qué se lee en el siglo xx teoría

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N° 39 | LECTURAS | 29 de noviembre de 2000 ¿Leer qué en el Siglo XXI? En busca del libro que muerda por Sandra Comino Ilustraciones de Douglas Wright (Artículo extraído, con autorización de la autora, de la Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil N° 11, editada por Fundalectura, Sección Colombiana de IBBY; Bogotá, enero-junio de 2000.) Parte 1 - Parte 2 1. Por el camino del miedo "-...Explíqueme si puede por qué todos leen. En todas las casas a donde entramos... -se interrumpe, con un gesto casi demente señala un lugar invisible, a su izquierda-. ¿Sabe lo que hay allí? Libros, miles de libros, se necesitaría un superhombre para clasificarlos, para descubrir qué les hicieron esos libros, por qué les ensuciaron la cabeza de esta manera. ¡Qué encontraron allí que les llevó a querer destruirnos la Patria!" (1) Este párrafo, que elegí para comenzar este trabajo, es un fragmento de un diálogo entre un torturador y una prisionera, secuestrada y torturada; ambos personajes de la novela El fin de la historia de la escritora argentina Liliana Heker, quien relata una de las tantas escenas que se han repetido en los años de dictadura Argentina, 1976- 1983. Los torturadores, los que impregnados de violencia arrasaban con vidas, aquellos que se creían fuertes porque tenían el poder y lo usaban impunemente, temían a los libros y les echaban a ellos la culpa de todo. Y quemaron libros. Los apilaban en sitios alejados y los hacían arder, creyendo que con eso borrarían su contenido. Tenían miedo de leerlos y tenían miedo de que se leyeran y le atribuían así un poder a las letras que ellos no tenían, aún teniendo armas.

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gran crítica literaria

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Page 1: Qué Se Lee en El Siglo Xx Teoría

N° 39 | LECTURAS | 29 de noviembre de 2000

¿Leer qué en el Siglo XXI?En busca del libro que muerda

por Sandra Comino

Ilustraciones de Douglas Wright

(Artículo extraído, con autorización de la autora, de la Revista Latinoamericana de

Literatura Infantil y Juvenil N° 11, editada por Fundalectura, Sección Colombiana de IBBY;

Bogotá, enero-junio de 2000.)

Parte 1 - Parte 2

1. Por el camino del miedo

"-...Explíqueme si puede por qué todos leen. En todas las casas a donde entramos... -se

interrumpe, con un gesto casi demente señala un lugar invisible, a su izquierda-. ¿Sabe lo

que hay allí? Libros, miles de libros, se necesitaría un superhombre para clasificarlos, para

descubrir qué les hicieron esos libros, por qué les ensuciaron la cabeza de esta manera. ¡Qué

encontraron allí que les llevó a querer destruirnos la Patria!" (1)

Este párrafo, que elegí para comenzar este trabajo, es un fragmento de un diálogo entre un

torturador y una prisionera, secuestrada y torturada; ambos personajes de la novela El fin de

la historia de la escritora argentina Liliana Heker, quien relata una de las tantas escenas que

se han repetido en los años de dictadura Argentina, 1976-1983. Los torturadores, los que

impregnados de violencia arrasaban con vidas, aquellos que se creían fuertes porque tenían

el poder y lo usaban impunemente, temían a los libros y les echaban a ellos la culpa de todo.

Y quemaron libros. Los apilaban en sitios alejados y los hacían arder, creyendo que con eso

borrarían su contenido. Tenían miedo de leerlos y tenían miedo de que se leyeran y le

atribuían así un poder a las letras que ellos no tenían, aún teniendo armas.

Durante la época del gobierno militar argentino, dentro del Ministerio de Educación había una

"Comisión de textos" que realizaba "listas de libros recomendados" y censuraba aquellos que

consideraba peligrosos. En 1978 un decreto emitido por el Ministerio de Educación y Justicia

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de la provincia de Santa Fe prohibió La torre de cubos, libro de cuentos de Laura Devetach,

por considerarlo de "ilimitada fantasía".

Por fortuna, el libro sobrevivió y no sólo ese, otros. Hicieron de todo para

exterminar la cultura; prohibieron los textos que hablaban de libertad,

ingresaron armados hasta los dientes en muchas editoriales y las

clausuraban, hicieron fogatas con las obras que consideraban peligrosas;

quisieron aniquilar la creación; sin embargo no pudieron.

El miedo a los libros no es nuevo, ni exclusivo del siglo XX. ¿O no se

decía que al Quijote de tanto leer y poco dormir se le había secado el

cerebro y por aquella razón había perdido el juicio? Será por eso que en

mi país (dice el prestigioso ensayista Cristian Ferrer), un viejo proverbio,

que sobrevive desde los años cincuenta, dice que "Los libros no muerden". Y me pregunto,

¿no muerden? Y recuerdo que de niña oí decir en el colegio: "Lean que los libros no

muerden." Y me pregunto: un cuento como La planta de Bartolo de Laura Devetach, que

asustó a quienes estaban en el poder, ¿no será que muerde?

"El buen Bartolo sembró un día un hermoso cuaderno en un macetón. Lo regó, lo puso al

calor del sol, y cuando menos lo esperaba, ¡trácate!, brotó una planta tiernita con hojas de

todos colores.

"Pronto la plantita comenzó a dar cuadernos. Eran cuadernos hermosísimos, como esos que

gustan a los chicos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas que invitaban a hacer

sumas y restas y dibujitos.

"Bartolo palmoteó siete veces de contento y dijo:

"—Ahora, ¡todos los chicos tendrán cuadernos!

"¡Pobrecitos los chicos del pueblo! Estaban tan caros los cuadernos que las mamás, en lugar

de alegrarse porque escribían mucho y los iban terminando, se enojaban y les decían:

"—¡Ya terminaste otro cuaderno! ¡Con lo que valen!

"Y los pobres chicos no sabían qué hacer.

"Bartolo salió a la calle y haciendo bocina con sus enormes manos de tierra gritó:

"—¡Chicos!, ¡tengo cuadernos, cuadernos lindos para todos! ¡El que quiera cuadernos nuevos

que venga a ver mi planta de cuadernos!" (2)

Este párrafo, como el resto del libro, les dio miedo a personas vinculadas con el poder. Y fue

sacado de circulación.

Primer motivo para pensar que los libros muerden.

2. A la sombra de las Bibliotecas

Durante el gobierno militar las bibliotecas no tuvieron desarrollo. Entonces sigo

preguntándome ¿cómo llegaba este libro a un niño? Y me asusta la respuesta: sólo si antes

lo había leído su mamá, su papá, su maestra o su bibliotecaria. Si no, no llegaba. Pero libros

como éste no llegaban. Lo hacían los recomendados, los vacíos, "los aceptados". Este modo

de selección se ha instalado en los ámbitos escolares. Tampoco hoy el libro llega solo al niño.

Éste tiene que valerse de mediadores que siguen siendo la familia, la escuela y la biblioteca.

Los llamados mediadores, cuyos principales representantes son los maestros y los

bibliotecarios se formaron, la mayoría, en la época del proceso. Vivieron el período de

sombras de las bibliotecas. Vivieron el rechazo de la fantasía considerada peligrosa. Vivieron

la censura. Y pensé en toda la teoría que habla sobre: el libro, la literatura infantil y la

promoción de la lectura. No tardé en darme cuenta de que aún en Argentina, un país inmerso

en una crisis social y económica —aunque no sea novedad porque siempre hemos estado en

crisis—, aún tenemos secuelas de la dictadura. Las familias argentinas están inmersas en

una problemática donde el libro no es precisamente un objetivo a perseguir. La cultura

consumista, el avance tecnológico, ha llegado a sectores de la sociedad entretejiéndose con

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la desocupación y falta de presupuesto. La escuela no escapa a esa realidad y mucho menos

la biblioteca.

Una biblioteca no es sólo libros. La biblioteca es una historia de lecturas, de recorridos, de

itinerarios. Aunque suene increíble hay escuelas privadas que no tienen bibliotecas. Según La

Cámara del Libro en los últimos años se utiliza menos de un libro para cada alumno en las

escuelas de la República Argentina. Entre las principales causas está la situación económica.

Hay una incipiente transformación en algunos sectores pero sin apoyo del Estado. Esa

transformación, donde se realiza, es impulsada por docentes y es lenta porque las bibliotecas

estuvieron mucho tiempo a la sombra.

Un pueblo reprimido por años, lo refleja en su literatura.

Cito a Graciela Montes que escribió:

"Aviso que éste es un cuento de miedo: trata de un pueblo, de un ogronte y de una nena. El

ogronte no tenía nombre, pero la nena, sí: algunos la llamaban Irenita, y yo la llamo a mi

modo: Irulana.

"(...) Cuando se terminó la tarde y el sol se puso rojo, la cabeza peluda del ogronte brilló más

que nunca Los dientes brillaron más todavía, y rugidos enormes sacudieron el suelo.

"Irulana tuvo miedo. Y más miedo tuvo cuando vio que el ogronte se empezaba a mover.

"—Ahora viene y se come al pueblo—, pensó Irulana.

"Y, efectivamente (no se olviden de que yo avisé que éste era un cuento de miedo): en cuanto

llegó la tarde el ogronte empezó a comerse el pueblo.

"(...) Empezó por el ferrocarril: enroscaba las vías en un dedo y después las sorbía como si

fueran tallarines.

"Masticaba las casas como si fueran turrón. Y de tanto en tanto les daba un mordisquito a dos

o tres árboles que había arrancado de raíz y que llevaba como un manojo de apio en la mano

"(...) Fue haciendo arrolladitos con las calles y se las masticó despacio. La plaza la dobló en

cuatro como un panqueque y se la comió con gusto

"(...) Y comió y comió. Se lo comió todo." (3)

Segundo motivo para pensar que los libros muerden.

3. El mundo de los libros

Los libros viven. Tienen corazón, cobran vida.

"Los libros -dice Cristian Ferrer-, disponen sus cubiertas ante el lector abriéndolas como

fauces o dejan que sus páginas restallen con rápida risita socarrona... A veces los libros se

derrumban solos de las bibliotecas, como si alguna bala perdida diera cuenta de su historia y

así abandonan la trinchera donde, lomo con lomo, libran su guerra elocuente contra el olvido.

Además, los libros suelen cambiar de lugar, o se esconden, o se pudren. Y amenazan a las

paredes con sus hongos, enfermedad venérea de los verborrágicos tratados, manuales y

novelones. En fin, los libros tienen un mundo propio y escasamente explorado, pero por el

momento bastará con proponer que los libros, además 'de morder', también suelen ser

mordidos por los lectores." (4)

Con la democracia, en 1983, se lleva a cabo en Argentina un proyecto: el Plan Nacional de

Lectura a cargo de Hebe Clementi, Directora Nacional del Libro de 1985 a 1989. Como parte

de las actividades dependientes de la Secretaría de Cultura de la Nación, movilizó a

numerosos intelectuales a llevar el libro por todo el país. En ese plan, escritores, bibliotecarios

y docentes salieron en busca de lectores perdidos. Llevaban libros en sus valijas. Libros que

muerden a las personas que se dejan morder. Esos mediadores hoy siguen trabajando pero

sin el apoyo del Estado. El plan se suspendió en 1989 cuando asumió Carlos Saúl Menem

como presidente.

La literatura en Argentina no está en crisis. Hay muy buena literatura fantástica y realista;

pero a pesar de escuchar repetidas veces en los congresos hablar de promoción de la

lectura, aún los libros siguen sin salir de algunas bibliotecas. Los maestros siguen utilizando

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el material literario con un fin utilitario. Y por quedarse en la utilización del cuento se pierden

de libros que muerden.

Es importante destacar un boom que marca una tendencia significativa en el campo de la

literatura infantil, que son los cuentos de terror. En la década del ochenta en Argentina se

desencadenó este fenómeno editorial, que dividió el repertorio en dos corrientes: literatura de

terror siniestro y terror con humor. Si tomamos lo siniestro como aquella suerte de espanto

que afecta las cosas familiares, lo que se sugiere sin mostrarse del todo, combinado con tres

elementos, soledad, silencio y oscuridad: esta literatura que surge e invade el mercado es

una literatura de terror vinculada con lo siniestro. El animismo, la magia, lo extraño son

factores que transforman lo angustioso en siniestro. Este movimiento que se insertó como

género literario no es casual. Muertes, desapariciones sin justicia poética con muchos miedos

siniestros, salieron a través de los cuentos.

Este fragmento pertenece a Socorro de Elsa Bornemann:

"Me llamo Irene Del Pino y tengo doce años. Ayer mismo antes que llegara la

policía descubrí —por casualidad— quién es el asesino de los Dubatti. Pero

él lo sabe y me amenazó diciéndome que si se me ocurre contar lo que vi, me

va a matar. Dijo también: —Estés donde estés y sea cuando fuere, si alguien

se entera de lo que presenciaste, yo me las arreglaré para matarte apenas

me delates. Y con la misma arma con que asesiné a tu amiga Andrea y al

resto de su familia: a sus padres y a su hermano Lorenzo, por si debo

recordártelo. Con esa misma arma que me sorprendiste lavando, voy a

acariciar —entonces— tu cogote.

"(...) Tengo pánico y escribo para aliviarme un poco el peso de este secreto terrorífico. Le pido

a Dios que me ayude a callar y espero que algún día se haga justicia." (5)

Cabe aclarar que Bornemann fue perseguida durante la dictadura militar.

Tercer motivo para creer que los libros muerden.

4. Bibliotecarios y editores

La dictadura dejó secuelas en diferentes ámbitos de la cultura. Voy a hablar de bibliotecarios

y editores. Y aquí me tomo el atrevimiento de contar una anécdota. Mi actividad de coordinar

talleres de lectura y escritura me ha transportado a diferentes bibliotecas de la capital y del

interior del país. Una fría tarde de invierno, llegaba yo a una biblioteca municipal de Buenos

Aires con mi bolsa de libros. Ingresé por una gran puerta de vidrio muy reluciente y vi, atrás

de un mostrador de madera antiguo, un señor con guardapolvo celeste que leía con sus

anteojos en la punta de la nariz. No levantó la vista ante mi presencia. Por ese motivo y

temerosa de entrar a un lugar tan silencioso, seguí el movimiento de la puerta para cerrarla

con mi mano izquierda mientras con mi mano derecha sostenía la bolsa de libros. Ante la

indiferencia de este entusiasmado lector, avancé con mi bolsa cuando oí un grito: —¡No

puede avanzar! ¡Deténgase!

Me quede tiesa. Sin soltar la bolsa miré hacia todos lados para ver si el grito era para mí o

para otra persona. La biblioteca tenía todos los armarios cerrados. Había tres adolescentes

leyendo que también me miraban atónitos. Las mesas limpísimas y un silencio aterrador,

como todos los silencios. Luego el señor sacándose los anteojos, cerró su libro y dijo: —No

puede ingresar con bolsas.

¡Ah, era eso! Un docente siempre lleva bolsas de libros. En ese momento no sólo comprendí

que el grito había sido para mí, sino que tomé conciencia de que a pesar de la existencia de

millones de libros que hablan sobre la promoción de la lectura, de la renovación de las

bibliotecas infantiles y la literatura infantil afianzada como género, aún existe un hueco y es el

estereotipo del rol de algunos mediadores. Esta es una secuela de tantos años de censura.

Estos mediadores que son los encargados de crear el vínculo entre la lectura y los niños,

entre el libro y el niño, y que se preguntan como hacer que los chicos lean en el siglo XXI, son

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los que aún censuran. Y se pasan la vida espantando lectores. Porque yo seguí con mi

actividad, pero un niño a esa biblioteca no vuelve.

Y pensé que debemos pelear por una formación para esos mediadores vinculada con el

placer de leer. Desacartonar las bibliotecas. ¿Cómo es posible que las bibliotecas infantiles

tengan, a un paso del 2000, estantes altos, con vitrinas y bibliotecarios que asustan?

El otro punto: los editores. Los editores, manejados por el mercado, se ven obligados a

publicar aquello que se vende y a veces deben ignorar libros que muerden. Las reglas del

mercado imponen sus gustos. Tienen que competir con los juegos electrónicos, la televisión,

con Internet y el ritmo vertiginoso del mundo globalizado.

¿Se ha perdido la magia? Por supuesto que no. Contamos con excelentes escritores. Pero

tenemos mediadores y editores censurados. Desde las editoriales los talleres invaden las

escuelas. Pero el promotor tallerista no es un especialista y no transmite el placer, lo

contamina. Y el mediador compra sólo lo que le ofrecen. La promoción desde las editoriales

llena los espacios en las escuelas "vendiendo" el material más pintoresco. El libro único

reemplaza a la diversidad de lecturas.

Hay que salir del círculo, para ello hay que hacer que los mediadores empiecen a elegir con

libertad, que puedan discriminar la buena literatura aunque la industria cultural imponga la

literatura industrial y mecánica de las series repetitivas que inundan las bibliotecas. Y pensé

que este hombre del guardapolvo celeste por más que sea muy lector no puede transmitir la

pasión por leer. Como dice Pennac: "El verbo leer no tolera el imperativo." Y eso nos está

faltando en el fin de milenio para pelear con el mundo cibernético, el consumo y la televisión:

terminar con las órdenes, con los imperativos.

Este fragmento pertenece a Graciela Cabal, del libro Secretos de familia,

donde hace una crítica a la sociedad represora con roles estereotipados y

rescata historias cotidianas con humor, que la ponen en un lugar de

defensora de la mujer y su independencia.

"En frente de mi casa vive mi novio. Se llama Cachito y tiene una madre con

una barriga grandísma de tanto comer queso.

"Cachito viene a jugar conmigo y jugamos al casamiento.

"Mi mamá me da las cortinas que estaban para lavar y yo me las pongo en la

cabeza. Cachito y yo nos casamos y nos vamos a vivir al patio. Cachito me dice que yo vaya

a trabajar al Banco, que él se queda en la casa con los chicos, (...) pone cáscaras de

zanahoria en la cacerolita, llena la mamadera con leche de verdad. Yo quiero jugar a eso y le

digo que llegué del Banco. —Todavía no tengo lista la comida —dice él. —Seguí trabajando

—. Yo no quiero. O los dos vamos al Banco o los dos nos quedamos en la casa.

"La mamá de Cachito viene a buscarlo para tomar la leche. —¡Mariquita, ya vas a ver con tu

padre! —le dice. Y se lo lleva de las orejas, eso que las tiene llenas de sabañones, pobre mi

novio." (6)

Cuarto motivo para creer que los cuentos muerden.

Sigue por aquí >

Notas

(1) Heker, Liliana. El fin de la historia. Buenos Aires, Alfaguara, 1996; pág.

100.

(2) Devetach, Laura. "La Planta de Bartolo". En La torre de cubos. Buenos

Aires, Ediciones Colihue, 1993; pág. 21.

(3) Montes, Graciela. Irulana y el ogronte. Buenos Aires, Gramón Colihue,

1995.

(4) Ferrer, Christian. Los libros no muerden. Ponencia leída en el 5° Congreso

Internacional de Literatura Infantil y Juvenil. Córdoba, CEDILIJ, 1997.

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(5) Bornemann, Elsa: Socorro. Buenos Aires, Rei, 1988. Pág. 153. Actualmente el libro está

reeditado por Editorial Alfaguara (Buenos Aires, 1994. Colección Infantil-Juvenil, serie

Naranja).

(6) Cabal, Graciela. Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 1995; pág. 44.

Sandra Comino ([email protected]) nació en Junín,

provincia de Buenos Aires, en 1964. Es escritora, docente y

coordinadora de talleres de escritura y de promoción de la lectura, e

investigadora de Literatura Infantil y Juvenil. Coordina la Biblioteca

Infantil de la Fundación El Libro de Buenos Aires. Forma parte de la

Comisión Directiva de ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y

Juvenil de Argentina), y es integrante del Consejo de Edición de la

revista La Mancha.

Así en la tierra como en el cielo (Grupo Editorial Norma), su primera

novela, fue finalista en el concurso Premio Norma-Fundalectura 1998.

La enamorada del muro (cuento), fue galardonado con el Primer

Premio del concurso "A la Orilla del Viento" 1999, del Fondo de Cultura Económica de

México.

Ejerce el periodismo y colabora en medios gráficos en crítica literaria. Ha publicado en

Cronista Comercial, A-Z diez, La Nación, Puro Cuento, Horizonte de Cultura y Planeta

Urbano, entre otros medios de Argentina y otros países.