facetas,

(lo ideal, lo real y lo pretendido) cotejadas, garantizan abordar el retrato

completo.

Por otro lado, la segunda línea de trabajo señalada es también

necesaria: resulta absurdo, al menos en un trabajo que como una tesis

presume de carácter científico, plantear un camino solitario y obviar lo que

otros antes -seguramente mejores que uno- ya han estudiado. El auparse a

hombros de gigantes es no ya una necesidad sino una obligación. Ello se

traduce en el repaso concienzudo a una extensa bibliografía de muy diversas

facetas, de la que se han extraído hechos e ideas, puede que secundarias en su

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contexto original, pero a veces primordiales en el que se plantea aquí. Las

abundantes notas y citas a pie de página tratan de formar un sustrato lo más

sólido posible en el que apoyar el trabajo realizado.

3. El arquitecto saliendo de las tinieblas medievales, en

Architecture, de Philibert de L'Orme, página 51v (1626). Su

búsqueda de una nueva ubicación durará varios siglos.

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1.3. SIGNIFICANTES Y SIGNIFICADOS

1.3.1. Un problema de lenguaje

En la investigación realizada se ha encontrado con sorpresa cómo en

algunas de las fuentes consultadas, y más a menudo de lo que podría pensarse,

el autor correspondiente trabaja inmerso en verdaderas confusiones

terminológicas acerca de los oficios de la construcción. Resulta difícil entonces

extraer conclusiones que nos permitan deshacer esas ambigüedades –que son

reflejo de las existentes en sus momentos de origen- desde trabajos en los que

la falta de claridad o, directamente, de conocimiento, contribuyen a la

consolidación del problema.

Así, los desconciertos entre arquitecto, maestro de obra, maestro

mayor, artífice, trazador, alarife o ingeniero, entre otros términos, quedan

envueltos en la ambigüedad cuando no –y esto es arriesgado- justificados por

especulaciones sin más fundamento que las buenas intenciones23.

Antes de despejar estas confusiones, se puede ofrecer un paralelismo

que explique desde una óptica actual la situación. Para ello, basta con pensar

en un futuro investigador que dentro de, por ejemplo, trescientos años, trate

de establecer la génesis del experto dedicado a acondicionar y decorar los

23

Así sucede, por ejemplo, en IZQUIERDO GRACIA, P., Historia de los aparejadores, op. cit., pp.

20 a 30, donde desde la Edad Media ya se le está atribuyendo creemos que injustificadamente un rol superior al arquitecto –vocablo de nulo uso entonces- respecto al maestro mayor, de quien se dice que trabaja siempre con trazas ajenas. Como luego se desarrollará, si bien esto está documentado en obras eclesiásticas de importancia, es muy improbable en obras civiles. Cierta confusión se detecta también en GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., cap. 1, al suponer que el maestro de obras y el maestro arquitecto suponen en la práctica dos roles distintos desde un primer momento.

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espacios interiores de los edificios, que para entonces puede ser una profesión

tan fijada y reglada como actualmente la de arquitecto. Tal investigador

estudiará sin duda documentos fechados durante el siglo XX, en tiempos

donde tal oficio dista mucho de estar ordenado. Así, se encontrará con

referencias a decoradores, interioristas, arquitectos de interiores, diseñadores

espaciales, y cualquier otra designación más o menos artificiosa. Localizará

diferentes títulos de escuelas y universidades, ninguno oficial o regulado, con

muy diferentes denominaciones, duración y programa de estudios. Descubrirá

colegios y asociaciones diferentes, pleitos por intrusismo interpuestos por

profesiones regladas –arquitectos e ingenieros de edificación- e incluso

manuales proponiendo maneras específicas de desarrollo profesional. En

conclusión, se encontrará con una situación similar a la que se presenta al

investigar un rol como el de arquitecto en los siglos que protagonizan este

estudio, siglos en los que se está gestando como una profesión.

Se pretende llamar la atención a que las diferentes terminologías

tienen muchas veces una causa –de tradición, de origen geográfico-, pero otras

son tan arbitrarias como la decisión de un profesional de distinguirse del resto,

de llamar la atención de la clientela potencial o de adscribirse a una corriente

de pensamiento. Así, las mismas diferencias de connotación que hoy podemos

establecer entre interiorista y decorador, aun cuando ambos realicen

esencialmente un mismo trabajo, existían entre arquitecto y maestro de obra

en el siglo XVII español, por poner un ejemplo, y queda fuera de lugar

pretender que había diferencias incluso competenciales entre ambos, entre

otras cosas porque no existían tales competencias.

Todo ello no quita para que al mismo tiempo, estudiar y conocer esas

diferentes connotaciones desde el punto de vista de los coetáneos sea muy

interesante, porque lo que sí se encontrará es su influencia en la definición de

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los roles para cuando llegue el momento de ser considerados profesiones e

incluso, reglarse sus respectivas caracterizaciones. Así, a finales del siglo XVIII,

arquitecto y maestro de obra sí se habrán convertido en cosas distintas, incluso

legalmente, y cada uno de esos términos se habrá acercado a las respectivas

connotaciones que entonces estaban adquiriendo.

De todo ello se tratará en el resto del presente trabajo, pero es

conveniente atender a la advertencia de que en sus páginas se hablará del

arquitecto como vocablo que define el rol a estudiar -incluso en momentos en

que tal palabra estaba completamente en desuso- por ser el que quedará fijo

frente al resto de términos al acabar su lenta definición profesional.

1.3.2. El arquitecto frente al maestro de obras

Sin ánimo de invadir el terreno etimológico, que queda fuera de la

intención del presente trabajo, se puede señalar el término arquitecto como

procedente de la antigüedad clásica, y que llega hasta la órbita romana bajo la

forma architectus. Se constata, sin embargo, su abandono durante la Edad

Media, quizá por la radical disminución de la actividad constructiva y en

consonancia con la ruralización de la sociedad. Beatriz Mariño recoge como la

última vez que se usa con pleno significado -correspondiente a la labor de

concepción y trazado previa a la edificación- los escritos de San Isidoro de

Sevilla (560-636). Desde entonces, su uso es minoritario y con significados

diferentes, como la acepción sapiens architectus utilizada para denominar en

ocasiones al comitente24. El rol que nos interesa recibirá en cambio diferentes

nombres más ligados a la ejecución o dirección de ésta (caementarius, artifex o

24

MARIÑO, Beatriz, “La imagen del arquitecto en la Edad Media: historia de un ascenso", en

Espacio, Tiempo y Forma, serie VII, Historia del Arte, t.13, Madrid, UNED, 2000, p. 13.

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41

latomus), hasta que terminará generalizándose en España la denominación de

maestro de obras que llegará hasta el advenimiento de las ideas renacentistas.

Salvo error, la primera vez que aparece impresa en España la palabra

arquitecto es en un tratado que será comentado con mayor extensión en

siguientes apartados: se trata de Medidas del Romano, libro que pasa por ser

el primero dedicado a la arquitectura escrito en lengua vernácula, si

exceptuamos el Vitruvio de Cesariano -que es por otro lado, una traducción y

no una obra original, como luego se observará-. Este hecho supone sin duda la

“recuperación” de esta denominación en castellano. En tal tratado, se explica:

“Has otrosí de saber que architeto es vocablo griego; quiere decir principal

fabricador. Allí los ordenadores de edificios se dizen propiamente architetos.

Los quales según parece por nuestro Vitrubio son obligados a ser exercitados

en las sciencias de philosophia y artes liberales. De otra manera no pueden ser

perfectos architetos cuyas ferramientas son las manos de los oficiales

mecanicos. Y nota que el buen architeto se debe proveer ante todas cosas de la

sciencia de geometría de la queal escribieron muchos autores”25.

A partir de este momento, el vocablo arquitecto se introduce

lentamente en el mundo edificatorio26. En la relativa popularización de la

“nueva” palabra tuvo que ver sin duda que Felipe II la elevara al rango de cargo

oficial, dotado de especial significado, con el nombramiento de Juan Bautista

de Toledo como Arquitecto Real al frente de la obra del monasterio de El

25

SAGREDO, Diego de, Medidas del Romano, Toledo, Imprenta de Juan de Ayala, 1549 (1ª ed.

1526), p. 14. 26

Según PORTABALES PICHEL, Amancio, Maestros mayores, arquitectos y aparejadores de El

Escorial, Madrid, Editorial Rollán, 1952, p. 129, la palabra arquitecto empieza a popularizarse en Sevilla a partir del siglo XVI y debido a la influencia de artistas italianos, idea de la que no se tienen más referencias. Se debe señalar en todo caso que esta es otra de las fuentes en las que se aprecia también cierta confusión terminológica, especialmente entre oficios y cargos.

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Escorial, y no como Maestro Mayor27, como era tradicional; es claro que para

el monarca tal denominación reviste un carácter especial, habiendo sido el

primer mecenas español que la emplea cuando en 1552, aun siendo príncipe,

describe a Francisco de Villalpando como geómetra y arquitecto28.

A pesar de todo ello y durante mucho tiempo la denominación de

arquitecto tendrá una casi total equivalencia en lo práctico con el término

maestro de obras29; se trata de dos significantes con el mismo significado.

Buena muestra puede ser la autoridad del diccionario de Covarrubias:

“Architecto: Lat. Architectus a Graeco αρχιτεκταγ, vale tanto

como maestro de obras el que da las traças en los edificios, y

haze las plantas, formándolo primero en su entendimiento.

Maestro de obras: el que da la traça, y haze planta y montea de

la obra principal. Latine fabricensis, vulgarmente se llama

Arquitecto”30.

Y así, es normal que Domingo de Andrade, cerrando el siglo XVII,

escriba: “¿Pues dime, quien tal disposición de fabrica dio, pudo ser sino un gran

27

RINCÓN ÁLVAREZ, Manuel, Arquitectura y geometría, Madrid, Sociedad de Fomento y

Reconstrucción del Real Coliseo Carlos III, 2012, p. 98. Se señala el especial significado de esta “novedad” frente a la arquitectura cortesana tradicional, tomando partido el monarca con claridad por el prototipo propuesto por Vitruvio. 28

KUBLER, George, La obra del Escorial, Madrid, Alianza, 1983, p. 41. 29

En efecto: “Pese al innegable mérito de Sagredo en la introducción, difusión y arraigo en

España del vocablo culto de arquitecto con su nuevo alcance artístico e intelectual, conviene tener presente que el término tradicional de maestro de obras no desaparecería ni perdería un ápice de su vigencia, siendo utilizado a veces por los profesionales del sector de manera indistinta y conjuntamente con el otro vocablo, sin desdoro ni indicios de inferioridad”. La cita es de BLASCO ESQUIVIAS, Beatriz, Arquitectos y tracistas. El triunfo del Barroco en la corte de los Austrias, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2013, p. 33. 30

COBARRUVIAS Orozco, Sebastián, Tesoro de la lengua castellana, Madrid, Imprenta de Luis

Sánchez, 1611.

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Maestro de obras, y Arquitecto?”31, o que él mismo se autodenomine con

ambos términos en las páginas de elogio y aprobación de su libro, donde

también exhibe, por cierto, su puesto permanente en la catedral de Santiago.

Sin embargo, esa identificación en lo práctico que se ha señalado no

resulta completa en lo teórico, ya que muchas veces decir arquitecto busca un

revestimiento de una cierta connotación más culta con respecto a maestro. No

en vano, y como se desarrollará en el siguiente apartado, algunos

representantes de estos oficios están buscando significarse y apartarse de la

obra, y la oportunidad de apropiarse de una denominación propia en

momentos determinados no es desaprovechada. Precisamente, “siempre se

prefirió, por ejemplo, este vocablo [arquitecto] cuando se trataba de un

contexto literario, ya fuese un libro o un memorial, sin perjuicio de que en otras

circunstancias se denominasen a sí mismos maestros de obras”32. Por ello, no

es extraño que Juan de Torija, por poner un ejemplo entre los tratadistas, no

dude en dignificarse, autodenominándose a la vez maestro arquitecto y

aparejador en el frontispicio de su tratado33. Pero no es sólo el artífice quien

pretende significarse, y ser relacionado con el ideal vitruviano, distanciándose

de labores manuales. ¿No habrá también un intento por parte de un sector de

la clientela de distinguirse mediante su habla? Ante el auge de una burguesía y

unas clases medias fortalecidas que se producirá desde finales del siglo XVII, se

ha propuesto la creación de barreras en el lenguaje como una estrategia de la

31

ANDRADE, Domingo de, Excelencias, antigüedad, y nobleza de la Arquitectura, Santiago,

Imprenta de Antonio Frayz, 1695, p. 22. 32

Fernando MARÍAS, citado en BLASCO, B., Arquitectos y tracistas, op. cit., p. 34. 33

TORIJA, Juan de, Breve tratado de todo género de bóvedas, Madrid, Imprenta de Pablo de Val,

1661.

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aristocracia urbana para marcar distancias con esa clase advenediza34, idea que

avalaría que al cliente de mayor cultura también le guste más tratar con un

arquitecto que con un maestro de obras.

Y así, poco a poco la falta de identidad teórica romperá la identidad

práctica, y la denominación de arquitecto se irá reservando para ese maestro

de obras que ha ido más allá, ampliando sus conocimientos con disciplinas

34

Fernando TODA, en el prólogo a STERNE, Laurence, Vida y opiniones del caballero Tristam

Shandy, Madrid, Cátedra, 2011, p. 13.

4. El triunfo de la idea de arquitecto en pleno romanticismo se expresa en este detalle de Die von

König Ludwig I de Von Kaulbach, 1850 (Bayerische Staatsgemäldesammlungen, Munich).

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artísticas y científicas, y que irá perdiendo el interés por el trabajo en obra

frente al de ideación35.

Como se estudia en el presente trabajo, tales términos acabarán

aplicándose durante el siglo XVIII a oficios distintos, al ir separándose

competencias que hasta entonces habían pertenecido a un mismo rol. Hasta

tal punto es así, que al cierre de ese siglo, la propia Academia de Bellas Artes

expide títulos diferentes para cada uno, si bien la tradición es lenta en

enderezarse, y todavía en 1802 uno de sus profesores, Benito Bails, define al

maestro de obras como un tipo de arquitecto, quizá por tener permitido aquel

ejercer como tal en aquellos núcleos en los que no hubiera ninguno, si bien a

estas alturas lo liga ya claramente a la obra y no a las labores de diseño:

“ARQUITECTO. El que sabe el arte de edificar, da todos los

dibuxos de un edificio, dirige la obra, estando a su mando los

albañiles y todos los demás oficiales que con ellos trabajan en la

fábrica. Algunas personas que no se precian de usar con mucha

propiedad su lengua, suelen llamar Arquitectos a los Albañiles.

(…)

MAESTRO. El Arquitecto que tiene a su cargo una fábrica”36.

Cabe señalar para cerrar este recorrido terminológico que, mediando

el siglo XIX y cercana la creación de la primera escuela de arquitectura, ya no

hay confusión y la separación está clara, máxime cuando la profesión de

maestro de obras está sentenciada a estas alturas37:

35

GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., p. 29. 36

BAILS, Benito, Diccionario de arquitectura civil, Madrid, Imprenta de la viuda de Ibarra, 1802,

p. 9 y 67. 37

De hecho, el maestro de obras ya había desaparecido legalmente en 1796, y si fue recuperado

después temporalmente, fue por la escasez de profesionales tras la Guerra de Independencia,

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“Arquitecto: El que instruido, examinado y aprobado en el arte

de construir, profesa y ejerce la ciencia o arte de la arquitectura

con título de tal. Es su ministerio ejecutar los correspondientes

diseños, dirigir las obras y tener a sus órdenes todos los

operarios. (…)

Maestro de obras: El profesor que cuida de la construcción de un

edificio en su parte material y bajo el plano dispuesto por el

arquitecto y que puede trazar por si edificios privados con ciertas

condiciones”38.

1.3.3. Sobre otras denominaciones relacionadas

En lo que respecta a otros vocablos usados a lo largo de estos siglos de

formación del moderno profesional, cabe aclarar en primer lugar que es

importante distinguir los oficios de los cargos, algo que no siempre es tenido

en cuenta a la hora de tratar sobre ellos.

Así, mientras arquitecto y maestro de obras refieren a un oficio,

maestro mayor o alarife, e incluso aparejador, lo hacen a puestos u

obligaciones concretas, accesibles generalmente para quien podía acreditar,

precisamente, aquel oficio39.

insuficientes para atender las necesarias reconstrucciones. IZQUIERDO, P., Historia de los aparejadores, op. cit., pp. 20 a 30. 38

MATALLANA, Mariano, Vocabulario de arquitectura civil, Madrid, Imprenta de Francisco

Rodríguez, 1848, p. 43 y 177. 39

GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., cap. 1. Se señala igualmente la existencia de cierto intrusismo por parte de personajes incompetentes, al no haber un procedimiento claro para reconocer esa aptitud como maestro de obras.

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El papel de maestro mayor es de gran tradición en España, y refiere a

quien está de máximo responsable de una obra incluyendo la atención de las

labores de contratista, aun cuando no necesariamente a cambio de un

beneficio industrial, sino generalmente de un salario. Para tal cargo se

selecciona siempre a un maestro de obras, que ve con la consecución de tal

puesto, especialmente si se trata de una gran obra institucional, su

consolidación dentro del oficio, prestigio acorde a la obra concreta y, con un

poco de suerte, estabilidad laboral para muchos años. De hecho, en el caso de

edificios de una gran magnitud, en los que permanentemente se están

haciendo intervenciones nuevas o reparaciones (catedrales, casas de la

realeza, monasterios de gran tamaño), resulta un cargo prácticamente vitalicio,

al que se accede por concurso y examen ante un tribunal cualificado. Y es

precisamente en estos casos de envergadura en los que no tendrá que realizar

labores de trazado, al recibir diseños y trazas ya realizadas por maestros de

obra o arquitectos de confianza del cliente.

El cargo de alarife es de una gran antigüedad, estando documentado al

menos desde el siglo VIII, y de origen árabe relacionado con la figura del

alamín en los tratados hispano-musulmanes del Medioevo40. Se liga al

municipio y se reviste por tanto de naturaleza pública; su competencia es

básicamente supervisora de la actividad constructiva en su demarcación, así

como también es responsable del cumplimiento del resto de normas de policía

y, en muchos casos, de la ejecución de las obras municipales41. De tal cargo,

Covarrubias dice: “sabio en las artes mecánicas, juez de obras de alvañileria,

40

GÓMEZ LÓPEZ, Consuelo, “Los Alarifes en los oficios de la construcción (siglos XV-XVIII)” en

Espacio, Tiempo y Forma, serie VII, Historia del Arte, t.4, Madrid, UNED, 1991, p. 40. 41

IZQUIERDO, P., Historia de los aparejadores, op. cit., pp. 20-30.

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dicho en arábigo aarif o arifun, quasi sapiens mensura del participio”42. Con

mayor precisión, el Diccionario de la Lengua Castellana43 lo definirá como

“maestro públicamente señalado y aprobado para reconocer, apreciar o dirigir

las obras que pertenecen a la Arquitectura, si bien le basta con ser maestro de

albañilería”.

Es habitual que el de alarife fuera un puesto reglado en las ordenanzas

de cada ciudad, y que el acceso al mismo se produjera mediante acreditación

de méritos y examen; ello explica que pasaran a ocuparlo personajes de muy

diferente procedencia e itinerario laboral, pero también que con el tiempo,

cada vez fuera más frecuente que los maestros albañiles o de carpintería

primero, y los maestros de obras después, tuvieran más fácil hacerse con la

plaza, ya que su experiencia y conocimientos eran los naturalmente adecuados

42

COBARRUVIAS, S., Tesoro de la lengua, op. cit. 43

Edición de 1726 de la Real Academia Española de la Lengua.

5. La necesidad de una gran variedad de oficios para la edificación precisará, a la larga, la

definición de cometidos de cada una. Detalle de La construcción de la Torre de Babel, Franz

Francken el Joven, 1591 (Museo Nacional del Prado).

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al cargo44. Hasta tal punto es así que acabará convirtiéndose en requisito

previo el ostentar tal oficio para ser elegido, como hoy es necesario ser

arquitecto o aparejador para ocupar puestos de técnico municipal. Y acaba

produciéndose una identificación tal entre el cargo y el oficio que acaba

desempeñándolo que ya en el siglo XIX o incluso en el XX los diccionarios lo

tratarán como un mismo concepto45.

El de aparejador es un caso singular en lo que a la división señalada se

refiere, al tratarse de un puesto que mutará a oficio. Es inicialmente un cargo

claramente delimitado dentro de la obra, con unas competencias asignadas

muy parecidas a las actuales: vigilar que se siga la traza, que se respeten las

condiciones particulares, que se suministren los materiales con puntualidad y

calibrar el trabajo realizado por maestros y oficiales46. La definición de

Covarrubias es de gran exactitud en su concisión: “el que dispone la materia

para que los demás labren y trabajen”47.Tal cargo puede ser ejercido por un

albañil aventajado o un maestro de cualquier especialidad, aunque es

normalmente preferida la maestría en cantería48 por ser la montea el oficio

que requiere mayor conocimiento; sin embargo, también se documentan

44

GÓMEZ LÓPEZ, C., “Los Alarifes en los oficios”, op. cit., pp. 42 y 47. Si bien la autora no entra

en tal hipótesis, es claro que la preferencia de maestros albañiles y carpinteros se relaciona con los oficios que entienden de estructuras y por tanto de estabilidad en la construcción, aspecto de mayor importancia en lo que a seguridad se refiere. 45

En MATALLANA, M., Vocabulario de arquitectura, op. cit., p. 24, “alarife: el maestro de obras o de albañilería”. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua de 1970 todavía alarife es equivalente a arquitecto. 46

IZQUIERDO, P., Historia de los aparejadores, op. cit., pp. 20-30. Pueden documentarse

también de forma directa acudiendo a las establecidas en la obra de El Escorial, como detalla PORTABALES, A., Maestros mayores, op. cit., p. 75. 47

COBARRUVIAS, S., Tesoro de la lengua, op. cit. 48

En BLASCO, B., Arquitectos y tracistas, op. cit., p. 213, se desarrollan los requisitos del puesto

para la obra del Alcázar, establecidos con gran detalle en 1626 por Gómez de Mora, y que concuerdan con las competencias actuales del moderno profesional. Sin embargo, no se trata aún de un oficio sino de un cargo y de hecho uno de los requisitos es ser maestro de cantería.

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ejemplos en que el puesto es ocupado por un maestro de obras. Su puesto

jerárquico se sitúa en una posición intermedia entre el maestro mayor y el

resto de maestros de cada especialidad intervinientes en la obra. Sin embargo,

lo específico de su misión hará que poco a poco los ocupantes de tal cargo

estén cada vez más especializados, hasta llegar un momento en que el cargo se

convierta en un oficio específico, que llega hasta nuestros días bajo los

sucesivos nombres de aparejador, arquitecto técnico o, más recientemente,

ingeniero de edificación.

Finalmente, cabe señalar otras denominaciones más circunstanciales,

incluso muchas veces con tintes un tanto literarios. Así, en un principio el

término ingeniero trata de exaltar precisamente el ingenio del personaje en

cuestión (y por ello se aplica muchas veces al maestro cuando diseña

maquinaria de obra, por ejemplo), si bien con el tiempo se identificará con el

arquitecto militar. Algo parecido sucede con artífice, aun con una connotación

más cercana al artesano, y que sin embargo no tendrá continuidad en la esfera

de la edificación. Y caso aparte es el vocablo trazador49, destinado a quien

realiza los rasguños y las trazas del edificio, y que es utilizado cuando ese

mismo personaje no se ocupa después de la obra50. Es fácil realizar una

analogía con el moderno arquitecto51, al contenerse la función de ideación

49

“El artífice que da la traça”, según COBARRUVIAS, S., Tesoro de la lengua, op. cit. 50

GARCÍA MORALES, María Victoria, “La merced del oficio de Maestro Mayor” en Espacio,

Tiempo y Forma, serie VII, Historia del Arte, t.1, Madrid, UNED, 1988, p. 106, señala incluso la existencia de un “trazador mayor” en las obras reales de Madrid, responsable de proveer al maestro mayor de los planos necesarios y que es una figura que no existirá en ningún otro enclave, a donde las trazas llegarán ya realizadas desde la Corte. 51

Así sucede en BLASCO, B., Arquitectos y tracistas, op. cit., pp. 36 y 77, en la que se defiende la

existencia de una categoría de maestros “tracistas” de la que procede el arquitecto moderno, en oposición al “práctico”. Si bien como se desarrolla en el próximo capítulo sí existen dos tendencias –no tan polarizadas- que acabarán separándose, no parece oportuna la denominación por añadir confusión escogiendo un vocablo en uso desde siglos anteriores para señalar una labor realizada no necesariamente con continuidad.

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previa pero sin un contacto posterior con la obra, si bien de la investigación

realizada cabe señalar que tal analogía puede ser circunstancial, y que esta

denominación no señala en ocasiones más que un papel asumido en un

momento dado por un maestro mayor –con mejores conocimientos de

geometría que otro- pero no necesariamente como oficio o como labor dotada

de continuidad. Hasta tal punto puede ser así que en algunas fuentes, quizá de

un modo extremo, se le ha considerado más un delineante, y no alguien que

participe en la ideación52.

La confusión entre oficios y cargos, ante la falta de una regulación y

dada la variedad de cometidos, es en cualquier caso inevitable. Baste como

muestra final citar la portada del libro53 de Alonso de Arce, donde se presenta

a sí mismo como ingeniero, agrimensor, aprobado en las aulas de la Compañía

de Jesús de Madrid, profesor de arquitectura civil y militar, y maestro de obras

de los nombrados por el Real Consejo; y por si todo esto no fuera suficiente, en

la subsiguiente nota de aprobación de la edición, se le cita además como

maestro arquitecto. La intención, en definitiva, es clara: que no vaya a

perderse una oportunidad de trabajo por una simple cuestión de vocabulario…

52

Es una clara oposición a la fuente señalada en la nota anterior. BURY, John, Juan de Herrera y

El Escorial, Madrid, Patrimonio Nacional, 1994, p. 97. 53

ALONSO DE ARCE, Joseph, Dificultades vencidas, y curso natural, en que se dan reglas

especulativas y practicas para la limpieza y aseo de las calles de esta Corte, Madrid, Imprenta de Francisco Martínez Abad, 1735.

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

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2.1. EL LIBRO Y LA ARQUITECTURA

2.1.1. Más que una herramienta

Resulta difícil imaginar la importancia que ha podido tener en épocas

pasadas algo tan accesible hoy como es un libro: fuente de aprendizaje, de

transmisión de ideas, conector con otros países y culturas, es posible escribir la

historia de las grandes revoluciones del pensamiento desde los libros de cada

momento. Así, con respecto a la arquitectura, se puede afirmar con Chueca

Goitia1 que “la invención de la imprenta dio alas para que estas teorías se

difundieran rápidamente y dejara de ser la Arquitectura ciencia de iniciados

que se transmite oralmente, para pasar a convertirse en arte liberal abierto a

todos”.

En ese proceso de difusión del saber iniciado con la imprenta tendrá

igual importancia un segundo momento, que es aquel en que empieza a

relegarse el latín como idioma de la palabra escrita y comienzan a usarse las

lenguas vernáculas; ello permite, ahora sí, la transmisión de conocimiento más

allá de los círculos culturales por naturaleza y alcanzar un carácter práctico2. En

este sentido, la relevancia que algunos tratados de arquitectura tuvieron en

una nueva concepción de la profesión, magnificada por sus sucesivas

traducciones, será objeto de parte del capítulo siguiente, mientras que aquí se

1 CHUECA GOITIA, Fernando, La catedral de Valladolid, Madrid, Instituto Diego Velázquez, 1947,

p. 82. 2 En el trabajo póstumo de Colin Rowe, aún se señala una tercera revolución, tras la imprenta y

el abandono del latín, que es especialmente relevante en la arquitectura: se trata de la aparición del libro ilustrado, con vocación de catálogo o recopilación de modelos, del que quizá Serlio es el primer exponente. Véase al respecto ROWE, Colin, SATKOWSKI, Leon, La arquitectura del siglo XVI en Italia, Barcelona, Editorial Reverté, 2013, pp. 139 a 140.

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

56

tratará de poner el énfasis en esa utilidad práctica, en esa consideración del

libro como herramienta.

Sabemos que en el siglo XVIII el libro sigue siendo un bien que no está

a disposición de todos3. No sólo es una cuestión de infraestructura de

fabricación o de redes de distribución y comercio. El negocio editorial también

depende históricamente de la legislación vigente en cada caso, que en algunos

momentos restringe fuertemente la importación, y en otros impone una férrea

censura previa o la necesidad de contar con diferentes permisos y

aprobaciones, así como de la regulación sobre precios de venta4 o los

impuestos y tasas asignados.

Pero no por ello deja de tener un carácter de imprescindible en la

biblioteca de aquel que aspira a situarse en un estrato superior de la sociedad,

y aun más, uno de los pilares de la autoridad en cualquier campo de la ciencia

o el arte será respaldar cualquier aseveración con el apoyo de tratados de

común aceptación. Y esto, sin contar el hecho de que, como señala Hauser, en

la Ilustración culmina un proceso por el cual la burguesía se ha ido apoderando

paulatinamente de la cultura en cualquiera de sus manifestaciones: la

burguesía “no sólo escribía los libros, sino que los leía también”5.

3 En SOTOMAYOR, Joachin / Conde de Espie, Modo de hacer incombustibles los Edificios, sin

aumentar el coste de su construcción, Madrid, Imprenta de Pantaleón Aznar, 1776, p. 17, encontramos una historia contada de primera mano acerca de lo complicado que puede resultar entonces hacerse con un libro concreto, por muy diligente que sea nuestro libreros. 4 Resulta ilustrativo que en los momentos en que el precio del libro se establezca por ley su

estimación se haga directamente por tamaño o extensión. Así, en ARDEMANS, Theodoro, Ordenanzas de Madrid, y otras diferentes, Madrid, Imprenta de Joseph García Lanza, 1754 (1ª ed. 1719), y según se cuenta en su tasa previa, su precio se establece en 144 maravedíes, de acuerdo a un ratio de 6 maravedíes por pliego sobre 24 pliegos. 5 HAUSER, Arnold, Historia social de la literatura y el arte, Madrid, Ediciones Guadarrama, 1957,

p. 684. No es un comentario de poca relevancia: se ha señalado también, en referencia a la tratadística francesa de arquitectura del XVII, de gran influencia en la española del siguiente siglo, que se trata de trabajos dirigidos no al arquitecto sino al cliente (GONZÁLEZ MORENO-NAVARRO, José Luis, El legado oculto de Vitruvio, Madrid, Alianza editorial, 1993, p. 89). Que el

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

57

Con todo ello, es comprensible que a una biblioteca personal se le

diera tanta importancia que fuera incluso objeto de herencia, siendo

precisamente los inventarios a estos efectos una de las mejores fuentes para

su estudio. En la arquitectura no era extraño que la biblioteca se conservara

dentro de una misma familia mientras se mantuviera en ella la propia

actividad6, lo cual sucedía con cierta frecuencia, o fuera heredada por los

discípulos del arquitecto, prestando gran cuidado a un objeto que se sabe poco

accesible y sin embargo de gran ayuda en el trabajo.

Lo que podemos considerar libro de arquitectura es en realidad muy

variado: vocabularios, biografías de artistas, teoría de la arquitectura, historia

de la arquitectura, compendios sobre construcción, descripción de edificios,

ordenanzas, incluso temas menores (discursos, conmemoraciones,

estatutos,…).

Su carácter puede ser puramente teórico, humanista, filosófico… o

didáctico y práctico, como son la mayoría de los publicados en España, país

que dicho sea de paso, tiene una producción mucho menor a Italia, Francia o

Alemania. Ello no quita que, como apunta Fernández Alba, sea tal su

importancia que es su propia difusión una causa fundamental en la ruptura con

los “cánones gótico-germánicos”7 que dominan la arquitectura española hasta

principios del siglo XVI.

cliente adelante en cultura al arquitecto puede ser razón de porqué éste se fuerza a ascender en conocimiento, más como medida de supervivencia laboral que como obediencia a un noble impulso. 6 Y eso, aún a pesar de lo señalado por ORTIZ Y SANZ, José, Instituciones de Arquitectura Civil,

Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, Manuscrito, 1819, prólogo: “Veo que no todos los Arquitectos pueden acopiar estos libros, pero también los veo afanados por dejar riquezas a sus herederos”. 7 FERNÁNDEZ ALBA, Antonio, “Aprendizaje y práctica de la arquitectura en España” en KOSTOF,

Spiro, El arquitecto: historia de una profesión, Madrid, Cátedra, 1984, p. 297

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

58

Poniendo el foco en los libros de mayor relevancia, los que

habitualmente llamamos tratados, encontraremos que su objeto puede ser

cualquiera de estas tres áreas de contenido: teoría de los órdenes, tipologías

1. Lámina XIX, tomo III, del tratado de Caramuel, con una particular interpretación

antropomórfica de los órdenes; su carácter especulativo es una excepción en la tratadística

española, de carácter eminentemente práctico.

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

59

de edificios o teoría de la construcción8. Pero todos ellos coincidirán, en el caso

español y como ha señalado Bonet Correa, en ser casi nunca especulativos;

quizá las mejores excepciones sean Villalpando y Caramuel, tratadistas

anteriores al XVIII y que difieren del carácter eminentemente práctico con que

cuenta la tratadística española, en la que existe en general un esfuerzo por ser

claro y sistemático, ayudándose de láminas y dibujos si es necesario9.

Todos coinciden también en ser herederos de Vitruvio en mayor o

menor medida, aunque sea a través de los tratados italianos. No hay una obra

en la que no se mencione al Romano al menos una vez. Y al igual que a

Vitruvio, a todos los tratadistas les anima un deseo común, y es el elevar el

conocimiento de arquitectos y maestros de obra, haciendo mejor la

arquitectura. Pero hay también en el tratadista, como apunta Bonet, una

intención de sobresalir, ya que la publicación de un tratado elevaba el rango

del autor enormemente sobre el resto de la profesión: no en vano, figuran

muchas veces retratados en el propio libro.

El tratadista no es necesariamente arquitecto: Arfe es platero, Bails,

Benavente o Castañeda son matemáticos, y sin embargo publican tratados de

mucha repercusión. Muchas veces se van basando unos en otros, creando algo

parecido a un proceso continuo de construcción del conocimiento, pero a la

vez, sin ningún pudor a la hora de señalar los errores de los antecesores, con

tanta libertad como al glosar los aciertos.

Los tratados difieren de formato en relación a su contenido. El tamaño

in-folio se utiliza en los de importancia, con grandes láminas de alta calidad en

8 GONZÁLEZ MORENO-NAVARRO, JL., El legado oculto, op.cit., p. 21. El autor distingue, de

acuerdo a esa división, un tratado “integral” si se ocupa de las tres áreas, de un tratado “parcial”, si lo hace de una o dos. 9 BONET CORREA, Antonio, Figuras, modelos e imágenes de los tratadistas españoles, Madrid,

Alianza, 1993, p. 20.

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

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grabado, y cuyo destino son las bibliotecas reales, de nobles o de grandes

monasterios10. Para las obras de estudio y trabajo se suele acudir a formar

gruesos volúmenes in-cuarto, con láminas plegadas que se diseñan para su

contemplación entera una vez abiertas, es decir, con un amplio margen en

blanco y a la izquierda, del tamaño de la hoja. Finalmente, encontraremos el

formato in-octavo para libros menores, teóricos, de apología o materias

secundarias, antepasados de los prontuarios, que se pueden llevar en la

faltriquera para su consulta en obra.

Para el presente trabajo resultan especialmente relevantes aquellos

tratados destinados primordialmente a la formación técnica, pues nos pueden

dar testimonio de lo que se podía entender como conocimiento previo para

poder acceder a la profesión, cuando no se trata directamente de libros

editados en consonancia con un programa de estudios concreto. Geometría,

aritmética y montea son las disciplinas más necesarias, a juzgar por el número

de obras que se les dedican. El conocimiento científico, que distingue al

arquitecto competente, es posible desde la existencia de libros que lo

enseñen; sin ellos, pertenece a unos pocos escogidos.

2.1.2. La biblioteca del arquitecto

Tras todo lo expuesto, no nos sorprende la importancia que tiene en la

época contar con una buena biblioteca a disposición del profesional que quiera

estar formado convenientemente, y que le permita también la consulta en

10

Buen ejemplo es el señalado por CHUECA GOITIA, Fernando, El Escorial en el mundo y en el

trasmundo (conferencia), Madrid, Instituto de España, 1985, p. 22: el tratado de Villalpando y Prado fue directamente patrocinado por Felipe II, que tenía personal interés en el mismo y que obtuvo gran disfrute en sus magníficas láminas.

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

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busca de soluciones a problemas concretos. En la perfecta conjunción de

teoría y práctica, el libro es la herramienta imprescindible para adquirir

aquella: “Debe el Arquitecto leer libros, que traen algunos puntos, assi de

Hecho, como de Derecho, por ser muy necesario para las ocasiones, que es

nombrado por diferentes interesados, los quales se comprometen en su

dictamen”11.

Ello explica que la Academia, una vez creada, incluya entre sus

obligaciones tanto la organización de una nutrida biblioteca como la edición de

una bibliografía adecuada para la enseñanza de la arquitectura, bien

encargando traducciones de clásicos extranjeros, bien redactando

directamente manuales nuevos12. Es una labor que aporta a lo largo del XVIII

alguno de los tratados más importantes: así, destacan las traducciones muy

anotadas de Ortiz y Sanz de los clásicos de Vitruvio y Palladio, los manuales de

Bails, o incluso una primera traducción del Vitruvio en la versión de Perrault,

debida a Castañeda. Hay también otro interés de igual importancia en esta

labor editorial: es una oportunidad de difusión –por no hablar de propaganda-

del nuevo clasicismo13, razón ésta que pertenece al germen de su fundación.

Es sin duda un esfuerzo editorial importante y verdaderamente

proceloso, paralelo a la azarosa organización de los estudios de arquitectura, y

que a pesar de las dificultades conseguirá esos frutos destacables. Y sin

embargo, la mejor manera de poner a disposición de los estudiantes estas

importantes fuentes de referencia, que sería la propia biblioteca de la

11

ARDEMANS, T., Ordenanzas de Madrid, op. cit., p. 27. 12

BÉDAT, Claude, La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1744-1808), Madrid,

Fundación Universitaria Española, 1989, pp. 241 a 242. 13

GÓMEZ MORENO, Manuel, El libro español de arquitectura (conferencia), Madrid, Instituto de

España, 1949, p. 24. Con esta labor editorial, la Academia “fijaba in aeternum los cánones vignolescos por boca de su pregonero benemérito, don Antonio Ponz, desde 1772, arrastrando en la práctica a don Ventura Rodríguez y sus colegas”.

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Academia, resulta completamente fallida. El escaso orden y control

establecido, que se deja en manos de los bedeles, acaba sumiendo la

biblioteca en una situación caótica, en la que una gran parte de los libros están

prestados sin control, incluso durante años en manos de sus prestatarios14

.

Seguirá siendo por tanto, y durante mucho tiempo, importantísimo contar con

una colección propia de tratados y manuales.

Como hemos visto, el libro es aún un artículo muy valorado, escaso y al

que no se tiene fácil acceso; cabe suponer entonces que la edición es un

proceso en el que se ejerce una importante selección: aquello que finalmente

se edita es, generalmente, de una cierta calidad, pues el proceso físico y legal

de editar y distribuir es suficientemente arduo como para no desperdiciarlo

con obras de dudoso interés. Incluso, se puede decir que ni siquiera llegan a

ver la luz todos los tratados que lo merecen, y de hecho se conservan

manuscritos que no consiguieron editarse y que cuentan con una indudable

valía15.

Una muestra de la calidad que se pretende y consigue con los tratados

que llegan al público es la vigencia que alcanzan. De los analizados para este

trabajo, si bien la edición consultada corresponde casi siempre al siglo XVIII,

muchos vieron su primera edición mucho tiempo atrás, y son objeto de

sucesivas ediciones hasta bien entrado el siglo XIX. El mejor ejemplo puede ser

el influyente tratado de Juan de Arfe, cuya aparición se fecha en 1585 y de la

que se ha consultado una edición de 1795, es decir, casi doscientos años

14

QUINTANA MARTÍNEZ, Alicia, La Arquitectura y los arquitectos en la Real Academia de Bellas

Artes de San Fernando (1744-1774), Madrid, Xarait, 1983, pp. 64-80. 15

Valga como muestra el trabajo abundantemente citado en esta tesis de ORTIZ Y SANZ, J.,

Instituciones de Arquitectura Civil, op. cit.

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después, no siendo la última, pues aun existirá una revisión posterior en el

siglo XIX.

Otra muestra del papel capital de los tratados, cada vez mayor según

transcurre el siglo, es el que en ocasiones las reediciones se produzcan con

gran rapidez. El tratado de geometría práctica de Plo y Camín, cuya primera

2. Lámina XXXVI, tomo III, de la edición castellana de Serlio, tratadista de enorme

influencia al ser pionero en el libro con vocación de catálogo.

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edición es de 1767, tiene ya una segunda edición antes de acabarse el siglo, ya

prevista, por cuanto en la primera figura una disposición real por la que nadie

podrá imprimirlo durante diez años sin el permiso del autor, y siempre

cumpliendo requisito de correcta impresión y papel de buena calidad; la multa

por desobedecer esta disposición, además de la destrucción de la tirada ilegal,

se establece en cincuenta mil maravedís.

Claro está que el interés acerca del contenido de los libros va

evolucionando a través del siglo, igual que sucede con el resto de aspectos que

hemos ido tratando. De los manuales más teóricos y los recetarios se va

derivando hacia los más científicos y prácticos, aun cuando la mayoría

mantenga su vigencia. Incluso Vignola sigue siendo una referencia obligada a

final del XVIII, en un momento en que la aplicación del orden de forma

canónica empieza a estar discutida: “...tener entendido a Bignola, o tener

presente alguno de sus libros quando se esté delineando, por ser la doctrina de

este Autor la mas bien recibida de todos los Profesores de Arquitectura

Ornamentaria”16. También existe diferencia entre las bibliotecas de aquellos

que están más cercanos a las instituciones y a los centros de poder, donde

primarán los libros de teoría y composición, en consonancia con un trabajo

primordialmente proyectual, y las de quienes están lejos de los focos culturales

y actúan más como maestros de obra, prefiriendo más bien manuales de

aplicación práctica17.

Precisamente la escasez de títulos y su vigencia hace que en la

biblioteca del Arquitecto coexistan tratados de muy distinta fecha, y con una

línea sucesoria clara que va hilando todos ellos, pues cada tratadista ha leído

16

PLO Y CAMÍN, Antonio, El Arquitecto práctico, civil, militar y agrimensor, Madrid, Imprenta de

Pantaleón Aznar, 1793 (1ª ed. 1767), p. 30. 17

AZANZA LÓPEZ, José Javier, “La biblioteca de Juan de Larrea, maestro de obras del siglo XVIII”

en Príncipe de Viana, nº 211, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1997, p. 296.

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siempre a los anteriores, citándolos profusamente tanto para manifestar su

acuerdo o como referencia recomendable, como para discrepar abiertamente

y sin pudor alguno.

Y no sólo el saber se va construyendo mediante la cita constante a los

anteriores. Son muchos los tratados que dedican un pequeño capítulo a la

selección de los libros que entienden deben formar la bibliografía básica del

Arquitecto. Por supuesto, siempre se refleja a Vitruvio, y casi siempre a

Palladio, Alberti y Serlio, en diferentes ediciones y traducciones. Es también

muy citado el tratado de Juan de Arfe, si bien está escrito para plateros y no

para arquitectos, y del que ya se ha señalado la enorme vigencia temporal que

tuvo. Y ya avanzado el siglo XVIII, se van incorporando a los libros siempre

recomendados los de Caramuel, Rieger y Lorenzo San Nicolás.

Pero posiblemente, la mejor manera de establecer la biblioteca básica

en castellano de final del XVIII sea tomar la lista que Diego Rejón de Silva utiliza

como “autoridades” para construir su Diccionario18, y en la que figuran Alberti,

Ardemans, López de Arenas, Arfe, Rieger / Benavente, Caramuel, Vitruvio /

Castañeda, Lorenzo San Nicolás, Genaro Brizguz, Palomino, Lorenzo de Santos,

Tosca, Palladio / Praves y Serlio / Villalpando. Es como decimos una lista

recurrente con muy pocas diferencias. Así, consultado el inventario de 1831 de

la biblioteca personal de Isidro Velázquez, uno de los prototipos de arquitecto

ilustrado, encontramos que casi todos los citados están presentes, lo cual es

una muestra más de su vigencia e influencia19.

Además de lo expuesto, y como una herencia más del pensamiento

vitruviano, la biblioteca del Arquitecto también alberga libros de filosofía,

18

REJÓN DE SILVA, Diego, Diccionario de las nobles artes para instrucción de los Aficionados, y

uso de los Profesores, Segovia, Imprenta de Antonio Espinosa, 1788, prólogo. 19

MOLÉON GAVILANES, Pedro (ed.), Isidro Velázquez, arquitecto del Madrid fernandino, Madrid,

Ayuntamiento de Madrid, 2009, p. 554.

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leyes, astronomía, arte en general… no en vano su inventario es producto

propio de la Ilustración, aun cuando en la profesión tengamos documentados

numerosos antecedentes de épocas anteriores, como describe Muñoz

Jiménez20 o el mismo Chueca caracterizando a Juan de Herrera: “... por su

biblioteca podemos advertir sus preferencias, el cariz de sus conocimientos:

Filosofía, Matemáticas, Astronomía, Historia, Letras clásicas, Tratados clásicos

de Arquitectura, etc. Disciplinas especulativas y literarias propias del hombre

de Universidad y no de taller”21. Sorprende también el volumen de estas

bibliotecas personales; un somero repaso a los inventarios realizados a la

muerte de renombrados arquitectos ofrece un abultado balance22: 244 títulos

de Ardemans, 750 de José del Olmo -de los que 300 eran sólo de arquitectura-,

750 de Juan de Herrera, 41 de Juan Bautista de Toledo, 610 de Juan Bautista

Monegro, 154 de Juan de Ribero Rada, 393 de Francisco de Mora, 68 de Juan

Gómez de Mora, 249 de José de Arroyo...

Aún más: el arquitecto ilustrado se encuentra en permanente

formación y es un hombre curioso, con intereses plurales, que procura estar

informado de los avances; en suma, procura vivir en su época. Por ello, no

sorprende encontrar arquitectos de talla como Juan de Villanueva –también

poseedor de excepcional biblioteca- o Diego Rejón de Silva en la lista de

suscriptores del Semanario Erudito23, cuyos tomos periódicos intentan cubrir

todas las áreas del saber.

20

MUÑOZ JIMÉNEZ, José Miguel, Los libros del cantero, Historias de Cantabria nº9, Santander,

Ediciones Tantín, 1995, pp. 25-48. 21

CHUECA, F., La Catedral, op. cit., p. 87. 22

AZANZA LÓPEZ, JJ., “La biblioteca de Juan de Larrea”, op. cit., p. 295. 23

VALLADARES DE SOTOMAYOR, Antonio, Semanario erudito, Madrid, Imprenta de Blas Román,

1789.

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2.2. LA SOMBRA DE VITRUVIO

2.2.1. El largo viaje de un libro

No es aventurado afirmar que el tratado de Marco Lucio Vitruvio Los

diez libros de Arquitectura es el libro de arquitectura más influyente de la

historia. En efecto, su alargada sombra sobre siglos de tratadística durante los

cuales los autores lo citan incansablemente, considerándolo una autoridad

indiscutible, llega hasta nuestros días donde incluso los planes de estudio

universitario se enraízan en lo prescrito por el Romano.

Tampoco es discutible que sea el tratado más antiguo que haya llegado

hasta nuestros días aun cuando no haya consenso acerca de su fecha de

redacción, que con mucha probabilidad se hallará entre el segundo y el tercer

decenio antes de Cristo; son tiempos en que Roma experimenta cierta fiebre

constructora bajo el gobierno del Emperador Augusto. Su autor, un profesional

más cercano a la ingeniería o a la arquitectura militar que a la civil, no fue sin

embargo un arquitecto de gran renombre –salvo precisamente por su escrito-

ni ha dejado tras de sí obra construida conocida exceptuando la Basílica de

Fanum (Ordona, Italia), prácticamente destruida y que tradicionalmente se le

ha atribuido, más por coincidencia de sus restos con la descripción que el

propio Vitruvio realiza que por cualquier otra evidencia.

No es sin embargo el único libro de estas características del que se

tiene noticia (Varrón o Septimio, entre tantos otros desaparecidos), pero sí es

el de mayor fortuna. Ello lo demuestra sobreviviendo siglo tras siglo al olvido y

mereciendo de copistas, bibliotecarios y estudiosos la suficiente atención

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como para evitar su desaparición. Plinio el Viejo y Frontino lo citan ya en el

siglo I; dos siglos después un liberto llamado Cetius Faventinus realizará una

compilación del tratado que inicia la costumbre de redacción de manuales

prácticos, relativamente populares en su tiempo. Otra compilación, hoy

perdida y que también se fundamenta en Vitruvio, fue firmada por Gargilius

Martialis. En el siglo IV se documentan referencias en Emiliano y Servio, y en el

V en Martianus Capella y Sidinio Apollinar.

A continuación, ya en la primera Edad Media, encontraremos cómo sus

denominados “fundadores” (Boecio, Casiodoro, Isidoro de Sevilla, Beda) son

todos conocedores del tratado, que sigue perviviendo durante estos siglos en

abadías y bibliotecas, siempre conocido, estudiado y citado por los

intelectuales, pero sin que tenga sin embargo ningún reflejo en la práctica de

la edificación, envuelta en la decadencia general provocada por las invasiones

bárbaras y en el proceso de ruralización que vive Occidente.

Excepcionalmente, a finales del 800 la teoría vitruviana y con ella el

clasicismo encontrarán reflejo en la práctica arquitectónica: es el llamado

Renacimiento Carolingio, auspiciado por Eginardo, conocedor del tratado

romano, que es interpretado en la arquitectura palatina de Aquisgrán en un

primer intento de asimilación de la belleza clásica desde la óptica cristiana, que

necesariamente subordina a este incipiente humanismo. Si bien este destello

del clasicismo es breve en la práctica, su rescoldo en lo teórico ya no se

apagará, siendo a partir de aquí la producción de copias cada vez más

numerosa24.

24

Una secuencia detalladísima de las diferentes copias del tratado de Vitruvio a través del

tiempo y sus actuales ubicaciones puede encontrarse en CERVERA VERA, Luis, El códice de Vitruvio hasta sus primeras ediciones impresas (conferencia), Madrid, Instituto de España, 1978.

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Será por fin el siglo XIV el

propicio para que el códice vitruviano

comience a adquirir influencia en un

nuevo modo de entender la

arquitectura. En efecto, se trata de un

punto de inflexión en la sociedad

occidental, en el que tras una

importante disminución de población,

el aumento de la riqueza y del nivel

de vida favorece el interés por la

cultura, su divulgación y la aparición

del mecenazgo.

La copia del tratado

conservada en el monasterio italiano

de Montecassino sale a la luz en 1414

y es la fuente de diversos

ejemplares que circulan por Italia en

manos de sus más brillantes intelectuales, Petrarca, Boccacio y Acciaiuoli,

gestándose las bases del Renacimiento. Por fin, el “descubrimiento” por

Bracciolini en 1416 de otra copia en el monasterio suizo de Saint Gall crea un

nuevo foco de difusión vitruviana, esta vez de gran amplitud, pues copias de

este ejemplar serán encargadas por numerosos personajes de gran inquietud

cultural, artística y científica. Hasta tal punto se ha considerado decisivo el

protagonismo del códice en la gestación de Quattrocento, que la fecha

señalada es la convenida por los historiadores como su comienzo. En este

punto entra en juego la reciente invención de la imprenta, con la edición

3. El nuevo hombre vitruviano

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príncipe que se realiza en Roma en 1486, a la que seguirán las ediciones de

Florencia en 1496, Venecia en 1497 y 1511, y Florencia de nuevo en 1513, por

primera vez ilustrada. Y si todas estas se realizan directamente desde las

antiguas copias en latín, la edición de Como en 1521, ya en italiano, marcará el

inicio de las traducciones a todas las lenguas de la cristiandad: en 1547 se

fecha la primera edición en francés, en 1548 en alemán y en 1582 en

castellano25 -exceptuando en este caso las Medidas del Romano, que son

objeto del siguiente apartado-. La divulgación del clasicismo será ya imparable.

2.2.2. Vitruvio en castellano

España es en cuanto a la traducción de Vitruvio, y como en tantas otras

cosas, país de extremos. En efecto, en castellano surge la primera adaptación –

que no traducción- del tratado en lengua vernácula (1526), tras la ya citada de

Cesariano en Como; al mismo tiempo, la edición de la primera traducción

completa será francamente tardía respecto a cualquier otra lengua occidental

(1582). En suma, y hasta el siglo XIX, Vitruvio será editado en castellano en

cuatro ocasiones, dos de ellas en versiones adaptadas (Sagredo y Castañeda) y

otras dos en traducciones completas (Urrea y Ortiz y Sanz). Se conocen

además, al menos, otras tres traducciones que se quedaron en manuscrito26.

25

CHECA CREMADES, Fernando, GARCÍA FELGUERA, María de los Santos, y MORÁN TURINA,

José Miguel, Guía para el estudio de la historia del arte, Madrid, Cátedra, 1980. 26

Todas ellas se documentan en GÓMEZ MORENO, M., El libro español, op. cit.

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No es superfluo insistir una vez más en la importancia que supone para

nuestra historia arquitectónica el primero de estos libros, Medidas del

4. Las primeras ediciones en castellano de Vitruvio

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Romano27, por su originalidad y por su enorme difusión, pero también por ser

el primer libro de arquitectura escrito en lengua vernácula. Bien es cierto que

en muchos estudios se le tiene por una traducción de Vitruvio, sin más, y

desde esta óptica su puesto en la bibliografía pasa a ser segundo tras la edición

italiana de Cesariano. Pero no cabe sino considerar esta opinión como una

injusta simplificación para un tratado que, si bien se apoya indiscutiblemente

en la doctrina del Romano, no es en absoluto una traducción directa sino que

puede considerarse con justicia una obra original que debe tanto a su autor,

Diego de Sagredo, y a su experiencia como arquitecto, como a las fuentes de

las que bebe, que no son únicamente el escrito de Vitruvio.

Así, aborda y expone la doctrina vitruviana en un formato que

pretende el mayor didacticismo posible, como un diálogo entre dos personajes

–Tampeso, disfraz bajo el que se oculta el propio autor, y su amigo León

Picardo, conocido pintor de la época-, asumiendo una fórmula clásica en lo que

a divulgación del conocimiento se refiere, que se ve además reforzada por

ilustraciones planteadas para su fácil aplicación. Supone por tanto una eficaz

introducción a un clasicismo que es una demanda generalizada de arquitectos

y maestros de obra, especialmente entre aquellos que no conocen el latín y a

los que se aporta el vocabulario y una declinación de un lenguaje

arquitectónico28 que empieza a marcar una nueva era formal.

Prueba de todo ello es la enorme popularidad de que gozó el tratado,

con sucesivas reimpresiones que eran prontamente agotadas, no sólo en

España y Portugal, sino también de su traducción al francés, con ediciones

27

SAGREDO, Diego de, Medidas del Romano, Toledo, Imprenta de Juan de Ayala, 1526. 28

Un completo estudio sobre esta aportación se encuentra en MARÍAS, Fernando /

BUSTAMANTE, Agustín, “Las medidas de Diego de Sagredo” in SAGREDO, Diego, Medidas del Romano, ed. Facsímil, Murcia, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia, 1986.

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incluso aumentadas por mano anónima. Pero aun más expresivo resulta el

elogio de quien siglo y medio después será uno de nuestros más importantes

tratadistas, Fray Lorenzo de San Nicolás, para quien resulta un texto iniciático:

“De treze años empeçé a estudiar en él, y empeçó en mi la afición desta

facultad; su titulo es medidas del Romano Vitrubio”29.

Se puede considerar como tardía, sin embargo, la aparición de la

primera verdadera traducción al castellano de Los diez libros de arquitectura,

que no verá la luz hasta 158230, como se ha apuntado, y de forma póstuma,

por cuanto su traductor había fallecido catorce años antes. Según algunas

fuentes, tanto en su interpretación de los conceptos vitruvianos como en las

ilustraciones, se basa en la que es probablemente la edición italiana más

cuidada de la época, debida a Daniele Barbaro31.

La siguiente edición de Vitruvio aparecerá en España casi dos siglos

después, y será la debida a la visión del francés Claude Perrault en traducción

de José Castañeda32, teniente director de arquitectura de la Academia de

Bellas Artes de San Fernando que se suma al esfuerzo de tal institución por

proveer a los alumnos de un cuerpo de libros de texto alineados con la visión

neoclásica. No es gratuito, por tanto, escoger la adaptación del autor francés

como fuente de gran influencia en su tiempo. Cabe señalar que es

precisamente Perrault el que convierte la conocida triada vitruviana (utilitas,

firmitas, venustas) en ley estructurando su tratado de acuerdo a esos tres

29

SAN NICOLÁS, Lorenzo de, Segunda parte del arte y uso de architectura, Madrid, Imprenta de

Petrus Villafranca, 1665, p. 96. 30

VITRUBIO, Marco / ed. URREA, Miguel de, De Architectura, Alcalá de Henares, Imprenta de

Juan Gracián, 1582. 31

GENTIL BALDRICH, José María, Sobre la supuesta perspectiva antigua (y algunas consecuencias

modernas), Sevilla, Instituto universitario de Arquitectura y Ciencias de la Construcción de la Universidad de Sevilla, 2011, pp.298-299. 32

PERRAULT, Claudio / ed. CASTAÑEDA, Joseph, Compendio de los diez libros de Arquitectura de

Vitruvio, Madrid, Imprenta de Gabriel Ramírez, 1761.

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principios y determinando en cierto modo un modo de entender la profesión

que llegará hasta la actualidad y del que se trata en el siguiente apartado.

Finalmente, interesa citar una nueva traducción completa33 que ve la

luz al final del siglo XVIII, de gran fidelidad y pulcritud y muy valiosa por las

abundantes anotaciones de su autor, que enmarcan de forma crítica a Vitruvio

en la corriente ilustrada que crea al profesional contemporáneo; tales notas al

pie constituyen en sí mismas casi un tratado paralelo. Su autor, José Ortiz y

Sanz, es sin duda un perfecto ejemplo de estudioso ilustrado que aun sin ser

arquitecto aporta esta estupenda traducción, además de otra del códice

palladiano34 –incompleta-, y aun un tratado propio sin editar, pero conocido

por la edición facsímil del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid35.

2.2.3. Influencia y rechazo del Romano

Cabe preguntarse el porqué del elevado puesto al que se encumbró el

tratado de Vitruvio. Es, por supuesto, un referente para toda la tratadística

posterior, que de un modo u otro siempre tiene raíces en los diez libros. Pero

leído con objetividad, no puede decirse que guarde en su interior tanta

sabiduría como se le atribuye, ni constituya una auténtica teoría de la

arquitectura.

Se podría pensar, para empezar, que la idealización de lo romano está

en el germen de la nueva época que despierta tras la edad media. En palabras

33

VITRUBIO, Marco / ed. ORTIZ Y SANZ, Joseph, Los diez libros de Architectura, Madrid,

Imprenta Real, 1787. 34

PALLADIO, Andrea / ed. ORTIZ Y SANZ, Joseph, Los quatro libros de Arquitectura, Madrid,

Imprenta Real, 1797. 35

ORTIZ Y SANZ, J., Instituciones de Arquitectura Civil, op. cit.

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de Toffanin36: “eliminad de la filosofía del Humanismo esta levadura heroica

que se resuelve en la mitificación del hombre antiguo y habréis eliminado al

Humanismo”. Desde este punto de vista, es inevitable que el único libro de

arquitectura aún vivo de la antigüedad romana, el libro de arquitectura más

antiguo que se conoce, se adopte a priori como autoridad, aun cuando se cite

a menudo sin haberlo entendido o incluso leído. Es por ello que surge como

referente cada vez que se pretende “restaurar un orden arquitectónico

perdido”37: lo encontraremos en la corte carolingia, en el arranque del

Renacimiento o en la superación del Barroco.

A ello ayuda su redacción, que se ha calificado muchas veces como

oscura, y que permite interpretaciones acomodadas a intenciones muy

diversas. Como se ha señalado, “preocupaba, por encima de las obras mismas,

el manuscrito de un arquitecto romano (...). Debemos agradecer a su

oscuridad, origen de tantos comentarios, la libertad de interpretaciones,

pródiga en resultados, que ha permitido a los arquitectos del Renacimiento

mostrarnos sus mejores facetas. Su deseo de fórmula les hace ver en Vitruvio lo

que no existe”38. Tal oscuridad es sin duda parte de su éxito, a la vez que es

causa de sufrimiento para sus traductores39.

36

TOFFANIN, Giuseppe, El hombre antiguo en el pensamiento del Renacimiento, Sevilla,

Ediciones Montejurra, 1960, p. 21. 37

LINAZASORO, José Ignacio, Escritos 1976-1989, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de

Madrid, 1989, p. 217. 38

CHUECA GOITIA, Fernando, y DE MIGUEL, Carlos, La vida y las obras del arquitecto Juan de

Villanueva, Madrid, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, 2011, p. 67. 39

A este respecto, es muy expresivo el prólogo del traductor en VITRUVIO, Marco Lucio / ed.

BLÁNQUEZ, Agustín, Los diez libros de Arquitectura, Barcelona, Iberia, 2000.

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No debe pensarse que lo comentado es asunto de épocas pasadas;

como se ha dicho, la sombra del Romano es alargada y durante momentos más

5. La catedral de Milán en la edición de Cesariano (1521), que trata de justificar

soluciones góticas desde geometrías clasicistas.

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

77

recientes se ha seguido discutiendo esta obra e interpretando sus postulados

con mejor o peor fortuna, dependiendo de lo interesado de la interpretación40.

A esta versatilidad de los Diez libros producida por su propia redacción,

se añade otro factor no menos importante para garantizar su adopción como

autoridad, y es el hecho –tan llorado por sus traductores- de no haberse

conservado ninguno de sus dibujos originales.

Ello hace que las abundantes descripciones que se apoyaban en

aquellos se hayan convertido en verdaderos enigmas. Así, cualquiera de sus

editores se ha visto con permiso para utilizar los modelos más convenientes en

cada caso, de acuerdo al sesgo que se haya pretendido obtener con cada

traducción41; hasta tal punto es así que, como señala Linazasoro, se

encuentran incluso ejemplos de estilo gótico en las ediciones de Cesariano o

Simón García42. La confrontación de los dibujos de las diferentes ediciones

constituye sin duda una muy interesante investigación pendiente.

Si bien los factores comentados son, sin duda, causa de su popularidad,

no por ello hacen mejor el argumento de un tratado no tan merecedor de ella,

si atendemos a su contenido. Se ha señalado el mismo, por ejemplo, como

causa del abandono de un “saber constructivo” que había alcanzado cotas muy

elevadas en la arquitectura gótica y que aportaba al arquitecto “verdaderos

métodos de optimización de las formas construidas”, ligando indisolublemente

40

Un buen ejemplo se encuentra en BORISSAVLIEVITCH, Miloutine, Las teorías de la

arquitectura, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1949, en el que se aborda a Vitruvio con gran entusiasmo, realizando un panegírico aún más injustificado desde el momento en que con el mismo se pretende denostar un tratado excelente como el de Alberti. 41

RODRÍGUEZ RUIZ, Delfín, “Diez libros de Arquitectura: Vitruvio y la piel del clasicismo” in

VITRUVIO, Marco Lucio, Los diez libros de Arquitectura, Madrid, Alianza Editorial, 1995, p.36. 42

LINAZASORO, JI., Escritos, op. cit., p. 217.

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2. EL LIBRO COMO PREMISA

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uso, forma y construcción43; no será hasta el siglo XIX que encontremos

intentos de recuperar tal cualidad, desde los tratados de Durand o Borgnis. La

implantación de la triada vitruviana está en la génesis de ese abandono, ya que

ni su creador ni los sucesivos intérpretes –especialmente Perrault, que la

consolida usándola como vertebradora de su adaptación- aporta modo alguno

de relación entre sus componentes: solidez, comodidad y belleza. Este hecho

influirá de tal modo, por ejemplo, en las primeras organizaciones del

aprendizaje de la arquitectura, que su herencia es aún patente en los actuales

planes de estudio44.

Igualmente cierta y relacionada con lo dicho, aun en contra de

opiniones como la citada de Borissavlievitch, es la crítica basada en la

inexistencia de una doctrina coherente y concreta en los Diez libros, en la

ausencia de una metodología proyectual o de unos verdaderos criterios

compositivos. Ni siquiera el uso de los órdenes clásicos recibe otra justificación

que la costumbre, aun cuando se reclame como un elemento compositivo

primordial45.

Y sin embargo la autoridad concedida al Romano hará que el orden

sea, aun sin esa necesaria justificación, el lenguaje clave que dominará la

43

A este respecto, se remite de nuevo al extraordinario trabajo de GONZÁLEZ MORENO-

NAVARRO, JL., El legado, op. cit. Como señala este autor, Vitruvio habla como arquitecto en muchas partes de su obra, pero cuando trata de construcción adopta el punto de vista del operario, convirtiendo las partes constructivas en materiales de construcción aislados, sin relación con el edificio ni con su disposición. De ahí la señalada superioridad del tratado de Alberti, en el que sí existe un “razonamiento constructivo”, y en el que construcción y diseño se relacionan sin problemas, abarcando todas las escalas. A pesar de todo, y por desgracia, Alberti siempre ha sido relegado tras el protagonismo de Vitruvio, probablemente por haber llegado más tarde. 44

FERNÁNDEZ ALBA, A., Aprendizaje y práctica, op. cit., p. 314. Desde la creación de las escuelas

“la construcción se afronta como una respuesta de normativa técnica-económica, más que como una propuesta de formalización arquitectónica”. 45

LINAZASORO, JI., Escritos, op. cit., p. 217.

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arquitectura durante siglos46, y para el cual los tratadistas buscarán

motivaciones tan forzadas como a menudo pintorescas.

46

Se cita a este respecto la autoridad de SUMMERSON, John, El lenguaje clásico de la

Arquitectura, Barcelona, Gustavo Gili, 1985.

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3.1. EL ARQUITECTO COMO PROFESIONAL

3.1.1. Oficio y profesión

Ya se ha dicho: la intención del presente trabajo es analizar cómo la

arquitectura pasa de ser un oficio a una profesión. Si a lo largo de la historia su

ejercicio ha tenido diversos puntos de inflexión, íntimamente relacionados con

su entorno e influyentes en sus resultados, uno de ellos con especial interés es

este momento ilustrado de definición del profesional moderno, cuyas

consecuencias llegan hasta hoy.

Empezar por el principio es seguramente una de las mejores maneras

de no errar a la hora de internarse en caminos poco explorados por lo que, en

consecuencia, parece muy oportuno señalar desde ya y de forma precisa qué

diferencia se puede entender entre un oficio y una profesión. La sociología se

ha ocupado ampliamente de estudiar estas diversas manifestaciones del

quehacer humano; de entre los varios trabajos que inciden especialmente en

este problema, se encuentra sustancialmente clara y concluyente la

caracterización que recoge un estudio1 de Martínez Navarro sobre ética

profesional. En el mismo y como premisa, la profesión se entiende como una

ocupación del ser humano, especializada y útil a la sociedad y por tanto

valorada por ésta; se debe añadir, y este es seguramente el rasgo más

diferencial con el oficio, que es una actividad sometida a normas reguladoras

tanto del acceso a la misma como de su propio ejercicio. De ahí que en su

1 MARTÍNEZ NAVARRO, Emilio, Ética profesional de los profesores, Bilbao, Ediciones Desclée De

Brouwer, 2010, pp. 52 a 54

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opinión, durante siglos sólo tres ocupaciones tuvieran, tradicionalmente, este

estatus: sacerdotes, médicos y juristas. Desde esta proposición, el autor citado

desarrolla varias características definitorias:

El acceso a la profesión se restringe a un pequeño número de

personas.

Para llegar a ejercer la profesión es necesario recorrer un largo proceso

de aprendizaje, estrictamente reglado.

Se requiere del aspirante una especial “vocación”, que si bien

inicialmente tiene una connotación religiosa, con el tiempo derivará

hacia el servicio a la sociedad.

Finalizado el aprendizaje, se exige un compromiso público de acatar un

código de conducta relativo a valores y virtudes, pero también

corporativo.

El profesional es relativamente inmune jurídicamente en su ejercicio,

que sólo puede ser juzgado por pares o colegas (miembros del mismo

collegium).

El ejercicio de una profesión no es un trabajo que se hace simplemente

a cambio de dinero, es una ocupación más noble, merecedora de

honores u honorarios, que no son una retribución sino un modo de

honrar un servicio elevado.

La profesión es una actividad liberal, por cuanto su ejerciente está

liberado del trabajo físico o manual que es propio del oficio.

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Resulta una caracterización muy cercana a la realizada -desde

presupuestos distintos y en una esfera tan lejana como la norteamericana- por

Blankenship2, que concreta que una profesión:

Es una ocupación a tiempo completo.

Tiene sus propias escuelas de aprendizaje.

Cuenta con una organización profesional.

Depende de una titulación, que supone el reconocimiento de la

comunidad.

Se sujeta a un código ético y tiene derecho a la autoregulación.

Con el tiempo, serán diversos los oficios que traten de convertirse en

profesiones, en la busca de un mayor estatus social, un mejor modo de vida o,

simplemente, una mejora en sus alcabalas: militares, escribanos, maestros,

artistas... y arquitectos. Este último caso es el que justifica esta tesis. Como se

ha dicho: “El comportamiento del arquitecto siempre ha sido el de un

profesional en busca del ascenso. Un operario ilustrado que confiaba en sus

habilidades como salvoconducto en la escalada social”3.

Curiosamente, el siglo que vio fijarse las condiciones profesionales

buscadas, y con ellas el ascenso social deseado, fue el mismo que puso el

germen para una lenta desaparición de los privilegios que a tales posiciones les

eran hasta entonces inherentes. Ello supone una paradoja que en casos como

el de los pintores se manifestó ciertamente temprano:

2 CUFF, Dana, Architecture: the Story of Practice, Cambridge, The MIT Press, 1996, p. 23.

3 ESTEBAN MALUENDA, Inmaculada / ENCABO, Enrique, “La arquitectura es inevitable” en

Madrid ¿im? posible, Madrid, Universidad Europea, 2013, p. 19.

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“Vemos en la cuestión que nos ocupa aquí que, después de dos siglos

durante los cuales los Pintores trataron de salir de su condición artesana

anterior, de ser considerados artistas liberales exentos de todo esfuerzo

manual, y cuya mayor nobleza pudiera radicar en la inmaterialidad (no me

atrevo a decir inutilidad) de lo que producían, al llegar al siglo XVIII lo más

honorable, según

moralistas y filósofos, será

el trabajo de las manos4”.

En efecto: del ideal

enciclopédico, que exalta

cualquier ocupación

humana, arranca la

progresiva eliminación de

diferencias entre oficios y

profesiones.

Hay que señalar que,

como es sabido, desde

entonces y tras un lento

devenir, esa diferencia ha

terminado efectivamente

de tener sentido: ahora no

sólo gozan ambos, oficio y

profesión, de similar

consideración, sino que la

ganancia de privilegios en unos y la pérdida de los mismos en los otros, han

4 GÁLLEGO, Julián, El pintor, de artesano a artista, Granada, Universidad de Granada, p. 187.

1. Sujetando la escuadra y vistiendo túnica, el arquitecto trata de distinguirse del resto de la cuadrilla en esta

ilustración de 1499, Kölnische Chronik, p. 3a (Bayerische StaatsBibliothek, Munich).

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equiparado ambos concepciones en casi todo. En las propias palabras de

Martínez Navarro: “Este proceso de progresiva igualación en la consideración

social de las actividades productivas es plenamente coherente con los

principios éticos y políticos de las revoluciones liberales, que desde el siglo XVII

en adelante se han ido convirtiendo en la base de la cultura occidental. En las

sociedades modernas todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y

deberes fundamentales, y por ello no es aceptable que determinados colectivos

gocen de privilegios injustificados. Pero las profesiones, organizadas en

colegios y asociaciones profesionales, se resisten cuanto pueden a tal proceso

de igualación”.

Tal resistencia se produce desde la exacerbación de aquellos rasgos

que se entienden pueden evaluar el grado de profesionalización, como

consecuencia de los rasgos definitorios ya expuestos; en concreto5, la

complejidad de la relación entre sus miembros y la comunidad, el grado de

organización, la duración del aprendizaje, las competencias reservadas a la

titulación y finalmente, el prestigio social obtenido.

3.1.2. El rol de arquitecto

Como se ha expresado, la intención del presente trabajo es la de

caracterizar al arquitecto en el momento en que éste se perfecciona en su

quehacer laboral hasta “ascender” a la consideración de profesional, momento

que se ha entendido corresponde al auge de la Ilustración, ya avanzado el siglo

XVIII. La definición del arquitecto como profesional que se alcanza en este

momento no es ya muy distinta de la actual, que puede condensarse

5 CUFF, D., Architecture, op. cit., p. 23.

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acudiendo a una autoridad como fue la de Martínez Ángel6: “Por tanto se

puede definir el Arquitecto diciendo que es el que tiene la profesión de concebir

y realizar construcciones de carácter artístico dibujando los planos, dirigiendo,

regulando y vigilando la ejecución de la obra confiada a otros; calculando el

coste anticipado, en forma de presupuesto, y en forma de liquidaciones

después de ejecutado; todo esto, en nombre y representación del propietario

que le da este especial encargo o mandato“.

6 MARTÍNEZ ÁNGEL, Manuel, Arquitectura legal, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1922, p. 26.

2. A la izquierda, alguien distiguido con una expresiva mayor “talla” coordina a los oficios. Ilustración de la Biblia Historiale, folio 16r, hacia 1320 (Koninklijke Bibliotheek,

La Haya).

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Llegar hasta ese punto tiene unas causas y una historia detrás que, si

bien no son específicamente objeto de esta tesis, se abordan en ella lo

necesario para entender este instante ilustrado como uno más en la historia de

un rol, aunque quizá de especial interés por sus consecuencias en el

profesional contemporáneo.

Es pues interesante fijar dos premisas en la consideración de este rol

de arquitecto, que se darán por cerradas en el resto del trabajo: una es la

relativa a su propia caracterización, o a qué entenderemos que define aquel.

La otra, sobre la existencia misma de ese rol a lo largo de la historia. Ambas

premisas se relacionan además íntimamente.

La necesidad de arquitectura en cualquier momento pasado está fuera

de toda duda y ha sido ampliamente tratada en infinidad de estudios: refugio,

representación, templo, defensa… Por muchas diferentes intenciones, con

carácter temporal o permanente, con materiales de muy diferente condición,

con todas las variaciones que se nos ocurran, pero siempre ha sido necesaria la

arquitectura, y no existe civilización o cultura que no haya desarrollado su

propia manera de manifestarla.

Junto a esa realidad se encuentra la reflexión de quién hace posible

esa arquitectura. No su materialización o edificación, labor desarrollada por

más o menos operarios, con mayor o menor especialización, coordinados de

una u otra manera. La reflexión a que nos referimos es sobre quién plantea

previamente lo que se ha de ejecutar, quién con los medios a su alcance gesta

en su pensamiento un objeto que da respuesta a las necesidades planteadas

(usos, clima, entorno, economía, aspiraciones y sueños). Parece claro que, aun

con diferentes caracterizaciones, siempre haya existido alguien realizando esa

concepción, diseñando previamente -y no necesariamente sobre el terreno

físico- la entidad material a desarrollar, con capacidad además de expresarla

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por diferentes medios para transmitirla a quienes deben ejecutarla

físicamente. No extraña que Isidro Bosarte sentencie en 1790, como queriendo

cerrar un largo camino de discusiones competenciales7: “por no saberse si hizo

de planta algunas obras de Arquitectura pudiera dudarse si fue Arquitecto de

profesión”. En otras palabras: arquitecto es quien concibe la arquitectura, más

allá de cuestiones terminológicas.

Esta capacidad de concepción anticipada, realizable en un sitio

diferente de la localización del objeto, y de su transmisión a otros, es la que se

asume aquí como esencia del rol de arquitecto, como invariante en todos los

diferentes personajes que a lo largo de la historia han asumido la demanda de

resolver esta necesidad a la sociedad de cada momento. Y a esta premisa, se

une una segunda: la forma de desarrollar esa demanda, con diversas tipologías

y materiales, con mayor o menor incorporación de elementos subjetivos o

propios frente a rasgos colectivos o heredados, será variable, pero ello no

quita para que al principio del proceso, junto al comitente que sea, exista

siempre alguien diseñando en su pensamiento la solución al problema

planteado.

No se quiere con ello menospreciar o considerar como secundaria la

labor final de supervisión en obra; antes bien, se va a considerar ésta en el

presente trabajo –no puede ser de otra manera- como una fase más del

diseño, en la que lo concebido se cierra finalmente para obtener categoría de

cierto, por mucho que la tendencia actual en algunos comitentes sea encargar

de forma independiente proyecto y dirección de obra; ojalá que desde la

historia demostremos también lo pernicioso de esa separación.

7 Se refería, en concreto, a Calímaco, el “escultor corintio”, en BOSARTE, Isidro, Observaciones

sobre las Bellas Artes entre los antiguos, Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1790, p. 112.

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Debe hacerse constar que lo expresado hasta aquí se realiza sin

relación alguna a terminologías y lenguajes, problemas que se introducirán ya

en el siguiente apartado de este trabajo. Esto es así porque cuando hablamos

aquí de arquitecto estamos utilizando el vocablo con el que actualmente se

designa al profesional que asume el rol tal y como lo acabamos de definir, pero

es sabido que a lo largo de la historia y según dónde estemos poniendo el foco

nos encontraremos, al igual que diferentes caracterizaciones, diferentes

significantes para ese significado. Si bien estos problemas de vocabulario se

abordarán parcialmente, al menos cuando se estime que pueda ser útil al resto

del trabajo, no se consideran de primer orden en cuanto a la finalidad de esta

tesis, al ser relativa la relevancia de cómo se denomine en cada momento a

quien realiza ese papel de ideación previa. Ello explica que puedan encontrarse

páginas del presente trabajo en las que se utilice la palabra arquitecto aun

hablando sobre momentos en los que tal vocablo estaba en desuso, pero

buscando más el entendimiento del lector que un rigorismo que se antoja

inútil en este caso.

No es gratuito dejar claras estas premisas desde un principio, puesto

que en trabajos anteriores se han encontrado opiniones divergentes, quizá por

no acotarse claramente ese alcance terminológico, o simplemente por

obviarse reflexiones sobre asuntos que en esos estudios resultan, al fin y al

cabo, tangenciales.

Un trabajo divulgativo de hace unos pocos años expresa, por ejemplo:

“Cuando se trata de considerar la historia de la profesión de la arquitectura

debemos reconocer que el término arquitecto, referido a alguien que ocupa

una posición concreta relacionada con un conjunto específico de actividades de

una capacitación profesional, existe desde el siglo XV. Antes de esa fecha no

existía la profesión de arquitecto, sino simplemente la realización práctica de la

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arquitectura. En realidad, la inmensa mayoría de construcciones a lo largo de la

historia no contaron con un arquitecto como profesional (el individuo que

nosotros denominamos arquitecto era un artesano o el jefe de los artesanos)”8.

En consonancia con lo expresado hasta aquí, se debe señalar el

desacuerdo con tales aseveraciones. Es posible que quien se ocupara de la

ideación previa no contara con el estatus de profesional, tal y como se ha

desarrollado en el epígrafe anterior, pero que hubo alguien al frente de la

concepción del edificio desempeñando un oficio que, en esencia, cumplía los

mismo objetivos que los de un profesional moderno, debemos entenderlo con

rotundidad, aun cuando se trabajara con un marco socio laboral radicalmente

diferente. No puede ser de otra manera: resulta muy difícil entender

construcción alguna, ni siquiera las de máxima sencillez, como resultado de la

improvisación de un grupo de personas desconocedoras de parámetros

básicos que garanticen a priori la bondad del resultado: medidas adecuadas,

calidad de materiales o capacidades portantes, por ejemplo. Sólo cabe

sospechar que la ausencia del significante arquitecto fuerza muchas veces a

negar la existencia de su significado, tal es la fuerza del lenguaje humano.

Todo lo anterior se puede incluso ratificar especialmente en el caso

español, por cuanto una legislación de capital importancia como son las Siete

Partidas, vigentes desde el siglo XIII hasta el XIX y subyacentes en todas las

regulaciones posteriores, contempla el rol planteado aun cuando sin

8 MAKSTUTIS, Geoffrey, Arquitectura. Teoría y práctica, Barcelona, Blume, 2010, p. 20. No es la

única vez que hemos encontrado aseveraciones de esta índole; otro ejemplo es ARÉVALO, Federico, La representación de la ciudad en el Renacimiento, Madrid, Fundación Caja de Arquitectos, 2003, p. 41, para quien no existe concepción previa del edificio hasta el Renacimiento, ni por tanto, representación gráfica, cuya técnica aparece y se desarrolla entonces como necesidad del profesional que atiende a la vez varias obras distantes. Olvida este autor que esta situación ya existe desde muchos siglos atrás, y que se conocen suficientes evidencias de proyecto durante la Edad Media, hechos que se tratarán someramente en el siguiente capítulo del presente trabajo.

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especificar su nombre, en el momento en que hace responsables de los

problemas en obra nueva “…al señor de la obra, o al ome que esta por el sobre

los Obreros, o a los Maestros, e a los que labrassen”9. Ese “ome” –hombre-,

que en representación del cliente y estando por encima de quienes ejecutan

puede en un momento dado resultar responsable, no puede ser otro que

nuestro modernamente llamado arquitecto.

Ante todo ello, se plantea aquí un compromiso con las premisas ya

formuladas, que bien pueden expresarse así: “Con demasiada frecuencia, su

nombre [de los arquitectos] se ha ocultado, o tergiversado su oficio, como

cuando se nos pide que creamos que nuestras catedrales góticas eran obra de

albañiles de mente sencilla y analfabetos, sostenida sólo por la fe que había en

ellos. Nosotros, en cualquier caso, debemos saber que el diseño y la

construcción de todos los magnos y complejos edificios del pasado incluyeron el

control de algún cerebro magistral, que ningún grupo o comité podría haber

tomado su lugar, y que ni la catedral de Salisbury ni el Partenón podrían

haberse elevado desde el suelo a instancias de un puñado de artesanos

rústicos”10.

9 Partida 3ª, título XXXII, Ley I de las Siete Partidas (c. 1265). Recopiladas en Los códigos

españoles concordados y anotados (tomo III), Madrid, Imprenta de la publicidad, 1848, p. 389. 10

BRIGGS, Martin S., The Architect in History, Oxford, Clarendon Press, 1927, p. 2. Traducción de

Isabel Suárez-Llanos.

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3.2. DIFERENTES TIEMPOS PARA UN MISMO ROL

3.2.1. Decadencia y renovación del arte edificatorio: la Alta Edad

Media occidental

Muchos vestidos ha tenido el rol del arquitecto a lo largo de la historia;

su misión la han cumplido, según el momento, personajes de diferente

caracterización y que han adornado o rodeado unas competencias similares e

invariables –relativamente- de otras muchas, desdibujando a veces la imagen

que este trabajo pretende presentar con nitidez. Se habla de cómo en Egipto la

arquitectura estaba ligada a la medicina e incluso al sacerdocio; al menos, sí

hay seguridad en que el arquitecto gozara de un estatus superior al escultor o

al pintor, puesto que en su caso se separaba claramente entre el trabajo

espiritual y el manual. Un ejemplo contrario lo encontraremos en

Mesopotamia: el Código de Hammurabi no hace ninguna distinción entre

artesanía y arte, figurando en el mismo lugar arquitectos, escultores, herreros

y zapateros11.

Y como hemos visto y de acuerdo a las páginas de Vitruvio, la Edad

Antigua se cierra en Roma con un arquitecto que podemos reconocer como

cercano al actual, quizá porque precisamente éste es heredero de una

tradición que arranca con aquel. Parece claro entonces que deba ser este

punto en el que comenzar el análisis que conduzca hasta el profesional

moderno.

11

HAUSER, Arnold, Historia social de la literatura y el arte, Madrid, Ediciones Guadarrama, 1957,

pp. 58 y 80.

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Así, la caída de Roma en 476 pone fin en Occidente –el imperio oriental

será excepción de todo esto- al uso cotidiano de un cúmulo de saberes que

quedan a partir de aquí mayoritariamente recluidos en refugios monásticos,

conformando un cuerpo teórico que los escasos intelectuales se afanan en

preservar en un marco radicalmente transformado por las invasiones bárbaras.

La regresión del terreno conquistado por la civilización romana provoca un

cierto colapso de la producción y el comercio que se traducirá en una acusada

merma de las mercaderías en las hasta entonces florecientes ciudades. Éstas,

empobrecidas por la escasez de suministro, verán cómo pierden población con

rapidez ante un éxodo masivo hacia el campo. Una gran parte de los antiguos

ciudadanos buscará formas de vida autosuficientes en las que aquellos saberes

resultan ahora inútiles. Aquella ciencia, acumulada y desarrollada durante

siglos, dejará de usarse porque pierde su utilidad12.

La arquitectura no será una excepción. La avanzada tecnología

constructiva romana, de la que Vitruvio ha plasmado en sus páginas detalladas

descripciones, no tiene ahora demanda en una sociedad que se ha vuelto rural

en gran medida, y donde la madera ha desbancado a la piedra. Pronto se

olvida cómo extraer ésta, cómo transportarla y trabajarla. El arquitecto, al que

ahora le cuadra mejor la consideración de modesto constructor, según la

expresión de Luis Cervera, ya no necesita tratado alguno, y realiza su proyecto

desde la ejecución directa, con el uso como único condicionante y buscando la

máxima sencillez. Entendamos ésta no sólo como consecuencia de la nueva

forma de vida, sino también como una interpretación extrema de la

temporalidad de lo terrenal, impuesta por la expansión cristiana. Todo ello

12

No se trata por supuesto de un proceso inmediato, ni afecta por igual a todas las áreas del

saber. El lenguaje o el derecho latino, por ejemplo, lejos de quedar relegado “contaminará” a los invasores, como sabemos. Sobre esta transformación de la Europa Occidental se debe acudir a los primeros capítulos de PIRENNE, Henri, Las ciudades de la Edad Media, Madrid, Alianza, 1987.

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3. EL PESO DE LA HISTORIA

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crea un nuevo estilo, un nuevo modo de entender el edificio y su construcción,

que no tiene base alguna en lo que entendemos por clasicismo13.

La doctrina vitruviana, único epítome de la arquitectura romana y de

su tecnología constructiva, dormirá en las mesas de los copistas varios siglos

con la única y breve excepción ya señalada del Renacimiento Carolingio, que

despertará al Romano durante unas pocas décadas. Y mientras tanto

Occidente desarrolla otro modo de hacer edificios, mientras el imperio oriental

sin embargo sigue en pos de momentos de esplendor.

¿Existe el arquitecto occidental durante este periodo? Cabría pensar

que al menos hasta finales del siglo X la escasa actividad constructiva, que

busca en su mayor parte objetos de escasa complejidad tanto programática

como constructiva, con la madera como material básico y un uso inmediato, no

precisa del rol de un proyectista. Así, ese papel sería asumido por el mismo

propietario, que dicta instrucciones emanadas de la costumbre a mano de obra

de escasa cualificación, probablemente la misma que colabora en las tareas

agropecuarias.

Sin embargo, contra esta apariencia cabe contrastar hechos que no

admiten mucha discusión. Puede que aquella sea una situación factible en el

entorno rural más cotidiano, en granjas donde la vivienda y el almacén son las

únicas tipologías necesarias y donde se busque una eficacia basada en la

sencillez.

13

CERVERA VERA, Luis, El códice de Vitruvio hasta sus primeras ediciones impresas (conferencia),

Madrid, Instituto de España, 1978, p. 37.

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97

Pero cualquier manual de historia de la arquitectura14 nos dirá cómo

en el siglo VI se están comenzando a levantar los primeros muros del complejo

14

A los efectos que nos ocupan, quizá sea especialmente recomendable LÁMPEREZ Y ROMEA,

Vicente, Historia de la arquitectura cristiana, Barcelona, Juan Gili Editor, 1904.

3. Plano de distribución de la Abadía Saint Gall, 816-830, buena muestra de la pervivencia del rol del ideador seguramente en el seno de las órdenes religiosas en expansión

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3. EL PESO DE LA HISTORIA

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de San Millán de la Cogolla, por ejemplo, y con el paso del tiempo la actividad

de construcción de edificios religiosos, iglesias, ermitas y monasterios será

cada vez más pródiga y de mayor complejidad formal y constructiva,

llevándonos hacia un Románico que alcanza su esplendor ya en el siglo XI. Pero

esos manuales también nos dicen, si atendemos con perspicacia, que desde el

siglo VII se van incorporando a la lista primero murallas y defensas y después

castillos, de nuevo en cada vez mayor progresión numérica.

Para todo este movimiento edificatorio no basta, sin duda, con

propietarios bienintencionados y cuadrillas de campesinos. No: alguien asume

el rol del proyectista, alguien planifica programas cada vez de mayor

complejidad (pensemos en la planta del citado conjunto de Saint Gall) y da

instrucciones para su formalización. Ese alguien participa, por supuesto, de

premisas similares al resto de la sociedad: sencillez en las soluciones,

funcionalidad como meta primordial y asunción del carácter temporal… pero

se permite ir más lejos al abordar necesidades más complejas, al buscar mayor

durabilidad en lo construido y añadir una cierta representatividad a sus

requerimientos.

Y más aun, se permite ir más lejos porque sabe ir más lejos, porque

estamos hablando precisamente de un rol asumido por un religioso, un monje

especializado, asociado a cualquiera de las órdenes religiosas que atesoran los

manuales de la antigüedad, a los que tiene acceso y es capaz de leerlos e

interpretarlos; es además alguien que tiene tiempo para estudiar, pues su

sustento está ya garantizado.

Este es sin duda el arquitecto de esta Alta Edad Media, un personaje

casi siempre anónimo pero que se beneficia del carácter expansionista de las

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órdenes y viaja por todas sus ubicaciones15 a requerimiento de abades y

superiores, dando solución a cada nueva edificación que se precise. Ello

devuelve, aunque sea temporalmente, la habilidad de la arquitectura al

sacerdote donde seguramente tiene su origen16.

Un paso más se produce cuando este monje especializado, a la hora de

elegir operarios a los que dictar instrucciones, trate de repetir con los que ya

conoce, campesinos a los que sacó del ámbito rural, a los que quizá ha

enseñado las técnicas constructivas él mismo, y a los que su experiencia

conseguida en trabajos anteriores reviste de una mayor confiabilidad. Y en el

siguiente paso, no tardarán estos operarios en constituirse en cuadrillas más o

menos organizadas, con sus propios especialistas en cada uno de los oficios,

que a su vez se procurarán un ayudante a quien irán revelando sus secretos.

Asumirán forzosamente cierto carácter nómada, para también girar de

monasterio en monasterio a la llamada del proyectista de la orden concreta.

Estas cuadrillas no tendrán otro remedio que establecer una jerarquía,

con alguien que tome la gestión del grupo y la interlocución con el tracista, y

que es un claro antecesor del maestro de obras, como aquellas son el germen

de los eficaces talleres medievales17.

15

En HAUSER, A., Historia social, op. cit., p. 246, se duda de esta capacidad nómada de un monje

“especialista”, pensando en los rígidos códigos que gobernaban las órdenes religiosas. Frente a esto, cabe argumentar en primer lugar la improbabilidad de que en cada complejo hubiera un monje encargado de estas cuestiones, por cuanto la actividad constructiva en un único monasterio no sería suficiente para justificarlo. Pero además, no era excepcional que para algunos “puestos” los superiores contemplaban dispensas puesto que, efectivamente, sus competencias atendían a distintas centros geográficos donde tuviera presencia la misma orden. 16

En SPENCER, Herbert, El origen de las profesiones, Madrid, Ediciones Populares Iberia, 1932,

p. 57, se explica del siguiente modo: es inevitable pensar que aquel que realiza el sacrificio sea el encargado también de trazar el altar donde realizarlo, y cuando empiece a ser necesario, quien se ocupe también de diseñar la envolvente donde colocar ese altar. 17

Resulta crucial para la historia de la sociología profesional la idea propuesta por HAUSER, A., Historia social, op. cit., p. 242, relativa a cómo esas cuadrillas aprenden también durante su faena en los monasterios y de la propia organización de la vida monacal en ellos, los principios

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Y en paralelo a esta recuperación de la actividad proyectual y

constructiva, se va creando un nuevo grupo de clientes que se sumará a la

Iglesia, hasta entonces único encomendante, pues los señores feudales han ido

creciendo en poder y medios y empiezan a interesarse por defenderse con

mayor solidez que la que ofrece una simple empalizada de troncos, en primer

lugar, y pronto también por incorporar a la fortaleza piezas vivideras. Buscarán

además cada vez una mayor representatividad, como parte de su estrategia de

mantenimiento del poder.

Con este aumento de la demanda, aquellas primitivas cuadrillas se

verán favorecidas en su perfeccionamiento, constituyendo ya auténticos

talleres. Sus jefes, esos antecesores de los maestros de obras, ya han

aprendido de los monjes más incluso que las técnicas constructivas, ya que

también saben ahora concebir previamente el edificio, y pueden ejercer por

tanto el rol de arquitecto, con el respaldo de un grupo de trabajadores

especializados y con experiencia, preparados para la formalización de su

diseño.

Ello explica que a la lista de edificios que conocemos de estos tiempos

se incorporen, a partir ya del siglo VII, murallas y defensas, y desde el VIII,

castillos y fortalezas que según nos acercamos al fin de esta Alta Edad Media,

serán cada vez más perfectos. De nuevo la arquitectura, que nunca cesó de

atender los usos del clero, es requerida para resolver las necesidades civiles.

de división del trabajo, de ahorro de recursos, de aprovechamiento racional del día, midiendo los tiempos mediante la campana de los monjes. Todos estos principios los llevarán después al mundo laico y se propagarán a otras actividades.

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3. EL PESO DE LA HISTORIA

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3.2.2. La recuperación del saber constructivo en la Baja Edad Media

“No me he detenido a examinar cómo se realizó la transición de la

arquitectura eclesiástica a la laica; mas es probable que, con el tiempo, el

arquitecto eclesiástico llegase a no ocuparse más que del carácter general de la

construcción, dejando la labor material de construir al maestro de obras, de

quien desciende el arquitecto profesional”18. Ya explicada aquí esa transición

que Spencer dejaba en el aire, es claro que la misma va más allá de delegar la

“labor material” a ese maestro que ya ha aprendido a construir, ya que como

se ha dicho, es inevitable que éste, poco a poco, también aprenda a trazar y a

plasmar en un diseño previo el programa que le expone el cliente, sea ya éste

miembro del clero o un personaje civil.

Es esta transición la que marca entonces a la profesión en ese

importante punto de inflexión que supone el siglo X en la Europa occidental.

Recordemos que se está produciendo un importante crecimiento de la

población y, con ello, de la fuerza de trabajo. Esto redunda en el aumento de la

productividad de las tierras y en consecuencia en la mejora del nivel de vida y

de la capacidad alimentaria; se liberan brazos de las labores rurales, que se

orientan a otras actividades, resurge el comercio y la artesanía, y con todo ello,

se asiste al resurgimiento urbano. La ciudad volverá a ser cada vez más el

centro de la sociedad19. A los dos clientes que habían surgido en el período

18

SPENCER, H., El origen, op. cit., p. 58. 19

De nuevo, debe entenderse que no se trata de un cambio radical. Así, se puede decir que

desde ese siglo X de transición, la evolución va avanzando hasta que en el siglo XIV la situación está consolidada en la estructura socio-laboral, de acuerdo a BORRERO FERNÁNDEZ, Mercedes, “Los medios humanos y la sociología de la construcción medieval” en GRACIANI, Amparo (ed.), La técnica de la arquitectura medieval, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2011, p. 100.

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anterior –Iglesia y señor feudal, por este orden- se une ahora un posible

tercero: el nuevo ciudadano, incipiente burgués que demanda su espacio

privado en el interior del núcleo urbano: “La tierra, en la ciudad, se cubre

rápidamente de casas apiñadas unas con otras y que aumentan su valor a

medida que se multiplican”20. Para Hauser, será además de quien procedan

ahora los estímulos renovadores21, negando ya en estos últimos siglos de la

Edad Media la influencia creadora a clero y nobleza.

Pues bien, si en este periodo se ha señalado como un primer rasgo del

rol de arquitecto su asunción por parte del jefe de la antigua cuadrilla,

ascendido ya a maestro (lo cual no implica la desaparición de aquel miembro

especializado del clero con el que compartirá el rol hasta muchos siglos

después), se puede añadir un segundo a consecuencia de la reurbanización de

la sociedad: esos talleres van perdiendo el carácter nómada, con más o menos

rapidez según el área geográfica a la que atendamos.

Así, se establecen de forma permanente en los núcleos urbanos donde

la actividad edificatoria les procura ahora suficiente trabajo, aun cuando en el

caso de edificios de importancia todavía encontraremos grupos dispuestos a

desplazarse. Valdrá la pena en este caso, porque sabemos que los últimos

siglos de esta era corresponden al estilo gótico, que con diversas variantes

locales se extiende por Europa. Se ha creado con ello otro nuevo grupo de

clientes: el colectivo, en cualquier forma de asociación de ciudadanos,

dispuesta a unir sus fortunas para mayor lustre de su ciudad y para mayor

gloria de Dios. Así lo expresa Pirenne: “Las admirables catedrales que el siglo

XIII vio levantarse no serían concebibles sin el alegre entusiasmo con el que los

20

PIRENNE, H., Las ciudades, op. cit., p. 127. 21

HAUSER, A., Historia social, op. cit., p. 360.

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ciudadanos contribuyeron a su construcción”22. La magnitud de éstas justificará

sobradamente traslados de arquitectos y operarios, incluso desde grandes

distancias, Italia o el lejano Imperio Bizantino23, donde aun se encuentran

especialistas de renombre24 que conservan los secretos de las antiguas

técnicas, y las propias rutas de peregrinación como las que llevan a Santiago de

Compostela o a Roma muestran con las edificaciones que las jalonan este

trasvase de influencias.

Será en estas obras de gran formato y complejidad, especialmente en

las catedrales, donde el arquitecto25 más deba superarse, no sólo en cuanto a

la técnica, sino sobre todo en cuanto a su capacidad de gestión. Nuestro

maestro, albañil o cantero, tendrá que añadir a su trabajo de diseño y a su

supervisión constructiva la capacidad gestora26, que le obligará en muchos

casos a contar con un ayudante –habitualmente denominado oficial, grado

anterior al de maestro- para llevar al día las labores administrativas, los

cálculos relativos al personal y al material, el establecimiento de salarios según

grado y habilidad; de él dependerán en obras de gran envergadura una serie

de capataces que a su vez serán responsables cada uno de su cuadrilla de

peones.

22

PIRENNE, H., Las ciudades, op. cit., p. 137. 23

HAUSER, A., Historia social, op. cit., p. 244. 24

Como se señala en KOSTOF, Spiro (ed.), El Arquitecto: historia de una profesión, Madrid,

Cátedra, 1984, p. 86, hay documentados muchos casos: el maestro Enrique en León (1209), el maestro Esteban de Bonneuil en Uppsala (1287), Jean Mignot en Milán (1401), etc. 25

Quizá sea más correcto llamarlo una vez más “maestro”, ya que en este periodo es especialmente acusada la práctica desaparición del término arquitecto, aun cuando como se señala en todo el presente trabajo, no parece relevante el nombre que se de en cada momento a aquel que en todo caso está asumiendo, con unas u otras variantes, un papel que ya hemos definido. 26

Una de las fuentes donde se ha encontrado mejor estudiada la organización de la obra

medieval es JACOBS, David, Los constructores de catedrales de la Edad Media, Barcelona, Editorial Timun Mas, 1974, a la que remitimos para mayor detalle.

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Se puede

afirmar por tanto que

quien asume el papel

de arquitecto en este

periodo se reviste cada

vez de mayores

atribuciones al asumir

también aquellas que

en otros momentos

aun lejanos

corresponderán al

aparejador. Aun más:

como se ha visto, en

muchos casos ejerce

incluso como algo

parecido a un

moderno contratista27,

integrando en lo que

ya no se puede

considerar cuadrilla

sino un auténtico taller a todo un equipo de operarios especializados:

maestros, oficiales a la espera de conseguir el grado de maestro, aprendices

27

Sobre este aspecto concreto, citamos a SOLÍS BURGOS, José Antonio, “La economía de la

construcción en la edad media” en GRACIANI, A., La técnica, op. cit.

4. Ilustración de Jean Fouquet, La construcción del Templo de Jerusalén, en Les Antiquités judaïques de Flavius Josèphe, hacia 1470 (Biblioteca Nacional de París); se refleja ya una obra con mayor orden y organización que en representaciones anteriores.

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con la misión de asistirles, y peones a los que se reserva el trabajo más duro y

de menor cualificación28.

Si bien la eclosión renacentista se va acercando, y con ella un cambio

radical en la consideración del proyectista, aun estamos en una época en la

cual su nombre no es objeto de atención y es patente su anonimato en los

documentos que se conservan acerca de sus obras. Es quizá consecuencia de

haber asumido esas competencias que le acercan más a las artes mecánicas

que a las liberales. Hay que recordar que esa distinción es tajante en el

pensamiento medieval, y que aquel que se dedica al primer grupo es tenido

por alguien de menor rango que quien se encuentra en la otra esfera,

practicada por nobles y hombres libres. Ciertamente, cuesta poco figurarse al

maestro de esta Baja Edad Media colaborando incluso con sus propias manos

en momentos concretos de la obra; usando palabras de Makstutis, “podemos

imaginar que el maestro constructor se sentiría tan cómodo con el martillo y el

cincel como con el lápiz y la regla”29.

No es este un rasgo sin importancia, ya que explica la perfecta

identificación que se alcanza en el gótico entre el acto de concebir un diseño y

el de llevarlo a la práctica, y cuya mejor consecuencia son las magníficas

catedrales que quedan como testimonio de ese modo de hacer arquitectura

28

BORRÁS GUALIS, Gonzalo Máximo, “Sobre la condición social de los maestros de obras moros

aragoneses” en Anales de historia del arte, nº 18 extra 1, Madrid, Universidad Complutense, 2008, pp. 89-102, documenta la existencia en el siglo XIII de talleres familiares de origen moro, cuyos maestros presentan un altísimo grado de profesionalidad al tener como meta “alcanzar en su persona el absoluto dominio de todas las técnicas del sistema de trabajo”, desde las trazas y planificación de la obra hasta el final de la edificación. Es buen ejemplo de las cotas a las que llega este sistema de talleres y maestros de obra. 29

MAKSTUTIS, G., Arquitectura, op. cit., p. 24. Sin embargo, y frente a esta fuente, Arnold

Hauser plantea lo contrario, al asegurar que si bien en ocasiones el magister operis y el magister lapidum eran la misma persona, no era la norma, siendo lo habitual que se tratara de dos distintas (HAUSER, A., Historia social, op. cit., p. 341). La lógica del presente desarrollo y las fuentes que la sustentan le contradicen.

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que, ya se ha señalado, se perderá30 al tiempo que se recupera a Vitruvio.

Como sentenciara el maestro de catedrales Jean Mignot, “Ars sine scientia nihil

est”: el arte (entendida como práctica constructiva) no es nada sin la ciencia31.

Por otro lado, un interesante estudio de Beatriz Mariño32 encuentra un

cambio de tendencia a partir de los últimos años del siglo XII, identificando

suficientes referencias sobre un ascenso en el estatus del arquitecto. Así, por

ejemplo, empieza a ser frecuente que se le represente a mayor tamaño que al

resto de operarios de la obra, con un vestuario diferente y portando la vara de

medir, e incluso vistiendo guantes como muestra de que ya no se mancha las

manos. La dignidad de la representación irá aumentando: en el siglo XIII se

pintará en ocasiones al maestro sosteniendo la maqueta de su proyecto, algo

que hasta entonces se reservaba al cliente, y ya en el XIV y XV le veremos

acompañando el cortejo del monarca o del mecenas, quizá enseñándole la

obra.

En relación a este anonimato, vale la pena citar a Caveda, uno de

nuestros primeros historiadores en lo que a arquitectura se refiere, que explica

con cierta ingenuidad esta ausencia de nombres como una muestra de

humildad de los encomendantes: “Contentos nuestros mayores con legar a la

posteridad estas muestras de su desprendimiento, y dejar en ellas un

testimonio solemne de la piedad generosa que los alentaba, sin dar

importancia a sus vastas empresas, o como si al acometerlas, cumpliesen un

deber trivial y sencillo, nos ocultaron casi siempre sus nombres y los de los

arquitectos, que con tanto lustre de la nación supieron realizar sus

30

A este respecto, se remite al epígrafe 2.2.3. de este trabajo, así como a GONZÁLEZ MORENO-

NAVARRO, JL., El legado oculto, op. cit. 31

KOSTOF, S., El Arquitecto, op. cit., p. 89. 32

MARIÑO, Beatriz, “La imagen del arquitecto en la Edad Media: historia de un ascenso" en

Espacio, Tiempo y Forma, serie VII, Historia del Arte, t.13, Madrid, UNED, 2000, pp. 11-25.

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pensamientos. Solo por una casualidad, los documentos de los archivos nos

descubren de tarde en tarde la existencia de un corto número de artistas”. Aún

más, es de notar que de acuerdo a una de las intenciones del presente trabajo,

Caveda no duda en ningún momento sobre el carácter de arquitecto del

maestro de entonces, ni de su responsabilidad como tal en la obra construida:

“¿Qué otras obras construyeron estos arquitectos? ¿Quiénes fueron sus

maestros y sus discípulos? ¿A cuál escuela correspondían? Nada se sabe: pero

desde luego se advierte que apenas suena entre ellos algún nombre extranjero,

y que al terminar el siglo XIV, estendida por toda la Península la arquitectura

ojival, cual se comprendía y empleaba en las naciones más cultas de Europa,

poseíamos un gran número de artistas hábiles, conocedores de sus principios y

sus prácticas” 33.

En todo caso, y al margen de la consideración que pueda tenerle el

cliente o incluso la sociedad, resulta de gran interés en este punto atender a

cómo el maestro albañil progresa durante este periodo y va superando sus

carencias34, añadiendo conocimiento a su bagaje que, recordemos, inició como

un ejecutor de diseños ajenos. Si en el comienzo del recorrido que se ha

expuesto era el cliente –primero religioso y luego civil- quien gesta el proyecto

y da las instrucciones para su construcción, se constata que durante estos

siglos se irá invirtiendo esta relación, al saber este cliente cada vez menos, y

saber cada vez más el propio maestro.

33

CAVEDA, José, Ensayo histórico sobre los diversos géneros de arquitectura, Madrid, Imprenta

de Santiago Saunaque, 1848, pp. 308-309. 34

JACOBS, D., Los constructores de catedrales, op. cit., p. 66, nos señala como ejemplo de este

proceso al célebre Villard de Honnecourt, cuyo libro de faltriquera nos revela hacia 1230 (es decir, unos doscientos años antes de que el arquitecto renacentista se preocupe por trabajar a la medida del Hombre) a un maestro intrigado, entre otras cosas, por las proporciones del ser humano en relación a las figuras geométricas. Es quizás uno de los escasos documentos del periodo que muestra el intento de crear una teoría de la arquitectura.

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Cabe preguntarse la razón de que el maestro de obras, que con un

cierto repertorio de soluciones -espaciales y constructivas- ya probadas podría,

aparentemente, desarrollar su actividad sin mayores preocupaciones, intente

dar un salto cualitativo y trate de revestirse de un bagaje científico y cultural

que le permita llegar más lejos. Esta preocupación, que comienza en los

últimos siglos de la Baja Edad Media, será una de las principales líneas de

evolución del arquitecto durante la Era Moderna, como se irá estudiando en

los próximos capítulos, y bajo ella subyacen diversas causas, seguramente más

prosaicas de lo esperado. Lo que por ahora ya puede inferirse es que un

detonante de la culturización del arquitecto se encuentra en que antes haya

comenzado la culturización del cliente35, y por tanto, las exigencias de éste

sean cada vez más complejas. A ello se añade la preocupación del maestro de

mantener su actividad ante una creciente competencia, para lo cual no le

queda otro remedio que distinguirse del resto36 y estar en condiciones de

atender a ese cliente que progresa por delante de él.

Finalmente, la superación de un trabajo ligado a lo manual, que impide

el acceso a puestos más altos en la escala social, es otro motivo claro: en

España, desde tiempos de las Partidas, es razón para negar el carácter de

caballero37, y éste pierde su calidad “si usase públicamente de mercadería, u

obrase de algún vil menester de manos para ganar dinero, no siendo cautivo”.

35

En PIRENNE, H., Las ciudades, op. cit., p. 150, el autor nos llama la atención sobre un hecho

que tendrá gran repercusión en la transición a esa Era Moderna y es la aparición en las ciudades, al menos en las de cierta importancia y desde mediados del siglo XII, de las primeras escuelas laicas destinadas a los hijos de la burguesía, que tendrán con ello acceso a una cultura básica. 36

“La obligación terrenal más urgente de todo artesano medieval era el establecimiento de una

buena reputación personal”, según SENNET, Richard, El artesano, Barcelona, Anagrama, 2010, p. 81. 37

GÁLLEGO, J., El pintor, op. cit., p. 29.

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3.2.3. Arte y oficio en el Renacimiento

Ya se ha señalado cómo desde el siglo XIII se observa un aumento en la

consideración social de los maestros edificatorios; sin duda, los habría que

sobresaldrían por la calidad de su trabajo, y que gozarían de un especial

reconocimiento, incluso económico, entre clientela de importancia, pero no

más allá que el de un trabajador o artesano especialmente cualificado. Pero a

ello se une el afán de elevación cultural también comentado, que se liga tanto -

o al mismo tiempo- a un perfeccionamiento del producto terminado como a no

quedarse atrás de una clientela cuya mejoría en sus condiciones de vida está

despertando otras inquietudes más elevadas que la simple subsistencia. De

aquí a buscar una mayor dignificación del oficio hay un proceso unívoco, cuyo

origen se localiza en la revolución renacentista italiana38y que se extenderá,

poco a poco, por toda Europa, llegando a España con más de un siglo de

retraso39. La elevación del Arte por encima de la Artesanía es un hecho que

acompaña al Humanismo de forma inherente. Toffanin lo explica con lacónica

agudeza40: “A compararse con los antiguos en las artes plásticas y figurativas

ya se había llegado virtualmente en tiempo de Dante; y se explica, pero a nadie

38

BORRERO, M., Los medios humanos, op. cit., p. 105: “Parece que sólo con el Renacimiento

italiano llegó a España el concepto y la propia palabra de artista”. 39

El retraso no afecta, realmente, a la importancia de este punto de inflexión que, salvo por la

cuestión temporal, provoca en España un proceso paralelo al ya experimentado primero en Italia y luego en Francia: cambia la valoración de las artes y de los artistas de tal modo que paulatinamente, el artífice medieval será sustituido por un nuevo modelo de artista instruido y culto. Desde entonces, el oficio de construir permanecerá como algo distinto al ejercicio de la arquitectura. Así lo expresa GARCÍA MORALES, María Victoria, El oficio de construir: origen de profesiones. El aparejador en el siglo XVII, Madrid, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid, 1990, p. 14. Por ello, lo expresado en este epígrafe con referencia a Italia será válido para el caso español sin más que desplazar las referencias temporales hasta mediados del siglo XVI y de aquí en adelante. 40

TOFFANIN, Giuseppe, El hombre antiguo en el pensamiento del Renacimiento, Sevilla,

Ediciones Montejurra, 1960, p. 29.

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3. EL PESO DE LA HISTORIA

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se le había ocurrido situar el hecho artístico en el mismo plano del hecho

moral”. En estos siglos XV y XVI la consideración del artista – y algunos

arquitectos se incluirán en este grupo- ascenderá a cotas que no volverán a

ganarse hasta el final del XVIII, y que sólo se superarán después con el

movimiento romántico.

Las artes plásticas en general, y la arquitectura en concreto, al estar

encuadradas dentro de las artes mecánicas durante la Edad Media, habían

visto limitarse las posibles especulaciones teóricas, algo que se refleja en su

propia literatura, dedicada más a la resolución de problemas prácticos. La

superación de esa situación viene en gran parte de la recuperación de tratados

como el de Vitruvio, del que ya se ha señalado su enorme influencia. Y es que

sacar a la luz los libros que dormían en los monasterios no sólo reposicionan

estas artes en un plano que ahora va ser referencia –el de la antigüedad

romana- y posibilitan su consideración como artes liberales, sino que además

abren el camino a la producción de libros de teoría que especulen sobre cada

una de las artes y que acerquen éstas a la literatura41, cuya dignidad era desde

siempre muy elevada. Un ejemplo inmediato puede ser el de los tratados de

Alberti, donde las opiniones artísticas son expresadas literariamente, y se

alinean con las reflexiones humanísticas y científicas42.

41

Esta compleja transición de arte mecánica a liberal a través de la literatura se propone con

gran acierto en CHECA CREMADES, Fernando, GARCÍA FELGUERA, María de los Santos, y MORÁN TURINA, José Miguel, Guía para el estudio de la historia del arte, Madrid, Cátedra, 1980, pp. 149 a 150 y 211 a 213. Esa aproximación explicaría incluso, según estos autores, el origen de las academias, al buscarse un paralelismo con las literarias que contaban ya con gran tradición. Son identificadas dos tendencias, la de los que pretenden enmarcarse en las conquistas de la ciencia como Piero della Francesca, y la de los neoplatónicos, que identifican al artista con la capacidad platónica del “furor divino”. Ambas tendencias fracasarán, dejando al artista en situación conflictiva durante el siglo XVII, pero la primera tendencia habrá dejado sembrado el germen de la Ilustración, y la segunda, el del “genio” romántico. 42

En HAUSER, A., Historia social, op. cit., p.448, se señala a Alberti como iniciador en sus

tratados de la concepción científica del arte, uniendo al técnico experimentador con el artista

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No se puede dejar de insistir en dos hechos relevantes en la revolución

a todos los niveles que supone el Renacimiento, y que en el terreno que nos

ocupa posibilita tanto la aparición de ese estrato de clientes con inquietud

cultural y artística (mecenas, comitentes o promotores), dentro de la nobleza y

de la alta burguesía, como esa especialización de algunos arquitectos

orientada a satisfacerlos. El primero es un cambio de mentalidad que permite

la valoración de lo local y, en concreto, de las lenguas vernáculas. Como es

sabido, durante la Edad Media todas las ciencias cultivadas se han enseñado

en latín, y no se ha escrito o copiado casi ningún libro más que en este idioma,

despreciando cualquier otro: “un objeto importante, tratado en lengua vulgar,

habría aparecido humillado, y el prejuicio restringía los conocimientos a un

círculo muy estricto”43. Que este modo de pensar cambie y se produzca

literatura y tratadística en lenguas vernáculas, que se traduzcan los libros de la

antigüedad, es un fenómeno cuya repercusión es enorme, al abrir el

conocimiento a sectores muy amplios de la población.

El segundo factor, ligado a este y aún de mayor magnitud es sin duda la

aparición de la imprenta en pleno siglo XV y su rápida popularización, que hace

aun más accesible la culturización de la nueva clientela, aquella que cuenta con

el poder adquisitivo suficiente como para formar su biblioteca. Para el

arquitecto, la difusión de estilos, técnicas y teorías, que en la Edad Media se

producía lentamente gracias a cuadrillas y talleres errantes de obra en obra,

puede realizarse ahora con gran rapidez44, constatándose tras el análisis de las

observador: “tanto uno como otro buscan comprender el mundo en forma de experiencias y sacar de ellas leyes racionales”. Como en la cita anterior, este autor señala que la unión de ciencia y arte, que es una aportación del “quattrocento”, se perderá después, durante el siglo XVI (pp. 464 y 467). 43

TOFFANIN, G., El hombre antiguo, op. cit., p. 87. 44

CHECA, F., Guía para el estudio, op. cit., p. 232

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bibliotecas de muchos de ellos la existencia de un mercado europeo de libros

de suficiente eficacia.

Hay que añadir un importante ingrediente que se liga a los anteriores

de un modo claro, y es la desaparición en casi toda Europa del taller heredero

de las primitivas cuadrillas en pro de una organización gremial, más acorde a

los procesos e intenciones que nos ocupan. Esta mutación del taller al gremio

tiene una causa primera, que es la consolidación de la vida urbana ante el

ascenso de una ciudadanía suficientemente consolidada y pudiente, con

capacidad de constituirse en una clientela estable. Ello permite el arraigo de

los talleres en lugares ya fijos, desapareciendo el carácter nómada que tanto

tiempo les ha caracterizado. Y con ello surge una necesidad que no existía

antes: es crucial protegerse de la afluencia de competidores venidos de fuera,

y ello sólo puede realizarse desde la unión de los iguales en un grupo cerrado y

reglamentado45, cuya fuerza garantice la exclusión o al menos la limitación de

la competencia en esa localización concreta.

Al mismo tiempo, hay una diferencia entre ambos tipos de

organización que se relaciona directamente con las intenciones que estamos

analizando, y es la independencia del individuo en cuanto a los parámetros

(artísticos y técnicos) que definen su actividad, independencia que en el

gremio será completa46, y que era sin embargo imposible en el taller. Ello se

debe a que al gremio sólo le interese el control de los oficios en cuanto a

condiciones laborales, formación, ingreso, tarifas, etc., frente a la

preocupación del taller de mantener una reputación y un producto final claro y

reconocible. Así, el individuo alcanza ahora la posibilidad de establecerse por

45

HAUSER, A., Historia social, op. cit., p.348: se debe señalar que la función de los reglamentos

es exclusivamente la protección del gremio, y nunca la del consumidor o cliente. 46

Ibid., p.349.

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su cuenta como empresario y tener un trato más personal con sus clientes,

creando un taller propio o estudio en el que trabaja a su modo, donde la

originalidad es ahora un valor y cuya prosperidad depende del renombre que

alcance por su cuenta y no como anónimo integrante de un grupo; si todo va

bien, podrá además contratar y pagar a sus propios asistentes, pero sin asumir

necesariamente la obligación de su formación47. Sin duda, es un cambio radical

en la forma de trabajo, y que supone otra pieza más en el entendimiento de la

transformación renacentista.

Todas estas consideraciones explican, al menos en gran parte, la deriva

que toman algunos arquitectos –a los que ahora ya podemos denominar así al

recuperarse el vocablo de forma generalizada- separándose del proceso físico

de la edificación o al menos participando en él únicamente en las labores de

dirección. Es importante subrayar que esto sucede con algunos, y no con

todos: la figura que se ha seguido en las páginas anteriores hasta su llegada al

siglo XV y que asumía en una sola persona las competencias de “arquitecto,

aparejador y contratista” -tal y como las entendemos hoy-, no desaparece, y

continuará su actividad aunque a ojos del investigador actual haya quedado

relegada casi siempre por esa otra figura del “arquitecto exclusivamente

proyectista” que surge ahora. Y no desaparece porque el cliente medio, el que

no participa en las grandes obras de la época, seguirá encontrando más eficaz

a esa figura completa que el contratar trazas o proyecto por un lado y

ejecución por otra, situación que se mantendrá hasta bien entrado el XVIII y de

la que se tratará aquí ampliamente, pues la coexistencia de ambas “clases” de

arquitectos –el que llega hasta el final de la obra y el que se queda en las

trazas, aún escaso- explicará en parte al profesional que cierra este desarrollo.

47

SENNET, R., El artesano, op. cit., pp. 87 a 89.

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Y estos otros que ahora surgen, los que ya son llamados arquitectos y

que tratan de elevarse en su estatus social desligándose de la obra –superando

el encasillamiento en las artes mecánicas- no están haciendo otra cosa que

evolucionar en la misma dirección que parte de la clientela, como han ido

haciendo sus antepasados en los siglos anteriores, adaptando su

comportamiento a la demanda. Así, primero los nobles o aristócratas y, ya en

el siglo XVI, la burguesía más próspera, encuadrados en una época rica en

5. Vasari retrata en 1560 a Brunelleschi y a Ghiberti presentando la maqueta de San Lorenzo a Cosme de Medicis (detalle, Pallazzo Vecchio, Florencia). La relación entre arquitecto y cliente

es ahora distinta.

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inquietudes culturales y en medios materiales, buscarán “primero el prestigio

social y luego la trascendencia y la inmortalidad a través de sus encargos”48,

como muestra, por ejemplo, la profusión de capillas privadas construidas

entonces, que además pasan a la posteridad por el nombre de quienes las

encomiendan49.

En este marco italiano, que como se ha dicho llegará a España con más

de un siglo de retraso, la aparición del mecenas primero y del coleccionista

después50 son clara expresión de la deriva tomada por la clientela de rango

superior, que también es cada vez más amplia, y que es la que obligará a que

algunos arquitectos a la antigua muten hacia la especialización de realizar un

proyecto muy elaborado y se pongan a su altura y dignidad social, mientras

que aquellos que permanecen en la situación anterior vivirán de la clientela de

menor condición.

Se ha señalado la actuación de Brunelleschi en el Duomo florentino

como el paradigma51 de ese nuevo arquitecto en formación, culto y

experimentado, que se separa de la cantería medieval y busca nuevas

soluciones en la antigüedad romana –el ladrillo-, que se separa de gremios y

48

CHECA, F., Guía para el estudio, op. cit., pp. 221 a 223. 49

HAUSER, A., Historia social, op. cit., p. 423. 50

La evolución del mecenas al coleccionista –que supone incorporar al interés por el arte a la

alta burguesía- tiene un efecto relevante en la naturaleza del artista. Con el mecenas, se mantendrá el estatus de artesano, por cuanto el artista sigue trabajando a las órdenes del cliente y se acomoda al encargo concreto. La llegada del coleccionista, que no encarga sino que escoge entre lo que se le ofrece, supondrá la posibilidad de liberar el impulso creativo del autor. Este hecho, sin embargo, no tendrá efecto en el arquitecto, que inevitablemente trabajará siempre desde el encargo, aun cuando vaya ganando en autonomía a la hora de plantear soluciones al programa propuesto. Ibid., p.421. 51

Es ya clásica esta referencia, que se halla muy estudiada y desde muy temprano en VASARI,

Giorgio, Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos, Madrid, Cátedra, 2010, p. 259, hasta la más reciente de GENTIL BALDRICH, José María, Traza y modelo en el Renacimiento, Sevilla, Instituto universitario de Ciencias de la Construcción de la Universidad de Sevilla, 1998, p. 33.

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corporaciones con una actuación individualista y que no participa en modo

alguno en el trabajo manual de la construcción. Es sin duda un perfecto

ejemplo del estatus que se está persiguiendo, y que Vasari sentenciará a

mediados del siglo XV en su conocida obra escrita con una clara intención

propagandística, traducida en el abundante panegírico, el resalto de los

honores conseguidos por sus biografiados desde las más altas

personalidades52, o incluso su propio origen aristocrático cuando existiera. La

profusión de anécdotas e historias que corren sobre ellos, y de las que Vasari

recopila buena parte, es también muestra de la popularidad que tuvieron53.

Y sin embargo llama la atención que este arquitecto que trata de

distinguirse y especializarse del tradicional -el que ejerce también en obra- no

proceda de una formación específica. Como señala Hauser, de los arquitectos

renombrados del Renacimiento sólo Antonio da Sangallo se prepara desde un

primer momento para serlo; casi todos los demás acceden al oficio

tardíamente y muchos desde una preparación teórica, sin experiencia

directa54, por lo que no es extraño que en el perfil del integrante de esta

tendencia se encuentre muchas veces un aficionado procedente de la nobleza

o de la alta burguesía, creándose la conocida figura del “dilettante”55.

52

GÁLLEGO, J., El pintor, op. cit., p. 33 subraya además el afán de marcar la honrosa sepultura

de los biografiados, algo que es en esos tiempos la mejor prueba de su alta condición. 53

HAUSER, A., Historia social, op. cit., p. 431. 54

Ibid., p. 468. También interesa señalar que se suele hablar de Sangallo como del primer

arquitecto que trabaja con modos cercanos a un profesional contemporáneo, con un estudio organizado empresarialmente. De él se dice que “nunca un arquitecto moderno tuvo a tantos hombres trabajando de manera tan decidida en una obra”, en VASARI, G., Las vidas, op. cit., p. 690. 55

No se debe ver en este término una connotación despectiva, no sólo por el papel que jugarán

estos “aficionados” en la investigación y divulgación de los principios del clasicismo sino porque, de acuerdo con KOSTOF, S., El Arquitecto, op. cit., p. 135, su inexperiencia técnica no puede exagerarse, y a tal cita remitimos para repasar ejemplos muy conocidos.

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En suma, se puede decir que se cierra el periodo que nos ocupa

observando la coexistencia de tres géneros de arquitecto, con independencia

de la terminología que en cada caso y lugar pueda usarse para denominarlos.

En primer lugar tenemos al que procede directamente del perfil medieval y

que, si bien puede haber superado la organización del taller, sigue ejerciendo

las competencias de diseño, pero también las de gestión y edificación, quizá

con más preponderancia que aquellas.

Al tiempo, y procedente de este grupo, encontraremos a arquitectos

que se han ido desligando poco a poco de las obras y que se han especializado

en el trabajo proyectual, aun cuando por propia experiencia y por seguir

involucrándose en la realización práctica de sus trazas –que en este caso

quedará a cargo de un representante de la clase anterior- cuentan con un

importante bagaje tecnológico.

Finalmente, un tercer grupo lo constituirán los diletantes, nobles o

ciudadanos que se han acercado a la arquitectura desde posturas puramente

intelectuales y artísticas, que realizan diseños no siempre ejecutados y que se

ocupan en escribir especulaciones teóricas, pero que manifiestan un gran

desconocimiento constructivo. Ninguna de estas categorías puede

despreciarse y la interacción entre ellas, sus conflictos y acuerdos, marcará un

siglo XVII que verá, sin embargo, un descenso en su consideración social

alcanzada al final del siglo anterior.

3.2.4. El contradictorio siglo XVII

La nueva centuria se abre como se ha visto con un conflicto latente,

que provocará durante su desarrollo pugnas constantes entre arquitectos

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surgidos de esos diferentes itinerarios. Según Calvo Serraller56, esta campaña

de defensa jurídica y doctrinal “se manifestó, por lo menos, en tres grandes

frentes: los pleitos fiscales, los conatos académicos y los tratados teóricos”.

Hay que ser consciente de lo que supone trabajar con ausencia

completa de ordenación de competencias por parte de los estamentos legales,

en ausencia de título, pero también sin un gremio que pueda establecer una

regulación interna. A la postre, ser el elegido para un encargo concreto

depende, por supuesto, de la oferta económica, pero sobre todo del prestigio

alcanzado, y este puede estar en riesgo si un competidor puede demostrar la

propia incompetencia. Puede esperarse que en un momento en que cualquiera

puede venderse a sí mismo como maestro o arquitecto, los pleitos o denuncias

que traten de desprestigiar al intruso sean algo común. En los núcleos de cierto

tamaño, serán las propias ordenanzas57 las que establezcan reglas para poder

ejercer en el municipio, con especificación de la experiencia requerida y

muchas veces trabas a la hora de permitir el establecimiento de un forastero.

Un segundo campo de batalla lo supondrán los intentos de fundar

academias, con fines declarados del perfeccionamiento del arte y la ciencia, a

los que se añaden los no menos importantes relacionados con el control

profesional, expedición de títulos, regulación dela formación, etc. Si bien tales

intentos no triunfarán hasta mediados del siglo XVIII58, ya encontraremos aquí

56

CALVO SERRALLER, Francisco, La teoría de la pintura en el Siglo de Oro, Madrid, Cátedra, 1991,

p. 160, citado en BLASCO ESQUIVIAS, Beatriz, Arquitectos y tracistas. El triunfo del Barroco en la corte de los Austrias, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2013, p. 175. 57

Baste citar ahora y como ejemplo a TORIJA, Juan de, Tratado breve sobre las ordenanzas de la

Villa de Madrid y policía de ella, Madrid, Imprenta de Antonio Pérez de Soto, 1661, y a su “sucesor”, ARDEMANS, Theodoro, Ordenanzas de Madrid, y otras diferentes, Madrid, Imprenta de Joseph García Lanza, 1719. 58

Tal aseveración refiere al caso español, en el que de nuevo la influencia extranjera tarda en

cuajar, en este caso la francesa, cuya Real Academia de Arquitectura se funda en 1671, según

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ensayos diversos, entre los que destacan la primitiva Academia de

Matemáticas de Juan de Herrera o la pretensión de la Real Congregación de

Nuestra Señora de Belén y de la Huida a Egipto de erigirse en autoridad única

para ese control profesional, con la complicidad del Consejo de Castilla59.

Finalmente, el tercer frente señalado no será menos activo: la

producción de tratados y manuales de arquitectura y construcción es

abundante, y tras su intención divulgativa se encuentra otra de prestigiar un

modo u otro de ejercer el oficio, con constantes diatribas contra los que cada

autor considera intruso o incompetente.

Estas son efectivamente las líneas que van a marcar los vaivenes del

oficio de maestro o arquitecto, términos cuya identificación empieza a

desaparecer muy sutilmente en las fuentes más avanzadas. Como se ha

señalado, en un extremo de la polémica se situarán aquellos que se han

formado en la obra, ascendiendo hasta conseguir la consideración de maestro

de obras –por su experiencia o por ejercer en algún municipio donde la

ordenanza contempla algún tipo de examen que lo reconozca al menos en esa

demarcación-. En el otro se situará quien ha llegado a la misma consideración

desde el estudio, como ayudante de alguien más experimentado, y tras el

análisis exhaustivo de los tratados clásicos. Si bien la identidad terminológica

entre maestros y arquitectos se mantiene durante todo el siglo y aun el

siguiente, unas pocas fuentes adelantadas empezarán a distinguir entre ellos

KOSTOF, S., El Arquitecto, op. cit., p. 173, y que será el modelo en que se miren los arquitectos españoles. 59

En efecto; si bien en parte excede del alcance del presente trabajo, debe señalarse que

históricamente se observa que el asociacionismo en muchas disciplinas está ligado al afán de control de esas actividades desde el poder. Así, la posterior creación de la Academia se relaciona con un despotismo ilustrado que trata de imponerse al citado Consejo de Castilla, e incluso los Colegios de Arquitectos sólo conseguirán sus propósitos cuando se enlazan con una dictadura forzosamente intervencionista como la de Primo de Rivera.

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como arquitecto práctico y arquitecto científico e incluso, avanzado el tiempo,

reservando el término maestro de obras para el primero y el de arquitecto

para el segundo, superando excepcionalmente la ambigüedad reinante. Pero

cualquiera de ambos extremos es pernicioso, y así lo expresan los tratadistas

del momento; quizá sea especialmente expresivo Fray Lorenzo de San Nicolás:

“El Maestro es sin estudio, y solo entiende lo basto, que es el obrar, o labrar,

sujeto está a muchos yerros; y si no es mas que tracista, o que solo entiende lo

especulativo, también hara yerros en un sus obras, como la experiencia nos lo

enseña de algunos que saben traçar, y no executar”60.

Si bien esta polaridad es recogida y descrita en los estudios sobre la

materia61, se suele obviar también que la realidad será, inevitablemente,

menos drástica. La mayor parte del oficio será ejercida por personajes que han

completado sus carencias de un modo u otro, estudiando en los libros cuando

su formación proviene del andamio, o adquiriendo práctica y experiencia a pie

de obra cuando su itinerario ha sido mayoritariamente intelectual. Incluso se

puede decir que esto será así en los núcleos en los que exista cierta actividad

constructiva, puesto que en lugares más alejados de ésta las escasas

necesidades edificatorias serán resueltas por maestros canteros o albañiles

locales62, ante la ausencia de artífices de mayor rango.

60

SAN NICOLÁS, Lorenzo de, Arte y uso de architectura, Madrid, Imprenta de Juan Sánchez,

1639, p. 2 recto. 61

Así, en BLASCO, B., Arquitectos y tracistas, op. cit., p. 253, que es a su vez heredera de

investigaciones anteriores, parece exagerado el presentar esa polaridad como la realidad habitual. La categorización de los arquitectos -o maestros- de entonces en practicantes o tracistas se antoja un tanto reduccionista, y más al defenderse que los tracistas procedan siempre de la esfera de las Bellas Artes. Es innegable la existencia de casos (estupendamente documentados en este trabajo) pero tienen que ser forzosamente aislados, por mucho que sean más ruidosos que la práctica habitual. 62

GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., p. 67.

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En todo caso, el camino a seguir en España por el arquitecto había

quedado trazado a finales del siglo anterior: la actividad desarrollada para

erigir el monasterio de San Lorenzo del Escorial (1563 a 1584), que supone una

revolución en tantas cosas, es también en lo que a la historia de la profesión se

refiere un hito de gran relevancia, incluso en lo que atañe a su terminología

pues, como se ha señalado muchas veces, será la primera vez que se use en un

documento oficial español –el nombramiento de Juan Bautista de Toledo- el

término “arquitecto”63. Con la construcción de este complejo se fija un modelo

de actuación fundado en el ideal italiano y que al mismo tiempo enlaza

perfectamente con la tradición del proceso constructivo español, consiguiendo

de la superposición de ambos factores no sólo un epítome del Renacimiento

63

No dejemos de reseñar el antecedente de Villalpando, “geómetra y arquitecto”, según el

entonces príncipe Felipe, de acuerdo a KUBLER, George, La obra del Escorial, Madrid, Alianza, 1983, p. 41.

6. El Escorial, aquí retratado por Giuseppe Canella en 1830 (Colección Abelló), es uno de los marcos en que se desarrolla la evolución del arquitecto español.

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español, sino también un paradigma de lo que será a partir de entonces el

modo de desarrollar un edificio y de organizar una obra y, lo que aquí resulta

más importante, el modo de ejercer la arquitectura. Y una vez más, el papel

asumido por sus arquitectos procede, directamente, de la necesidad de su

cliente:

“El rey buscó en Toledo y luego en Herrera, lo que no le podían ofrecer

ninguno de los renombrados arquitectos de la vieja escuela del momento,

Covarrubias, Diego de Siloé o Gil de Hontañón, hombres que nunca habían

respirado directamente los aires de renovación clasicistas, que no eran

convencidos humanistas y que no poseían el suficiente nivel en aritmética y

geometría. Además se dieron otros problemas disciplinarios y de tipo

organizativo, ya que en los años precedentes, en las obras del Alcázar toledano,

los constructores habían proporcionado a Felipe II muchos sinsabores,

obstaculizando los proyectos y retrasando y encareciendo las licitaciones. Así es

que en El Escorial se imponía un drástico cambio de rumbo, una nueva

metodología que evitase tales problemas, introduciendo la figura de un

arquitecto con estudios matemáticos, independiente de los gremios

constructores y representante directo del rey en la obra”64.

Es efectivamente en el siglo XVII cuando empieza a producirse una

variación en el proceso constructivo de forma significativa, pese a estar

establecida en España de forma muy consolidada y desde antiguo la

identificación del responsable en diseño y ejecución, ese maestro que traza,

acopia, contrata, dirige y llega hasta el final de la ejecución. Esto dejaba de ser

norma sólo en casos puntuales -aunque muy conocidos-, edificios de

64

RINCÓN ÁLVAREZ, Manuel, Arquitectura y geometría, Madrid, Sociedad de Fomento y

Reconstrucción del Real Coliseo Carlos III, 2012, p. 98.

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importancia en los que el proyectista es escogido aparte por el cliente65, sea

éste monarca, noble o personaje poderoso, y buscando una especial relevancia

en el diseño, mayor complejidad o representatividad. Sin embargo, a lo largo

de este siglo esta excepción se irá convirtiendo en algo cada vez más habitual,

demandándose arquitectos con alta especialización en unos ideales, los

humanistas, que llegan aquí con retraso66. Esa demanda no será ya sólo para el

gran encargo singular, sino para la vivienda media que va rellenando

rápidamente la trama urbana en un momento en el que coincide el aumento

de actividad con la exigencia del Señor de Obra de sumarse al auge del

clasicismo67. Ello, sin duda, favorece que el arquitecto se vaya despegando de

la obra68, como ya lo ha hecho hace mucho su homólogo italiano, que lo tuvo

más fácil al vivir en un entorno donde el proceso constructivo no estaba tan

65

Se ha señalado la existencia de una tendencia acaparadora de encargos singulares entre

aquellos que precisamente copan los cargos oficiales, sean estos cortesanos, municipales o dependientes de cabildos. Para GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., p. 67, ello es muestra de la exigencia y conocimiento del cliente que en estos casos busca al mejor, al que atesora una gran reputación por su experiencia. 66

RINCÓN, M., Arquitectura y geometría, op. cit., p. 95, señala cómo a mediados del siglo

anterior aun es difícil encontrar arquitectos “auténticamente renacentistas vitrubianos (...), humanistas con los necesarios conocimientos matemáticos”, dada la lentitud con la que está imponiéndose el clasicismo, y siendo lo habitual encontrarse a quienes se han formado directamente en la obra y llegan a ser categorizados como maestros o arquitectos “más por su veteranía que por su capacidad”. 67

Así lo señala de primera mano LÓPEZ DE ARENAS, Diego, Breve compendio de la carpintería de

lo blanco y tratado de alarifes, Sevilla, Imprenta de Luis Estupiñán, 1633, p. 10 recto, que no sólo nos revela ese incremento de actividad constructora, sino la necesidad de calidad en la misma: “...nunca ha avido menester tanto la ciencia y destreza de sus Arquitectos, para que lo que se gasta en edificar sea bien empleado, y lo que se edifica, salga luzido”. 68

BLASCO, B., Arquitectos y tracistas, op. cit., pp. 255 a 257, documenta que esta variación en el

proceso se frenaba muchas veces por pura economía del cliente, y también por miedo del tracista a ver desvirtuado su diseño, o simplemente, por su afán de ejercer también como contratista y no perder esa parte del negocio.

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3. EL PESO DE LA HISTORIA

124

organizado69 y donde la sociedad no es tan rígida en lo que respecta a la

relación entre clases y dignidades. No olvidemos que en el afán de separarse

de la obra también subyace el pragmático intento de aumento del estatus

social, para lo cual es imprescindible desligarse de las labores manuales, algo

que en España70 -donde el hidalgo del Lazarillo de Tormes sigue siendo, un

siglo después, un personaje frecuente- resulta sin duda mucho más

complicado.

Además, poder atender la demanda de una actividad proyectual

consistente supondrá, en todo caso, liberarse de la destinada a la obra, que

necesariamente consume mucho tiempo y no permite atender diversos

encargos al mismo tiempo71, o al menos así lo entenderán los arquitectos con

intereses más intelectuales. Frente a ellos, otros preferirán mantener una

actividad tradicional que incluya la labor de contratista, más lucrativa y

convencional, aunque inconscientemente se estén colocando a la retaguardia

del oficio.

Francis Haskell retrata así el pragmatismo de esta época: “El

Platonismo, que ha jugado una gran parte en la exaltación del papel de

creador, no dominará más la especulación filosófica. En una sociedad más

69

KOSTOF, S., El Arquitecto, op. cit., pp. 132 y 133, señala el papel dirigente de Italia en

arquitectura gracias a la ausencia de una profesión constructora establecida, al contrario de lo que sucede en Francia y España, donde es más difícil que surjan o se acepten nuevos modelos. 70

GÁLLEGO, J., El pintor, op. cit., pp. 121, lo expresa así: “...en un país como España, de capas

sociales endurecidas por muchos siglos de actividades militares, han sido necesarias las ideas italianas y hasta la actitud de los llegados de Italia, país mucho más maleable, más abierto al reconocimiento de méritos otros que la pureza de la sangre”. 71

Hasta tal punto es así que empiezan en este momento a surgir referencias de casos en los que

el arquitecto ni siquiera pisa la obra y da sus instrucciones a distancia. Véase a este respecto GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., p. 80.

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3. EL PESO DE LA HISTORIA

125

utilitaria, el artista ganará un lugar más seguro, pero perderá algo de su

mística. No será hasta el siglo XVIII que el culto al genio sea resucitado”72.

En efecto,

aquellos que exaltaron

las funciones creadoras

–arquitectos, pintores y

escultores- sacrificarán

ahora algo del estatus

reclamado por un oficio

más sólido. Y cabe

pensar que este

pragmatismo es

especialmente acusado

en España, donde no

sólo el cliente tiene

unas exigencias

diferentes a los

europeos73, sino que

como señalaba

Fernández Alba, la renuncia a algunos ideales no resulta demasiado grave: “Las

corrientes del pensamiento europeo por cuanto se refieren a la arquitectura se

incorporaban en nuestro país de manera anómala, más inducidas por la

72

La cita es de Patrons and Painters, Londres, 1963, traducida por Isabel Suárez-Llanos, y se ha

tomado de GÁLLEGO, J., El pintor, op. cit., p. 45. 73

TOVAR MARTÍN, Virginia, Aspectos de la arquitectura civil madrileña del siglo XVII

(conferencia), Madrid, Instituto de estudios madrileños, 1976, p. 6, señala como la nobleza llegada a Madrid al trasladarse la Corte en 1606 “cuidó más el lujo interior de sus viviendas que una elaborada distribución arquitectónica provista de las novedades del momento, tal y como se exigieron sus viviendas los nobles y burgueses europeos, sobre todo los franceses e italianos”.

7. Retrato del maestro arquitecto José Rates, de Juan de Pareja hacia 1665 (Museo de Bellas Artes de Valencia),

con los atributos del trazador o ideador.

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3. EL PESO DE LA HISTORIA

126

novedad que como respuestas coherentes a su realidad cultural y

económica”74.

El siglo XVII se cerrará sin haber resuelto la separación entre el rol del

proyectista y el rol del contratista, ni la ambigüedad entre los términos de

maestro de obras y arquitecto. Fuentes directas como Caramuel, si bien

distinguen la labor proyectual de la atención a la obra, siguen identificando no

sólo ambos términos, sino que suman también el de ingeniero: “La

Archuitectura es Arte de edificar; y no el Albañil, no el Peon, no el Carpintero,

sino el Maestro de Obras; el que dirige, gobierna, y manda a todos los Oficiales,

es el que se llama en Griego αρχιτέχτωγ, Architectus en Latín, y en Castellano,

el Ingeniero. Y tiene con raçon este nombre, porque lo que los otros han de

obrar con las manos, el lo ordena primero con su ingenio. […] Este es el Oficio

del Architecto, consiste en mandar solamente”75.

Sin embargo, la consolidación del “nuevo” tipo de arquitecto,

empeñado en añadir a la experiencia en obra el aprendizaje de disciplinas

técnicas y humanísticas, y concentrado en el trabajo de ideación, será crucial

en la definición final de la profesión durante la siguiente centuria, como se

desarrolla en los siguientes capítulos.

Queremos pensar, con Virginia Tovar, que “los arquitectos de la

segunda mitad del siglo XVII, pese a la penuria económica que presenta la

España de Carlos II, con profunda vocación arquitectónica, se esfuerzan en

74

FERNÁNDEZ ALBA, Antonio, “Aprendizaje y práctica de la arquitectura en España” en

KOSTOFF, Spiro, El arquitecto: historia de una profesión, Madrid, Cátedra, 1984, p. 302. 75

CARAMUEL, Juan de, Architectura civil recta y obliqua (tomos I, II y III), Vegevén, Imprenta de

Camilo Corrado, 1678, p. 1 del tomo II. Por cierto, debe señalarse que en toda la confusión de nombres no se menciona la labor proyectual, ni nada relacionado con ella.

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3. EL PESO DE LA HISTORIA

127

dignificar la herencia recibida y en preparar la transición al siglo XVIII con

nuevas experiencias”76.

76

TOVAR, V., Aspectos de la arquitectura, op. cit., p. 12.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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4.1. LA DEFINICIÓN COMPETENCIAL

4.1.1. Hacia un título definitivo

Cuando en las premisas se ha separado el oficio de la profesión, ésta

ha quedado definida por resultar en un colectivo de cierta exclusividad, al que

se accede tras un itinerario de aprendizaje reglado y restringido, y que al

mismo tiempo otorga a sus miembros ciertos privilegios justificados en un

modo de operar que garantiza el servicio a prestar por esa agrupación. Claro

está que de algún modo esta organización debe demostrarse ventajosa para la

sociedad en el cumplimiento de las funciones que ésta pueda asignarle; sin

ello, la eficacia de tal colectivo queda reducida a la de un club privado que sólo

sirve a sus miembros, pero lejos ya de la esfera del trabajo productivo.

Esta reflexión es importante –por no decir imprescindible- a la hora de

estudiar una profesión; si la sociedad a quien sirve no necesita su ejercicio, o

solicita productos diferentes a los que aquella puede ofrecerle, tal profesión

desaparecerá con mayor o menor rapidez, de forma inevitable. Aquellos de sus

miembros que tengan una capacidad mayor de leer en la demanda de su

clientela las necesidades de ésta y sean capaces de evolucionar para

satisfacerla, perdurarán de una u otra forma. Igualmente, los que se aferren al

servicio que quieren o saben ofrecer, por muy distinto que sea el que la

sociedad necesita, se eclipsarán sin remedio.

Este hecho se encuentra siempre en la base de cualquier cambio en las

ocupaciones humanas. Y está también en el momento en que nos ocupa, en el

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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que un Señor de Obra1 cada vez más ilustrado es por tanto cada vez más

exigente, al que no puede satisfacer el maestro de obras tradicional, lleno de

sabiduría constructiva y de experiencia, pero incapaz de realizar trazas más allá

de las copiadas de las cartillas de ejemplos, en el mejor de los casos. Es el

momento entonces del maestro aventajado, de aquel que ha sido capaz de

inferir en los movimientos de países cercanos el cambio de demanda que se

avecina -países en los que profesionales de otro corte se organizan en

academias y escuelas-, y que contempla cómo arquitectos extranjeros con otro

modo de hacer y una gran cultura son invitados a ocupar los mejores puestos

profesionales2, que adivina en los vaivenes de la monarquía hacia un nuevo

despotismo que éste necesitará también de un nuevo estilo en su arquitectura,

siempre útil como expresión publicitaria del poder.

Demostrar pues a la sociedad que un colectivo concreto es el que

resolverá unas necesidades específicas es el modo de que su labor cobre

sentido y, sobre todo, garantice un próspero futuro; obtener el refrendo del

1 “Así llaman los Arquitectos al dueño de un edificio”. REJÓN DE SILVA, Diego Antonio,

Diccionario de las nobles artes para instrucción de los Aficionados, y uso de los Profesores, Segovia, Imprenta de Antonio Espinosa, 1788, p. 188. 2 Si desde la coronación de Felipe V el gusto borbónico traerá a la corte a maestros franceses

(Carlier, Marquet), su boda con Isabel de Farnesio abrirá también la puerta a los arquitectos italianos (Juvarra, Sachetti, Rabaglio, Bonavia,…) cuya actividad será decisiva en la renovación estilística y profesional a la que estamos asistiendo. RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, Alfonso, El siglo XVIII entre tradición y academia, Madrid, Sílex, 1992, p. 13. Todo ello será visto por muchos como una peligrosa intrusión profesional, que quizá ya se anticipaba en el ruego de que al contratar maestros “sean de la misma tierra, para que conozcan mejor la propiedad de los materiales”. SAN NICOLÁS, Lorenzo de, Arte y uso de architectura, Madrid, Imprenta de Juan Sánchez, 1639, p. 164. En todo caso, se trata de un crecido número de extranjeros no siempre ejemplares, ya que en muchos casos se atribuyen títulos que no tenían en su lugar de origen, pero que no por ello dejarán de copar puestos y cargos incluso en la Academia, a la que ni siquiera acuden al desconocer el idioma español o directamente no estar capacitados para enseñar lo que se les asigna; la facilidad con que se les incorpora puede explicar la atracción que pueda tener España para ellos, aun cuando las condiciones económicas aquí estuvieran muy distantes de las de sus lugares de procedencia. Sobre todo esto, véase SAMBRICIO, Carlos, La arquitectura española de la Ilustración, Madrid, CSCAE – Instituto de Estudios de Administración Local, 1986, pp. 116 y 161.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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poder acerca de estas circunstancias es, a continuación, la manera de

conseguir una protección a ese colectivo que garantice estabilidad en sus

funciones y, claro está, en los privilegios asociados. Ambos factores juntos, la

utilidad social y el reconocimiento del poder, son los que producen la

perfección final de una profesión, y su futuro será inviable sin ambos.

No es por ello extraño que el maestro o arquitecto trate de garantizar

su utilidad mediante el aprendizaje de una actividad concreta, al mismo

tiempo que busca que desde estamentos de poder se le garantice la reserva de

esa actividad. Teóricamente, si con ello el profesional se asegura el trabajo y

evita el intrusismo, la sociedad gana en calidad en el servicio prestado, al tener

avalado que quien realiza la actividad tiene la preparación y competencia

necesaria. Así se viene reclamando desde el inicio de la tratadística de

arquitectura, siendo una constante en los autores españoles la crítica a la mala

praxis por parte de quienes no están preparados para el ejercicio3. Valgan de

muestra estas palabras de Torija: “Todos estos daños se evitaran, si la

Coronada Villa de Madrid, por Ordenanza, mandara, hubiera aprobación con

riguroso examen de Maestros; y Alarifes, para serlo, hacese sensible este daño;

porque de la noche a la mañana algunos se acreditan de Maestros, que en

serlo, es destruir, y no aprovechar a la República, y los Maestros científicos no

son conocidos, a causa de tanto zángano”4; el tratadista sabe que ese maestro

científico sólo surge del estudio, y que la sola experiencia de obra no hace

arquitectos. Aún más expresivo describiendo esa situación es el siempre

3 A este respecto, se ha considerado también esta constante en la tratadística -la reclamación de

un conocimiento teórico en el que sustentar la práctica- un caldo de cultivo intelectual que favorecerá finalmente la creación de la Academia frente al aprendizaje gremial. GARCÍA MORALES, María Victoria, El oficio de construir: origen de profesiones. El aparejador en el siglo XVII, Madrid, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid, 1990, p. 185. 4 TORIJA, Juan de, Tratado breve sobre las ordenanzas de la Villa de Madrid y policía de ella,

Madrid, Imprenta de Antonio Pérez de Soto, 1760 (1ª ed. 1661), p. 18.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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incisivo Caramuel: “Los Muradores y Albañiles, luego que cobran algún crédito,

se llaman Maestros de obras, y después, dentro de pocos días, sin saber

Arithmetica, ni Geometria, se cuentan en el numero de los Architectos”5.

Reclamar profesionalidad en la edificación no sólo es un asunto que preocupe

a los tratadistas y estudiosos; como se ha observado, ello es en parte un reflejo

de la necesidad social en la demanda de mejor servicio, de mejor arquitectura.

No es extraño que desde una esfera ajena a la profesión, Cadalso escriba:

“Para hacer un edificio en que vivir, no basta la abundancia de materiales y de

obreros; es preciso examinar el terreno para los cimientos, el genio de los que

lo han de habitar, la calidad de sus vecinos, y otras mil circunstancias, como la

de no preferir la hermosura de la fachada a la comodidad de sus viviendas”6.

Ello supone el rechazo, también desde el usuario, a prácticos y aficionados, a

usuarios de cartillas y estetas, en pro de proyectistas profesionales.

Como es sabido, las organizaciones gremiales fueron durante varios

siglos de gran eficacia en estas funciones; si por un lado creaban un coto

cerrado que impedía el intrusismo, apoyados por la protección de las

ordenanzas de cada municipio7, por otro suponían una cadena en el

5 CARAMUEL, Juan de, Architectura civil recta y obliqua, Vegevén, Imprenta de Camilo Corrado,

1678, tomo II, p. 28. 6 CADALSO, JOSÉ, Cartas marruecas, Barcelona, Bruguera, 1981 (1ª ed. 1789), Carta XXXIV, p. 86.

7 No debe olvidarse el carácter local de estas organizaciones, que tienen facultad de examinar y

otorgar título que habilita para ejercer en su jurisdicción, generalmente municipal, como Maestro de Obras. Sólo el refrendo del Consejo de Castilla confiere a estos títulos validez en todo el reino, pero ni siquiera ello garantiza la ausencia de pleitos por intrusismo o la necesidad de tener que revalidar el título en el municipio de destino. Al mismo tiempo, hay que recordar que en ningún caso existió ni siquiera localmente un título de Arquitecto, resultando esta denominación un adorno con el cual algunos maestros pretendieron distinguirse por contar con mayor preparación y prestigio. RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A., El siglo XVIII, op. cit. pp. 30 a 34. En consecuencia, podemos considerar como la presentación habitual del maestro aventajado de los inicios del XVIII la que figura en el inicio de la Escritura de Tasación y Subdivisión, otorgada en Madrid en Madrid el 18/08/1729, y catalogada en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, tomo 2170, folio 567: “Vicente Barcenilla y Antonio Berete,

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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aprendizaje que transmitía los conocimientos de generación en generación,

asegurando la calidad de su ejecución. Esas ordenanzas suponen,

precisamente, un primer intento de garantizar la aptitud del ejerciente de la

actividad, al incluir procedimientos para acreditarla: antigüedad de aprendizaje

bajo la tutela de un maestro ya reconocido, convalidaciones de permisos de

otras ciudades y exámenes o pruebas prácticas. Pero hay que observar, sin

embargo, cómo estos procedimientos más basados en la experiencia a pie de

obra, seguían favoreciendo la contratación de maestros de obra alejados del

conocimiento teórico con que se pretende dotar a la actividad arquitectónica.

Las razones del declive y pérdida de sentido de estas organizaciones se

encuentran sin embargo en su propia esencia. Básicamente, se puede decir

que un sistema gremial es reacio a cualquier influencia exterior, a intercambios

o mestizajes, ya que el conocimiento que utiliza es siempre el mismo, y quien

se incorpora lo hace como aprendiz sin posibilidad de aportar nada nuevo. Una

organización así tiene la evolución imposibilitada, y por tanto, llega un

momento en que no es capaz de acompasarse a los movimientos de la

sociedad a la que sirve. En tal caso, sólo puede acabar siendo un foco de

corrupción, en el que ni siquiera el aprendizaje o el control de una correcta

actividad tiene sentido, concentrando todos sus esfuerzos en combatir a quien

esté ocupando su lugar en el universo laboral. Pero además el cambio de

paradigma es también inevitable: si en la organización gremial se da

importancia a quien tiene más experiencia y se valora el “buen hacer”, cuando

se comience a demandar motivación, a destinar la tarea a quien sepa “dar

arquitectos y maestros de obras de los electos y aprobados por el Real y Supremo Consejo de Castilla, bajo el juramento que tienen hecho…”.

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razón de ella”, el conocimiento empírico ya servirá de poco respecto a la

sabiduría de aquello que lo sustenta8.

Quizá tengamos el ejemplo más cercano en la Real Congregación de

Nuestra Señora de Belén, cofradía de larga historia que protagoniza ya en el

siglo XVIII diversos episodios de abusos y corruptelas en la designación de

puestos, tribunales y exámenes9. Si bien su creación responde a motivos

religiosos, organizándose en torno a un oficio como era costumbre entonces,

sus fines irán derivando hasta convertirla en una germinal asociación de

arquitectos y maestros de obras, que tendrá incluso la oportunidad de diseñar

los estudios reglados y en definitiva, el nuevo título de arquitecto, por encargo

directo de Fernando VI. Será sin embargo ante la inacción de esta

Congregación10 que tal monarca auspiciará la Junta Preparatoria que

desembocará en la creación de la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Ante la inminencia de ésta aun se producirá en 1742 un último intento del

Consejo de Castilla de no ver mermado su poder, urgiendo a los congregantes

a la redacción de unas ordenanzas generales para la construcción; si bien serán

terminadas por fin en 174711, será ya demasiado tarde para impedir el triunfo

del modelo académico, que ya ha visto la fundación de la citada Junta

Preparatoria en 1744. En este triunfo sobre la congregación no puede

desdeñarse la astuta maniobra de Olivieri12, eligiendo como director honorario

8 GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., p. 30.

9 RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A., El siglo XVIII, op. cit., p. 35.

10 MOLEÓN GAVILANES, Pedro, La Real Congregación de Arquitectos de Nuestra Señora de Belén

en su huida a Egipto. Breve reseña histórica, Madrid, Real Congregación de Nuestra Señora de Belén, 2011, p. 8. 11

GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., p. 187. 12

Giovanni Domenico Olivieri (1706-1762), escultor de la corte, fue sin duda el verdadero

creador de la academia madrileña, cuyo germen se encuentra en la escuela de arte que

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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de arquitectura en tal junta a Francisco Ruiz, congregante de relieve. Por fin,

en 1752 la Gaceta de Madrid se hace eco de la fundación definitiva: “…se hizo

en la Real Casa de la Panadería de esta Villa la primera Abertura solemne de la

Academia de las tres Artes…”13.

Son pues muchos factores los que explican el éxito en la creación

profesional de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que será por

fin la que obtenga de una vez todas las prerrogativas necesarias: regulación y

organización de los estudios, expedición de títulos y control de la vida

profesional. Como se ha dicho, el agotamiento por obsolescencia y corrupción

de los modelos del pasado, la experiencia aprendida en los fracasos de

intentos anteriores, la reacción intelectual ante una arquitectura concentrada

en la epidermis y producida mediante la imitación y la desmesura, y la

demanda de una sociedad nueva cada vez más exigente, todo ello confluye en

la creación y otorgamiento de poder de la Academia. Pero hay que admitir que

existe un último factor, sin el cual es probable que los demás no hubieran sido

suficientes, y es el advenimiento del llamado Despotismo Ilustrado, es decir, la

existencia de una firme voluntad por parte del poder por vencer todos los

obstáculos y adversarios -que fueron sin duda muchos- en la búsqueda del

control estilístico y profesional de la arquitectura14.

mantenía en sus propios aposentos. BÉDAT, Claude, La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1744-1808), Madrid, Fundación Universitaria Española, 1989, p. 338. 13

Gaceta de Madrid nº 25 de 20/06/1752, pp. 203 a 204. 14 No parece casualidad que sea precisamente bajo una Dictadura el que casi dos siglos después

cristalicen las pretensiones de una pequeña parte de los arquitectos españoles, tras sucesivos intentos fracasados, de crear un Colegio único y de adhesión obligatoria. Si bien excede del objeto de esta tesis, es inevitable el paralelismo entre ambas situaciones. Acerca de ello, puede citarse el libro GARCÍA MORALES, Mariano, Los Colegios de Arquitectos de España (1923-1965), Valencia, Castalia, 1975.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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Con todo ello, los estatutos de la Real Academia de San Fernando

recogerán la crucial Real Cédula de 30 de mayo de 1757, desde la cual

Fernando VI otorga a la recién creada corporación la exclusividad en la

expedición de los títulos de arquitecto y de maestro de obras, así como la tarea

de organizar los estudios que conduzcan a la obtención de los mismos:

“Mando que desde el día de la fecha de este mi Despacho, por ningún

Tribunal, Juez, ó Magistrado de mi Corte se conceda a persona alguna título, ó

facultad para poder medir, tasar, ó dirigir Fábricas, sin que preceda el examen

y aprobación que le dé la Academia de ser hábil y a propósito para estos

ministerios. Y cualquiera título, que sin estas circunstancias se conceda, lo

declaro nulo, y de ningún valor, ni efecto, y el que lo obtuviere, además de las

penas en que han de incurrir todos los que practiquen las tasas y medidas sin

1. La sede definitiva de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la calle Alcalá de Madrid es también en su propia fachada, diseño de Diego de Villanueva, un paradigma

neoclásico.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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título legítimo, quedará inhábil, aun para ser admitido a examen por tiempo de

dos años.

Qualquiera persona que no hallándose en el día de la fecha de este mi

Despacho con título, o facultad concedida por el Tribunal, o Magistrado que las

ha dado hasta ahora, intentare tasar, medir, o dirigir Fábricas, por la primera

vez se le sacarán cien ducados de multa, doscientos por la segunda, y

trescientos por la tercera: siendo mi voluntad que todos los que hallan de

exercer esta profesión de Hoy en adelante, no puedan hacerlo, ni ser

habilitados por Tribunal alguno, sin que se presenten primero a ser examinados

por la Academia, y obtengan su aprobación, que concederá a todos los que

hallare hábiles, sin que a ninguno cueste derechos algunos.

Prohíbo todas las Juntas, Congregaciones o Cofradías establecidas, o

que se intenten establecer en mi Corte para reglar los Estudios y Práctica de las

tres Nobles Artes, y con especialidad la que se dice de nuestra Señora de Belén,

sita en la parroquial de San Sebastián de mi Corte de Madrid. Todos sus

Cofrades podrán continuar en los exercicios de piedad y devoción que con

aprobación legítima hayan abrazado; pero no podrán usurpar los títulos de

Colegio de Arquitectos, Academia de Arquitectura u otros semejantes, ni tasar,

ni medir, ni dirigir Fábricas, sin tener los títulos que quedan expresados, o

presentarse al examen de la Academia para conseguirlos, baxo la pena de cien

ducados por la primera vez, doscientos por la segunda y trescientos por la

tercera”15.

La importancia de esta Real Cédula justifica la longitud de la cita, de la

que además pueden hacerse varias consideraciones. La principal es el hecho de

15

La Real Cédula citada es de 30 de mayo de 1757, y se recogerá posteriormente en la Novísima

Recopilación, Ley I, Título XXII, Libro VIII. Su contenido es un desarrollo de un Decreto anterior (12 de abril de 1752). La fuente consultada y citada aquí es Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Estatutos, Imprenta de Gabriel Ramírez, Madrid, 1757, pp. 88 y 89.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

140

que figuren como competencias a reservar las de tasar, medir y dirigir

fábricas… y no la de proyectar: ello no deja de ser curioso, aunque la aparente

incongruencia quedará resuelta unas páginas más adelante, al expresar estas

competencias de otra manera:

“En la Arquitectura declaro hábiles para idear y dirigir toda suerte de

Fábricas a los Directores, Tenientes, y Académicos de Mérito de esta Facultad;

y por consiguiente para tasarlas y medirlas, sin necesidad de título, o Licencia

de Tribunal alguno, y assi podrán emplearse libremente en estos ministerios”16.

El aparente olvido inicial de la competencia esencial de la arquitectura

pueda explicarse si atendemos a que “medir, tasar y dirigir fábricas” se han

convertido precisamente en las competencias que serán propias -y no otras-

del maestro de obras; sin embargo, la capacidad de idear queda reservada

para el arquitecto, sin perjuicio de que también esté facultado para las otras

tres. Es decir, la disposición separa por primera vez y de forma clara el rol del

diseñador del de constructor, el arquitecto del maestro, y lo hace

distinguiendo ambas ocupaciones, precisamente, por la capacidad de

proyectar, ratificando que en la larga historia de este rol ha sido la anticipación

la condición esencial, la invariante que le ha dado sentido en cualquier época.

No era suficiente, además, el definir la ideación como propia del

arquitecto; era también importante obligar a que las otras tres competencias

fueran realizadas por maestros preparados, ya que las que realmente estaban

resultando problemáticas en la práctica eran aquellas que dependían

directamente del conocimiento matemático y geométrico del artífice, además

de su solvencia construyendo, aspectos que sin duda provocaban gran número

de desórdenes y pleitos. En definitiva, lo que se pretende a partir de este

16

Ibid., p. 97.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

141

momento es que los maestros de obras se examinen de acuerdo a los

parámetros académicos para poder ejercer, advirtiendo en su título las

carencias que puedan presentar en su oficio, mientras que aquellos que se

incorporen a la academia –o mejor, se formen en ella- tengan la capacidad

exclusiva de proyectar la obra pública, que es la de mayor repercusión.

Ciertamente, las intenciones de regulación del título no tienen en la

práctica el resultado deseado. Quizá la principal razón es precisamente que la

Academia no emitiese o autorizase título alguno de arquitecto, sino que

convirtiese en académicos (“de mérito”) a los examinados, es decir, que

identificara la incorporación a la Academia como la autorización para el

ejercicio de la arquitectura. Ello provocará que en casos aislados (Peña Padura

o Ibarreche) las solicitudes de ser examinado para obtener un título de

arquitecto choquen con unos estatutos que sólo prevén calificar maestros de

obra y académicos de mérito.

En este asunto será clave la Junta Ordinaria del 4 de agosto de 1793,

en la que para dar solución a este problema se acuerda otorgar plenas

facultades de proyectar y dirigir toda clase de obras, sin limitación, a aquellos

pretendientes que demuestren un nivel superior al de los Maestros de obras,

para los que se expedirá título de Arquitecto, y reservándose la graduación de

Académico para quienes se juzgue posean unas cualidades sobresalientes. Es la

fecha, pues, de la primera expedición de un título moderno de arquitecto en

España17, y cierra un largo proceso desde aquel maestro aventajado que

trataba de llevar su oficio más allá de la cuadrilla especializada.

17

Para MOLEÓN GAVILANES, Pedro, Arquitectos españoles en la Roma del Grand Tour 1746-

1796, Madrid, Abada Editores, 2003, p. 310, esta es la fecha que debe considerarse de creación del título. Aquí se prefiere entenderla, sin embargo, fecha de eficacia o de perfección, por cuanto hay que mantener que el título estaba jurídicamente creado en la disposición de

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

142

De este modo, Manuel de la Peña Padura será el primer arquitecto

correctamente titulado, sin necesidad de ser académico. Y a partir de aquí, se

irá perfilando la denominación (maestro arquitecto, profesor arquitecto,

arquitecto académico,…), hasta que la fijación del título como “Maestro

Arquitecto” cierre también la larga historia terminológica que ya se ha tratado,

haciéndole corresponder poco después “facultades ilimitadas para exercer

todas las especialidades del Arte”, y aun más tarde, se completará reglando las

condiciones que permitan a este Maestro Arquitecto ascender a Académico de

Mérito18. Pero todo esto pertenece ya a otro ciclo de desarrollo, diferente del

tratado aquí.

4.1.2. El declive del Maestro de Obras

El proceso expuesto hace inevitable tratar de la situación de la que ha

sido hasta ahora la otra cara de la moneda, aquella parte del oficio que se

aferró a su experiencia propia sin interés por la evolución ni formación

intelectual, y que por tanto se reservó acabar con un papel de lo que hoy

entenderíamos como algo cercano a un contratista, en el mejor de los casos

sustituto del arquitecto cuando este no puede estar presente. La misma Junta

de la Academia en la que se otorga al titulado como arquitecto facultades

ilimitadas en procesos edilicios supone a la vez la desaparición de este otro

título de maestro de obras19, que queda irremisiblemente derrotado ante el

Fernando VI, a pesar de que no fuera hasta mucho después que la Academia supiera o quisiera hacerlo efectivo. 18

Hay que acudir a las actas de las Juntas de 5 de junio de 1796, 18 de septiembre de 1796 y 4

de mayo de 1800, respectivamente, de acuerdo a la cronología que investigada. Ibid., p. 310. 19

Se trata de nuevo de la Junta de 18 de septiembre de 1796, en la que se ordena que no se

examine a nadie más de la práctica aislada, sino siempre unida a la teoría. GARCÍA MELERO, José

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

143

ascenso de aquel, aun a pesar de la breve resurrección que tendrá tras la

guerra de Independencia, motivada por la escasez de técnicos en un momento

de necesitada reconstrucción.

Se confirma con ello una situación que ya se había planteado en la

Academia un año antes, cuando en 1792 se propuso organizar la profesión de

forma efectiva -es decir, instituir la formación y expedición de títulos, y con

ellos, las competencias correspondientes- mediante las solas figuras de

arquitectos y aparejadores, y prescindir por fin de maestros de obras, cuyos

cometidos no dejaban de resultar a esas alturas más que equívocos. Tal

propuesta, que merece la pena reseñar por su cercanía a la situación

contemporánea, ya habla de ambas titulaciones con un concepto y unas

funciones similares a las actuales20.

No es extraño este resultado si tenemos en cuenta que al mismo

tiempo que el arquitecto evoluciona hacia el perfeccionamiento de la

profesión, empeñado en llegar a un ideal vitruviano que sigue considerándose

el patrón de la excelencia, el maestro de obras se aleja tanto de la

efervescente realidad que poco a poco se condena a seguir siendo un oficio

hasta su desaparición, provocada por la obsolescencia derivada de tal

inmovilismo.

Enrique, “Arquitectura y burocracia: el proceso del proyecto en la Comisión de Arquitectura de la Academia (1786-1808)” en Espacio, Tiempo y Forma, serie VII, Historia del Arte, t.4, UNED, Madrid, 1991, p. 312. 20

Esa propuesta es la que Pedro de Silva eleva a la Academia en noviembre de 1792. Si como aparejador se corresponde con la definición del Diccionario de Rejón de Silva, de los arquitectos considerará que “deben inventar edificios y dar a los aparejadores reglas y método para la construcción de ellos, velar sobre su ejecución y resolver todos las dudas y casos particulares, que ocurran en el discurso de la obra como que han de responder de ella al dueño”. Ibid., p. 312.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

144

No cabe duda que la

equiparación con la que comenzó el

siglo, con todos los maestros

gozando de igual consideración,

resulta a todas luces injusta si por

ejemplo atendemos a la diferente

preparación intelectual que podían

ofrecer. De hecho, en la concesión

de títulos de maestros de obras, los

examinadores debían con mucha

frecuencia rebajar las competencias

del interesado, prohibiéndole

generalmente hacer visuras, y casi

siempre justipreciar o tasar, labores

que salvo excepciones se reservan

a los arquitectos. Así reza en sus

actas de expedición, totalmente

individualizadas y en las que

encontramos pocas excepciones.

No se trata de un asunto gratuito o

de una simple reserva de privilegios: en muchos títulos consta expresamente

que su poseedor carece de conocimientos de geometría o aritmética y, en

buena parte de ellos, su incapacidad de leer y escribir, habiendo necesitado de

un amigo o familiar para cumplimentar la instancia de solicitud21. Incluso, el

21

ESTEBAN CHAPAPRÍA, Julián, La transición profesional en la arquitectura del siglo XVIII en

Valencia, Valencia, Universidad Politécnica (tesis no publicada ETSAV), 1983. Esta tesis recopila

2. La Iglesia de las Calatravas en Madrid, trazada por Fray Lorenzo de San Nicolás (1670-1678), es

muestra del elevado oficio que alcanzan algunos maestros de obras.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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nivel de edificaciones que se les permite levantar depende de su conocimiento,

quedando los peores limitados a “casas de labradores, y que no sean de los

más hacendados”22, e incluso a trabajar bajo la prohibición de realizar diseño

alguno, quedando facultados únicamente como constructores, pudiendo

“seguir en el mero trabajo material de obras particulares sin que justiprecie ni

forme proyecto alguno por carecer de los conocimientos de aritmética,

geometría y no saber leer ni escribir”23.

En el otro extremo, resulta representativo que los artífices más

avanzados consigan un título de maestro de obras sin cortapisa alguna, y que

no tarden mucho además en examinarse también para obtener el de

arquitecto24, sin mayores problemas.

en su tomo II y como anexo documental un inventario completo de las titulaciones expedidas entre 1789 y 1802 por la Academia de San Carlos a los maestros de obra. 22

La referencia pertenece al título de Francisco Esteve. Ibid., p. 71. 23

Es el caso en 1797 de los hermanos Joaquín y Ramón Fayos. Ibid., pp. 76 y 77. 24

Valga de ejemplo Joaquín Tomás y Sanz, que se examina para maestro de obras en 1794, y

después para arquitecto en 1797, obteniendo ambos títulos sin problema alguno. Ibid., p. 246. Similar será el caso de Bernardo de la Meana, que se desarrolla en el epígrafe 4.2.2.

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4.2. CIERRE E IMPLANTACIÓN DE UN MODELO

4.2.1. La necesidad del cliente: de Felipe II a Fernando VI.

Sin duda, la evolución que protagoniza estas líneas se inicia a efectos

prácticos –que no teóricos- bajo el reinado de Felipe II y culmina en el de

Fernando VI, si bien su aplicación no será plena hasta mucho después. Ello nos

hará insistir en considerar de nuevo la necesidad del cliente como uno de los

principales factores en la definición profesional del arquitecto; dicho de otro

modo, el modo en que la sociedad necesita la arquitectura será en cada

momento determinante de la figura de profesional que vaya a triunfar. Y como

decimos, la comparación de la situación de ambos monarcas, uno al principio y

otro al final del recorrido, no hará sino avalar esta idea.

La experiencia de Felipe II en las obras reales, especialmente en el

Alcázar de Toledo y durante las décadas de 1550 y 1560, “donde los

constructores profesionales retrasaron la obra, se burlaron de la autoridad real

y se beneficiaron de licitaciones amañadas”25, será con seguridad una clave de

la decisión de organizar la obra de El Escorial de otro modo distinto del

tradicional. En efecto, evitar problemas de esta índole pasa en este caso por

confiar la máxima responsabilidad a un oficio que realmente era inexistente en

su dimensión completa; así, se introduce la figura del arquitecto como perfil en

el que confluye suficiente capacidad técnica como para supervisar a maestros,

aparejadores y artífices, a la vez que una carga teórica y humanista que

garantice las elevadas metas que se esperan del trazado y diseño del edificio.

25

KUBLER, George, La obra del Escorial, Madrid, Alianza, 1983, p. 41.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

147

Es alguien, en suma, capaz de aunar proyecto y obra, de incorporar por fin la

unión del maestro práctico al maestro teórico, como los tratadistas llevan

reclamando desde sus páginas.

Pero además, el nuevo arquitecto presenta una novedosa

característica añadida, de absoluta trascendencia al hallarse en la esencia del

futuro profesional: la independencia, subordinada únicamente a la autoridad

del cliente. En efecto, ni Juan Bautista de Toledo ni Juan de Herrera tienen

ligazón alguna con los maestros que construyen El Escorial, pero aun más: ni

siquiera su origen tiene relación con sus actividades, no habiendo seguido

ninguno de los dos la trayectoria del maestro venido a más mediante la

adquisición de la cultura necesaria. Su vinculación a gremios o corporaciones

es por tanto nula26.

26

Ibid., p. 41.

3. Organización de la obra de El Escorial, según GARCÍA LOMAS, Miguel Ángel, “La organización laboral y económica en la construcción de El Escorial” en AAVV, El Escorial: IV centenario de la fundación, tomo II (Arquitectura y Arte), Madrid, Ediciones Patrimonio Nacional, 1963, p. 30

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

148

Este hecho no es nuevo en la Historia, y ya se han mencionado aquí

casos de figuras más dedicadas a las trazas que a la ejecución, cuya

intervención en obra es supervisora, en momentos puntuales y sin interés

económico en la misma. Pero nunca antes se había reunido con tanta plenitud

en una sola figura la responsabilidad completa del diseño y del control de su

ejecución, con una estanqueidad completa respecto al maestro de obras, hasta

tal punto que ni siquiera aquel responsable procede del mundo de éste. Parece

claro que es esta peculiaridad la que convierte este caso en un precedente

indiscutible del profesional contemporáneo. Que Felipe II distinga a su

responsable usando por vez primera el cargo de arquitecto en una obra real no

es, en absoluto, intrascendente27.

Es inevitable en este punto encontrar un paralelismo entre esta

definición profesional, surgida como respuesta a problemas concretos, con la

que mucho tiempo después realizará Fernando VI en la obra de Aranjuez al

introducir la figura del Arquitecto Interventor. Si Felipe II había necesitado con

urgencia un arquitecto teórico para poder tener control sobre los prácticos, a

su sucesor le será necesario casi lo contrario, imponiendo la supervisión de

alguien con oficio y experiencia en obra sobre unos tracistas más versados en

el arte que en la técnica; podríamos decir que en este caso la necesidad es la

de un arquitecto científico frente a uno tracista, por usar terminología de

entonces.

Cabe recordar el singular origen de los responsables de proyectar la

terminación del palacio, como Bonavia o Rabaglio28, pintores y escenógrafos

venidos de Italia, y que será por otro lado acicate para aquel sector de pintores

27

Véase a este respecto la nota 27 del primer capítulo de este trabajo. 28

LLAGUNO Y AMIROLA, Eugenio y CEÁN BERMÚDEZ, Juan Agustín, Noticias de los arquitectos y

arquitectura de España desde su restauración, Madrid, Imprenta Real, 1829, pp. 229 y 233.

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y retablistas en busca de reconocimiento como arquitecto en su pretendido

ascenso laboral; tal origen explica la necesidad del interventor citado, cuyas

competencias surgen directamente de las carencias de aquellos.

El arquitecto interventor, cargo que recae en Francisco Ruiz y después

en su teniente, Juan Ruiz de Medrano, es por definición “un arquitecto teórico

y práctico”29, es decir, alguien que supera ya las polémicas competenciales y

que ostenta una sólida preparación, con facultad de examinar toda la

documentación de proyecto y obra y de medir lo que le parezca necesario,

auxiliado por sus propios tenientes, que deben visitar la obra dos veces al día,

mientras que aquel lo realizará con frecuencia pero a su discreción. Si bien no

tiene competencia para modificar los diseños sancionados por el monarca, sí

asiste a todas las reuniones del arquitecto mayor30 con sus ayudantes,

vigilando que tampoco ellos alteren las trazas aprobadas introduciendo

novedades no autorizadas por el cliente. También se incluyen entre sus

misiones la atención a lo ejecutado y a su fidelidad al proyecto, a la cantidad y

calidad del material colocado, así como a la habilidad de artífices, su

29

El reglamento citado, que se ha transcrito e incorporado a los anexos documentales del

presente trabajo, es la Relación de las obligaciones, intervenciones y facultades atribuidas al Arquitecto Ynterventor de la Fabrica de Palacio en el nuevo Reglamento, hecho para ella en 21 de Junio de 1742, y de las que en consequencia de el se ha exercido, y exerce por si, y sus Tenientes, formada en virtud de Real Orden de Ocho de Agosto de 1748, localizado en el Archivo General de Palacio (Madrid), sección Administraciones Patrimoniales (AP), fondo Real Sitio de Aranjuez, legajo 23, caja 14184. 30

Cabe señalar que en el documento en que se establece la sucesión de Juan Ruiz de Medrano

al cargo de Arquitecto Interventor, se especifica la obligación de éste y del Arquitecto Mayor Bonavia de aceptar explícitamente lo señalado en el reglamento, firmando ambos su sujeción al mismo. Ello hace suponer que durante el periodo de Francisco Ruiz se habrían producido sin duda conflictos competenciales relacionados con la autoridad del cargo de Interventor. Tal documento, fechado el 20 de septiembre de 1749, es la Instrucción y facultades que ha de tener D. Juan Ruiz de Medrano, arquitecto interventor desta Fábrica de Palacio, Archivo General de Palacio (AGP), sección Administraciones Patrimoniales (AP), fondo Real Sitio de Aranjuez, legajo 23, caja 14184.

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150

contratación, la corrección de los jornales pagados, el cumplimiento de sus

obligaciones, etc.

Pues bien, ambos casos, desde Felipe II hasta Fernando VI y aun con la

distancia temporal que les separa –y que sin embargo resulta oportuna a los

fines de este trabajo-, permiten extraer la conclusión de la necesidad existente

al menos en trabajos de cierta envergadura de una figura que no es

acostumbrada en las obras en esos siglos. Se reclama sin duda un profesional

que aúne teoría y práctica, arte y oficio, capacidad de trazar de acuerdo a las

mejores normas de la disposición vitrubiana, pero también de asegurar la

correcta formalización de tales trazas, lo cual incluye la dirección de unos

oficios que sólo puede tener éxito si se es independiente de ellos. Es sin duda

la definición del arquitecto contemporáneo la que está implícita en esta

demanda.

Pero esta situación no es exclusiva de las grandes obras reales, sino

que es algo que se observa de tantas formas diferentes que puede

considerarse una necesidad planteada por la sociedad desde que comienza su

andadura por la era moderna31 y que no tendrá una respuesta definitiva hasta

el siglo XVIII. Son los tratadistas de entonces los que más claramente resumen

el problema: Diego de Villanueva rechaza al arquitecto procedente de la pura

experiencia constructora (“un albañil por muchas obras que construya siempre

31

Resulta francamente expresiva una cita de 1704, procedente de una realidad diferente pero

paralela como es la anglosajona, y que relaciona la polémica literaria entre antiguos y modernos con la arquitectónica. “En cuanto a tus conocimientos de arquitectura y otras matemáticas, poco tengo que decir: en esta obra tuya, por lo que puedo rastrear, puede que se hayan empleado trabajo y método bastantes, pero como la dura experiencia nos enseña, el material no vale nada y espero que a partir de ahora en adelante tengas en cuenta tanto la utilidad de la duración como la del método y del arte”. SWIFT, Jonathan, La batalla entre los libros antiguos y modernos, José J de Olañeta editor, Palma de Mallorca, 2012, p. 76.

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151

será un albañil”32) tanto como al “dibujante” (“con una mediana práctica en el

dibujo de la figura, con lo qual y copiar a Viñola […] ya se llama Arquitecto,

queriendo ser tenido por tal”33). También lo había hecho Brizguz y Bru

(“tampoco debe Vmd. fiarse de un mero delineador de Arquitectura”34),

mientras que Bails reclama la figura del “Arquitecto Universal, que esté

igualmente impuesto en la teoría y diestro en la práctica”35, por citar unos

pocos autores.

4.2.2. Una causa lenta

Sí en los epígrafes anteriores se recorre la historia legislativa emanada

de las principales disposiciones que crearon el moderno título de arquitecto, el

proceso derivado de las mismas es un asunto muy diferente, y como cabe

suponer, la eficacia de lo prescrito tardó mucho en ser una realidad36. Puede

pensarse en una primera causa aparente que es la que se relaciona con los

medios de difusión de la época, la previsible dificultad de que lo reglado sea

conocido en una extensa geografía carente de infraestructuras. Sin embargo, la

abundancia de pleitos y problemas registrados, la insistencia del poder en

ordenar el cumplimiento de su voluntad y la propia biografía de muchos

arquitectos de la época, parecen subrayar que el problema tenía muchas otras

32

VILLANUEVA, Diego de, Colección de diferentes papeles críticos sobre todas las partes de la

Arquitectura, Valencia, Imprenta de Benito Monfort, 1766, p. 2. 33

Ibid, p. 9. 34

BRIZGUZ Y BRU, Atanasio Genaro, Escuela de Arquitectura Civil, Valencia, Imprenta de Joseph

de Orga, 1738, introducción. 35

BAILS, Benito, Elementos de matemática - Tomo XI-I (Arquitectura civil), Madrid, Imprenta de

Viuda de Joaquín Ibarra, 1796 (1ª ed. 1783), p. 2. 36

RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A., El siglo XVIII, op. cit., p. 20.

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facetas disímiles, y muy diferentes del desconocimiento de las sucesivas

cédulas reales.

Una traba evidente es la inicial escasez de titulados, especialmente

fuera de Madrid y al menos mientras no se fueran abriendo otras academias

con igual competencia. Hay que pensar además en el reducido número de

jóvenes que entonces estarían en condiciones de costearse viaje y estancia en

Madrid, a donde debían llegar además ya con una cierta base de conocimiento

para poder ser admitidos a los estudios académicos, o con una amplia

experiencia como para ser examinados directamente. Hasta tal punto es así

que hubo ayuntamientos y corporaciones locales que becaron a algún

candidato para poder tener a su disposición a un titulado conforme a lo

prescrito37. Pero la situación general es que en aquellas demarcaciones sin

académicos se siguieran utilizando los servicios de maestros de obras titulados

localmente o, directamente, de alarifes con larga experiencia en el cargo.

También se puede entender que la severidad de los exámenes de una

Academia que está todavía creándose y en la que el rumbo a seguir en lo

tocante a formación y exigencia está en liza, ahuyentaba a muchos maestros

experimentados pero sin formación teórica alguna, incluso como se ha

señalado antes con un alto grado de analfabetismo; tanto es así que algunos

de ellos se verán obligados a pagar a arquitectos académicos de dudosa

moralidad por su firma38, único modo de legalizar sus encargos y obtener

aprobación oficial para ejecutarlos.

37

Es el caso de Marcos Arnáiz, becado por el Consulado de Burgos en 1794. IGLESIAS ROUCO,

Lena Saladina, Arquitectura y urbanismo de Burgos bajo el reformismo ilustrado (1747-1813), Burgos, Caja de Ahorros Municipal de Burgos, 1978, p. 112. 38

SANZ SANZ, María Virginia / LEÓN TELLO, Francisco José, Estética y teoría de la arquitectura en

los tratados españoles del siglo XVIII, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1994, p. 181.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

153

En un segundo estadio y ya con suficientes titulados establecidos, al

menos en las ciudades importantes, muchas veces serán éstos los que traten

de hacer cumplir la legalidad. En Oviedo, por ejemplo, serán varios académicos

los que en 1764 inicien pleitos contra un reputado maestro de obras, José

Bernardo de la Meana, que ejerce sin título y ocupa el cargo de Maestro de la

Catedral. La demanda se plantea en términos de contribución a la renovación

estilística de la arquitectura, en combate con el exagerado barroco decorativo

y ornamental, pero no cabe duda que en la misma subyace el interés de los

querellantes por abrir el acceso a encargos eclesiásticos y hacer valer la

reserva de competencias adquirida con su titulación. En este caso, el pleito

tendrá un efecto inesperado: de la Meana acudirá a Madrid donde obtendrá el

título académico, y a su vuelta no sólo consolidará su clientela, sino que su

nuevo estatus le permitirá además acceder a los encargos de las obras públicas

que empiezan a realizarse en la región39.

No saldrá tan bien parado el maestro de obras Manuel Bastigueta al

trazar en Burgos una posada que se pretende relevante para el desarrollo de la

ciudad. En 1786 y con la obra ya muy avanzada, la Junta de Comercio, que

venía protestando por la ausencia de supervisión académica, conseguirá el

dictamen del arquitecto González de Lara; éste hará una dura crítica de lo

proyectado y obligará a numerosas reformas para obtener luz y tamaño

adecuado en las estancias40.

39

MADRID ÁLVAREZ, Vidal de la, La arquitectura de la Ilustración en Asturias. Manuel Reguera

(1731-1798), Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 1995, p. 43. Otro caso paradigmático es el José Echamoros, Maestro Mayor de la Catedral de Sevilla, nombrado por el Consejo de Castilla en 1786, a pesar de no contar con titulación de la Academia y frente al candidato de ésta, el arquitecto Félix Caraza. PADRÓN DÍAZ, Carmelo, La profesión de arquitecto. Formación, atribuciones y responsabilidades, Las Palmas de Gran Canaria, Colegio Oficial de Arquitectos de Canarias, 1996, p. 223. 40

IGLESIAS ROUCO, LS., Arquitectura y urbanismo, op. cit., p. 112.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

154

La situación contraria se le presentará al arquitecto Lois Monteagudo,

recién llegado a Santiago de Compostela en 1765 para ocupar la plaza

concedida de director de las obras de la catedral, encontrando todo tipo de

4. Igual que la nueva arquitectura se impondrá sobre la de épocas anteriores, la nueva organización ilustrada acabará por superar las viejas estructuras. Nueva fachada de la Catedral de

Pamplona, obra de Ventura Rodríguez (1783), adosada a la Catedral vieja.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

155

trabas para el ejercicio por parte de los gremios de la ciudad41; en efecto, estos

le ven como un intruso que ni siquiera ha tenido la intención de incorporarse a

uno de ellos. Recordemos que los nuevos profesionales, los académicos, aun

residiendo fuera de la Corte, están facultados a “exercer libremente su

profesión”, sin que por ninguna otra autoridad puedan “ser obligados a

incorporarse a gremio alguno”42. No cabe duda que una orden así no iba a ser

fácil de implantar y que la liquidación del orden gremial resultaría un proceso

largo y arduo43. No hay además diferencias geográficas: en Alicante

encontramos también una gran oposición de los gremios al cumplimiento de

las nuevas disposiciones, y todo un repertorio de maneras de estorbar su

acatamiento.

El académico Andrés Bosch y Rivas se queja amargamente: “antes que

la Real Academia de San Fernando me honrase con el título de Académico vivía

yo seguro y tranquilo…”44, ante innumerables interrupciones de sus obras,

intervenciones de alguaciles y expulsiones de albañiles. Ramón Galvany,

maestro titulado en Valencia, protagonizará también un largo proceso de

denuncias cruzadas con el gremio de albañiles y canteros, hasta el punto de

que el Conde Floridablanca recibirá desde Gobernación un informe fechado el

29 de mayo de 1792 en el que se concluye: “advertirá la sabia y alta

penetración de vuesa Excelencia los fines a que terminan los expresados

41

CERVERA VERA, Luis, El arquitecto gallego Domingo Antonio Lois Monteagudo, La Coruña,

Fundación Pedro Barrié de la Maza, 1985, p. 29. 42

REAL ACADEMIA, Estatutos, op. cit., p. 96. 43

Las sucesivas órdenes que buscan recortar las competencias gremiales en lo tocante al control

de las diferentes artes serán de fechas 29/05/1780, 27/04/1782 y 01/05/1785, de acuerdo a CAVEDA, José, Memorias para la historia de la Real Academia de San Fernando y de las Bellas Artes en España, Madrid, Imprenta de Manuel Tello, 1867, p. 184. 44

Expediente del académico Don Andrés Bosch y Rivas (1792), Comisión de Arquitectura 1785-

92, signatura 2-26-1, Archivo de la Real Academia de San Fernando.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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Maestros de Obras, e Yndividuos del Gremio, que el de aniquilarse unos a

otros”45.

No es éste un asunto baladí para la Monarquía; sin duda, es parte de

una ardua batalla contra el antiguo orden, heredero del Medioevo,

manifestado en una fuerte estructura gremial y un Consejo inmovilista,

estorbos de importancia en la afirmación del Despotismo Ilustrado. Ello explica

que hasta cuatro monarcas insistan sin descanso en que la profesión de la

arquitectura quede ordenada y bajo el control de las Academias. Que para

éstas el control de la actividad edilicia -tanto estilístico como administrativo-

sea una prioridad superior a la atención a las otras artes, es una realidad

innegable. Puede deducirse de ello el interés por reforzar la autoridad

monárquica sobre otros estamentos de poder tanto como el haber entendido

la importante influencia que un nuevo estilo de arquitectura puede jugar en la

creación de un clima sociológicamente favorable a los nuevos tiempos, lo que

acertadamente se ha denominado un “carácter aleccionador para el pueblo”46.

Así, a las disposiciones ya citadas de Fernando VI47 y que inician este

proceso en su aspecto legal, seguirán una Real Orden de Carlos III48

consolidando el control de la Academia, al obligar a que sea supervisora de

todas las obras oficiales o de organismos públicos e Iglesia, y dos circulares del

mismo monarca, una dirigida a prelados y otra a tribunales y cabildos,

45

Expediente de Ramón Galvany (1792), Comisión de Arquitectura 1785-92, signatura 2-26-1, Archivo de la Real Academia de San Fernando. 46

MADRID ÁLVAREZ, V., La arquitectura de la Ilustración, op. cit., p. 288. 47

En concreto, Fernando VI promulga el Real Decreto de 12 de abril de 1752 y la Cédula de 30

de mayo de 1757 (Novísima recopilación, Libro VIII, Título XXII, Ley I). 48

Carlos III proclama las Reales Órdenes de 23 de octubre de 1777 y 11 de octubre de 1779

(Novísima recopilación, Libro VII, Título XXXIV, Leyes III y IV respectivamente) y las Circulares de 25 de noviembre de 1777 (Novísima recopilación, Libro I, Título II, Ley V,) y de 28 de febrero de 1787 (Novísima recopilación, Libro I, Título XXII, Ley VII,).

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

157

conminando en ambas al cumplimiento de esas obligaciones. Tanto Carlos IV49

como Fernando VII50 ratificarán además y en sucesivas Reales Órdenes el

contenido de las promulgadas por sus antecesores, buena muestra de lo

dificultoso que resultó consolidar la autoridad académica. De hecho, aun en

1800 la Academia recibirá de sus miembros de toda España numerosas quejas

de incumplimiento de las reales órdenes, en respuesta a una circular

recomendando la supervisión de borradores del proyecto previa a su envío

definitivo a la Comisión de Arquitectura. La situación que denuncian está llena

de casos sobre encargos sin control académico, realizados a maestros de obras

y no titulados en lugar de arquitectos sí integrados en la ordenación vigente;

estos son conscientemente evitados al ser vistos por los clientes como fuente

de problemas y sujetos a complejas y lentas tramitaciones. Incluso se darán

casos de arquitectos de provincias que, si bien se hallan titulados, obvian el

control académico para evitar el desdoro de ser corregidos51.

Aun otros problemas competenciales se irán gestando mientras los

señalados se resuelven, como el creciente protagonismo que los aparejadores

adquirirán en obra sin una delimitación clara de sus funciones. El propio Juan

de Villanueva ya defiende el papel que deben adoptar como vigilantes de las

condiciones de obra pero es tajante respecto a impedir que asuman labores de

dirección de obra, insistiendo en reservar tal competencia para los titulados

académicos; no serán pocos los conflictos que tenga por esta causa, y en sus

49

En el caso de Carlos IV se trata de las Reales Órdenes de 23 de julio de 1789, 20 de diciembre

de 1798 y de 17 de agosto de 1800 con Provisión del Consejo del 5 de enero de 1801 (Novísima Recopilación, Libro VII, Título XXXIV, Leyes V, VI y VII, respectivamente). 50

Fernando VII promulga dos Reales Cédulas, una el 2 de octubre de 1814 y otra el 30 de abril de 1816. La primera de ellas se considera epítome de todo este proceso y cita el resto de disposiciones y demás antecedentes. 51

Las quejas más expresivas llegan de La Rioja (Diego de Ochoa), Sierra Morena (Antonio

Losada) y Burgos (Fernando González de Lara), según GARCÍA MELERO, JE., “Arquitectura y burocracia”, op. cit., pp. 283-348.

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escritos será muy expresivo: “¿Y qué exámenes quiere que tengan unos malos

oficiales elevados a maestros y arquitectos? Serán los que conceden los

Alcaldes de Cebreros por cuatro tragos”52.

En definitiva, entre la primera de esas disposiciones, reinando

Fernando VI, y la última bajo Fernando VII, median 64 años durante los cuales

pleitos como los citados se sucederán numerosos, hasta ser efectivo el control

de las academias, que también durante este periodo se ha extendido al iniciar

su actividad diferentes sedes en las principales ciudades (Valencia en 1768,

Barcelona en 1775, Valladolid en 1783 y Zaragoza en 1792), descentralizando

el control y facilitando la difusión del ideario neoclásico53, pero también

quitando razón finalmente a causas basadas en la escasez o lejanía de

titulados.

4.2.3. Las competencias del nuevo profesional

Todo este esfuerzo no tiene, en el fondo y desde el punto de vista del

profesional de la arquitectura, más que un elemento en juego: las

competencias que en exclusiva le pueda reservar la Ley. Por supuesto hay

52

Carta de Villanueva a Godoy del 10 de mayo de 1794, Caja 14260, Aranjuez, Archivo General

de Palacio. 53

Se ha señalado con acierto que la imposición no es en purismo “neoclásica”, sino lo que se ha

denominado “estilo académico”: una depuración del barroco eliminando los excesos decorativos, que recupera los modelos romanos e incorpora una cierta inspiración escurialense. En la Academia, sólo Diego de Villanueva presenta una pauta verdaderamente neoclásica. Sobre este asunto, véase RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A., El siglo XVIII, op. cit., p. 24. Esa elección de los modelos adecuados es una clave en la orientación estilística, que al ser más clara y rígida en arquitectura se producirá más rápido que en las otras artes; como ejemplo, se ha señalado el rechazo a Cortona o Bernini, que sí eran aceptados como ejemplos en pintura o escultura. NAVASCUÉS PALACIO, Pedro, “Estudio crítico” en BAILS, Benito, De la arquitectura civil, ed. facsímil, Murcia, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia, 1983, p. 24.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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otros factores de importancia, como la renovación estilística de la arquitectura

o el obtener para sus ejercientes un estatus que les libere de la equiparación

con los trabajadores manuales; de todo ello se ha hablado ya. Pero es

inevitable que por encima se encuentre el reparto de funciones en la actividad

edilicia, del cual depende el futuro del arquitecto en su sentido más prosaico.

Como se ha expuesto ampliamente, la situación previa a la regulación

se resume en la pugna de dos grupos por asegurarse la primacía en las labores

edificatorias: de un lado los prácticos, maestros de obra experimentados en

obra pero muchas veces con escaso o nulo conocimiento de geometría o

aritmética, y de escasa cultura arquitectónica. Del otro, los teóricos, con mayor

o menos conocimiento del “arte” y origen diverso (pintores, escultores,

plateros, retablistas54), pero con claro desconocimiento de técnicas

constructivas. Y en medio de estos extremos, aquellos que poco a poco van

participando de ambos mundos y tratan de formarse de forma global55.

Las competencias legales derivarán, lógicamente, de los campos de

actuación profesional del momento, que pueden sistematizarse en cuatro

grupos genéricos56:

54

Los retablistas o arquitectos de retablos constituyen en los siglos XVII y XVIII casi una

profesión aparte; se trata de un grupo donde recalan aquellos pintores que en busca de un mayor estatus tratan de ser reconocidos como arquitectos, sin más conocimiento que su capacidad ornamental y de utilizar modelos procedentes de la arquitectura, y que no dejaran de aprovechar la confusión terminológica que ya se ha tratado aquí. Esta deriva les permite además hermanarse con escultores y tallistas, oficios también de alta consideración. BLASCO ESQUIVIAS, Beatriz, Arquitectos y tracistas. El triunfo del Barroco en la corte de los Austrias, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2013, p. 247. Un ejemplo del arquitecto puramente retablista del XVII puede ser Bernabé Cordero, como Pedro de Ribera lo es del que sí desplaza su actividad de forma efectiva a la arquitectura, si bien sus edificios serán objeto de una fuerte reacción en el XVIII. LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo IV pp. 48 y 106. 55

RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A., El siglo XVIII, op. cit., p. 12. 56

Se derivan con matizaciones esenciales del esquema propuesto por ESTEBAN CHAPAPRÍA, J.,

op. cit., tomo I, pp. 78 a 81.

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1º Diseño: Se incluyen en este grupo las labores correspondientes a la

ideación y el establecimiento previo de las condiciones de todo tipo a

cumplir por el futuro edificio, formalizadas en un documento gráfico o

proyecto. Es sin duda el campo más disputado, ya que todos los

ejercientes, sea cual sea su origen, creen estar en disposición de

atenderlo. Los maestros de obra de menor capacidad defenderán su

trabajo a pesar de no estar basado más que en la copia o adaptación

de diseños anteriores y no siempre acertados, tomados de cartillas y

muestrarios. En el otro extremo, pintores y retablistas se apoyarán en

su habilidad con el dibujo y en su capacidad de armonizar formas para

patrocinar diseños no siempre adecuados o realizables en la práctica.

2º Edificación: Refiere este campo a la realización material de las

obras, de acuerdo al rasguño, traza o proyecto, previamente realizado.

Estos trabajos, que se realizan respetando no sólo el diseño sino

también las capitulaciones de obra, han sido tradicionalmente

inseparables de los anteriores -salvo en edificios de importancia- por

cuanto de forma general eran encomendados al mismo responsable.

Sólo cuando éste quiera modificar su estatus y separarse de las labores

manuales, se separarán ambas labores; de este modo, del antiguo

maestro se derivarán los modernos arquitecto y contratista,

respectivamente.

3º Supervisión de obra: A medida que se avanza en este proceso de

disociación van cobrando importancia las labores relativas a la

dirección de la obra como trabajo autónomo. Es quizá un campo que

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supone la intersección de los dos anteriores, y que cuando se había

dado con anterioridad, era siempre ligado a uno de ellos: el

responsable o supervisor de obra podía ser el autor de las trazas,

vigilante del correcto cumplimiento de lo ideado, o bien, asumir el

contratista este rol, en el caso de que presentara suficiente capacidad

de interpretar dibujos y condiciones. Pues bien, el avance del siglo verá

cómo, especialmente en obras de gran envergadura y sobre todo,

como extensión del trabajo de grandes figuras, algunos maestros y

arquitectos57 asumirán la dirección de obras proyectadas por otros y

ejecutadas por terceros.

4º Actividad pericial: Finalmente, pero no con menor importancia, se

encuentran todas las labores derivadas del proceso edificatorio,

tasaciones y mediciones, visuras y dictámenes. Su finalidad es variada:

efectuar liquidaciones, reclamar honorarios, establecer

responsabilidades, etc. No son trabajos menores, no al menos en esta

época en que la escasa preparación intelectual de los intervinientes y

la propia confusión competencial provocaban un gran número de

pleitos y desacuerdos. Buena muestra es que, como se ha visto, a los

maestros de obra titulados se les permitiera operar en los tres campos

anteriores, pero casi nunca en éste, o que la primera definición

competencial empezara de forma expresa por estas labores.

57

En efecto, el mejor ejemplo lo constituirán personajes como Domingo Lois de Monteagudo

(1723-1786), Manuel Reguera (1731-1798) o Custodio Moreno (1780-1854), que presentan escasa obra propia y cuya carrera profesional consiste en su mayor parte en vigilar la ejecución de proyectos –completándolos cuando es necesario- de otros profesionales de gran actividad, como en este caso, los de Ventura Rodríguez en los dos primeros casos y los de Juan de Villanueva y Antonio López Aguado en el tercero.

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4. EL ARQUITECTO REGLADO

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A los cuatro conjuntos de actividad anteriores, Esteban Chapapría

añade un quinto, relativo al desempeño de cargos públicos. En este caso, los

ocupantes de tales puestos, tanto al servicio de la administración central, de

organismos eclesiásticos o de los municipios, debían realizar trabajos que se

encuadran en los grupos anteriores, proyectos, obras o supervisión de éstas,

aunque con unas condiciones de trabajo muchas veces diferentes. Pero

también -y esto es lo que justifica para ese autor su consideración como un

grupo aparte- algunas otras labores, tales como la redacción y vigilancia de

normas de policía urbana, control del trabajo de otros arquitectos y maestros

de obra, mantenimiento de las redes públicas de agua, preparación de

aposentos reales, escenografías, decoración en festejos, etc.

A los efectos de este trabajo, que busca ahora la organización de

competencias reservándolas a titulaciones concretas, considerar este grupo no

resulta de utilidad58; el mismo no habla de unas capacidades de actuación

concretas, sino de obligaciones establecidas para puestos específicos. Es decir,

interesa en este momento establecer qué titulación sea la que mejor pueda

trazar, en vez de atender a si para un cargo concreto hace falta alguien que

sepa trazar, por ejemplo. De hecho, resuelto el primer problema, el

competencial, que asignará a cada título sus aptitudes, se resolverá con mayor

58

No quiere decir esto que se trate de ocupaciones menores; de hecho cobran en ocasiones

gran relieve. Se puede citar como ejemplo la encomienda hecha a Sabatini, en su calidad de arquitecto real, de dirigir el engalanamiento y decoración de la Villa de Madrid, con ocasión de la boda del entonces Príncipe y futuro Rey Carlos IV, cuya descripción merece un considerable espacio en las crónicas de la Gaceta de Madrid, nº 51 de 17/12/1765, pp. 407 a 420. También es reseñable el largo expediente de un pleito que dura varios años, durante los cuales Juan de Villanueva, en su calidad de Arquitecto Mayor de Madrid, tratará de evitar la apropiación de unos terrenos públicos en las Vistillas por parte del Duque del Infantado. Real provisión de los Señores del Consejo en Madrid a ocho de noviembre de 1805, Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, tomo 21688, folio 383r a 475 r.

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facilidad el segundo, que sólo tendrá que elegir qué título es el más adecuado

para el cumplimiento de los objetivos de tal cargo.

Pues bien, si atendemos literalmente a la ya citada Real Cédula de

Fernando VI de 1757, las competencias que se reservan al incipiente

5. Detalle del plano de una tasación de Barcenilla y Berete, firmada en Madrid el 18/08/1729 (Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, tomo 2170 folio 567r)

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profesional de la arquitectura son “medir, tasar, ó dirigir Fábricas” y a

continuación “idear y dirigir toda suerte de Fábricas […] y por consiguiente

para tasarlas y medirlas”. Es decir, al arquitecto se le declara competente en

exclusiva para los grupos de actividad primero, tercero y cuarto de la

clasificación establecida más arriba, aquellos cuyo correcto cumplimiento

depende de una formación avanzada, y para los cuales no bastan los años de

experiencia en obra. A su vez, el profesional queda aparte del segundo grupo,

la propia ejecución material de la edificación, es decir, de aquella labor que le

mantenía ligado al trabajo manual y por tanto al estatus inferior del artesano.

Así, todas las demandas del nuevo profesional se ven por fin satisfechas, al

menos en el plano legal.

No es extraño que las primeras competencias citadas sean las de medir

y tasar; si bien serán estudiadas más adelante, debe ya tenerse en cuenta que

en el proceso edilicio de entonces eran fases de gran importancia –lo siguen

siendo-, y que eran las que mayor preparación requerían, por cuanto sin una

sólida base de geometría y aritmética amén de un alto conocimiento de

materiales, los errores podían ser enormes y de grandes repercusiones,

especialmente para el cliente, por lo que el autor asumía gran responsabilidad.

No es raro que San Nicolás aconsejara al respecto: “Si en el medir no estás bien

experimentado, ni en el saber el valor de los materiales, huye el meterte en

medidas y tasaciones, porque fuera del llevar a cargo el daño que hizieres, no

sabiendo, quedaras tenido por ignorante de los que saben, y aun sabiendo

tengo por mas seguro el no tasar obras”59.

El papel de esta labor supone a la postre más aun que el de determinar

gastos reales, cubicajes, liquidar honorarios o ajustar costes; se trata también

59

SAN NICOLÁS, L., Arte y uso de architectura, op. cit., p. 166.

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de la aceptación y reconocimiento de lo construido, de una asunción de

calidad y requerimientos adecuados que, producido de forma independiente a

los agentes de la obra, cierra la ejecución de ésta. Ello explica que, por

ejemplo, en la que consideramos la primera gran obra “moderna” en su

organización, el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, sólo cuatro personas

estuvieran facultadas para asumir estas competencias60. De hecho,

tradicionalmente, éstas serán confiadas siempre a los profesionales de mayor

prestigio. Valga como ejemplo el nombramiento de Ventura Rodríguez y de

Francisco Moradillo para medir y reconocer la Iglesia del Colegio Imperial en

1769, para independizarla del resto de la propiedad61. En otras ocasiones se

trata de fijar un valor de la propiedad para resolver herencias, ventas o

hipotecas; también en esto se intenta salir al paso de intrusismos desde fecha

temprana y ya en 1724 se dicta instrucción en Madrid62 para prohibir que

realicen tasaciones quienes no se consideren maestros peritos, citando en

concreto a Ardemans, Valenciano, Ribera, Ruiz, Estevan, y Sierra, no sólo para

asuntos públicos, sino también en cualquier pleito privado.

60

Se trata de Juan Bautista de Toledo, Rodrigo Gil de Hontañón, Gaspar de Vega y Pedro de

Tolosa, de acuerdo a PORTABALES PICHEL, Amancio, Maestros mayores, arquitectos y aparejadores de El Escorial, Madrid, Editorial Rollán, 1952, p. 31. 61

Escritura de dación de posesión de la Iglesia del Colegio Imperial, otorgada en Madrid el 20 de

enero de 1769, Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, tomo 19160, folio 151v a 158r. 62

Instrucción del Consejo de 16 de mayo de 1724 sobre abusos en las tasaciones de casas.

Archivo Histórico Nacional, fondo contemporáneo, Ministerio de Hacienda, libro 6550, p. 11.

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5.1. DIVERSOS MODOS DE FORMARSE

5.1.1. Del aprendiz al estudiante

Garantizar que los poseedores de un título están capacitados para

ejercer las competencias a las que ese mismo título faculta supone

inevitablemente definir qué conocimientos son necesarios para adquirir tales

competencias, a la vez que establecer el modo de demostrar que éstas se han

alcanzado. Si estas premisas no están claras, o su institución no es claramente

definida, el nombramiento podrá servir a variados fines –recaudación de tasas

o ejercicio de poder, por ejemplo- pero nunca a la perfección de una actividad.

Este es el punto a que había llegado la arquitectura, como se ha visto, y que

había justificado la creación de un título oficial, reglado en sus aptitudes y con

único organismo expedidor, la Academia de San Fernando. Por tanto,

correspondía a esta corporación, inevitablemente, establecer el cuerpo de

conocimiento necesario para alcanzarlo, así como el itinerario de enseñanza

correspondiente.

Hasta ese punto se ha recorrido un largo camino, en el cual el

aprendizaje y la acreditación como maestro no siempre se han planteado

consecuentes. La situación medieval, punto de partida de tal camino,

presentaría a un joven peón admitido a formar parte de una cuadrilla, que

destaca entre sus iguales por la diligencia con que desempeña su cometido

hasta llamar la atención de alguno de los maestros canteros, que le acogerá

como ayudante. Para éste, el fámulo mantendrá en buen uso las herramientas,

realizará labores preliminares de desbastado de la piedra, mezclará el mortero

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y en general ayudará en lo que se le pida; además, y por encima de todo,

aprenderá casi durante una década los secretos de un oficio demandado y

prestigioso, al cual se dedicará de pleno cuando su maestro juzgue llegado el

momento de independizarse1. A partir de aquí, la clave del reconocimiento de

la propia capacidad se halla, fundamentalmente, en el prestigio.

Esa relación de hermandad, regulada por los códigos internos de las

cuadrillas, se verá modificada a medida que el advenimiento de la burguesía

derive el control de las actividades en las cada vez más vigorosas urbes a las

organizaciones gremiales. Las ordenanzas promulgadas en Toledo en tiempos

de Carlos V (1534), por ejemplo, mandaban que arquitectos y maestros se

examinaran “en lo especulativo y en lo práctico”2 como requisito para poder

ejercer en el municipio, pero sin que tal prueba fuese el culmen de un proceso

de aprendizaje. En general, éste se ha planteado tradicionalmente desde esa

relación directa entre un maestro y sus discípulos, que entran a su servicio

recibiendo a cambio la enseñanza necesaria para progresar en el oficio; se crea

así una dependencia que es instaurada ahora desde el gremio y no desde la

ordenanza. La jerarquía se inicia en el rol del aprendiz, que se incorpora

alrededor de los 14 años y vive a partir de ese momento con el oficial

asignado, perceptor muchas veces de una renta en compensación a su

manutención –comida, alojamiento y vestido- pero también a cambio de

compartir su conocimiento. La duración de este periodo es diferente según la

localización y el gremio a que se atienda, pero valgan como referencia los cinco

1 JACOBS, David, Los constructores de catedrales de la Edad Media, Barcelona, Editorial Timun

Mas, Barcelona, 1974, p. 82. 2 “…en lo especulativo por las ciencias de que usa la Arquitectura, como por la Geometría, y las

demás otras referidas, en lo practico, por las obras que aparejaron, o que asistieron”. ANDRADE, Domingo de, Excelencias, antigüedad, y nobleza de la Arquitectura, Santiago, Imprenta de Antonio Frayz, 1695, p. 44.

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años que son necesarios en Madrid3 para poder optar, mediante la superación

de prueba específica, al grado de oficial albañil. Y a partir de aquí, acreditando

una experiencia no inferior a dos o tres años, el oficial puede optar a

examinarse para obtener el grado superior de maestro4, el cual le permite

abarcar el proceso edilicio completo, y además concursar a plazas de alarife5 o

maestro mayor. Puesto que los exámenes son siempre planteados desde el

ejercicio y la destreza, es un sistema que favorece el predominio de esos

maestros prácticos, relegando el contenido intelectual de la arquitectura,

aquel que precisamente es reclamado desde las instancias más elevadas. En

efecto, la parte teórica de tales pruebas no pasa de comprobar la aplicación de

recetas empíricas que solventen las necesidades matemáticas, cubicaciones o

cálculos de jornales; en la parte práctica, las pruebas de tender un arco,

levantar una tapia o construir una escalera de caracol6 no favorecen

precisamente una figura profesional de mayor rango científico. Pero es que

además, muchas veces ni siquiera la definición de ese examen o la prueba de

3 En el caso de Toledo, se trata de un mínimo de cuatro años para cualquier oficio de la

construcción (albañiles, yeseros y canteros) antes del examen de suficiencia. Y para oficiales o maestros venidos de fuera tocará no sólo acreditar haber superado pruebas similares en su lugar de origen, sino que quedarán bajo la inspección de un veedor al menos un mes, enjuiciando éste la calidad de su trabajo. Pueden consultarse estas ordenanzas comentadas en SAN NICOLÁS, Lorenzo de, Segunda parte del arte y uso de architectura, Madrid, Imprenta de Petrus Villafranca, 1665. 4 IZQUIERDO GRACIA, Pilar, Historia de los aparejadores y arquitectos técnicos, Colegio Oficial de

Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid, Madrid, 2005, pp. 31 a 56. 5 En el caso del alarife encontramos excepcionalmente una mayor definición en sus cometidos y

sobre todo en el cuerpo de conocimiento necesario, al hallarse contenido en diversas ordenanzas. Véase TORIJA, Juan de, Tratado breve sobre las ordenanzas de la Villa de Madrid y policía de ella, Madrid, Imprenta de Antonio Pérez de Soto, 1760 (1ª ed. 1661), pp. 2 a 6. 6 RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, Alfonso, El siglo XVIII entre tradición y academia,

Madrid, Sílex, 1992, pp. 30 a 34.

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haberlo superado es algo que exista con claridad, favoreciendo intrusismos de

quienes no están realmente capacitados para ejercer7.

Este itinerario puede plantearse fuera de la estructura gremial si así le

conviene al poder: el mismo Felipe II, antes de pensar en patrocinar estudio

alguno, pagaba primero a Juan Bautista de Toledo y luego a Juan de Herrera un

sobresueldo por enseñar arquitectura a algunos discípulos, de edad cercana a

los veinte años, a los que a su vez se becaba a cambio de servir de delineantes

de las obras reales8. Con ello se garantizaba, sin duda, una continuidad en la

7 GARCÍA MORALES, María Victoria, El oficio de construir: origen de profesiones. El aparejador en

el siglo XVII, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid, Madrid, 1990, capítulo 1. 8 RUBIO, Fray Luciano, “El tratado de Villalpando: origen, vicisitudes y contenido” en

VILLALPANDO, Juan Bautista, El tratado de la arquitectura perfecta, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, 1990, p. 75.

1. Felipe II y sus arquitectos representan un punto de inflexión en el intinerario profesional; aquí aparecen retratados en el mural de la escalera principal de El Escorial de la mano de Luca

Giordano (1694)

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5. EL ARQUITECTO EDUCADO

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provisión de personal cualificado: es el caso de Pedro del Yermo, sobrino y

discípulo de Juan de Herrera, de quien aprende matemáticas y arquitectura y

que será tomado al servicio del monarca en 15799.

Este esquema, heredero de la situación renacentista que ya se había

consolidado en Italia, sitúa al aprendiz no en un colectivo gremial donde

importa más el corporativismo que el estilo, sino bajo la tutela de un maestro

reconocido, de fuerte personalidad e individualismo. Sin duda, es una situación

más favorable a la mejora del estatus: la superación del carácter artesano,

volcado hacia la comunidad, sitúa al arquitecto en un plano introspectivo cuya

consecuencia inmediata, la singularidad, resulta para el público digna de

admiración. Pero al mismo tiempo, esa originalidad del maestro impide una

transferencia del conocimiento fácil o metódica: como se ha dicho, en un taller

acaba dominando el conocimiento tácito o implícito10, frente al explícito que

permitiría la sistematización del aprendizaje y, a la postre, la definición

competencial que se está reclamando desde distintos ámbitos. Ello no quita

para que este esquema haya generado excelentes frutos en la historia de la

arquitectura, como también se han producido en el seno de los gremios; es

quizá el problema que estos hitos sean hechos puntuales, mientras que la

situación en el XVIII busca un efecto generalizado11.

9 LLAGUNO Y AMIROLA, Eugenio y CEÁN BERMÚDEZ, Juan Agustín, Noticias de los arquitectos y

arquitectura de España desde su restauración, Madrid, Imprenta Real, 1829, tomo III p. 76. 10

SENNET, Richard, El artesano, Barcelona, Anagrama, 2010, pp. 86-101. 11

Si bien es adelantar acontecimientos, resulta una gran paradoja en este sentido que el culmen

del proceso dieciochesco, encarnado en la figura de Juan de Villanueva, desatienda a la postre la dirección académica que se encuentra bajo su responsabilidad, prefiriendo atender la docencia desde su propio taller y para sus discípulos-ayudantes, que acudirán a la Academia lo justo, incluso sólo para examinarse o presentarse a algún premio; y, sin embargo, se constituirán en los arquitectos más brillantes de su generación. CHUECA GOITIA, Fernando, y DE MIGUEL, Carlos, La vida y las obras del arquitecto Juan de Villanueva, Madrid, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, 2011, pp. 160 y 216. También BÉDAT, Claude, La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1744-1808), Madrid, Fundación Universitaria Española, 1989, p. 180.

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174

Así, la propuesta de fijar el aprendizaje de la arquitectura, y ligar a ella

la exclusividad de su ejercicio, cuenta con varios precedentes fuera de esas

organizaciones de origen gremial o de los talleres del maestro consolidado; en

ellas se trata, sobre todo, de dar respuesta a la necesidad de formación de

maestros científicos, de modernos arquitectos que puedan por fin superar el

carácter autodidacta del solitario estudioso de tratados12. Una vez más, Juan

de Herrera será precursor cuando en 1584 y desde su Academia de

Matemáticas, solicite del monarca “que a los que en esta escuela quisieren

aprouecharse y salir examinados della, se les den sus cartas de aprouacion, y

títulos en forma, conforme a la facultad que proffesaren. Con todas las honras,

prerrogativas y prheminencias que las Vuiuersidades aprouadas suelen dar, y

algunas mas, proueyendo (si conuiniesse) por ley y publico decreto, que

ninguno sin ser examinado por las personas que para ello se nombrare, vse

públicamente, ni exercite proffesion alguna de las arriba nombradas”, entre las

que se encuentra, claro está, la arquitectura13. Como es sabido, esta demanda

no prosperará, aunque ello no quita para que la academia herreriana

constituya un valioso antecedente en lo que a sistematización de los

conocimientos necesarios para el ejercicio se refiere, planteado desde la

consideración de la arquitectura como una aplicación de las matemáticas. Ello

constituye ya desde un primer momento una postura clara hacia la

cientificidad de la profesión. El método docente propuesto es simple: lecturas

públicas de libros escogidos alternados con clases prácticas14. No cabe duda

12 GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., p. 84. 13

HERRERA, Juan de, Institución de la Academia Real Mathematica, Madrid, Imprenta de

Guillermo Droy, 1584, p. 19. 14

PRIETO GONZÁLEZ, José Manuel, Aprendiendo a ser arquitectos. Creación y desarrollo de la

Escuela de Arquitectura de Madrid, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004, p. 19.

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que tanto Felipe II, al patrocinar esta institución15, como Herrera, al proponer

la exclusividad de sus funciones, tienen en la cabeza la experiencia de aquella

docencia organizada en la fábrica escurialense.

Del mismo modo, tampoco tendrá éxito la pretensión de los jesuitas

cuando en 1624 intenten convertir en “oficiales” los títulos impartidos desde

su Colegio Imperial, que es heredero de la institución herreriana16 y en el que

se enseña geometría, fortificación e ingeniería a nobles y cortesanos; resultará

por tanto un vivero de altos cargos del ejército y su pervivencia se encontrará

más en las futuras academias militares17 que en el ejercicio de la arquitectura,

lo cual no quita para que figuras destacadas se formen aquí, cual es el caso de

Teodoro de Ardemans18.

No deja de resultar curioso, sin embargo, que los maestros de obras

acudan a estas escuelas militares, de las que es señalada tanto por ser pionera

como por su importancia la de Barcelona, y que están abiertas también a

civiles. La razón es sencilla: tales maestros buscan un aprendizaje que les

15

En opinión de Llaguno, la idea de Felipe II, decidida en Lisboa, se relaciona más con la

importancia de extender los conocimientos de cartografía, vitales para la política de ese momento. LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo II, p. 141. 16

Se ha apuntado como causa probable del fracaso de Herrera la previsible reacción de gremios

y cofradías, todavía fuertes entonces. Ello contrasta con el boicot ejercido después por las universidades contra el Colegio Imperial, en este caso sí documentado, pero improbable respecto a la Academia Matemática; ésta se ocupa en enseñar materias de las que aquellas instituciones, más volcadas en las humanidades, carecían. SIMÓN DÍAZ, José, “Nueva imagen de la Academia de Matemáticas a la luz de la Institución de Herrera”, en HERRERA, Juan de, Institución de la Academia Real Mathematica, ed. facsímil, Madrid, Instituto de Estudio Madrileños, 1995, p. 29. 17

La creación por parte de Felipe V del cuerpo de ingenieros militares supone la institución de

una serie de profesionales de alto nivel a quienes se encomienda el proyecto y dirección de obra de fortificaciones, presidios, obras públicas, cuarteles e incluso en ocasiones edificaciones civiles y religiosas. Es lógico pensar que para el Estado organizar tales cometidos era más urgente entonces que el atajar los problemas de la arquitectura y aún más que los de la pintura o escultura. RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A., El siglo XVIII, op. cit., pp. 26 y 28. 18

LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo IV, p. 110.

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permita licitar en las obras convocadas por el Ejército, que es entonces un

poderoso comitente. Este hecho tendrá un efecto indirecto en la renovación

estilística del momento, al difundirse desde estas academias y de un modo no

buscado a través de los profesionales civiles, una arquitectura de gran

sencillez, donde lo primordial es el uso, las relaciones eficaces entre programa

y diseño y entre economía y solidez de las soluciones constructivas, y donde la

decoración superflua no tiene cabida19. Se trata de un ideario que no está lejos

del racionalismo neoclásico, y cuya influencia se extenderá incluso a la

incipiente planificación urbana.

Pero si ninguna de las instituciones anteriores consigue la demandada

renovación plena de las artes su principal causa es la ausencia de ligazón entre

el esquema educativo y una organización oficial de la profesión. De hecho, aun

cerca de 1680 encontraremos voces con idénticas peticiones, dirigidas a atajar

la mala praxis y la degeneración estilística en que se ha sumido el Arte. En

concreto, Francisco Herrera el Mozo, que para entonces ocupa puesto de

Maestro Mayor de las Obras Reales, escribe un memorial dirigido a Carlos II en

el que expresa la urgente necesidad de la creación de una academia20; su

solicitud se fundamenta con numerosos precedentes históricos, entre los que

no se encuentra, curiosamente, la iniciativa herreriana.

Cuando la ebullición europea, siglo y medio después, haga ya

imparable la organización de algunas profesiones, será la hasta entonces única

asociación madrileña de arquitectos y maestros de obra, la Congregación de

19

LASSO DE LA VEGA ZAMORA, Miguel, “Caserne vs Cuartel” en AAVV, El Cuartel de Conde

Duque, de edificio militar a espacio cultural, Madrid, Ayuntamiento de Madrid, 2011, pp. 21. 20

Memorial de Francisco de Herrera el Mozo sobre la necesidad de fundar una Academia de

Artes en el Alcázar Real (sin fechas, Biblioteca Nacional, mn. 10838, ff. 386r-389v), recogido en los anexos documentales de BLASCO ESQUIVIAS, Beatriz, Arquitectos y tracistas. El triunfo del Barroco en la corte de los Austrias, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2013.

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Nuestra Señora de Belén, la que reciba un primer encargo de Felipe IV de

instituir estudios de arquitectura cuya consecuencia sea el acceso a la

profesión. Ya se ha comentado cómo esta comunidad, que a la postre está más

cerca de una estructura gremial -aun cuando su razón de ser se deba a la

piedad-, deja pasar esa oportunidad. De hecho, se demuestra que su interés

está más puesto en el control de la profesión, y en concreto en la expedición

de títulos otorgantes de exclusividad en los cometidos edilicios y el control de

calidad de las edificaciones mediante la creación de un cuerpo de

inspectores21. Es decir, se busca más el adquirir similares funciones a las de un

gremio de arquitectos y maestros de obra –que no existía en Madrid-,

solicitando incluso poder denominarse “colegio de arquitectos”; en

consecuencia, se sitúan al margen de la enseñanza.

No es esto suficiente para el monarca, que entiende que para

conseguir el correcto ejercicio –incluso estilístico- de la arquitectura, se deben

reservar sin duda las competencias exclusivas a quienes acrediten su

capacidad; pero también sabe, asesorado por los arquitectos venidos desde

fuera22 que se ocupan de las obras reales, que ese refrendo sólo se podrá

garantizar ligando aquellas competencias a una instrucción cuidadosamente

estructurada y culminada con exámenes de capacitación. Y no se puede

21

IZQUIERDO GRACIA, P., Historia de los aparejadores, op. cit., pp. 64 a 70. 22

En especial, los italianos proceden de una realidad que ya desde mucho tiempo atrás han

superado el monopolio docente de los gremios, en un proceso que supone la emancipación del arte frente al espíritu de la artesanía. Del taller se había pasado a la escuela, como de la enseñanza práctica se había pasado a la teórica, hasta llegar al completo montaje docente que suponen las academias italianas de principios del siglo XVII, a las cuales no sólo interesan las condiciones del ejercicio, sino también el estilo. Pero también es seguro que el monarca tiene presente el caso francés, en el que las academias creadas a mediados de ese mismo siglo (1648, 1655 y 1664) son una consecuencia más del absolutismo; éste pretende poner a los artistas al servicio exclusivo de la idea del Estado, personificada en el Rey, y romper cualquier otra relación de mecenazgo particular o interés privado. Tal labor se pretende conseguir desde la misma educación del artista. HAUSER, Arnold, Historia social de la literatura y el arte, Madrid, Ediciones Guadarrama, 1957, pp. 448 y 630.

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además olvidar de la tradición vitruviana que viene siendo reclamada de forma

insistente por tratadistas y pensadores: no bastan la práctica y la experiencia,

sin formación intelectual no habrá arquitecto, y eso es algo que está más allá

de los planes de cualquier estructura corporativa en vigor:

“La práctica es una continua y expedita freqüentación del uso,

executada con las manos, sobre la materia correspondiente a lo que se desea

formar. La teórica es la que sabe explicar y demostrar con la sutileza y leyes de

la proporción, las obras executadas.

Así, los arquitectos que sin letras sólo procuraron ser prácticos y

diestros de manos, no pudieron con sus obras conseguir crédito alguno. Los que

se fiaron del solo raciocinio y letras, siguieron una sombra de la cosa no la cosa

misma.

Pero los que se instruyeron en ambas como prevenidos de todas armas

consiguieron brevemente y con aplauso lo que se propusieron.

Tiene, como las demás artes, principalmente la Architectura, aquellas

dos cosas de significado y significante. Significado es la cosa propuesta a

tratarse. Significante es la demostración de la cosa con razones científicas por

lo que, parece debe estar exercitado en ambas el que quiera llamarse

Architecto”23.

La gestación de la Academia de Bellas Artes de San Fernando,

organismo en que finalmente cristalizan las pretensiones ilustradas y que será

durante cien años –al menos hasta la creación de la Escuela de Arquitectura de

Madrid en 1844 e incluso tiempo después24- la referencia en el aprendizaje y

23

VITRUBIO, Marco / ORTIZ Y SANZ, Joseph, Los diez libros de Architectura, Imprenta Real,

Madrid, 1787, p. 2. 24

El Decreto de 25 de septiembre de 1844 crea un plan de estudios independiente para la

arquitectura, pero aún en el seno de la Academia. La Real Orden de 8 de enero de 1850 aprueba el reglamento de la Escuela de Arquitectura (plan de estudios, personal docente y alumnado), si

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titulación, ha sido estudiada ya en diversas ocasiones25. Pero ello no impide

hacer aquí alguna apreciación pertinente, como es observar que si el triunfo

del esquema académico se produce al margen de la tradición gremial, tradición

que hubiera impedido un verdadero cambio y la conexión con la corriente

europea -donde ya funcionan muchas academias-, la razón última se halla en el

origen de su Junta Preparatoria. Y es que éste no es otro que los artistas que

están trabajando en el nuevo palacio real26, al frente de los cuales están las

figuras italianas, y formándose con ellas todo un grupo de arquitectos que vive

al margen de gremios y congregaciones, prerrogativa que siempre tuvieron

quienes se ocuparon de las obras reales27, alejándoles de cualquier influencia o

tentación de mantenerse en las antiguas estructuras.

A partir de aquí, la situación de la enseñanza de la arquitectura

responderá ya al esquema académico, esquema cuyo ideario evolucionará

desde la primera generación fundadora de Diego de Villanueva o José de

Hermosilla, más ocupados en la teoría y concentrados en criticar los excesos

del barroco decorativo, hasta la segunda de Juan de Villanueva o Ignacio Haan,

ya verdaderamente neoclásicos. Entre una y otra, y usando palabras ajenas, la

Academia pasará a través de “las academias civiles y militares, los centros de

bien en lo que a titulación se refiere seguirá existiendo dependencia académica, y durante las primeras décadas de vida de la nueva Escuela de Arquitectura, sus egresados tendrán que solicitar de la Academia la convalidación de su título. PRIETO GONZÁLEZ, JM., Aprendiendo a ser arquitectos, op. cit., pp. 35 y 148. 25

Referencia obligada es la monografía de BÉDAT, C., La Real Academia, op. cit.. También

destaca el estudio más específico de QUINTANA MARTÍNEZ, Alicia, La arquitectura y los arquitectos en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1744-1774), Madrid, Xarait, 1983, en especial su introducción. Otra fuente de importancia es el artículo de NAVASCUÉS PALACIO, Pedro, “Sobre titulación y competencias de los arquitectos de Madrid (1775-1825)” en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, XI, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1975, pp. 123-136. 26

RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A., El siglo XVIII, op. cit., p. 18. 27

BLASCO ESQUIVIAS, B., Arquitectos y tracistas, op. cit., p. 184.

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enseñanza privados, la traducción y difusión de libros, los viajes de artistas al

extranjero y el intercambio de ideas de los pensionados de la Academia de San

Fernando con los alumnos de otras instituciones en Roma y París” 28,

produciendo por fin todo ello esa nueva concepción de la arquitectura que se

busca desde décadas atrás.

5.1.2. El estado de las cosas

Hasta llegar a la Academia se presentan diferentes esquemas

instructivos en los que los arquitectos se han ido formando, nunca completos

ni sistemáticos, pero siempre producto de una opción personal, de un afán

particular por superarse, pues no habrá correspondencia entre formación y

competencias hasta finales del siglo XVIII, como se está tratando aquí.

El repaso a las trayectorias de los maestros de obras y arquitectos más

conocidos, anteriores a la fundación académica, o de los que al menos

tenemos noticia en fuentes diversas, resulta más que ilustrativo de las

condiciones de tales opciones. Un primer rasgo que no por conocido debe

dejar de señalarse es el carácter hereditario que muchas veces ha tenido el

oficio de la arquitectura por lo que, como en muchas otras ocupaciones, la

formación más inmediata se recibe de manera directa del propio padre,

produciendo además una interesante transmisión estilística. Ello es aun más

patente en tiempos en que el oficio se halla muy ligado a la participación

incluso directa en la ejecución. Son célebres en este sentido dinastías como la

de Juan, Simón y Francisco de Colonia, padre, hijo y nieto, en el tránsito del

gótico al renacimiento español, o la de Egas Cueman y sus hijos Antón y

28

RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A., El siglo XVIII, op. cit., p. 29.

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Enrique Egas, que se inscriben en la fusión del mudéjar toledano con el ocaso

del gótico flamígero29.

Una muestra de lo que supone en la práctica esta formación como

aprendiz familiar lo tenemos en la reseña que sobre Juan Bautista Antonelli

escribe Llaguno: tal arquitecto30 trae en 1573 desde Italia, para su servicio y

aprendizaje, a su sobrino Francisco Garavelli, de 16 años. Asistiendo a los

continuos viajes de su tío, dibujando todas las trazas de sus diseños,

observando las diferentes técnicas de construcción y el correcto uso de los

materiales, “llegó a ser un buen profesor en la teórica y práctica de su arte”. En

otros casos, quien hace de maestro o mentor añade formación teórica, como

Francisco de Mora que no sólo hace trabajar de aprendiz a su sobrino Juan

Gómez de Mora, enseñándole la arquitectura desde el propio ejercicio, sino

que también le obliga a asistir en Madrid y durante largos periodos a estudios

públicos de matemáticas31 durante los primeros años del siglo XVII.

En esta situación inicial, pues, encontraremos que la formación se

realiza en el seno de los talleres de maestros reconocidos, aun cuando no

exista parentesco, y cuya actividad y admisión de aprendices está ligada casi

siempre a una obra concreta, que puede acabar convirtiéndose en un foco de

enseñanza de cierta importancia. Alonso de Covarrubias (1488-1570) se forma

en el taller de Antón Egas -pariente de su mujer- en Toledo, pero también se

29

CHUECA GOITIA, Fernando, Historia de la Arquitectura Española. Tomo I, Madrid, Editorial

Dossat, 1965, capítulo XVII. 30

¿O debemos considerarlo ya ingeniero, por ocuparse primordialmente de canales y

fortificaciones? El término usado por Llaguno es, en concreto, “arquitecto hidráulico”, que se aplica también en las biografías de Carlos de Wite y Vicente Fornells. LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo III p.80, y tomo IV, pp. 232 y 277. En una época de expansión de las infraestructuras no es extraño que haya quien divida la arquitectura en “civil, hidráulica, naval y militar”: MILIZIA, Francisco / CEÁN-BERMÚDEZ, Juan Agustín, Arte de ver en las Bellas Artes del Diseño según los principios de Sulzer y de Mengs, Madrid, Imprenta Real, 1827, p. 201. 31

LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo III p. 153.

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integrará en algunas de las obras burgalesas que Simón de Colonia tenía en

marcha durante el cambio de siglo, y que suponen “la escuela más fértil de

buenos arquitectos que por entonces hubo entre nosotros”, en palabras de

Llaguno32. No es algo excepcional: sabemos que las antiguas obras

catedralicias, y después las grandes obras reales, desde El Escorial hasta el Real

Alcázar, desde Aranjuez hasta el nuevo Palacio Real de Madrid, resultan

históricamente focos de enseñanza e influencia en el devenir de la

arquitectura, donde coinciden las figuras consagradas como maestros con

aprendices que después serán los grandes de la nueva generación.

El acceso al aprendizaje es, en todo caso, temprano. Lorenzo de San

Nicolás (1593-1679) empieza su afición a la arquitectura con trece años, es

decir, en 1606, iniciándose con el estudio del tratado de Sagredo33, del cual ya

se ha visto cómo superando el latín logra una difusión que libros anteriores

tenían impedida. La edad citada, precoz desde un punto de vista actual, no lo

sería entonces, cuando con generalidad la incorporación al mundo laboral era

bastante temprana, algo que tardaría mucho en cambiar. Otro ejemplo de

renombre como Teodoro de Ardemans (1661-1726) se inicia en el estudio de

las matemáticas con dieciséis años, y desde dos años después y hasta los

veinte estudia “Arquitectura, Perspectiva y Óptica, continuando en la práctica

de varias trazas doctrinales de esta Arte, en todas especies de fabricas de

piedra, albañilería, madera, y metales hasta la edad de los veinte y cinco

años”34. Con trece años cuenta también Silvestre Pérez (1767-1825) cuando en

1780 empieza su formación como aprendiz de Ventura Rodríguez, y doce tiene

32

Ibid., tomo I, p.184. 33

SAN NICOLÁS, L., Segunda parte del arte, op. cit., p. 96. 34

ARDEMANS, Theodoro, Ordenanzas de Madrid, y otras diferentes, Madrid, Imprenta de

Joseph García Lanza, 1754 (1ª ed. 1719), introducción.

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Custodio Moreno (1780-1854) al ingresar en la Academia en 179235, por acudir

a dos ejemplos dieciochescos pero de sucesivas y diferentes coyunturas.

Si bien el itinerario práctico es uno de los posibles, como se ha visto,

será raro sin embargo que por sí solo conduzca a la arquitectura. Así, de

Francisco del Valle (1708-1767) se dice que “exercitóse en el Arte de

Arbañilería, y llegó a ser Maestro de Obras de bastante crédito”36, pero en

ningún caso se le considera arquitecto. Igual sucede con Miguel Aguas, que

“era más práctico que teórico; quiere decir que sabia mas bien construir con

35

SAMBRICIO, Carlos, La arquitectura española de la Ilustración, Madrid, CSCAE – Instituto de

Estudios de Administración Local, 1986, pp. 374 y 418. 36

ÁLVAREZ Y BAENA, Joseph Antonio, Hijos de Madrid, ilustres en santidad, dignidades, armas,

ciencias y artes (tomo II), Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1790, p. 253.

2. El antiguo Colegio Imperial, heredero de la Academia de Matemáticas, en la calle Toledo c/v calle de los Estudios de Madrid, una institución antecedente de los estudios

organizados de arquitectura

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firmeza, que trazar y delinear con gusto”, o con Martín Carrera, también

considerado arquitecto práctico y, como aquel, ejerciente hacia 1740, pero

cuyo hijo Manuel, sin embargo, sí obtendrá el título de arquitecto37.

Lo contrario sucede con el camino opuesto, correspondiente a la figura

del aficionado o teórico surgida en el Renacimiento. Bartolomé Bustamante,

secretario del Cardenal Tavera (1501-1570), se forma en Alcalá de Henares en

latín y griego, matemáticas, filosofía, cánones y teología, y se aficiona a la

arquitectura recorriendo Italia. Ello le permite colaborar con éxito en los

trazados de diversos edificios señalados de su tiempo, y asumir igualmente

responsabilidades de supervisión. De él dice Llaguno38 que “aunque no hizo

profesión de la arquitectura, la estudió y supo científicamente”, si bien no deja

de reconocer su carencia de los aspectos prácticos cuando añade “no se debe

atribuir toda la gloria de este edificio [el Hospital de Afuera toledano, cuyo

diseño se le atribuye en parte] al que le inventó y dio la traza, gran parte de

ella toca de justicia a los constructores, que supieron conocer su bondad,

seguirla y acaso perfeccionarla”.

En ese itinerario teórico, más cercano del éxito como se ve que el

práctico, no cabe incluir a ese grupo de “intrusistas” ya comentado que

procede directamente de la pintura o la escultura, y cuya formación

arquitectónica suele ser inexistente, por más que su capacidad con el dibujo

sea sobresaliente; sus intentos de elevar su estatus siendo considerados

arquitectos tiene escaso fundamento. Resulta expresiva una mirada al tratado

de pintura por antonomasia del final del Barroco español, El museo pictórico

37

LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo IV, pp.

229-230. 38

Ibid., tomo II, p. 31.

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de Palomino, que en su tercer tomo39 propone un “Parnaso español”

recogiendo la biografía de 237 artistas. De ellos, sólo seis figuran como

arquitectos en añadidura a su carácter de pintores o escultores, señal en

primer lugar de que se trata de casos muy puntuales; pero además, una mirada

atenta nos descubre que tan sólo dos de ellos ejercieron ciertamente como

arquitectos, el italiano Patricio Caxés o Cajés, también pintor y traductor del

tratado de Vignola, y Juan Bautista Monegro, más conocido por su obra

escultórica. En el resto, la relación con la arquitectura no implica profesión:

Juan de Arfe es platero, si bien autor de un tratado muy popular entre los

arquitectos, Gaspar Becerra es retablista y escultor, Alonso Berruguete es

Maestro Mayor de obras reales con Carlos V y de El Greco sabemos su enorme

cultura al respecto40 y el afán porque su hijo se formara como arquitecto, pero

en ningún caso es autor de realizaciones concretas, más allá de unas escasas

trazas.

Es decir, no existe ciertamente relación entre los pintores barrocos y la

arquitectura, al menos en la práctica. Pero también se puede avanzar una

conclusión no exenta de interés: todo ese grupo, a excepción de Arfe, se ha

formado en Italia, trabajando con Miguel Ángel, Rafael, Tiziano o Andrea del

Sarto. Se puede inferir entonces una intención de emular a los artistas

italianos, capaces de abarcar cualquier manifestación, intención que choca sin

embargo aquí con una realidad social y una consideración del artista muy

39

PALOMINO DE CASTRO Y VELASCO, Antonio, El museo pictórico y escala óptica – Tomo III (El

Parnaso Español), Madrid, Imprenta de Sancha, 1724. 40

Es conocido su ejemplar de Vitruvio en la edición de Daniele Barbaro (1556), actualmente custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid, tantas veces leído por su dueño como profusamente anotado, y en el que encontramos queja sobre la escasa relación de la arquitectura y la pintura: “Por desgrazia de nuestro seculo no ay hobres mas lejos della [la pintura] que los arquitectos, assi tampoco se aprezian” (anotación manuscrita al libro III, p. 57).

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5. EL ARQUITECTO EDUCADO

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diferente, pero sin que ello afecte a la alta valoración que se tendrá en España

a la formación que pueda recibirse en Italia.

Porque no cabe duda que existe una esencial diferencia cualitativa en

aquellos cuyo aprendizaje se produce en Roma donde, si bien el taller puede

seguir en boga, coexiste con unas academias que garantizan una formación

superior. Así, el alcarreño Luis De Lucena (1491-1552) tiene la oportunidad de

asistir a las sesiones del arzobispo Colonna41, donde Vignola o Miguel Ángel

son participantes habituales, y donde lecturas de Vitruvio y otros autores

protagonizan un modo de aprendizaje muy diferente del que puede ofrecer

una organización gremial o incluso el seno de un taller.

La influencia más o menos indirecta de la educación en Roma se dejará

sentir cuando sus perceptores vuelvan a España a ejercer, puesto que son

testigos directos de la recuperación del clasicismo, que para otros solo es

conocido por las láminas de los tratados. Llaguno42 cita casos como los de

Gaspar Becerra o Domingo Beltrán, a mediados del siglo XVI, pero el

paradigma será sin duda el mencionado Juan Bautista de Toledo, cuya

completa formación italiana -tanto su aprendizaje trabajando para Miguel

Ángel como el estudio sistemático de lenguas clásicas, filosofía y matemáticas-

será determinante para la creación de un hito tan influyente como será la

fábrica escurialense. Es normal también que alguien como Herrera sea su

digno sucesor, puesto que su formación se inscribe también en estos

parámetros vitruvianos, habiendo estudiado humanidades y filosofía en

Valladolid, y arquitectura y ciencias exactas en Bruselas durante al menos tres

años43. No cabe duda que estos ejemplos serán precedentes para que más

41

LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit. tomo II p. 36. 42

Ibid., tomo II, pp. 91, 106 y 115. 43

Ibid., tomo II, p.118.

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5. EL ARQUITECTO EDUCADO

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adelante se considere al viaje, especialmente a Italia, como uno de los medios

docentes más poderosos, lo cual se analizará después.

La situación inmediatamente pre académica se puede observar mejor

que en ningún otro en los protagonistas del cambio académico. Así, Diego de

Villanueva (1715-1774), recibe sin duda la educación más completa a que

podría aspirarse a principios del siglo XVIII. En efecto, su padre, el escultor Juan

de Villanueva, también impulsor de una nueva enseñanza en las artes y

consciente de las aptitudes de su hijo –no así de sus dos hermanos mayores, a

los que encamina a la vida eclesiástica- le da formación en fundamentos de

geometría, dibujo y arquitectura. Igualmente, le hará trabajar a sus órdenes

como ayudante en retablos y esculturas, labor que Diego compagina con el

estudio en un gabinete privado de dibujo creado por uno de los escultores del

Rey. Siendo Juan de Villanueva consciente de la renovación profesional que

inevitablemente va a llegar, y del ascenso en consideración que supondrá para

los arquitectos, orientará entonces a su hijo Diego hacia esta disciplina, que

ingresa en la escuela de Pajes del Rey y después en la Junta Preparatoria,

accede por concurso a trabajar con Sachetti en el Palacio Real e iniciará una

incansable labor de estudio autodidacta de los grandes tratados44. A pesar de

que nunca llega a tener un título oficial, Diego de Villanueva resultará pieza

clave en la historia de la arquitectura por su importante papel ideológico en la

Real Academia de Bellas Artes. Y ambos, Juan y Diego, llegado el momento de

la formación del Villanueva menor, Juan (1739-1811), no dudarán ya en este

caso en la incorporación directa a esa Academia y al pensionado romano,

sabedores de encontrarse en nuevos tiempos donde el aprendiz o el

autodidacta han dejado de protagonizar la formación arquitectónica.

44

GARCÍA MENÉNDEZ, Bárbara, “Los otros Villanueva. El entorno artístico familiar del arquitecto

Juan de Villanueva” en Reales sitios, nº 190, Madrid, Patrimonio Nacional, 2011, pp. 28-47.

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Ese itinerario contrasta con el de Ventura Rodríguez (1717-1785), cuyo

carácter antagónico con Diego de Villanueva, en ideología y estilo, producirá

constantes choques en la creación de la Academia. En efecto, en este caso el

aprendizaje se realiza desde presupuestos tradicionales, es decir, a la sombra

de maestros y en contacto directo con los grandes encargos de que se ocupan.

Así, Rodríguez hereda de su padre la profesión, pero se forma trabajando para

Marchand, Galuci y Bonavia en las obras de Aranjuez, siendo después

contratado por Juvara para ser su ayudante en la obra del Palacio Real, cargo

que mantendrá cuando Sachetti tome el relevo45. Los años de delineación,

realización de maquetas, asistencia en obra, se completan en este caso con el

estudio autodidacta de tratados y estampas, en especial de Bernini y

Borromini, supliendo la carencia de un viaje a Italia.

La comparación del producto de ambos itinerarios es inevitable; si de

Diego de Villanueva se puede resaltar su influencia ideológica y sólidos

presupuestos teóricos, es en Ventura Rodríguez donde encontramos una

sobresaliente obra construida. No puede decirse que esta diferencia sea

consecuencia directa de la formación recibida, sino también de muchos otros

factores entre los que no es menos importante la conocida divergencia de

carácter, relevante en la consecución de clientes. En todo caso, si la influencia

de Villanueva se producirá a través de la Academia, la de Rodríguez lo hará sin

duda a través de una extensa red de discípulos y ayudantes, que colaboran en

la formalización de proyectos suyos por todo el territorio: Lois de Monteagudo,

Manuel Reguera, Francisco Sánchez, Manuel Machuca, Agustín Sanz, Manuel

Martín, Silvestre Pérez,…

45

LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo IV, p. 237.

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En el momento siguiente, ya próxima la definición legal de la profesión,

cabe tratar de un itinerario explícito de la situación transitoria, del momento

en que se gesta e inaugura la Academia, como puede ser el del asturiano

Manuel Reguera (1731-1798), buen ejemplo de quien se ha formado al margen

de ésta pero que necesitará su refrendo en el momento en que se convierte en

un requisito legal. Ayudante desde la infancia de su padre, maestro de obras,

es enviado a la muerte de éste a Oviedo, para trabajar como aprendiz del

arquitecto Pedro Antonio Menéndez -de quien se convertirá en el aparejador

de sus obras- al tiempo que estudia tres cursos de matemáticas en la

Universidad. Y sin duda, existe también un afán autodidacta que es

característico y que se demuestra en su biblioteca, en la que no faltan los

autores canónicos: Fray Lorenzo de San Nicolás, Vignola, Juan de Arfe,

Ardemans, Vitruvio y Perrault. Toda esta formación y experiencia le permitirá

obtener un cargo oficial (Maestro Fontanero del Ayuntamiento de Oviedo) en

el que se mantendrá más de veinte años46.

Por otro lado, la apertura de la Academia y, sobre todo, la

promulgación de las legislaciones competenciales que ya se han repasado,

favorecerán que el propio Ayuntamiento -en el ánimo de contar con los nuevos

titulados que mandan las Reales Órdenes- otorgue a Reguera una beca para

viajar a Madrid a obtener el título de Maestro de Obras, que adquirirá tras

cuatro meses de estancia. Resulta representativo de este confuso momento

transitorio, además, que aun a pesar de que su itinerario formativo, su título e

incluso su propia carrera profesional sean esencialmente las de un maestro de

46

MADRID ÁLVAREZ, Vidal de la, La arquitectura de la Ilustración en Asturias. Manuel Reguera

(1731-1798), Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 1995, pp. 39-42, 84 y 95.

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obras, se presente a sí mismo en numerosos documentos como profesor de

arquitectura, incluso en el propio contrato de Maestro Fontanero47.

Ya en el caso de la realidad académica, que se convertirá en el único

itinerario posible –aunque compatible con una situación de aprendiz en un

gabinete consolidado-, la incorporación temprana al estudio de la arquitectura

era sólo el principio de una larga formación. Diego de Ochoa (1742-1805)

estudia casi diez años48 en la Academia. Aun más se prolongará el aprendizaje

de Lois Monteagudo (1723-1786), que tras una educación previa en su Galicia

de origen en dibujo y matemáticas llega a Madrid para ingresar en la Junta

Preparatoria de la Academia mientras trabaja como delineante para Ventura

Rodríguez; fundada por fin la Academia, se incorporará a la misma durante

cinco años más. Así, sólo en Madrid dedica 13 años al estudio, a los que se

añaden aquellos previos a su venida y seis más de pensionado que pasará en

Roma. En total, resulta un aprendizaje de al menos veinte años49. Muy

posiblemente estos largos periodos de formación son también normales en

otros países de la esfera europea, lo cual explicaría la frase que abre un

opúsculo británico destinado a perfeccionar la profesión: “Si eres joven, es muy

probable que no puedas llamarte con propiedad arquitecto”50.

Y así llegamos a la primera generación de arquitectos cuya educación

profesional se realiza por completo al amparo de la Academia, primero en

Madrid, pero pronto también en Valencia, Zaragoza, Valladolid, Barcelona…

47

En efecto, en su biografía profesional la labor proyectual es anecdótica y sus principales

ocupaciones se dividen entre su cargo público y la formalización de proyectos ajenos, en concreto como “agente” de Ventura Rodríguez en Asturias. Ibid., pp. 159-162, 343-350. 48

SAMBRICIO, C., La arquitectura, op. cit., p. 381. 49

CERVERA VERA, Luis, El arquitecto gallego Domingo Antonio Lois Monteagudo, La Coruña,

Fundación Pedro Barrié de la Maza, 1985, p. 17. 50

Autor desconocido, An essay on the qualifications and duties of an architect, Londres, Taylor,

1773, p. 33.

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Francisco Sánchez, Manuel Machuca, Bartolomé Ribelles, Juan Pedro Arnal,

Domingo de Tomás, Manuel Martín, Silvestre Pérez, Juan de Villanueva,

encabezan una lista que sin duda supone una nueva era en la profesión del

arquitecto. Y a esta seguirá la de aquellos que consolidan esta figura, tales

como Isidro Velázquez (1765-1829): su ingreso en la Academia con doce años e

incorporación como ayudante al estudio de Villanueva con catorce, obtención

de pensión para estudiar en Roma con veinticinco, de donde volverá con

treinta, consiguiendo por fin el título de arquitecto en 1799, con treinta y

cuatro años, puede considerarse ya el itinerario normalizado del acceso a la

profesión51.

51

MOLEÓN GAVILANES, Pedro, Arquitectos españoles en la Roma del Grand Tour 1746-1796,

Madrid, Abada Editores, 2003, p. 314.

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5.2. FIJACIÓN DE LA DOCENCIA

5.2.1. La sistematización del conocimiento

Señala Certeau52 cómo desde el siglo XVI la idea del método trastorna

progresivamente la relación entre el hacer y el conocer; se busca un discurso

que organice la manera de pensar en manera de hacer, que administre

cualquier producción de un modo racional y mediante operaciones reguladas

en cada campo. Este método, “simiente de la cientificidad moderna”, tiende a

la eliminación del binomio teoría-práctica, cuya superación será precisamente

una de las principales aspiraciones de la formación ilustrada. Esto es algo que

ya habían intuido autores como Torija53, cuando apuntaba que para ser

maestro había que aprender pero para ser arquitecto había que estudiar,

reclamando la figura del “maestro científico” como sublimación de ambos.

En este orden, una formalización temprana del cuerpo de

conocimiento ideal lo encontramos en la herreriana Academia de

Matemáticas, que funciona con el patrocinio de Felipe II desde 1582 y hasta

cerca de 162554, para ser absorbida después por el Colegio Imperial al crearse

los Reales Estudios. Ya se ha tratado antes cómo su intención va más allá de la

consecución de “profesores consumados” al tratar de obtenerse para ellos –sin

éxito- la exclusividad de los cometidos relacionados con las competencias

adquiridas.

52

CERTEAU, Michael de, La invención de lo cotidiano, México, Universidad Iberoamericana,

2010, p. 75. 53

TORIJA, J., Tratado breve sobre las ordenanzas, op. cit., p. 18 y capítulo II. 54 SIMÓN DÍAZ, J., “Nueva imagen”, op. cit., p. 36.

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Pues bien, es claro que para Herrera el conocimiento en el que se basa

la arquitectura no es otro que la matemática, o dicho de otro modo, aquella no

es sino una derivación o aplicación de ésta55. Por ello, no es extraño que las

materias propuestas fueran geometría, aritmética, perspectiva, música,

astrología, gnomónica y mecánica. Es, de todos los ofertados en esta

Academia, el programa más ambicioso y variado, entendiendo que la

arquitectura “presupone algo de todas las artes, y sciencias de que se adorna la

policia humana”56. Y como bibliografía esencial, no podía ser de otra manera,

se propone a Vitruvio y a Alberti.

Con este programa, parece que Herrera toma partido claramente por

un carácter científico de la arquitectura57, contentándose con desarrollar

teoría, y relegando la enseñanza con contenido artístico58 o la importancia del

saber constructivo. Pero para alguien que ha asumido la enorme

responsabilidad de la fábrica escurialense y ha pasado interminables horas a

pie de obra, buscando sin descanso la excelencia artística y coordinando el

55

Hay que comprender que en los albores de la ciencia moderna ésta goza de un carácter

humanístico contrario a la perniciosa división actual entre ciencias y letras. De hecho, la ciencia en sus primeros siglos es también denominada filosofía experimental. Son más los autores que colocan a la arquitectura como cercana a la matemática y la física, sin que por ello se menosprecie la cualidad artística. ANDRADE, D., Excelencias, antigüedad, y nobleza, op. cit., p. 22. 56

HERRERA, J., Institución de la Academia, op. cit., p. 15. 57

Es necesario atender al perfil del personaje renacentista, que llega a la arquitectura de modos

diversos y seguramente a la par que se interesa por tantos otros campos, y para quien el saber no se parcela sino que es único, realmente integrador. El mismo Herrera, que progresa intelectualmente desde su origen de soldado, se interesa por variados campos, difunde conocimientos naturales desde expediciones americanas, colaborando en su patrocinio, inventa instrumentos de navegación, estudia mejoras en la cartografía, forma una enorme y variada biblioteca, etc. VICENTE MAROTO, María Isabel, “Juan de Herrera, científico” en AAVV, Juan de Herrera, arquitecto real, Madrid, Lunwerg Editores, 1997, pp. 157 a 207. 58

El perfil de algunos profesores de la Academia es expresivo en este sentido. Cristóbal de Rojas es la gran figura de la arquitectura militar de la época, y autor de un conocido manual de fortificación. Tiburcio Spanoqui, al servicio de Felipe II, es ”ingeniero mayor, arquitecto militar e hidráulico”. LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo III, p. 84.

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enorme programa decorativo que encierra aquella, desechar faceta alguna de

la profesión es más que improbable. Puede pensarse más bien que Herrera no

tiene un afán tan ambicioso como la formación completa del arquitecto o la

revolución de las condiciones de aprendizaje, sino que sólo busque (¡nada

menos!) completar la laguna científica que presenta el profesional de la época,

sin cuestionar en modo alguno el itinerario habitual de formación práctica del

que él mismo es fruto. Con ello daría respuesta al problema más habitual en el

maestro de entonces, de acuerdo a los tratadistas, al cual sobra muchas veces

experiencia en obra, pero que no tiene modo alguno de adquirir una formación

superior.

El programa herreriano bebe, en todo caso, en las fuentes vitruvianas

que, como se ha comentado, se han convertido en autoridad indiscutible,

muchas veces sin más razón que la costumbre. Tanto es así que precisamente

uno de los aspectos del Romano que mayor influencia y pervivencia tendrá

será el que toca a la formación necesaria para la arquitectura. No se trata solo

de conseguir la reclamada conjunción de teoría y práctica59, algo en lo que

nadie expresa desacuerdo, sino que a ese principio elemental se añade un

detallado cuerpo de disciplinas del que proceden de forma directa los

programas de estudio académicos e incluso los adoptados después en las

escuelas de arquitectura.

59 “La teorica de la Arquitectura es el conocimiento que de ella se puede adquirir por el estudio

de los libros, por los viajes o por la meditación. La práctica es el conocimiento que se adquiere por la ejecución y conducta de las obras. Estas dos partes son de tal modo necesarias que los Arquitectos que intentaron llegar a la inteligencia de su Arte con solo el ejercicio, por mucha que fuese su fatiga, jamás hicieron gran progreso; ni tampoco le lograron los que con solo el estudio de los libros y la meditación pensaron conseguirle”. PERRAULT, Claudio / CASTAÑEDA, Joseph, Compendio de los diez libros de Arquitectura de Vitruvio, Madrid, Imprenta de Gabriel Ramírez, 1761, p. 20.

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Vitruvio se refiere, en concreto a la redacción y el dibujo, geometría y

aritmética, historia de la arquitectura, filosofía moral, medicina –en relación a

la salubridad-, leyes –en relación a servidumbres-, astronomía –en lo que toca

a soleamiento y diseño de relojes de sol-, e incluso la música60. Es toda una

serie de materias que convierte el aprendizaje de arquitectura en una gesta al

alcance de muy pocos, máxime antes de que su sistematización permitiera el

atenderlo en un itinerario organizado. No son pocos los tratadistas que

recomiendan la simplificación de este programa; el mismo Alberti se posiciona

en un plano más pragmático especificando lo que hay de relativo en la

necesidad de estas materias; así por ejemplo, en lo que toca al conocimiento

de leyes, escribe: “el que dixere que conviene que el architecto sea iuris

consulto, porque en el entretanto que se edifica se tratan los derechos de

desviar las aguas y de regir los términos, de anunciar las obras y otras muchas

cosas que con derechos se definen, a estos no les escuchare yo” 61.

En general y en lo que toca a la aceptación del programa vitruviano, la

actitud de los tratadistas son diferentes según se trate o no de alguien que

ejerce de un modo u otro la arquitectura, como el mencionado Alberti, pero

también desde la platería como Juan de Arfe, que afirma “…no fuera posible al

entendimiento humano comprehender tantas cosas”62. Para estos autores, el

60

VITRUVIO, Marco Lucio / BLÁNQUEZ, Agustín, Los diez libros de Arquitectura, Barcelona,

Iberia, 2000, libro primero, capítulo 1. 61

ALBERTI, León Baptista / LOZANO, Francisco, Los diez libros de architectura, Madrid, Imprenta

de Alonso Gómez, 1582, p. 299. 62

Juan de Arfe, autor de un tratado temprano y sin embargo de enorme pervivencia, con

reediciones incluso en el siglo XIX, introduce un interesante punto de consideración, al proponer una formación ajustada a la realidad del oficio, en la confianza de que las disciplinas accesorias serán buscadas después de forma natural por el profesional. De este modo, distingue lo necesario de lo complementario, pero sin perder de vista que la excelencia sólo se alcanzará con esa formación intelectual añadida, que podemos deducir está reservada a los mejores. ARPHE, Juan de / ENGUERA, Pedro, Varia commensuracion para la Escultura y la Arquitectura, Madrid, Imprenta de Plácido Barco, 1795 (1ª ed. 1585), introducción y p. 219.

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realismo debe dominar la formación a recibir, entendiendo ésta como el

conjunto de conocimiento tanto práctico como teórico que realmente tenga

aplicación en el ejercicio. Si continuamos usando de ejemplo lo que debe saber

el arquitecto de leyes, esta opción la expresa Brizguz y Bru en términos

albertinianos: “que de la jurisprudencia tome [el arquitecto] la noticia de las

leyes, que pertenecen a los derechos, y servidumbres de los edificios; para que

hechas las obras, no les queden a sus dueños contiendas, y pleitos”63. Frente a

ellos se sitúa la aceptación estricta y de gran exigencia del programa de

Vitruvio que defienden aquellos autores que son puramente teóricos y que se

sitúan casi siempre en el siglo XVIII; tal opción se halla en la raíz de los

esquemas académicos, formulados desde tales requerimientos.

En este punto, se puede considerar a Diego de Villanueva como el

paradigma de la opción dieciochesca, no sólo porque su ideario resulte

inequívocamente representativo, sino porque su importante papel en la

creación y dirección de la Academia de San Fernando le permitió plasmar al

menos en parte ese ideario, ejerciendo una fuerte influencia en la formación

reglada de la arquitectura. Ya se ha comentado su opción de partida, que es el

rechazar el itinerario que comienza en la obra; alguien acostumbrado a escasas

condiciones de salubridad y comodidad nunca llegará a diseñar edificios que

respondan a los mejores requerimientos, quien vive trepando por andamios no

podrá nunca idear una escalera ejemplar64, razona Villanueva. A esto se añade

en consecuencia su principal postulado, que resume la preocupación que tanto

ha ocupado aquí y llega hasta este momento ilustrado convertida en principio

63

BRIZGUZ Y BRU, Atanasio Genaro, Escuela de Arquitectura Civil, Valencia, Imprenta de Joseph

de Orga, 1738, p. 16. 64

VILLANUEVA, Diego de, Colección de diferentes papeles críticos sobre todas las partes de la

Arquitectura, Valencia, Imprenta de Benito Monfort, 1766, p. 3.

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rector: la superación de una vez por todas de la división entre teoría y práctica,

de la dualidad arquitecto teórico frente a arquitecto práctico, de arquitecto

científico frente a arquitecto trazador o artista.

“Otra causa del atraso de la Arquitectura viene de los mismos que se

dedican a este Arte, que debemos dividir en dos clases: Los primeros son los

meros constructores, gente por lo regular miserable, y pobre, faltos de

educación, y principios, empieza por aprendiz, llega a oficial, y despues a

maestro, el que solo aprendio lo que vio hacer a otro como él (…). Los segundos

son los puros delineadores, estos con algo de dibujo de la figura, haver copiado

al Viñola, tener presentes las obras estampadas de Micael Angel, Bernino,

Borromino, &c. poco, o nada de Matematicas, Fisica, (…) ya se tiene por

famoso, recibiendo mil aplausos de todos los que ven sus planos, que entre mil

se puede conjeturar sin temeridad no havra uno que aun conozca la

Arquitectura por su definicion”65.

Diego de Villanueva, perfecto ilustrado, es hombre de pasión suficiente

como para ahondar en este asunto hasta su definición detallada. En el breve

pero denso libro donde plasma este ideario se contiene también su propuesta

de plan de estudios, conclusión y materialización del ciclo iniciado por el

Romano y germen de los planes de la edad moderna66.

65

Ibid., p. 159. 66

Esta postura contrasta paradójicamente con la que adoptará su hermanastro Juan cuando

muchos años después asuma la responsabilidad de la dirección académica. Sus numerosos bocetos e informes sobre planes de estudio, inacabados, expresan su escepticismo sobre una formación organizada en torno a un cúmulo de saberes muchas veces tangenciales y casi siempre excesivos. Como sabemos, Juan de Villanueva producirá mayor y mejor docencia desde su propio estudio y en sus discípulos, que desde la Academia, a la que no dedicará mucho esfuerzo. CHUECA GOITIA y DE MIGUEL, La vida y las obras, op. cit., pp. 160, 216 y 251.

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Tal propuesta, que se adjunta aquí como ilustración, distingue las

materias consideradas “de necesidad absoluta” de aquellas complementarias o

“que sirven de adorno”; esta doble exigencia es una idea heredera sin duda de

3. Propuesta de organización de estudios de arquitectura, incluida por Diego de Villanueva en su obra Colección de diferentes papeles críticos sobre todas las partes de la Arquitectura (Valencia,

Imprenta Benito Monfort, 1766, pp. 50-51)

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199

Arfe67, que permite producir profesionales en primera instancia, pero también

la elevación posterior de los mejores a la excelencia.

Como se observa, el esquema recoge la panorámica vitruviana

(exceptuando la Música, relacionada tanto con maquinaria bélica como con la

acústica68), pero con una diferencia esencial: como expresa en su margen y en

el texto que describe el programa69, de las materias no específicamente

arquitectónicas debe tomarse sólo aquello que útil en el ejercicio. Esta

apreciación enlaza a Villanueva con la línea de autores con oficio, ya que sabe

lo difícil que resulta formarse en la matemática, por ejemplo, sin programas ni

libros de referencia adaptados a las necesidades profesionales. No es raro

entonces que entre las asignaturas que inauguren la Academia y para las que

se encargarán libros de texto se hallen la geometría y la aritmética70, ni extraña

que resolver su formación se convierta en un cúmulo de tropiezos sólo

superados con la creación de temarios específicos y adaptados al oficio,

además de con el nombramiento de un notable matemático71.

Si la base matemática es para entonces unánimemente reconocida

como necesaria en el correcto ejercicio, hay que recordar que ello se relaciona

de forma directa con la ignorancia de quienes procedían del itinerario de la

pura experiencia en obra, causantes de un sinfín de problemas y pleitos: sin

geometría ni aritmética es imposible replantear correctamente, cubicar piezas,

medir y tasar con precisión, ajustar las cuentas en obra… Pues del mismo

67

El tratado de Arfe es para Diego de Villanueva “una de las mejores obras que tenemos de

estos tiempos”. VILLANUEVA, Colección de diferentes papeles, op. cit., p. 164. 68

VITRUVIO / BLÁZQUEZ, Los diez libros, op. cit. p. 8. 69

VILLANUEVA, D., Colección de diferentes papeles, op. cit., p. 46. 70

Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Curso de Arquitectura Civil para la instrucción

de los discípulos, Madrid, Imprenta de Joachim Ibarra, 1765. 71

Se trata de Benito Bails. Véase QUINTANA MARTÍNEZ, A., La arquitectura y los arquitectos, op.

cit., pp. 68-75.

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modo aunque desde el extremo contrario, los que intentaron auparse a la

dignidad del arquitecto desde el dibujo o la pintura justificaban la igualmente

aceptada necesidad de conocer el arte de construir. Es preciso entender los

procesos edilicios y la correcta utilización de los materiales entonces al uso

(ladrillo y baldosa, piedra, cal, arena, yeso, madera72). Las técnicas de su

puesta en obra son materias incluidas sin embargo en muchos de los tratados y

manuales en circulación73, por lo que su aprendizaje resultaría más fácil de

organizar.

La base tecnológica de la formación queda planteada por tanto sobre

esos dos pilares, matemática y construcción, sin más que añadir una disciplina

que participa de ambas y cuyo dominio fue tradicionalmente muestra de la

calidad del maestro o arquitecto, y que es la estereotomía o montea, ese arte

de diseñar el corte de las piedras para su correcta colocación y sustentación.

En efecto, la solidez de un edificio ha dependido entonces y ahora de su

estructura, pero no será hasta el siglo XIX cuando el desarrollo de las

aplicaciones del cálculo diferencial posibilite el uso de materiales y diseños

estructurales anticipados y optimizados desde el papel74. Mientras tanto, el

72

Tales son en concreto los repasados en las proposiciones 12 a 30 de ORTIZ Y SANZ, José,

Instituciones de Arquitectura Civil, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, (facsímil del manuscrito de 1819). 73

Quizá los más interesantes a estos efectos sean los de Brizguz y Bru (Escuela de Arquitectura

Civil, 1738), Rieger / Benavente (Elementos de toda la Arquitectura Civil, 1763) y Juan de Villanueva (Arte de Albañilería, 1827); para su referencia completa se puede acudir a la bibliografía adjunta. 74

Con ello se dará respuesta a las demandas de los arquitectos dieciochescos, que de algún

modo intuyen las posibilidades que las nuevas herramientas matemáticas ofrecerán en el futuro para el cálculo de los elementos sustentantes. “El problema […] pertenece a un punto de los más delicados de la Architectura, qual es: averiguar el equilibrio del empuje, y peso de los Arcos, y Bobedas con sus Muros, en cuya investigación se han fatigado los mas celebres Mathematicos, y Architectos, y hasta ahora por ninguno se ha dado solución”. RODRÍGUEZ, Ventura, en su introducción a SOTOMAYOR, Joachin / Conde de Espie, Modo de hacer incombustibles los Edificios, sin aumentar el coste de su construcción, Madrid, Imprenta de Pantaleón Aznar, 1776.

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responsable del diseño estructural, el que debe dirigir a los canteros a la hora

de cortar la piedra, necesita conocimientos que aúnan la geometría descriptiva

con la resistencia de materiales, y un error en sus labores será inevitablemente

causa de males mayores. Ello explica que desde antiguo se editaran manuales

de montea, algunos ciertamente populares, de los que muchas veces se podían

extraer directamente diseños de piezas ya probadas, con todas sus

dimensiones75; la carencia matemática señalada impide la anticipación y

optimización del diseño estructural, y aquel que quiera ir más allá de esos

simples catálogos solo podrá acudir a sistemas de proporción directa como

única herramienta76. En una época en que los alardes estructurales están lejos

de la audacia gótica, son probablemente suficientes77.

Finalmente, el dibujo cierra el grupo de disciplinas que se entienden

como la base en la que cimentar el aprendizaje de la arquitectura. Tanto el

dibujo natural o artístico como el artificial o técnico, son entonces y siguen

siendo herramientas capitales para el arquitecto, aquel para trabajar en la fase

de concepción, el otro para poder comunicar sus resultados a terceros. Para

Ortiz y Sanz, por ejemplo, el dibujo será una de las materias que debe

considerarse eliminatoria en su examen, dado su carácter de instrumento

básico. “Soy de dictamen, que las Academias de Arquitectura no debieran

pasar a nadie de Maestro Arquitecto, sin que ante todo, y a vista del Cuerpo

Académico, dibuxase en tres horas una figura del desnudo; y lo bien o mal

75

Destacan en este caso los tratados de Torija (Breve tratado de todo género de bóvedas, 1661) y Tosca (Tratado de la montea y cortes de cantería, 1727). Ambos se encuentran referenciados con detalle en la bibliografía adjunta. 76

Valga como ejemplo de estos métodos el capítulo 23 de SAN NICOLÁS, Lorenzo de, Arte y uso

de architectura, Madrid, Imprenta de Juan Sánchez, 1639. 77

Como se ha señalado: “Muy posiblemente, los diseñadores góticos conocían mucho mejor que

los científicos ilustrados del siglo XVIII lo que significaba una fuerza”. ESCRIG PALLARÉS, Félix, “La estructura gótica, o de cómo las fuerzas encontraron su camino”, en GRACIANI, Amparo (ed.), La técnica de la arquitectura medieval, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2011, p. 265.

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entendido de esta, le abriese o no le abriese la puerta para el examen de

Arquitectura”78. Por ello, tanto el dibujo artístico como el técnico tendrán

amplia representación en la enseñanza académica; baste para ilustrarla el

relato de Rejón de Silva: “Todos los días por espacio de dos horas, que

empiezan al anochecer, se ocupan los Discípulos, cuyo número asciende a mas

de 400, en dibuxar y modelas el Natural, el Modelo de yeso, y los principios del

Arte en sus respectivas salas, dirigidas por el Director o Teniente que le toca. En

otra sala delinean los Arquitectos, y los que se exercitan en la Perspectiva, y en

otra se instruyen los principiantes en la Aritmética y Geometría”79.

Esta división disciplinaria en matemáticas, construcción, montea

(estructuras), dibujo artístico y técnico…, que con inevitables matices procede

de forma unívoca del tratado de Vitruvio, quedará ya fijada de tal modo en las

academias y en sus herederas las escuelas universitarias que se mantendrá

hasta nuestros días, en que los modernos centros incluso se compartimentan

administrativamente desde tal esquema. Ello lleva a cuestionar una vez más la

herencia del Romano, que quizás se sitúa en el origen de algunos de los

problemas de la formación actual, como la insalvable estanqueidad

organizativa y la dificultad que presenta conseguir la deseable transversalidad

de conocimiento que una actividad como la arquitectónica requiere. El legado

de una síntesis tan brillante como es la triada vitruviana, esa perfecta

conjunción de firmitas, utilitas y venustas que debe ser la arquitectura, ha

favorecido por otro lado la desintegración de la sabiduría constructiva al

posibilitar la independencia de sus componentes, un problema que sólo los

78

ORTIZ Y SANZ, J., Instituciones, op. cit., proposición 5ª. 79

Debe entenderse que se está hablando del total de alumnos de la Academia, siendo menor el

de los que se forman únicamente para la arquitectura. REJÓN DE SILVA, Diego Antonio, Diccionario de las nobles artes para instrucción de los Aficionados, y uso de los Profesores, Segovia, Imprenta de Antonio Espinosa, 1788.

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admiradores del Gótico han sido capaces de intuir en distintos momentos de la

edad moderna de la arquitectura80 por razones obvias.

5.2.2. Imitación, Orden y Academia

Con la sistematización de los estudios de matemáticas o de tecnología

constructiva se persigue resolver uno de los grandes problemas de la

arquitectura, de acuerdo a los ideales ilustrados que no distinguen entre

ciencia y arte, y formar así profesionales con una elevada capacidad resolutiva:

medir y tasar, competencias seminales del arquitecto reglado, sólo pueden

acometerse desde esos conocimientos técnicos.

Pero no debemos menospreciar esa otra vertiente de la refundación

profesional a la que se está asistiendo, la deseada renovación estilística, que

sólo puede hacerse desde la competencia de la ideación; puede que esta no

sea la que más importa al poder legislativo81, pero como ya ha quedado

argumentado es, de facto, la que realmente define al arquitecto, y sin ninguna

duda, una de las prioridades de quien crean e impulsan la Academia.

Pues bien, en lo que se refiere al proyectar, la docencia parte de una

base indiscutible que es defendida de forma unánime por los tratadistas: la

80

Hay que remitir de nuevo al excelente trabajo de GONZÁLEZ MORENO-NAVARRO, José Luis, El

legado oculto de Vitruvio, Madrid, Alianza editorial, 1993, pp. 216 a 220. En el mismo se argumenta como no será hasta 1802, cuando Durand publique Précis des leçons d’architecture, que se recupere el espíritu de Alberti y se rechace por primera vez y abiertamente la simplificación que supone la triada, causante de la escisión de la arquitectura en tres artes independientes. Durand estudia la construcción desde sus elementos constructivos (cimientos, muros, cubiertas), como hizo Alberti, y no desde los oficios o desde los materiales, recuperando aquella línea en la tratadística. 81

Se observa de nuevo el hecho de que en la ya citada Real Cédula de 30 de mayo de 1757 las

competencias definidas inicialmente sean las de “medir, tasar y dirigir fábricas”, es decir, las correspondientes al maestro de obras, y no sea hasta varias páginas después que se añada el “idear” como definitoria del arquitecto.

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imitación82, a la que sigue en consecuencia el buscar la oportunidad de

contemplar las mejores muestras, es decir, el viaje de estudios. Ambas

herramientas educativas serán pues las que vertebren la organización de los

estudios conducentes a obtener del alumno una capacidad de idear de

acuerdo a lo que se consideran los más elevados requisitos del Arte, una vez

cumplidos los de la Ciencia con las disciplinas auxiliares ya descritas. Rieger,

por ejemplo, es tajante al respecto: “Su práctica no se halla sino es con la

imitación de singulares delineaciones, registro diligente de Autores, y con

peregrinar y ver mucho, que es lo que para esta Ciencia se requiere, para que

tomando muchas ideas y formas de otras Obras, se logre alguna nueva

aplicación con adelantamiento del Arte”83.

No es el objetivo la imitación en sí misma, sino el modo de entender y

reflexionar sobre los grandes modelos anteriores, ejemplos de bondad

comprobada, y cuyo conocimiento será imprescindible a la hora de permitir

proponer avances y novedades, que de este modo estarán sólidamente

cimentadas en una tradición incontestable. Así, se espera del discípulo que

también vaya aprendiendo a discernir qué hay de acertado o de errado en los

modelos que pacientemente tendrá que medir, dibujar, copiar…, pero sobre

todo que de forma natural se inscriba en una cadena de progreso de la

arquitectura de la que cada gran arquitecto es un eslabón más. Este

discernimiento, esta búsqueda de la imitación interpretada que disecciona y

82

Es sin duda considerada entonces la herramienta por excelencia, no sólo en la enseñanza de la

arquitectura, sino en la de todas las artes. “Es tan grande el poder de la imitación que la mayoría de las veces copiando bien el estilo del modelo, éste se aprende de tal modo que las cosas imitadas se confunden con las del maestro”. VASARI, Giorgio, Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos, Madrid, Catédra, 2010 (1ª ed. 1550), p. 326. 83

RIEGER, Christiano / BENAVENTE, Miguel, Elementos de toda la Arquitectura Civil, Madrid,

Imprenta de Joachim Ibarra, 1763, p. 49.

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descifra el ejemplo, permitirá superar otro de los vicios del viejo oficio: la copia

indiscriminada de modelos y cartillas, que ha permitido que a muchos

maestros sin capacidad se les permitiera trazar e idear, con discutibles

resultados.

Ello explica avisos como este: “No crean los principiantes que es delito

no imitar precisamente aquello que han hecho los célebres Maestros, antes

bien estén persuadidos que jamás se debe contar con la autoridad de los

exemplos, quando contra ellos milite una razón demostrada, y que sin esta

máxima jamás serán Arquitectos juiciosos ni verdaderos”84. Es sin duda una

idea heredera del manierismo, y en especial, de las enseñanzas de Palladio,

quizá quien mejor asentó el ideal renacentista o al menos de forma más

influyente desde sus Cuatro Libros85. La gran lección del arquitecto de Vicenza

es el utilizar su erudición sobre Vitruvio y la antigüedad como una herramienta

más de la ideación, y que sus edificios sean una consecuencia del atento

estudio de los modelos, no una imitación de los mismos: arquitecturas

“nuevas, sí, pero con carácter antiguo”86. Con esto se introduce en el cuerpo de

materias formativas, aunque sea indirectamente, el necesario estudio de la

historia de la arquitectura, algo que si bien no se expresa de forma explícita en

84

BRANCA, Juan / VEGNI, Leonardo / HIJOSA, Manuel, Manual de Arquitectura, Madrid,

Imprenta de viuda de Joachín Ibarra, 1790 (1ª ed. 1772), p. 7. 85

No es por supuesto el único. De gran influencia en este sentido es también Serlio, que se

inscribe en la misma esfera temporal e ideológica, y dedica su libro tercero por completo a las “antigüedades”, edificios modélicos recientes y de otros tiempos, casi siempre romanos, pero también de Venecia o Nápoles, e incluso más exóticos como la pirámide y esfinge egipcias. También expresa un ataque claro a la imitación ciega, y a no considerar modélico nada sólo por ser antiguo. SERLIO, Sebastián / VILLALPANDO, Francisco de, Tercero y quarto libro de architectura, Toledo, Imprenta de Juan de Ayala, 1552, p. LV verso. 86

No es extraño, pues, que las láminas de Palladio se encuentren entre las favoritas de los

alumnos de la Academia a la hora de buscar puntos de partida en sus trabajos. RODRÍGUEZ RUIZ, Delfín, José Ortiz y Sanz. Teoría y crítica de la arquitectura, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, 1991, p. 53.

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los programas, subyace en el ideario clásico al menos desde que Alberti lo

pusiera por escrito87.

La imitación como herramienta se relaciona, en su nivel más sencillo,

con el estudio y conocimiento de los órdenes clásicos, materia que adquiere un

enorme protagonismo en el aprendizaje y a la que tanto los programas de

estudio como los libros de arquitectura dedican una gran parte de sus

páginas88, cuando no todas89. Se trata de llegar a aprender un lenguaje o, más

bien, una gramática ya probada de resultado seguro. Su perfecto conocimiento

y correcto uso garantizan que el juego de proporciones del edificio sea eficaz,

solucionando por tanto sin riesgo buena parte de los requerimientos del

objeto construido. Por supuesto, la inexistencia de un canon que se pueda

considerar absoluto –ya se ha señalado el problema creado por la ausencia de

las ilustraciones originales de Vitruvio- producirá innumerables versiones e

interpretaciones acerca de tal gramática, para cuyo aprendizaje las fuentes son

variadas. Y habrá también quien no entienda el potencial del orden como una

herramienta proyectual para el establecimiento de proporciones correctas,

87

ALBERTI / LOZANO, Los diez libros, op. cit., p. 298. 88

Para señalar algunos ejemplos expresivos podemos acudir a esos autores especialmente pragmáticos: Brizguz y Bru (Escuela de Arquitectura Civil, 1738) dedica al orden todo su primer libro, que resulta de 79 páginas, en contraste con las únicas 13 que destina a exponer la Geometría. En Rieger / Benavente (Elementos de toda la Arquitectura Civil, 1763) el orden ocupa nada menos que 95 páginas de las 304 que tiene el cuerpo principal del libro. La referencia completa de ambos tratados se encuentra en la bibliografía adjunta. 89

Como monográfico, sin duda la popularidad -quizá debida a la practicidad que supone ser

eminentemente gráfico- del tratado de Vignola le hace ser el ejemplo más característico, con sucesivas ediciones hasta bien entrado el siglo XIX. La primera española es VIGNOLA, Jácome de / CAXES, Patricio, Regla de las cinco órdenes de architectura, Madrid, n/c imprenta, 1593, pero quizá de mayor calidad sea la auspiciada por la Academia de Bellas Artes, VIGNOLA, Jácome de / VILLANUEVA, Diego de, Regla de las cinco órdenes de arquitectura, Madrid, Imprenta de Joachim Ybarra, 1764. Aún en 1813, como se señala, la Academia de Cádiz lanzará su propia edición: ACADEMIA DE NOBLES ARTES DE CÁDIZ, Principios de arquitectura según el sistema de Vignola Cádiz, n/c imprenta, 1813.

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reduciendo su uso a simple

decoración90, sin relación

alguna en su aplicación con

la calidad del edificio.

El alcance en el uso

del orden variará

enormemente, de acuerdo

a lo comentado, a lo largo

del siglo XVIII, partiendo de

esa imitación ciega de las

cartillas utilizadas como

simples recetarios, con

soluciones y ejemplos

cerrados que se aplican

directamente y casi siempre

de forma incoherente91.

Para final de siglo, sin

embargo, la reflexión se

entiende primordial y previa al despliegue del orden, exigiendo al profesional

que lo aplique como medio y no como fin, adaptándolo a las necesidades del

edificio y no al contrario, e incluso obviándolo si es preciso.

90

Así sucede con Lorenzo de San Nicolás, a pesar de dedicar siete capítulos completos al orden

(del 31 al 37). SAN NICOLÁS, L., Arte y uso,.op. cit. 91

Así lo expresa Ortiz y Sanz, relacionando la cartilla con la única formación posible fuera de los

ámbitos académicos: “Los que por su corta fortuna, por haber nacido en aldea, o por otros accidentes no hayan podido ver o saber camino mas ancho, mas recto, mas seguro que la pobre Cartilla de Vignola para poseer la Arquitectura, despídanse de aspirar a ser Arquitectos: nunca pasarán de la Cartilla. Quiero decir que nunca serán mas que unos albañiles adocenados y de aldea. Nunca desempeñaran científicamente edificios de importancia”. ORTIZ Y SANZ, J., Instituciones, op. cit., prólogo, p. 3.

4. Una lámina de gran influencia: el orden propuesto por Serlio (Libro IV, VI), en la versión castellana de 1552, será

uno de los canones más respetados

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Pues bien, aun alcanzado un relativo consenso entre el cuerpo de

conocimiento a impartir, e incluso sobre una metodología docente basada en

la imitación, la realidad de la puesta en práctica se verá rodeada de tantos

problemas que la formalización de los cursos académicos distará mucho de ser

la deseada. La inasistencia de muchos profesores –por pura informalidad, pero

también por desconocer el castellano, lengua en la que debían impartir su

docencia, quizá también por no tener mucho que enseñar-, y que en el mejor

de los casos enviaban a sus ayudantes, se une a la falta de acuerdo en los

programas concretos a impartir y, durante un tiempo, a la ausencia de

bibliografía de fácil acceso. La coexistencia de dos idearios diferentes entre los

principales directores (el barroco italianizante de Ventura Rodríguez y Sachetti

frente al progresismo neoclásico de Villanueva o Hermosilla) llenaron de

disputas los primeros años de la vida académica que iba incorporando, a pesar

de aquellas y con cierta lentitud, cátedras y asignaturas: matemáticas,

geometría, perspectiva, anatomía,… Los cursos, primero de cinco meses y

luego de siete, se cerraban con sendos exámenes (“de pensado” y “de

repente”) en los que los alumnos aplicaban sus conocimientos a propuestas

propias de ideaciones sobre temas variados, además de realizar un examen

oral sobre contenidos teóricos y problemas matemáticos. Tal organización es

el resultado de la opinión de dos destacados miembros de la academia, a los

que se pide expresión de su parecer: Ventura Rodríguez y José de Castañeda. Si

bien el primero no resulta específico en su respuesta, recorriendo más el saber

necesario que el modo de comprobar su adquisición, será el segundo el que

proponga un esquema muy cercano al finalmente adoptado92.

92

Memoriales de Ventura Rodríguez y José de Castañeda sobre el plan de exámenes, ambos de 2 de febrero de 1758. Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Comisión de Arquitectura, Informes Comisión 1758, signatura 1-28-5.

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El largo y complicado proceso de organización de los estudios

reglados93, en conclusión, contrasta sorprendentemente con la del periodo de

pensionado en Roma, del que se tratará enseguida, y cuyo programa presentó

casi desde el principio una coherencia y un orden que hubiera sido más que

deseable para la propia sede académica.

5.2.3. El viaje de estudios

En la práctica, la imitación en nuestra Academia no alcanza un carácter

directo por falta de medios que, como en la propuesta parisina de Blondel,

incluya la constante visita a edificios tanto terminados como en construcción

“para hacerles ver las reglas de situación, examinando la falta o bondad de

ella”94. No cabe duda que la observación real del objeto construido es

insustituible y cualquier arquitecto que haya viajado en busca del modelo

original puede hacer suya la frase de Ortiz y Sanz: “confieso sin rubor, que

quando yo no le había visto sino en las estampas, creía saber y ser algo: pero

vistolo en sí mismo, me quede atonito y me reconocí un pigmeo”95.

Sin embargo, la escasez de recursos señalada hará que el estudiante

español tenga que contentarse con copiar láminas, a menos que por sus

93

En orden a completar el proceso estudiado, baste aquí este breve resumen de la historia larga

y compleja que supone la formalización de los estudios académicos, que ya ha sido por otro lado estudiada con la necesaria amplitud en otros sitios, a los que se remite al lector. Para una rápida visión global, RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A., El siglo XVIII, op. cit., pp. 41 a 45. Si se busca un detallado estudio del primer periodo de la Academia, QUINTANA MARTÍNEZ, A., La arquitectura y los arquitectos, op. cit.. También es fuente importante NAVASCUÉS PALACIO, P., “Sobre titulación y competencias” op. cit., pp. 123-136. 94

Así se expresa en el informe que maneja como antecedente la Junta Preparatoria,

describiendo la metodología de la escuela parisina; se halla transcrito en QUINTANA MARTÍNEZ, A., La arquitectura y los arquitectos, op. cit., pp. 65 y 133. 95

ORTIZ Y SANZ, J., Instituciones, op. cit., p. 11 del prólogo.

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medios o ganando una beca de pensionado pueda viajar, algo que también es

reconocido unánimemente como una poderosa herramienta de aprendizaje,

ligada a la anterior. Atendamos por ejemplo a cómo Ventura Rodríguez plantea

la educación de su sobrino, Manuel Martín Rodríguez, a quien ya hizo estudiar

humanidades e idiomas e ingresar en la Academia por su inclinación al arte.

Pero cuando decide iniciar el camino de la arquitectura, “le hizo medir y

diseñar los cinco órdenes de ella, y copiar sus trazas, quien con la voz viva y con

el compás le dirigía con sabios preceptos por el buen camino de su profesión”96;

a continuación, lo envía de viaje a Italia y Francia. Se trata sin duda de un

programa muy expresivo de los planteamientos indicados.

96

LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo IV, p. 334.

5. Los pensionados suponen a su vuelta un pilar en la recuperación del clasicismo. Universidad de Toledo (1792), obra de Ignacio Haan

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Es también Ventura Rodríguez quien proporciona a Francisco Sánchez,

tras su paso por la Academia y el pensionado romano, la mejor formación

complementaria, basada precisamente en el viaje, al llevarse a su pupilo y en

calidad de ayudante en numerosos viajes profesionales por toda España: “fácil

es de inferir las ventajas que sacaría de esta expedición al oír las observaciones

de tan sabio maestro sobre los edificios que se le presentarían […] y también

sobre los diferentes modos con que estaban construidos, sobre los materiales,

mezclas, cortes de piedras, variedad de adornos,…”97. Todo ello es lo que se

puede extraer del viaje de estudio, correctamente planteado.

Y si los medios para realizar el Grand Tour -como se denomina en

Europa a ese viaje iniciático y formativo hacia las raíces clásicas- son escasos,

habrá quien, como el arquitecto José Alday, aproveche cualquier

desplazamiento local para comentar y dibujar en su cuaderno de viaje

cualquier muestra de buena arquitectura antigua o moderna que se presente

en su itinerario98. Este afán de conocimiento se halla sin duda en el

fundamento del espíritu del nuevo arquitecto ilustrado.

Ese Grand Tour es de larga tradición en Europa, especialmente en

Inglaterra donde constituye para algunas capas sociales casi una obligación:

“haced que sean como una rueda”, ironiza Sterne99 al respecto. Sin embargo en

España la situación es muy distinta, debido al inevitable freno que ha supuesto

la prohibición hecha por Felipe II en 1559 de realizar estudios en el extranjero;

no será hasta que Felipe V la derogue en 1718100 que el viaje a Roma pueda

convertirse en un objetivo normalizado. Pero hay más razones que explican la

97

Ibid., tomo IV, p. 301. 98

SAMBRICIO, C., La arquitectura española, op. cit., p. 294. 99

STERNE, Laurence, Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy, Madrid, Cátedra, 2011 (1ª

ed. 1759), p. 499. 100

PRIETO GONZÁLEZ, JM., Aprendiendo a ser arquitectos, op. cit., p. 91.

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escasez de arquitectos españoles que buscan mejorar su formación en el viaje

a Roma en los siglos XVI y XVII: hay que considerar que se trata de un

planteamiento caro, al que pocos tienen acceso.

Pero además es aún rara en esos siglos, dominados por el maestro de

obras de itinerario práctico, la inquietud por elevarse en la profesión desde el

conocimiento que se dará en un reducido número de ejemplos: Luis de Lucena,

Gaspar Becerra, Domingo Beltrán o Juan Bautista de Toledo son casos de los

que se ha tratado en epígrafes anteriores, a los que puede añadirse Alonso

Berruguete o el mismo Diego de Sagredo. Más extraño, en apariencia, es que

durante la primera mitad del siglo XVIII, continúe siendo anecdótico el número

de arquitectos en ruta hacia Roma, cuando ya existe la conciencia de un nuevo

tipo de arquitecto e incluso el mismo monarca ha instaurado becas para ello;

ello ha sido entendido por Moleón101 como una reacción del profesional

español ante la invasión de franceses e italianos especialmente en las obras

oficiales, que le lleva a rechazar la influencia de fuera y a reafirmarse en lo

vernáculo.

Será a partir de 1746 con los pensionados de la incipiente Academia,

que el punto de vista empiece a cambiar y éstos pongan su atención en la

recuperación del clasicismo desde sus fuentes más directas.

Vale la pena citar a otro de los escasos ejemplos anteriores al periodo

académico, Francisco del Castillo el Mozo (1528-1586), cuando describe su

estancia romana, puesto que es un testimonio de primera mano que resume la

actividad de estos estudiosos durante su estancia extranjera:

“En lo que toca a la teoría y especulación tube nueve años de exercicio

en Italia, donde florece este arte, viendo, escrudiñando y midiendo las cosas

101

MOLEÓN GAVILANES, P., Arquitectos españoles, op. cit., pp. 76-77.

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antiguas, practicando con maestros habilísimos de aquella nación y de la

nuestra, estudiando los libros antiguos que tratan desta facultad, que todo está

escrito en lengua italiana, la cual tengo tan propicia y familiar como la nuestra.

Ansí mismo, los edificios modernos de maestros famosos de nuestro tiempo he

visto mucha cantidad, que todo esto son libros que despiertan y muestran a no

errar”102.

Dos siglos después, aun cuando los objetivos sean los mismos, la

situación para los pensionados de la Academia será diferente, por cuanto

realizan su estancia organizada con reglamento concreto, que estipula sus

obligaciones durante su periodo de beca.

Así, de los seis años que en principio durará su estancia, pasarán los

dos primeros atendiendo programas de matemáticas, mecánica, montea o

hidrostática, además de estudiar con detalle los grandes tratados de

arquitectura. Los dos años siguientes están protagonizados por el análisis de

los mejores edificios romanos, que deberán medir in situ y de los que deberán

levantar y delinear planos, cuya recepción en Madrid será prueba del

aprovechamiento de la pensión. Por fin, el último bienio se destina a la

ideación de proyectos propios.

Se trataba en suma de un programa completo y organizado con

claridad que, paradójicamente, resulta muy superior al que se estaba

desarrollando en la propia sede de la Academia103. Aun más: el cierre de la

pensión se había planificado con una gira por otras capitales europeas,

visitando los principales edificios de entonces, las nuevas tipologías, las

implantaciones urbanísticas… Desgraciadamente, este ambicioso final de la

formación nunca se llevó a cabo.

102

Ibid., p. 69. 103

RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, A., El siglo XVIII, op. cit., p. 45.

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5. EL ARQUITECTO EDUCADO

214

¿Qué es, en conclusión, lo que obtiene el estudiante de su estancia

extranjera? Demostrar que se trata de una experiencia capital en la formación

del arquitecto y aún más, en la creación de un estilo, puede hacerse

atendiendo a lo que Chueca y De Miguel escriben acerca de quien supone el

culmen de la era académica: “Resueltamente afirmamos que Juan de

Villanueva no sería lo que es sin la lección de las ruinas, que en toda su

arquitectura está la visión plástica de la Roma pintoresca y arqueológica de su

tiempo”104. Quizá ello se fundamente en esta afirmación: “Las ruinas no son

menos que la obra íntegra”105.

104

CHUECA GOITIA y DE MIGUEL, La vida y las obras, op. cit., p. 69. 105

MONEO, Rafael. “Prefacio” en USTÁRROZ, Alberto, La lección de las ruinas, Madrid,

Fundación Caja de Arquitectos, 1997, p. 6.

6. Ejercicio de dibujo extraído del Libro de barios adornos, cuaderno de trabajo de Lois Monteagudo durante su

estancia en Roma como pensionado.

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5. EL ARQUITECTO EDUCADO

215

Moleón, por su parte, divide esta misma lección en la creación de tres

vínculos de la futura obra de Villanueva: el primero, con la filosofía de su

tiempo. El segundo, con la tradición clásica aprendida directamente en sus

raíces. El último, con el lugar concreto en que se situará después cada una de

sus realizaciones106. Cualquiera de los tres explica mucho de su obra, y

cualquiera de los tres es suficiente para justificar el viaje.

106

MOLEÓN GAVILANES, P., Arquitectos españoles, op. cit., p. 153.

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

219

6.1. LA PERFECTA IDEACIÓN

6.1.1. La cualificación del ingenio

La revolución profesional en la actividad arquitectónica a que asistimos

durante el siglo XVIII es como se está comprobando compleja y llena de

facetas. Un nuevo tipo de cliente es uno de los motores de este cambio, pero

también el afán de control de la actividad por parte del poder, el intento de

ascenso en la escala social por parte de algunos profesionales -bajo el que

subyace conseguir un tratamiento especial en cuanto a tasas- y la

impregnación de un ideario ilustrado que impele a muchos a buscar una mejor

formación, son motivos o causas de la mutación desde el oficio a la profesión1.

Pero siendo cierto todo lo anterior, no puede entenderse como la

verdad completa. Con toda su importancia, esa serie de razones pragmáticas

no pueden explicar por sí solas el afán de muchos en mejorar el propio

producto final, en elevar la arquitectura a una categoría de excelencia no sólo

en su uso sino también en su estilo y significado. Las luchas en el seno de la

Academia no se producen sólo por el control de la actividad, sino también por

el triunfo de un modo u otro de formalizar la ideación. No en vano la

renovación estilística de la arquitectura será desde el principio una de las

principales preocupaciones académicas, por la mayor influencia de este arte;

1 Recordemos que no es éste un proceso exclusivo de la arquitectura; otras profesiones se

encuentran en situación de cambio, y en concreto, las artísticas. El cambio de conciencia respecto a su propia personalidad que se produce en el siglo XV es causado por aparecer un ideal de erudición, un nuevo concepto del proceso creativo y un importante cambio en las relaciones entre artista y comprador, según WITTKOWER, Rudolf y Margot, Nacidos bajo el signo de Saturno, Madrid, Cátedra, 2004, p. 52. Detallar el fin de este proceso en el arquitecto es el objeto de este capítulo.

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

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como declara Giacomo Pavia en la reunión de la junta preparatoria de 28 de

enero de 1745, los errores en arquitectura tienen consecuencias de mucho

mayor alcance que en pintura o escultura2.

La perfección en la profesionalidad que sin duda se alcanza al final del

siglo XVIII no es suficiente para alcanzar la cota de calidad que supone, por

ejemplo, el proyecto original del Museo del Prado, ni siquiera el definitivo una

vez eliminado el pórtico de fachada. No, la completa gama de experiencia y

emoción que puede provocar la arquitectura necesita de algo más, de algo que

por muy difícil que sea de objetivar o definir, debe incorporarse al profesional

para poder llegar al menos al escalón inferior de la genialidad, por mucho que

ir más allá requiera quizá de alguna cualidad tan misteriosa como,

probablemente, innata.

Reconocer la existencia de esa cualidad (que recibirá diferentes

denominaciones, buen gusto, ingenio, el no-se-qué de Feijoó3…) es capital para

la afirmación de la individualidad del profesional, ya que es sin duda un rasgo

que pertenece por entero a su poseedor en la medida que haya podido

adquirirlo, que no se enseña pero sí se educa, y que le distingue del resto de

colegas en su propia idiosincrasia. No es en vano que desde que comienza el

proceso de separación de cuadrillas y gremios en el Renacimiento italiano se

empiece también a hablar de genialidad, ya que la existencia de ésta es la

justificación última de tal liberación. Aún más: esta cualidad individual hará

2 BÉDAT, Claude, La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1744-1808), Madrid,

Fundación Universitaria Española, 1989, p. 57. 3 “Entran en un edificio, que al primer golpe que da en la vista, los llena de gusto, y admiración.

Repasándole luego con un atento examen, no hallan, que ni por su grandeza, ni por la copia de luz, ni por la preciosidad del material, ni por la exacta observancia de las reglas de arquitectura exceda, ni aun acaso iguale a otros que han visto, sin tener que gustar, o que admirar en ellos. Si les preguntan, qué hallan de exquisito, o primoroso en éste responden, que tiene un no sé qué, que embelesa”. FEIJOÓ, Benito, Teatro crítico universal (tomo VI), Madrid, Real Compañía de Impresores y Libreros, 1778 (1ª ed. 1734), pp. 367 a 380.

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

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posible una nueva estructura de trabajo en la que los aprendices no serán

autores de la ideación, por mucho que sea su mano la que trace físicamente,

sino que la responsabilidad y el mérito pertenecerán a la personalidad del

Maestro.

La aceptación de la idea renacentista del genio es ahora plena; el

mismo Diderot, iniciador del papel de crítico moderno como cronista desligado

de la producción artística, incluye tal concepto en uno de sus artículos de la

Enciclopedia4, dotándole de supremacía sobre la idea de gusto más en boga.

Ello implica aceptar que la obra de arte es creación de una personalidad

autónoma, y que está por encima de tradición, doctrina y reglas, lo cual tendrá

enormes consecuencias no sólo en la historia del Arte, sino en muchas de las

transformaciones sociales que se venían produciendo desde la Edad Media y

cuyos efectos aun se manifiestan hoy. Así, considerar que el valor de esa obra

ya no deviene del producto ejecutado, sino de su concepción, supone el

nacimiento de las ideas relativas a la propiedad intelectual, que a su vez se liga

a la voluntad de originalidad, a distinguirse del resto de colegas como

4 CHECA CREMADES, Fernando, GARCÍA FELGUERA, María de los Santos, y MORÁN TURINA, José

Miguel, Guía para el estudio de la historia del arte, Madrid, Cátedra, 1980, p. 179.

1. Dos fases de la ideación del Museo del Prado, obra de Juan de Villanueva. Maquetas en la Real Academia de Bellas Artes y en el Museo del Prado, respectivamente

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

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justificación del propio valor, algo impensable en el Medioevo anterior5. La

supremacía de la idea sobre su ejecución lleva a la admiración por el dibujo

preparatorio, por el boceto “como impronta del proceso de creación artística,

en el que se reconocía una forma expresiva especial, diferente de la obra de

arte terminada”; en el mismo se aprecia “la invención artística en su punto de

origen, en un estadio casi todavía no desligado del sujeto”6.

Pues bien, lo expuesto será de una especial pertinencia en el

arquitecto del siglo XVIII.; si todo ello es cierto de forma genérica –o al menos,

comúnmente aceptado-, para él lo será con más motivo. Para empezar, en esta

época la desaparición de los mecenas hace que los artistas deben luchar más

duramente por su supervivencia material7, y por tanto la originalidad y calidad

del producto es cada vez más necesaria. Pero sobre todo hay que pensar que si

hay una actividad artística en la que la separación entre ideación y ejecución es

abismal es precisamente la arquitectura, y más en este momento en que el

profesional ha conseguido desligarse por completo de la contrata,

pretendiendo una independencia total respecto del personal ejecutante. Por

tanto, la popularización de este concepto de genio resulta al arquitecto

especialmente útil para justificar por fin el no ser un oficio manual.

Por todo ello, la codificación de esa cualidad resulta tan interesante

como complicada para los autores del momento; por desgracia, ese algo

indeterminado que lleva a la profesión a su más alta cota será la parte de la

arquitectura más difícil de transmitir. No es además un concepto nuevo, ni

siquiera en el Renacimiento: una vez más, el mismo Vitruvio respalda con su

5 HAUSER, Arnold, Historia social de la literatura y el arte, Madrid, Ediciones Guadarrama, 1957,

pp. 455 a 459. 6 Ibid., p. 459.

7 Ibid., p. 458.

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autoridad su preponderancia, aun cuando tampoco sepa muy bien cómo

expresarla: “La razón de esto es, que siendo la Arquitectura un Arte que, por lo

que mira a la hermosura de sus obras, casi no tiene otra regla que el buen

gusto, consistiendo este en discernir lo bello y lo bueno de lo que carece de esta

circunstancia, es del todo necesario persuadirse que el gusto que se sigue es

mejor que otro, para que insinuándose esta persuasión en la mente de los que

estudian, formen una idea correcta y reglada, sin la cual quedaría siempre vaga

e incierta la elección”8. Discernir lo bello y lo bueno es sin duda difícil cuando la

propia fijación de esas cualidades es ya un problema en sí mismo; de ahí que la

mejor técnica docente desde este punto de vista sea la imitación, de la que se

ha tratado en el capítulo anterior. En efecto, a fuerza de estudiar y repetir los

antiguos objetos que sabemos buenos y bellos –aun cuando no sepamos

porqué-, por fuerza cuando produzcamos los nuevos se habrán contagiado

algo de la bondad de aquellos.

El afán de sistematizar estas cualidades es por supuesto el origen de

innumerables teorías relativas a proporciones, trazados reguladores y sistemas

similares. El Orden clásico es quizá la respuesta más clara en este sentido,

garantizando de su correcto uso al menos una cierta armonía compositiva,

pero son muchas otras las referencias que se pueden encontrar en la

tratadística acerca de lo que deben medir los edificios y sus partes, y de cómo

relacionar unas con otras, llegando hasta la formulación muchas veces de

axiomas lapidarios que muestran una asombrosa seguridad (“…el ornato de

puertas y ventanas no deberá pasar jamás del tercio de la luz…”9). Pero nada

8 PERRAULT, Claudio / CASTAÑEDA, Joseph, Compendio de los diez libros de Arquitectura de

Vitruvio, Madrid, Imprenta de Gabriel Ramírez, 1761, p. 4. 9 BRANCA, Juan / VEGNI, Leonardo / HIJOSA, Manuel, Manual de Arquitectura, Madrid, Imprenta

de viuda de Joachín Ibarra, 1790 (1ª ed. 1772), p. 74.

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de todo esto conseguirá, como sabemos, llegar a desentrañar ese principio

oculto en la gran arquitectura, como ninguna investigación biológica por

profunda que sea ha llegado a explicar el principio vital que anima a los seres

vivos. De hecho, muchas veces lo sublime reside, precisamente, en la no

observancia de los preceptos o, mejor dicho, en su aplicación de un modo cuya

sutileza sólo aprecian unos pocos: “Encuéntrase alguna vez un edificio, que en

esta, o aquella parte suya desdice de las reglas establecidas por los arquitectos;

y que con todo hace a la vista un efecto admirable, agradando mucho más que

otros muy conformes a los preceptos del arte. ¿En qué consiste esto? ¿En que

ignoraba esos preceptos el artífice que le ideó? Nada menos. Antes bien en que

sabía más, y era de más alta idea, que los artífices ordinarios. Todo lo hizo

según regla; pero según una regla superior, que existe en su mente, distinta de

aquellas comunes, que la escuela enseña”10.

Ya hemos visto la propuesta formativa de entonces: imitación y viaje.

Así lo expresa Rieger: “Su práctica no se halla sino es con la imitación de

singulares delineaciones, registro diligente de Autores, y con peregrinar y ver

mucho, que es lo que para esta Ciencia se requiere, para que tomando muchas

ideas y formas de otras Obras, se logre alguna nueva aplicación con

adelantamiento del Arte”11. Pero en general, no encontraremos mayores pistas

que éstas para fomentar esa cualidad oculta.

En este punto resulta un desahogo encontrarse con un tratadista como

Bails12, que es quizá el único que ataca de frente este problema, con un punto

10

FEIJOÓ, B., Teatro crítico universal (tomo VI), op. cit., pp. 367 a 380. 11

RIEGER, Christiano / BENAVENTE, Miguel, Elementos de toda la Arquitectura Civil, Madrid,

Imprenta de Joachim Ibarra, 1763, p. 65. 12

Benito Bails (1730-1797), arquitecto y matemático cuya biografía revela a un perfecto

ilustrado, fue quien organizó las asignaturas de matemáticas de la Academia de San Fernando, cesando con el caos existente en su enseñanza hasta entonces (véase la nota 63 del capítulo 5

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de vista sin duda pragmático; de entrada, sorprende la crudeza con que

declara el carácter cuasi innato de este ingenio, al que considera un don: “Pero

todos estos socorros, bien que juntos con una incesante aplicación, no bastan

para formar un Arquitecto, si no los acompaña el ingenio, que es el talento y

don de la invención. El que no tuviere este precioso don, desengáñese y tome

otro exercicio”13. Para Bails, el ingenio, en caso de poseerlo, no debe sujetarse

a normas, pero al tiempo tampoco “tiene licencia para quanto se le antoje”.

Esta contradicción se resuelve mediante su correcta educación, para lo que se

debe acudir en primer lugar al estudio sistemático de los grandes edificios de

la historia, en el que la reflexión y el discernimiento permitan superar la simple

imitación para “despertar en un alma sublime lo que llamamos emulación, que

es madre de toda excelencia”. En esta contraposición, imitación versus

emulación, coloca el autor la clave oculta de la arquitectura superior, cuyo

objetivo –igual que el del buen gusto vitruviano- es desarrollar la capacidad de

elegir lo mejor a la hora de la ideación, acto en el cual toda la base formativa

adquirida durante años de estudio serán herramientas capitales.

Este intento de categorización de la cualidad invisible de la ideación es

con mucho el más claro que encontraremos en el siglo XVIII, aun cuando siga

sin explicar ciertamente el mecanismo para su enseñanza, máxime cuando

desde el principio el autor acuda a considerarlo un don, incapaz de resolver el

misterio de su adquisición. No es empero una cuestión que Bails rehuya. Al

contrario: si no es capaz de apuntar cómo generar el principio vital de la

del presente trabajo). Es autor de diversos libros, la mayoría destinados a la enseñanza; el que nos ocupa aquí es BAILS, Benito, Elementos de matemática - Tomo XI-I (Arquitectura civil), Madrid, Imprenta de Viuda de Joaquín Ibarra, 1796 (1ª ed. 1783). Se trata de uno de los manuales clave en la formación de los arquitectos de entonces. 13

Ibid., p. 8.

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genialidad, al menos sí se atreve a establecer un programa que permita

despertarlo y potenciarlo:

“1º Exercicio continuado de los sentidos en la consideración de los

objetos. (...) Debe, pues, exercitarse incesantemente el Arquitecto en

contemplar y dibuxar las obras mas hermosas de su arte.

2º La reflexión.(...) Los preceptos solos no pueden infundir el gusto de la

Arquitectura, porque estos no hacen mas que abrir el camino; el cotejo

de las excelentes obras de los grandes maestros es lo que forma el

gusto y dispone el ingenio para la invención. El que de continuo se

exercita en la contemplación de las cosas bellas, no puede menos de

hallarse con freqüencia precisado a comparar unas con otras bellezas

diferentes en una misma línea, y de grado distinto, bien que de un

mismo carácter.

3º El exercicio y la reflexión no bastan como no vayan juntas con

serenidad e indiferencia de ánimo. (...) Por consiguiente para el buen

gusto se requiere ánimo sano y tranquilo en cuerpo sano, con medianos

bienes de fortuna, sin cuyos requisitos no se puede formar juicio de la

belleza artificial.

4º Aplicación a su arte. (...) Entréguese cada uno enteramente al arte

que escogió, y quanto mas le exerciere, quanto mas le estudiare, tanto

mas vasto le hallará, y se formará un gusto tanto mas exquisito.

5º Tolerancia. (...) El que ciñe su aprobación a una sola especie de

gusto, da señas de desaprobar las demás; y como estén arregladas,

esta preferencia no es ni delicadeza, ni severidad, es iniqua

intolerancia.

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6º Discernimiento. (...) Conviene, pues, ver quales son las cosas que

mas han gustado, y distinguirlas de aquellos errores, aquellas

manchas, aquellos lunares inseparables de la humana condición (...).

Son muchas las partes que constituyen la belleza, y es prudencia no

dexarse alucinar de algunas en perjuicio de las demás”14.

A pesar de todo ello, la imposibilidad de objetivar este buen gusto y de

codificarlo en un libro de texto o en una clase magistral obliga a quien quiera

adquirirlo a convertirse en espía de los maestros en quienes esa capacidad esté

reconocida. La única vía posible de apropiación será estudiar su obra pero

también su actitud, discurso e incluso biografía, tratando de obtener de aquél,

como en un proceso osmótico o mejor aún, de recepción de radiaciones o

incluso de contagio, algo de esa capacidad genial que convierte el trabajo

profesional en obra maestra. Esta es la explicación de que a pesar del triunfo

académico en el XVIII o de la posterior creación decimonónica de las escuelas

de arquitectura, el sistema de aprendizaje en taller, a la sombra del arquitecto

reconocido, nunca haya dejado de existir y sea hoy heredero de una tradición

ininterrumpida probablemente desde que comenzó la actividad constructiva,

con todos los matices que se quiera.

Como se ha señalado, la mayor parte del conocimiento requerido para

la profesión reviste un carácter explícito, cuya transmisión puede ser

sistemática y metódica; pero una parte, aquella de la que se está hablando

aquí, es sin duda conocimiento tácito o implícito desde el momento en que

depende de la originalidad del maestro, y sólo siguiendo los pasos a éste

14

Ibid., p. 620.

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puede tenerse alguna esperanza de adquirirlo15. Esta es la razón que explica la

aparente paradoja que cierra la historia de la formación academicista: el

producto más brillante de la misma, Juan de Villanueva, sólo impartirá

docencia desde su propio estudio y a sus ayudantes, que se contarán después

entre los arquitectos más brillantes de su tiempo. Y sin embargo, este perfecto

ilustrado despreciará las dos vías que la Ilustración ha instaurado para la

difusión del conocimiento: el libro y la propia academia16. Sin duda, Villanueva

intuye que sólo podrá transmitir algo de su sabiduría arquitectónica a través de

una relación de pupilaje.

6.1.2. Las reglas de la ideación

Como se ha comentado, el afán de sistematización de la época no se

conforma en la práctica por reconocer que la existencia del no-se-qué es y será

siempre un misterio. Aunque podamos dar por superado el Orden, reducido a

un mero sistema decorativo, no será fácil que los teóricos desprecien siglos de

protagonismo de los preceptos vitrubianos, que supuestamente encierran el

secreto de la sublimación de la arquitectura. Así, la descomposición de la

virtud arquitectónica en principios independientes será reformulada desde

nuevas ópticas, será ampliada y puesta en discusión, pero nunca rechazada.

15 Este asunto ha sido ya tratado en el epígrafe 5.1.1. de este trabajo, y como allí, se debe citar

de nuevo a SENNET, Richard, El artesano, Barcelona, Anagrama, 2010, pp. 86 a 101. 16 En efecto, el único escrito que nos ha dejado Juan de Villanueva es su Arte de albañilería o

instrucciones para los jóvenes que se dediquen a él, Madrid, Imprenta de Francisco Martínez Dávila, 1827, cuyo contenido se expresa claramente en su título, y que no contiene enseñanza alguna sobra arquitectura. Por otro lado, como se señala, si bien ostentó el cargo de Director de la Academia, no fue nunca un puesto que atendiera correctamente o en el que mostrara gran interés. Véase a este respecto la nota 11 del capítulo 5 de este mismo trabajo.

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Lejos quedarán aquellos principios basados en la antropometría que,

con origen en el Medioevo, todavía el Renacimiento creía útiles para el fin de

convertir al hombre en el centro de todas las cosas. En España tales criterios se

habían difundido desde el seminal tratado de Sagredo17, al que siguen otros

autores, incluso alguien tan pragmático como Lorenzo de San Nicolás, pero

discípulo declarado de aquel: “Que el Artifice quando ordena las plantas, sepa

y conozca a que fin se endereça cada una [las habitaciones], porque de no ser

asi, será el todo un cuerpo desproporcionado, y pues vemos en nosotros esta

misma perfeccion, bien es que la imitemos, pues quanto mas se aproximare a

ella, mas perfeta será”. No sólo encontraremos esta defensa, sino también la

necesidad de casar esa tradición con la autoridad vitruviana: “Y aunque no

pone Vitrubio en lo practico

que se haya de componer las

plantas de las fabricas, a

imitación del hombre, ponelo

en lo especulativo, pues

sucesivamente después de

aver tratado de su

perfeccion, pone la que han

de tener las plantas”18. Con

todo, llegado el siglo XVIII

17 SAGREDO, Diego de, Medidas del Romano, Toledo, Imprenta de Juan de Ayala, 1549 (1ª ed.

1526), p. 9. 18 SAN NICOLÁS, Lorenzo de, Arte y uso de architectura, Madrid, Imprenta de Juan Sánchez,

1639, pp. 27v y 29v. De modo específico todo su capítulo 22 se dedica a analizar la belleza de las plantas de conocidos templos, poniéndose en relación cuando se puede con las proporciones humanas, y siempre bajo la autoridad de Vitruvio y Serlio.

2. La correspondencia de la antropometría al orden clásico, un gran esfuerzo de Diego de Sagredo en su

Medidas del Romano (1526) como transición histórica. Ilustración de página 19.

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será raro el autor que aun contemple en la búsqueda de la excelencia

arquitectónica la relación con las medidas humanas.

También parecen arrinconados los argumentos puramente

matemáticos, que durante el Renacimiento habían ocupado horas de

investigación y llenado páginas de especulaciones. Así, Alberti habrá dedicado

su libro noveno por entero a la belleza, obtenida desde relaciones

matemáticas y aplicaciones de la numerología, concluyendo: “Pero desto baste

lo dicho hasta aquí: lo qual si esta bien claro podemos determinar que la

hermosura es una cierta concordancia y venir en una de las partes en la cosa

cuyas son en cierto numero, finicion y colocación avida como la compostura,

esto es, si la absoluta y principal razón de la natura lo pidiere, a esta misma

sigue en grande manera la arte del edificar, con esta toma para si dignidad,

gracia, autoridad, y esta en precio”19. También en España Herrera creía que el

camino era fundamentalmente matemático, dedicando un enigmático

tratado20 a esa figura cúbica capaz no sólo de ordenar la arquitectura, sino la

misma realidad natural y moral. Todo ello queda ahora atrás: “La posición

teórica sobre la que descansaba el punto de vista de Palladio se desintegró en

el siglo XVIII al convertirse la proporción en una cuestión de sensibilidad

individual y de inspiración privada”21.

Encontraremos pues cómo ahora los diferentes teóricos dieciochescos

tratarán de fijar los requerimientos del objeto ideado desde la propia

arquitectura, aun sin negar propuestas anteriores; pero esas reglas que

19 ALBERTI, León Baptista / LOZANO, Francisco, Los diez libros de architectura, Madrid, Imprenta

de Alonso Gómez, 1582, p. 281. 20

HERRERA, Juan de, Tratado de la figura cúbica, útil y necesario para entender los principios de las cosas naturales, s/l., biblioteca Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, manuscrito, 15--?. 21

ROWE, Colin, Manierismo y arquitectura moderna y otros ensayos, Barcelona, Gustavo Gili,

1999, p. 15.

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permitirán determinar el grado de corrección del proyecto formulado serán

ahora derivación directa de los tres principios generales ya señalados: utilitas,

firmitas y venustas22. Esta triada se instala de tal manera en la base de la

arquitectura, que se convierte en razón y ser de su propia definición:

“Arquitectura es el Arte que enseña a trazar y construir un edificio con firmeza,

solidez y hermosura, según el destino que ha de tener”23.

Pues bien, el desarrollo de requerimientos que permiten alcanzar la

perfección en esa definición será muy similar en los diferentes autores que se

ocupan de ellos. Si Ardemans, por ejemplo, proponía seis exigencias (orden,

disposición, euritmia, simetría, decoro y distribución)24, Losada contemplará

cinco (simetría, firmeza, proporción, comodidad y hermosura)25 y Rieger

reducirá la lista a cuatro (ordenación, disposición, decoro y economía)26. Pero

éste también cita al marqués Bernardo Galiani, que ya habla de ocho

conceptos agrupados en dos categorías: sustancia (distribución, economía,

orden y disposición) y apariencia (euritmia, simetría, hermosura y decoro)27.

No importa el número, en todo caso: todos hablan de lo mismo.

De todas las definiciones de estos requerimientos, quizá el recurso

ordenado a las autoridades que realiza Rejón de Silva permita considerar las de

su diccionario como las más pertinentes:

22 Véase la nota 80 del capítulo 5, relativa a la influencia no siempre positiva de esta insistente

triada en la Historia de la Arquitectura. Es en todo caso desde la versión de Perrault, quien articula el índice de su compendio sobre esa terna, que la misma se convierte ya en algo incuestionable. PERRAULT / CASTAÑEDA, Compendio de los diez libros, op. cit.. 23 REJÓN DE SILVA, Diego Antonio, Diccionario de las nobles artes para instrucción de los

Aficionados, y uso de los Profesores, Segovia, Imprenta de Antonio Espinosa, 1788, p. 28. 24 ARDEMANS, Theodoro, Ordenanzas de Madrid, y otras diferentes, Madrid, Imprenta de

Joseph García Lanza, 1754 (1ª ed. 1719), p. 1. 25 LOSADA, Manuel de, Crítica y compendio especulativo-práctico de la architectura civil, Madrid,

Imprenta de Antonio Marín, 1740, p. 5. 26 RIEGER / BENAVENTE, Elementos, op. cit., p. 49. 27

Ibid., p. 251.

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

232

“ORDENACION. Parte de la Arquitectura, que enseña a dar a cada parte

de un edificio la capacidad que debe tener según su destino”.

“DISPOSICION. Parte de la Arquitectura, que enseña a colocar las

partes de un edificio debidamente, según sus destinos”.

“EURITMIA. Parte de la Arquitectura, que enseña a colocar con perfecta

correspondencia a los lados de un edificio cosas totalmente iguales

para satisfacción de la vista”.

“SIMETRIA. Parte de la Arquitectura que enseña a dar la debida

proporción y dimensión a cada miembro respecto a su todo”.

“DECORO. Parte de la Arquitectura, que enseña a dar al edificio el

aspecto y propiedad que debe tener según su destino”.

“DISTRIBUCION. El repartimiento de las piezas y oficinas de una casa, o

qualquier otro edificio”.

“ECONOMIA. Parte de la Arquitectura que enseña el arreglo que debe

tener el Arquitecto al gasto y destino del edificio para ordenarlo todo

debidamente”28.

Pero será una vez más Diego de Villanueva quien traiga estos

requerimientos a una concepción contemporánea de la arquitectura cuando

hable de la conveniencia, quizá no por primera vez29, pero sin duda con una

28

REJÓN DE SILVA, D., Diccionario de las nobles artes, op. cit.. 29 Por supuesto, desde la invención de la tipología en la antigua Roma, clara herramienta de

expansión imperial de la que es testimonio tanto la obra construida aun existente como el repaso vitruviano a diversos usos, nunca se ha perdido de vista la necesaria relación entre forma y función. Pero la consideración de esa relación como algo necesariamente biunívoco y principio rector de la excelencia en el diseño, que llevado al extremo provocará en el siglo XIX importantes debates sobre el concepto de sinceridad en arquitectura, nace sin duda de los presupuestos ilustrados. Y si hay que señalar un antecedente claro, entonces hay que acudir al

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

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novedosa óptica de absoluta modernidad. En efecto, se relaciona ahora el

objeto ideado con la finalidad a que se destina, siendo la satisfacción de este

principio el que a la postre otorgue la perfección al edificio. El objetivo es,

entonces, conseguir una unidad indisociable entre la distribución, la

ordenación y la proporción, es decir, entre la disposición de las piezas y su

relación entre ellas, su adecuado dimensionado, la relación de todo ello con su

uso, añadiendo la proporcionalidad de medios empleados o economía. Dicho

de otro modo, en un edificio correctamente ideado “por los exteriores juzgo

qual pueden ser los interiores”30. Nada está más cerca del espíritu ilustrado que

el reunir lo funcional con lo bello, lo utile con lo dolce, en palabras de Loydon31,

y esta ligazón es la que postula Diego de Villanueva.

Y sabidos los requisitos que la ideación debe cumplir, no está de más

meditar también sobre cómo alcanzarlos, es decir, sobre una posible

objetivación del proceso proyectual. La elección del sitio como primer paso ya

se contemplaba en la fuente vitrubiana32, en especial en lo relativo a

salubridad, así como a la disposición del edificio en él, atendiendo a

soleamiento y vientos dominantes. Pero de acuerdo a lo antedicho, se

introduce ahora y con un carácter relevante la noción de uso relacionada con

la necesidad del cliente: por tanto, las preguntas del “donde, para quien o con

que podemos considerar sin duda el tratado más original y rotundo escrito por un español, y cuyo estudio profundo aun está pendiente: CARAMUEL, Juan de, Architectura civil recta y obliqua (tomo II), Vegevén, Imprenta de Camilo Corrado, 1678, p. 64. 30 VILLANUEVA, Diego de, Colección de diferentes papeles críticos sobre todas las partes de la

Arquitectura, Valencia, Imprenta de Benito Monfort, 1766, pp. 36 a 39. 31 ROSENAU, Helen, Social Purpose in Architecture, Londres, November Books - Studio Vista,

1970, p. 17. 32 PERRAULT / CASTAÑEDA, Compendio de los diez libros, op. cit., pp. 53 a 56.

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que fin se hace la fabrica”33 deben ser anteriores al comienzo del trabajo de

ideación.

Esta fase preliminar cobra especial relieve, y por ello el Dueño de la

Casa, el Señor de Obra, entrará ahora en los manuales de arquitectura como

colaborador imprescindible. A él corresponde señalar sus necesidades, “usos y

comodidades particulares”, y fijar con realismo el gasto que quiere o puede

hacer34. Sólo con estos preliminares resueltos conviene acometer la labor

proyectual, y ya entonces corresponde a la habilidad y experiencia del

arquitecto el poner orden en las ideas del cliente y encontrar el objeto que

resuelva todas ellas y las acomode sobre el terreno elegido de acuerdo a las

características de éste.

Será durante la etapa de ideación cuando entren en juego las reglas y

requerimientos comentados; se entienden ahora de especial importancia la

correspondencia entre el interior y el exterior, la adecuación del plano a la

estructura, y la correcta elección del adorno35. Unir estas tres reglas a la

intención general de anteponer la comodidad a la hermosura36 crea sin

ninguna duda un punto de inflexión en la historia de la arquitectura,

incorporando al ideario de los profesionales una serie de paradigmas cuyo

debate llegará hasta hoy37.

33 BAILS, B., Elementos de matemática, op. cit., p. 31. 34 BRIZGUZ Y BRU, Atanasio Genaro, Escuela de Arquitectura Civil, Valencia, Imprenta de Joseph

de Orga, 1738, libro 2º proposición IX, p. 102. 35

Sin duda, en la segunda mitad del siglo XVIII y aunque fuera de modo tácito se había aceptado

ya la superficialidad en que había terminado el uso de los órdenes clásicos. En todo caso, también era de común aceptación el rechazo al exceso decorativo de periodos anteriores, en especial en España. 36

RIEGER / BENAVENTE, Elementos, op. cit., p. 254. 37

Hablar de sinceridad en la arquitectura, de la que autores como Viollet-Le-Duc, Ruskin, Pugin

o más modernamente, Watkin, se ocuparán con pasión, o el entendimiento del ornato en un abanico que va desde Semper a Loos, pero que llega hasta hoy con recientes trabajos de Navarro Baldeweg, o la accidentada incorporación de los conceptos de uso y función en arquitectura, con

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

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Una vez más será la mente matemática de un autor como Bails el que

trate de normalizar el proceso de la ideación: la regla genérica es el trabajar de

forma abierta, tanteando alternativas diversas en vez de cerrarse a una única

solución, de forma que una iteración de sustracciones y adiciones, de

selecciones sucesivas, conduzca a la mejor respuesta posible. Ni siquiera

llegada ésta debemos considerar cerrado el proceso, por ser aconsejable huir

de las prisas y dejar reposar la ideación cuanto sea necesario, para volver a ella

luego, sin pasión, como si fuera ajena y con total objetividad, tornando de

nuevo a eliminar lo erróneo y manteniendo lo acertado38. Es interesante que

este autor introduzca un gran realismo en la labor de concepción,

recomendando tener siempre presente la futura construcción, es decir, que

desde el primer momento el diseño incorpore soluciones estructurales y

constructivas39; si llegado ya este final del siglo XVIII esto no fuera así, si el

arquitecto no estuviera ya capacitado para incorporar belleza y tecnología, el

fracaso en el proceso de profesionalización sería absoluto y la vieja aspiración

de unir teoría y práctica en un maestro científico habría quedado inalcanzada.

Ello fundamenta la importancia de la labor proyectual previa

incluyendo su correcta expresión, de la que se tratará a continuación, pero que

es reconocida desde el principio de la tratadística: “Muchas vezes y mucho se

ha de tratar en el animo y en el entendimiento, y en una cosa llana, o tablilla, o

en otra cualquiera cosa con modelos se ha de figurar antes toda la obra u cada

una de sus partes sin pena añadiendo, o quitando que, qual, y quan grande aya

de ser el edificio. Porque hecha la cosa no te pese averla hecho, y ayas de decir:

polémicas aun vivas… todo ello tiene su origen indudablemente en este punto de inflexión que supone la revisión del clasicismo. 38

BAILS, B., Elementos de matemática, op. cit., p. 38. 39

Ibid., p. 139.

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esto no quisiera, mas quisiera aquello“40. Como se podrá comprobar, el siglo de

las luces llevará esta recomendación hasta sus últimas consecuencias.

40

ALBERTI / LOZANO, Los diez libros, op. cit., p. 33.

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6.2. LA PRÁCTICA DE LA PROFESIÓN

6.2.1. El proyecto como ideación expresada

La importancia que cobra el documento de proyecto en el siglo XVIII

puede explicarse una vez más desde varios puntos de vista, siendo la

combinación de todos ellos la que permitirá una aproximación cierta a la

realidad.

En primer lugar, la raíz de esta importancia está sin duda en la

afirmación de la individualidad del profesional que, como hemos visto,

necesita o se nutre de la supremacía de la concepción ideal sobre su ejecución,

especialmente cuando ésta, como sucede en arquitectura, se encomienda a

manos diferentes. “El valor artístico de un cuadro ya está por completo en el

cartón y la trasposición del pensamiento pictórico a la forma definitiva tiene

una significación secundaria”41, dice Hauser. Ello parece perfectamente

aplicable a la ideación arquitectónica, cuya expresión gráfica cobra

preponderancia en lo que a cualificación se refiere frente a la realización final,

el objeto construido; los errores y aciertos en éste no siempre procederán,

pues, del arquitecto42, ya que la labor de éste termina en la ideación. Desde

este punto de vista, no resulta anecdótico que Juan de Herrera solicite permiso

para comercializar los planos de El Escorial en los famosos grabados de

41

HAUSER, A., Historia social, op. cit., p. 667. 42

Este es el fundamento de múltiples disquisiciones acerca de la validez o supremacía de la

arquitectura dibujada frente a la construida. Si bien excede de los objetivos de este trabajo el participar de ellas, cabe señalar que no es casualidad que sea el siglo XVIII el que traiga los primeros arquitectos puramente teóricos, cuya obra dibujada ejercerá tanta influencia entre contemporáneos y sucesores como la de la arquitectura construida: Piranesi y Boullé son sin duda los mejores ejemplos.

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Perret43: ello es muestra de la existencia de un mercado interesado en la

ideación dibujada, reconocida como valor en sí mismo más allá de su

formalización edilicia.

Pero también el proyecto evidenciará el trabajo cumplido desde el

momento en que la cualidad esencial de la naturaleza del arquitecto se ha

establecido como la capacidad de anticipar el resultado del edificio, como esa

aptitud de formar en su imaginación una respuesta única a todos los

requerimientos en liza. Al igual que la partitura para el compositor o el libro

para el poeta, el proyecto será al mismo tiempo herramienta de formalización

y plasmación de lo instituido. Y aquí entra en juego la habilidad con el dibujo

que se pide al arquitecto, pues la calidad de lo construido tendrá relación

directa con la correcta anticipación, sólo posible en quien ha aprendido

“cotejando las proporciones verdaderas con las aparentes”44.

También hay razones prácticas para esta creciente importancia del

documento de proyecto: una vez que el profesional se ha desligado de la

realización física, de algún modo tendrá que expresar las instrucciones que

conduzcan a aquella desde su ideación, sin la obligación de la constante

permanencia a pie de obra que fue más característica en otras épocas. Ahora

lo imaginado tiene que compartirse, por supuesto, con el Señor de Obra que

observará la resolución de sus aspiraciones, pero también con la autoridad en

materia edilicia que en algún momento deberá otorgar licencia sobre la

garantía de que lo finalmente ejecutado se anticipa correctamente en el

expediente firmado por el arquitecto. Y no menos relevante será que el

43

RUIZ DE ARCAUTE, Agustín, Juan de Herrera, Madrid, Instituto Juan de Herrera, 1997, pp. 132

a 134. 44

Así se lo recuerda José Moreno a los pensionados en Roma en 1791, según cita de MOLEÓN

GAVILANES, Pedro, Arquitectos españoles en la Roma del Grand Tour 1746-1796, Madrid, Abada Editores, 2003, p. 281.

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maestro de obras, ya contratista sin más confusiones competenciales, pueda

prever correctamente medios y materiales, predecir costes y cuadrar plazos de

ejecución, pronósticos que sin estos documentos serían poco menos que

inciertos.

Tres pueden ser entonces las intenciones que motivan la producción

física del proyecto, sea delineando planos como redactando las

especificaciones o incluso construyendo un modelo: fijar, anticipar e instruir.

Fijar, porque con ello el arquitecto cuenta con un soporte en el que dejar

cerradas sus conclusiones, registrando de modo preciso aquello que de otro

modo sólo existiría en su pensamiento. Anticipar, porque el proyecto permite

una serie de experiencias que si bien no pueden sustituir a la que supondrá el

objeto construido, pueden ser suficientes para predecir sus efectos en cuanto

a utilización, costes, dimensiones, relación con lo ya existente e incluso

consecuencias estéticas. E instruir, puesto que es herramienta capital en la

instrucción de aquellos que deberán a posteriori formalizar el edificio, a

quienes se transmiten especificaciones precisas sobre el qué y el cómo

construir.

Esa variedad de motivaciones resulta en la consecuente diversidad de

contenidos: según trate de abarcar unas u otras, el proyecto incorporará

diferentes formalizaciones. Si se busca la aprobación del cliente, la perspectiva

cónica será adecuada sin duda, aun más cuando es muy probable que éste

carezca de capacidad de interpretar correctamente una descripción puramente

bidimensional como la que ofrecen plantas y alzados; éstos sin embargo serán

de gran utilidad para aquellos responsables de la concesión de permisos, que

podrán en ellos comprobar verdaderas dimensiones. Escalas muy detalladas

serán útiles para determinados oficios a la hora de la ejecución, pero de escaso

interés para estudiar posibles variaciones de la composición general.

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Señalar esta correspondencia en los documentos a producir con su

finalidad concreta es, por muy evidente que parezca, importante: tal realidad

explica sin duda aparentes divergencias históricas que si bien exceden del

objeto de este trabajo, cabe apuntar como ilustrativas de la génesis del

documento reglado finalmente. Una vez más, la primera fuente es Vitruvio,

quien prescribe el uso de planos y, en concreto, de tres vistas: planta, alzado y

perspectiva (ichnographia, ortographia y scenographia)45, criterio que se

convertirá en canónico, al menos como contenido mínimo, y que será

incorporado en todos los tratados de arquitectura durante siglos. Sólo

encontraremos una discrepancia46, cual es la tan citada carta de Rafael Sanzio

a León X en 151947, en la que el artista de Urbino propone el uso de planta,

alzado y… sección, olvidando la perspectiva y abandonando –aparentemente-

la autoridad del Romano. En realidad, basta acudir al criterio de finalidad para

concluir que no hay conflicto alguno: Rafael está proponiendo un sistema de

registro de edificios existentes, un archivo de monumentos como herramienta

necesaria en su conservación. Por supuesto, de poco sirve para ello incorporar

la perspectiva, mientras que la sección es imprescindible, al contrario de lo que

sucede cuando se trata de plasmar la ideación, para la cual tardará mucho en

45

VITRUVIO, Marco Lucio / BLÁZQUEZ, Agustín, Los diez libros de Arquitectura, Barcelona, Iberia,

2000, p. 13. 46

Esta aparente discrepancia, conjugada con la ilustración de la scenographia que Daniele

Barbaro incluye en su edición de Vitruvio –una sección con su interior fugado- fundamenta la pretensión de un sentido oculto en el texto del Romano. GENTIL BALDRICH, José María, Sobre la supuesta perspectiva antigua (y algunas consecuencias modernas), Sevilla, Instituto universitario de Arquitectura y Ciencias de la Construcción de la Universidad de Sevilla, 2011. Tal idea es seguramente un error, en concreto originado en un trabajo anterior que considera la propuesta de Rafael como un “método de proyecto” (sic) -y no de catalogación-, supuestamente de gran influencia en su época. GENTIL BALDRICH, José María, Traza y modelo en el Renacimiento, Sevilla, Instituto universitario de Ciencias de la Construcción de la Universidad de Sevilla, 1998, p. 102. 47

SANZIO, Rafael / CASTIGLIONE, Baltasar de, Carta de Rafael Urbino al Papa León X, Roma,

1519. Se ha consultado la traducción realizada por María Luisa Bettero en 2013, no publicada.

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ser relevante –al menos de forma genérica y fuera de planos parciales de obra-

la definición del espacio interior más allá de la decoración de paramentos

verticales o el despiece de artesonados y pavimentos.

En España, no será hasta Tosca que se incorpore la sección o perfil

como vista útil del proyecto48; al mismo tiempo, este autor que escribe

pensando en ingenieros o arquitectos militares, no encuentra utilidad en el uso

de la perspectiva más que si ésta es mesurable, “paralela, cavallera o militar”.

De nuevo es una cuestión de finalidad: a diferencia del arquitecto civil, el

militar no pretende “belleza en sus edificios”49, por lo que la perspectiva

cónica, si se incorpora, “no sirve mas que para curiosidad”50.

Qué diferente es esta opinión de aquellos que buscan la excelencia

arquitectónica y para quienes la perspectiva es, por el contrario, una

herramienta de primer orden: “Todo esto nace, como se dixo en otro lugar, de

la perspectiva, que no admite cosas indiferentes en un mismo sitio con la

misma gracia; y así en diversos sitios parecen diferentes unas mismas cosas;

por lo que mas penderá del juicio del Arquitecto, que de las reglas, el acierto de

las cosas que se hubieren de hacer”51.

48

Acerca de la aportación de los tratadistas dieciochescos a la representación arquitectónica,

sus vistas y técnicas, modelos y materiales, cabe referir a IRISARRI MARTÍNEZ, Carlos Javier / CASTAÑO PEREA, Enrique, “Ilustrando la ideación. Acerca del dibujo arquitectónico en los tratados de la España del siglo XVIII" in Expresión Gráfica Arquitectónica, nº 24, año 19, Valencia, UPV, 2014, pp. 126-139. 49

TOSCA, Tomás Vicente, Compendio matemático – Tomo V, Valencia, Imprenta de Joseph

García, 3ª edición, 1757 (1ª ed. 1715). 50

CASSANI, José, Escuela militar de fortificación ofensiva, y defensiva, Madrid, Imprenta de

Antonio González de Reyes, 1705, p.4. Este mismo autor coincide con Tosca: “…así se usa comúnmente de la Perspectiva Caballera ó perspectiva Militar, en la qual solo ay líneas paralelas, y perpendiculares; es muy fácil de hazer, y con sola una vista se comprehenden todas las partes de la fortificación, según sus medidas”, p. 102. 51

BRANCA / VEGNI / HIJOSA, Manual de Arquitectura, op. cit., p. 75.

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Existe otra herramienta que busca satisfacer las mismas necesidades

que la trasposición de la ideación a planos bidimensionales, como es el modelo

o maqueta. Tal objeto cuenta con larga tradición y durante siglos será de uso

generalizado en el caso de edificios singulares, en los que su elevado coste y

complejidad, tanto como su importante repercusión, aconsejan una

anticipación lo más completa posible52. Es también una ayuda proyectual que

permite al arquitecto comprobar muchas veces la corrección de su

pensamiento, variarlo y ensayar, sin incurrir en costes mayores: “aquí podreys

sin reprehensión añadir, disminuyr, mudar, innovar, y pervertirlo de todo punto

hasta que todas las cosas convenga muy bien y se comprueben”53.

52 Son muchos los casos documentados de especial relevancia y en varios incluso se conservan

tales piezas, como las de Santa María de las Flores en Florencia o San Pedro del Vaticano en Roma. En el caso español es buen ejemplo la maqueta del Palacio de Carlos V en Granada, mandada hacer en 1528 por el representante del Emperador, Luis Hurtado de Mendoza, a su arquitecto, Pedro Machuca, ante las dudas que le supone la interpretación de los planos presentados. GENTIL BALDRICH, JM., Traza y modelo, op. cit., p. 116. Otro buen ejemplo puede ser la maqueta del Alcázar madrileño, guardada en el Museo Municipal de Madrid. BARBEITO, José Manuel, El Alcázar de Madrid, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos, 1992, pp. 158 a 159. 53

ALBERTI / LOZANO, Los diez libros, op. cit., p. 34. Esta cita temprana abre una serie de autores

que recomiendan el uso de modelos por diversas razones. Otro ejemplo es el siempre original CARAMUEL, J., Architectura civil, op. cit., p. 41. Entre los que cierran este ciclo subrayando la utilidad como herramienta proyectual está también BAILS, B., Elementos, op. cit. p. 41.

3. La maqueta del Alcázar de Madrid: ver nota 52.

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El modelo es siempre de comprensión más fácil que unas plantas y

alzados, y mucho más convincente, en caso de ser necesario. En una sociedad

donde la mayoría de la población cuenta con una escasa preparación cultural,

la maqueta es quizá el medio que menor esfuerzo intelectual requiere en su

entendimiento, y cuando las trazas son insuficientes para transmitir la

ideación, un modelo es un instrumento de ventaja. Su utilidad es múltiple54:

sirve para ayudar a la anticipación de resultados comentada, pero también es

un utensilio de obra, sobre el cual los operarios pueden medir, e incluso se

documenta su uso en el caso de muchas de nuestras catedrales como fijador

de su estado final55, dejando constancia tangible del resultado construido. Tal

es su importancia que en obras de envergadura será condición contractual

para arquitectos y aparejadores saber fabricarlas56, ya que es previsible que

más de una vez tengan que dar o trasmitir órdenes usando este formato

volumétrico.

Puede decirse por todo ello que la relevancia de la maqueta reside en

poseer un carácter que se halla entre el proyecto dibujado y el edificio

construido, aun cuando dependiendo de la fuente consultada o del punto de

vista o incluso de su intencionalidad inicial pueda estar más cerca de la labor

de ideación o del trabajo de edificación57. Para que éste sea posible, la

54 Además de las que se tratan aquí, se puede señalar el uso que Ortiz y Sanz, tratadista

procedente de la esfera amateur, hace del modelo: su falta de dominio de la geometría descriptiva a la hora de dibujar planos desde la proyección ortogonal es suplida con el uso de modelos desde los que inferir directamente las vistas en planta y alzado. Parece además que no es una innovación y que esta metodología vino usándose al menos desde el siglo XVI. RODRÍGUEZ RUIZ, Delfín, José Ortiz y Sanz. Teoría y crítica de la arquitectura, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, 1991, p. 25. 55

GENTIL BALDRICH, JM., Traza y modelo, op. cit., capítulo IV. 56

Así sucede en El Escorial. Ibid., pp. 130 y 131. 57

Si atendemos a la línea albertiniana ya comentada, sin duda estaremos ante una herramienta

de proyecto; véase RODRÍGUEZ RUIZ, D., José Ortiz y Sanz, op. cit., p. 30. Pero también existe sin duda una utilidad frecuente en obra, donde operarios incapaces de leer planos pueden entender

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244

maqueta se suele prescribir como un objeto de gran tamaño, con la escala o

pitipié perfectamente realizado y suficiente detalle, del color natural de la

madera, que es el material más frecuente (aunque hay también casos en los

que se emplea cera, papel, arcilla e incluso piedra), para evitar distracciones

debidas al color, y seccionada por diversos sitios de modo que pueda

practicarse y medir también los perfiles, así como entender distribuciones y

espacios interiores58.

Su complicada ejecución y elevado coste59, sin embargo, puede

explicar que a medida que el arquitecto vaya ganando en preparación y en

dominio de las herramientas de representación dibujada, se generalice el uso

de la perspectiva como medio preferente. Pero en esta transición se ha

querido ver algo más: el auge de los tracistas frente a los defensores del

modelo, que tan documentado se encuentra en El Escorial60 -obra

paradigmática para tantas cosas-, se puede relacionar con la evolución

profesional que se está tratando aquí. Al nuevo arquitecto le distinguen tanto

sus conocimientos de geometría y dibujo y preparación intelectual como su

abandono de las labores manuales. Es decir, que del predominio en el uso de

modelos mientras está al frente Juan Bautista de Toledo se pase a la utilización

casi mayoritaria del plano en la etapa de Juan de Herrera, no puede dejar de

sus cometidos e incluso medir directamente sobre la maqueta cuando esta tiene la escala adecuada. 58

Aunque son varios los tratados en los que se instruye al respecto, quizá el más completo sea

RIEGER y BENAVENTE, Elementos, op. cit., p. 296. 59

Un modelo de gran tamaño, y sin color que distraiga en su análisis, necesitaría un gasto de al

menos un 0,1% del coste total de la obra, de acuerdo a WUOTTON, Henrique / LAET, Juan, Elementos de Arquitectura, Madrid, n/c, 1698, p. 65. 60

No fue esta una transición fácil, y los tradicionalistas de la vieja escuela, desde los canteros

hasta el propio Fray Antonio de Villacastín, no recibieron con simpatía esta preponderancia de traza frente a modelo que con Herrera fue la norma, obligando a éste a la sustitución paulatina de algunos de los ayudantes a su cargo. GENTIL BALDRICH, JM., Traza y modelo, op. cit., p. 133.

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

245

considerarse un proceso representativo del carácter distintivo que el

arquitecto está adquiriendo frente a su origen como maestro de obras.

Es precisamente Juan de Herrera, de quien se ha visto su preferencia

por el uso del papel61, el autor de un expediente que puede considerarse

paradigmático en cuanto a la organización de su información y que es sin duda

el mejor antecedente del proyecto moderno. Se trata en concreto de la

documentación destinada a la ejecución del ayuntamiento de Toledo, que

entrega el 12 de noviembre de 157462: la misma se compone de una memoria

descriptiva, unas advertencias generales –equivalentes al moderno pliego de

61

Hasta tal punto es así que se conoce de él una maqueta plegable de las cubiertas del palacio

de Carlos V en Granada, realizada en papel y apta para ser enviada al cliente doblándola, sin peligro de su deterioro. Ibid., p. 132. 62

Ibid., p. 136.

4. Planta principal del Palacio de Riofrío, proyecto de Virgilio Rabaglio (1751), Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, P.1.C.8.nº4

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

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condiciones-, un estudio económico del presupuesto y once planos. Éstos, por

otra parte, describen por completo la ideación: plantas, alzados, secciones y

detalles. Toda la documentación aparece firmada por el arquitecto, y se

entrega como suficiente para la ejecución sin necesidad de más información,

advirtiéndose expresamente a los comisarios de la obra que si les resultara

necesaria una maqueta la ejecuten a sus expensas. Tampoco se incluye

perspectiva alguna: es un documento destinado a la ejecución, para la cual las

anticipaciones formales no tienen sentido63.

Desde aquí y hasta que el proyecto comience a ser un documento

supervisado institucionalmente de forma estandarizada, poco se añadirá a este

esquema. Habrá algún autor que recomiende incluir esquemas sin escala,

expresivos de la composición ideada64, por ejemplo, pero siendo dibujos más

propios de la fase de concepción, será raro que aparezcan en los expedientes

realmente en circulación. La producción gráfica se orienta cada vez más a

conseguir la eficaz trasmisión de información, que minimice la necesidad de

atención a pie de obra, lo cual resulta en planos cada vez de mayor precisión y

complejidad, ya casi nunca autógrafos del arquitecto sino ejecutados por sus

colaboradores; aquel estará habitualmente más ocupado en labores de

representación o de pura gestión de los encargos65. El lápiz será reemplazado

por la tinta como acabado final, a veces iluminada por acuarela monocroma o

tinta diluida66, fijando un estándar de representación que se mantendrá hasta

63

Planta y alzado se deben dar “con toda claridad a los Artífices que las han de poner en

execución. La ultima [perspectiva] sirve solamente para curiosidad y no tiene obligación el Architecto de hacerla”. LOSADA, M., Crítica y compendio, op. cit., p. 34. 64

Ejemplos son la “Idea” y de la “Photographia”, sugeridos junto a la serie habitual de planos por RIEGER y BENAVENTE, Elementos, op. cit., pp. 67 a 69. 65

VAGNETTI, Luigi, L’architetto nella storia di Occidente, Padua, Edizioni CEDAM, 1980, p. 385. 66

IRISARRI MARTÍNEZ / CASTAÑO PEREA, “Ilustrando la ideación”, op. cit., pp. 126-139.

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

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nuestros días aun cuando las herramientas empleadas experimenten grandes

transformaciones.

Y aun la ideación tendrá otro modo de expresarse, acudiendo a la

palabra escrita y formando el documento de memoria que será ya habitual en

el siglo XVIII. Para algunos autores, se trata de una parte fundamental en

primer lugar por aclarar aspectos del proyecto, en especial su motivación y

justificación, y evitar así interpretaciones erróneas (“Los arquitectos antiguos

[…] por este medio se libraban de las censuras que podían hacer los críticos, si

ignoraban la causa de algunos defectos, acaso ocurridos sin culpa del

arquitecto”67). Pero también se piensa que escribir descripciones analíticas del

proyecto contribuye a la mejora de éste, por cuanto se fuerza la reflexión y

racionalidad del diseño propuesto68. En consecuencia, la capacidad de redactar

con corrección se añadirá al final del siglo a los requerimientos formativos69

que se le deben exigir al arquitecto.

6.2.2. Vida legal de la ideación

Lo tratado hasta aquí puede resumirse con una acertada descripción

de lo que se entiende en pleno siglo XVIII como el cometido del moderno

profesional: “El Arquitecto consiguientemente a la idea universal del género y

magnitud del edificio a que se emplea, debe formar en la imaginación la

67

MILIZIA, Francisco, El Teatro, Madrid, Imprenta Real, 1789, p. 160. Ver también LLAGUNO Y

AMIROLA, Eugenio y CEÁN BERMÚDEZ, Juan Agustín, Noticias de los arquitectos y arquitectura de España desde su restauración, Madrid, Imprenta Real, 1829, tomo III p. 117. 68

MILIZIA, Francisco / CEÁN-BERMÚDEZ, Juan Agustín, Arte de ver en las Bellas Artes del Diseño

según los principios de Sulzer y de Mengs, Madrid, Imprenta Real, 1827, p. 105. 69

BAILS, B., Elementos de matemática, op. cit., p. 4, así como VITRUBIO, Marco / ORTIZ Y SANZ,

Joseph, Los diez libros de Architectura, Madrid, Imprenta Real, 1787, nota al pie p. 3.

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

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distribución que le corresponde, y pasarla al plan, que concluido con estudio y

perfeccion de diseño, presentara al dueño de la obra”70.

Pero con ello no puede decirse que la situación profesional de la

arquitectura quede completamente retratada; no puede olvidarse que el siglo

XVIII es el que ve la creación de un título oficial, de unas competencias

asociadas y, en consecuencia, de unos requerimientos legales en el trabajo a

realizar. Por tanto, presentar la ideación correctamente representada al cliente

no supone finalizar el cometido; desde el momento en que la arquitectura se

ha convertido en una actividad reglada por el poder, éste fiscalizará su ejercicio

desde el primer momento, comenzando en el control anticipado del proceso

edilicio, es decir, en la supervisión del proyecto.

Su contenido, sin ser reglado, puede considerarse ya estandarizado y

como se ha señalado, sin mucha variación respecto al antes comentado para la

edificación del Ayuntamiento de Toledo. Desde siempre hemos contado con

una parte escrita y otra dibujada. En época medieval las trazas y rasguños

pueden ser parciales, pero existen; pueden abarcar la generalidad o sólo parte

de ella, pueden describir detalles concretos, despieces y monteas,

intervenciones puntuales... La escasez de ejemplos se explica por la carestía

del material de soporte, que es casi siempre reciclado después de ejecutada la

obra –la ideación no tiene aún valor en sí misma-, pero no puede deducirse de

aquello su inexistencia a la vista de sus resultados, de la complejidad que

alcanza el gótico. Y con carácter general, tampoco hay edificación sin un

documento escrito que sirve a la vez de contrato y de especificaciones de obra,

70

Autor desconocido, “Discurso sobre la comodidad de las casas, que procede de su distribución

interior y exterior” in Ensayo de la Sociedad Bascongada de los amigos del País, Vitoria, Imprenta de Thomás de Robles, 1768, p. 232.

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en el que consten plazos y pagos, calidades y medidas, a veces con un detalle

tal que ha permitido ilustrar la historia de las técnicas constructivas71.

Pues bien, en el siglo XVIII ambas partes, la gráfica y la escrita, se

encuentran como se ha señalado perfectamente codificadas, y su contenido es

con carácter general siempre el mismo. Así, la parte gráfica describirá con la

correspondiente trasposición a dos dimensiones el edificio a construir, sus

dimensiones y características formales, usando plantas, alzados y secciones de

forma sistemática y tratando de no dejar margen a la improvisación en obra. A

su vez, la parte escrita contendrá una descripción de la idea, una memoria de

materiales a emplear, el estudio económico y, muchas veces, propuesta de las

personas más adecuadas para la ejecución.

La capacidad de formar un expediente como el señalado guarda

estrecha relación con el triunfo del maestro “científico” frente al “práctico”; en

efecto, la capacidad de trazar, sin ir más lejos, eleva a uno sobre otro, pero

además aleja al autor de la obra. Pero lo mismo sucede con la parte escrita: la

memoria descriptiva y los pliegos de condiciones que contienen una completa

descripción del proceso constructivo, materiales y operaciones desde la

cimentación hasta cubierta, requieren sin duda una capacidad que no todos los

maestros tenían; de hecho, su extensión y calidad son muestra de la categoría

del maestro72. Es una época en que la deficiente anticipación de costes, debida

a incapacidad o incompetencia, pero también a la pura picaresca que busca

decidir al cliente estimando a priori costes inferiores a los reales, crea

constantes problemas y pleitos, cuando no la ruina de algún comitente. No es

71

RUIZ DE LA ROSA, José Antonio, “El arquitecto en la Edad Media” in GRACIANI, Amparo (ed.),

La técnica de la arquitectura medieval, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2011, pp. 160 a 173. 72

GARCÍA MORALES, María Victoria, El oficio de construir: origen de profesiones. El aparejador

en el siglo XVII, Madrid, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid, 1990, p. 88.

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un problema nuevo, ya que desde el mismo Vitruvio73 podemos encontrar

referencias al respecto. Pero la abundancia de comentarios relacionados que

se observa en la tratadística de los siglos XVII y XVIII74 demuestra la vigencia y

frecuencia del asunto. Y de ahí, también, que el aprecio previo o avance de

obra cobre una relevancia especial y en los manuales más prácticos75 se

dedique amplio espacio a la instrucción para su correcta realización.

El expediente será siempre objeto de supervisión en mayor o menor

medida; en un principio, cabe suponer que al menos el comitente tendrá la

prerrogativa de enjuiciar la ideación representada, de acuerdo a sus

aspiraciones. Se ha comprobado la trascendencia del proyecto una vez

aprobado por el cliente; desde ese momento, no se podrá modificar sin

consentimiento expreso de ambas partes, condición que obliga especialmente

al maestro responsable de la ejecución: “se puede decir que el maestro autor

de la traza queda vinculado a la obra, aunque no intervenga posteriormente en

la edificación. La traza corresponde al maestro que la creó, aunque el cliente

sea su propietario”76. Para obras privadas, el expediente de proyecto a

presentar para la obtención del permiso municipal es inicialmente breve, y no

depende más que del alarife, que comprueba básicamente la adecuada

73

VITRUBIO / ORTIZ Y SANZ, Los diez libros, op. cit., p. 235. 74

Desde Torija a Villanueva, son muchos los autores que tratan el problema, siendo frecuente la

propuesta de hacer pagar al mal arquitecto la cuantía derivada de su imprevisión. TORIJA, Juan de, Tratado breve sobre las ordenanzas de la Villa de Madrid y policía de ella, Madrid, Imprenta de Antonio Pérez de Soto, 1760 (1ª ed. 1661), pp. 14 a 17, 20 y 21. ARDEMANS, T., Ordenanzas de Madrid, op. cit., p. 4. VILLANUEVA, D., Colección de diferentes papeles, op. cit., pp. 91 y 95. 75

ARDEMANS, T., Ordenanzas de Madrid, op. cit., p. 42. RIEGER / BENAVENTE, Elementos, op.

cit., parte IV capítulo VI. BAILS, Elementos de matemática, op. cit., pp. 144 y 145. 76

GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., pp. 86 y 146.

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distribución y ornato del alzado, su correspondencia con los colindantes,

firmeza suficiente y alineación77.

Pero teniendo en cuenta que la arquitectura de cierta elaboración

corresponde, desde la recuperación de la actividad en la Edad Media, al cliente

ligado al poder, la aprobación enseguida tendrá que obtenerse en los

despachos de Palacio, en las residencias de los ciudadanos importantes, en

obispados y cabildos catedralicios y en los ayuntamientos, que con cierta

frecuencia convocarán a maestros de renombre para que aporten un parecer

experimentado. En España, las obras reales fueron controladas

tradicionalmente por la Junta de Obras y Bosques, creada en 1545 y

reorganizadas y dotadas de un marco normativo eficaz en 1615 con Felipe III,

incluyendo en sus dieciséis puntos los deberes, responsabilidades y

obligaciones de los oficios intervinientes78. De aquí pasarán los monarcas a

delegar en sus consejeros, resultando al final que Consejos como el de Indias o

el de Castilla incorporarán a sus funciones el estudio y aprobación de cualquier

obra pública.

Las últimas décadas del siglo XVIII introducirán un factor nuevo, que

será de enorme relevancia en la afirmación de la profesión por contener el

germen de la autorregulación: a partir de 1777, los proyectos financiados por

dinero público deberán someterse también a la autorización de la Academia79.

77

Si en las ordenanzas de Torija basta un alzado firmado por Maestro Mayor, Ardemans incluirá

en el expediente ideal también una planta y una breve memoria. Cabe señalar sin embargo que será raro hasta finales del XIX encontrar expedientes en el Archivo de Villa que cuenten con tal planta, siendo lo habitual nada más que el alzado. TORIJA, Juan de, Tratado breve sobre las ordenanzas de la Villa de Madrid y policía de ella, Madrid, Imprenta de Antonio Pérez de Soto, 1760 (1ª ed. 1661), p. 96. ARDEMANS, T., Ordenanzas de Madrid, op. cit., p. 55. 78

GARCÍA MORALES, María Victoria, “La merced del oficio de Maestro Mayor” in Espacio,

Tiempo y Forma, serie VII, Historia del Arte, t.1, Madrid, UNED, 1988, p. 103. 79

Real Orden de 23 de noviembre de 1777, promulgada por Carlos III y publicada en la Novísima

Recopilación, Libro VII, Título XXXIV, Ley III.

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Ello añade una complicación añadida a un camino que ya era suficientemente

proceloso. El Consejo de Castilla, receptor del expediente, seguirá encargado

de la autorización administrativa, tras la remisión del mismo a la Academia,

que tendrá que dictaminar sobre la idoneidad artística y técnica; tal

intervención se verá compensada mediante el cobro de una pequeña tasa.

Vuelto el expediente al Consejo, será éste el que finalmente conceda la licencia

de edificar80 o emita informe al respecto para que sea el Ayuntamiento

correspondiente el que otorgue el permiso, si se trata de una obra municipal.

Cualquiera de estos organismos pueden establecer reparos al diseño

propuesto, tanto por cuestión de solidez como puramente estética, pero

también pueden ser objeto de requerimiento unas condiciones de obra poco

claras81. Como puede suponerse, durante años las pugnas por aumentar la

cuota de responsabilidad en el control serán continuas82, pero inevitablemente

será la Academia, depositaria al fin y al cabo del saber necesario, la que

finalmente obtenga la aptitud completa de supervisión en todos sus aspectos,

lo que supone, en definitiva, ganar el control completo de la profesión, desde

su formación y expedición de títulos, hasta la propia actividad.

80

GARCÍA MELERO, José Enrique, “Arquitectura y burocracia: el proceso del proyecto en la

Comisión de Arquitectura de la Academia (1786-1808)”, in Espacio, Tiempo y Forma, serie VII, Historia del Arte, t.4, Madrid, UNED, 1991, p. 288. 81

IGLESIAS ROUCO, Lena Saladina, Arquitectura y urbanismo de Burgos bajo el reformismo

ilustrado (1747-1813), Burgos, Caja de Ahorros Municipal de Burgos, 1978, p. 119. 82 Este es seguramente el motivo de que el Consejo reclame de la Academia la redacción de un

reglamento para la construcción de obras públicas: con tal documento en la mano, el Consejo tendría la posibilidad de incluir la vigilancia de su cumplimiento como otra de sus atribuciones. Sin él, será también la Academia la que supervise la corrección de las técnicas constructivas propuestas; de hecho, este organismo se negará a su redacción, remitiendo a la tratadística y al buen hacer del profesional. GARCÍA MELERO, JE., “Arquitectura y burocracia”, op. cit., p. 292.

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Hito también de importancia, por cuanto supone la especialización del

control proyectual como pilar de la autorregulación, será que en el seno

académico, y ante un volumen creciente de expedientes a revisar, termine por

crearse la Comisión de Arquitectura83, diseñándose un complejo proceso

burocrático que termina con la aprobación en el mejor de los casos,

permitiendo la ejecución, pero que muchas veces supone la devolución del

proyecto para la realización de correcciones, cuando no el rechazo por

completo.

83

Real Cédula del 22 de marzo de 1786.

5. Plano presentado para solicitar licencia de edificación en la calle de la Almudena (1817), Archivo de la Villa de Madrid 1-57-60

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El afán de simplificar la burocracia asociada, muchas veces perjudicial

para el éxito de un encargo que tanto ha costado conseguir, llevará a los

profesionales radicados en la cercanía de la Academia a reunirse directamente

con los encargados de la inspección para tratar juntos sobre las incorrecciones

señaladas. A aquellos que viven y trabajan en provincias sin sedes académicas

les quedará al menos el recurso de enviar consultas previas a la entrega del

expediente, procurando que este se tramite ya sobre base segura. Esta

costumbre se demostrará hasta tal punto útil, que la propia Academia enviará

en 1800 una circular a sus miembros recomendado el envío de borrador

antecedente del proyecto84.

El expediente finalmente aprobado, que se ha convertido por tanto en

la base material de los permisos y licencias obtenidos, adquirirá a continuación

el carácter de ser objeto del contrato de ejecución y obligación que se realizará

previamente a la obra, al figurar expresamente como sustancia del mismo la

finalidad de edificar lo detallado en trazas y pliego y no otra cosa, resultando la

principal obligación contractual la sujeción a esas especificaciones. Por

supuesto, también se incluirán en el mismo plazos, precios, formas de pago,

condiciones de asistencia, sometimiento a tasaciones y supervisiones, etc85.

Con todo ello, aquel documento que comenzó siendo nada más (y

nada menos...) que la expresión de la ideación, instrumento de concepción

pero también enunciado de la misma, ha pasado a tener un contenido

administrativo y legal que sin duda es otra consecuencia de la

profesionalización que se ha ido produciendo durante este siglo de las luces,

como respuesta a la demanda de una nueva sociedad en la que no cabe ya la

84 GARCÍA MELERO, JE., “Arquitectura y burocracia”, op. cit., pp. 303 y 329. 85 GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., p. 92.

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improvisación; que el arquitecto deba asumir estas responsabilidades es sin

duda parte de la contrapartida a su mejora en el estatus laboral.

6.2.3. Los escenarios de trabajo

El arquitecto ya convertido en profesional desarrollará su actividad en

tres entornos muy distintos, dando cada uno de ellos respuesta a una fase

diferente de una actividad que está ya organizada claramente. En el siglo XVIII

veremos la consolidación del taller personalista en la esfera de la arquitectura,

prolongación de un proceso que había comenzado en el estudio del pintor

renacentista86. Este espacio no está destinado tanto a la producción de lo que

ahora ya se entiende sin duda como el trabajo del arquitecto, la ideación, para

la cual basta un sencillo despacho; en realidad, su principal utilidad se

encuentra más en la formalización de esa ideación, en la elaboración de

modelos y planos. Un segundo contexto será el determinado por la realización

de lo ideado, es decir, la propia obra en ejecución, a la que el profesional

acudirá ahora como más como consultor que como protagonista; recordemos

que el afán de desligarse del trabajo manual ha hecho al arquitecto renunciar a

cualquier competencia edificatoria que no sea la supervisión e interpretación

de la traza, casi siempre propia, pero también ajena en algunos casos.

Finalmente, no podemos desdeñar un tercer escenario87 cuyo carácter

crematístico lo sitúa en un plano distinto a los dos anteriores, ya que las

habilidades necesarias para moverse en él son muy distintas a las inherentes a

la actividad arquitectónica: se trata de los salones, de las mansiones privadas

86

Véase el apartado 3.2.3. de este mismo trabajo. 87

BLASCO ESQUIVIAS, Beatriz, Arquitectos y tracistas. El triunfo del Barroco en la corte de los

Austrias, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2013, p. 85.

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donde tratar con el cliente, estancias palaciegas en las que obtener cargos y

encargos, las reuniones de carácter cultural, político o incluso religioso en las

que relacionarse… No es un hábitat de importancia menor: aunque no sea

condición suficiente, sin duda sí es condición necesaria para el éxito de la

actividad, y sin una correcta gestión del mismo, los otros dos contextos serán

de poca utilidad. Ya Vasari apuntaba a que la arquitectura de Brunelleschi o

Bramante debía mucho a haber conseguido clientes “a expensas de los cuales

pudiesen demostrar el valor de su espíritu”88; el mismo Palladio confesaba en

su tratado la importancia que había tenido en su trayectoria el haber sido

capaz de hacerse con los mejores clientes89. Pero ni siquiera es necesario

remontarse tanto en el tiempo: del mismo Diego de Villanueva, prototipo de

arquitecto ilustrado, Ceán Bermúdez dijo que su escaso éxito en cuanto a obra

construida se debió sin duda a un carácter incapaz de gestionar al cliente de

forma correcta. En concreto: “no siempre los mejores profesores logran hacer

las grandes obras, sino los que tienen más habilidad para seducir a los que las

mandan hacer”90. En efecto, en muchas ocasiones un currículo vistoso lleno de

dibujos de gran apariencia y una adecuada verborrea, consiguen encargos de

importancia a personajes sin experiencia alguna, aproximados a la arquitectura

como aficionados y no como profesionales91.

No deja de haber relación directa entre el moderno taller de

arquitectura y el hábitat del cliente; en efecto, el estudio se reviste también de

cierta condición de escaparate. Los que en otro tiempo observaban al artesano

88

VASARI, Giorgio, Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos

desde Cimabue a nuestros tiempos, Madrid, Catédra, 2010, p. 492. 89

PALLADIO, Andrea / ORTIZ Y SANZ, Joseph, Los quatro libros de Arquitectura, Madrid,

Imprenta Real, 1797, p. 45. 90

LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo IV p. 270. 91

LOSADA, M., Crítica y compendio, op. cit., p.26.

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trabajar, como parte de su experiencia de compra, se convertirán en

espectadores de artistas y arquitectos, en “coleccionistas, descriptores y

analistas”. Así, la introducción de bagaje cultural y científico en algunas

actividades, en especial la arquitectura, despegándola del carácter artesano,

creará una curiosidad que también será generadora de clientela. Como se ha

dicho, “la ciencia hará princesas a todas estas cenicientas”92.

Lejos quedan unos escenarios muy diferentes, desde los que la

evolución social y cultural ha producido los actuales, pues entre la sala de

trazado medieval y la oficina del arquitecto ilustrado se encuentra toda la

revolución profesional que ocupa este trabajo. En aquella, situada siempre en

la propia obra, quien ocupaba el rol de arquitecto ensayaba las formas

dibujando en el suelo con yeso o cal, para luego formar desde ellas las

plantillas a usar en la ejecución93. La pretendida separación de la actividad de

ejecución, pero también una creciente complejidad en el trabajo demandado,

donde cada vez será más necesaria la definición previa no sólo de trazas

generales, sino de detalles que necesitan gran precisión gráfica, exigirá al

arquitecto el disponer de una estancia diseñada y reservada para el trabajo de

proyecto, con cabida para sus ayudantes, y que ya a finales del Gótico se

desvinculará de una obra concreta localizándose en cualquier otro sitio94.

92

CERTEAU, Michael de, La invención de lo cotidiano, México, Universidad Iberoamericana,

2010, p. 77. 93

RUIZ DE LA ROSA, JA., “El arquitecto en la Edad Media”, op. cit., p. 168. 94

VAGNETTI, L., L’architetto, op. cit., pp. 182 a 183.

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En este taller se diseñará y se atenderá al comitente, y muchas veces

coincidirá con la vivienda habitual del arquitecto. Ya no se destina a la atención

de un único

encargo, sino que es

epicentro de una

actividad cada vez

más ramificada; no

podía ser de otra

manera, en un

momento en que el

ciclo de las grandes

catedrales toca a su

fin y el incipiente

profesional debe

evolucionar hacia

una actividad

entendida de otro

modo. Desligarse de

la obra, significa

mantener y buscar

diferentes encargos,

la atención a obra

de diversos edificios al mismo tiempo. Ello obliga a un nomadismo del

arquitecto que no se ha valorado en toda su magnitud: como ha señalado

Vagnetti95, se debe reflexionar en el enorme esfuerzo que supondrían los

95

Ibid., p. 381.

6. El Señor de Obra retratado con su arquitecto: supuestamente, aquí se trata en primer término del Infante don Luis, y detrás, de Ventura

Rodríguez. Boceto de Goya (1784), colección particular, París

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desplazamientos en unas condiciones de transporte y comunicaciones nada

confortables, con calles y carreteras no pavimentadas, descansando en postas

y albergues de escasa limpieza y comodidad, expuestos al bandidaje, fuertes

peajes, caprichos de los cocheros, etc. 96

De aquel gabinete medieval a pie de obra, justificado por la íntima

relación de ideación y construcción que muchas veces hizo inseparable el rol

del diseñador del de ejecutor, se ha pasado a exponer en el propio estudio la

documentación de la obra, a disposición de operarios, oficiales y peones97,

para quienes la consulta obliga muchas veces a desplazarse hasta el estudio del

arquitecto. Este nuevo espacio independiente, un lugar tranquilo y ordenado,

fuera de las distracciones que suponía la vecindad con la obra, permite

alcanzar entonces esa autonomía operativa y económica98 que será de gran

utilidad en el proceso de profesionalización de la arquitectura, incluyendo la

creación en los ayudantes de una relación de aprendizaje que convertirá estos

talleres también en centros de enseñanza y difusión estilística, como se ha

señalado en el capítulo anterior y que quizá explica también la continuidad

progresiva que a partir del Renacimiento se puede encontrar en la sucesión de

escuelas.

La generalización desde finales del siglo XVII del gabinete profesional,

donde el maestro produce su trabajo, tiene una primera justificación en la idea

expuesta acerca de la importancia de la concepción sobre la ejecución en la

96

A pesar de que aborda un tema muy diferente al que aquí se trata, sobre estas condiciones de

viaje puede acudirse a las detalladas descripciones que se encuentran en BURNEY, Charles, Viaje musical por Francia e Italia en el s. XVIII, Barcelona, Acantilado, 2014, o en KOTZEBUE, Augusto de, De Berlín a Paris en 1804, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1946. 97

LOSADA, M., Crítica y compendio, op. cit., p. 25. 98

VAGNETTI, L., L’architetto, op. cit., pp. 207 a 208.

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

260

obra de arte99. No sólo el arquitecto la ha usado para desligarse de la

realización material del edificio y sin embargo permanecer aceptado como

autor de éste, sino que también explicará el derecho a hacer suyas las

delineaciones practicadas por manos ajenas, las de sus ayudantes, puesto que

lo que trazan tiene su origen en la cabeza del maestro. Si ya en la Italia

renacentista se había llegado a talleres productivos de la magnitud y eficacia

organizativa del de Rafael Sanzio, por poner un ejemplo, menos discutidos

serían en el caso de la arquitectura, donde ni siquiera el producto material, el

proyecto, es el objetivo de la actividad, sino el edificio terminado, como puede

mostrar el caso de Antonio da Sangallo100. Para cuando llega la Ilustración, este

es el único patrón para organizar espacial y productivamente la profesión. Hay

algo de espacio social en este taller, como señala Sennet101, desde el momento

en la organización interna se sustenta en esa premisa de la autoría de la

ideación. En efecto, ésta crea una jerarquía que abarca del aprendiz menos

experimentado, los ayudantes más o menos cualificados, incluso alguno

ejerciente ya como arquitecto, hasta el Maestro, quien se ve forzado para

mantener el escalafón a una demostración constante de distinción y

originalidad.

El estudio del arquitecto será entonces “retiro o aposento donde el

Artífice tiene los modelos, estampas y dibuxos para estudiar”102, y ocupará la

planta baja de un edificio, generalmente en su zona trasera al reservarse la

fachada para área de venta; esa posición le permite mayor luminosidad y

ventilación al abrir hacia el interior del bloque, en lugar de hacia calles casi

99

HAUSER, A., Historia social, op. cit., p. 667. 100

ROWE, Colin, SATKOWSKI, Leon, La arquitectura del siglo XVI en Italia, Barcelona, Editorial

Reverté, 2013, pp. 141 y 142. 101

SENNET, R., El artesano, op. cit., p. 96. 102

REJÓN DE SILVA, D., Diccionario de las nobles artes, op. cit., p. 95.

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

261

siempre angostas; era frecuente ocupar también el desván, generalmente

como alojamiento de los ayudantes, cuya manutención es parte del pago que

reciben de su Maestro103.

Se trata, en definitiva, de un entorno perfectamente diseñado para las

tareas que debe acoger. En el otro extremo se encuentra ese otro hábitat en el

que el arquitecto ejercerá funciones menos creativas pero de una enorme

responsabilidad, cual es el solar donde se están ejecutando su ideación. No

están en este caso claramente especificadas las obligaciones asociadas a esas

competencias genéricas de “medir, tasar, y dirigir fábricas”104 que Fernando VI

había expresado en la creación de la Academia y que han supuesto, como se

ha visto, un punto de inflexión en la definición legal del arquitecto. No puede

olvidarse que estas son, en general y desde su consideración como labores

independientes a la ejecución, unas misiones relativamente nuevas que será

forzoso definir, por mucho que se haya asumido de forma clara tal autonomía.

No es extraño entonces que no acabe el siglo XVIII sin que se trate de resolver

esta carencia: será la Comisión de Arquitectura la que fije algunas

condiciones105, basadas en la costumbre, como es establecer para el arquitecto

la facultad de elegir al aparejador que atenderá la obra, la obligación de

intervenir en el reconocimiento de los materiales, así como de dar el visto

bueno a cuanto pago se realice y a la lista semanal de operarios empleados,

etc. De nuevo, serán condiciones que tardarán mucho en ser respetadas de

forma generalizada.

103

VAGNETTI, L., L’architetto, op. cit., p. 208. 104

REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO, Estatutos, Madrid, Imprenta de

Gabriel Ramírez, 1757, pp. 88 y 89. 105

Oficio de Luis Paret de 14/04/1795 y Actas de la Junta Ordinaria de 03/05/1795, a instancias

de una solicitud de Diego de Ochoa. Citado en GARCÍA MELERO, JE., “Arquitectura y burocracia”, op. cit., p. 321.

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6. EL ARQUITECTO PRIVADO

262

Para entonces la jerarquía de personal en obra106 está perfectamente

establecida, así como su sujeción a la organización establecida por el

aparejador. Al arquitecto tocará la supervisión del replanteo y del terreno

excavado y sobre todo la interpretación del proyecto, del que debe proveer

copias a aparejadores y ayudantes, en papel fuerte y correctamente guardados

en tubos de lata107, acotados con precisión. También es labor suya la

elaboración de detalles si son necesarios, la vigilancia relativa a la calidad de lo

ejecutado, aprobación de jornales, evitación de fraudes, etc. Para todo esto

cuenta con los manuales prácticos108 y sobre todo con su experiencia. Pero por

encima de todo ello, existe el entendimiento de que la obra es una fase más de

la ideación, la oportunidad de corregir o mejorar aquello que al pasar de lo

dibujado a lo construido no resulta satisfactorio109; esta importante

consideración coloca a la obra construida como el fin último de la arquitectura,

aun cuando sea paradójicamente esta época rica en arquitectura especulativa,

destinada a quedarse en el papel.

Para cerrar el trabajo, aún restará una operación más que relaciona de

nuevo la obra con el proyecto, como es la del cierre de obra, obligatoriamente

contrastado con el expediente inicial: el acto y efecto de la tasación o

valoración no supone otra cosa que la comprobación de que lo realizado es

conforme a proyecto, que cualquier alteración de la traza original está

justificada y autorizada, y que calidades y cantidades son las requeridas en las

especificaciones que acompañaron a los planos. Para ello, hay que ver, medir

106

Es decir, la gradación de albañil/oficial, ayudante o manoble, peón de mano y peón. BAILS,

Benito, Diccionario de arquitectura civil, Madrid, Imprenta de la viuda de Ibarra, 1802, pp. 5, 71, 77, 119. 107

RIEGER / BENAVENTE, Elementos, op. cit. p. 302. 108

BRIZGUZ Y BRU, A., Escuela de Arquitectura Civil, op. cit. 109

BRANCA / VEGNI / HIJOSA, Manual de Arquitectura, op. cit., p. 94.

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(“…pues un edificio después de rematado se sigue el medirle…”110) y reconocer

la obra, saber verificarla en relación a lo acordado inicialmente, valorar lo

realizado, especialmente si hay discrepancias, y certificar, finalmente la

satisfacción de lo ejecutado. Todo ello se entiende entonces como la labor más

difícil y de mayor responsabilidad que un arquitecto puede realizar, pues no es

otra cosa que certificar la validez de lo ejecutado en todos sus aspectos:

formales, económicos y técnicos. Por ello será encargada generalmente a

profesionales de renombre, que cuentan con una preparación y una

experiencia fuera de toda duda111, lo cual coloca, curiosamente, a las labores

auxiliares de la arquitectura en un plano de mayor importancia a la hora de su

ejercicio, aun por encima de la ideación.

110

SAN NICOLÁS, L., Arte y uso, op. cit., p. 135v. 111

En obras de envergadura o en las que surge una especial conflictividad este acto de la

tasación se realizará también en fases intermedias, y no sólo como acto final. GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., pp. 87 y 98.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

267

7.1. EL ARQUITECTO EN SOCIEDAD

7.1.1. Ocupando un nuevo espacio

Se puede afirmar tras el desarrollo abordado que a finales del siglo

XVIII la figura del arquitecto se halla consolidada en España y sus cometidos y

utilidad son ya claros para la sociedad a la que sirve. También se puede

observar que la percepción de esta imagen es ya más que favorable. Siempre

se ha reconocido la capacidad de trabajo del arquitecto, cuya variedad de

ocupaciones le obliga a un amplio saber y a muchas horas de estudio y trabajo.

Así se lo expresaba, con fina ironía, Picardo a Tampeso: “Siempre que vengo a

ver te tengo de hallar o estudiando o debuxando o traçando; bien seria

tomasses algunos ratos de placer”1. Pero la progresiva evolución del oficio, su

incorporación de competencias, su cada vez mayor itinerario de aprendizaje,

su cercanía al arte y a la ciencia a un tiempo, consigue colocar esta imagen

además en un estrato cada vez más alto de la escala social, en un grupo al que

pocos tienen acceso, adquiriendo así el carácter definitivo de profesión.

Para cuando se publica la extensa obra “Hijos de Madrid”2, cuatro

tomos en los que se recogen 1643 biografías de otros tantos personajes, el

arquitecto es una de las profesiones incluidas, con 17 ilustres representantes

de la misma, compartiendo páginas con santos, nobles, juristas, altos cargos

1 SAGREDO, Diego de, Medidas del Romano, Toledo, Imprenta de Juan de Ayala, 1549 (1ª ed.

1526), p. 3. 2 ÁLVAREZ Y BAENA, Joseph Antonio, Hijos de Madrid, ilustres en santidad, dignidades, armas,

ciencias y artes (tomos I, II, III y IV), Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1789-90-91.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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militares, caballeros, intelectuales y artistas; sin duda, el otrora maestro ha

conseguido por fin elevarse.

Por otro lado, durante los siglos XVII y XVIII son muy pocas las veces

que la Gaceta de Madrid dedica espacio al arquitecto: por ejemplo, cuando

refiere inauguraciones de edificios el nombre del artífice siempre está ausente.

Y en toda la infinidad de cargos y oficios cuyo nombramiento es

constantemente reflejado –veedores, eclesiásticos, oidores, corregidores,

consejeros, nobles y militares,…- sólo dos veces3 el cronista incluirá

arquitectos. Sin embargo, si en 1725 se incluía por primera vez el fallecimiento

de uno ilustre, aunque de forma escueta (“también murió de edad de 60 años

Don Joseph de Churriguera, insigne Arquitecto y Escultor, reputado de los

Científicos por otro Michael Ángel de España”), la siguiente ocasión será 60

años después y ocupando casi una página completa: en concreto, se trata de

una completa necrológica de Ventura Rodríguez4, en la que se repasan sus

méritos, cargos, biografía y obra, expresando por tanto una posición

ciertamente relevante para quien se considera “sugeto benemérito de la

nación”. Parece cumplida, entonces, la profecía que Villalpando incluía en el

prólogo a su traducción de Serlio5: “Tened por cierto que aunque de presente

veays mal premiados a los que en esta nuestra patria están en la cumbre desta

sciencia que han de venir tiempos en que los príncipes y señores grandes

estimarán en mucho los que en ella virtuosamente se exercitasen”.

3 En concreto se trata de Juan Román, al que se nombra arquitecto del Rey y maestro mayor de

obras en la Gaceta de Madrid nº 51 de 17/06/1727, p. 152, y de Fray Francisco Velasco, nombrado “Maestro Mayor y Architecto del Reyno de Galicia” en la nº 24 de 23/12/1727, p. 294. 4 Gaceta de Madrid nº 10 de 06/03/1725, p. 40, y nº 98 de 09/12/1785, p. 808, respectivamente.

5 SERLIO, Sebastián / VILLALPANDO, Francisco de, Tercero y quarto libro de architectura, Toledo,

Imprenta de Juan de Ayala, 1552, folio 2 del preliminar “el intérprete al lector”.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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1. El nuevo arquitecto en su tiempo libre: Ventura Rodríguez retratado en un descanso de la caza por Charles-Jospeh Flipart a finales del siglo XVIII

(Colección duques de Sueca)

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

270

Acudiendo de nuevo a Juan de Villanueva, figura paradigmática que

parece encarnar el culmen de esta profesionalización, le encontraremos en el

cambio de siglo con una posición desahogada, habitando casa propia, con

criados y coche de caballos. Bien es cierto que se trata del profesional de

mayor reconocimiento y en quien recaen los cargos más importantes, pero

incluso así no llegará al prestigio, aparato y lujo con el que vivió Sabatini6,

también alto personaje de Palacio. Precisamente, aquellos que ocupan cargos

en la corte o en cabildos y ayuntamientos, son los primeros que consiguen

despegarse del oficio7, y se constituirán sin duda en escaparate del ascenso,

más modesto, del resto de arquitectos; podemos considerar a nuestro primer

arquitecto oficial, Juan Bautista de Toledo, precedente también en esto, por

cuanto el nombramiento de Felipe II expresaba literalmente: “que como a tal

arquitecto se os guarden las preeminencias al dicho oficio anexas y

concernientes, sin que en cosa alguna ni en parte dello se os ponga embarazo

ni impedimento alguno”8.

La presente investigación, como las que se ocupan de problemas

similares, se apoya primordialmente en la historia de la gran arquitectura, la de

los edificios singulares y los clientes poderosos. La razón es simple: se trata con

mucha diferencia de los casos más documentados y que mayor espacio de

archivo han generado, al tiempo que puede considerarse la de mayor

6 CHUECA GOITIA, Fernando, y DE MIGUEL, Carlos, La vida y las obras del arquitecto Juan de

Villanueva, Madrid, Escuela Técnica Superior de Arquitectura, 2011, pp. 195 y 369, y MOLEÓN GAVILANES, Pedro, “Sobre Francisco Sabatini y Juan de Villanueva” in AAVV, Francisco Sabatini, Madrid, Electa, 1993, pp. 167 a 179. 7 GARCÍA MORALES, María Victoria, El oficio de construir: origen de profesiones. El aparejador en

el siglo XVII, Madrid, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid, 1990, p. 79. 8 Real Cédula de 12 de agosto de 1561, incluida en LLAGUNO Y AMIROLA, Eugenio y CEÁN

BERMÚDEZ, Juan Agustín, Noticias de los arquitectos y arquitectura de España desde su restauración, Madrid, Imprenta Real, 1829, tomo II, p. 230.

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271

influencia en la sociedad, funcionando como un escaparate de usos y

costumbres que serán enseguida asimilados por el resto de la sociedad. Pero

en realidad no es aquí donde está el triunfo del arquitecto como profesional;

ya se ha visto cómo las grandes obras siempre han contando con un trazador

previo, que poco a poco va organizándose de forma más completa. No, el

triunfo está en la arquitectura cotidiana, en proyectar las viviendas de la

burguesía, en acabar siendo necesario para obras que los particulares han

resuelto durante siglos por su cuenta, autoconstruidas o confiadas a un

maestro práctico en el mejor de los casos, sin ninguna necesidad de una traza

previa.

El siglo XVIII verá un importante aumento de población en toda

Europa, desviando el protagonismo de las tipologías del poder, la iglesia o el

palacio, hacia la casa; ésta será el principal sustento del arquitecto ilustrado9, a

quien ya se reconoce como necesario o al menos conveniente, y sin necesidad

de una ley que lo prescriba. Nacerá pues el interés por la tipología de casa

urbana, que hasta hace poco se dejaba en manos del maestro de obras, y que

ahora se ideará a medida del cliente desde los presupuestos neoclásicos de

gran simplicidad formal, contención ornamental e insistencia en la función,

que tanto habían preocupado a Diego de Villanueva: “su aspecto externo es

bien sencillo y equiparable a cualquier casa de vecindario, muy alejado por

supuesto de la preocupación artística de los palacios de Italia o Francia

encargados por nobles y burgueses por el mismo tiempo”10. Y más allá de esta

ideación a medida, será también el comienzo del proyecto residencial

9 ROSENAU, Helen, Social Purpose in Architecture, Londres, November Books / Studio Vista,

1970, pp. 26 y 27. 10

TOVAR MARTÍN, Virginia, Aspectos de la arquitectura civil madrileña del siglo XVII

(conferencia), Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1976, p. 12.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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despersonalizado, por cuanto la Iglesia también encargará ahora trazas de

edificios con viviendas destinadas al arrendamiento11, abandonando

paulatinamente la práctica de contar con tracistas en el propio seno de las

distintas órdenes, más habitual hasta el siglo XVII en las obras monásticas y

menos en las diocesanas12.

Por fin, el propietario querrá poder identificarse con el proyecto de su

vivienda propia (“cuidará el arquitecto de construir según las circunstancias de

la persona que quiere edificar”), mientras que cuando se trata de invertir

querrá el máximo aprovechamiento (“debe saber el arquitecto en pequeño

espacio multiplicar las viviendas, y sacar en cada vivienda comodidades de

toda especie”)13. Que para ambas necesidades, que aun no están regladas, el

burgués ilustrado confíe en el arquitecto, sin más ambigüedades ni

confusiones con maestros de ningún tipo, tiene que entenderse como la meta

alcanzada.

De igual modo, que un manual absolutamente pragmático y destinado

a los terratenientes, con sus páginas llenas de instrucciones para gobernar una

explotación agropecuaria, hable ya de la relevancia de contar con un

arquitecto para las edificaciones, y que éstas se entienden necesitadas de

proyecto14, no puede dejar de interpretarse en el mismo sentido, como una

11

IGLESIAS ROUCO, Lena Saladina, Arquitectura y urbanismo de Burgos bajo el reformismo

ilustrado (1747-1813), Burgos, Caja de Ahorros Municipal de Burgos, 1978, p. 121. 12

GARCÍA MORALES, MV., El oficio de construir, op. cit., p. 57. 13

Autor desconocido, “Discurso sobre la comodidad de las casas, que procede de su distribución

interior y exterior” in Ensayo de la Sociedad Bascongada de los amigos del País, Vitoria, Imprenta de Thomás de Robles, 1768, pp. 231 y 238. 14

“…se buscará algún buen Architecto para que forme la planta de la Casa, que se desea fabricar

(…). Formada pues la planta, según la traza de algún buen Architecto, de quien se tenga satisfacción,…”. Y también: “el modo de su fabrica queda la elección e inteligencia de los Sabios Architectos”. LIGER DE OXERRE, Luis, y TORRE Y OCÓN, Francisco de la, Economía general de la casa de campo – Tomo I, Madrid, Imprenta de Juan de Ariztia, 1720, pp. 28 y 52.

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clara muestra de consolidación profesional; no hacía ni cien años antes que un

popular tratado de contenido similar15 ofrecía recomendaciones para que

fuera el propietario quien diseñara su propia casa de campo y edificaciones

anejas, dejando al arquitecto completamente ausente.

Aquellas ambigüedades e indefiniciones competenciales señaladas,

que durante siglos han envuelto la labor de ideación, son por fin historia. Si se

ha hablado de intrusismo, más bien se debe entender que la falta de definición

de atribuciones favoreció que personajes de muy diferentes orígenes

ejercieran bajo una misma denominación, y con muy dispares resultados. Ha

habido por supuesto “maestros embusteros que se precian de arquitectos, y no

son razonables albañiles, ni canteros o carpinteros” 16, que incluso usando

trazas ajenas consiguieron encargos destinados a terminar malogrados; pero

estos no han sido nunca una alternativa que pudiera haber hecho a la

profesión configurarse de otro modo. Son en cambio los oficiantes de otras

actividades los que en diversos momentos han tratado de alzarse con

competencias para las que sin embargo no estaban preparados: “un pintor, un

platero, un escultor, un ensamblador, un entallador”17, cualquiera de ellos era

hábil para dibujar y con ello ganarse al cliente, pero llegados a la obra no

provocaban más que tener que hacer y deshacer muchas veces, aumentando

los costes finales sin necesidad.

A la completa profesionalización se le podrán sin embargo encontrar

excepciones, en este caso honrosas, pues se encuentran lejos de esa intención

15

AGUSTÍN, Miguel, Libro de los secretos de agricultura, casa de campo y pastoril, Zaragoza,

Imprenta de Pasqual Bueno, 1625 (1ª ed. 1617). 16

TORIJA, Juan de, Breve tratado de todo género de bóvedas, Madrid, Imprenta de Pablo de Val,

1661, p. 31r. 17

SAN NICOLÁS, Lorenzo de, Arte y uso de architectura, Madrid, Imprenta de Juan Sánchez,

1639, p. 164.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

274

invasiva. Y es que seguirá existiendo –y hasta el día de hoy- la figura del

aficionado a la arquitectura que, como el antiguo diletante, teorizará desde

fuera de la profesión, produciendo traducciones y tratados, difundiendo ideas

y estilos, y colaborando, en suma, al avance de la arquitectura. No es extraño

que Ortiz y Sanz alabe este papel18, cuando él mismo se reconoce como parte

de este grupo19. Del mismo modo opina Briggs cuando escribe “la influencia de

estos aficionados aristocráticos en la arquitectura del siglo XVIII fue enorme, y

en gran medida se orientó hacia el adelanto en el arte”20. Y es que hay algo en

la esencia de algunas ocupaciones, entre las que se encuentra la arquitectura,

que trasciende de la elección objetiva o incluso de la acreditación corporativa,

cual es lo que se ha dado en llamar vocación, esa motivación última que impele

al individuo a dejarse absorber por una tarea productiva, casi siempre con un

fuerte espíritu de servicio, e incluso fuera de su realidad estandarizada. Como

el mismo Ortiz y Sanz apunta, “y valga la verdad: no espere ser un grande

Artista aquel que no entra en su carrera por inclinación y genio, sino por

elección de sus padres, o por otras causas heterogéneas, y aun invita

Minerva21, como suele decirse”22.

El papel del teórico supondrá también una interesante colaboración en

la intelectualización de la actividad. Ya se ha comentado que la mejora del

estatus profesional pasaba por desmarcarse por completo de los oficios

18

RODRÍGUEZ RUIZ, Delfín, José Ortiz y Sanz. Teoría y crítica de la arquitectura, Madrid, Colegio

Oficial de Arquitectos de Madrid, 1991, p. 1. 19

No podemos dejar de señalar al respecto la enorme contribución del clérigo José Ortiz y Sanz

(1739-1822), traductor y difusor de Vitruvio, Milizia, Palladio y Bottari, estudioso del dibujo de arquitectura, cronista de ruinas y monumentos y autor él mismo de un tratado que quedó, por desgracia, sin publicar en su época. 20

BRIGGS, Martin S., The Architect in History, Oxford, Clarendon Press, 1927, p. 298. 21

Invita Minerva: locución latina que significa contra la voluntad de Minerva, o de las musas. 22

ORTIZ Y SANZ, José, Instituciones de Arquitectura Civil, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos

de Madrid, Manuscrito, 1819.

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manuales; desde el primer momento el arquitecto es consciente de ello, y el

mismo Sagredo23 ya defiende el distinguir a la arquitectura entre los oficios

liberales, aquellos que se trabajan con el espíritu y el ingenio, y que son

contrapuestos a los mecánicos.

En el siglo XVIII continuaba viva en España la distinción que

desprestigiaba a los oficios mecánicos, considerados “civilmente deshonrosos”.

Aquí seguía vigente un ideal de vida nobiliario originado en la Edad Media,

cuando se ligaron muchos oficios manuales a razas o religiones concretas; si

bien eran ya anticuados, tales postulados habían impregnado la sociedad de tal

modo que se estaban calcando en los nuevos esquemas estamentales24. Hay

que pensar, por poner un ejemplo, que el gremio de albañiles de la ciudad de

Valencia agrupaba en 1773 –año en que se solicita una mejora en su estatus-

también a maestros de obra y arquitectos, y que su consideración laboral era

la misma que la de “torneros, caldereros, zurradores, alpargateros, zapateros,

sastres, carpinteros y otros oficios declarados viles por la ley”, lo cual

provocaba “el justo sentimiento de verse incorporados con los oficios viles y

mecánicos de aquella ciudad”25. Y ello, aun a pesar de la defensa que tal

gremio hace en su caso del trabajo manual, por entender que el contacto físico

en la producción de la arquitectura les acerca más a lo que ésta tiene de noble.

Para el arquitecto es clave superar esta discriminación y sumarse a una

nueva consideración ilustrada del trabajo, basada en la capacidad y

remuneración. Ello le suponía el acceso a una situación privilegiada, tanto en lo

material como en su propia posición social, cuando no la mera supervivencia,

23

SAGREDO, D., Medidas, op. cit. p. 14. 24

ANES, Gonzalo, El Antiguo Régimen: los Borbones, Madrid, Alianza Editorial, 1983, pp. 125 a

138. 25

Solicitud del gremio de albañiles de la ciudad de Valencia de convertirse en colegio de

arquitectos, Archivo del Reino de Valencia, Libro del Real Acuerdo, año 1773, pp. 1053r a 1056v.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

276

de la que se ha dicho que ahora, desaparecidos los mecenas y con la nobleza

en declive, era básicamente cuestión del puesto social que se consiguiera

ocupar26. Si bien esta pretensión era común a las otras bellas artes, pintura y

escultura, como se ha señalado27, en el caso de la arquitectura siempre se

contaba con una ventaja cierta, y es que en ella lo concebido por sus autores

está por encima de la simple imitación de la naturaleza; ello coloca a los

arquitectos, con más facilidad, en un plano de trabajo ciertamente alejado de

la realidad manual.

Ante toda esta situación, no cabe duda que el punto de inflexión lo

supone otra vez la ordenación de la profesión desde la Academia. En sus

estatutos, el Rey concede expresamente a sus miembros “el especial Privilegio

de Nobleza personal con todas las immunidades, prerrogativas y esenciones

que la gozan los Hijosdalgos de Sangre”, facultándoles para el libre ejercicio de

la profesión en todo el reino, sin que “puedan ser obligados a incorporarse en

gremio alguno”28. Contar con el respaldo legal es ya un gran avance, por

mucho que la situación de facto aun tenga que mutar lentamente, como

comprueba el arquitecto Lois Monteagudo, que presenta un recurso legal

cuando un pariente suyo que le sirve como ayudante es reclutado, haciendo

valer su recién incorporado derecho nobiliario a exceptuar a un familiar del

sorteo29.

La mejora del estatus no es en todo caso una simple cuestión de

privilegios o de reputación. Por ejemplo, la elevación sobre los aranceles

26

BRIGGS, M., The Architect, op. cit., p. 310. 27

GÁLLEGO, Julián, El pintor, de artesano a artista, Granada, Universidad de Granada, 1976, p.

97. 28

REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO, Estatutos, Madrid, Imprenta de

Gabriel Ramírez, 1757, pp. 95 a 96. 29

CERVERA VERA, Luis, El arquitecto gallego Domingo Antonio Lois Monteagudo, La Coruña,

Fundación Pedro Barrié de la Maza, 1985, p. 29.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

277

establecidos por el Consejo de Castilla para maestros de obra, de cantería,

albañiles, etc., es una ganancia notoria. Cuando en 1778 cuatro titulados de la

Academia protestan contra la norma vigente en Oviedo30, que les incluye en la

misma estipulación de honorarios que a aquellos, desde luego quieren

distinguirse de la actividad manual y establecer una jerarquía en los oficios

edificatorios, pero sin duda buscan también una remuneración mayor. De

hecho su principal argumento es que sin ausencia de recompensa, ¿qué interés

tiene el esfuerzo de titularse académicamente? Será un informe de Juan de

Villanueva el que convenza al Consejo para fijar superiores aranceles para los

titulados, incluso recomendando ir más lejos y establecer aquellos por libre

acuerdo entre las partes, con la supervisión académica en caso de conflicto.

A pesar de lo expuesto, resulta paradójico que el arquitecto consiga

elevarse por fin sobre el oficio mecánico precisamente en tiempos ilustrados,

por cuanto el espíritu enciclopédico establecerá la equiparación entre el

trabajo mecánico y el intelectual31. Se crea así el germen de una lenta inversión

del proceso, tendente a igualar el prestigio de todas las ocupaciones, cuyas

consecuencias llegan hasta nuestros días.

7.1.2. Responsabilidad y obligación

Adquirir privilegios supone, en justicia, asumir también

responsabilidad. Es lógico pensar que desde el momento en que el arquitecto

obtiene unas competencias exclusivas, con ellas consigue también la carga de

30

Se trata de Reguera, Pruneda, de la Meana y Álvarez. MADRID ÁLVAREZ, Vidal de la, La

arquitectura de la Ilustración en Asturias. Manuel Reguera (1731-1798), Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 1995, p. 289. 31

SENNET, Richard, El artesano, Barcelona, Anagrama, 2010, p. 117.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

278

ser señalado como responsable de los fallos que en el ejercicio de aquellas se

puedan producir.

La actividad constructiva es un proceso que entraña muchos riesgos

materiales y personales, y en el que se mueven grandes sumas de dinero;

además, al producto terminado se le solicita una muy larga vida útil, durante la

cual pueden surgir vicios de variado origen. “En la construcción de un Edificio

no puede haver falta ligera; un mediano descuido cuesta mucho tiempo, y

dinero el repararle, lo que pide mucha atención por parte del Arquitecto”,

expresa con rotunda claridad Diego de Villanueva32. Por todo ello, la

generación de posible responsabilidad33 es enorme. Tanto es así que este

32

VILLANUEVA, Diego de, Colección de diferentes papeles críticos sobre todas las partes de la

Arquitectura, Valencia, Imprenta de Benito Monfort, 1766, p. 6. 33

Vamos a entender que se genera responsabilidad cuando se produce un daño y existe una

conducta personal a la que se puede atribuir la causa del mismo. Con ello, surge la obligación de indemnizar y resarcir del daño causado. IRISARRI MARTÍNEZ, Carlos Javier, El arquitecto práctico,

2. La siniestrabilidad debe ser frecuente: en las dos veces que Goya retrata una obra el protagonismo es para un operario herido. A la izquierda, El albañil herido (1787), a la derecha,

detalle de La conducción de un sillar (1786), Museo del Prado y Grupo Planeta Corporación, respectivamente

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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asunto ha sido considerado desde el origen de las civilizaciones: basta con

señalar la existencia de disposiciones al respecto en el mismo Código de

Hammurabi (1769 adC), siendo a su vez recopilatorio de legislaciones muy

anteriores.

Sin necesidad de ir tan lejos, se encuentran ya referencias a la ruina

edificatoria en el Fuero Viejo de Castilla (c. 1248), recopilación legislativa del

derecho medieval castellano; en el mismo la preocupación se concentra en no

causar daños al vecino, responsabilizando al dueño del correcto

mantenimiento de su propiedad34; no existe mención, por tanto, a la actividad

constructiva. Ello no es raro puesto que el autor simplemente compila criterios

de siglos anteriores, que no fueron precisamente dinámicos en tales labores

edilicias.

No sucede lo mismo con el siguiente cuerpo de referencia, las Siete

Partidas (c. 1265), al ser sin embargo una redacción que busca no sólo

uniformar los criterios de todo el reino de Castilla, sino conseguir una eficacia

completa de acuerdo a su tiempo; la extraordinaria duración de su vigencia

sólo puede ser muestra de su acertada formulación, y desde luego las bases de

la responsabilidad civil en edificación deben buscarse aquí. Para empezar,

resulta clave el que contemple desde un principio la existencia del rol del

diseñador y director que protagoniza estas líneas, lo cual es claro al

responsabilizar de las labores de obra nueva, por este orden, “…al señor de la

obra, o al ome que esta por el sobre los Obreros, o a los Maestros, e a los que

seguido de Propiedad inmobiliaria para arquitectos, Madrid, Universidad Europea de Madrid, 2011, p. 129. 34

Título V, Libro IV, Ley 2ª. BETANCOURT SERNA, Fernando, “Normativa y legislación

constructiva en la antigüedad y en la alta edad media”, en GRACIANI, Amparo (ed.), La técnica de la arquitectura medieval, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2011, p. 95.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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labrassen”35. Ese “ome” que es representante del Señor en la obra, y que se

sitúa por encima de los ejecutores, no es otro que el futuro arquitecto, como

se ha señalado en el tercer capítulo. De hecho, cuando el legislador aborda el

deber de conservación que todo propietario tiene, recomienda claramente el

acudir a quien tenga oficio en lugar de tratar de usar sus propios medios: “E

porque mejor se pueda esto fazer, deue el mismo tomar buenos Maestros, e

sabidores deste menester”36. Y en contrapartida a esta precoz sugerencia

competencial, se encuentran aquí las primeras referencias legislativas a la

responsabilidad asumida por quien desempeñe el oficio: durante un periodo

de quince años desde la terminación de la obra nueva su autor responderá de

derribos o movimientos, reparando a su costa o devolviendo lo cobrado,

responsabilidad que se hace extensiva a sus herederos37; sólo será exonerado

si se puede aducir que la ruina fuera causada por terremoto, rayo o

inundación. Para exigir estas reparaciones, bien durante ese plazo pero

también durante la misma obra -si hay sospecha de que el trabajo no lleva

buen camino- el propietario deberá convocar a maestros reputados. Éstos

dictaminarán al respecto, siendo su opinión autorizada suficiente para exigir

las satisfacciones citadas38.

Como se aprecia, la gran responsabilidad asumida ha llevado siempre

aparejada unos resarcimientos de importancia: rehacer a costa del

responsable, como mínimo, es sin duda una fuerte contrapartida. Puede

ilustrarlo esa antigua historia39, fechada hacia 1212, en la que un arquitecto

35

Tercera partida, título XXXII, Ley I, de las Siete Partidas. Los códigos españoles concordados y

anotados (tomo III), Madrid, Imprenta de la publicidad, 1848, p. 389. 36

Tercera partida, título XXXII, Ley X, de las Siete Partidas. Ibid., p. 393. 37

Tercera partida, título XXXII, Ley XXI, de las Siete Partidas. Ibid., p. 397. 38

Quinta partida, título VIII, Ley XVI, de las Siete Partidas. Ibid., p. 653. 39

LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo I, p. 79.

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aterrado se apercibe de errores en el diseño de un arco, aun sujeto por la

cimbra; será su resuelta esposa la que secretamente y de noche prenda fuego

a la cimbra para destruir el arco antes de que entre en carga y su marido pueda

ser culpado de impericia; evitará así la reconstrucción del arco a su costa. Sin

duda, los costes de la negligencia han sido entonces -como ahora- muy

elevados.

La legislación obrante durante los siglos siguientes, que enmarcan el

proceso de creación profesional del arquitecto, es escasa, y en general serán

derivación o interpretación de lo citado. A ella se unen sin embargo pleitos de

cierto relieve cuyo espíritu es sin duda seguido en muchos otros,

incorporándose finalmente a la normativa moderna. Un buen ejemplo

temprano es el narrado por Llaguno acerca del abandono de un encargo en

curso para atender una oferta mejor, que provoca la detención del maestro

fugado, a quien se obliga a finalizar su compromiso inicial40. Sin duda se trata

de una aplicación derivada de otro criterio contenido en las Siete Partidas, que

establecía la responsabilidad derivada de la aceptación de más trabajo del que

se puede atender correctamente41. En este caso, sin embargo, este concepto

acabará incorporado en el Código Deontológico del arquitecto contemporáneo

y no en la legislación aplicable.

Aunque no es éste un tema frecuente en la tratadística, habrá

honrosas excepciones desde muy temprano. El mismo Alberti se extrañaba de

la ausencia de sanciones normalizadas42, así como dedicaba espacio a tipificar

40

Se trata de la fuga en 1512 de Juan Campero, responsable de las obras de la iglesia y convento

de San Francisco en Torrelaguna, ante la oferta de participar en el inicio de la construcción de la nueva catedral de Salamanca. Ibid., tomo I, p. 145. 41

Quinta partida, título VIII, Ley XVI, de las Siete Partidas. Los códigos españoles, op. cit., p. 653. 42

“Y es de maravillar que no paguemos pequeñas penas de la obra mal fabricada, porque lo que

al principio temerariamente acometiendo sin consejo no lo aviamos bien examinado, finalmente

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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los vicios de los edificios43, distinguiéndolos en innatos –causados por el

arquitecto- y adquiridos –por cualquier otra causa-. Los innatos a su vez se

dividirán en vicios del ánimo –derivados de “la elección, partición, distribución,

finición, lo mal hecho, lo disipado y lo confuso”- y en vicios de la mano –

causados por negligencias, derivados de “recoger, aparejar, fabricar, ajuntar

menospreciada y perezosamente”-.

Las causas de los adquiridos son numerosas, pero primordialmente se

derivarán del envejecimiento de los materiales, las inclemencias del tiempo y

las injurias de los hombres. Y fuera de la responsabilidad, igual que sucede en

la legislación contemporánea, quedan los daños provocados por fenómenos

naturales siempre que sean “nunca oydas no esperadas e increíbles, […] casos

repentinos de los incendios, y de los rayos, terremotos y impetos, y avenidas de

aguas”.

Fray Lorenzo de San Nicolás es otro de los escasos autores a los que

este asunto preocupa lo suficiente como para dedicarle espacio en su obra44. Y

al igual que su antecesor, distingue a priori los daños creados en origen de los

debidos a circunstancias posteriores: “de dos causas resultan los daños en las

fabricas, y aunque otros dan muchas, solo hallo que sean dos. La una es de

parte del Artifice, por no estar bien experimentado. La otra es de parte del

tiempo, y asi confiesan los Filosofos, que vence el tiempo todas las cosas”. No

sólo es así, sino que “atrevome a decir que recibe mas daño un edificio por la

poca consideración del Maestro que de las inclemencias del tiempo”. Pero

cuando este autor habla de los daños causados en origen, resulta

lo reconocemos con el successo del tiempo”. ALBERTI, León Baptista / LOZANO, Francisco, Los diez libros de architectura, Madrid, Imprenta de Alonso Gómez, 1582, p. 33. 43

Ibid., p. 302. 44

SAN NICOLÁS, L., Arte y uso, op. cit., pp. 133v a 135v.

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extraordinario que no solo se trate de circunstancias de mal diseño (“hacen

aberturas de mas de los dicho en los edificios, o por el mucho peso…”) o de

escasez o mala elección de materiales, o “por apresurar la obra”. Es decir,

además de esas causas, de las que se puede culpar sin más a tracistas y

maestros, Fray Lorenzo será quien incorpore a los agentes generadores de

responsabilidad al Señor de Obra, en caso de que sean sus órdenes las que

obliguen a ahorrar más de la cuenta en profundidad de cimientos o gruesos de

fábricas. No será el único que apunte hacia el cliente: más adelante se señalará

también su posible responsabilidad en caso de confiar la obra a quien no tiene

capacidad para llevarla a cabo45, otro de los criterios que acabarán

incorporados en el moderno Código Deontológico.

En Diego de Villanueva encontraremos de nuevo un enérgico discurso

en pro de la selección de los arquitectos más competentes, en este caso

dirigida al ámbito judicial, para que con sentencias ejemplares limpie de

aficionados la profesión46. Para él, la causa primordial de ruina está en la

inadecuada elección de arquitecto, antes que en la deficiente ejecución, la

mala calidad de material e incluso que la picaresca de los obreros47. Y la mala

praxis del arquitecto, a su vez, tiene cuatro posibles orígenes: mala fe,

ignorancia, descuido y falta de reflexión48. De cualquiera de estas fuentes

vendrá el yerro que desembocará en un vicio constructivo.

No cabe duda entonces que, en general, estas propuestas serán poco a

poco incorporadas en la costumbre jurídica al ser tenidas en cuenta en pleitos

45

“…como también sucede algunos dueños de sus obras llamar algún oficial, por lo avervisto

trabaxar con un Maestro y entregarle su obra”. ANDRADE, Domingo de, Excelencias, antigüedad, y nobleza de la Arquitectura, Santiago, Imprenta de Antonio Frayz, 1695, p. 45. 46

VILLANUEVA, D., Colección de diferentes papeles, op. cit.,, pp. 42 y 97. 47

Ibid., p. 1. 48

Ibid., pp. 81 a 82.

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y sentencias; sin duda, las fuentes a las que podían acudir letrados y jueces

eran precisamente los autores reconocidos en arquitectura y construcción. No

de otro modo se puede explicar que estos criterios se hayan incorporado a

legislaciones diversas, llegando su vigencia hasta nuestros días.

A falta de una legislación más específica, serán muchas veces las

propuestas de ordenanzas las que incorporen concreciones en las sanciones

que puedan corresponder a la negligencia del artífice. Así, en relación a las

desviaciones de presupuesto, si ésta es mayor a un ¼ del total, se establece

como sanción el terminar la obra a costa del incompetente; en caso de que el

sobrecoste termine siendo de más de ½, entonces aquel deberá además ser

deshonrado y desterrado49. Otra fuente propone, en caso de que la ejecución

sea defectuosa, provocando el derrumbamiento durante la obra, que se

rehaga a costa del maestro, devolviendo además lo recibido hasta entonces e

indemnizando cualquier daño causado50. Y aun una tercera pedirá que el

maestro o arquitecto que errase por primera vez sea privado de sus

competencias (“…y volviese a ser oficial…”), y si fuera por segunda, entonces

pierda su estatus de ciudadano y sea desterrado51. Pero en general, al ser las

ordenanzas cuerpos normativos reguladores de procesos municipales, se

encuadran más en la esfera administrativa que en la civil52, y en tal caso, la

responsabilidad apunta más al Maestro de Obras; así, éste será quien deba

49

TORIJA, Juan de, Tratado breve sobre las ordenanzas de la Villa de Madrid y policía de ella,

Madrid, Imprenta de Antonio Pérez de Soto, 1760 (1ª ed. 1661), cap. 2. 50

SAN NICOLÁS, Lorenzo de San, Segunda parte del arte y uso de architectura, Madrid, Imprenta

de Petrus Villafranca, 1665, ordenanza 30. 51

ANDRADE, D., Excelencias, antigüedad, y nobleza, op. cit., p. 45. 52

IRISARRI MARTÍNEZ, CJ., El arquitecto práctico, op. cit., p. 134.

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solicitar el permiso municipal53, o citarse en la parcela con el alarife para

proceder a la tira de cuerdas54, por ejemplo.

Si a la negligencia se le une el dolo, o éste aparece en sustitución de

aquella, la responsabilidad excede ya de lo que hoy se entiende como esfera

civil para caer en la penal. Aquí se encuadraría el conocido pleito que en 1680

es causado por la ruina del Puente de Toledo en Madrid, cuyo origen se

demuestra es debido al uso de materiales de inferior calidad y precio a los

recogidos en las especificaciones, para obtener ilícitamente una ganancia

mayor. Sus culpables, trazadores y ejecutores al mismo tiempo, serán

condenados a rehacer a su costa, indemnizando los daños causados, así como

a la confiscación de todos sus bienes, quedando sus herederos obligados a

liquidar cuanto se adeudara en caso del fallecimiento de aquellos55.

Una de las consecuencias de la profesionalización del arquitecto y de la

delimitación de sus funciones con respecto a maestros de obras y aparejadores

es, lógicamente, que las responsabilidades asociadas se definan también

separadamente en las leyes más modernas. Así, cuando Carlos III trata de

atajar las frecuentes desgracias en obra debidas al mal andamiaje, legislará56

señalando con mucha claridad la competencia que toca al maestro y al

aparejador, dejando ya fuera al arquitecto; de nuevo, nada de esto surge de

improviso, sino como resultado de un largo proceso de tratados teóricos y de

costumbre efectiva. En este caso concreto, se está formalizando una de las

53

TORIJA, J., Tratado breve, op. cit., p. 96. 54

ARDEMANS, Theodoro, Ordenanzas de Madrid, y otras diferentes, Madrid, Imprenta de

Joseph García Lanza, 1754 (1ª ed. 1719), p. 55. 55

BLASCO ESQUIVIAS, Beatriz, Arquitectos y tracistas. El triunfo del Barroco en la corte de los

Austrias, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2013, p. 209. 56

Edictos de Carlos III (03/12/1778 y 24/10/1782), Libro III, Título XIX, Ley V de la Novísima

recopilación de las Leyes de España, en Los códigos españoles concordados y anotados (tomo VII), Madrid, Imprenta de la publicidad, 1850, p. 373.

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ideas avanzadas ya por Alberti más de doscientos años antes, cuando abogaba

porque el arquitecto tuviera clara la delimitación de funciones que le separa

del sobrestante57 y evitara asumir errores ajenos en labores que ni siquiera

debieran ser suyas.

Ello no evitará los conflictos –ni siquiera hoy mismo- a la hora de

sortear la responsabilidad solidaria, siendo así que muchas veces la separación

no sea del todo clara: “Bien sé yo como algunos de los arquitectos del día se

salen de estos apuros. Descansan sosegadamente en sus aparejadores, y no

tienen dificultad en decir que esto es incumbencia suya, y ellos no se meten en

ella. Por esto, habiéndose caído el arco toral de cierta gran capilla que se

fabricaba, y quitado la vida a muchas personas, oí al arquitecto que con mucha

flema y serenidad dixo: que estas eran cosas del cuidado del albañil”58. Pese a

la crítica, para los tratadistas ilustrados es claro que haber ganado la

competencia de la dirección de obra, como una labor independiente de la

ejecución, obliga a asumir la fiscalización también del fraude que puedan

cometer maestros, aparejadores y obreros, y no sólo a vigilar la correcta

ejecución y fidelidad al proyecto. Se llega, por ejemplo, al detalle de señalar

hasta trece posibles acciones fraudulentas por parte de los ejecutantes59, así

como se advierte de mostrarse inexperto60 o del exceso de confianza en

aparejadores y sobrestantes61, como actitudes de cierto riesgo, carne de

subalternos y oficiales sin escrúpulos. La necesaria independencia de criterio,

57

ALBERTI / LOZANO, Los diez libros, op. cit., p. 300. 58

BOTTARI, Juan Cayetano / ORTIZ Y SANZ, Joseph, Diálogos sobre las artes del diseño, Madrid,

Imprenta de Gómez Fuentenebro, 1804, p. 143. 59

VILLANUEVA, D., Colección de diferentes papeles, op. cit., p. 83. 60

BAILS, Benito, Elementos de matemática - Tomo XI-I (Arquitectura civil), Madrid, Imprenta de

Viuda de Joaquín Ibarra, 1796 (1ª ed. 1783), p. 9. 61

VALZANIA, Francisco Antonio, Instituciones de Arquitectura, Madrid, Imprenta de Sancha,

1792, p. 9.

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que convierte al arquitecto en el representante de los intereses de la

propiedad -ya a todos los efectos-, sin duda es parte de lo que se ha ofrecido a

la sociedad a cambio de la asignación competencial, por lo que reviste una

gran importancia.

Con todo ello, aún entrado el siglo XIX y a falta de un verdadero código

civil y de unas normas deontológicas claras, la responsabilidad no estará

claramente definida, lo que motivará la retórica de Ortiz y Sanz: “¿Y quién

resarze los gravísimos daños causados al dueño, y el de los oficiales y peones

muertos debaxo de la ruina?”62.

62

ORTIZ Y SANZ, J., Instituciones, op. cit., proposición 7ª.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

288

7.2. COMPORTAMIENTO Y COMPROMISO

7.2.1. Formación de una ética profesional

Desde tempranas fuentes se ha hablado de la calidad moral que debe

tener el arquitecto: “ha de ser hombre de bien; todo lo dixe en dos palabras”63.

En efecto, si la lucha mantenida por el ascenso como ocupación no se viera

refrendada por un comportamiento ejemplar, ¿qué defensa tendría frente a

quienes han entregado esa supuesta superioridad? ¿Cómo podría legitimarse

la pretensión de una confianza absoluta por parte de clientes? Se dan por

supuesto cualidades que deben poder pedirse a cualquiera: “humanidad,

facilidad, modestia y bondad, no las deseo yo mas en él que en los demás

hombres dados a cualquiera artificio”64. La educación, el entorno, la existencia

de modelos, las relaciones personales y, por supuesto, la propia experiencia

personal, crean en cada uno unas normas de conducta propias,

completamente individuales aun cuando se fundamenten en pilares que

puedan ser genéricos –por emanar de aquellas influencias cuando son

comunes-. En esta ética personal, sin duda una parte pertenece o se relaciona

con el gobierno profesional, y de acuerdo a lo expuesto, en una ocupación

concreta se deberían poder identificar tales pilares que, de un modo genérico,

explican un comportamiento más o menos colectivo. Específicamente, el

arquitecto dieciochesco cimentará su ética en rasgos que se han ido

construyendo generación tras generación, que se han ido incorporando,

63

CARAMUEL, Juan de, Architectura civil recta y obliqua (tomo II), Vegevén, Imprenta de Camilo

Corrado, 1678, p. 8. 64

ALBERTI / LOZANO, Los diez libros, op. cit., p. 34.

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289

matizando y transmitiendo y que, con mucha seguridad aun hoy son vigentes.

Algunos de ellos incluso habrán trascendido de la esfera personal, y se habrán

incorporado a la deontología, de la que se tratará después.

Es necesario por ello ir más allá de esas cualidades que a todos se

deberían exigir aun cuando al arquitecto también se le recuerden como

premisa: “limpia conciencia hasta en los más mínimos pensamientos”65. Habrá

que establecer aquellas normas de comportamiento que son inherentes al

arquitecto por cuanto inciden específicamente en el servicio asumido. Así, se

encuentra cierta reiteración en que deba cuidarse de adquirir la “prudencia y

maduro consejo” que fundamentan la capacidad proyectual; es decir, el

profesional “ha de huir de la liviandad de ser cabezudo, de la jactancia,

intemperancia”66. En efecto, la humildad de considerar las opiniones ajenas,

sin obcecarse en las propias, permite no sólo mejorar un aspecto puntual, sino

en general, el constante aprendizaje que el ejercicio necesita. Huir de la

soberbia puede ser producto del temor de Dios 67 o resultado de un propio

código de conducta, pero con independencia de cómo se adquiera es unos de

los valores que con más claridad se entiende que ayudarán en el camino hacia

la excelencia profesional: sólo aprende quien busca el pensamiento de los

mejores y sabe escuchar dejando que lo oído modifique la propia idea, si con

ello el resultado mejora. A ello se une el callar, especialmente cuando no se es

la voz más autorizada de la reunión; hasta de quien menos se espera se puede

aprender algo: “se dócil, oye a todos, que tal vez un ignorante da luz de cosas

65

“Para llegar a saber en todo, solo estriba en estos dos puntos: la verdad en todo por delante

trates, y a cosa que al prójimo toque, no le toques ni un pelo”. GARCÍA BERRUGUILLA, Juan, Verdadera practica de las resoluciones de la geometría, Madrid, Imprenta de Lorenzo Francisco Mojados, 1747, p 132. 66

ALBERTI / LOZANO, Los diez libros, op. cit., p. 34. 67

SAN NICOLÁS, L., Arte y uso, op. cit., p. 83.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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que el entendido no alcanzava”68. Y si de alguien se puede aprender, es de los

subalternos en obra, pues búsqueda de la ciencia en la profesión no supone el

desprecio de la experiencia: “muchas veces suelen alcanzar mas los Oficiales el

modo de fabricar algunas cosas con menos costa, y que salgan según Arte, por

la experiencia que los acompaña, que puedan los Architectos alcanzar con su

ciencia”69. Hasta tal punto se considera capital esta necesidad de aprender de

los demás que habrá autores que recomienden la exposición pública de

modelos y planos para provocar diferentes opiniones70.

Enormemente expresivo

había resultado Philibert de L’Orme

cuando en su tratado, ampliamente

conocido en toda Europa, describió

gráficamente su visión del carácter

del arquitecto71. Así, el mal

arquitecto se viste y cubre como un

sabio para aparentar, pero no

encuentra más que obstáculos en su

avance, caminando sin manos porque

no sabe hacer lo que debería saber

hacer, sin tener ojos para ver las

grandes empresas. Tampoco posee

oídos porque nunca considera las opiniones ajenas, ni nariz, por lo que no

tiene capacidad de apreciar lo bueno; pero tiene boca para balbucear y criticar.

68

SAN NICOLÁS, L., Arte y uso, op. cit., p. 165v. 69

LOSADA, Manuel de, Crítica y compendio especulativo-práctico de la architectura civil, Madrid,

Imprenta de Antonio Marín, 1740, p. 25. 70

BAILS, B., Elementos de matemática, op. cit., p. 46. 71

L’ORME, Philibert de, Architecture, París, Regnauld Chaudiere, 1626, pp. 327v a 330r.

3. El mal arquitecto; ver nota 71

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

291

Camina apresuradamente por eriales, solitario, huyendo de un castillo sin

belleza, su propia arquitectura. Muy distinto es el buen arquitecto, que

presenta tres ojos, uno para ver el pasado, otro el presente y otro el futuro.

Tiene alas en los pies, porque es diligente, y sin embargo no se apresura. Posee

cuatro orejas, porque escucha más de lo que habla, y cuatro manos, ya que

atiende a muchos asuntos a la vez. Su jardín es fértil y sus edificaciones

armoniosas; junto a ellas, derrama sabiduría con generosidad sobre su

aprendiz.

Aunque resida

también en el sustrato de

todo esto, se puede decir

que la búsqueda de la

profesionalidad es un

concepto que se delimita

con claridad desde el

momento que surge la

búsqueda de la profesión;

el trabajo bien hecho -“las

cosas que salieren a la luz

sean muy bien pensadas y

dirigidas hasta la mas

minima”-, como bien en sí

mismo, se proclama como

el verdadero fin de la

actividad, independiente

de la remuneración y bajo

la premisa de la responsabilidad que supone idear lo que otros construirán con

4. El buen arquitecto; ver nota 71

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

292

sus manos y unos terceros pagarán mermando su poca o mucha fortuna. De

este modo, el resultado estará “vacio de quexas”72. ¡Qué alejadas están estas

ideas del mal artífice que describía Torija, aquel que “no se quita la capa,

grave, no asiste, no hay dineros para el”!73

La honestidad profesional se relaciona entonces con esa clara

institución del objetivo, el trabajo bien hecho, siendo este el objeto construido

con los requerimientos establecidos y ya descritos. Dos consecuencias éticas se

derivan de esta idea: la primera es primar como fin el honor propio, muy por

encima de cualquier otra remuneración74. La segunda, aun más substancial, es

la absoluta necesidad de la mejor preparación posible para el ejercicio, de ser

realmente competente y capaz para el trabajo que corresponde ejecutar75. No

atender un encargo hasta tener toda la información necesaria, asumir el riesgo

que corre el cliente en su elección, dominar los oficios y saber tratar con los

artífices… Cualquiera de estas competencias corresponde a lo dicho:

preparación y experiencia, como valores incorporados a la ética del

profesional.

Frente a todo ello, esa honestidad puede verse vulnerada si el objetivo

descrito, el trabajo bien hecho, se enturbia por situar otras motivaciones como

preferentes. En tal caso surgen acciones de mala praxis, que ya se denuncian

en el mismo tratado de Alberti76, por ejemplo. Una muestra reiterativa es el

72

ALBERTI / LOZANO, Los diez libros, op. cit., p. 34. 73

TORIJA, J., Tratado breve sobre las ordenanzas, op. cit., p. 19. 74

Es este precisamente el origen de la palabra honorario, que ya se ha señalado como

perteneciente a la profesión, frente a salario y similares, que corresponden al oficio. Éste está definitivamente superado y aquel es ya el mundo del arquitecto. MARTÍNEZ NAVARRO, Emilio, Ética profesional de los profesores, Bilbao, Ediciones Desclée De Brouwer, 2010, p. 52. 75

BAILS, B., Elementos de matemática, op. cit., p. 9. 76

“…querria que se diesen los modelos no acabados como perfecto artificio, y no limpios,

esclarecidos, sino desnados y sencillos en los quales aproveys el ingenio del inventor y no la mano del artífice”. ALBERTI / LOZANO, Los diez libros, op. cit., p. 34.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

293

uso de los medios de proyecto y expresión como reclamo para el cliente,

falseando o maquillando la anticipación. Lo mismo da si esta se ha formalizado

usando medios bidimensionales –la perspectiva- o tridimensionales – el

modelo-. En ambos casos, defraudar proporciones, recargar el aspecto,

presentar entornos falazmente atractivos, son medios utilizados para decidir al

cliente a embarcarse en desarrollos cuyo final no será exactamente el

prometido: “Los diseños y modelos no son capaces de dar mas que una idea

muy imperfecta de la destreza o cortedad del Architecto; y los mas inhábiles

suelen esmerarse mas en adornar sus diseños”77. Tal recurso del mediocre

debía ser común durante estos siglos, en vista de la cantidad de referencias

observadas en los tratados, y es una perniciosa práctica que no ha

desaparecido hoy, cuando los medios gráficos son más sofisticados que nunca.

Por otro lado, y desde el momento que la arquitectura es un arte con

un claro componente funcional, cuyo desarrollo necesita del cliente que

encarga y paga, éste no puede dejar de ser una pieza responsable del producto

terminado. Como ya señaló el mismo Palladio no habrá buen proyecto sin

buen señor de obra, y a éste debe gran parte de sus aciertos: “soy muy feliz por

haber hallado personas nobles, de animo generoso y excelente juicio, que han

dado crédito a mis razones, y abandonado la inveterada costumbre y estilo de

edificar sin gracia y sin belleza alguna”78. Pues bien, será el pragmatismo

ilustrado el que incorpore al cliente con mayor rotundidad al trabajo a realizar

y desde un primer momento, ya que su primera obligación así como su primer

mérito residirá en la correcta elección de arquitecto; para ello, el

77

VITRUBIO, Marco / ORTIZ Y SANZ, Joseph, Los diez libros de Architectura, Madrid, Imprenta

Real, 1787, nota al pie p. 57. 78

PALLADIO, Andrea / ORTIZ Y SANZ, Joseph, Los quatro libros de Arquitectura, Madrid,

Imprenta Real, 1797, p. 45.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

294

discernimiento entre charlatanes y profesionales competentes se simplifica sin

más que atender a sus obras respectivas: “quando hablarán los edificios

hechos y callarán las lenguas”79, reclama Ortiz y Sanz al respecto. Y a

continuación, la colaboración del cliente con el arquitecto elegido en el

establecimiento de sus necesidades es el único modo de que el resultado final

cumpla los requerimientos debidos a la disposición y utilidad; ésta es el

compromiso del arquitecto, no sólo en lo que refiere a pura función material,

sino también en cuanto a la “dignidad y carácter”80 del edificio, es decir, a

aspiraciones y representatividad que merece el comitente.

En relación al papel que este cliente tendrá en la ideación, el siglo XVIII

consolidará en la conciencia ética del arquitecto un elemento del que ya se

hablaba en el siglo anterior, pero que aquí se llevará hasta el extremo de

añadirse a los requisitos de la ideación: se trata de cuidar la economía de ese

señor de obra, aspecto que también podemos relacionar directamente con la

independencia del arquitecto respecto a la ejecución de la obra. En efecto,

como se ha señalado, asumir la dirección pero sin relación con el trabajo

manual se ha conseguido asumiendo la responsabilidad de ser representante

del cliente, lo cual ha llevado a incorporar en los cometidos de obra la

vigilancia frente a posibles fraudes ya tratada. Como se ha dicho, “mucho

dinero en el que suele en un gran Edificio pasar por las manos de un

Maestro”81, y por tal motivo, también se asumirá la obligación de cuidar la

economía del señor de obra como si fuera propia. Al principio será reclamada

como obligación en obra, para después unirse a las misiones de preparación de

79

ORTIZ Y SANZ, J., Instituciones, op. cit., proposición 161. 80

BAILS, B., Elementos de matemática, op. cit., pp. 30 y 32. 81

CARAMUEL, J., Architectura civil, op. cit., p. 8.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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la misma, realizando un correcto avance82 o presupuesto previo. Y finalmente,

y este es un aspecto de suma importancia, se incorporará también esta idea en

la fase de proyecto, añadiendo la economía a los requerimientos de la ideación

ya comentados: ordenación, disposición, simetría o euritmia.

No era pequeño el problema de las desviaciones de obra, la reiteración

en la tratadística y, especialmente, en los pleitos de los que se conserva

documentación, es muestra de la frecuencia y magnitud del asunto. El propio

Vitruvio señala cómo en la antigüedad al arquitecto que terminaba el edificio

de acuerdo al presupuesto inicial era “ennoblecido con decretos y honores”83,

frente a quien necesitaron excederse, y a quienes se les hacía pagar de sus

bienes parte de ese exceso. Ardemans84 y Torija85 incidirán en las

consecuencias de la mala previsión, que “hacen perecer los caudales de

aquellos que les mandan hazer los edificios”86; introduciendo sin embargo la

mala fe del tracista que para decidir al cliente le redacta un avance falso, por

cantidades menores, y provoca su inevitable ruina a media obra. En el mismo

sentido insistirá Diego de Villanueva87.

Con todo, resulta más significativa en este punto la incorporación

señalada de la economía a los requisitos del proyecto, mucho antes de llegar a

los problemas señalados. No se trata simplemente de la adecuación del nivel

constructivo al presupuesto disponible, sino que es un concepto de mayor

amplitud, que incide en la forma diseñada desde el primer momento,

ajustando ésta en tamaño y forma a su uso, su complejidad al tiempo que se

82

BAILS, B.,Elementos de matemática, op. cit., pp. 143, 146 y 147. 83

VITRUBIO / ORTIZ Y SANZ, Los diez libros, op. cit., p. 235. 84

ARDEMANS, T., Ordenanzas de Madrid, op. cit., p. 4. 85

TORIJA, J., Tratado breve sobre las ordenanzas, op. cit., pp. 20 a 21. 86

TORIJA, J., Breve tratado, op. cit., p. 31r. 87

VILLANUEVA, D., Colección de diferentes papeles, op. cit., pp. 91 y 95.

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necesitará para edificarla, y a la disponibilidad de materiales y mano de obra

en el área. Usando las precisas palabras de Rejón de Silva, la economía es la

“parte de la arquitectura que enseña el arreglo que debe tener el arquitecto al

gasto y destino del edificio para ordenarlo todo debidamente”88.

Si bien no es un concepto nuevo –de hecho, una vez más se encuentra

una referencia inicial en Vitruvio89-, no cabe duda que el espíritu ilustrado lo

incorporará con un desarrollo de absoluta modernidad, incluso ligado a ideas

de durabilidad y mantenimiento de lo construido, considerando, por ejemplo

los costes de la futura vida útil del edificio90. No cabe duda que es una muestra

más de la incorporación del mejor servicio al cliente como un valor de la ética

del arquitecto, relacionada directamente con la profesionalidad como meta

suprema.

La profesionalización posee sin embargo una posible connotación

negativa: eleva al sujeto a una posición superior en la sociedad en la que corre

el riesgo de aislarse de ésta, aprovechando la creación del coto cerrado que

supone su asociación con pares, y más aun su acceso a un conocimiento

vedado al resto. En el peor de los casos, el arquitecto podrá ocultarse en su

conocimiento tecnológico y usar este para sus fines propios91, mientras su

cliente permanece ignorante. Ese peligro está latente desde el principio de la

civilización, y ya en la sociedad ideal del platonismo se advertía sobre ello92.

88

REJÓN DE SILVA, Diego Antonio, Diccionario de las nobles artes para instrucción de los

Aficionados, y uso de los Profesores, Segovia, Imprenta de Antonio Espinosa, 1788, p. 83. 89

PERRAULT, Claudio / CASTAÑEDA, Joseph, Compendio de los diez libros de Arquitectura de

Vitruvio, Madrid, Imprenta de Gabriel Ramírez, 1761, p. 26. 90

RIEGER, Christiano / BENAVENTE, Miguel, Elementos de toda la Arquitectura Civil, Madrid,

Imprenta de Joachim Ibarra, 1763, pp. 49 y 253. 91

CUFF, Dana, Architecture: the Story of Practice, Cambridge, The MIT Press, 1996, p. 39. 92

CERVERA VERA, Luis, Sobre las ciudades ideales de Platón (conferencia), Madrid, Real

Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1976, p. 39.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

297

Hasta tal punto es así, que la legislación moderna acabará incorporando

criterios jurídicos93 para evitar la posición de ventaja que puede suponer ese

hermetismo.

7.2.2. Asociación y deontología

Como es sabido, desde la Edad Media el asociacionismo relativo a los

oficios está protagonizado por los gremios; la unión de trabajadores del mismo

ramo tiene como fines principales la defensa de sus derechos y condiciones de

trabajo, el control del trabajo que realizan sus miembros y la perfección de sus

labores. Ligados algunas en su origen a cofradías, terminarán en su mayoría

ligados a la autoridad municipal, que será quien apruebe sus ordenanzas ya en

los inicios de la era moderna. En algunos casos, a partir del siglo XIII y

coincidiendo con el periodo de su mayor importancia, se trascenderá el

carácter local y será ya el Estado el que los regule. Por fin, el siglo XVI verá su

momento álgido y el principio de su decadencia, que será paulatina hasta que

la regulación de profesiones y la fundación de las academias resten ya sentido

a tales estructuras94.

93

En concreto se puede citar la inversión de la carga de la prueba, que existe excepcionalmente

en el ámbito edificatorio. IRISARRI MARTÍNEZ, CJ., El arquitecto práctico, op. cit., p. 129. 94

IZQUIERDO GRACIA, Pilar, Historia de los aparejadores y arquitectos técnicos, Madrid, Colegio

Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid, 2005, pp. 31 a 56.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

298

Se ha citado aquí a menudo a la Real Congregación de Nuestra Señora

de Belén en su huida a Egipto; se trata en efecto de un primer núcleo de

oficiantes que hace en Madrid las veces de gremio asociado a la edificación, si

5. La capilla de la Real Congregación de Nuestra Señora de Belén, en la Iglesia de San Sebastián de la calle Atocha de Madrid, sede de la agrupación de arquitectos más antigua

aún activa actualmente.

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bien es su fin teórico el ejercicio de la piedad. Aunque se sabe que ya estaba

en actividad en años anteriores, se fecha en 1678 su establecimiento

organizado, y en 1688 la aprobación de sus ordenanzas por el Arzobispo de

Toledo95. Originalmente agrupaba a maestros de obras y arquitectos, como

reza en sus documentos96, pero parece que la confusión terminológica y de

atribuciones de la que se ha hablado ampliamente favoreció que también se

incorporaran algunos albañiles y oficiales venidos a más97.

Es lógico que gremios y congregaciones en general y la de Nuestra

Señora de Belén en concreto no prosperaran ante el espíritu ilustrado. En

efecto, el afán de perfeccionar la profesión y sobre todo de elevar la calidad

constructiva y arquitectónica está lejos de los intereses de aquellas

corporaciones, cuyas ordenanzas sólo se orientan al control de la actividad98.

Así, la incorporación a la Academia es vista con recelo por muchos,

como ya se ha tratado, al suponer un punto de vista de la asociación

radicalmente distinta. Aquellos que llevan muchos años de pertenencia en

gremios y congregaciones, por ejemplo, y que quizá en ellas ocupan ya un

puesto de prestigio, es normal que desconfíen de una nueva organización en la

que, para empezar, deben superar un examen. “Un autor tan facultativo como

el autor de esta obra tal vez no alcance el que le admitan para peón de albañil

los que metidos a maestros ni aun pueden ser sus discípulos”, se dice de un

95

VERA ÍÑIGUEZ, Enrique, Real Congregación de Arquitectos de Nuestra Señora de Belén en su

huida a Egipto, Madrid, Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos, 1969, p. 33. 96

Escritura de venta, contrato y condiciones que entre los Maestros de obras y Arquitectos se han hecho con los señores Cura y Mayordomo de Fábrica de la Parroquial de San Sebastián (1693) transcrita en Ibid., p. 15. 97

SIERRA CORELLA, Antonio, Breve reseña histórica de la Hermandad de Nuestra Señora de

Belén y Huida a Egipto, Madrid, Dirección General de Arquitectura, 1950, p. 17. 98

BÉDAT, Claude, La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1744-1808), Madrid,

Fundación Universitaria Española, 1989, p. 340.

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tratadista99 al tiempo que éste dedica su obra a Nuestra Señora de Belén en un

acto de piedad, pero quizá también desafiando el proyecto de Academia ya en

curso.

La Academia es sin embargo un paso más en la historia del

corporativismo del arquitecto, y en este caso un paso sin duda extraordinario

al terminar un único organismo facultado para establecer la formación, expedir

el título, redactar reglamentos y normas y, finalmente, controlar la actuación

profesional. No sólo se trata de un momento singular en cuando a la historia

española; es también como se ha señalado100 un caso único en la realidad

europea.

La función de control del ejercicio será intensiva desde la creación en

1786 de un cuerpo específico, la Comisión de Arquitectura101, que crea

también una categoría de arquitecto singular102, y es la del que está ligado a la

burocracia y dedica su profesión casi exclusivamente al control de proyectos

ajenos, corrigiendo los mismos, y recibiendo un salario constante en lugar de

unos honorarios. A pesar de que este cuerpo de tenientes directores,

inmediato superior al de los arquitectos y compuesto por individuos de la

confianza del presidente de la Comisión, ha sido tildado de “extraño”103, ¿se

puede considerar que se ha cumplido la petición de Alberti, cuando quería

para el joven arquitecto “que lo que hizieres sea aprobado con la voz de los

99

GARCÍA BERRUGUILLA, J., Verdadera practica, op. cit., aprobación inicial. 100

SAMBRICIO, Carlos, La arquitectura española de la Ilustración, Madrid, CSCAE – Instituto de

Estudios de Administración Local, 1986, p. XVIII. 101

Real Cédula de Carlos III de 22/03/1786. 102

GARCÍA MELERO, José Enrique, “Arquitectura y burocracia: el proceso del proyecto en la

Comisión de Arquitectura de la Academia (1786-1808)” en Espacio, Tiempo y Forma, serie VII, Historia del Arte, t.4, Madrid, UNED, 1991, p. 299. 103

SAMBRICIO, C., La arquitectura española, op. cit., p. 101.

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exercitados”104? ¿O quizás el maestro genovés anticipaba un afán de relación

profesional, en pleno momento de afirmación individualista? Esta reflexión es

quizá complicar el discurso presente, pero no se debe obviar que esta

aprobación de los mejores es una propuesta recurrente en la historia

profesional, y no hay que remontarse mucho más atrás de la Academia para

encontrar voces que creen conveniente que las ideaciones “sean aprobadas

por votos antes de dar principio a la Fabrica”105.

En todo caso, la actuación de esta Comisión supone a la postre la

efectiva fiscalización académica de la arquitectura real, incorporando tanto la

autorregulación como la especialización, de forma ya institucional, a las

características del colectivo, que son propias también de la definición de

profesión. Se ha culminado con ello la efectiva ordenación del ejercicio, tanto o

más que la renovación estilística y difusión neoclasicista que la había

justificado al menos en teoría106, sin que de forma indudable podamos tener

certeza de cuál de ambos efectos era la causa realmente intencionada en la

generación ilustrada. Se conocen dictámenes de la Academia en los que prima

la correcta difusión del ideal clasicista sobre la defensa de sus miembros107, así

como correcciones de los proyectos presentados encaminadas a censurar

ornatos y decoraciones, a exigir el buen gusto en la disposición108, pero ni así

cabe la certidumbre. La cuantificación de su actividad muestra sin embargo un

trabajo importante los primeros años, y decreciente los siguientes: si en sus

104

ALBERTI / LOZANO, Los diez libros, op. cit., p. 37. 105

LOSADA, M., Crítica y compendio, op. cit., p. 25. 106

NAVASCUÉS PALACIO, Pedro, “Estudio crítico” in BAILS, Benito, De la arquitectura civil, ed.

facsímil, Murcia, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia, 1983, p. 19. 107

Comisión de Arquitectura nº82 de 24/09/1791. SAMBRICIO, La arquitectura española, op.

cit., p. 299. 108

Ibid., pp. XIX y 100.

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cuatro primeros años (hasta 1790) se revisaron 973 proyectos, y en el trienio

siguiente 731, la tendencia será a la baja fiscalizando ya sólo 123 entre 1799 y

1802, momento de la menor actividad; a la vez, se diligenciaron otros muchos

asuntos, emitieron informes varios y propusieron nombramientos para las

plazas que precisaran de académicos109. La obra pública, de las iglesias a las

carreteras, fuentes y cárceles, puentes y casas consistoriales, había quedado

bajo el control académico.

Tiene el asociacionismo profesional un germen implícito de

competencia individual entre sus miembros, que coexiste extrañamente con el

positivo afán de buscar el bien colectivo. Por ejemplo, se ha estudiado110 como

una de sus peores consecuencias el que la profesión deje de orientarse hacia el

cliente y busque como patrón de sus valores las opiniones de los propios

colegas, pervirtiendo la misión de su trabajo. El propio Llaguno ya hablaba de

la “emulación envidiosa que suele reinar demasiado entre los profesores de las

artes”111. Frente a ello, la propia existencia de la asociación profesional supone

también y de forma implícita la existencia de un código de comportamiento

colectivo, ya que como se ha tratado, la autorregulación es precisamente una

de las características que definen a una profesión. Así, tarde o temprano una

agrupación profesional establecerá un reglamento de conducta al que se

obligarán todos sus miembros, cuya formulación resulta por tanto colectiva y

no individual como es el caso de la ética; tal es la esencia de la deontología112,

término que será acuñado por el pensador inglés Bentham (1748 – 1832).

109

BÉDAT, C., La Real Academia, op. cit., p. 390. 110

CUFF, D., Architecture, op. cit., p. 36. 111

LLAGUNO Y AMIROLA y CEÁN BERMÚDEZ, Noticias de los arquitectos, op. cit., tomo III, p.

169. 112

IRISARRI MARTÍNEZ, CJ., El arquitecto práctico, op. cit., pp. 93 a 95.

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No será hasta el nacimiento de los Colegios ya avanzado el siglo XX que

se fije un completo código deontológico para los arquitectos españoles, pero

ello no es óbice para que desde el momento en que una asociación como la

Academia controle todos los aspectos de la actividad, empiecen a fijarse estos

criterios de conducta colectiva. La raíz más profunda que explica este interés

es la convicción de que cualquier acción individual tiene influencia en el

colectivo, como germen del corporativismo. En palabras del propio Ortiz y

Sanz, “un edificio defectuoso en qualquiera de las partes, atributos, condiciones

y propiedades que le corresponden, no solo degrada al Arquitecto director, sino

también a la Academia que le dio el título de Maestro con demasiada

indulgencia”113. Ello explica la contundencia con que actúa la Comisión de

Arquitectura: así, ante la denuncia por “desarreglo, falta de buena fe y pericia”

en una obra de la calle Fuencarral, el arquitecto y académico de mérito Mateo

Guill se verá fulminantemente inhabilitado, acudiendo un conserje de la

academia a su casa a retirarle temporalmente el título, iniciándose entonces

diligencias encaminadas a esclarecer la situación114.

La responsabilidad corporativa que asume quien ocupa un cargo de

cierta visibilidad es en consecuencia especialmente relevante. Por desgracia, la

realidad será que más de una vez a esos puestos llegan quienes mejor se

mueven en los entresijos del poder y no los más capacitados; así, engañado el

público acerca de su capacidad, serán los más solicitados también en obras

particulares, dañando con su incompetencia la imagen del colectivo y

escandalizando a los aprendices que verán qué poco se premia el esfuerzo,

113

ORTIZ Y SANZ, J., Instituciones, op. cit., proposición 6. 114

Expediente de D. Mateo Guill, arquitecto, académico de mérito (1785), Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Comisión de Arquitectura, Informes competencias profesionales, 1785-92, signatura 2-26-1.

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“afloxando en el trabajar y estudiar, contentándose con moderado saber”115.

Se hablará por tanto para remediarlo de la necesaria incompatibilidad que

debería caracterizar tales cargos, tanto como de proveerlos por oposición,

anticipando modos de proceder contemporáneos.

¿De dónde surgen estos principios rectores? Claro que está que al igual

que en las bases jurídicas el origen está en la costumbre, que poco a poco se

convierte en regla aceptada. En el caso concreto de la actividad edilicia, las

propias ordenanzas de las asociaciones gremiales establecen muchas veces

principios rectores de conducta que serán luego extrapolados cuando el

profesional se emancipe de aquellas. Y también se encontrarán referencias

seminales incorporadas en los códigos que atañen a la labor de alarife, que

podemos considerar la primera misión del maestro o arquitecto que se

estableció de forma organizada. Así, repasando por ejemplo las influyentes

instrucciones de Ardemans116, encontraremos fundamentos que acabarán

incorporados, siglos después, en las normas deontológicas contemporáneas. La

independencia de criterio, evitando comisiones y pagos diferentes de los justos

honorarios, pero también actuaciones comprometidas cuando se tiene

relación familiar o interesada con una de las partes, o la prohibición de

colaborar con intrusistas, negando colaboración alguna con quien no tenga

ganadas las necesarias competencias, son principios rectores básicos aun

vigentes, así como la suprema obligación de no ejercer si no se está realmente

capacitado, contando con la adecuada formación y conocimiento.

“No es bien te atrevas a mas de lo que tus fuerzas alcançan”117, dice el

tratadista, norma de prudencia que se relaciona directamente con la

115

SAN NICOLÁS, L., Arte y uso de architectura, op. cit., capítulo 82. 116

ARDEMANS, T., Ordenanzas de Madrid, op. cit., pp. 34 a 36 y 94. 117

SAN NICOLÁS, L., Arte y uso, op. cit., p. 165v.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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prohibición reflejada en las Diez Partidas118 de asumir más trabajo que el que

uno pueda atender con la necesaria corrección; es decir, una regla ética en

este caso encontrará coincidencia con una norma legal. Curiosamente, este

concepto también terminará incluido en las contemporáneas normas

deontológicas de la profesión. Y lo mismo sucede con la obligación de señalar

al mal profesional o al intrusista ante el colectivo, como otro recurso para

mantener la profesión limpia, del que también se encuentran referencias119

tempranas.

A partir de aquí, el futuro traerá a la profesión otros puntos de

inflexión que exceden del ámbito marcado en este trabajo; cabe decir sin

embargo que de forma genérica la esencia del arquitecto contemporáneo ya

está construida, y las consecuencias de lo que antecede llegan hasta este siglo

XXI. Sólo dos de esos hitos moverán el rumbo ya marcado: en lo que refiere a

la enseñanza, la inauguración de las Escuelas de Arquitectura que comienza

con la de Madrid en 1844, y en cuanto al asociacionismo la fundación colegial

que si bien se enraíza en la creación de la Sociedad Central de Arquitectos en

1850 –a la que seguirán otras territoriales- no será plena hasta 1929120. Y aun

se puede decir que si algo de ello ha influido esencialmente en la profesión es

que, por primera vez en la historia, tales hitos independizan de forma tajante

el aprendizaje de la arquitectura de su ejercicio práctico. Este divorcio, por

fuerza, no podía sino terminar produciendo consecuencias que es preferible

dejar abiertas a su estudio en futuros trabajos.

118

Quinta partida, título VIII, Ley XVI, de las Siete Partidas. Los códigos españoles concordados, op. cit., p. 653. 119

ROJAS, Cristóbal de, Compendio y breve resolución de fortificación conforme a los tiempos

presentes, Madrid, Imprenta de Juan de Herrera, 1613, p. 37. 120

PRIETO GONZÁLEZ, José Manuel, Aprendiendo a ser arquitectos. Creación y desarrollo de la

Escuela de Arquitectura de Madrid, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004, p. 59.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

306

7.2.3. Conciencia y servicio a la sociedad

Es frecuente en la historia que la arquitectura tenga una relación

directa con las utopías y los afanes reformistas, y cualquier propuesta de nueva

organización social suela asociarse a un esquema territorial, a una ciudad ideal,

cuando no a nuevas tipologías edificatorias. La ilustración trae, sin embargo y

por primera vez, realizaciones materiales y no sólo ideas: será el siglo en que

surja en la arquitectura práctica el servicio social como valor profesional, y en

que el arquitecto se sume al afán de crear un nuevo mundo desde la luz de la

razón, en que la dignidad humana se exalte por encima de los intereses del

poder, poder que a su vez se empieza a entender como depositario del deber

de gobierno y no tanto del derecho, como había venido siendo la norma121.

Tales tendencias, que se materializarán en proposiciones de urbanismo

utópico, son más tempranas en Inglaterra y Francia, aun emanando de

diferentes raíces en cada caso122. Así, los intelectuales franceses serán

promotores de la nueva visión social, formulando postulados teóricos que en

la práctica culminarán con la Revolución. Inglaterra, por su parte, abordará el

cambio de mentalidad desde puntos de vista puramente pragmáticos, donde la

transversalidad entre arquitectos, economistas y granjeros producirá

propuestas de aplicación práctica desde el primer momento. A su vez, la

difusión de estos idearios por todo el continente será inmediata, en una época

en la que los ilustrados formaban una cierta comunidad intelectual por encima

121

Esta ligazón entre tendencias reformistas y conformación del espacio será sin embargo

objeto del irónico humor de autores ciertamente pragmáticos. Por ejemplo, se plantea relacionar el diseño de jardines con la expresión de ideales morales y obras de caridad. WALPOLE, Horace, El arte de los jardines modernos, Madrid, Siruela, 2005, p. 39. 122

ROSENAU, H., Social Purpose, op. cit., p. 22.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

307

de fronteras políticas o geográficas: “vivimos una época tan inundada por la

luz, que apenas existe país o rincón de Europa cuyos haces luminosos no se

entrecrucen o confundan con otros”123, se escribe en 1768.

Se asistirá por tanto en las ciudades a operaciones de reforma interior

cuyo fin va más allá del ornato, y donde la salubridad de la población124 y el

buen gobierno son protagonistas. Tales fines entroncan perfectamente con un

nuevo modo de entender el urbanismo, que supera ya por fin la unidad

homogénea renacentista y el protagonismo del edificio singular para buscar

ahora una planificación de muchos focos; ya no se entiende que la

intervención en el nivel edificio no se extienda a su entorno125.

Muchas veces sorprende encontrar referencias realmente avanzadas a

problemas que suenan a contemporáneos. Sirva de ejemplo la clara llamada de

123

STERNE, Laurence, Viaje sentimental, Barcelona, Mondadori, 2002, p. 24. 124

Las primeras ordenanzas relativas a salubridad urbana en Madrid son redactadas por Sabatini

y aprobadas por Carlos III el 14 de mayo de 1761. CHUECA GOITIA, y DE MIGUEL, La vida y las obras, op. cit., p. 156. Tales ordenanzas son anunciadas en la Gaceta de Madrid nº 8 de 23/02/1762, p. 68, expresando su distribución en la imprenta de D. Antonio Sanz. 125

ROSENAU, H., Social Purpose, op. cit., pp. 13 y 27.

6. Nuevas tipologías para una nueva sociedad: el Hospital General de Atocha, de Hermosilla y Sabatini, actual Museo Reina Sofía en Madrid

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

308

Bails a evitar la especulación en el trabajo del arquitecto, por mucho que al

cliente le parezca inevitable por la carestía del suelo: “un Arquitecto prudente

debe escusar darles muchos [pisos], conforme corresponde a la suposición del

Señor de obra, particularmente quando se hiciere la fábrica en el campo y no

en la Ciudad por lo mucho que cuesta el solar en las grandes Ciudades lejos de

los arrabales”126.

Igualmente, las tipologías tradicionalmente ligadas al poder, templo y

palacio, dejan sitio a la vivienda urbana, pero más todavía al hospital, la

escuela o la cárcel, y así se refleja tanto en la evolución temática de los

ejercicios de las academias como en la propia actividad constructiva, que va

completando las dotaciones de las principales ciudades127. Cuando Philibert de

L’Orme reflexiona en 1567 sobre la obligación de emplear el oficio para ayudar

a gente desfavorecida, en vez de atender encargos ostentosos, y de pagar con

el dinero de los poderosos la construcción de edificios de uso social128, no es

quizá consciente –como ningún otro de los grandes autores- de que la

autoridad que cobrará su obra durante siglos está creando un sustrato que

definirá el comportamiento profesional del futuro arquitecto.

Así, de la antigua búsqueda de la arquitectura esencial en el Templo de

Salomón se ha pasado a considerar la profesión como un servicio, y a adoptar

como nuevos templos ilustrados el hospital, el museo o la universidad. No cabe

duda que esto termina de fijar al moderno profesional, y la definición de una

respuesta al eterno rol del arquitecto que ha resultado perfectamente útil a la

contemporaneidad. Sólo resta por preguntarse si se podrá considerar aún

vigente en un mundo cuyas estructuras sociales y económicas se encuentran

126

BAILS, B., Elementos de matemática, op. cit., p. 106. 127

IGLESIAS ROUCO, LS., Arquitectura y urbanismo, op. cit., p. 71. 128

ROSENAU, H., Social Purpose, op. cit., p. 52.

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7. EL ARQUITECTO PÚBLICO

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hoy mismo inmersas en una convulsión cuyos precedentes resultan

ciertamente lejanos.

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8. EPÍLOGO

313

8.1. ASUNTOS PENDIENTES

Una de las complejidades mayores de un trabajo de investigación es

sin duda ser capaz de acotar el campo de atención y actuar con la voluntad

necesaria para no perderse en ramificaciones que, pese a lo tentadoras que

muchas veces se presentan, impedirían el llegar en algún momento al puerto

de destino.

En el caso presente, son muchas las puertas que se han ido abriendo

durante el transcurso de la investigación. Algunas –pocas- se han podido cerrar

derivando el asunto a otros medios, ponencias o artículos1. Pero en su mayor

parte se trata de asuntos que merecen una investigación propia, que desde lo

expuesto aquí como punto de partida pueden hacer avanzar el conocimiento

hacia aquello que mueve las actividades profesionales relacionadas con la

arquitectura, permitiendo propuestas que la mejoren o las lleven más lejos.

Si bien en la historia del profesional moderno este trabajo supone

haber arrojado luz en su fundación, no podemos desdeñar los dos siglos que

separan tal momento del actual. Por tanto, la investigación sobre ese periodo

queda pendiente. Especialmente interesantes resultan tres momentos de

cambio, quizá no tan globales como el expuesto, pero que son causa también

del arquitecto de hoy.

1 Valgan como ejemplos una propuesta de organización de los estudios de Arquitectura realizada

como consecuencia de esta investigación, y que dio lugar a la ponencia “Errores y fundamentos: un Plan para el arquitecto”, leída en el Congreso docente Arquitectura v2020, Universidad Politécnica de Valencia, 2013, o el artículo “Ilustrando la ideación: el dibujo de arquitectura en el siglo XVIII”, publicado en la revista EGA en 2014, en coautoría con Enrique Castaño, y que se nutre de información obtenida durante el presente trabajo.

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8. EPÍLOGO

314

El primero es uno que se antoja especialmente interesante, cual es el

situado en la segunda mitad del siglo XIX, protagonizado por el inicio de

actividad de las escuelas de arquitectura, así como por la creación de la

Sociedad Central de Arquitectos primero, y otras sociedades locales después.

El porqué el esquema académico dejó de ser útil, siendo sustituido por esas

instituciones es una pregunta que necesita respuesta, y más cuando sabemos

que a pesar de todo, los arquitectos titulados en las escuelas seguían

acudiendo a las academias a refrendar su título, sin acabar de confiar del todo

en los nuevos garantes de la formación.

Otro momento que merece estudiarse el de creación de los colegios,

en plena Dictadura de Primo de Rivera, y tras una década profesionalmente

convulsa, en que muchos arquitectos se pusieron al servicio de fuertes

procesos especulativos, prestando su conocimiento en el mejor de los casos y

sólo su firma en el peor de ellos, a un crecimiento urbano desmesurado.

Un tercer punto de inflexión lo supone la primera posguerra, en el que

la renovación profesional se busca completa desde la nueva Dirección General

de Arquitectura y las Asambleas celebradas en la Real Academia, curiosamente

protagonista todavía de parte de la vida profesional.

Recorrer esos tres momentos permitiría completar un objetivo de esta

investigación que sólo se ha podido alcanzar parcialmente, y es la

confrontación del modelo profesional actual con sus orígenes directos, con los

instantes de estos tres últimos siglos en que se han generado los rasgos que

definen el presente.

Se han citado dentro de los hitos de evolución profesional dos

momentos de importancia en la historia del asociacionismo, como son las

respectivas creaciones de las sociedades de arquitectos y de los colegios; el

proceso que media de unas a otras y el papel jugado en él del arquitecto

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8. EPÍLOGO

315

Tomás Aranguren, es también merecedor de un trabajo en sí mismo,

tratándose de un periodo de la profesión tan poco estudiado. Pero la misma

historia colegial merece sin duda una investigación que revise lo poco que

hasta hoy ha salido a la luz2.

Otra línea que ha tenido que quedar relegada es la que pueda seguir el

devenir de los arquitectos militares, que en algunos momentos puntuales han

hecho su aparición en el trabajo presente, y que darán lugar a los modernos

ingenieros. Esa evolución, la creación de cómo su formación se irá

diferenciando pese a la interacción entre escuela militar y academia, la

creación de un cuerpo oficial de ingenieros, la acotación de competencias

respecto a los arquitectos, especialmente durante el siglo XIX, y tantos otros

aspectos paralelos a los estudiados aquí no cabe duda que puede resultar muy

reveladora; no en vano puede entenderse incluso una profesión esencialmente

similar a la de arquitecto.

Ha quedado también en el aire la evolución de la profesión en ámbitos

actualmente muy distintos al nuestro; si bien al encuadrar la situación anterior

al XVIII se ha hecho de forma territorialmente generalista, la realidad

anglosajona pocas veces ha aparecido debido a su pérdida de compás respecto

al resto de Europa. Si al fin y al cabo la procedencia de la profesión es común

para todos, esa posibilidad de ascenso que el Renacimiento trae consigo, es

2 Básicamente, los estudios al respecto se reducen a GARCÍA MORALES, Mariano, Los Colegios de

Arquitectos de España (1923-1965), Valencia, Castalia, 1975, y a ALONSO PEREIRA, José Ramón, Cincuenta años de vida colegial, Oviedo, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, 1982. Si el de García Morales podía haber resultado una fuente de gran solvencia al estar escrito por un protagonista directo, la ausencia de justificación documental en muchos casos, el confiarse a la memoria en otros, así como la existencia de lagunas diversas, quizá intencionadas, hace necesaria su revisión completa. En conversación con el hijo de tal autor, Mariano García López, éste señalaba que su padre siempre había dicho que al escribir ese libro se había autocensurado en gran medida, habida cuenta de su fecha de publicación, y que muchos hechos, especialmente del primer franquismo, se los había callado. A todo ello se une la dificultad de haberse perdido gran parte de los archivos colegiales, en lo relativo a su propia historia.

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necesario explicar porqué el resultado en Gran Bretaña, la regulación

profesional, asociación y formación, resultan hoy tan distintas. ¿Es suficiente

explicación que el clasicismo llegue a las islas mucho después de su difusión

por Europa, al haber permanecido políticamente aisladas desde 1400 hasta

que Enrique VIII inicie contactos exteriores? Puede aventurarse que no, y que

un carácter fuertemente pragmático unido al encumbramiento del arquitecto

amateur (ya que no de otro modo puede considerarse a figuras como Wren o

Vanbrugh o, más modernamente, a Lutyens3) son razones -¿o quizás

consecuencias?- que no pueden obviarse. También todo ello queda abierto a

una nueva investigación, de la que ésta puede ser inicio y, en cierto modo,

modelo.

Finalmente, y al hilo de lo mencionado, el papel que en muchos

momentos de la historia arquitectónica han podido jugar esos aficionados a la

arquitectura merece un estudio en sí mismo, incluso desde la propia realidad

española, tan curiosa como la anglosajona citada. De ella algo ha asomado en

este trabajo cuando iniciando su séptimo capítulo se ha contrastado la

profesionalización dieciochesca con la actividad de personajes como Ortiz y

Sanz, o al observar los vaivenes de artistas extranjeros invitados a la corte,

pero no se puede obviar que en diferentes momentos anteriores ya hubo

ejemplos de importancia, como puede ser el caso del originalísimo tratadista

Caramuel o el del jesuita Bartolomé de Bustamante, cuya autoría de las trazas

de un edificio de la importancia del toledano Hospital de Tavera es aun

discutida4. Como se señala, este asunto del ejercicio teórico o práctico de los

3 Se trata de personajes cuyo acceso a la arquitectura está fuera de itinerarios canónicos, con

formación autodidacta, y que sin embargo dejan detrás de ellos una obra de considerable calidad e influencia posterior. 4 Es de hecho el asunto de una apasionada polémica entre autores de muy alto nivel como son

RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, Alfonso, Bartolomé de Bustamante y los orígenes de la

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317

presuntos amateurs tiene envergadura suficiente como para justificar una

investigación que permita confrontar el resultado e influencia de una ideación

fuera de la norma con el del trabajo dentro del marco profesional.

8.2. REFLEXIONES FINALES

Cerrar este trabajo ha supuesto inevitablemente acudir de nuevo al

principio, revisando si las intenciones buscadas se han alcanzado o, si tras el

proceso seguido deberíamos aceptar que las premisas marcadas no eran

válidas. Esta labor necesaria, que se refleja en el siguiente capítulo de

Conclusiones, se antoja sin embargo insuficiente si no es, de alguna manera,

puesta en relación con el devenir posterior. Bien es cierto que ello debe ser

objeto de futuras investigaciones, como se ha comentado, y que no es ya este

el sitio para comenzar una nueva investigación sino, precisamente, todo lo

contrario. Pero es difícil resistir a la tentación de confrontar, aunque sea

brevemente, el estudio elaborado con la situación del arquitecto de hoy. Fruto

de ello es este epígrafe final, que no es otra cosa que un conjunto de

reflexiones propias. Se fundamentan, excepcionalmente, en la experiencia

obtenida en el ejercicio de la profesión más que en el carácter científico que ha

regido el trabajo realizado; permítase esta licencia cuyo único ánimo es el de

proponer relaciones.

En primer lugar, no deja de ser sorprendente en la investigación

realizada el constatar el inesperado papel jugado por un libro, el tratado de

Vitruvio, en el devenir de la actividad del arquitecto. Sin duda se puede afirmar

arquitectura jesuítica en España, Roma, Institutum Historicum Societatis Iesu, 1967, vs. MARÍAS, Fernando, La arquitectura del Renacimiento en Toledo: 1541-1631 (tomos I a IV), Toledo, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, 1983/86.

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8. EPÍLOGO

318

que, también en este aspecto, el libro del Romano es el más influyente de la

historia de la arquitectura. Para empezar, se puede decir que su hallazgo es la

excusa que permite el despegue en la búsqueda de la profesión, al contar

desde ese momento con un respaldo intelectual situado en la misma

antigüedad que se ha convertido en el ideal de una nueva sociedad, una

demostración de su superioridad frente a otras ocupaciones5. Por otro lado, la

coherencia con tal excusa obligaría a aceptarlo como rector de la formación y

de la conducta de los arquitectos durante siglos, para lo cual no dejó de ser

tremendamente útil que las copias halladas carecieran de dibujos y que la

propia redacción original presentara cierta oscuridad: el tratado se prestaba,

por tanto, a interpretaciones muy variadas, según el interés de quien las

realizara.

Obtenido ese respaldo en lo ideal, era necesario que en lo material se

superara a su vez el trabajo manual, por lo que fue objetivo del arquitecto el

separarse lo más posible de la actividad constructiva, renunciando a lo que

había podido ser parte de su negocio y reservando su tiempo a la fase de

ideación. Conseguirlo necesitaría asumir la enorme responsabilidad de suplir al

cliente en la obra: la independencia de ésta se obtiene a cambio de vigilarla en

su nombre.

No cabe duda que en cada momento existió un grupo de maestros

cuyo afán de superación los hizo distinguirse del resto, y que fueron ganándose

la confianza de sus encomendantes –sin la cual es imposible el desarrollo de la

arquitectura- así como el prestigio entre los que quedaban atrás. Pero

tampoco se puede negar que en este esfuerzo ha subyacido la búsqueda de

unos privilegios de los que ya gozaban otras profesiones, y a ello se añade

5 Esta idea crucial se ha desarrollado en el epígrafe 2.2.3. de este trabajo.

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319

también una cuestión de pura supervivencia: la aparición de una clientela

diferente, desde el incipiente burgués cada vez más influyente a una nueva

categoría de noble, educado y con aspiraciones muy distintas a las de sus

antepasados medievales, demandaba un nuevo servicio más allá de la pura

edificación; la contradicción entre un modo de hacer las cosas y unas

condiciones ambientales diferentes es sin duda un poderoso motor para el

cambio. Aquellos que progresaron en este sentido, que perfeccionaron la

ideación a la vez que adquirieron el pleno dominio de la técnica, serían los que

acapararían el trabajo de relieve al mismo tiempo que conquistaban el estatus

deseado.

En conclusión, podemos tener certeza de que el momento retratado

como conclusión de este proceso es sin duda excepcional en lo que a la

situación española se refiere: nunca antes un solo organismo aunó toda la

intervención en la profesión arquitectónica: formación, expedición de títulos,

control del trabajo de sus miembros, dictado del “estilo”, edición del cuerpo de

conocimiento, establecimiento del marco técnico y redacción de normativas.

Ello no quiere decir que se deba considerar una cima profesional, debido a un

elemental ejercicio de humildad histórica: si toda la historia de la arquitectura

se redujera a 60 minutos6, el momento a que nos referimos se produciría

pasado el 57, casi en el 58… No cabe duda que durante mucho tiempo, antes

de la situación académica y con marcos de trabajo muy diferentes, se ha

producido magnífica arquitectura cuya vigencia hoy sigue siendo absoluta. Ya

en las premisas que abren este trabajo se ha defendido la permanencia del rol

del arquitecto a lo largo de la Historia, con las denominaciones y

6 El cálculo realizado toma como origen el año 5000 adC, con la aparición de las primeras

muestras de arquitectura de cierta complejidad, y por tanto necesitadas de ideación previa, durante la civilización sumeria.

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8. EPÍLOGO

320

caracterizaciones que cada momento precisara, pero siempre con esa esencia

de creación anticipada y no necesariamente presencial, respecto al lugar físico

del edificio producto de su ideación.

El interés entonces del periodo dieciochesco radica no tanto en su

consideración de hito como en localizarse en él las premisas de las que la

profesión actual obtiene su delimitación, y eso parece que el trabajo realizado

demuestra en todas sus facetas: el ejercicio presente de la arquitectura se

parece extraordinariamente al habitual en aquel tiempo, que es lo que nos

hace tan atractivo este periodo. Si se vuelve a la definición de arquitecto7 que

el malogrado Martínez Ángel escribiera en 1922, veremos que es plenamente

aplicable al profesional de hoy tanto como al del fin del siglo XVIII, pero de

ninguna manera serviría para cualquier momento anterior.

No cabe duda entonces que es el siglo XVIII el que ve cómo el colectivo

de arquitectos conquista los rasgos que los definirán como profesionales,

rasgos que logran además una máxima intensificación. Y tampoco cabe duda

que, con diferentes vaivenes, esta situación ha llegado hasta el día de hoy. Sin

embargo, la mutación en algunos de estos rasgos muestra un resultado muy

distinto al descrito al final del estudio, y ello explica un marco profesional que

parece agotado.

En efecto, la pérdida de la realidad en el itinerario es inevitable desde

que el control profesional se divorcia de la formación, es decir, desde la

aparición a mediados del XIX de las escuelas de arquitectura, independizadas

de la asociación profesional en la que se agrupan los ya titulados. Igualmente,

el traspaso legislativo a la burocrática estructura de la administración, donde

cada vez más la legislación de orden técnica y profesional queda en manos de

7 Ver nota 6 del capítulo 3.

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8. EPÍLOGO

321

un funcionariado también carente de experiencia práctica real, no hace sino

alejar más aun el ejercicio profesional del marco en el que se debe

desenvolver; recientemente se ha tenido una muestra extrema en el intento

de modificación8 de las atribuciones profesionales fijadas en 19999, cuya

motivación era claramente desconocedora de la práctica real de la

arquitectura. Si entonces el encuadre legal se establece a espaldas de los

profesionales, y estos a su vez reciben una formación que no siempre tiene en

cuenta la ocupación que les espera, se está produciendo un inevitable divorcio

de la arquitectura como actividad respecto al papel que debe ocupar en la

sociedad. No está en riesgo la Arquitectura, que como la Música o la Poesía

están por encima de las sociedades que las producen, sino la forma de su

ejercicio, que pierde así su sentido. Se puede decir que Escuela, Colegio y

Ministerio Legislador deben acompasarse en sus objetivos y, si atendemos al

estudio de Cuff citado, aun a estos tres cuerpos hay que añadir a la Prensa, la

única capaz de situar hoy al arquitecto en su lugar ante el resto de la sociedad.

La reorientación profesional pasa, de acuerdo al proceso estudiado,

por definir en primer lugar qué necesita la sociedad del arquitecto, por buscar

la utilidad de su rol en cada momento. Así se hizo en el dieciocho, como hemos

visto, y es la pregunta que hoy, en un nuevo momento de cambio, debe

hacerse. Y en segundo lugar, como también se ha dejado patente, no puede

prosperar ninguna propuesta que no contemple al tiempo la formación y la

actividad, y que además no sea apoyada desde la esfera legislativa. No puede

dejar de observarse que una clara voluntad del poder establecido es quizá

necesaria: la Academia necesitó del Despotismo Ilustrado, tanto como éste

8 Anteproyecto de Ley de Servicios Profesionales, 2013. Ministerio de Economía.

9 Ley 38/1999, de 5 de noviembre, de Ordenación de la Edificación, Boletín Oficial del Estado de

6 de noviembre de 1999.

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8. EPÍLOGO

322

necesitó de la Academia como escaparate del nuevo orden. Así también, la

fracción del colectivo de profesionales que durante casi un siglo buscó la

colegiación obligatoria sólo la obtuvo con un poder omnímodo como fue la

Dictadura de Primo de Rivera10, al cual la autorregulación de algunas

profesiones le era útil en sus afanes intervencionistas, y aun veremos otra

redefinición profesional desde la Dirección General de Arquitectura, creada

inmediatamente después de la Guerra Civil11, e imposible sin el apoyo claro de

la Dictadura de Francisco Franco.

Quizá en el nuevo paradigma laboral haya que abordar cambios a

situaciones heredadas de la situación académica. En primer lugar, la

caracterización profesional que se ha obtenido tiene un marcado signo

individual, que se relaciona de forma directa con la capacidad creativa,

anulando una posible preponderancia de la acción colectiva. Ello consolida, a

continuación, la creencia de que el diseño depende sólo de una serie de

decisiones individuales y no de situaciones dinámicas, en las que los

parámetros son cambiantes. Por otro lado, la elevación del estatus por encima

del plano crematístico ha ido haciendo cada vez mayor la brecha entre la labor

proyectual, arte al fin y al cabo, y la gestión de ese mismo diseño, es decir, del

negocio que implica necesariamente; éste ha terminado de tal modo

despreciado por el arquitecto que son otros profesionales los que lo han

acaparado. Demasiado a menudo en los últimos cien años se ha visto en la

creación de grandes constructoras, promotoras y firmas consultoras a

ingenieros, y muy pocas veces a arquitectos. Finalmente, la formación

generalista que se hereda de la Academia, enraizada en los postulados

vitruvianos, y cuya organización es aun evidente en los planes actuales, es

10

GARCÍA MORALES, M., Los Colegios, op. cit., p. 16. 11

URRUTIA, Ángel, Arquitectura española. Siglo XX, Madrid, Cátedra, 1997, p. 355.

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8. EPÍLOGO

323

contraria a la actual tendencia laboral que busca profesionales de alta

especialización, por lo que las fases finales de los programas de estudio

actuales se plantean cada vez más desde tal paradigma.

Dicho esto, hay que insistir en que los cuatro identificadores anteriores

se originan, o al menos se consolidan definitivamente, en el periodo estudiado,

como se ha expuesto. Y todos ellos, como también se ha comentado, se han

señalado como causa de los vicios actuales del ejercicio de la arquitectura, al

menos desde la óptica anglosajona12. Cabe sin embargo, a la luz del estudio

realizado, formular algunos reparos. Sin duda, el alejamiento de la sociedad

que una situación relativamente privilegiada ha favorecido existe, y como se ha

dicho, una redefinición profesional pasa por ubicarse de nuevo en el lugar que

aquella necesite cubrir. Tampoco puede obviarse la pérdida de realidad que, a

consecuencia de lo anterior, ha llevado a enfocar la arquitectura al margen de

las actividades productivas del sector inmobiliario, en una falsa creencia de

que la esfera económica en la que cotiza es exclusivamente la artística. Pero en

lo tocante a la búsqueda de una preeminencia del trabajo de grupo en lo

creativo no se puede sino expresar dudas más que razonables: lo indefinible de

tal proceso mental (¿o espiritual?), tal y como se ha visto, o la imposibilidad de

parametrizar la producción de la respuesta a un problema de tantas facetas

como el arquitectónico, hace dudoso que lo que hemos definido como

conocimiento implícito se convierta en explícito, lo cual sería necesario para

poder producirlo colectivamente. Es decir, por mucho que el grupo pueda dar

una respuesta adecuada funcionalmente, el mencionado no-sé-qué de Feijoo

sólo puede ser producto de una sensibilidad individual. Otra cosa es que

efectivamente, cada vez más, el proceso creativo deba incardinarse en un

12

CUFF, D., Architecture, op. cit., p. 250.

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8. EPÍLOGO

324

transcurso colectivo, al haberse incrementado en exceso la complejidad del

marco en el que se desenvuelve, pero ello no tiene porqué traducirse en un

dudoso cambio de paradigma creativo sino más bien en el desarrollo de la

capacidad de colaboración en equipos de cierta amplitud.

Igualmente, cabe poner en duda la supuesta necesidad de la

especialización; después de un itinerario de muchos siglos en los que se ha

reclamado el carácter pluridisciplinar, abandonar este no parece conveniente.

“El hombre no es Arquitecto hasta que sea científico y poeta”13; este

pensamiento resume a finales del siglo XVIII esta demanda permanente. La

larga lucha descrita por definir la profesión se puede entender a la luz de lo

estudiado como la larga lucha por asumir la multiplicidad de facetas que

necesita la actividad del arquitecto. Sabemos cuán poderoso es el lenguaje en

la estructura social, y se ha estudiado cuán importante es para acotar las

actividades el obtener el consenso en sus denominaciones. Si la del arquitecto

ha resultado tan compleja, respecto a otras de definición más inmediata como

el militar o incluso el ingeniero, no ha sido por otro motivo que por participar

de conocimientos tan diversos. Aun hoy, el encuadre de la actividad tanto

como el de su aprendizaje no deja de ser una fuente de excepción en las

regulaciones. Se puede observar, por ejemplo, en su discrepancia con los

itinerarios escolares enfocados a las distintas áreas de formación universitaria.

Su inclusión entre las ingenierías es siempre incompleta, como lo es también

su consideración exclusivamente humanística. Una formación conducente a

una clara especialización, por tanto, no hará sino acercarse a otras actividades

hasta diluirse a la postre la esencia que distingue al arquitecto de aquellas. Se

ha visto cómo ha sucedido así, por ejemplo, cuando se ha buscado

13

BOSARTE, Isidro, Observaciones sobre las Bellas Artes entre los antiguos, Madrid, Imprenta de

Benito Cano, 1790, p. 8.

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8. EPÍLOGO

325

especializarse en el diseño de fortificaciones, originando al ingeniero de

caminos moderno.

Ese carácter generalista produce una variedad de utilidades que

pueden asociarse al rol esencial, y así se explican los cambios que el oficio ha

experimentado en el pasado. Tal carácter permite en la práctica contar con la

capacidad de atender el detalle al tiempo que la generalidad, capacidad que,

sin duda, sitúa al arquitecto como formulador de estrategias de las cuales el

diseño del edificio no es más que una parte, papel que se revela actualmente

como uno de los caminos profesionales cuya apertura responde a una clara

demanda del entorno social14.

No cabe duda que las situaciones de crisis provocan el revisionismo de

todo aquello susceptible de ser cuestionado, y que las propuestas de cambio

se destinan muchas veces más a las formas que a la esencia. Como se decía en

la apertura de El Gatopardo, a veces hay que cambiar todo para que nada

cambie. Se puede entender así la tan aireada proclama del crítico

norteamericano Muschamp, acerca de su propia consideración como

arquitecto a pesar de saber que jamás diseñaría ni edificaría nada15, fruto de su

encuadre en la crisis moral que sacudió su país a principios de los años setenta.

Igualmente, ello explica que Le Corbusier buscara ampliar el espectro de la

actividad arquitectónica arrogándose un papel de cicerone cultural como

intérprete del nuevo espíritu16. También hoy mismo se escuchan voces que

aconsejan la invasión de nuevas parcelas como solución de supervivencia: ello

14

Son incipientes los estudios en este sentido, pero empieza a haber suficientes ejemplos de la

utilidad de este camino. Cabe citar un estudio preliminar en este sentido: SANCHO POU, Eduard, Architectural Strategies, Barcelona, Ediciones Península, 2012. 15

MUSCHAMP, Herbert, File Under Architecture, Massachusetts, The MIT Press, 1974, p. 1. 16

ROWE, Colin, Manierismo y arquitectura moderna y otros ensayos, Barcelona, Gustavo Gili,

1999, p. 125.

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8. EPÍLOGO

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puede resultar un escape al claro exceso de titulados, sin duda, pero de ningún

modo significará la desaparición de un rol que tiene miles de años de

existencia. De hecho, antes que una convulsión en la esencia, sería preferible la

recuperación y perfeccionamiento de competencias que poco a poco se han

ido abandonando de forma voluntaria. El protagonismo hallado tanto en Felipe

II como en Fernando VI a la hora de la definición profesional obedece en

ambos casos a la misma necesidad: la ejecución de El Escorial, tanto como la

de Aranjuez, precisaron de alguien de confianza capaz de idear, sí, pero

también de supervisar, medir, tasar y dirigir fábricas. Estas competencias, que

fueron las que permitieron distinguir al profesional del aficionado, y que se

hallan en la esencia de la necesidad de las regulaciones originales, como se ha

visto, se han dejado de lado paulatinamente ante una exaltación de la labor de

ideación que ha llevado al extremo de despreciar cualquier otra capacidad o

cometido, incluso la dirección de la obra, abandonada muchas veces en manos

de los propios ayudantes. Y sin embargo, para el arquitecto ilustrado la obra

era la fase final del diseño, el momento de la perfección, de la corrección de

errores de concepción, en suma, de la calidad final. Hasta tal punto ha llegado

este abandono que nuestra propia Administración, en una demostración más

de su desconocimiento de la realidad, ha terminado convocando a concurso,

de forma habitual, las direcciones de obra por separado de los proyectos. Aún

más: las bases de tales concursos suelen estar redactados por los propios

arquitectos de la Administración, desconocedores ellos mismos del alcance de

la titulación que ostentan.

El origen de la señalada exaltación de la ideación respecto al resto de

cometidos queda fuera del periodo estudiado; pese a ello, cabe señalar que

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Linazasoro17 ha estudiado cómo la creación en 1868 de la asignatura de

Proyectos produce primero una escisión entre teoría y práctica, y termina con

el abandono de aquélla en pro de ésta. Parece a priori que este hecho guarda

relación con el problema señalado. En cualquier caso sí es claro que de los dos

pilares que cimentaban la enseñanza de la ideación, uno se ha acabado

perdiendo por completo. En efecto, el viaje de arquitectura sigue teniendo

predicamento en la actualidad, aunque de un modo distinto; sería quizá

deseable en este caso recuperar su posicionamiento en un programa docente

organizado, puesto que dentro del marco instructivo académico ya se reveló

como el más eficaz de los recursos. Es sin embargo la imitación la herramienta

de aprendizaje que podemos dar por desaparecida, lo cual fuerza a una

reflexión, dado que durante siglos se entendió como el modo más poderoso de

enseñanza de la arquitectura18. Un conocido texto describe así esta situación:

“Desdichadamente una forma de proyectar muy común en nuestras escuelas es

la de incitar a los alumnos a encontrar nuevas ideas, como si cada vez hubiera

que inventarlo todo desde el principio”19. Despreciar la lección de la historia,

relegando su conocimiento en el programa de estudios y, peor aún, no ligarla

con el proyecto, es perder las referencias que realmente permiten discernir

entre lo bueno y lo malo. Se ha señalado en capítulos anteriores de qué

manera esta idea ha cimentado la enseñanza académica, y aun más, como la

lección obtenida en el estudio de las ruinas produjo argumentos para la mejor

17

LINAZASORO, José Ignacio, Apuntes para una teoría del proyecto, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1984, p. 12. 18

Debe entenderse aquí la imitación como el análisis o estudio de las soluciones anteriores,

incorporando la Historia como una herramienta proyectual más, o por usar terminología actual, como “el uso de precedentes” en el proyecto; ello tiene poco que ver con la simple copia formal o el uso de elementos epidérmicos tomados de otros tiempos. 19

MUNARI, Bruno, ¿Cómo nacen los objetos? Apuntes para una metodología proyectual,

Barcelona, Gustavo Gili, 1983, p. 20.

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arquitectura. Más aun, se puede decir citando de nuevo a Linazasoro que si en

la descomposición del objeto arquitectónico en disciplinas - que bajo la

alargada sombra del esquema vitruviano es como se siguen organizando los

programas de estudio -, Proyectos se convierte en otra faceta más, en lugar de

ser la asignatura en la que se analiza el objeto completo, se estará cometiendo

un verdadero error de concepto docente20.

De ahí la resolución de la aparente paradoja que parece presentar el

hecho de que el más notable producto académico, Juan de Villanueva, prefiera

a la postre enseñar desde su propia oficina y a un grupo reducido de ayudantes

que en la propia Academia. Ésta produce el conocimiento explícito necesario,

transmitiendo de forma sistemática todas las herramientas necesarias, la base

tecnológica y humanística, el dibujo y las leyes, pero será al lado de un maestro

que todo ello se integrará en la ideación, es decir, que se tendrá acceso al

conocimiento implícito. La ausencia de integración – completa, no sólo de

tecnología - en las escuelas de hoy obligará, ineludiblemente, a la práctica en

un estudio ajeno como complemento de la formación recibida. Esta situación

se ve agravada por los sucesivos acortamientos de los estudios necesarios, que

cada vez abre más el acceso a una profesión que cada vez lo es menos,

precisamente por su facilidad de incorporación. En el extremo, se ha acabado

convirtiendo en una formación escasa para la asunción de unas

responsabilidades que sin embargo son cada vez mayores. Lejos quedan los

largos periodos de formación dieciochescos, que garantizaban que finalmente

sólo se incorporarían al ejercicio los mejores, persistentes y dotados de una

fuerte carga vocacional.

20

LINAZASORO, JI., Apuntes, op. cit., p. 14.

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329

La investigación realizada ha terminado no con la consecución del

carácter profesional del arquitecto, sino con la toma de conciencia de éste de

tal consecución. Ello ha derivado en el propio reconocimiento como ocupación

privilegiada, tomando razón corporativa, y que por ello asume también

responsabilidades, y más aun, la obligación de colaborar en la construcción de

la mejor sociedad. Por supuesto, la definición de competencias lleva aparejado

el someterse a un régimen legal que hasta entonces era difuso en tanto en

cuanto las misiones en obra no estaban asignadas. Ahora comienza un proceso

por el cual cada uno de los agentes en el proceso constructivo empieza a

asumir su propia responsabilidad. Ello ha culminado hace poco más de una

década con la promulgación de la Ley de Ordenación de la Edificación, que

elimina en gran medida el carácter solidario que el Código Civil prescribía a

falta de mejores delimitaciones competenciales21. Pero este régimen legal no

ha ido más que perfeccionando en primer lugar el espíritu ya contenido en

fueros y partidas, así como la costumbre aplicada por jueces durante

generaciones. Más interesante resulta que en un proceso paralelo se hayan

incorporado algunos de estos preceptos no a la legislación, sino a un grupo de

normas de comportamiento que con el tiempo darán lugar al Código

Deontológico del arquitecto, vigente hasta nuestros días. Ello es muestra del

alto nivel de autorregulación que han llegado a alcanzar las sucesivas

agrupaciones profesionales, así como de ese propio reconocimiento como

parte de un grupo consciente de que su éxito depende del comportamiento de

cada unos de sus miembros, lo que puede dar razón de ser, incluso hoy día, a

la existencia de los Colegios.

21

IRISARRI MARTÍNEZ, Carlos Javier, El arquitecto práctico, seguido de Propiedad inmobiliaria

para arquitectos, Madrid, Universidad Europea de Madrid, 2011, p. 130.

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8. EPÍLOGO

330

Más allá de todo esto se sitúa está el hecho de que el arquitecto no

dude en incorporarse, llegada la Ilustración, al proceso de mejora de la

sociedad que supone primero la creación de nuevas tipologías edificatorias:

colegios, hospitales, universidades, prisiones, residencias,… Y a continuación,

se convierta en colaborador indispensable de quienes comienzan a formular

propuestas más o menos utópicas de reforma social, cuando no en

instigadores directos de las mismas. Ello es buen ejemplo de cómo la profesión

se puede acercar a la sociedad desde una actitud de servicio, buscando en

dónde puede ser necesaria; recientes ejemplos muestran cómo hoy algunos

arquitectos han optado también por este camino22, reduciendo la distancia

que las décadas anteriores habían creado, y dando el que debe entenderse –

ya se ha dicho – como el primer paso de reinvención profesional: la

recuperación de la confianza de la sociedad a la que la Arquitectura debe

demostrar, una vez más, su utilidad.

22

Una muestra, entre otras muchas, se contiene en el catálogo FERNÁNDEZ-GALIANO, Luis (Ed.),

The Architect is Present, Madrid, Fundación ICO, 2014.

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8. EPÍLOGO

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La Torre de Babel sigue siendo hoy simbólica en cuanto a la imposible meta de la Arquitectura. Babeltårnet, Nils Ole-Lund (1970), Collage Architecture

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9. CONCLUSIONES

333

9. CONCLUSIONES

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9. CONCLUSIONES

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9. CONCLUSIONES

335

La caracterización del arquitecto dieciochesco, precursor de la figura

contemporánea, se ha ido desgranando en los capítulos anteriores, al ser

forzosa su descomposición en facetas, en aras de encontrar una metodología

cuya sencillez garantice la eficacia. Por supuesto, la realidad es siempre mucho

más compleja por el simple hecho de que esa disgregación no existe, de que en

el tapiz que ciertamente constituye el todo, los hilos se entremezclan

careciendo de sentido de forma aislada. Es por ello que en el recorrido

propuesto cada capítulo ha tratado de algún modo de relacionarse con el resto

y cada aspecto investigado se ha intentado poner en correspondencia con los

otros, aun a riesgo de resultar reiterativo.

A priori, el modo más directo de resumir las conclusiones alcanzadas

en este trabajo, así como relacionarlas con los objetivos declarados en su

inicio, puede ser algo tan esencial como repasar su título. El arquitecto

ilustrado: del oficio a la profesión. En efecto, sintetiza con claridad la principal

intención, es decir, la caracterización del arquitecto en el siglo XVIII, así como

la constatación de que es tal figura la que alcanza por primera vez la categoría

de profesional.

Visto así, la tarea ahora podría plantearse como un repaso a las

características que ya aceptamos en el tercer capítulo como definitorias del

rango de profesión, observando que su cumplimiento se ha producido

precisamente a lo largo de la etapa académica.

Por ello, lo primero que cabe concluir es que es en el periodo

académico en que surge una verdadera restricción para acceder a la profesión.

Quien quiera llamarse arquitecto, y aun maestro de obras, tendrá que superar

unas pruebas, escritas y dibujadas, que demuestren un conocimiento tan

variado como necesario. No son pruebas fáciles, ni se trata de actos

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9. CONCLUSIONES

336

testimoniales como al final resultaban los exámenes prescritos en las

ordenanzas locales, muchas veces más pensados para albañiles. Hasta tal

punto es así que muchos de los entonces ejercientes, con amplia experiencia

laboral, preferirán desde entonces trabajar con la firma de otro, que

someterse a tales pruebas en las que se arriesgan al descrédito en caso de no

superarlas. Por tanto, el acceso a la profesión queda ciertamente restringido, y

el número de ejercientes de derecho muy reducido. Su objetivación y

exigencia, al tiempo, debería garantizar el nivel de los titulados.

Una segunda característica se relaciona con el itinerario de

aprendizaje. Por supuesto, en un primer momento se produce una situación

excepcional en la que el nuevo marco profesional tiene que posibilitar una

transición con la etapa anterior lo menos traumática posible, y para ello se

debe favorecer la incorporación a la profesión a aquellos que ejercían hasta

entonces el oficio de forma correcta. En tales casos, la demostración de la

pericia en las materias entendidas como necesaria se produce mediante la

superación de las pruebas aludidas.

Pero fuera de esa situación excepcional –aunque frecuente durante la

primera etapa académica- ha quedado ya establecido el que acabará siendo

único itinerario, un largo periodo de aprendizaje reglado, diseñado por el

colectivo al que se pretende acceder. La obtención del título no depende ya de

la voluntad discrecional del maestro al cargo del aprendiz, ni siquiera de unos

hitos temporales establecidos por un gremio, sino del esfuerzo personal en

superar un programa objetivo, asignatura a asignatura, examen a examen.

Además, la duración del aprendizaje -ya estudiada- se ha multiplicado

sustancialmente, y aun más para aquellos que consiguieran incorporarse al

Grand Tour, en el cual la formación alcanza un grado de excelencia.

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9. CONCLUSIONES

337

Estas dificultades exigen de los aspirantes algo más que unas

intenciones crematísticas, lo cual nos conduce a la siguiente característica que

define a una profesión. Embarcarse en el largo y arduo camino hacia el título

necesita una motivación que podemos llamar vocación; tal vocablo, aun con

una posible connotación religiosa, derivará hacia un concepto de espíritu de

servicio a la sociedad desde una actividad que se entiende excelsa, y es la

justificación que se halla –o debería hallarse- detrás del aspirante a arquitecto.

Solo un fuerte estímulo, superior al interés individual, puede explicar que un

pretendiente entonces ingresara en un proceso que le iba a absorber durante

tantos años, obligándole en muchos casos a migrar a las escasas capitales en

las que existía una Academia y teniendo que compaginar el ganarse la vida con

las largas horas de clases y prácticas.

Acceder por fin al estatus de arquitecto requerirá del nuevo

profesional un compromiso implícito, cual es el de integrarse en un marco

fuertemente corporativo, cuya autorregulación le otorga un carácter de

excepcionalidad dentro de las estructuras sociales. Así, la Academia (como en

el futuro los Colegios de Arquitectos aun con mayor perfección) se convertirá

en asociación cuasi obligatoria para el profesional, poseedora de venia legal y

social para establecer una autorregulación sobre el comportamiento

profesional e incluso estilístico.

La autorregulación cobra en la Academia un carácter excepcional, por

cuanto será durante mucho tiempo la redactora o consultora de las

regulaciones edilicias. Por tanto, no sólo se verá cumplido en ella otro de los

rasgos de una profesión, la competencia de regular y enjuiciar la conducta de

sus miembros, sino que además influirá directamente en la esfera jurídica, más

relacionada con la responsabilidad civil. El arquitecto, por tanto y a partir de la

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9. CONCLUSIONES

338

Academia, se verá juzgado por pares en lo que refiere a su ejercicio,

circunstancia de la que derivarán los modernos códigos deontológicos.

El considerar por fin que la de arquitecto sea una profesión equivale a

otorgar a tal actividad un carácter de nobleza que la eleva del resto de

ocupaciones, entre otras razones porque supone la aceptación, primero del

poder y a continuación de la sociedad, de esa misma nobleza en sus fines,

desde la mejora de las condiciones físicas de la colectividad a la elevación de su

tono cultural. Por tanto está más allá de salarios, y sólo los honores –

honorarios- pueden recompensarla, no siendo una retribución sino un modo

de honrar un servicio de tal altura. Y así sucede, si bien lentamente, desde que

la Academia ordena la arquitectura; como se ha tratado, existe una gradual

batalla de los académicos por escapar a las tasas establecidas por gremios y

municipios para las actividades edilicias, a las que los nuevos arquitectos

entienden que ya no deben sujetarse.

Finalmente, y este es sin duda el rasgo más definitorio en la separación

entre el oficio y la profesión, la conclusión de la revolución académica no es

otra que el dar acceso al arquitecto a una actividad ya claramente liberal, es

decir, liberada por completo del trabajo manual, con lo que ello conlleva tanto

en cuanto a privilegios prácticos como a posición social.

La suma de todas estas características que, o bien surgen en el siglo

XVIII o bien se consolidan en el mismo –llegar hasta aquí es un proceso que

viene de lejos, como también se ha desarrollado-, permiten la consideración de

la arquitectura como una profesión, de acuerdo a la propuesta citada. Esta

argumentación se puede además perfeccionar, quizá desde un punto de vista

más anglosajón, acudiendo a los que pueden considerarse patrones de medida

del grado de profesionalidad de una actividad, según se expuso en el capítulo

tercero.

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9. CONCLUSIONES

339

Así, se puede considerar sin duda que en el periodo académico la

relación de la arquitectura con la sociedad a la que sirve se ha ido volviendo

cada vez más compleja, señal de una alta profesionalización. La distancia entre

arquitecto y cliente se ha hecho cada vez mayor en cuanto al plano de

conocimiento en que se mueven respectivamente. El señor de obra, que quizá

en etapas anteriores se podía situar incluso en el mismo plano, revestido de

una gran cultura y con afición erudita por la arquitectura, ha devenido en un

cliente más pragmático; a ello se une la deriva de una actividad que

progresivamente demanda mayor conocimiento tecnológico y una preparación

más sólida, circunstancias que ya no están al alcance más que de los propios

profesionales.

Además, en lo práctico, el proceso de control del proyecto y licencia,

cada vez más enrevesado, es una buena muestra del aumento de tal distancia.

También la complejidad de la organización corporativa ha aumentado, al

crearse no sólo un organismo que marca toda la actividad, sino una estructura

interna específica para el control de sus miembros.

Pero si hay un hecho que, finalmente, es absolutamente definitivo para

demostrar que la situación académica es el punto de inflexión buscado en los

objetivos de este trabajo, y anunciado en su propio título, es la conquista de

unas competencias reservadas a los profesionales titulados: la Academia ha

conseguido la exclusividad de las mismas para sus miembros, lo que cierra su

situación privilegiada y justifica su esfuerzo en el ascenso laboral. Todo ello ha

producido, finalmente, la condición de prestigio de que los arquitectos han

gozado tanto tiempo en la sociedad y abre la que se debe considerar edad

moderna de la profesión, cuya última fase posiblemente se esté viviendo

ahora.

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9. CONCLUSIONES

340

Lo que recibe el arquitecto al convertirse en profesional, los privilegios

aludidos, tienen sin embargo un precio que ha de satisfacer a la sociedad que,

a la postre, es la que permite esa conversión. El precio no es otro que asegurar

a la colectividad la prestación de su conocimiento, que el carácter social del

producto arquitectónico se convierta en la primera motivación del trabajo a

realizar, que el espíritu de servicio sea el motor que anime al arquitecto.

Pagada esta deuda, se puede decir que el proceso está completo, y tal y como

en el anterior capítulo se estudia, de la incipiente responsabilidad civil se acaba

pasando a la génesis, primero de una ética, y después de una deontología

relacionada íntimamente con la Academia como asociación de profesionales.

No es casualidad que el siglo XVIII vea un gran esfuerzo en la creación de

nuevas tipologías de edificios, siempre al servicio de una mejor sociedad, o que

sea también cuando la Utopía se convierta en materia de trabajo de algunos

arquitectos.

La importancia que cobra este papel social de la arquitectura resulta

una importante conclusión, pues de todas las causas que impelen a cambiar al

arquitecto, es sin duda la más poderosa. Entre los objetivos de esta

investigación se hallaba el encontrar tales causas, y así se han ido localizando

todas ellas: la búsqueda de mejores condiciones laborales, la separación del

trabajo manual, la consecución de privilegios reservados a estratos superiores

de la escala social, el acompasarse a las evoluciones de la clientela, de quienes

en un momento dado pueden pagar la arquitectura, el afán de superación

profesional, … Todas ellas son razones del cambio, que han sido estudiadas.

Pero de ellas, el dar respuesta a la necesidad social del momento es

como se ha señalado la principal, ya que la única manera de que el entorno

acepte el servicio de una profesión es que entienda que éste le es necesario;

sin esto, la actividad se condena a la desaparición. No cabe duda que la

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9. CONCLUSIONES

341

existencia de una asociación profesional, como puede entenderse a la

Academia, y más aun si goza de un cierto reconocimiento oficial y de cercanía

al poder, es clave en esa conexión con la sociedad, que se verá favorecida por

la labor divulgadora que pueda realizar.

En todas las facetas abordadas durante la descomposición del

profesional se ha procurado siempre incorporar al mismo como consecuencia

de un proceso anterior, deduciendo su momento dieciochesco de los siglos

anteriores, de evoluciones que casi siempre tienen su origen en la transición

del Medioevo al Renacimiento. Desde tales deducciones se puede concluir

también en la certeza de permanencia del rol de arquitecto a lo largo de la

Historia, en la existencia constante en todos los momentos de la civilización de

alguien que traduce las diferentes necesidades espaciales en un objeto ideado,

y es capaz además de expresarlo de forma inteligible a quien asume el trabajo

de materializar tal diseño, utilizando los medios a su alcance: el dibujo, el

modelo o incluso la simple narración.

Esta conclusión, finalmente, es útil para no haber perdido de vista en

ningún punto de la investigación que el momento retratado como

consecuencia de la misma, cuando se produce la profesionalización de la

actividad, no es el momento de creación del rol de arquitecto, ni siquiera de su

perfección, sino sólo un eslabón más de una muy larga historia de origen

incierto. Si bien el arquitecto de hoy es heredero del retratado, ello no quita

para que desde siempre, desde mucho antes del siglo dieciocho, exista

arquitectura y alguien imaginándola como paso previo e independiente a su

construcción, aun cuando su modo de trabajar, de llamarse o de ocupar un

lugar en la sociedad pueda haber sido muy distinto.

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Se listan por orden cronológico atendiendo a la fecha de su primera edición en España, referenciando igualmente la fecha de la edición estudiada en el presente trabajo. SAGREDO, Diego de Medidas del Romano Toledo, Imprenta de Juan de Ayala, 1549 (1ª ed. 1526) SERLIO, Sebastián / VILLALPANDO, Francisco de Tercero y quarto libro de architectura Toledo, Imprenta de Juan de Ayala, 1552 ALBERTI, León Baptista / LOZANO, Francisco Los diez libros de architectura Madrid, Imprenta de Alonso Gómez, 1582 HERRERA, Juan de Institución de la Academia Real Mathematica Madrid, Imprenta de Guillermo Droy, 1584 ARPHE, Juan de Varia commensuracion para la Escultura y la Arquitectura Sevilla, Imprenta de Andrea Pescioni y Juan de León, 1585 ARPHE, Juan de / ENGUERA, Pedro Varia commensuracion para la Escultura y la Arquitectura Madrid, Imprenta de Plácido Barco, 1795 (1ª ed. 1585) VIGNOLA, Jácome de / CAXES, Patricio Regla de las cinco órdenes de architectura Madrid, n/c imprenta, 1593 ROJAS, Cristóbal de Teórica y práctica de fortificación, conforme las medidas y defensas destos tiempos Madrid, Imprenta de Luis Sánchez, 1598

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

377

12. ANEXOS DOCUMENTALES

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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Conclusión de la presente obra, con ciertas instrucciones sobre la

empresa y forma de hacer edificios1.

Sin embargo, hasta aquí, no me parece haber mostrado lo suficiente

cómo deben construirse todo tipo de edificios y llevarlos desde la base de los

cimientos hasta su coronación, si de forma paralela no muestro cómo los

Arquitectos, Comisarios, Controladores y otros, que intervienen en los

edificios, deben llevar a cabo bien su función, y organizarse todos juntos para

evitar que sobrevengan errores acompañados con pérdidas de dinero, burlas y

arrepentimientos insoportables, pues es deseable advertir adecuadamente a

cada uno lo que debe hacer, e incluso al Señor, a fin de que no se equivoque y

de que su obra se lleve a cabo correctamente y de acuerdo con su voluntad. Yo

me propongo, para el fin y la conclusión de la presente obra, mostrar y

representar la unión y la inteligencia que debe haber entre el Señor, el

Arquitecto, los maestros de obras, Controladores, y otros; de igual forma la

obediencia que debe el Arquitecto al Señor, así como la que le deben los

obreros, Controladores y Oficiales al susodicho Arquitecto, para hacer lo que

es mandado por él y ordenado para la legítima construcción de las obras. Por

tanto, estoy obligado a seguir escribiendo el presente discurso para mostrar

mejor cómo el Señor debe manejar, elegir y emplear a los hombres en la

función a la que son llamados, pues de otro modo sería ridículo y peligroso que

uno hiciera la función del otro sin haberla aprendido; y también para dar fe de

que cuando el Arquitecto ordena las cosas que deben hacerse a diario, tanto

1 L’ORME, Philibert de, Architecture, París, Regnauld Chaudiere, 1626, pp. 327v a 331v.

Traducción de Carmen Suárez-Llanos, no publicada.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

380

por los maestros Albañiles, como por los otros obreros (tanto si trabajan a

jornal como a tanto alzado) es necesario, especialmente en grandes edificios,

designar a un Controlador para tener los trabajos, registros y avances por

escrito. Los Controladores deberán tener conocimiento e inteligencia del arte

de la albañilería y obras, si es posible, pues de otro modo no podrán controlar,

ni observar a los obreros, las obras, la buena o mala calidad de los materiales,

ni la naturaleza de éstos; ni tampoco de la carpintería, ni de otras cosas y

menos aún de la forma de llevarlas a cabo en la obra. Y, lo que es más, no

podrá saber si los obreros trabajan bien, ni tampoco recibir las obras, sea por

medición o por precio. Además, no hará juicio de valor de la obra, ni

modificará la obra cuando se encuentren defectos. De modo que el puesto del

Controlador es de gran importancia y muy necesario para hacer un buen

manejo de la obra y ahorrarle gastos a su Señor, al cual deberá informar y

guardar fidelidad; y deberá obedecer las órdenes del Arquitecto, pues de otro

modo no sabrá desempeñar la labor de Controlador, de modo provechoso para

su maestro y Señor, y menos adquirir honores. Porque si no toma consejo del

Arquitecto y actúa como le parece, una infinidad de faltas le acompañarán, lo

que he visto a menudo llegar con gastos insoportables para la bolsa del Señor

quedando el conjunto fuera del conocimiento del Arquitecto que a veces no

osa decir nada, y simula no saberlo por temor a desagradar a algunos; también

podría ser que no fuera de su agrado. Por ello aconsejo al Arquitecto que esté

totalmente atento a su labor y que no se distraiga con otra. Hay veces en las

grandes empresas que algunos Comisarios están por encima del Arquitecto, a

los cuales debe obedecer como a los Señores y, por lo tanto, tienen el poder

de organizar el dinero. Esta es la razón por la cual les debemos decir lo que se

ha hecho y lo que queda por hacer, a fin de que consigan dinero para las obras

que se quieren hacer. Es necesario también que el Comisario esté tan atento

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

381

como el Arquitecto, para que los maestros y obreros no sean engañados, ni

robados por los Controladores o por sus adjuntos como he visto suceder.

Porque si se hace algún mercadeo, hay que darle un regalo o propina al señor

Controlador antes de que sea detectado dicho mercadeo, o bien después; de

otro modo los pobres obreros serán explotados y calumniados de diversas

formas. Después cuando se llega a las mediciones, ellos se hacen pagar bien

por certificarlas y firmarlas. Hay además otra infinidad de avaricias, las cuales

prefiero disimular antes que escribirlas. No digo que todos actúen así, pues he

conocido y conozco algunas gentes de bien. Hace falta que el Señor también

tenga a su disposición ciertas personas para hacer trabajar a los obreros, como

los Capataces y otros que, de igual manera hagan llegar y dirigir los materiales.

En las grandes empresas que se hacen por Reyes, Príncipes y grandes Señores

no faltan jamás hombres y servidores, pero son generalmente poco fieles; de

manera que la mayor parte de éstos aseguran saberlo hacer todo y ser los

mejores artesanos que se pueda pensar, pero a menudo no entienden de

nada. Cierto es que recuerdan a la figura de un hombre, aquel que les propuse

que se había vestido antes como un sabio, que aun así en su camino había

encontrado cabezas de bueyes (que significa que tenía un gran y pesado

espíritu) con muchas piedras que le hacían tropezarse y arbustos que le

retenían y le rasgaban sus ropas. Este hombre no tenía manos para mostrar

que aquello que representaba no sabía llevarlo a cabo. Tampoco tenía ojos en

la cabeza, para ver y reconocer las buenas empresas; ni orejas para oír o

entender a los sabios; ni tampoco nariz, por lo que no podía notar, ni oler las

buenas cosas. En resumen, tenía una boca para balbucear y hablar mal, un

gorro sabio para imitar a un gran doctor y una buena cara para que la gente

pensara que era un hombre grande y que tenía buena reputación entre los

hombres. Créanlo y estén seguros de que esas personas no solo odian a los

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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doctos Arquitectos, sino a los virtuosos y a la propia virtud. Y por miedo a ser

cazados por las faltas que han cometido, no dejarán de mal hablar de los

Arquitectos delante de sus Señores, con el fin de que se sientan estimados por

encima de los Arquitectos y de otros para conseguir la superintendencia de la

obra; a los cuales calumnian y ponen en cuestión lo máximo posible. Por tanto,

esto ha sido a menudo la causa de los grandes daños que no recaen sólo sobre

los Arquitectos, sino también sobre sus Señores y sus obras por las razones que

se pueden conocer en el discurso del primer libro de la presente obra. En el

cual he querido escribir lo que yo he advertido, a fin de guardarse de ello en el

futuro y que se sepa elegir correctamente a las personas que fielmente puedan

hacer cada una su labor. Personas que, a mi entender, han de ser expertas,

benévolas y capaces de la labor en la que se les quiera emplear, como se

encuentran, y conozco muchas, que sin embargo no son siempre empleadas, ni

conocidas. Pero con el fin de no tener que poner ningún remedio y hacer que

las obras acaben sin ningún retraso, y que también las empresas grandes y

pequeñas se puedan culminar, he querido de buen grado añadir el discurso

que sigue a la siguiente figura, en parte para advertir a los señores, en parte

para instruir al Arquitecto para guardarse de las personas que no hacen

correctamente su trabajo, ni ver lo que está bien hecho, ni oír lo que se debe

comprender, ni tener el sentido de lo que es útil y provechoso, y así os lo he

representado en la siguiente figura.

Para continuar el discurso y propósito antes comenzado, diremos que

el Arquitecto está muy expuesto a oír y recibir calumnias e informes falsos que

se dicen de él. Por lo tanto debe saber que cuanto más virtuoso y sabio sea,

más será atacado con malos informes de ignorantes y maliciosos, y cuanto más

avance la obra y más aumente en belleza, más calumniado será. Porque si no

se le puede rebatir por la excelencia de la obra, se dirá que hace cosas que no

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

383

están suficientemente probadas, ni habituales de ver, que estará abocada a la

ruina o bien que no está hecha con el tipo de piedra adecuada o que cuesta

demasiado o que el Arquitecto está aliado con los obreros y un sinnúmero de

propósitos planteados con poco juicio y menos razón. En resumen, el

Arquitecto permanecerá siempre atento a ser despreciado y calumniado, tanto

como le sea posible, con un sinfín de calumnias, como lo he percibido a

menudo para mi gran desventaja, hasta el punto de ser considerado

sospechoso de apropiarme de dinero y de hacer mi beneficio de todas las

cosas. Pero no me preocupa mucho, asegurándome de que no me pudiera

llegar ningún daño sabedor de que tal trabajo me ha sido dado con permiso de

Dios y por los delitos que yo hago todos los días contra su Santa Divinidad que

me despierta el ansia de trabajar y muchas veces me hace confesar que no

tengo yo mayor enemigo que yo mismo y que debo sufrir, pues yo tengo más

ocasiones de vengarme de mí que de los demás, pues yo soy enemigo de mí

mismo. Lo que me hace aconsejar a nuestros Arquitectos que se esfuercen en

ser gente de bien, lo más que puedan y de tal calidad como yo lo describiré

más adelante, o mejor si es posible. Pero dejemos tales propósitos y pongamos

todo a la voluntad de Dios, que hace conocer la verdad de todas las cosas en su

tiempo y lugar. Por lo tanto retomaremos a nuestro Arquitecto, al cual yo

deseo aconsejar que aprenda a conocerse y saber quién es, con sus

capacidades y suficiencias y que sepa qué le falta. Yo le aconsejo que sea

diligente en pedírselo a Dios, tal y como nos lo muestra Santiago cuando dice:

«Si quis vestrum indiget sapientia, postulet a Deo». Y después de pedir lo que

se necesita para hacer el trabajo en su taller, que se retire y que solitario

permanezca en su estudio, gabinete, habitación, biblioteca o jardín, allí donde

esté cómodo. Lo podréis ver representado en la figura descrita más adelante,

la cual os pone ante los ojos a un hombre sabio en un jardín ante el templo de

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

384

oración. Tiene tres ojos: uno para admirar y adorar la santa deidad de Dios y

para señalar el tiempo pasado; otro para observar y medir el tiempo presente,

con el fin de conducir y dirigir lo que está presente; y el tercero para prever el

futuro a fin de equiparse contra asaltos, insultos, calamidades y grandes

miserias de este mundo miserable, en el cual estamos expuestos a recibir

tantas calumnias, tanto dolor y trabajo que es imposible contarlas. También

incluí cuatro orejas mostrando que hay mucho más que oír que hablar, tal y

como ordena Santiago en el primer capítulo de su primera epístola canónica

con estas palabras: «Sit autem omnis homo velox ad audiendum, tardus ad

loquendum, et tardus ad iram», es decir, todo hombre debe ser rápido en oír,

lento en hablar y lento en encolerizarse. Pues el Arquitecto debe estar listo

para oír a los doctos y a los sabios, y diligente en ver muchas cosas, ya sea

viajando o leyendo. Porque no hay arte, ni ciencia, cualquiera que sea, que no

haya siempre más que aprender de lo que se ha aprendido. De forma que solo

Dios es perfecto en todo, a cuya sabiduría y conocimiento no se puede añadir

nada. Porque, como escribe el Apóstol, en él se esconden todos los tesoros de

la sabiduría y de la ciencia, que distribuye como le place y cuando le parece. En

nosotros es lo contrario, porque estando en este mundo no tenemos

conocimiento de las artes y de las ciencias, sino por pequeños fragmentos, de

tal forma que nuestro saber no es otra cosa que un continuo aprendizaje que

no tiene nunca fin. Pero para volver a nuestro sabio, representado por el

Arquitecto, le he puesto cuatro manos para mostrar que tiene mucho por

hacer y manejar al mismo tiempo si quiere adquirir las ciencias que le son

necesarias. Además en sus manos tiene una memoria e instrucciones para

enseñar y aleccionar con gran diligencia a aquéllos que se lo requerirán,

representado con las alas que tiene en los pies, que muestran también que no

quiere que sean laxos y perezosos en sus negocios y en empresas. Por otra

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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parte, muestra que a todos aquellos que le visiten o vayan a ver en su jardín,

no les esconderá sus bellos tesoros de virtud, sus cornucopias llenas de bellos

frutos, sus jarrones llenos de grandes riquezas y secretos, sus arroyos y fuentes

de la ciencia, ni sus bellos árboles, viñas y plantas que florecen y tienen frutos

todo el tiempo.

Veréis también en dicha figura varios bellos arranques de edificios,

palacios y templos, de los cuales el susodicho sabio y docto Arquitecto

mostrará y enseñará la estructura con un método bueno y perfecto, como se

refleja en dicha figura, en la cual también veréis un aprendiz adolescente

representando la juventud que debe buscar a los sabios y a los doctos para ser

instruida, tanto oralmente como a través de memorias, escrituras, dibujos y

modelos. Ello lo representa con la memoria que lleva en la mano el

adolescente, dócil y sediento por aprender y conocer la Arquitectura. Si no

estáis contentos con este discurso y advertencia os aconsejo que pidáis a

Salomón su consejo y él os aconsejará que no hay nada más útil, provechoso y

saludable para el hombre que un sabio consejo, tal como se escribe en los

Proverbios con sus propias palabras: «Beatus homo cui affluit prudentia, melior

est acquisitio eius, negotiatione auri et argenti». Feliz es aquél que encuentra

sabiduría y que abunda en prudencia, mucho mejor que cualquier adquisición,

negocio o posesión de oro o de plata. Si esta frase no os satisface, os ruego

que escuchéis la Sabiduría con la que el citado Salomón dice con sus propias

palabras: «Ego sapientia habito in consilio et eruditis inter sum cogitationibus»;

yo habito, dice la Sabiduría, en consejos buenos y saludables y penetro en los

pensamientos de los doctos y de los sabios. Hace falta por tanto buscar, y

habiéndola encontrado, preocuparse de guardarla bien a fin de que nos ayude

en tiempo y lugar. La figura siguiente os pondrá ante los ojos el discurso

propuesto.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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Temo muchísimo haber sido demasiado prolijo en la explicación de las

dos figuras anteriores, que es la causa de que yo termine, no solamente con

esta alocución, sino también con la presente obra y primer volumen de nuestra

Arquitectura, suplicando muy humilde y encarecidamente a los lectores que

tomen todo en consideración. Y si acaso se encuentra alguna cosa mal

colocada, escrita, dibujada o demostrada, que amablemente me adviertan y

piensen que, considerándome un hombre, me reconozco también estar sujeto

a fallos y a pecados; si puedo oír y apreciar que nuestro presente trabajo (que

ciertamente no ha sido pequeño) es bien recibido, yo estaré mucho más

estimulado para sacar pronto a la luz nuestro segundo volumen de

Arquitectura, acompañado de razonamientos muy exquisitos y singulares. Lo

que yo haré de buen grado con la gracia de Dios que hasta aquí nos ha

conducido y dirigido, porque solo a él se debe el honor y la gloria.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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Relación de las obligaciones, intervenciones, y facultades atribuidas al

Arquitecto Ynterventor de la Fabrica de Palacio en el nuevo

Reglamento, hecho para ella en 21 de Junio de 1742, y de las que en

consequencia de el ha exercido, y exerce, por sí, y sus Tenientes,

formada en virtud de Real Orden de ocho de Agosto de 17482.

Creacion del Arquitecto Ynterventor que para su maior expresión se

pone aquí â la letra.

Que se nombre un Arquitecto teorico, y practico, con titulo de

Arquitecto Interventor, y un Teniente suyo, para que estos cuiden

privatibamente de la buena calidad de los materiales, y del modo de su recibo,

interviniendo en los ajustes de todos ellos, sin excepcion de ninguno, y tenga

facultad para pedir razón de todo lo que huviere en los Almacenes, y de todo

lo que se travajaxe enlos Talleres â cuio fin, devera entregársele una copia de

los planos, y de mas ideas del Arquitecto maior, para que por ellas reconozca si

cada trabajador esta empleado en cosas de la Obra; y juntamente hade poder,

siempre que le parezca, medir y hacer medir lo que travajare qualesquiera

especie de Oficiales, para hacer juicio de si lo que se hace, combiene con los

materiales que se consumen, y para reconocer si corresponde lo que trabajan,

â los jornales que en ellos se gastasen, y devera cuidar, y celar sobre el

cumplimiento de la obligación de todos y quales quiera individuos de esta Real

Fabrica, de qualquier profesión, que fueren, para lo qual irá â ella mui

frequentemente; pero su Teniente, tendrá la precisión de ir dos veces al dia, y

2 Documento del Archivo General de Palacio, Sección Administraciones Patrimoniales (AP),

Fondo Real Sitio de Aranjuez, Legajo 23, Caja 14184.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

390

reconocerla toda, con la mas prolija exactitud, y este Arquitecto Ynterventor, y

su Teniente, no deberán introducirse en la disposición, mi forma de esta Real

Fabrica; pero cada quince días, deberán asistir â la junta del Arquitecto maior,

y de los quatro Arquitectos para obiar la execucion de qualquiera novedad,

que quieran introducir, contra lo aprobado por S. M. en cuya consequencia â

representación del Arquitecto Ynterventor Dn. Francisco Ruiz, aprovo S. M. el

nombramiento, que este hizo de su Teniente en Dn. Juan Ruiz de Medrano, por

R. Oxn de 25 de Junio de 1742, y de acuerdo con dho Ruiz â representación de

la Intendencia de 9 de Maio de 1743, se creo un Subteniente, según resolución

de 15 de Junio siguiente: y últimamente â representación de la Intendencia de

3 de Julio de 1748 ascendio â Teniente el citado Subteniente, y para esta plaza

se nombro un Recividor de materiales por resolución de S. M. de 15 del

expresado Julio de 1748. Y visa dho Arquitecto Ynterventor, y ha visado, por si,

ô su Teniente las Certifiaciones, que dan los Recividores de materiales, del

numero, peso, y medida, y calidad de todos los que se entregan en la Fabrica. Y

como se dice en el Articulo 11 sigte. ha propuesto dhos Recividores de

materiales, que en el se mandan establecer. Y haviendose creado

posteriormente dos Aparejadores para el recibo, y reconocimto de la piedra

blanca y berroqueña, por Orn de 1 de Diciembre de 1742 se mando en ella,

fuese también con acuerdo de dho Ynterventor, y habiendo fallecido uno de

dhos primeros Aparejadores, se nombrò â Dn. Joseph Fresnedo en su lugar en

28 de Septiembre de 1743, â representación de la Yntendencia, en que se dijo

ser bien conocido del Arquitecto Ynterventor, lo que supone su concurso, y

que tiene noticia de estas elecciones asi por hacerse â su vista, por su continua

residencia enla Yntendencia, como por haver visado por si, ô su Teniente las

listas semanarias, en que se consideran los jornales de dhos Aparejadores.

Tambien ha aprovado dicho Arquitecto Ynterventor las obras hechas en los

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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Ornos de Sn. Bernardino, y otras fuera de la Obra, y el Sobrestante actual de

aquellas, fue propuesto por el Arquitecto Ynterventor â la Yntendencia, y por

esta â S. M. en 22 de Junio de 1743, que se sirvió aprobar este nombramiento,

según R. Oxn de 13 de Agosto del mismo año. Ha intervenido, y interviene en

todos los ajustes, dando, ô consintiendo las condiciones que deben pactarse

en los Asientos, según Oxn de 12 de Octubre de dho año de 1742, en que se

dan diferentes reglas para la seguridad combeniencia, y formalidad de los

Asientos, y firmando algunas Contratas. Y ha concurrido por su, ô su Teniente

en las medidas mensuales de toda la Albañileria, y Cantería que se hace en la

Obra, con las reglas preferidas en Oxn de 9 de Septre. del mismo año: y

aunque en la Contaduria, no consta, no se duda, que en el Almazen, Talleres, y

Juntas, haya exercido las facultades que quedan referidas, le concedió S. M.

por el citado reglamento

Artic. 11 extractado y siguites.

En el mando S. M. se destinasen 6 sugetos inteligentes en el recibo de

materiales y en la buena, ô mala calidad de ellos, que fuesen hombres muy

legales, y que cada uno de estos tuviese un Escriviente, ô Ayudante para

formar las Cedulas, y recivos que se ofrecían dar de lo que entrava por la

puerta de su destino, y que no faltasen de ella en ninguna ora de los días que

se travajase; y que estos y los Sobrestantes deberían ser propuestos por el

Arquitecto Ynterventor, y aprovados por la Yntendencia, y con papel de 5 de

Julio del mismo año de 1742 el Arquitecto Ynterventor propuso 8 Recividores

de materiales, y 8 Sobrestantes, y sin embargo de no incluirse en el citado

Reglamto. la clave de Alistadores, fue de dictamen de que era preciso

continuasen ocho, y un Recividor de piedra blanca, y berroqueña, de que por la

Yntendencia se dio quenta â la Secretaria del Despacho de Estado en el mismo

dia, por laque en 7 del mismo se asintió â todo lo propuesto, y posteriormente

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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se ha practicado la misma proposición del Arquitecto Ynterventor en las

promociones, que ha habido en dhas dos clases de Recividores, y Sobrestantes,

comprendidos en el, que se han aprobado por R. Oxns de 16 de Marzo y 15 de

Junio de 1743, y en las vacantes de Alistadores se ha hecho el nombrammto.

por la Yntendencia, y también debe añadir la Contaduria, que haviendose

extinguido la plaza de dho medidor de piedra, y cometido su encargo â los

Tenientes de Canteria por R. Oxn de 4 de Septiembre de 1742 se volvió â crear

de nuevo, como queda sentado sobre el articulo 15 por otra R. resolución de

1º de Diciemre. de 1742.

Artº 17

Asimismo se ordeno que la admisión de Oficiales Ayudantes, y peones

que habían de estar y trabajar dentro del recinto de esta R. Fabrica, fuese con

desintereses, mirando â la avilidad, y aptitud de estos operarios, y con noticia

del Arquitecto Ynterventor, y que siempre que por este se previniese que

alguno de los Oficiales, Ayudantes, ô peones devia ser despedido, se apreciase

su insinuación, sin resistirse â que se executase.

Artº 19

Tambien se concede facultad en dho Reglamento al Arquitecto

Ynterventor, para que siempre que quiera, reconozca las listas de los

trabajadores, y se le encarga especialmente lo escuse pocas veces. En cuia

consequencia todas las Semanas, el ô su Teniente visan las listas, y según se

tiene noticia se hacen dar copia integra de ellas por los Alistadores.

Artº22

Y haviendose mandado que todas las herramientas, que fuesen

necesarias, reglas, balcones, y demás concerniente â la Fabrica se ajustase con

los Oficios â quien correspondiese, arreglándose â los modelos, que con

separación devia dar el Arquitecto mayor, â cuia satisfacción, se havia de

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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trabajar lo expresado, fue su R. voluntad, que el Arquitecto Ynterventor

cuidase de que no se hiciese cosa alguna, que no fuese del servicio de la obra.

Artº23

En dho Reglamento también se previno, se mantuviesen seis

Carpinteros con sus Ayudantes, para hacer Reglas, Reglones, y Plantillas,

Cimbras, Andamios, Carretones, y otras menudencias, dándoles para ello

quando se ofreciese los peones necesarios, y que le pareciese al Arquitecto

Ynterventor ô su Teniente; y que quando fuese preciso aumentar el numero

para formación de Andamios, ô para otros fines, se executase asi con noticia, y

asenso del Arquitecto Ynterventor; y sin imbargo los quatro Arquitectos

Ytalianos pretendieron tocara â ellos la elección de Carpinteros, y Oficiales, y

haviendose representado â S. M. sobre esta controversia en 12 de Julio del dho

año de 1742, resolvió en 15 del el se devian elegir por la Yntendencia â

proposición del Arquitecto Ynterventor, y aunque en la Contaduria no consta

que la admisión de los referidos Oficiales, ayudantes, y peones, que se manda

enlos Articulos 17 y 23 sea con expresa noticia del Arquitecto Ynterventor, no

duda la tiene virtual, pues interviene, y visa las listas de todos estos operarios,

antes de que se presente para librar su importe.

Artº25

Que para el arreglo de Jornales de los Oficiales, y Ayudantes de

albañilería havia de concurrir el Arquitecto Ynterventor, deviendo ser â

proporción de la avilidad de cada vno; y aunque, no hay instrumentos formales

en Contaduría, de que generalmente, sino en alguna ocasión se deduzca el

expreso concurso del Arquitecto Ynterv.tor â la asignación de Jornales de la

Fabrica, el visto que como queda sentado pone por si, ô su Teniente en todas

las listas de ellos, acredita su Yntervencion en el arreglo de todos sus Jornales.

Artº27

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

394

Que con acuerdo de dho Ynterventor, se previniesen las cantidades de

Materiales, conduciéndolos en los tiempos devidos, sin que se traygan mas,

que los que prudencialmente se conociese pueden consumirse con los

trabajadores existentes. Esta providencia es de gobierno, y privativa de la

Yntendencia, por donde se deberá sentar su practica con seguridad; pero la

Contaduría la tiene de que alguna vez el Arquitecto Ynterventor ha rebajado la

madera pedida por el Arquitecto Maior, y de que en el tiempo, que ha estado â

cargo de la citada Contaduria interinamente el gobierno de la Fabrica, siempre

que se ha ofrecido tomar alguna providencia sobre apronto de algún material,

ô pertrecho para ella, ha procedido con acuerdo del Arquit.º Ynterventor.

Artº31

Que para la elección, ô nombramiento de los quatro Artifices prâles, y

de sus ocho Tenientes deberán conferir el Yntendente, el Arquitecto mayor, y

el Arquitecto Ynterventor; y el Arquit.º mayor, propondrá los sugetos, que le

pareciese mas a propósito, y en estamos de acuerdo los Arquitectos sobre la

suficiencia de los quatro, se pasara â noticia de S.M. por representación del

Arquitecto maior sobre este Articulo, hace presente la Contaduría, que en ella

consta por una R^. O^xn, de 26 de Julio de 1742 â representación del

Arquitecto maior se sirvió S. Mag.d nombrar â Joseph Lezen, Vigilio Rabaglio,

Juan Pedro Frasca y â Juan Tami por Arquitectos Subalternos: y asimismo que

por R^.O^xn de 23 de Julio de 1748, en resolución de dos representaciones de

la Yntendencia hechas â S.M. en 25 de Junio, y 19 del citado Julio, se sirvió

conceder las dos plazas de Arquitectos subalternos, que servían dhos Frasca y

Rabaglio â los dos Tenientes suyos Carlos Yambarri, y Andres Rusca; y que con

papel de 2 de Julio de 1742, se dirigió de la Yntendencia otro de 3º del mismo,

en que el Arquitecto maior, y citados quatro primeros subalternos, nombraros

ocho Tenientes, quatro Ytalianos de Albañileria, y quatro Españoles de

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

395

Cantería, previniendo en aquel haverse hecho la elección como S.M. mandaba.

Y respecto de que los jornales de los Tenientes de Cantería, posteriormente se

satisfacen por los Asentistas de la saca y labra de piedra blanca, y berroqueña,

que según R^.O^xn. de 15 de Marzo de 1746, se deben nombrar con ascenso

de la Yntendencia, no tiene que añadir la Contaduría en este asunto, sola debe

sentar, que en las promociones de la clase de Tenientes de Albañileria hechas,

por haver pasado Carlos Frasquina â S.n Yldefonso en virtud de O^xn de 19 de

Noviembre de 1742, se mando en ella se pusiese otro en su lugar, y â

proposición del Arquitecto maior, se mando por la Yntendencia, en papel de 24

del mismo, fuese Carlos Yamborri, y que en lugar de Joseph Varis en virtud de

R^.O^xn de 9 de Maio de 1744 sobre representación de la Yntendencia, y

papel del Arquitecto maior, se nombrò â Balthasar Canastro, y previene la

Contaduria, que incuiendose en listas dos Tenientes de albañilería, y visandose

estas por el Arquitecto Ynterventor, supone tiene virtual noticia de su elección,

como queda sentado.

Artº 34

Que todas las representaciones, que el Arquitecto Ynterventor hubiese

de hacer, sobre qualesquiera puntos de la Obra, sean dirigidas al Yntendente

para que este las resuelva, ô siendo dignas de la consideración del Rey, las

pase â su noticia por la via de la Secretaria de Estado, que es la que

privativamente esta encargada de todo lo tocante à esta Obra, y que dho

Ynterventor, sea obligado â recibir y cumplir las Ordenes de S.M. que por la

Yntendencia se le comunicase; pero si alguna vez ocurriese asumpto en que

deba quejarse del Yntendente en tal caso podría representar derechamente â

S.M. por medio de la Secretaria de Estado; Cuia practica con la maior seguridad

se puede sentar por la Yntendencia, aunque en la Contaduria (según se tiene

entendido) no se duda ser conforme â lo mandado en este Articulo.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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Madrid, veinte y quatro de Agosto de mil setecientos quarenta y ocho.

Manuel García de Vicuña

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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Memorial de Ventura Rodríguez sobre el plan de exámenes3.

Plan de examenes de Arquitectura 1758

Madrid y Febrero 2 de 1758

Haviendose determinado en la Junta que celebró en la Real Academia

de San Fernando la tarde del día 9 de Enero del presente año, diese mi sentir, y

declarase los puntos, y materias de que deven ser examinados los sugetos que

concurran para que se les avilite por el Real y supremo Consejo de Castilla para

dirigir, medir, y tasar todo genero de fabricas, digo:

Que cualquiera que solicite la dicha avilitacion ha de ser Geometra, y

Arithmetico hasta saver medir con acierto toda especie de superficies, y

cuerpos, y el uso de la Plancheta para levantar planos.

Ha de saber Dibujar bien, esto es: inventar por sí cualquier género de

edificio, de buen gusto y buenas proporciones, y demostrar su Idea

geométricamente, y en perspectiva, con clara inteligencia de la luz, y de la

sombra.

Y ha de saver hacer el calculo de la obra, entender la Machinaria, sér

practico, y tener conocimiento de la calidad de materiales y mezclas, y de la

buena construcción, y há de haver asistido de Aparejador en alguna obra que

le acredite de ávil, y capaz de poner bien en egecucion, y dirigir sus Ideas ú

otras con la firmeza, y solidez que enseña el arte.

3 Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Comisión de Arquitectura,

Informes Comisión 1758, signatura 1-28-5.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

398

Esto es lo menos que en mi sentir debe saber qualquiera Profesor para

que la avilitacion recaiga en los que sean merecedores por su avilidad de tal

nombramiento. Madrid, y Febrero 2 del 1758.

Ventura Rodríguez

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

399

Memorial de José de Castañeda sobre el plan de exámenes4.

Madrid y Febrero 2 del 1758.

Atendiendo á que la ultima Junta de 8 de Henero proximo passado,

acordó que se expussiere por escrito un methodo, de el examen que se ha de

hazer, alos Pretendientes, en la Profesión de Architectura: es mi dictamen

considerando, todo quanto deve saver el Architecto, que lleve el orden

siguiente.

A todo pretendiente, á mi ver, se le debe preguntar, y examinar, de

repente, segun le caiga la suerte abriendo el Libro, de todas las partes

Mathematicas, que concurren á perfeccionar un Architecto; como Arithmetica,

Geometria Theorica y Practica, principios de la Statica é Hydraulica, aplicados a

la Mechanica en General, la Prespectiva, y los principios de la esphera, con la

aplicación alos reloxes solares, y situación de las Fabricas, haziendose el

examen solo por mayor, el dia que se pressente el pretendiente, á el que

después de todo esto se le dara un asunto sorteado para que le travage en

tiempo determinado, y dentro de la propia Academia, observando las

precauciones que combienen.

Ygualmente soy de sentir, que en los días señalados para el diseño,

podrá la Junta determinar que pasen á su sala, los Profesores, Directores y

Thenientes de Architectura con exercicio, y continúen el examen, con aquella

extencion y formalidad que pide su inteligencia, proponiéndoles aquellos

theoremas, y problemas, que conducen ala Architectura, haviendose esto en

4 Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Comisión de Arquitectura,

Informes Comisión 1758, signatura 1-28-5.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

400

presencia de el Señor. Vice-Protector, y los Sres. Consiliarios, que se sirviesen

concurrir, y destinando algunas oras, en aquellos días que el pretendiente

forme su diseño; sin que se les permita alos Profesores examinadores ver su

travajo asta el dia que lo pressente a la Junta.

Que concluido dho examen y el diseño de el Asunto dado con Planta,

elevación y Corte, immediatamente lo pressente, y se le examine su papel, por

los Professores, con el orden que corresponde alas partes principales de la

Architectura, que son Solidez, Comodidad, y Hermosura, de los edificios, las

que se consiguen, si se acierta en la ordenación y disposición de ellas.

Es preciso para que salgan las obras con solidez que se sepa á fondo,

todo lo que pertenece á el Arte de Fabricar, atendiendo alos gruesos de los

fundam.tos, paredes, Bovedas, sus empujos, y Montea; y assi también parece

será preciso que el Pretendiente forme y montèe de repente, y en presencia

de la Junta, los Cortes de aquellas piezas de su diseño que se le pidieren, por

los examinadores, y que se le pregunte enquanto a los Materiales, sus

qualidades, especies, y unión, y alas condiciones, y reflexiones conducentes ala

Firmeza, y Solidez de los edificios.

La comodidad consiste, en la situación, disposición, y forma de los

edificios, atendiendo ala combeniencia, dignidad y uso de sus partes, por lo

que deve estar impuesto el pretendiente en estas materias.

Como la Hermosura de un edificio depende dela buena proporción y

simetría de sus partes entre sí y con el todo, y en la elección de las ordenes

principales que le enrriquezen, se à de ver si possèe esta inteligencia el

pretendiente.

Tambien me parece que ademas de lo referido se le examine sobre la

Construccion de los edificios Hydraulicos, Puentes de Madera, fabrica, y

silleria, Conducion de Aguas, por Canales y Acueductos.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

401

Examinado con este orden el pretendiente desde luego podra à mi ver

la Academia juzgar de su capacidad y de lo que se merece, para que

concurriendo en la primera junta, como en la ultima de estos examenes, los

Professores Academicos de Honor y Merito de la Architectura voten

secretamente y resulte el admitir o no el pretendiente.

Este es mi sentir en quanto al examen que se devera hacer a los

opositores à las Plazas de exercicio en la Academia y alos pretendientes à el

titulo de Architectos de Corte, Provincia, y Cavildos, que regularmente tienen

para la direccion de las obras publicas; Pero que enquanto al examen de los

pretendientes al Titulo de Academicos de Merito estén dentro ó fuera de la

Corte, se le deve proponer solamente (además de lo que previene el Articulo

32 de los estatutos) el asunto de Architectura sorteado, y que este señalandole

preziso termino para que le travage le deva presentar à la Academia, para que

examine su obra, arreglándose alas referidas tres partes principales, Solidez,

Comodidad, y Hermosura; deviendo constar assimismo su capazidad,

Conducta, y Merito, para cuya averiguacion si el pretendiente estuviere en la

Corte sele hara su examen en pressencia de la Junta; y si fuera de ella devera

acompañar su obra con un discurso de las reglas mas principales de las tres

partes sobredichas.

Deviendo distinguirse el Architecto científico, de el puramente

operario, (que el vulgo llama Maestros de Obras), se devera distinguir su

examen, pues a este le bastara estar impuesto en las partes necessarias de la

Architectura practica, y que conducen ala buena Construccion de los edificios,

y a este solo se le devera proponer un asunto de Architectura para que lo

diseñe como de una casa en terreno señalado, con planta, elevación, y corte; y

examinar sobre la Montea y Corte de Piedra, como también sobre la

Arithmetica y Geometria practica en quanto a lo necesario a la medida y

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

402

tasacion de las Fabricas, deviendo estar impuesto en las Ordenanzas de Policia

que se practicasen en la Provincia donde residiere.

Madrid. 2 de Febrero de 1758.

Joseph de Castañeda.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

403

Solicitud del gremio de albañiles de la ciudad de Valencia de

convertirse en colegio de arquitectos5.

Dn Carlos por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de Leon, de Aragon, de

las dos Sicilias, de Jerusalen, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia,

de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Cordoba, de Corcega, de

Murcia, de Jaén, señor de Vizcaya, y de Molina &ª. A vos el nuestro

Governador Capitan General del Rno. De Valencia, Presidente dela nuestra

Audª de él, Regente y Ohidores de ella, salud y gracia, sabed: Que por Rafael

Morata, Martín Vellido, y otros Consortes que componen el Gremio de

Maestros Arquitectos de esa Ciudad se presentó en el nuestro Consejo el

Pedimento siguiente:

M.P.S. Narciso Francisco Blazquez en nombre y en virtud de poder que

con la devida solemnidad presento, y juro de Rafael Morata, Martín Vellido,

Asensio Sánchez, Mariano Ventura, Joseph García, Lorenzo Martínez, Manuel

Blasco, Mathias Llorens, Gregorio Cabrera, Joseph Soler, Miguel Estevan,

Mauro Menquet, Anastasio Leon, Antonio Araya, Antonio Martínez, Antonio

García Maior, Antonio García menor, Antonio Perales, Antonio Antoli, Bautista

Beissez, Bautista Bonet, Blas Daudez, Blas Bellido, Bartholome Rivelles,

Bernardo Bayot, Dionisio Leon, Estevan Garcés, Francisco Llorens, Francisco

Bochors, Francisco Alemán, Felipe Serrano y Felix Perez Clavario, y Oficiales

que componen el Gremio de Maestros Arquitectos dela Ciudad de Valencia,

ante V.A. como mas a mí parte convenga Digo: Que há muchos años que viven

los expresados con el justo sentimiento de verse incorporados con los Oficios

5 Archivo del Reino de Valencia, Libro del Real Acuerdo, año 1773, pp. 1053r a 1056v.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

404

Viles, y mecanicos de aquella Ciudad, siendo así que las buenas circunstancias

de sus Profesores, y Nobleza de su arte pareze que merecen el distinctivo que

logran otros Maestros de otros Gremios, que no llegan a la graduacion

recomendable que há tenido en todos tiempos la ciencia de la Arquitectura, y

sufren con mucho dolor el yugo de salir en las funciones públicas con Bandera

entre los Oficios de Torneros, Caldereros, Zurradores, Alpargateros, Zapateros,

Sastres, Carpinteros, y otros Oficios declarados Viles por la Ley, añadiéndose lo

más sensible de concurrir en las mismas funciones publicas al lado de los (…)

quando al mismo tiempo experimentan que los Billuteros, Tintoreros,

Torcedores, Cereros, Plateros y otros logran el honroso título de Colegio, y

libres de las cargas que tienen los Oficios Viles no llevan el peso de concurrir á

las expresadas funciones, los que tienen justo merito para suplicar se les

admita en el templo del honor, es razón que no pierdan el tiempo, ni la

diligencia para conseguirlo; Y deviendo los Maestros Arquitectos de Valencia

pensar que la ciencia dela Arquitectura tiene sobre sí prendas muy singulares

que la ennoblecen, no pueden dexar de acudir al Tribunal Supremo dela

Nación donde con tanta prudencia y equidad se reparten los Dones dela

Justicia distributiva. Mereciendo la Arquitectura civil un lugar muy apreciable

entre todas las ciencias Matematicas, y los justos renombres de literal,

científica, noble, útil, y antiquísima por las Causas que saben casitodos no

parece necesario formar un Cathalogo individual de sus meritos para implorar

la singular protección de V.A. que sirve, y conoce perfectamente la historia de

todas las Artes, y la utilidad que han acarreado al genero humano: Por cuio

motivo omitiendo muchas, y selectas noticias históricas con que se pudiera

demostrar el lustre de la arquitectura en todos tiempo por no fatigar la

atención del Consejo, se insinuará solo algunas que manifiesten las

distinciones que siempre ha merecido, y lo mucho que á los hombres há

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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aprovechado. Es la sociedad de los hombres uno de los principios con que

viven felices hayudandose los unos á los otros, y defendiéndose de los

Enemigos, que los molestan. Para conseguir este bien apenas comenzó á

llenarse el Mundo de Gentes, no pudieron dexar de unirse con este fin, hacer

Edificios, y formar Ciudades que les haviesen de consuelo, para las cosas

necesarias dela Vida, y de abrigo indispensable para la defensa. La Religión que

tubo siempre el lugar primero entre los Hombres, manifestó la necesidad de

que se edificasen perfectamente las Arcas, y los Templos donde se tributase el

Culto verdadero al todo poderoso. Estos medios en suma que pedían la

Religion para el Culto y los Hombres para el sustento, y el abrigo fueron los

mismos edificios que perfeccionándose poco á poco con la observación, y con

las reglas merecieron ser objeto de una Ciencia dignamente colocada entre las

que llamamos nobles, liberales y mathematicas. La misma observación y lo que

trazaron en adelante los ingenios mas felices mezclaron con lo útil y lo

necesario, una constante hermosura de Obras singulares que perpetúan la

memoria de quanto pudo subministrar el Arte, y enseñan lo que logramos con

ventajosos acomodamientos. Ya se ve por estas razones quan útil há sido la

civil arquitectura en los Estados ecclesiasticos, y secular, y quan dignos han

sido los Arquitectos delos favores delos Principes, que supieron darles

liberalmente los honores de la Republica eximirles delas cargas personales, y

honrarles con salarios, premios, y otros honores con que les hicieron

estimables entre los hombres mas ilustres. Buenos exemplos son las gracias

que dice el dro. les concedieron los Emperadores Comodo, Constancio,

Constantino, Justiniano, y otros, la recomendación con que les trataron los

Emperadores Vespasiano, Alejandro, Theodosio y Valentiniano, y el honor que

han disfrutado en las muchas occasiones que han servido á los Reyes nuestros

Señores, dirigiendo los grandes Edificios que se dominan en todo el Rno. por

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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sus perfecciones y hermosura. Es la arquitectura civil arte liberal porque la

mayor, y principal parte de su exercicio se efectua mas con el animo que con el

cuerpo. Es ciencia noble porque como tal la distinguieron los Principes

honrando siempre á sus Profesores según lo certifican las buenas memorias

históricas de la antigüedad. Y es en fin una delas partes excelentes de las

Mathematicas nada inferior á la arquitectura militar ni a las otras ciencias, que

manejadas con ingenios eroicos hicieron, como esta, feliz el Mundo según es

notorio. Nada le perjudica el que porlas reglas de esta ciencia se trabaje

manualmente porque del mismo exercicio manual se valen necesariamente las

otras ciencias fines Mathematicas según la practica dela Arquitectura militar,

Geometria, Estatica, Hidrostatica, Hidraulica, y otras aunque las obras

manuales demuestran la felicidad nobleza y excelencia de las Reglas. Y en la

arquitectura civil nada estorva que (…) los que llamamos Peones para el rudo

manejo delos materiales quando no son estos hombres los Profesores sino

puros sirvientes que obedecen á la Voz del Maestro, y nada saben ni meditan

otra cosa que la sencilla execucion con que se construyen los edificios según el

Plan delineado científicamente por los Profesores verdad es que todos los

Oficios tienen sus reglas, y que los artífices exercitan con ellas sus ingenios

para formar las Obras de su Arte pero también es cierto que domina en las

artes mecanicas muchomas la industria corporal quela del animo. Suda el

Cuerpo, no el ingenio, y la misma operación manual presenta mas servil la

Calidad del exercicio. Así merecen este concepto los Oficios de Alpargateros,

Zapateros, Sastres, Tundidores, Caldereros, Cortantes, y otros a quiénes la Ley

del Reino les trata con el título de oficios vajos, y viles porque a mas delo

referido las materias que manejan sus artistas en los unos, y el modo con que

se trabajan, o se sirven enlos otros no permiten que suban una grada mas de

aquella vaja esfera enque se pusieron. Alguna estimacion mayor devieron

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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merecer los Plateros y los otros Artífices dela Seda para lograr enla Ciudad de

Valencia el Título de Colegio, pero teniendo la arquitectura civil mucho mas

sobresaliente su merito, parecen lograr sus Profesores fundamentos muy

sólidos para salir dela obscuridad del Oficio, y dela incorporación con otros

Oficios que les envileze mayormente quando por la Rl. Cedula de Catorce de

Febrero de mil setecientos sesenta y ocho estableciendo S. M. en la ciudad de

Valencia y la Rl. Academia delas artes con el Título de Sn. Carlos, incluyó la

Arquitectura entre las otras nobles Artes de Pintura, Escultura, y sus

subalternas honrando tanto a los Academicos como resulta de todos los

terminos dela gracia. Y deviendo considerarse que los Maestros Arquitectos de

Valencia tienen un exercicio justamente subordinado al estudio público dela

Real Academia, es muy natural que soliciten salír dela obscuridad, y

abatimiento con que los embilece el nombre de Oficio, sujetándoles a estar

incorporados con los otros que son vajos, y viles según la Ley. Por todo loqual,

A.V.A. suplico que habiendo por presentado el poder, se sirva mandarse libre

el correspondiente Real Despacho, ó Cedula Ordinaria paraque á los

expresados Maestros de Arquitectura de la Ciudad de Valencia seles tenga por

Colegio proprio y separado delos demás oficios vajos, como lo estan los

Artífices de Plata, Seda, y otros, eximiéndoles de las cargas y servicios

personales a que en razon de tal oficio han estado sugetos hasta ahora;

mandando seles dé el Título detal Colegio de Arquitectura y que se les guarden

en adelante las gracias. y prerrogativas que por ese respeto les corresponden;

pues además de la Justicia que encierra esta pretensión, recibirán en su

conseguimiento muy particular merced paralo qual juro lo necesario &ª D.Dn.

Miguel Serralde; Narciso Francisco Blazquez; Y vista esta peticion por los del

nuestro Consejo con lo expuesto por el nuestro Fiscal por Decreto que

proveyeron en quince de este Mes se acordó expedir esta nuestra carta:

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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Porlaqual os mandamos que siéndoos presentada, informéis a los del nuestro

Consejo por mano de Dn. Pedro Escolano de Arrieta nuestro (…) y Consejero de

Camara, y de Govierno lo que se os ofrezca y parezca sobre el contenido del

recurso que va inserto Al Gremio de Albañiles de esta Ciudad, para en su vista

tomar la providencia que convenga. Que así es nuestra Voluntad. Dada en

Madrid a veinte y dos de Setiembre de Mil setecientos setenta y tres años =

Dn. Manuel Ventura Figueras, El Marqués de Contreras = Dn. Gonzalo Enriquez

= Dn. Miguel Joaquin de Lorieri = Dn. Juan Acedo Rico = Yo Dn. Pedro Escolano

de Arrieta Señor de Camara del Rey nuestro Señor la hice escrivir por su

mandado con acuerdo delos desu Consejo = Rexistrada = Dn. Nicolás Berdugo

= Lugar del Sello = Theniente de Chanciller Maior Dn. Nicolás Berdugo.

C. copia dela original R. Provision de S.M. y Sres. desu Consejo de Castilla

presentada en el Rl. Acuerdo celebrado oy día dela fecha y la saqué para poner

en su archivo de mi cargo á que me remito: Valencia once de Octubre de mil

setecientos setenta y tres años.

Dn. Pedro Ruy Sanchez

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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Copia del informe de Dn. Juan de Villanueva al Sr. Yriarte sobre el

expediente de los Arquitectos promovido en 17886

Muy señor mio: he visto los seis capítulos approbados sobre el

consabido asumpto suscitado por varios Arquitectos Academicos contra los

abusos, que se experimentan en que las mas obras se executan por Albañiles,

Canteros, ò Carpinteros; y tratándose yà de cosa resuelta, y mandada publicar

por las posteriores ordenes de S. M. debo únicamente obedecer, y abstenerme

de manifestar mi sentir, siéndome sensible no haver podido explicar este àla

Academia antes de su resolución, por haver recaido precisamente esta en los

primeros meses de mi ascenso a Director general; pero esto no obstante el

favor de V.S. pùede animarme à que reservadamente exponga mi parecer en

este asumpto, que seguramente ha de rozarse algunas veces con las facultades

de Arquitecto maior de esta Villa en las diligencias, que por disposiciones del

govierno debo practicar para el mejor arreglo de las calles, y buen aspecto de

los edificios de esta Corte, y de su decoración exterior.

Hallo desde luego que la solicitud ha sido solamente movida por varios

Arquitectos academicos, nò yà por todos: No dudo que la Academia à el

admitirla teniendo conocido el carácter, y capacidad desus individuos havra

penetrado el fin à que se dirige su solicitud. Creo poder decir con libertad, y sin

equivocarme, que no es seguramente con el deseo dela maior economía,

solidèz, y mejor decoración delos edificios, es, pues únicamente movidos del

justo, y laudable deseo de tener acomodo, empleo, ò comisión en obras

algunos Arquitectos, que por jóvenes, desconocidos, ò nò suficientemente

6 Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Comisión de Arquitectura,

Competencias arquitectos 1769-92, signatura 2-24-5.

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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acreditados, se hallan poco occupados, y por decontado faltos de aquella

precisa decencia para su sustento: este es seguramente, y no otro, el único fin

del expediente.

La denuncia, que en èl se hace es cierta, y evidente, y nadie mas que

yo puede asegurarla, por lo que veo, y experimento enel exercicio de mi

empleo. Hacen obras de planta en esta Corte Albañiles, Canteros, y

Carpinteros, no tiene duda; pero como podrá ser otra cosa siempre que los

Dueños, ò Señores de obras sean los Arquitectos, y Directores de ellas, siempre

que solo se busque un profesor condescendiente, que solo obedezca. ¿Acaso

ningún arquitecto, que sea amante de su estimación podrá condescender con

las voluntariedades, y caprichos de aquellos, que se juzgan inteligentes, y mas

aprovechadores, y económicos? Puede servir a estos otro que un Albañil,

Cantero, ò Carpintero, ò algún Maestro de obras de los mas acomodados à

todo como los hai? No deberán huir siempre aquellos, en sus obras

particulares, delos Arquitectos Academicos que como ellos dicen, (…) y tienden

con vastos proiectos sobre el caudal ageno. Las multas, que se exigen à los

meros oficiales, que solo desean, como todos ganar su sustento obligaran

acaso la voluntad delos Dueños de Obras à elegir Arquitecto Academico cuias

dietas se les hacen gravosas? Quando mas acudiran à los Maestros de obras, y

entre estos àlos que en nada reparan, como puedo demonstrar se hace en el

dia, asegurando à V.S. que dos solos approbados tienen la maior parte de

obras que se fabrican; esto es loque siempre ha pasado, y pasarà interim por

otro camino indirecto no se procure el remedio.

Declara S. M. su intencion sobre los tres puntos previos, que se

consultaron por la Academia y en su declaracion se dà bien à entender que S.

M. no quiere privar absolutamente à los profesores de verdadero merito, sean

quales fueren, de darse à conocer por sus obras sin pasar por las

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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approbaciones, y honores dela Academia, y en la formacion delos Articulos

prescriptos no me parece se sigue el Norte de aquella declaracion, y solo se

atiende en ellos à la rigurosa privacion delos oficiales y maestros no

aprobados, que no podran escudarse con las Reales ordenes.

Por el articulo primero se juzga eficaz la presentacion de Matriculas, ò

listas a los tribunales para que las diligencias judiciales se encarguen todas alos

Arquitectos Academicos, o maestros approbados, y se dice, que en aquellas

listas se anotaran las facultades de los maestros de obras, especificando lo que

no deben hacer en la privativa, que se indica se les concede, segun parece,

todas las obras particulares sean, ò nò de planta, reservando à los Arquitectos

los edificios publicos sumptuosos, y en esta distincion que se desea ver el

espiritu de los solicitantes advierto dos cosas, que no me parece ha tenido

presentes la Academia. La primera, que esta, como todo vulgo, confunde las

facultades, y empleo delos maestros de obras con las de los Arquitectos, pues

considera à aquellos capaces para idear, disponer, y dirigir obras particulares

sin dependencia de estos otros, en inteligencia sin duda de que la disposicion

de tales obras no merece sus altos conocimientos. ¿Y acaso la distribucion,

disposicion y decoracion de una casa particular no es digna de la elevacion de

un Arquitecto? Quantos de estos occupados siempre de las ideas vanas de

Palacios, Cathedrales (…) à la distribucion de una habitacion particular han

perdido su opinion? Pues porquè se les ha de conceder esta particular

habilidad àlos Maestros de Obras, que puede ser el merito relevante y mas

appreciable de un Arquitecto? Y por otro lado, ¿como podran los Arquitectos

poner en practica aquellos sumptuosos edificios sin el auxilio de los Maestros

de Obras, quiero decir de los Practicos constructores no approbados, llamense

maestros, ò aparejadores? ¿Acaso à estos exercitados toda su vida en la

construccion material de los edificios, en el govierno practico de sus trabajos,

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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en la execucion de las monteas y demas disposiciones precisas para su efecto,

podrá serles prohibido, y servirles de estorvo para la execucion, ò reparacion

de una casa particular el no haberse presentado à el examen por el solo unico

temor de no poder hacer con limpieza un diseño, y responder àlas preguntas,

que se les hacen en un idioma, que no entienden quando, por otro lado son los

mas inmediatos brazos del Arquitecto, sin los quales mal puede hacerse cargo

de la construccion delos edificios? Como puede haver Arquitectos, que tiren a

entorpecer, y limitar el exercicio de unos auxilios tan precisos?

Notto asimismo en segundo lugar, que dedicados unicamente los

Arquitectos academicos (que son en gran numero) à las solas obras publicas, y

sumptuosas, raras, poco frequentes, y bastante esparcidas por el Reino, que

les pueden quedar en què emplearse, quando las obras particulares pasen

como es regular alos maestros de obras, que en la opinion del vulgo son los

que hacen las obras; y en este concepto sin duda las de esta Corte se confian

en la maior parte à ellos, no menos que por escusarse delas asistencias mas

crecidas, que deben darse à los Arquitectos Académicos.

El segundo, y tercero Articulos son consequentes alo expuesto en el

estatuto 32 dela Academia con demasiada generalidad, y bagamente, en el

qual, si por entonces se huviese hecho la distincion de Arquitectos y maestros

de obras, como se debia, dandoles àlos unos la facultad de idear, disponer, y

dirigir, y á los otros la mera de fabricar, juzgo que huviera sido mas facil unir

estos dos cuerpos con la distincion, y subordinacion precisa, que puede darlas

honor sin perjuicio desus reciprocos meritos, è interes.

En el Articulo quarto, que vierte sobre la negociacion de prestar su

nombre los approbados à otros que no lo son reprobada con razon à mi

entender podrà tener poco efecto, respecto a que hallo por inaveriguable esta

negociacion reservada, quando por otro lado à ninguno delos approbados

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12. ANEXOS DOCUMENTALES

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puede estorvarsele que tenga en sus obras un official practico, y no approbado

en calidad de aparejador sin saberse la particular negociacion, que entre los

dos se halle convenida, medio cierto, y seguro que por decontado dejàrà sin

efecto la nueva providencia y la solicitud delos quatro celadores gratuitos

estarà de mas, quando su demasiada eficacia no sea causa de augmentar

litigios, y recursos àla Academia, ò como yàse experimentò otra vèz no sean

ellos mismos los que hagan la reprobada negociacion; pues la ocupacion

gratuita desu celo se hace sospechosa, y poco honrosa à los Academicos.

Vuelvo à repetir, y asegurar à V.S. que en mi opinion no ha tocado la Academia

hasta aora el punto, que indirectamente ha de remediar tales males. Su

principal institucion es la enseñanza, està bien guiada desde el principio, hacia

conseguir lo que no pueden los examenes, las privaciones, las limitaciones, ni

menos sus severas censuras. Dense antes buenas, y escogidas doctrinas;

enseñense estas por el orden debido, y con las distinciones que corresponden,

que seguramente el talento, y disposicion será el unico que distinguirà los

Profesores, y los colocarà en las clases, que deban occupar sin la falible

circunstancia delos examenes, y sin el vano titulo de la approbacion, y honor

Academico.

No viene ya à el caso algo que sobre el particular tenia yà hace tiempo

trabajado, y pudiera hacer ver à V.S. respecto à qué las ordenes de S.M. deben

obedecerse; y solo me contento, y solo me contento con expresar en esta mi

sentir, pues àla verdad como esta providencia sale en tiempo de mi Direccion

general pueden creer algunos, que yo tenga parte en la propuesta approbada,

que V.S. sabe no ha llegado à mi vista hasta aora, aunque dela solicitud he

tenido alguna noticia.

Dios guarde la vida de V.S. muchos años.

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Madrid, de Septtiembre de 1792.

B.L.M. de V.S. su mas atto. seguro. servidor.

Juan de Villanueva.

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Esta tesis doctoral terminó de escribirse

en su redacción definitiva en Madrid

el 26 de mayo de 2015, día de San Felipe Neri