¿qué pasó en cassinga? - granma.cu · fuente: archivo de granma y «visiones de libertad», de...

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3 SUPLEMENTO ESPECIAL Masacre de Cassinga MAYO 2018 VIERNES 4 ¿Qué pasó en Cassinga? Cuando se cumplen 40 años de los sucesos de Cassinga, el mundo no puede darse el lujo de olvidar uno de los peores actos genocidas cometidos por el régimen del apartheid en África CASSINGA A 250 kilómetros de la frontera in- ternacional al sur de Angola, en la lo- calidad de Cassinga, se estableció un campamento de refugiados de la vecina Namibia, ocupada militarmente por Sudáfrica. En la mañana del 4 de febrero de 1978, las actividades cotidianas de los cerca de 3 000 refugiados se vieron in- terrumpidas por un inesperado alud de bombas de fragmentación, fuego y me- tralla. Testigos relataron cómo los aviones sudafricanos bombardearon y dispara- ron sin piedad a los civiles, preparando el escenario para que poco después más de 500 paracaidistas fueran lanzados desde naves del tipo Hércules C-130, de fabricación norteamericana. Los primeros comandos bloquea- ron las entradas y salidas de Cassinga, mientras el resto de la tropa daba caza a los sobrevivientes, incluidos madres con sus bebés en brazos, mujeres emba- razadas, ancianos y niños. Los agresores racistas redujeron a ce- nizas la escuelita, los albergues, el alma- cén de alimentos y el policlínico, donde encontró la muerte casi todo el perso- nal médico y los pacientes que estaban hospitalizados. Durante la acción, las tropas del régi- men de Pretoria utilizaron gases tóxicos que paralizan el sistema nervioso, vio- lando las prohibiciones internacionales establecidas al respecto. Avisadas de la agresión, fuerzas cubanas acantonadas en Tchamutete, a 15 kilómetros al sur de Cassinga, sa- lieron hacia la zona del desembarco. En el avance sufrieron duros golpes aéreos que, junto a las minas, causaron varias bajas. Pero a fuerza de valentía y te- nacidad, la tropa logró aproximarse al campamento, forzando la retirada de los racistas. La Sudáfrica racista trató de justificar el abominable crimen con la supuesta existencia de un campamento guerrille- ro en Cassinga, pero tal aseveración fue desmentida por una delegación de Na- ciones Unidas que viajó al lugar y en- trevistó a los pocos sobrevivientes. Una misión del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, había estado en el lu- gar días antes del ataque, comproban- do el carácter civil del campamento de refugiados. La actuación cubana en Cassinga, que se suma a las páginas de heroísmo y so- lidaridad de la Mayor de las Antillas en África, contribuyó a salvar la vida de los refugiados heridos y de muchos sobrevi- vientes escondidos en bosques cercanos. La mayoría de los niños que esca- paron de la masacre y otros cientos de muchachos que habitaban en el sur de Angola fueron traídos a Cuba y con ellos se fundó la primera escuela de la Swapo (Organización del Pueblo de África Su- doccidental), en la Isla de la Juventud. (Redacción Internacional) Angola La prensa internacional tuvo acceso a las fosas comunes donde fueron ente- rrados los cientos de víctimas civiles de Cassinga. FOTO: ARCHIVO DE GRANMA FUENTE: ARCHIVO DE GRANMA Y «VISIONES DE LIBERTAD», DE PIERO GLEIJESES. EN CIFRAS Cerca de 3 000 personas estaban refugiados en Cassinga la mañana del ataque. 1 200 bombas antipersonales y 20 000 libras de bombas en general fueron lanzadas por los racistas sudafricanos sobre Cassinga. Unos 600 refugiados perdieron la vida y otros 350 quedaron con heridas gra- ves, la mayor parte de ellos ancianos, mujeres y niños inocentes. País agresor Régimen del apartheid Víctimas Refugiados namibios Lugar Localidad angola- na de Cassinga, al sur del país. Fecha 4 de mayo de 1978 Casi 300 de los 600 niños de edad es- colar que vivían allí fueron masacrados por las bombas, y otras decenas más perseguidos con saña. Sixto Salvador Ledea Velázquez No me da pena reconocer que temblé varias veces en medio de las ex- plosiones que levantaban columnas de tierra y arrancaban árboles y todo lo que había alrededor. Hasta llegué a pensar que no vería más a la familia, pero me sobrepuse, como lo hicieron los otros compañeros. LO DIJO: LO DIJO: LO DIJO: LO DIJO: Jesús y Sixto (de izquierda a derecha) responden con lealtad cotidiana a los compañeros caídos. FOTO: GERMÁN VELOZ ancianos y mujeres. Algunos cadáve- res tenían impactos de balas; otros, heridas de bayonetas, resultado del ensañamiento de las fuerzas sudafri- canas desembarcadas y retiradas por aire. Igualmente, encontraron mu- chos cuerpos trucidados por la metra- lla de las bombas. La caída de Alfredo Barea Franco también impactó a Sixto Salvador, integrante de otra pieza (la número 4). «Estaba de cara al suelo. Cuando lo levantamos y le quitamos el casco, vimos el impacto de un fragmento de cohete. Colocamos el cuerpo bajo un árbol que marcamos, porque debía- mos continuar. Al terminar el comba- te regresamos por el cadáver, lo envol- vimos en mi hamaca y lo dejamos en el puesto médico del Grupo Táctico, en Tchamutete. Así son las cosas en la guerra. «Casi todo el tiempo mi pieza dis- paró en movimiento contra aviones rápidos y bien armados, como los Mirage. Siempre digo que los pilo- tos conocían su oficio, seguramente porque habían estudiado nuestras tácticas de combate. Todo el tiempo intentaron interrumpir los desplaza- mientos en zigzag; trataban de calcu- lar los momentos en que cambiába- mos de rumbo. En uno de esos giros destruyeron el camión de la escuadra de mando». Sixto, satisfecho de sus 74 años de vida y de la jubilación que disfruta tras larga permanencia en el sector azucarero, tiene otras vivencias para asegurar que la jornada fue tensa desde el inicio hasta el final. Al en- trar en acción, era el único cargador de la pieza, porque el otro, en el ins- tante de la alarma, ocupó el puesto de conductor del camión, pues el en- cargado de esa responsabilidad esta- ba hospitalizado. No sabe decir con exactitud de dónde sacó la habilidad para actuar. Pero escuchándole, no hay dudas de que primaron los conocimientos y la voluntad de vivir con el honor de es- pantar el miedo. «No me da pena reconocer que temblé varias veces en medio de las explosiones que levantaban columnas de tierra y arrancaban árboles y todo lo que había alrededor. Hasta llegué a pensar que no vería más a la familia, pero me sobrepuse, como lo hicieron los otros compañeros. «A Juan Pavón Matos, jefe de la pieza, lo hirieron en uno de los mo- mentos en que bajaba del camión. Entonces Dionisio Millán, quien era el Número 1, es decir, el artillero, dijo a viva voz que asumía el mando de la dotación. Así seguimos disparando contra los aviones que atacaban casi siempre con el sol en la cola, para qui- tarnos visibilidad. Mi tarea era seguir sus movimientos, indicar la dirección de los ataques y mantener la pieza con suficientes proyectiles. «Sabíamos que los cañones debían ser cambiados cada cierto tiempo, tras cumplir un número determina- do de disparos, pero el fuego enemigo era muy intenso y no podíamos darle tregua, hasta obligarlo a la retirada». Y así fue. Jesús y Sixto solo hablan de los sucesos de Cassinga cuando se les solicita. El resto del tiempo son hombres comunes. Pero igual que una parte considerable de los com- pañeros de combate que aún resi- den en el municipio holguinero de Urbano Noris, son fieles a la tradi- ción de reunirse, cada 4 de mayo, en San Germán. En compañía de familiares de Alfredo Barea Fran- co, visitan el centro mixto escolar y el hogar de ancianos que llevan su nombre. También marchan hasta el Panteón de los caídos por la Patria, donde reposan sus restos. En esos instantes no hay palabras altisonantes. A veces no hablan. Sen- cillamente reina el silencio, contén de las emociones de la epopeya interna- cionalista en suelo africano.

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3SUPLEMENTO ESPECIALMasacre de Cassinga

MAYO 2018VIERNES 4

¿Qué pasó en Cassinga?Cuando se cumplen 40 años de los sucesos de Cassinga, el mundo no puede darse el lujo de olvidar uno de los peores actos genocidas cometidos por el régimen del apartheid en África

CASSINGA

A 250 kilómetros de la frontera in-ternacional al sur de Angola, en la lo-calidad de Cassinga, se estableció un campamento de refugiados de la vecina Namibia, ocupada militarmente por Sudáfrica.

En la mañana del 4 de febrero de 1978, las actividades cotidianas de los cerca de 3 000 refugiados se vieron in-terrumpidas por un inesperado alud de bombas de fragmentación, fuego y me-tralla.

Testigos relataron cómo los aviones sudafricanos bombardearon y dispara-ron sin piedad a los civiles, preparando el escenario para que poco después más de 500 paracaidistas fueran lanzados desde naves del tipo Hércules C-130, de fabricación norteamericana.

Los primeros comandos bloquea-ron las entradas y salidas de Cassinga, mientras el resto de la tropa daba caza a los sobrevivientes, incluidos madres con sus bebés en brazos, mujeres emba-razadas, ancianos y niños.

Los agresores racistas redujeron a ce-nizas la escuelita, los albergues, el alma-cén de alimentos y el policlínico, donde encontró la muerte casi todo el perso-nal médico y los pacientes que estaban hospitalizados.

Durante la acción, las tropas del régi-men de Pretoria utilizaron gases tóxicos que paralizan el sistema nervioso, vio-lando las prohibiciones internacionales establecidas al respecto.

Avisadas de la agresión, fuerzas cubanas acantonadas en Tchamutete, a 15 kilómetros al sur de Cassinga, sa-lieron hacia la zona del desembarco. En el avance sufrieron duros golpes aéreos que, junto a las minas, causaron varias bajas. Pero a fuerza de valentía y te-nacidad, la tropa logró aproximarse al campamento, forzando la retirada de los racistas.

La Sudáfrica racista trató de justificar el abominable crimen con la supuesta existencia de un campamento guerrille-ro en Cassinga, pero tal aseveración fue desmentida por una delegación de Na-ciones Unidas que viajó al lugar y en-trevistó a los pocos sobrevivientes. Una misión del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, había estado en el lu-gar días antes del ataque, comproban-do el carácter civil del campamento de refugiados.

La actuación cubana en Cassinga, que se suma a las páginas de heroísmo y so-lidaridad de la Mayor de las Antillas en África, contribuyó a salvar la vida de los refugiados heridos y de muchos sobrevi-vientes escondidos en bosques cercanos.

La mayoría de los niños que esca-paron de la masacre y otros cientos de muchachos que habitaban en el sur de Angola fueron traídos a Cuba y con ellos se fundó la primera escuela de la Swapo (Organización del Pueblo de África Su-doccidental), en la Isla de la Juventud. (Redacción Internacional)

Angola

La prensa internacional tuvo acceso a

las fosas comunes donde fueron ente-

rrados los cientos de víctimas civiles de

Cassinga. FOTO: ARCHIVO DE GRANMA

FUENTE: ARCHIVO DE GRANMA Y «VISIONES DE LIBERTAD», DE PIERO GLEIJESES.

EN CIFRAS

Cerca de 3 000 personas estaban refugiados en Cassinga la mañana del ataque.

1 200 bombas antipersonales y 20 000 libras de bombas en general fueron lanzadas por los racistas sudafricanos sobre Cassinga.

Unos 600 refugiados perdieron la vida y otros 350 quedaron con heridas gra-ves, la mayor parte de ellos ancianos, mujeres y niños inocentes.

País agresorRégimen del apartheid

VíctimasRefugiados namibios

Lugar Localidad angola-na de Cassinga, al sur del país.

Fecha4 de mayo de 1978 Casi 300 de los 600 niños de edad es-

colar que vivían allí fueron masacrados por las bombas, y otras decenas más perseguidos con saña.

Sixto Salvador Ledea Velázquez

No me da pena reconocer que temblé varias veces en medio de las ex-plosiones que levantaban columnas de tierra y arrancaban árboles y todo lo que había alrededor. Hasta llegué a pensar que no vería más a la familia, pero me sobrepuse, como lo hicieron los otros compañeros.

LO DIJO:LO DIJO:LO DIJO:LO DIJO:

Jesús y Sixto (de izquierda a derecha) responden con lealtad cotidiana a los compañeros caídos.

FOTO: GERMÁN VELOZ

ancianos y mujeres. Algunos cadáve-res tenían impactos de balas; otros, heridas de bayonetas, resultado del ensañamiento de las fuerzas sudafri-canas desembarcadas y retiradas por aire. Igualmente, encontraron mu-chos cuerpos trucidados por la metra-lla de las bombas.

La caída de Alfredo Barea Franco también impactó a Sixto Salvador, integrante de otra pieza (la número 4). «Estaba de cara al suelo. Cuando lo levantamos y le quitamos el casco, vimos el impacto de un fragmento de cohete. Colocamos el cuerpo bajo un árbol que marcamos, porque debía-mos continuar. Al terminar el comba-te regresamos por el cadáver, lo envol-vimos en mi hamaca y lo dejamos en el puesto médico del Grupo Táctico, en Tchamutete. Así son las cosas en la guerra.

«Casi todo el tiempo mi pieza dis-paró en movimiento contra aviones rápidos y bien armados, como los Mirage. Siempre digo que los pilo-tos conocían su oficio, seguramente porque habían estudiado nuestras tácticas de combate. Todo el tiempo intentaron interrumpir los desplaza-mientos en zigzag; trataban de calcu-lar los momentos en que cambiába-mos de rumbo. En uno de esos giros destruyeron el camión de la escuadra de mando».

Sixto, satisfecho de sus 74 años de vida y de la jubilación que disfruta tras larga permanencia en el sector azucarero, tiene otras vivencias para asegurar que la jornada fue tensa desde el inicio hasta el final. Al en-trar en acción, era el único cargador de la pieza, porque el otro, en el ins-tante de la alarma, ocupó el puesto de conductor del camión, pues el en-cargado de esa responsabilidad esta-ba hospitalizado.

No sabe decir con exactitud de dónde sacó la habilidad para actuar. Pero escuchándole, no hay dudas de que primaron los conocimientos y la

voluntad de vivir con el honor de es-pantar el miedo.

«No me da pena reconocer que temblé varias veces en medio de las explosiones que levantaban columnas de tierra y arrancaban árboles y todo lo que había alrededor. Hasta llegué a pensar que no vería más a la familia, pero me sobrepuse, como lo hicieron los otros compañeros.

«A Juan Pavón Matos, jefe de la pieza, lo hirieron en uno de los mo-mentos en que bajaba del camión. Entonces Dionisio Millán, quien era el Número 1, es decir, el artillero, dijo a viva voz que asumía el mando de la dotación. Así seguimos disparando contra los aviones que atacaban casi siempre con el sol en la cola, para qui-tarnos visibilidad. Mi tarea era seguir sus movimientos, indicar la dirección de los ataques y mantener la pieza con suficientes proyectiles.

«Sabíamos que los cañones debían ser cambiados cada cierto tiempo, tras cumplir un número determina-do de disparos, pero el fuego enemigo era muy intenso y no podíamos darle tregua, hasta obligarlo a la retirada». Y así fue.

Jesús y Sixto solo hablan de los sucesos de Cassinga cuando se les solicita. El resto del tiempo son hombres comunes. Pero igual que una parte considerable de los com-pañeros de combate que aún resi-den en el municipio holguinero de Urbano Noris, son fieles a la tradi-ción de reunirse, cada 4 de mayo, en San Germán. En compañía de familiares de Alfredo Barea Fran-co, visitan el centro mixto escolar y el hogar de ancianos que llevan su nombre. También marchan hasta el Panteón de los caídos por la Patria, donde reposan sus restos.

En esos instantes no hay palabras altisonantes. A veces no hablan. Sen-cillamente reina el silencio, contén de las emociones de la epopeya interna-cionalista en suelo africano.