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Salvadme Reina Número 45 Abril 2007 Quien recibe a uno de estos pequeños,a Mí me recibe

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Salvadme Reina

Número 45

Abril 2007

Quien recibe a uno de estos pequeños,a Mí me recibe

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P. João Scognamiglio Clá DiasPresidente General

¿Todos somos ovejas de Jesús?

10 Heraldos del Evangelio · Abril 2007

COMENTARIO AL EVANGELIO — 4º DOMINGO DE PASCUA

Así como el Buen Pastor quiso congregar a todos en su rebaño, hoy la voz de Jesús sigue resonando en los corazones, llamándonos a dejarnos apacentar por Él. Los fariseos lo rechazaron decididamente. ¿Qué actitud tomará nuestro mundo?

I – EL SIMBOLISMO EN LA OBRA DE LA CREACIÓN

Dios creó de la nada todas las cosas, y de forma instantánea; no transformó seres pre-existentes sino que proce-

dió con un acto exclusivo de su omni-potencia, incomunicable a ningún otro ser, ni siquiera por milagro 1. Hizo rea-lidad el universo en vista de su propia gloria: “De él, por él y para él son todas

las cosas. ¡A él la gloria por los siglos!” (Rom 11, 36). El Concilio Vaticano I es tajante sobre este particular: “Si al-guno negare que el mundo ha sido crea-do para gloria de Dios, sea anatema” 2.

27 Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. 28 Yo les doy vida eterna y no pe-recerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.

29 Mi Padre, que me las ha dado, es mayor que to-dos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Pa-dre. 30 Yo y el Padre somos uno (Jn 10, 27-30).

a EVANGELIO A

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“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen… Nadie las arrebatará de mi mano” (Jn 10, 27-28)

“Buen Pastor” – Mosaico del Mausoleo de Galla Placidia – Rávena (Italia)

Abril 2007 · Heraldos del Evangelio 11

Dios es el modelo para los seres creados

Pocos dogmas de nuestra fe han tenido adversarios tan numerosos como el de la creación del mundo, claramente afirmado en la prime-ra frase del Génesis: “En el princi-pio creó Dios los cielos y la tierra” (Gen 1, 1). Grande es la variedad de objeciones y herejías contra esta verdad que atribuye a Dios la cau-sa eficiente del origen del univer-so. Por otro lado, aunque la doctri-na de que Dios es causa ejemplar de todos los seres de su obra de los seis días casi no levante enemigos frontales o explícitos en su contra, se han difundido mucho costum-bres, modos de ser, gustos, etc., im-buidos de errores incubados al res-pecto.

En la cuarta vía de las pruebas de la existencia de Dios, explicitadas por santo Tomás de Aquino, encon-tramos también, junto al Creador co-mo Pulchrum (lo Bello) por esencia, todas las bellezas esparcidas en el universo como participaciones y de-rivaciones de aquella fuente infini-ta. En su Suma Teológica, el Doctor Angélico define a Dios como mode-lo de todos los seres creados: “Dios es la primera causa ejemplar de todas las cosas. […] En la sabiduría divina existen las razones de todas las cosas, las cuales anteriormente han sido lla-madas ideas, esto es, las formas ejem-plares que hay en la mente divina, las cuales […] realmente no son algo dis-tinto de la esencia divina. Así, pues, el mismo Dios es el primer ejemplar de todo” 3.

Una nota de altísima belleza en la Creación

La mente divina es infinitamente rica en seres posibles, y si bien Dios puede crearlos a todos, solamente a algunos los hace realidad. Así, cada uno de nosotros existió desde la eter-nidad como posible en el pensamien-to divino 4. Aunque Él no haya queri-

do crear a todos los seres posibles, es enorme la cantidad de criaturas lle-gadas a la existencia por su divino po-der. Esta superabundancia, como su-cede con todos los actos de Dios, fue intencional; entre otras razones, obró así para evitar la sensación de mono-tonía que se podría producir fácil-mente en el alma humana. En esta

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El pensamiento de Platón

E

12 Heraldos del Evangelio · Abril 2007

inmensa labor que lo llevó a descan-sar en el séptimo día, el Creador qui-so colocar una nota de altísima belle-za: el simbolismo.

Es verdad que la belleza estéti-ca pura y simple tiene gran valor, pe-ro la intelección de dicho valor no al-canzará su plenitud mientras no con-duzca de alguna forma, a través de su simbolismo, hasta el mismo Dios. La belleza simbólica es de una categoría muy superior a la estrictamente físi-ca. De ahí el terrible castigo de Dios contra quienes se niegan a conocerlo por medio de los símbolos, y en con-secuencia, a adorarlo 5.

La rica simbología de la relación entre el pastor y las ovejas

Por tanto, nuestra obligación mo-ral consiste en ascender hasta Dios, y las criaturas nos sirven para tal fin. En el cumplimiento de este deber en-

contraremos una verdadera jerarquía en ellas, dado que unas serán más ri-cas en contenido simbólico y otras menos. Tomemos por ejemplo la re-lación de un niño con sus padres: la sencilla presencia de éstos hará sen-tirse al pequeño apoyado, compren-dido e incluso mimado prácticamen-te en la totalidad de su ser. Pero bas-tará con verlos alejarse, que se senti-rá inseguro. Este fenómeno, aunque guarde características propias, tam-bién se verifica entre los adultos, ya que todos necesitamos recibir la in-fluencia de nuestros semejantes de-bido al impulso de nuestro instinto de sociabilidad. Ahora bien, el hom-bre presta más adhesión a la influen-cia recibida por parte de quienes se vuelven sus modelos. Por esto mismo, dejarse maravillar, influir y hasta for-mar por los modelos que nos acercan y asemejan a Dios, no es un defecto

sino, todo lo contrario, una gran vir-tud e incluso una obligación.

Por otro lado, a veces se entiende más fácilmente el prototipo de deter-minada categoría cuando se analizan las relaciones entre los seres inferiores a ella. Por ejemplo, para nosotros no habrá nunca un modelo igual ni mu-cho menos superior a Jesucristo; pero hasta la última fibra de nuestra sensi-bilidad se conmueve al verlo reflejado en la figura del Buen Pastor que cuida cariñosamente a sus ovejas. De hecho, como acabamos de ver, el universo existe, entre otros motivos, para ayu-darnos a comprender mejor a Dios, y este enfoque ofrece una substanciosa condición para la práctica del Primer Mandamiento. Uno de los caminos para amar a Dios sobre todas las cosas consiste en conocerlo a través de to-das las cosas, para así poder adorarlo y entregarse completamente a él.

s interesante observar que cuando Platón –de quien bebió muchas enseñanzas la Escolástica, purificando su panteísmo– desarrolla su pensa-

miento sobre la dialéctica del amor, dice que ésta llega a su plenitud al contemplar esa “belleza eterna, increada e imperecedera, exenta de incremento y de disminución, be-lleza que no es bella en tal parte y fea en otra, bella por un concepto y fea por otro, bella en un sitio y fea en otro, be-lla para unos y fea para otros; belleza… que no reside en un ser diferente de sí misma, en un animal, por ejemplo, o en la Tierra o en el Cielo o en cualquier otra cosa, pero que exis-te eterna y absolutamente por sí misma y en sí misma; de la

cual participan todas las de-más bellezas, sin que el naci-miento o la destrucción de ellas le ocasione la menor disminu-ción ni el menor incremento, ni la modificación en nada” (El Banquete, 211 C).

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Platón – Museos Capitolinos – Roma

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Los fariseos

no lo entendieron

porque no se

entregaron al

Mesías como

realmente es;

al contrario,

querían que el

Mesías se

entregara a ellos

tal como eran,

con sus caprichos

y fantasías

Abril 2007 · Heraldos del Evangelio 13

La rica simbología de la relación entre el pastor y las ovejas ofrece la perspectiva en que se sitúa el Evan-gelio de este domingo.

II – AMBIENTACIÓN DE LA ESCENA DE HOY

Antes de abordar el análisis de los cuatro versículos que componen el Evangelio de este 4º domingo de Pas-cua, recordemos a grandes rasgos el contexto histórico del cual surgieron.

Anualmente, cerca de dos meses después del término de la fiesta de los Tabernáculos –a fines de diciembre en nuestro calendario– los judíos cele-braban otra fiesta: la Dedicación. Ha-bía quedado establecida desde el año 165 a. C., a partir de la purificación del Templo llevada a cabo por Antíoco Epífanes (cf. 1 Mac 4, 36-59).

Para esa época el Salvador contaba treinta y dos años de edad. Por tanto, ingresaba en el último período de su vida pública. Era una mañana de in-vierno y ya muy temprano se le podía encontrar frente al Pórtico de Salo-món, edificado con piedras albísimas. En este sitio exterior del Templo, en la cara oriental, Jesús esperaba la forma-ción de una asamblea de oyentes. Al poco tiempo, se reunía junto a él una gran multitud, en que no podían estar ausentes sus enemigos.

La fama de Jesús se había esparci-do rápidamente, sobre todo a causa del número y la magnitud de sus mi-lagros. Tal vez por el hecho de haber curado diez leprosos justo en aquellos días, los fariseos buscaban una decla-ración taxativa acerca de su identi-

dad: ¿era o no el Mesías? Un pedi-do que a primera vista no sólo parece razonable, sino incluso afectuoso. Sin embargo, a Jesús nadie lo engaña.

tador incluso financiero del yugo a que los sometía el Imperio; ade-más, el Mesías debía otorgar a sus compatriotas la gloria y la supre-macía universal. Los que conside-raban en el Mesías exclusivamen-te el aspecto religioso, esperaban de él la fuerza para obligar a to-das las naciones a la conversión y la práctica de la Ley (en la cual, según sus criterios fanáticos, se hallaba la más alta santidad).

Jesús, en cambio, era el Mesías esperado, claro que sí, pero muy distinto a ese concepto distorsio-nado. Es el Hijo Unigénito del Pa-dre, Dios y Hombre verdadero; su Reino no es de este mundo… “Vino a los suyos, pero los suyos no le reci-bieron” (Jn 1, 11). Excepción hecha de la Samaritana (Jn 4, 26) y de sus discípulos, nadie había oído a Jesús atribuyéndose dicho título, pero en la fiesta de los Tabernáculos no po-dría haber sido más explícito acerca de su origen, de su naturaleza y has-ta de su misión (cf. Jn 7). Por eso Jesús afirmó haberse pronunciado ya acerca de su identidad, sin que se hubiera creído en él (cf. Jn 10, 24-26). Los fariseos no lo entendieron, porque no se entregaron al Mesías como realmente es; al contrario, querían que el Mesías se entregara a ellos tal como eran, con sus capri-chos y fantasías.

De nada sirvieron todos los mila-gros, predicaciones o manifestacio-nes de las virtudes de Cristo para di-solver el egoísmo pétreo e incrédulo de aquellos fariseos, que sólo admi-tían la infalibilidad única y exclusiva

¡Cuántas veces los impíos y herejes, en la Historia de la Iglesia, se valie-ron de los mismos pretextos que los fariseos! No era claridad ni evidencia lo que les hacía falta, sino buena fe, docilidad y humildad.

Los fariseos se obstinaban en rechazar a Jesús

Hemos dejado claro en comen-tarios anteriores que los judíos –especialmente los fariseos– conce-bían al Mesías de forma muy equi-vocada. Lo veían como un conquis-tador político y militar, un liber-

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El Doctor Angélico

toma ese “llamar

por el nombre”

(nominatim)

como “la eterna

predestinación,

por la que Dios

conoce a cada oveja,

a cada hombre”

14 Heraldos del Evangelio · Abril 2007

de sus propias ideas político-religio-sas. Tanta obstinación no es una no-vedad en este siglo XXI: la Historia, los hechos, el Papa, la Iglesia, la Vir-gen en Fátima, el universo, hablan todos a una sola voz, pero a excep-ción de unos pocos, nadie quiere en-tender o creer…

Esa es la gran muralla de acero que la Verdad tiene siempre delante de sí. En general, la Verdad de Dios nos exige una renuncia dolorosa; es preciso arrepentirse y hacer peniten-cia, como clamaba Juan Bautista, as-pirar a la perfección, amar el bien y admirar la belleza. En una palabra, es indispensable ser del número de las ovejas de Cristo. Y puesto que los fariseos no lo eran, Jesús les enseña no con palabras sino con hechos, que son innegables. En respuesta a la pre-gunta de si era el Cristo, los excluye simbólicamente de su Reino, al me-nos en aquel momento, debido al vi-cio del orgullo que calaba tan hondo en sus almas (cf. Jn 10, 24-26). Sen-tencia terrible que caerá eternamente sobre aquellos recalcitrantes, tercos y empedernidos en la incredulidad de su orgullo. Es lo que opina san Agus-tín: “Esto les dijo, porque les veía pre-destinados a la muerte eterna, y no a la vida eterna que Él les había conquis-tado con su sangre. Lo que hacen las ovejas es creer al pastor y seguirle” 6.

III – SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS DE JESÚS

Vayamos ahora al análisis del Evangelio del cuarto domingo de Pascua.

El Pastor ama y conoce profundamente a sus ovejas27 Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me si-guen.

De las metáforas relacionadas con la pesca, leídas el domingo anterior,

plazamientos. Esta situación redun-daba en una vigilancia y aplicación más esmeradas por parte del pastor. Las circunstancias hacían más nítidas las diferencias entre el auténtico pas-tor y el mercenario. Dios quiso el na-cimiento de la figura del pastoreo y le dio relieve en la pluma de los lite-ratos. Hasta los poetas poco dados a comprender la excelsitud de la cas-tidad se sienten llevados a realzar la pureza virginal del desvelo caritati-vo de los pastores, en general, por sus ovejas.

La vida del pastor nos hace consi-derar su amor casto, inocente, gober-nando sin decretos, sino todo lo con-trario, basado en una relación íntima, fuertemente paternal –quizá diría-mos mejor maternal– a través de la cual atiende todas las conveniencias y necesidades de sus ovejas. Sabe en-tretenerlas, defenderlas, protegerlas, llevarlas a pastar, e incluso deleitar-las con sus canciones o las melodías de su flauta. “Llama a las ovejas pro-pias por su nombre” (Jn 10, 3). Santo Tomás de Aquino resalta la gran fa-miliaridad existente en esta relación, pues llamar por el nombre denota amistad íntima. Al revertir los sím-bolos hacia los simbolizados, la rea-lidad y el significado se hacen incom-parablemente más profundos. Cris-to conoce la naturaleza y el ser de ca-da una de sus ovejas; el objetivo in-mediato, como el último, para el cual han sido creadas; lo que son y lo que podrán llegar a ser con el auxilio de su gracia. De ahí que para el Doctor Angélico, ese “llamar por su nom-bre” (nominatim) sea “la eterna pre-

pasamos ahora a las del pastoreo. La Sabiduría infinita de Dios pensó en ellas desde la eternidad, para hacer-se comprender mejor por los hom-bres sobre la relación entre Crea-dor y criatura. La misma naturaleza de Judá facilitaba las características de esta simbología usada por el Divi-no Maestro. La tierra en aquellas re-giones no era fértil para la plantación debido a su considerable terreno pe-dregoso y un tanto árido. El pastoreo se adaptaba más cómodamente al lu-gar que la agricultura, y aún así le exi-gía al rebaño un gran número de des-

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La palabra de

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Abril 2007 · Heraldos del Evangelio 15

Por otro lado, las ovejas siguen al Pastor. Por su gracia, conocen las ma-ravillas que hay en él, su doctrina lle-na de potencia, su vida, su miseri-cordia, su sabiduría; en una palabra, su humanidad y divinidad. Por ello, cuando oyen su voz lo siguen como Saulo en el camino de Damasco (Hch 9, 5-9), o como la Magdalena al ser llamada por su nombre en el Sepul-cro del Señor (Jn 20,16). Por tanto, al conocerlo, lo siguen en el cumpli-miento de sus designios: “Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus man-damientos es un mentiroso y la verdad no está en él” (1 Jn 2, 4). Cuando oyen su voz se llenan de amor al Pastor, llegando a sentirse dispuestas a en-tregar sus vidas por él, y vibran con el deseo de que inhabite sus almas.

Nadie puede arrebatar una oveja al Buen Pastor

28 Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.

Aquí Jesús se representa a sí mis-mo no sólo como el Pastor, sino tam-bién como el pasto, pues confiere su propia vida a las ovejas. Tomemos en cuenta que ellas alimentan su mis-ma vida física con un “pasto”, criatu-ra de Dios, porque nada existe sin te-ner origen en él. Además, se nutren espiritualmente con su palabra, da-do que –él mismo lo dice– “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda pala-bra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). Pero sobre todo, se nutren me-diante la gracia (semilla de la gloria eterna), gracias a la cual la propia vi-

a ira de Dios se reve-la desde el cielo contra la impiedad y la injusti-

cia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad. Porque todo cuan-to se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se los dio a cono-cer, ya que sus atributos invisi-bles –su poder eterno y su di-vinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por me-dio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna ex-cusa: en efecto, habiendo co-nocido a Dios, no lo glorifica-ron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en vanos razo-namientos y su mente insensa-ta quedó en la oscuridad. Ha-ciendo alarde de sabios se con-virtieron en necios, y cambia-ron la gloria del Dios incorrup-tible por imágenes que repre-sentan a hombres corruptibles, aves, cuadrúpedos y reptiles” (Rom 1, 18-23).

destinación, por la que Dios conoce a cada oveja, a cada hombre” 7.

El hombre, el ser más elevado que perciben nuestros sentidos, no ha sido creado en serie. Dios aplica su poder creador sobre cada perso-na, una a una. Por ello no hay hom-bres iguales moral ni físicamente; no los hay iguales en las circunstancias de la vida individual, y menos aún en lo que atañe a la vocación personal. De ahí la profundidad insondable del conocimiento que Jesús dispensa a cada uno, al punto de compararlo con el que existe entre el Padre y el Hijo (Jn 10, 5), acto eterno tan abso-luto que por su intermedio se genera una Persona divina. El conocimien-to que el Padre tiene del Hijo, por tanto, no es una imagen intelectual accidental –como sí ocurre en noso-tros al emplear nuestra razón–: el co-nocimiento del Padre es substancial y amoroso; a través de él, por ge-neración, comunica su propia esen-cia al Hijo. Éste, a su vez, también con amor substancial e infinito, re-tribuye al Padre lo que recibe de él; y tan rico es este amor mutuo que de él procede el Espíritu Santo. Pues bien, éste es el padrón del conoci-miento que Jesús tiene respecto de cada uno de nosotros. Nada en nues-tro interior o exterior –lo nocivo o lo útil, las enfermedades físicas o espi-rituales, sus remedios, etc.– nada se escapa a su omnisciencia. En Jesús no hay una sola gota de frialdad en este conocimiento de nosotros, co-mo lo dijo y realizó él mismo en la fi-gura del Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas.

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16 Heraldos del Evangelio · Abril 2007

da de Cristo se intro-duce en sus almas y es alimentada por los sa-

cramentos, en especial por la Eucaristía. Así, la

espiritualidad de las ovejas va robusteciéndose y siendo vivifi-

cada por Cristo, cuya propia car-ne, sangre, alma y divinidad cons-

tituyen el insuperable alimento de vida para su rebaño. Y en la eter-

nidad, la gracia se transforma-rá en gloria, recibiendo la vida misma del Señor.

¿Qué habrán entendido los fariseos de este universo de ex-traordinaria riqueza? No es di-

fícil conjeturarlo, pues quien no posee la vida eterna otorgada por el Pastor, ¿cómo podrá com-prender nada de estos esplendo-res? Cuando afirma que da la vi-

da eterna a sus ovejas, Cristo de-ja entrever que no entrega esa vi-

da a las que no son de su redil; al mismo tiempo, declara nueva-

mente su esencia divina, toda vez que ninguna criatura por muy ex-celente que sea –ángeles incluidos– tendrá jamás el poder de conferir don tan insuperable. Entrar a la vida

eterna significa quedar libre de todos los tormentos y pasiones: ambicio-nes, envidias, odios, dolores, etc., co-mo también haber sido perdonado de todo pecado y desvarío. Sin embargo –¡oh misterio de iniquidad!– los fari-seos no querían beneficiarse con es-

tos dones que, tal como a todas las personas, les eran ofrecidos.

Tal situación es también de las ove-jas que pertenecen al rebaño de Cris-to pero lo rechazan. “Cristo, cuanto es de su parte da la vida eterna a sus ovejas, y ninguna de ellas perecerá por culpa del pastor; la que se pierda, a sí misma habrá de atribuirlo. También la gracia que Cristo da en esta vida a sus ovejas por su naturaleza es suficiente para llevarlas a la vida eterna, y si algu-nas no arriban allá es por culpa de las mismas, que no quieren seguir a Cris-to” 8.

Las ovejas de Jesús son su pose-sión; ni los hombres ni los demonios logran, por la fuerza o por subterfu-gios, arrancarlas de sus manos omni-potentes. “Si perecen será por la pro-pia voluntad de ellas, no por falta de poder en Él” 9. Cristo manifiesta en esta afirmación que “Él era lo sufi-cientemente fuerte y poderoso para que sus ovejas pudiesen entrar merced a Él en la vida eterna, librándolas antes de cualquier peligro” 10.

29 Mi Padre, que me las ha da-do, es mayor que todos, y na-die puede arrebatarlas de la ma-no del Padre.

Existen autores de gran peso que discrepan entre sí a propósito de las traducciones latina y griega de es-te versículo. La primera se centra en las cosas concedidas por el Padre a su Unigénito: “Lo que mi Padre me dio es mejor que todo, y nadie podrá arre-batar nada de la mano de mi Padre”. La otra pone al Padre como objeto

“Buen Pastor” Escultura marmórea Museos Vaticanos

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¿Qué decir

del mundo actual,

que no antepone

la ley escrita a la

Ley del Espíritu

pero coloca la ley

del goce y de la

carne, la ley del

relativismo contra

la Ley de Cristo?

Abril 2007 · Heraldos del Evangelio 17

de la comparación hecha por Jesús (vide formulación arriba). Una vez que no hay unanimidad de interpre-tación, preferimos la versión latina: “mayor que todos”, o sea, “la Iglesia, que me entregó para que la rigiese. Las ovejas que me dio para que las apacen-tase. Es mayor, esto es, más caro, más digno de aprecio que cualquier otra co-sa” 11. Así, un alma que se entrega a Jesús por la virtud de la fe, amándo-lo sobre todas las cosas y siendo per-severantemente fiel, debe estar con-vencida de que todo le viene del Pa-dre por los méritos del Hijo.

Jesús afirma su divinidad y es rechazado por los fariseos

30 Yo y el Padre somos uno.Oigamos al P. Manuel de Tuya,

o.p., comentando este versículo:“Por último, Cristo, como garantía

de este poder salvífico que tiene para sus ovejas, proclama su divinidad, di-ciendo: ‘Yo y el Padre somos una co-sa’. Directamente se expresa esta uni-dad entre el Padre y el Hijo en el poder. Los poderes divinos del Padre son los del Hijo. No en el sentido que la voz o el anuncio de un profeta es la voz o el anuncio de Dios. Precisamente los pro-fetas explícitamente hablaban en nom-bre de Dios, y a nadie extrañaba. Pe-ro aquí la afirmación es absolutamen-te trascendente en la comunicación de poderes. Y, si existe esta comunidad o identidad de poderes, presupone ello una unidad e identidad de naturaleza. De aquí el dejarse ver el misterio divi-no de Cristo.

“Esta expresión encuentra su cla-rificación en la ‘Oración sacerdotal’,

en la que Cristo pide al Padre que le glorifique con ‘la gloria que tuve cer-ca de ti antes de que el mundo exis-tiese’ (Jn 17, 5), lo mismo que en el ‘prólogo’, en el que se enseña abier-tamente que el Verbo, que se va a en-carnar, ‘era Dios’ ” 12.

gros que obraba–, comprenderían y amarían por el don de la fe a ese Dios hecho Hombre, lo seguirían, y serían ovejas de su rebaño.

¿Qué decir del mundo actual, que no antepone la ley escrita a la Ley del Espíritu –como los judíos de otro-ra– pero coloca la ley del goce y de la carne, la ley del relativismo contra la Ley de Cristo, consagrada por él con su vida y resurrección, y por su San-ta Iglesia?

Los fariseos, muy contrariamen-te a la buena postura, quisieron re-coger piedras para matar a Jesús por tantos e insuperables dones como les ofrecía (cf. Jn 10, 31). ¿Qué hará el mundo de hoy contra Cristo y su San-ta Iglesia ante las dádivas que, por su intermedio, les promete Dios? ²

1 Sto. Tomás de Aquino, Suma contra Gentiles, II, 19.

2 Denzinger, 1805.3 Suma Teológica, I, q. 44, a. 3.4 Suma Teológica, I, q. 15, a. 2-3.5 Al respecto, nada más claro que la

enseñanza de S. Pablo en Rom 1, 18-23.

6 Sto. Tomás de Aquino, Catena Aurea in Ioannem.

7 Sto. Tomás de Aquino, Comentario in Io., 10, lec. I, 3 – Marietti, p. 280.

8 Juan de Maldonado, s.j., Comentarios a los Cuatro Evangelios, in Io.

9 Id. ibid.10 Id. ibid.11 Id. ibid.12 Biblia Comentada, BAC, 1964, V. II,

pp. 1181-1182.

Ésta es la más atrevida, profunda y misteriosa afirmación hecha por Je-sús acerca de la comunidad de esen-cia entre él y Dios: se trata de una unión metafísica insondable.

Los fariseos que estaban ahí de-bían haberse mostrado fieles intér-pretes de los profetas, abandonando humildemente sus ególatras prejui-cios nacionalistas y sus exóticas prác-ticas religiosas. Si en vez de endure-cer sus corazones se dejaran imbuir con las maravillosas revelaciones del esperado Mesías –comprobadas en los numerosos y convincentes mila-

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Imagen peregrina del Inmaculado Corazón de María, perteneciente a los Heraldos del Evangelio

aría, Madre del sí, tú escuchaste a Jesús y conoces el timbre de su voz

y el latido de su corazón. Estrella de la mañana, háblanos de él y descríbenos tu camino para seguirlo por la senda de la fe.

María, que en Nazaret habitaste con Jesús, imprime en nuestra vida tus sentimientos, tu docilidad, tu silencio que escucha y hace florecer la Palabra en opciones de auténtica libertad.

María, háblanos de Jesús, para que el frescor de nuestra fe brille en nuestros ojos y caliente el corazón de aquellos con quienes nos encontremos, como tú hiciste al visitar a Isabel, que en su vejez se alegró contigo por el don de la vida.

María, Virgen del Magníficat ayúdanos a llevar la alegría al mundo y, como en Caná, impulsa a todos los jóvenes comprometidos en el servicio a los hermanos a hacer sólo lo que Jesús les diga.

María, puerta del cielo, ayúdanos a elevar nuestra mirada a las alturas. Queremos ver a Jesús, hablar con él y anunciar a todos su amor.

(Trechos de la oración compuesta por Benedicto XVI

en la Audiencia General del 14/2/2007)

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