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ROMULO BETANCOURT EN LA PLUMA DE FRANCISCO HERRERA LUQUE*
Manuel Rojas Pérez**
“Betancourt siente, piensa y habla en venezolano. Conjura con su lógica, dichos y acentos, las diferencias
de clase, casta y procedencia. He allí la razón de su carisma”.Francisco Herrera Luque
Bolívar de carne y hueso y otros ensayos
1.- INTROITO
Debo agradecer la invitación que la Fundación Francisco
Herrera Luque me ha hecho para hablarles el día de hoy. Esta
invitación me honra, ya que me permite compartir podio con
personas de la talla del doctor Marco Tulio Bruni Celli o del profesor
Pedro Benítez.
Pero además, estar aquí hablando desde esta tarima me llena
de verdadero orgullo por una razón concreta: quien me conoce sabe
que mi autor favorito es Francisco Herrera Luque.
Crecí leyendo a Herrera Luque. No se si por influencia de mi
padre, quien tenía entre sus libros de cabecera “Los amos del valle”,
o de mi abuelo, a quien descubrí leyendo “Boves el urogallo”, o de mi
abuela quien en la biblioteca de su casa en Los Robles, en la isla de
Margarita, tenía “En la casa del pez que escupe el agua”.
* Discurso leído en el simposio en homenaje al natalicio de Rómulo Betancourt organizado por la Fundación Francisco Herrera Luque el 19 de febrero de 2013.** Abogado egresado de la Universidad Católica Andrés Bello. Especialista en Derecho Administrativo por la Universidad Central de Venezuela. Especialista en Gestión de Políticas Públicas por la Universidad Nacional del Litoral de Argentina. Especialista en Recursos Humanos en la Administración Pública por la Universidad Nacional del Litoral de Argentina. Profesor de Derecho Administrativo en la Universidad Monteávila. Profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Metropolitana. Director de la Revista de Derecho Funcionarial. Sub director del Anuario de Derecho Público. Miembro de la Junta Directiva del Foro Mundial de Jóvenes Administrativistas. Articulista del diario Correo del Caroní. Autor de cinco libros en materia de derecho público y más de treinta artículos en revistas jurídicas especializadas. Director nacional de Capacitación y Doctrina del partido político Acción Democrática, Consultor Jurídico del Comité Ejecutivo Nacional y Secretario Político del Comité Ejecutivo del municipio Chacao del estado Miranda de dicho partido político.
Crecí leyendo a Herrera Luque. Crecí leyendo esa trilogía
espectacular que acabo de nombrar: “Boves el urogallo”, “En la casa
del pez que escupe el agua” y “Los amos del valle”, lo que me llevó a
descubrir a “Manuel Piar: caudillo de dos colores”, “1998”, Los cuatro
reyes de la baraja”, “El vuelo de alcatraz”, cualquiera de los
volúmenes de “La historia fabulada”, “Bolívar en vivo”, “Bolívar de
carne y hueso”, “La luna de Fausto”…
Y como crecí leyendo a Herrera Luque, crecí alrededor de sus
personajes verdaderos y ficticios: José Tomás Boves, Juan Vicente
Gómez, las familias mantuanas, Doñana, el mulato Machado, Eugenia
Blanco, Juan Corrales, Manuel Piar, Antonio Guzmán Blanco. A estos, y
a otros, Herrera Luque dedicó libros enteros. A Boves le escribió el
Urogallo; a Gómez la casa del pez que escupe el agua; a Piar el
caudillo de dos colores; a Guzmán (y al viejo Antonio Leocadio) los
cuatro reyes de la Baraja…
Muchos fueron los personajes históricos a los que en su
espectacular glosa se refirió Francisco Herrera Luque. Pero, de tanto
leerlo y releerlo, concluyo que eran dos sus personajes favoritos,
sobre los que, siempre que podía, volvía en cada una de sus obras.
Me refiero al libertador Simón Bolívar y al ex presidente Rómulo
Betancourt.
Sobre Bolívar escribió Herrera Luque libros enteros: “Bolívar en
vivo”, “Bolívar de carne y hueso” y “El vuelo del Alcatraz”. Y en sus
otras obras dedicados a otros personajes y otras historias, se refiere
Herrera Luque al Libertador. En el Urogallo refiere como Bolívar sufrió
la dolorosa expedición a oriente, o en el caudillo de dos colores
establece su serio distanciamiento con Manuel Piar.
Pero sobre Rómulo Betancourt, si bien no escribió ningún libro
concreto, Herrera Luque se refirió a él, no de manera tangencial, sino
de manera muy directa, muy evidente, muy clara. En concreto, en
tres libros que destacaré aquí, a pesar que en otros, como el póstumo
“1998” o “La Historia Fabulada” Betancourt tiene cierta aparición.
Y como crecí leyendo a Herrera Luque, crecí leyendo sobre
Rómulo Betancourt. Por eso les hablo de esto hoy.
2.- EN LA CASA DEL PEZ QUE ESCUPE EL AGUA
La primera vez que se refiere Herrera Luque a Betancourt en
una de sus novelas es en “En la casa del pez que escupe el agua”. Ya
hemos dicho que ese libro es la biografía de general Gómez.
Se describe –en clave de novela- que en 1928, unos jóvenes,
quizás imberbes, quizás soñadores, irrumpieron para siempre en la
historia y en la vida de los venezolanos: la generación del 28 que le
plantó cara al dictador es narrada, a su manera fabulada por Herrera
Luque. Así, aparece Betancourt en el capítulo 118 de la casa del pez,
un Betancourt que es presentado, junto a Jóvito Villalba y Joaquín
Gabaldón Márquez en la casa del doctor Gonzalo Machado. Al
preguntarle sobre la rebelión que llevó a que los encarcelaran en la
cárcel del Cuño, el Betancourt de Herrera Luque le responde al doctor
Machado: “lo tendremos siempre por una de nuestras mayores
honras”.
Esta respuesta que Herrera Luque pone en boca del personaje
Betancourt hace ver al ex presidente como un ser contestatario,
rebelde, firme en sus convicciones. Con dieciocho años se enfrentaba
dialécticamente a un ministro, uno de los sujetos más ricos e
importantes de la época gomecista, y lo reta en el plano de los
principios políticos. Herrera Luque presenta desde ese momento a
Rómulo Betancourt como un sujeto valiente, que a pesar de la corta
edad era capaz de argumentar con fiera convicción a quien
pretendiese defender la tiranía.
En el capítulo siguiente, denominado “El imperialismo yanqui”,
Herrera Luque presenta una nueva faceta de Betancourt: la del líder.
Ante una reunión de los jóvenes estudiantes rebeldes, el personaje
Rómulo se hace sentir en su discusión con el comunista y
contestatario Zobeido sobre cómo enfrentarse a la dictadura. Sigue
moldeando Herrera Luque la figura socio-política de Rómulo
Betancourt.
Pero donde Herrera Luque hace sentir su afición sobre Rómulo,
es en el capítulo 122, denominado “Curacao”. De la nada, la historia
pierde la narrativa lineal que traía, para entrar en un soliloquio
tomado por el autor de los apuntes que hiciera Betancourt sobre su
infancia y juventud. Así expresamente Francisco Herrera Luque lo
señala en el pie de página que da fin a ese capítulo. En esta parte del
libro, puede leerse el pensamiento de Betancourt desde el exilio. Se
muestra otra faz del ex presidente: el sujeto político, preocupado por
la nación, por la doctrina, por la capacidad de conexión con el pueblo
y las masas. Piensa ese Betancourt: “…yo quería ser como Sacha
Yagulev y reivindicar a los hombres de mi tierra, a mis mujics con
sombreros de palma. Pero como en Rusia, los campesinos
venezolanos tampoco hacían caso. No somos comunistas sino
jacobinos”. Ahí, en ese capítulo, ese joven Betancourt, desde el exilio,
vaticina: “En mi gobierno no habrá exiliados; es preferible la muerte y
la cárcel que vivir en tierra extraña”.
Ese personaje, en ese capítulo, rememora a su Guatire natal, en
la que no había puente; recuerda los tiempos en que era ayudante del
doctor Ramón Rodríguez; de cuando tuvo la primera bicicleta del
pueblo comprada por su padre, el isleño Luis Betancourt; de la
primera vez que vio en persona a Juan Vicente Gómez y decían que
este era inmortal porque bebía sangre de niños; de cuando pusieron
preso a su padrino Rómulo Acuña de donde viene su nombre; de
cuando escribió a los dieciséis años su primer poema; que añoraba
las arepas, el papelón de pulpa ‘e gota o las conservas de sidra. Aquí,
Herrera Luque muestra a un Betancourt no solo reflexivo
políticamente, sino nostálgico, sentimental, triste, acongojado. En una
palabra: humano. A diferencia de tiempos actuales y escritores
modernos, que pretenden hacer ver que los detentadores del poder
son inmortales, Herrera Luque siempre pretendió que entendiéramos
que Rómulo Betancourt, a pesar de ser lo que fue, a pesar de su
pomposo título del “padre de la democracia”, también era humano.
Que todos somos humanos, sean presidentes o no.
3- BOLÍVAR DE CARNE Y HUESO Y OTROS ENSAYOS
Luego, en 1983, vino un libro que no sería una novela, sino una
serie de ensayos sobre diversos personajes históricos venezolanos.
“Bolívar de carne y hueso y otros ensayos” trajo la descripción
histórica –y psicológica- de Bolívar, Gómez, Boves, Juan Vicente
González, Sigmeud Freud, el doctor Fausto narrado por Goethe y, por
supuesto, de Rómulo Betancourt.
Arranca diciendo Herrera Luque que la historia tiene una forma
de pensar, que los héroes –y antihéroes- son efectos de un proceso
social obligante, por lo que la independencia se hubiese dado con o
sin Bolívar, pero que es necesario que el efecto social sea impulsado
por “un grupo de hombres, o un hombre en particular, quien con sus
desvelos, valor y talento, determina el cambio en las instituciones”. Y
es en la medida que un líder asuma este papel de encender y de
conducir un proceso, como lo hizo Betancourt, que se hace acreedor
al título de autor de un sistema y de una época.
Aquí, Herrera Luque lo dice claramente: destaca que Cipriano
Castro fue la introducción a Gómez y Lopez Contreras y Medina
Angarita sus continuaciones. Pero Betancourt, a partir de 1945,
rompe el molde, abre la brecha, alumbra el camino. Para Herrera
Luque, la revolución de 1945 introduce profundos cambios en
nuestras instituciones, cambios sociales que la década de dictadura
posterior no pudo nunca hacer olvidar.
Herrera Luque asoma incluso que el legado betancouriano
alcanza hasta 1968, ya que el gobierno del doctor Caldera no
aportaría cambios sustanciales dentro del esquema político iniciado
por Betancourt, apenas cambios de nombres y de estilo de decir las
cosas. Luego, el país seguiría bajo la influencia de Betancourt.
Pero el ensayo de Herrera Luque no pretende ser político. Busca
algo, quizás más profundo: comprender a Betancourt.
Dice Herrera Luque que Betancourt detestaba ser caudillo, que
era enemigo jurado del culto a la personalidad. Por eso, aquella cita
de Guillermo Morón cuando llamó a Betancourt el último caudillo,
dista mucho de ser correcta. Por el contrario, aduce Herrera Luque
que Rómulo teñía la extraña manía de ser demócrata.
Muestra a Betancourt como un hombre que ama su intimidad,
que disfruta de las obras distintas a la política, lo que, por cierto, se
comprueba al ver los libros que están en su biblioteca, aun intacta, en
la quinta Pacairigua. Disfrutaba de la conversación, posiblemente en
su rincón guatireño, “…abandonándose a la espontaneidad sin
importar desmejorar su imagen…”. Para el autor, el hombre de la
pipa, increíblemente, disfruta del anonimato, que quisiera deambular
por las calles libremente sin que nadie le importune con saludos o
protestas, y a ello le atribuye su larga residencia en Berna.
Destaca Herrera Luque otro aspecto fundamental de
Betancourt: la autonomía a la que incitó a los otros presidentes de
Acción Democrática, refiriéndose expresamente a Raúl Leoni y a
Carlos Andrés Pérez. También hace referencia al hecho que el ex
presidente no quiso hacer de su partido su oficina personal, donde se
hiciera solo lo que le viniera en gana. Pareciera cierto: la historia, en
concreto Manuel Caballero, señala que Leoni no era el candidato de
Betancourt, y sin embargo este fue el candidato de Acción
Democrática.
Una anécdota de Betancourt que narra Herrera Luque, quien
dice haberla vivido en persona, hace entender la profundidad de la
convicción del líder socialdemócrata: estaba Herrera Luque en la
inauguración del Centro Médico, sentado al lado de una joven, cuando
llegó el presidente de la Junta Revolucionaria. Todos se pararon ante
la majestad presidencial, menos la oven que se sentaba al lado de
Herrera Luque, ya que odiaba a Betancourt porque su gobierno había
indultado al asesino de su padre. “Párate”, le habría susurrado
herrera Luque, a lo que la joven le contestó en voz alta: “…no me
paro ante ese hombre”. Betancourt se voltea en ese entonces y se
dirige a ambos, diciéndole en concreto a Herrera Luque: “hazle caso,
que eso está muy bien”, soltando una carcajada.
En “Bolívar de carne y hueso y otros ensayos”, señala el autor
que la democracia necesitaba un partido, y ese partido lo hizo
Betancourt con sus propias manos. Destaca que la primera acción
proselitista como presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno
fue entenderse con sus guías naturales: el pulpero, el pequeño
comerciante, el cura, el transportista. Quizás por eso se puede decir
que es Betancourt, a través de Acción Democrática, quien hizo nacer
la clase media, y que fueron estos los intermediarios entre Betancourt
y el campesinado, con quien, durante más de treinta años, hubo una
comunicación total.
El último análisis historiográfico que hace Herrera Luque de
Betancourt lo dedica a la venezolanidad de este: para el autor, el
expresidente siente, habla y piensa en venezolano, por lo que su
conexión con el criollo es total. Aun hoy día. Una vez, en un curso de
formación política de jóvenes militantes de Acción Democrática,
comenté que ser adeco era ser venezolanista. Eso lo extraje de
Herrera Luque, de su visión de la máxima expresión del ser adeco
que es el betancourismo.
4.- LOS CUATRO REYES DE LA BARAJA
Cuando la muerte reclamó a Francisco Herrera Luque, el 15 de
abril de 1991, acababa de concluir su sexta novela: “Los cuatro reyes
de la baraja”, de la cual Mariana Herrera dijo en la introducción que
tal obra contiene el pensamiento de Herrera Luque acerca del manejo
del poder el Venezuela desde 1830 hasta nuestros días.
En esta obra se asoma una tesis asombrosa en si misma: son
cuatro, y solo cuatro, los personajes que han detentado
verdaderamente el poder en Venezuela, en el sentido de influye
cambios radicales en el sistema de gobierno y en su forma de
conducción y llegada al pueblo venezolano.
A boca de Juan Vicente Gómez, en clave de personaje
novelesco, fueron cuatro los reyes de la baraja en Venezuela: José
Antonio Páez, quien era el rey de espadas “porque tuvo que echar
más machete que todos nosotros juntos”; Guzmán Blanco,
protagonista de esta novela, el rey de copas “por ser fisno y
elegante”, Juan Vicente Gómez el rey de bastos “…como no tengo
modales, según dicen los malos hijos de la patria” y Betancourt sería
el rey de oro “lo que le asegurará a Venezuela, no sé si para bien o
para mal, mucho dinero, progreso y riqueza”.
Si bien esta novela, como lo dijimos, trata sobre Antonio
Guzmán Blanco, arranca con Betancourt. Un joven Betancourt, al
tercer día de su prisión en el cuartel El Cuño, con la cabeza cubierta
con la boina azul de la rebeldía y signo de la resistencia estudiantil,
grita al ver a Juan Vicente Gómez:
“-Ese hombre que está allí es Juan Vicente Gómez, el sátrapa de
Caribe, el más grande y carnicero déspota nacido jamás en la patria
de Bolívar”. A lo que Antonio Pimentel diría: “-¡Es Rómulo, el hijo de
Luis Betancourt el isleño! ¿Quién me hubiese podido decir, luego de
haber sido tan buen estudiante y fundamentoso, que terminaría de
mala manera?-“, sentenciando grave el general Gómez: “-No ha
terminado, apenas comienza. Y al igual que yo, no dejará de echar
vainas hasta más allá de la muerte. Usted tiene por delante,
compadre, al cuarto y último rey de la baraja”.
En esta novela, un personaje llamado El Viejito, cuyo nacimiento
se remonta imaginariamente a los inicios de la época de Bolívar,
asume la función de ser la vivencia colectiva de Venezuela.
Y es justamente el viejito el encargado de presentar al lector la
visión iconográfica y política de Betancourt. Para el viejito, la
revolución de 1945, la llegada al poder de Betancourt de la mano de
los militares, el Estatuto Electoral de 1946, la primera elección
popular de un presidente de la República como fue la del maestro
Gallegos, y muy especialmente, los derechos sociales que nacieron en
esa época, marcan un hito, abren la brecha histórica en Venezuela.
El viejito, en plena dictadura perezjimenista, dice que “-Los
verdaderos reyes insuflan ráfagas de vida nueva al tiempo nuevo,
provocan, a despecho o no de su autoridad, cambios sustanciales en
la vida y creencia de los gobernados, son generadores de estilos de
parajes diferentes. Todo esto que ustedes están viviendo desde el 45
es obra de Betancourt. Pérez Jiménez no ha hecho más que proseguir
a lo maco la revolución ideológica que el otro sembró”.
Revolución ideológica. Amén de la maestría con que Herrera
Luque maneja el tema histórico y literario en esta novela fabulada, la
frase que, para mí, encierra la esencia de este libro, y de la teoría de
los reyes de la baraja, es la revolución ideológica. Es eso lo que
implantó Betancourt en 1945. Como señala Juan Carlos Rey, el 18 de
octubre de 1945 dio un cambio radical en las reglas del juego
políticas, produciendo un desplazamiento de los grupos sociales que
se beneficiaban del poder y el acceso al mismo de otros grupos
sociales.
La transformación económica y social fue la sustancia. La
política petrolera, la piedra de toque de la revolución. Se
emprendieron las más diversas reformas en materia de educación,
agraria, vivienda y salud.
En un solo día fue promulgado el Estatuto Electoral y
legalizados trece partidos políticos. Hubo una explosión de libertad
total, desconocida hasta entonces en la historia de Venezuela. Lo que
he denominado el “ADN democrático del Venezolano” nace con
Betancourt y la Junta Revolucionaria en el 45, afectando poderosos
intereses pero institucionalizando cambios, democratizando al Estado,
rescatando el petróleo para la Nación, repartiendo tierras a
campesinos, desplazando de la escena a quienes controlaban el
poder desde la época de Cipriano Castro, postulando una política
exterior cónsona con los grandes cambios nacionales e
internacionales y permitiendo a los venezolanos ejercer la soberanía
popular sintiéndose ciudadanos y miembros de una República por
primera vez en la historia.
Para Herrera Luque, con lo cual concuerdo, esta obra de
Betancourt no pudo ser ocultada por Pérez Jiménez. Este jamás logró
hacer olvidar la libertad y seguridad en sí mismo que el venezolano
sintió desde el 45 al 48. Por eso, al fondo de la obra mientras los
personajes, que fueron reales, salían a las calles a celebrar la caída
del tirano, se oía un locutor que, sin saber que era obra de
Betancourt, por radio gritaba: “¡Libertad y democracia es lo que pide
Venezuela!”.
5. EPILOGO
La pluma de Herrera Luque logró captar la esencia de Rómulo
Betancourt. Por lo menos así lo creo. Contrasto otras obras sobre
Betancourt y su legado-las de Manuel Caballero, María Teresa
Romero, Eloy Gil Morales, Germán Carrera Damas, Simón Alberto
Consalvi, Gonzalo Barrios, Luis Castro Leiva, Sanín, Arturo Sosa,
Manuel Suzzarini- y sus propias palabras –que pueden leerse en la
selección que hicieran Carlos Dorante, Alejandro Gómez o Naudy
Suárez- y llego a la conclusión que Herrera Luque fue objetivo en su
estudio sobre Betancourt, más allá de la posible amistad o fraternidad
que pudo haberlos unido.
En todo caso, el Betancourt de Herrera Luque va más allá del
político o del estadista. Herrera Luque, ya lo dije antes, presenta a
Rómulo como un ser humano, como la persona más allá del poder, lo
que lo hace aun más interesante. Claro, Herrera Luque no pierde la
perspectiva del poder que siempre acompañó a Rómulo, y logra
mezclar al hombre y al político en un personaje, explicando su
concepción filosófica y psicológica de manera clara y sencilla, como le
gustaba explicar las cosas a Betancourt.
Solo queda una duda, una duda que se planteó Herrera Luque al
final de los reyes de la baraja. Como lo dijo Mariana Herrera en la
introducción de esa novela, Herrera Luque dejó abierta la pregunta:
“¿Qué viene ahora? ¿Qué vendrá después si han muerto los reyes, y
los hombres de a caballo? Con esa incertidumbre se fue su alma”.
Chacao, febrero de 2013.