qué difícil es ser virtuoso

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Profesores cucufatos: Es difícil ser virtuoso Nunca pensé que nuestra facultad de educación estaría llena de alumnos y profesores con alto grado de cucufatería, muy propensos a juzgar negativamente las actitudes y comportamientos, relacionados con la búsqueda de placer, satisfacción personal y de emociones intensas; como si fuesen situaciones prohibidas para el ser humano. Ponen al extremo esa frasecilla popular tan repetida como errada: el maestro educa con el ejemplo; errada porque asume que la persona que se interrelaciona con el docente es un recipiente vacio y asume que el profesor debe ser una santidad y no un humano; olvidándonos lo que Freire remarcó enfáticamente: el maestro debe ser sanamente loco y locamente sano para trasformar a sus alumnos . Naturalmente somos imperfectos, lo sabemos; si a eso le añadimos la imperfección de un mundo que es una invitación al mal, por desigual e injusto, nos daremos cuenta, más temprano que tarde, de lo difícil de encarar semejante empresa: la de ser una persona virtuosa. En la búsqueda de una vida que se ajuste al deber ser , nos esperan muchas dificultades y angustias, muchas tentaciones , dirían los puritanos. Pero, no es tan fácil contestarse la pregunta: ¿qué es la virtud? Los filósofos han dado muchas definiciones. Una muy conocida, y que me gusta mucho, es la de Aristóteles cuando asevera que la virtud es el justo medio entre dos extremos, ambos negativos: uno por defecto, y el otro por exceso. Saber reconocer el justo medio en cada acción que hacemos sería producto del sentido común que, junto a la sabiduría - conocimiento teorético aplicado a la parte práctica de la vida-, vendrían a ser las principales características del hombre virtuoso. Así, el hombre virtuoso es aquel que, aplicando el sentido común y la sabiduría, sabe encontrar el equilibrio en cada acción que realiza; conduciéndose, después de mucha práctica, a la virtud. Si la búsqueda de una vida virtuosa involucra afrontar muchas problemas, no debemos confundirnos y pensar que vivir virtuosamente tiene que ser necesariamente algo ingrato o triste. Buscar la virtud no implica renunciar al placer material cual personas ermitañas que desdeñan aquellas cosas y acciones, que nos suministran una vida material más cómoda y placentera. No implica rechazar el placer de una caricia de la persona a quien amamos, ni la ocasional embriaguez con nuestros amigos con quienes, entre copas y recuerdos, consolidamos esa especial relación que nos hace crecer como seres humanos. Ni significa alejarnos de una ocasional juerga que nos devuelva, aunque sea por efímeros momentos, a la niñez perdida. Creo que significa, como dijo Aristóteles, encontrar el balance perfecto entre una vida buena y una buena vida. Hallar ese balance sólo se consigue a través de la sabiduría que es, como señalé antes, la aplicación del saber teórico a la vida práctica. De ahí que la figura del sabio es la de aquél que, con total lucidez y de manera recreativa, vive una vida ejemplar a la vez que acepta el placer de una vida material que, al fin de cuentas, es la única que se posee. Esto lo habían entendido los pensadores antiguos, pues, a diferencia del cristianismo, no separaban lo bueno moralmente hablando - de lo placentero. Y es que la bondad no excluye el placer. No tiene porque hacerlo, pues el placer no es malo en sí mismo. Al contrario, el placer también nos hace mas fuertes y nos ayuda a alcanzar la plenitud de nuestro ser. El problema no está en el placer en sí mismo, sino en hacer de él, el único fin de nuestra existencia, olvidando que existen otras dimensiones de la realidad humana que es necesario cultivar para ser mejores seres humanos.

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Profesores cucufatos: Es difícil ser virtuoso

Nunca pensé que nuestra facultad de educación estaría llena de alumnos y profesores con alto grado de

cucufatería, muy propensos a juzgar negativamente las actitudes y comportamientos, relacionados con la

búsqueda de placer, satisfacción personal y de emociones intensas; como si fuesen situaciones prohibidas

para el ser humano. Ponen al extremo esa frasecilla popular tan repetida como errada: el maestro educacon el ejemplo; errada porque asume que la persona que se interrelaciona con el docente es un recipiente

vacio y asume que el profesor debe ser una santidad y no un humano; olvidándonos lo que Freire remarcó

enfáticamente: el maestro debe ser sanamente loco y locamente sano para trasformar a sus alumnos.

Naturalmente somos imperfectos, lo sabemos; si a eso le añadimos la imperfección de un mundo que es

una invitación al mal, por desigual e injusto, nos daremos cuenta, más temprano que tarde, de lo difícil de

encarar semejante empresa: la de ser una persona virtuosa. En la búsqueda de una vida que se ajuste al

deber ser, nos esperan muchas dificultades y angustias, muchas tentaciones, dirían los puritanos. Pero,

no es tan fácil contestarse la pregunta: ¿qué es la virtud? Los filósofos han dado muchas definiciones. Una

muy conocida, y que me gusta mucho, es la de Aristóteles cuando asevera que la virtud es el justo medio

entre dos extremos, ambos negativos: uno por defecto, y el otro por exceso. Saber reconocer el justo

medio en cada acción que hacemos sería producto del sentido común que, junto a la sabiduría -

conocimiento teorético aplicado a la parte práctica de la vida-, vendrían a

ser las principales características del hombre virtuoso. Así, el hombre

virtuoso es aquel que, aplicando el sentido común y la sabiduría, sabe

encontrar el equilibrio en cada acción que realiza; conduciéndose,

después de mucha práctica, a la virtud.

Si la búsqueda de una vida virtuosa involucra afrontar muchas

problemas, no debemos confundirnos y pensar que vivir virtuosamente

tiene que ser necesariamente algo ingrato o triste. Buscar la virtud no

implica renunciar al placer material cual personas ermitañas que

desdeñan aquellas cosas y acciones, que nos suministran una vida

material más cómoda y placentera. No implica rechazar el placer de una caricia de la persona a quien

amamos, ni la ocasional embriaguez con nuestros amigos con quienes, entre copas y recuerdos,

consolidamos esa especial relación que nos hace crecer como seres humanos. Ni significa alejarnos de una

ocasional juerga que nos devuelva, aunque sea por efímeros momentos, a la niñez perdida. Creo que

significa, como dijo Aristóteles, encontrar el balance perfecto entre una vida buena y una buena vida.

Hallar ese balance sólo se consigue a través de la sabiduría que es, como señalé antes, la aplicación del

saber teórico a la vida práctica. De ahí que la figura del sabio es la de aquél que, con total lucidez y demanera recreativa, vive una vida ejemplar a la vez que acepta el placer de una vida material que, al fin de

cuentas, es la única que se posee. Esto lo habían entendido los pensadores antiguos, pues, a diferencia del

cristianismo, no separaban lo bueno moralmente hablando - de lo placentero. Y es que la bondad no

excluye el placer. No tiene porque hacerlo, pues el placer no es malo en sí mismo. Al contrario, el placer

también nos hace mas fuertes y nos ayuda a alcanzar la plenitud de nuestro ser. El problema no está en el

placer en sí mismo, sino en hacer de él, el único fin de nuestra existencia, olvidando que existen otras

dimensiones de la realidad humana que es necesario cultivar para ser mejores seres humanos.

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De hecho, la virtud debe llevarnos a una vida buena pero también a una buena vida, en el sentido de

asumir, con alegría, una existencia algo absurda, pero que debe ser vivida con intensidad y pasión en cada

momento. Esto no implica, como lo han querido ver algunos moralistas de domingo, acarrear una vida

egoísta y sin escrúpulos donde todo vale, en tanto me traiga beneficios. Lo que significa es un compromiso

con el otro en la búsqueda de una vida plena y solidaria, que nos haga más dignos. Significa, construir un

mundo más justo, más humano.

Ahora bien, ¿por qué debemos tener una vida virtuosa? ¿Por qué debemos buscar la virtud? ¿Por qué es

mejor ser virtuoso que no serlo? Simplemente porque la virtud nos hace superiores, nos realza, nos hace

solidarios y nos hermana en un común sentimiento de fraternidad más allá de una trasnochada

moralidad que únicamente aflora en los momentos de angustia o en los arrebatos de sentimentalismo

barato. La virtud no la obtenemos por medio de sermones de iglesia ni de moralinas. En la búsqueda y

encuentro de la virtud participa la razón. Claro que los sentimientos son necesarios y apreciables, pero si

nos regimos solamente por ellos podemos fallar el camino y no alcanzar una verdadera vida virtuosa. Por

eso la razón juega un papel importante en esta búsqueda (discúlpeme maestro Nietzsche).

No hay que pensar, que para llevar una vida plena de virtudtengamos que seguir una religión determinada, como si sólo a

través de ésta pudiéramos alcanzarla; ya que la virtud pertenece

a la Ética más que a la religión. Desde Kant, quedó demostrado

que la moral no viene de la religión, porque una verdadera

moral debe ser autónoma; sino que es la religión y la creencia en

Dios quienes derivan de una atención moral y no al revés. Es la

moral, la que da soporte a la idea de Dios. Con Kant, se abrió el

camino para reconocer que la moralidad del ser humano y una

existencia virtuosa no necesitan de una fundamentación

religiosa. De hecho, hay personas no creyentes que llevan una

vida más ejemplar y solidaria, que muchos que se dicen

creyentes y se consideran mejor que los demás cada vez que se golpean el pecho.

Buscar una vida virtuosa no tiene que reducirse a una creencia o práctica religiosa, o que únicamente los

creyentes pueden algún día encontrar la virtud. Ninguna religión es propietaria de la virtud. Entender la

importancia de llevar una vida virtuosa, pasa más bien por la filosofía. Esta nos ayuda a entender, a través

de la crítica y la reflexión, la importancia que para nosotros, los seres humanos, tiene la búsqueda

permanente de la virtud. No importa si nunca alcanzamos plenamente a ser virtuosos, debemos siempre

vivir como si ello fuese posible, debemos ir siempre tras la virtud; haciendo uso de nuestra libertad ya que

sin ella tampoco habría virtud. Dejemos la cucufatería, los prejuicios, las habladurías y empecemos a ser

educadores de verdad. Aquellos, que en vez de juzgar por juzgar, empiecen a analizar las causas de los

comportamientos que son extraños para nosotros; con tolerancia y respeto, porque somos seres humanos

diferentes, imperfectos y educables.

Vladimir Reyes Figueroa

Facultad De Educación

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