ramón sabella

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14 | Obra Social de Viajantes Vendedores de la República Argentina INTERÉS GENERAL! El milagro de LOS ANDES Hace cuarenta años un grupo de jóvenes uruguayos logró sobrevivir setenta y tres días en la Cordillera de los Andes luego de que el avión que los llevaba a Santiago de Chile se estrellara en plena montaña. Ramón Sabella, uno de los dieciséis sobrevivientes de aquella increíble historia, cuenta en una entrevista exclusiva con andar todas las adversidades que tuvieron que enfrentar para cambiar su propio destino. página 14

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Entrevista a Ramón Sabella, sobreviviente de una de las tragedias aéreas más recordadas de la historia de la humanidad.

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Page 1: Ramón sabella

14 | Obra Social de Viajantes Vendedores de la República Argentina

INTERÉS GENERAL!

ElmilagrodeLOSANDESHace cuarenta años un grupo de jóvenes uruguayos logró sobrevivir setenta y tres días en la Cordillera de los Andes luego de que el avión que los llevaba a Santiago de Chile se estrellara en plena montaña. Ramón Sabella, uno de los dieciséis sobrevivientes de aquella increíble historia, cuenta en una entrevista exclusiva con andar todas las adversidades que tuvieron que enfrentar para cambiar su propio destino.

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“Mirar para atrás y ver

que han pasado cuarenta años

la verdad que es muy impactan-

te. Es como si fuera la historia

de otro. Uno duda haber podido

soportar todo eso como ser hu-

mano”, dice hoy Ramón Sabella,

exitoso empresario uruguayo

vinculado al sector exportador

de carnes de su país y uno de los

dieciséis sobrevivientes de la tra-

gedia de los Andes.

“En este tiempo en que la vida

de las personas está tan desva-

lorizada, los recuerdos de esos

setenta y tres días en la montaña

son la verdad impresionantes”,

reflexiona.

El accidente El viernes 13 de Octubre de 1972 un avión uruguayo se estrelló en la Cordillera de los Andes con cuaren-ta y cinco pasajeros, la mayoría de los cuales eran estudiantes y juga-dores de un equipo de rugby. Los jóvenes que sobrevivieron a la caída en pocos momentos tuvieron que enfrentarse no solo a la muerte de muchos de sus amigos sino también a temperaturas de treinta grados bajo cero. Así empezó todo.

Los primeros días tenían la espe-ranza de ser rescatados, por lo que trataron de resistir con la racio-nalización de las escasas reservas alimenticias que poseían. Pero con el correr de las horas empezaron a padecer un intenso frío y una des-garradora falta de agua y comida.(+)

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Los días en la montaña

Como casi todos los que iban en el avión Fairchild F-227 de la Fuerza Aérea Uruguaya, “Moncho” Sabella tenía por entonces solo 21 años de edad; y si bien no pertenecía al equipo de rugby que iba a jugar a Santiago de Chile, estaba allí para acompañar a sus amigos Roberto Francois, Carlos Páez y Rafael Echevarren.

“La mayoría del grupo eran para mí personas desconocidas. Yo no había ido al Old Christians, sino a otro colegio... Por lo que al principio fue muy duro para mí. Yo pensa-ba: ¿Quiénes son estas personas con las que tengo que sobrevivir? ¿Cómo van a reaccionar? ¿Cuál va a ser su actitud?”.

Sin embargo, el grupo fue muy sóli-do y esas dudas se fueron disipando con el correr de los días. “Hubo mu-cho afecto, mucho amor y mucha solidaridad del uno con el otro. Se hizo un equipo maravilloso en el que aprendimos a trabajar todos juntos y a autogestionarnos. Estábamos condenados a morir y cambiamos nuestro destino. Pasamos de ser chicos a ser hombres de golpe”, cuenta Moncho orgulloso.

Un pacto para vivir

Nueve días después de haberse estrellado el avión se realizó una reunión en su interior entre los veintisiete sobrevivientes que que-daban hasta ese momento. Las subsistencias se estaban acabando y en la montaña no había vegetales ni nada comestible, por lo que la si-tuación se estaba complicando cada vez más. Ante ese panorama la de-cisión que tomaron fue la de utilizar los cuerpos sin vida como alimento.

“La idea era muy repugnante. La verdad que fue muy terrible tener que hacerlo. Dificilísimo. Nos sen-tíamos poco menos que el hombre de las cavernas, pero no teníamos otra opción. Lo otro era un suicido colectivo. Nos moríamos todos en la montaña o usábamos las proteínas de nuestros amigos muertos”, ex-plica Ramón con mucho pesar.

“Se hizo un equipo maravilloso en el que aprendimos a trabajar todos juntos y a autogestionarnos”

No obstante, él mismo también deja en claro que la sed y el hambre eran algo “mucho más doloroso” para todos ellos. “La sed en la montaña con la altura es tremenda y el dolor que eso te produce es algo muy difícil de sobrellevar. Al principio teníamos que comer nieve; eso te partía la boca, te quemaba los la-bios… y jamás te sacaba la sed”.

El alud

En las horas siguientes a ese di-fícil pacto uno de los muchachos escuchó a través de la radio del avión que el servicio aéreo de res-cate había suspendido su búsqueda por falta de resultados. Casi una semana después, cuando estaban terminando el día dieciséis y se disponían a soportar una noche más en el fuselaje del avión, una enorme avalancha descendió por la mon-taña y entró con toda su furia en el Fairchild sepultando a todos los que permanecían acostados.

“De un momento a otro sentí que la nieve me tapaba, me asfixiaba y no me dejaba salir. Comencé a ver lo que era la muerte y sentí una sen-

INTERÉS GENERAL! el milagro de los andes

“Estábamos condenados a morir y cambiamos nuestrodestino”

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sación de paz impresionante… Ocho de nosotros murieron en ese alud. Fue un golpazo tremendo y un punto de inflexión para toda esta historia muy grande. A partir de ahí práctica-mente nos convertimos en máquinas de sobrevivir”.

“Uno duda haber podido soportar todo eso como ser humano”

Los chicos durmieron desde entonces con un oído escuchando los sonidos de la cordillera alertas a que la próxima avalancha no los agarrara acostados. “Todas las tardecitas rezábamos el rosario y eso era algo que nos calmaba un poco los miedos… porque teníamos mucho pánico. Conocimos a un Dios de la montaña distinto y lo sentímos muy cerca nuestro”.

El rescate

Ramón cuenta que ese año las ne-vadas en Chile se extendieron hasta el 8 o 10 de diciembre, casi un mes por encima de lo normal. Por lo que recién para ese entonces pudieron comenzar con las ansiadas expedi-ciones por las montañas en busca de la milagrosa forma de salir de allí.

“Todas las tardecitas rezábamos el rosario. Teníamos mucho pánico y eso era algo que nos calmaba un poco”

“Con las expediciones nos está-bamos jugando tal vez uno de los últimos boletos. Por eso les dá-bamos a quienes iban las mejores ropas y las mejores cosas que tenía-mos a mano.(+)

“Estábamos condenados a morir y cambiamos nuestrodestino” Ramón Sabella hoy.

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Las semanas previas los alimen-tábamos, les dábamos agua y les fabricábamos otras cosas como el saco de dormir, las mochilas, los bastones y el trineo”.

Casi dos meses y medio después de que cayera el avión Roberto Canessa y Fernando Parrado rea-lizaron una extenuante expedición de diez días a través de los Andes… y finalmente encontraron un arriero al costado de un arroyo

Al día siguiente el propio Parrado le indicó el camino a los helicópteros de rescate y pese a las complica-ciones del clima pudieron llegar al lugar y subir a seis de los sobrevi-vientes a la nave. El resto tuvo que pasar una noche más en la montaña.

A Sabella le tocó integrar, precisa-mente, el grupo que compartió los últimos momentos en ese lugar junto a los médicos y andinistas que bajaron del helicóptero. “Fue una noche impresionante. Por un lado sentíamos una alegría brutal de que ya estaban los rescatistas con noso-tros y por otro una angustia de que queríamos salir de todas formas. El único miedo que teníamos era que apareciera otra avalancha. Pero bueno, al día siguiente estuvimos a salvo los 16 que quedamos vivos”.

La vuelta a la civilización

“Cuando decías no soporto más el frío, no aguanto más la sed, no tole-ro más el hambre… ahí pensabas en tu familia y sacabas recursos desde adentro para seguir adelante. Ese fue el motor para que estuviéramos setenta y tres días en la montaña. Para que pudiéramos hacer todo lo que hicimos… y soportar todo lo que soportamos. Volvimos con el objetivo cumplido de ver las caras

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“Moncho” Sabella el día del rescate.

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de felicidad de nuestros familiares otra vez y el impacto fue brutal: es-tábamos vivos”.

Durante su corta estadía en Santiago de Chile el grupo de sobrevivientes decidió no hablar con los medios acerca de cómo se habían alimen-tado en la montaña y convocaron a una conferencia de prensa para su regreso a Montevideo.

Cuando se refirieron allí a ese tema hubo un aplauso cerrado y nadie hizo una pregunta más. El Obispo auxiliar de Montevideo, Monseñor Andrés Rubio, dijo que no se lo po-día condenar porque era la única posibilidad que tenían de sobrevivir. Mientras que el Papa Pablo VI, por

Acerca de los libros que se publicaron

“La publicación que más se ajusta a la realidad es La sociedad de la nieve ya que está contada por los propios sobrevivientes y es un buen libro de

autoayuda para la gente. Pero la verdad que es muy

difícil transmitir en un libro qué es tener hambre o qué es tener frío. ¿Cómo te explico que te duela el

alma de sed?”

su parte, les envió un telegrama especial de bendición.

La vida después

Si bien en la actualidad muchos de los sobrevivientes dan charlas y conferencias por todas partes del mundo, el propio Sabella confiesa que durante muchos años la gran mayoría de ellos se rehusó a ha-cerlo.

“Nos parecía que era un tema muy reservado y muy nuestro. Pero con el correr del tiempo entendimos que debíamos hacerlo. Una vez una señora me dijo llorando que había pensado en suicidarse pero después de haber escuchado todo lo que nosotros habíamos hecho para vivir se había dado cuenta que no podía quitarse la vida”

Moncho sintió a partir de entonces que había muchos mensajes para transmitir a la gente. “El destino hizo que unos viviésemos y otros no, y esta es una forma de que sus muertes sirvan para otros. Este es un legado de todos esos chicos va-liosos que no volvieron, con quienes compartimos noches interminables en esa montaña toda blanca”

Ramón Sabella, al igual que el resto de los sobrevivientes, volvió muchas veces al lugar del accidente.

“¿Cómo pudimos soportar tem-peraturas de 30 grados bajo cero estando con un par de medias, mo-casines, unos pantalones de verano y un pulóver? ¿Cómo pudimos no-sotros sin nada haber logrado sobrevivir? La verdad… fue un mi-lagro” Ø