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JUNG

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Carl Gustav Jung, 1930 Edicin: Santiago Rueda (1944), Luis A. Hernndez R. (2013) Traduccin: Santiago Rueda Diseo de portada: leandro Editor digital: leandro ePub base r1.0Prembulo: Ulises en el divnCarl Jung ley la novela Ulises, de James Joyce, y despus escribi un amargo ensayo sobre su experiencia con esta obra. Escribi, por una parte, un excntrico anlisis junguiano de la novela y, por otra, un panorama emocional de su experiencia como lector, del enfado y el desconcierto que le produjo su esforzada lectura de Ulises, en su dcima edicin inglesa, de 1928, segn nos hace notar. No existen en estas 735 pginas, en cuanto mi vista alcanza, ninguna repeticin sensible, ni un solo oasis bienaventurado donde el agobiadolector, borracho de recuerdos, pueda sentarse y contemplar con satisfaccin el camino recorrido. Jung, el agobiado lector, ya haba escrito su ensayo Quin es Ulises?, cuando James Joyce, que ya entonces escriba su (esta s) inexpugnable novel a Finnegans Wake , fue a visitarlo para hacerle una consulta sobre la salud mental de Luca, su hija, que aos despus, en 1962, morira psictica en una clnica suiza. Pero entonces Lucia se sentaba a trabajar con su padre, y mientras Joyce escriba su novela, ella iba confeccionando, tambin por escrito, su propia versin del Finnegans Wake . Luca llenaba un folio tras otro de episodios de catica, onrica, exaltada y desbordante imaginacin, elementos que comparta con el Finnegans Wake que estaba escribiendo su padre. Jung ley las hojas que haba escrito la muchacha, hizo un dictamen psiquitrico y escribi a James la respuesta al planteamiento concreto que se le haba hecho. Joyce le haba dicho que su hijaescriba igual que l; a lo que Jung repuso: pero all donde usted nada, ella se ahoga. Jung toc con ese dictamen el corazn de literatura, ese arte donde un loco de remate pasa, gracias a la magia de la escritura, por un respetable novelista. El mismo Joyce se explicaba a s mismo con esta idea: podemos llegar, palpar e irnos desde tomos y suposiciones, aunque estamos destinados a ser solo posibilidades sin fin. Ms adelante, en su ensayo sobre Ulises, Carl Jung apunta: Qu opulencia y qu... tedio!. Joyce me aburre hasta arrancarme las lgrimas, pero es un fastidio irritante, peligroso, como no podra producirlo ni an la trivialidad ms enojosa. A mitad de su ensayo el psiquiatra deja ver el punto de vista desde el cul analiza la novela de Joyce: con toda ingenuidad supongo que un libro quiere decirme algo y que desea hacersecomprender; evidentemente, un antropomorfismo mitolgico proyectado sobre el objeto, sobre el libro. Jung ley Ulises como si tuviera la novela recostada en el divn, desde un punto de vista psiquitrico que ms adelante en su ensayo cuando, a pesar del aburrimiento, consigue llegar al final de la novela, (nos) descubre que se abre paso a travs de las nubes una luz salvadora plena de presentimientos y sugiere que puede desatar a los espiritualmente atados y que en Ulises con cidos, vapores venenosos, fros y ardores, se destila el homnculo de una nueva conciencia universal. El homenaje de Jung a Joyce es oscuro, pero conmovedor: el psiquiatra que sienta a la obra en el divn, y la encuentra psictica, esquizofrnica, loca y a pesar de esto, o quiz por esto, la da de alta, la enva de vuelta con sus lectores, certifica que lejos de ahogarse, puede nadar. JORDI ROSADO5 de diciembre de 2011Carta de C. G. Jung a J. Joyce sobre el UlisesDos aos despus de su publicacin original, Jung public una versin sustancialmente revisada de su ensayo Quin es Ulises? en Europan Review intitulada Ulises: un monlogo (1932). Jung envi entonces a Joyce una copia del mismo acompaado de la siguiente carta.Ksnacht-Zrich Seestrasse 228 James Joyce, abgdo. Htel lite Zurich Estimado seor, Su Ulises ha presentado al mundo un problema psicolgico tan perturbador, que en varias ocasiones he sido invocado ha pronunciarme sobre l en una supuesta autoridad en cuestiones psicolgicas. Ulises result ser una nuez excesivamente dura y ha obligado a mi mente no slo a los esfuerzos ms inusuales, sino tambin a las peregrinaciones ms extravagantes (hablando desde el punto de vista de un cientfico). Su libro como un todo me ha brindado un sinfn de problemas, y estuve meditando sobre l durante unos tres aos hastaque logr meterme en l. Pero debo decirle que le estoy profundamente agradecido, as como a su obra gigantesca, porque aprend mucho de ella. Probablemente nunca estar muy seguro de si me ha gustado, porque me implic mucho crujir de los nervios y de la materia gris. Tampoco s si usted va a disfrutar de lo que he escrito acerca de Ulises, porque no poda dejar de decirle al mundo lo mucho que me aburri, como me quej, cmo lo maldije y cunto lo admir. Las 40 pginas de carrera ininterrumpida al final son una admirable cadena de verdades psicolgicas. Supongo que la abuela del diablo sabe mucho acerca de la verdadera psicologa de una mujer, yo no. Bueno, tan slo trato de recomendarle mi breve ensayo a usted, como un intento divertido de un perfecto desconocido que se extravi en el laberinto de su Ulises y logr a salir de nuevo por pura buena suerte. En todo caso es posible deducir de mi artculo lo que Ulises ha hecho a unpsiclogo supuestamente equilibrado. Con la expresin de mi ms profundo agradecimiento, quedo de usted, querido seor, Le saluda atentamente, C. G. JUNGQuin es Ulises?El ttulo Ulises se refiere al libro de James Joyce y no al asendereado e ingenioso Ulises de los remotos tiempos homricos, que con su astucia y su actividad supo sustraerse a la venganza de los dioses y de los hombres, para retornar, tras penoso viaje, al hogar patrio. El Ulises de Joyce es, en rigurosa oposicin con su antiguo homnimo, una conciencia inactiva, meramente perceptiva, o ms bien un simple ojo, una oreja, una nariz, una boca, un nervio tctil, expuesto sin freno ni seleccin a la catarata turbulenta, catica, disparatada de los hechos fsicos y psquicos que registra casi fotogrficamente. Ulises (dcima edicin inglesa de 1928) es unlibro que fluye a lo largo de 735 pginas, una corriente de tiempo de 735 das, compuestos de un nico y vacuo da de la vulgaridad cotidiana de todo el mundo, el intrascendente 16 de junio de 1904, en Dubln, en el que, en el fondo, nada sucede. El raudal empieza en nada y acaba en nada. Trtase de una verdad a lo Strindberg, nica, monstruosamente larga, embrollada hasta lo ms intrincado, y --para espanto del lector-- jams agotada, sobre la esencia de la vida humana? Tal vez lo sea sobre la esencia, pero desde luego lo es sobre sus diez mil superficialidades y sus cien mil submatices. No existen en estas 735 pginas, en cuanto mi vista alcanza, ninguna repeticin sensible, ni un solo oasis bienaventurado donde el agobiado lector, borracho de recuerdos, pueda sentarse y con templar con satisfaccin el camino recorrido -- digamos de cien pginas, por ejemplo--, aunque slo fuera el recuerdo de un lugar comn queapaciblemente hubiera vuelto a deslizarse en algn paraje inesperado; no, atropellado y revuelto corre un torrente inaplicable e ininterrumpido, cuya velocidad e inintermitencia crecen todava en las cuarenta ltimas pginas, hasta perder los signos de puntuacin; todo ello para llegar a expresar, del modo ms feroz, el vaco asfixiante, sentido o estirado hasta lo insoportable. Este vaco, absolutamente desesperante, es la tnica del libro entero. No slo empieza y acaba en la nada, sino que se compone tambin de puras nadas[1]. Todo ello es de un nihilismo infernal, un magnfico engendro del infierno, decididamente brillante si se considera el libro desde el punto de vista tcnico de una obra de arte[2]. Tena yo un to anciano, que pensaba en forma rectilnea. Detvome un da en la calle, y me pregunt: Sabes con qu atormenta el diablo a las almas en el infierno?. Ante mi respuesta negativa, continu: Las hace esperar. Dichoesto, prosigui su camino. Esta observacin se me vino a las mientes al abrirme paso por el Ulises. Cada frase es una expectacin que no se satisface; al fin, por pura resignacin, nada se espera ya, y con reiterado espanto se columbra poco a poco que eso es lo que hay que hacer. En realidad, nada sucede, nada adviene[3], y, sin embargo, pgina a pgina, va infiltrndose una secreta esperanza en conflicto con una resignacin desesperanzada. Las 735 pginas, que nada contienen, no son, ni mucho menos, papel blanco, sino que estn cubiertas de apretados caracteres. Se lee y relee y se cree comprender lo que se lee. De cuando en cuando se cae por un escotilln en una nueva frase --pero uno se acostumbra a todo cuando se ha alcanzado el grado exacto de resignacin. As, presa de la desesperacin le hasta la pgina 135, en la que me qued dormido dos veces. La fabulosa diversidad del estilo de Joyce produce un efecto montono e hipntico. Nada sale al encuentro dellector, todo se le desva, dejando en su espritu esa vaga curiosidad con que contemplamos lo que se va. Surge esta curiosidad, y no satisfecha en s misma, sino irnica, sarcstica, virulenta, despreciativa, triste, desespera y desazona, y por esta causa, atrae perversamente la simpata del lector, siempre que el sueo benfico no interrumpa piadosamente este esfuerzo de energa. Al llegar a la pgina 135[4] ca definitivamente en un sueo profundo, tras algunos heroicos esfuerzos para entrar en el libro, o hacerle justicia, como suele decirse. Cuando algn tiempo despus despert, habanse aclarado de tal modo mis modos de ver que en este momento empec a leer el libro hacia atrs. Este mtodo puede emplearse de igual modo que el corriente, es decir, que el libro puede leerse desde el final, puesto que no existen en l ni antes ni despus, ni arriba ni abajo. Todo haba sido antes as, o bien habra de serlo en el futuro[5]. Conigual placer puede leerse una conversacin desde el final, pues no destroza ninguna agudeza. Como conjunto, carece de ellas, pero cada frase es una agudeza. Puede tambin dejarse de leer en medio de una frase --la parte anterior de esa frase tiene todava bastante raison d'tre para estar viva o parecerlo. El carcter vermiforme que crea una cola para la cortada extremidad de la cabeza, y una cabeza para la cola, impregna todo el libro. Esta cualidad inaudita y torcida del espritu de Joyce muestra que su obra pertenece a la clase de los animales de sangre fra, y en especial, a la de los gusanos, los cuales, si fuesen capaces de hacer literatura, utilizaran para escribir, a falta de cerebro, el gran simptico[6]. Sospecho que algo semejante se da en Joyce, es decir, pensamientos [7] y sentimientos viscerales a consecuencia de una intensa opresin de la actividad cerebral, que, en su caso, se encuentra reducida esencialmente a la percepcin. Es preciso admirar en Joyce sinreserva la actividad de los sentidos: lo que se ve y cmo lo ve, lo que escucha, huele y palpa es sobremanera sorprendente, tanto interior como exteriormente. El mortal corriente limtase, por lo comn, si es especialista en la percepcin, en la esfera de los sentidos, o a lo exterior, o a lo interior. Joyce conoce lo uno y lo otro. Las guirnaldas de series de asociaciones subjetivas se enlazan y mezclan a las figuras objetivas de una calle de Dubln. Lo objetivo y lo subjetivo, lo externo y lo interno, se infiltran recproca y constantemente; tanto, que a pesar de toda la claridad de la imagen aislada, persiste en ltimo trmino la duda de si se trata de una tenia fsica o trascendental[8]. La tenia es en s todo un cosmos vital, y posee una fecundidad fabulosa; imagen que me parece horrenda, y sin embargo no del todo inadecuada para los captulos de Joyce. En efecto, la tenia no puede producir otra cosa que una nueva tenia, pero esta facultad la posee en abundanciainagotable. El libro de Joyce podra contener lo mismo 1470 pginas que un mltiplo de esta cifra; sin embargo, su inmensidad no quedara disminuida en una sola gota, ni tampoco sera dicho lo esencial. Mas quiere Joyce decir algo esencial? Tiene todava ese prejuicio demod una justificacin de existencia? Oscar Wilde considera la obra de arte como algo completamente intil. En nuestra poca, ni el filisteo objetara nada en contra de esta tesis; pero su corazn espera, no obstante, algo esencial de la obra de arte. Dnde se esconde esto en Joyce? Por qu no lo dice? Por qu no lo muestra al lector, insinundolo con gestos expresivos --una semita sancta ubi stulti non errent? S, yo me sent aturdido y desazonado. El libro no quera salir a mi encuentro, no haca la ms leve tentativa para encomendarse, y esto produce en el lector un irritante sentimiento de inferioridad. El filistesmo existe, sin duda, en mi sangre en talcuanta, que con toda ingenuidad supongo que un libro quiere decirme algo y que desea hacerse comprender; evidentemente, un antropomorfismo mitolgico proyectado sobre el objeto, sobre el libro. En general, sobre este libro del que no se puede tener una opinin --resumen de una enojosa derrota del lector inteligente, el cual, en definitiva, tampoco lo es-- (valindome del sugestivo estilo de Joyce). Un libro, sin embargo, tiene un contenido, expone algo, mas yo sospecho que Joyce no ha querido exponer nada. Se lo ha expuesto a l --y de aqu quiz esa soledad sin par, ese procedimiento sin testigos oculares, esa irritante descortesa para con el curioso lector? Joyce ha excitado mi indignacin (jams debe enfrentarse al lector con su propia tontera), pero Ulises la ha encauzado. Un psiquiatra como yo ejerce siempre la teraputica hasta consigo mismo. La irritacin supone: aun no has visto lo que hay detrs. Deaqu que siga uno su enojo y extienda ante s lo que inspira el mal humor. Por consiguiente, esa indiferencia, esa desconsideracin con la tentativa[9] benvola, comprensiva, bondadosa y justa de un representante del pblico inteligente y culto, este solipsismo, me ataca los nervios. S, este aislamiento frgido de su espritu, que parece proceder de la regin de los saurios, este ocuparse en las propias vsceras y con las propias vsceras, ese aislamiento es, sin duda, el de un hombre de piedra, y precisamente el de aquel Moiss de cuernos ptreos, barbas ptreas, entraas petrificadas, que en su indiferencia ptrea vuelve la espalda lo mismo a los pucheros de carne que a los dioses de los egipcios, lastimando con ello intensamente los sentimientos ms benvolos del lector. De este ptreo inframundo lzase la visin de la tenia, de movimientos peristlticos yondulaciones serpentinas, que produce un efecto montono a causa de su eterna reproduccin proglotdea. Cierto que ningn proglotido es enteramente igual a los otros, aun cuando son parecidos hasta confundirse. En cada una de las partes, por pequea que sea, del libro, el propio Joyce es, a la vez, l mismo y el contenido exclusivo del trozo. Todo es nuevo y todo ha existido siempre desde el principio. Suma subordinacin a la naturaleza! Qu opulencia y qu... tedio! Joyce me aburre hasta arrancarme lgrimas, pero es un fastidio irritante, peligroso, como no podra producirlo ni aun la trivialidad ms enojosa. Es el tedio de la naturaleza, el montono silbido del viento en los acantilados de las Hbridas, la salida y la puesta del sol en el Sahara, el bramido del mar... como dice Curtius con mucha razn, msica temtica wagneriana, y sin embargo, repeticin eterna. Pese a toda su desconcertante diversidad, existen en Joyce(impremeditadamente?) motivos. Acaso l no quisiera tener ninguno; pues ni la causalidad ni la finalidad tienen en su mundo espacio ni sentido, como tampoco los valores. Mas los motivos son inevitables; constituyen el esqueleto de todo proceso espiritual, por ms que uno se esfuerce en desler el alma en el hecho, cosa que Joyce ha realizado con toda consecuencia. Todo parece como si careciese de alma, toda la sangre caliente se ha enfriado, y con glacial egosmo pasan rodando los hechos... y qu hechos! Desde luego, nada agradable, nada confortante, nada esperanzador; todo gris, horrible, siniestro, pattico, trgico e irnico, todas las vivencias sombras, y a tal punto caticas, que hay que buscar con lupa la conexin de los motivos. Y, no obstante, estn all, en primer trmino, bajo la forma de un resentimiento inconfesado del carcter ms personal, detritos de una historia juvenil amputada a la fuerza; ruinas de la historia delespritu, expuestas a la multitud boquiabierta, en su estado actual de msera desnudez. La prehistoria religiosa, ertica y familiar refljase en las turbias superficies del raudal de los acontecimientos; ms an, incluso se hace manifiesta la disgregacin de su personalidad en dos personajes distintos: el hombre puramente sensible, trivial, de Bloom, y el hombre exclusivamente mental, especulativo, casi gasiforme, Stephen Daedalus, para lo cual el primero carece de hijo y el segundo de padre. Es probable que exista alguna coordinacin o correspondencia oculta entre los captulos --y, en efecto, existen a este respecto sospechas fundadas[10]--, bien que en todo caso est tan bien encubierta, que por mi parte no la he podido descubrir tampoco. A mi irritada impotencia tampoco le habra interesado en lo ms mnimo, al igual que no le interesa la monotona de cualquier comedia humana vulgar. El Ulises, que ya tuve en la mano en 1929 y,tras algunas lecturas no muy numerosas, hube de dejar, desengaado e irritado, me aburre todava hoy tanto como entonces. Por qu, pues, escribo sobre l? Tan lejos estaba esto de mi nimo como el hacerlo sobre cualquier otra forma de superrealismo (qu es superrealismo?), que sobrepasa mi inteligencia. Escribo sobre Joyce porque un editor ha cometido la imprudencia de preguntarme lo que sobre l pensaba y, en especial, sobre el Ulises, acerca del cual las opiniones continan, como es sabido, divididas. Lo nico que no ofrece duda es que el Ulises es un libro con diez ediciones y que su autor ha sido, ya elevado a las nubes, ya condenado como un rprobo. Pero es el centro de las discusiones y por ello constituye en todo caso un fenmeno junto al cual un psiclogo no puede, sin ms, pasar indiferente. Joyce produce un efecto considerable sobre sus contemporneos. Y este es el hecho que en primer lugar encontraba ms interesante enUlises. Si este libro hubiera desaparecido sin ruido en la sima del olvido, jams hubiera vuelto a tomarlo; pues si me excitaba sobremanera y me diverta un poco, en lo esencial supona una amenaza de tedio, por temor de que fuese un engendro producido por un capricho creador negativo, ya que slo ejerca sobre m un efecto negativo. Pero yo estoy prevenido. Soy psiquiatra y eso significa prevencin profesional frente a todas las manifestaciones psquicas. Por ello advierto al lector que la tragicomedia humana media, el lado sombro y fro de la existencia y el gris turbio del nihilismo psquico son mi pan cotidiano, meloda montona, inspida y sin atractivo. Nada de todo eso me conmueve ni me emociona, puesto que profesionalmente he tenido que remediar estados tan lamentables con demasiada frecuencia. Mi obligacin es hacer siempre algo contra ellos y la compasin slo la prodigo cuando no se mevuelven las espaldas. Ulises me volva las espaldas. Quiere continuar cantando en el vaco su meloda sin fin, la meloda que yo conozco hasta la saciedad, juntamente con el sistema de escala de cuerda del pensamiento visceral repetido sin tregua, de la actividad cerebral restringida a la mera percepcin, un estado que pretende valer por s mismo y que no muestra ninguna disposicin a ser reconstruido. (El lector experimenta con dolor que ha sido pasado por alto.) Lo destructivo ha sido convertido en fin por s mismo. No queda otro recurso que apartarse a un lado, como en todo suicidio en serio. Mas no slo eso; lo mismo ocurre con la sintomatologa. Es demasiado conocida; as son los interminables escritos de los enfermos mentales, que slo disponen de una consciencia fragmentaria y que por esta causa padecen de una carencia completa de juicio y una atrofia para los valores. A ello se debe el que se presente confrecuencia una intensificacin en la actividad de los sentidos: la acuidad de la observacin, la memoria fotogrfica para las percepciones, la curiosidad de los sentidos hacia dentro y hacia fuera, la preponderancia de los motivos retrospectivos y de los resentimientos, la mezcla delirante de lo psquico--subjetivo con la realidad objetiva, una exposicin literaria que, con sus neologismos, sus citas fragmentarias, sus asociaciones motoras de sonidos y palabras, bruscas transiciones e interrupciones de sentido prescinde sin respeto del lector y, por ltimo, una atrofia del sentimiento que no retrocede ante ninguna extravagancia, ni ante ningn cinismo.