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Página 450 de 826 El Geoísmo busca alternativas para paliar los graves problemas mundiales, entre los que destaca el incremento del calentamiento de la atmósfera que, al menos en gran medida, es de origen antrópico. Una muestra de este calentamiento es el retroceso de la mayoría de los glaciares del Planeta, que tendrá consecuencias perjudiciales para muchas Sociedades que dependen de sus recursos hídricos, además de suponer una pérdida de patrimonio natural y de un potencial atractivo turístico.

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El Geoísmo busca alternativas para paliar los graves problemas mundiales, entre los que destaca el incremento del calentamiento de la atmósfera que, al menos en gran medida, es de origen antrópico. Una muestra de este calentamiento es el retroceso de la mayoría de los glaciares del Planeta, que tendrá consecuencias perjudiciales para muchas Sociedades que dependen de sus recursos hídricos, además de suponer una pérdida de patrimonio natural y de un potencial atractivo turístico.

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VII.- EL CAMBIO CLIMÁTICO, IMPACTOS Y OPCIONES DE MITIGACIÓN

ROSA CAÑADA TORRECILLA1

1.- INTRODUCCIÓN

El clima es uno de los elementos más complejos del sistema natural, de una parte,

por la enorme cantidad de variables que interactúan en su configuración y, de otra,

porque algunas de esas variables son las, todavía, peor conocidas del sistema natural. Es

el resultado de las interacciones entre una serie de subsistemas, como la atmósfera,

hidrosfera, criosfera, litosfera y biosfera, y está gobernado por la energía procedente del

Sol. Esos subsistemas interactúan entre sí, intercambiando entre ellos masa, energía y

movimiento. Cada uno presenta un tiempo de respuesta diferente ante una misma

perturbación o forzamiento, lo que produce desequilibrios en el interior del sistema que

generan trasvases de calor entre los diversos componentes y las distintas latitudes, hasta

1 Rosa Cañada –[email protected]– es profesora titular de Geografía Física en el Departamento de Geografía de la Universidad Autónoma de Madrid.

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conseguir que el sistema climático esté de nuevo en equilibrio. Por lo tanto, el sistema

climático se encuentra en equilibrio dinámico, de manera permanente.

La consecución de ese equilibrio no se produce de modo inmediato, porque los

distintos componentes tienen tiempos de respuesta diferentes ante las anomalías; la

atmósfera tiene un tiempo de respuesta muy rápido ante cualquier alteración, sin

embargo, en los océanos, los movimientos son muy lentos, aunque menos que en la

litosfera. Además, las relaciones entre los subsistemas no son lineales, sino complejos

bucles de realimentación, unas veces positivos, que tenderían a ampliar las anomalías, y

otras negativos, que contrarrestarían esas anomalías, y serían los que garantizarían el

equilibrio del sistema.

El sistema climático tiene una estabilidad en movimiento, una estabilidad global,

que se consigue a partir de una gran variabilidad temporal y con continuas anomalías. Se

hablaría de cambio climático cuando la variación en alguno de sus componentes fuera lo

suficientemente importante como para alterar su equilibrio, dando lugar a un equilibrio

nuevo, tras un período de transición entre ambos.

¿Cómo se sabe cuándo una anomalía en uno de los componentes es lo

suficientemente importante como para alterar el equilibrio integral del mismo? Todavía

no se puede contestar a esa pregunta con exactitud. Sería necesario conocer con más

precisión cómo funciona el sistema climático, con sus flujos entre los bucles de

realimentación y los tiempos de respuesta de los distintos componentes, para poder

elaborar modelos de simulación que posibiliten una predicción más rigurosa y altamente

fiable de los climas futuros, sobre todo a largo plazo.

En el momento actual, se asiste a una alteración del sistema climático, producida

por una acumulación de gases de efecto invernadero a un ritmo muy rápido como

consecuencia de las actividades humanas, que, a su vez, lleva a un aumento de

temperatura, lo que puede provocar una alteración en el resto de las variables que

configuran el sistema climático, como, por ejemplo, cambio en las temperaturas del

océano, en la circulación de vientos, en las corrientes marinas, fenómenos

meteorológicos extremos, etc. Todo ello genera una gran incertidumbre y una gran

preocupación sobre qué va a pasar a corto, medio y largo plazo.

Independientemente de cómo responda el sistema a estas alteraciones, y de que las

previsiones sean más o menos catastrofistas, como la realizada por Lovelock en su

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último libro “The revenge of Gaia”2, donde anuncia una inminente catástrofe ambiental,

parece indudable que hay suficientes datos para que se deban tomar medidas urgentes

internacionales para limitar las emisiones de gases invernadero a corto plazo.

Igualmente, hay que actuar para que el Hombre y las especies se vayan adaptando a las

nuevas condiciones. La adopción de esas medidas por parte de los países entraña

bastantes dificultades, ya que subyacen intereses y costes económicos detrás de las

negociaciones, pero hay que abordarlas, y requiere la cooperación de toda la comunidad

científica mundial.

La preocupación por el medio ambiente y el clima es muy antigua. La alerta ante la

evolución del clima se declara de forma contundente a finales de los años setenta del

pasado siglo, con el establecimiento del Programa Mundial de Investigación

Atmosférica. Sin embargo, con anterioridad, en 1972, se celebró la Conferencia de las

Naciones Unidas sobre Medio Ambiente, donde se emprendieron actividades para

mejorar la comprensión de las causas naturales y artificiales de un posible cambio

climático. En 1979, se convocó la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima,

patrocinada por la Organización Meteorológica Mundial, el Programa de las Naciones

Unidas para el medio Ambiente y el Consejo Internacional de Uniones Científicas. El

mundo científico entró en una etapa de actividad intensa con estudios sobre el terreno,

análisis, experimentos y modelizaciones. Esta operación se complementó con el

Programa Internacional Geosfera-Biosfera, que supuso el reforzamiento de la

investigación en el campo de la química, bioquímica, ecología y biología.

En 1985 el papel del dióxido de carbono y sus impactos asociados saltó del campo

científico al social, canalizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio

Ambiente (PNUMA).

Una nueva etapa en la globalización de las investigaciones y de las propuestas

resultantes comenzó en 1988, bajo el mando de la Organización Meteorológica Mundial

y del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. A petición de los siete

países más ricos del mundo –Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña,

Italia y Japón– se creó el Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), en

español, Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, cuyo objetivo

era realizar informes periódicos, para asesorar a los estados sobre los cambios climáticos, 2 Información extraída de El País del 7-05-2006, donde Rosa Montero realiza una entrevista a Lovelock, autor de la hipótesis Gaia, según la cual la Tierra sería capaz de autorregularse. En su último libro, “La venganza de Gaia” anuncia que es demasiado tarde para tomar medidas que frenen la inminente catástrofe ambiental que tendrá lugar antes de finales de este siglo.

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sus causas y consecuencias; elaborar previsiones para el futuro y formular estrategias

para mitigar los efectos del mismo.

El primer informe del IPCC (1990) sirvió de base para las deliberaciones de la

Segunda Conferencia Mundial del Clima, celebrada en Ginebra en 1990, en la cual se

reconoció la necesidad de lograr un acuerdo marco internacional sobre cambio climático.

El 21 de diciembre de 1990, la Resolución 45/212 de Naciones Unidas creaba un

Comité Intergubernamental de Negociación con el mandato de elaborar una Convención

Marco sobre el Cambio Climático. Tras varias sesiones, quedó elaborada en mayo de

1992 y fue ratificada por 155 países, en la Conferencia de Medio Ambiente y Desarrollo

de Río de Janeiro de 1992, conocida como la cumbre de la Tierra. La Convención entró

en vigor en 1994 y, continuamente, está siendo ratificada por más estados. Actualmente,

la han firmado 186 países (MINISTERIO de MEDIO AMBIENTE, 2004, 1).

El artículo 2 de la Convención establece que el objetivo último de la misma es

“lograr la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la

atmósfera a un nivel que impida interferencias antropogénicas peligrosas en el sistema

climático. Ese nivel se debería lograr en un plazo suficiente para permitir que los

ecosistemas se adapten, naturalmente, al cambio climático, asegurar que la producción

de alimentos no se vea amenazada, y permitir que el desarrollo económico prosiga de

manera sostenible”. La Convención no especifica cuáles deberían ser los niveles de

concentración, ni en qué plazo de tiempo se deben alcanzar (CMNUCC).

Los compromisos que deben asumir todas las Partes se recogen en el artículo 4 de

la Convención, siendo los más significativos “la elaboración y publicación de todos los

gases de efecto invernadero no controlados por el Protocolo de Montreal, la elaboración

y aplicación de programas nacionales de medidas para la mitigación del cambio

climático y la comunicación a la Conferencia de las Partes de la información relativa a la

aplicación de la Convención”. En el seno de la Tercera Conferencia de las Partes se

aprobó el Protocolo de Kioto, el 11 de diciembre de 1997, que desarrolla y dota de

contenido concreto las prescripciones genéricas de la Convención. Es un instrumento

legal que establece un compromiso específico de reducción de emisiones de

determinados gases de efecto invernadero para los principales países desarrollados y con

economías de transición, y un sistema de permisos de emisión negociables. Se asume el

compromiso de reducir, individual o conjuntamente, durante el quinquenio 2008-2012, al

menos un 5% de las emisiones antropogénicas de los seis gases objeto de control,

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respecto de las emisiones del año base, que es 1990, salvo para los gases fluorados que

es 1995.

Por último, en la XI Conferencia de las Partes de la Convención Marco de

Naciones Unidas sobre Cambio Climático y en la primera Conferencia de los Miembros

del Protocolo de Kioto, celebradas en diciembre de 2005 en Montreal, los países

firmantes del Protocolo de Kioto han acordado iniciar negociaciones para futuras

reducciones de gases contaminantes más allá de 2012, fecha en la que expira el tratado

actual. Se crea un grupo de trabajo especial para asegurar que las negociaciones de la

segunda fase del Protocolo, que se sitúa entre 2013-2017, concluyan cuanto antes. Por

otra parte, se acuerda iniciar un proceso de diálogo entre todos los países, incluidos

Estados Unidos y países en vías desarrollo, sobre formas de cooperación a largo plazo en

la lucha contra el calentamiento global, abarcando desarrollo sostenible, adaptación,

tecnología y mercado. De los avances se dará cuenta en 2006 y 2007.

En el capítulo cinco se desarrollarán con más detalle el Protocolo de Kioto, los

mecanismos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y las medidas

para reducir el calentamiento global. Pero, antes se hace una revisión del estado del

clima a nivel global en el momento actual, así como del clima futuro y de los posibles

impactos del cambio climático.

2.- CAMBIOS ACTUALES EN EL CLIMA A NIVEL GLOBAL

2.1.- La temperatura

Con los datos suministrados por Gran Bretaña –Centro Hadley y la Unidad de

Investigación Climática de la Universidad de East Anglia– y por Estados Unidos –Centro

Nacional de Datos Climáticos– ha sido elaborado uno de los últimos informes sobre el

estado del clima a nivel global (LEVINSON, D. H., 2005). Según este estudio, la

temperatura media mundial de la superficie ha aumentado 0,6 ºC durante el siglo XX.

Destacan dos períodos de calentamiento distintos, de 1910 a 1945, y de 1976 a la

actualidad (Figura 1).

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Las pautas regionales del calentamiento muestran tres periodos temporales

diferentes. De 1976 a 2005, el calentamiento ha sido casi mundial, pero, los mayores

aumentos se han producido en latitudes medias y altas de los continentes del hemisferio

norte. El calentamiento de 1910 a 1945 tuvo lugar en el Atlántico norte, en la parte norte

del continente americano y en Europa occidental. Sin embargo, de 1946 a 1975 se

produjo un enfriamiento en el Atlántico norte, así como en todo el hemisferio norte, y un

calentamiento en gran parte del hemisferio sur.

El contenido de calor de los océanos ha aumentado considerablemente desde

finales de los años cincuenta, sobre todo, en las capas más superficiales. Si bien, este

incremento en la superficie del suelo ha sido la mitad del experimentado por la

temperatura del aire.

El período más cálido desde que existen datos instrumentales se ha producido

desde 1995 a 2005, con la excepción de 1996 (Tabla 1). El año más cálido, a nivel

global, desde 1861, ha sido 1998, con una anomalía3 de 0,54 ºC, que está relacionada con

el fenómeno El Niño, de 1997 a 1998 (JONES, P. y MOBERG, A., 2003), seguido por los 3 En este texto, anomalía es la diferencia de la temperatura de cada año respecto a la media del período de referencia 1961-1990, dividida por la desviación típica. Al ser un valor estandarizado, los años con anomalías positivas, son los que están por encima de la media del período de referencia, los que tienen valores negativos están por debajo, y el valor 0 es cuando no hay diferencia entre el valor del año y la media del período de referencia.

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años 2002, 2003, 2005 y 2004 (PARKER, D.; KENNEDY, J. y HARDWICK, J., 2004). El

calentamiento es más elevado en el hemisferio norte que en el hemisferio sur.

A nivel global, las temperaturas mínimas han aumentado mucho más que las

temperaturas máximas, en todas las estaciones y en ambos hemisferios (EASTERLING,

D.R. et al, 2000). Entre 1950 y 1993 la tendencia global ha sido de 0,2 ºC por década,

para las mínimas, y 0,1 ºC por década, para las máximas. Esto ha alargado la estación sin

heladas en regiones de latitudes medias y altas (HOUGHTON, J.T. et al., 2001).

El mayor calentamiento se ha producido en las regiones polares del hemisferio

norte, con 0,38 ºC por década, mientras que las regiones polares del hemisferio sur se

han enfriado -0,13 ºC por década (CHRISTY, J.R. y NORRIS, W.B., 2004). Sin embargo,

un estudio sobre la Antártida pone de manifiesto la gran complejidad del clima de ese

continente en los últimos 50 años. Mientras que hay estaciones que tienen tendencia

hacia el calentamiento, otras muestran tendencia hacia el enfriamiento. Además,

comparando el período 1961-1990 con 1971-2000, la tendencia hacia el calentamiento

fue mayor en el primer período que en el segundo (TURNER, J. et al., 2005).

Los datos proporcionados desde 1979 por globos y satélites muestran que el

calentamiento en los 8 primeros km de la troposfera ha sido de 0,05 ºC ± 0,10 ºC, por

decenio, mientras que la temperatura de la superficie ha aumentado en 0,15 ºC ± 0,05 ºC,

por decenio. Esta diferencia según el IPCC es estadísticamente significativa, pero, las

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causas de estas tendencias distintas no estaban totalmente aclaradas en el momento en

que se publica el informe (HOUGHTON, J.T. et al., 2001). Sin embargo, en una reciente

investigación se plantea que ese menor incremento de la temperatura de la media

troposfera comparada con la de superficie puede ser causado por la medida parcial de las

temperaturas de la estratosfera, cuya tendencia al enfriamiento es conocida. Los

científicos desarrollan un método cuyo objetivo es eliminar la influencia de la

estratosfera en los registros de temperatura de la media troposfera efectuados por los

satélites (FU, Q. et al., 2004). Con el nuevo ajuste, las tendencias de la media troposfera

se acercan mucho más a las de superficie, pues fluctúan entre 0,11 ºC y 0,19 ºC.

La estratosfera, por su parte, muestra un considerable enfriamiento, salpicado,

puntualmente, por intensos episodios de calentamiento debido a erupciones volcánicas.

El enfriamiento es consecuencia de la disminución del ozono en la baja estratosfera. El

incremento de temperatura de 1982 se debe a la erupción de El Chichón, en Méjico, y el

de 1991 al Pinatubo, en Islas Filipinas (Figura 2).

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A partir del análisis de datos indirectos, o fuentes proxy4, se ha intentado

reconstruir la temperatura global de cada hemisferio en el último milenio, aunque las

realizadas para el hemisferio sur tienen un menor grado de confianza por lo espaciado de

los registros existentes. La reconstrucción de la temperatura anual para el hemisferio

norte realizada por M.E., MANN, R.S., BRADLEY. y M.K., HUGHES (1998, 1999) muestra

el siglo XX como el más cálido de los últimos 600 años y el año 1998 como el más

cálido del último milenio. Los factores que explican este comportamiento, en opinión de

los autores citados, se derivan de la interactuación de las variaciones del sol, erupciones

volcánicas y de los aumentos, inducidos por el Hombre, de gases de efecto invernadero.

Investigaciones posteriores (MANN, M.E. y JONES, P., 2003; JONES, P. y MANN, M.E.,

2004) siguen apoyando que el calentamiento de finales del siglo XX en el hemisferio

norte y, probablemente, a nivel global no tiene precedentes en los últimos 2000 años, y

que, además, de explicarse por variaciones naturales como la Oscilación del Atlántico

Norte y El Niño/Oscilación Sur, que han sido más anómalas desde finales del siglo XX,

se debe, sin duda, a actividades humanas.

En el último milenio se han producido dos grandes eventos climáticos, un Período

Cálido Medieval, aproximadamente desde el 800 hasta el 1300 de la era cristiana, y un

período mucho más frío con temperaturas muy bajas, sobre todo, en el siglo XVII

(MOBERG, A. et al., 2005), que corresponde a la Pequeña Edad del Hielo, relacionada

con el mínimo de Maunder5. Las discrepancias se producen en si las temperaturas del

Periodo Cálido Medieval fueron más altas que las de finales del siglo XX. La versión de

MANN et al. (1998, 1999), adoptada por el IPCC y explicada anteriormente, queda

reflejada en el famoso gráfico “Palo de Hockey”, donde se muestran 900 años de relativa

estabilidad de la temperatura en el mundo –el mango del palo– seguido de una abrupta

subida –la curva del palo– durante el siglo XX. Por el contrario S. MCINTYRE, y R.

MCKITRICK (2003, 2004a, 2004b, 2005), con la misma base de datos utilizada por MANN

y colaboradores, corregida y actualizada, dan una versión que contradice la promovida

por el IPCC. Según estos autores, el siglo XX ya no es el más cálido del último milenio,

sino que fue más cálido el Período Medieval. Numerosos estudios en diferentes regiones,

en sintonía con los resultados de MCINTYRE y MCKITRICK, revelan la existencia de una 4 Proxy designa las fuentes de información paleoclimáticas, principalmente, anillos de crecimiento de los árboles, testigos de hielo, polen fósil, sedimentos lacustres y oceánicos, corales y datos históricos. 5 Mínimo de Maunder es el nombre que se le da al período entre 1640 y 1715, en el que se produce un mínimo de manchas solares. Maunder fue el astrónomo que relacionó las bajas temperaturas que existieron en Europa en esas fechas con la baja actividad solar. El mínimo de Maunder coincide con la parte más fría de la Pequeña Edad de Hielo.

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temperatura mucho más alta que la actual, en diversos sitios, en el pasado, sobre todo

desde finales del siglo XIV hasta principios del siglo XV, época en la que el “Palo de

Hockey” de MANN et al., no muestra ni la más mínima señal de temperaturas elevadas

(IDSO, S. et al., 2005). El hecho de que esta época fuera más cálida que el presente, con

unos niveles de concentración de CO2 de 100 ppm menos que la actual, hace pensar a

estos autores que lo que ha provocado ese calentamiento podría ser causante del

calentamiento actual, y quitan responsabilidad al incremento del CO2. MCINTYRE y

MCKITRICK (2005) señalan “que los responsables del calentamiento actual son los

cambios en la actividad solar y su ciclos. Los registros a largo plazo de los ciclos solares

indican que, tanto la Pequeña Edad de Hielo como el Período Cálido Medieval,

estuvieron estrechamente correlacionados con la actividad solar y que la emisión de

energía del sol se ha estado incrementando durante el ligero calentamiento de 0,6º C de

los últimos 100 años. Si mucho antes de que las emisiones de gases de efecto

invernadero producidas por el Hombre se volvieran significativas, las temperaturas eran

considerablemente más altas que las actuales, hay pocos motivos para pensar que las

temperaturas de hoy sean algo antinatural, y, por lo tanto, el dióxido de carbono no es un

gas tan responsable como pretende el IPCC, y que una duplicación de sus

concentraciones –de 370 a 650 ppm– podría llevar a un efecto invernadero desbocado, y

provocar catástrofes en la Tierra”.

Al margen de la polémica entre los que consideran que el calentamiento de finales

del siglo XX se debe al incremento de los gases de efecto invernadero o a la actividad

solar, hay que tener en cuenta que la Tierra se puede estar calentando por una variedad

de causas, y que una de ellas, sobre la que cabe actuar, son las emisiones de

determinados gases de efecto invernadero, que se han visto incrementadas desde época

preindustrial. Sus causas están asociadas de forma más destacada, en los países

desarrollados, a la producción de energía, a la producción industrial y al transporte, y en

los países subdesarrollados, al cambio en los usos del suelo por la quema de masas

boscosas para su transformación en tierras de cultivo o pastizales. Aunque el

calentamiento se debiese básicamente a la actividad solar, en cualquier caso se vería

reforzado por la concentración de gases de efecto invernadero. La más mínima prudencia

aconseja intervenir para disminuir el problema al máximo posible.

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2.2.- La precipitación y la humedad

Es muy probable6 que las precipitaciones hayan aumentado de 0,5 a 1%, por

decenio, en el siglo XX en la mayoría de las latitudes medias y altas de los continentes

del hemisferio norte, sobre todo en Canadá, Estados Unidos, norte de Europa y gran

parte de Rusia; en los países del sur de Europa ribereños del mediterráneo la

precipitación ha disminuido. Es probable que la lluvia haya aumentado de 0,2 a 0,3%,

por decenio, en las regiones tropicales –10º N a 10º S– (Figura 3), India, oeste de

Méjico, noreste de Brasil y este de África. Es probable que haya disminuido en un 0,3%,

por decenio, en gran parte de las zonas subtropicales –10º N a 30º N– del hemisferio

norte durante el siglo XX, sobre todo en África, lo que está teniendo graves

repercusiones en las zonas más delicadas, como el Sahel. En las mismas latitudes del

hemisferio sur se han observado grandes diferencias regionales: mientras que en amplias

zonas de Australia y Argentina la precipitación ha aumentado de manera significativa, ha

disminuido en el suroeste de Australia, Chile y sur de África. En las latitudes medias y

altas del hemisferio norte es probable que, en la segunda mitad del siglo XX, haya

habido un aumento del 2 al 4% en la frecuencia de las precipitaciones fuertes, y un

incremento de la nubosidad del 2% (HOUGHTON, J.T. et al., 2001, 4).

6 En este texto para indicar cálculos de confianza basados en apreciaciones se utilizarán las siguientes expresiones: prácticamente seguro –más del 99% de probabilidades de que el resultado sea verdad–; muy probable –90 a 99% de probabilidades–; probable –66 a 90% de probabilidades–; probabilidad media –33 a 66 % de probabilidades–; improbable –10 a 33% de probabilidades– y muy improbable –1 a 10% de probabilidades.

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La precipitación está sometida a una gran variabilidad interanual, sobre todo en la

última década, desde 1995 al 2004, con anomalías positivas los años húmedos y

negativas los años secos (LEVINSON, D.H. et al., 2005). El año 2004 presentó una

anomalía positiva, excediendo la precipitación 10,7 mm por encima de la del promedio

1961-1990, pero, los tres años anteriores constituyen un periodo seco que se inició en

2001 (Figura 4).

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2.3.- La extensión de la capa de nieve y hielo

Existe una reducción de la capa de nieve y hielo terrestre en relación con el

aumento de las temperaturas en la superficie terrestre. Hay múltiples pruebas del

retroceso de los glaciares de montaña en todos los continentes. En Europa, los glaciares

actuales han experimentado una constante pérdida de masa a lo largo del siglo XX,

iniciándose el proceso en la segunda mitad del siglo XIX, tras la Pequeña Edad de Hielo

(GROVE, J. M., 2004; LE ROY LADURIE, E., 2004). Para los glaciares alpinos de reducido

tamaño, la pérdida en longitud es mínima, con retroceso de menos de 400 metros; sin

embargo, en los glaciares de mayor tamaño, con lenguas de más de 10 km, los hielos han

retrocedido más de 1 km, con significativos cambios en los paisajes en las montañas del

mundo (SERRANO, E., 2005). En la Península Ibérica se ha constatado la desaparición de

glaciares en Picos de Europa y Sierra Nevada. Sobre los Pirineos existe abundante

documentación que muestra tanto el retroceso como la desaparición de algunos glaciares.

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Por ejemplo, el glaciar de Monte Perdido ha retrocedido 750 metros y su masa ha

disminuido un 81% entre 1905 y la actualidad (SERRANO, E., 2005). En los Pirineos han

desaparecido 17 glaciares durante los años 80 (MARTÍNEZ DE PISÓN, E. y ARENILLAS, M.,

1988). Lo mismo sucede con glaciares de los Andes, como, por ejemplo el glaciar Quori

Kalis, –Perú–, que retrocede 30,5 metros por año; o los glaciares de Bolivia, que

registraron una pérdida de más del 60% de su nieve permanente entre 1998 y 2001,

siendo la consecuencia más inmediata la pérdida de las reservas de agua de algunas

poblaciones urbanas, como Lima, La Paz y Potosí (VELÁZQUEZ DE CASTRO, F., 2005).

Investigadores chinos han confirmado el deshielo en los glaciares del monte Everest,

tanto en su lado tibetano como en el nepalí.

Igualmente, ha habido una disminución de dos semanas en la duración de la

cubierta de hielo sobre ríos y lagos en latitudes medias y altas del hemisferio norte. Se ha

constatado un inicio anticipado del deshielo en primavera en las zonas del norte de

Alaska y Siberia.

Los registros de temperatura del permafrost muestran una tendencia significativa

hacia el calentamiento en los últimos 30 años, con un incremento que oscila entre 0,6º y

2,8 ºC respecto al promedio. Este fenómeno se ha producido en Alaska (OSTERKAMP, T.

E., 2003; ROMANOVSKY, V. y OSTERKAMP, T. E.,2001; ROMANOVSKY, V. et al., 2002),

en Canadá (SMITH, S. et al., 2003; COUTURE, R. et al., 2003), en Groenlandia

(TONIAZZO, T. et al., 2004), en Noruega (ISAKSEN, K. et al., 2001), en Rusia

(ROMANOVSKY, V. et al., 2001; OBERMAN, N. y MAZHITOVA, C., 2001), y en Asia

(MARCHENKO, S., 2002; SHARKHUU, N., 2003). El incremento de temperatura implica un

cambio en las condiciones físicas de la capa superficial y del subsuelo y, en definitiva,

una pérdida de estabilidad de los sistemas ártico y subártico. En algunas zonas, como en

el noreste de Siberia la temperatura del permafrost ya ha llegado a alcanzar los cero

grados, y en otras, el deshielo ya ha comenzado (FEDOROV, A., 1996; OSTERKAMP, T.E.

et al., 2000; JORGENSON, M.T. et al., 2001; FEDOROV, A. y KONSTANTINOV, P., 2003;

GAVRILIEV, P.P. y EFREMOV, P.V., 2003), lo que implica impactos sobre las

infraestructuras, el ciclo del carbono, bosques y recursos hidrológicos.

Los datos suministrados por satélite desde 1978 hasta 2005 han puesto de

manifiesto que existe una disminución del 8%, por década, de la banquisa de hielo en el

hemisferio norte. La tasa de retroceso de hielo en el Ártico, durante el verano del 2005,

fue la más alta desde que existen datos de satélites (STROEVE, J. et al., 2005). Esta

disminución se puede explicar por la acción combinada del calentamiento global

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–consecuencia del aumento de gases de efecto invernadero– y de un patrón de

variabilidad natural propia de estas latitudes, la Oscilación Ártica –modelo de

circulación atmosférica entre latitudes polares y medias que se basa en la potencia del

vórtice polar. Entre las décadas de 1980 y 1990, la oscilación cambió a fases positivas, lo

que significa la llegada al ártico de aire cálido, con un aumento consiguiente de la

temperatura media y una reducción del hielo marino. Este calentamiento es de magnitud

similar al observado durante la década de 1930, pero, mientras que en 1930 era un

fenómeno ártico, debido a un intercambio de aire con las latitudes más bajas que, a su

vez, se enfriaron, los aumentos recientes forman parte de una tendencia hemisférica

(OVERLAND, J. E. y WANG, M., 2005). MEIER, W. et al. (2005) consideran que con

cuatro años consecutivos de retroceso del hielo, las cifras indican una tendencia a la baja

más que una corta anomalía.

También hay que tener en cuenta que, de todos los océanos, el Ártico es el que más

está influido por la escorrentía fluvial, aunque el aporte de agua dulce es estacional. Los

flujos son más bajos en invierno, cuando los ríos están helados y la precipitación en la

cuenca del Ártico es en forma de nieve. La fusión de la primavera origina un rápido

aumento de la escorrentía. Se ha descubierto que la escorrentía fluvial al Ártico desde el

continente euroasiático ha aumentado un 7% entre 1936 y 1999 (PETERSON, B. J. et al.,

2002). Gran parte de ese aumento se produjo en invierno, lo que refleja temperaturas

invernales más cálidas en la mayoría de las regiones de Siberia. Lo que más sorprende es

que, mientras al oeste se corresponde con un aumento de la precipitación, en el este la

precipitación ha disminuido. El incremento de escorrentía en el este sugiere un aumento

del deshielo del permafrost y la consiguiente liberación de agua, lo que originaría

cambios en el paisaje que podrían amplificar el calentamiento climático inicial (CHAD,

D., 2005).

Todo el comportamiento del sistema ártico indica que estamos ante un bucle de

retroalimentación positivo que amplifica los impactos. La subida de temperatura

aumenta el deshielo, con lo que existe menos superficie ocupada por el hielo y se refleja

en menor medida la radiación solar. Esto, a su vez, provoca una subida de temperaturas y

el aumento del deshielo.

No existe ninguna tendencia significativa sobre la extensión de hielo marino en el

hemisferio antártico. Después de una reducción a mediados de los setenta, la extensión

de hielo marino en el Antártico se ha mantenido estable, o incluso ha aumentado

ligeramente (HOUGHTON, J.T. et al., 2001, HUYBRECHTS, P., 2004). Sin embargo,

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científicos del British Antarctic Survey (BAS) afirman que, en los últimos años, los

glaciares antárticos han disminuido su espesor según prueban las medidas realizadas por

ellos en el glaciar Isla de los Pinos y Thwaites, en el Mar de Amundsen –Antártida

occidental. En el año 2002, una gigantesca masa de hielo de la plataforma Larsen B se

desprendió y se fracturó en miles de pequeños “icebergs”, y, desde entonces, se ha

acelerado la pérdida de hielo de la plataforma Larsen, facilitando la salida de los

glaciares al océano (SCAMBOS, T.A. et al., 2004).

2.4.- El nivel del mar

Según los datos aportados por los mareógrafos, el ritmo de aumento del nivel

medio del mar en todo el mundo durante el siglo XX ha variado entre 1 y 2 mm/año,

siendo mayor el ritmo medio de aumento durante el siglo XX que durante el siglo XIX.

Se debe tener en cuenta la incertidumbre de los datos, en parte porque los mareógrafos

registran tanto los cambios en el nivel del mar como los movimientos verticales de tierra,

y en parte, porque los mareógrafos no están uniformemente distribuidos. Las zonas

cubiertas son principalmente Norteamérica, Europa y Japón (BRAITHWAITE, R.J. y

RAPER, S. C., 2002).

Las observaciones realizadas desde 1993 por satélites –Topex/Poseidón y el

altímetro Jason– muestran una tasa significativamente más alta que la registrada por los

mareógrafos, con incrementos de 2,8 ± 0,4 mm por año, aunque no está claro si esa tasa

refleja un cambio a largo plazo o indica una variabilidad interdecenal (MILLER, L. y

DOUGLAS, B. C., 2004; CHURCH, J. A. et al., 2004; HOLGATE, S. J. y WOODWORTH, P. L.,

2004; WHITE, N. J. et al., 2005). Aunque la tendencia media global sea ascendente, las

variaciones mm/año durante el período 1993-2005 parecen haber sido muy diferentes en

las diversas regiones del planeta (LEULIETTE, E. W. et al., 2004, HUYBRECHTS, P. et al.,

2004).

Respecto a los cambios previos al período de registro instrumental, cabe destacar

que, desde la última glaciación, hace 20.000 años, el nivel del mar en lugares alejados de

las actuales y antiguas capas de hielo, ha subido más de 120 m como resultado de las

transferencias de agua de las capas de hielo a los océanos (CHURCH, J.A. et al., 2001). En

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respuesta a esas transferencias, entre otros factores, todavía se están produciendo

movimientos verticales en las zonas terrestres, tanto ascendentes como descendentes.

En la elevación del nivel del mar hay que tener en cuenta múltiples factores, como

la expansión térmica de los océanos y la fusión de los glaciares continentales

–Groenlandia, Alaska y Patagonia– causados ambos fenómenos por el incremento de la

temperatura media global. Estos cambios funcionan en unas escalas temporales de

decenios o de siglos. Sin embargo, hay otros factores, como los procesos tectónicos, que

provocan cambios en el nivel del mar en escalas temporales de millones de años. La

distribución geográfica del cambio en el nivel del mar es resultado de la variación

geográfica de la expansión térmica, los cambios en la salinidad, los vientos y la

circulación de los océanos. En escalas temporales estacional, interanual y decenal, el

nivel del mar responde a cambios en la dinámica de la atmósfera y el océano.

Según B. M. DYURGEROV (2005) la contribución de los glaciares al ascenso del

nivel del mar ha sido de 0,53 mm/año, desde 1961 hasta 2003, (Figura 5), lo que

representa una importante fracción de la subida total, que, según el autor, es de 1,5±0,5

mm/año (CHURCH, J. A. et al., 2001).

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Incluso, procesos como la extracción de agua subterránea, la construcción de

embalses o cambios en la escorrentía superficial pueden llegar a compensar la subida del

nivel del mar ocasionada por la expansión térmica y la fusión de los glaciares

(HOUGHTON, J. T., 2001).

2.5.- La circulación atmosférica y oceánica

Las variaciones que se experimentan en la circulación de los océanos en su

interacción con la circulación atmosférica influyen en el comportamiento del campo de

presiones superficiales y, por lo tanto, en los fenómenos del tiempo.

Desde mediados de los años setenta son más frecuentes los fenómenos de El Niño

y Oscilación Sur7 (ENSO) en su fase cálida que en su fase fría, lo que ha producido

variaciones de precipitación y de temperatura en gran parte de las zonas tropicales y

subtropicales del globo (DÍAZ, H.F. y MARKGRAF, V., 2000; RIBERA, P. y MANN, M.E.,

2003). Si se comparan las figuras 6 y 7, se verá que existe una clara correspondencia

entre las fases negativas del Índice de Oscilación Sur –IOS– y las anomalías positivas en

las temperaturas del Océano Pacífico, que indican unas temperaturas anormalmente

cálidas, típicas de episodios de El Niño. Las anomalías se calculan con respecto al

período 1970-2001. Es probable, según el IPCC, que el efecto general de esta anomalía

climática haya sido una pequeña contribución al aumento de las temperaturas mundiales

durante los últimos decenios. Por el contrario, las fases positivas del IOS se relacionan

con temperaturas anormalmente frías en el Pacífico, típicas de episodios de La Niña o de

fases neutrales, como el episodio del 2000-2001 (Figuras 6 y 7) (ALEXANDER, M. A. et

al., 2002). La presencia de El Niño desencadena una serie de impactos negativos, como

lluvias intensas en la costa norte de Perú, deficiencia de lluvias en el altiplano, migración

7 ENSO son los acrónimos con los que se conoce al fenómeno de El Niño y la Oscilación Sur. La Oscilación Sur es un índice –IOS– que mide la diferencia de presión a nivel del mar entre Darwin –130º E– y Tahití –150º W–, es decir, entre el este y el oeste del Pacífico tropical. Un valor negativo del índice representa valores de presión por debajo de lo normal en Tahití y por encima de lo normal en Darwin y desencadena un aumento generalizado de la temperatura de la superficie del mar en gran parte del sector oriental y central del Pacífico, con la llegada a estos sectores de una invasión de aguas cálidas que se conoce como El Niño. Un valor positivo del índice representa una presión alta en Pacífico oriental y baja presión en el Pacífico occidental, con la presencia de una corriente de aguas frías a lo largo de la costa tropical pacífica, la corriente de Humboldt. Si la temperatura superficial del agua del mar, en esta parte de la zona costera de Suramérica, es más fría de lo normal, se estaría ante el fenómeno de La Niña.

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y profundización de peces de agua fría, incremento de plagas y enfermedades en ciertos

cultivos, y una alteración de ecosistemas marinos y costeros.

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Además, en la cuenca del Pacífico se observa una variabilidad climática, a veces

decenal, y otras, multidecenal, asociada a la oscilación decenal y multidecenal en dicho

océano. El Índice de la Presión a nivel del mar del Pacífico Norte8 mide la diferencia de

presión a nivel del mar, en un área comprendida entre 30º N - 65º N y 160º E y 140º W,

ocupada por la baja presión de las Aleutianas. Este índice presenta extensos períodos de

dos o tres décadas de duración, con valores predominante positivos –1900 a 1924 y 1947

a 1976–, que indican un debilitamiento de la baja presión de las Aleutianas, o negativos,

–1925 a 1946 y 1977 a 2003–, con la baja de Aleutianas reforzada, junto con

fluctuaciones interdecenales asociadas con las fases de transición de 1925, 1947 y 1977

(Figura 8). Se han propuesto múltiples hipótesis para explicar las causas de estas

fluctuaciones, en las cuales juegan un gran papel las interacciones entre el océano y la

8 El North Pacific SLP Index (NPI) es el índice que mide el grado de robustez de la Baja Presión de las Aleutianas, expresado en anomalías de la presión a nivel del mar en el período desde diciembre a marzo, promediado sobre el Pacífico norte. En la figura 8, junto con la evolución de este índice desde 1900 a 2003, para facilitar su interpretación, se representa su valor suavizado con medias móviles de siete años.

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atmósfera del norte del Pacífico y las teleconexiones9 atmosféricas con el mundo tropical

y subtropical del mismo océano y del Índico (HOERLING, M. P. et al., 2000; DESER, A. et

al., 2004).

La Oscilación del Atlántico Norte10 (NAO) está relacionada con la intensidad de

los vientos del oeste sobre el Atlántico y Eurasia extratropical. Desde los años setenta, el

índice de la NAO durante el invierno ha estado con frecuencia en una fase positiva que

aporta vientos del oeste más fuertes, que se correlacionan con el calentamiento de la

estación fría en Eurasia (Figura 9) (HURREL, J. W. et al., 2003, 2004). Además, los

científicos creen que la NAO forma parte de una oscilación ártica atmosférica de mayor

escala que afecta a gran parte del hemisferio norte extratropical (OVERLAND, J.E. et al.,

2004; OVERLAND, J.E. y WANG, M., 2005; QUADRELLI, R. y WALLACE, J. M., 2002).

9 Teleconexiones son los efectos que un fenómeno meteorológico produce a miles de km de distancia de donde tiene lugar. Por ejemplo, la aparición de El Niño en la zona tropical del Pacífico oriental, altera los patrones de circulación general de la atmósfera y del océano, cambiando las condiciones climáticas de todo el planeta producto de las teleconexiones del fenómeno. 10 La NAO se define como la diferencia de presión a nivel del mar entre estaciones situadas cerca de los centros de acción de Islandia y las Azores. La estación del norte es invariablemente Stykkisholmur mientras que en el sur se recurre a la de Ponta Delgada –Azores–, Lisboa o Gibraltar. La NAO tiene notables efectos sobre las condiciones meteorológicas y el clima en el Atlántico norte y los continentes que lo rodean.

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También ha habido una fase positiva acrecentada durante los últimos 15 años con vientos

del oeste más fuertes en los océanos meridionales, que corresponde a la oscilación

antártica (CARVALHO, L. M. et al., 2004).

2.6.- La variabilidad del clima y los episodios climáticos extremos

En general, es probable que en muchas zonas de las latitudes medias y altas,

principalmente en el hemisferio norte, el aumento de precipitaciones totales corresponda

a episodios de precipitaciones intensas y extremas –aquellas que están en los percentiles

diez, inferiores y superiores.

En algunas regiones, como, por ejemplo, en partes de Asia y de África, se ha

observado un aumento de las sequías en los últimos decenios.

Desde 1950 es muy probable que haya habido una reducción de la frecuencia de

las temperaturas medias muy inferiores a la normal y un menor aumento en la frecuencia

de temperaturas muy superiores a la normal.

Desde 1990 se ha duplicado el número de huracanes de las categorías de fuerte

intensidad, aunque ha disminuido el número total (WEBSTER, P. J. et al., 2005). El

aumento de huracanes de las categorías más destructivas se ha producido en el Índico y

en todo el Pacífico, mientras que en el Atlántico norte ha aumentado el número de

huracanes de menor intensidad. Si bien, aunque no sea una muestra representativa,

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durante la temporada de huracanes de 2004 se registraron 14 tormentas tropicales, de las

que nueve alcanzaron la intensidad de huracán. Numerosos estudios apuntan la posible

relación entre el aumento de la frecuencia e intensidad de los huracanes con el

calentamiento global; WEBSTER et al. (2005) señalan que podría haber una relación entre

la actividad de los huracanes y la temperatura de la superficie del mar. Se sabe que para

que se forme un ciclón tropical, son requeridas temperaturas en el mar por encima de los

26 ºC, que son las que producen inestabilidad en la baja atmósfera, junto con una fuerte

cizalladura en los vientos atmosféricos, es decir, cambios en la fuerza y en la dirección

del viento con la altura. Hecho generalmente asociado al fenómeno El Niño/Oscilación

Sur.

Algunos estudios (GOLDENBERG, J. B. et al., 2001) afirman que no hay evidencias

del incremento, a largo plazo, en las medidas de la actividad de los huracanes en el

Atlántico tropical a pesar del calentamiento global en curso. Por el contrario, los estudios

que se centran en las tendencias de las tormentas con categorías más altas y vientos

máximos, sugieren un incremento de la intensidad de estas tormentas. K. EMANUEL

(2005) ha encontrado una relación positiva entre el índice de disipación de la energía de

las tormentas y la temperatura de la superficie del mar. A medida que ha aumentado la

temperatura de la superficie del mar, lo ha hecho el poder destructivo de los huracanes.

Para algunos científicos, el incremento de la temperatura de la superficie del mar

forma parte de un ciclo natural que se llama Oscilación Multidecadal del Atlántico11.

EMANUEL (op. cit.), por el contrario, argumenta contra esta hipótesis, y concluye que el

alza de las temperaturas de la superficie del mar de la última década no tiene precedentes

y es resultado del calentamiento global.

Los modelos que contemplan la Oscilación Multidecadal en el Atlántico sugieren

una fluctuación de la temperatura de la superficie del mar de 0,4 ºC desde la fase más

fría a la fase más cálida. Por el contrario, los modelos que se basan en cuantificar la

contribución de los gases de efecto invernadero muestran un calentamiento global entre

0,2º y 0,5 ºC. El calentamiento observado lo más probable es que sea resultado de un

efecto combinado del ciclo natural y de forzamiento antropogénico. Se sabe que la

Oscilación Multidecadal del Atlántico ha estado en fases cálidas en las últimas dos o tres

11 Son los ciclos naturales a que se ven sometidas las temperaturas superficiales del Atlántico norte. Cuando las temperaturas del mar aumentan, la circulación termohalina es más fuerte, la vaguada ecuatorial del Atlántico central asociada a la Zona de Convergencia Intertropical se intensifica, y esto propicia condiciones más favorables para el desarrollo de huracanes intensos en el Atlántico norte.

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décadas y que el calentamiento global por causas antropogénicas se está produciendo

durante todo el siglo XX (RAHMSTORF, S. et al., 2005).

2.7.- Los gases de efecto invernadero, partículas en suspensión y actividad solar

Analizar la evolución de los gases de efecto invernadero, de los aerosoles, así

como la actividad solar, es clave para comprender el clima del pasado y del futuro.

Todos ellos pueden alterar el balance de radiación de la Tierra y, por tanto, el clima.

Desde el inicio de la revolución industrial las emisiones de los principales gases de

efecto invernadero no han dejado de crecer. El dióxido de carbono –CO2– es el gas que

más contribuye al efecto invernadero, y por lo tanto al calentamiento global, seguido, de

lejos, por el metano –CH4–, los halocarbonos y el óxido nitroso –N2O– (Figura 10).

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En el caso del CO2 la mayoría de las emisiones son debidas a la quema de

combustibles fósiles y a la deforestación, con un aumento de un 30% desde 1750 (Figura

11). La concentración que más ha aumentado es la del metano, con un 150% durante el

mismo período. Procede sobre todo de las actividades humanas –agricultura, ganadería,

actividades de gas natural y vertederos–, aunque también de fuentes naturales, por

ejemplo, de los humedales. La concentración de óxido nitroso ha aumentado un 17%

desde 1750, siendo sus principales fuentes emisoras los procesos de combustión y el

empleo de fertilizantes nitrogenados en la agricultura. Los halocarbonos compuestos de

origen exclusivamente humano, que, a la vez, que gases de efecto invernadero son

destructores de la capa de ozono, han disminuido en respuesta a la reducción de

emisiones, en virtud del Protocolo de Montreal, firmado a finales de 1987, aunque hay

que tener en cuenta que algunos clorofluorocarbonos o CFC tienen un tiempo de

residencia en la atmósfera de varias décadas, por lo que sus efectos perniciosos seguirán

notándose todavía muchos años más. Por otra parte, los sustitutos de los CFC, los

hidroclorofluorocarbonos y los hidroflurocarbonos están aumentando; estos gases no

destruyen el ozono estratosférico, pero, provocan efecto invernadero, si bien su

contribución al calentamiento es, por ahora, muy baja (IPCC/GETE, 2005).

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El ozono –O3–, que en la estratosfera se comporta como un gas de efecto

invernadero, ha disminuido su concentración desde 1979 a 2000, provocando una

tendencia hacia el enfriamiento. Los modelos predicen una tendencia hacia el

calentamiento a medida que la capa de ozono se recupere en el futuro por los efectos del

Protocolo de Montreal. Por el contrario, el ozono troposférico, contaminante secundario

de la combustión, ha aumentado su concentración, sobre todo, en las grandes áreas

urbanas en época estival. Hecho que se ha demostrado en la ciudad de Madrid en verano

(CAÑADA, R., 2004, a y b). Se estima su aumento en un 35% desde época preindustrial.

Los aerosoles –pequeñas partículas y gotitas en suspensión en el aire–, que

proceden tanto de fuentes naturales –tormentas de polvo, actividad volcánica– como

antropógenas –combustión de origen fósil y de biomasa–, influyen de modo significativo

sobre el balance de radiación entre la tierra y la atmósfera. Sus concentraciones han

aumentado en los últimos años debido a un incremento de las emisiones antropógenas.

Se localizan mayoritariamente en la troposfera inferior, aunque su efecto radiativo

depende de su distribución vertical. La mayoría de aerosoles experimentan cambios

químicos y físicos mientras están en la atmósfera, en cuestión de una semana suelen ser

eliminados por las precipitaciones, y se redistribuyen de modo muy heterogéneo en la

troposfera. Su poder radiativo depende también del tamaño de la partícula, de la

composición química y de diversos aspectos del ciclo hidrológico. Por todo ello, es

difícil obtener estimaciones exactas de sus efectos.

Las partículas de azufre, los aerosoles procedentes de la combustión de la biomasa

y las partículas procedentes de los combustibles fósiles tienen un efecto refrigerador, al

impedir la llegada de radiación solar, aunque, estas estimaciones son bastantes inciertas

(LOMBORG, B., 2003, 374). Por el contrario, los aerosoles procedentes del carbono negro

derivado de los combustibles fósiles tienen efecto de calentamiento. Según el IPCC el

efecto de la creciente cantidad de aerosoles sobre la radiación es complejo y todavía no

se conoce bien (HOUGHTON, J. T. et al., 2001).

En cuanto a los efectos combinados de la variación solar y de la actividad

volcánica en el balance de radiación, y, por lo tanto, en el calentamiento observado,

parece que han sido negativos, según datos aportados por los satélites desde los años 70

(HOUGHTON, J. T. et al., 2001, 9).

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3.- EL CLIMA FUTURO. LOS ESCENARIOS CLIMÁTICOS

Para hablar del clima futuro, las únicas herramientas de que se dispone son los

modelos numéricos que simulan las respuestas del clima a distintos escenarios futuros

de emisiones de los gases de efecto invernadero. Cuanto mejor conozcamos los procesos

–físicos, geofísicos, químicos y biológicos– que rigen el sistema climático, mejor se

simulará la evolución futura del clima. Esos procesos son los que determinan la

variabilidad natural del sistema climático y su respuesta ante el aumento de la

concentración de gases de efecto invernadero.

En la simulación climática hay mecanismos que todavía plantean problemas, como

son el poder refrigerante de las partículas, el aporte del vapor de agua y el manejo de las

nubes. En lo que se refiere a los aerosoles, el informe del IPCC afirma que su efecto

sobre la radiación es complejo y que el nivel de conocimiento científico sobre sus efectos

es bajo, o muy bajo. En algunos casos tienen poder refrigerante –partículas de azufre,

biomasa– y en otros, un efecto de calentamiento –carbón negro.

La presencia de vapor de agua depende directamente de la temperatura, a medida

que una masa de aire se calienta, se evapora más agua y ese vapor atrapa cada vez más

calor. Esta retroalimentación depende principalmente de la temperatura de las capas

bajas de la troposfera donde se almacena el 90% del vapor de agua. Sin embargo,

mientras que los modelos predicen un aumento de la temperatura de la troposfera tan

rápido o más que en la superficie, los datos obtenidos por satélites y sondeos no

muestran ninguna tendencia, lo que significaría mucha menos retroalimentación por agua

y una estimación del calentamiento menor del que indican algunos modelos (HOUGHTON,

J. T. et al., 2001).

Las nubes también generan bastante incertidumbre en las proyecciones del clima

futuro, debido a sus interacciones con la radiación solar y terrestre. Éstas pueden enfriar

o calentar dependiendo de su altura, espesor, de la distribución del vapor de agua, y de la

presencia de aerosoles. Mientras que las nubes altas y de poco espesor calientan la

atmósfera, las nubes bajas la enfrían. Esto significa que las predicciones de temperatura

que realizan los modelos pueden variar de forma considerable (Idem, 2001).

El Informe especial del IPCC sobre escenarios de emisiones (IE-EE, 2000;

NAKICENOVIC, N. et al., 2000) llegó a establecer 40 escenarios que terminaban en 2100,

en los que se tuvieron en cuenta tres factores clave: el crecimiento económico, la

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evolución demográfica y el tipo de consumo energético. De cara a una mayor

comprensión, estos escenarios se simplificaron en cuatro familias (A1, A2, B1 y B2).

Los escenarios centrados en el desarrollo económico se denominaron A y los

preocupados por el medio ambiente y el desarrollo sostenible se denominaron B. El 1

indica una orientación global y el 2 un enfoque regional y local. Dentro del escenario A1

se diferenciaron tres escenarios, en función de las fuentes de energía utilizadas. El A1FI

caracterizado por el empleo intensivo de combustibles fósiles–carbón y petróleo–; el

A1B apostaría por un empleo equilibrado de fuentes de energía fósiles y no fósiles y el

A1T, que utilizaría energías no fósiles (IE-EE, 2000).

3.1.- Proyecciones de cambios futuros en los gases de efecto invernadero y aerosoles

En la figura 12 se muestran las emisiones antropógenas de los tres gases de efecto

invernadero más importantes –CO2, CH4, y N2O– junto con las emisiones de dióxido de

azufre en los seis escenarios IE-EE. También se muestra el escenario IS92a

–correspondiente al segundo Informe del IPCC–con el objeto de hacer comparaciones.

Entre los factores que determinan las emisiones de CO2 a la atmósfera están el

consumo total de energía y el porcentaje de energía procedente de combustibles fósiles.

El primer factor depende, entre otros elementos, de cuánto podemos producir por unidad

energética; todos los escenarios predicen un aumento de eficacia energética, pero, con

tasas muy diferentes. Mientras que el A2 predice una ligera mejora a lo largo del siglo

XXI, el B1 asume un alto nivel de mejora. Según B. LOMBORG (2003, 394), la magnitud

de la mejora depende en gran parte del precio de la energía; si la energía es barata, habrá

pocos incentivos para mejorar su eficacia, mientras que una energía cara aceleraría las

mejoras en eficacia.

El otro factor determinante para las emisiones de CO2 es el uso de combustibles

fósiles frente al de energías renovables. Todos los escenarios prevén un incremento

porcentual de las energías renovables (Figura 13). No obstante el A2 y el A1FI sólo

muestran un ligero aumento, mientras que el A1T llegaría a tener un 80% de energía

procedente de fuentes renovables, seguido por el A1B y el B2. Por esta razón, dichos

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escenarios ven reducidas sus emisiones a partir de mediados de siglo, llegando en 2100 a

cifras inferiores a las de 199012.

Destaca el bajo nivel de emisiones de dióxido de azufre de los seis escenarios IE-

EE (2000) comparados con el IS92a (Figura 12). Las razones son la puesta en marcha de

cambios estructurales en el sistema de energía y la preocupación por la contaminación

del aire en el ámbito local y regional.

12 Las diferencias observadas en el porcentaje de energías renovables se deben a que proceden de estudios de seis equipos de simulaciones muy distintos, con inconsistencias y problemas de definición tanto en la energía total como en la inclusión de energías renovables en los distintos escenarios.

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La mayoría de los modelos asumen que las energías renovables –solar y eólica–

serán más competitivas como consecuencia de su bajada de precios frente al aumento

imparable de los precios del petróleo y gas, si bien, el aumento de la eficacia de los

combustibles fósiles tal vez podría permitir reducir algo el coste de utilización de esta

energía. Por lo tanto, el paso de combustibles fósiles a renovables dependerá entre otros

factores de si los precios de estas últimas logran bajar tan deprisa como para sustituir a

los combustibles fósiles, incluso aunque fuesen relativamente más baratos. Este proceso

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de sustitución será tanto más rápido cuanto más competitivas sean las energías

renovables, lo que exige importantes inversiones en investigación y desarrollo, entre

otras razones.

Los modelos indican trayectorias muy diferentes en la concentración de los gases

de efecto invernadero. Para el año 2100 las concentraciones de CO2 fluctuarían entre 540

y 970 ppm, es decir, entre un 90% y 250% mayor que la concentración de 280 ppm en

1750. Ese aumento se justifica porque la quema de combustibles fósiles continuará a lo

largo del siglo XXI, y disminuirá su absorción por parte de mares y continentes.

Además, el tiempo de permanencia de este gas en la atmósfera es muy elevado. Los

escenarios B1 y A1T son los que muestran los incrementos menores (Figura 14).

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Las concentraciones del resto de los gases de efecto invernadero varían según los

escenarios. Los escenarios A1B, A1T y B1 muestran los incrementos menores y el A1FI

y A2 registran los mayores aumentos (Figura 14). Los cambios en la concentración del

metano entre 1998 y 2100 oscilan entre 190 y 1970 ppmm –11 y 112%– y los aumentos

de óxido nitroso varían de 38 a 144 ppmm –12% a 46%– (HOUGHTON, J. T. et al. 2001,

64).

Los cambios en el ozono troposférico varían en los distintos escenarios del 12% al

62% y habrá un amplio intervalo de cambios en las concentraciones de HFC, PFC y SF6.

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En algunos escenarios el ozono troposférico se convertiría en un agente de forzamiento

radiativo tan importante como el metano, amenazando la calidad del aire en gran parte de

las ciudades del hemisferio norte, sobre todo en verano.

Sería necesario una reducción en las emisiones de gases de efecto invernadero para

estabilizar el balance de radiación, y que la temperatura dejara de subir. Los modelos

indican que, para conseguir una estabilización de las concentraciones atmosféricas de

CO2 en 450, 650 y 1000 ppm, es necesario que las emisiones antropógenas mundiales de

CO2 se situen por debajo de los niveles de 1990 en unos decenios, en un siglo o en dos

siglos respectivamente (HOUGHTON, J. T. et al. 2001, 12).

En cuanto a los aerosoles el conjunto de escenarios IE-EE incluye aumentos y

disminuciones en los antropógenos, en función de la utilización de combustibles fósiles o

de la aplicación de políticas de reducción de emisiones contaminantes. Además, se prevé

que los aerosoles naturales aumenten como consecuencia de los cambios en el clima.

Pero, lo verdaderamente importante es cómo afectarán al clima futuro estos

cambios en las emisiones y concentraciones de gases de efecto invernadero. Es decir, si

vamos a tener un clima más o menos cálido, si va a llover más o menos, etcétera.

3.2.-Proyecciones de cambios futuros en la temperatura

Los datos aportados por un conjunto de simulaciones de varios modelos de

circulación general atmosférica-océano, respecto al conjunto de escenarios IE-EE

(2000), indican que la temperatura media de la superficie mundial aumentará entre 1,4 ºC

y 5,8 ºC durante el período 1990-2100 (Figura 15). Estas temperaturas son mayores que

las pronosticadas por los escenarios IS92 del Segundo Informe de Evaluación –SIE–, que

se sitúan entre 1º y 3,5 ºC. Las razones de este aumento son las menores emisiones de

anhídrido sulfuroso previstos en los escenarios IE-EE con respecto a los escenarios IS92.

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Es muy probable que, en la mayoría de las zonas terrestres, el calentamiento sea

más rápido que el promedio mundial, especialmente las situadas en latitudes altas del

hemisferio norte durante la estación fría. Destaca el calentamiento de la parte

septentrional de Norteamérica y del norte y centro de Asia, donde se supera el

calentamiento medio mundial en más de un 40%, lo que supone un margen de variación

entre 1,3 ºC a 6 ºC. Sin embargo, el calentamiento es inferior al cambio medio mundial

en el sur y sureste de Asia, en verano, y en la región austral de Suramérica en invierno.

También se prevé un calentamiento mayor en el Pacífico tropical oriental que en el

occidental, lo cual supone un desplazamiento hacia el este de las precipitaciones

correspondientes (HOUGHTON, J. T. et al., 2001, 67).

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3.3.-Proyecciones de cambios futuros en las precipitaciones

Durante el siglo XXI se prevé un aumento de los promedios mundiales de vapor de

agua, evaporación y precipitaciones, pero con grandes contrastes regionales. Las

simulaciones realizadas con escenarios A2 y B2 del IE-EE (2000) indican una

probabilidad de aumento de las precipitaciones, tanto en invierno como en verano, en las

latitudes altas. Durante el invierno también se observan aumentos en las latitudes medias

del hemisferio norte, en las zonas tropicales de África y en la Antártida, y, durante el

verano, en el sur y este de Asia. En Australia, América Central y África meridional habrá

una disminución constante de las lluvias durante el invierno.

Según estudios realizados con modelos de circulación general atmósfera-océano,

existe una estrecha correlación entre la variabilidad interanual de las precipitaciones y el

promedio de las mismas. Es probable que, si el promedio de precipitaciones aumenta en

un futuro, también aumente su variabilidad (HOUGHTON, J. T. et al., 2001,72).

3.4.- Proyecciones de los cambios futuros en los fenómenos extremos

Los cambios proyectados por los modelos indican que es muy probable que

aumenten las temperaturas máximas y el número de días calurosos en casi toda la

superficie terrestre. De hecho, según se ha analizado en el apartado 2.1, los diez años

más cálidos han tenido lugar desde 1995. Existen multitud de datos que indican esta

tendencia, siendo de destacar las olas de calor de 1998 en el Tibet y en El Cairo, la de

1999 en Nueva York, la del 2001 en Moscú o la del 2003 en Europa occidental, donde

murieron más de 20.000 personas, a consecuencia de ello.

Es muy probable que haya un aumento de las temperaturas mínimas y una

disminución de la cantidad de días fríos y de días de helada, por lo que es muy probable

una reducción del rango de variación de la temperatura diurna.

Los cambios en la temperatura del aire y en la humedad provocarían un aumento

del índice de calor13, lo que determinaría un aumento en el número de grados-día de

refrigeración y una reducción en el número de grados-día de calefacción.

13 El índice de calor resulta de la combinación de la temperatura y de la humedad, y mide los efectos en el grado de bienestar humano.

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Además, serán más frecuentes el número e intensidad de los episodios de

precipitaciones intensas, aumentando las zonas de riesgo de aparición de sequías. Es

decir, lloverá más en promedio, pero, lo hará de una forma mucho más irregular,

agudizándose las diferencias regionales.

También es probable en algunas zonas un aumento de la intensidad media y

máxima de las precipitaciones de los ciclones tropicales.

3.5.-Proyecciones en la circulación termohalina

La mayoría de los modelos muestran el progresivo debilitamiento de la circulación

termohalina14 en el hemisferio norte, que contribuye a una disminución del

calentamiento de la superficie del mar en la parte más septentrional del Atlántico norte.

Si esta circulación llegara a detenerse, tendría importantes consecuencias en el sistema

climático. E. QUIROGA (2001) habla del Efecto Ártico para referirse a las modificaciones

que se producirían por la licuación de grandes masas de hielo ártico, debido al

calentamiento global, y al consiguiente enfriamiento y debilitamiento de la corriente del

Golfo en su tránsito septentrional. Según el autor, este fenómeno alteraría el clima de

Europa occidental y este de Norteamérica, con ciclos de veranos muy cálidos que

tenderían a extenderse hasta el otoño, e inviernos muy fríos que podrían prolongarse

hasta la primavera, lo que podría crear condiciones climáticas árticas en estas zonas con

consecuencias muy graves sobre la agricultura. Quiroga apoya su teoría en los estudios

de W.S. BROECKER (1999), para quien el calentamiento global, generado como

consecuencia del incremento de los gases de efecto invernadero, puede llegar a producir

una interrupción de la circulación termohalina del Atlántico norte, provocando cambios

climáticos tan bruscos como los que tuvieron lugar hace 11.000 años en el período

Younger Dryas, pero de otro tipo. En un lapso de veinte años, la temperatura

experimentó un aumento entre 5 ºC y 10 ºC, y la precipitación se duplicó, según se

deduce de las mediciones de isótopos de las muestras de hielo extraídas en el sur de

Groenlandia. Estos cambios bruscos contradicen o complementan los análisis de

14 La circulación termohalina es una inversión de las aguas a escala mundial que se produce en los océanos como consecuencia de diferencias de densidad derivadas de la temperatura y la salinidad. En el Atlántico, la circulación termohalina transporta aguas cálidas superficiales hacia el norte del Atlántico y aguas salinas frías del Atlántico norte hacia el sur a mayor profundidad.

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MILANKOVITCH, según el cual las glaciaciones, que se produjeron como consecuencia de

variaciones en la órbita terrestre, fueron transformaciones graduales durante miles de

años, sin que existieran cambios climáticos repentinos, pues la inercia térmica de los

océanos amortiguaba cualquier cambio brusco.

W.S. BROECKER (1999) considera que cualquier cambio mínimo de temperatura

podría bastar para modificar el comportamiento de la cadena transportadora que son las

corrientes oceánicas y desencadenar cambios climáticos rápidos y radicales en una

misma región. Una fundición paulatina de los hielos del Ártico podría diluir la salinidad

de la cinta transportadora hasta una densidad que le impidiera sumergirse y emprender su

viaje hacia el sur para obtener más calor. Así, esta cinta se detendría, quedando aislado el

Atlántico norte de las aguas tropicales cada vez más cálidas. El resultado sería

paradójico, un leve calentamiento del Ártico haría que las temperaturas de los países del

Atlántico norte cayeran hasta diez grados en el invierno.

Publicaciones recientes recogen los debates sobre si aumenta o disminuye la

salinidad del Atlántico norte. A.B. HATUN et al. (2005) concluyen que ha aumentado la

salinidad el Atlántico norte en la última década, fruto de la llegada de aguas más cálidas.

Por el contrario, R. CURRY y R. MAURITZEN (2005), en un trabajo realizado enteramente

con mediciones directas de los últimos cincuenta años entre el Labrador y Europa,

afirman que todo el Atlántico norte es más fresco y por lo tanto menos salado.

El grado de salinidad que presentan los océanos nórdicos es resultado de un

delicado balance entre, por un lado, el enfriamiento aportado por el deshielo del Ártico,

el incremento de la escorrentía fluvial y el aumento de precipitaciones en las altas

latitudes, y, por otro, el calentamiento que produce la llegada de corrientes cálidas y

saladas desde el Atlántico central. Sin embargo, el tercer Informe del IPCC concluye que

incluso los modelos en que se debilita la circulación termohalina, las proyecciones

indican, de todos modos, un calentamiento en Europa debido al aumento de los gases de

efecto invernadero. Ninguna proyección contempla un colapso de esa circulación

termohalina oceánica en los próximos cien años (HOUGHTON, J. T. et al., 2001, 562).

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3.6.-Proyecciones en la variabilidad natural

Las proyecciones sobre el fenómeno El Niño muestran poco cambio o un leve

aumento en la amplitud de los episodios en los próximos cien años. Sin embargo, es

probable que el calentamiento de la Tierra dé lugar a fenómenos más extremos de

desecación y lluvias intensas, y a un mayor riesgo de que se produzcan sequías e

inundaciones a raíz de episodios El Niño en muchas regiones. También es probable que

aumente la variabilidad de las lluvias monzónicas estivales en Asia. No hay acuerdo en

cuanto a los cambios que se podrían producir en la frecuencia de la Oscilación del

Atlántico norte (Idem, 62).

3.7.-Proyecciones de los cambios en la capa de hielo y nieve

El retroceso de los glaciares y de los casquetes de hielo continental continuará

durante el siglo XXI. Igualmente disminuirá la capa de hielo marino del hemisferio

norte. Los estudios de modelización sugieren que la evolución de los glaciares se rige

más por los cambios en la temperatura que por los cambios en las precipitaciones (Idem,

62).

Es probable que la capa de hielo de la Antártida adquiera mayor masa, debido al

aumento de las precipitaciones, y que la capa de hielo de Groenlandia disminuya al ser

mayor el volumen de deshielo que el de las precipitaciones. Se han manifestado

incertidumbres acerca de la estabilidad de la capa de hielo del oeste de la Antártida, ya

que está asentada sobre tierra, debajo del nivel del mar. No obstante, actualmente, se

acepta que es muy improbable que la pérdida del hielo asentado en tierra produzca una

subida importante del nivel del mar durante el siglo XXI (Idem, 74). Más adelante se

comentarán los impactos que estos hechos pueden generar en las poblaciones que viven

en esos ámbitos.

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3.8.-Proyecciones de los cambios futuros en el nivel del mar

Las proyecciones de la elevación media del mar a nivel mundial para el conjunto

de escenarios oscilan entre 0,09 y 0,88 m en el período comprendido entre 1990 y 2100

–representado por la línea negra de la figura 16–. La subida no será uniforme en todas las

costas del planeta y ocasionará distintos niveles de impacto sobre los litorales. Casi todos

los modelos proyectan un aumento superior al promedio en el Océano Ártico y un

aumento inferior al promedio en el Océano Antártico.

La causa principal de la subida será la expansión térmica de los océanos, que

contribuye con 0,11 y 0,43 m, y que se acelera a lo largo del siglo XXI, seguida, a

bastante distancia, por la fusión de los glaciares, que contribuyen entre 0,01 y 0,23 m;

Groenlandia lo hace con una contribución de -0,02 a 0,09 m; y la Antártida con -0,17 a

0,02 m (HOUGHTON, J. T. et al., 2001, 641).

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Además, el IPCC advierte que será más frecuente que la línea de pleamar suba a

niveles extremos como consecuencia de la elevación del nivel medio del mar. La

frecuencia de este fenómeno puede aumentar, aun más, si las tormentas se hacen más

frecuentes (Idem, 64).

4.- LOS IMPACTOS DEL CAMBIO CLIMÁTICO

Las proyecciones climáticas que se deducen de los distintos escenarios

contemplados muestran un mundo en general más cálido, con subidas del nivel del mar,

con aumentos y disminuciones de la precipitación, con modificaciones en la variabilidad

y en la frecuencia e intensidad de fenómenos extremos. Estas proyecciones también

contemplan grandes variaciones regionales y grandes impactos en los sistemas naturales

y humanos.

4.1.- Impactos en los sistemas físicos y biológicos

Los sistemas naturales son los más vulnerables al cambio climático y algunos

pueden sufrir daños irreversibles. Están en peligro: los glaciares, los arrecifes de coral y

atolones, los manglares, los bosques boreales y tropicales, los ecosistemas polares y

alpinos y los humedales de pradera. Algunas especies pueden aumentar y extenderse,

pero, muchas se pueden extinguir, y habrá una perdida de diversidad biológica

(McCARTHY, J. J., 2001, 4).

La subida de temperaturas va a tener un efecto directo en el retroceso de los

glaciares (HINZMAN, L. D. et al., 2005). En el apartado 2.3 se ha comentado la pérdida de

masa experimentada por los glaciares a lo largo del siglo XX en todo el mundo, proceso

que continuará durante el siglo XXI, y que ocasionará otros impactos, como la subida del

nivel mar, cambios en el caudal de los ríos de montaña, mayor aporte de agua dulce al

océano e incluso modificaciones en la forma –como consecuencia de la transferencia de

masa entre tierra y océano– con influencia en la rotación de la Tierra (DYURGEROV, M.

B. y MEIER, M. F., 2005, 7). La pérdida de volumen de los glaciares puede afectar al

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campo gravitacional terrestre, con hundimientos y levantamientos regionales y también

al ciclo del agua de las cuencas hidrográficas de los Andes y del Himalaya. Muchas

poblaciones humanas que viven en las regiones montañosas de América y de Asia

dependen del aporte de agua dulce de los glaciares para el consumo, para el desarrollo de

la agricultura tradicional y para la producción de energía hidroeléctrica. La mayoría de

los ríos de estas regiones son de régimen glaciar, su caudal se origina en los deshielos de

alta montaña, de ahí que una reducción o incluso desaparición de los glaciares traiga

emparejada una disminución de las reservas de agua dulce. Por ejemplo, la desaparición

del Nevado Chacaltaya en los próximos siete u ocho años, dejaría de suministrar agua a

dos millones de personas que viven en la región de La Paz, Bolivia. El deshielo de las

cumbres nevadas de los Andes también afecta a Perú, que se abastece en un 70% de la

energía suministrada por las centrales hidroeléctricas establecidas a lo largo de la

cordillera andina. El mismo fenómeno se observa en los Alpes europeos, o en algunas

montañas africanas, como el Kilimanjaro.

El deshielo de los glaciares, además de poner en peligro el abastecimiento de agua

en el mundo, podría contribuir al desbordamiento de algunos lagos. Según un estudio

realizado por los científicos del Programa de la ONU sobre el Medio Ambiente –UNEP–

y del Centro Internacional para la Integración del Desarrollo de las Montañas

–ICIMOD–, en la Cordillera del Himalaya existen 44 lagos a punto de desbordarse, lo

que tendría efectos catastróficos para las personas y los bienes, ya que arrollaría todo lo

que encontrara a su paso en cientos de kilómetros. Es necesario tomar medidas urgentes

para reducir el nivel de agua de esos lagos. En algún caso concreto, se han puesto

sensores en el borde del lago, conectados a sirenas instaladas en los pueblos cercanos,

para que puedan ser alertados ante un inminente desbordamiento. Habría que ayudar, por

ejemplo, a los gobiernos de Nepal y Bután a reconocer los lagos potencialmente

peligrosos, desarrollar sistemas de alerta y realizar proyectos para reducir la amenaza.

Pero se trata de una tarea bastante costosa, porque los lagos glaciares están en zonas

remotas y de difícil acceso (RAUF, M. D. et al., 2004; PUDASAINI, M. et al., 2004).

Una de las zonas más afectadas por el calentamiento será el Ártico, donde la

reducción de la capa de hielo y nieve, así como la fusión del permafrost, producirán una

emisión a la atmósfera de gases que estaban atrapados en el hielo, como el carbono y el

metano, que aumentarán más las concentraciones de gases de efecto invernadero y

potenciarán el calentamiento.

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Las consecuencias van a ser devastadoras para las poblaciones de animales, como

osos polares, focas, morsas y pájaros marinos que dependen del hielo marino para su

hábitat. Al adelantarse el deshielo en primavera, los osos se verán obligados a buscar

tierra firme, sin que les haya dado tiempo a desarrollar la necesaria reserva de grasa para

la temporada sin hielo, por lo que pierden peso al final del verano y este estado puede

afectar a su capacidad reproductora. Habrá cambios en la diversidad, en la extensión y en

la distribución de la fauna. Habrá especies que se muevan hacia el norte por tierra y mar,

llegarán otras nuevas y, algunas, verán limitada su extensión actual, e incluso pueden

llegar a extinguirse.

Este hecho afectará de modo drástico a las comunidades de pueblos indígenas que

dependen de la caza y pesca de estos animales para alimentarse y son el soporte de su

economía local, además de constituir la base de su identidad cultural y social. El acceso

más difícil a los animales y la dificultad de conseguir alimento pondrá en peligro la

supervivencia de algunas poblaciones humanas y sus culturas.

La pérdida de hielo y nieve dejará al descubierto mayor superficie de tierra y

océano, que, al ser más oscuros, reducirá el albedo terrestre, lo que supondrá una mayor

absorción de la radiación solar, y, por lo tanto, mayor temperatura.

Es probable que se incrementen los riesgos para muchos ecosistemas en primavera,

cuando la radiación UV es más alta, y las especies son más vulnerables, como

consecuencia del deshielo de la cubierta que les protegía (ACIA, 2004).

Es probable que cambien las zonas de vegetación, causando amplios impactos. La

línea de bosques se moverá hacia el norte y subirá en altura. Así, el bosque invadirá la

tundra y la tundra se extenderá hacia el desierto polar, si bien estos desplazamientos se

pueden ver ralentizados en algunas áreas por la calidad de los suelos. La existencia de

más masa forestal, probablemente, incremente la captura de carbono, pudiendo

contribuir a una disminución del calentamiento, aunque, al reducirse la reflectividad

como consecuencia de la mayor extensión del bosque, también se incremente la

absorción de radiación solar, predominando sobre el incremento de almacén de CO2,

dando en este caso como resultado un incremento neto del calentamiento (ACIA, 2004).

Es probable que se incremente la frecuencia e intensidad de los incendios y de las

plagas de insectos, lo que facilitaría que muchos hábitats quedasen expuestos a

invasiones de especies foráneas. Los modelos indican un incremento en el número de

incendios del 80% en los próximos 100 años en Norteamérica, y del 150% en Siberia. El

incremento de los incendios se explica porque se amplía la estación propicia para ellos,

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como consecuencia del calentamiento. Donde haya suelos adecuados, la agricultura

posiblemente se extienda, expandiéndose hacia el norte como consecuencia de una

estación de crecimiento más larga y cálida; sin embargo, disminuirá en regiones

subtropicales como consecuencia del aumento de la desertización.

La reducción de la capa de hielo incrementará el transporte marino y el acceso a

los recursos naturales del Ártico, principalmente petróleo, gas y algunos minerales. Es

probable que se abran a la navegación durante el verano la ruta del noroeste y del

noreste. Un posible precedente tal vez sea que entre el 15 de agosto y el 28 de septiembre

de 2005, la zona que facilita el tránsito entre el Atlántico –Europa– y el Pacífico –Asia–

a través del Ártico, ha estado libre de hielo, salvo unos cientos de kilómetros con bloques

de hielo dispersos.

El deshielo del permafrost también afectará a los cimientos de los edificios,

carreteras, aeropuertos y a muchas infraestructuras. Con el aumento de las temperaturas,

algunas pesquerías marinas, como las de bacalao o arenque, serán más productivas, pero,

por el contrario, disminuirán las de agua dulce.

Otro impacto importante es la subida del nivel del mar, resultado, en parte, de la

expansión térmica del océano, ya que, el agua cuando se calienta se expande, se hace

menos densa y ocupa más espacio, y, en parte, del aporte de agua procedente del

deshielo de los glaciares continentales, principalmente de Groenlandia, Alaska y

Patagonia. La subida del nivel del mar oscilará entre 9 y 88 cm de media para el año

2100 (HOUGHTON, J. T. et al., 2001). El aumento del nivel del mar variará alrededor del

globo, pero donde alcanzará las mayores tasas es en el Ártico, como consecuencia del

aporte de agua dulce procedente del deshielo, de la disminución consiguiente de la

salinidad y de la densidad del agua marina.

Diferentes costas y archipiélagos se verían afectados de manera importante y se

corre el riesgo de que se produzcan migraciones masivas, y un alto número de refugiados

medioambientales, producidos también por el aumento de la desertificación.

Se inundarán playas, deltas y marismas; habrá pérdida de dunas y de barreras

arenosas; las tormentas marinas y huracanes penetrarían más hacia interior, provocando

cambios en climas locales. Entre los países afectados pueden citarse Bangladesh, donde

17 millones de personas viven a menos de un metro sobre el nivel del mar, así como

India, Egipto, Gambia, Indonesia, Mozambique, Paquistán, Senegal, Tailandia, y costas

de China, además de algunos estados insulares, como Islas Maldivas, las Antillas e Islas

Vanato.

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Ciudades como Bangkok, Bombay, Calcuta, Dhaka y Manila, con poblaciones por

encima de los 5 millones cada una, situadas en tierras bajas o en deltas de ríos, serán

muy vulnerables a las subidas del nivel del mar. La situación de Venecia, con problemas

de hundimiento, empeoraría. En Estados Unidos, Florida y Louisiana presentan

problemas semejantes. El huracán Katrina, acaecido en agosto del 2005, rompió los

diques que protegían la ciudad de Nueva Orleáns, situada, en parte, a 2 m por debajo del

nivel del mar, y las olas la inundaron, provocando más de mil muertos y enormes

pérdidas económicas. En Miami, el acuífero de agua dulce del que depende el suministro

de agua potable a la población flota sobre el agua salada, por lo que un aumento del nivel

del mar empujaría la capa de agua hacia la superficie. La salinización de los acuíferos de

agua dulce también se observaría en el delta del Nilo, o en del Yangtsé, donde, además

del agua para el consumo humano, se vería seriamente perjudicada la agricultura, sobre

todo en la región de Shangai.

Muchas veces, esta subida del nivel del mar se ve favorecida por fenómenos de

hundimiento o subsidencia en las zonas de deltas, ocasionados como consecuencia de

una serie de actividades humanas como son la retirada de aguas subsuperficiales, el

drenaje de suelos de humedales, o la disminución de las cargas de sedimentos de los ríos

(MCLEAN, R. F. y TSYBAN, A., 2001, 358).

En las costas del Mediterráneo una subida del nivel del mar de pocos centímetros

haría peligrar la totalidad de las playas turísticas, y tendría fuerte impacto económico

sobre esta actividad económica.

En el ámbito portuario se verían afectadas las estructuras portuarias, la

operatividad y funcionalidad de los puertos, y la navegación y seguridad de los buques.

Numerosos ecosistemas costeros, como los atolones y los arrecifes de coral, las

marismas de agua salada y los manglares, sufrirán los impactos de la subida del nivel del

mar, el aumento de la temperatura marina y cambios en la frecuencia e intensidad de las

tormentas. Los manglares, a los que se ha hecho referencia en el capítulo V, y las

marismas de agua salada, cumplen una doble función, socioeconómica y ecológica.

Actúan como criadero de muchas especies de peces y mariscos; producen elevadas tasas

de materia orgánica, sirven de refugio de aves y otros organismos marinos, protegen la

costa contra la erosión, marejadas, tormentas y huracanes. Muchos de estos sistemas se

encuentran ya en peligro por el drenaje de sus aguas, descarga de contaminantes,

derrames del petróleo, el corte indiscriminado y la sobreexplotación. Si se produce la

comentada subida del nivel del mar como consecuencia del cambio climático, es

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presumible que estos ecosistemas costeros acaben desapareciendo, puesto que, ante esta

nueva situación, deberían retroceder alejando sus posiciones del nuevo nivel de mar y

recreando su hábitat en territorios actualmente ocupados.

Los arrecifes de coral que constituyen uno de los más grandes y complejos

ecosistemas de la Tierra también están amenazados como consecuencia del

calentamiento del Planeta, además de por otras causas que también provienen de las

actividades humanas (WILKINSON, C., 2004), como: prácticas destructivas de pesca –con

el uso de dinamita y cianuro–; desarrollo de áreas residenciales, industriales y turísticas

cercanas al mar; problemas demográficos y políticos, como el explosivo crecimiento

poblacional en las zonas costeras y la falta de recursos, voluntad política y experiencia

en la protección de arrecifes.

Muchos arrecifes de coral soportan unas temperaturas próximas al umbral de

tolerancia, por lo que cualquier incremento en la temperatura del mar crearía unas

condiciones en el medio progresivamente más hostiles. Este efecto, junto con una

disminución de CaCO3 –bicarbonato cálcico– en estado saturado, al aumentar los niveles

de CO2, produciría las dos amenazas más serias para los corales en el siglo XXI.

Algunos autores consideran que el blanqueamiento de los corales es resultado del

calentamiento global. Los corales se componen de múltiples seres individuales, los

pólipos, que viven en simbiosis con algas unicelulares, las denominadas zooxantelas.

Estas algas producen, con ayuda de la luz solar, azúcar, hidratos de carbono y proteínas,

sustancias con las que abastecen a su hospedante. A cambio, reciben abono, en forma de

amonio y fosfato, a través de las secreciones de los corales. Los corales son

extremadamente sensibles a los cambios de temperatura. Lo ideal es una temperatura del

agua entre 25 °C y 30 °C. Si la temperatura sobrepasa los 30 °C, mueren, en primer

lugar, las microscópicas zooxantelas, que surten de alimento a los corales, y, luego, los

corales mismos. Lo que queda no es más que un palidecido esqueleto calcáreo blanco,

que da nombre a este fenómeno. En 1998, como consecuencia del acontecimiento

climático El Niño, la muerte de corales a nivel mundial alcanzó un punto culminante,

seguido por una cierta recuperación limitada en algunas zonas. Sin embargo, se teme que

el blanqueo continúe en los próximos años, dado el ritmo ascendente de la temperatura

de la superficie del agua (WILKINSON, C., 2004; BROWN, B. E. et al., 2000).

Este mal estado de los arrecifes podría tener impactos perniciosos sobre las

pesquerías costeras y sobre su uso social y económico. Éstos cumplen importantes

funciones: son vitales para las industrias de la pesca y turismo, contribuyen a la

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formación de playas de arena blanca y proporcionan medicinas para tratamientos

cardiacos, de cáncer, antimicrobiales y antivirales.

4.2.- Impactos en los sistemas humanos

Entre los sistemas humanos más sensibles, se incluyen la agricultura y seguridad

de alimentos, la salud humana, los asentamientos humanos, la silvicultura, las zonas

costeras y sistemas marinos –pesquerías–, la energía e industria, los seguros y otros

servicios financieros. La vulnerabilidad de estos sistemas varía en función del lugar

geográfico y de las condiciones sociales, económicas y medioambientales del mismo.

4.2.1.- Agricultura y seguridad alimentaria

Una de las mayores preocupaciones del mundo actual es la dificultad de mantener

la producción de alimentos frente al crecimiento exponencial de la población, algo que se

ve agravado por la erosión de los suelos, la escasez de agua para el riego, el incremento

de la radiación ultravioleta, la desertificación, diversas plagas, las inundaciones y otras

agresiones medioambientales sobre los cultivos, que se verán acentuadas por el

calentamiento global de la Tierra.

El rendimiento de las cosechas es muy variable, dependiendo no sólo de factores

naturales, como clima y suelo, sino también de respuestas de adaptación, como, por

ejemplo, ajustes de las fechas para sembrar, fertilización, aplicación de riegos, selección

de especies etc. Para estimar los efectos del calentamiento global sobre la producción de

los cultivos, se han establecido diversos modelos predictivos que se basan en una serie

de escenarios posibles, dependiendo del grado de desarrollo que se adopte a nivel global

(ARNELL, N. et al., 2004). En general, la aplicación de estos modelos predice que el

calentamiento global va a alargar la estación de cultivo en las latitudes más lejanas del

ecuador, mientras que dicha estación será más corta en las zonas ecuatoriales, donde

están situados un buen número de países en desarrollo, con deficiencias previas en la

producción de alimentos (McMICHAEL, A.J., 2001, 2004), que podrían ver

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comprometidos los incrementos de producción necesarios para alimentar a su población

(PARRY, M.L. et al., 2004; DARWIN, R., 2001).

Una subida de la temperatura entre 2 ºC y 3 ºC produciría un aumento en el

rendimiento de los cultivos en la zona templada; sin embargo, con cifras mayores de

calentamiento, las repuestas serían negativas. En los trópicos, donde algunos cultivos

rozan su límite de tolerancia máxima a la temperatura, y donde predomina la agricultura

de secano, los rendimientos se podrían reducir, y, si además se produjera una gran

disminución en las precipitaciones, los efectos sobre el rendimiento de los cultivos serían

más adversos. Los sucesos extremos también afectarían al rendimiento de los cultivos.

Temperaturas mínimas más altas beneficiarían a algunos cultivos en clima templado,

mientras perjudicarían a otros, especialmente en latitudes bajas, como, por ejemplo, el

descenso de la producción de arroz ligado a un aumento de las temperaturas nocturnas

(PENG, S. et al., 2004). Temperaturas máximas más altas serán, en general, perjudiciales

para los cultivos (McCARTHY, J. et al., 2001, 254).

En general, se producirá un acortamiento de los períodos de crecimiento,

especialmente en la fase de llenado del grano, en todas las zonas, excepto en las latitudes

más frías actualmente en cultivo, Rusia y Canadá, donde el período de crecimiento

podría aumentar. Se produciría una vernalización deficiente, es decir, la exigencia de

horas-frío para cereales de invierno podría no ser cubierta en un clima más cálido, y ello

originaría desórdenes en el proceso de floración y mermas en el rendimiento. Este

proceso podría compensar parte de los incrementos de producción previstos en Canadá y

Rusia, y exigiría una adaptación de las variedades cultivadas en esas zonas.

R.E. EVENSON (1999) afirma que van a aparecer crisis alimentarias locales, con sus

consecuentes hambrunas, en muchos países en vías de desarrollo. A.J. McMICHAEL

(2001, 2004) relaciona todos estos problemas, y asegura que el cambio medioambiental

con todos sus factores imbricados, incluyendo el calentamiento global, afectará

negativamente a la producción alimentaria a nivel mundial. Y todo ello, además, se debe

conjugar con el fenómeno del enorme crecimiento demográfico mundial.

Investigaciones recientes parecen indicar que el CO2 estimula el crecimiento de los

cultivos, no sólo cuando la luminosidad es intensa, sino también cuando es baja, al

menos, en el trigo, arroz y girasol. Una atmósfera con más dióxido de carbono

incrementa la tasa de fotosíntesis de la mayoría de los cultivos y puede mejorar la

eficiencia de uso de agua (NORBY, R.J. et al., 2001). La fotosíntesis aumenta en la

mayoría de las plantas cultivadas –trigo, colza, remolacha, tabaco, patatas... –, sin

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embargo en otras, la mayoría de origen tropical, no se esperan aumentos. La acción

estimulante del CO2 quedaría limitada por una reducción del contenido en sales

minerales del suelo, principalmente sodio y potasio. Algunas experiencias señalan que

un nivel elevado de dióxido de carbono haría disminuir el contenido de nitrógeno de los

tejidos de las plantas, y repercutiría en una reducción de la calidad de alimentos para

animales y personas (HUNGATE, B. A. et al., 1997; LOISEAU, P. y SOUSSANA, J. F.,

2001). Por lo tanto, el efecto fertilizador que se le atribuye al dióxido de carbono estaría

limitado por su relación con el nitrógeno, y no resultaría tan beneficioso para el

desarrollo de las plantas. Por otra parte, el efecto positivo del CO2 estaría compensado en

parte por el efecto detrimental de otras emisiones originadas a partir de combustibles

fósiles, como el ozono y el dióxido de azufre (DARWIN, R., 2001).

Con una subida de temperatura anual media de 2,5 ºC, o más, se producirá un

incremento del precio de los alimentos, resultado de una mayor demanda mundial

consecuencia de una disminución de la producción de los mismos y de un aumento de la

población mundial. Los impactos recaerían sobre los pequeños productores y sobre los

consumidores urbanos más pobres. Los impactos negativos se reducirían si se adapta la

agricultura a las nuevas condiciones climáticas. La adaptación se hará mejor en los

países desarrollados, al estar mejor organizados y disponer de más recursos, que en los

países más pobres, donde dependen de la agricultura de subsistencia y la carencia de

recursos es la norma (GITAI, H. et al., 2001, 269).

Existen otros factores que derivan del calentamiento global, y que también pueden

afectar a la producción de alimentos a nivel local, entre los que cabe citar la disminución

de tierra cultivable debida a la previsible subida del nivel de los océanos, y el incremento

en la frecuencia de fenómenos atmosféricos extremos, como tormentas, huracanes e

inundaciones, particularmente intensos en 2005. Como en otros casos, aún es pronto para

concluir si las manifestaciones de este tipo que se observan en los últimos años

responden realmente al calentamiento global, o a ciclos más largos, aún poco conocidos,

incluso a fenómenos recurrentes.

A la vista de los efectos previsibles, es evidente que será necesario mejorar los

sistemas de predicción meteorológica, pues es posible que el clima no siga los modelos

de comportamiento tradicionales en distintas áreas de cultivo. Por otro lado, estas

modificaciones harán necesario desarrollar nuevas variedades con una mejor eficiencia

de absorción de CO2, y un mejor comportamiento en ciclos más cortos y, en general, con

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una menor disponibilidad de agua. Este es un nuevo magnífico campo de investigación,

por la enorme trascendencia que puede tener.

4.2.2.- Salud humana

La salud de la población se verá afectada por diversos impactos, algunos

favorables, pero la mayoría desfavorables. Cambios en la frecuencia de las olas de calor

y de frío, presencia de inundaciones y sequías, mayor cantidad de sustancias alergénicas

y aumento de la contaminación del aire. Otros efectos provienen, directamente, de los

cambios en los sistemas ecológico y social, como los brotes de enfermedades

infecciosas, la producción local de alimentos y la desnutrición, así como los producidos

por los desplazamientos de la población y la desorganización económica (McCARTHY, J.

et al., 2001, 42).

El aumento en la intensidad y frecuencia de las olas de calor afectará a la

mortalidad de las personas de mayor edad (MARTÍNEZ, F. et al., 2004; GARCÍA, J. C. et

al., 2005) –aumento de enfermedades cardiovasculares como consecuencia del ascenso

de temperatura. También afectará a los pobres de las grandes ciudades, donde sus efectos

se potenciarán con el aumento de la humedad y de la contaminación del aire. Los

mayores impactos se darán en las ciudades de las latitudes templadas, en poblaciones con

una arquitectura no adaptada, y con acondicionamiento del aire limitado o deficiente.

Los inviernos más calientes y con menos períodos de frío reducirán la mortalidad

relacionada con el frío en muchos países de zonas templadas. Por el contrario, el

aumento en la frecuencia e intensidad de tormentas, inundaciones y sequías tendrá

efectos adversos en la salud humana, de modo directo mediante pérdidas de vidas y

lesiones y, de modo indirecto, a través de la pérdida de viviendas, los desplazamientos de

población, la contaminación de las fuentes de agua, la disminución en la producción de

alimentos –con la hambruna y desnutrición consiguientes–, los mayores riesgos de

epidemias de enfermedades infecciosas, y los daños en las infraestructuras sanitarias.

En el año 2005 grandes desastres naturales, algunos relacionados con el clima, han

tenido importantes efectos adversos para la salud, como los ciclones tropicales Katrina o

Stan, cuyos efectos se han dejado sentir en los estados sureños de Estados Unidos y en

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los países ribereños del Golfo de Méjico; sin olvidar las producidas por las olas de calor

de Rumanía o por las lluvias torrenciales en Europa central.

El aumento de la temperatura y de la radiación ultravioleta, unido a una mayor

contaminación del aire, aumentará la formación de ozono a nivel del suelo, contaminante

con efectos adversos sobre las vías respiratorias (CAÑADA, R., 2004, a y b).

Se producirá un incremento en los niveles de radiación ultravioleta –UV– como

consecuencia de la reducción de la capa de ozono estratosférico, que afectará a personas,

plantas y animales. Este incremento podría causar cáncer de piel, cataratas y desorden en

el sistema inmune de los seres humanos. Elevadas cantidades de UV pueden alterar la

fotosíntesis de las plantas y tener efectos perjudiciales sobre los estados de vida

temprana de peces y anfibios (ACIA, 2004).

Las temperaturas más altas y los cambios en las precipitaciones modificarían el

ámbito territorial y los periodos de transmisión de enfermedades infecciosas, producidas

por organismos vectores que se alimentan con sangre, como insectos y garrapatas. En

zonas con infraestructuras sanitarias deterioradas, las temperaturas más altas podrían

ampliar el ámbito territorial del paludismo a zonas más altas y a mayores latitudes. Si se

combina la temperatura más alta con lluvias y aguas superficiales, se ampliará la estación

de transmisión en algunos lugares. F. VELÁZQUEZ DE CASTRO (2005, 90) menciona la

extensión de la malaria en las tierras altas de Kenia; la aparición del mosquito que

transmite el dengue y la fiebre amarilla en los Andes de Colombia, a 2.195 m, cuando su

límite estaba por debajo de los 1.000 m; o que la malaria en Indonesia se haya detectado,

por primera vez, en sectores situados a 2.100 m de altitud.

En algún caso se ha dado la transmisión de enfermedades lejos de los lugares

donde se circunscribe, como, por ejemplo, la fiebre del Nilo, que apareció en el verano

de 1999 en Nueva York, y meses después en varios puntos del noreste de Estados

Unidos. La causa de la aparición de esta enfermedad se pudo deber a algún vuelo

trasatlántico en donde debió viajar el vector, y que, una vez llegado, encontró un clima

propicio para su desarrollo por las altas temperaturas registradas.

En algunos lugares es probable que se produzca una disminución de enfermedades

transmitidas por vectores, a raíz de la reducción de las lluvias, o como consecuencia de

temperaturas excesivamente altas para la transmisión. Los vectores son muy sensibles a

las condiciones climáticas extremas, tanto el frío como el calor excesivo los mata de

manera contundente.

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Algunas enfermedades pueden ser transmitidas por la migración de las aves, al

cambiar las rutas migratorias como consecuencia del calentamiento.

Diversos modelos matemáticos indican que los escenarios de cambio climático

durante el siglo XXI causarían un aumento en la proporción de población que vive en

regiones de transmisión del paludismo y dengue, y cualquier alteración del clima

aumentaría la incidencia de diversos tipos de enfermedades infecciosas transmitidas a

través del agua o los alimentos. Se ha constatado también cambios en el agente de la

malaria en muchos países africanos. Será necesaria la ayuda de las naciones más

desarrolladas en la lucha contra estas enfermedades (PATZ, J. A. et al., 2005).

Aumentaría el riesgo de envenenamiento por biotoxinas a través del consumo

humano de pescado y marisco. Las biotoxinas asociadas a aguas más cálidas extenderían

su ámbito a latitudes más altas. El aumento de las temperaturas marinas aumentaría la

presencia de algas tóxicas, que son sanitaria, ecológica y económicamente dañinas.

La modificación en el suministro de alimentos podría tener impactos perjudiciales

sobre la nutrición y la salud de los más pobres en los países en desarrollo. Serán las

poblaciones más aisladas las más vulnerables al desabastecimiento de alimentos. La

desnutrición es la causa del raquitismo infantil, de la baja productividad de los adultos y

de la susceptibilidad a las enfermedades infecciosas (McMICHAEL, A. y GITHEKO, A.,

2001, 473).

En algunas zonas, los desplazamientos de población, como consecuencia de los

desastres naturales, generarían impactos sobre la salud, relacionados con las nuevas

condiciones ecológicas del medio.

4.2.3.- Los asentamientos humanos

Los asentamientos humanos son uno de los aspectos más afectados por el cambio

climático. El clima influye, en primer lugar, en la capacidad productiva de los sectores

económicos y, en segundo lugar, en la demanda de bienes y servicios que allí se

producen. La importancia del impacto va a depender de que el asentamiento sea rural o

urbano, y de la capacidad de adaptación del mismo.

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También se van a ver alteradas sus infraestructuras físicas, los sistemas de

distribución y de transmisión de energía, la arquitectura, los servicios urbanos, los

sistemas de transporte y las industrias, como la agroalimentaria, turismo y construcción.

La demanda de energía en las ciudades puede aumentar o disminuir en función de

la necesidad de calentamiento y enfriamiento del espacio. Las olas de calor y de frío

pueden cambiar la demanda de energía. El calentamiento provocará un aumento en la

demanda de energía para enfriamiento de espacios, y un menor uso de la energía para

calentamiento. El efecto neto sobre el consumo anual de energía dependerá de cada

escenario y de su localización.

La población se puede ver afectada directamente por un clima extremo, por

cambios en el estado de la salud, o migraciones. Los episodios climáticos extremos

pueden modificar las tasas de mortalidad, lesiones o enfermedades. La salud puede

mejorar como consecuencia de un menor estrés por frío, pero, puede empeorar por un

mayor estrés por calor.

Los desplazamientos de población causados por sucesos climáticos pueden afectar

al tamaño y a las características de la población de los asentamientos, lo que, a su vez,

modifica la demanda de servicios urbanos. El especulado aumento en la intensidad de las

precipitaciones y en la subida del nivel del mar impactarían en una gran variedad de

lugares por razón de crecidas, desprendimientos, deslizamientos de tierra y avalanchas.

Cuando la ciudad es objeto de crecidas, éstas llegan a ser un problema cuando el

sistema de alcantarillado, el abastecimiento del agua y los sistemas de gestión de

desechos no se han diseñado con capacidad y holgura suficiente. También se puede ver

afectada la red eléctrica.

Otra amenaza es el aumento de los ciclones tropicales en un mundo más cálido.

Los ciclones combinan los efectos de fuertes lluvias, vientos y mareas en las zonas

costeras, pero, también causan perturbaciones tierra dentro. Decenas de millones de

personas viven en asentamientos potencialmente expuestos a inundación. Las

estimaciones que hace el tercer Informe del IPCC para el año 2080 en un escenario que

contempla una subida del mar de 40 cm, oscilan entre 75 y 200 millones de personas

afectadas según su capacidad de adaptación. Los daños económicos a las infraestructuras

se estiman en decenas de miles de millones de dólares (SCOTT, M. y GUPTA, S., 2001).

En muchos asentamientos urbanos también hay impactos medioambientales, como

una menor calidad del aire y del agua.

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4.2.4.- Seguros y otros servicios financieros

Para analizar los impactos socioeconómicos del cambio climático, hay que recurrir

al sector de los servicios financieros, conjunto de instituciones privadas y públicas que

ofrecen servicios de seguros y de socorro en caso de desastre (MILLS, E., 2005). Este

sector es un agente fundamental para la adaptación y para distribuir los riesgos de forma

que se repartan los costes de los sucesos relacionados con el clima entre otros sectores y

en toda la Sociedad (VELLINGA, P. y MILLS, E., 2001, 421). Aunque los seguros también

pueden alentar la complacencia y la mala adaptación si no penalizan el desarrollo de

zonas de riesgo, como llanuras inundables o zonas costeras.

Los efectos del cambio climático sobre este sector se manifestarían en un aumento

de los costes por sucesos climáticos extremos, que han mostrado una tendencia creciente

en los últimos decenios. En los países en vías de desarrollo, ante un evento climático

extremo, el número de víctimas mortales sería elevado, pero las pérdidas económicas

ocasionadas a las empresas aseguradoras no serían muy altas, por la menor penetración

del sector en estos países. En los países desarrollados ocurre lo contrario: ante una gran

catástrofe, la pérdida de vidas humanas es mucho menor en proporción, pero, los costes

por pérdida de bienes asegurados y no asegurados resultan muy elevados.

Hay una creciente vulnerabilidad de la industria de los seguros. Según el Tercer

Informe del IPCC (2001), el aumento de las primas por desastre está relacionado, por un

lado, con factores socioeconómicos, como el crecimiento de la población, el aumento de

la riqueza y la urbanización de zonas vulnerables, y, por otro, con factores climáticos,

como el aumento de las precipitaciones intensas, inundaciones y sequías. Hay autores

que piensan que el incremento de los costes de los desastres es consecuencia del mayor

número de huracanes y tornados, debidos al cambio climático (PIELKE, R. A. et al., 2005,

1481), mientras que otros consideran que esta tendencia, hoy por hoy, no está

demostrada, y que este aumento de las pérdidas se debe a la mayor vulnerabilidad de la

Sociedad (EPSTEIN, P. R. y McCARTHY, J. J., 2004).

Los episodios de inundaciones y sequías hay que ponerlos en relación con la

variabilidad natural del sistema climático, en concreto con El Niño y la Oscilación Sur

(ENSO), en sus dos fases, El Niño y La Niña. Las inundaciones son responsables del

40% de las pérdidas económicas totales ocasionadas a los seguros. Las sequías también

generan pérdidas en las compañías aseguradoras a través de los impactos en la

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agricultura, en los edificios y en la mayor ocurrencia de incendios. Si los edificios se

construyeran con mejores cimientos, o si se rehabilitaran los edificios viejos, se

reducirían los riesgos. En cuanto a los incendios, es muy probable que se incrementen

como consecuencia del aumento de las temperaturas, principalmente en las zonas rurales

con mayor influencia urbana (FRIED, J. S. et al, 2004, 170).

También es probable que en el futuro las tormentas tropicales y extratropicales

sigan ocasionando importantes pérdidas a las aseguradoras, aunque no existe un acuerdo

unánime entre los investigadores. Según la asociación mejicana de instituciones de

seguros (AMIS), los huracanes Emily, Stan y Wilma, que azotaron el sur de Méjico en el

2005, dejaron a las aseguradoras unas pérdidas por un importe de 1.673 millones de

dólares. En Guatemala las pérdidas económicas, en general, suman 960 millones de

dólares, según estimaciones de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL),

de los cuales 263 millones corresponden a pérdidas en el sector productivo; 146 millones

en viviendas, escuelas y centros de salud; y, el resto corresponde a gastos para proteger

el medio ambiente y otros gastos de emergencia para atender la crisis.

Aumentarán las reclamaciones a las aseguradoras como consecuencia de un

incremento de las olas de calor, principalmente por hundimientos de tierra, interrupción

de negocios y pérdida de cultivos. Disminuirían estas reclamaciones, sobre todo en

latitudes templadas, como consecuencia de un menor número de días de temperatura

mínima.

En cuanto a las pérdidas que se puedan ocasionar por subidas de nivel del mar hay

que ponerlas en relación con la subida de las mareas. Aunque las causas sean distintas, el

mayor desastre que se conoce en cuanto a pérdidas de vidas humanas se debe al tsunami

que se produjo el 26 de diciembre de 2004 y que afectó principalmente al noreste de

Sumatra y la región del sureste asiático, con más de 225.000 muertos y 2 millones de

personas sumergidas en la pobreza absoluta. Es probable que la severidad del desastre

hubiera sido menor si se hubieran conservado en un estado saludable los manglares, los

arrecifes de coral, los lechos de hierbas marinas y las turberas a lo largo de las costas que

ahora están devastadas. Estos amortiguadores naturales hubieran protegido, en parte, la

zona costera, del embate de las olas.

La historia reciente parece indicar que las pérdidas habidas por actividades

humanas no relacionadas con el clima son muy inferiores a las relacionadas con sucesos

climáticos que, indirectamente, en parte, han podido estar motivados por el Hombre.

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Las pérdidas ocasionadas por sucesos climáticos han ocasionado una cierta tensión

en las compañías de seguros, hasta el punto de eliminar su rentabilidad. Se ha tenido que:

subir los precios de las primas al consumidor; hacer que ciertos riesgos se reclasifiquen

como no asegurables, con la consiguiente retirada de la cobertura; y una mayor demanda

de compensación con cargo a fondos públicos, que ya muestran signos de estrés en

muchas regiones, y que están intentando limitar su exposición, como, por ejemplo,

limitando las reclamaciones máximas pagables o elevando las sumas deducibles

(VELLINGA, P. y MILLS, E., 2001, 427).

4.3.- Recursos hídricos

Los cambios que se produzcan en el ciclo del agua, entre tierra, mar y aire, como

consecuencia del calentamiento global, van a tener impactos importantes en sectores

como la economía, la Sociedad y el medio ambiente. Muchos ecosistemas terrestres

dependen de la disponibilidad de agua, otros de la cantidad y calidad del agua de ríos y

acuíferos. El agua es fundamental para la vida del Hombre y para muchas de sus

actividades, como la agricultura, industria, transporte, etc. Muchas veces la restricción de

agua es un obstáculo para el desarrollo económico (ARNELL, N. y LIU, Ch., 2001, 195).

Entre los componentes del ciclo hidrológico destaca la precipitación. Cualquier

cambio en ella tiene implicaciones en la hidrología y en los recursos de agua. Los

modelos prevén diferentes tendencias en las distintas partes del mundo. Habrá un

incremento de la precipitación anual en altas y medias latitudes, sobre todo en otoño y en

invierno, y en la mayoría de las regiones ecuatoriales, y una disminución en las zonas

tropicales y subtropicales de ambos hemisferios (CARTER, T. R. et al., 2000). Las

naciones que rodean el Mediterráneo también se verán afectadas por una reducción de la

precipitación. Los cambios en la precipitación asociados al calentamiento son pequeños,

comparados con los que resultan de la variabilidad natural multidecadal.

Otro elemento del ciclo hidrológico es la evaporación, que a su vez, está muy

influida por la radiación neta y por el contenido en humedad en el aire, que también

depende la temperatura y de la velocidad del viento. En general, el incremento de la

temperatura implica un aumento de la evaporación potencial, pues la capacidad de

almacenar vapor de agua se hace mayor, aunque existen diferencias según las regiones.

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El tipo de cubierta vegetal también tiene un papel importante en la evaporación, puesto

que, según es el tipo de vegetación, así es su tasa de transpiración.

La humedad del suelo es fundamental para la agricultura, influye en la

evaporación, en la recarga del freático y en la escorrentía. Los modelos HadCM215

prevén una reducción en la humedad del suelo en los veranos del hemisferio norte en

latitudes medias como consecuencia de la conjunción de una serie de factores: una

mayor evaporación en invierno y en primavera, causada por unas temperaturas más altas;

una reducción en la cubierta de nieve; y, sobre todo, una menor precipitación durante la

estación estival. Aunque el contenido en humedad del suelo también depende de las

características minerales del mismo, principalmente, de la capacidad de almacenar

humedad.

El agua existente en el subsuelo es la principal fuente de suministro de este vital

elemento, sobre todo en zonas rurales y en las regiones áridas y semiáridas.

Generalmente, estos reservorios de agua se cargan directamente por la precipitación

local, así como con el agua procedente de los ríos y de los lagos. Es probable que el

incremento de las precipitaciones en invierno y otoño, propuesto para la mayoría de los

escenarios de las latitudes medias y altas, además de en las regiones ecuatoriales, tenga

como resultado un aumento de la recarga de agua del subsuelo. Sin embargo, al crecer

también la evaporación, los déficits del suelo podrían comenzar antes y prolongarse más

tiempo, con lo que podría compensarse el incremento de la precipitación. Un aumento de

la evaporación durante la estación en que se recarga el acuífero producirá una importante

reducción de esa recarga (ARNELL, N. y LIU, Ch., 2001, 199).

La subida del nivel del mar que pronostican los modelos podrá provocar

intrusiones salinas en los acuíferos costeros de agua dulce, como el de Long Island,

Nueva York, o como los de algunas islas del Caribe, entre otros muchos.

El flujo de circulación superficial varía de una región a otra y de un escenario

climático a otro, sobre todo en función de las proyecciones de cambio de las

precipitaciones. Los caudales se incrementarán donde la precipitación aumente y

disminuirán donde la precipitación se reduzca. En general, los caudales se incrementarán

en las altas latitudes del hemisferio norte y disminuirán en las bajas latitudes. Hay

muestras de que el caudal de los ríos mayores del mundo, independientemente de la

15 El HadCM2 es un modelo acoplado de circulación general atmósfera-océano, desarrollado por el Centro Hadley, con una resolución variable según la latitud. A 45º de latitud cubre una extensión de 295 km por 278 km.

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latitud en que se encuentren, está disminuyendo, como el del río Colorado, Amarillo,

Nilo o Indo (BROWN, L. R., 2005, 105).

Actualmente una tercera parte de la población del mundo vive en países donde hay

estrés por déficit hídrico. Se prevé que este número aumente en el futuro como

consecuencia de la tasa de crecimiento de la población. Además, el cambio climático

pronosticado podría reducir más el flujo superficial de las corrientes de agua y la recarga

de las aguas subterráneas en muchas de estas naciones que sufren escasez de agua, por

ejemplo, en Asia central, África meridional, y naciones limítrofes al Mediterráneo, pero

podría aumentarlos en algunos otros (McCARTHY, J. J. et al., 2001, 31).

En general, aumentará la demanda de agua debido al crecimiento de la población y

al desarrollo económico, pero, tal vez, podría disminuir en algunas naciones por una

mayor eficiencia en su utilización. Aumentará la demanda de agua para regadío como

consecuencia de un aumento de las temperaturas máximas y una mayor exigencia de

agua para las cosechas, por su mayor transpiración, si bien se utilizarán métodos cada

vez más eficaces. Gracias al regadío se ha incrementado la producción de alimentos y la

diversificación de los cultivos, permitiendo a muchos países en desarrollo la mejora de la

renta, la salud y la nutrición (ROSEGRANT, M. W. et al., 2002, 25).

Es probable que aumente la magnitud y frecuencia de las inundaciones en la

mayoría de las regiones como consecuencia del aumento de las precipitaciones intensas,

que, a su vez, puede hacer que aumenten las escorrentías en la mayor parte de las zonas y

la recarga de aguas subterráneas en algunas llanuras, que facilitará, después, el cultivo y,

por lo tanto, la obtención de alimentos. En algunas zonas disminuirá el flujo de

corrientes en el verano debido a una mayor evaporación.

Como consecuencia del aumento de las temperaturas habrá una menor

precipitación en forma de nieve, e incluso dejará de nevar donde ahora lo hace de manera

esporádica. En los lugares donde las nevadas son, en la actualidad, un componente

importante del equilibrio hídrico, una mayor proporción de precipitaciones invernales

serán en forma de lluvia, lo que podría llevar a que la máxima intensidad de los caudales

se desplazará de la primavera al invierno (BARNETT, T. et al., 2005; MILLY, P.C.D. et al.,

2005). Este cambio en el ciclo fluvial afectará favorablemente al transporte por barco, a

la protección contra las inundaciones, a la generación de energía hidroeléctrica y al

turismo. En climas muy fríos, como el del norte de Canadá y de Siberia, el cambio en el

ritmo del caudal de los ríos es pequeño, ya que la precipitación continúa siendo de nieve

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en invierno, a pesar de la subida de las temperaturas (SHIKLOMANOV, A. y RODDA, J.C.,

2003).

La temperatura más alta del agua degradaría la calidad de la misma, que, a su vez,

cabe suponer que se va a ver deteriorada por una mayor carga de contaminantes, entre

los que estarán incluidos materiales orgánicos que provocan excesivo crecimiento de las

algas, o desechos industriales, como metales pesados tóxicos. Los procesos

biogeoquímicos se alterarían y se reduciría la concentración de oxígeno disuelto en el

agua. La calidad del agua se degradaría aun más cuando disminuyera la circulación de la

misma, pero, si aumentara la circulación, se podrían mitigar, hasta cierto punto, algunos

deterioros de la calidad del agua al aumentar la disolución (ARNELL, N. y LIU, Ch., 2001,

207).

El impacto sobre los recursos hídricos no sólo depende del volumen de agua caído

y de las características de la cuenca, sino de aspectos no climáticos del sistema, como es

la demanda de agua que el ser humano y el medio ambiente hacen de esos recursos

hídricos. Las estimaciones sobre extracción16 de agua a nivel mundial muestran un

incremento que fluctúa entre el 23% y el 49% para 2025, respecto al valor de 1995. Las

tasas mayores se darán en África y en el Oriente Medio, mientras que las menores serán

en las economías desarrolladas (ARNELL, N. y LIU, Ch., 2001, 210).

La extracción municipal de agua va a depender, entre otros factores, del número de

ciudadanos, del nivel de desarrollo, de las pérdidas en la red de distribución, de la

reutilización de las residuales y del precio del agua. La extracción per capita en muchos

países desarrollados podría bajar, entre otras razones, como consecuencia de una mayor

concienciación del buen uso del agua, del aumento del precio y de medidas de ahorro,

como la utilización de electrodomésticos con mayor eficiencia en el uso del agua, lo que,

a veces, podría compensar el aumento del consumo que significaría el incremento de la

población. También podría influir Sin embargo, en los países en vías de desarrollo, se

elevarían las extracciones como consecuencia de una mejor calidad de vida (Idem, 210).

Mientras que en muchos países en desarrollo el acceso al agua potable y al saneamiento

es una cuestión de abastecimiento básico y de salud, lo que evitaría enfermedades; en los

países desarrollados el disponer de más agua significa más comodidades domésticas,

como los lavavajillas o césped más verde.

16 El agua extraída es la cantidad de agua que se saca de su ubicación original, parte de la cual vuelve a entrar en el ciclo del agua y puede ser utilizada de nuevo.

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El sector industrial se estima que eleve también su tasa de extracción de agua a

medida que continúe su crecimiento, si bien su porcentaje de incremento será menor que

el de la producción industrial, porque se utilizará el agua de modo más eficiente,

empleando menos agua por unidad de producto, o trasladando plantas de producción a

zonas costeras para utilizar agua del mar. Según las previsiones, donde más se

incrementará será en Asia y en Iberoamérica.

La cantidad de agua utilizada para la agricultura dependerá de factores como la

tasa de expansión del regadío, del precio del agua y de la eficiencia del riego. La

eficiencia mejorará, en parte, por los cambios en los costes del agua y, en parte, por el

desarrollo técnico, pero, esta mejora se verá contrarrestada por un incremento de las

zonas de regadío. El incremento de regadío es bastante incierto, dependerá, entre otros

factores, del crecimiento demográfico, que influirá en la demanda, y de la variación de

los precios en los mercados agrícolas mundiales. En general se tiende a sobrestimar el

incremento del uso de agua porque también se sobrestima la tasa de crecimiento del

regadío (SHIKLOMANOV, A. y RODDA, J. C., 2003).

Las consecuencias del cambio climático en los recursos hídricos no dependen sólo

del comportamiento del ciclo hidrológico, sino también de las características del sistema

de gestión del agua. Es necesaria una gestión integrada del agua que concilie usos y

demandas diferentes, además de cambiantes, mediante una ordenación de los recursos

hídricos encaminada al ahorro en el consumo y a reducir vulnerabilidades.

5.- DIRECTRICES PARA REDUCIR EL CALENTAMIENTO GLOBAL

Se ha puesto de manifiesto en los apartados anteriores los cambios que se están

produciendo y que se pueden producir en el sistema climático, así como los impactos

desfavorables que generarían en el futuro, en los sistemas físicos, biológicos, sociales y

económicos. Uno de los principales factores desencadenantes de este cambio es el

incremento progresivo de emisiones de gases de efecto invernadero como consecuencia

de las actividades humanas, por ello es urgente poner freno a esas emisiones, para que el

cambio climático se desacelere y, en último término, se detenga.

Sobre la base del segundo informe de evaluación del IPCC, se consideró que las

temperaturas medias globales no deberían sobrepasar los 2 ºC las temperaturas

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preindustriales. Superar ese umbral supondría una amenaza para la estabilidad y la

supervivencia de muchos sistemas naturales terrestres y marinos de nuestro Planeta.

Además, hay que sumar el alto coste de adaptación, en términos económicos y sociales,

que tendría para la Humanidad en su conjunto.

La preocupación por el calentamiento global se ha materializado, principalmente,

en dos instrumentos jurídicos, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el

Cambio Climático, adoptada en 1992 y que entró en vigor en 1994, y el Protocolo de

Kioto, que desarrolla y dota de contenido concreto las prescripciones genéricas de la

Convención. Establece objetivos de reducción de emisiones netas de gases de efecto

invernadero para los principales países desarrollados y con economías de transición.

5.1.- El Protocolo de Kioto y los mecanismos de flexibilidad

El Protocolo de Kioto se aprobó en el seno de la Tercera Conferencia de las Partes

del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el 11 de

diciembre de 1997. Después, se abrió a la firma entre el 16 de marzo de 1998 y el 15 de

marzo de 1999, en la sede de las Naciones Unidas. En esa fecha el Protocolo había

recibido 84 firmas. Sin embargo, el Protocolo puede ser objeto de ratificación,

aceptación, aprobación o adhesión por las Partes en la Convención en cualquier

momento.

El Protocolo de Kioto tiene los mismos objetivos, principios e instituciones de la

Convención, pero refuerza ésta de manera significativa, ya que, a través de él, las Partes

se comprometen a lograr objetivos individuales y jurídicamente vinculantes para limitar

o reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Sólo las partes en la Convención

que sean también partes en el Protocolo, es decir, que lo ratifiquen, acepten, aprueben o

se adhieran a él, estarán obligadas por los compromisos del Protocolo, cuando entre en

vigor.

Entra en vigor, según su artículo 25, el nonagésimo día después de que lo

ratifiquen, al menos, 55 países y que éstos sean responsables del 55% del total de

emisiones de dióxido de carbono correspondiente a 1990. Hecho que ha sucedido el 16

de febrero de 2005, tras ser ratificado por Rusia el 5 de noviembre de 2004. La UE lo

ratificó el 25 de abril de 2002. Estados Unidos no lo ha ratificado, a pesar de ser

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responsable del 25% de emisiones mundiales17. A fecha 10 de julio de 2006 ya había

sido ratificado por 164 países, que suponen el 61,6% de las emisiones (CMNUCC,

2005).

En virtud del artículo 3.1 del Protocolo, las naciones desarrolladas y las naciones

en proceso de transición a una economía de mercado –Partes del Anexo I de la

Convención– asumen el compromiso de reducir, individual o conjuntamente, durante el

quinquenio 2008-2012, al menos, un 5% de sus emisiones antropógenas de los seis gases

objeto de control, respecto de las emisiones del año base. Los seis gases de efecto

invernadero que regula el protocolo de Kioto son los siguientes: el dióxido de carbono

–CO2–, óxido nitroso –N2O–, metano –CH4–, hidrofluorocarbonos –HFCs–,

perfluorocarbonos –PFCs– y el hexafluoruro de azufre –SF6. El año de referencia es

1990, si bien para los gases fluorados –HFCs, PFCs y SF6– se permite utilizar,

alternativamente, 1995 como año base.

El reparto de emisiones se realizó según el principio de responsabilidad

compartida, pero, diferenciada, según el cual no todos los países desarrollados han de

reducir sus emisiones de igual modo, de forma que, por ejemplo, a Estados Unidos le

correspondía un 7%, a Japón un 6%, etc. El artículo 4 del Protocolo permite que un

grupo de países del Anexo I de la Convención decida cumplir conjuntamente sus

compromisos de limitación y reducción de emisiones, en cuyo caso, deberán notificar los

términos de su acuerdo, incluyendo los niveles de emisión que corresponden a cada

nación dentro del acuerdo conjunto. A este artículo se ha acogido la Unión Europea, que

tiene un compromiso de reducción del 8% respecto del año base. A su vez, en su seno se

estipuló un reparto interno, y a España le correspondió un aumento de emisiones del

15%, en el período 2008-2012, respecto al nivel de1990.

El Protocolo de Kioto contempla la posibilidad de utilizar tres instrumentos,

conocidos como mecanismos de flexibilidad, para ayudar a cumplir los objetivos de

reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, cuya utilización es complementaria

a las políticas y medidas nacionales de reducción. Estos mecanismos son: el Comercio

Internacional de Emisiones, el Mecanismo de Aplicación Conjunta –AC– y el

Mecanismo de Desarrollo Limpio –MDL.

El Comercio de Derechos de Emisión permite a las naciones firmantes del

Protocolo comprar o vender a otro país parte de la cantidad que tienen asignada, de

17 Otro país que tampoco lo ha firmado es Australia. El acuerdo no afecta a naciones en desarrollo, a pesar de ser importantes focos de emisión de CO2, como China, India, Brasil o Méjico.

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forma que su nivel permitido de emisión se aumente o reduzca en dicha parte adquirida o

cedida. Así, si una nación tiene en el plazo de cumplimiento menos emisiones de lo que

se le permite, puede vender el volumen que le sobra a otra que no logre reducir lo

suficiente. Algunos países, como Rusia, donde la actividad industrial ha descendido

notablemente, como consecuencia del cierre de muchas plantas industriales y

energéticas, tienen un superávit de permiso de emisiones de CO2 para vender.

El comercio de los derechos de emisión, si bien se puso en marcha tras la entrada

en vigor del protocolo de Kioto, ha estado operativo, poco a poco, a lo largo del año

2005 en la UE, a medida que los registros nacionales de los distintos países han

empezado a funcionar. El Sistema Europeo de Comercio de Emisiones, es el primer

ejemplo práctico en el mundo de este tipo de comercio con límites absolutos, que debería

ser un modelo a seguir para otras naciones que quieran desarrollar sistemas similares,

como Australia o Estados Unidos, a pesar de no haber firmado el Protocolo de Kioto

(WWF-ADENA, 2005).

Para entender el funcionamiento de este mercado, hay que aclarar algunos

conceptos, como el reparto de los derechos de emisión. Un derecho de emisión otorga a

su titular el derecho de liberar a la atmósfera, durante un período determinado, una

tonelada de dióxido de carbono –CO2. Estos derechos han sido repartidos, en cada país

entre las instalaciones emisoras de estos gases de cuatro grupos de actividad industrial:

energético, producción y transformación de metales férreos, materiales de construcción y

papeleras. El sector eléctrico es el que más contribuye a las emisiones de CO2, representa

el 37% de las emisiones globales y el 39% de las europeas. La mayoría de las emisiones

de este sector proceden del carbón –72%–, seguido del gas –18%– y el petróleo –10%.

El carbón es el combustible fósil más intensivo en carbono, y su quema genera un 70%

más de CO2 por unidad de energía producida que el gas natural.

Cada empresa o industria afectada tiene una cantidad asignada de derechos de

emisión y una autorización de emisión. Estos derechos quedan consignados en una

cuenta abierta para cada una de las instalaciones, en el Registro Nacional de Derechos de

Emisión.

Después se establece un mercado, la bolsa de Kioto, donde se compran o venden

derechos de emisión. Si las empresas emiten gases por debajo del límite que tienen

establecido, pueden vender los derechos a contaminar que no utilizan y obtener ingresos

con ello. Es decir, las empresas pagan por contaminar más de lo que deben y pueden

cobrar por ser relativamente limpias.

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El precio de los derechos de emisión dependerá de la oferta y la demanda. Se

espera que la industria europea aumente su participación en el mercado, que hasta ahora

ha estado limitado a los grupos energéticos. El precio de la tonelada de CO2 era de 21,18

euros, en la bolsa europea, el 14-12-2005. Las transacciones de compra venta de

derechos de emisión se realizan mediante instrucciones que dan los titulares de las

empresas al encargado del Registro Nacional, después el Registro Nacional se lo

comunica al Administrador Central de Bruselas.

En España el registro nacional de derechos de emisión se llama RENADE y la

empresa que lo gestiona es Iberclear. Para que las empresas españolas puedan acudir a la

bolsa europea de dióxido de carbono, tienen que abrir una cuenta en RENADE, en donde

se anotan los derechos de emisión concedidos por el Plan Nacional de Asignación, así

como todas las operaciones que realicen con ellos. El Plan Nacional de Asignación de

Derechos de Emisión permite a las instalaciones afectadas emitir 513,6 millones de

toneladas de CO2 entre 2005-2007 en todo el territorio nacional. Hasta noviembre de

2005, en el registro español se habían dado de alta más del 50% de los derechos de

emisión asignados a través del plan español. Estos derechos corresponden a 246 cuentas

de empresas.

Al final de cada año, cada instalación debe tener suficientes derechos para cubrir

sus emisiones de CO2 ese año. El incumplimiento conlleva multas de 40 euros por

tonelada de CO2 en el primer período, que va de 2005 a 2007, y de 100 euros en el

segundo período, que abarca de 2008 a 2012.

Existe la posibilidad de incorporar nuevos derechos al mercado obtenidos a partir

de los MDL o Proyectos de Aplicación Conjunta. Estos derechos se conceden en base al

número de toneladas equivalentes de CO2 que han sido economizadas.

Los acuerdos de Montreal de 2005 se espera que revitalicen la bolsa de CO2. Su

funcionamiento entre 2005 y 2007 tiene carácter experimental y se ha basado en un

reparto gratuito de derechos, es decir, las empresas han recibido el tope máximo de

derechos sin ningún coste. Pero, a partir del 2008, fecha en que se inicia la segunda fase

de la bolsa de contaminación, la UE permitirá que la asignación ya no sea

completamente gratuita y, además, prevé multas más fuertes por cada tonelada de CO2

emitida de más.

El comercio de emisiones no es sólo una medida de política medioambiental, sino

que debe conducir a cambios estructurales e innovaciones en los sectores industriales.

Las compañías se pueden ver animadas a reducir su consumo de energía y a pasar de

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técnicas que emiten gran cantidad de CO2 a alternativas más limpias y eficientes, como

el gas natural o energías renovables, con todos los beneficios económicos y

medioambientales que esto puede suponer.

Los Mecanismos de Aplicación Conjunta regulan la cooperación entre naciones

obligadas a contener o reducir sus emisiones. Se trata de desarrollar instalaciones más

modernas que contaminen menos, y de repartir los beneficios entre los participantes.

Los Mecanismos para un Desarrollo Limpio (MDL), al igual que los anteriores,

están basados en proyectos. Se trata de invertir en proyectos encaminados a reducir las

emisiones antropógenas en las fuentes de las mismas o a incrementar la absorción por los

sumideros de los gases de efecto invernadero (MMA, 2004, 6). A través de un MDL, un

país industrializado puede invertir en un proyecto de reducción de emisiones en un país

en desarrollo y, a cambio, recibir unidades equivalentes de reducción que se pueden

contabilizar como complemento a sus reducciones domésticas. Este mecanismo cumple

con tres objetivos: por un lado, permite al país inversor hacer uso de los créditos de

Reducciones Certificadas de Emisiones del proyecto –RCEs–, para alcanzar sus propios

compromisos de reducción y limitación de emisiones; por otro lado, el país en desarrollo

recibe inversiones en proyectos basados en técnicas limpias y, en tercer lugar, se

contribuye a alcanzar el objetivo último de la Convención de Cambio Climático: la

estabilización de gases de efecto invernadero (MMA, 2004, 9).

En los Acuerdos de Bonn y de Marrakech de 2001 se estipulan los principios y las

líneas generales para la utilización de los mecanismos basados en proyectos. Algunos de

estos principios son: los mecanismos no suponen la creación de ningún derecho o título

de emisión para las naciones del Anexo I; la utilización de mecanismos debe ser

suplementaria a las medidas internas para la reducción o limitación de emisiones; no se

pueden hacer proyectos basados en la utilización de energía nuclear; y, por último, se

llevarán a cabo políticas de equidad, que disminuyan las desigualdades sociales por

habitante entre los países en desarrollo y los desarrollados.

Para la puesta en marcha de estos mecanismos, se crea la Junta Ejecutiva del

Mecanismo de Desarrollo Limpio, que es el órgano supervisor de los MDL; a su vez, se

crea la Autoridad Nacional Designada (AND) que, en el caso de España, es una

Comisión Interministerial con presencia de representantes de los distintos Ministerios

implicados y un representante de las Comunidades Autónomas, cuya función es analizar

y emitir el informe preceptivo, o carta de aprobación, de los proyectos que se le

presentan, de acuerdo con la normativa mundial y comunitaria vigente, donde, además,

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confirme la participación voluntaria de cada parte interesada en el proyecto. La fase de

evaluación culminará cuando una entidad operacional evalúe, de manera independiente,

el proyecto y vea si se ajusta a los requisitos del MDL. La validación es la fase previa al

registro del proyecto por la Junta Ejecutiva. Una vez registrado, se pasará a la fases

operativas de medición, verificación y certificación de reducción de emisiones que se

hayan producido como resultado del proyecto y, finalmente, a la expedición de las

Unidades de Reducciones Certificadas (OECC, 2005, 3). Se establecerá un registro

nacional donde se contabilicen los certificados de emisión asignados a la Parte y las

transferencias y cancelaciones realizadas.

El Plan de Acción de Montreal 2005 ha desarrollado todas las reglas y

procedimientos para que el Protocolo de Kioto funcione plenamente. La Junta Ejecutiva

de los MDL ha salido reforzada, con más personal y más presupuesto. También han

aumentado los fondos para los Mecanismos de Aplicación Conjunta.

Se dará prioridad a los proyectos que promuevan sistemas energéticos sostenibles

–ahorro y eficiencia energética, energías renovables– y una gestión correcta de los

recursos desde el punto de vista ambiental (MMA, 2005).

En la Red del Ministerio de Medio Ambiente de España, están publicadas las

resoluciones de la Autoridad Nacional Designada, por las que se aprueban la

participación voluntaria de España en una serie de proyectos, que permiten regular el

régimen del comercio de derechos de emisión de gases de efecto invernadero. Algunos

de estos proyectos son: proyecto de la silvicultura halófita de Méjico; recuperación de

gas del vertedero de Olavarría –Argentina–; proyecto hidroeléctrico de las Vacas

–Guatemala–; rehabilitación de la central hidroeléctrica de Callahunaca –Perú–;

rehabilitación y ampliación de la central minihidráulica del Macho del Monte –Panamá–;

instalación de un parque eólico en Méjico, etcétera.

La Comisión Europea, en un análisis sobre los costes y beneficios de la contención

del cambio climático, concluye que los beneficios son superiores a los costes de las

políticas de reducción. Según este análisis, los costes de las políticas de reducción y los

efectos sobre la competitividad se pueden minimizar si se incluyen todos los sectores y

gases de invernadero, se amplía la participación en el proceso de reducción de emisiones

a todos los países emisores, se utilizan todas las posibilidades del comercio de derechos

de emisión y de los mecanismos basados en proyectos, y se aprovechan las sinergias con

otras políticas (COMISIÓN EUROPEA, 2005).

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Es muy importante ampliar la participación internacional en la lucha contra el

cambio climático. En las próximas décadas, se espera que el porcentaje de emisiones

mundiales de gases de invernadero correspondiente a la Europa de los 25 disminuya a

menos del 10%, en tanto que el correspondiente a las naciones en desarrollo aumente

hasta sobrepasar la mitad del total (Figura 17). Incluso, considerando conjuntamente las

emisiones históricas y futuras, se prevé que las contribuciones acumuladas de las

naciones desarrolladas y en desarrollo se equilibren entre 2030 y 2065 (COMISIÓN

EUROPEA, 2005).

A los países en desarrollo les preocupa que la reducción de sus emisiones frene su

desarrollo económico. Hay que intentar que no sea así, pero, no será fácil. En teoría

resulta posible conseguir mejoras en eficiencia energética e introducir fuentes de energía

de baja emisión de carbono, y conseguir un rápido crecimiento económico. La reducción

de emisiones contribuiría, así, a una mejor calidad del aire y, por lo tanto, resultar

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beneficiosa para la salud. Habría que ofrecer mayores incentivos a los países en

desarrollo para que participasen en los esfuerzos internacionales de reducción de

emisiones.

Según datos de la Secretaría de la Convención Marco para el Cambio Climático,

las emisiones de gases de efecto invernadero de las naciones desarrolladas habían

descendido un 5,9 % en 2003 respecto a 1990, mientras que los países con economías en

transición lo habían hecho en un 39,6% (Tabla 2). Sin embargo, en Estados Unidos, en

ese período, las emisiones habían crecido un 13,3%.

Los datos de los inventarios de gases de efecto invernadero para el período 1990-

2003 (CMNUCC, 2005; EEA, 2005) indican que Europa ha reducido sus emisiones en

un 1,37% respecto al año base. Hay nueve naciones que tienen unos niveles de emisión

por encima de los del año base –1990–, y cinco naciones que están por debajo. El cambio

relativo de 2003 respecto al año base fluctúa entre –18,18% en Alemania hasta 41,72%

en España, que es el país industrializado donde más han aumentado las emisiones. De

seguir esta tendencia, no podrá cumplir el Protocolo de Kioto, por el que se compromete

a no superar sus emisiones en un 15% en el período 2008-2012 respecto de las emisiones

de 1990 (Tabla 3).

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Si se quiere alcanzar los objetivos del Protocolo de Kioto y que la temperatura no

aumente por encima de 2 ºC, será necesaria una estabilización de las concentraciones de

los gases de invernadero a niveles próximos a 450 ppm, a lo largo del siglo XXI. Dado

que la concentración actual se sitúa en 400 ppm y crece a un promedio del 0,5% anual,

habrá que disminuir, radicalmente, las emisiones a nivel mundial. Habrá que explorar

nuevas vías para obtener reducciones más drásticas. Una de ellas es la potenciación del

ya mencionado comercio de los derechos de emisión, que incentivará y promoverá el uso

generalizado de nuevas técnicas que apoyen la eficiencia energética. Esto implicaría la

ampliación del mercado al resto de los gases de efecto invernadero, además del CO2.

Otra vía que podrá contribuir también a la reducción de emisiones es la captura y

almacenamiento del CO2 en formaciones geológicas, para lo cual se están desarrollando

importantes sistemas y técnicas.

Pero, lo más necesario es lograr un importante cambio cultural y tecnológico

encaminado a un uso más eficaz de la energía y al impulso de las energías renovables.

En los sectores difusos, las nuevas técnicas pueden contribuir a reducir las emisiones de

gases invernadero. Por ejemplo, en los transportes, la mejora de eficiencia viene de la

mano del desarrollo de nuevos vehículos –con motor híbrido–, que posibilitarán el uso de

combustibles alternativos, como los biocarburantes o el hidrógeno, que pueden

revolucionar el sector del transporte y la calidad de vida en las ciudades. Todo ello debe

ir precedido de intentar disminuir los desplazamientos y de una potenciación del

transporte público.

Es urgente incentivar el ahorro y la eficiencia energética en el sector residencial,

comercial e institucional. Es prioritario impulsar un consumo más responsable. Además,

la técnica tendrá que proporcionar mejoras, tales como nuevos electrodomésticos y

mejores equipos de calefacción, materiales de aislamiento, criterios bioclimáticos y

opciones más innovadoras y avanzadas en la integración de energías renovables en la

edificación.

Hay que apostar por un modelo energético que prescinda, poco a poco, de los

combustibles fósiles y que utilice nuevas energías que no produzcan ninguna emisión a

la atmósfera.

5.2.- Nuevo modelo energético

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La lucha contra el calentamiento global y por el cumplimiento del Protocolo de

Kioto, representa un desafío, pero, también una oportunidad de impulsar el desarrollo

técnico necesario para hacer posible un sistema de producción y consumo menos

intensivo de energía. El actual modelo económico tiene graves problemas de

sostenibilidad. Se acabarán las reservas fósiles a medio plazo, la producción de energía

tiene un impacto medioambiental enorme, y, además, un tercio de la Humanidad no tiene

acceso a las formas modernas de energía, lo cual comporta una espiral de pobreza y

migración. Es urgente tomar medidas para reducir la dependencia energética y avanzar

hacia la equidad y la sostenibilidad, como, por ejemplo, aumentar el ahorro y la

eficiencia energética, desarrollar al máximo las energías renovables, y potenciar la

investigación de mejoras técnicas, como la fusión, la captación de CO2, la tecnología del

hidrógeno, la transmutación nuclear, etcétera.

5.2.1.- Plan de ahorro y eficiencia energética

El Consejo Mundial de la Energía de la ONU estima que el 30% de la energía se

malgasta por un uso ineficiente. Muchas organizaciones ecologistas reclaman planes

para fomentar el ahorro. La eficiencia se consigue prestando servicios energéticos, como

calefacción, refrigeración, iluminación o movilidad, con la menor energía posible y

obteniendo ésta a partir de fuentes renovables. Para que aumente la eficiencia, se

requiere también una gestión adecuada, información a todos los agentes implicados,

formación técnica y una política de precios energéticos e incentivos que lo hagan viable.

En la actualidad, están en marcha varios proyectos de gran interés, como los

ejemplos que se mencionan a continuación. La Asociación para la Energía Renovable y

Eficiencia Energética (REEP, 2005) incentiva las técnicas limpias y competitivas. La

Agencia Internacional de la Energía –AIE– también impulsa el desarrollo de tecnologías

energéticas con bajas emisiones de dióxido de carbono. En la UE, los estados miembros

están implementado un Plan de Acción de Tecnologías Ambientales, cuya finalidad es

incitar a la incorporación de técnicas menos contaminantes y más eficientes, para que las

economías sean más competitivas (COMISIÓN EUROPEA, 2004).

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El conjunto de la Unión Europea presenta una tendencia decreciente en la

intensidad energética18, mientras que en España aumenta año tras año, creciendo un 5%

en la última década, por encima del crecimiento del PIB (MARTÍNEZ CAMARERO, C.,

2004).

La elevada dependencia energética exterior de España, cerca del 80% frente al 50%

medio de la UE, que podría generar riesgos inflacionistas y desequilibrios

macroeconómicos en un escenario de precios al alza del crudo, ha hecho necesario que

se apruebe el Plan de Acción 2005-2007 de Estrategia de Ahorro y Eficiencia Energética,

que tiene tres finalidades: ahorrar energía, reducir la contaminación y mejorar la

competitividad de la economía española. El objetivo es reducir en un 8,5% el actual

consumo de energía primaria y el 20% las importaciones de petróleo. Generará un ahorro

de 12 millones de toneladas equivalentes de petróleo, entre 2005-2007 y permitirá una

reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera de 32,5 millones de toneladas en el mismo

período. Centra sus esfuerzos en siete sectores: industria, transporte, edificación,

servicios públicos, equipamiento residencial y ofimático, agricultura y transformación de

la energía. Muchas de las medidas adoptadas en este plan para fomentar la eficiencia

energética, sirven para facilitar el cumplimiento de los objetivos de reducción de

emisiones de CO2 establecidos en el Plan Nacional de Asignación 2005-2007 de

derechos de emisión, y se puede extrapolar a otros países, ya que se consideran medidas

de carácter universal.

A continuación se desarrollan algunos ejemplos de directrices que se deberían

adoptar para favorecer el ahorro y la eficiencia energética:

• En el sector industrial: la realización de auditorias energéticas, principalmente

en los sectores químico, alimentario, bebidas y tabaco, siderurgia y minerales

no metálicos; y programas de ayudas públicas a proyectos empresariales de

eficiencia energética.

• En el transporte: planes de movilidad urbana para disminuir los

desplazamientos y para conseguir una reducción progresiva de la utilización del

vehículo privado, sobre todo el de baja ocupación; planes de transporte para

empresas; mayor utilización del ferrocarril en transportes interurbanos y del

marítimo en el de mercancías; implantación de técnicas de conducción eficiente

en el vehículo privado, camiones y autobuses; mejora de la gestión de

18 La intensidad energética es la cantidad de energía que se necesita para producir un dólar del Producto Interior Bruto de un país.

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infraestructuras de transporte con un estricto control de la velocidad en las

carreteras con objeto de optimizar la circulación; renovación de los parques

automovilísticos, aéreo y marítimo.

• En la edificación: exigir unos requisitos mínimos de eficiencia energética en los

edificios nuevos y en los rehabilitados, mediante la aplicación de Códigos

Técnicos de la Edificación. Rehabilitación de la envolvente térmica en los

edificios existentes, incrementando el nivel de aislamiento en fachadas y

cubiertas, mejora de carpinterías exteriores y vidrios y la incorporación de

protecciones solares. Mejora de la eficiencia energética en las instalaciones de

iluminación interior de los edificios existentes mediante sustitución de lámparas

incandescentes por otras de bajo consumo. Mejora de la eficiencia energética

en las instalaciones térmicas de los edificios existentes, con la inspección

periódica de calderas y sistemas de aire acondicionado. Elaboración de un plan

de eficiencia energética en los edificios de la Administración. A este respecto,

A. LAMELA (2006a, 57) señala que “tenemos la obligación de aspirar a lograr

construcciones arquitectónicas de alta eficiencia energética, con el uso más

adecuado y el menor consumo racional de las energías utilizadas, ya que, si se

sabe actuar, el ahorro energético puede llegar a ser del orden del 60% con

respecto al de las soluciones convencionales… Los inevitables y supuestos

gastos adicionales que es preciso aplicar para conseguirlo suelen ser, entonces,

altamente rentables y compensatorios. Es invertir a presente y futuro”. Las

ventajas de una arquitectura energéticamente responsable son múltiples, siendo

de destacar el retardar el agotamiento de las fuentes de energía, el reducir la

emisión de agentes contaminantes que constituyen un peligro para la salud

pública y el disminuir los problemas derivados del efecto invernadero

(LAMELA, A., 2006b, 33).

• En los servicios públicos: mejora de la eficiencia en las instalaciones del

alumbrado público, mediante la sustitución de lámparas de vapor de mercurio

por vapor de sodio; mejora de la eficiencia en las instalaciones de

potabilización, abastecimiento y depuración de las aguas.

• En el equipamiento residencial y ofimático: planes para renovar los

electrodomésticos, que introduzcan incentivos económicos que estimulen la

compra de equipos eficientes. La Administración Pública debería dar ejemplo

con planes de equipamiento y uso eficiente de la energía.

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• En la Agricultura: campañas de difusión de técnicas de uso eficiente de la

energía, modernización de la flota de tractores agrícolas, y sustitución de

sistemas de riego por aspersión a riego localizado.

• En el sector de transformación de la energía: realizar auditorias energéticas, y

mayor desarrollo de la producción de electricidad con cogeneración

–aprovechar la energía generada en una determinada actividad industrial para

producir electricidad.

Todas estas medidas deberían ser explicadas a través de campañas de

comunicación que tendrían como objetivo la sensibilización ciudadana para el consumo

responsable de energía. Un ejemplo es la campaña que está llevando a cabo

WWW/Adena, ¡cambia de energía! Hacia una Electricidad más limpia19, cuyo objetivo

es que las principales empresas eléctricas del mundo se comprometan a producir energía

con reducciones progresivas de sus emisiones de CO2. Las medidas que proponen son:

que las empresas incrementen sus porcentajes de energía renovables hasta un 20% en

2020, reducir el uso del carbón en más del 50% por debajo de los niveles de 1990 para

2020, aumentar la eficiencia en su producción eléctrica en un 33%, apoyar políticas

enérgicas de reducción de emisiones de CO2 en el sector y eliminar inversiones en

centrales de carbón obsoletas. Esta campaña va dirigida a empresas productoras de

energía, instituciones financieras, políticos y consumidores. Sobre todo a estos últimos,

ya que un consumo más responsable de energía incurrirá en una disminución de la

demanda y, con ello, en las emisiones resultantes. F. LINARES y F. SANTOS (2005)

concluyen que un elemento clave para reducir las emisiones de CO2 es la disminución de

la demanda de electricidad, porque son las que menos costes implican para el sistema, y,

en menor medida, el aumento de la disponibilidad y competitividad de las energías

renovables.

La financiación de estas medidas habría que hacerla con recursos públicos y

privados. Parte de la financiación procedería de la tarifa eléctrica. Aunque los costes son

elevados, a la larga, los beneficios obtenidos compensarían la inversión realizada.

La política territorial y municipal, además de reducir la demanda, debe promover

la ciudad densa, compacta y con mezcla de actividades, con barrios donde viviendas,

trabajo y servicios estén próximos en el espacio, aminorando la segregación espacial y

social de las ciudades, que induce a aumentos en las necesidades del transporte.

19 http:/www.wwf.es

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5.2.2.- Favorecer las energías renovables

Junto al ahorro y la mejora de la eficiencia energética, para hacer frente a la

demanda creciente del consumo de energía, es necesario el fomento de energías

renovables o limpias. El desarrollo y difusión de los recursos y de las técnicas de las

energías renovables ayudará a alcanzar importantes objetivos económicos,

medioambientales y sociales a lo largo del siglo XXI. Las energías renovables son

elementos fundamentales para garantizar la sostenibilidad del modelo de desarrollo

económico (JOHANSSON, T.B. et al., 2004).

En la Cumbre Mundial de Desarrollo Sostenible –2002– los gobiernos, guiados por

los objetivos de desarrollo sostenible y reducción de la pobreza, acordaron aumentar la

proporción de fuentes renovables de energía en todo el mundo con miras a acrecentar su

contribución a la oferta total de energía y mejorar el acceso a los servicios y recursos

energéticos fiables, de coste razonable, económicamente viables, socialmente aceptables

y ecológicamente racionales (JOHANSSON, T.B. et al., 2004; FRITSCHE, U.R. et al., 2005).

En la Conferencia Internacional de Energías Renovables celebrada en Bonn

–2004– se proponen una serie de recomendaciones políticas para incrementar el uso de

estas energías, a nivel global, por los enormes beneficios que proporcionan. Las energías

renovables, en teoría, contribuyen a la garantía del suministro energético a largo plazo en

tanto que son fuentes energéticas autóctonas e inagotables. Una excesiva dependencia

energética exterior –en el caso de España cercana al 80%, y en la UE en conjunto del

orden del 50%– puede provocar enormes riesgos macroeconómicos, derivados de

posibles restricciones de la oferta de petróleo o del gas natural por parte de los países

productores. Como, por ejemplo, la interrupción en el suministro de gas natural

procedente de Rusia a 13 países de la UE en febrero del 2006, o, como los efectos sobre

las bolsas de la nacionalización de las reservas de gas natural del gobierno boliviano de

Evo Morales. El recurso de las energías renovables permitirá reducir la dependencia

exterior contribuyendo a asegurar el suministro futuro (IDAE, 2005, 13).

Las energías renovables contribuyen a la creación de empleo, a la mejora de la

competitividad industrial, a la ocupación equilibrada del territorio y al desarrollo rural,

ya que se pueden implantar en zonas rurales y dispersas, allí donde se localiza el recurso.

En el caso de la biomasa, los nuevos cultivos energéticos permitirán la recuperación de

tierras agrícolas abandonadas.

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El uso creciente de energías renovables en las ciudades, principalmente los

colectores solares térmicos en los edificios, y los biocarburantes20 en el sector del

transporte, mejorará la calidad de vida y el bienestar social, al reducirse las emisiones

derivadas de los combustibles fósiles.

Las energías renovables hacen posible reducir las emisiones de gases de efecto

invernadero y, por lo tanto, limitar el calentamiento global. Más del 75% de las

emisiones de los seis gases de efecto invernadero, contemplados en el Protocolo de Kioto

tienen origen energético. La generación eléctrica en plantas de carbón, fuel o gas natural

produce emisiones a la atmósfera de compuestos contaminantes diversos, responsables

de diferentes daños medioambientales.

Las energías renovables constituyen la alternativa energética con menor impacto

medioambiental. Tal vez, el mayor impacto, en según que caso, sea el paisajístico,

asociado a la explotación de determinadas instalaciones o a la ocupación del territorio.

La legislación ambiental vigente debe asegurar, como ocurre en algunas naciones, que

todos los proyectos de aprovechamiento de energías renovables se ejecuten con el

máximo respeto al medio ambiente, exigiendo, en los casos que resulte pertinente, la

declaración de impacto ambiental y acometiendo obras de reparación y restitución del

entorno natural, si fuera necesario. La energía eólica es la que mayor impacto visual

genera. La construcción de viales, zanjas y edificios de control puede provocar

alteraciones en el suelo y en la cubierta vegetal y, en algunas ocasiones, pequeñas

modificaciones geomorfológicas provocadas por desmontes o aplanamientos. El factor

medioambiental que más preocupa a la Sociedad es la presencia de aerogeneradores en el

paisaje y, sobre todo, el ruido que producen al girar, si bien, la calidad de los

mecanizados, así como los materiales que constituyen las palas, reducen al máximo los

niveles de ruido emitidos. Los impactos sobre la fauna se manifiestan en la fase de

construcción, con desplazamientos temporales, pero, al finalizar la obra vuelven al área

del parque. Las aves son las más afectadas por el riesgo de colisión contra las palas,

torres y tendidos eléctricos, aunque los datos disponibles indican que los impactos son

pequeños.

Según el informe REN21 (2005, 6) sobre energías renovables, el 17% del

suministro global de energía primaria proviene de las energías renovables, 20 La denominación de biocarburantes se refiere al conjunto de combustibles líquidos provenientes de distintas transformaciones de la materia vegetal o animal que se pueden utilizar en los motores de los vehículos sustituyendo a los combustibles tradicionales. Existen dos líneas de productos, el etanol y el biodiésel.

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principalmente de la biomasa tradicional –9%–, gran hidráulica –entre 10 y 50 MW, el

5,7%– y de las nuevas energías renovables –2%–, donde se incluyen la minihidráulica

–≤10 MW–, la eólica, la solar y la moderna biomasa. La técnica energética de más

rápido crecimiento en el mundo ha sido la solar fotovoltaica conectada a la red, con una

tasa media de crecimiento anual del 60% entre 2000 y 2004, seguida por la energía

eólica con un crecimiento medio en el mismo período del 28%, la biodiésel,21 con un

25% y la energía solar para agua caliente y calefacción, con un porcentaje del 17%

(Figura 18).

Las energías renovables –excluida la gran hidráulica– tienen una capacidad

eléctrica mundial de 160 GW en 2004, que representa el 4% de la potencia eléctrica total

mundial –3.800 GW–, correspondiendo los dos tercios a las energías minihidráulica y

eólica (Figura 19). Por países, el bloque de las naciones en vías desarrollo, incluida

China, tienen una capacidad de 70 GW –44% de la capacidad total–, representada

principalmente por la biomasa y pequeña hidráulica. La Unión Europea tiene 57 GW

–36%–, correspondiendo en mayor parte a la eólica. Los cinco primeros países en cuanto

a capacidad son China –37 GW–, Alemania –20 GW–, EE.UU. –20 GW–, España –10

GW– y Japón –6 GW– (Figura 19).

21 El biodiésel se obtiene de la transesterificación y refino de aceites vegetales, bien limpios –girasol o colza– o bien, usados. Se utiliza en motores diesel como sustituto del gasóleo o mezclado con éste último.

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Los paneles solares proveen agua caliente a cerca de 40 millones de hogares, la

mayoría en China. Más de 2 millones de bombas de calor geotérmico son usadas en 30

países para calefacción y refrigeración de edificios. Incluso la biomasa provee cinco

veces más calor que la energía solar y geotérmica juntas.

La producción de biocarburantes –etanol22 y biodiésel– superó los 33.000 millones

de litros en 2004 y representa el 3% de la gasolina consumida en el mundo. En Brasil,

líder en la producción de biocarburantes, el 44% del combustible para coches es etanol.

Gracias al desarrollo conjunto del mercado de los coches y de los biocombustibles, en

2005, más de la mitad de los coches nuevos funcionaban con etanol, bien puro o

combinado con gasóleo o gasolina. Durante los últimos 25 años se ha promocionado el

empleo de los biocombustibles a través del Programa ProAlcool y se están aplicando

menores impuestos a los vehículos que utilizan etanol puro (REN21, 2005, 25).

22 El etanol se obtiene a partir de cultivos como el cereal, maíz o remolacha, después de someterlos a fermentación y destilación.

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Existen alrededor de 4,5 millones de consumidores de electricidad verde en

Europa, EE.UU., Canadá, Australia y Japón, que compran electricidad renovable,

directamente, o por medio de certificados verdes.

Las energías renovables, principalmente la minihidráulica, la biomasa y la solar

fotovoltaica, proporcionan energía eléctrica, calor, fuerza motriz y bombas de agua a 10

millones de personas de áreas rurales de los países en vías de desarrollo, para tareas

relacionadas con la agricultura, pequeña industria, hogar, escuelas, etc. Dieciséis

millones de hogares cocinan e iluminan sus casas con biogás, y 2 millones utilizan

sistemas de luz solar.

Las políticas para promover las energías renovables se empiezan a extender a

muchos países a finales de los años noventa, estableciéndose unos objetivos de alcanzar

unas cuotas de producción de electricidad con renovables que oscilarán entre el 5% y el

30% para el 2010-2012. En la UE existe una política de fomento de las energías

renovables desde noviembre de 1997, fecha en que se publicó por la Comisión Europea

el Libro Blanco de las Energías Renovables, donde se adoptó como objetivo que las

fuentes de energía renovable cubrieran el 12% del total de la demanda energética en el

año 2010, incluyendo la biomasa como principal contribuidor. En él se incluían

propuestas sobre el acceso de las fuentes de energía renovables, a las redes eléctricas a

tarifas no discriminantes, así como medidas fiscales y financieras adecuadas para el

fomento de las fuentes de energía renovable y el uso de biocombustibles para el

transporte y la producción de calor y electricidad.

En este sentido, el Parlamento y el Consejo Europeos han aprobado dos Directivas.

La Directiva 2003/30/CE, del 8 de mayo de 2003, relativa al fomento del uso de

biocarburantes y otros combustibles renovables en el transporte, establece unos

porcentajes mínimos de venta de biocarburantes en 2005 y 2010, del 2% y del 5,75%

respectivamente. La segunda Directiva 2004/8/CE, del 11 de febrero del 2004, es relativa

al fomento de la cogeneración sobre la base de la demanda de calor útil en el mercado

interior de la energía.

En el Libro Blanco se recogían medidas como la cogeneración y la sustitución de

combustibles fósiles en las centrales de carbón, para promover los mercados de la

biomasa sólida, y facilitar el acceso a los combustibles derivados de desechos mejorados,

como las virutas de madera, y la utilización más intensiva de los residuos resultantes de

la explotación forestal y de las industrias de la madera y el papel.

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Los sectores solar, eólico y biomasa fueron los prioritarios, así como las iniciativas

para el fomento del uso de biocombustibles en el transporte. También se proponían

medidas para promover las fuentes de energía renovables en el sector de la edificación, y

la integración de sistemas solares, tanto térmicos como fotovoltaicos, en los edificios.

En el año 2000, la UE presenta el Libro Verde Hacia una estrategia europea de

seguridad del abastecimiento energético, como aproximación a una estrategia energética

a largo plazo. En ella la Comisión reconoce las energías renovables como la “única

fuente de energía en que la UE dispone de cierto margen de maniobra para aumentar la

oferta”. Se apuesta por políticas de demanda frente a las políticas de oferta, aconsejando

orientar la demanda hacia consumos más controlados y respetuosos con el medio

ambiente. En el lado de la oferta energética, la prioridad la constituye el desarrollo de

energías nuevas y renovables. Para potenciar estas energías, además de las medidas

financieras tradicionales –ayudas estatales y desgravaciones fiscales– apunta otras

iniciativas como que fuesen las energías más rentables –petróleo, gas y nuclear– las que

financien el desarrollo de las energías renovables (IDAE, 2005, 16).

En el Libro Verde se insiste en la necesidad de potenciar los biocarburantes y en

reducir la diferencia de precios entre éstos y los productos a los que sustituyen, mediante

medidas fiscales; y que sean las compañías petroleras las que faciliten la distribución, en

grandes cantidades, de estos productos.

La Directiva 2003/96/CE, junto con la ya citada relativa al uso de combustibles

fósiles, viene a consolidar el desarrollo del sector, al reestructurar el régimen

comunitario de imposición de los productos energéticos y de la electricidad, dando vía

libre a la reducción de impuestos especiales a los biocarburantes producidos en

instalaciones de carácter industrial, e incluso a la aplicación de un tipo cero.

En septiembre de 2001 se aprueba la Directiva 2001/77/CE, relativa a la promoción

de la electricidad generada a partir de fuentes de energía renovables, con un doble

objetivo, por un lado, aumentar la contribución de las fuentes de energía renovable a la

generación de electricidad en el mercado interior y, por otro, sentar las bases de un

futuro marco comunitario de apoyo a las mismas.

La Directiva también establece que la electricidad de origen renovable se debe

garantizar, para lo cual los Estados deben designar organismos competentes que se

encarguen de expedir estos certificados de garantía. Esta normativa todavía está

pendiente de transposición al ordenamiento jurídico español.

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Directrices generales para el conjunto de energías renovables

Las directrices que se proponen23 para impulsar las energías renovables son las

siguientes:

• Evaluación de los recursos nacionales de energías renovables y promoviendo su

uso mediante su incorporación en las políticas de otros sectores: transporte,

salud, agricultura, edificación y educación.

• Crear un mercado energético en igualdad de condiciones, suprimiendo los

subsidios a las energías convencionales, y considerando los costes externos de

las energías en el precio final del mercado, es decir, nivelar las condiciones de

competencia. Los mercados deben reflejar los costes y los beneficios de todas

las opciones energéticas. Para desarrollar el mercado de las energías

renovables, se podrán utilizar varias opciones: subsidios compensatorios,

créditos a largo plazo y con bajos intereses, sistemas de precios y cuotas. Los

gobiernos pueden obligar a las empresas de servicios eléctricos a garantizar a

los productores de energía renovable unos precios mínimos y fijos durante un

cierto tiempo, y a que un mínimo de energía generada provenga de fuentes

renovables. Los costes de estos sistemas de precios y cuotas pueden ser

cubiertos con sobretasas al consumo de electricidad, o mediante impuestos

generales (JOHANSSON, T.B. et al., 2004, 13). Donde sea posible, los precios

más altos pagados por los consumidores de electricidad pueden generar

ingresos con los que se puede ayudar a los pobres que no tienen servicio

energético alguno.

• Crear un clima favorable a las energías renovables para afrontar los altos costos

iniciales, e integrar las energías renovables en los mercados. Desarrollar un

marco propicio para las inversiones a largo plazo que proporcione seguridad a

los inversores y consumidores. En los países en desarrollo, además de las

inversiones de capital local, inversiones directas extranjeras o fondos

especiales, existen otras opciones para atraer capital extranjero, como son las

derivadas de los Mecanismos de Desarrollo Limpio a través de las Reducciones

de Emisión Certificadas.

23 Estas directrices se han elaborado a partir de una serie de propuestas políticas que se adoptaron en la Conferencia Internacional de Energías Renovables de 2004, celebrada en Bonn.

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• Aplicar políticas que reduzcan los costes de las energías renovables a través de

un aumento de las inversiones en esas técnicas, así como, en investigación y

desarrollo. Los gobiernos miembros de la Agencia Internacional de la Energía

asignan sólo el 8% de sus fondos de investigación y desarrollo a las energías

renovables (REN21, 2005, 4). Las inversiones globales en energías renovables

alcanzaron la cifra de 30.000 millones de dólares en el año 2004. Unos 500

millones de dólares van cada año a países en desarrollo como ayuda a proyectos

de energías renovables, formación y apoyo al mercado, la mayor parte

procedentes del Banco Alemán de Financiación al Desarrollo, del Banco

Mundial y de la Facilidad Ambiental Global (REN21, 2005, 5).

• Promover proyectos energéticos de pequeña dimensión mediante microcréditos.

Las experiencias existentes en los países en desarrollo, en particular con las

empresas de mujeres, han resultado exitosas, tanto en la difusión de energía

renovable como en la reducción de la pobreza. La energía renovable puede

desempeñar un importante papel en actividades que promuevan el desarrollo

local, como calentar agua para teñir telas, o hacer funcionar refrigeradores para

conservar alimentos, o almacenar medicamentos y vacunas en puestos

sanitarios. El acceso a combustibles de cocina más limpios puede reducir los

impactos perjudiciales derivados de cocinar, y aumentar las oportunidades

económicas de las microempresas femeninas que utilizan intensivamente este

tipo de calor. La existencia del Programa Solar Regional desarrollado en

algunos países africanos, sobre todo en el Sahel, donde se están implantado

bombas de agua solares para acceder a los recursos hídricos, ha reducido la

tendencia de la población rural a emigrar a las ciudades (REN21, 2006, 7).

• Apoyar las energías renovables mediante campañas públicas de concienciación

a través de la televisión y la radio. Los medios de comunicación pueden ser

importantes actores en la divulgación de los beneficios de las energías

renovables entre la población.

• Impulsar la investigación y la educación en relación con las energías

renovables. Es necesario que todos los planes de estudio, desde la infancia,

incluyan cuestiones de energía para conseguir el desarrollo sostenible. Se

necesitan programas de doctorado y maestrías para capacitar a profesionales

requeridos para planificar proyectos, gestionar, instalar y mantener los futuros

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sistemas de energías renovables. También hay que impulsar la investigación

relacionada con las energías renovables.

• Para planificar y aplicar políticas destinadas a fomentar los mercados de

energías renovables, es esencial contar con fuertes instituciones públicas a nivel

nacional. Organizaciones mundiales como las Naciones Unidas, los bancos de

desarrollo, y organizaciones regionales como la UE, ASEAN o MERCOSUR

pueden impulsar el uso de las energías renovables como un instrumento básico

para el desarrollo sostenible, financiando proyectos de energías renovables en

programas de cooperación para el progreso en países en desarrollo y en

economías de transición.

Directrices por sectores

Analizando los distintos sectores de energías renovables, se podrían proponer las

medidas24 que se irán desarrollando a continuación. En el sector eólico destacan:

• Gestión adecuada del volumen de energía eólica asociada a una mayor

penetración en el sistema eléctrico. Hay que introducir tarifas que permitan

predecir,, con bastante aproximación los ingresos que se esperan en una

instalación eólica. Hay que proporcionar estabilidad, disminuyendo los riesgos

financieros, y eliminando incertidumbres en las inversiones por parte de las

entidades financieras. Se deben establecer complementos económicos para las

instalaciones que contribuyan a la estabilidad técnica del sistema mediante la

aplicación de innovaciones técnicas en sus instalaciones.

• Desarrollar el aprovechamiento del recurso eólico marino como medio para

hacer frente a la demanda creciente de energía eléctrica. Se estima que será de

mayor calidad debido a la no existencia de accidentes orográficos, y menores

turbulencias. Este desarrollo implica la creación de bases reglamentarias sólidas

que racionalicen esas implantaciones. También es necesario llevar a cabo

acciones informativas que favorezcan el consenso social para superar el amplio

rechazo por parte de algunas asociaciones a este tipo de proyectos. El mercado

de energía eólica de tipo marino está emergiendo, en 2003 se instaló la primera

24 En gran medida, estas directrices son recogidas por el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDEA, 2005).

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gran planta en Dinamarca, y existe un plan ambicioso para producir 40 GW en

Alemania, Países Bajos y Reino Unido (REN21, 2005, 8).

• Construcción de nuevas infraestructuras de evacuación de energía eólica en

zonas aisladas o próximas a zonas saturadas.

• Modernización de los parques eólicos mediante nuevas técnicas que

contribuyan a dar estabilidad a la red, y que puedan soportan huecos de tensión

originados por faltas de línea.

• Mayores inversiones en investigación, desarrollo e innovación técnica.

• Elaboración de modelos de predicción del viento con suficiente fiabilidad, que

permitan cuantificar la energía eólica disponible potencial, y facilitar su

gestión, con la integración de los parques eólicos dentro de las normas que

rigen el mercado eléctrico.

El sector hidroeléctrico tiene un alto grado de eficiencia técnica como

consecuencia de muchos años de desarrollo, y, posiblemente, es una de las energías con

menores impactos medioambientales, si bien ha sido frecuente el que se produzcan

graves alteraciones sociales y medioambientales durante la fase de construcción, sobre

todo con las grandes presas, cuya construcción está en entredicho. Exige elevados costes

económicos. Sin embargo, en muchas zonas rurales y alejadas, es la única opción

posible, particularmente la minihidráulica. Además, en países en desarrollo contribuye a

la reducción de la pobreza de muchas maneras, suministrando energía para bombear

agua con fines domésticos o agrícolas, creando un entorno mucho más limpio y

saludable, mejorando los servicios médicos, etc. Más de la mitad de la capacidad de la

energía minihidráulica mundial está en China.

La gestión de los recursos hidricos debe contemplar, junto con la satisfacción de la

demanda, el mantenimiento del caudal mínimo que debe circular por el río, para proteger

la vida piscícola, el medio natural y el paisaje, asegurando el mantenimiento de los

sistemas fluviales y ribereños.

Medidas a adoptar en el sector hidroeléctrico:

• Evaluar el potencial hidroeléctrico que es viable desde el punto de vista social,

técnico y medioambiental en un territorio, para conocer los recursos disponibles

para el desarrollo futuro de esta energía. Muchas veces ese potencial no se

puede desarrollar al encontrarse en un paraje de alto valor ecológico o al tener

graves repercusiones sociales.

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• Agilizar los permisos de concesiones de aprovechamientos hidroeléctricos,

después de contar con los informes favorables de impacto ambiental.

• Colaborar con los grupos ecologistas auténticos y fiables, para encontrar

ubicaciones y proyectos con un impacto social y medioambiental muy

reducido.

• Campañas de información para la opinión pública, que expongan los beneficios

medioambientales y sociales de la energía hidroeléctrica frente a otras energías

convencionales, además de posibilitar el abastecimiento de agua a muchas

zonas necesitadas.

La energía solar térmica, denominada de baja temperatura, es la energía mejor

considerada para producir agua caliente sanitaria, tanto en viviendas como en

establecimientos hoteleros, campamentos, instalaciones deportivas, etc., siempre que

haya recurso, técnicas y condiciones económicas interesantes. También se utiliza para

calefacción, con la desventaja de que la demanda de este servicio coincide con la de

menor radiación solar; así como para climatización de piscinas. En el futuro inmediato se

utilizará también para refrigeración mediante la incorporación de una máquina de

absorción. Las experiencias están siendo muy alentadoras.

Es una energía con bajo impacto en el medio, que se genera en los puntos de

consumo, y que no requiere transporte ni creación de infraestructuras. Cuando ocupa una

gran extensión sobre el terreno hay que minimizar el impacto visual que genera,

procurando que los sistemas empleados se integren de modo respetuoso en el entorno, y,

o que se adapten a los edificios a los que da servicio.

Entre las medidas para intensificar la aplicación de la energía solar térmica,

destacan las siguientes:

• Aplicación de Códigos Técnicos de Edificación (CTE) que promuevan las

instalaciones de este tipo de energía en los edificios.

• Intensificar la puesta en práctica de Ordenanzas Solares Municipales.

• Promover Planes de Ordenación Urbana que contemplen incentivos para la

aplicación de la energía solar a la climatización y al agua sanitaria.

• Desarrollar un programa de diseño y montaje de instalaciones que incluyan

formación de instaladores y mantenedores de energía solar, así como la

formación específica de técnicos municipales para la evaluación de proyectos

relacionados con los CTE.

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• Programas y ayudas de financiación pública a este tipo de energía.

• Difusión al público en general de las ventajas de esta energía.

• Política de incentivos para el desarrollo de instalaciones innovadoras desde el

punto de vista técnico, con nuevos captadores solares para adaptarlos a la

demanda del mercado. Automatización de los procesos de fabricación.

• Ampliar la red de información de datos solares para evaluar el potencial solar

de manera detallada.

• Posibilidad de desgravaciones fiscales a las empresas y a los consumidores que

inviertan en energía solar térmica.

• Desarrollo de la refrigeración con energía solar mediante máquinas de

absorción. Ante el aumento de demanda de refrigeración en los edificios, con lo

que supone de incremento de consumo de energía y de problemas de

abastecimiento, esta nueva aplicación supondrá claras ventajas energéticas y

medioambientales.

• Desarrollo de la desalinización de aguas salobres o saladas con energía solar.

La energía solar termoeléctrica puede ser una de las técnicas más favorecidas por

la búsqueda global de soluciones energéticas limpias, fruto de acuerdos internacionales

para el desarrollo acelerado de técnicas limpias, sobre todo en cuanto a emisiones de

CO2. Destacan en este sentido las inversiones que se están realizando, en muchos países

en vías de desarrollo, por parte del Banco Europeo de Inversiones, y por el Banco

Mundial. El Fondo para el Medio Ambiente Mundial está financiando proyectos en la

India, Marruecos, Egipto y Méjico, que entrarán en funcionamiento en los próximos

años. También se están elaborando estudios de viabilidad en Brasil, Malta, Jordania y

Namibia.

En Estados Unidos, la Asociación de la Industria de la Energía Solar y el

Ministerio de Energía, han participado en la creación de Zonas de Empresas Solares, en

los estados de Arizona y Nevada, para ayudar a que las empresas privadas ejecuten

grandes proyectos (IDAE, 2005,132).

En la primera Conferencia Internacional sobre Energía de Concentración Solar,

celebrada en Berlín en 2002, se debatió la Iniciativa de Mercado Global (IMG), una

estrategia para desarrollar y expandir la instalación de plantas de concentración solar,

que se conoce como Declaración de Berlín.

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En la segunda Conferencia Internacional, celebrada en Palm Springs, en 2003, se

lanzó definitivamente la IMG, que representa la más amplia acción coordinada para el

desarrollo de la energía solar termoeléctrica, cuyo objetivo es facilitar la construcción de

plantas hasta alcanzar una potencia total de 5.000 MW para 2014 (IDAE, 2005). La IMG

pretende difundir el empleo de este tipo de energía entre políticos, inversores y empresas

con el fin de acelerar la entrada en el mercado energético de la misma, hacerla más

competitiva e incrementar su rentabilidad.

En España, el apoyo a este tipo de energía se realiza con el Real Decreto 436/2004,

que asegura las condiciones económicas para la vida útil de la central y eleva el precio al

que se compra la energía eléctrica producida. A partir del 2007 se empezará a construir

un proyecto de torre solar, pionero en el viejo continente, que generará 30 MW de

electricidad, evitará la expulsión a la atmósfera de más de 78.000 toneladas de de CO2 al

año y permitirá calentar 250 ha de invernaderos. Actualmente, los únicos proyectos

comerciales que existen en el mundo son las plantas de captadores cilíndricos de Mojave

en California y las torres solares de Arabia Saudí y Australia. Sin embargo, en el ámbito

de la investigación, destaca la Planta Solar de Almería, que es el mayor centro de

investigación, desarrollo y ensayo de Europa dedicado a la energía solar de

concentración.

La energía solar termoeléctrica se clasifica en sistemas de media temperatura y

sistemas de alta temperatura. Las centrales de media temperatura, a nivel comercial,

corresponden a centrales con colectores cilindro parabólicos, que constituyen una técnica

probada y más madura y, por tanto, utilizable a corto plazo. Los aprovechamientos de

alta temperatura se realizan mediante centrales de torre, y centrales de generadores

discoparabólicos, todavía en fase muy alejada de comercialización. Son técnicas que, por

su baja rentabilidad, requieren elevadas primas para dar viabilidad a los proyectos, por el

momento.

Las principales repercusiones de esta energía pueden ser, si no están bien resueltos,

los impactos visuales y la ocupación de terrenos, que en las grandes instalaciones pueden

ser de gran magnitud. En algún caso, pueden influir en la flora y en la fauna del lugar. En

cuanto a la ocupación de terrenos, existen diferencias entre las técnicas utilizadas;

mientras que en las centrales de colectores cilindro parabólicos la ocupación es de una

hectárea por MW, para los proyectos de torre central, este ratio se multiplica de 6 a 8

veces. Nuevas técnicas, como los colectores lineales de Fresnel, permitirían combinar

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usos como el empleo del suelo debajo de los colectores con fines agrícolas, o constituir

un aparcamiento para vehículos, entre otras muchas y diversas soluciones.

Las principales medidas a adoptar serían:

• Ayudas a la inversión de proyectos.

• Creación de una red de información climática que suministre datos de radiación

directa para poder evaluar de modo preciso las mejores ubicaciones. La

medición de la radiación directa es costosa y compleja. Generalmente se

emplean modelos para estimar la radiación directa a partir de otras variables

meteorológicas, o se extraen de datos de satélite.

• Promover la creación de industria de componentes para el sector.

• Promover medidas legislativas específicas.

• Apoyo a proyectos de demostración.

El sector solar fotovoltaico está en plena expansión por las enormes ventajas

energéticas, medioambientales, industriales y sociales que presenta. El mayor número de

instalaciones se concentra en Japón, Alemania y Estados Unidos, favorecidas por

políticas muy solidarias con este tipo de energía (REN21, 2005, 9). Es necesario asegurar

condiciones favorables que permiten un fuerte crecimiento del sector, como un marco

legislativo adecuado, tarifas que hagan atractiva la inversión, financiación fácil de los

proyectos, ayudas a fondo perdido, e incentivos fiscales. A pesar de ello, tendrá que ir

adaptándose según la evolución del mercado. Es un sector con un buen futuro inmediato.

El componente principal de una instalación fotovoltaica es el generador, que está

formado por módulos fotovoltaicos, que son un conjunto de células de silicio, mono y

policristalinas, conectadas entre sí y debidamente protegidas de los agentes externos.

Otra técnica menos generalizada es la lámina delgada de silicio aformo. Se encuentran en

experimentación materiales como el telurio de cadmio o el diseleniuro de indio-cobre

(IDAE, 2005).

Aunque lentamente, se van produciendo progresos. Por ejemplo, Acciona Energía,

junto con la empresa estadounidense MT Technologies, desarrollarán sistemas bioactivos

de generación eléctrica a partir de proteínas cultivadas en el laboratorio. El objetivo es

mejorar la eficiencia y reducir los costes de los actuales sistemas fotovoltaicos de células

de silicio, que resultan demasiado caras y son, en parte, el motivo de la lentitud en la

implantación de estos sistemas de energía. La primera fase de la investigación ya se ha

realizado y se ha creado un prototipo de célula solar en el laboratorio. En fases

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posteriores se creará un prototipo comercial de la célula y se realizarán ensayos reales

que servirán para decidir si se aborda la etapa definitiva de fabricación.

Las medidas que se tienen que adoptar van encaminadas a hacer frente a una serie

de barreras que obstaculizan su desarrollo:

• Creación de una red de estaciones que proporcionen datos de irradiación a nivel

local para poder evaluar el recurso solar de modo preciso.

• Apoyos públicos a través de primas a este tipo de inversiones, dado que tienen

una rentabilidad insuficiente, porque el tiempo de amortización es muy largo,

aunque se espera que el crecimiento del mercado vaya a permitir una bajada en

el precio de las instalaciones, lo que mejorará su rentabilidad.

• Posibilidad de desgravaciones fiscales a las empresas y a los particulares que

inviertan en este tipo de energía.

• Incentivos para desarrollar instalaciones innovadoras o proyectos novedosos.

• Creación de fábricas de silicio para abastecer la demanda creciente de la

industria fotovoltaica. Durante los últimos años, la materia prima de esta

industria –silicio grado solar– procede de procesos compartidos con la industria

electrónica, pero, el incremento de ambos sectores puede provocar tensiones en

los mercados y perjudicar al sector fotovoltaico por generar menor valor

añadido.

• Favorecer la integración de la energía fotovoltaica en los edificios. La

generalización de su uso en las nuevas construcciones significaría un gran

impulso a estas técnicas. Se están consiguiendo grandes progresos

arquitectónicos en su aplicación, con resultados estéticos muy interesantes y

variados.

• Campañas de difusión dirigidas al conjunto de ciudadanos, a los

Ayuntamientos y a quienes intervienen en la financiación, diseño y

construcción de edificios. Los Ayuntamientos pueden ser uno de los impulsores

de la energía solar fotovoltaica, concediendo bonificaciones en los impuestos.

Colectivos como arquitectos o promotores aún no valoran de modo adecuado

los beneficios de la instalación de captadores solares, en parte por desconocer la

técnica o las soluciones constructivas existentes. Para algunos arquitectos,

supone complicaciones, y para los promotores, incremento del presupuesto, sin

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tener en cuenta el ahorro energético que supone para el usuario final, con su

consiguiente atractivo.

• Aligerar los trámites administrativos.

En cuanto al sector de la biomasa, la característica fundamental es la

heterogeneidad de los materiales empleados como combustibles –residuos urbanos y

forestales, residuos agrícolas leñosos, residuos agrícolas herbáceos, residuos de

industrias forestales y cultivos energéticos–, así como de los posibles usos energéticos de

los mismos –tanto en aplicaciones térmicas como eléctricas. La producción de

electricidad y de calor a partir de biomasa se está expandiendo lentamente en Europa,

principalmente en Austria, Finlandia, Alemania y Reino Unido. Suecia cubre la mitad de

las necesidades de calefacción con biomasa. En países en vías de desarrollo, como

Brasil, Cuba, India, Filipinas y Tailandia, con una importante industria azucarera, es

frecuente utilizar los residuos de la caña de azúcar para producción de energía y calor

(REN21, 2005, 8).

Las medidas que se recomiendan en relación con la producción y distribución son

las siguientes:

• Desarrollar un mercado de la biomasa mediante la creación de canales de

comercialización que permitan a los centros consumidores disponer del recurso

con regularidad, calidad y a un precio aceptable. La creación de centros de

distribución de la biomasa y la implementación de contratos entre

suministradores y consumidores. Asegurar la logística de suministro es el

primer problema con el que se enfrenta el desarrollo de un proyecto de

aprovechamiento energético de la biomasa.

• Asignar recursos económicos para favorecer una producción estable de grandes

magnitudes de biomasa en cantidad, calidad y precio. A veces, dado el carácter

estacional de algunos de estos recursos, es obligado la creación de centros de

almacenamiento de biomasa. Por otro lado, la heterogeneidad de ciertos

recursos, hace necesaria la aplicación de técnicas previas de adecuación del

recurso, como el astillado, la compactación o trituración, que homogenizan y

que facilitan su transporte.

• Programas de ayuda para la adquisición de maquinaria de recogida, transporte y

tratamiento. Favorecer la mecanización del proceso.

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• Establecer un marco legal, y un programa de ayudas que dé seguridad a los

agricultores que cambien su actividad tradicional por el cultivo de productos

energéticos, como cardo, sorgo o colza etíope. Las ayudas tienen que tener una

cuantía que compense los costes de adquisición de nuevos equipos.

• Desarrollar programas para la promoción de cultivos energéticos que incluyan

la selección y mejora de especies, métodos sostenibles para su desarrollo y

análisis de la productividad. Los costes asociados al cultivo y su recolección

son todavía demasiado altos, lo cual disminuye la viabilidad económica de los

proyectos al no ser rentables para los inversores, hoy por hoy.

Entre las medidas que se recomiendan en relación a la fase de transformación

energética del recurso caben ser destacadas:

• Desarrollar las tecnologías de gasificación de la biomasa, ligadas a la

combustión del gas producido en un motor que implica rendimientos de

transformación mayores que los de las técnicas tradicionales.

• Que los Reglamentos de Instalaciones Térmicas en los Edificios incluyan la

posibilidad de instalaciones de calefacción con origen biomasa. En lo que

respecta a la generación de energía eléctrica con biomasa, concretar el régimen

económico en el que se incluyen incentivos para la venta en el mercado

eléctrico de la electricidad producida.

• Subvenciones a la inversión en equipos para aplicaciones térmicas domésticas

de la biomasa. Debido a los altos costes de inversión, es necesario su reducción

para hacer atractiva la inversión en este tipo de técnicas.

• Establecimiento de una normativa específica para las instalaciones térmicas de

biomasa en los edificios y desarrollo de normas específicas para la biomasa, de

forma que la permitan establecer, legalmente, como combustible.

• Impulsar la productividad con el fomento de la co-combustión, y el

establecimiento de primas para aquellas instalaciones de producción de energía

eléctrica de origen térmico, cuando, además de utilizar otro combustible,

utilicen biomasa como combustible secundario.

• Concesión de primas superiores a instalaciones que utilicen como energía

primaria la biomasa.

• Impulsar la investigación tecnológica para la fabricación de calderas de

biomasa que puedan ser empleadas en aplicaciones térmicas y eléctricas.

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• Impulsar la investigación de sistemas de climatización con biomasa para

calefacción y refrigeración basada en calderas y máquinas de absorción.

La producción de biogás a partir del tratamiento de residuos biodegradables

–residuos ganaderos, lodos de estaciones depuradoras de aguas, efluentes industriales y

fracción orgánica de residuos sólidos urbanos– se justifica por su interés

medioambiental. Su evolución es muy heterogénea, dependiendo de la nación. La

combustión de biogás para uso térmico es menos frecuente que la de la aplicación

eléctrica.

Algunas de las medidas que se aconsejan para mejorarlo son:

• Desarrollar medidas correctoras en aquellos casos que sea necesario evitar el

impacto paisajístico de este tipo de instalaciones, o evitar los malos olores

relacionados con la gestión del residuo. Hay ejemplos notables de

transformación de vertederos de residuos urbanos en parques y zonas forestales.

• Difundir las técnicas existentes sobre el uso energético del biogás entre los

Ayuntamientos y Diputaciones, por ser ellos los agentes implicados en

promocionar este tipo de proyectos.

• Promocionar técnicas que han mostrado su viabilidad y que tienen ventajas

medioambientales, en el tratamiento de residuos de la actividad agrícola

ganadera, mediante la digestión anaerobia de los mismos, generando biogás y

aprovechándolo energéticamente.

• Mantener un régimen económico especial aplicado a la electricidad producida

por este tipo de instalaciones, que es clave para asegurar su rentabilidad

económica.

• El desarrollo de procesos de co-digestión, en que se someten a un proceso de

digestión anaerobia residuos de diversas procedencias, con la finalidad de

aumentar el rendimiento y la rentabilidad de las instalaciones en la producción

de biogás, e incrementar la calidad de éste y su poder calorífico.

• Desarrollo de sistemas para inyectar el biogás en la red de gas natural.

El sector de los biocarburantes ha tenido un gran impulso a escala europea en los

últimos años, como consecuencia de una serie de directivas que fomentan su uso y

modifican la fiscalidad de los productos energéticos. Aunque los costes de los

biocarburantes no son competitivos con los de los combustibles tradicionales, sí

presentan importantes ventajas medioambientales, energéticas y socioeconómicas. Los

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biocombustibles son un instrumento muy útil para cumplir los compromisos de Kioto,

pues reducen la dependencia de energía del exterior, no emiten dióxido de azufre, ni

partículas y no contaminan los suelos al ser biodegradables.

A escala mundial, la producción de biocarburantes la encabezan Brasil y Estados

Unidos, concretamente con bioetanol. Brasil utiliza caña de azúcar como materia prima y

todas las gasolineras venden bioetanol, bien en estado puro, o mezclado con gasóleo o

gasolina en una determinada proporción. Estados Unidos lo produce a partir del maíz.

Sin embargo, Europa es líder en biodiésel. En Alemania la producción de biodiésel

creció en 2004 un 50%, donde disfruta de una exención fiscal del 100%. Otros

productores importantes son Francia e Italia (REN21, 2005, 10).

Si hasta el año 2000 no existía en España ninguna planta de biocarburantes en

funcionamiento, a finales de 2004 era líder europeo en la producción de bioetanol y

había experimentado un fuerte avance en el sector del biodiésel (IDAE, 2005). Sin

embargo, según la asociación de productores de energías renovables, todavía existen

escasos incentivos para su consumo en el mercado; apenas se ha llegado al 1% de

consumo de combustible renovable para el 2005, cuando el objetivo fijado por la

Comisión Europea era del 2%. La Comisión Nacional de la Energía aconseja que hay

que multiplicar por 10 el consumo actual, si se quiere cumplir el objetivo de que en

2010, el 5,75% de todos los combustibles sean de origen vegetal.

El Real Decreto 1739/2003 modifica el Reglamento de Impuestos Especiales del

año 1995, y establece el nuevo procedimiento aplicable al caso de los proyectos piloto

para el desarrollo de técnicas de producción de biocarburantes.

Las medidas que se aconsejan para hacer frente a las principales barreras son las

siguientes:

• Alargar en el tiempo el régimen de apoyo a los biocarburantes con exenciones

fiscales generalizadas superiores a los seis años. Austria, además de ser pionera

en conceder exenciones fiscales a la producción de biodiésel, ha subvencionado

su precio para que sea un 4% más barato que el gasóleo convencional. El

Impuesto para el Desarrollo Sostenible, que se propone en el apartado 4.3 del

capítulo II, gravaría a los carburantes tradicionales, que son los más

contaminantes, y con los fondos obtenidos, se podría potenciar la producción de

biocarburantes de forma sostenible en naciones en vías de desarrollo.

• Dinamizar el mercado de materias primas para producción energética. Por

ejemplo, en Europa, desarrollar todas las oportunidades que ofrece la Política

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Agrícola Común. Existe la posibilidad de una ayuda comunitaria de 45 €/ha

para el establecimiento de cultivos energéticos y una ayuda nacional que llega a

cubrir hasta el 50% del coste de su establecimiento.

• Establecimiento de un sistema de recogida de aceites usados en la industria,

hostelería y sector doméstico, por parte de organismos estatales y de los

Ayuntamientos. Con esta medida se eliminaría un residuo contaminante, que es

difícil separarlo del agua, y aumentaría la producción de biodiésel de calidad.

• Investigar nuevas variedades de cultivos que sean idóneas para las condiciones

climáticas y los suelos de las distintas naciones, y, así, obtener rendimientos

óptimos.

• Incentivar proyectos de investigación y desarrollo para conseguir técnicas de

conversión más limpias y seguras, y mejorar la técnica de los motores para

biocarburantes. Como el Proyecto “New Improvements for ligno-cellulosic

Ethanol”, dedicado a investigar técnicas de conversión de lignocelulosa en

bioetanol a través de procesos químicos, como la hidrólisis y la fermentación.

El objetivo final es obtener una producción rentable de bioetanol limpio que se

pueda utilizar para la combustión de los motores de transporte. Está integrado

por la Comisión Europea, 21 entidades industriales y de investigación de 10

Estados miembros e Israel. Los ensayos se realizarán en una planta situada en

Örnsköldsvik, Suecia.

• Desarrollar la logística de distribución de carburantes, cubriendo todos los

eslabones de la cadena, desde el productor de materia prima hasta la estación de

servicio, facilitando el acceso de los consumidores al producto y poniéndolo a

la venta en un número elevado de puntos. Para evitar hacer inversiones en

nuevas infraestructuras, se podrá vender en las mismas gasolineras que sirven

carburantes tradicionales.

• Campaña de divulgación de los biocarburantes. Existen algunas experiencias

piloto de utilización de estos combustibles, como la que lleva a cabo una

asociación de ciudades francesas “Partenaire Diester”, que promueve los

biocarburantes en el transporte público, y, en especial, las mezclas con un

contenido superior de biodiésel. En la ciudad austriaca de Graz, el biodiésel

mueve el 100% del transporte público.

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• Desarrollar una normativa que garantice la calidad de los biocarburantes frente

al consumidor, y la adecuación del parque automovilístico al uso de

biocarburantes, no permitiendo que algún nuevo modelo de coche se ponga en

circulación sin estar preparado para un determinado porcentaje de mezcla de

biocarburante. El empleo de mezclas de biocarburantes con carburantes

tradicionales ha suscitado recelo entre los agentes del sector, como los

fabricantes de automóviles, que desconfían de la calidad de los mismos. Por

ello, es necesario realizar tareas de certificación y de vigilancia de los

estándares de calidad, para mantener la confianza entre todos los agentes

involucrados en el desarrollo del sector.

Las previsiones realizadas estiman que la demanda global de energía continuará

creciendo, incrementándose entre un 50 y un 60% para el año 2030, y, por lo tanto,

también las emisiones de gases de efecto invernadero, a no ser que se adopten las

medidas de ahorro y eficiencia energética propuestas (REN21, 2006,10). No hay duda

que las energías renovables desempeñarán un gran papel en el suministro de energía en

la segunda mitad del siglo XXI, aunque son necesarias actuaciones nacionales y

mundiales para que sus técnicas se hagan más competitivas. Según un estudio de

Greenpeace, las energías renovables podrán abastecer 56 veces la demanda total de

energía que los españoles consumirán en el año 2050 (GREENPEACE, 2005).

Las energías renovables son el futuro, pero, para satisfacer los incrementos de la

demanda de energía y, a la vez, reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera, será

necesario un modelo energético mixto. Junto con los combustibles fósiles, que seguirán

desempeñando un importante papel en las próximas décadas, se utilizarán, cada vez más,

las energías renovables. El gas natural y, tal vez, la energía nuclear serían como energías

de transición. En muchos países la captación y almacenamiento del CO2 en el subsuelo

forma parte de la estrategia de desarrollo energético.

El hidrógeno, considerado por muchos la energía del futuro, también tiene

inconvenientes, de momento. La forma principal de fabricación del hidrógeno es con gas

natural, por lo que se emite a la atmósfera CO2 en el proceso de producción. Sin

embargo, a medio y largo plazo, el hidrógeno podría ser parte de la alternativa, obtenido

mediante la aplicación de energías renovables.

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5.3.- Captación y almacenamiento de dióxido de carbono en el subsuelo, y su

reutilización

Para reducir los niveles de CO2 en la atmósfera y cumplir con los compromisos del

Protocolo de Kioto, otra medida es la captación y almacenamiento de este gas en el

subsuelo, que es considerado como una acción más de mitigación para estabilizar las

concentraciones de gases de efecto invernadero (IPCC, 2005, 2-18; IEA-GHG, 2001, 2).

Habría que añadirla a acciones ya mencionadas, como: la reducción del consumo de

energía; el incremento de la eficiencia energética; el cambio a combustibles con niveles

más bajos de carbono –el paso del carbón a gas natural–; la mejora de sumideros

naturales de CO2 mediante reforestación de terrenos; y la utilización de energías

renovables o, en su defecto, de energía nuclear, siempre y cuando no se encuentre una

alternativa mejor.

La iniciativa de mitigar el cambio climático mediante la captura y el

almacenamiento de CO2 no está exenta de polémica. Algunos expertos piensan que esta

opción es real, viable y demostrada y podría reducir, según estimaciones del IPCC

(2005), entre un 20% y un 40% las emisiones a la atmósfera del dióxido de carbono

hacia 2050. En sentido opuesto, algunas organizaciones ecologistas, como Greenpeace o

Ecologistas en Acción, son contrarias a estos proyectos de captura y almacenamiento del

CO2, por considerar que esconden los problemas y dejan a generaciones futuras una

hipoteca ambiental para que sean ellas las que los solucionen25. Además, consideran que

la técnica aplicada a estos proyectos todavía no se utiliza de manera comercial, ni en

Estados Unidos ni en otras partes del mundo, si bien, esto ya no parece tan cierto. Las

estimaciones de los costes del secuestro de CO2, según estos grupos ecologistas, estarían

entre los 100 y 300 dólares la tonelada de carbono evitada26, aunque la meta de este tipo

de programas es reducir el coste del secuestro a los 10 dólares por tonelada en torno al

año 2015. La captura de CO2 es la parte más costosa del proceso y supone las tres cuartas

partes del coste total. A ello hay que sumar los gastos ocasionados por el

almacenamiento, el transporte y el sistema de secuestro, lo que aumentaría los costes de

generación de energía en un 40-80%. Esta técnica reduciría la eficiencia de las centrales

25 http://www.ecologistasenaccion.org/article.php3 26 Estas cifras parecen exageradas. Más adelante se menciona que el coste actual por tonelada de carbono evitada es de 30 a 50 € y de 20 a 60 € según las tecnologías, es decir, entre 24 y 36 $ y entre 60 y 72 $ al cambio de 22-03-2006.

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térmicas: haría falta quemar hasta un 30% más de combustible fósil para producir la

misma cantidad de electricidad, lo que implicaría mayores emisiones de CO2 que a su

vez, tienen que ser capturadas. Greenpeace señala costes adicionales a largo plazo. Se

necesitaría una vigilancia y verificación durante décadas para garantizar la retención del

CO2 almacenado. Incluso entonces, habría pocas opciones de intervenir para evitar o

controlar, escapes inesperados. Si el almacenamiento se realizara en depósitos

geológicos terrestres como yacimientos de sal o capas de carbón profundas, se añadirían

otros problemas, como el escape del CO2 a partir de los caminos abiertos en las minas de

sal en caso de irrupciones de agua; o lo que puede suceder en las capas de carbón

profundas, donde al intentar sustituir el metano por el CO2 se podrían producir fracturas

en las rocas de cubierta, provocando la liberación a la atmósfera de CO2 y de metano,

otro gas de efecto invernadero aun más poderoso. A la vista de todos los problemas

señalados, las mencionadas organizaciones concluyen que es mejor utilizar energías

renovables, que son más baratas y sin impactos ambientales negativos (HARE, B. et al.,

1999). Pero, esta postura tiene el inconveniente de que las energías alternativas,

posiblemente, no puedan estar desarrolladas a tiempo y, mientras tanto, conviene

simultáneamente investigar opciones que tengan la potencialidad de mejorar la situación

actual, aunque sólo sea parcialmente.

La mayor parte de las emisiones de CO2 proceden de tres sectores: generación

eléctrica, transporte e industria. Dada la naturaleza dispersa de las emisiones del

transporte, se descarta su viabilidad para realizar operaciones de captura y

almacenamiento, por lo que las investigaciones se centran principalmente en la industria

y en el sector eléctrico.

Actualmente, se están desarrollando varios proyectos a nivel mundial para el

almacenamiento geológico del CO2. Las posibilidades que más se manejan de secuestro

en el subsuelo son: formaciones salinas profundas, yacimientos de gas y petróleo

agotados, y capas de carbón donde el CO2 se utilizaría para la recuperación mejorada de

metano (IPCC, 2005, 28). En cualquier caso, los almacenamientos tienen que ser

estables, permanentes y seguros. El almacenamiento de CO2 en los océanos está en fase

de investigación. Una opción sería inyectar el CO2 captado en la columna de agua o en el

fondo del océano, a donde llegaría mediante el transporte por gaseoductos o buques.

Posteriormente, el CO2 disuelto y disperso se convertiría en parte del ciclo global del

carbono. La fertilización mediante la adición de hierro podría aumentar el contenido de

fitoplancton, intensificándose el proceso de fotosíntesis y la absorción de CO2

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atmosférico. Sin embargo, el almacenamiento en profundidades oceánicas no es factible

por ahora por el posible impacto ambiental sobre la vida marina, a pesar de que el

océano representa el mayor potencial de almacenamiento, probablemente unos

40.000.000 millones de toneladas métricas de carbono (Idem, 35). Por esta razón se

suspendieron los proyectos de Hawai y Noruega, aunque sigue adelante un programa en

la bahía de Monterrey, California, con ensayos de inyección de CO2 líquido a más de

3.000 m de profundidad. La idea de hacer aspiradores que saquen este gas de la

atmósfera parece que está lejos de poder convertirse en realidad.

La reducción neta de emisiones a la atmósfera mediante la captura y

almacenamiento de CO2 dependerá de la relación entre la fracción de CO2 captado y la

mayor producción de CO2 resultante de la pérdida de eficiencia de las centrales eléctricas

debido a la energía adicional requerida para la captación, transporte y almacenamiento

(IPCC, 2005, 3). En la figura 20 se observa que la planta con captación y

almacenamiento de CO2 genera más dióxido de carbono, pero, compensa porque es

capaz de capturar la inmensa mayoría del CO2 que produce.

El proceso de captura y almacenamiento de CO2 tiene cuatro fases: separación del

CO2, compresión, transporte e inyección. Aunque se dispone de técnicas para separar y

almacenar CO2, será necesaria una inversión importante en infraestructura así como

importantes medidas para reducir considerablemente su coste. El precio actual por

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tonelada evitada es de 30 a 50 €, el objetivo del 6º Programa Marco de la UE es de

reducirlo a 20-30 € y el objetivo del Programa Visión 21 –EE.UU. – es el de llegar a

10 €. La mejor técnica de captura es la de menor coste, y menor penalización de

rendimiento energético (ABANADES, C., 2005).

Según C. ABANADES (2005) el estado actual de las técnicas de captura de CO2

posterior y previo a la combustión es casi comercial, mientras que la combustión de

oxígeno-gas está en fase de desarrollo (Tabla 4). Otra técnica emergente es la

carbonatación mineral. Comprende la reacción de CO2 con minerales no carbonatados,

principalmente silicatos de calcio y magnesio, para formar uno o más componentes

carbonatados, normalmente sólidos. Los productos así formados son

termodinámicamente estables y, por lo tanto, el secuestro del CO2 es permanente y

seguro. Además, la capacidad del secuestro es grande porque los depósitos de silicatos

son muy abundantes en la Naturaleza. Sin embargo, este sistema requeriría entre el 60 y

el 180% más de energía que una planta sin sistema de captación y almacenamiento de

dióxido de carbono –CAC– (IPCC, 2005, 36-37).

Las instalaciones de captura y almacenamiento de CO2, o se sitúan junto a la fuente

que lo genera, como plantas energéticas y de extracción de combustibles fósiles, o debe

ser transportado por gaseoductos hasta las plantas de inyección. Este último sistema,

además de encarecer el proceso, cuenta con la oposición de la población. Sin embargo,

es el método más común en Estados Unidos desde principios de los años 70, donde más

de 2.500 km de gaseoductos transportan más de 40 Mt de CO2, principalmente hasta

Tejas, donde el CO2 es utilizado para la recuperación mejorada de petróleo. El CO2

también puede ser transportado de forma líquida en buques, camiones o vagones

cisterna, donde lleva una temperatura muy inferior a la temperatura ambiente y una

presión mucho más baja (Idem, 26).

Los costes estimados por el transporte de CO2 dependerán de la distancia y de la

cantidad transportada. En el caso de transporte por gaseoductos, los costes varían en

función de que el gaseoducto esté situado en la tierra o en el mar, de si atraviesa zonas

densamente pobladas, o si en su ruta hay montañas, grandes ríos o terrenos congelados.

Todos estos factores aumentarán el coste por unidad de longitud. En el transporte por

barco el coste dependerá del volumen del tanque y de las características del sistema de

carga y descarga. En ciertas situaciones, el transporte por buque puede resultar más

atractivo desde el punto de vista económico, sobre todo cuando tiene que ser

transportado a largas distancias, o a ultramar (Idem, 27).

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Existen abundantes proyectos en curso en los que participan empresas, centros de

investigación y universidades para poner a punto técnicas geológicas, geofísicas y

geoquímicas de inyección para secuestrar CO2 en el subsuelo. Destaca el Proyecto de

Captación de CO227, iniciativa industrial donde participan 9 empresas del sector de la

energía en colaboración con el Departamento de Energía de Estados Unidos, dedicada a

investigar y desarrollar técnicas destinadas a minimizar los costes de separación y

captación del carbono. El primer proyecto a nivel industrial, y que constituye la base

para el éxito de proyectos futuros es el del Campo Sleipner28, en el Mar del Norte

–Noruega–, donde, la empresa petrolera Statoil y sus socios inyectan un millón de

toneladas de CO2 licuado al año, desde 1996, en la Formación Utsira, un acuífero salino

situado entre 800 y 1.000 m de profundidad debajo del lecho marino (BENNACEUR, K. et

al., 2005, 54; IEA-GHG, 2001, 15). Está perfectamente sellado en su parte superior y

basal, evitando la migración de CO2. Se espera que este campo continúe operando hasta

2020. Este acuífero ha quedado perfectamente caracterizado con la ayuda del programa

THERMI de la Comisión Europea –activo desde 1990 a 1994– y de los Proyectos SACS

y SACS2 –Primer y Segundo Programa de almacenamiento de CO2 en acuíferos

salinos–, que han examinado una gama completa de problemas de caracterización,

control y simulación de yacimientos. El proyecto SACS se dedicó también a investigar

otro mecanismo de almacenamiento de CO2 asociado con el subsuelo, que se conoce

como entrampamiento de minerales, al que ya se ha hecho mención con anterioridad. En

el caso del Campo de Sleipner, el entrampamiento de minerales no constituye un factor

de relevancia, debido a la reactividad limitada entre el CO2 y la Formación Utsira. Sin

embargo, podría constituir un mecanismo de almacenamiento geológico importante en

otros yacimientos, y es probable que afecte a la porosidad y la permeabilidad dentro del

yacimiento (Bennaceur, K. et al., 2005, 56). Los estudios que se realizan pretenden

encontrar una forma rentable de acelerar las reacciones de carbonatación que ocurren,

espontáneamente, en la Naturaleza, pero, demasiado lentamente.

El Proyecto CO2STORE –2003–, apoyado por la Unión Europea en asociación con

productores de energía europeos, continua con planes de investigación de

almacenamiento de CO2 específicos en Dinamarca, Alemania, Noruega y Reino Unido.

27 Para más detalle se puede consultar la siguiente dirección: http://www.co2captureproject.org/index.htm. 28

Existen tres proyectos de almacenamiento geológico del CO2 a escala industrial, el del Campo Sleipner en una formación salina marítima en Noruega, el proyecto Weyburn de recuperación mejorada de petróleo en Canadá y el proyecto In Salah en un yacimiento de gas de Argelia.

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“EnCana Corporation, Saskatchewan Industry and Resources”, el Centro de

Investigación Tecnológica de Petróleo y la Agencia Internacional de Energía –AIE–

pusieron en marcha un proyecto muy amplio de captura y almacenamiento de CO2 en

1999. Implicaba el transporte de CO2 a través de una línea de conducción de 325 km que

se extendía desde una planta de gasificación de carbón situada en Dakota del Norte,

EE.UU., hasta el campo petrolífero de Weyburn, ubicado en Saskatchewan, Canadá,

donde se inyecta en el subsuelo. Un estudio geológico de la AIE sobre el punto en el que

se realiza la inyección del CO2 ha revelado que la geología del campo Weyburn es

adecuada para la captación y almacenamiento del CO2 a largo plazo. Las rocas que sellan

el yacimiento constituyen autenticas barreras para la migración de fluidos, y las fallas y

fracturas tampoco muestran capacidad de conducir fluidos. El modelado de la evaluación

de riesgos indica que sólo un 0,02% de CO2 migraría por encima del yacimiento en

5.000 años, después de finalizada la recuperación del petróleo. Para investigar el

comportamiento migratorio del CO2 a largo plazo, se utiliza un programa de simulación

de yacimientos, junto con un programa de control sísmico implementado con la técnica

de repetición, que permite mejorar el conocimiento del comportamiento del flujo de CO2

en el yacimiento. Diariamente, 5.000 toneladas métricas de CO2 son transportadas e

inyectadas en el campo Weyburn para proporcionar un almacenamiento seguro del CO2

y mejorar la recuperación de petróleo (BROWN, K. et al., 2004). A lo largo de la vida útil

del campo, se almacenarán unos 22 millones de toneladas métricas de CO2

antropogénico. En lo que respecta a la producción, “EnCana” estima que en los próximos

30 años se recuperarán 130 millones de barriles de petróleo adicional como resultado del

proyecto de almacenamiento de CO2 (BENNACEUR, K. et al., 2004, 58).

En septiembre de 2004, se empezó a desarrollar un experimento de inyección de

CO2 financiado por el Departamento de Energía de Estados Unidos junto con la Oficina

de Geología Económica de la Universidad de Tejas, asistido por un consorcio de

investigación que eligió a Schlumberger para que ejerciera las labores de evaluación,

seguimiento y muestreo de formaciones, y a BP para que actuara de asesora durante el

experimento. El proyecto se localiza en el Campo de South Liberty, a 50 km de Houston,

sobre salmuera de la Formación Frío del oligoceno. La selección del sitio obedece a

estrategias de reducción de emisiones, dada la proximidad a una de las áreas con

mayores niveles de emisión de Estados Unidos, la costa del Golfo de Méjico, donde

existen una gran concentración de instalaciones industriales productoras de electricidad,

refinerías de petróleo y plantas de productos químicos, que emiten unos 520 millones de

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toneladas métricas de CO2 al año. El proyecto Frío es un importante esfuerzo de

colaboración entre el gobierno, las empresas y las instituciones para probar las técnicas

de control actuales y validar los modelos utilizados para simular, tanto la capacidad de

almacenamiento como el comportamiento migratorio del CO2. Además, este proyecto

sienta las bases para futuros proyectos de captura y almacenamiento de CO2 en el

subsuelo, en esta costa del Golfo de Méjico, donde existen niveles de emisión elevados.

En noviembre de 2002, se inicia un proyecto de almacenamiento de CO2 para

examinar el potencial de almacenamiento del CO2 en una región de Estados Unidos con

altos índices de emisiones. Se realiza en Mountaineer, al oeste de Virginia, que yace

sobre objetivos potenciales de almacenamiento geológico en las profundidades de

estratos cámbricos y ordovícicos de la era Paleozóica. Es una planta de producción de

electricidad a partir de carbón pulverizado y emite 6,4 millones de Tm de CO2 al año.

Los estudios realizados demostraron que la inyección es posible con visión comercial.

Otra posibilidad atractiva es inyectar el CO2 en capas de carbón, y a cambio

conseguir la recuperación mejorada de metano. Esta técnica se empezó a aplicar en

Estados Unidos a principio de la década de 1980, y hoy, supone casi el 10% del gas

producido en ese país. En concreto, el Departamento de Energía de Estados Unidos

cofinancia un proyecto piloto de secuestro de CO2 y recuperación asistida de metano en

el norte de los Apalaches (PENDAS, F., 2005). Sin embargo, la complejidad del carbón

demanda un estudio extensivo e intensivo del subsuelo. El carbón, a menudo, es muy

heterogéneo y se podría producir la migración del CO2 a lo largo de las redes de fractura.

También preocupan otros aspectos relacionados con la recuperación de metano, como la

perforación de pozos, ya que los carbones se rompen con bastante facilidad y podrían

permitir la fuga de CO2. La profundidad de las capas de carbón para el almacenamiento

de CO2 es crucial. La experiencia demuestra que, a profundidades mayores de 1.600 m,

la productividad de los carbones se degrada significativamente al cerrarse los listones y

disminuir la permeabilidad. Eso obliga a inyectar siempre a presiones inferiores a la de

fracturación del carbón (BENNACEUR, K. et al., 2004, 64).

La capacidad de almacenamiento de CO2 en capas de carbón es inferior a la de los

acuíferos salinos. Sin embargo, además del mencionado hay otros proyectos en marcha

por los potenciales beneficios de la producción de metano a partir de la inyección de

CO2. Estas actuaciones se dan tanto en Estados Unidos como en Francia, Alemania,

Países Bajos y Polonia y, sobre todo, en aquellas naciones con vastos recursos de carbón,

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tales como Canadá, Australia y China, donde existe un mayor impulso de proyectos e

iniciativas.

En la Unión Europea se vienen desarrollando proyectos de importancia desde

1998, con la colaboración de organizaciones y empresas de los estados miembros, como

es el caso de ENCAP, centrado en la captura, SACS, que estudió el almacenamiento en

formaciones salinas, RECOPOL –2001– el almacenamiento en la cuenca de carbón de

Silesia, Polonia, o CASTOR –2004 a 2008– dedicado al almacenamiento en yacimientos

de hidrocarburos. En este último están representados organismos y empresas de 11

naciones europeas. Tiene como objetivos la captura y el secuestro geológico del 10% de

las emisiones de CO2 de Europa, y la reducción de los costes de captura mediante post-

combustión, desde los 50-60 € por tonelada de CO2 hasta 20-30 € (LE THIEZ, P. et al.,

2005). Este proyecto contempla la construcción de una planta piloto en Dinamarca,

donde se validarán nuevas técnicas y cuatro plantas nuevas de almacenaje de CO2 en

Casablanca –Tarragona–, Lindach –Austria–, Snohvit –Noruega– y el campo K12b

–Países Bajos.

También se ha desarrollado el Proyecto GESTCO –2001–, con el objetivo de crear

una base de datos europea de centros de emisión y potenciales almacenes. Continuación

de GESTCO es el proyecto GEOCAPACITY, proyecto de captura y secuestro geológico

de CO2 en el que se coopera con 24 organizaciones y empresas de 13 países del este,

centro y sur de Europa, en el que también participa China.

En España, a pesar de un inicio más tardío en las investigaciones –año 2003–,

están surgiendo continuas iniciativas, como el proyecto ALCO2, en el que participa el

IGME y la empresa ELCOGAS, dirigido a investigar el potencial almacenamiento

geológico de CO2 alrededor de la central que la empresa tiene en Puertollano, o la

creación en julio del 2004 del Centro Tecnológico CIEMAT-El Bierzo, que, junto con el

IGME, elaborarán un plan de actuación que permita un desarrollo del conocimiento y la

experiencia en relación con los procesos de captura, transporte y almacenamiento.

El desarrollo de los proyectos de secuestro de carbono implica la colaboración, a

nivel mundial, como la que se pone de manifiesto en el Foro de Liderazgo en Captación

de Carbono. Sería conveniente que, en el seno de una posible Organización de

Estrategia Territorial Mundial, se sentasen en una misma mesa los políticos, las

organizaciones ecologistas, las industrias, los sindicatos y los investigadores, y que

contribuyese a elaborar un marco normativo y técnico necesario para garantizar el éxito

del almacenamiento en las próximas décadas en condiciones de máxima seguridad, que

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coordinara las labores de investigación y desarrollo, los estudios de riesgo

medioambiental, los estudios económicos y de mercado, así como la difusión de la

información entre todos los países.

La captación, el transporte y el almacenamiento de CO2 no son operaciones libres

de problemas, pero, si se planifican, operan y controlan adecuadamente, el riesgo puede

reducirse de manera sustancial. Se cuenta con el precedente del transporte y

almacenamiento del gas natural: en sus 70 años de praxis apenas se han producido fugas.

Algunos expertos consideran este procedimiento como una forma de comprar

cierto tiempo extra, hasta que estuvieran disponibles nuevas fuentes de energía

renovables que suplanten a los combustibles fósiles. Estados Unidos, a la vista de los

proyectos desarrollados, ha optado por este tipo de estrategia para reducir sus emisiones

de CO2, en lugar de firmar el Protocolo de Kioto.

Una investigación de vanguardia, financiada en el ámbito del programa Ciencia y

Tecnologías Nuevas y Emergentes del VI Programa Marco de la Comisión Europea, está

siendo realizada por un grupo de científicos pertenecientes al Instituto Max Planck de

Alemania, a la Universidad Louis Pasteur de Francia y a la Universidad de Patras en

Grecia, coordinados por la Universidad de Mesina en Italia. En este proyecto se

investigan formas de aprovechar el carbono del CO2 y su conversión en combustible útil.

Esta técnica de reciclaje del CO2 se podría hacer realidad en el plazo de una década y

contribuir a la eliminación del dióxido de carbono de la atmósfera y, por lo tanto, reducir

el calentamiento global.

5.3.1.- Directrices sobre captación y almacenamiento de dióxido de carbono

El sistema de captación y almacenamiento de CO2 es una de las opciones de

mitigación del cambio climático, y podría facilitar la consecución de los objetivos de

estabilización de las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero,

además de reducir los costes de estabilización en un 30%, o incluso más. La penetración

y el despliegue de los sistemas de captura y almacenamiento de CO2 dependerá, entre

otros factores, de la madurez técnica, de los impactos medioambientales, los costes, el

potencial global, el desarrollo de las energías renovables, los aspectos normativos, las

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cuestiones ambientales, la percepción pública y de la difusión y transferencia de técnica

a los países en desarrollo, así como de la capacidad de éstos para aplicarla.

Las directrices que se proponen ayudarían a desplegar y difundir esos sistemas a

nivel mundial si se garantizara que generan un beneficio medioambiental mayor que sus

posibles riesgos.

• Elaboración de un inventario de los lugares adecuados de almacenamiento

geológico profundo del CO2 a escala mundial, regional y local. La selección del

lugar requiere un estudio detallado de numerosos parámetros que definan la

idoneidad, o no, de la formación, así como de la capacidad de los depósitos de

almacenamiento. Desarrollar una metodología adecuada a cada tipo de

almacén: acuíferos salinos profundos; yacimientos de petróleo y de gas

agotados; capas de carbón no explotables con posibilidades de recuperación de

metano; formaciones de pizarras bituminosas con alto contenido en materia

orgánica; áreas geotérmicas de baja entalpía.

• Investigar con más detalle los puntos de captación y de almacenamiento del

CO2 para desarrollar nuevas técnicas que minimicen los costes, sobre todo, los

del proceso de captación, que representan, como se ha dicho anteriormente, la

cuarta parte del coste total de procesamiento de CO2. Sobre la captación hay

numerosas investigaciones y se prevé que los precios bajen sustancialmente. El

Departamento de Transporte e Industria del Reino Unido cree que esto ocurrirá

hacia 2020 (PENDAS, F., 2005). Las futuras reducciones de los costes

dependerán de la difusión y adopción de las nuevas técnicas existentes en el

mercado, así como del mantenimiento de los Programas de Investigación y

Desarrollo sobre estas técnicas de modo continuado.

• Mejora del control del almacenamiento de CO2 en el subsuelo, de la calidad de

la cementación, para aumentar la seguridad y fiabilidad del proceso, para

validar modelos y simulaciones, y reforzar la confianza del público en el

proceso de almacenamiento (TORP, T. A., 2004). Con ello, se lograría

minimizar los riesgos para la salud y el medio ambiente.

• Difusión abierta y transparente de todo el proceso para ganarse la confianza del

público, de los medios de comunicación y de las organizaciones no

gubernamentales. Para ello habrá que plantear la captura y el secuestro de CO2

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como una técnica creíble para reducir las emisiones de CO2 y frenar la amenaza

del cambio climático.

• El perfeccionamiento de los pozos de almacenamiento de CO2 para que sean

más duraderos. La industria elabora cementos cada vez más resistentes a la

degradación provocada por el CO2 por largos períodos en el subsuelo (TORP T.

A., 2004).

• Evaluar los riesgos para la población humana y el medio ambiente por las

posibles fugas del almacenamiento CO2 en depósitos geológicos. El IPCC

(2005, 31) contempla dos tipos de riesgos: los mundiales, que pueden

contribuir al cambio climático si se produce una liberación a la atmósfera de

una cierta fracción de CO2 por fugas desde los lugares donde está almacenado.

Es muy probable que el escape de CO2 sea inferior al 1% en 100 años, e

incluso, que el riesgo disminuya con el tiempo, a medida que se utilizan otros

mecanismos de secuestro adicionales. Otro tipo de riesgos son los locales,

donde se establecen dos tipos de escenarios: en el primero se producirían fugas

súbitas y rápidas debidas a fallos en los pozos de inyección. Es probable que

esas fugas sean detectadas con prontitud y se reparen mediante técnicas de

contención de erupciones de pozos. Los riesgos de este tipo de escape

afectarían a los trabajadores que se encuentran en la proximidad de dicha fuga o

a aquellos que son llamados para controlar la erupción. Una concentración de

CO2 superior a un nivel del 7 al 10% en el aire pone en peligro la vida y la

salud humanas. En el segundo escenario, se producen fugas lentas, que

ocurrirían a partir de fallas o fracturas no detectadas, a través de las cuales el

CO2 saldría a la superficie de modo lento y difuso. En este caso, se podrían ver

afectados los acuíferos de agua potable, y los ecosistemas en los que el CO2 se

acumula en la zona situada entre la superficie y la parte superior de la capa

freática. Incluso se podría dar una acidificación de los suelos (IPCC, 2005, 31).

Un diseño y localización, estudiados minuciosamente, del sistema de

almacenamiento, junto con métodos para la detección temprana de fugas son

las mejores medidas para reducir los riesgos asociados con las fugas difusas.

Una vez detectadas las fugas, se pueden utilizar técnicas de saneamiento para

detenerlas o controlarlas, como la reparación de los pozos, la extracción del

CO2 de los suelos y de las aguas subterráneas, pero, es probable que resulten

costosas.

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La vigilancia y la verificación son una parte importante de la estrategia general

de gestión del riesgo para los proyectos de almacenamiento geológico. Es

necesario que ciertos parámetros, como el índice de inyección y la presión de

los pozos de inyección, sean medidos de forma sistemática. Repetidos estudios

sísmicos han resultado muy útiles en el seguimiento de la migración

subterránea de CO2. Igualmente pueden resultar útiles la medición eléctrica y

de la gravedad. Para garantizar la seguridad de los trabajadores, se pueden

colocar detectores de CO2 que alerten sobre posibles fugas.

• Desarrollar marcos jurídicos y normativos específicos para almacenamiento

terrestre de CO2 teniendo en cuenta la perspectiva a largo plazo, ya que los

períodos de almacenamiento se extienden durante generaciones. Habrá que

abordar cuestiones de responsabilidad a largo plazo, como las relacionadas con

las fugas de CO2 a la atmósfera y las preocupaciones a nivel local sobre el

impacto medioambiental.

Según el derecho internacional consuetudinario, los estados pueden ejercer su

soberanía en sus territorios y, por tanto, podrían desarrollar actividades como el

almacenamiento de CO2, tanto geológico como oceánico, en las zonas que se

encuentren dentro de su jurisdicción. Sin embargo, si el almacenamiento tiene

un efecto transfronterizo, los Estados tienen la responsabilidad de asegurarse de

que las actividades realizadas dentro de su jurisdicción no causen daños al

medio ambiente de otras naciones (IPCC, 2005, 33). En la actualidad, existen

diversos tratados, como la Convención de las Naciones Unidas sobre el

Derecho del Mar –1994–, la Convención de Londres para la Prevención de la

Contaminación Marina –1972– o la Convención para la Protección Marina del

Noreste del Atlántico (OSPAR) –1992–, que se podrían aplicar a la inyección

marítima de CO2 en medios marinos, aunque han sido elaborados sin considerar

el almacenamiento de CO2. Algunos informes realizados por integrantes de la

Convención de OSPAR consideran que la inyección en el fondo marino puede

ser compatible con el tratado, si el transporte se hace mediante tuberías desde

tierra. Incluso, algunos expertos jurídicos concluyen que la captura de CO2 de

los campos de petróleo o gas natural y su almacenamiento en una formación

marina, como la del campo Sleipner, no se considera vertido, en virtud de la

Convención de Londres y, por tanto, no estaría prohibido (Idem, 33).

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• Extender a todo el mundo la técnica de captación y almacenamiento del dióxido

de carbono, superando obstáculos y creando condiciones que faciliten su

difusión a los países en desarrollo. Por lo general, la difusión inicial de la CAC

se llevará a cabo en los países industrializados y, después, se extenderá a todo

el mundo. Con ello, se contribuirá a la reducción de las emisiones de dióxido de

carbono y la disminución del ritmo de crecimiento del calentamiento global.

• Desarrollo y aplicación de métodos para estimar y notificar las cantidades en

que se reducen, evitan o eliminan de la atmósfera las emisiones de CO2

mediante el CAC. Las Directrices del IPCC –1996– y los Informes de

orientación sobre las buenas prácticas –2000, 2003– describen de modo

detallado cómo se deben realizar los inventarios de emisiones tradicionales,

pero, no incluyen las opciones de captación y almacenamiento, cuyas normas y

métodos pueden ser diferentes. El Protocolo de Kioto establece unidades de

contabilidad diferentes para las emisiones de gases de efecto invernadero, las

reducciones de emisiones y las emisiones secuestradas en el marco de distintos

mecanismos de cumplimiento, pero, no se sabe cómo se ajustarán las

reducciones de CO2 por CAC.

La captación y el almacenamiento del dióxido de carbono en el subsuelo es una de

las opciones, entre otras posibles medidas de mitigación del cambio climático que, a

pesar de no estar exenta de problemas, por ejemplo medioambientales y económicos,

puede contribuir a la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero

a un nivel que palie la interferencia antropógena peligrosa en el sistema climático. La

mayoría de los escenarios del uso de energía mundial prevén un aumento de emisiones

de CO2 a lo largo del siglo XXI, y sugieren que el suministro de energía primaria seguirá

estando dominado por los combustibles fósiles hasta, al menos, mediados de este siglo.

La magnitud de la reducción de emisiones necesaria para estabilizar las concentraciones

de CO2 es tan elevada que ninguna opción técnica lo podrá lograr por sí sola; se

necesitará una combinación de medidas de mitigación, donde la CAC podría facilitar la

consecución o la aproximación de objetivos a los objetivos de estabilización. El aumento

de conocimientos y la experiencia reducirán las incertidumbres, superarán los obstáculos,

y crearán unas condiciones que faciliten la difusión de esta técnica a todos los países,

tanto desarrollados como en vías de desarrollo.

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ACRÓNIMOS:

AIE: Agencia Internacional de la Energía AMIS: Asociación Mejicana de Instituciones de Seguros AND: Autoridad Nacional Designada CAC: Captación y Almacenamiento del Dióxido de Carbono CEPAL: Comisión Económica para América Latina CMNUCC: Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático CTE: Códigos Técnicos de Edificación DAESNU: Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas EEA: European Environmental Agency ENSO: El Niño y Oscilación Sur GIS: Goddard Institute for Space Studies ICIMOD: Centro Internacional para la Integración del Desarrollo de las Montañas

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IDAE: Instituto para la Diversificación y el Ahorro Energético IEA-GHG: International Energy Agency - Greenhouse Gas R&D Programme IE-EE: Informe Especial del IPCC sobre Escenarios de Emisiones IMG: Iniciativa de Mercado Global IOS: Índice de Oscilación Sur IPCC: Intergovernmental Panel on Climate Change IPCC/GETE: Intergovernmental Panel on Climate Change/Grupo de Evaluación Tecnológica y Económica MAC: Mecanismo de Aplicación Conjunta MDL: Mecanismo de Desarrollo Limpio MMA: Ministerio de Medio Ambiente NAO: Oscilación del Atlántico Norte NCDC: National Climatic Data Center NPI: North Pacific SLP Index OECC: Oficina Española del Cambio Climático OMM: Organización Meteorológica Mundial OSPAR: Convención para la Protección Marina del Noreste del Atlántico PNUMA: Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente RCEs: Reducciones Certificadas de Emisiones REEEP: Renewable Energy & Energy Efficiency Partnership REN21: Renewable Energy Policy Network for the 21st Century SIE: Segundo Informe de Evaluación UNEP: Programa de la ONU sobre el Medio Ambiente WWF-ADENA: World Wildlife Fund/Adena