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AKAL UNIVERSITARIASerie Interdisciplinar

Director de la serie:José Carlos Bermejo Barrera

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Maqueta: RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas

de multa y privación de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva autorización o plagien, en todo o en parte, una obra literaria,

artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte.

Título original???????????????????????

© Manuel Salinas de Frías, 2006

© Ediciones Akal, S. A., 2006, 2007

Sector Foresta, 128760 Tres CantosMadrid - España

Tel.: 918 061 996Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-2030-1Depósito legal: M-14.793-2007

Impreso en Cofás, S. A.Móstoles (Madrid)

Esta obra ha sido editada con ayuda de la DirecciónGeneral del Libro, Archivos y Bibliotecas del

Ministerio de Cultura

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MANUEL SALINAS DE FRÍAS

LOS PUEBLOS PRERROMANOS DE LAPENÍNSULA IBÉRICA

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OCEANVS

N

GalaicosAstures

Cántabro

Túrdulos«veteres»

Vacceos

Durius

CarpetanosVettones

LusitanosTagus

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Baetis

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Túrdulos

Turdetanos

Célticos

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CÁDIZ

0 150 km

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os

Pelendones

Iberus

Várdulos

Caristios AutrigonesIacetanos Cerretanos

IndiketesAMPURIAS

Layetanos

Cesetanos

Sedetanos

Ilergetes

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Celtíberos

Ilergavones

Edetanos

Contestanos

nos

Bastetanos

MARENOSTRUM

LOS PUEBLOS PRERROMANOS DE LA PENÍNSULAIBÉRICA Y SUS POSICIONES RELATIVAS

Pueblos no indoeuropeosPueblos indoeuropeos

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ajnagkhi qeivai

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INTRODUCCIÓN

El estudio de los pueblos prerromanos de la península Ibérica es unaparcela de la Historia Antigua de la península Ibérica que se ha desarro-llado extraordinariamente en las últimas décadas. Puede decirse sin mie-do a exagerar que la visión que tenemos actualmente de ellos es radi-calmente diferente a la que teníamos hace veinticinco o treinta años.Este avance es fruto del desarrollo de excavaciones arqueológicas másabundantes y planteadas con una metodología más científica, de los pro-gresos en disciplinas auxiliares como la filología, la epigrafía, la nu-mismática, pero también de la relectura de los textos clásicos –nuestraprincipal fuente de información– que plantean preguntas nuevas y seanalizan con mayor rigor. De esta manera, en los últimos años se ha idoformando una disciplina, la paleohispanística, que busca el conocimien-to cada vez más completo de las poblaciones prerromanas, tanto desdeel punto de vista étnico como cultural, lingüístico, económico, social,político y religioso; es decir, desde una perspectiva global.

Naturalmente, el estudio de estos pueblos será muy diferente segúnquién lo plantee. Dicho estudio hará hincapié en aspectos muy distin-tos según lo realice un lingüista, un arqueólogo o un historiador. Peroen el estado actual de los conocimientos, todos son conscientes de quenecesitan tener en cuenta los conocimientos de las otras disciplinas.Durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX, por refe-rirnos sólo al periodo posterior a la Guerra Civil española, en este tipode estudios primó el interés por las características étnicas y la distribu-ción geográfica de los pueblos prerromanos. Gran parte de estos estu-dios estuvo lastrada por prejuicios acientíficos debidos a la situaciónpolítica de España entonces y a la existencia de un régimen dictatorialque condicionaba fuertemente los resultados de la investigación. Así sesucedieron teorías panceltistas o iberistas, según se quisiera subrayar la

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vinculación hispana con las poblaciones europeas occidentales, espe-cialmente con los celtas y otros pueblos «arios», o bien el carácter úni-co y exclusivo, independentista, de los españoles. Todas estas teoríasadolecían, además, de una total falta de perspectiva histórica, convertíana los españoles del presente en automáticos sucesores de los del pasa-do, e intentaban ver en dicho pasado fenómenos históricos que prefi-gurarían sucesos posteriores. En este contexto, la conquista romana dela Península, que la colocó bajo un mismo poder político, era vistacomo un anticipo de la supuesta unidad que le darían posteriormentelos Reyes Católicos. Solamente desde los muy últimos años sesenta ycomienzos de los setenta comenzó a haber una investigación y un co-nocimiento mucho más científico de estas cuestiones; lo que no quieredecir que en la época anterior no hubiera trabajos muy estimables quetodavía hoy siguen siendo parcialmente útiles.

A partir de ese momento, el interés en el estudio de los pueblos pre-rromanos se desplazó de aspectos como la etnia o los límites a otros demucho mayor interés histórico, como su organización económica, so-cial o política. Es en esta última línea en la que se orientará este libronuestro. Las discusiones acerca de los límites geográficos de los dis-tintos pueblos prerromanos no pueden ser resueltas mucho más allá delo que lo han sido hasta ahora. Aparte de las contradicciones, a vecesinsolubles, existentes en las fuentes literarias, hay que tener en cuentaque la situación étnica y política en la Península antes de la conquistaromana era muy fluida y que los límites de dichos pueblos no puedenser entendidos como fronteras de los estados actuales, que pertenecena un tipo de sociedad completamente diferente. Por otra parte, la viejailusión de correlacionar etnia, lengua y cultura ha entrado definitiva-mente en crisis desde todas las perspectivas. Pueblos étnicamente dis-tintos pueden compartir lengua y cultura y, a la inversa, pueblos de lamisma etnia pueden tener culturas diferentes.

En este libro, por consiguiente, nos vamos a centrar sobre todo enlos rasgos organizativos principales de cada pueblo a nivel económi-co y social, prestando atención también a las instituciones políticas ya las manifestaciones religiosas. Estas distintas actividades, clara-mente deslindadas en las sociedades contemporáneas desarrolladas,no lo estaban en absoluto en las sociedades antiguas, donde el podery el prestigio de una magistratura determinada, por ejemplo, podía di-manar tanto de su función política como de su carácter religioso.

Podemos hacer un estudio histórico de los pueblos prerromanos apartir del momento en que comenzamos a tener noticias escritas so-bre ellos. Aunque los pueblos del sudoeste peninsular desarrollaron yaun sistema de escritura a partir del siglo VII a.C., esta escritura, deno-minada «tartésica» porque suponemos que en esa zona y en esa épo-ca se desarrolló el estado de Tartessos, no ha podido ser descifrada to-

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davía. A partir del siglo V a.C., los iberos del sudeste y de la costa deLevante desarrollaron también sus propios sistemas de escritura, perode momento tampoco estamos en condiciones de traducir los textosibéricos. En una fecha imprecisa, quizá en el siglo II a.C., los celtíberosaprendieron de los iberos la práctica de la escritura, dejando algunasdecenas de textos cortos sobre cuyo significado general podemos ha-cernos una idea, pero todavía no podemos hacer una traducción exacta.En cuanto a los restantes pueblos peninsulares, se convirtieron en so-ciedades letradas después de la conquista romana.

De todas maneras, los textos tartésicos e ibéricos son generalmentebreves; consisten en marcas de propiedad, epitafios, cartas de comercioo quizá disposiciones jurídicas o religiosas pero son, en todo caso, insu-ficientes para reconstruir la estructura social, aunque seguramente se-rían de gran ayuda si pudieran traducirse. Si existió otro tipo de litera-tura indígena sobre soportes perecederos, no lo sabemos.

De manera que la principal fuente de información son las noticias delos autores griegos y latinos sobre la península Ibérica. Sabemos queexistía también una literatura púnica; y por referencias indirectas cono-cemos dos periplos cartagineses, el de Hannón y el de Himilcón, hacia el siglo V a.C., que debían dar noticias sobre ella. Pero el ocaso dela cultura cartaginesa tras la destrucción de Cartago en la Tercera Guerra

Los pueblos prerromanos según la Ora Maritima de Avieno (siglo VI a.C.)(según Domínguez Monedero).

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Púnica ha hecho que esta literatura se perdiera. Las noticias griegas másantiguas se remontan a la época de las colonizaciones y son noticias muyfragmentarias que contienen, además, muchos datos míticos o legenda-rios, por lo que su interpretación es siempre difícil. Suponemos que unade las más antiguas es un periplo marsellés del siglo VI a.C. que plagia-ría, mil años más tarde, en el siglo IV de nuestra era, un poeta erudito definales del Imperio romano, Avieno. Del cotejo de este supuesto periplocon otros datos de la época, con el auxilio de los hallazgos arqueológi-cos, podemos conocer algunos aspectos de la Península en aquella épo-ca, especialmente lo referente al estado de Tartessos.

A finales del siglo VI a.C. el comercio griego con el sur de la Penín-sula parece haber entrado en crisis, tal vez a consecuencia de la compe-tencia mayor de fenicios y cartagineses y de la derrota de los focensesen la batalla de Alalia (525 a.C.). El interés griego se dirige entonces ha-cia la costa de Cataluña y, sobre todo, del sur de Francia, donde habíanfundado Marsella. Por otra parte, en Italia y en Sicilia surgen importan-tes estados que compiten con los propios griegos, interponiendo una es-pecie de pantalla entre ellos y el extremo Occidente, que se debía vermás lejano. Los propios griegos consumen sus energías no sólo en lu-chas entre ellos sino, sobre todo, contra el Imperio persa, lo que haceque su atención se dirija predominantemente hacia Oriente. La penínsu-la Ibérica entra entonces en lo que nos parece una larga noche que duralos siglos V y IV a.C., en la que los testimonios griegos con que conta-mos son indirectos y proceden de autores que no estuvieron nunca enella. Hay referencias en Hecateo de Mileto y en Herodoto, en Éforo yen Timeo, pero son muy fragmentarias e imprecisas. Durante este pe-riodo, por consiguiente, solamente contamos con las fuentes arqueoló-gicas. Éstas, aunque cada vez más abundantes, son lógicamente muy di-fíciles de interpretar desde el punto de vista histórico sin ayuda defuentes literarias. Durante estos siglos debieron de producirse transfor-maciones muy importantes que solamente podemos sospechar de ma-nera muy vaga: el final definitivo del estado tartésico y profundas trans-formaciones étnicas y políticas en la parte meridional de la Península, elsurgimiento de la civilización ibérica, la configuración de los grupos ét-nicos y culturales de la Meseta Central, etc. Una muestra de dichastransformaciones es que muchos pueblos mencionados por el periplomarsellés no vuelven a ser citados de nuevo, cuando tenemos fuentesmás abundantes a partir del siglo III a.C.; y, por el contrario, aparecen nu-merosas poblaciones nuevas.

Es a partir de finales del siglo III a.C. cuando volvemos a tener unainformación cada vez más abundante acerca de los pueblos y los acon-tecimientos de la Península. Ello se debe a que, con posterioridad a laPrimera Guerra Púnica, los cartagineses se dedicaron a ampliar sus do-minios en ella para compensar las pérdidas territoriales en Sicilia, Cór-

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cega y Cerdeña. Esta ampliación, que podemos calificar de imperialista,estuvo dirigida por distintos miembros de la familia Barca y tenía comofinalidad preparar los recursos económicos y militares para una nuevaguerra contra Roma. Dicha guerra estalló en el 219 a.C. a consecuenciadel ataque de Aníbal a Sagunto, aliada de los romanos. En el 218 a.C.empezaría la conquista romana de Hispania, que no terminaría hastadoscientos años después, con las guerras de Augusto contra los cánta-bros y astures (29-19 a.C.). Los historiadores interesados por la guerrade Aníbal, sus causas y sus consecuencias, que fue vista por los propiosromanos como una de las más importantes de su historia, se interesaronpor los antecedentes de ella y, por tanto, por la Península bajo el domi-nio bárquida. El principal de estos autores es el griego Polibio, que amediados del siglo II a.C. se planteó estudiar cómo Roma había llegadoa convertirse en la principal potencia del Mediterráneo. Polibio no sólonarró la Segunda Guerra Púnica, sino la conquista de la península Ibé-rica hasta la caída de Numancia. Amigo de Escipión Emiliano y miem-bro de su estado mayor, estuvo probablemente dos veces en la Penínsu-la, la primera quizás hacia el 150 a.C. y, la segunda, con seguridaddurante el cerco de Numancia. Polibio se interesaba extraordinariamen-te por los celtas, que ocupaban el valle del Po y habían atacado la pro-pia Grecia, de manera que escribió sobre las poblaciones célticas de laPenínsula. Desgraciadamente, el texto de su obra se ha perdido, salvofragmentos más o menos extensos, a partir de la guerra de Aníbal, perofue utilizado por escritores posteriores, como Tito Livio, Estrabón yApiano, por lo que se han conservado algunos de sus datos.

Tito Livio, historiador romano de la época de Augusto, es tambiénuna fuente importante. Aunque su relato es tendencioso y patriotero,recoge por una parte muchos datos de Polibio y, por otra, de una tra-dición histórica diferente, la representada por los analistas romanosde los siglos II y I a.C., que dan a veces muchos datos de interés, comopor ejemplo las cifras de los botines, año por año, de los generales ro-manos en la Península, lo que nos permite hacer una estimación so-bre la riqueza de la poblaciones indígenas y de aspectos relativos a lamoneda y a la economía en general. Sucede con Livio, como con Po-libio, que su texto se ha perdido a partir de los sucesos del año 167a.C. pero, aparte de los fragmentos y resúmenes que sobreviven, fueresumido junto con Polibio por Apiano de Alejandría, un escritorgriego de la época de Adriano que dejó un relato corto de las guerrasde la conquista de los romanos en la Península.

Terminada la conquista romana, como la historiografía antigua seinteresaba casi exclusivamente por los fenómenos militares y diplomá-ticos, no volvemos a tener noticias de carácter histórico sobre la Pe-nínsula, salvo referencias aisladas que surgen a propósito de cuestionesmás generales del Imperio romano. Por el contrario, durante los dos

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primeros siglos de nuestra era se desarrolla una literatura de caráctergeográfico que mezcla también elementos etnológicos e históricos, di-rigida al mejor conocimiento de los territorios conquistados para su ex-plotación económica. A este género pertenecen tres obras fundamenta-les para el conocimiento de la Hispania Antigua y de los pueblosprerromanos: el libro III de la Geografía de Estrabón, los capítulos dedi-cados a Hispania en los libros III y IV de la Historia natural de Plinioel Viejo, y la Geografía de Ptolomeo. La obra de Estrabón, precisa-mente, es, como decía Schulten, el libro de cabecera de cualquiera quese interese por la península Ibérica en la Antigüedad y por los pueblosprerromanos: nocturna volvenda manu, volvenda diurna.

En definitiva, hemos de valernos de fuentes literarias de la épocade la conquista o de la romanización para estudiar la organización delos pueblos prerromanos. Esto hace, naturalmente, que no siempre es-temos seguros de que, con anterioridad al importante fenómeno quesupuso la conquista romana, las cosas fueran iguales. Parte de estasdudas, de las omisiones y de los errores de las fuentes literarias pue-de ser subsanada mediante los datos proporcionados por la epigrafía,la numismática, la arqueología y la lingüística. Como hemos visto anteriormente, distintas poblaciones peninsulares desarrollaron, alcontacto con los colonizadores, sus propios sistemas de escritura.Aunque la mayoría de los textos no pueden ser traducidos, sí que po-demos conocer, por ejemplo, los nombres propios de persona y con-frontarlos con los que nos transmiten los autores clásicos o conocertambién los nombres indígenas de algunas instituciones. La numis-mática, por otra parte, ofrece información también sobre los nombresindígenas de las ciudades que acuñaron moneda. Los datos lingüísti-cos ofrecidos por la epigrafía y la numismática son de una gran im-portancia para conocer la adscripción étnica y lingüística de los dife-rentes pueblos prerromanos. La epigrafía latina, por otra parte, nossuministra muchísimos datos acerca de la economía, instituciones, re-ligión, onomástica y formas de vida de los pueblos prerromanos. Laarqueología, por su lado, proporciona informaciones muy abundantesacerca de las formas de hábitat, los ritos funerarios, las prácticas eco-nómicas y aspectos de la vida cotidiana que no aparecen en las fuen-tes literarias.

Hacia finales del segundo milenio y comienzos del primer mile-nio antes de Cristo, casi sincrónicamente con la llegada de los prime-ros colonizadores fenicios y griegos a las costas del Mediodía, se pro-dujo la llegada a la Península de gentes de procedencia centroeuropeaque eran ya, posiblemente, hablantes de lenguas indoeuropeas, prin-cipalmente celtas. Actualmente, los prehistoriadores opinan que nohay que imaginar estos movimientos al estilo de las grandes invasio-nes germánicas que destruyeron el Imperio romano en el siglo V de

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nuestra era sino, más bien, como el flujo continuado de pequeños gru-pos de agricultores y pastores nómadas. Los primeros grupos pene-traron en el siglo XI a.C. por los pasos orientales del Pirineo y ocupa-ron Cataluña y el Bajo Aragón. Estos individuos introdujeron unnuevo ritual funerario: la incineración, tras la cual depositaban las ce-nizas de los difuntos en urnas o vasos de cerámica muy decorada. Poresta razón reciben el nombre de pueblos de «campos de urnas» (Ur-nenfelder, en alemán). Un poco después, en el siglo VIII a.C., gruposdistintos, principalmente ganaderos, penetraron por los pasos centra-les y occidentales del Pirineo, ocuparon Aragón y parte de Navarra.Lo más característico de ellos es que depositaban las cenizas de losdifuntos también en vasos de cerámica, cubiertos con un pequeño tú-mulo de tierra revestido a veces de un encanchado de piedras; por elloesta cultura se denomina «de los campos de túmulos». Los prehisto-riadores suelen datar a partir de la llegada de estas poblaciones el ini-cio de la Edad del Hierro, aunque la presencia de este metal es todavíamuy escasa y lo más característico es una metalurgia muy desarrolla-da del bronce. Otra de las innovaciones introducidas por estos inmi-grantes sería la casa rectangular, que sustituye a las casas circulares,características de las poblaciones del Bronce pleno de la Península.Los campos de túmulos portarían una cultura que se ha calificado dehallstáttica, por su semejanza con la cultura de Hallsttat centroeuro-pea, siendo uno de sus yacimientos más característicos el de Cortesde Navarra.

Desde el valle del Ebro estas poblaciones penetran en la Meseta Cen-tral por los pasos de la Cordillera Ibérica y por el valle del Jalón, siendolos responsables de la indoeuropeización de la misma. Las circunstanciasconcretas de dicha indoeuropeización, y del tránsito de la Edad del Bron-ce a la Edad del Hierro, en la Meseta Central no son todavía completa-mente bien conocidas. Frente a las teorías invasionistas vigentes hasta fechas recientes, actualmente los prehistoriadores tienden a señalar lacomplejidad de estos fenómenos y la evolución in situ de las propias po-blaciones locales, así como la influencia de unos primeros estímulos me-diterráneos y coloniales que llegan hacia los siglos VII-VIII a.C. a la mese-ta sur a Francia de los valles del Tajo y del Guadiana.

Parece que la Meseta Central estaría poco habitada durante el finalde la Edad del Bronce; ello explicaría que las lenguas indoeuropeaspredominasen en ella. En Cataluña y en Aragón, donde la poblaciónpreexistente era más abundante, la lengua o lenguas de los recién lle-gados no lograron predominar, por lo que posteriormente estas zonasaparecen como de habla ibérica. En el extremo occidental, donde,dada la distancia geográfica, los invasores llegarían en menor núme-ro, y donde la población anterior era más abundante, se documentannumerosos celtismos, sobre todo en la toponimia, pero la lengua ha-

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blada parece responder a un estrato lingüístico indoeuropeo más anti-guo que el celta. Este fenómeno plantea la posibilidad de que gruposde hablantes de lenguas indoeuropeas hubiesen llegado ya en la Edaddel Bronce a la Península, pero esto último es muy difícil de compro-bar a través del registro arqueológico.

Es importante, de todas maneras, superar la visión, un tanto está-tica, del poblamiento y de la historia lingüística de la protohistoriapeninsular como si fuesen una «tarta» o un «pastel», en el que capasposteriores se superponen a estratos anteriores. Los fenómenos polí-ticos, apenas rastreables en la documentación arqueológica, debieroninfluir poderosamente en la evolución lingüística. Uno de los más im-portantes fue la llegada, por la misma época que las poblaciones in-doeuropeas, de los colonizadores griegos y fenicios. Su presencia enlas costas del sur y de Levante va a ser el estímulo para una intensa yrápida evolución social y política que lleva a la aparición de las pri-meras sociedades estatales en la Península y, en particular, de la cul-tura ibérica. El prestigio de la aristocracia ibérica puede haber sidodeterminante en la extensión de su lengua a zonas donde previamen-te se hablasen lenguas indoeuropeas. Inversamente, el establecimien-to de elites militares, tal vez como una casta guerrera, en ciertos pun-tos del mediodía peninsular, puede haber teñido de celtismo zonasdonde las clases más bajas podían seguir hablando una lengua no in-doeuropea.

Mapa de dispersión de las lenguas y las escrituras prerromanas (según J. Gorrochategui).

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De esta manera, inmediatamente antes de la conquista romana lapenínsula Ibérica estaba dividida en dos grandes áreas étnicas y lin-güísticas. La mayor parte de la Meseta Central, con la franja cantá-brica y la orla occidental estaba ocupada por poblaciones indoeuro-peas, célticas en su mayor parte, llegadas a comienzos del primermilenio a.C. La parte meridional de la Meseta, Andalucía, Levante, lamayor parte del valle del Ebro y de la montaña pirenaica estaba ocu-pada por poblaciones no indoeuropeas que continuaban el pobla-miento de la Edad del Bronce y hablaban también lenguas diferentes.Además de esta diversidad étnica y lingüística, existían también gran-des diferencias económicas, sociales y políticas entre unos pueblos yotros, de manera que una característica fundamental de la penínsulaIbérica antes de la conquista romana es su gran heterogeneidad des-de todos los puntos de vista.

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I

TARTESSOS

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Tartessos es el primer estado organizado de la península Ibéricadel que tenemos constancia históricamente a través de las fuentes clá-sicas que se refieren al fenómeno de la colonización griega. Durantemucho tiempo, Tartessos ha sido uno de los temas principales de in-vestigación sobre la Historia antigua de la península Ibérica; esta si-tuación se ha visto influida por el hecho de constituir, como se ha re-petido un poco exageradamente, un «enigma histórico», ya que hastala actualidad no ha sido posible todavía establecer la ubicación exac-ta de Tartessos y las características de esta ciudad-estado. Ya en laAntigüedad esta ciudad había adquirido un cierto halo mítico por suabundancia en oro y plata y por la longevidad de sus reyes; igual-mente, ya entonces había discrepancias a la hora de establecer el lu-gar donde había estado situada y se habían propuesto distintas iden-tificaciones, siendo la más aceptada Gades, como hace Avieno en suOra Maritima. En cierto modo, el enigma de Tartessos se beneficióde su semejanza con otro mito, de más fuste literario, como es el dela Atlántida, narrado por Platón. En los tiempos modernos, el histo-riador y arqueólogo alemán Adolf Schulten fue uno de los más acti-vos buscadores de Tartessos. Para él, los tartesios eran semejantes alos tirsenios o etruscos. Schulten excavó un pequeño poblado en laisla de Sancti Petri, cerca de Cádiz, que resultó ser un establecimien-to romano del siglo III d.C. A pesar de ello, el historiador alemán, qui-zá en un intento subconsciente de emular a su compatriota HeinrichSchliemann, estuvo siempre convencido de haber encontrado el au-téntico emplazamiento de Tartessos. Los fracasos en los repetidos in-tentos por hallar la ubicación de la ciudad fueron en gran medida res-ponsables de reorientar la investigación a partir de los años setentadel siglo XX en un nuevo sentido. A ello contribuyó el hallazgo de

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nuevos yacimientos arqueológicos en la zona de Huelva y del BajoGuadalquivir con importantes y ricos materiales de importación co-lonial de los siglos VIII y VII a.C. A partir de esa época, la investiga-ción sobre Tartessos se orientó más en el sentido de definir lo que seríaen términos arqueológicos una cultura tartésica, que estaría caracteri-zada por una fuerte impronta colonial, antes que por el empeño en lo-calizar la situación de la ciudad.

LOS DATOS LITERARIOS SOBRE TARTESSOS

En los textos clásicos Tartessos aparece repetidamente como unlugar situado en el extremo occidente extraordinariamente rico enmetales preciosos, en plata y oro. En dichos textos Tartessos es tantoel nombre de una ciudad, como del río que pasa junto a ella, como delpaís o la región donde están la ciudad y el río, al igual que sucede,por ejemplo, en la obra de un autor tardío: Esteban de Bizancio.

El texto fidedignamente histórico más antiguo que nos habla so-bre Tartessos es un pasaje de Herodoto inserto en su narración de lafundación de la colonia de Cirene por los habitantes de la isla de Tera,hecho bien documentado que se sitúa hacia los años 630-620 a.C. Enél, Herodoto (Hist. IV,152) cuenta cómo un tal Coleo de Samos, quese dirigía navegando de Egipto a Creta, fue alcanzado por una tem-pestad y empujado por los vientos de Levante hacia Occidente; másallá de las columnas de Heracles, es decir, del Estrecho de Gibraltar,llegó a un lugar llamado Tartessos riquísimo en oro y plata y que eratodavía un emporio, es decir, en el sentido griego de la palabra, un lu-gar de comercio, virgen. Con las ganancias que efectuó en su viaje,Coleo se convirtió en el más rico de los comerciantes griegos, diceHerodoto, si se exceptúa a Sóstrato de Egina. Muchos autores que ne-garon la validez a este relato de Herodoto, lo consideraban una le-yenda sin fundamento histórico. No obstante, el hallazgo reciente deun exvoto en Italia firmado por el mencionado Sóstrato contribuye adar credibilidad a lo que Herodoto dice.

En otro lugar, el mismo Herodoto narra que los griegos de Focea te-nían gran pericia en la navegación, para la que usaban quinquerremes,con las cuales comerciaban, entre otros lugares, con Tartessos (Hist.I,163). Los focenses habían trabado amistad con su rey, Argantonio, ycuando los persas comenzaron a presionar sobre las ciudades griegasde Jonia, éste les ofreció dejar su ciudad e irse a vivir a Tartessos. Másadelante, no obstante, dice Herodoto que cuando Focea cayó ante lospersas, lo que se sitúa hacia el 546 a.C., Argantonio ya había muerto ylos focenses, entonces, optaron por hacerse a la mar y navegar a Italiaprimero y luego a Córcega, donde fundaron Alalia.

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Estas referencias de Herodoto sitúan a Tartessos como una entidadpolítica en las costas sudoccidentales de la península Ibérica y conuna existencia histórica que oscila entre mediados del siglo VII y fi-nales del siglo VI a.C. Otros relatos clásicos sobre Tartessos tienenmenos utilidad histórica, ya que combinan muchos elementos míticoso fabulosos. Así, por ejemplo, las referencias en la Gerioneida de Es-tesícoro de Himera, un poeta siciliano del siglo VI a.C., que narra elmito del robo por Heracles de los bueyes de Gerión, que sería un reymítico de Tartessos; o las referencias en los poemas de Anacreonte,en el siglo V a.C., que exaltan la vida placentera y los placeres delamor y el vino antes que la longevidad de los reyes de Tartessos.

Finalmente, hay otro grupo de referencias cuya relación con Tar-tessos es problemática pero que hemos de mencionar también. Se tra-ta de las referencias bíblicas a un país denominado Tarsish o Tarsis-si. En el siglo X a.C., Salomón rey de Israel, e Hiram rey de Tiro,comerciaban con Tarsish, de donde importaban oro, plata, monos, pavos reales, incienso, etc. Más adelante, cuando el profeta Jonás qui-so huir de la misión que Dios le había impuesto, se embarcó en unanave de Tarsish. Schulten y otros historiadores supusieron que el Tar-sish bíblico y el Tartessos de los griegos eran una misma cosa. Másadelante, se hicieron críticas a esta identificación. El investigadorsueco Täckholm puso de relieve que si bien ciertos productos, comoel oro, la plata o incluso los monos podían proceder de la penínsulaIbérica (queda una colonia autóctona de monos en Gibraltar), otroscomo el incienso, el marfil o los huevos de avestruz no podían de nin-gún modo proceder de ella. Además, el Antiguo Testamento dice quelos astilleros de Salomón donde se construían las naves de Tarsish es-taban en Ezion Geber, en el mar Rojo, y esto hace poco probable queTarsish fuese la península Ibérica, ya que para llegar a ella entonceslos barcos hubieran debido circunnavegar África, lo que no era posi-ble con los conocimientos de la época.

LOS DATOS ARQUEOLÓGICOS

Los fracasos en el intento de ubicar el emplazamiento de Tartes-sos, entendida como la capital de un imperio territorial unificado bajouna monarquía, según el relato de las fuentes clásicas, unidos al ha-llazgo de importantes yacimientos del Bronce Final y de la primeraEdad del Hierro en Andalucía occidental, como las necrópolis de LaJoya, en Huelva, la Mesa de Setefilla, en Sevilla, Carmona, etc., mo-tivaron, como hemos dicho, que desde mediados del siglo XX pero especialmente a partir de la década de los setenta, la investigación sobre Tartessos pasara a concebir a éste como un fenómeno cultural

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protohistórico que arrancaría desde el Bronce Final y culminaría du-rante la primera Edad del Hierro. Este fenómeno, de una gran com-plejidad, comprendería la reestructuración de los hábitats indígenasen relación con la definición de nuevos territorios de explotación, es-pecialmente de explotaciones mineras, un desarrollo demográfico yeconómico muy importante, una diferenciación social creciente, lallegada de los primeros productos coloniales, griegos y fenicios, y, fi-nalmente, la aparición de las primeras estructuras estatales en el surde la península Ibérica. Para el análisis de todos estos fenómenos ladocumentación arqueológica conocida actualmente es fundamental.

EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN ANDALUCÍA

Los orígenes de la cultura tartésica hay que situarlos durante el pe-riodo del Bronce Final, entre el 1000 y el 700 a.C., en la Baja Andalu-cía, aunque hunde sus raíces en los periodos anteriores. Las zonas ori-ginarias parece que hay que situarlas en las zonas de alturas medias y de serranía de la provincia de Sevilla. En esta época, vemos cómo,además de continuar la vida de los poblados preexistentes en época cal-colítica, se constituyen otros de nueva planta en lugares elevados y enterritorios prácticamente deshabitados entonces. Estos poblados, entrelos que podemos citar los de Quemados, Setefilla, Carmona, Monte-molín o Lebrija, están formados por pequeñas aldeas de cabañas cons-truidas con materiales endebles, ramajes y barro, cuyos habitantes sededican sobre todo a la agricultura y el pastoreo. A partir del siglo IX,sin embargo, se produce un fenómeno de ocupación de colinas y pro-montorios más bajos a la vez que un fenomeno de acercamiento a zo-nas costeras, durante el cual van a surgir los núcleos destinados a teneruna mayor importancia en la época tartésica. Surgen, de esta manera,dos zonas de poblamiento con una fuerte densidad de población. Poruna parte, la que gravita en torno a la ciudad de Huelva y a la desem-bocadura de los ríos Tinto y Odiel; y, por otra, la que gravita en tornoa la actual ciudad de Sevilla. La aparición del foco onubense, poco an-tes del 800 a.C., se explicaría por el inicio de la explotación de las mi-nas de plata de Riotinto y de Aznalcóllar, como parece atestiguar laexistencia de poblados mineros a partir de esa fecha como el de SanBartolomé de Almonte; ello explicaría el rápido crecimiento de asenta-mientos como el Cabezo de San Pedro, en Huelva, o Torre de DoñaBlanca, en Cádiz. No es descartable que en este fenómeno haya influi-do la presencia de los primeros colonizadores ya que, desde el 800 a.C.,se constata la presencia de materiales fenicios muy antiguos tanto en lapropia Cádiz como en el litoral andaluz meridional. La demanda deplata por parte de los fenicios, unida a las necesidades locales, puede

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haber representado un estímulo para la explotación de las minas y parael acercamiento de los poblados a la línea de la costa.

La presencia fenicia, precisamente, plantea un problema que dividea los partidarios del difusionismo y a los que podríamos calificar de autoctonistas. Desde mediados del siglo XX, y un poco participan-do de un conjunto de teorías que pueden calificarse de difusionistas yque veían ex oriente lux, es decir, que los elementos nuevos de pro-greso eran resultado de la aportación directa de los colonizadores obien de los fenómenos generados dentro de la sociedad indígena porsu mera presencia, se venía sosteniendo que era la presencia y el co-mercio fenicios, y, especialmente, la fundación de Cádiz, lo que obra-ba como catalizador de los procesos que llevaban a la aparición de lacultura tartésica. Ésta sería, pues, la respuesta local a los estímulosaportados por Oriente. Por el contrario, en los últimos años, y a me-dida que se conoce mejor la Edad del Bronce andaluza, se viene va-lorando cada vez más la dinámica interna de la sociedad indígenafrente a las aportaciones coloniales. Para los arqueólogos e historia-dores que participan de esta opinión, el establecimiento fenicio enCádiz, en realidad lejos de las zonas productoras de mineral, indica-ría que, cuando los fenicios se establecen, la sociedad tartésica es losuficientemente fuerte como para obligarlos a establecerse en la peri-feria y no en el interior del mundo tartésico. La presencia colonial delos fenicios, atraídos por la plata tartésica, no sería pues la causa, sinola consecuencia del desarrollo de Tartessos; y los elementos orienta-lizantes vendrían a insertarse en un proceso cultural ya previamentegenerado en la sociedad local. En el fondo, esta interpretación casamejor con la imagen que de Tartessos nos presentan los textos clási-cos, que son constantes en afirmar que, cuando los griegos llegaron aella, era ya una estructura política que los asombraba por su riqueza.

EL PERIODO ORIENTALIZANTE

A partir de la segunda mitad del siglo VIII a.C., y con claridad apartir del 700 a.C., coincidiendo con el desarrollo de las factorías fe-nicias de la costa, se va a producir un espectacular desarrollo de la sociedad del sudoeste peninsular, a la que se puede ya denominar cla-ramente como sociedad tartésica. Este desarrollo se caracteriza sobretodo por la manifestación de una moda o estilo orientalizante, expre-sión de la que se ha abusado a veces, pero que esencialmente quieredecir que las principales novedades del periodo se deben a la impor-tación o aceptación de modas, objetos e incluso ideas procedentes delMediterráneo oriental, y específicamente del mundo egeo, aportadaspor los fenicios. Entre las novedades técnicas cabe citar, como más

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características, el desarrollo del urbanismo y de una auténtica arqui-tectura con la construcción de viviendas de planta rectangular, conparedes de adobe y zócalos de piedra, enlucidas interiormente de ar-cilla coloreada. Igualmente el desarrollo del lujo, basado en la dife-renciación económica de las clases aristocráticas, que en principio seexpresa mediante objetos de importación oriental (joyas de oro, cerá-micas, objetos suntuarios de bronce, huevos de avestruz, marfiles,muebles taraceados) y que más tarde da origen a imitaciones localesde las joyas y cerámicas. Las cerámicas importadas consisten fre-cuentemente en servicios para beber vino, empleados en el contextode las libaciones realizadas durante las ceremonias funerarias. Su pre-sencia en los ajuares de las tumbas aristocráticas muestra la acepta-ción de estas ideas, surgidas y practicadas en Fenicia y en Grecia, porparte de la clase superior de la sociedad tartésica y, con ello, la acep-tación no sólo de objetos sino también de creencias e ideas nuevasprocedentes de Oriente acerca de la vida de ultratumba.

Todas estas novedades se dan en un contexto de gran desarrollodemográfico que sólo puede explicarse por el bienestar económicopropiciado por el comercio colonial. A partir de comienzos del sigloVII a.C. aparecen nuevos poblados o bien se desarrollan como autén-ticas entidades protourbanas otros que ya existían anteriormente. ElCabezo de San Pedro, en Huelva, donde aparecen importantes canti-dades de cerámicas griegas importadas, se extiende ahora al vecinoCabezo de la Esperanza y a las partes bajas de la ciudad. Igualmente,Torre de Doña Blanca, en la bahía de Cádiz, El Carambolo o Carmo-na, en Sevilla, se desarrollan como embriones de ciudades. Ademásde éstos, surgen también poblados mineros, como Cerro Salomón, enHuelva, vinculado a la explotación de las minas de Aznalcóllar, quedurante el siglo VII a.C. alcanza unas dimensiones casi industriales.La influencia fenicia se traduce, además, en la introducción de nove-dades tecnológicas como el torno rápido de alfarero y la metalurgiadel hierro, que se generaliza ahora.

Donde mejor puede observarse la evolución de la sociedad tarté-sica es, quizá, en las necrópolis, como las de La Joya, próxima aHuelva capital, o Setefilla, en la provincia de Sevilla. El estudio deestas necrópolis muestra la aparición, a partir de comienzos del si-glo VII a.C., de unas tumbas, la riqueza de cuyos ajuares permite ca-lificarlas de principescas. Se trata de tumbas que consisten en una cáma-ra sepulcral de piedra cubierta por un gran túmulo que a veces es vi-sible sobre el horizonte a larga distancia. Dentro de ella, el difunto esinhumado y no incinerado, como es lo corriente en este periodo, encompañía de un ajuar excepcionalmente rico. Una de las tumbas deLa Joya, perteneciente a una mujer, contenía un carro de lujo sobre elque se había depositado el cadáver, en los cubos de cuyas ruedas fi-

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guraban cabezas de león de bronce, un jarro ritual de plata, un que-maperfumes de bronce, cerámicas fenicias, placas de marfil decora-do, huevos de avestruz y, sobre todo, un fascinante conjunto de joyasque adornaban a la difunta. En todas las necrópolis conocidas estetipo de tumbas es muy escaso; es evidente, por tanto, que estamos enpresencia de una minoría aristocrática que se diferenciaba intencio-nadamente del resto de la población local no sólo por la riqueza exhibida en sus enterramientos, sino también por mantener el ritualde inhumación cuando la incineración se había generalizado ya comoritual funerario. Lo más interesante del caso es que la construcción de estos grandes túmulos significó el cubrimiento o amortización deotras tumbas de categoría inferior, consistentes en pozos excavadosen el suelo, que ya existían en la necrópolis, lo que privaba por con-siguiente a los deudos de quienes estaban enterrados en ellas de la po-sibilidad de recordarlos y de tributarles un culto funerario. Esto sig-nifica que dichas aristocracias tenían no sólo un poder económico,sino también político e ideológico capaz de hacer imponer su volun-tad sobre el resto de la población local. Es en este tipo de tumbas don-de se documentan principalmente las cerámicas griegas y fenicias deimportación, como símbolo de status social. Como hemos dicho an-teriormente, la mayor parte de estas cerámicas consistían en juegosde servicio del vino que se empleaban durante la ceremonia funerariay que luego se dejaban como ofrendas en la tumba. Las libaciones devino, unidas a la costumbre del banquete funerario, eran algo practi-cado tanto en Fenicia como en Grecia, pero no en la Península du-rante la Edad del Bronce. La presencia de dichas cerámicas en las necrópolis tartésicas atestigua la importación de esta costumbre des-de el Mediterráneo oriental hasta el sur peninsular; pero ello signifi-ca, también, la aceptación de las ideas sobre la vida en el Más Alláque había en Fenicia y en Grecia por parte, por lo menos, de la aris-tocracia tartésica; ya que sin dichas ideas la práctica del banquete fu-nerario carecería de sentido. De esta manera podemos ver cómo lasnovedades económicas y tecnológicas aportadas por los colonizadorescontribuyeron a desarrollar también novedades de tipo ideológico.

Durante los siglos VII y VI a.C. el modo de vida tartésico se ex-tiende en la geografía hacia el Alto Guadalquivir, donde se documen-tan los yacimientos de Ategua y Cerro de los Quemados, cerca deCórdoba; y hacia Extremadura, donde una tumba principesca de LaAliseda (Cáceres), también femenina, brindó un impresionante reper-torio de joyas de oro junto con cerámicas fenicias, y Medellín, dondese desarrolla una necrópolis de tipo tartésico durante el siglo VI a.C.Estos hallazgos extremeños muestran el interés fenicio, y de los pro-pios tartesios, por las rutas de comercio interior que se dirigían des-de Andalucía occidental hacia la Meseta Central. Tradicionalmente,

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se ha explicado este interés en función de una ruta interior del estañoque desde Galicia se comercializaría hacia el Bajo Guadalquivir a tra-vés de lo que en la época romana va a ser la denominada Vía de laPlata. No obstante, es posible que además del interés por el aprovi-sionamiento de mineral existiera un interés también por algunos re-cursos agropecuarios de la Meseta, como pudieran ser los curtidosderivados de la cría de ganado y, eventualmente, el cereal.

LA MONARQUÍA TARTÉSICA

Uno de los aspectos de Tartessos sobre el que estamos más in-formados es el de su monarquía. Todas las fuentes antiguas coinci-den en afirmar que Tartessos, fuera lo que fuese lo que entendemospor tal nombre, estaba gobernado por reyes. Las noticias sobre al-gunos reyes de Tartessos muestran claramente una mezcla de ele-mentos míticos y legendarios con otros históricos. Ello sucede, enconcreto, con las noticias relativas a Gerión. Los griegos traslada-ron al sur de la península Ibérica, a la región del Bajo Guadalquivir,el mito de Gerión y sus bueyes, robados por Heracles. Esta identi-ficación se dio en fecha bastante antigua, ya que aparece en un frag-mento de un poema épico, la Gerioneida, del poeta siciliano Estesí-coro de Himera, que vivió a comienzos del siglo VI a.C. Según otrosautores, su nieto, Nórax, emigraría a Cerdeña para fundar en ella laciudad de Nora.

Otras noticias referentes a los reyes de Tartessos, también legen-darios, parecen deberse a una tradición distinta de la que acabamosde citar, que se ha supuesto recoge tradiciones autóctonas del sur pe-ninsular. Se han conservado en el resumen que Justino, un autor decomienzos del siglo IV, hizo de las Historias Filípicas de PompeyoTrogo, quien vivió a mediados del siglo I a.C. Justino (XLIV,4) men-ciona dos reyes de Tartessos, Gárgoris y Habis. Gárgoris habría des-cubierto la apicultura y había puesto a su pueblo en el camino de lacivilización. Del incesto cometido con su hija nacería Habis. Éste,abandonado al nacer, fue amamantado por una cierva. Reconocidoposteriormente por su padre, le sucedió en el reino y enseñó a los tar-tesios la agricultura, les dio leyes, prohibió el trabajo a la nobleza ylos dividió en siete ciudades. La leyenda de Habis, evidentemente, esmuy parecida a otras que rodean la infancia de otros reyes y héroesdel Mediterráneo y del Próximo Oriente, como las de Rómulo y Remo,amamantados por una loba; Ciro, igualmente abandonado y criadopor una perra; Télefo, a quien alimentó una cierva, etc. Algunos his-toriadores han deducido de este hecho que en Tartessos existiría unamonarquía teocrática, cuyos orígenes cabría situar en la Edad del

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Bronce, con reyes divinizados al estilo de los que existían en Meso-potamia y Egipto. De hecho, estas coincidencias lo único que prue-ban es que Trogo Pompeyo estaba familiarizado con las leyendas queeran habituales en la época helenística acerca de los reyes fundado-res. El relato de Trogo Pompeyo, transmitido por Justino, muestra laaplicación de un esquema que era característico de la antropologíahelenística para explicar la evolución del reino de Tartessos: un pri-mer estadio recolector, caracterizado por el descubrimiento de la api-cultura por Gárgoris, y un segundo estadio productor y civilizado, re-presentado por la invención de la agricultura por Habis y la organizaciónen ciudades, hechos ambos que en la mentalidad griega iban práctica-mente unidos. Mitos en parte semejantes se contaban también de Satur-no, que había enseñado la agricultura a los latinos y les había dado lasprimeras leyes, o de Baco, que había enseñado el cultivo de la vid.Como muy bien se ha observado, de la leyenda de Gárgoris y Habis nopuede concluirse la existencia de una monarquía teocrática en Tartessosya que, en ese caso, habría que admitir lo mismo en Roma, donde la le-yenda sobre Rómulo y Remo es muy semejante.

Mayor verosimilitud histórica tienen los datos relativos a otro reyde Tartessos, llamado Argantonio. Éste era considerado en la Anti-güedad un modelo de longevidad, ya que se dice que gobernó más deochenta años, y vivió ciento veinte. Por ello, algunos historiadoreshan supuesto que más que tratarse de un rey, probablemente se tratede una dinastía. La época de Argantonio sería la época más prósperade Tartessos. Herodoto, al hablar del viaje de Coleo de Samos a Tar-tessos, hacia el 630 a.C., no menciona a Argantonio; pero en cambiosí lo cita en relación con los focenses y sus viajes al sur de la penín-sula Ibérica. Según Herodoto, Argantonio tenía amistad con los fo-censes y les ofreció su protección, los invitó incluso a asentarse ensus dominios. Más tarde, cuando los persas atacaron Focea en el 546 a.C., Argantonio ya no vivía; de manera que los focenses, al huirde su patria, no se establecieron ya en el sur de la península Ibérica,sino que lo hicieron en Córcega. Tampoco vivía Argantonio hacia el530 a.C., época en la que floreció el poeta griego Anacreonte, quienlo cita como ya muerto en un fragmento de uno de sus poemas. Es decir, que habría que situar el reinado de Argantonio, y con ello lasnoticias históricamente más fidedignas sobre Tartessos, entre las últi-mas décadas del siglo VII (viaje de Coleo de Samos) y mediados delsiglo VI a.C.

Sobre el carácter de la monarquía tartésica durante esta época, yahemos dicho que algunos historiadores suponen que tras el nombrede Argantonio se esconde en realidad toda una dinastía, dada la lon-gevidad que se le atribuye. Francisco Presedo, en un interesante artícu-lo sobre la monarquía tartésica, observó que el verbo que utiliza He-

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rodoto para referirse al gobierno de Argantonio es etiranneue, delverbo griego tiranneuo, «gobernar como un tirano, gobernar tiránica-mente». A despecho del significado peyorativo que posteriormenteasumió la palabra «tirano», originalmente designaba a aquellos indi-viduos que, sin ser reyes tradicionales hereditarios, habían asumidoun poder monárquico por distintos medios. Que originalmente la pa-labra no tenía completamente ese significado peyorativo lo demues-tra que algunos tiranos, como Periandro de Corinto, fueron incluidosen las listas de los siete sabios de Grecia. Presedo subrayaba la rela-ción que existía, en el pensamiento histórico griego (por ejemplo, enTucídides), entre el surgimiento de las tiranías y el desarrollo comer-cial de algunas ciudades griegas y concluye que probablemente lamonarquía de Argantonio era de alguna manera semejante a la de al-gunos tiranos de Grecia, que se apoyaban en el demos comerciante yartesano para contrarrestar el poder de la aristocracia tradicional. Esinteresante constatar, en este sentido, que la época en que se suponeque vivió Argantonio es la época que registra el mayor aumento deimportación de productos coloniales en Andalucía.

Otra cuestión es la etimología del nombre mismo de Argantonio.Durante la Antigüedad, el sur peninsular, donde se ubicaba Tartessos,fue siempre zona de poblamiento ibérico o no indoeuropeo. Los tur-detanos, sobre quienes estamos bien informados y a quienes se con-sidera unánimemente los descendientes históricos de los tartesios,eran hablantes de una lengua no indoeuropea. Igualmente, la lenguade las inscripciones del sudoeste de los siglos VII y VI a.C., llamadasinscripciones tartésicas, parece ser una lengua no indoeuropea. Sinembargo, la etimología del nombre de Argantonio parece poder ex-plicarse solamente a partir de una raíz indoeuropea *argant-, que danombres para la plata, como el griego argyros o el latín argentum. Deacuerdo con esta etimología, el nombre de Argantonio significaríaalgo así como «el señor de la plata» o «el rey de la plata». Si esta de-ducción es cierta, ello plantea el problema de la presencia de ele-mentos indoeuropeos en el sudoeste peninsular entre los siglos VIII y VI

a.C. Algunos autores, entre ellos Martín Almagro, han creído ver di-cha presencia atestiguada por las estelas del Bronce Final que se hallan en Extremadura, el Algarbe y el Bajo Guadalquivir, sobre lascuales se encuentran representadas armas de tipo atlántico. Es sobreestas estelas, precisamente, sobre las que se desarrollan las llamadasinscripciones tartésicas a partir del siglo VII a.C. Según estos autores,dichas estelas atestiguarían la penetración hacia el sur de grupos deguerreros indoeuropeos que se establecerían, gracias a su superior ar-mamento, como una casta dirigente sobre la sociedad tartésica y for-marían una monarquía teocrática y militar. Ello explicaría el nombreindoeuropeo de Argantonio.

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En conclusión, es difícil conocer en detalle los rasgos de la mo-narquía tartésica ya que, como vemos, se mezclan muchas impreci-siones y muchos datos legendarios en torno a la misma. Es imposible,incluso, saber si durante la época tartésica en el sur peninsular coe-xistían varios reinos, de mayor o menor tamaño, independientes unosde otros, o si, por el contrario, existía alguno de ellos que tenía de al-guna manera alguna forma de preeminencia sobre los demás. Tradi-cionalmente se ha supuesto que en su época de mayor esplendor lamonarquía tartésica englobaría a todos los pueblos del sur peninsular,desde Huelva a Cartagena, y se llegó a hablar de un «imperio Tarté-sico». Arqueológicamente, sin embargo, no hay la menor prueba deello. La situación es un poco parecida a lo que nos sucede con la Gre-cia micénica. Según los poemas homéricos y la tradición unánime delos mitos griegos, a finales de la Edad del Bronce Micenas ejercía unaespecie de liderazgo sobre los estados griegos y por esta razón su reydirigió la guerra contra Troya. Sin embargo, la arqueología de la Edaddel Bronce griega no encuentra ningún elemento para sostener estaversión, y lo que se puede deducir de los documentos escritos en li-neal B es que en esta época los palacios micénicos eran centros de ad-ministración independientes unos de otros. Sin embargo, la unanimi-dad de la tradición griega debe apoyarse en algún hecho histórico delpasado. De la misma manera, puede ser que alguna de las monarquíasdel sur de la Península ejerciera algún tipo de liderazgo, tradicional oreligioso, sobre el conjunto de las demás.

En relación con la monarquía tartésica hemos de mencionar tam-bién los monumentos funerarios tartésicos: pilares, estelas, etc., que seencuentran en el valle del Guadalquivir, Alta Andalucía y la región deMurcia. Se trata de monumentos consistentes en una base generalmen-te escalonada, sobre la que se levanta una columna o pilar que va co-ronado por una moldura y una escultura: una esfinge, un toro, un león,etc. La mayor parte de ellos data del siglo VI a.C. y, por la diferenciaque representan frente a las simples tumbas de pozo, parece razonableconsiderarlos las sepulturas de aristócratas o régulos tartésicos. Algu-nos monumentos, sin embargo, son tan magníficos que parecen clara-mente una sepultura real. Entre ellos destaca el monumento turriformede Pozo Moro (Jaén). Se trata de un heroon a la manera oriental, es de-cir, de la sepultura de un jefe que ha sido divinizado tras la muerte, quesigue los modelos de este tipo de monumentos de Anatolia y el Egeo.De entre todos los elementos que lo componen, destacan unos relieves,que irían empotrados en el cuerpo prismático del monumento, que re-presentan escenas de lucha entre un hombre y unos animales, así comolo que se ha identificado como el banquete de una divinidad mons-truosa en el Más Allá. Se ha interpretado que tal vez la finalidad de es-tos relieves era representar el proceso de heroización del personaje en-

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terrado, quien, tras una serie de combates míticos y de pruebas, quizáalcanzaría la divinización. Si esta interpretación es más o menos exac-ta, ello tal vez podría apoyar la existencia de una monarquía diviniza-da, cuando menos post mortem, en Tartessos.

Monumento turriforme de Pozo Moro (Jaén).

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LA ÉPOCA POSTARTÉSICA

La larga noche de los siglos V y IV a.C.

Hacia finales del siglo VI o comienzos del siglo V a.C. la realidadhistórica representada por Tartessos entró en crisis y debió de desa-parecer. Como hemos visto, las últimas referencias a Tartessos y a susreyes como algo vivo datan de la segunda mitad del siglo VI, hacia el540 a.C., cuando se produjo la toma de Focea por los persas. Por elcontrario, las referencias del siglo V, principalmente las de Anacreon-te sobre Argantonio, hablan de él ya como de alguien muerto en el pa-sado. Entre estos dos conjuntos de noticias, pues, hay que situar el fi-nal de Tartessos. El problema al que nos enfrentamos para conocer lascausas y la manera específica en que dicho final se produjo es que notenemos noticias literarias que nos hablen de ello. A diferencia delanónimo navegante masaliota cuyo periplo utilizó Avieno muchos si-glos más tarde, o de los cartagineses Hannón e Himilcón, que tam-bién escribieron periplos cuyos datos fueron utilizados por fuentesposteriores, los escritores griegos de los siglos V y IV a.C. no tuvieronun conocimiento de primera mano de la península Ibérica. Hecateo oHerodoto, en el siglo V, muestran unos conocimientos muy vagos deella; y los conocimientos de Éforo o Timeo, en los siglos IV y III a.C.,son aún peores, ya que se fían de una tradición libresca y generalmen-te poco exacta. Este déficit de información es tanto más grave cuantoque la desaparición de Tartessos y el nuevo escenario no sólo local,sino internacional también, permitieron una serie de procesos que sonlos que van a llevar a la configuración étnica y política con la que sevan a encontrar los romanos cuando comiencen la conquista de Hispa-nia. Dentro de dichos procesos los más importantes son, por una parte,la indoeuropeización de la Meseta Central y de los bordes septentrio-nal y atlántico y, por otra parte, la aparición de la civilización ibérica.La reconstrucción de todos estos procesos debe hacerse, por consi-guiente, casi exclusivamente a partir del material arqueológico.

La desaparición de Tartessos tradicionalmente se explicó por cau-sas exteriores. A lo largo del siglo VI a.C. se había ido gestando una ri-validad comercial y política entre los foceos, por una parte, y los car-tagineses por otra. La destrucción de Tiro, la metrópoli de las coloniasfenicias de Occidente, en el año 572 a.C. por Nabucodonosor habíadejado el campo libre para el desarrollo de Cartago, que heredó su pa-pel de líder de las empresas semitas de Occidente. Ya, hacia el 654 a.C.,los cartagineses habían fundado Ebyssos, Ibiza, en una isla que enton-ces estaba desierta, con lo que parece que de alguna manera habían lo-grado obstaculizar el comercio griego y la navegación hacia las costasdel sur de la Península, como hace suponer que las dos principales co-

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lonias focenses, Ampurias y Marsella, fuesen fundadas poco antes del600 a.C. en la costa de Cataluña y del sur de Francia y no en la zonadel Estrecho de Gibraltar, como si los griegos estuviesen buscando ru-tas alternativas para su comercio. Distintas noticias, proporcionadaspor Justino y por Pausanias, conservan el recuerdo de combates nava-les entre los griegos y los cartagineses. Esta rivalidad desembocó, a fi-nales del siglo VI a.C., en la batalla de Alalia.

El detonante fue la emigración a que se vieron obligados los fo-ceos ante la conquista de su ciudad por los persas. Huyeron de AsiaMenor y se instalaron primeramente en el sur de Italia, donde fundaronla colonia de Velia pero, como la fundación no prosperó, pasaron aestablecerse en Córcega, donde fundaron la colonia de Alalia. La pre-sencia estable de los foceos en Córcega amenazaba tanto los intere-ses comerciales cartagineses en el Mediterráneo occidental como losintereses etruscos, gran parte de cuya riqueza procedía de la explota-ción de las minas de hierro de la cercana isla de Elba. De esta mane-ra, una escuadra aliada etrusco-cartaginesa se enfrentó a los foceos enaguas de Alalia en torno al año 535 a.C. Según Herodoto, los foceosobtuvieron una victoria cadmea, que es lo que nosotros llamamos unavictoria pírrica, es decir, que aunque ganaron la batalla, sufrieron pér-didas tan grandes que hubieron de evacuar sus colonias en la isla.Aunque la versión de Herodoto no es absolutamente cierta, y arqueo-lógicamente se comprueba que algunos establecimientos griegos si-guieron existiendo en Córcega, lo cierto es que el poder naval de losfoceos quedó seriamente mermado. Puesto que en las fuentes litera-rias tanto Tartessos como su rey Argantonio aparecen como amigosde los foceos, tradicionalmente se interpretó que la desaparición deTartessos habría sido una de las consecuencias de la victoria de loscartagineses en Alalia, quienes después habrían atacado o favorecidoel hundimiento del antiguo aliado de los griegos.

La historiografía más reciente, sin embargo, prefiere explicar ladesaparición del reino tartésico más por causas internas que externas.Tartessos desaparecería como consecuencia de una crisis económicainterna y de la reestructuración del comercio colonial en el sur de laPenínsula. Una de las causas principales de la crisis sería el agota-miento de los filones superficiales de plata de la región de Huelva,constatado arqueológicamente, a causa de las primitivas técnicas deextracción, pero al lado de ella habría que tener en cuenta también undescenso en la demanda de plata en el Mediterráneo oriental y tam-bién la reestructuración del ámbito comercial fenicio de Occidente.Durante el siglo VI a.C., entre las cerámicas de lujo que aportan losfoceos, se detectan recipientes de peor calidad cuyo número aumen-ta con el paso de los años. Este fenómeno refleja un comercio cadavez más estandarizado de objetos producidos en masa que puede res-

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ponder a un debilitamiento de la capacidad adquisitiva de la pobla-ción local. A partir del siglo V, la presencia fenicia y griega se hacesentir más en la costa del sudeste, desde la que se enlazaba a travésde los valles de los ríos Júcar y Segura con la Alta Andalucía, dondetambién había minas de plata, que en la zona sudoccidental. La exis-tencia de una crisis económica pudo haber tenido como consecuenciauna crisis social también, cuya naturaleza no es fácil precisar. Sin em-bargo, recientemente se ha señalado que distintos monumentos fune-rarios, cuya cronología cabe situar a finales del siglo VI y comienzosdel siglo V a.C., entre los cuales el más famoso es el ya citado de PozoMoro, y que son sin duda tumbas de reyes o aristócratas heroizados,fueron objeto de una destrucción voluntaria. Estas destrucciones po-drían reflejar un ambiente de enfrentamiento social que ha podido ju-gar un papel también entre las causas de la desaparición de Tartessos.

De todas maneras, la importancia de la nueva situación internacio-nal creada tras la batalla de Alalia y de la creciente presencia cartagine-sa en el sur de la Península no puede ser negada. Durante el siglo V a.C.toda la costa meridional, mediterránea y atlántica se llena de pequeñasfactorías púnicas que viven principalmente de la explotación de los ban-cos pesqueros del Estrecho y de las industrias de salazones y salsas depescado. La presencia cartaginesa, en aguas atlánticas, llega a lugarestan septentrionales como la desembocadura del Sado, donde se ubica lafactoría de Abul, e incluso más al norte de Lisboa, según hallazgos re-cientes. Por otra parte, se conocen desde hace tiempo una serie de torreso recintos fortificados en la Alta Andalucía, llamados «torres de Aníbal»(turres Hannibalis) que datan del siglo V a.C. y que fueron estudiadospor Fortea y Bernier. Se trata de fortificaciones cartaginesas que pare-cen controlar los pasos de Sierra Morena y los distritos mineros al nor-te de la misma, traduciendo un fenómeno nuevo, la presencia directa delos cartagineses en estas zonas. Que dicha presencia sea consecuenciade la desaparición de Tartessos o, más bien, su causa, es algo que de mo-mento es imposible saber.

Esta nueva situación se refleja también en el segundo tratado con-certado entre Roma y Cartago, en el año 348 a.C. Exponiendo las cau-sas que llevaron a la Segunda Guerra Púnica, Polibio menciona que an-tes de ella los romanos y cartagineses firmaron tres tratados, el primeroen el año 509, el segundo en el 348 y el tercero o «tratado del Ebro» enel 226 a.C. En el primer tratado se establecía que los romanos y susaliados no podían navegar más allá, es decir al oeste, del Cabo Hermo-so (Kalón Akroteríon), que debe ser el cabo Farina o el cabo Bon, en lacosta norte de Túnez. Por el contrario, en el segundo tratado, del si-glo IV a.C., se mencionaba como límite de las zonas de influencia ro-mana y cartaginesa a Mastia Tarsseiou, es decir, a Mastia de Tartessos.El nombre de Mastia se emparenta con el de los mastienos, pueblo que

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las fuentes literarias nos permiten situar en el sudeste, en la región deCartagena, y que es probablemente un enunciado distinto del de losbastetanos, ya que en estos nombres se da una alternancia entre los fo-nemas m y b. La referencia a Mastia en este tratado internacional san-cionaba la presencia y el dominio cartaginés en el tercio meridional dela Península y, evidentemente, dado que Roma en estos momentos noestaba en absoluto implicada en Occidente, tenía como finalidad el im-pedir el acceso al Estrecho de los comerciantes ampuritanos y marse-lleses, que eran los aliados de los romanos.

Durante el siglo V, además, algunas de las colonias fenicias del surevolucionan hasta convertirse en auténticas ciudades. Este fenómenose percibe en Malaca, Sexi (Almuñécar) o Baria (Villaricos) y, porsupuesto, en Cádiz; y es posible que en su contexto se haya produci-do la llegada de población cartaginesa. Algunas novedades arqueoló-gicas, como el incremento de las inhumaciones, de las importacionesde cerámicas cartaginesas y de huevos de avestruz decorados, entreotras, hacen suponer esta posibilidad.

La presencia griega en el Levante

Aunque la finalidad de este libro no es exponer las colonizacionesfenicia y griega, sin embargo, la presencia de estos pueblos no puedesilenciarse, ya que su influencia va a ser trascendental para la evolu-ción siguiente de las sociedades peninsulares, que desemboca en elpanorama general de los pueblos prerromanos con que Roma se va aencontrar a su llegada a la Península. Especialmente importante es lapresencia griega en Levante, que va a ser decisiva para la configura-ción de la civilización ibérica.

Como hemos visto antes, los griegos poseían en la Península doscolonias, Ampurias y Rhode, ambas situadas en la costa de Cataluña.Aunque las fuentes relacionan Rhode con los rodios, por la semejanzadel nombre, probablemente las dos son fundación de los foceos. Haciael 625 a.C. éstos fundaron Emporion en una islita frente a la costa, donde hoy se encuentra la iglesia de San Martín de Ampurias. Hacia el600 a.C. la población se trasladó a la costa en tierra firme. El comerciode Ampurias tenía probablemente como objetivo los productos agríco-las del Ampurdán más la plata de los Pirineos y, subsidiariamente, elacceso al sur de la Galia y al comercio del ámbar y del estaño que, des-de la fachada atlántica, remontaba los cursos del Garona y del Loira. Elinterés de los romanos, al comienzo de la conquista, por las minas dehierro y de sal de Cataluña, nos permite sospechar también que estosproductos fuesen del interés del comercio ampuritano. A cambio, losgriegos ofrecerían aceite, vino, tejidos y cerámicas de lujo, áticas prin-

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cipalmente. A partir del siglo V, Ampurias se dota de los rasgos distin-tivos de una polis (murallas, ágora, templos, etc.) a la vez que su co-mercio penetra por el valle del Llobregat y alcanza el valle del Ebro.También en el siglo V, comienza a acuñar moneda propia. Parece queel poblado ibérico de Ullastret, a tan sólo unas decenas de kilómetrosde Ampurias, era un socio preferente de este comercio, como muestrala abundancia de cerámicas griegas de importación, presentes en casitodas las casas, hasta el punto de que al comienzo de la excavación losexcavadores creían estar desenterrando uno almacenes comercialesgriegos. Harrison ha destacado la estrecha relación entre Ullastret yAmpurias y cómo sin duda el modelo urbano de ésta dio la pauta parala conversión del poblado ibérico en una auténtica ciudad. Efectiva-mente, en el siglo IV a.C., Ullastret se rodea de murallas de inspiraciónhelénica y construye un templo en la acrópolis y quizá un edificio degobierno, siguiendo los modelos culturales del mundo griego. Es decir,las primeras ciudades ibéricas surgen como respuesta al estímulo quesupuso la presencia colonial griega.

Un problema para valorar la influencia griega sobre el mundo ibé-rico lo constituyen las supuestas colonias griegas sobre las cuales nohay constancia arqueológica. Estrabón (III,4,6) cita entre el Júcar yCartagena tres pequeñas ciudades de los marselleses, de las cualessólo da el nombre de Hemeroscopeion; otras fuentes literarias, espe-cialmente Avieno, Hecateo y Éforo, citan ciudades de la costa me-ridional y levantina cuyos nombres son griegos. Sin embargo, los ha-llazgos de todos los yacimientos excavados en el sudeste peninsulare incluso el Levante dan un contexto completamente fenicio-cartagi-nés. Ello plantea el problema de si, en algunos casos, se trataría depequeñas colonias griegas que tras la batalla de Alalia caerían en po-der cartaginés o de si, dado que nuestras fuentes son exclusivamentegriegas, no se trata nada más que de nombres griegos o indígenas he-lenizados para designar factorías que eran semitas de origen y lo con-tinuaron siendo.

No obstante, como Domínguez Monedero ha señalado, algunosfenómenos permiten suponer una presencia griega importante en elsudeste peninsular cuya modalidad y alcance, no obstante, descono-cemos. Uno de ellos es la abundancia de cerámicas griegas, áticasprincipalmente, que no sólo pueblan los territorios de Murcia, Ali-vante y Valencia sino que, en los siglos V y IV a.C., penetran por losvalles del Segura y el Júcar y se distribuyen muy abundantemente porla Alta Andalucía, Albacete y el sur de Ciudad Real. Aunque pudierasuponerse que este comercio fuera obra de comerciantes púnicos y nogriegos, como ciertos hallazgos como el pecio de El Sec muestran,con un cargamento de ánforas áticas grafitadas por comerciantes fe-nicios, hay un hecho que induce a pensar en la presencia forzosa de

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griegos en el sudeste y no sólo de sus productos, comercializados porotras gentes. Ese hecho es la aparición, en el siglo V a.C., de textosibéricos que utilizan el alfabeto griego para escribir la lengua indíge-na (plomos de Alcoy, la Bastida de Mogente, El Cigarralejo, etc.). Sipara explicar las fuertes influencias que se observan de la cerámicagriega o de la escultura sobre las producciones respectivas ibéricas noes necesario postular la presencia física de griegos en Levante, sinoque es suficiente el contacto de la población local con las piezas; laadopción del alfabeto jonio para escribir la lengua indígena no puedeexplicarse más que por un contacto directo con hablantes griegos queno sólo hubiesen enseñado los signos de la lengua sino también su va-lor fonético. Los griegos van a transmitir además el utillaje agrario ylos conocimientos necesarios para el desarrollo de una agricultura in-tensiva que se sitúa en la base del desarrollo demográfico, económi-co y, a la postre, comercial, que lleva a la aparición de los pobladosy de la civilización ibérica a partir de comienzos del siglo V a.C.

Cancho Roano

Uno de los yacimientos que quizás mejor ejemplifica los comple-jos procesos que se relacionan con la desaparición del mundo tartési-co es el de Cancho Roano, cerca de Zalamea de la Serena (Badajoz).El elemento principal de este yacimiento es un edificio de adobes deplanta cuadrangular, construido sobre un zócalo o podio de piedra yorganizado en torno a un patio, abierto por un lado, cuyas habitacio-nes aparecieron completamente rellenas de cenizas entre las que seincluían restos de animales, enseres de uso doméstico, vehículos, etc.Al comienzo, este hallazgo se interpretó como un «altar de cenizas»o un «altar de sangre» del tipo del de Zeus en Olimpia, dentro de uncontexto religioso indoeuropeo. Sólo más tarde, a medida que pro-gresaron las excavaciones, se vio que en realidad Cancho Roano esun palacio-santuario de tipo semita situado en el interior de la Penín-sula. La abundancia de cenizas, que rellenaban todas las habitaciones,se debe, según sus excavadores, al hundimiento del edificio sobre símismo después de un incendio que debió de ser intencionado y ritual.

A las funciones de gobierno el palacio de Cancho Roano añadía lade ser un centro comercial, lo mismo que sucedía en los palacios delPróximo Oriente, ya que el témenos en cuyo centro se sitúa el pala-cio-santuario estaba rodeado de almacenes donde se guardaban pro-ductos agrícolas: cereales, almendras y ánforas de aceite y de vinoprobablemente. Esta estructura recuerda, aunque a escala más redu-cida, la de los palacios del Próximo Oriente, especialmente los hila-ni del área siria. Es posible también que la autoridad que gobernaba

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en Cancho Roano tuviese también un cierto carácter sacro o divino,o que el edificio fuese una especie de santuario. Ello parece deducir-se de que la sala principal del edificio, que era un rectángulo sin ac-ceso por ningún lado, por lo que probablemente se entraba en él porel tejado, presentaba en el centro un altar que se prolongó in situ enlas sucesivas reedificaciones del conjunto y que fue cuidadosamentepreservado, cubriéndolo de tierra, de la destrucción final. Todavíaquedan muchos interrogantes que resolver en torno a este yacimien-to, como el tipo de relación existente con la necrópolis de época ibé-rica y el poblado que se sitúan en sus inmediaciones.

Los hallazgos arqueológicos de Cancho Roano, sobre todo las ce-rámicas áticas de excelente calidad, muestran que este lugar era uncentro de comercio muy activo entre el mundo colonial de la costameridional y el interior de la Península durante los siglos VI y V a.C.Es difícil saber los productos con que se comerciaría pero podemossuponer que el estaño del noroeste y el oro y la plata locales debieronser objeto de ese comercio, además de productos agropecuarios como

El palacio-santuario de Cancho Roano, Badajoz (planta, según J. Maluquer).

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lana, curtidos, etc. Los gobernantes de Cancho Roano mostraron granafición a las cerámicas griegas, como puede deducirse de los hallaz-gos. Es difícil conocer las causas exactas del final de este centro pa-laciego. Se tiene la sensación, por la riqueza de los hallazgos, quecuando fue destruido Cancho Roano era un enclave próspero. Su fi-nal se ha puesto en relación con la sustitución del comercio griego realizado a partir de Cádiz y Huelva a través del eje sobre el que losromanos construirán la llamada Vía de la Plata, por el realizado a par-tir del sudeste a través de los valles del Segura y el Júcar, cuyo obje-tivo parece haber sido las minas de Castulo y de Sisapo, en SierraMorena oriental; pero también ha podido deberse a causas políticas ode otro tipo, como el final de una dinastía. En todo caso, y a falta deampliar nuestros conocimientos, el final de Cancho Roano parece es-tar en relación con la etapa postartésica y los procesos que se desa-rrollan en ella, durante los siglos V y IV a.C.

Discordancias entre los datos del siglo VI a.C. y los del siglo III a.C.

Resultado de los cambios profundos que acaecen durante los si-glos V y IV a.C. va a ser el panorama general de los pueblos prerro-manos que aparece en las fuentes literarias a partir del siglo III a.C.,cuando éstas vuelven a ser más abundantes, en relación con el impe-rialismo bárquida y las causas de la Segunda Guerra Púnica, que lle-varía a la conquista romana de Hispania. Estos cambios son étnicos,pero también económicos y políticos.

En primer lugar, algunos pueblos mencionados en el periplo ma-saliota en que se inspiró Avieno ya no aparecen en las fuentes del si-glo III y II a.C. Son los casos de los etmaneos, ileates y elbisinios, porejemplo, que el periplo sitúa en el Bajo Guadalquivir; en su lugar vana aparecer los turdetanos y los túrdulos. Los cynetes que el periplomenciona en el sudoeste se pueden reconocer con facilidad en los co-nios en la época romana. Los beribraces, mencionados a continuacióndel río Turia, tampoco aparecen en fuentes posteriores, sustituidospor los olcades, carpetanos y los pueblos del grupo celtibérico. Por elcontrario, en el interior de la Península el periplo menciona a los dra-ganos, sefes y cempsos, que tampoco se citan en fuentes posteriores,sustituidos por los galaicos, lusitanos, vettones y otros pueblos. To-dos estos cambios deben de estar en relación con la indoeuropeiza-ción progresiva de la Meseta Central y con la definición cultural delos distintos pueblos prerromanos, que se produce desde comienzosde la segunda Edad del Hierro. Por otra parte, tanto la filología comola arqueología muestran evidencias de la presencia de elementos indo-europeos, celtas principalmente, en la onomástica, la toponimia y la

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cultura material del Mediodía peninsular. Dicha presencia se ha ex-plicado como la consecuencia del establecimiento de grupos reduci-dos que, quizá por la superioridad de su armamento, han podido cons-tituir una aristocracia militar sobre el resto de la sociedad.

En último lugar, con el fin de Tartessos desaparece también la eco-nomía palacial. La relación de las aristocracias con sus respectivas so-ciedades tuvo que establecerse sobre la base de una legitimidad nuevaen la cual el aspecto sacro de la monarquía ya no era tan relevante y,por el contrario, la función militar fue cada vez más importante. Dicharelación, por otra parte, estuvo cada vez más supeditada al contexto in-ternacional, en el cual surgieron dos potencias con apetencias territo-riales sobre el suelo peninsular: Cartago primero y Roma después.Tanto las luchas entre cartagineses y griegos primero, como entre loscartagineses y los romanos más tarde, fomentaron dos fenómenos eco-nómicos de gran importancia, por distintas razones, para los pueblospeninsulares, como eran el mercenariado y la esclavitud.

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II

LOS PUEBLOS DEL SUR DE LA PENÍNSULAIBÉRICA

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En el sur de la Península encontramos un conjunto de pueblos quetenían un largo contacto con las sociedades del Mediterráneo orien-tal, con los fenicios, los griegos y los cartagineses. Sus territorios fue-ron también dominados por los romanos en los inicios mismos de laconquista de la Península, por lo que su romanización fue tambiénmás temprana e intensa que la de otros pueblos. Eran las sociedadesmás civilizadas de la Península, con mayor desarrollo económico ycultural, y este hecho fue perfectamente captado por los autores clá-sicos. Son los turdetanos y túrdulos y los bástulos y bastetanos. Alnorte de estos pueblos se hallaban los oretanos, que ocupaban el sectororiental de Sierra Morena y se extendían hasta el Guadiana. Aunquemenos desarrollados que los anteriores y diferentes a ellos en muchosaspectos, los oretanos presentan muchas influencias de las poblacio-nes más meridionales y, por otra parte, parecen netamente diferentesde los carpetanos y otros pueblos indoeuropeos de la Meseta, por loque parece conveniente tratarlos en este capítulo.

TURDETANOS Y TÚRDULOS

La mayor parte de los historiadores actuales están de acuerdo enconsiderar a los turdetanos, históricamente hablando, como los suce-sores de los tartesios. Se ha supuesto incluso que las raíces de ambaspalabras, tart- / turt-, serían en realidad una misma.

Sobre los turdetanos estamos mucho mejor informados que sobreotros pueblos prerromanos de la península Ibérica porque fueron quie-nes tuvieron contactos más tempranos con los colonizadores griegos yfenicios. Igualmente, el sur peninsular fue la zona más tempranamen-

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te conquistada por Roma; y se poseen también muchos más datos ar-queológicos que sobre otros pueblos. Los autores clásicos ya aprecia-ban una diferencia entre los turdetanos y los demás pueblos ibéricosque, a diferencia de ellos, no tenían una uniformidad cultural de len-gua y escritura, aspectos que confirman tanto la arqueología como elestudio de las lenguas y escrituras prerromanas. Así, Estrabón (III,1,6)dice: «Los turdetanos resultan ser los más cultos de los iberos y tienenescritura y escritos históricos en prosa y poesía, y leyes en forma mé-trica, que, según se dice, datan de hace seis mil años. También los demás iberos tienen escritura, pero no la misma, siendo también susidiomas distintos». Puesto que seis mil años parece una antigüedad ex-cesiva, se ha querido corregir el texto estraboniano sustituyendo etoon(años) por epoon (versos), suponiendo que el autor habría querido de-cir que tenían leyes en forma métrica de seis mil versos de longitud.En todo caso, este pasaje muestra el alto grado de civilización de losturdetanos con respecto a los demás pueblos peninsulares. El mismoEstrabón distingue, siguiendo a Polibio y en el mismo pasaje, dos pue-blos diferentes, turdetanos y túrdulos, siendo vecinos los túrdulos porel norte de los turdetanos; pero añade que en su época ya no se apre-ciaba diferencia alguna entre los dos pueblos, lo cual es un indicio bas-tante claro de la intensidad y la rapidez de la romanización en las zo-nas meridionales de la Península entre la época de Polibio, segundamitad del siglo II a.C., y la de las fuentes de Estrabón, que ronda losmediados del siglo I a.C.

Según Estrabón, los turdetanos ocupaban el valle del Guadalquivir ylos túrdulos se situaban al norte de ellos. Plinio cita además unos Turdu-li veteres en el noroeste de la península Ibérica, al norte del río Limia, enla actual Galicia, que serían una emigración de los túrdulos de Andalu-cía. Ptolomeo asigna a los túrdulos, entre otras, las ciudades de Corduba,Tucci (Martos), Sacilis (El Carpio, Córdoba) e Iliberris (Granada); y a losturdetanos, entre otras también, las de Italica (Santiponce), Hispalis (Se-villa), Regina (Reina, Badajoz), Urso (Osuna) y Astigi (Écija). Aunquelas listas de Ptolomeo presentan numerosos problemas de identificacióny situación de los topónimos que menciona, se puede ver, no obstante,que los túrdulos habitaban principalmente la Alta Andalucía o Andalucíaoriental, es decir, las provincias de Jaén, Córdoba y parte septentrional dela de Málaga; mientras que los turdetanos vivían principalmente en laBaja Andalucía, es decir, en las provincias de Sevilla, Huelva y Cádiz, yocupaban también el sur de la provincia de Badajoz.

Otras fuentes antiguas, especialmente Avieno, mencionan otrospueblos difíciles de situar en el tiempo y el espacio y que debían dehallarse por esta zona; entre ellos, los etmaneos; los gletes, igletes oileates; los elbisios, olbisinios y cilbicenos, que tal vez sean tres nom-bres distintos para referirse a un mismo pueblo; y los celcianos, que

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se han querido identificar con los célticos del sur de Portugal. Proba-blemente estas denominaciones corresponden a poblaciones muy an-tiguas, producto de la desintegración de la sociedad tartésica, por unaparte, y de la penetración de elementos indoeuropeos, por otra, cuyaidentidad propia terminó por desaparecer, a medida que se fue confi-gurando la cultura turdetana, absorbidas por ella. Ya hemos visto queen época de Polibio se distinguían los rasgos de turdetanos y túrdu-los, pero que en época de Estrabón las diferencias entre ellos habían,prácticamente, desaparecido.

BASTETATOS Y BÁSTULOS

La misma dualidad que existe entre turdetanos y túrdulos puede ob-servarse también entre bastetanos y bástulos. Estrabón (III,1,7) dice queel peñón de Calpe, una de las columnas de Heracles, se sitúa entre losbastetanos o bástulos, sin diferenciarlos. En III,4,1 dice que en la costaentre Calpe y Cartagena «vive la mayoría de los bastetanos, a los que seles suele llamar también bástulos, y una parte de los oretanos». Plinio(III,4,19) sitúa a los bástulos en la costa de la Tarraconense, y tras ellos,hacia el interior, los mentesanos y oretanos. Bastetania, en la costa, que-da inmediatamente al sur de Contestania y Cartago Nova. En III,4,25cita a los bastitanos, es decir, a los habitantes de la ciudad de Basti(Baza) entre los estipendiarios del conventus carthaginensis; y, másadelante, cita dos ciudades con el nombre de Mentesa, una oretana yotra bástula. Ptolomeo, finalmente, cita quince ciudades de los basteta-nos en la Tarraconense (2,6,60), de las cuales la única que puede identi-ficarse con seguridad es Acci (Guadix). En la costa meridional de la Pe-nínsula sitúa, por otra parte (2,4,6), a los bástulos llamados «cartagineses»(Bastuli Poeni), a los que asigna una serie de poblaciones bien conoci-das, como Menlaria, Barbesula (Guadiaro), Carteia (Algeciras), el Pe-ñón de Gibraltar (Calpe), Suel (Fuengirola), Málaga (Malaca), Almu-ñécar (Sexs) o Adra (Abdera).

Este conjunto de relatos confusos, como siempre, de los geógrafosantiguos permite sin embargo obtener algunas conclusiones generales.En la época imperial romana, Bastetania era una zona extensa cuyonúcleo principal era Basti (Baza). Este hecho y el que en las listas dePtolomeo la única ciudad interior identificable sea Acci (Guadix), nospermite saber que los Bastanos eran los pobladores de las montañaspenibéticas, cuyas ciudades más importantes se hallaban, como es ló-gico, no en las serranías, sino en las vegas, más fértiles, de la provin-cia de Granada. Todavía no se ha encontrado la antigua ciudad de Bas-ti, pero se conocen dos necrópolis cuya envergadura hace suponer unapoblación densa y abundante en el siglo IV a.C. Los bástulos, por el

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contrario, aparecen citados siempre preferentemente en relación con lacosta meridional, donde el accidente más destacado, naturalmente, esel peñón de Gibraltar. Es por ello por lo que los geógrafos antiguos loscitan en relación con él siempre, ya que era una referencia imaginariacómoda para sus lectores. Donde parecen predominar, sin embargo, esen la costa malagueña y granadina. Ya hemos visto que Ptolomeo losllama bástulo-cartagineses y que cita entre sus ciudades algunas quesabemos que eran de fundación fenicia segura, como Málaga, Almu-ñécar y Adra. Estos bastuli poeni son los mismos blastofenicios quecita Apiano (Iber. 56). Algunos historiadores ven en ellos la poblaciónnorteafricana que se establecería en la Península durante el siglo III a.C.,especialmente durante la época bárquida. Polibio (III,33,8) dice queAníbal, antes de partir hacia Italia, procedió a mezclar las poblaciones,trasvasando iberos al norte de África e, inversamente, cartagineses alsur de España. Quizá la diferencia principal entre bastetanos y bástu-los fuese una mayor influencia cultural púnica sobre estos últimos,que puede comprobarse en las necrópolis de la zona como la de Tutu-gi (Galera). La mención de Baria (Villaricos) por parte de Plinio comopoblación bástulo-bastetana, induce a pensar que el poblamiento bas-tetano se extendía también por la provincia de Almería y llegaba almar por la cuenca del río Almanzora.

Un problema secundario es la relación entre mastienos y bastetanos.El periplo contenido en la Ora Maritima de Avieno y Hecateo, en el si-glo V a.C., cita a los mastienos en las inmediaciones del Estrecho de Gi-braltar. Teopompo habla de los massianoi y de Massia y dice que esta-ban sometidos a los tartesios. El tratado romano-cartaginés del 348 a.C.fijaba, por su parte, el límite de las zonas de influencia romana y carta-ginesa, respectivamente, en Mastia Tarseion, lo que se ha interpretadocomo una referencia a «Mastia de los tartesios». Dado que en las len-guas prerromanas parece existir una alternancia entre m y b en posicióninicial de palabra, se acepta actualmente que mastienos y bastetanos sono el mismo pueblo, que recibe denominaciones distintas en épocas dife-rentes, o que los bastetanos habrían suplantado a los mastienos. De to-das maneras, el problema radica en situar su hipotética capital: Mastia,ya que mientras unos la sitúan en las inmediaciones del Estrecho, otrosla llevan hasta el sudeste peninsular.

Se ha intentado identificar arqueológicamente a los bastetanoscon el complejo cultural representado por las tumbas de cámara y loslárnakes o cajas funerarias. Este tipo de realizaciones se concentranen el interior de la provincia de Granada, en las hoyas de Guadix y deBaza, llegando por el norte hasta el Guadalquivir. La existencia de tum-bas de cámara en Archena (Murcia) indicaría una expansión de losbastetanos a comienzos del siglo IV hacia la cuenca del Segura. Deesta manera, los bastetanos se habrían beneficiado del control de las

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rutas comerciales que desde el sudeste se dirigían hacia la Alta An-dalucía y la Meseta meridional. Estas rutas eran las que seguían losproductos griegos, cuyas cerámicas aparecen tan abundantemente enesta zona durante los siglos V y IV a.C., a cambio probablemente demineral de la región de Cástulo. Si esta interpretación es correcta, ha-bría que relacionar con los bastetanos los santuarios con exvotos decaballos como los de Cigarralejo y Recuesto, en Murcia, y Pinos Puen-te en Granada; y el culto a las diosas funerarias entronizadas de lasque se conocen esculturas en Baza, Cigarralejo y Cabecico del Teso-ro y pinturas en Galera y otros lugares.

LOS ORETANOS

La mención más antigua de los oretanos se produce en relacióncon la expansión cartaginesa en la península Ibérica. Polibio dice queHamílcar venció al rey Orison, en cuyo nombre se ha creído ver unareferencia al etnónimo, ya que este mismo autor habla de los orisioi,como forma griega equivalente a la latina turdetanoi. Diodoro de Si-cilia (25,42) dice que este rey gobernaba sobre doce ciudades.

Los oretanos presentan numerosos problemas, tanto por lo querespecta a su situación geográfica como a su definición cultural, de-bido sobre todo a las contradicciones de las fuentes. Por una parte es-tán aquellos autores que los sitúan en el interior de la Península, en laMeseta meridional. Así, Plinio (III,19) los ubica entre los mentesanosal sur y los carpetanos al norte, que están en torno al Tajo. Ptolomeo,por su parte, los coloca entre el Guadalquivir y el Guadiana, vecinospor el sur de los túrdulos, por el este de los bastetanos, al oeste de lu-sitanos y vettones y por el norte de los carpetanos y celtíberos. Pto-lomeo menciona catorce ciudades de los oretanos cuyo número re-cuerda las doce ciudades sobre las que reinaba Orison.

Por otra parte, otros autores, más antiguos que Plinio y Ptolomeo,hacen llegar a los oretanos a la costa. Así Artemidoro de Éfeso, citadopor Esteban de Bizancio, dice que los bastetanos y oretanos habitan enel litoral mediterráneo y algo hacia el interior. Estrabón (III,3,2) diceque los oretanos llegan a la costa comprendida dentro de las columnasde Hércules y que sus ciudades principales son Cástulo y Oria. Lo mis-mo repite al referirse a la costa comprendida entre Calpe y Cartagena,en la que dice que viven la mayoría de los bastetanos y una parte de losoretanos (III,4,1). Y aún más adelante, al referirse a los pueblos que ha-bitan la Orospeda y las tierras por las que pasa el Júcar (III,4,14), citaa los bastetanos y oretanos que, según él, llegan casi hasta Málaga.

Evidentemente, ambos grupos de noticias son inconciliables ysurge la tentación de explicarlas por un reajuste de territorios efec-

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tuado por los romanos a comienzos del Imperio, tal vez en relacióncon la reorganización augústea, si tenemos en cuenta que un grupo detextos, los de Artimidoro y Estrabón, son del siglo I a.C., y los de Pli-nio y Ptolomeo de plena época imperial (siglos I-II). Pero esta es unahipótesis de momento indemostrable.

En lo que sí son concordes todas las fuentes es en citar como susciudades principales a Castulo y a otra ciudad, que en Artemidoro esOrisia y en Estrabón es Oria y que suponemos que es la que Plinio yPtolomeo llaman Oretum. La ubicación de Cástulo es perfectamenteconocida, identificándose con la actual Cazlona, en el norte de la pro-vincia de Jaén, en uno de los principales cotos mineros de plata deSierra Morena en la Antigüedad. La situación de Oretum es muchomás hipotética pero generalmente se identifica con Granátula, en laprovincia de Ciudad Real, al sur del Guadiana, o, menos probable-mente en nuestra opinión, con Alarcos. Otras ciudades que las fuen-tes antiguas atribuyen a los oretanos y que se pueden identificar confiabilidad son Sisapo (Alamadén), citada por Ptolomeo, y Baecula(Bailén), mencionada por Polibio (10,38) y Tito Livio (27,18). Deesta manera, si nos atenemos a aquellas ciudades que podemos iden-tificar con mayor o menor seguridad y de las que se nos dice que eranoretanas, podemos deducir que el territorio de los oretanos se exten-día por la provincia de Ciudad Real al sur del Guadiana y el norte dela de Jaén, a caballo del sector oriental de Sierra Morena.

Otro problema distinto, pero en parte relacionado con el de la ex-tensión oriental de los oretanos, es el de su filiación étnica. El pro-blema se advierte si cotejamos dos tipos de evidencias diferentes, lasliterarias y las arqueológicas. Según lo que se advierte en el registroarqueológico la cultura material de los territorios al sur del Guadiana,es decir, de Oretania, es manifiestamente ibérica. Por el contrario,Plinio y Ptolomeo llaman a su principal ciudad Oretum Germanorum,con lo que dan a entender que el poblamiento principal, constituidopor germanos, sería de tipo indoeuropeo. Esta mención de germanosen la Península en fecha tan antigua ha hecho correr mucha tinta y hadado pie a las más variadas especulaciones. Schulten reparó en un pa-saje de Polibio (3,33,9) en que éste se refiere a las tropas que acom-pañaban a Aníbal a Italia, reclutadas en la Península. Entre dichastropas Polibio menciona a los tersitas, mastios, oretanos iberos y ol-cades. La dificultad surge en si hemos de interpretar que oretanos eiberos son un mismo pueblo o si son dos distintos. Como en el textooriginal de Polibio no existían las comas, ya que todavía no se usa-ban en esta época de la Antigüedad, toda la cuestión es un problemade crítica textual, sobre si debemos interpretar que debería ponerseuna coma entre oretanos e iberos, con lo que hacemos de ellos dospueblos distintos, o no. Schulten, Walbank y otros historiadores pen-

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saban que no debe suponerse dicha coma. Para Schulten existiríandos clases de oretanos: los iberos, reclutados por Aníbal, y otros noiberos que serían los que darían a Oretum el cognomen de Germano-rum. Si se acepta esta interpretación, el problema entonces es datar lallegada de dichos germanos, que Schulten vinculaba entonces a la lle-gada de los cempsos que el periplo de Avieno menciona en la Mese-ta. Si, por el contrario, se supone que oretanos e iberos son dos pue-blos diferentes, el problema se reduce a explicar la iberización deOretania que sería, inicialmente, una zona de poblamiento indoeuro-peo (lo que no suprime el problema, igualmente, de explicar cómo ycuándo llegaron dichos germanos).

El proceso de iberización de Oretania se remonta al siglo VI a.C.y corre paralelo al proceso de penetración de elementos griegos, ce-rámicas principalmente, a través de las rutas que unen la costa sudo-riental con la Mancha y Sierra Morena. En la atracción de este co-mercio griego, en el que intermediarían los grupos ibéricos de la AltaAndalucía como los bastetanos, evidentemente las minas de Cástulojugaron un papel muy importante y, en general, los cotos mineros deleste de Sierra Morena. Las aristocracias de este territorio, y del sur deCiudad real, iniciarían así un proceso de enriquecimiento económicoa la vez que de expansión política, tendiendo a formar monarquíascada vez más amplias del estilo de la de Orison, que vamos a encon-trar más tarde, en la época cartaginesa. El curso del Guadiana marcauna especie de frontera o límite norte a las importaciones de produc-tos griegos y fenicios, que son manifiestamente más abundantes alsur de este río que al norte del mismo, y que nos dan así una idea delalcance de dicho comercio y de la transformación cultural de los te-rritorios donde se conforman los oretanos. En este juego de influen-cias, no obstante, no hay que considerar sólo las que proceden del su-deste, sino también las que remontando los valles del Guadiana y delTajo llegan desde la zona tartésica hacia el interior de la Meseta me-ridional, como ha mostrado recientemente el hallazgo de una tumbaen El Carpio (Toledo), del siglo VII a.C., con objetos de importacióndel sudoeste. El descubrimiento de las minas de Sisapo (Almadén) enel siglo IV a.C. vendría a reforzar el comercio con el sudeste, ya quela mayoría de los vasos griegos importados pertenece a esta época.

Dentro de este conjunto, Cástulo se configura como el principalcentro urbano. Según J. M. Blázquez, los inicios de la explotación deCástulo, a finales del siglo VIII a.C., se deberían a colonos feniciosque practicaban la metalurgia. En los siglos siguientes se produce unproceso de crecimiento demográfico y concentración del hábitat. Laconstrucción de un santuario en el siglo VI a.C., que sugiere la exis-tencia de un grupo de fenicios o de elementos autóctonos fuertemen-te aculturados por los fenicios, muestra la aparición de las primeras

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estructuras urbanas en las cuales se insertarían, no sabemos exacta-mente de qué manera, elementos indoeuropeos, que se atestiguan enla denominación de Oretum Germanorum o en el antropónimo Cer-dubelos, documentado en Cástulo (Liv. 28,20). En época cartaginesa,Cástulo parece que era la ciudad más importante de Oretania; en ellaexistía por lo menos una casa real puesto que Livio (24,41) dice queAníbal se había casado con una mujer de Cástulo, probablemente si-guiendo los pasos de Asdrúbal que, después de casarse con una prin-cesa ibera, fue aclamado por todos los iberos como su basileus.

ECONOMÍA DE LA IBERIA MERIDIONAL

Todos los geógrafos antiguos (Estrabón, Mela, Plinio, etc.) alaban lariqueza y fertilidad del sur de la península Ibérica pero, especialmente,de Turdetania, es decir, del valle del Guadalquivir. El rasgo más sobre-saliente de los turdetanos y los túrdulos era su elevado nivel de urbani-zación. Estrabón dice que tenían más de 200 ciudades; Plinio les asigna175; Ptolomeo, finalmente, que también distingue túrdulos de turdeta-nos, les da en conjunto unas 70 ciudades. Aunque alguna de estas po-blaciones, como Córdoba, sea fundación romana, el hecho es que la ma-yoría de ellas existía ya en época anterior, entre los siglos V y II a.C.

Esta elevada densidad urbana presupone una alta densidad demo-gráfica que solamente se explica por la elevada riqueza y el desarrolloeconómico de Turdetania. Todas las fuentes antiguas, efectivamente,son unánimes en ambos puntos. Estrabón (III,2,4) dice: «La Turdetaniaes un país sumamente próspero. Dando productos de todas clases y engran cantidad, esta riqueza está duplicada por la exportación. Porque loque sobra de los productos se vende fácilmente dado el gran número debarcos. Esto está facilitado por los ríos y los estuarios, que, como ten-go dicho, se parecen a los ríos y son navegables como aquellos...» Ymás adelante (III,2,6): «Se exporta de Turdetania mucho trigo, vino yaceite, no sólo en cantidad, sino también muy bueno. También se ex-porta cera, miel, pez, mucho quermes y almagre, que no es inferior a la“tierra de Sinope”. Los barcos se fabrican allí de madera indígena. Ade-más, hay en Turdetania sal fósil y no pocos ríos salados. Además, sehace no poca salazón de pescado, no sólo allí, sino también en la otracosta, la que está más allá de las Columnas, y esta salazón no es infe-rior a la del mar Negro. Antes ha venido de Lusitania también muchatela para vestidos, pero hoy sólo lana, más que (del país de) los cora-xios. Esta lana es de una hermosura insuperable, pagándose por un car-nero de cría un talento [...] Abundante es también la cantidad de gana-do de todas clases y de la caza...». Y finaliza diciendo (III,2,8):«Estando provista dicha región con tantos productos se debe elogiar y

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admirar no menos, sino más, la abundancia de sus metales. Porque todoel país de los iberos (se refiere a la Península) está lleno de ellos, mien-tras no todo es tan fértil y rico, y menos la región rica en metales. Encuanto a la riqueza de sus metales, no es posible exagerar el elogio dela Turdetania y de la región lindante. Porque en ninguna parte del mun-do se ha encontrado hasta hoy ni oro, ni plata, ni cobre, ni hierro en talcantidad y calidad».

Creemos que estas líneas de Estrabón resumen, mejor que cual-quier comentario nuestro, los recursos económicos de los turdetanos.Naturalmente hay que tener en cuenta que Estrabón escribe en la épo-ca de Augusto, cuando dos siglos, prácticamente, de dominio romanohabían producido importantes transformaciones económicas, de ma-nera que no puede retrotraerse sin más este cuadro a época prerro-mana. Sabemos que algunos de los productos mencionados, como elvino, no empezó a ser objeto de exportación importante hasta la épo-ca tardorrepublicana, con posterioridad a César, cuando la aparicióny difusión de ánforas vinarias andaluzas atestiguan el desarrollo delas plantaciones de viñedo subsiguientes a la colonización cesariana,asignadas a productores de origen itálico que habrían aplicado nue-vos sistemas de cultivo y vinificación. También es posible que la pro-ducción de aceite se desarrollara de manera importante durante laépoca del dominio bárquida, cuando los cartagineses habrían implan-tado formas de cultivo y explotación del olivar previamente ensayadasen África. De todas maneras, estas consideraciones no son obstáculospara apreciar el enorme desarrollo económico y riqueza de Turdeta-nia, en la que son concordes todos los textos clásicos.

Naturalmente, estos recursos económicos no se distribuían unifor-memente en toda la Iberia meridional, dadas las diferencias geográfi-cas de relieve, suelo, clima, etc. entre unas zonas y otras. El valle delGuadalquivir, es decir, Turdetania propiamente dicha, era una zonade gran fertilidad agrícola; el valle del Genil, en Bastetania, y las ho-yas interiores andaluzas eran zonas también de gran rendimientoagrícola. Sierra Morena y la región de Almería eran zonas eminente-mente mineras. La explotación de los yacimientos de plata de Cástu-lo y Sisapo, en Oretania, atrajo el interés de los colonizadores feni-cios, cartagineses y griegos desde el siglo IV a.C. Durante la guerracon Aníbal, el control de dichas minas fue también uno de los prime-ros objetivos militares de los romanos. Toda la costa meridional esta-ba llena de pequeñas factorías fenicias y cartaginesas que se dedica-ban a la pesca y a las industrias de salazones derivadas de ella. Estaactividad económica debía de enriquecer a algunas ciudades comoMalaca o Sexi, que además canalizarían también parte del comerciode productos de lujo hacia el interior. Las vías de penetración del co-mercio eran los cursos fluviales, principalmente el curso del Guadal-

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quivir. En la costa meridional no había apenas ríos de caudal conti-nuo, salvo el Guadiaro y el Guadalhorce, que debieron de servir devías de penetración del comercio, pero también se aprovecharían lospuertos de montaña de la cordillera Penibética. Avieno atestigua laexistencia de un camino interior que desde la costa de Málaga se di-rigía a Tartessos.

Estrabón dice que los barcos remontaban el estuario del Guadal-quivir, atracando en Hasta y Nabrissa, y llegando incluso hasta His-palis, Sevilla, como sucede en la actualidad. Los sedimentos aporta-dos por el mismo río han transformado el paisaje con respecto a laAntigüedad colocando a estas y otras poblaciones en una situación detierra adentro, cuando entonces se tenía fácil acceso a ella desde el mar. Esta circunstancia, evidentemente, favorecía el comercio. ElGuadiana, el Tinto y el Odiel eran otras tantas vías de penetración ha-cia las sierras del norte de la provincia de Huelva y de Sierra More-na occidental. Aunque la producción de las minas de plata de Huelvaparece haber disminuido después de la época tartésica, ello no quieredecir que cesara su explotación. Por otra parte, se explotaban tambiénlas minas de cobre de Riotinto y el tráfico del mineral debía seguir elcurso de estos valles fluviales. Las ciudades de la costa, además, te-nían flotas que explotaban los bancos pesqueros del Estrecho de Gi-braltar y, probablemente, del Atlántico sahariano. Esta pesca, de atu-nes, caballas, escombros y otras especies, permitió crear una industriade salazones, escabeches y salsas de pescado que tenían demanda entodo el Mediterráneo. Así, por ejemplo, las salazones turdetanas semencionan en la Atenas del siglo IV a.C.; lo mismo sucede con unasalsa especial de pescado que los griegos denominaban garos y losromanos garum. En algunos textos de época imperial, por ejemplo enPlinio, dicha salsa recibe el nombre de garum sociorum. Se ha discu-tido mucho sobre el significado de esta denominación, que podría referirse a las compañías (societates, socii) de fabricantes que lo pro-ducían o al estatuto político de las ciudades donde estaban las princi-pales factorías, que serían entonces socii o aliadas de Roma. Pliniomenciona específicamente Cádiz y Carteya como lugares donde seproducía este garum; y también sabemos que la costa malagueña eraun lugar donde se acumulaban las factorías que lo producían. Porello, parece más probable entender la denominación de Plinio comouna referencia a las ciudades aliadas (Cádiz, Málaga, etc.). No hayque olvidar, sin embargo, que estas ciudades eran originalmente fun-daciones fenicias; de manera que los fenicios han debido de tener unpapel tan importante, por lo menos, como los turdetanos en el desa-rrollo de este comercio.

La base económica fundamental de Turdetania era, sin embargo,una agricultura y una ganadería excepcionalmente desarrolladas gra-

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cias a la fertilidad natural del valle del Guadalquivir. Es posible que,en lo que respecta a la agricultura, la época cartaginesa presenciasealgunos avances importantes. Sabemos que en Cartago había tratadoscientíficos de agricultura, de alguno de los cuales el senado romanoencargó una traducción oficial. Según Estrabón, en el valle del Gua-dalquivir los olivos se cultivaban en medio del cereal, de acuerdo conun sistema que también sabemos que se practicaba en el norte deÁfrica. En cuanto a la riqueza ganadera, que comprendía tanto gana-do mayor como menor, algunos autores han supuesto que el mito delos bueyes de Gerión traduciría, fantásticamente, dicha riqueza.

LA MONARQUÍA

Uno de los rasgos característicos de los turdetanos, que los dife-rencia de otros pueblos prerromanos, incluso de la misma área ibéri-ca, es el haber constituido estados más o menos grandes gobernadospor monarcas. Algunos historiadores suponen que estas monarquíasserían una continuación de la tartésica y producto de su desmembra-miento. Como hemos visto antes, sin embargo, al hablar de Tartessos,no parece que haya pruebas de que todo el territorio en el que se ma-nifiesta la llamada cultura tartésica, que se extiende desde Huelvahasta Cartagena, haya estado unificado políticamente. Por ello, talvez sea más probable suponer que las monarquías tartésicas, que co-nocemos en una fecha ya tardía, a comienzos de la conquista roma-na, son más bien el resultado de una acumulación de poder. El podery las dimensiones de estas monarquías, en la práctica, debieron fluc-tuar mucho en función de las circunstancias. Los fuertes amuralla-mientos de Tejada la Vieja o de Puente Tablas en el siglo V a.C., o deCarmona en el siglo III a.C., muestran la existencia de tensiones que de-bieron de llevar a enfrentamientos de unas monarquías contra otras y aaumentos de poder de los vencedores a expensas de los vencidos. Unmonumento escultórico como el de Cerrillo Blanco de Porcuna, aun-que fuera del área estrictamente turdetana, con grupos de guerreros quese enfrentan, unos armados y otros sorprendidos desarmados, como side una dolonía se tratase, tal vez pudo servir para conmemorar algunavictoria de ese tipo y expresaría un estado de cosas semejante.

Los datos que tenemos sobre las realezas turdetanas son, como he-mos dicho, muy tardíos y fragmentarios, por lo que no es fácil re-construir sus características generales. Tito Livio (27,15) menciona unrey de los turdetanos, llamado Attenes, que se pasó a los romanos enel año 206 a.C., después de la batalla de Ilipa. Algo mejor conocido es Culchas, que según Livio (27,12,13) gobernaba 28 ciudades por las mismas fechas y tenía un ejército de 3.000 infantes y 500 jinetes

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(Pol. 11,20). En el año 197 a.C. se sublevó contra los romanos, pro-bablemente a consecuencia del establecimiento del sistema provincialen Hispania y, con ello, de una tributación, a la vez que otro rey, Lu-xinio, que gobernaba en Carmo (Carmona) y Bardo. De la reduccióndel número de ciudades que se mencionan en relación con Culchas en 197, con respecto al número que se menciona en el 206 a.C., se hadeducido que el gobierno romano tuvo como consecuencia el fraccio-namiento y el debilitamiento de las monarquías turdetanas. Esta supo-sición encuentra algún apoyo en la situación que se observa en un do-cumento muy importante, el llamado «decreto de Emilio Paulo», del189 a.C., que es la inscripción latina más antigua que hasta el mo-mento se conoce en Hispania. En este documento, que es un decreto(decreivit, dice el texto) dado por el pretor de la provincia Ulterior,Emilio Paulo concede la libertad a aquellos habitantes de Torre Las-cutana que habían sido siervos de la ciudad de Hasta, y les concede enpropiedad el agrum y el oppidum que habían poseído hasta ese mo-mento. Hasta parece haber sido una de las ciudades turdetanas másimportantes y el castigo impuesto por el pretor es probablemente laconsecuencia de un intento de sublevación en el año 192 a.C. Segúnalgunos historiadores, el cognomen de Regia que tenía parece indicarque era la sede de una de estas monarquías. El decreto, sin embargo,no dice nada de la forma de gobierno de Hasta, lo cual también es im-portante porque en los tratados con otros estados monárquicos los ro-manos solían estipular el nombre del rey con el que se establecía el tra-tado. Esta ausencia deja la puerta abierta a toda clase de suposiciones.Pero a los efectos que nos interesan, el documento de Emilio Paulo esmuy pocos años posterior a la sublevación de Culchas y a través de élpodemos ver, efectivamente, que por lo menos en ciertos casos Romatendió a fraccionar los estados turdetanos mayores. Esta política la si-guió también en otras partes el mismo Emilio Paulo, que adoptó unasolución parecida en Macedonia en el 168 a.C.

Conocemos a otros reyes turdetanos más, como Corribilio, quemandaba en Licabrum (¿Igabrum?, ¿Cabra?), que fue vencido y captu-rado por C. Flaminio en 192 a.C. Algunas monarquías duraron hastamuy tarde, ya que durante la guerra civil de César un rey, llamado Indo,que luchaba a su favor, fue derrotado y muerto por Sexto Pompeyo.

Evidentemente, estas monarquías debían de acumular grandes ri-quezas. Sin embargo, algunas afirmaciones, como la de Polibio (Athen.6), acerca de un rey turdetano que había emulado la molicie de los feacios, son probablemente fantásticas y producto de cierta exagera-ción o mitificación. Lo cierto es que en las necrópolis turdetanas, malconocidas y mal excavadas por otra parte, no aparecen en las tum-bas que parecen principales ajuares tan ricos como los de la época tar-tésica.

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LA SOCIEDAD

Sobre la sociedad sabemos aún menos que sobre las monarquías delsur de la Península. Los historiadores antiguos, dedicados a narrar losacontecimientos militares, no prestaron la menor atención a un con-cepto que, por lo demás, es moderno. Los geógrafos, como Estrabón,reflejan un estado de cosas ya muy tardío. Los restos arqueológicos, amenudo procedentes de la excavación de las necrópolis, permiten co-nocer la existencia de tumbas de distinta riqueza, que hacen suponerque sus ocupantes gozaron en vida de distinta consideración social, sin que podamos hacer más precisiones. Ejemplo de las limitaciones denuestro conocimiento, incluso comparando los datos de distinta natu-raleza, es el hecho de que no estemos en condiciones de afirmar con se-guridad si una tumba de cierta importancia, como las halladas en PozoMoro, Osuna o Baena, Baza o Galera, señalada por pilares-estela coro-nados por esculturas, es una tumba real o de un aristócrata que forma-ba la clase superior de la sociedad pero no gobernaba.

Estos mismos reyes y aristócratas aparecen en las fuentes clásicasprincipalmente como una aristocracia militar, precisamente porque alos autores antiguos solamente les interesaba narrar las guerras. Enrelación con dicho carácter militar y con la existencia de unos cuan-tos nombres de persona de tipo indoeuropeo documentados en el surpeninsular, se han puesto de moda una serie de especulaciones acer-ca del establecimiento de elementos indoeuropeos, y más precisa-mente celtas, como una casta militar gobernante en los estados del surde la Península. Sin negar la existencia de una serie de elementos in-doeuropeos en la onomástica meridional y de algunos rasgos cultura-les aislados de raigambre meseteña en el sur de la Península, nos pa-rece que la hipótesis de la creación de dichas castas militares estámuy lejos de ser probada. Habría que valorar elementos como el co-mercio, que era importantísimo en el área turdetana tal como dicenlos escritores clásicos y como se comprueba en el registro arqueoló-gico, con importaciones de cerámicas griegas y fenicias, joyería,bronces, etc., y exportaciones de mineral, de curtidos y otros produc-tos, lo que ha hecho de dicho comercio una base importantísima de lamencionada aristocracia, y de lo cual, sin embargo, no sabemos nada.Finalmente, los elementos religiosos, que en las sociedades antiguasaparecen íntimamente relacionados con la estructura social, han de-bido jugar también su papel. Todavía hoy no sabemos si en el sur pe-ninsular existía un sacerdocio especializado, y con ello un grupo so-cial diferenciado, o no.

En fin, todas estas cuestiones, suscitadas sin ánimo de polémica,creo que ejemplifican bien lo limitado de nuestros conocimientos ydeben ponernos en guardia frente a algunas reconstrucciones sociales

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aparentemente muy bien diseñadas pero que se basan en un cúmulode hipótesis y en ninguna prueba material.

En un estudio que nos parece muy elegante y completo, y que sinembargo no alzanzó la repercusión que debía entre los historiadores,F. Presedo* intentó una aproximación a la sociedad turdetana a partirde las fuentes escritas, del estudio de las necróplis del sur de la Pe-nínsula y de las representaciones figuradas, principalmente de las es-tatuillas ibéricas.

Para Presedo, cuyas conclusiones resumimos a continuación, en lasnecrópolis ibéricas no suelen existir grandes monumentos funerariosque denoten la existencia de enterramientos de gran importancia. Sinembargo, grandes tumbas como la de Toya o el monumento de PozoMoro le parecían auténticas tumbas reales, a pesar de que los ajuaresno muestran una diferencia de riqueza excesiva con respecto a la de sussúbditos. Otra serie de tumbas, de distinta forma en cada necrópolis,correspondería a una nobleza compuesta por los familiares y amigosque componen el comitatus de los reyes turdetanos. Son tumbas en las quese acumulan armas y vasos griegos en abundancia, carros de guerra ofunerarios, braseros, etc., que se documentan en las necrópolis de ElCigarralejo, Galera, Baza o El Cabecico del Tesoro. Una tercera cate-goría la formarían las tumbas de cista pequeña o pozo cuadrado menor,con ajuar discreto, pero con algún elemento de importación, algún vasogriego, y una falcata. Presedo suponía que los casos masculinos co-rresponderían a tumbas de guerreros que formarían el grueso de la in-fantería en las guerras contra los cartagineses y los romanos. En los ca-sos en los que no aparecen armas pensaba si serían tumbas de artesanosy especialistas cualificados y se planteaba la interesante pregunta de siesos oficios (herreros, escultores, pintores...) serían desempeñados poralgo parecido a los orgeones de las ciudades griegas arcaicas. El gruposocial más bajo estaría representado por la infinidad de tumbas consis-tentes en un simple hoyo en el suelo con una urna cineraria de cerámi-ca común, tapada con un plato o una piedra.

El arte figurativo, por otra parte, cuyo testimonio no es un trasun-to directo de la realidad social ya que se atiene a numerosos conven-cionalismos, permite distinguir por lo menos dos grupos sociales dis-tintos. Por una parte, aparecen los jinetes con atuendo de guerrero,representados en bronces votivos y también en pinturas cerámicas deLiria. Al lado de ellos, que podrían interpretarse como aristócratas (yaque en el Mediterráneo antiguo la posesión del caballo ha ido siem-pre unida a la condición aristocrática), aparecen también hombres a

* F. PRESEDO, «Organización política y social de los iberos», en Historia de España An-tigua, tomo 5, Proohistoria, Madrid, 1980, pp. 183-214.

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pie, con escudo redondo, lanza y espada o puñal, que corresponden alos peltastas, hombres libres con voz y voto en las asambleas políti-cas. Por otra parte, se ha identificado como sacerdotes un grupo derepresentaciones de hombres tonsurados y con un velo, o con una dia-dema sobre el pelo, aunque no hay unanimidad en este sentido entrelos autores; unos creen que ciertas representaciones de este tipo,como una estatuilla sobredorada procedente de Cádiz, podrían ser dedioses y no de sacerdotes, y otros consideran que no hay pruebas deun sacerdocio especializado entre los turdetanos.

Un rasgo que parece ser específico de la sociedad turdetana es laexistencia de un tipo particular de servidumbre colectiva o comunita-ria en virtud de la cual las personas de núcleos de población menoresestarían en una situación de semidependencia, colectivamente, de ungrupo de población mayor. Quien destacó y estudió este rasgo fue M. Vigil, en el capítulo que escribió sobre los pueblos prerromanosen la Historia de España Alfaguara (1973), aunque después otros au-tores han vuelto sobre este aspecto. Vigil desarrolló esta tesis a partirdel denominado decreto de Emilio Paulo, del 189 a.C., que, como he-mos dicho, es la inscripción latina más antigua conservada en Hispa-nia. El decreto está escrito sobre una lámina de bronce y, en él, el ge-neral romano (imperator) concede la libertad a quienes de TurrisLascutana eran siervos de Hasta Regia, concediéndoles el agrum y eloppidum de la ciudad. Esta disposición debe enmarcarse en el contextode las guerras que Emilio, que fue el pretor de la Hispania Ulterior du-rante los años 191-190 y 190-189 a.C., hubo de librar contra los lusita-nos y posiblemente contra algunas ciudades turdetanas. Los habitantesde Torre Lascutana ayudarían a los romanos, probablemente contra suspropios dueños de Hasta, y obtendrían en recompensa la libertad.

La identificación de ambas ciudades no ofrece dificultad. HastaRegia es citada por Estrabón, Plinio y otras fuentes de época imperialy debe identificarse con la actual Mesas de Hasta; y Torre Lascutanaestaría probablemente en Alcalá de los Gazules, donde apareció eldocumento, ambas en la provincia de Cádiz. En el siglo I a.C. TorreLascutana acuña monedas con el nombre de Lascuta y es citada tam-bién por Plinio como ciudad estipendiaria. El epíteto de Regia pare-ce indicar que Hasta era la sede de una de las monarquías turdetanasque hemos descrito anteriormente, cuyo poder se extendía sobre va-rias ciudades. Vigil señaló que la situación de los servi de Torre Las-cutana no se comprendía bien desde el punto de vista de la esclavitudclásica. Ya Mommsen los había comparado con los ilotas de Lacede-monia, que habitaban en aldeas separadas y que eran colectivamentesiervos del estado espartano. Vigil los relacionó con el texto de Justi-no que se refiere a la división de la población tartesia hecha por Ha-bis. El texto dice que dividió a la población en siete ciudades (urbes).

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Schulten propuso corregir esta palabra del texto por la de ordines, esdecir, grupos sociales. Sin embargo, si podemos comprobar la exis-tencia de ciudades enteras sometidas a un régimen de esclavitud porotras ciudades, como era el caso de Torre Lascutana por Hasta Regia,el texto de Justino aparece claro y estaríamos ante un rasgo propio dela organización social de los pueblos turdetanos.

Otros historiadores han comparado esta situación con la de los li-bertos con los que se fundó Carteya en el año 171 a.C., o con los ser-vi oppidanorum manumitidos por Sexto Pompeyo. En ambos casosno parece que estemos ante la misma situación. De los fundadores deCarteya sabemos que eran hijos de soldados romanos y mujeres indí-genas y que se recurrió a la ficción de considerarlos libertos para re-gularizar su situación. En el caso de los servi manumitidos por SextoPompeyo estamos ante un caso de esclavitud pública de tipo romano,aunque sin duda ofrece un parecido mayor con la situación de TorreLascutana. Más interés ofrece la comparación con formas de organi-zación de tipo cartaginés, ya que los cartagineses ejercieron un do-minio efectivo sobre estas zonas del sur de la Península y pudieronejercer algún tipo de influencia. Se ha comparado la situación de To-rre Lascutana con respecto a Hasta con la de otras ciudades púnicas,como Utica, Hadrumeto, etc., con respecto a Cartago, que estaban enla práctica semisometidas a ella.

LA RELIGIÓN

Es muy poco lo que podemos decir con seguridad de la religiónde los iberos meridionales. Las fuentes literarias, además de escasas,interpretan las manifestaciones religiosas indígenas desde la ópticade los autores, generalmente griegos, de manera que presentan unaversión helenizada a través de la cual es muy difícil percibir lo quepudo haber sido la realidad indígena. Cuando Estrabón dice (III,2,13)que Odiseo llegó hasta Turdetania y fundó una ciudad llamada Odys-seia en la que había un santuario de Atenea no sabemos exactamentequé quiere decir, ¿que se veneraba a una diosa armada, tal vez divi-nidad de la guerra?, ¿que podía ser una especie de Astarté a la quedesde su mentalidad griega identifica con Atenea; y que sería, en estecaso, una divinidad importada?, ¿o que era una divinidad de los ofi-cios y manufacturas, quizá indígena?

Las páginas de Estrabón sobre el sur de la Península están llenasde referencias a santuarios de héroes y dioses griegos, como el orácu-lo de Menesteo que cita en la desembocadura del Guadalquivir, elsantuario a Fósforo, el santuario existente en el Hieron Akroterion ocabo de San Vicente, etc., o a la presencia de colonizaciones griegas

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antiquísimas, generalmente relacionadas con el ciclo de los nostoi oregresos de los héroes griegos después de la guerra de Troya. Schul-ten interpretaba estas noticias como un recuerdo y una muestra de lacolonización arcaica, principalmente de la focense. Hace algunosaños hicimos un estudio de estas referencias griegas y nuestra opiniónes que, en unos casos, se trata del relato helenizado de santuarios y decreencias semitas que ya preexistían, como el caso del santuario delcabo de San Vicente, con un culto betílico muy claro. En otras oca-siones, el análisis muestra que estos cultos importados no se relacio-nan para nada con el ámbito focense y, en general, con el colonial ar-caico, sino, por el contrario, con mitos y cultos sobre todo rodios yatenienses; es decir, de los dos principales aliados griegos de Romadurante el siglo II a.C., en la época en la que se realizaba la conquistadel sur de la Península. En nuestra opinión, esos cultos no tendríanmucha antigüedad, como creía Schulten, seguido por otros, sino quehabrían llegado por esta época de la mano de comerciantes e indivi-duos relacionados con Atenas y Rodas, que aprovecharían la amistadcon los romanos para hacer negocios en el sur de la Península.

Por otra parte, tenemos las fuentes arqueológicas, consistentes enestatuillas, relieves, decoraciones cerámicas u otros objetos. Es evi-dente que resulta muy difícil interpretar adecuadamente estos objetosya que, a falta de una mitología ibérica, no sabemos qué clases dedioses representan, cuál era su significado o función, etc. Estos ha-llazgos, además, proceden casi siempre de un ambiente funerario, yaque tradicionalmente los arqueólogos se han orientado más a excavaren las necrópolis que en los poblados porque aquéllas, en principio,deparan más hallazgos. Por esta razón estamos relativamente mejorinformados de lo que podrían ser las creencias acerca de la vida deultratumba que sobre lo que serían las creencias y experiencias reli-giosas de la vida corriente.

La primera deducción que se impone, cuando se considera el con-junto de las fuentes disponibles, es la importancia de las divinidades im-portadas del Próximo Oriente, semíticas principalmente. Este hecho, porotra parte, es lógico si se tiene en cuenta que las culturas meridionalesde la Península surgen en gran medida como consecuencia o respuestaal estímulo que supuso la colonización fenicia. La influencia griega tam-bién es importante, pero se nota más entre los iberos de Levante; en elsur lo que predomina es lo fenicio y lo púnico a veces con mezcla deelementos muy exóticos, como los egipcios. Es difícil saber si la pre-sencia en estos territorios de las imágenes de estas divinidades, que ge-neralmente son pequeños bronces, relieves en piezas de marfil embuti-dos en muebles, menciones epigráficas de nombres divinos sobreanillos importados u otro tipo de joyas, significa que realmente los pue-blos del sur les rindieran culto o se les apreciara por su significado reli-

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gioso. A nosotros nos parece que no, y que se les apreciaría sobre todocomo objetos raros cuya posesión daba prestigio a su propietario. A losumo, serían reconocidos como amuletos o representaciones con algúnvalor sobrenatural, pero creemos que es difícil que se hicieran de ellosla misma idea que se hacían los fenicios, griegos o cartagineses.

De las diferentes divinidades exóticas documentadas en el sur pe-ninsular, las que tienen una representación más importante son Baaly Astarté. Esto es natural, si se tiene en cuenta que también eran lasdivinidades más populares del mundo fenicio. Baal aparece represen-tado en una placa de Churriana (Málaga) y en una medalla de estaciudad, en una figurilla de Medina de las Torres y en un sello de LaAliseda. Astarté ha dejado su recuerdo, probablemente, en una seriede accidentes costeros (puertos, cabos, golfos, etc.) que en los auto-res clásicos aparecen bajo la advocación de Afrodita o, menos fre-cuentemente, de Hera. Conocemos representaciones de Astarté en va-rias terracotas gaditanas y en un bronce de Cástulo, en un braserillode la necrópolis de La Joya, en el denominado bronce Carriazo y, so-bre todo, en una magnífica imagen de Galera mezclada con elemen-tos estilísticos egipcios. No obstante, la divinidad foránea más im-portante fue sin duda el dios Melkart de Tiro, del que existía untemplo importantísimo en Cádiz que databa, según Estrabón, desde lamisma fundación de la colonia. Identificado con el Heracles griego yel Hércules romano, el Heracleion de Cádiz, de cuyo culto y arqui-tectura Estrabón refiere muchos detalles, se convertiría en uno de lostemplos más importantes de Occidente, quizá comparable al de Junoen el cabo Lacinio, y sería visitado por el propio César. Bajo el Im-perio romano Melkart aparecerá caracterizado como Hércules Gadi-tano. Por el relato estraboniano, como hemos dicho, conocemos mu-chos detalles del culto de este templo. Sabemos que su forma seadaptaba a la general de los templos semitas, con una estructura querecuerda la del templo de Salomón en Jerusalén, obra también de ar-quitectos y artesanos tirios. Sabemos que sus sacerdotes iban tonsu-rados, vestidos de lino blanco y descalzos como símbolo de pureza;que había dos columnas, una a cada lado de la puerta del santuario, queeran probablemente dos betilos, y que son quizá el origen del mito delas columnas de Hércules; y otros muchos detalles, como que habíados fuentes en el patio y un árbol de la vida, lo mismo que en otrostemplos cananeos. La influencia del Heracleion gaditano debió de serenorme en las ciudades del entorno de origen semita y, probablemen-te también en algunas turdetanas como Carmona, aunque la mayorparte de las inscripciones y monedas que se refieren a él proceden dela época romana. Distintos accidentes costeros, como cabos o islas,que se colocaban bajo la advocación de Heracles debían de ser tam-bién antiguos lugares consagrados a Melkart.

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Intentar distinguir, en la mezcolanza religiosa y cultural que tra-ducen las fuentes tanto literarias como arqueológicas, lo que seríapropiamente indígena de los elementos importados es algo que nosparece poco realista aunque metodológicamente sea justificable, yaque desde el comienzo lo indígena y lo mediterráneo aparecen mez-clados en las culturas del sur peninsular. No obstante, hay dos tiposiconográficos que parecen corresponder a dos divinidades indígenascuyos nombres desconocemos. Uno es el que algunos historiadoreshan denominado despotes hippon o señor de los caballos. Son repre-sentaciones, generalmente relieves, de un individuo masculino, de pieo sentado, que sujeta por los bocados dos caballos afrontados, cadauno a un lado de él. En un relieve el individuo tiene dos caras, una di-rigida en cada dirección, aunque un solo cuerpo. En la geografía susrepresentaciones se encuentran en Jaén y en el sudeste peninsular; esdecir, en territorio principalmente bastetano. Se ha comparado con undios de los caballos que aparece documentado en Grecia, en unas pla-cas de Lato, en Creta, en relieves de Olimpia y en algunos vasos defiguras negras del siglo VI a.C., por lo que su carácter exclusivamen-te indígena tampoco es seguro. Sería, en todo caso, una versión mascu-lina de la potnia hippon bien atestiguada en Grecia. Iconográfica-mente, esta figura aparece en representaciones del arte sumerio del IVmilenio a.C., representando a Gilgamesh entre dos leones, monstruoso caballos afrontados en torno a un eje de simetría, que va a resultaruna composición muy afortunada y que se va repetir por todo el Me-diterráneo, sirviendo para representar a otros dioses, héroes o perso-najes notables, como Dumuzi, Daniel entre los leones, etc. Las últi-mas representaciones se encuentran en el arte románico europeo, configuras que recuerdan vivamente sus originales sumerios. Los indíge-nas pueden haber tomado este tipo iconográfico para representar al-guna divinidad propia.

Menos dudas existen acerca de la realidad de una diosa indígena,heredera de las Grandes Madres mediterráneas cuyo culto se remontaal Neolítico, que sería una especie de diosa de la vida y de la muerte yde la tierra nutricia. Generalmente se la representa como una mujersentada en un trono y lujosamente ataviada y, en menos ocasiones,como una figura de pie. La abundancia de imágenes de este tipo, mu-cho mayor que el de imágenes masculinas, parece dar a entender queestaríamos ante la figura principal de las creencias religiosas de lospueblos ibéricos. Las representaciones más famosas de esta divinidadson la Dama de Elche y la Dama de Baza. Precisamente el hallazgo dela Dama de Baza permitió interpretar adecuadamente a la Dama de El-che, sobre la que se habían hecho identificaciones contradictorias. LaDama de Baza es una imagen del siglo IV a.C., ataviada a la manera jo-nia, que apareció en la tumba de un aristócrata guerrero de una de las

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necrópolis de dicha localidad, a juzgar por el armamento y el lote devasos griegos importados que aparecieron en la sepultura. La esculturapresenta un hueco u hornacina en su espalda, donde estaba depositadala urna cineraria con los restos del difunto. La Dama de Elche presentauna hornacina similar. Es fácil interpretar la imagen, por consiguiente,como una diosa protectora de los difuntos en el Más Allá, semejante ala Perséfone griega y, probablemente como ella también, diosa de losciclos naturales de la muerte y el renacimiento y de la fertilidad agrí-

La Dama de Baza.

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cola. La Dama sentada de Verdolay (Murcia) podría representar a otradivinidad de este tipo y, quizá, a la figura sedente que aparece en la pá-tera de Tivissa. F. Presedo destacaba la persistencia de cultos a diosasderivadas de la Gran Madre mediterránea en esta misma región por laexistencia, en la época romana, de una estatua sedente de Mazarrón,conservada en el Museo de Murcia, que lleva la inscripción Mater Te-rra. Al mismo tipo se adscribirían también representaciones pintadasde esta diosa sedente, procedentes de la Serreta de Alcoy, el santuariode la Luz o la necrópolis del Cabecico del Tesoro. En el Cerro de losSantos también aparecen figuras femeninas sedentes pero no pareceque todas sean representaciones de diosas sino, más bien, exvotos demujeres que por su preeminencia social gozarían del privilegio de serrepresentadas sentadas delante de la divinidad.

Finalmente, habría que mencionar también las representaciones deuna diosa curotrofa, es decir, alimentando a un niño, que se conoce so-bre todo por terracotas del Cabecico del Tesoro, La Albufereta, Mála-ga y la Serreta de Alcoy. Unas figuras presentan artísticamente la in-fluencia púnica y otras la influencia griega, pero en todo caso parecentraducir la imagen de una diosa indígena o de una advocación local dediosas importadas. Este modelo de diosa amamantando a un niño pro-cede del arte egipcio, con la representación de Isis amamantando a Ho-rus, y debido a su fuerza sentimental se difundió por todo el Medite-rráneo y fue el precedente de las representaciones de la Virgen Maríacomo Theotocos (Madre de Dios) o como la Virgen de la Leche. Aun-que no sea exactamente igual, pondríamos en relación con esta figuramítica una magnífica esfinge con rasgos egipcios aparecida en la ne-crópolis de Galera, con los pechos horadados a fin de verter líquido,probablemente leche, en un recipiente que sujeta entre los brazos.

Sobre los espacios de culto no estamos mejor informados, aunqueen los últimos años se han hecho descubrimientos nuevos y progre-sos notables. Se ha dicho que el santuario urbano es un fenómeno tar-dío y escasamente desarrollado en el mundo ibérico y turdetano. Esto,sin embargo, puede ser una impresión falsa debido al hecho de que loque conocemos principalmente son santuarios rurales, ya que las ciu-dades modernas han crecido sobre las ciudades ibéricas principales y,por tanto, es difícil conocer la arqueología urbana y la existencia desantuarios dentro de las ciudades.

En 1988 se comenzó a excavar en Torreparedones (Córdoba) unsantuario situado en el exterior de un oppidum ibérico, cuyo nombreantiguo no conocemos y cuya cronología se extiende entre el siglo IV a.C.y el siglo I de nuestra era. Las fases más antiguas de dicho santuario o templo son mal conocidas, pero en el siglo II a.C. el lugar se reno-vó completamente, se construyó un edificio monumental con una pe-queña cella abierta a un patio o habitación mayor por el lado sur. Lo

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más notable de la edificación es la existencia de un pilar central o co-lumna que servía de soporte probablemente a una habitación en laplanta de arriba y una segunda columna con un capitel foliáceo que,al no cumplir una función estructural, pudo servir de elemento de cul-to o de exposición de una imagen de culto. En el patio había dos ban-cos, que parecen haber servido para recibir exvotos, y una basa depiedra sobre la que pudo elevarse un altar.

Un proceso de monumentalización semejante se observa tambiénen el importante santuario de el Cerro de los Santos (Murcia), proba-blemente en la órbita bastetana, famoso por la cantidad de esculturasde tamaño mayor y menor que nos ha deparado (de ello su nombrepopular). Este santuario no parece haber tenido construcciones im-portantes hasta la época tardorrepublicana. Probablemente en su ori-gen fuese un santuario a cielo abierto, quizá con alguna construcciónde madera que sirviese de almacén o de sacristía de objetos litúrgi-cos. Entre los siglos II-I a.C. se construyó un templo jónico que esta-ba dividido en pronaos y cella, probablemente con una fachada in an-tis con dos columnas jónicas, como parece deducirse del hallazgo deun capitel de este tipo y de un fragmento de un vaso votivo que pa-rece representar el frontón del templo y un capitel de esta clase.

Dos de los santuarios más importantes son el Collado de los Jar-dines, en Despeñaperros, y Castellar de Santisteban, ambos en la pro-vincia de Jaén. Además de ellos, el santuario de la Luz y el ya citadodel Cerro de los Santos, ambos en Murcia, pueden considerarse den-tro del área bastetana. En casi todos los casos se trata de santuariosrurales, situados lejos de núcleos de población importantes y gene-ralmente en un paraje natural grandioso. El Collado de los Jardines seubica al pie de un acantilado sobre el paso de Despeñaperros en elque se abre una cueva asociada a un manantial de aguas medicinales.Esta asociación con manantiales medicinales se da también en otrossantuarios. El santuario parece haber sido el paraje natural en sí y lasexcavaciones, antiguas y defectuosas, apenas dejaron entrever posi-bles restos de algunos edificios auxiliares. Lo más notable de estossantuarios es el elevado número de exvotos, generalmente figurillasde bronce, aunque las hay también de terracota o piedra, que repre-sentan a hombres y mujeres, animales, partes del cuerpo humano, etc.Evidentemente, los exvotos consistentes en partes corporales debenhaber sido depositados como agradecimiento por una sanación; y lasfiguras de animales, probablemente, debían funcionar como sustitu-tos permanentes de las víctimas del sacrificio. En este sentido cabedecir que algunos de los restos de construcciones que aparecieron pa-recen ser talleres donde los devotos encargarían las figuras de metalcon destino al santuario, que se fabricarían, por consiguiente, en lasproximidades del mismo. Además de la información que ofrecen

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acerca del atuendo, armas, peinado, etc. de los hombres y mujeresiberos y, eventualmente, de distintos grupos sociales, desde el puntode vista religioso las estatuillas de personas muestran actitudes deculto como la plegaria, con los brazos levantados y las palmas de lasmanos hacia la divinidad, y la ofrenda, ya que algunas figuras llevanaves u otros bienes en sus manos. Algunas figuras tonsuradas conmanto se han interpretado como sacerdotes, pero no sabemos si re-presentan a los que oficiaban en estos santuarios o no. De alguna ma-nera hay que suponer un personal religioso, del tipo de acólitos o sa-cristanes, que adecentara el lugar, ordenara los exvotos, los enterraraperiódicamente cuando su número fuera excesivo o realizase algunasotras funciones. Además de las visitas individuales de fieles, hemos desuponer que los actos de culto más importantes serían romerías, en lafiesta de la divinidad, del tipo de las panegirias griegas, con comidascampestres y, probablemente, un derroche de sexualidad a lo que pare-cen aludir algunos exvotos itifálicos hallados en dichos santuarios.

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III

LOS IBEROS

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EL COMPLEJO IBÉRICO: LOS IBEROS PROPIAMENTE DICHOS

(CONTESTANOS, EDETANOS, ILERGAVONES, CESETANOS, LAYETANOS, INDIGETES Y AUSETANOS)

Los términos «Iberia» e «iberos» son confusos ya en la misma An-tigüedad debido a que en ellos se mezclan, en distinto grado, un con-cepto geográfico, otro étnico y otro cultural. En un sentido amplio, Ibe-ria señala en las fuentes griegas a la totalidad de la Península ibérica.Parece que el origen del nombre se debería al de un río Iber o Iberos queprimitivamente designaría a la ría del Tinto y el Odiel, en la provinciade Huelva, y que sólo más tarde se aplicaría al Ebro. Se ha propuestoque esta denominación se aplicaría al extremo occidente como recuerdode la Iberia póntica, en un fenómeno de traslación geográfica que afec-tó a muchos mitos griegos y, con ellos, a muchas denominaciones geo-gráficas. En Polibio (siglo II a.C.) todavía la palabra Iberia significabala parte de la Península que daba al mar Mediterráneo, careciendo, se-gún este autor, de denominación propia las partes que daban al océanoAtlántico. Con el avance de la conquista romana, los geógrafos griegosextendieron el nombre a la totalidad de la Península. Este uso generalperdura largo tiempo y lo encontramos, por ejemplo, en muchos pasajesde Estrabón, en época de Augusto.

En un sentido más restringido, el término «iberos» se aplica a las po-blaciones peninsulares que se extienden por la costa de Levante desdeel cabo de La Nao hasta la desembocadura del Ródano, en el sur deFrancia. Es en este sentido en el que los cita el periplo de la Ora mari-tima de Avieno, como una etnia diferenciada. Hecateo, en el siglo V a.C.,menciona entre los iberos a los esdetes, en los que se puede reconocersin dificultad a los posteriores edetanos, y a los ilaraugates, que pueden

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ser los ilergavones o los ilergetes posteriores, lo que nos permite situar-los, efectivamente, en la costa desde Alicante al Languedoc. Éforo, enel siglo IV a.C., los menciona también como un grupo diferenciado ycontrapuesto a los celtas, con lo que el concepto de iberos termina poradquirir un significado, además de étnico, también cultural.

Todo este territorio presenta a partir de los siglos VI y V a.C. unaimportante evolución cultural caracterizada por un rápido incremen-to demográfico que lleva a la aparición de auténticas ciudades conuna trama urbana compleja y elaborada, una jerarquización del terri-torio en núcleos de población principales y secundarios, un desarro-llo importantísimo de las manufacturas, dentro de las cuales destacanla metalurgia del hierro y la cerámica realizada mediante el uso deltorno rápido, con una decoración característica hecha a compás debandas y semicírculos concéntricos que, en las fases más evoluciona-das, desarrolla composiciones figurativas complejas; y, finalmente, eluso de la escritura para fines muy variados de los que, de momento,sólo se nos atestiguan documentos contables, cartas, marcas de pro-piedad e inscripciones funerarias, pero que probablemente también seutilizó para fines literarios y jurídicos, aunque no nos haya quedadotestimonio de ello. En este rápido y brillante desarrollo juega un pa-pel principal la influencia de los pueblos colonizadores mediterráneos,especialmente los griegos, sobre las poblaciones autóctonas que con-tinuaban ininterrumpidamente el poblamiento del segundo milenioa.C., es decir, de la Edad del Bronce. Esta idea parece confirmarla elhecho de que la lengua o lenguas ibéricas no parecen poder explicar-se y traducirse a partir de la gramática de las lenguas indoeuropeas, apesar de los esfuerzos que ha hecho en este sentido algún autor comoPérez Rojas. En la opinión predominante en la actualidad, las lenguasibéricas serían la evolución histórica del substrato que se hablaría enla Península durante el II milenio a.C.

Un problema aparte lo constituye la presencia de elementos indo-europeos innegables tanto en el léxico (onomástica personal y toponi-mia principalmente) como en la cultura material de estas zonas. El pro-blema principal lo constituye la presencia y la difusión de la cultura delos campos de urnas por Cataluña y Bajo Aragón durante los siglos XI-IX

a.C. y, posteriormente, de la cultura de los Campos de Túmulos por Ara-gón y la ribera navarra durante los siglos VIII-VII a.C. Estas culturas indi-can la llegada importante de grupos de personas centroeuropeas, consi-guientemente indoeuropeas y, en el caso de los campos de túmulos,probablemente célticas, a unos territorios que después, en época ibérica,son lingüística y culturalmente inequívocamente ibéricos. Se ha pensadoque, o bien estos grupos no fueron lo suficientemente densos como paraimponer su lengua y que terminaron siendo absorbidos por el substratoétnico y lingüístico de la Edad del Bronce; o bien que se produciría a par-

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tir del siglo V a.C. una expansión de la lengua y de la cultura ibéricas, talvez como lengua y cultura de elite, desde sus zonas originales en el estede la península Ibérica hacia Cataluña y el sur de Francia.

Los autores clásicos, Estrabón principalmente, señalan que noexistía uniformidad cultural entre los iberos y que era característicosu extremo fraccionamiento político (III,1,6). Esta afirmación del geó-grafo griego parece comprobarse por la existencia de, al menos, doslenguas y dos sistemas de escrituras diferentes en el área ibérica, elibérico meridional, cuyo foco se sitúa en la región de Murcia y Ali-cante, y un ibérico septentrional en la zona catalano-aragonesa. Unter-mann ha advertido, a su vez, diferencias internas dentro de estos dosgrupos y ha puesto en guardia contra una visión excesivamente uni-forme de lo ibérico. Por esta razón, creemos preferible hablar de un«complejo ibérico» en el cual, a los elementos ibéricos propiamentedichos, se suman otros más o menos iberizados y cuya relación conlos primeros no siempre es fácil conocer.

Las fuentes antiguas, por otra parte, proporcionan una enumera-ción discordante de pueblos en estas regiones. Algunos de ellos,como los bebrices o beribraces citados en el periplo masaliota del si-glo VI a.C., no reaparecen posteriormente, por lo que no sabemos quépudo haber sido de ellos. Otros, como los esdetes citados por Heca-teo, se pueden identificar con los edetanos de los siglos III-II a.C.Otros, finalmente, como los contestanos, son mencionados solamen-te por autores de época imperial, como Plinio o Ptolomeo, sin que se-pamos nada de ellos antes y si su definición, por consiguiente, es obrade los romanos. Evidentemente, ha habido movimientos de poblacióny fenómenos de fusión de unos pueblos con otros. El empeño de loshistoriadores por situar todos los pueblos mencionados en las distin-tas fuentes sobre un mismo mapa, como si hubieran coexistido todosen el tiempo, hace que unos se superpongan a otros y que la cuestiónde su territorio y los límites mutuos sean muy confusos. En nuestraexposición, nosotros vamos a atender sobre todo a la situación quepuede presumirse que existía en los siglos III y II a.C.

La enumeración de pueblos en la costa es relativamente fácil. Pro-cediendo de sur a norte, éstos serían los contestanos, edetanos, ilerga-vones, cesetanos, layetanos o lacetanos e indigetes. En el interior, sinembargo, la enumeración es menos segura. Tendríamos, yendo en elmismo sentido, los beribraces, los ilergetes y los ausetanos. Un tercergrupo estaría constituido por los pueblos pirenaicos de los olositanos ycastellanos, ceretanos, bargusios y bergistanos, arenosios y andosinos.

Contestanos. Las referencias a los contestanos son tardías. La másantigua se refiere a los preparativos de Sertorio en el año 76 a.C. para ha-cer frente a la llegada de Pompeyo a la Península, dudando entre dirigir-

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se a la Ilercaonia y Contestania, pueblos ambos aliados, o a Lusitania,para enfrentarse a Metelo (Liv. fr. 91). Plinio (III,19-20) sitúa Contestaniaen la costa, al norte de la Bastetania, y cita dentro de ella Cartago Nova,el río Tader (Segura), Ilici (Elche), Lucentum (¿Alicante?), Dianium, elrío Sucro (Júcar) y antiguamente el oppidum del mismo nombre en el queterminaba la región. Los datos de Ptolomeo coinciden en lo fundamentalcon Plinio, aunque con algunos errores, como situar Lucentum al sur deCartago Nova o incluir en Contestania a Valentia y Menlaria que estabanal norte del Júcar y eran, por tanto, edetanas. Hay que situar a los con-testanos, por consiguiente, en la costa del sudeste, entre Cartagena y elJúcar. Más difícil es determinar su extensión hacia el interior. Ptolomeocita hacia el interior, entre otras, Ilici, Iaspis (Aspe) y Saetabis (Játiva).Esta enumeración delimita un territorio muy próximo a la costa. El pro-blema consiste en saber cuál sería el poblamiento de los territorios inte-riores de Jumilla, Yecla y Alcoy, más próximos geográfica, climática yhumanamente a las comarcas manchegas que a la costa levantina. El pro-blema se plantea por las menciones discordantes de pueblos en esta zonaen las distintas fuentes geográficas. La Ora maritima de Avieno mencio-na en esta región, supuestamente en el siglo VI a.C., un pueblo, el de losgimnetes, establecidos aproximadamente entre el Segura y el Vilanopó,de los que en tiempos posteriores no volvemos a saber nada. Fuentes pos-teriores sitúan aquí a los bastetanos que alcanzaban la costa, lo que se hapuesto en relación con la fuerte influencia griega que se ejerce en el su-deste durante los siglos V y IV y su innegable impronta en la cultura debastetania. Para algunos autores (A. Iniesta) a mediados del siglo IV losbastetanos entrarían en crisis, formándose una cultura uniforme en lazona sur de Valencia, la costa hasta Cartagena y el extremo sudeste de laMeseta y el área en torno a Cástulo dentro de la cual se sitúan los dos fo-cos de origen de lo oretano y lo contestano. Sería a partir de los bárqui-das, y por tanto de una fecha bastante tardía, cuando los contestanos to-marían su identidad propia, caracterizada por una fuerte iberización, loque haría que algunos autores, como Estrabón, no los diferenciasen delos edetanos y hagan llegar Edetania hasta el Júcar.

Edetanos. Hecateo, en el siglo V a.C., menciona a los esdetes, que ge-neralmente se identifican, como hemos dicho, con los edetanos. EstrabónIII,4,1 sitúa éstos entre Cartagena y el Ebro y señala que una pequeñaparte vive también al norte de este río. Plinio (III,20) sitúa en el Júcar ellímite entre Contestania y Edetania, en cuya costa menciona la coloniade Valentia, el río Turia y Sagunto. Ptolomeo coincide con Plinio en si-tuar el límite sur de Edetania en el Júcar, pero considera Valentia, al nor-te de este río, como contestana. Por otra parte, Ptolomeo hace llegar laEdetania por el interior hasta Caesaraugusta, Zaragoza. Algo semejantese produce con los textos de Plinio, que hacen llegar a los edetanos tam-bién hasta el valle del Ebro. Fue Guillermo Fatás quien, estudiando los

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códices de Plinio, señaló la existencia de una serie de errores en los co-pistas, que habrían llevado a la confusión de dos pueblos distintos, sede-tanos y edetanos, estando situados los primeros en el valle medio delEbro y los segundos en la costa mediterránea. Cuestión diferente es la dela penetración de los edetanos hacia el interior y el norte, pues, como he-mos visto, rebasaban el curso del Ebro. Las sierras de Albarracín y Te-ruel, situadas a espaldas de los Edetanos, pueden haber sido un límite na-tural. El periplo masaliota del siglo VI a.C. sitúa aproximadamente aquía los beribraces, que menciona a continuación de Tiris (Turia) y que pro-bablemente ocupaban la cuenca superior de este río.

Actualmente podemos identificar sin lugar a dudas el emplaza-miento de la Edeta antigua en el cerro de San Miguel de Liria, con unimportante oppidum ibérico del que procede un importantísimo con-junto de cerámicas con decoración figurada que constituyen un pre-cioso documento sobre la sociedad, la economía, las creencias y lascostumbres de la sociedad ibérica. Otras ciudades importantes seríanSagunto, cuyo nombre ibérico, conocido por las monedas, era Arse;y Valencia. A finales del siglo III a.C. existía una rivalidad entre Arse-Sagunto y los edetanos que llevaría al ataque de Aníbal, aliado con lossegundos, a la ciudad. Valencia, por otra parte, era una ciudad de fun-dación romana, si hemos de identificarla con la Valentia fundada porDécimo Bruto en el 138 a.C., después de la guerra contra Viriato.

Ilergavones. Plinio sitúa a los ilergavones entre el río Udiva, quedebe identificarse con el Mijares, y el Ebro, al norte del cual viviríanlos cesetanos. Estos datos se contradicen con los de Estrabón, ante-riormente citado, que extendía el poblamiento edetano incluso al nor-te del Ebro, superponiéndolo pues al de estos dos pueblos. Los datosde Plinio parecen más fiables que los de Estrabón, ya que éste no co-noció directamente la Península y aquél, en cambio, fue procuradorde la Hispania citerior, donde se hallaban estos pueblos, y, por consi-guiente, conocía bien sus divisiones administrativas. Livio (22,21)corrobora los datos de Plinio y los datos de Ptolomeo cuando dice queAsdrúbal a finales del 217 a.C. cruzó al norte del Ebro e instaló sucampamento en territorio ilergavón. César (B.C. I,60) cita a los iler-gavonenses entre los pueblos del norte del Ebro que abrazaron su par-tido y dice que éstos tocaban con el río. La permanencia de estos lí-mites estaría atestiguada, según A. Iniesta, en la Dotalía de la sedeepiscopal de Tortosa, concedida por Alfonso II de Aragón en 1178 yratificada por Jaime I en 1225 en el sitio de Peñíscola. De las distin-tas ciudades mencionadas por Plinio y Ptolomeo y de las menciona-das por otras fuentes que podríamos situar dentro de su territorio, laúnica que se identifica con seguridad es Dertosa (Tortosa) en la de-sembocadura del Ebro, que es probablemente la misma que Livio(23,28) llama Hibera y que los Escipiones atacaron en el 215 a.C.

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Cesetanos. Plinio cita (III,21) la Cossetania al norte del Ebro, cuyaprincipal ciudad era Tarraco. Por las monedas con letreros indígenas sa-bemos que el nombre ibérico de la ciudad era Cese y, por tanto, el de laregión y el pueblo debían ser los de cesetania y cesetanos. Cese es pro-bablemente la Cissa que mencionan Livio (21,60) y Polibio (3,76), to-mada por Escipión en el 218 a.C. después de vencer a Hannón que habíapuesto su campamento cerca de ella. La ciudad ibérica no estaría, pues,en la misma costa, aunque sí no lejos de ella y de la romana Tarraco. Es-tos cambios de población entre lugares cercanos son relativamente fre-cuentes en la Hispania antigua a la llegada de los romanos o con motivode la fundación de una colonia. Baste citar al respecto el binomio Colinade los Quemados-Corduba para proponer un ejemplo equivalente en laprovincia Ulterior. Hacia el interior, probablemente, los cesetanos llega-ban hasta Montblanch, donde entrarían en contacto con los ilergetes.

Layetanos. Los textos clásicos mencionan dos pueblos, layetanosy lacetanos, cuya diferenciación es problemática. Livio (21,60) diceque Escipión, después de haber desembarcado en Ampurias, sometióla costa desde los lacetanos hasta el Ebro, lo que parece situar a éstosjunto al litoral. Por el contrario, otros textos del mismo Livio (21,61;34,20, etc.), además de otros autores, parecen situar inequívocamen-te a los Lacetanos hacia el interior, en la vecindad de ausetanos, sues-setanos e ilergetes.

Por el contrario, Estrabón (III,4,8) menciona dos pueblos diferen-tes, leetanos y lartolaietanos, situados en la costa. Plinio (III,21) men-ciona los leetanos en la costa, a partir del río Rubricatum (Llobregat),y a los lacetanos en el interior, al lado de los ausetanos. La existenciade unos laietanos aparece atestiguada por las monedas con epígrafe«laiescen»; éstos se extenderían por la costa entre el Llobregat al sury los indigetes al norte, y extendiéndose hacia el interior por el Valléshasta Montserrat. De acuerdo con Ptolomeo, sus ciudades serían Bar-cino (Barcelona), Baetulo (Badalona), Rubricata (en el Llobregat)Iluro (Mataró) y Blanda (Blanes).

Los lacetanos se situarían hacia el interior. De las ciudades que lesasigna Ptolomeo se pueden identificar Bacasis (Manresa), Stelsis(Solsona), Ieso (Guisona) y Aeso (Isona).

Indigetes. Los indigetes son los más septentrionales de los pueblosde la costa mediterránea de la Península. Aparecen ya mencionados enel periplo de la Ora maritima de Avieno, que los describe como fero-ces, duros, ásperos, hábiles en la caza y habitantes de escondrijos. Avie-no dice además que su litoral llegaba hasta el vértice del cabo Pirineo,que debemos identificar con el cabo Béar o el cabo Cerbere. Estrabón(III,4,1) los sitúa entre el Ebro y los Pirineos, al norte de los edetanosque según él habitaban en parte al norte de este río, llegando hasta losTrofeos de Pompeyo (Col de Perthus). Dice además que estaban divi-

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didos en cuatro grupos. En III,4,8 los hace vecinos de Ampurias. Plinio(III,22) coincide en sus datos con Estrabón.

Sería entre los indigetes, por consiguiente, donde se establecerían lascolonias griegas de Ampurias y Rosas. El etnónimo, además, está ates-tiguado en las monedas ibéricas con letrero Untikesken. Los textos clá-sicos mencionan distintas ciudades que se han querido identificar con elnúcleo principal o capital de los indigetes y que plantean el problema desus relaciones con las dos colonias griegas mencionadas. Según Tito Li-vio (34,9) Ampurias tenía una estructura doble: una ciudad griega y unaciudad ibérica separadas por una muralla. La ciudad griega quedaba allado del mar, mientras que la ciudad ibérica quedaba hacia el interior.Del hecho de que Livio diga que durante la campaña de Catón muchosiberos se refugiaron en Ampurias; y de que Estrabón afirme que los em-poritanos poseían las tierras del interior y que parte de ellos llegabanhasta los trofeos pompeyanos, se ha querido deducir que Ampurias yUntikesken eran la misma ciudad. Untikesken sería, por otra parte, laciudad Indika mencionada por Esteban de Bizancio. Esto equivale aafirmar que ampuritanos e indigetes eran los mismos.

A nosotros nos parece difícil aceptar esta identificación por variasrazones. Por una parte, por la falta de constancia arqueológica de la es-tructura urbana descrita por Tito Livio. De momento, lo que se conocede Ampurias es la existencia de las llamadas «paleápolis» (en el anti-guo islote de Sanmartí de Ampurias) y «neápolis», ambas griegas, y dela ciudad romana; pero no hay vestigio alguno de una ciudad mixta ibe-ro-griega separada por una muralla común. En segundo lugar, porqueel texto de Livio dice claramente que las relaciones entre griegos e ibe-ros eran de desconfianza, hasta el punto de que los primeros no deja-ban entrar nunca a los segundos en su ciudad. Ello excluye, por consi-guiente, una identificación de ambos grupos. Como alternativa a ladiscordancia entre los datos literarios y los datos arqueológicos se hapropuesto que la dípolis descrita por Tito Livio correspondería, quizá,a la pareja Ampurias-Ullastret, ciudad ibera situada a pocos kilómetrosde la colonia, cuya abundancia en productos griegos sugiere la idea deun «socio preferente» del comercio ampuritano.

La objeción más importante, sin embargo, a la identificación de am-puritanos e indigetes es el carácter marcadamente griego de Ampuriasen todos los aspectos, su voluntad de mantenerse griega, y la existen-cia de dos cecas distintas, la de Untikesken y la de la colonia griega conla leyenda Emporitoon. Sabido es que en el mundo griego la moneda,entre otras funciones, cumplía la importantísima función de expresar laautonomía e identidad política de una ciudad; hasta el punto de que elintento ateniense de suprimir las leyendas de las monedas de sus alia-dos acarreó una sublevación de los mismos. Por ello, parece muy im-probable, por no decir imposible, imaginar que los ampuritanos acuña-

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sen con el letrero de Untikesken, renunciando a su propia identidadgriega. Tal vez haya que identificar la ceca indígena con la ciudad deUllastret; la que, por otra parte, se ha identificado con la Cipsela quecita Avieno. En todo caso, y como es normal en la amonedación grie-ga, los nombres ibéricos en -sken lo son de etnónimos y, a priori, no esnecesario un centro urbano para acuñar la moneda de los indigetes aun-que, no obstante, lo más probable sea pensarlo así.

PUEBLOS IBÉRICOS DE ARAGÓN Y EL INTERIOR DE CATALUÑA: ILERGETES,AUSETANOS, SEDETANOS, BERGISTANOS Y CERETANOS

Ilergetes. Los ilergetes son uno de los pueblos ibéricos del inte-rior sobre el que estamos mejor informados, gracias a la oposiciónque desplegaron frente a los romanos y a favor de los cartagineses du-rante los primeros años de la conquista. Destacan dos jefes, Indíbil yMandonio, su cuñado. El nombre del pueblo presenta un primer ele-mento Iler- que aparece también en el de los ilergavones y en el de suprincipal ciudad: Ilerda. Por las acuñaciones con letrero indígena sa-bemos que el nombre ibérico de ésta era Iltirta, formado sobre unaraíz Il(t)i-, Ili- que parece el equivalente en ibérico del céltico brig-,con el significado de «ciudad», «oppidum», «lugar alto fortificado».

Polibio (3,35) y Livio (21,23) citan a los ilergetes como el primerpueblo sometido por Aníbal tras cruzar el Ebro. Cneo Escipión, en el218 a.C., partió de Ampurias, sometió a los ilergetes, luego a los au-setanos y fue a invernar a Tarragona. En el momento de la conquistaromana, los ilergetes parecen haber sido un pueblo especialmente po-deroso que se asentaría al norte del Ebro, en el Bajo Urgel y las co-marcas del Segre y el Cinca. Estrabón (III,4,10) les atribuye, ademásde Ilerda, Osca (Huesca), la capital de Sertorio, que en las monedasibéricas aparece como Bolscan. Ptolomeo también les atribuye lasciudades de Ilerda y Osca, además de otras de difícil identificaciónentre las cuales, sin embargo, Bergidum y Bargusia podrían ser Bergay Bargús, ciudades epónimas de los bergistanos y bargusios. Bergis-tanos y bargusios parecen tener nombres, sin embargo, indoeuropeos,especialmente evidente en el topónimo Bergidum, igual que Bergi-dum Flavium, identificable con El Bierzo, en la provincia de León.Este hecho, y el que Osca en otras fuentes, como Plinio, se atribuyaa los suessetanos, al frente de cuyo ejército aparece Indíbil en Livio(25,34), llevan a ver en los ilergetes un pueblo ibérico extremada-mente fuerte que a finales del siglo III estaba extendiendo su hege-monía sobre otros pueblos de menor poder como los citados.

Estamos tentados de correlacionar este hecho político con lo que seobserva a través del registro arqueológico. La zona de poblamiento

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ilergete, los valles del Segre y el Cinca, es precisamente la zona que re-gistra la penetración de los campos de túmulos en Aragón durante lossiglos IX y VIII, que representan la llegada de gentes indoeuropeas conuna economía principalmente ganadera. A partir del siglo VI a.C. co-mienzan a llegar a esta zona influencias desde la costa mediterránea,donde se configura la cultura ibérica, que podríamos poner en relacióncon la constitución del pueblo ilergete, caracterizado por una economíaagraria y una monarquía militar que lo vincula al mundo ibérico. De laimportancia de la agricultura ilergete hablan César (B.C. I,48), que citala existencia de silos, y Varrón (de re rust. 57), que habla de la utiliza-ción de pozos revestidos de pajas como graneros en el campo oscense.De esta manera, podría interpretarse que bergistanos, bargusios y, talvez, suessetanos serían gentes indoeuropeas, relacionadas con los cam-pos del túmulos, sobre los cuales se imponen, a partir del siglo V a.C.,los ilergetes iberos, al compás de las influencias culturales que se per-ciben llegar desde la costa.

En relación con la expansión ilergete y sus relaciones con los pue-blos del entorno, hemos de colocar la existencia de los ilaraugates yel problema de la existencia de los ilergetes en la costa. Los ilarau-gates son mencionados por Hecateo, en el siglo V a.C:, quien men-ciona además un río del mismo nombre. La relativa semejanza de sunombre con el de los ilergetes ha llevado a fabricar teorías más o me-nos ingeniosas para demostrar que ilergetes, ilaraugates e ilergavonesserían el mismo pueblo, escindido luego en varios fragmentos por losmovimientos de población. Mayor fuste tiene la noticia de Plinio(III,21) quien, describiendo la costa de la Citerior, cita a continuaciónde Tarraco la región de los ilergetes, el oppidum Subur y el río Ru-bricatum, a partir del cual seguirían los lacetanos e indigetes. Es ne-cesario recordar que Plinio conocía bien la provincia puesto que fueprocurator Augusti de la Hispania Citerior; por otra parte, indepen-dientemente de él, Pomponio Mela (II,90) atestigua igualmente laexistencia del oppidum Subur, lo que habla en favor de la veracidadpliniana. Tal vez de los ilaraugates de Hecateo se escindieran los iler-getes del interior que conocemos posteriormente, así como los ilerga-vones y estos ilergetes de la costa.

Ausetanos. Los ausetanos aparecen varias veces como los princi-pales aliados de los ilergetes. Evidentemente están relacionados, si noson los mismos, con los ausoceretes que menciona la Ora maritimade Avieno. Fueron sometidos por Aníbal en el 209 a.C., junto con losilergetes, bargusios y lacetanos (Liv. 21,23); Escipión los atacó en el218 a.C. y Livio 21,61 menciona a su princeps Amúsico, los colocacercanos al Ebro y a los lacetanos. Esta posición es refrendada porPlinio (III,22), que los sitúa entre los indigetes al este y los lacetanosal oeste y al sur de los ceretanos, que se hallaban ya en el Pirineo. La

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identificación de su ciudad capital, Ausa, con Vich no ofrece duda, yaque hasta la Edad Media ésta se denominó Vicus Ausonensis. Ptolo-meo cita además, como ausetanas, Gerunda (Gerona) y Acquae Ca-lidae, que debe de ser Caldas de Montbuy o de Malavella. Reunien-do todas estas noticias, es posible situar a los ausetanos en la cuencadel río Ter, hasta Gerona aproximadamente.

Sedetanos. Los sedetanos han entrado en la Historia gracias al es-tudio de Guillermo Fatás, quien demostró que eran un pueblo distintode los edetanos, con los que se les había confundido repetidamente. Laconfusión procedía de la corrupción de los manuscritos de Tito Livioy de las ediciones decimonónicas de su texto, que habían enmendadola lectura de dichos manuscritos suponiendo que sedetanos y edetanoseran un mismo pueblo.

A favor de la distinción de ambos, sin embargo, actúan varias ra-zones. En primer lugar, el hecho de que Plinio habla inequívocamen-te de una regio Sedetania; lo mismo que Livio les atribuye un agerSedetanus que está bien localizado en la vecindad de otros puebloscomo suesetanos e ilergetes, muy distantes de la costa levantina. Ensegundo lugar, la existencia de una ceca de nombre sedeisken, alusi-va a un lugar que ha debido jugar un papel semejante al de Edeta en-tre los edetanos y al de Cese entre los cesetanos. En tercer lugar, lamanifiesta contradicción entre las actitudes de ambos pueblos ante elhecho de la conquista romana. Mientras que los edetanos aparecen entodo momento como uno de los mejores colaboradores con los roma-nos a finales del siglo III a.C., los sedetanos en cambio se enfrentaronvarias veces a ellos abiertamente por el dominio de los territorios delvalle medio del Ebro. En fin, la suposición de que edetanos y sedeta-nos fuesen un mismo pueblo significaría que dominaban un territoriode una extensión sin parangón posible con ningún otro pueblo ibéri-co, dentro de la cual existen barreras geográficas naturales que siem-pre han supuesto una barrera cultural y que solamente han sido supe-radas con la tecnología moderna.

De esta manera, hay que ver en los sedetanos un pueblo ibéricoque ocuparía el valle medio del Ebro, desde la desembocadura en éldel río Gállego al oeste hasta las fronteras actuales entre Aragón yCataluña, siendo una de sus pincipales ciudades Salduie, la anteceso-ra de la Caesaraugusta romana.

Bergistanos, ceretanos y otros pueblos pirenaicos. Distintas fuen-tes mencionan un conjunto de pueblos pirenaicos de escaso relieve y os-cura personalidad. Son, de oeste a este, los arenosios y andosinos, cere-tanos, olositanos y castellanos. De todos ellos los más detacables son losceretanos, que la Ora maritima llama ceretes. Estrabón (III,4,11) los si-túa en el Pirineo central, lo mismo que Plinio (III,22), que los divide enjulianos y augustanos. La capital de los ceretanos julianos debía de ser

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Julia Libica, citada por Ptolomeo y que debe corresponder a la actualLlivia. Su territorio, por consiguiente, se correspondía a la actual Cer-daña, que parece haber heredado su nombre, así como otros topónimoscomo Puigcerdá o Ceret. Su economía era principalmente ganadera yEstrabón alaba la calidad de los jamones ceretanos y los ingresos queéstos proporcionaban. Esta zona no es ya de habla ibérica sino que pa-rece haber pertenecido al dominio del vasco-aquitano. En época de Ser-torio el territorio era virtualmente independiente, ya que éste tuvo quepagar a los indígenas para poder pasar por él. Sería César quien se mos-trara más activo en la ocupación del territorio, con la concesión del de-recho latino a Llivia, lo que desembocaría en una sublevación el año 39d.C. que atestigua Dión Casio (48,41).

Arenosios y andosinos son citados por Plinio (3,35) al describir elpaso de Aníbal por los Pirineos, sin que sepamos mucho más de ellosdebido a su aislamiento y al modesto papel histórico que desempeña-ron en época romana. Por razones de homofonía se les ha ubicado,respectivamente, en el valle de Arán y en Andorra.

Otro pueblo pirenaico es el de los bargusios o bergistanos. Livio(21,19 y 23) y Polibio (3,35) los sitúan entre los Pirineos y el Ebro y,según el primero, habrían sido los primeros aliados de los romanos enHispania. Siete castella bergistanos participaron de la sublevacióndel 197 a.C., siendo sometidos por Catón. Es posible que CastrumVergium fuera su capital, donde Catón contó con el apoyo de un prin-ceps local. La semejanza de estos nombres con la actual Berga, en elalto Llobregat, lleva a colocar en esa zona este pueblo, que se exten-dería hasta cerca de Cardona, donde el lugar de Bergús aparece en do-cumentos medievales con el nombre de Bergusio.

Conocemos además otros pueblos que debían de hallarse en el Piri-neo oriental, aunque su situación exacta es difícil de establecer. Uno esel de los castellanos, citados por Ptolomeo, que algunos historiadoresidentifican con los bergistanos o con los ausoceretes. El hecho de queninguna de las ciudades que les atribuye el geógrafo griego pueda seridentificada con seguridad impide precisar más. Otro es el de los olosi-tanos, cuyo nombre se relaciona fácilmente con el de Olot y aparece entres plomos epigráficos hallados en una de las necrópolis de Ampurias,que parecen recoger un pleito entre los olositanos y los indigetes. Elnombre se relaciona con las leyendas monetales de las dracmas ibéricasa imitación de las ampuritanas «olostecer batatesalir» y «olosortin».

LOS PUEBLOS DE LAS ISLAS BALEARES

Solamente por razones de exhaustividad tratamos aquí de estospueblos, ya que su relación con la Península se debe exclusivamente

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a la proximidad geográfica, ya que no hay otra relación, ni étnica nilingüística ni cultural. En época prerromana parece que sólo las islasde Mallorca y Menorca estaban habitadas. Los griegos las llamabanGimnesias y los indígenas, al parecer, Baliarides (Zonaras 9,10). Lasislas Pitiusas eran Ibiza (Pitiussa propiamente dicha, «isla de los pi-nos») y Formentera (Ophiussa, «isla de las serpientes»). Según Arte-midoro, en torno al año 100 a.C., Formentera se hallaba deshabitada.En cuanto a Ibiza, parece que se hallaba igualmente deshabitada has-ta la fundación en el siglo VII a.C. de la colonia cartaginesa de Ebus-sos. El nombre de Gimnesias de las dos islas mayores se debería aque sus habitantes iban completamente desnudos (gimnos, en griego),pero esto es probablemente una falsa etimología.

Las noticias sobre los baleares los presentan como excelenteshonderos (Estrabón III,5,1), utilizados como mercenarios en los con-flictos que enfrentaron a griegos y cartagineses en los siglo V y IV a.C.en el Mediterráneo. Diodoro (V,17-18) dice que vivían en cuevas na-turales o que las construían artificialmente en los acantilados, a fin deprotegerse mejor. En la arqueología, se comprueba un predominio delpoblamiento en cuevas, pero se conoce también algún poblado concabañas al aire libre. Las cuevas se utilizaban también como lugaresde enterramiento. Según Diodoro, a los cadáveres los despedazabancon cuchillos de madera e introducían los restos en un vaso, que cu-brían a continuación con grandes montones de piedras. Carecían deaceite y utilizaban grasa de cerdo para cocinar. Con ella y con lentis-co preparaban una sustancia con la cual se untaban el cuerpo. Tam-poco tenían viñas, pero gastaban el salario de mercenarios sobre todoen adquirir vino y esclavas. Una costumbre nupcial, que Caro Barojacree que es una mala interpretación de los escritores griegos, aunqueno vemos por qué razón, ya que hay prácticas semejantes en otras so-ciedades primitivas que se relacionan con tabúes sobre la desflora-ción, era que durante la boda se celebraba un banquete, en el que losamigos y familiares se unían con la novia en orden de edad, hasta quefinalmente le llegaba el turno al marido.

Con excepción de las ciudades fundadas por los cartagineses y,luego, por los romanos, no existía un desarrollo urbano en las Balea-res. Plinio (III,78) cita como civitates de Menorca a Iamón (Ciuda-dela), Magon (Mahón) y Sanisera. Mela (II,7) llama castella a las dosprimeras. En Mallorca conocemos Palma y Pollentia (Pollensa)(N.H. III,77), que eran colonias fundadas por Q. Cecilio Metelo Ba-leárico, cuando conquistó las islas en el 123 a.C. Además estaban losmunicipios de Guium, Ticis y Bocchoris, situado este último tal vezcerca de Alcudia, donde se registran los topónimos Boguer y Bocar.Se conoce una tabula de hospitium y clientela del municipum Boc-choritanum. El nombre puede relacionarse con el cognamen romano,

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de origen púnico, Bocchus, y plantea la posibilidad de que fuese ori-ginalmente una factoría púnico-ibicenca.

Los análisis antropológicos muestran una población muy heterogé-nea, como es normal por otra parte en muchas islas. Un factor de evo-lución cultural muy importante ha sido el contacto con los cartaginen-ses que, aunque no promueve cambios tecnológicos, sí parece haberinfluido en algunas creencias. De esta manera, algunas construccionesexentas de Mallorca, probables santuarios de planta rectangular o absi-dal, con múltiples columnas, parecen acusar la influencia de los san-tuarios betílicos semitas. Igualmente, en Mallorca, a partir de los siglosV-IV a.C. aparecen nuevas necrópolis, exclusivamente infantiles, quepodrían ser una reinterpretación de los tophet cartagineses.

LA ECONOMÍA IBÉRICA. LAS AMONEDACIONES IBÉRICAS

Las referencias de las fuentes literarias, las representaciones figura-das, especialmente en las cerámicas, y, sobre todo, los abundantes ha-llazgos de instrumentos agrícolas, artesanales y de la vida cotidiana realizados en las excavaciones de los poblados ibéricos, nos permitenhacernos una idea bastante completa de las actividades económicas.

El rasgo predominante de la economía ibérica es un gran desarro-llo agrícola que debió de ser la base del desarrollo demográfico quese observa tras la proliferación de poblados a partir del siglo V a.C. yla transformación de muchos de ellos en auténticas ciudades. La pro-ducción agrícola se complementaba con la ganadería, fundamental-mente de especies menores: ovejas, cabras y cerdos; lo que constitu-ye un rasgo diferenciador de la economía de los iberos con respectoa la de los pueblos del sur o de la Meseta, donde las especies gana-deras mayores: vacas, bueyes y caballos, parecen haber tenido unaimportancia mayor. Naturalmente, y dada la extensión geográfica tangrande que ocupan los pueblos iberos, dentro de esta zona existían di-ferencias mayores o menores entre la economía de unos pueblos yotros, condicionadas por la diferente orografía y fertilidad natural delos suelos, o por la posición con respecto al mar y a las colonias delos griegos, fenicios y cartagineses. No eran las mismas las condicio-nes naturales en el fértil valle del Ebro, la costa levantina o las vegasdel Júcar y el Segura, que en las cadenas montañosas del Maestrazgoo en los Pirineos. Por otra parte, los pueblos situados en la costa, encontacto más estrecho con las colonias como Ampurias o Cartagena,evidentemente tenían un comercio más desarrollado que dependería,fundamentalmente, de la demanda específica de los colonizadores.

Lo predominante en todo el mundo ibérico era una agricultura desecano, realizada sobre todo por pequeños propietarios en explota-

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ciones familiares. En casi todas las viviendas excavadas aparecen ins-trumentos agrícolas que muestran la gran variedad de útiles empleados.El elemento más importante era, sin embargo, el arado, cuya genera-lización permitió aumentar la producción y con ello asegurar mejor elsustento de los grupos humanos. El arado ibérico era de timón y si-métrico, a juzgar por los hallazgos de rejas y otras partes de él que sehan hecho en las excavaciones, así como por las representaciones fi-guradas, especialmente las de dos katahoi de Teruel, que muestran allabrador guiando el timón de un arado uncido por dos bueyes. La pro-fusión de aves que lo rodean puede hacer pensar si esta pintura cerá-mica muestra una escena simbólica además del valor que tiene comorepresentación de la vida cotidiana.

Las especies cultivadas principales eran el cereal, la vid y el oli-vo, de los que se han encontrado semillas y carbones en los poblados.Ya hemos visto que en el territorio ilergete era especialmente signifi-cativo la agricultura del cereal; y los olivos y el vino de Layetania te-nían cierta importancia en el siglo I a.C. Además de la tríada medite-rránea, se cultivaban legumbres y frutales que servían para completarla dieta. Al lado de la agricultura de secano debió de haber existidouna agricultura de huerta y regadío, pero su importancia ha debido deser menor, ya que la mayoría de los poblados ibéricos tiende a esta-blecerse en terrenos predominantemente de secano.

Junto a estas actividades, la recolección en sus variadas formas jugóuna cierta importancia local. La apicultura se conoce en Levante desdeel periodo Eneolítico, como atestiguan algunas pinturas prehistóricas,y debió de seguir practicándose como atestigua el hallazgo de colme-nas de cerámica en el territorio edetano. La caza también sería un com-plemento, especialmente importante en los poblados del interior y de lazona más montañosa, y, evidentemente, la pesca tendría una importan-cia local en las ciudades situadas al borde del mar.

Dentro de este panorama general, es posible que existiesen algu-nos cultivos especializados, como el del lino, que suponen una agri-cultura de regadío. Los tejidos de lino de Saitabi (Játiva) eran famo-sos en la época romana, lo mismo que los de la región de Tarragona,y es probable que ya se explotase con esta finalidad en la época pre-rromana. Otras industrias de transformación, como la viticultura o laoleicultura, han dejado testimonios en muchos poblados. General-mente existe un solo lagar o una sola almazara por poblado, dado quees una obra grande, costosa y que se utiliza solamente una vez al año.Por el contrario, la molienda del trigo para hacer pan ha sido una ac-tividad doméstica ya que en casi todas las casas aparecen molinosmanuales para este fin.

Dos manufacturas muy importantes y con un gran desarrollo tec-nológico en el mundo ibérico eran la alfarería y la metalurgia. La al-

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farería ibérica tenía una gran calidad, como muestran sobre todo lasvasijas decoradas con pinturas de temas vegetales, animales y huma-nos, individuales o en grupo. La cerámica ibérica característica es unacerámica a torno, de pasta clara de color ocre y decoración realizadacon pintura roja, más o menos oscura. El torno rápido de alfarero de-bieron de recibirlo los iberos de las colonias de la costa, griegas y fe-nicias, y desde Levante se extendió, por el valle del Ebro y del Jalón,a ambas mesetas. La excavación de los talleres asociados a los hor-nos permite interpretar que los alfareros no estaban especializados yque un mismo productor proporcionaba a toda la comarca los pro-ductos cerámicos que necesitara. En algunos casos se debió de traba-jar por encargo, como se infiere de la existencia de vasos con formaspoco comunes y, sobre todo, de la existencia de decoraciones pinta-das muy complejas.

La metalurgia fue otra actividad altamente desarrollada. La cultu-ra ibérica plenamente desarrollada se caracteriza, entre otros elemen-tos, por la generalización de la metalurgia del hierro, del que apare-cen abundantísimos productos, tanto en los poblados como en lasnecrópolis, en forma de armas, útiles de labranza y objetos de la vidacotidiana. La diversidad del armamento (espadas, falcatas, puñales,etc.) y de los útiles atestigua la pericia y el nivel técnico de los meta-lúrgicos iberos. El bronce, por otra parte, siguió utilizándose para fa-bricar umbos de escudos, trípodes, calderos y otros enseres. Tambiénse conocen objetos de plomo, material que se utilizó, además, comosoporte para algunos textos escritos.

En cuanto a las formas de propiedad, la idea que se obtiene, sobretodo a partir del registro arqueológico, es que lo predominante debióde ser la propiedad privada de las familias. Tanto en las casas cam-pesinas como en los talleres artesanales, la presencia de herramientasy útiles da a entender que éstos eran propiedad de los productores y,probablemente, la tierra o la manufactura objeto de explotación tam-bién. Tenemos que trabajar con una información desigual, ya que lomejor conocido son los pequeños poblados agrícolas, y no las gran-des ciudades ibéricas sobre las que se superponen las ciudades actua-les. Parece que en aquéllos lo predominante era la pequeña explo-tación familiar de trabajo directo. Es posible que en las ciudades, especialmente en las más importantes, hubiese también propiedadesagrarias de gran tamaño, situadas en su entorno rural, que serían pro-piedad de los miembros de la aristocracia local, cuya vida cotidianaoscilaría entre su finca o fincas y el núcleo urbano donde se hallabanlos templos y los edificios de gobierno en los que estos aristócratasejercían su actividad política. Sabemos que en las minas de Cartage-na, en época bárquida, se usaban esclavos y que había unos 40.000.Es posible que en las grandes propiedades se utilizase mano de obra

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esclava junto a mano de obra libre; pero lo predominante, sobre todoen las pequeñas explotaciones, sería la mano de obra libre. Estos pe-queños productores libres serían la base reclutable de los ejércitosibéricos y los individuos que aparecen representados en las cerámicascomo tropas de infantería o como individuos armados de una espaday un escudo ligero, como peltastas, en los bronces ibéricos.

En cuanto a los intercambios comerciales, el territorio de los dis-tintos pueblos ibéricos estaba atravesado por dos grandes vías de co-municación. Una era una vía terrestre que bordeaba la costa desde elsur de la Galia y atravesaba los Pirineos y continuaba por la costa ca-talana y levantina. Esta ruta se conocía como vía Heraklea porque sesuponía que era el camino que había seguido el héroe Herakles a suregreso del extremo Occidente, donde había protagonizado hazañascomo el robo de los bueyes de Gerión. Esta vía llegaba hasta Carta-gena, desde donde remontaba el valle del Segura y, a través de los al-tos de la provincia de Albacete, alcanzaba el alto Guadalquivir, des-de donde descendía el valle del río. Los valles de los otros ríosmediterráneos, el Júcar, el Turia, el Llobregat y otros, constituíantambién vías de comunicación natural hacia el interior.

Otra vía de comunicación muy importante era el valle del Ebro ysus afluentes, especialmente el Jalón. Estrabón dice que el Ebro eranavegable hasta Vareia, en La Rioja, y la navegación comercial eramuy intensa a lo largo del río. Además del tráfico comercial, el valledel Ebro fue una vía de penetración cultural de modas y adelantostécnicos de la costa hacia el interior y, en definitiva, una de las prin-cipales vías de iberización.

Un capítulo importante del comercio ibérico interior debió de serel comercio de metales y minerales. Ya hemos dicho que la metalur-gia ibérica estaba muy desarrollada, pero muchas zonas del territorioibérico no tienen filones mineros o los que existen en ellas son insu-ficientes en relación con la cantidad de objetos que se fabricaron.Surge así el problema de investigar las fuentes de aprovisionamientode mineral en el mundo ibérico y sus rutas de comercialización, algoque de momento desconocemos en gran medida.

Hacia el exterior el comercio ibérico estuvo mediatizado por laexistencia de las colonias fenicias, griegas y cartaginesas. Los pro-ductos de este comercio eran evidentemente aquellos que interesabana los pueblos mediterráneos. Es posible que ya antes de la conquistaromana se exportasen textiles, cereal, aceite y vino; pero conocemosmucho mejor los productos de importación traídos por los coloniza-dores. Estos eran principalmente objetos suntuarios: joyería, perfumesy, sobre todo, cerámicas griegas, principalmente áticas de figuras ro-jas, que durante los siglos V y IV a.C. inundan literalmente tanto lasregiones del sudeste y Alta Andalucía como la zona costera catalana.

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Las relaciones comerciales con los griegos fueron especialmente im-portantes, y a ello se debe la fuerte impronta griega que se aprecia enmuchos aspectos de la cultura ibérica, como la escultura, el arma-mento o la cerámica. Desde el siglo VI a.C. comenzó a utilizarse lamoneda acuñada para parte de estas transacciones. A partir del si-glo V a.C. Ampurias comenzó a acuñar su propia moneda. Los ha-llazgos de monedas griegas son frecuentes en las zonas de Cataluñay Alicante, donde parece que el comercio griego impactó con másfuerza. El estudio de estas monedas revela que en los tiempos más an-tiguos el comercio se hacía principalmente con las ciudades griegasde Asia Menor. A partir del siglo V a.C. la mayor parte de las transac-ciones se hicieron con las ciudades griegas de Sicilia y Magna Gre-cia, debido a que sus monedas son las más abundantes a partir de estaépoca. La escasez de monedas de las ciudades de la propia Grecia, es-pecialmente de Atenas, llama la atención si se tiene en cuenta la im-portante presencia de cerámicas áticas en el mundo ibero. Ello daidea de que el comercio con las ciudades de Grecia propiamente di-cha probablemente se hacía a través de los intermediarios de Sicilia yel sur de Italia.

El tipo de relaciones que existían entre los iberos y los griegos lopodemos conocer por el texto de Tito Livio que nos habla de Ampuriasa la llegada de Catón en el año 195 a.C. Estas relaciones estaban presi-didas por la desconfianza, a pesar del ambiente de colaboración quetradicionalmente se ha supuesto que existía entre los iberos y los grie-gos, y éstos no dejaban entrar a los iberos en su ciudad, sino que eranellos los que pasaban a la parte ibérica para comerciar. De todas mane-ras, en la actualidad conocemos varios documentos escritos sobre plo-mo, procedentes del sur de Francia y de Ampurias, que muestran queel comercio que se practicaba, por lo menos en la zona del Golfo deLeón, era bastante complejo y que en las mismas empresas comercia-les estaban asociados griegos, iberos y, quizá, algunos individuos forá-neos, probablemente un etrusco. Por otra parte, los comerciantes deAmpurias tenían agentes en otras localidades a los que daban instruc-ciones por escrito acerca de cómo operar en sus negocios.

La moneda ibérica

Uno de los fenómenos más importantes de la economía ibérica esla aparición de la moneda a partir, aproximadamente, del mediadosdel siglo III a.C. Todos los datos parecen indicar que la influenciagriega, y en menor medida la púnica, fue decisiva a este respecto.Como hemos visto, las colonias griegas de Ampurias y Rosas emitíanya moneda desde el siglo V a.C., que circulaba también entre los ibe-

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ros a juzgar por los hallazgos monetales; además de la moneda de Ro-sas y de Ampurias circulaban también monedas de otras ciudadesgriegas, de Jonia, de Italia y de Sicilia, que pueden haber llegado a lapenínsula Ibérica como consecuencia de intercambios comerciales,pero también como la paga de mercenarios ibéricos que sabemos quese alistaban en los ejércitos cartagineses y griegos de Sicilia duranteel siglo V y el IV a.C. Todos estos fenómenos contribuirían a familia-rizar a los iberos con la práctica monetal.

Va a ser precisamente en los territorios en contacto más estrecho conlas colonias griegas donde aparezcan las primeras acuñaciones ibéricas.Estas primeras acuñaciones corresponden a las ciudades de Arse (Sa-gunto), Saitabi (Játiva), Kese (Tarragona) y Kastilo (Cástulo, Cazlona).Las tres primeras se sitúan en la costa levantina y en relación por tantocon las colonias griegas. La cuarta, por el contrario, era la cabeza de unimportante distrito minero que estaba por entonces en poder de los car-tagineses. Parece que estas primeras emisiones son un poco anterioresal comienzo de la Segunda Guerra Púnica, en el 218 a.C., y, por tanto,tendrían que ver con las obligaciones militares asumidas por estas ciu-dades con respecto a sus aliados griegos o cartagineses.

Desde el comienzo se observan comportamientos diferentes segúnse trate del área de influencia griega o cartaginesa. Así, en Levante,Cataluña y el valle del Ebro, hacia donde se extenderán las acuñacio-nes posteriormente, se acuña moneda de plata, mientras que en An-dalucía, zona púnica en principio, lo que se acuña es moneda de bron-ce. Se ha querido explicar la ausencia de emisiones de plata en lo quesería la Hispania Ulterior también como consecuencia de la políticafiscal romana. Se ha supuesto que, a partir de la actividad de Catónen la Península (195 a.C.), a las ciudades de la Ulterior se les prohi-bió la acuñación de plata, quizá porque sus minas estaban arrendadasa equites o a particulares. En esa zona, por consiguiente, la monedaque va a circular es la de plata romana y la de bronce romana, más laacuñación de bronce local, realizada con una gran libertad, comomuestran los letreros de algunas cecas de la costa meridional en es-critura púnica o libiofenicia. La Citerior, por el contrario, tiende apartir de esa fecha a una rápida uniformidad de sus emisiones que,además, se extienden a la Cataluña interior y al valle del Ebro. Van asurgir así los típicos «denarios ibéricos» de plata caracterizados poruna cabeza masculina en el anverso y un jinete en los reversos, queen unos casos lleva una lanza y en otros una palma, garfio, etc. Ade-más, se va a generalizar el uso de la escritura ibérica levantina pararedactar los letreros monetales extendiéndose su uso también a la Sues-setania y a los vascones en la primera mitad del siglo II a.C. CuandoRoma comience las guerras de conquista en la Meseta Central el usode la amonedación se va a extender a los celtíberos y otros pueblos

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afines, como los carpetanos. La mayor parte de las amonedacionesceltibéricas son posteriores a la fecha de la caída de Numancia en el133 a.C., por lo que su causa debe haber sido la necesidad de pagarlos tributos a los romanos. Pero cuando se vieron en la necesidad dehacerlo, los celtíberos tomaron los tipos y la metrología ibérica. Laextensión de la amonedación a la Meseta Central no rebasó hacia oc-cidente la línea marcada por las ciudades de Clunia y de Toletum, esdecir, el mundo celtibérico. Los restantes pueblos de la Meseta y delNoroeste, vacceos, vettones, lusitanos, galaicos, astures y cántabros,no tuvieron nunca acuñaciones propias y, cuando usaron la moneda,fue ya la de sus conquistadores romanos.

LA SOCIEDAD

En el caso de los pueblos ibéricos del Levante resulta aún más difí-cil que en los del área bastetano-turdetana reconstruir su estructura so-cial. En este caso no contamos ni siquiera con las estatuillas votivas delos santuarios que permiten una aproximación, a través del análisis delarmamento y del vestido, a lo que podrían ser grupos sociales.

En líneas generales podemos distinguir una aristocracia militar,una masa de población libre, principalmente campesina, que nutriríael grueso de los ejércitos ibéricos y, quizá, un grupo de población es-clava. Pero este esquema en realidad es válido para cualquier socie-dad europea preindustrial y nos dice bien poco de la realidad socialhistórica. Hay que tener en cuenta, además, que las fuentes literarias,que son insustituibles a la hora de hacer análisis sociales, se interesanúnicamente por los episodios militares y, por consiguiente, presentanuna visión distorsionada de dicha sociedad, tanto por la excepciona-lidad del momento histórico que vive (la conquista romana) comoporque olvida otros factores sociales (comercio, religión, etc.) quedebían de ser tan importantes como la actividad militar. De esta ma-nera, calificamos siempre a la aristocracia ibérica, y esto que decimosvale también para otras aristocracias peninsulares, como una aristo-cracia militar. Probablemente a ellos mismos les gustaría representar-se así; pero lo cierto es que su posición social derivaba probable-mente no sólo de su papel militar, sino de su riqueza económica,obtenida de la tierra y del ganado entre los pueblos del interior pero,muy probablemente, también del comercio entre los pueblos de lacosta. Ahora bien, esta aristocracia comerciante, ¿se contentaba conobtener un beneficio de su intermedio como autoridad en las opera-ciones de comercio, o participaba también como un agente activo endichas operaciones comerciales? Nos faltan datos para responder aestas preguntas que para un historiador son importantísimas.

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De la misma manera, el demos (vamos a utilizar esta expresión)que proporcionaba el grueso del contingente militar, debía estar for-mado por pequeños y medianos propietarios agrícolas, pero sin dudaen las zonas próximas a Ampurias o Cartagena debía de haber genteque se daba al comercio o a la manufactura exclusivamente y que, lle-gado el caso, quizá era movilizable, pero ¿en qué porcentaje? Encuanto a la esclavitud, conocemos la utilización de esclavos en lasminas de Cartagena y suponemos que se utilizaban, en mayor o me-nor medida, en las explotaciones agrícolas. Pero el caso de Cartage-na, que es el único documentado, parece tan vinculado a la esfera dela economía púnica que más que verlo como un rasgo de la economíaindígena habría que interpretarlo como algo característico de la eco-nomía de los colonizadores. De esta manera, a la hora de reconstruirla sociedad ibérica, los historiadores procedemos casi siempre desta-cando lo que la diferencia de la sociedad turdetana y, en general, me-ridional. Entre los turdetanos habría grandes monarquías, entre losiberos no, entre los turdetanos habría una esclavitud de tipo colecti-vo, entre los iberos no, y así sucesivamente.

Hay un pasaje de Estrabón, sin embargo, que creemos de un graninterés para comprender el tipo de sociedad que podía existir en elmundo ibérico. En un excurso realizado dentro de su descripción de lacosta levantina (III,4,5), dice:

Se pueden explicar las andanzas de los griegos entre la gente bárbarapor estar divididos ellos en pequeñas partes y reinos que no tenían uniónentre sí por su terquedad, de manera que resultaron endebles contra los ex-tranjeros que los atacaron. Esta terquedad entre los iberos resultó aún ma-yor al añadir su naturaleza pérfida y no sencilla. Porque en su vida eranguerreros y bandoleros y se atrevieron sólo a empresas pequeñas, evitandograndes hazañas, por no tener grandes fuerzas y alianzas. Si hubiesen que-rido ayudarse unos a otros, no habría sido posible a los cartagineses el con-quistar la mayor parte de su país con su fuerza superior; y antes, a los ti-rios, y después a los celtas, que hoy se llaman celtíberos y berones, ni albandolero Viriato y a Sertorio y a otros que intentaron un dominio mayor.

Recuerda mucho este pasaje otro de Tucídides, que sin duda cono-cía nuestro autor, en el que narra la debilidad y la situación de Greciaantes de la guerra de Troya (I,3-5):

Me demuestra también, y no con menor claridad, la debilidad de losantiguos el hecho de que, antes de la guerra de Troya, la Hélade no parecehaber acometido ninguna empresa en común [...]. Los griegos en efecto, ylos bárbaros que vivían en la costa del continente o en las islas, una vez queempezaron a pasar con sus naves de unas tierras a otras con mayor fre-

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cuencia, se dedicaron a la piratería bajo el mando de hombres que, sin serellos los de menos recursos, buscaban su propio provecho y sustento paralos débiles. Cayendo sobre poblaciones sin murallas formadas por aldeasdispersas, las saqueaban y obtenían de allí la mayor parte de sus medios devida, pues esta actividad no comportaba ningún deshonor, sino que másbien proporcionaba una cierta gloria.

La pintura de Estrabón acerca de los iberos recuerda estrechamen-te la de Tucídides acerca de los primitivos helenos: escaso nivel eco-nómico y social, atomización política, liderazgo aristocrático y comer-cio y piratería confundidos. La relación entre los de más recursos quecapitanean empresas de piratería con los más débiles recuerda muchodos instituciones ibéricas típicas, la fides y la devotio, que más adelan-te tendremos ocasión de exponer. Hace ya muchos años que Julio CaroBaroja publicó un precioso articulito titulado «Cuatrería y abigeato enla España antigua» en el que analizaba la persistencia a través del tiem-po de una mentalidad heroica y aristocrática que ya se rastrea entre losiberos y que busca más el prestigio personal por el golpe de mano au-daz que la empresa concienzuda y largamente perseguida hasta su com-pleto acabamiento. Son estos los rasgos que parecen caracterizar la so-ciedad ibérica, en la cual, a pesar del surgimiento de las ciudades, losvínculos interpersonales de parentesco o de clientela debieron de jugarun papel muy importante en la articulación social. A la cabeza de estasociedad aparece una aristocracia representada por los reges, principes,basileis y por los senatus que mencionan las fuentes, enriquecidos porla tierra, el ganado, el comercio y la piratería, con grupos de depen-dientes mayores o menores dentro de la propia ciudad que cimentan supoder político y que, probablemente, los acompañan y rodean en elcombate; y, por debajo de ellos, los individuos que aparecen en gruposen algunas cerámicas de Liria, con cota de mallas, escudos y lanza odardo, que parecen formar una especie de falange que combatiría a lasórdenes de aquellos.

LAS INSTITUCIONES POLÍTICAS: RÉGULOS Y REPÚBLICAS

Desde el punto de vista político, entre los iberos se alternaban tan-to la monarquía como las formas republicanas de gobierno, quizá conun predominio de aquélla.

De algunas monarquías ibéricas estamos especialmente bien in-formados, como de la de Indíbil y Mandonio sobre los ilergetes yotros pueblos, como lacetanos y ausetanos. Polibio los llama basileis;y Tito Livio principes y reguli. Los dos aparecen en los relatos del co-mienzo de la conquista romana actuando siempre juntos y al parecer

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de acuerdo, aunque se tiene la sensación de que Indíbil tenía ciertapreeminencia sobre Mandonio, que se había casado con su hermana.Aliados al principio de los cartagineses, se molestaron con ellos porla exigencia de más dinero y de la entrega de sus mujeres e hijascomo rehenes. En cuanto pudieron abandonaron el campo cartaginésy se entrevistaron con Escipión, de quien recibieron los rehenes queel romano había capturado a los cartagineses. La alianza de ambos re-yes con los romanos fue muy inestable y se sublevaron varias veces,normalmente para saquear a los ausetanos u otros pueblos vecinos ya su vez aliados de los romanos. Ello ha sido explicado porque el pactoo fides que tenían contraído con Escipión habría sido un pacto perso-nal, que ellos habrían considerado disuelto con la ausencia o presun-ta muerte del general romano, como sucedió con motivo de su graveenfermedad. La última vez que se sublevaron, después de la marchade Escipión, Indíbil murió en el campo de batalla, atravesado por unapica. El ejército se dispersó y se fue cada uno a su ciudad. Mandonioreunió a las civitates, posiblemente a los delegados de cada una deellas, que constituían un consejo. El consejo envió embajadores a losromanos, quienes amenazaron con invadir a todos los pueblos parti-cipantes en la revuelta si no se les entregaba a Mandonio. Inmediata-mente, el consejo procedió a la detención de Mandonio y de otros ins-tigadores de la guerra, a los que se llama principales, y los entregarona los romanos para que fueran ejecutados.

La monarquía de Indíbil y Mandonio ha sido objeto de numerosasinterpretaciones, aunque la falta de precisión en las fuentes impide co-nocer muchos detalles fundamentales como, por ejemplo, cuáles eranlos poderes del consejo y su relación con la monarquía como para poderprender a Mandonio y entregarlo a los romanos. ¿Fue un acto tumul-tuario?, ¿tenía poderes para actuar así? Algunos autores han supues-to que uno de los jefes sería ilergete y el otro lacetano, aunque lo queparece más probable es que ambos fuesen ilergetes; ahora bien, ¿dequé tipo era su autoridad sobre los otros pueblos que aparecen bajosu mando? La monarquía ilergete es una monarquía que, evidente-mente, se extiende sobre varias ciudades y populi, pero no pareceexactamente igual que las monarquías turdetanas. Su justificación pa-rece más militar que otra cosa y a nosotros nos recuerda más bien alos caudillajes galos, del tipo de Vercingetórix, que a la monarquíaibérica. Incluso el número dual recuerda el vergobret galo. De todasmaneras, el matrimonio de Mandonio con la hermana de Indíbil con-firma la afirmación de Escipión de que existían matrimonios dinásti-cos. Este hecho parece poner de relieve la importancia de la mujerdentro de la sociedad ibérica, por lo menos dentro de la aristocracia.Recordemos que tanto Asdrúbal como Aníbal se casaron con prince-sas iberas a fin de fortalecer su posición política frente a los indíge-

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nas. La monarquía ilergete siguió existiendo porque, poco más tarde,Catón volverá a recibir a un rey ilergete, Bilistages, al que acompa-ñaba su propio hijo.

También existía la monarquía entre los edetanos, entre quienes co-nocemos a Edecón. Su familia también figuraba entre los rehenes delos cartagineses que habían pasado a manos de Escipión al tomar ésteCartagena. Polibio lo llama dinasta. Al conocer la caída de Cartage-na y el cambio de coyuntura política, se presentó en Tarragona consus amigos y parientes ofreciendose a pasarse al lado de los romanos.Escipión lo aceptó y le devolvió a su mujer e hijos. Edecón debía detener gran prestigio entre el resto de los iberos porque al anunciar sucambio de actitud consiguió que los del norte del Ebro, que hasta esemomento eran enemigos de Escipión, se pasasen a los romanos.

Otro rey conocido es Amúsico, régulo de los ausetanos. Era parti-dario de los cartagineses y, cuando fue atacado por Cneo Escipión, seencerró en su ciudad. Tras aguantar un asedio de un mes, en el que loslacetanos intentaron ayudarlo infructuosamente, huyó cuando pudo alcampamento de Asdrúbal y entonces la ciudad se entregó a los roma-nos. Pocos años después, en el 206-205 a.C. los ausetanos, en cambio,estaban bajo el mando de Indíbil y Mandonio, reyes ilergetes.

Todas estas noticias, pues, nos dan la idea de que estas monarquíasibéricas eran muy inestables. El rey vivía acompañado por sus familia-res inmediatos y un grupo de clientes y amigos que compartían su des-tino y que lo acompañaban en las embajadas y en el combate. Esta familia real, como vemos, podía ser desalojada del poder o verse for-zada a abandonar la ciudad o el pueblo sobre el que reinaba. Aunque lasituación que reflejan las fuentes es muy excepcional, puesto que setrata de la guerra púnica y de la conquista romana, tenemos la sensa-ción de que su mantenimiento en el poder dependía mucho de su for-tuna militar. Parece haber existido en algunos casos una cierta regla su-cesoria que, sin embargo, no comprendemos bien. Presedo analizó elrelato de Livio acerca de dos primos, Corbis y Ursua, que se disputa-ron en un duelo la realeza de la ciudad de Ibes. El texto dice que el úl-timo rey había sido el padre de Ursua, que a su vez había recibido elmando de su hermano mayor cuando murió. Puesto que los conten-dientes eran primos, parece deducirse de esto que Corbis era hijo delhermano mayor. En el duelo triunfó la experiencia de Corbis sobre lajuventud de Ursua. Presedo veía en este relato la muestra de una suce-sión dinástica de hermano mayor a hermano menor y quizá de padre ahijo; pero hay que recordar que en algún pasaje se llama a Mandonio«hermano» de Indíbil. Tal vez los matrimonios con ciertas princesas con-firiesen un lugar preferente en la sucesión dinástica. Recientemente se hapropuesto que una tumba monumental del tipo pilar-estela de Coimbradel Barranco Alto (Murcia) pertenezca a una mujer. De ser cierta esta hi-

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pótesis, tendríamos la constatación no sólo de la riqueza de las princesasibéricas, sino de su sacralización después de la muerte.

Al lado de las monarquías, otras comunidades ibéricas parecen ha-ber estado gobernadas por consejos aristocráticos, presididos por ma-gistrados que actúan como portavoces y ejecutores de sus acuerdos. Esel caso de los volcianos, que recibieron a mensajeros de los romanosdespués de caer Sagunto cuando buscaban alianzas. Reunido el conse-jo, el más anciano les reprochó la nula ayuda que habían prestado a lossaguntinos y les ordenó salir del territorio. Probablemente los bargu-sios, que sí acogieron bien a los legados romanos, tenían un consejo se-mejante. Estos consejos estarían compuestos por aristócratas que, enlas zonas del interior, menos desarrolladas económicamente y más au-tárquicas, serían auténticos patres familiarum. No sabemos si el conse-jo de los ilergetes que depuso a Mandonio era también de este tipo.Como podemos ver, la existencia de estos consejos y de su portavoz, elmás anciano, investido de la autoridad y la experiencia de la edad, noes incompatible con la existencia de las monarquías militares. Podemospensar que el clima de guerras generalizado que supuso la conquista ro-mana favoreció el desarrollo de estas monarquías por parte de líderesespecialmente hábiles en la guerra.

De distinto tipo parece, en cambio, la constitución de Sagunto,que se parece un poco a la de las ciudades griegas. Sea falso o no elpretendido origen griego de los saguntinos, lo cierto es que económi-ca y socialmente Sagunto era semejante a Ampurias o a Rosas. Es delas primeras ciudades iberas en acuñar moneda y su clase dirigentedebía de estar compuesta tanto por propietarios agrícolas como porcomerciantes. En el momento del ataque de Aníbal, Livio mencionaun senado y un pretor en Sagunto. Antes del ataque cartaginés, un ibe-ro, Alorco, que era huésped de los saguntinos aunque estaba en el ejér-cito de Aníbal, se dirigió a la ciudad con las condiciones del cartagi-nés para no atacarla. Fue llevado ante el pretor, quien convocó alsenado para deliberar sobre las propuestas. Consistían esencialmenteen reducirla a una ciudad agrícola sin vinculación al mar. Presedo de-duce que la reunión debía de ser en lugar abierto, porque la multitudse había mezclado entre los senadores. Ante lo inaceptable de las pro-puestas cartaginesas, se eligió la resistencia hasta el final. Aunque fal-tan muchos pormenores, se puede deducir que la constitución sagun-tina era de una república aristocrática, no sabemos si por influencia deAmpurias o, en definitiva, de Marsella, o si como un producto de lapropia evolución de la sociedad local. El senado que aparece sería unórgano timocrático compuesto por los principales propietarios agríco-las y, sobre todo, comerciantes. En cuanto al pretor, parece lógico veren él un magistrado electivo representante, presidente y ejecutor de lasdecisiones del senado.

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LA FIDES IBÉRICA

Como hemos dicho anteriormente, dentro de la organización de lasociedad ibérica debieron de tener gran importancia las relacionespersonales basadas en la fides. Este término latino, que significa«buena fe», «confianza», sirve para denominar el concepto sobre elque se organizaban un conjunto de instituciones, como el hospitium,la clientela y la devotio, que jugaban un papel muy importante en lasrelaciones sociales y políticas en el mundo ibérico, pero también enel de otros pueblos prerromanos de la Península. Desconocemos losnombres indígenas de estas instituciones, que fueron magistralmenteanalizadas por José M.ª Ramos Loscertales y Francisco RodríguezAdrados hace ya tiempo. Recientemente, algunos historiadores hanplanteado dudas sobre la existencia de una fides, un hospitium y unaclientela propiamente hispánicos, aduciendo que se trataría sin másde la adopción de las instituciones romanas homónimas. Sin embar-go, por algunos detalles, sobre todo relativos a la devotio, podemosver que estas instituciones tenían en la Península matices diferentes alos de las instituciones romanas, y pensamos que sí existen unas ins-tituciones genuinamente ibéricas en este sentido.

En definitiva, la fides, que en Roma tenía un templo desde tiemposantiguos de la República, era la buena fe o mutua confianza que debíapresidir las relaciones entre las personas y entre los estados. En Romael más grande de los dioses, Júpiter Fidius, era su custodio; y su rup-tura, la per-fidia, era una falta execrable. En la península Ibérica cono-cemos, tanto a través de las fuentes literarias como de las epigráficas,la existencia de numerosas pactos de hospitalidad y clientela basadosen la fides, así como la existencia de una institución particular, la de losdevotos o soldurios. Las inscripciones, generalmente sobre bronce, quecontienen pactos de hospitalidad y clientela, denominadas tesseraehospitales o tabulae hospitales, son especialmente abundantes en la pe-nínsula Ibérica durante el siglo I a.C. y los primeros siglos del Imperio.La Península es, con excepción de Italia, el territorio del Imperio ro-mano donde se documenta un mayor número de estas inscripciones, loque nos hace suponer que su importancia aquí era mayor que en otraszonas. Estos pactos de hospitalidad y clientela eran pactos que unían ados partes, que podían ser dos personas o dos comunidades, o una perso-na y una comunidad. La diferencia entre la hospitalidad y la clientela,desde el punto de vista del derecho romano, era que el pacto de hospi-talidad, hospitium, se contraía sobre un plano de igualdad de ambaspartes; mientras que la clientela implicaba una desigualdad, en la queuna parte era más poderosa que la otra. En la hospitalidad ambas par-tes se concedían derechos y deberes recíprocos; en la clientela, por elcontrario, la parte más poderosa, patronus, tenía derecho de obsequio

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y deber de asistencia hacia la parte más débil: el cliente, que a su vezdebía al patrono apoyo social, electoral, militar, etc. Sin embargo enmuchas inscripciones hispanas se dice que ambas partes contraen un pac-to simultáneamente de hospitalidad y clientela, lo que, desde la estrictaóptica romana, es una contradicción. Por ello, tenemos la sensación deque, o bien los indígenas no comprendían perfectamente las diferenciasentre el hospitium y la clientela romanos, o, más probablemente, teníanunas instituciones propias cuyo contenido no era exactamente igual queel de las romanas.

El caso más antiguo conocido de fides en Hispania es el de los sa-guntinos. Tito Livio (21,7) habla a este respecto de una fides socialis,que mantuvieron ad perniciem suam, hasta su destrucción, lo que laasemeja algo, como veremos, a la devotio. También Indíbil y Man-donio tuvieron primero un pacto de fidelidad y clientela con Aníbal(Polib. 10,37) que consideraron roto ante las exigencias del cartagi-nés y que entonces cambiaron por otro con Escipión. También Ede-cón se entregó a la fides de los romanos.

Una clase especial de clientela era la clientela militar, en virtud dela cual un patrono poderoso podía reclutar una tropa entre sus clientes.Esta institución existía en Italia. La vemos mencionada en una épocamuy antigua, el siglo V a.C., cuando el desastre de los Fabios en elCremera. Durante la crisis de la República, algunos políticos comoPompeyo utilizaron también sus clientelas militares para reclutarejércitos con los que cimentar su poder personal. Lo importante esque estos políticos exportaron el modelo a Hispania y crearon igual-mente entre los indígenas clientelas militares con las que robustecie-ron su poder. Sabemos que los hijos de Pompeyo mantuvieron variosaños, tras la muerte de su padre, una resistencia en Celtiberia usandosus clientelas militares. También César tenía clientelas de este tipo,sobre todo en la Ulterior. Y no sólo los políticos más importantes te-nían clientelas en Hispania. Por testimonios epigráficos sabemos quelos ciudadanos de Valencia eran clientes de Lucio Afranio, legado dePompeyo en Hispania.

Una institución característicamente hispana, e ibérica, era la delos devotos o soldurios, devoti o soldurii en latín. Ésta era un tipo es-pecial de clientela, sancionada mediante un juramento religioso porel cual los devotos o soldurios se comprometían a no sobrevivir a sujefe si éste moría en combate. A cambio de esta fidelidad extrema, na-turalmente, los devotos tendrían una participación preferente en elbotín y en los honores derivados de la victoria militar. Esta instituciónproporcionaba séquitos de una fidelidad probada a los jefes y gene-rales, y sabemos de algunos generales romanos, especialmente deSertorio, que utilizaron tropas de soldurios para su guardia personal.Estas tropas le salvaron alguna vez la vida cuando se vio especial-

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mente amenazado en combate (Plut. Sertorio, 14). También Augusto,al comienzo de su reinado, utilizaba soldurios hispanos como guardiapersonal. Se conoce también algún caso de devotio en la Galia, enAquitania concretamente, donde César menciona a Adiatumno, queintentó una sublevación con sus devotos. La devotio ibérica era radi-calmente distinta de la romana. En el caso romano, el general de unejército se consagraba (se vovebat) a los dioses infernales para ga-rantizar la victoria de su ejército a cambio de su vida; en el caso His-pano, por el contrario, los soldados que se consagraban unían sus vidas a las de su jefe.

No podemos saber de qué manera actuarían las relaciones basadasen la fides en el interior de las ciudades ibéricas pero, de la impor-tancia que adquieren en las circunstancias excepcionales de la con-quista romana, podemos colegir que su papel debió de ser considera-ble a la hora de estructurar las relaciones entre la aristocracia y elresto del pueblo dentro de la sociedad ibérica.

LA RELIGIÓN Y EL CULTO

A pesar del abundante material arqueológico, consistente sobretodo en representaciones pintadas sobre las cerámicas ibéricas y enlos exvotos de los santuarios, la falta de textos que nos informen so-bre los dioses, la mitología y las formas de culto de los iberos hacenque desconozcamos casi todo sobre su religión. En principio, si pare-ce evidente una influencia de los cultos fenicios y púnicos sobre la re-ligión turdetana y bastetana, en la zona ibérica la influencia externaparece más bien griega. Estrabón (IV,1,5) dice que los iberos recibie-ron de los griegos el culto de la Artemisa efesia, con sus ritos propiosy la manera de sacrificar de los helenos. Plinio, en su Historia Natu-ral (16,216), dice que en Sagunto había un templo de Diana, cuyoculto había sido importado por los colonizadores zacintios, que se ha-llaba situado al pie del oppidum de la ciudad y que Aníbal lo respetópor razones religiosas.

Estas noticias son muy importantes porque mostrarían la recep-ción, en algunas ciudades ibéricas por lo menos, de cultos griegos;pero lo que se puede deducir de la evidencia arqueológica es muy escaso. De esta manera, se conoce una serie de thymiateria o quema-perfumes de terracota que representan la cabeza de Deméter que pro-ceden sobre todo de la región de Alicante, aunque alguno también delBajo Ebro. Ninguno de ellos muestra rastros de combustión, de ma-nera que no se emplearon para su función específica. Proceden tantode tumbas como de casas, y no parecen que puedan atestiguar la exis-tencia a un culto de Deméter, aunque tampoco se puede negar ello de

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manera rotunda, ya que su imagen ha podido ser reinterpretada porlos indígenas como diosa de la fecundidad y de la abundancia agrí-cola, lo que explicaría su presencia en las casas, o como divinidad deultratumba, lo que justificaría su hallazgo en tumbas.

De la Serreta de Alcoy procede un grupo plástico de arcilla rojaque parece representar a una diosa sentada en un trono dando de ama-mantar a dos niños, rodeada por otras figuras, entre ellas un ave y unflautista. De la existencia de esta imagen y de la de la Dama de Elchepodemos deducir la creencia de los iberos en una divinidad nutriciade la fecundidad, tal vez de las cosechas, y en otra que sería una se-ñora de los muertos y que tal vez fuese un aspecto diferente de la mis-ma diosa. Las cerámicas ibéricas muestran pintadas, también, la ima-gen de una figura femenina que emerge de una flor y se asocia a unave; lo mismo que la de un individuo masculino que se asocia a unahoja acorazonada y al lobo o un animal carnívoro. Ambas figuraspueden aparecer con alas o sin ellas. Se ha creído reconocer en am-bas a dos divinidades cuya función o significado, sin embargo, es os-curo. La figura del lobo parece asociarse en el mundo ibérico a la ideade la muerte y el Más Allá, lo que cuadra bien con su condición demáximo depredador en la escala zoológica mediterránea. En dos pá-teras de Tivissa (Tarragona) el umbo central está decorado con la ca-beza de un lobo en relieve, con una gran fuerza expresiva. Una de laspáteras muestra además una decoración interna con un personaje sen-tado en un trono, unas figuras aladas que sacrifican un ciervo y uncarnívoro que ataca a su presa, entre otras. Podría interpretarse queestos objetos rituales habrían sido utilizados en un ritual funerario. Ensu día, J. Maluquer propuso que la cabeza de lobo que adorna estaspáteras tendría que ver con una importación del culto de Zeus Licaioso de Apolo Licaios, idea que no ha encontrado eco entre otros histo-riadores que lo ven más bien como expresión de ideas autóctonas.

Conocemos también, por manifestaciones de la época romana, elculto a un dios de los montes identificado posteriormente con el Júpi-ter romano. Así, el Montgó, situado cerca de Ampurias, deriva su nom-bre de un Mons Iovis. En La Muntanya Frontera, junto a Sagunto, seconocen exvotos a Líber Pater, pero son ya de época romana y no esposible decidir si representan la pervivencia de un culto indígena.

Una diferencia importante con respecto a la zona meridional de laPenínsula es que en la zona ibérica no parecen existir los santuariosrurales tan característicos del sur como los de Despeñaperros o Mur-cia (Cerro de los Santos, Cerro de la Luz, etc.), a no ser que esta di-ferencia se deba a deficiencias de nuestro conocimiento. Conocemosel de la Serreta de Alcoy, probablemente dedicado a una diosa de lafecundidad como ya hemos dicho antes. Por el contrario, se conocenvarios santuarios que podríamos llamar urbanos y que tienen interés

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por coincidir con las noticias literarias que hablan de templos dentrode las ciudades ibéricas.

En la Illeta dels Banyels (Campello, Alicante) se ha descubiertoun posible templo con tres naves, de planta rectangular y con un pór-tico sostenido por dos columnas. Otro templo en el mismo lugar parece haber consistido en un recinto cuadrado a cielo abierto. Unedificio de la acrópolis de Ullastret, con dos columnas in antis quedebían de sustentar un pórtico, ha sido identificado también probable-mente como un templo. Y en Edeta (San Miguel de Liria) se ha des-cubierto un santuario de unos 70 m2, accesible desde una calle, quecomprende un patio con un pozo y una sala alargada con un betilocentral y espacio para ofrendas, de las que se documentaron lucernas,platos, jarros, figuras de cerámica, etc. La presencia del pozo y el be-tilo recuerdan elementos del mundo semita. En fin, García y Bellidopropuso identificar un gran muro megalítico de Sagunto con los res-tos del templo de Artemisa que menciona Plinio. Lo que puede ob-servarse, en todo caso, es que los elementos que pueden relacionarsecon el mundo mediterráneo se documentan sobre todo, como es lógi-co, en las zonas costeras. Probablemente las creencias religiosas delos pueblos del Alto Aragón e interior de Cataluña fueran bastante di-ferentes a las existentes en Sagunto o en Elche y pretender reducir ala uniformidad la religión ibérica no sea más que el producto de nues-tra ignorancia.

La vida de ultratumba

Los rituales funerarios muestran la creencia generalizada en unasupervivencia del alma después de la muerte y, a juzgar por los obje-tos de los ajuares fúnebres, con unas necesidades y unas actividadesmuy semejantes a la existencia de los vivos.

El ritual generalizado en el mundo ibérico es el de la incineración.Normalmente la combustión del cadáver se hace en un ustrinum, juntocon el ajuar. Las cenizas luego se depositan en una urna o vaso de cerá-mica que se deposita en la tumba. La forma, dimensiones y aspecto deésta varían de acuerdo con la importancia social y económica del difun-to y van desde una sencilla oquedad del suelo donde se coloca la urnacineraria, tapada con un plato o una piedra y acompañada por alguna cerámica, a cámaras cuadradas realizadas con adobes con un ajuar con-sistente en algunos platos, alguna hebilla y objeto metálico, hasta lastumbas principescas cubiertas con un monumento del tipo de los pilarescoronados por esculturas de toros, esfinges, leones, etc. En las tumbasde guerreros aparecen armas: falcatas, puñales, umbos de escudo, nor-malmente destruidas o dobladas intencionadamente para que nadie pu-

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diera utilizarlas ya más. En las tumbas de mujeres se depositan espejos,ungüentarios, vasos de perfumes y otros objetos de tocador.

Es muy interesante la presencia de pebeteros o quemaperfumes enlas tumbas y de jarros rituales de bronce. Estos objetos nos dan ideade unos rituales, probablemente de purificación, que tendrían lugardurante las ceremonias de enterramiento. Estos objetos, en contactocon la muerte, eran abandonados a los difuntos y ya no volvían a serutilizados en el mundo de los vivos.

Evidentemente, los funerales aristocráticos debieron de revestir unabrillantez mayor o menor, según el rango del personaje. Apiano refierelos funerales de Viriato, que fue quemado magníficamente en una altí-sima pira mientras sus guerreros combatían alrededor y cantaban sushazañas. Ya hemos visto que durante los funerales de los Escipionestambién se realizaron unas exequias magníficas y que algunos prínci-pes indígenas lucharon en duelo. Evidentemente estas ceremonias, quepueden constituir la evolución de antiguos sacrificios humanos sobre latumba del jefe, eran absolutamente excepcionales.

Del hallazgo de algunas esculturas ibéricas como la Dama deBaza o la Dama de Elche, cuyo contexto funerario es seguro, parecededucirse que se creía en una diosa de los muertos, un poco al estilode la Perséfone griega, tal vez protectora de las almas y señora delMás Allá. En Grecia esta diosa tenía un consorte masculino, Hades,pero de momento no hay trazas en la religión ibérica de ningún diosde la ultratumba.

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IV

LOS PUEBLOS CELTIBÉRICOS

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COMPLEJIDAD DE LENGUAS, ETNIAS Y CULTURAS EN LA HISPANIA

CENTRAL. LA LENGUA CELTIBÉRICA

A caballo entre el borde montañoso oriental de la Meseta, consti-tuido por la Cordillera Ibérica, y el valle del Ebro con su principalafluente por la derecha, el Jalón, habitaban en la Antigüedad un con-junto de pueblos con una notable personalidad cultural que jugaronun papel muy destacado en las guerras contra los romanos. Son losceltíberos. La definición de Celtiberia y de los pueblos que la com-ponían difiere de unos autores a otros e incluso un mismo autor, enpasajes diferentes, ofrece concepciones distintas de ella. Este hechoya lo señalaba Estrabón (III,4,19), quien decía que unos dividían a losceltíberos en cuatro partes mientras que otros lo hacían en cinco. Nin-guna fuente, sin embargo, proporciona una enumeración completa deestos pueblos. Entre los historiadores actuales existe consenso enconsiderar celtíberos por lo menos a cinco pueblos mencionados endistintas fuentes: los belos, titos y lusones de los valles del Ebro y delJalón, y los arévacos y pelendones de la Meseta Central. Además deéstos, hay otros pueblos que las fuentes relacionan insistentementecon los celtíberos propiamente dichos. Unos son los vacceos, de lallanura central del Duero, quienes aparecen si no como aliados, sí porlo menos como aprovisionadores de víveres de los arévacos. Parecehaber cierto parentesco entre arévacos y vacceos ya que el nombre delos primeros podría interpretarse como are-vaccaei, o «vacceosorientales». Apiano (Iber. 50) se refiere a los vacceos como «el otrolinaje de los celtíberos». Otros son los berones, establecidos en laRioja, de quienes Estrabón dice expresamente que vinieron con losceltíberos en la migración céltica (III,4,12). En todo este territorio se

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documenta, a través de los epígrafes monetales y de distintos tipos deinscripciones, una lengua estrechamente emparentada con las lenguascélticas de Europa, lo cual da cierta base para ver una afinidad entretodos estos pueblos.

Mapas de dispersión de elementos «célticos» en la península Ibérica (según M. Almagro Gorbea).

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El nombre de celtíberos ha sido explicado de muy diversas manerastambién. Ya en la Antigüedad, Diodoro de Sicilia (5,33) dice que celtas eiberos lucharon mucho tiempo por dominar el territorio pero que, al noconseguirlo, al final se unieron entre sí con matrimonios mixtos, y de esaunión vendría el nombre de celtíberos. Esta explicación, que no respondea ninguna realidad científica naturalmente, es muy del gusto de los inte-lectuales griegos, quienes solían explicar mediante genealogías las rela-ciones entre unos pueblos y otros. Ya en nuestro tiempo, el historiador ale-mán Adolf Schulten, el excavador de los campamentos de Escipión enNumancia, además de una corta campaña dentro de la ciudad, defendiócon tanta tozudez como falta de razones el carácter ibérico de la culturaceltibérica, e interpretó el nombre de celtíberos como «iberos en tierras deceltas». Las sucesivas excavaciones, tanto en Numancia como en otros lu-gares de Celtiberia, realizadas por la Comisión dependiente del Ministe-rio de Instrucción Pública y, principalmente, por Blas Taracena, demos-traron sin lugar a dudas el carácter celta de la cultura celtibérica, que elestudio filológico de los textos epigráficos ha confirmado. El nombre deceltíberos querría decir, de esta manera, «celtas de Iberia»; y, en todo caso,haría alusión a los rasgos específicos de su cultura, que muestra una ibe-rización innegable, sobre todo en la zona del valle del Ebro.

Álvaro Capalvo ha señalado que ninguna fuente anterior al siglo IIIa.C. habla de celtíberos en Hispania, mencionándose celtas única-mente. Según este autor, el nombre de celtíberos sería una creaciónromana, que atribuye expresamente al historiador Fabio Pictor, a fi-nales del siglo III a.C. Lo que hay que observar es que, no solamenteel nombre de celtíberos, sino la misma conciencia de unidad de estepueblo, o, dicho de otro modo, los celtíberos como pueblo, serían algoque aparecería como consecuencia de la conquista romana.

Pueblos celtibéricos de la Meseta Central: belos, fitos, lusones, arévacos y pelendones. Los vacceos. Los berones

Belos, Titos y lusones son los pueblos que habitan la Celtiberia delos valles del Ebro, el Jalón y el Jiloca. Los datos sobre estos pueblosson escasos, ya que las fuentes literarias citan a menudo sus ciudadespero no el etnónimo. Los lusones parecen haber protagonizado buenaparte de la resistencia a la expansión romana durante la primera guerraceltibérica (182-178 a.C.). Los belos y los titos aparecen implicados,a través del episodio de la ciudad de Segeda, que amplió su períme-tro para incluir a ambos pueblos, en los sucesos que llevaron al esta-llido de la guerra numantina.

El nombre de belos podría ponerse en relación con el nombre celtade persona Pellus, lo mismo que el de titos con el céltico Tittos. Am-

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bos pueblos se citan siempre juntos y por Apiano (Iber. 44) sabemosque existía cierta dependencia de los titos con respecto a los belos.Según Holder el nombre de los belos estaría incluido también en elde los Bellovaci, celtas de las Galias del tronco belga. Según Floro,los arévacos y los belos eran consanguíneos y aliados; pero esto pue-de significar solamente que existía una comunidad política entreellos, de la misma manera que hoy se habla de «naciones hermanas»o «ciudades hermanadas». Bosch Gimpera suponía que belos y aré-vacos habrían llegado juntos desde las Galias. La ciudad más impor-tante de los belos era Segeda, que ya antes de la guerra contra los romanos acuñaba moneda con el letrero Secaisa y que se ubica sinninguna duda, desde las excavaciones de F. Burillo, en Durón y ElPoyo de Mara (Zaragoza). Se conoce también una ciudad de nombreContrebia (del céltico cum-treb- «reunión de pueblos», cfr. con elcantref irlandés) y de sobrenombre Belaisca para diferenciarlas deotras dos Contrebias: Carbica (tal vez con el significado de «carpe-tana», en Fosos de Bayona) y Leucade (¿Inestrillas, en Soria?). EstaContrebia Belaisca se identifica con absoluta seguridad con la actualBotorrita, a orillas del Huerva y a unos 20 kilómetros de Zaragoza,donde se han hallado varios bronces epigráficos en lengua celtibéri-ca y una inscripción en latín. Por las monedas, se conoce una ceca Be-ligiom y otra que acuña monedas con el letrero Contebacom Bel. Quetal vez sea la misma Botorrita. Como señaló Fatás, todo el valle delHuerva y el campo de Cariñena abundan en topónimos con el elemen-to bel- que tal vez tienen que ver con el nombre de este pueblo. Habríaque considerar que los belos se extienden muy al sur, como la posiciónde Belmonte en Cuenca permite ver. Por otra parte, se conoce una cecaTitiacos, que acaso haga referencia a los Titos.

Los lusones, junto con los arévacos, son una de las fracciones de losceltíberos que menciona Estrabón. Para Bosch Gimpera, los lusones se-rían un pueblo autóctono, emparentado con los lusitanos, cuyo iberis-mo es destacado por las fuentes, que serían desplazados del valle delJalón hacia el Jiloca y el valle del Ebro por la llegada de los belos. Sinembargo, la semejanza del nombre puede ser solamente una homofoníacasual. Taracena, buen concocedor de la arqueología de su territorio,opinaba que los lusones eran celtas, como los nombres en -briga de va-rias de sus ciudades permiten suponer. La misma raíz aparece en el an-tropónimo Lusius y en el topónimo Lusiacum, en las Galias, lo quepuede constituir un dato a favor de ver en ellos un pueblo celta. Se hapuesto en relación con ellos los topónimos de Luzaga y Luzón, en laprovincia de Guadalajara; pero si ello es cierto, esa zona era de pobla-miento belo y por tanto sería un recuerdo de cuando el territorio habíaestado ocupado por los lusones antes de ser desplazados por los belos.Nertobriga, que acuña monedas con el letrero Nertobis y que se sitúa

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en Calatorao, les pertenecía. Tal vez Bilbilis (Calatayud) perteneciesetambién a los lusones, lo mismo que Munda o Mundobriga, identifica-da con Munébrega. Los límites entre estos distintos pueblos son muydifíciles de establecer. La identificación de Contrebia Belaisca con Bo-torrita parece indicar que los belos se hallaban más cerca del Ebro quelos lusones, que ocuparían sobre todo los valles del Jalón y del Jiloca,pero puede suceder que el poblamiento fuese un mosaico, con locali-dades pertenecientes a unos pueblos dentro del territorio de otros, comoya en su día supuso Caro Baroja al estudiar las lenguas y escrituras pre-rromanas. En esta zona quedan incluidas otras poblaciones, como Bur-sau (Borja) y Turiasu (Tarazona), que también acuñan moneda, ademásde Cascantum (Cascante).

Los arévacos, al decir de Estrabón, eran el más fuerte de los pue-blos celtibéricos, y ello se comprueba por el papel destacado que asu-mieron en la resistencia contra Roma. La segunda guerra celtibérica,o guerra numantina (153-133 a.C.), fue, desde las negociaciones ha-bidas en Roma con dos embajadas, una de belos y titos y otra de aré-vacos, fundamentalmente una guerra contra estos últimos. El nombrede los arévacos es céltico y fue interpretado por Bosch Gimpera comoare-vaccei o vacceos del este. Schulten lo relacionaba con los ara-visci, celtas de la actual Hungría. Al norte de Numancia queda el to-pónimo Arévalo y el río Araviana, que se supone tienen relación conel nombre de los arévacos. Plinio decía que este pueblo tomaba sunombre del río Areva, que se ha identificado por razón fonética conel Araviana. En un fragmento de una vasija con pinturas negras deNumancia aparece un grafito en lengua celtibérica con la lectura«arebasico...sa...» que puede ser una forma de genitivo de plural,arebasicon, que haría referencia a un objeto o a algo de los arévacos.Sobre los arévacos estamos muy bien informados a través del relatode las guerras de conquista. Estrabón cita como sus principales ciu-dades a Numantia (Cerro de Garray, cerca de Soria) y Pallantia (Pa-lencia o Palenzuela), que otras fuentes atribuyen a los vacceos. Tam-bién les pertenecía Termes (Santa María de Tiermes, Soria), que enfuentes imperiales se llama a veces Termantia, por asimilación a Nu-mantia. Otras ciudades mencionadas durante las guerras celtibéricas,como Lutia, Malia, Lagni, etc., no pueden identificarse con seguri-dad, ni saberse si eran arévacas o de otros pueblos.

En cuanto a los pelendones, su nombre no aparece citado sino hastaPlinio el Viejo (N.H. III, 4,26; IV,34,112), en el siglo I de nuestra era y, por tanto, muy tardíamente. Livio (frg. 91) dice que Sertorio envió a M. Mario al país de los arévacos y cerindones, donde es de suponer quequiere decir pelendones. Cuando en el siglo II Ptolomeo enumera susciudades, les atribuye, además de Numancia, Visontium (Vinuesa), Au-gustobriga (Muro de Ágreda) y Savia. Vemos por consiguiente que los

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pelendones ocupaban un pequeño territorio que comprendía la zona delas serranías sorianas. Es posible que la importancia tomada por Nu-mancia durante las guerras con los romanos hiciese que su territoriumpasara a englobar el del conjunto de las ciudades pelendonas y quecuando las fuentes que narran la guerra de Numancia se refieren a nu-mantinos y arévacos como gentes distintas quieran decir en realidad,como ya supuso Blas Taracena, pelendones y arévacos.

Además de los pueblos mencionados, otros dos parecen tener rela-ciones muy estrechas con los celtíberos, hasta el punto de parecer cons-tituir con ellos un complejo celtibérico. Son los berones y los vacceos.

Estrabón afirma expresamente que los berones, junto con los celtí-beros, eran producto de la migración céltica. El etnónimo procede deun radical celta *guer-, «lanza», que subsiste en galés y que dio el lati-no veru, «dardo», y se relaciona con el nombre actual de la Sierra deCameros (de «Camberos» en documentos medievales). Su ciudad másimportante era Varia o Vareia, actual Varea, en La Rioja. Ptolomeo lesatribuye Tritium Magallum (Tricio), Olbia y Vareia. De esta enumera-ción podemos deducir que su territorio correspondía aproximadamentecon La Rioja actual y el sur de la provincia de Álava, donde entrabanen contacto con los autrigones, con quienes aparecen aliados durante laguerra sertoriana. Seguramente, hay que relacionar con ellos la cecaUaracos y, probablemente, las monedas con letrero Uarcas.

Los vacceos aparecen mencionados muy tempranamente en lasfuentes literarias, al ser uno de los pueblos contra los que se dirigió Aní-bal en el año 220 a.C. Posteriormente, aparecen citados entre los años193 a.C. y 190 a.C. con motivo de las campañas de Marco Fulvio con-tra Toletum. Su mayor protagonismo se va a dar sin embargo durante laguerra de Numancia, con motivo de las campañas de Licinio Lúculo,Popilio Lenas y Emilio Lépido contra ellos. Después de la caída de Nu-mancia, durante las guerras civiles del final del siglo I a.C., algunas ciu-dades vacceas que habían tomado partido por Sertorio siguieron resis-tiendo a pesar de la muerte de éste. Después, ya no hay signos deresistencia por parte de los vacceos y, en el 29 a.C., Augusto declararála guerra a los cántabros y a los astures pretextando defender a los vac-ceos, turmogos y otros pueblos de la Meseta Central. Plinio (3,26-27)menciona populi entre pelendones y oppida entre los arévacos, mientrasque divide a los vacceos en civitates. De ellas menciona las de los in-tercatienses, palantini, lacobrigenses y caucenses. Ptolomeo cita, por suparte, veinte ciudades de los vacceos, entre las cuales podemos identifi-car las siguientes: Intercatia (Paredes de Nava), Pallantia (Palencia oPalenzuela), Cauca (Coca), Avia (Avia de las Torres), Viminatium (Te-rradillos, en León), Rauda (Roa), Arbucala, citada en los itinerarioscomo Albocela (El Alba-Villalazán) y Septimanca (Simancas). Por laposición de todas ellas, podemos ver que los vacceos ocupaban la cuen-

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ca central del río Duero, que forma la actual Tierra de Campos: la tota-lidad de la provincia de Valladolid; el sudeste de la provincia de León;el este de la provincia de Zamora, desde el río Esla que los separaba delos astures, el oeste de la provincia de Segovia, en torno a Coca; y el surde la provincia de Burgos, donde Rauda pertenecía a los vacceos, mien-tras que Clunia, Celtiberiae finis, según Plinio, era ya de los arévacos.En esta zona se desarrolla, durante la primera Edad del Hierro, la cultu-ra denominada «Soto de Medinilla», por el yacimiento vallisoletano delmismo nombre, propia de agricultores itinerantes que viven en peque-ños poblados de cabañas circulares de adobes. A partir del siglo V a.C.esta región sufre un fuerte impacto del núcleo celtibérico del alto Due-ro, con la difusión de cerámicas a torno y el desarrollo de la metalurgiadel hierro, configurándose los vacceos históricos, con auténticos núcleosprotourbanos que son los que, a partir del siglo II a.C., van a protagoni-zar la resistencia frente a los romanos.

La lengua celtibérica

Todos estos pueblos eran de estirpe céltica. Estrabón (III,4,12) loafirma expresamente y podemos comprobarlo tanto a través de la to-ponimia como de la onomástica expresada en las inscripciones latinas.Además de ello, un lote de unas 165 inscripciones de textos de longi-tud variable, escritas tanto en signario ibérico como en alfabeto latino,nos transmiten una lengua propia, que hemos llamado «celtibérico»por hallarse documentada en el territorio histórico de Celtiberia, cuyosrasgos morfológicos y sintácticos muestran su pertenencia a las len-guas indoeuropeas y su estrecho parentesco con las lenguas célticasdel oeste de Europa.

De las distintas lenguas paleohispánicas, el celtibérico es quizá la me-jor conocida. La ausencia de textos largos abundantes, que permitieran di-señar una gramática, impide de momento traducir literalmente los textosen celtibérico, pero en la actualidad podemos hacernos una idea bastanteexacta de su contenido. Los textos más largos e importantes son tres bron-ces aparecidos hasta la fecha en Botorrita (Zaragoza); el bronce de Luza-ga, que es probablemente un documento de hospitalidad y clientela; y lainscripción rupestre grande de Peñalba de Villastar, dedicada al dios Lug.Además de éstos, se conocen más de cuarenta textos cortos, principal-mente téseras de hospitalidad, a los que habría que añadir los epígrafesmonetales. Un rasgo peculiar es que, cuando los celtíberos comenzaron aescribir, tomaron sus signos de los iberos, que usaban un silabario, es de-cir, un sistema de escritura en el que cada signo, por lo general, no tieneel valor de un fonema sino el de una sílaba. Las diferencias entre el ibéri-co y el celtibérico, pertenecientes a familias lingüísticas diferentes, hacían

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que dicho sistema de escritura se adaptase mal a la fonética del celtibéri-co, por lo cual a la hora de escribir sílabas que presentaban la combina-ción de oclusiva+líquida hubieron de recurrir a distintos subterfugios. Asíencontramos escrito co.l.o.u.w.i.o.cu por Clounioqum; ti.r.ta.n.o.s por Tri-tanos; y co.n.te.r.bi.a o co.n.te.bi.a por Contrebia, en latín.

La opinión que prevalece en la actualidad es que el celtibérico es unalengua que se separó en fecha muy antigua del tronco celta común, comomostraría el tratamiento del fonema indoeuropeo *Kw, que da Qu- en cel-tibérico (cfr. la conjunción enclítica -cue, o palabras como EQUEISUI-QUE en la inscripción de Peñalba de Villastar) y no P- como en galo yotros dialectos celtas más evolucionados (*ekuo- «caballo»: equus [latín],Epona [diosa gala de los caballos]).

Inscripción celtibérica de Botorrita (Zaragoza).

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El proceso de celtiberización

La etnogénesis de los pueblos celtibéricos de la Meseta Centralespañola se sitúa pues en un momento previo a la conquista romanay, con ello, previo a la aparición de la escritura, lo que hace que nosea tarea fácil explicar el proceso de formación y los rasgos diferen-ciales de cada uno de ellos. Dicho proceso de etnogénesis hunde susraíces en la Prehistoria reciente, durante la segunda Edad del Hierro,lo que hace que tengamos que reducirnos al registro arqueológico ex-clusivamente para poder estudiar su desarrollo. Con ello surge la pri-mera dificultad, ya que ni las entidades arqueológicas se correspon-den con las entidades históricas, ni los intereses y métodos de losprehistoriadores coinciden con los de los historiadores de la Antigüe-dad. Recientemente, R. Martín Valls y A. Esparza han propuesto unconcepto de Celtiberia que comprende la práctica totalidad de lacuenca del Duero, desde las serranías sorianas hasta la frontera entreEspaña y Portugal. En la forma en que lo plantean estos autores, lacultura celtibérica y el fenómeno de la celtiberización serían hechosrelativamente recientes que se sitúan a comienzos del siglo III a.C.Este dato es muy interesante por cuanto el propio nombre de Celti-beri parece ser también de formación reciente y no datar de antes dela Segunda Guerra Púnica.

Es preciso tener en cuenta algunos hechos para comprender el al-cance del fenómeno de celtiberización y su valoración por parte delhistoriador. En primer lugar está la evidencia de que, aunque a partirde los siglos III y II a.C. la cultura material de la Meseta presente unagran homogeneidad, es justamente durante el siglo II cuando, al avan-zar la conquista romana, tenemos noticia de la existencia de distintospueblos diferenciados en la cuenca del Duero que, salvo en lo querespecta a los vacceos, no es posible confundir con los celtíberos. Ensegundo lugar está la evidencia lingüística que muestra dos áreas di-ferenciadas en la Meseta: una en la mitad oriental donde se docu-menta la lengua denominada celtibérica por hallarse los textos escri-tos en ella en el territorio donde aparecen los celtíberos históricospredominantemente. Los hallazgos celtibéricos más occidentales enel valle del Duero están representados por las téseras de Palenzuela yde El Burgo de Osma. Si El Burgo de Osma corresponde a la antiguaUxama Argaela, citada como ciudad arévaca por Plinio (III,4,27) yPtolomeo (II,6,55), Palenzuela debe corresponder a una antigua Palan-tia, aunque no sea tal vez la misma que las fuentes literarias citan du-rante la guerra celtibérica. En todo caso, Palenzuela se encuentra dentrodel territorio de los vacceos. Una tercera tésera procedente de Pare-des de Nava (Palencia) con la inscripción Caisaros Cecciq. Pr. Arcai-lo, está escrita en caracteres latinos pero tal vez en lengua indígena.

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Tanto el antropónimo Caisaros como, sobre todo, el étnico Arcai-lo(n), expresan una relación con el territorio celtibérico. El lugar dehallazgo, Paredes de Nava, se ha identificado con la antigua Interca-tia de los vacceos. Si tenemos en cuenta todos estos datos, parece quepodemos concluir que vacceos, arévacos y pelendones pertenecían almismo ámbito lingüístico: el del celtibérico, y es posible que la fron-tera entre el celtibérico y el lusitano pasase al oeste de los vacceos ylos separaría de los vettones.

La difusión a partir del siglo III a.C. de los rasgos característicos dela cultura celtibérica pone de manifiesto, no tanto la expansión de gru-pos humanos desde el borde oriental de la Meseta, cuanto la difusiónde elementos culturales nuevos (cerámica, armamento, orfebrería,etc.) que responden al gusto de nuevas elites y que deben estar en re-lación con las transformaciones sociales que suceden en la Meseta enesos momentos. Dichas transformaciones se deben tanto a la evolu-ción interna de estas sociedades, que en estos momentos viven unaetapa muy activa de formación de nuevos núcleos urbanos, cuanto a lainfluencia procedente del mundo ibérico y, en definitiva, mediterrá-neo. Esta influencia, cada vez más intensa, se manifiesta políticamen-te primero con las campañas de Aníbal en la Meseta y, posteriormente,con la conquista romana.

Uno de los rasgos más característicos de este proceso son, preci-samente, las transformaciones que se producen en el hábitat con laaparición de auténticos núcleos protourbanos, a veces de extensiónconsiderable, defendidos por murallas de paramentos múltiples, enalgunos casos defendidos con torres cuadradas, dentro de los cualestiende a generalizarse la vivienda de planta rectangular. La mayoríade estos oppida arrancan su vida desde comienzos de la segundaEdad del Hierro, aunque en algunos casos, como los de Soto de Me-dinilla o Numancia, puedan hacerlo desde la etapa anterior. En algu-nos casos se producen desplazamientos del hábitat a corta distancia,como sucede en Salamanca, que se extiende desde el cerro de San Vi-cente al vecino teso de las Catedrales; en Soto de Medinilla, que sedesplaza parcialmente de su lugar originario; o en Taniñe (Soria) don-de el poblado de El castillo sucede al pequeño lugar de El castillejo.En Soria, zona nuclear de Celtiberia, más de dos tercios de los yaci-mientos de la segunda Edad del Hierro son nuevas creaciones, frentea un tercio escaso que representa una continuidad del hábitat con res-pecto a la época anterior. Este fenómeno parece indicar un aumentodemográfico y una mayor prosperidad económica que tal vez estén enla base de la expansión cultural y política de los celtíberos en los siglos III y II a.C. Este fenómeno se refleja también en las fuentes li-terarias, a las que no se les ha prestado suficiente atención. Los epi-sodios de Complega, Segeda, Numancia, o la ciudad fundada con au-

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xiliares del ejército por Marco Mario cerca de Colenda, atestiguan unproceso de creación de nuevos asentamientos o la ampliación de unopreexistente como consecuencia del aumento demográfico o de la in-clusión de gentes nuevas. Tal como lo reflejan las fuentes, este fenó-meno iba unido a la fortificación del hábitat mediante la construcciónde una nueva muralla o la ampliación de la preexistente; y a la apari-ción de un poder político que jerarquiza la sociedad y que aparececomo una entidad autónoma (polis, oppidum, urbs, civitas) en lasguerras con los romanos.

UNA IDENTIDAD APARENTEMENTE ABORTADA: LOS CARPETANOS

Las fuentes literarias citan otros pueblos que podemos situar en laMeseta meridional y que parecen pertenecer al tronco céltico o, entodo caso, indoeuropeo. Estos pueblos son los bebrices o beribraces,los olcades y los carpetanos. Bebrices o beribraces aparecen citadosen la Ora maritima de Avieno a continuación del río Tyris (Turia); ha-bitaban el valle superior del mismo en tierras del Maestrazgo, en Te-ruel y en Cuenca, donde a partir del siglo III a.C. encontramos asen-tados a los celtíberos. El santuario celtibérico de Peñalba de Villastar,dedicado al dios Lug, se sitúa precisamente en este contexto geográ-fico. El nombre de los bebrices se relaciona con el ilirio bebros y, poresta razón, se les considera un pueblo celto-ilirio. Lo único que sabe-mos de ellos es que su economía se basaba en la ganadería, se ali-mentaban de leche, suero y quesos, según la pintura que de ellos noshace Avieno.

Los olcades ya tienen más consistencia histórica. Aparecen mencio-nados, con motivo de la expedición de Aníbal en la Meseta en el año 221a.C., junto con los carpetanos, como uno de los pueblos más fuertes deesa zona. Su capital, según Polibio (3,13), era Althía y, según Livio(21,5), Cartala. Polibio vuelve a mencionarlos más adelante (3,33) entreel contingente de pueblos que, antes de la guerra contra Roma, Aníbal en-vió a África. Es difícil creer que toda la población fuera trasvasada ínte-gramente, pero el hecho es que no vuelven a ser mencionados en lasfuentes literarias. Podríamos pensar que los remanentes de poblaciónfueron absorbidos por los carpetanos o cayeron bajo la órbita celtibérica.Las fuentes literarias y arqueológicas, estudiadas hace años por J. M.Blázquez, muestran que hacia finales del siglo III y comienzos del siglo IIa.C. hubo una expansión de los pueblos celtibéricos. Esta expansión eraalgo más que razias de saqueo entre los pueblos vecinos y parece que lle-vaba a la inclusión de otros pueblos afines dentro del ámbito celtibérico.Dicha expansión fue causa de las guerras contra los romanos, que la cor-taron en seco. Los reajustes políticos y demográficos que debieron pro-

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ducirse en la Meseta meridional deben de ser en gran medida los res-ponsables de las contradicciones que aparecen en las fuentes literarias yde la aparente superposición de unos pueblos y otros. Quienes parecenhaber sufrido más por estos fenómenos son los carpetanos. Se tiene lasensación de que, entre los siglos IV y III a.C., los carpetanos se configu-raron como una de las etnias más importantes de la Meseta meridionalpero, constreñidos entre la expansión celtibérica primero y la conquistaromana después, no lograron tener un papel histórico destacado.

Los carpetanos entran en la historia con motivo de la expediciónde Aníbal contra los pueblos de la Meseta en los años previos al ata-que a Sagunto, en el 221 y 220 a. C. En el 221 a.C. Aníbal atacó a losolcades y se apoderó de su principal ciudad, Althía. Al año siguiente,se dirigió contra los vacceos y tomó las ciudades de Helmantiké, Sa-lamanca, y Arbucale, probablemente el castro situado en el cerro delViso, en Bamba, Zamora, cerca del yacimiento romano de Villalazán,al sur del Duero. A su regreso fue atacado por los carpetanos, a quie-nes se habían unido los olcades fugitivos el año anterior más los quehabían escapado de Salamanca. Es en este momento cuando Polibiodice que los carpetanos eran quizá el pueblo más poderoso de aque-llos lugares. Aníbal los combatió en la orilla del Tajo, donde obtuvouna aplastante victoria que le dio el dominio sobre los pueblos del in-terior de la Península y le permitió atacar tranquilamente a Saguntoy, posteriormente, a Roma. Todavía durante el ataque a Sagunto, Aní-bal debió de ausentarse brevemente para reprimir una revuelta de ore-tanos y carpetanos, exasperados por el rigor con que eran reclutados.Es Livio quien nos cuenta que, debido a la dureza de las levas carta-ginesas, los carpetanos y oretanos apresaron a los reclutadores y ame-nazaron con sublevarse. Incluidos por consiguiente al inicio en elejército de Aníbal, éste, sin embargo, los devolvió a casa antes de cru-zar los Pirineos porque dudaba de su fidelidad y de que fuesen aptospara la guerra. Este hecho, conocido por Tito Livio y por Frontino,concuerda con la lista que da Polibio de los pueblos que formabanparte del ejercito de Aníbal y que fueron intercambiados por pueblosde África a fin de garantizar su fidelidad. Polibio cita a los tersitas(turdetanos), mastienos, oretes (oretanos), iberos, olcades y baleares,pero no cita a los carpetanos. Por el contrario, en el año 209 a.C. As-drúbal, hermano de Aníbal, recibió la orden de marchar a Italia paraayudarlo en la guerra y reclutó tropas en Carpetania y Celtiberia

Cuando comienza la conquista de la Meseta Central por los roma-nos, curiosamente, las fuentes literarias no mencionan a los carpetanoscomo pueblo, pero sí, en cambio, a diferentes ciudades suyas que ju-garon un papel importante en las luchas que tuvieron lugar a comien-zos del siglo II a.C. Así, en el 193 a.C., el pretor de la provincia Ulte-rior: M. Fulvio, luchó apud Toletum contra una coalición de vacceos,

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vettones y celtíberos, los obligó a la fuga y capturó a su rey Hilerno. Alaño siguiente, el mismo pretor volvió a atacar la ciudad, de lo que sededuce que no la había tomado en su primera campaña, y vino en au-xilio de ella un ejército de vettones. En esta ocasión M. Fulvio vencióa los vettones y tomó Toledo. Ya en fecha tan temprana destaca la im-portancia de Toledo, probablemente por su emplazamiento estratégicoya que Livio dice de ella: «Toletum ibi parva urbs erat, sed loco muni-to». Posteriormente, en el alto Imperio, Plinio la llama caput Carpeta-niae, probablemente en un doble sentido, tanto por ser el lugar en queempezaba Carpetania, como por ser una de sus principales ciudades.Efectivamente, de las ciudades carpetanas solamente Toletum y Com-plutum acuñan moneda en la época republicana; es probable que estehecho esté en relación con su papel de capita populi.

Las operaciones decisivas para la conquista de Carpetania se die-ron, finalmente, entre los años 182 y 178 a.C., durante las preturas deQ. Fulvio Flaco y Tiberio Sempronio Graco, en el contexto de la gue-rra contra los celtíberos. Estas campañas debieron de tener como con-secuencia la conquista de los carpetanos, ya que a partir de mediadosdel siglo II a.C. éstos aparecen como súbditos de los romanos y su territorio como parte del dominio provincial. De esta manera, en el151 a.C., el cónsul Licinio Lúculo, a quien cupo en suerte la provin-cia Citerior, atacó a los vacceos con el pretexto de que habían ataca-do a los carpetanos. Apiano dice que se dirigió contra Cauca despuésde cruzar el Tajo, por lo que parece que venía desde el sur, es decir,desde Carpetania. Hacia el 147-146 a.C., Viriato penetró en Carpeta-nia, que era un país rico según Apiano, y se dedicó a saquearla comosi fuera territorio provincial romano. De la misma manera, fue enCarpetania donde Servilio Cepión alcanzó a Viriato, que se retirabade la Beturia. Como éste se le escapó con una estratagema, Cepión sevengó saqueando los territorios de vettones y galaicos, pero los tex-tos clásicos no dicen nada de que atacara a los carpetanos. Que Car-petania se consideraba a mediados del siglo II a.C. una zona segura loatestigua, quizá mejor que nada, la referencia de Apiano de que Cal-purnio Pisón, en vez de atacar Numancia como se le había ordenado,hizo una incursión contra el territorio de Palantia y, tras haberlo de-vastado un poco, pasó el resto de su mandato en sus cuarteles de in-vierno en Carpetania. Con motivo del arreglo provincial que el sena-do realizó en el año 132 a.C., tras el final de las guerras celtibérica ylusitana, los carpetanos probablemente fueron atribuidos a la Citerior,puesto que, como hemos visto, lo más a menudo eran los pretores deesta provincia quienes actuaban en su territorio. Por otra parte, el he-cho de que sus ciudades quedaran comprendidas dentro de esta pro-vincia tras la reorganización provincial de Augusto, induce a pensartambién que ya durante la República habían formado parte de ella.

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Del territorio no es mucho lo que se puede decir. A la anterior refe-rencia de Apiano, de Carpetania como eudaimon chora, una tierra fér-til, hay que añadir la de Estrabón, quien dice que las regiones ricas enmetales son, sin embargo, áridas y estériles, como las que son contiguasa Carpetania. El Tajo, según Estrabón, cruzaba el territorio carpetano;Plinio sitúa a los carpetanos junto al río Tajo, cuya capital sería Toledocaput Carpetaniae. Conocemos también unos iuga Carpetana, identi-ficables con el sector oriental del Sistema Central, las sierras de Gua-darrama, Navacerrada y Ayllón. En el siglo II de nuestra era, Ptolomeo(2,6,50) cita dieciocho ciudades de los carpetanos: Toleton, Compluton,Laminion, Rigusa, Paterniana, Alternia, Barnacis, Metercosa, Ispi-num, Libora, Caracca, Mantua, Titulcia, Thermida, Varada, Ilarcuris,Egelesta e Ilurbida. De estas dieciocho ciudades, solamente Toleton(Toledo) y Compluton (Alcalá de Heneres) pueden identificarse con se-guridad. Las recientes excavaciones arqueológicas han permitido iden-tificar el municipium Laminitanum cerca de Alhambra, en Ciudad Real.

El panorama que se desprende de las fuentes clásicas es que entrelos siglos III-I a.C. existían algunos núcleos urbanos entre los que des-tacaban Toletum, Aebura, Alces y, tal vez, una Contrebia, posiblemen-te Contrebia Carbica. Caracca, citada durante la guerra sertoriana, noparece haber sido un emplazamiento muy importante. De las cuatrociudades mencionadas anteriormente, tres de ellas van a continuar exis-tiendo en la época romana, si se acepta la identificación de Aebura conla Líbora de los Itinerarios. Otra, como Contrebia Carbica, no pareceque existiera ya en la época imperial. Esto coincide con el hecho de queel yacimiento de Fosos de Bayona, con el que se ha identificado estaciudad, acabe su existencia en el siglo I a.C. Finalmente, otros núcleosimportantes de la época imperial, entre los cuales sobresale Complu-tum, no parece que tuvieran importancia durante la conquista.

Lo que puede comprobarse pues, a través del registro arqueológi-co, es la existencia de una jerarquización de poblados, de acuerdo conla cual al lado de grandes oppida protourbanos del tipo de Fosos deBayona, Toletum o, verosímilmente, Consabura, había poblados demenores dimensiones como El Cerro de Gollino (15 ha) o el Cerrónde Illescas (1,5 ha).

Desde el punto de vista étnico y lingüístico los carpetanos parecenun pueblo indoeuropeo pero con numerosos elementos no indoeuro-peos o ibéricos. De la lista de ciudades que les asigna Ptolomeo, dosal menos, Ilurbida e Ilarcurris, se forman sobre el elemento Il(t)i- queparece característico para formar topónimos en la Hispania no indo-europea, probablemente con el significado de «ciudad»; añadamos aello que el segundo de estos nombres lleva un sufijo -urri característi-camente no indoeuropeo, cuyo significado parece ser el del color rojo.Ilarcuris podría ser la «ciudad roja».

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Todos estos elementos parecen indicar una realidad étnica y cultu-ral compleja en la Meseta meridional para cuyo estudio el modelo in-vasionista, con una capa céltica que sumerge los estratos anteriores,resulta inadecuado. Los carpetanos, por una parte, presentan vínculoslingüísticos y culturales con el mundo ibérico y oretano del sudeste,pero por otra parte también con el mundo occidental de los vettones,probablemente emparentados con los lusitanos de algún modo. Loscarpetanos comparten con los vettones uno de sus rasgos más caracte-rísticos, que son las esculturas zoomorfas conocidas como verracos. Elintento de diferenciar carpetanos de vettones utilizando la distribucióngeográfica de estas esculturas a la larga ha resultado fallido, ya que enla actualidad conocemos verracos situados muy al este de Talavera, esdecir, en pleno territorio carpetano. También se relacionan los topóni-mos Laminion, ciudad carpetana según Ptolomeo, y Lama, ciudad delos vettones según este mismo autor, para los cuales podría postularseun origen lingüístico en esa lengua escurridiza que es el lusitano.

No nos gustaría, finalmente, dejar pasar por alto el hecho de quealgunos nombres de la lista de ciudades de Ptolomeo (uno de los ele-mentos fundamentales a la hora de dilucidar la etnia y lengua de loscarpetanos) parecen de origen latino. Son los casos de Alternia y Pa-terniana, en los cuales es fácil ver un origen en los antropónimos Al-ternus y Paternus. En estos casos estaríamos, tal vez, en presencia deciudades que se han desarrollado después de la conquista, tal vez conun aporte de población itálico que se uniría a la población indígena.

No es mucho lo que podemos decir acerca de la sociedad carpeta-na antes de la conquista romana. Uno de los pocos textos aprovecha-bles en este sentido, es el de Livio acerca de Thurrus, un individuo alque llama regulus aunque a continuación dice que era longe potentis-simus omnium hispanorum. Al tomar Sempronio Graco la ciudad deAlce había capturado en ella muchos nobiles, entre ellos dos hijos yuna hija de Thurrus. Éste, después de obtener seguridad de Graco,vino a parlamentar con él a su campamento y después de saber que elromano respetaría su vida y la de sus hijos le preguntó si le permiti-ría pasarse a su lado. Como Graco se lo concedió, dijo: «Entonces yote seguiré en contra de mis antiguos aliados, desde el momento enque ellos han desdeñado tomar las armas por mí».

Del texto de Livio, que probablemente adorna de manera muy no-velesca lo sucedido en la realidad, pueden sin embargo obtenerse unaserie de conclusiones. En primer lugar, la existencia de una forma demonarquía entre los carpetanos cuya naturaleza no captamos bien. Li-vio llama regulus a este personaje. Ya anteriormente, cuando celtíbe-ros, vettones y vacceos luchaban contra los romanos junto a Toledo,Fulvio Nobilior había capturado a Hilerno, un rex no sabemos de cuálde estos pueblos o si era de Toletum, es decir, carpetano. Además de

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estos reges, existe una nobilitas, una aristocracia, de la cual formaríanparte en primer lugar los hijos de los reyes, como los hijos de Thurruscapturados en Alce por Graco. Esta nobilitas se corresponde proba-blemente con los dueños de los ajuares de los guerreros más ricos yelaborados que aparecen en las necrópolis carpetanas.

Otra dato que puede observarse es que, en el momento de caerAlce, Thurrus no se encontraba en la ciudad. Dónde estaba, no lo sa-bemos; pero esta referencia de pasada permite suponer, tal vez, quealgunos de estos monarcas extendían su poder sobre más de uno deestos núcleos urbanos. Si Alce hubiera sido la capital de su reino o suúnico centro de poder es de suponer que Thurrus habría acudido a de-fenderla al aproximarse los romanos; pero lo cierto es que se encon-traba en otra parte. A Ercávica, más adelante, Livio la llama nobiliset potens civitas, dando a entender una jerarquía de ciudades puestoque a otras, como Alce, no las llama así. Tampoco sabemos quiéneseran los aliados que no habían acudido en auxilio de Thurrus y conlos que se encontraba molesto, hasta el punto de aliarse con los ro-manos. Podemos pensar en los celtíberos, de quienes Livio dice quetenían sus campamentos en la ciudad y que fueron derrotados previa-mente y su campamento saqueado; podríamos pensar también en losvacceos o vettones, que anteriormente hemos visto socorrer a las ciu-dades carpetanas, pero podían ser también otras ciudades de la mis-ma Carpetania u otros régulos semejantes.

El episodio de Alce es muy instructivo. Livio nos cuenta que alprincipio los moradores contuvieron el ataque de los romanos peroque, cuando vieron realizarse obras de asedio, abandonaron la custo-dia de la ciudad y se refugiaron en el arx, la acrópolis o ciudadela. Estadisposición corresponde con las de los castros de la segunda Edad delHierro de mayor extensión de la Meseta Central, que presentan variosrecintos amurallados, el más interior de los cuales suele ser el que sir-ve de acrópolis al conjunto.

En líneas generales, y dadas las semejanzas que se observan conlos otros pueblos prerromanos de la Meseta Central, tanto en el po-blamiento como en la cultura material, podemos suponer que la or-ganización social sería muy parecida a la de aquéllos. Es decir, exis-tiría una aristocracia, a la que nos hemos referido anteriormente, yluego una clase de campesinos, pastores y agricultores, y artesanosque constituirían la mayor parte de la población. Entre los carpetanos,probablemente, la agricultura tenía una importancia mayor que entrelos restantes pueblos de la Meseta. En ello influye, naturalmente, lamayor fertilidad de los suelos, sobre todo en el valle del Tajo, y lascondiciones climáticas más suaves que en la Meseta septentrional.Esta mayor importancia agrícola puede observarse en el hecho de queen el año 146 a.C. Viriato le quitó el ganado a los segobrigenses, cel-

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tíberos, pero a los carpetanos les impuso un tributo en cereal. Comohemos visto anteriormente, Apiano dice expresamente que Carpeta-nia era una región fértil y menciona la existencia de olivares en elMons Veneris en el que se refugió Viriato, que Schulten identificabacon la Sierra de San Vicente, junto a Talavera de la Reina. Es posibleque el cultivo del olivar fuera introducido en estas regiones, directa oindirectamente, por influencia púnica.

Otra fuente de riqueza la constituían los metales. Estrabón (III,2,3) dice: «[La] orilla septentrional (del Anas) va también bordeadade montes metalíferos que se extienden hasta el Tagos. Las comarcasdonde hay metales son por naturaleza ásperas y estériles; así son tam-bién las contiguas a la Carpetania y aún más las que confinan con losceltíberos». Schulten creía que estos yacimientos, que debían situar-se en los Montes de Toledo, serían de mineral argentífero, ya que eldato de Estrabón parece tomado de Posidonio, que se interesó portodo lo referente a la minería hispana. A esta referencia, además, hayque añadir la explotación de los placeres auríferos del Tajo, abun-dantemente aprovechados en la época romana y de la que constan nu-merosas referencias literarias, y que probablemente se explotaban yaantes de la conquista. Las actividades mineras suelen ser actividadessocialmente especializadas, por lo cual, al lado de los pastores y agri-cultores habría que suponer un grupo más o menos amplio de gentesdedicadas a la extracción y transformación del mineral.

Naturalmente, en los bordes montañosos del Sistema Central y enlas serranías conquenses y en los mismos Montes de Toledo la dedi-cación ganadera tendría una importancia mayor que la agricultura.

LA ECONOMÍA CELTIBÉRICA. EXTENSIÓN DE LA AMONEDACIÓN HACIA EL INTERIOR PENINSULAR

La estructura económica de todos estos pueblos era la misma entérminos generales, aunque pueden señalarse algunas diferencias en-tre unos y otros, sobre todo en lo que respecta a la producción de de-terminados bienes, que dependen generalmente de circunstanciasecológicas concretas. La base económica fundamental era una pro-ducción mixta: agrícola y ganadera, con un cierto predominio de laganadería sobre la agricultura. Las serranías sorianas, pobladas debosques de robles y de encinas como los que rodeaban Numancia se-gún los textos clásicos o cubrían el Moncayo, ofrecían un medio aptopara la cría del ganado y para el pastoreo. Los finos pastos de veranode las sierras, así como los más duros del sur de Soria y los nebralesde Guadalajara, contribuían a mantener las cabañas de ganado vacu-no y lanar cuyos huesos aparecen abundantemente en las excavacio-

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nes, confirmando la importancia de la ganadería en la economía y ladieta de los celtíberos. Conviene recordar, aunque solo sea a título deanécdota, los sufrimientos del ejército romano frente a Numancia, yaque los soldados estaban acostumbrados a comer gachas de cereal ydurante la guerra, en cambio, hubieron de alimentarse exclusivamen-te de carnes, cocidas o asadas, lo que diezmaba las filas romanas acausa de la disentería y de las infecciones.

Una base económica semejante obliga a suponer, dadas las condi-ciones climáticas de la zona, la existencia de una ganadería transtermi-nante e, incluso, de una auténtica trashumancia. La opinión tradicionalera que la trashumancia no era posible en el mundo prerromano ya quese trataba de una sociedad en perpetuo estado de guerra, como parecenindicar las defensas de los castros, con imponentes murallas y camposde piedras hincadas, cuya inseguridad haría que los pastores no se atre-viesen a abandonar con sus ganados el territorio de su propio pueblo.Esta opinión sin embargo carece de fundamento. La imagen de los pue-blos prerromanos, y especialmente de los celtíberos, como unas socie-dades especialmente violentas y en continua guerra se debe a los pre-juicios distorsionadores de los escritores clásicos, Polibio, Posidonio yEstrabón, interesados en justificar la intervención y la conquista roma-na. Según estos historiadores, la conquista romana habría venido aaportar paz y civilización a un mundo antes bárbaro y violento. La exis-tencia de instituciones indígenas como el hospitium y la clientela, delas que ya hemos hablado a propósito de la fides ibérica, muestran laexistencia de mecanismos y convenciones «diplomáticas» capaces deestablecer relaciones mutuas en provecho de las personas o de las ciu-dades. Un cierto número de pactos de hospitalidad de época tardorre-publicana e imperial (téseras de Las Merchanas, de Herrera de Pisuerga,bronce de Luzaga, hospitium de los emeritenses y los martienses, hos-pitium de Prado del Rey), que ponen en relación lugares de la MesetaCentral con otros del valle del Ebro o de Andalucía, parece sugerir queen algunos casos estos pactos se han suscrito con la finalidad de otor-gar derechos de paso mutuos y de pastos a comunidades pastoriles quese hallaban en los extremos de las rutas de trashumancia. La distribu-ción epigráfica, en la época imperial, de individuos originarios de Clu-nia o de Uxama, ciudades celtibéricas, en zonas meridionales u occi-dentales de la Península parece sugerir, igualmente, que la dispersiónde estas personas no se debe tanto a un interés en las explotaciones mi-neras, como se había pensado tradicionalmente, sino a la práctica de latrashumancia ganadera.

Polibio, Posidonio, Estrabón, Diodoro, Apiano, etc. se hacen ecotambién de la importancia de la caballería y de la buena calidad de loscaballos celtibéricos. En las cerámicas pintadas numantinas aparecenescenas de un hombre rodeado por caballos o de un hombre y un ca-

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ballo que pueden ser tanto escenas mitológicas como episodios dedoma de la vida cotidiana.

A medida que nos trasladamos hacia occidente y el valle del Dueroy sus afluentes se dilatan en vegas cada vez más amplias, lógicamen-te, la importancia de la agricultura, tanto de cereal como de huerta,debía de ser mayor. Lo mismo sucedería entre los celtíberos del valledel Ebro y del Jalón, en los cuales al mejor clima se añadiría la posi-bilidad de practicar cultivos de regadío. Los depósitos de granos car-bonizados hallados en distintas casas de Numancia, Tiermes y otrospoblados celtibéricos confirman arqueológicamente la existencia deesta agricultura. Se cultivaban principalmente trigo y cebada. Plino(N.H. XVIII,80) dice que la cebada daba dos cosechas al año en Cel-tiberia, pero durante las guerras de conquista no tenemos noticia másque de una sola cosecha, que se segaba hacia junio o julio, como su-cedió en el año 143 a.C., en el que Cecilio Metelo sorprendió con surápida llegada a los arévacos, que estaban ocupados en las faenas dela cosecha (Ap. Ib. 76). En las excavaciones de Langa de Duero Ta-racena creyó encontrar evidencias de la práctica de una agriculturamixta de cereal y huerta que aprovecharía las aguas próximas del río.El documento que, sin embargo, atestigua más fehacientemente lapráctica del regadío en el área de Celtiberia es denominado bronce deContrebia o bronce latino de Botorrita, del año 87 a.C. Este docu-mento registra la sentencia del pretor de la provincia Citerior en unlitigio entre dos comunidades ibéricas del valle del Ebro, salluiensesy alavonenses, sobre unos terrenos que éstos habían comprado a unosterceros, los sosinestanos, para hacer una acequia (rivom facere). Enel litigio entendieron como jueces cinco magistrados de la ciudad cel-tibérica de Contrebia Belaisca (Botorrita, donde se halló el documen-to), próxima geográficamente a las anteriores y que, hay que suponer,algo entendía de la materia para poder fallar sobre la misma.

Desde Joaquín Costa y J. Caro Baroja se viene admitiendo que en-tre los pueblos del centro peninsular la propiedad de la tierra debió deser comunal y los ganados, por el contrario, propiedad privada. Los te-rrenos, según estos autores, serían comunales, pero los ganados no.Pertenecerían a diversas familias y constituirían la expresión de su ri-queza. Este régimen se encontraría en bastantes pueblos actuales detipo análogo y convendría incluso a las poblaciones célticas más pri-mitivas. Para defender la existencia de una propiedad comunal de lastierras suele citarse el texto de Diodoro sobre los vacceos y el de JulioFrontino, en el que se menciona un tipo de campo, llamado ager perextremitatem mensura comprehensus, delimitado únicamente en su pe-riferia y propiedad indivisa de la ciudad (universus civitati est adsig-natus). M. Vigil puso este tipo de campo en relación con territorios queeran propiedad colectiva de la comunidad y Frontino cita precisamen-

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te como ejemplos dos casos característicos: los salmantinos, que eranvettones, y los palentinos, vacceos, vecinos de aquéllos. De los vacceossabemos, según Diodoro, que, siendo los campos comunes, los partíananualmente y, tras la cosecha, se ponían juntos los frutos y se daba acada uno una parte; el que retenía algo de la cosecha sin entregarlo a lacomunidad era castigado con la pena de muerte. Prácticas colectivistasde este tipo se efectuaban todavía en la primera mitad del siglo XX enSayago y Aliste (Zamora) y en la provincia de León.

La dificultad principal para admitir la existencia de una propiedadcomunal entre los pueblos prerromanos de la Meseta Central reside enla inseguridad de los testimonios aducidos para probarla, por una parte,y, por otra, en la existencia de datos concretos que dan testimonio de unaestructura urbana semejante a la del resto de las ciudades del MundoAntiguo, con una división de la tierra en propiedad privada y propiedadpública que era, en este caso, propiedad de la ciudad. El texto de Fron-tino no se refiere a la supuesta propiedad comunal de grupos tribales,sino a las tierras que en las provincias son propiedad de las ciudades es-tipendiarias y que, por consiguiente, no son objeto de una delimitaciónindividualizada de parcelas, ya que sus habitantes no están obligados alpago del tributum individual, sino que solamente son definidas por elcontorno de su perímetro, ya que, como civitas stipendiaria, sólo han depagar el stipendium impuesto por Roma a toda la comunidad. Dentro deesta categoría de tierras entraban también las de algunos santuarios. Pre-cisamente los ejemplos citados por Frontino, Salmantica y Pallantiaeran dos civitates stipendiariae. Por estas fechas, ambas ciudades pasa-ron a convertirse en municipios flavios en virtud del edicto de Vespa-siano y podría pensarse que el hecho de que Frontino las mencione pue-de tener relación con la transformación municipal de las mismas y lanecesidad de redefinir las tierras que quedarían sujetas a la tributacióndel vectigal que debían pagar los nuevos municipios. Esta circunstanciapuede haber hecho que a los agrimensores como Frontino les llamara laatención este tipo de campos.

En cuanto al texto de Diodoro, llama la atención que diga que elcomunismo de los vacceos tiene que ver con el hecho de que son losmás civilizados de estos pueblos, ya que hay cierta contradicción enello, puesto que formas comunales de propiedad se documentan másbien en estadios primitivos de cultura, por insuficiencia de desarrollode los medios de producción, y no al revés. En realidad, el texto deDiodoro se sitúa en el contexto de una serie de utopías estoicas acer-ca de la ciudad ideal, que constituye un rasgo característico del pen-samiento político griego de la época helenística. También habla, enotro contexto, de una isla Panchaia y una Ciudad del Sol cuyos habi-tantes, los heliopolitas, dado su grado de perfección política, no teníantampoco propiedad privada. Por el contrario, el denominado bronce de

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Contrebia, anteriormente mencionado, muestra que en las ciudadesceltibéricas (cuya estructura era semejante a la de las ciudades vacceaso vettonas) existía una propiedad privada de la tierra a la vez que unapropiedad pública, cuyo titular era la civitas o res publica, es decir laciudad estado. Se trata de un documento fechado el 15 de mayo delaño 87 a.C. que registra un litigio entre dos comunidades del valle delEbro, salluienses (de Salduie, nombre ibérico de Caesarugusta) y ala-vonenses (de Alaun, de ubicación desconocida) sobre unos terrenos enlos que se construyó una conducción de aguas. Como jueces se nom-braron a cinco miembros del senado de la ciudad celtibérica Contre-bia Belaisca (Botorrita). Lo importante de este documento, a los efec-tos que nos interesan, es que atestigua, como hemos dicho antes, queentre las poblaciones de la Hispania central existían dos formas depropiedad: la plena propiedad privada y la propiedad pública de la ciu-dades, ya que uno de los puntos sobre los que habían de pronunciarsedichos jueces era si el campo que había sido objeto de compraventaera público o privado.

Otro elemento importante dentro de la economía celtibérica pare-ce haber sido la explotación minera del hierro y el desarrollo de unamanufactura siderúrgica. Las citas clásicas sobre la calidad de las es-padas celtibéricas son abundantes tanto en los textos que se refierena las guerras de conquista como en los de la época imperial. Duranteeste último periodo, en el siglo I d.C., se desarrollaron talleres im-portantes en algunas ciudades, Bilbilis (Calatayud), Turiaso (Tarazo-na) y Platea, cuyos productos se exportaban a Italia. Hace ya tiempo,Maluquer propuso la hipótesis, seguida ampliamente por todos loshistoriadores, de que fue probablemente la explotación de los filonesmineros del Moncayo la que favoreció la revitalización de las pobla-ciones de la Meseta oriental que originan la cultura celtibérica. Re-cientemente se han hallado en superficie cerámicas celtibéricas enyacimientos mineros cerca de Veruela, lo que confirmaría dicha hi-pótesis, pero su producción parece demasiado local como para haberpotenciado el florecimiento demográfico y económico que parece ob-servarse en la Meseta a partir del siglo IV a.C. Es más probable, qui-zá, suponer una producción basada en la explotación de múltiplesafloramientos de hierro que se situarían en los borde de la Meseta, enla Sierra de la Demanda, en Sierra Merina, etc. Este panorama ar-queológico casaría mejor con lo que sabemos por las fuentes clásicas.Según la periocha 91 de Livio, en el año 76 a.C. Sertorio dominabaCeltiberia y dio orden a las ciudades de fabricar armas para el ejérci-to en la medida de las posibilidades de cada una, lo cual nos da la ideade una siderurgia diversificada en pequeños núcleos y no en unos po-cos centros productores importantes, como vemos que sucede en laépoca imperial.

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LA SOCIEDAD. NOBILES EQUITES

Las fuentes literarias referentes a la conquista romana reflejan unasociedad gobernada por aristocracias militares que basan su poder y suprestigio en la posesión de grandes rebaños y de importantes clientelaspolíticas, pero, especialmente, en el lujo de sus armaduras, decoradascon nielados y damasquinados de plata y de oro en los escudos y en lasespadas, que sirven para hacer ostensible su preeminencia social. Apia-no cita el aspecto espléndido de uno de estos aristócratas que, durantela campaña de Lúculo contra los vacceos, se presentaba a diario ante elcampamento romano, retando a cualquiera que quisiera batirse en due-lo contra él. Dice Apiano que ningún romano se atrevía a aceptar elreto, dada la estatura y el aspecto imponente del celtíbero, hasta que Es-cipión Emiliano, que figuraba como cuestor del ejército, avergonzadopor esta afrenta, saltó la empalizada y se enfrentó a él, venciéndolo,dice, a pesar de ser de pequeña estatura. Floro (1,33) dice que Escipióncombatió contra un rey. Valerio Máximo añade el detalle de que tantoValerio Corvino como Escipión Emiliano retaron y dieron muerte a ge-nerales enemigos, pero como militaban bajo los auspicios de otro ge-neral, no entregaron sus despojos para ser consagrados a Júpiter Fere-trio. De las citas de Valerio Máximo y de Floro podemos deducir queel personaje al que se enfrentó Escipión no era un simple aristócratasino que debía de ser uno de los jefes de los ejércitos indígenas que en-tonces luchaban contra los romanos. Otra cosa que podemos observares que el combate al que reta el aristócrata celtíbero es un combate he-roico, muy al estilo homérico, característico de las aristocracias delMundo Antiguo que viven en la fase formativa de la ciudad. Los ha-llazgos arqueológicos de las necrópolis de Luzaga, Aguilar de Angui-ta, Carratiermes, etc. han proporcionado ejemplos de este armamentodecorado aristocrático que conocíamos por los textos clásicos, y de losadornos personales, consistentes en torques, arracadas y pulseras.

Tenemos un retrato de uno de estos aristócratas que, gracias aApiano, sale del anonimato al que nos tienen acostumbrados tantaspáginas sobre los pueblos hispanos. Se trata del numantino Retóge-nes Caraunio y la acción se refiere al último año de la guerra numan-tina (134 a.C.), durante el cerco de Numancia por Escipión:

Retógenes, de Numancia, llamado de sobrenombre Caraunio, el másexcelente de los numantinos (aristos es aretén), con cinco acompañan-tes (filoi) a quienes había persuadido, igual número de sirvientes y otrostantos caballos, atravesó en una noche oscura el espacio que lo separa-ba de los romanos llevando consigo una escalera plegable. Llegando ala muralla, la escaló él y sus seguidores; mataron a los centinelas, y en-viando atrás a los sirvientes y haciendo trepar a los caballos por las es-

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caleras, cabalgaron hacia las ciudades de los arévacos, con ramos de sú-plica, pidiéndoles que les enviasen auxilio a sus hermanos los numanti-nos (Ib. 93).

No sabemos si éste es el mismo Retógenes cuyo fin pinta, el últi-mo día de Numancia, Valerio Máximo de la siguiente manera:

Al numantino Retógenes la ferocidad de su gente le sirvió de maes-tra para concebir una hazaña semejante. Reducidos ya los numantinos ala última desesperación y abatimiento, sobresaliendo él entre todos losciudadanos por su nobleza, riquezas y honores, hizo un montón de mate-rias inflamables en su barrio, el más hermoso de la ciudad, y le prendiófuego; al mismo tiempo colocó en medio una espada desnuda y ordenó alos suyos que luchasen dos a dos y que el vencido fuese decapitado yechado por encima de los techos en llamas. Y cuando hubo ya acabadocon todos con esta tan dura ley de muerte, por último se sumergió él mis-mo en las llamas (3,2).

El texto de Valerio Máximo es, evidentemente, una pieza retóricacuya finalidad es retratar la barbarie y la ferocidad de los numantinos;a tal fin, proporciona un retrato de Retógenes que nos recuerda lamuerte de Sardanápalo pintada por Delacroix. Es posible incluso queeste Retógenes sea una fabricación de Máximo basada en la figura delRetógenes que menciona Apiano, con mayores visos de realidad his-tórica. Las referencias al barrio más hermoso de Numancia, donde vi-vía Retógenes, evidentemente son inventadas. No obstante, el textorefleja bien la imagen del aristócrata celtibérico, por lo menos tal cualla percibían los romanos, cuya influencia social se basaba en el nú-mero de clientes, a los que hace luchar hasta la muerte.

Podemos suponer, aunque no tengamos constancia expresa deello, que a las filas de esta aristocracia pertenecerían los jefes milita-res, que las fuentes clásicas denominan duces o strategoi, como Caro,Ambón, Leucón o Megarávico, que aparecen dirigiendo a los aréva-cos y numantinos durante las guerras con Roma. A esta aristocraciamilitar parece hacer referencia Livio (40,47) cuando habla de nobilesequites celtibéricos como auxiliares y rehenes de los romanos. Elmismo nombre de Retógenes, del céltico *rectu-genos, «nacido de loalto», «de noble nacimiento», ha sido interpretado como indicativode jerarquía de edad o jerarquía social.

Por debajo de la aristocracia en la escala social, los hombres libresque formaban el grueso del ejército aparecen citados en los textos clá-sicos como to plethos, la masa, la multitud, y su situación de depen-dencia con respecto a la aristocracia puede observarse en el hecho deque la asamblea popular o ecclesia, como la denominan los historia-

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dores griegos, parece que sólo podía pronunciarse, mediante aclama-ción, a favor o en contra de las propuestas que le presentaban losmiembros del consejo aristocrático o los magistrados, pero carecía deiniciativa propia para proponer resoluciones.

Hay que suponer que esta masa popular de combatientes estaríaformada por pequeños propietarios agrícolas, y quizá también por co-merciantes y artesanos, que llegada la necesidad se armarían paraacudir al combate. Los textos relativos a las guerras de conquistamuestran que los celtíberos y los otros pueblos del centro de la Pe-nínsula raras veces vencieron a los romanos en un enfrentamiento regular en campo abierto, sino que la mayor parte de las ocasiones al-canzaron la victoria mediante emboscadas, gracias al conocimientodel terreno, la sorpresa u otros medios. Distintos testimonios indicanque el primer ímpetu de los celtíberos podía ser formidable pero que,si los romanos lo resistían, entonces podían inclinar el combate en sufavor. La razón de ello es que, como indica Estrabón acerca de los lu-sitanos y de los iberos en general, la mayor parte de los hispanos es-taba armada como los peltastas griegos, es decir, como una infanteríaligera, y solamente la aristocracia poseía la panoplia hoplita comple-ta. Antes de la conquista romana, las guerras entre unos pueblos yotros o entre unas ciudades y otras se debieron resolver generalmen-te mediante combates singulares de los campeones aristocráticos,apoyados probablemente por sus clientes; pero cuando la conquistaromana obligó a un esfuerzo militar sostenido, año tras año y luchatras lucha en el mismo año, el poder militar de la aristocracia resultóinsuficiente frente a la organización compacta del ejército romano.

Junto a las oposiciones expresadas en las fuentes literarias por losbinomios aristoi/plethos y boulé/ecclesia, hay una tercera que es laque opone los maiores a la iuventus. Es importante tener en cuentaque esta oposición aparece sólo en el contexto de las luchas contraRoma, en cuyo seno los maiores a veces son partidarios de ceder onegociar con los romanos, y los iuvenes, por el contrario, se muestranpartidarios de la resistencia más encarnizada. Esta oposición a vecesdegenera en conflictos violentos entre ambos sectores, de manera quea veces, como en Belgeda, los iuvenes prenden fuego al edificio don-de estaba reunido el senado. Algunos historiadores han querido ver eneste binomio el reflejo de una organización por edades dentro de lasociedad celtibérica, y la existencia de instituciones semejantes al versacrum de los pueblos itálicos. En nuestra opinión, aunque no ex-cluimos la existencia de rituales de paso arcaicos vinculados a la ini-ciación juvenil a la guerra, que pervivían en la propia Roma en fechamuy tardía, sin embargo, nos parece poco probable la existencia deuna organización por edades dentro de la sociedad celtibérica, por lomenos de la manera en que los antropólogos la han estudiado en so-

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ciedades primitivas. Desde nuestro punto de vista, bajo estas dos ex-presiones se encubren, aunque no de una manera mecánica, los dossectores fundamentales de la sociedad celtibérica: la aristocracia dis-puesta a transigir con el dominio romano a cambio de conservar unaparcela de poder, y la población más pobre para los cuales la guerrase había convertido en una actividad económica organizada. Hay quetener presente, no obstante, que las fuentes clásicas reflejan la reali-dad histórica de manera muy esquemática y sin interesarse realmen-te por los problemas internos de la sociedad celtibérica; de maneraque, en cada caso concreto, a la oposición social entre aristocracia ymultitud debieron sumarse otros motivos de enfrentamiento, entre loscuales pudieron estar los motivos generacionales también.

LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA. LA CONFEDERACIÓN

El marco de organización básico de los pueblos celtibéricos du-rante la conquista romana es la ciudad estado. Son estas ciudades es-tado las que repetidamente aparecen en las guerras contra los romanosy deciden la paz o la guerra con gran autonomía con respecto a las de-más, aunque en ciertos casos parece que ha existido una política defi-nida por parte de los pueblos a los que pertenecían dichas ciudades(los belos, los titos, los arévacos, etc.) e, incluso, parece que existíauna cierta organización militar y política que abarcaba al conjunto delas tribus celtibéricas.

El fenómeno urbano en Celtiberia es anterior a la conquista ro-mana y, cuando se producen los primeros contactos con Roma, estefenómeno se hallaba en pleno desarrollo. Es difícil señalar el co-mienzo de la urbanización de Celtiberia y, ciertamente, este fenómenono se dio por igual en todo el territorio, sino que debió ser más pre-coz en el valle del Ebro, donde las innovaciones tecnológicas proce-dentes del área ibérica llegan antes que a la Meseta; pero entre los si-glos IV y III a.C. se observa el engrandecimiento de ciertos oppida dela segunda Edad del Hierro que adquieren ya un carácter protourba-no y concentran a la población en detrimento de hábitats menores,que desaparecen. Este fenómeno, como decimos, se hallaba en plenodesarrollo en el momento de la conquista romana y las referencias acreaciones de nuevas ciudades en Celtiberia durante los siglos II y I

a.C. son relativamente numerosas en las fuentes literarias. Apianomenciona en el 181 a.C. la creación de Complega por parte de los lu-sones. Algunos casos, como el de Segeda o Numancia, tuvieron éxi-to, aunque luego su evolución fuera abortada por la conquista roma-na. Otros, como la ciudad fundada por M. Mario a comienzos delsiglo I a.C. con celtíberos de diversa procedencia, fracasaron desde el

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inicio. Este hecho creemos que es importante ya que refleja la vitali-dad pero, a la vez, la inestabilidad del fenómeno urbano celtibérico,que va a ser reconducido por la conquista romana. El caso más evi-dente, como decimos, es el de Segeda, que en el 154 a.C. decidió am-pliar el perímetro de sus murallas obligando a unirse a ella al pueblode los titos. Tenemos aquí un caso de sinecismo que, como todos lossinecismos antiguos, en ningún caso era espontáneo. Las implicacio-nes políticas de la creación de una gran ciudad en el sur de Celtibe-ria, que forzosamente debía convertirse en un centro de poder políticomuy importante, fueron comprendidas rápidamente por los romanos,que declararon la guerra a los segedenses. No es una casualidad que, detodas las cecas celtibéricas, la de Segeda sea la única que acuña mone-da antes del 133 a.C., lo que nos muestra su importancia.

La moneda es, precisamente, otro factor que subraya la naturale-za urbana de Celtiberia. Las acuñaciones celtibéricas representan laexpansión más occidental de las acuñaciones indígenas autónomas.Al oeste de Celtiberia, entre los vacceos, los vettones y los lusitanos,no existen acuñaciones indígenas. Solamente la ceca de Tamusia acu-ñó en la época sertoriana en el castro de Villasviejas del Tamuja (Cá-ceres) pero, como ha demostrado Cruces Blázquez, se trata de acu-ñaciones realizadas, probablemente para abastecer a la poblaciónminera del entorno, por gentes procedentes de Celtiberia. El hecho deque las acuñaciones celtibéricas sean todas posteriores al 133 a.C.,excepto las de Secaisa; es decir, que sean acuñaciones motivadas porla necesidad de pagar los tributos a los romanos, no resta importan-cia a este hecho. Es sabido que en el mundo clásico, tanto en Greciacomo en Italia, la moneda tenía, entre otras funciones, la importantemisión de expresar la autonomía política de las ciudades. La existen-cia de las acuñaciones celtibéricas proclama, por consiguiente, laexistencia de dichas ciudades que son, por consiguiente, una realidadanterior a la conquista romana. Nos gustaría destacar la coincidenciaentre este panorama (una Celtiberia con emisiones monetales urbanasfrente a una Meseta occidental sin ellas) y el hecho que se observa enlas fuentes sobre las guerras de conquista que, en Celtiberia, aludencontinuamente a las ciudades contra las que luchan los romanos, ha-cen la paz, deliberan, etc.; mientras que en las guerras coetáneas con-tra los vettones y lusitanos no se menciona el nombre de ninguna deellas, y la única que se menciona, Oaxthraca, supuesta ciudad lusita-na, no puede identificarse. Estas diferencias dejan traslucir que la rea-lidad social e histórica era muy diferente en ambas partes de la Me-seta, aunque por falta de datos no podemos saber exactamente en quéconsistían dichas diferencias.

A través de las fuentes literarias y epigráficas podemos reconstruirla organización política de las ciudades celtibéricas. Dentro de ellas

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existía una asamblea popular, un consejo aristocrático y unos magis-trados electivos: las fuentes griegas y latinas llaman a estas institucio-nes, respectivamente, ecclesia o plethos, bulé, presbeis o senatus y duces, principes, aristoi, maximus natu, etc. En ningún lugar se men-cionan reyes o régulos, como en las ciudades ibéricas. La forma de go-bierno de estas ciudades, pues, parece haber sido republicana. Un do-cumento precioso para conocer la organización de estas ciudades es elbronce latino de Contrebia. Aunque el nombre de las institucionescontrebienses ha debido ser traducido al latín, al ser un documento ge-nerado por la misma ciudad está exento de las deformaciones e inter-pretaciones que los historiadores clásicos podían haber hecho de di-chas instituciones. Lo que aparece con mayor relieve en el documentoes el senatus contrebiense, de cuyo seno se eligen cinco jueces para di-rimir el litigio que se planteaba. De los cinco individuos mencionados,al que se cita en primer lugar el documento lo llama praetor, mientrasque los demás se llaman magistratus. Esta diferencia nos hace pensaren un colegio magisterial y en la existencia de un magistrado presi-dente del consejo y de la ciudad.

Además de estos magistrados regulares, que debían de existir encada ciudad, durante las guerras contra los romanos conocemos laexistencia de jefes militares cuya autoridad se extendía sobre todo elejército celtibérico, compuesto por hombres de ciudades distintas eincluso de pueblos distintos. Conocemos los nombres de varios deellos: Caro, segedense, elegido en Numancia jefe del ejército; Ambóny Leucón, etc. Estos jefes, naturalmente, dejaron de existir en el mo-mento en que los celtíberos perdieron su independencia. No sabemossin embargo qué tipo de reparto de poder y de relaciones había entreestos individuos y los magistrados ordinarios de las ciudades, aunquepodemos suponer que su autoridad se limitara al campo de batalla ya todo lo relativo a la guerra, aunque pudiera inmiscuirse en la polí-tica interior. Además, se conocen también heraldos, como el que cu-bierto con una piel de lobo se presentó ante Marcelo de parte de Ner-tóbriga (Ib. 49) o como los que con ramas de olivo se presentaronante Sempronio Graco procedentes de Complega (Ib. 43).

A veces se conocen conflictos entre la asamblea y el consejo, quedebieron de exasperarse por la disyuntiva planteada por la amenazaromana sobre si someterse sin lucha o resistir con las armas. Gene-ralmente la asamblea parece más dispuesta a una resistencia a ultran-za, mientras que el consejo adopta casi siempre una actitud menos beligerante. A veces estas tensiones podían estallar en un enfrenta-miento violento entre ambas instituciones, como sucedió en Belgedadonde, como el consejo dudase entre la paz o la guerra con los roma-nos, el demos, cerró las puertas del edificio y quemó al senado den-tro (Ib. 100). Este detalle es muy importante porque nos informa de

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que, al menos en algunas ciudades, existía un edificio de gobierno, al quelos autores griegos llaman bouleuterion.

La autonomía conseguida por las ciudades no impide que ciertascuestiones se resolvieran a un nivel más alto, de los ethne celtibéri-cos, o incluso de todos los celtíberos. Durante las guerras contra losromanos, aunque cada ciudad define su política, ciertas decisionesson tomadas en conjunto. Ello puede verse en que cuando el cónsulMarcelo recibió a los heraldos de los nertobrigenses, se negó a con-certar la paz si no la solicitaban conjuntamente los titos, los belos ylos arévacos. Durante este mismo periodo tenemos la sensación de laexistencia de una alianza militar, una liga o confederación, de las ciu-dades celtibéricas, que debía de tener como fundamento la comuni-dad de lengua y de costumbres. Con motivo del episodio de Segeda,que dio origen a la guerra numantina, se nos dice que al presentarseel cónsul Nobilior ante la ciudad, los segedenses, que no habían teni-do tiempo de concluir la muralla, se refugiaron entre los arévacos,quienes no sólo los acogieron, sino que eligieron a Caro, de Segeda,como jefe para la guerra. Otros autores mencionan a Megarávico.Como tras su muerte en combate se nos dice que se eligieron jefes aAmbón y Leucón, puede pensarse que el mando de la liga era dual.Schulten pensaba que tal vez uno de los jefes lo fuese por los sege-denses y otro por los numantinos. La alianza comprendía, pues, a losbelos, los titos y los arévacos; y, como al año siguiente Marcelo ata-có también a Nertóbriga, de los lusones, a la que los arévacos auxi-liaron con 5.000 hombres, podemos suponer que aquéllos también es-taban incluidos. Que los vacceos, por otra parte, no formaban partede dicha alianza se observa en el hecho, no sólo de la distinta políti-ca de unos y otros, sino sobre todo en que, cuando Lúculo los atacó,los celtíberos no les prestaron ninguna ayuda.

Dentro de dicha alianza, sin embargo, las ciudades tenían bastan-te libertad para trazar su política, que estaría condicionada por la co-rrelación de fuerzas dentro de ella. Ello se ve en el episodio de Lutia,a la que llegó Retógenes solicitando refuerzos. Los jóvenes estabandispuestos a dárselos, pero los ancianos no, y éstos avisaron a Esci-pión, que se presentó con el ejército y cortó las manos a los partida-rios de los numantinos. Tal vez para evitar estos inconvenientes, yaantes los numantinos tenían guarniciones en Malia y Lagni que, evi-dentemente, tenían como finalidad asegurar la fidelidad de estas ciu-dades. Los malienses, al ser atacados por Pompeyo, degollaron a laguarnición numantina y entregaron la ciudad. Los lagnitanos, al seratacados también por Pompeyo, recibieron refuerzos de Numancia;pero después pensaron en entregar a éstos y a la ciudad a Pompeyo.Los numantinos se dieron cuenta de sus intenciones y se hicieronfuertes en la ciudadela. Al tomar la ciudad, Pompeyo premió su valor

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dejándolos ir libres, mientras que a los lagnitanos, doblemente trai-dores, a sus aliados y a los romanos, los exterminó.

En todo momento, la iniciativa dentro de la symmachía celtibéricacorresponde, según las fuentes clásicas, a los arévacos y, más concre-tamente, a los numantinos. Como siempre, es el fino olfato de historiadorde Polibio (35,2) el que mejor percibe y refleja las tensiones que den-tro de este organismo planteaba dicha situación. Cuando en el 152 a.C.los celtíberos enviaron una embajada a Roma, a instancias de Marcelo,para negociar la paz, los legados de los belos y los titos fueron acogi-dos en la ciudad, mientras que los de los arévacos hubieron de perma-necer al otro lado del Tíber, como se hacía con las embajadas enemi-gas. Polibio dice que belos y titos expusieron al senado romano lanecesidad de que Roma castigase a los arévacos y dejase un ejército deocupación que evitara las represalias contra sus aliados. Apiano (Ib. 48-49), por su parte, no dice nada de esto, sino que unos fueron acogidosdentro de la ciudad y los otros fuera; que el senado se mostró contrarioa la paz, al no conseguir la sumisión incondicional de todos, y que or-denó, por tanto, a Marcelo continuar la guerra. Aunque se puede sos-pechar cierta tendenciosidad en la versión de Polibio, que le serviríapara justificar la dureza de la represión de Escipión contra los numan-tinos, parece sin embargo evidente que los arévacos eran el pueblo demayor peso en la confederación y que esta situación hegemónica se de-bía a su preponderancia militar sobre las otras tribus. Tal vez con estasituación tenga que ver el hecho de que los pelendones no sean citadosnunca durante las guerras de la conquista romana, como si la hegemo-nía de los arévacos sobre ellos y el control de Numancia, arévaca en lasfuentes que hablan del siglo II a.C. y pelendona en la época imperial,los enmascarase, y solamente hayan cobrado de nuevo personalidadaparte después de la quiebra del poder militar de los arévacos.

HOSPITIUM Y CLIENTELA

Cuando nos referíamos a la fides ibérica hacíamos alusión tambiéna los pactos de hospitalidad (hospitium) y de clientela. Estas institucio-nes, especialmente la hospitalidad, tienen equivalentes en muchas otraspartes del Mundo Antiguo. En Grecia, por ejemplo, existían los actosde proxenía, equivalentes a la hospitalitas romana, que convertían enproxenoi (hospites, huéspedes) a las partes que los contraían. Este tipode instituciones corresponden a sociedades estatales muy poco desa-rrolladas. Puesto que en este tipo de sociedades el extranjero (hospes)es simultáneamente el enemigo (hostis) por antonomasia (ambas pala-bras pertenecen a la misma raíz latina), se hace necesaria una instituciónque rompa el círculo cerrado de la ciudad, capaz de establecer relacio-

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nes de sociabilidad entre los miembros y los extraños acogidos en ella(hospites). Nos vamos a referir nuevamente a ellas puesto que en Cel-tiberia se halla un gran número de documentos referentes a estas insti-tuciones, lo que parece indicar que éstas tuvieron una importancia es-pecial dentro de la sociedad celtibérica.

Diodoro (5,34) atestigua la práctica en Celtiberia de una hospitalidadno instituida sobre convenciones civiles, sino emparentada con creenciasreligiosas y en el derecho de gentes cuando dice: «Todos quieren dar al-bergue a los forasteros que van a su país y disputan entre ellos para dar-les hospitalidad; aquellos a los que los forasteros siguen, son considera-dos dignos de alabanza y agradables a los dioses».

Distinta a este tipo de hospitalidad es aquella que vinculaba me-diante una convención a dos personas, dos grupos de parentesco odos comunidades políticas. Este tipo de pactos se solía consignar enun documento denominado tésera de hospitalidad (tessera hospitalis),generalmente una lámina de bronce recortada en forma de animal ocon la forma de dos manos entrelazadas. Los de mayores dimensio-nes, que presumiblemente son pactos públicos, como el denominadobronce de Luzaga, suelen tener forma tabular y presentan señales declavos que servirían para fijarlos y exponerlos públicamente. Se haespeculado con que las figuras de animales podrían tener un signifi-cado religioso, pero todavía no se han logrado resultados claros enesta investigación. El texto de estos documentos suele ajustarse a unafórmula del tipo de «A hace un hospitium con B». Naturalmente,existía un ejemplar idéntico en el que figuraría la expresión «B haceun hospitium con A». En los documentos más extensos, como la té-sera de Herrera de Pisuerga, por ejemplo, la redacción se hace en losdos sentidos, uno en cada cara del documento.

Algunos historiadores han pretendido negar la existencia de unainstitución específicamente indígena de esta clase, argumentandoque las manifestaciones de hospitalidad que encontramos en Hispa-nia no serían más que ejemplos de la hospitalidad romana, adoptadapor los indígenas. Dichos autores creen ver influencias de la hospita-lidad romana tanto en la forma de los documentos, como en la redac-ción, como, en fin, en el concepto mismo de la institución. Dado quemuchos de los documentos de hospitalidad pertenecen a época tardo-rrepublicana e imperial, no es difícil admitir que se ha dado una in-fluencia progresiva de las instituciones romanas sobre las indígenas;ello se puede observar en las téseras de texto corto escritas en una lá-mina de bronce con forma de delfín, que responde a una iconografíade gusto mediterráneo y «clásico». Igualmente, algunos de los docu-mentos que se conocen (pacto de los emeritenses, pacto de los boc-choritanos, documento de Córdoba del siglo IV) parecen correspondermás a la institución romana que a una forma de hospitalidad indíge-

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na. Sin embargo, ello no nos parece suficiente para negar la existen-cia de una institución semejante entre los celtíberos y otros pueblospeninsulares, ya que instituciones de este tipo se documentan de he-cho en numerosas sociedades indoeuropeas. Especialmente, los do-cumentos escritos en celtibérico, que deben de datar del siglo I a.C. yque conciernen únicamente a personas o comunidades indígenas; esdecir, documentos en lengua indígena y que afectan sólo a entidadesindígenas, no parece que tengan que ver nada con la hospitalidad ro-mana ni que haya que suponer que estén influidos por ella.

La práctica de darse la mano en señal de confianza, fides, se prac-ticaba en Roma y era precisamente el símbolo de la diosa Fides ro-

Tésera de hospitalidad del Gabinete de Medallas de la Biblioteca Nacional de París.

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mana. Durante las guerras civiles este símbolo se difundió en las mo-nedas de los triunviros, acompañado del caduceo y de la leyenda Fi-des. Sin embargo, también otros pueblos utilizaban el mismo gestocon el mismo sentido ya que en la práctica implica mostrar que am-bas partes están desarmadas y no esconden intenciones agresivas. Asípor ejemplo, los lingones germanos intercambiaron figurillas de ma-nos entrelazadas cuando hicieron la paz con los romanos tras la re-vuelta de Vindex en el 68 d.C. Un texto de Valerio Máximo (3,2,21)que pertenece a las guerras celtibéricas, describe el acto del hospitiumsegún lo practicaban los celtíberos. La manera de describirlo hace su-poner que sus informes se remontan a un testigo presencial: «Estemismo (Q. Occio) hizo sucumbir ante sí a Pirreso, sobresaliente ennobleza y valor entre todos los celtíberos, quien lo había retado a unduelo. Y no se ruborizó aquel joven de ardoroso pecho de entregarlesu espada y su ságulo a la vista de ambos ejércitos; y Occio por suparte pidió que se uniesen los dos por la costumbre del “hospicio”cuando se restableciese la paz entre los celtíberos y los romanos».Como podemos ver, la ceremonia probablemente se hiciese en pre-sencia de testigos y llevase aparejado el intercambio de presentes entre los contrayentes del pacto de hospitalidad. En los pactos, queimplicaban a comunidades políticas distintas, es posible que se reali-zase alguna ceremonia religiosa en las fronteras de ambas comunida-des, como F. Marco ha deducido del estudio de la tábula de hospita-lidad de Montealegre de Campos (Valladolid).

La clientela es diferente de la hospitalidad porque implica rela-ciones desiguales entre un individuo más poderoso (patrono) y otromás débil (cliente). El testimonio más antiguo de clientela celtibéricaes el de Alucio, un príncipe celtibérico que se alió con Escipión agra-decido porque éste hubiera respetado la honra de su novia, que figu-raba entre los rehenes hispanos que Aníbal tenía en Cartagena (Liv.26,50). Según Tito Livio, Alucio puso a disposición de Escipión unafuerza de mil cuatrocientos jinetes. Tiempo más tarde, un régulo cel-tibérico o carpetano, de nombre Thurrus, se puso a disposición deSempronio Graco, que había conservado la vida de sus hijos, captu-rados en la ciudad de Alce (Liv. 40,49). Como una relación de clien-tela se interpreta también la que tenían los titos y los belos, cuandoéstos obligaron a aquéllos a asentarse en Segeda (Apiano, Ib. 44).

La extraordinaria abundancia de pactos de hospitalidad y de clien-tela hallados en Hispania atestigua su frecuencia e importancia, muysuperior al promedio de otras provincias romanas, como las Galias,donde también se documentan. Igualmente, las fuentes literariasmencionan extensas clientelas que tuvieron en Hispania personajescomo Sertorio, Pompeyo o César. Eran especialmente importantes lasclientelas pompeyanas de la Hispania Citerior, y César afirma que

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estas clientelas se remontaban a su actividad durante la guerra de Ser-torio, como consecuencia de los beneficios conferidos por Pompeyoa aquellas comunidades que se habían puesto de su parte. Pero habíaceltíberos que también eran clientes de César, como un tal Lucio De-cidio Saxa que sirvió a César en el 49 a.C. y obtuvo en el 45 a.C. laciudadanía romana y el tribunado de la plebe (Cic. Filip. 11,12).

En el capítulo dedicado a la fides ibérica hemos hablado ya de unaclase especial de clientela, la de los devotos o soldurios, que se liga-ban a su jefe mediante un juramento que les impedía sobrevivir si éstemoría en la batalla. Según Salustio (Servio, ad Geog. 4,218) esta cos-tumbre era propia de los celtíberos. Distintos generales romanos uti-lizaron devotos o soldurios para su guardia personal; entre ellos, Ser-torio, quien, según Apiano (B.C. 1,112), se hacía acompañar de unaguardia personal de lanceros celtibéricos.

LA RELIGIÓN

Las fuentes principales para el estudio de la religión de los pue-blos celtibéricos son muy escasas. Se reducen al texto de Estrabónque dice que los celtíberos y los pueblos vecinos de ellos por el nor-te adoran a una divinidad sin nombre a la que celebran las noches deplenilunio bailando en círculo a las puertas de sus casas (III,4,16); ya otro de Silio Itálico que menciona la costumbre de dejar los cadá-veres de los guerreros muertos en el campo de batalla para que losbuitres los descarnen y lleven sus espíritus a la bóveda celeste. Ade-más de ellos, tenemos un variado repertorio de representaciones pin-tadas en las cerámicas celtibéricas a algunas de las cuales se les pue-de suponer un significado religioso, pero que son muy difíciles deinterpretar, precisamente, por la falta de textos que nos aclaren su sig-nificado. Finalmente, de la época romana imperial, se conoce un nú-mero de inscripciones votivas que nos transmiten los nombres indí-genas de algunas divinidades; algunas de ellas, como Lug o lasMatres, son conocidas también en otras partes de la céltica europea,pero otras parecen ser denominaciones absolutamente específicas deCeltiberia que se refieren a divinidades cuyo carácter nos es prácti-camente desconocido. Es preciso tener en cuenta, además, que inclu-so en los casos de divinidades célticas bien documentadas solamentepodemos suponer cuál sería su carácter ya que, como se ha dicho, lareligión céltica es una religión sin mitos escritos y, a falta de unos re-latos míticos semejantes a los que conocemos en Grecia y Roma, quenos aclaren el significado y el carácter de los dioses célticos, es difí-cil llegar a conocer su significado auténtico. Las interpretaciones rea-lizadas por los autores clásicos, como César, que identifican dioses

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célticos con dioses romanos, lo que demuestran en realidad es la pro-funda disparidad que existía entre la religión céltica y las religionesclásicas, no sólo en lo que respecta a su panteón o a su organización,sino al concepto mismo de la divinidad que tenían los pueblos celtas.

La religión celtibérica fue estudiada por Joaquín Costa a finalesdel siglo XIX, antes del desarrollo de excavaciones científicas, sobrela base de comparaciones con otras religiones del Mundo Antiguocon las cuales, sin embargo, no guarda más que una afinidad muy remota. A mediados del siglo XX, Blas Taracena esbozó una interpre-tación general de ella que se basaba en los escasos testimonios lite-rarios y epigráficos, además de en el conjunto de pinturas que deco-raban los vasos celtibéricos. Para él, el núcleo principal de la religiónde los celtíberos lo constituirían distintos cultos astrales al sol, la luna,etc., y otra serie de cultos a las montañas, bosques, lagos... Taracena señalaba igualmente la presencia de dioses característicamente célticosy de creencias en una fauna monstruosa que se documentaba princi-palmente en las cerámicas numantinas. Con posterioridad a Taracena,J. M. Bázquez, F. Marco Simón y nosotros mismos, además de otrosautores, nos hemos interesado nuevamente por esta religión.

F. Marco se ha fijado especialmente en aquellos aspectos de la re-ligión celtibérica más relacionados con la religión de los celtas de laGalia e Irlanda. En su opinión, el texto de Estrabón referente a la di-vinidad sin nombre que se adoraba en las noches de plenilunio haríareferencia al dios Dagda, dios del conocimiento al que los romanosasimilaron a Dis Pater. Para ello se basa en una cita de César, que afir-ma que los galos cuentan las jornadas por noches, y no por días, y quetodos afirman descender de Dis Pater o Plutón.

Mucho más claramente se atestigua en Celtiberia la presencia deuno de los dioses célticos más importantes: Lug. Se conocen variasdedicatorias a este dios dentro del territorio celtibérico, además deotras en Galicia, la más importante de las cuales es la gran inscrip-ción rupestre del abrigo de Peñalba de Villastar (Teruel). En este lu-gar hubo sin duda un santuario rural dedicado a este dios, en el cualdistintos individuos, quizá jefes de clan o de cofradías religiosas, de-jaron constancia epigráfica de su piedad. Las inscripciones puedendatarse en torno al cambio de era. De todas ellas, la más importantees el texto más extenso, escrito en celtibérico y caracteres latinos, queparece conmemorar la visita al santuario del dios (¿Luguei, LugueiAraianom?) de una cofradía (tiaso) presidida por un tal Togias, talvez con motivo de una festividad periódica (eniorosei equeisuique).Sobre la roca hay una representación muy esquemática y tosca de unafigura humana, que tal vez es una representación de la misma divini-dad, así como pocillos y canalillos, cuya existencia se conoce tam-bién en otros santuarios prerromanos del área indoeuropea peninsu-

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lar, destinados probablemente a recibir ofrendas de líquidos, comoagua, vino, leche o sangre de las víctimas.

Lug es probablemente la divinidad céltica que César identificacon Mercurio, diciendo que es la más importante de los galos. Se tra-ta de un dios solar pero también de un dios de las habilidades técni-cas e intelectuales (dios de los artesanos, pero también de los bardos)y es, a la vez, un dios de la soberanía. Entre otras, se conoce un arade Uxama, del siglo II de nuestra era, dedicada a los Lugoves, formaplural de Lug, por un individuo del gremio de zapateros de Uxama.Otras divinidades célticas documentadas también en Celtiberia sonEpona, la diosa de los caballos, Artio, la diosa-oso, y las Matres, di-vinidades que suelen representarse en grupos de tres y que parecen re-presentar a la Tierra nutricia y proteger la fecundidad de la naturalezay de los seres humanos. J. M. Blázquez ha creído identificar, sobre unfragmento de cerámica numantina, una pintura que representa al diosCernunos, un dios tocado con cuernos de ciervo representado tambiénen el caldero de Gundestrup y en pinturas rupestres del norte de Italia.

Un rasgo distintivo de la religión celtibérica, como por lo demásde la del resto del área indoeuropea peninsular, es el escaso desarro-llo del antropomorfismo de los dioses y la falta por consiguiente defiguras de los mismos. En una pintura numantina sobre cerámica, quesuele interpretarse como una escena de sacrificio, una figura femeni-na, con sombrero cónico, sostiene en la mano izquierda una figurillahumana mientras que dirige la derecha hacia un altar donde yacen loque parecen unas aves. Por el lado opuesto otra figura, perdida por larotura de la vasija, parece sujetarlas y acercar un cuchillo. Las exca-vaciones de Numancia descubrieron una serie de figurillas entre lasque destaca una de una mujer, de unos 15 centímetros de alto, convestido talar y adornos, a pesar de lo cual se dibuja también el sexo.La cronología de estas figurillas, que Taracena creía prerromanas, esmuy difícil de establecer y actualmente se encuentra sujeta a revisión.Esta representación, lo mismo que otras pintadas sobre las cerámicas,podría ser tanto de una diosa como de una sacerdotisa o de un perso-naje mitológico, sin que tengamos elementos de juicio suficientespara esclarecer su significado. Estos testimonios, en todo caso, pare-cen referirse a un culto de naturaleza, sobre todo, privada.

La existencia de un culto público en las ciudades se comprueba,por otra parte, por una cita de Frontino (3,2,4) que dice que Viriatocayó por sorpresa sobre los segobrigenses cuando éstos se hallabanocupados en realizar sacrificios públicos. En relación con un culto deeste tipo se pueden poner los conjuntos rupestres hallados en distin-tos lugares de la Meseta y del oeste peninsular, que consisten en san-tuarios a cielo abierto, generalmente con rocas de formas llamativas,en las cuales se han tallado pocillos y canales a fin de recoger los lí-

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quidos de ofrenda o la sangre y las vísceras de las víctimas. Apartedel ya descrito de Peñalba de Villastar, se ha señalado la existenciatambién en Monreal de Ariza y en Tiermes de un graderío natural fue-ra de la ciudad, a cuyo pie había una cueva o abrigo en el que se ha-llaron numerosas cuernas de toro, hachuelas y cuchillos relacionadoscon el sacrificio, así como distintas piedras con pocillos y canales. Noobstante, excavaciones recientes han puesto en cuestión que estos dosúltimos casos sean auténticos santuarios, ya que su identificacióncomo tales se produjo en el contexto de excavaciones poco científi-cas realizadas en las primeras décadas del siglo XX.

En cuanto a los espacios donde se desarrollaría el culto, no se co-noce con seguridad ninguna construcción que podamos considerar untemplo antes de la época romana. La religiosidad de los celtíberos, eneste sentido, parece coincidir con lo que César y Tácito dicen acercade los galos y de los germanos, a los cuales repugnaba la idea de darforma humana a las divinidades y que se les pudiera encerrar en tem-plos. El santuario céltico característico es el nemeton, un espacio acielo abierto en el claro de un bosque, en la cumbre de una montaña,cerca de un río, un lago o un árbol notable. En estos santuarios, sobretodo en los lagos, se acumulaban las ofrendas de oro y de plata que,dado su carácter sacrosanto, nadie se atrevía a tocar, como César afir-ma haber visto en el sur de las Galias. A pesar de ello, y dadas las in-clemencias del tiempo en la Meseta, hay que suponer forzosamentealgún tipo de construcciones, aunque sean perecederas, de madera,ramas, etc., para cobijar a los participantes en los ritos religiosos,dentro de los cuales el banquete en torno al caldero sagrado parecehaber sido un elemento fundamental; lo mismo que para guardar ex-votos o utensilios de culto. La abundancia de exvotos de figurillas debarro tanto en Almaluez como en Numancia, que representan caba-llos, toros, pies calzados, personas, etc., hace suponer la existencia dealgunos templos o santuarios donde se acumularían estos exvotos.

Un aspecto que ha sido muy discutido es la existencia o no de drui-das en Celtiberia, dado que tanto se parecen otros aspectos a la religiónde los galos. Hay que decir que no poseemos ningún testimonio acercade druidas ni de ningún tipo de sacerdocio que pueda compararse conellos. Conocemos la existencia de individuos investidos de una consi-deración religiosa, normalmente asociada con la profecía. Así, las fuen-tes literarias citan a un tal Olíndico u Olónico que blandía una lanza deplata que decía que le habían enviado los dioses y que pasaba por tenerdotes proféticas. Con ello, lideraba a un grupo de seguidores que se en-frentaron a los romanos. Este personaje llegó a penetrar, disfrazado, enel campamento a fin de asesinar al pretor; pero fue descubierto y eje-cutado. Se conocen también mujeres dotadas de características proféti-cas, como una fatidica puella que, según Suetonio, había profetizado

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en Clunia doscientos años antes el imperio de Galba. Este tipo de pro-fetisas se conocen también entre los galos y los germanos.

En cuanto al calendario y al tiempo religioso, sabemos que los cel-tíberos tenían un día en verano en el que celebraban las bodas, en cuyocontexto dos pretendientes a una misma novia descubrieron al ejércitode Mancino, que se retiraba, y dieron la voz de alarma, atacándolo losceltíberos y forzando a los romanos a una rendición vergonzosa. He-mos propuesto que tal fecha fuese la del 1 de agosto, que coincide enel calendario celta con la fiesta en honor de Lug, la Lugnasad, que escuando en Irlanda se celebraban las bodas. Por su parte, F. Marco hapropuesto identificar el término equeisui de la gran inscripción rupes-tre de Peñalba de Villastar con uno de los meses citados en el calenda-rio celta de Coligny, el mes de Equaesios o de los caballos.

En cuanto a las creencias funerarias y acerca de la vida en el MásAllá, como hemos explicado anteriormente, lo generalizado en Celti-beria, según se comprueba a través de las excavaciones arqueológicas,es el ritual de incineración. Las cenizas del difunto se acompañan de unajuar más o menos rico, según la clase social del individuo, que en loscasos de tumbas de guerrero suele consistir en armas inutilizadas ri-tualmente. Estas prácticas nos hacen suponer que, como el resto de laspoblaciones peninsulares, imaginaban una existencia tras la muerte entérminos semejantes a la vida corriente, con las mismas necesidades. Elhallazgo en las necrópolis de tumbas de guerrero contrasta con lo queafirman Silio Itálico (Punica III,340-343) y Eliano (de nat. an. 10, 22),acerca de que los celtíberos dejan en el campo los cuerpos de los gue-rreros muertos en combate, a fin de que las aves los despedacen y susalmas asciendan al cielo. G. Sopeña Genzor ha estudiado estos textosy los ha puesto en relación con una ideología agonal y competitiva quesería exclusiva de la aristocracia, con lo cual tendríamos, así, una do-ble práctica funeraria. En relación con estos textos se han puesto pin-turas de las cerámicas numantinas o estelas de la Meseta que represen-tan buitres en torno a los cuerpos de guerreros muertos. Por otra parte,la existencia de abundantes símbolos astrales en las estelas celtibéricasde la época romana, consistentes en esvásticas, rosetas, ruedas de radioscurvos, etc., muestra que había una conexión entre las ideas acerca dela vida de ultratumba y la región celeste, aunque no podamos com-prender mejor la auténtica relación entre ambos conceptos. Un tipo es-pecial de estelas es el que se documenta en la región de Clunia y Larade los Infantes, entre los celtíberos y los turmogos, con figuras de jine-tes armados de escudo y lanza y acompañados de varios escudos. Lacronología de estas estelas funerarias es tardorrepublicana o altoimpe-rial y parecen reflejar una creencia en la heroización ecuestre del di-funto. García y Bellido propuso que el número de rodelas tendría quever con el número de enemigos muertos.

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En relación con las creencias religiosas hemos de citar también unapráctica atestiguada por Posidonio entre los celtas de la Galia y el nor-te de Italia y que parece que también se documenta entre los de Hispa-nia, que es el culto a las cabezas cortadas. Diodoro, el mismo Posido-nio, Estrabón y Silio Itálico afirman que los celtas cortan la cabeza desus enemigos y las cuelgan de sus caballos, y dan el cuerpo a sus es-cuderos. Las cabezas de los más nobles se embalsaman con aceite decedro y las muestran a los visitantes o son usadas por los sacerdotes,guarnecidas con oro, para hacer libaciones. Distintas fíbulas de caballoceltibéricas, datadas entre los siglos IV y II a.C., que muestran una ca-beza humana colgando bajo el hocico del caballo, se pueden poner enrelación con esta costumbre. Igualmente, cabezas aisladas aparecen enuna urna cineraria de Uxama y en los arranques de asas de vasos nu-mantinos. También algunas esculturas de bulto redondo de cabezas conrasgos exangües, como si fuesen retratos de muertos, procedentes dedistintos lugares de la Meseta y de Galicia, cuya cronología es difícilde establecer, podrían también formar parte de este conjunto de testi-monios en relación con esta creencia específicamente céltica.

Finalmente, diferentes autores, como Caro Baroja, Taracena, Bláz-quez y otros, se han referido al repertorio de una fauna monstruosa ycaprichosa que aparece sobre todo en las cerámicas celtibéricas y queparece tener relación con las máscaras y figuras que todavía se usan enla actualidad en pueblos de las provincias de Soria, Logroño, etc. Setrata de pinturas que muestran a individuos enfundados en armazonescon apariencia de caballo o de toro, con cuernos de toros en los brazos,etc. Probablemente se trata de representaciones de festividades agrariasrelacionadas con cultos e ideas de fecundidad, dentro de las cuales tan-to el toro como el caballo, por su potencia sexual, han jugado siempreun papel simbólico notable. Otra clase de pinturas muestran seres fan-tásticos, hipocampos, toros que se metamorfosean en peces, serpientes,etc. Este tipo de representaciones parece aludir a lo mismo que otras fi-guradas, por ejemplo, sobre estelas de Clunia, donde también figuran eltoro, los peces, la serpiente y el lobo, y tal vez sean la transmisión dealgún mito celtibérico que no conocemos.

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V

LOS PUEBLOS DEL OCCIDENTE DE LA PENÍNSULA

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LOS LUSITANOS Y EL COMPLEJO DE PUEBLOS DE OCCIDENTE. PROBLEMAS DE DEFINICIÓN DE LA ETNIA Y EL TERRITORIO.

LA LENGUA LUSITANA

En el occidente de la Península aparecen establecidos, cuandocomienza la conquista romana, distintos pueblos, de los cuales elque va a jugar un papel más importante es el de los lusitanos. Ade-más de ellos, están también los túrdulos antiguos, llamados así porlas fuentes literarias para distinguirlos de los túrdulos del sur de laPenínsula, los vettones, los célticos y los conios. Según Plinio yotros autores, los túrdulos antiguos serían una parte de los túrdulosde la Bética que emigraron hacia el norte en una fecha imprecisa; ha-brían atravesado el Lethes o río del Olvido, el actual Limia, olvida-ron regresar a sus hogares y se establecieron en el noroeste. El peri-plo masaliota contenido en la Ora maritima de Avieno cita en eloccidente peninsular los cempsos, sefes y cynetes. Se ha propuestoidentificar a los cynetes con los conios que conocemos posterior-mente, pero no parece que haya relación alguna entre los cempsos ysefes con los otros pueblos conocidos históricamente. La relación delos sefes con poblaciones de Galicia o de los cempsos con pueblosdel occidente como los lusitanos y vettones no parece tener muchabase histórica. Las relaciones mismas entre los más importantes deestos pueblos, lusitanos, célticos y vettones no están en la actualidadsuficientemente claras, aunque puede observarse que sus respectivasidentidades culturales se desarrollan como respuestas diferentes alos influjos de la colonización y del comercio colonial que penetrahacia los territorios del occidente peninsular desde la primera mitaddel primer milenio a.C.

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Aspectos lingüísticos

Conocemos la existencia en el oeste de la Península de una lenguadenominada en un principio por los filólogos «hispánico occidental» yque a propuesta de A. Tovar pasó a llamarse «lusitano» por coincidir sudominio, de forma más o menos aproximada, con los de este puebloprerromano. Esta lengua se documenta en varias inscripciones de laExtremadura portuguesa y española, es decir del territorio comprendi-do entre el curso del Tajo y del Duero y, al norte de este río, de la Ga-laecia Bracarense, las más importantes de las cuales son las de Cabeçodas Fráguas, Lamas de Moledo y Arroyo de la Luz (antes Arroyo delPuerco). Los rasgos diferenciadores principales de esta lengua serían:

El mantenimiento de la *p indoeuropea, es decir, de p- en posicióninicial, como en la palabra porcom en la inscripción de Cabeço dasFráguas.

El uso de la conjunción copulativa indi, «y», frente a la enclítica-cue, que aparece documentada por el contrario en los textos indíge-nas en la Meseta oriental (celtibérico).

El nominativo plural de los temas en -o con la desinencia prono-minal -oi frente a la desinencia -os, empleada en aquella otra zona.

A estos rasgos diferenciadores principales podrían aún añadirseotros dos, que serían:

Los grupos de líquida+muda (nt, nd y nc)La tendencia a desarrollar diptongos: ai, ae, e incluso triptongos:

aei, eai, eae, etcétera.La discusión fundamental entre los lingüistas se centra actual-

mente en la clasificación del lusitano, bien como una lengua inde-pendiente del celta del occidente de Europa, probablemente precélti-ca pero sin duda indoeuropea, o bien como una variante dialectal dedicha lengua celta, con la que la lengua hablada en la Meseta orien-tal presenta evidentes conexiones.

Es difícil fijar la cronología de los textos lusitanos. Todas las ins-cripciones conocidas usan el alfabeto latino y algunas de ellas comolas de Talaván (Cáceres), Freixo de Numao (Viseu) o Filgueiras (Gui-maraes) muestran una mezcla de latín y lengua indígena. Si tenemosen cuenta que la inscripción de Filgueiras (CIL II 2409) está datadapor los cónsules del año 159 d.C., parece que hay que datar estas ins-cripciones en la época imperial, probablemente en los siglos I y II denuestra era.

Como hemos dicho en el capítulo anterior, en la Meseta oriental yen el valle del Ebro aparece documentada otra lengua distinta, deno-minada «celtibérico» por corresponder su dominio, aproximadamente,con el que los textos clásicos adjudican a estos pueblos prerromanos,cuyas conexiones con el celta continental son seguras. De momento

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no sabemos dónde estaría la frontera lingüística entre el lusitano y elceltibérico, ya que carecemos de documentos en lenguas indígenas enel centro de la Meseta que nos permitan saber qué lengua se hablabaen esta zona y, por consiguiente, trazar la divisoria entre el celtibéricoy el lusitano. Aunque no constituya un argumento concluyente, es evi-dente que el dominio lingüístico de algunos nombres propios de per-sona asocia estrechamente los territorios de los lusitanos y vettones,por los que se extienden de manera casi exclusiva. Son los casos de losnombres en Albo-, Albu- como Albonius, Albuius, etc.; Alluquius y susvariantes; Angetus (Anceitus); Cilius, Cilia, Cilea; Pisirus/Pistirus;Sunua; etc. De la misma manera, algunos teónimos se extienden casiexclusivamente también por ambas regiones, como pueden ser, porejemplo, los nombres de Nabia, Reua o Trebaruna. La inscripción deTalaván, perteneciente al grupo de inscripciones en lengua lusitana, seubica en el interfluvio de los ríos Tajo y Almonte en una comarca queera probablemente (aunque no hay seguridad de ello) de poblamientovettón, lo que establece el vínculo lingüístico más estrecho entre unay otra zona. Por otra parte, más hacia el este, encontramos la Toletumcarpetana cuyas acuñaciones autónomas la sitúan como una de las ce-cas más occidentales del grupo celtibérico. Recordemos que, a co-mienzos del siglo II a.C., los vettones combatían contra los romanosen las cercanías de Toletum. Es posible pues que la frontera lingüísti-ca corriese en esta zona entre los carpetanos, hablantes del celtibéricoo de alguna de sus formas dialectales, y los vettones, hablantes de al-guna forma de dialecto lusitano.

Los lusitanos

Los lusitanos aparecen mencionados por primera vez en su territo-rio por Polibio (10,7,4), hacia el año 210 a.C., cuando cita que, de lastropas de los cartagineses, las de Asdrúbal Giscón estaban «en las pro-ximidades de la desembocadura del Tajo, Lusitania abajo». En una fe-cha anterior, los lusitanos aparecen mencionados por Tito Livio comojinetes de las tropas de Aníbal después de la batalla de Trebia. Estra-bón, en el capítulo 3 del libro III de su Geografía, proporciona unacompleta descripción de Lusitania. Sitúa a los lusitanos al norte delTajo y dice que son la tribu más grande de los iberos, contra la que losromanos tuvieron que combatir largo tiempo. El lado sur de Lusitanialo forma el Tajo, el lado oeste y el norte, el océano; al este se sitúan loscarpetanos, vettones, vacceos y galaicos. Dice que, a diferencia de loque sucede en su época, algunos autores anteriores llamaban tambiénlusitanos a los galaicos; y que el lado este de Lusitania es alto y áspe-ro, pero que la región occidental es llana hasta el mar. El país en gene-

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ral es muy fértil y está atravesado por ríos que corren de este a oeste,de los cuales, además del Tajo, son navegables el Mondego (Mundas)y el Vouga (Vacua). Los ríos arrastran arenas auríferas.

Ya antes de la conquista romana, sin embargo, los lusitanos se ha-bían extendido al sur de la línea del Tajo. En el año 155 a.C. los lusi-tanos emprendieron una gran expedición contra los territorios de losaliados de Roma al mando de un tal Púnico, derrotaron a dos ejércitosromanos y saquearon el litoral de Andalucía. Al año siguiente, segúnApiano, los lusitanos del otro lado del Tajo se levantaron bajo las ór-denes de un tal Cauceno y saquearon la ciudad de Conistorgis, que eraprobablemente la capital de los conios, en el Algarve. Por la forma enque Apiano cuenta los hechos se ve que estos últimos lusitanos ya es-taban previamente establecidos al sur del Tajo, y, como los romanosno conquistaron el territorio sino hasta después de la muerte de Viria-to, no puede atribuirse esta posición al sur del río a una migración for-zosa impuesta por los romanos. De hecho, ya a comienzos del siglo IIa.C., las fuentes literarias registran la presencia de los lusitanos en elsudoeste peninsular, en la Baja Andalucía, y por consiguiente muy le-jos de su territorio original. Hacia el 190 a.C., Lucio Emilio Paulo,pretor de la Hispania Ulterior, triunfó sobre ellos después de sufrir al-gunos reveses iniciales. De Emilio Paulo conocemos un importantedocumento, ya mencionado, que es el Bronce de Lascuta o Torre Las-cutana. Este documento sitúa la actividad del pretor en la Baja Anda-lucía, en la provincia de Cádiz, de manera que hay que suponer en elentorno de ella la presencia y la actividad de las tropas lusitanas. Es-tas tropas podrían ser de mercenarios al servicio de las monarquíasturdetanas, pero ello no excluye una presión demográfica de este pue-blo sobre territorios más meridionales.

Como foco de la expansión lusitana hay que ver, no tanto las sie-rras de Gata y de la Estrella, cuya pobreza natural no debía de soste-ner una población demasiado grande, sino la fértil llanura del valleinferior del río Tajo, es decir, la Extremadura portuguesa. Esta zonaparece haber sido uno de los núcleos peninsulares más antiguos delcultivo de plantas, y un foco de expansión demográfica, avivada talvez por los intercambios con el Oriente mediterráneo, llegadas a travésdel comercio atlántico. El Tajo constituyó también una importante víade comunicación entre ese mundo atlántico, el mundo mediterráneoy la Meseta, como indican las excavaciones en el castro de Villavie-ja (Alcántara), que revelan un horizonte cultural muy semejante al delos castros de la comarca de Castelo Branco. Todo el poblamiento deesta zona se caracteriza por los castros, situados en lugares fácilmen-te defendibles o rodeados de grandes defensas, de un tipo similar alos que encontramos en los castros de la Meseta Central. El rito fu-nerario es el de la incineración, estudiado principalmente en las ne-

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crópolis del Bajo Alentejo. El elevado número de poblados, fechadosa partir del siglo IV a.C., parece confirmar arqueológicamente el pro-ceso de expansión de los lusitanos que las fuentes literarias reflejan apartir del siglo II a.C.

Plinio (N.H. IV,35,113) confirma en líneas generales los datos deEstrabón: Lusitania, dice, comienza a partir del río Duero, y cita, denorte a sur, a los túrdulos viejos o antiguos, los palsuros, el río Vagia,que debe ser el Vouga, y los oppida de Talabrica, Aeminium (Coim-bra), con el río de su mismo nombre, Conimbriga, cuyas ruinas estána pocos kilómetros de la Coimbra actual, Collipo (¿Leiría?) y Eburo-brittium, siguiendo el cabo o promontorio llamado Olisiponense porla ciudad de Olisipo (Lisboa). Ptolomeo (II,5,6), por su parte, atribu-ye a los lusitanos treinta ciudades, muchas ellas sin identificación ac-tual. Otras son las mencionadas por Plinio: Olisipo, Aiminion y Tala-brica. Finalmente, en el interior, menciona algunas que podemosidentificar, como Scalabis (Santarem), Caurion (Coria, en la provin-cia de Cáceres), Norba Cesarea (Norba Caesarina, Cáceres capital),Augusta Emerita (Mérida) o Caicilia Metellina (Metellinum, Mede-llín), entre otras. La identificación de estos topónimos nos permiteconcluir que los lusitanos ocupaban la franja occidental de la Penín-sula comprendida entre los ríos Duero y Tajo, extendiéndose hacia elinterior hasta la frontera portuguesa actual y ocupando, además, lamitad occidental de las provincias españolas de Cáceres y Badajoz,donde alcanzaban el Guadiana, perteneciéndoles en esta zona las ciu-dades de Coria, Cáceres, Medellín y Mérida, ambas a orillas de esterío. Estos territorios son los de los lusitanos de época imperial roma-na pero, como hemos visto anteriormente, la idea de Lusitania y laextensión geográfica asignada a los lusitanos experimentó cambiosmuy importantes con anterioridad a la época de Augusto.

Los vettones. La denominada «cultura de los verracos»

Según los geógrafos antiguos, los vettones estaban establecidos aleste de los lusitanos, ocupando las provincias españolas actuales deSalamanca y de Ávila y la mitad oriental de las de Cáceres y Bada-joz, hasta el curso del río Guadiana. Sobre estos territorios se desa-rrolla, durante la segunda Edad del Hierro, una de las culturas pre-rromanas con mayor personalidad propia, la denominada «cultura delos verracos», por las esculturas zoomorfas en piedra que parecen serun rasgo característico de este pueblo. Estas esculturas, conocidas po-pularmente como «verracos», «toros», «toricos», «mulas», etc., sonimágenes de toros, cerdos y jabalíes de tamaño muy variable (desdelos grandes ejemplares de los toros de Guisando hasta los pequeños

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de Martiherrero, por ejemplo) y de apariencia muy esquemática que,sin embargo, permiten reconocer los principales rasgos anatómicosdel animal: rabo, genitales, cresta de cerdas, colmillos y hocico en elcaso de cerdos y jabalíes, papada y orificios para engastar los cuer-nos en el caso de los toros. Sobre su significado, sea religioso, seaeconómico, sea funerario, se ha discutido mucho sin que en la actua-lidad haya unanimidad entre los historiadores. Más adelante nos re-feriremos a él. Otros rasgos definidores arqueológicamente de losvettones son el poblamiento en castros, algunos de los cuales, comolos abulenses de Ulaca, El Raso de Candeleda o Chamartín de la Sie-rra, o los salmantinos de Saldeana, Las Merchanas o Yecla de Yeltes,presentan unas defensas impresionantes, y el ajuar material (útiles demetal, cerámicas, etc.) propio de la denominada cultura de Cogotas II,que es la cultura característica de los territorios occidentales de laMeseta durante la segunda Edad del Hierro.

Hacia mediados del siglo V a.C. asistimos en la Meseta norte alinicio de la segunda Edad del Hierro. Esta nueva etapa se caracterizapor la generalización del uso del nuevo metal, que ahora es cuando sevuelve realmente frecuente, por las cerámicas a torno y por la crea-ción de nuevos núcleos de población, que responden a la tipología delcastro, o por la revitalización de otros ya existentes. La nueva tecno-logía del hierro probablemente permitió fabricar útiles de labranzamás eficaces que aumentaron la superficie agraria, mejorando la ali-mentación y, con ello, provocando lo que parece un crecimiento de-mográfico, responsable de la multiplicidad de castros que aparecenen estos momentos o del engrandecimiento de otros ya existentes. Esprobable también que el interés por acercarse a los pequeños yaci-mientos de hierro, existentes en todo el borde montañoso de la Me-seta, haya condicionado el establecimiento de muchos castros. Así,los afloramientos de hierro en Sierra Merina y Arroyo de la Higuerapodrían explicar la existencia de los castros abulenses de Las Cogo-tas y La Mesa de Miranda, y los de Saelices, El Cabaco, Bermellar yCiudad Rodrigo, además de afloramientos locales de estaño en lazona de Las Arribes, la concentración de castros en el oeste de la pro-vincia de Salamanca. Es en esta época cuando se constituye la cultu-ra material de los vettones que aparecen mencionados en los textosreferentes a las campañas de Aníbal y a la conquista romana, que estácaracterizada por el poblamiento en castros y la existencia de las es-culturas zoomorfas llamadas verracos. Ahora bien, si el poblamientocastreño puede considerarse una tradición de la cultura de Cogotas I,de época anterior, en última instancia de origen indoeuropeo o cen-troeuropeo, las esculturas de verracos parecen tener su origen en laestatuaria ibérica del mediodía y levante peninsular y, en definitiva,en tradiciones mediterráneas. La personalidad cultural de los vetto-

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nes, por más que estos rasgos no sean estricta y exclusivamente pri-vativos de ellos, aparece por consiguiente como el resultado de lamezcla de influencias continentales (célticas) y mediterráneas (orien-talizantes), que es lo que les da la fisonomía que los distingue de losrestantes pueblos de la Meseta Central.

De los textos antiguos se desprende, en una primera lectura, quelos vettones eran un pueblo que ocupaba un espacio mayor o menor aambos lados del Tajo, que constituía el eje de su territorio (Plin. N.H.3,19; 4,113: circa Tagum vettones; Str. III,3,1; 3,3)). Por el mismo Pli-nio sabemos también que por el norte llegaban hasta el Duero, que se-paraba arévacos de vacceos y astures de vettones (N.H. 4,112); y estemismo hecho lo confirma también Estrabón (III,3,2 y 4,12), quien diceque en algún lugar vettones y arévacos eran vecinos. Por otra parte, elmismo Estrabón (III,1,6) dice que los vettones se extendían hasta lasproximidades del Guadiana. Dentro de estas referencias generales ha-brá que situar pues la lista de ciudades vettonas que, en el siglo II, pro-porciona Ptolomeo (II,5,9) en su Geografía. Estas ciudades, algunasde ellas identificables, pero otras no, son las siguientes: Lancia Oppi-dana, Cottaiobriga, Salmantica (Salamanca), Augustobriga (Talaverala Vieja), Ocelon, Capara (Ventas de Cáparra), Manliana, Laconi-murgi (Lacimurga, en el cerro de Cogolludo, entre Navalvillar de Pelay Puebla de Alcocer), Deóbriga, Obila (¿Ávila?) y Lama. De la enu-

Esculturas zoomorfas de granito conocidas como los Toros de Guisando.

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meración de Ptolomeo, combinada con los datos arqueológicos, prin-cipalmente la distribución de las cerámicas a peine y las esculturas deverracos, podemos deducir que los vettones ocupaban las provinciasde Salamanca y de Ávila, la mitad oriental de Cáceres, que penetraronen el occidente de Toledo, y en una parte del nordeste de de Badajoz,alcanzaron el Guadiana en torno a Navalvillar de Pela, en cuyo térmi-no podemos situar la ciudad de Lacimurga.

Esta delimitación corresponde, en sus rasgos generales, con el te-rritorio asignado a los vettones por Estrabón y por Plinio. Según Es-trabón, el Tajo y el Guadiana cruzaban su territorio, en cuya «Meso-potamia», como él mismo dice, habitaban lusitanos y célticos y, enlas zonas altas, carpetanos, oretanos y muchos vettones. Al norte delos mismos corría el Duero, que los separaba de los vacceos. Limita-ban los vettones, por lo tanto, con los vacceos al norte, al este con loscarpetanos y, en una estrecha faja, posiblemente con los celtíberosarévacos según se desprende de Estrabón y Plinio, al sur con los ore-tanos y los célticos, y al oeste con túrdulos y lusitanos. Por lo quepuede apreciarse era un pueblo que habitaba preferentemente las al-turas montañosas y zonas escarpadas y en este sentido, quizá, debeinterpretarse el pasaje de Estrabón en su Geografía (III,1,6). Plinio,que escribe en fecha algo posterior, confirma en lo esencial la ubica-ción y la sucesión de pueblos proporcionada por Estrabón.

Los célticos y las poblaciones del sur de Portugal

En el extremo sudoccidental de la península Ibérica las fuentes li-terarias mencionan dos pueblos: los conios, establecidos en el Algar-be, y los célticos, que se extendían también hacia la provincia espa-ñola de Badajoz. Los conios son mencionados por Apiano (Iber. 57)al narrar la sublevación de los lusitanos en el año 155 a.C. Dice quetambién los lusitanos que vivían al sur del Tajo se levantaron contralos romanos y que, a las órdenes de Cauceno, atacaron a los cuneos,súbditos de Roma y tomaron su principal ciudad, Conistorgis. En ge-neral se admite que estos conios son los mismos cynetes o cinetas quemenciona la Ora Maritima de Avieno (vv. 200-201) y a los que alu-den también Herodoto y Herodoro, que los llaman cynetas o cynesios.Como podemos ver, aparecen mencionados sobre todo en fuentesmuy antiguas. En fuentes más recientes, como en Estrabón (III,2,2),su capital Conistorgis se atribuye a los célticos. Ni Plinio ni Ptolomeolos mencionan.

Los célticos, por el contrario, aparecen mencionados en fuentes deépoca tardorrepublicana e imperial. El nombre de este pueblo no pre-cisa explicación. Plinio (N.H. III,3,13-14) dice que los célticos pro-

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cedían de una emigración de los celtíberos y que venían de Lusitania,lo cual podía observarse por sus ritos, su lengua y los nombres de suspoblaciones, que en la Bética se distinguían por los sobrenombres: aSeria se la llamaba Fama Julia; a Nertobriga, Concordia Julia; a Se-gida, Restituta Julia; a Ugultunia, Contributa Julia; y a Lacimurga,Constancia Julia. Esta relación entre los célticos y los celtíberos secomprueba también por la estrecha semejanza entre las monedas deSecaisa, Segeda, en Celtiberia, y las de la ceca de Tamusia, que du-rante mucho tiempo se intentó localizar en territorio celtibérico hastaque pudo identificarse con las ruinas del castro de Villasviejas de Ta-muja, en la provincia de Cáceres. Como hemos visto, en la enumera-ción de Plinio se menciona una Segida entre los célticos que es evi-dentemente el mismo nombre que Segeda.

Es difícil situar la fecha de la emigración de estas gentes desde Cel-tiberia hasta el sudoeste de la Península. Las monedas de Tamusia pare-cen haber servido sobre todo para abastecer a una población que explo-taba las minas del entorno en la primera mitad del siglo I a.C.; ello,unido al hecho de que los nombres de las ciudades de los célticos se dis-tinguían de sus homónimos celtibéricos por sus cognomina en latín abo-ga, en nuestra opinión, más bien por una fecha reciente, ya bajo el do-minio romano. Ello no quiere decir que ese establecimiento definitivono fuese la culminación de un proceso o flujo de emigración más anti-guo. Posiblemente los célticos fuesen atraídos hacia esta región por lariqueza minera y ganadera de la misma, que Estrabón y otras fuentes po-nen de relieve. Los célticos parecen haber sido buenos mineros y gana-deros y estas mismas actividades eran fundamentales en la economía deCeltiberia.

Los célticos habitaban en la Beturia, la región comprendida entrelos ríos Guadiana y Guadalquivir y que parece tomar su nombre delrío Betis. La delimitación de la Beturia, ocupada también por los túr-dulos, al este de los célticos, constituye un problema espinoso dada ladisparidad de ubicaciones de las ciudades que les atribuyen las fuen-tes antiguas. L. Berrocal Granjel ha podido delimitar el corazón delterritorio céltico en torno a la cuenca del Ardila, afluente del Guadia-na por la izquierda. En este territorio, situado al sur de la provincia deBadajoz y el norte de la de Huelva, se sitúan las ciudades de Nerto-briga (Fregenal de la Sierra), Segida (Burguillos del Cerro), Ugultu-nia (Medina de las Torres) y Curiga (Monesterio). Seria se ha identi-ficado, aunque sin seguridad, con Jerez de los Caballeros; Lacimurgaestá en el Cerro de Cogolludo, en Navalvillar de Pela; los SiarensesFortunales y los Calenses Aenatici deben situarse en las cercanías delrío Cala, aunque no se puede precisar su posición. El problema seplantea porque Plinio, a continuación, atribuye también a los célticosotras ciudades que están muy lejos de esta zona, en las provincias de

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Cádiz y de Málaga, lo que haría que su territorio se superpusiera alde los turdetanos. Entre éstas, cita Acinipo (Ronda la Vieja) Arunda(¿Ronda?) o Salpensa (en Cádiz).

La mayor parte de los asentamientos célticos son poblados forti-ficados de pequeña extensión que no sobrepasan las 5 ha. Ello con-firma las afirmaciones de Estrabón (III,2,15) cuando, comparando alos célticos con los turdetanos, decía que aquellos estaban menos ci-vilizados porque generalmente no vivían en ciudades, sino en aldeas.Uno de estos castros célticos, el Castrejón de Capote, ha deparadouna estructura cuadrada, abierta por uno de sus lados a la calle prin-cipal del poblado, en torno a la cual había un banco corrido y encuyo centro había una mesa-hogar en la que se quemaron numerosasvíctimas y donde se recogieron también muchísimas cerámicas deservicio de mesa. Este conjunto ha sido interpretado como una espe-cie de altar.

PREDOMINIO DE LA ECONOMÍA PASTORIL

Estrabón indica que la región comprendida entre el Tajo y el paísde los ártabros era naturalmente rica en frutos y en ganado, en oro,plata y muchos metales. Las fuentes principales de subsistencia de lospueblos del occidente peninsular eran, por lo que podemos deducirtanto de las fuentes literarias como de las arqueológicas, la ganaderíay, de manera complementaria, la agricultura; en su territorio se halla-ban también metales: oro y estaño principalmente, éste último abun-daba en el margen occidental de la Meseta. Plinio señala la presenciade estaño en Lusitania y Gallecia. En cuanto al oro, unas cuarenta ci-tas de autores clásicos, según Roldán, se refieren al que arrastraba elTajo. Como se ha indicado anteriormente, la riqueza metalífera de laPenínsula fue uno de los incentivos de la conquista romana.

Además de las especies señaladas, el caballo debía constituir otroelemento importante de la economía y la vida de estos pueblos, espe-cialmente de lustianos y vettones. Esta suposición descansa sobretodo en tres tipos de datos: la fama de buenos jinetes de la que goza-ron los vettones en la Antigüedad, los mitos elaborados en torno a lasyeguas de la región del Tajo y los testimonios arqueológicos. Res-pecto a lo primero tenemos la existencia, atestiguada epigráficamen-te, de un ala auxiliar de caballería compuesta por vettones que prestósus servicios en Britannia a lo largo del Imperio, el Ala HispanorumVettonum civium romanorum, así como la existencia, atestiguada epi-gráficamente de alas y cohortes de caballería formadas por lustianos.Respecto al segundo punto, la excelencia de las yeguas de la cuencainferior del Tajo, se halla atestiguada por diversas versiones de un

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mito que hallamos en Silio Itálico, Justino y Columela entre otros au-tores. Estos autores alaban la velocidad y excelencia de las yeguas dela región del Tajo, de las que dicen que son concebidas mediante lafecundación del viento Céfiro, el viento del oeste. Este mito de las ye-guas fecundadas por el viento servía para explicar poéticamente surapidez y velocidad; en cuanto a la creencia de que estas yeguas vivíansiete o tres años, se trata probablemente de un tópico literario que de-riva de un pasaje de las Geórgicas de Virgilio donde se dice lo mismode las abejas.

Representaciones ecuestres de vettones tenemos en un fragmentode cerámica a torno procedente de Las Cogotas, donde hay pintadosdos jinetes, en el jinete de Torrejoncillo, actualmente en el Museo deCáceres, en varios grabados del castro salmantino de Yecla de Yeltes,etc. Por otra parte, distintos bronces votivos hallados en territorio lu-sitano pueden ponerse en relación con la ganadería predominante eneste territorio. En un puñal del Instituto de Valencia de don Juan semuestran las figurillas de un toro, un carnero, un animal no identifi-cado, una cerda con un lechón, una cabra, una oveja y un cerdo. Na-turalmente, tratándose de un objeto votivo o sacrificial, es de esperarla presencia de animales y no puede verse en este objeto una signifi-cación económica especial. Representaciones de cabritas de bronceson relativamente frecuentes en el área portuguesa, destaca en estesentido un carrito de Guimarães, con una cabra sacrificial sobre el ca-rrito, del que tiran dos parejas de bueyes. La inscripción lusitana deCabeço das Fráguas menciona, por su parte, dos veces la oveja (oi-lam) como ofrenda a una divinidad, y una vez el cerdo (porcom) y eltoro o el buey (taurom).

La caza y la pesca constituirían actividades económicas comple-mentarias que, según en qué casos, podían tener cierta importancia.El bosque, mucho más extendido en la Antigüedad que en nuestrosdías, debía de dar cobertura a un gran número de especies de caza ma-yor y menor, hasta el punto de decir Polibio (Ateneo, Deipnos. 330)que la caza la regalaban en Lusitania a quien compraba algo. Polibioy Estrabón (III,3,1), por su parte, atestiguan también la abundancia depesca en los ríos, especialmente en el Tajo, y en las aguas costeras.Se han encontrado anzuelos y pesas de red en distintos yacimientos,como en el castro de Chivanes (Setúbal) y en Alcaçer do Sal. La pre-sencia fenopúnica en el litoral occidental portugués, documentada enfactorías como la de Abul, muestra el interés púnico no sólo por el co-mercio de los metales y los orientalia, sino también por la explota-ción de los bancos pesqueros y las industrias de salazones desarrolla-das a partir de los productos de la pesca.

Estas actividades económicas se complementaban además con laagricultura, principalmente de cereal, en relación con la cual hemos de

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poner los molinos circulares y los útiles de labor encontrados en loscastros y que atestiguan los depósitos de trigo carbonizado hallados envarias casas del castro de Las Cogotas y en Sanchorreja. Maluquer, porsu parte, supone que la bellota y la castaña debieron de jugar un papelimportante en la alimentación de los pueblos de la Meseta occidental,según se desprende de Estrabón (II 3, 7), quien señala la importanciade esta especie en la alimentación de todos los pueblos de la montaña.Ganadería y agricultura debieron hallarse en manos de los hombres,mientras que la recolección de frutos silvestres y las actividades arte-sanales debieron de ser actividades predominantemente femeninas.

Entre los lusitanos, que habitaban territorios más fértiles y de cli-ma más templado, la agricultura tenía mayor importancia que entrelos vettones. Los cultivos principales eran los de trigo, cebada y mijo,de los que se han hallado depósitos carbonizados en Fuente de Can-tos y en Cárcoda; había también cultivos de huerta, como las habas,de las que se han hallado restos, junto con el trigo, en Veiros. Estra-bón (III,3,1) menciona, además, el cultivo de olivos y vides; y enIII,2,6 el cultivo del lino.

A estas bases económicas, fundamentalmente agrarias, hay que aña-dir otra serie de actividades artesanales que si, tal vez, no fueron objetode una producción cuantitativamente muy importante –lo que por la na-turaleza de nuestras fuentes nos es imposible evaluar–, sí que debieronde revestir una importancia cualitativa notable en el conjunto de la eco-nomía y de la sociedad vettonas. Aparte del hilado y el tejido, del que nosquedan testimonios en formas de husos de cerámica y pesas de telar quese encuentran un poco por todos los castros excavados, la actividad arte-sanal más importante debió de ser la metalurgia, como lo demuestran lacalidad y la cantidad de las armas halladas en las necrópolis de la regiónvettona. En este sentido son ejemplares muy valiosos las espadas con tra-bajos de nielado y damasquinados en plata y oro y los broches de cintu-rón de bronce con damasquinados de plata hallados en las necrópolis deLa Osera o Las Cogotas. Por lo general, además, las necrópolis excava-das han dado un abundante y variado repertorio de armas de hierro: pu-ñales, espadas, falcatas, puntas de lanza, soliferrea, etc. Este panoramaarqueológico nos aparece muy semejante al del sector oriental de la Me-seta en el que los celtíberos destacan, también, como grandes metalúrgi-cos. Pero a deferencia de este sector, donde la conquista romana impul-só la creación de centros urbanos especializados en la metalurgia comoBilbilis, Turiaso o Platea, en el caso de los vettones la producción meta-lúrgica no parece haber superado nunca la estructura de pequeños talle-res, de fundiciones locales o incluso de artesanos ambulantes, que abas-tecían al poblado y la comarca circundante.

En el ámbito lusitano existen igualmente muestras muy importan-tes del nivel alcanzado por la metalurgia. Debemos citar las espadas

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de antenas atrofiadas de la necrópolis de Alcaçer do Sal, decoradascon nielados, y las joyas (recipientes, torques, aros, placas, etc.) deCastelo Branco, Monsanto de Beira, Estremoz, Orellana o Segura deLeón; las joyas de la colección Calzadilla, los aros de oro de Zafra,etc. Estas joyas conocidas arqueológicamente han sido relacionadascon las vajillas de oro y de plata de Astolpas, el suegro de Viriato, quemenciona Diodoro (33,71). Al lado de esta producción de lujo habríaque considerar también toda la de útiles de bronce y de hierro de la-branza y de uso doméstico que, por su continuo uso y desgaste, hu-bieron de ser objeto de una fabricación más frecuente.

La importancia de la minería entre las poblaciones del occidentede la Península es algo cada vez más valorado. Los sistemas de fallasdel borde occidental de la Meseta abundan en filones mineros explo-tados en la Antigüedad. Además de ello, Lusitania estaba atravesadapor dos rutas de comercialización de los metales, en la cual partici-parían con seguridad las distintas comunidades y sobre todo las aris-tocracias locales. Una de ellas era la ruta que, ya desde la Prehistoria,procedía desde las islas Británicas y Finisterre y, bordeando la costalusitana, se dirigía hacia el estrecho de Gibraltar, donde entraba encontacto con los circuitos comerciales de fenicios y griegos. Otra erala ruta terrestre que desde Galicia, salvando los puertos de las cordi-lleras, se dirigía paralelamente hacia los territorios del sudoeste. Ha-cia esta vía saldrían las producciones mineras de la cuenca del Tajo,de Badajoz y del extremo occidental de Sierra Morena. Estrabón(III,2,3) cita la existencia de montes metalíferos entre el Tajo y elGuadiana, en la Beturia, y ya hemos visto anteriormente cómo tantoel Tajo como otros ríos de la fachada atlántica arrastraban arenas au-ríferas, al decir de los autores clásicos. En Medubriga, en la regióndel río Meda, se extraía plomo, según Plinio, y en Aljustrel, Safara yMourão había igualmente explotaciones mineras de plata que des-pués, en época romana, alcanzaron una gran importancia. En estaszonas la explotación minera parece, además, haber dado origen a for-mas peculiares de hábitat.

Durante la segunda Edad del Hierro, durante la cual el incremen-to del número de castros muestra un aumento demográfico, pareceevidente que las expectativas mineras han influido sobre la elección dedeterminados emplazamientos y, sobre todo, en la concentración de castros en determinadas comarcas. Donde este fenómeno es másevidente es el oeste del territorio salmantino, en torno a los cursos delos ríos Huebra, Yeltes, Uces, Camaces y Águeda, donde se ubica unelevado número de castros; igualmente en el sur de la provincia deÁvila, en ambas vertientes de la Sierra de Gredos, y en la de Cáceres,en las inmediaciones de las sierras extremeñas de Montánchez y Gua-dalupe y en el valle del Tamuja. En todas estas zonas, sistemas de fa-

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llas y fracturas de la estructura del terreno proporcionan afloramien-tos mineros que pueden haber sido explotados en la Antigüedad, aun-que las pruebas de su explotación antigua todavía son escasas. En lacomarca de las Arribes del Duero, además de wolframio y uranio,aparecen filones de estaño que pudieron ser explotados en la Anti-güedad; en el centro de la provincia de Salamanca hay afloramientosde estaño también en los Montalvos, San Pedro de Rozados, Golpe-jas y Saelices el Chico. En la penillanura extremeña hay minas deplata y de cobre en las zonas lindantes con Botija, Plasenzuela y Al-deacentenera, precisamente donde se ubican dos castros vettones bienconocidos: Villasviejas del Tamuja y La Coraja. En la zona occiden-tal de los Montes de Toledo y la comarca de La Jara se documentanyacimientos, especialmente de oro, en La Nava de Ricomalillo, cercade Talavera de la Reina, donde se atestigua una ocupación romana.En la zona meridional de Ávila hay depósitos de hierro en las sierrasde la Merina y Arroyo de la Higuera, próximos a los castros de LasCogotas y la Mesa de Miranda, y en la Dehesa de Postoloboso, entreEl Raso y Candeleda, donde se ubica otro importantísimo castro vettón.Además del hierro, el cobre y el estaño, la minería del oro debió detener relativa importancia, aunque no fuera comparable a la que ob-tuvieron los yacimientos auríferos del noroeste peninsular. A las tópi-cas citas de las aguas auríferas del Tajo, ya mencionadas anterior-mente, hay que añadir la constancia arqueológica de explotacionesmineras de oro en la época romana en El Cabaco (Salamanca) y Navade Ricomalillo (Toledo) que pueden, sin embargo, haber sido tambiénexplotadas en época anterior.

Hay que suponer que, con anterioridad a la conquista romana, lasactividades comerciales se hallarían muy limitadas por la inexistenciade vías y de medios de comunicación eficaces. Las mismas caracte-rísticas de la economía, orientada en sus principales aspectos, como lametalurgia, fundamentalmente al autoabastecimiento de pequeñas co-munidades, no constituían ningún estímulo al comercio; la cerámica,el hilado, etc. eran, por otra parte, actividades que se desarrollaban tam-bién en la esfera doméstica.

Podemos suponer que a lo largo de la futura Vía de la Plata se pro-ducían ya intercambios en la época prerromana y que, igualmente,desde época tartésica la costa atlántica comerciaba con Andalucía.Los hallazgos de ánforas y monedas griegas datables a partir del si-glo IV a.C. son fecuentes en los yacimientos costeros. Este comerciopenetraría hacia el interior a partir de los esturios de los ríos como elTajo o el Sado, como hacen suponer los vasos griegos de Salacia (Al-caçer do Sal). Igualmente, el Guadiana constituiría una ruta tanto deacceso como de salida del comercio entre Lusitania y el mundo me-diterráneo. Las cerámicas a torno pintadas del territorio céltico (Bajo

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Alentejo y Algarbe), que se inspiran en los estilos ibéricos de los si-glos IV-I a.C., son una muestra de estos intercambios e influencias.

Más hacia el interior, el santuario-palacio de Cancho Roano pare-ce haber desempeñado un papel primordial en el comercio griego conel interior del occidente peninsular durante los siglos VI-IV a.C. Lascerámicas griegas de La Bienvenida-Sisapo constituyen igualmenteun testimonio de este comercio. Tres placas de oro, de un tesoro des-cubierto en Segura de León, muestran una combinación de motivosgeométricos con rosetas y prótomos de animales, en una amalgamade motivos mediterráneos y meseteños.

A estos ejes de dirección N-S habría que añadir los ejes transversa-les de los cursos fluviales, ya mencionados anteriormente, algunos delos cuales como hemos visto eran navegables en un cierto trecho, y tam-bién algunos caminos naturales como el que bordeaba Sierra Morenapor el norte, poniendo en comunicación la Beturia con Levante.

No obstante, a través del arte y de las manifestaciones culturales dela región, sí podemos detectar unos intercambios con otras zonas de laPenínsula, especialmente con el sur y el Levante, como parecen indi-carlo las placas de bronce recubiertas con una lámina de plata en lasque se representa un ave acuática atacada por un águila halladas en lanecrópolis de La Osera, idénticas según Blázquez a otras de Verdolay(Murcia), así como se apuntan influencias del mundo clásico, espe-cialmente de los vasos griegos, en la decoración de los broches de cin-turón en bronce también de la necrópolis de La Osera. Un ejemplomás de estos intercambios lo constituyen los bronces hallados en elCerro del Berrueco (Salamanca), que constituyen tres representacio-nes de la diosa Anat-Astarté, con abundantes paralelos en el mundomediterráneo, y que parecen ser una versión indígena de la misma, fe-chada en los siglos VII-VI a. C. Estos objetos, en los que cabría incluirlas cerámicas campanienses aparecidas en el centro de la Meseta, hanllegado a estos lugares como consecuencia de un intercambio quedebe de haber asumido las más variadas formas (don, contradón, true-que, etc...) y que sólo en algunos casos se podría calificar de comercioen el sentido económico más completo del término.

Existirían por consiguiente unos intercambios que adoptarían,probablemente, las formas de don y contradón entre las aristocraciaslocales, que serían quienes controlarían el comercio de los metales.Estas aristocracias traficarían con los metales en bruto: el estaño y eloro procedentes de Galicia, pero también el estaño, el oro y el cobrelocales, a cambio de importaciones más o menos sunturias de las quelos vasos griegos, los bronces y los marfiles de inspiración orientali-zante anteriormente aludidos serían solamente una mínima muestrade los productos que efectivamente circularon. A estos productos, tra-dicionalmente citados en la bibliografía, habría que añadir otros pe-

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recederos que no han dejado huella en el registro arqueológico, comola sal, los curtidos, las frutas y el cereal. En la transición del BronceFinal a la primera Edad del Hierro observamos en el sur de la Vetto-nia, o en lugares próximos a ella, la aparición de centros de poder yde comercio que atestiguan la fuerte influencia meridional, durante laprimera mitad del primer milenio, sobre estos territorios. Buenamuestra de ello son los yacimientos de Cancho Roano, con la pre-sencia importantísima de productos de importación colonial, griegosy fenicios, y la necrópolis de Medellín, donde se atestigua incluso laescritura tartésica. En este momento, no se trataría tanto de un co-mercio en la plena acepción del término, sino de intercambios deprestigio entre las aristocracias de la zona; pero, aunque es innegableeste carácter de prestigio, no pueden negarse tampoco las repercusio-nes económicas de estos contactos.

La crisis generalizada que sigue a la caída del mundo tartésico semanifiesta en el occidente de la Meseta por una aparente disminuciónde las influencias meridionales y mediterráneas y por la intensificaciónde las influencias transpirenaicas y centroeuropeas que son responsa-bles, en última instancia, de la configuración de los pueblos prerroma-nos históricos durante la segunda Edad del Hierro. No es probable, sinembargo, que cesaran los intercambios con el sur de la Península. Du-rante la etapa de extensión del dominio cartaginés en la Península, apartir del siglo V a.C., es probable que el tráfico de esclavos hacia laszonas del sur haya tenido cada vez más importancia. La expedición deAníbal en el año 220 a.C. contra los carpetanos, vettones y vacceos, encuyo transcurso atacó Helmantiké y Arbucala, es la primera manifesta-ción histórica de una tendencia que debía de datar de hacía tiempo. Elobjetivo de la expedición anibálica era, además de preventivo, reunirriquezas, mercenarios y productos de primera necesidad antes del ata-que a Italia.

La conquista romana vino a significar para las poblaciones de Lu-sitania el tránsito a una economía monetaria en el seno de un marcourbano. Durante el periodo de las guerras de conquista, acompañadaspor su secuela de matanzas, deportaciones, etc., evidentemente no sedieron las condiciones para un desarrollo económico, pero a partir decomienzos del siglo I a.C. comienzan a percibirse síntomas de recu-peración económica y de articulación de un mercado más amplio queel antiguo mercado local o comarcal, al amparo de las comunicacio-nes y la seguridad que ofrece la pax romana. En este momento se ob-serva la comercialización en la Meseta occidental de las denomina-das cerámicas celtibéricas polícromas y de las cerámicas indígenasestampilladas, cuyos talleres de producción se sitúan en el alto y me-dio valle del Duero. Paralelamente a este fenómeno, se produce tam-bién la circulación de moneda romana o de moneda indígena que imi-

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ta a la romana. De comienzos del siglo I a.C., probablemente de laépoca sertoriana, es un tesorillo de denarios hallado en Salamanca, delos que se conservan 31, distribuidos de la siguiente manera: 16 deSecobirices, 8 de Turiasu, 4 de Arecorata, 2 de Arsaos y 1 de Bols-can. En él se constata la presencia masiva de cecas de la Celtiberiaciterior, que en este momento experimentan un notable auge econó-mico y que eran, además, parte del núcleo de poder sertoriano en laPenínsula. Es muy difícil, no obstante, precisar las direcciones del co-mercio vettón ya que la presencia de estas monedas en esta zona du-rante un periodo de guerras puede deberse a causas totalmente extra-económicas.

Otra dificultad añadida, para conocer el desarrollo de la economíamonetaria, es que hasta hace pocos años no conocíamos la existenciade ninguna ceca en la Meseta occidental. Ciertamente, frente a laabundancia de cecas bien identificadas en Celtiberia, Lusitania pre-senta una cantidad mucho menor. Un fenómeno semejante sucedecon las ciudades mencionadas en los textos referentes a las guerras deconquista: mientras que estos textos mencionan numerosas ciudadesen Celtiberia y el territorio vacceo, gran parte de las cuales puedeidentificarse en la actualidad, las ciudades lusitanas mencionadas du-rante este periodo son muy pocas y, excepto Salmantica, no puedenapenas identificarse. Lusitania meridional está bien representada porlas cecas de Beuippum/Salacia y Myrtilis, que acuñan en el siglo I

a.C. En esta zona, Dipo puede haber sido la ceca más septentrional,cerca de la orilla sur del Tajo. Recientemente, la identificación de laceca de Tamusia con el poblado vettón de Villasviejas de Tamuja, cer-ca de Botija, ha cambiado nuestra comprensión del problema. Lasmonedas de Tamusia junto con las cerámicas campanienses, objetos debronce de origen romano, etc., testimonian la fuerte romanización de este castro vettón durante la época de las guerras sertorianas y lasdécadas siguientes, hasta el 45 a.C. en que la fundación de Norba Cae-sarina debió de promover el traslado de la población y su anexión porla colonia. Las propias defensas del castro testimonian, según su ex-cavadora, antes la influencia romana que la tradición indígena. Másrecientemente, M. P. García y Bellido y C. Blázquez, al observar lasanalogías entre las monedas de Tamusia y de Secaisa y el entorno mi-nero en el que se inscribe el castro de Villasviejas, han puesto en rela-ción todo este conjunto de factores con el texto de Plinio que mencio-na una migración de celtíberos a tierras de la Ulterior. Según estasautoras, las monedas de Tamusia atestiguarían el establecimiento deceltíberos, ya bajo el dominio romano, para la explotación de minas enLusitania. La finalidad de estas acuñaciones no sería pues militar, sinola de pagar a los individuos que trabajaban en las minas y que debíande ser parte de la aglomeración urbana de Botija.

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La moneda, de todas maneras, seguiría siendo escasa hasta la ins-tauración del Imperio, a finales del siglo I a.C., y la anexión de los te-rritorios galaicos, astures y cántabros y, en relación con ello, la cons-trucción del iter ab Emerita Asturicam, o Vía de la Plata. En relacióncon la debilidad de la economía monetaria en esta zona tenemos untexto de Polibio que, a mediados del siglo II a. C., señala la gran ba-ratura de los cereales y el ganado en Lusitania. Aunque la noticia dePolibio es aplicable en concreto sólo a la Lusitania meridional, nosindica que incluso en esta región, limítrofe con las zonas económica-mente más desarrolladas de la Península, la moneda era bastante es-casa, lo que debía de tener como consecuencia su revalorización fren-te a los productos por los que se intercambiaba, y por extensión nospermite establecer este mismo estado de cosas en regiones más aleja-das de los circuitos monetarios.

LA SOCIEDAD

La sociedad de los pueblos del occidente de la Península, como lasrestantes sociedades del área indoeuropea y aun ibérica, con excepcióntal vez de los enclaves coloniales de los griegos y fenicios, era una so-ciedad aristocrática, en el sentido de que el poder político, social y lamayor parte de la riqueza se acumulaban en manos de un grupo más omenos reducido de la comunidad. Estas aristocracias evidencian su sta-tus social sobre todo a través de la posesión de una panoplia completade guerrero. Estrabón (III,3,6) señala que sólo una minoría de los lusi-tanos, precisamente quienes tenían la riqueza suficiente para costearlo,llevaba el armamento completo: «(los lusitanos) usan una pequeña ro-dela que tiene un diámetro de dos pies y es cóncava por delante, y semaneja por correas, no teniendo ni abrazadera ni asas. Además llevanpuñal o sable. La mayor parte tienen corazas de lino, y sólo unos pocoscorazas de malla y un casco con tres penachos, mientras los demás usancascos de nervios. Los infantes usan también grebas y cada uno llevavarias jabalinas». Otros signos de status social de esta clase serían tam-bién la posesión de yeguadas más o menos grandes y, por supuesto, laexhibición de joyas como torques o brazaletes de oro. Es posible, tam-bién, que los más poderosos reuniesen en torno a ellos a grupos declientes, ambacti, devoti o soldurii.

La sociedad occidental, de la época de las guerras de conquistaaparece dividida en dos clases bien diferenciadas: una aristocraciamilitar que proporciona los jefes en las guerras y la masa del puebloque constituye el conjunto de los combatientes. Además de estos dosgrupos, durante el asedio de Aníbal a Salamanca, se menciona tam-bién la existencia de siervos o de esclavos, pero este dato es poco se-

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guro. No sabemos en qué medida estaría desarrollada la esclavituden la época prerromana entre estas poblaciones; es posible que losautores clásicos (Polibio, Polieno, Plutarco, etc.) mencionen la exis-tencia de esclavos en Salamanca porque para ellos era inimaginableuna polis, una ciudad estado, que no los tuviera, y por consiguienteatribuyen a aquélla las características de la polis clásica aunque enrealidad, en el siglo III a.C. distase mucho de serlo.

La aristocracia militar sería la clase dirigente de la sociedad. Arqueo-lógicamente su existencia se comprueba en las tumbas de las necrópolisvettonas, a las que ya hemos hecho alusión (Las Cogotas, Sanchorreja,La Osera, etc.) con ajuares de guerrero que presentan panoplias rica-mente decoradas, con pectorales de bronce y umbos de escudo y espa-das decoradas con nielados y damasquinados de oro y de plata, y a veces cerámicas de importación. Estas tumbas constituyen sólo un pe-queño porcentaje del total de las necrópolis que han sido excavadas demanera más completa, lo que indica el carácter reducido, selecto y eli-tista de esta clase social. Esta aristocracia sería una aristocracia ecues-tre, como muestran los hallazgos ocasionales de piezas de bocados decaballos, cuyo poder social vendría del hecho de ser ellos los que cum-plían el papel decisivo en el combate gracias a su armamento más com-pleto. Es probable sin embargo que el caballo, entre estas elites guerre-ras, fuese un elemento de prestigio y que en realidad el combate lolibrasen a pie, ya que su armadura se inspira evidentemente en la del ho-plita clásico. En este sentido, se han puesto en relación las representa-ciones ecuestres de las fíbulas hispanas de la Meseta y de las monedasque, ya bajo la romanización, acuñan algunas ciudades de Celtiberia conestas aristocracias militares. Dichas fíbulas serían elementos de adornode su indumentaria que funcionarían como símbolos de su status socialsuperior. El jinete que aparece en el reverso de las monedas sería unaalusión a la clase dirigente de aquellas ciudades que era, en definitiva,la responsable de la acuñación del numerario.

Desde el punto de vista económico, esta clase era la principal pro-pietaria de tierras y de ganados. Como hemos dicho anteriormente, losganados eran la principal manifestación de riqueza. Las razias de vetto-nes y de lusitanos, que citan los textos clásicos, tenían como finalidadprincipal el saqueo de cabezas de ganado y es fácil suponer que los je-fes de estas expediciones, que eran aristócratas, se quedasen siemprecon la mayor parte del botín. La capacidad de dirección de estos gruposaristocráticos se observa en el hecho de la construcción de las defensasde los castros, que se fortifican a partir del siglo V a.C., coincidiendo conla configuración de la cultura de Cogotas II, que es la de los vettoneshistóricos. La realización de estas fortificaciones, a veces verdadera-mente impresionantes, da idea de la existencia de un grupo social con elpoder suficiente como para orientar el excedente económico y el traba-

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jo social hacia la construcción de estas obras. Es precisamente la cons-titución de esta aristocracia la que aumentaría el desequilibrio y la desi-gualdad social, obligando a aquellos individuos desposeídos de tierra,como dice Diodoro, a dedicarse al saqueo y al bandidaje sobre los pue-blos vecinos. Sobre la aristocracia lusitana y vettona no estamos tan bieninformados como sobre la aristocracia celtibérica, sobre la cual los tex-tos clásicos son mucho más explícitos, pero el panorama arqueológicoy lo que cuentan las fuentes literarias es tan semejante que debían sermuy parecidas. Los aristócratas celtibéricos eran grandes propietariosde rebaños, poseían clientelas personales más o menos amplias y gusta-ban hacer ostentación de armaduras espléndidas.

Es probable que el prestigio social de esta aristocracia se cimentaratambién, como en el caso de la celtíbera, sobre clientelas personales máso menos amplias. El antropónimo indígena Ambatus, -a es especial-mente frecuente en Lusitania. Según Palomar Lapesa, Albertos, etc.,Ambatus derivaría del céltico *ambi-actos, literalmente «el que gira entorno de alguien», con el sentido de «sirviente» o «dependiente». De es-tos ambacti habla César en La guerra de las Galias, como dependientesdel séquito de los nobles galos. Las personas que en la epigrafía altoim-perial se llaman Ambatus, Ambata, eran sin embargo mayoritariamentepersonas libres, como muestra entre otros detalles la mención de la fi-liación paterna, que un esclavo no expresa jamás; pero podríamos su-poner tal vez que existían en la población elementos que descendían depersonas con un estatuto dependiente en la época de la conquista o queel nombre, reservado entonces a los semilibres, con la conquista roma-na se vació de significado y se utilizó indiscriminadamente.

Frente a la aristocracia, el pueblo, a semejanza del laós homérico, ca-rece de perfiles netos y de atribuciones importantes. Sabemos que se reu-nía en asamblea armada y que elegía a los jefes militares, como cuandoen la expedición de los vettones y lusitanos contra el Algarbe, en el año155-154 a.C., al morir Púnico, Césaro fue elegido para sucederlo. Estamasa de infantes estaría compuesta por pequeños propietarios rurales, de-ficientemente armados, y a ellos tal vez correspondan las tumbas que enlas necrópolis tienen como ajuar una o dos puntas de lanza, algún regatóno un cuchillo. No hay que creer que esta población careciera enteramentede recursos y, sobre todo, de tierras, ya que si las expediciones militaresse hacían para robar ganados, es preciso que estos infantes tuviesen algúntipo de tierras de las que obtener el forraje para sus ganados.

EL BANDOLERISMO LUSITANO

Un fenómeno que suele ponerse en relación con la existencia de lapropiedad privada y las desigualdades económicas dentro de la socie-

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dad indígena es el del llamado bandolerismo lusitano, al que los auto-res clásicos prestaron atención porque en muchos casos constituyó elmotivo de las guerras contra los romanos.

Todos los historiadores están de acuerdo en afirmar que, durantelos siglos II y I a.C., existía un grave problema social y económico en-tre los lusitanos, derivado del reparto desigual de la propiedad agra-ria, lo que hacía que los individuos más pobres y sin medios para vi-vir se alquilasen como mercenarios de otros ejércitos (cartagineses,griegos, turdetanos, etc.) o formasen bandas que a veces podían cons-tituir verdaderos ejércitos que se dedicaban al saqueo de otros pue-blos o comunidades más prósperos.

Esta interpretación se debe sobre todo a Antonio García y Bellido,quien la expuso en su discurso de ingreso en la Academia de la His-toria, y se basa en un texto de Diodoro (V,34,6) que dice lo siguien-te: «Hay una costumbre muy propia de los iberos, más sobre todo delos lusitanos, y es que, cuando alcanzan la edad adulta, aquellos quese encuentran más apurados de recursos, pero destacan por el vigorde sus cuerpos y su denuedo, proveyéndose de valor y de armas vana reunirse en las asperezas de los montes; allí forman bandas consi-derables que recorren Iberia, acumulando riquezas con el robo y ellolo hacen con el más completo desprecio a todo».

Este «bandolerismo» tendría una causa social y sería distinto del prac-ticado por otros pueblos, como los cántabros y otros pueblos del norte, alos cuales afectaría globalmente un desarrollo económico menor y unamayor escasez de bienes, lo que les llevaría a hacer también expedicionesde saqueo contra pueblos más ricos. Las cifras que dan los textos clásicossobre el número de personas que componían las bandas lusitanas son a ve-ces enormes. En el 155 a.C. los lusitanos dieron muerte a seis mil roma-nos y luego, al unirse a los vettones, mataron a nueve mil más. En el 147a.C. unos diez mil lusitanos, supervivientes de la matanza de Galba, sa-queaban nuevamente Turdetania. Aunque las cifras que dan las fuentes li-terarias pueden ser exageradas, es evidente que estas expediciones lusita-nas eran algo más que «bandas» y que formaban en realidad ejércitos demayor o menor importancia. Éstos eran capaces de vencer a ejércitos con-sulares romanos y de asediar y tomar ciudades, lo cual muestra la enver-gadura de estas expediciones y, además, no concuerda bien con una cau-sa exclusivamente socioeconómica para explicar el fenómeno delbandolerismo lusitano. Si la cifra de desposeídos hubiera sido tan enor-memente elevada, nada hubiera podido impedir una revolución y el cam-bio de manos de la propiedad; pero las fuentes literarias son claras al afir-mar que estos hombres no se enfrentaban contra la sociedad que loscolocaba en aquella posición, sino que atacaban a los pueblos vecinos.

Estrabón (III,3,5) se refiere también al bandolerismo lusitano, ydice: «Empezaron con esta ilegalidad los serranos, como es natural,

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porque habitando un país pobre y teniendo sólo poco caudal, les vinoel deseo de poseer lo de los demás, y éstos, defendiéndose contraellos, forzosamente perdieron su hacienda propia y en lugar de culti-var la tierra también se dedicaron a la guerra. Así sucedió que el paísfue abandonado y perdió su bienestar y se pobló de bandoleros». Enrealidad, el fenómeno que describe Estrabón es un fenómeno com-plejo, de naturaleza a la vez política y económica. La presencia delimperialismo romano, además, debiá de actuar como un estímulo deesta actividad militar, unido todo ello a una ética competitiva aristo-crática y a un modo de vida «heroico», contribuyendo a aumentar lainestabilidad dentro del mundo indígena.

Este fenómeno no afectaba exclusivamente a los lusitanos sino, comohemos visto, también a los vettones y quizás a otros pueblos. Por lo me-nos los vettones aparecen mencionados como aliados de los lusitanos enlas guerras que comienzan a partir de la expedición del 155 a.C., por loque hemos de suponer que entre ellos se daba también este fenómeno. Detodos modos, parece que las diferencias económicas en el seno de la so-ciedad vettona eran menos acusadas que entre los lusitanos, entre quie-nes el bandolerismo era endémico. En el año 151 a.C. el general romanoM. Atilio y los vettones y lusitanos llegaron a un acuerdo que no sabe-mos en qué pudo consistir, pero es posible que incluyera algún tipo de re-parto de tierras. Pero la medida debió de resultar insuficiente, ya que alaño siguiente, bajo el gobierno de Gaeta, volvió a plantearse otra vez.

LAS JEFATURAS MILITARES Y LA FIGURA DE VIRIATO

En relación con el problema del bandolerismo lusitano, hemos detratar las jefaturas militares que aparecen en las fuentes clásicas diri-giendo los ejércitos de lusitanos y vettones, y, muy particularmente, porsu importancia histórica, la figura de Viriato. La figura de Viriato no esúnica, ya que sabemos que, simultáneamente a él, otros ejércitos lusita-nos devastaban la Turdetania al mando de dos jefes cuyos nombres, in-teresantemente, no son indígenas sino romanos: Curio y Apuleyo.

Durante las guerras del siglo II a.C., lusitanos y vettones aparecenbajo el mando de distintos jefes militares. M. Fulvio en el 193 a.C. ven-ció y puso en fuga a un ejército de vacceos, vettones y celtíberos cap-turando a su rey Hilerno. En 154 a.C., Púnico, al frente de lusitanos yvettones devastó la Beturia y la Bética en el comienzo de las guerraslusitanas. Cuando murió asediando una ciudad de la costa meridional,fue sucedido por un hombre llamado Césaro. Las victorias de este últi-mo sobre los romanos impulsaron a la lucha a los celtíberos y a los lu-sitanos del sur del Tajo, quienes entraron en guerra dirigidos por unhombre llamado Caucenos.

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Los escritores griegos se refieren a estos jefes militares con el tér-mino de hegoumenos, es decir, conductor, jefe en general. Por lo quenarran las frentes literarias, no parece existir una regla sucesoria en-tre ellos sino que su nombramiento se debía a una elección en la quelos factores de valor, habilidad en la guerra, etc. habían de tenerse encuenta (cualidades bien atestiguadas en los triunfos repetidos de Pú-nico y Césaro sobre los romanos). Por otra parte, dux llaman los es-critores latinos a Viriato, cuya actuación en tantos aspectos se parecea la de aquéllos. Según Livio, Viriato fue elegido por los lusitanos enrazón, según se desprende de Apiano, de su elocuencia y coraje per-sonal. Es decir, que las noticias de los escritores antiguos parecen in-dicar la existencia efectiva de una magistratura militar electiva entrelusitanos y vettones, escogida en función de las cualidades persona-les de los jefes, de tipo similar a las que existían en otros pueblos,como los iroqueses, germanos, galos, etc.

El problema que presenta la figura de Viriato para un análisis his-tórico es que, ya desde la Antigüedad, el caudillo lusitano se convir-tió en un personaje de leyenda, modelado por la ideología cínica y es-toica a manera y semejanza del buen salvaje, no corrompido por lacivilización. Por otra parte, sobre su figura se han acumulado tambiénmuchos tópicos nacionalistas contemporáneos, de muy diverso signo.Ello hace que sea muy difícil reconstruir lo que pudo haber signifi-cado su figura en la historia.

Viriato era, al decir de algunas fuentes, un pastor lusitano que li-deró la resistencia contra los romanos entre los años 147 y 139 a.C.Algunos autores lo presentan como superviviente de la matanza deGalba del 150 a.C. En ese año, Galba, procónsul de la Hispania Ulte-rior, ofreció tierras a los lusitanos, que estaban en guerra desde cincoaños antes, a cambio de que entregasen las armas. Una vez los hubodesarmado, los hizo entrar en un cercado con el pretexto de contarlospara repartir las tierras y allí hizo que el ejército romano los extermi-nara, logrando escapar sólo unos pocos. Lo único que relaciona a Vi-riato con este hecho histórico es que en su primera aparición, en el 147a.C., les recordara a los lusitanos la traición de Galba ante las nuevaspropuestas del procónsul Gayo Vetilio, que consistían en repartirlestambién tierras si se rendían; luego les hizo huir por pasos de monta-ña que sólo él conocía y obtuvo una resonante victoria sobre el ejérci-to romano. A partir de este momento Viriato va a dirigir una guerracada vez más importante contra los romanos y va a derrotar a variosejércitos consulares. La topografía de las guerras de Viriato muestrasobre todo ciudades que se pueden identificar en el sur y sudoeste dela península Ibérica, sobre todo en el sector occidental de Sierra Mo-rena, la región que los geógrafos antiguos llamaban Beturia, y en elvalle del Guadalquivir. Dado que las victorias de Viriato sobre los ro-

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manos se debían sobre todo a la táctica de la guerra de guerrillas y asu conocimiento del terreno, ello parece contradecir la suposición,muy generalizada, de que Viriato fuese originario del Mons Hermi-nius, identificado con la Sierra de la Estrella, en el norte de Portugal;e invita más bien a considerarlo, como ha propuesto L. García More-no, como un individuo originario del sur de Portugal o de la Sierra deHuelva. El topónimo más septentrional identificable de los relatos so-bre Viriato es una Segovia que no tiene por qué ser la que conocemosactualmente. Viriato alcanzaría el apogeo de su poder en el año 140a.C., cuando cercó al ejército del cónsul Fabio Máximo Serviliano enuna posición en la que le obligó a rendirse. A cambio de las vidas delos romanos, Viriato obtuvo un foedus con Roma en el cual el sena-do lo nombraba amicus populi Romani y reconocía su poder sobre to-dos los territorios que en esos momentos dominaba. Roma, sin em-bargo, no tenía ninguna intención de respetar este tratado y el senado,secretamente, ordenó al sucesor y hermano de Fabio, Q. Servilio Ce-pión, hostigar a Viriato para forzarle a romper el acuerdo. Durante lasnegociaciones, Cepión secretamente contactó con tres miembros de lacohors amicorum de Viriato, es decir, de su círculo íntimo a la vez queestado mayor, quienes le traicionaron y, con la esperanza de una re-compensa, lo asesinaron mientras dormía.

Dejando aparte los problemas de reconstrucción de los movimien-tos militares de Viriato, a veces insolubles, a lo que se ha dedicado bue-na parte de la historiografía, lo que puede observarse a partir de las fuen-tes literarias es que durante la jefatura de Viriato se constituyó en elsudoeste de la Península un poder político virtualmente independientede Roma que asumía la forma de una monarquía que, más o menos va-gamente, recuerda la de las monarquías helenísticas. El núcleo de esepoder político estaba en la Beturia céltica y túrdula, entre el Guadal-quivir y el Guadiana. El territorio y los pueblos sobre los cuales Viria-to gobernaba no eran sólo grupos tribales más o menos civilizados, sinociudades estado de la Hispania meridional, con una organización socialy política compleja y siglos de civilización a sus espaldas. Las fuentesliterarias mencionan algunas de estas ciudades. En el 144 a.C. FabioMáximo tomó dos ciudades de Viriato y éste hubo de refugiarse en Bai-kor, probablemente Baecula (Bailén). Al año siguiente, sin embargo, ellusitano tomó Itucci y ocupó Bastetania, obligando a los romanos aatrincherarse en Córdoba e Itálica. Tres años después Serviliano logrórecuperar Itucci, expulsó a Viriato hasta Lusitania y recuperó de regre-so Astigi (Écija), Obulcola y Gemella (Guádix).

Dentro de estas ciudades existían dos partidos, uno prorromano yotro prolusitano, que, alternativamente, inclinaban la política en unsentido u otro. Esto parece deducirse de la fábula narrada por Viriatoa los ciudadanos de Itucci del hombre con dos mujeres, una joven y

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otra vieja, que alternativamente le quitaban los cabellos canosos y lososcuros, a fin de que no se notara la diferencia de edad con respectoa ellas, hasta que de esta forma terminaron dejándole completamentecalvo. Sabemos que dentro del partido prolusitano había tambiénaristócratas locales, puesto que los asesinos de Viriato, que formabanparte de sus amici, Audax, Ditalco y Minuro o Nicorontes, eran aris-tócratas de Urso según refiere Diodoro (33,21).

La consolidación de este poder se produjo en el año 140 a.C., cuan-do el senado reconoció a Viriato como amicus populi Romani y su po-der sobre las tierras que entonces dominaba. Por este acto, que para losromanos tenía una significación política precisa, Roma situaba al jefelusitano en el mismo nivel que otros importantes reyes aliados como,por ejemplo, Hierón II de Siracusa. Cabe preguntarse si durante el efí-mero episodio de Viriato, grupos sociales o comunidades hispanas novieron la oportunidad de sacudirse el dominio romano y constituir unpoder independiente, lo que contradice el tópico historiográfico de unapronta y fácil romanización de los territorios meridionales.

Además de estos jefes militares, las ciudades y los castros o pobla-dos fortificados debían tener unas magistraturas que podríamos llamarordinarias. En las monedas de algunas cecas del sur de Portugal, comoMyrtilis (Mértola) o Salacia (Alcaçer do Sal) aparecen los nombres in-dígenas de personas que deben ser los magistrados encargados de laamonedación en dichas ciudades, o bien los magistrados presidentes delas mismas. En el centro de Portugal y en la zona vecina española co-nocemos también, a través de algunos documentos epigráficos, losnombres de personas que debían ser los magistrados de las comunida-des políticas que habitaban algunos castros. El ejemplo más antiguo es,quizá, el suministrado por el llamado Bronce de Alcántara, un docu-mento, fechado en el año 104 a.C., que registra la rendición (deditio)de la comunidad política que vivía en el castro de Alcántara, que en eldocumento aparece como populus Seano..., al gobernador de la pro-vincia, Lucio Cesio. Al final del documento aparecen dos individuos deonomástica céltica, Creno y Arco, que se dicen legati, en los cuales hayque ver sin duda a los representantes del populus que negociaron la ren-dición con el gobernador romano. De fecha posterior, tal vez cesariana,es otro bronce procedente del castro salmantino de las Merchanas, quese hallaba en el museo de la catedral de Ciudad Rodrigo pero, en la ac-tualidad, ha desaparecido. Dicha tésera, cuyo breve texto es:TES(S)ERA CAURIE(N)SIS MAGISTRATU TURI, parece registrarun pacto de hospitalidad entre la ciudad de Caurium (Coria), que apa-rece en forma de un adjetivo que determina al sustantivo tessera, y unmagustratus Turos, nombre propio de persona, expresado en dativo,que debía ser el representante de la comunidad que vivía en el castrosalmantino donde se halló dicha tésera.

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LA RELIGIÓN Y EL CULTO

Las fuentes que podemos utilizar para conocer la religión de lospueblos del occidente peninsular antes de la conquista romana sonmuy escasas y siempre de carácter exclusivamente arqueológico. Estasfuentes consisten principalmente en algunas esculturas de verracos yen algunos grabados e insculturas rupestres a los que se le supone unvalor simbólico o religioso, además de los restos arqueológicos de es-tructuras que parecen haber sido santuarios. No es necesario insistiren la dificultad de interpretar adecuadamente estos distintos testimo-nios. Por lo que respecta a los supuestos santuarios indígenas, sola-mente en el castro de Ulaca tenemos cierta evidencia de un conjuntode restos que, comparándolos con otros mejor conocidos en Hispania,como pueda ser el santuario de Panoias en Portugal, se pueden inter-pretar como un lugar de culto, aunque esta interpretación no sea to-talmente incontrovertida. En el resto de los casos, las pruebas me-diante las que se quiere demostrar la existencia de dichos santuariosconsisten en meros indicios de valor muy discutible. En el Castrejónde Capote (Badajoz), en territorio de los célticos, se escavó una ha-bitación presidida por una meta central, en la que se produjo una es-pecie de banquete ritual en vísperas de la destrucción del poblado, queha sido interpretada como un santuario por L. Berrocal Granjel.

Unas manifestaciones a las que generalmente se les ha supuesto unsignificado religioso son los verracos. Algunos verracos, como los abu-lenses de la Mesa de Miranda en Chamartín de la Sierra, de Ulaca y deLas Cogotas, y los salmantinos de Berrocal de Padierno, Gallegos deArgañán, Lumbrales y San Felices de los Gallegos podrían datarse qui-zá entre los siglos IV y II a.C, es decir, serían anteriores a la conquistaromana y, por consiguiente, podríamos considerarlos manifestacionesreligiosas de los vettones en la época independiente. De estos ejempla-res, los de Chamartín de la Sierra estaban próximos al área de la ne-crópolis, con lo que no se puede descartar completamente, para estaépoca, el significado funerario que aparece después bien atestiguado enalgunos casos de la época romana. No es imposible, sin embargo, comose viene suponiendo, que algunos verracos de época prerromana estu-viesen asociados con áreas de pastos y expresasen algún tipo de ideasmágico-religiosas en relación con el crecimiento y reproducción de lasespecies sobre las que se basaba la economía de los vettones, pero esmuy difícil concluir algo seguro. Si bien algunas esculturas de cerdosy toros podrían encajar en este significado, hay que darse cuenta de quelos jabalíes, que son otra de las especies representadas, son una especiesalvaje, que no es objeto de actividad económica salvo la caza. En elmundo mediterráneo el jabalí suele tener un significado funerario enmuchas representaciones. En la península Ibérica aparece en los relie-

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ves del monumento de Pozo Moro, que tiene un carácter inequívoca-mente funerario, y en la pátera de Tivisa, que probablemente desarro-lla un mito que sucede en parte en el Más Allá. También en algunas es-telas clunienses, es decir, en la Meseta Central y en un ambientecultural más próximo a los vettones, aparece el jabalí, alanceado por unjinete que, indudablemente, representa al difunto. Algunos verracos,como el toro del puente de Salamanca o el jabalí de Ciudad Rodrigo,parece que se emplazaban originariamente cerca de la entrada de estaspoblaciones, en áreas presumiblemente cementeriales, y es quizá en uncontexto de esa naturaleza donde encontrarían explicación las repre-sentaciones de jabalíes y, quizá, otros animales. Sería interesante, eneste sentido, estudiar los contextos a los que aparecen asociadas cadauna de la especies animales que son objeto de representación, teniendoen cuenta, naturalmente, solamente los ejemplares de los que tenemosmás o menos seguridad de que no han sido desplazados. En todo caso,evidentemente, sean relacionadas con las prácticas funerarias o con laszonas de pastos, parece lógico ver en las esculturas de verracos las ma-nifestaciones de ideas y creencias que entran en el ámbito de lo queconsideramos religioso, aunque tal vez no deba hablarse tanto –comose hacía antes– de un culto al toro, al cerdo, al jabalí, etc., como deprácticas religiosas en relación con las cuales se utilizaban las figurasde estos animales.

Además de los verracos, se conoce también un número indeter-minado de relieves rupestres con representaciones de caballos, jine-

Altar de piedra con gradas del Castro de Ulaca.

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tes y eventualmente otros animales o figuras geométricas, a los queen ocasiones se les ha supuesto un carácter religioso. La falta de unmejor conocimiento de estas representaciones impide de momentopronunciarse con seguridad sobre este respecto. Uno de los conjuntosmejor conocidos es el del castro salmantino de Yeclo de Yeltes, en elcual abundan las representaciones de caballos y jinetes realizadas so-bre piedras del paramento de la muralla. Lo único inequívoco quepuede constatarse en Yecla, es que estas insculturas son más abun-dantes y tienden a agruparse en zonas determinadas, generalmentecerca de las puertas de acceso al castro; pero sería muy aventuradodeducir de este dato cualquier significado, por ejemplo, de protecciónde las fortificaciones, por muy tentador que resulte.

Finalmente, se conocen algunos santuarios, como han sido deno-minados, bien dentro de los poblados vettones o en sus inmediaciones.El mejor conocido de todos es el del castro de Ulaca, en Solosancho(Ávila). Como en otros casos, se trata de un santuario a cielo abierto,con una gran piedra de granito en la que se han excavado una escale-ra, oquedades y canales, verosímilmente para recoger la sangre de lasvíctimas e incinerar sus despojos o las ofrendas. Este tipo de santua-rio es semejante a otros que encontramos fuera del territorio vettón,como el célebre de Panoias, entre los lusitanos, o el de Peñalba de Vi-llastar entre los celtíberos, y se relacionan con el concepto céltico denemeton, un espacio natural (peña, bosque, río, cueva, etc.) consa-grado a los dioses en el que se les rendía culto y en el que se deposi-taban las ofrendas. Se ha querido poner en relación este tipo de san-tuarios con un culto a las aguas, pero de momento lo que sabemos,por las mismas inscripciones de Panoias, es que las rocas con cube-tas y canales servían para sacrificios de sangre. Además de Ulaca, seconocen otros lugares dentro del territorio de los vettones con piedrassemejantes. Al parecer existía una en el castro de La Mesa de Miran-da y se conocen otras dos en los castros de Villasviejas de Plasenciay Villasviejas de Gata. Las insculturas salmantinas de Yecla de Yeltesse han puesto también en relación con este tipo de prácticas de sacri-ficio aunque, como hemos dicho anteriormente, cualquier interpreta-ción en este sentido puede ser arriesgada. Téngase en cuenta que lainmensa mayoría de estas representaciones están hechas sobre lajasque componen la muralla, es decir, en posición vertical, lo que hacemuy difícil, por no decir imposible, verter sobre ellas ninguna clasede líquido para que corra.

La existencia de sacrificios, por otra parte, está bien atestiguadaentre los vettones así como entre todos los pueblos de la Península engeneral. El sacrificio era el acto central del culto en las religiones indoeuropeas. Estrabón (III,3,6-7) y Livio (per. 49) atestiguan la exis-tencia de sacrificios humanos entre los lusitanos, de la misma mane-

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ra que existían entre los galos y germanos. Estos sacrificios, eviden-temente, se celebraban en situaciones especiales y no eran lo habitualdentro de la religión de estos pueblos. Para los vettones conocemosel caso de los bletonenses, quienes durante el proconsulado de P. Cra-so (96-94 a.C.) ratificaron la paz con algún pueblo vecino sacrifican-do un hombre y un caballo. Enterado el gobernador romano de estehecho, les prohibió severamente continuar estas prácticas. Pero lomás habitual en la vida cotidiana, lógicamente, serían sacrificios uofrendas incruentas de tortas, leche, cerveza, o de algún pequeño ani-mal, como una liebre, un pichón, etc.

Para la época del dominio romano contamos, además de con lasfuentes arqueológicas, con fuentes epigráficas más o menos abun-dantes que nos transmiten datos mucho más precisos, como los nom-bres de los dioses, de los dedicantes que se dirigen a ellos, o de circunstancias del culto de gran interés, como, por ejemplo, si la de-dicatoria ha sido hecha a consecuencia de una sanación, una visión,en cumplimiento de un voto u otras circunstancias. La mayor parte deestas inscripciones procede de un periodo de tiempo que oscila entrefinales del siglo I y la primera mitad del siglo III, sin que sea posiblelograr una precisión mayor. Solamente algunos contados epígrafespemiten dar una fecha más ajustada. Así, la inscripción a la diosa Tra-baruna dedicada por M. Fidius Macer, que menciona el duunviradopor dos veces en Cáparra, debe de datar de poco tiempo después deledicto de Vespasiano, por el que Cáparra se convirtió en municipioflavio, es decir, debe de datar del último cuarto del siglo I d.C. Otrainscripción, de Baños de Montemayor, dedicada a las ninfas del bal-neario por Aelius Epinicius, probablemente un liberto de Adriano, ycuyas letras parecen ser de época de este emperador, puede ser data-da, por consiguiente, entre el 117 y el 138 de nuestra era. Finalmen-te, una inscripción de Villar de Plasencia, dedicada a Mercurio, estádatada por la era en el año 263, lo que da la fecha del 229 d.C. segúnel cómputo actual.

En la actualidad conocemos casi un centenar de inscripciones votivas distribuidas en el territorio de los vettones históricos, de lascuales un tercio aproximadamente están dedicadas a divinidades in-dígenas y unos dos tercios a divinidades romanas. De momento no seconocen testimonios de culto a divinidades orientales presentes, sinembargo, por citar algunos ejemplos, en lugares próximos como enAugusta Emerita, en Castra Caecilia o en el santuario de Panoias. Apesar de esta abundancia de datos, no es fácil sin embargo reconstruirun panorama general del paganismo en esta región. Una idea de lasdificultades a las que nos enfrentamos lo da el hecho de que no este-mos siquiera seguros de que el largo elenco de teónimos conocidosresponda realmente a una pluralidad de dioses semejante. Ya en 1975,

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M. L. Albertos había observado que la teonimia indoeuropea y losnombres de gentilidades abundaban más en el oeste de la Península,desde Galicia hasta el curso del Tajo, aunque tienden a excluirse mu-tuamente en su distribución geográfica, ya que los gentilicios abun-dan más en Asturias, Cantabria y la Meseta Central española, y los teónimos indígenas en Galicia y las regiones portuguesas de Tras-os-Montes y la Beira. Albertos interpretaba este fenómeno en el sentidode que los teónimos indígenas, muy semejantes morfológicamente alos gentilicios, ya que en ambos predominan las formas adjetivalescon sufijo -ico, habrían sustituido a los gentilicios en aquellas regio-nes donde estos últimos habían tendido a desaparecer. Untermann yotros autores han expuesto la hipótesis, que cada vez se impone más,de que no todos los teónimos conocidos son nombres de dioses dis-tintos, sino epítetos de unos pocos sustantivos, como Bandua, Reue,Cosus, etc., que aparecen documentados con relativa frecuencia enLusitania y el noroeste de la Tarraconense. Serían éstos los nombresde dioses que tienen un culto geográficamente muy amplio y que,mediante aquellos adjetivos, tienden a identificarse con lugares con-cretos, ciudades, grupos humanos, etc. Este desconocimiento de as-pectos tan básicos de la religión indígena hace que, en ciertos casos,no sepamos incluso si estamos ante el nombre de uno o varios diosesen una misma inscripción. Es lo que sucede, por ejemplo, con un arade granito hallada en Arroyomolinos de la Vera con el texto: Arabo/Carobe/ Eicobo/ Talusico/.../m.t.d./d.m./...m... Solamente en el últimoelemento, Talusico, podemos reconocer una de las formas en -ico tanfrecuentes en la teonimia indígena; igualmente, en la primera y ter-cera líneas podrían reconocerse, quizá, dos formas de dativo plural en-bo; pero es imposible saber si toda la secuencia transmite el nombrede una sola divinidad o de varias.

Solamente en los casos de divinidades con bastantes atestiguacionespodemos alcanzar algunas conclusiones modestas. Estas divinidades sonprincipalmente Arentius Arentia, Trebaruna, Reue y Bandua. Todas ellasse encuentran también documentadas en la Beira portuguesa, entre los lu-sitanos, y parecen ser, por tanto, divinidades que no son exclusivas de losvettones sino, en general, de las poblaciones del oeste peninsular.

Son, por tanto, Bandua, Trerabruna, Arentius, etc. Divinidades tu-telares o protectoras de grupos humanos, bien de parentesco o bien depoblación. Alguno de estos dioses, como Rauueanabaraecus, pare-cen vincularse más al territorio que al grupo suprafamiliar, lo que sehalla en relación con el hecho de que la dominación romana favore-ció la identificación de los grupos suprafamiliares con entidades te-rritoriales, pagi, vici o civitates. Este fenómeno se hace patente a fi-nales del siglo II d. C. o durante el siglo III d.C., es decir, después deuna larga etapa de dominación romana.

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Conocemos relativamente bien dos divinidades cuyo culto debióde ser importante entre los vettones. Una era el dios Vaelicus, que te-nía un santuario en Postoloboso, en la provincia de Ávila, cerca delcastro de El Raso de Candeleda. Conocemos el culto de Vaelicus gra-cias a un lote de inscripciones votivas de la época altoimperial bas-tante numeroso, halladas en su mayor parte por F. Fernández durantela excavación del santuario. Por la relación con el nombre celta *vai-los, «lobo», se ha supuesto que Vaelicus sería un dios-lobo, tal vezuna divinidad de ultratumba o infernal. Lo que sabemos es que lagente acudía a su santuario sobre todo para pedir remedio a algunaenfermedad y dejaría la inscripción como cumplimiento de la prome-sa hecha en caso de sanar. Ahora bien, la consagración de un ara a undios como producto de un voto y la práctica de la incubatio, que talvez se practicaba en el santuario, son rasgos característicos de la re-ligión romana que no existían en la religión indígena, de manera queel culto de Vaelicus, tal como se nos presenta en el alto Imperio, apa-rece tan influido por la religión romana que es imposible sospecharsiquiera cómo podía ser antes de la conquista. Una duda no menosimportante es la que se plantea sobre la relación del santuario indíge-na de Postoloboso con el castro vecino de El Raso de Candeleda, yaque el castro fue destruido y abandonado durante el siglo II a.C.,mientras que el santuario, por el contrario, muestra su actividad du-rante los tres primeros siglos de la era.

Otra divinidad bien conocida es Ataecina, de la cual se conocennumerosos inscripciones repartidas por la mitad meridional de la pro-vincia de Cáceres, la provincia de Badajoz, e incluso más lejos, en laprovincia de Córdoba y en Portugal. Se ha identificado un santuariode esta diosa en Santa Lucía del Trampal, cerca de Alcuéscar, en laprovincia de Cáceres; no obstante, en varias inscripciones esta diosaaparece como Ataecina Turobrigense, es decir, como divinidad tute-lar de la ciudad de Turobriga, perteneciente a los célticos. Es decir, elculto de Ataecina había rebasado su comarca de origen, se hallaraésta donde se hallase, y se había extendido entre las poblaciones delos túrdulos, célticos, vettones y lusitanos meridionales. Durante elalto Imperio se identificó con la Proserpina clásica y se introdujo enEmerita, de donde proceden varias dedicatorias importantes a la dio-sa. Como en el caso de Vaelico, las influencias clásicas en el culto deAtaecina son tan considerables que cualquier conclusión sobre su pri-mitivo carácter y el culto que recibiera en época prerromana es pura-mente especulativa.

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VI

LOS PUEBLOS DEL NORTE DE LA PENÍNSULA

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En el capítulo 3 del libro III de su Geografía, párrafo 7, describe Es-trabón la vida de los habitantes de la montaña de la península Ibérica. Estavida se caracteriza, entre otras cosas, por ser una vida sencilla; se beberíaagua o cerveza en vez de vino, se dormiría en el suelo y se llevaría el pelolargo como las mujeres; se alimentarían dos tercios de año de bellotas,frescas o tostadas y convertidas en harina; no conocerían la moneda, sinoque usarían trozos de plata recortada; y navegarían en barcos de cuero.

Tal es la vida de los montañeses –concluye–, es decir, como tengo di-cho, de las tribus que ocupan el lado septentrional de Iberia: los galaicosy astures y cántabros hasta los vascones y el Pirineo. Porque es idénticala vida de todos ellos. Me sabe mal citar aún más nombres por lo extra-ño de su forma, ya que a nadie puede gustar oír hablar de pletauros ybardyetas y allotrigas y otros nombres aún peores y más ininteligibles.

Esta supuesta unidad cultural, sin embargo, no es cierta, ya quetanto desde el punto de vista de la lengua como de la economía, de lasociedad, de las instituciones y de la religión existen diferencias, a ve-ces importantes, entre unos pueblos y otros. Esta aparente homoge-neidad es solamente fruto del desconocimiento y, también, de los pre-juicios de los escritores griegos y latinos acerca de estas poblaciones.Dicho prejuicio puede observarse en el desprecio con que el geógrafogriego se refiere a sus nombres.

Estos pueblos son los últimos en ser conquistados por Roma. Los ga-laicos bracarenses, es decir, los galaicos entre el Duero y el Miño, fue-ron conquistados por Décimo Junio Bruto después de la muerte de Vi-riato y de la rendición de los lusitanos, entre el 138 y el 132 a.C.; peroel resto de los pueblos del norte de la Península continuó viviendo in-

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dependiente hasta el comienzo de las guerras cántabro-astures de Au-gusto. En el año 29 a.C. Augusto inició las operaciones militares, degran envergadura, contra los astures y los cántabros, contra quienes yahabían existido hostilidades en años anteriores. Estas operaciones erande gran envergadura y se movilizaron siete legiones para ellas. En el año27 a.C. el propio emperador vino a la Península para hacerse cargo dela dirección de la guerra, pero al año siguiente una grave enfermedad leobligó a convalecer en Tarragona. Fueron sus legados Antistio y Carisioquienes continuaron las operaciones. En el año 25 a.C. se alcanzó la vic-toria y, con los veteranos que habían participado en la guerra, se fundóla colonia de Augusta Emerita, capital de Lusitania.

Esta paz, sin embargo, era sólo aparente. En el año 23 a.C. la mayorparte de los cántabros y astures, que habían sido vendidos como escla-vos en Aquitania, se sublevaron, mataron a sus dueños y volvieron a laPenínsula. Augusto encargó entonces la dirección de la guerra a su yer-no Agripa. La actuación de Agripa fue despiadada. Diezmó a una legiónque había retrocedido frente al enemigo; degolló a todos los hombres enedad de llevar armas; y vendió como esclavos a los ancianos, a los ni-ños y a las mujeres. Obligó a los supervivientes a abandonar las monta-ñas y los estableció en los valles, donde se les podía vigilar y dominarmás fácilmente, y dejó a tres legiones establecidas en el norte peninsu-lar para prevenir cualquier posible nueva sublevación. A fin de resaltarla figura del emperador como un general victorioso y un político pers-picaz, los autores contemporáneos de la guerra extremaron los rasgos desalvajismo y barbarie de estos pueblos, presentando la victoria de Au-gusto como el colofón de doscientos años de guerras continuadas (datoque no era cierto) debido al carácter indómito de los hispanos. Estos tó-picos se repiten a menudo tanto en la obra de Estrabón como en las deOvidio, Virgilio, Plinio y otros autores, y llega por ejemplo hasta las va-loraciones que hacen autores tardíos, como Orosio, de la conquista ro-mana. Roma habría venido a traer la paz y la civilización a unos pueblosindómitos y salvajes que, con anterioridad, vivían en continuo estado deguerra. Por consiguiente, cualquier estudio acerca de las poblaciones delnorte de la península Ibérica habrá de tener en cuenta las deformacionestendenciosas introducidas en su relato por los autores clásicos.

En el transcurso de la guerra contra los cántabros y astures, y sinque se conozcan apenas las circunstancias, los restantes pueblos delnorte cayeron también bajo el dominio romano.

LOS GALAICOS

Los galaicos ocupaban el extremo noroeste de la península Ibérica.Estaban situados entre el río Duero y el mar Cantábrico. Estrabón (III,3,4)

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sitúa en su territorio el río Lethes o Limia y el Miño. Al norte del Miño,en torno al cabo Nerion (cabo Finisterre), vivían los ártabros o arrotre-bas; la mayor parte de sus ciudades estaban en torno a un golfo que reci-bía el nombre de «Puerto de los Ártabros» y que debe de corresponder alas rías de El Ferrol y La Coruña. En la misma zona, en torno al cabo Ne-rion, vivían los célticos, emparentados con los de la Beturia. Estos célti-cos, junto con los túrdulos, realizaron una expedición hasta Galicia, peroal cruzar el Limia surgieron disensiones entre ellos y, además, murieronsus jefes. Los célticos se establecieron junto al cabo Nerion, que tomó deellos el nombre de promontorium Celticum (Plinio 4,111; Mela 3,12); lostúrdulos, a los que Plinio llama veteres (4,113) se establecieron al nortedel Limia.

También dice Estrabón (III,3,3) que todo el país al norte del Tajo re-cibía antes el nombre de Lusitania, pero que en su época se distinguía alusitanos de galaicos. También en III,4,20 repite esta idea, cuando diceque uno de los legados del procónsul de la Hispania Citerior tiene a sumando dos legiones y administra todo el país al norte del Duero, a cuyoshabitantes antiguamente se les llamaba lusitanos y en su época galaicos.

De estas citas de Estrabón se puede deducir que la concreción de losgalaicos como un populus diferenciado del resto era un fenómeno bas-tante reciente para su época y, en parte, producto de la conquista ro-mana. La fecha más antigua que podemos considerar es la del 132 a.C.,cuando Junio Bruto celebró en Roma su triunfo sobre las poblacionesdel noroeste peninsular y recibió el cognomen de Gallaicus. Podemosver también que la etnia de estas poblaciones era bastante compleja.Tanto el nombre de Gallaeci, que se puede relacionar sin dificultad conlos de Galli y Galatai, remite a los celtas o galos, como el de los celti-ci establecidos junto a cabo Nerion. También en los nombres de Atre-bates o Arrotrebae se puede distinguir un elemento celta *treb- que sig-nifica «pueblo, casa, nación». Pero otros elementos pueden no habersido de origen celta. Arqueológicamente, la cultura castreña, caracte-rística de Galicia, presenta pervivencias muy fuertes del substrato de laEdad del Bronce; la más característica de ellas quizá sea la vivienda deplanta circular, que perpetúa la tradición constructiva de dicha época yque no se ve reemplazada por las viviendas rectangulares o cuadradas,que parecen haber introducido en Aragón y el centro de la Península losindividuos de origen centroeuropeo.

Plinio (N.H. 3,4,28 y 4,34,11-112) da una descripción más com-pleta de Galicia. Los galaicos se dividen en dos conventus jurídicos:lucense y bracarense. Al lucense pertenecen los célticos y los lemavos,además de 16 pueblos poco conocidos y de nombre bárbaro. Extrañaque no mencione a los ártabros, dada la importancia de su puerto, aunquesí lo hace en IV,34, llamándolos arrotrebas. Al conventus de los brá-caros pertenecen 24 tribus, entre las cuales están los mismos brácaros,

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los bibalos, coelernos, callaecos, ecuasos, límicos y querquernos. Pli-nio da respectivamente las cifras de 240.000 y 285.000 hombres librespara cada uno de los conventus, que da una idea de una gran densidadde población, lo que parece confirmarse arqueológicamente por laabundancia de castros galaicos.

Por Plinio (IV,34,11) sabemos que el Navia hacía la frontera entrelos astures y los galaicos. En este pasaje proporciona los nombres delos dintintos populi del conventus lucense, aunque su número no coin-cide con el de 18 que da anteriormente. De ellos cita los albiones, ci-barcos, egos, los varros cognominados namarinos, los adovos, arronos,arrotrebas, los célticos neros y los tamaros, en cuya península estabanlas Aras Sextianas consagradas a Augusto, los coporos, la población deNoega (Noya), los célticos praestamarcos y los cilenos. Después de loscilenos, es decir, al sur de ellos, comienza el conventus de los brácaros(IV,34,112). Pertenecen a él los hellenos, los grovios y el oppidum deTide (Tuy), las islas Siccas, la población de Abobrica, el río Miño, losleunos, los seurbos, Bracara Augusta (Braga), el río Limia y, final-mente, el Duero que hace frontera con Lusitania. Algunas de estas po-blaciones pueden identificarse con mayor o menor seguridad. Así laspoblaciones de Noega y Tyde deben corresponder verosímilmente aNoya y a Tuy. No hay ninguna duda en la identificación de Bracara conBraga y, curiosamente, Plinio olvida mencionar la cabeza del conven-tus, Lucus Augusti, cuando describe las poblaciones del lucense. Losarrotrebas ya hemos visto que se identifican con los ártabros, en La Co-ruña, y que los célticos también se sitúan cerca de ellos. Los tamarcospodemos suponer que vivían en el valle del Tambre, y los célticos lla-mados praestamarcos, para distinguirlos de los neros, en la costa, vivi-rían por encima de ellos, probablemente en el nacimiento del río. Otraspoblaciones son de mucha más difícil identificación.

LOS ASTURES

Al este de los galaicos se sitúan los astures. De los astures tenemosmás información que sobre otros pueblos del norte de la Península de-bido a las guerras de Augusto contra ellos y contra los cántabros y a lainformación que sobre ellas dieron algunos historiadores. La mayorparte de las fuentes que sobreviven, sin embargo, o son tardías (DiónCasio, del siglo III; Orosio, del siglo V) o son de mala calidad (Floro),de manera que muchos detalles son confusos y tanto la toponimia comoel desarrollo de las operaciones militares se han interpretado a veces demanera muy divergente por los distintos historiadores.

De acuerdo con los geógrafos antiguos, el río Navia constituía lafrontera entre ambos pueblos. El territorio que les asignan las fuentes

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antiguas es muy amplio y no debe confundirse con la extensión de laAsturias actual. Por la costa, el límite entre los astures y los cántabrosera la desembocadura del Salia o Sella. Hacia el interior, los asturesrebasaban la cordillera Cantábrica y ocupaban el piedemonte de lamisma, la zona de páramos del norte de las provincias de León y Za-mora, y se extendían en dirección sudoeste hasta el norte de Portugal.Si se sigue el sentido de las agujas del reloj, los límites de los asturesenlazarían la cabecera del Sella con la del Esla, cuyo nombre parecederivar de un antiguo Astura, que establecería el límite con los vacceos.Seguiría el curso del Esla hasta su confluencia con el Duero, que lacomarca de Las Arribes los separaría de los vettones. Y luego conti-nuaría probablemente por las sierras de La Culebra y San Mamedhasta enlazar de nuevo con la Cabecera del Navia, quedando dentrode su territorio la región portuguesa de Tras-os-Montes.

Estrabón da muy pocos detalles sobre los astures. En III,4,20 diceque los astures están bajo la vigilancia del mismo legado que dominaa los galaicos y que entre ellos fluye el río Melsos; y cita la ciudad deNoega y un estuario del océano que constituye el límite con los cán-tabros. Estas pocas noticias muestran un gran desconocimiento de laregión, debido sin duda a lo reciente de su conquista.

Plinio, medio siglo más tarde aproximadamente, es un poco másexplícito. En III,4,28 dice que los 22 populi de los astures están divi-didos en augustanos y transmontanos. Esta división, sin embargo, noimpide que constituyan un único convento jurídico cuya capital eraAsturica Augusta (Astorga). Cita entre ellos a los gigurros, los paesi-cos, los lancienses y los zoelas. Los gigurros son bien conocidos porvarias inscripciones. El núcleo urbano que constituía el centro de suterritorio era Forum Gigurrorum, que se identifica con Barco de Val-deorras, en la provincia de León. Una inscripción sobre bronce apa-recida recientemente en las cercanías de Bembibre, que contiene unedicto de Augusto del año 15 a.C., muestra que los gigurros, comootros astures y los galaicos, estaban subdivididos en castella que te-nían una gran autonomía política. Los lancienses son también cono-cidos por inscripciones de la época imperial romana. Su ciudad, Lan-cia, según Floro (2,33) era una de las más importantes de todos losastures y la que más tiempo resistió a los romanos. La primera inten-ción de Carisio fue quemarla pero luego se dejó en pie, como trofeode la guerra. Augusto la repobló y su identificación con Mansilla delas Mulas, en la provincia de León, donde las excavaciones en cursodescubren una ciudad romana, no ofrece dudas. Los zoelas, final-mente, son también muy bien conocidos. Aparecen como una gens enel famoso pacto de hospitalidad entre las gentilidades de los avolgi-gos, tridiavos y desoncos, renovado en el año 27 en Curunda y en el152 d.C. en Asturica. Se pensó que su núcleo urbano, Curunda, esta-

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ría cerca de Astorga, pero el hallazgo en el castro de Avelhâes, cercade Miranda de Douro, de un ara dedicada al dios indígena Aerno porel ordo Zoelarum, invita a pensar que el núcleo de esta fracción de losastures se situaría en la comarca portuguesa de Tras-os-Montes.

Por otras fuentes literarias, principalmente Ptolomeo (2,6,28), ypor fuentes epigráficas y arqueológicas conocemos otras subdivisio-nes de los astures y sus ciudades: los brigecinos, con capital en Bri-gaecium; bedunienses, con capital en Bedunia; orníacos, capital Inter-catia; lungones, capital Pelontio; selinos, capital Nardinion; superatios,capital Petavonium; amacos, capital Asturica; teiburos, capital Neme-tobriga; y los gigurros, ya mencionados anteriormente. La toponimiaastur ofrece nombres como Brigaecium, formado a partir de la palabracelta briga-, «ciudad fortificada», Nemetobriga, sobre los célticos ne-meton «bosque sagrado» y briga; o sufijos en -acum, como en los étni-cos orniaci y amaci, que indican claramente su carácter indoeuropeo,con un claro predominio de los elementos célticos. Este fenómeno secomprueba también en el registro arqueológico, que muestra sin embar-go una cierta complejidad cultural y cuya secuencia estratigráfica y cro-nológica no está definitivamente fijada. Por una parte, los castros del oc-cidente asturiano, como el de Sanchuís, presentan cabañas circulares depiedra a la manera galaica; pero en el oriente de Asturias y en la Mese-ta las cabañas circulares se mezclan con cabañas más o menos cuadra-das, aunque a veces las esquinas se redondeen. Por otra parte, las armas,con puñales del tipo Miraveche-monte Bernorio, y las cerámicas, conalgunos ejemplares de las llamadas «celtibéricas», muestran la penetra-ción durante la segunda Edad del Hierro de elementos celtas desde laMeseta, aunque en algunos casos esta penetración parece bastante tar-día, debiendo datarse en los siglo II y II a.C.

LOS CÁNTABROS

De los cántabros poseemos aproximadamente las mismas fuentes deinformación que de los astures, ya que los textos que se refieren a la gue-rra de Augusto contra ellos los tratan conjuntamente. En realidad, los as-tures parecen haber tenido un mayor potencial humano y militar paraenfrentarse a Roma y parecen haber sido el núcleo de la resistencia con-tra los romanos; pero, finalmente, derrotados por ellos, los últimos epi-sodios de la guerra se centraron en la represión de los cántabros y éstos,más que aquéllos, se convirtieron en las fuentes clásicas en el arquetipodel salvaje, protagonista de actos de valor demencial.

Los cántabros se sitúan en la costa septentrional, entre los asturesal oeste y un conglomerado de pueblos, autrigones, caristios y várdu-los, cuyas relaciones entre sí y con los cántabros son confusas. Las pri-

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meras referencias históricas a los cántabros parecen remontarse a épo-ca de Catón, que con motivo de sus campañas alude a una costumbresuya aunque sin mencionarlos. A lo largo del siglo II a.C. se les men-ciona en varias ocasiones, sobre todo en relación con los vacceos, du-rante las luchas contra los romanos (Liv. per. 48; App. Iber. 80). Ellopuede deberse a que, como veremos, los cántabros vivían al norte delos vacceos, ocupaban la parte septentrional de las provincias de Pa-lencia y de Burgos, y algunos de ellos se pueden haber involucrado enlas guerras de la Meseta. Pero es sobre todo en el siglo I a.C., espe-cialmente a partir de la época sertoriana, cuando las noticias sobreellos comienzan a ser más frecuentes. Como sucedía a menudo, el co-mercio romano penetró en Cantabria antes que el ejército. Ya antes delaño 29 a.C. existían hostilidades entre los romanos y los cántabros yAugusto les declaró la guerra pretextando que saqueaban el territoriode pueblos aliados e incluidos en la provincia, como los vacceos.

Estrabón prácticamente no informa sobre los cántabros, salvo quelos sitúa entre los astures y los vascones, al occidente del Pirineo. Pli-nio (IV,34,110-111) menciona, por este orden, a partir del Pirineo y endirección a occidente, los bosques de los vascones, Olarso (Oyarzun),las poblaciones de los várdulos, Morogi, Menosca y Vesperies, el Por-tus Amanum, donde ahora está la colonia de Flaviobriga –dice–, con locual hay que rechazar la identificación de dicho puerto con Bilbao, yaque Flaviobriga es claramente Castro Urdiales, en Santander; la regiónde las nueve ciudades de los cántabros (de las que no cita ninguna), elrío Sauga, el Portus Victoriae Iuliobrigensium (Santander), el PortusBlendium, los orgenomescos, que dice que son una tribu de los cánta-bros, y su puerto de Veseiasueca, y luego ya los astures.

Ptolomeo (II,6,50) les atribuye por su parte ocho ciudades, que noconcuerdan con el número de nueve que les adjudica Plinio, que sonlas de Concana, Ottavioca, Argenomescon, Vadinia, Velica, Camari-ca, Iulobriga y Moroica. Algunas de ellas, como Concana, Argeno-mescon o Vadinia son los respectivos centros de populi como los con-canos, los orgenomescos, ya mencionados en Plinio como hemosvisto, o los vadinienses.

Estos últimos son muy bien conocidos por haber dejado abundantesinscripciones de los siglos I y II de nuestra era con una onomástica yunos rasgos formales muy bien definidos. Por lo general, son inscrip-ciones muy toscas, sobre grandes estelas de cuarcita o caliza de forma aveces un tanto irregular, decoradas con caballos o esquematizaciones deárboles o ramas a los cuales se les ha querido ver un significado simbó-lico, tal vez escatológico. Estas inscripciones se reparten por los vallesdel Sella, al norte de la cordillera Cantábrica, y del Esla, al sur de ella.En la gran mayoría de ellas se especifica la condición de vadinienses delos individuos, alguno de los cuales aparece citado como civis vadi-

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niensis. Este hecho, unido a los rasgos formales de las inscripciones,muestra una fuerte conciencia de grupo. La explicación de ello no es fá-cil. Barbero y Vigil la pusieron en relación con la existencia de una or-ganización gentilicia fuertemente cohesionada dentro de un grupo de loscántabros que emergería por esta época de entre el resto del pueblo. In-cluso insinuaban, por la localización geográfica de los epígrafes, que losvadinienses podían ser los antepasados históricos de las poblaciones en-tre las que se formaría el primitivo reino astur, cuya primera capital es-tuvo en Cangas de Onís. De acuerdo con la dispersión geográfica de lasinscripciones, proponían también considerar los valles del Sella y elEsla como territorio completamente cántabro. Vadinia, según estos au-

Estela funeraria vadiniense decicada por Cangilus a su tío materno Vironus (Museo de León).

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tores, no habría tenido una existencia real como ciudad, sino que seríauna entelequia administrativa romana para organizar la administracióny la fiscalidad de estas gentes.

La explicación de la singularidad vadiniense en función de una or-ganización gentilicia, uno de los conceptos de la historia de la Hispaniaprerromana que en los últimos años más ha sido revisado, no parecealgo viable en la actualidad. En todo caso, tendría que valer también pa-ra los orgenomescos, que son un grupo muy diferenciado también den-tro de los cántabros, y otros pueblos. La insistencia en la identidad va-diniense, de quienes no se conocen inscripciones anteriores a la épocade Nerón, ha de deberse a un interés tangible, dígase material, que ha-cía que insistir en ese hecho fuese algo que diferenciase del resto de loscántabros. Sabemos que en época de Nerón hubo precisamente una úl-tima sublevación cántabra cuyos detalles no conocemos. El hecho deque todos los epígrafes vadinienses sean posteriores a esa fecha puedetener que ver con algún tipo de ventajas fiscales o administrativas queel emperador pudo haber otorgado a este grupo si ellos no participaronen la sublevación. Esta hipótesis es, de momento, indemostrable, perocreemos que debe ser tenida en cuenta para explicar su singularidad.

Al sur de la cordillera, Iuliobriga puede identificarse con Retortillo.Mave, cerca de Monte Cildá y Herrera de Pisuerga, podría identificarsecon la civitas Maggavensium que menciona una tésera de hospitalidadhallada en esta última localidad. De todos los datos aducidos, puedeconcluirse que el territorio de los cántabros se extendía desde el Sellahasta la ría del Nervión en la costa, comprendía la actual provincia deSantander y el norte de la de Palencia, con las cuencas altas de los ríosCarrión, Pisuerga, Cea y Esla, y llegaría hasta las fuentes del Ebro.

LOS TURMOGOS, CARISTIOS, VÁRDULOS Y AUTRIGONES

Entre los cántabros y el Pirineo, hacia el interior por el norte de Bur-gos y las provincias Vascongadas, las fuentes antiguas mencionan dis-tintos pueblos sobre los cuales la información es escasísima y es muydifícil trazar tanto los territorios respectivos como sus característicasétnicas. Esta complejidad se debe sin duda a la posición geográfica deestas poblaciones, situadas en el cruce de auténticos corredores geo-gráficos; por una parte, la vía de penetración desde Europa continentalhacia la península Ibérica por Irún y los pasos occidentales pirenaicos;por otra parte, el alto valle del Ebro que pone en comunicación la cor-dillera Cantábrica con la Meseta, a través de Pancorbo, y Aragón; enfin, los corredores secundarios que ofrece la llanada alavesa. Es natu-ral por consiguiente que en estos territorios se hayan producido amal-gamas, de composición variable, del substrato preindoeuropeo de la

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Edad del Bronce con los distintos elementos indoeuropeos –célticos ono– que fueron llegando a la Península durante el primer milenio antesde Cristo, resultando de ello un poblamiento complejo tanto desde elpunto de vista cultural, como étnico, como lingüístico. Estos pueblosson los turmogos, várdulos, caristios y autrigones. Debían de existir mu-chos otros pueblos. Plinio cita a los carietes y vennenses, desconocidospor otros textos. Estrabón, por su parte, en el texto citado al comienzode este capítulo (III,4,20) afirmaba explícitamente que rehusaba men-cionar los nombres de muchos pueblos que le resultaban desagradablesy fastidiosos. Teniendo en cuenta estas omisiones deliberadas de lasfuentes, intentar una reconstrucción exhaustiva del territorio de cadauno es poco menos que imposible.

Al sudeste de los cántabros encontramos a los turmogos, turmódigossegún los llama Plinio, y murbogos según Ptolomeo. Quedaban respec-tivamente al este de los vacceos y al nordeste de los arévacos y pelen-dones. Plinio (3,4,26) les atribuye cuatro pueblos, por lo que se ve queno eran una comunidad muy numerosa, de los que cita los segisamo-nenses y segisamajulienses. De las ciudades que Ptolomeo les atribuyela única que se puede identificar con seguridad es Segisamo, Sasamón,en la provincia de Burgos, por lo que el núcleo de su territorio pareceque hay que situarlo en la comarca de Salas de los Infantes.

Ptolomeo (II,6,7-10) sitúa en la costa, de oeste a este, a autrigo-nes, caristios y várdulos, hasta los vascones, y su relación es la mejorpara emplazar a estos pueblos, cuyos límites hacia el interior, sin em-bargo, son totalmente desconocidos.

A los autrigones pertenece, en la costa, la desembocadura del río Ner-va, que debe de ser el Nervión y la ciudad de Flaviobriga. Solana ve eneste grupo un pueblo celta que ocuparía el este de la provincia de Santan-der y la mayor parte de las provincias de Vizcaya y de Álava y, efectiva-mente, la arqueología muestra numerosos elementos de tipo centroeuropeoque se difunden en esta región durante la segunda Edad del Hierro.

A los caristios, según Ptolomeo, también pertenece la desemboca-dura del río Deva. Éstos deben de ser los mismos carietes que Pliniomenciona, sin hacer más especificaciones sobre ellos. Su carácter y suextensión geográfica son un auténtico enigma, ya que se superponen engran medida a los autrigones. Se les ubica, con muchas dudas, hacia lallanura de Álava y el condado de Treviño.

En fin, como vimos, Plinio sitúa a los várdulos en la costa, entrelos vascones, a los que pertenece Oyarzun, y los cántabros. Estrabón,Mela y Ptolomeo los citan con variantes del mismo nombre: bar-douioi, bardyetai y bardylloi. Según Caro Baroja, su nombre no esvasco, aunque se manifieste en su territorio, correspondiente grossomodo a la actual provincia de Guipúzcoa, donde más viva ha pervi-vido la lengua vasca. Plinio (3,4,26) les atribuye 14 populi, de los que

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dice que sólo es grato mencionar a los albanenses. Ello podría ser unindicio de que la lengua hablada podría ser el protovasco que se pos-tula como antecesor del euskera histórico.

ECONOMÍA Y CULTURA MATERIAL DEL ÁREA CANTÁBRICA

El texto de Estrabón (Geog. III,3,7) sigue siendo la base funda-mental para el estudio de la economía de los pueblos del norte de lapenínsula Ibérica. Por su importancia, lo reproducimos suprimiendoaquellas líneas que no se refieren a aspectos económicos:

Todos los serranos hacen una vida sencilla, bebiendo agua, durmiendoen el suelo y llevando el pelo largo como las mujeres. Pero en combate seciñen la frente con una banda. Por lo general comen carne de cabrón y sa-crifican al Ares cabrones y caballos y prisioneros. Hacen también hecatom-bes de cada clase como los griegos, como dice Píndaro «sacrificar todo porcentenares». Y practican ejercicios gimnásticos o con armas o a caballo, ypugilato y carreras y tiro de dardos y combate en batallones. Los serranosviven durante dos tercios del año de bellotas, que secan y machacan y des-pués muelen para hacer pan de ellas y conservarlo largo tiempo. Beben tam-bién cerveza. Vino tienen sólo escaso y, si lo logran, pronto lo gastan ha-ciendo banquetes con sus familias. En lugar de aceite emplean mantequilla.Toman sus comidas sentados, teniendo alrededor de la pared bancos de pie-dra. Dan la presidencia a los de más edad y categoría social. La comida sesirve en giro. Durante la bebida bailan en rueda acompañados por flauta ycorneta o también haciendo saltos y genuflexiones. En la Bastetania bailanhombres y mujeres juntos cogiéndose de las manos. Todos llevan, por lo ge-neral, capas negras, y envueltos en ellas duermen sobre paja. Las mujeresllevan sayos y vestidos con adorno floral. Usan vasos de madera, como losceltas. En lugar de monedas los más apartados emplean el cambio de mer-cancías o dan pedazos de plata cortados. (...) Usaban barcos de cuero antesde Bruto (Galaico) a causa de las inundaciones y bajos, pero hoy hasta bar-cos hechos de un solo tronco son raros. Su sal es rojiza, pero machacada sevuelve blanca. Tal es la vida de los montañeses, es decir, como tengo dicho,de las tribus que ocupan el lado septentrional de Iberia: los galaicos y astu-res y cántabros hasta los vascones y el Pirineo.

A pesar de que algunas afirmaciones de Estrabón pueden tenercomo intención subrayar el salvajismo de los pueblos del norte pe-ninsular, contraponiendo elementos del mundo «civilizado», es decir,grecolatino, a elementos «bárbaros» (vino versus cerveza, aceitefrente a manteca), este texto informa de todas maneras de varias co-sas de gran interés. En primer lugar, muestra que el nivel de desarro-

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llo económico de estos pueblos no era tan alto como el de las socie-dades de la Meseta Central. Todos los autores han señalado la impor-tancia de la recolección en el contexto de la economía de estas po-blaciones que, como el mismo Estrabón dice, durante dos tercios delaño se alimentaban fundamentalmente de bellotas. Barbero y Vigil,analizaron este pasaje y propusieron que entre cántabros, astures yvascones en realidad los frutos recolectados serían las castañas, yaque el castaño es la especie predominante en esa zona. Los dos ter-cios del año corresponderían a la estación fría, lógicamente, en queno hay cosechas de cereal y huerta, que se extendería desde octubrehasta mayo aproximadamente. En relación con esta actividad se hanpuesto unos mazos y cazoletas de granito, de unos 20 cm de diáme-tro, hallados en los castros de Coaña y Mohías, que se supone que ha-brían servido para triturar las bellotas.

Al lado de la recolección la ganadería aparece como la actividadeconómica más importante. Esta ganadería no consistía en especiesmayores, vacas y bueyes, que suponen un estadio económico másavanzado, sino en especies menores, especialmente cabras como diceel geógrafo griego, pero también cerdos, cuyos restos han aparecidoen las excavaciones de los castros. La ganadería de cerdos se deduce,además, de la referencia al uso de la manteca como ingrediente bási-co para cocinar y de una referencia de Plinio, que alaba la calidad delos jamones cántabros. Lo característico de esta ganadería menor esque es más fácil de mantener, al no precisar una estabulación com-pleja, y supone un nivel de desarrollo económico más elemental. Ha-bría probablemente también ovejas, ya que los mantos negros quemenciona Estrabón son similares al sagum celtibérico de la Mesetaque se hacía con lana de oveja y de muflón. Como en cualquier pue-blo predominantemente ganadero, de los ganados se aprovecharía sobre todo la lana y la leche con vistas a la alimentación diaria, y lacarne se consumiría sólo excepcionalmente, con motivo del sacrificiode un animal viejo o de fiestas políticas o religiosas en cuyo contex-to se celebrarían las hecatombes de que habla el geógrafo griego. Encuanto a los caballos, también mencionados como sacrificio por Es-trabón, serían del tipo de los famosos asturcones, muy citados en laépoca romana. Como hemos dicho anteriormente, en muchas estelasvadinienses figuran representaciones de caballos, no sabemos sin conun simbolismo heroizador o psicopompo.

Además, existía una agricultura de cereales y de huerta. Los análi-sis polínicos realizados en algunos castros muestran la existencia deespecies cultivadas de cebada, centeno y mijo. Las técnicas agrícolaseran muy rudimentarias ya que, según Estrabón (III,4,17), eran lasmujeres las que se ocupaban del cultivo de los campos, trabajándoloscon azada. Este tipo de cultivo, el cultivo de azada, es más primitivo

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que el cultivo de arado, que debió de ser introducido en las regionesseptentrionales por los romanos, como muestran las concomitanciasentre el arado romano y el arado vasco, estudiado por Julio Caro Ba-roja. Dicho cultivo, además, no permite profundizar en los suelosque, además, se agotan rápidamente. M.ª Luisa Sánchez León hizo unestudio de la dieta de los pueblos del norte y de su aporte calórico, yllegó a la conclusión de que estas poblaciones se hallaban crónica-mente al borde de la desnutrición. Ello explicaría las incursiones sobrelos pueblos de la Meseta, más ricos, y la importancia económica de laguerra como una actividad organizada. El déficit de cereales se confir-ma, además, por la noticia de que el ejército romano, durante la guerracántabra, hubo de importar trigo de Aquitania (III,4,8). Debían de exis-tir también cultivos de lino. Plinio (19,10) dice que en su época se ha-bía comenzado a importar lino de los zoelas a Italia. Podríamos pensar,por esta referencia, que dichos cultivos habrían sido introducidos trasla conquista romana, pero la referencia de Estrabón a que la mayoría delos guerreros lusitanos llevaban corazas de lino induce a creer que yase cultivaba en el noroeste en la época prerromana.

Además de estos recursos, hemos de tener en cuenta también la ri-queza minera. Estrabón (III,3,5) afirmaba que todo el país entre elTajo y el territorio de los ártabros era muy rico en minerales, espe-cialmente en oro aluvial. Este oro aluvial sería probablemente la ma-teria prima de la joyería castreña que ha ofrecido piezas de gran cali-dad, como la diadema de Ribadeo, los tesoros de Arrabalde, etc. Esdudoso, por el contrario, que se practicase una minería subterráneaantes de la llegada de los romanos, ya que Floro (2,33-60) expresa-mente dice que, a pesar de la riqueza minera, ésta no aprovechaba alos indígenas, que la ignoraban, y que fue Augusto el que dio ordende que se explotase el suelo. Además de oro, el norte abundaba enplomo, estaño, minio, malaquita y hierro, como atestiguan varios pa-sajes de Plinio (34,112 y 158). Existe la posibilidad de que el plomoy el cobre sí se explotasen en época prerromana, y el hallazgo de ha-chas de talón en algunas minas, como las de Castillejo, en Cangas deOnís, apunta esa posibilidad. Además de estos productos hemos detener en cuenta la sal, también mencionada en el texto estraboniano,que tenía un gran valor en la Antigüedad, no sólo como medio natu-ral de conservación de los alimentos, sino también para la alimenta-ción de los caballos y otros ganados. Topónimos como Cabezón de laSal, en Santander, testimonian la existencia de minas de sal gema.

Al lado de estas actividades primarias, había también actividadeseconómicas secundarias, dedicadas principalmente a suministrar lasmanufacturas indispensables para la vida cotidiana. Entre ellas, las prin-cipales eran el tejido, la cerámica y la metalurgia. Como en casi toda laHispania prerromana, el tejido era una actividad doméstica y es proba-

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ble que la cerámica lo fuese en gran medida también. Todavía en la ac-tualidad en Tras-os-Montes y en Zamora, en territorio antiguamente as-tur, la alfarería a mano y no a torno continúa teniendo una gran impor-tancia. En todo caso, los estilos cerámicos del área cantábrica todavíason mal conocidos. En algunos castros del área cántabra se registra lapresencia, a partir de finales del siglo III a.C., de cerámicas celtibéricas.Solamente la metalurgia ha dejado más restos, y tanto en Coaña, comoSan Chuís o Arrabalde y otros castros se han hallado escorias y hornosde fundición que atestiguan la existencia de talleres metalúrgicos.

En todo caso, el nivel económico del área cantábrica antes de laconquista romana era muy bajo, y ello se observa en la escasez de in-tercambios y en la ausencia de moneda. En el siglo I a.C., como diceEstrabón, en las zonas más apartadas todavía se recurría al trueque ose utilizaban láminas de plata recortadas como si fueran moneda. Laintroducción de una economía monetaria en estas zonas, a diferenciade otras de la península Ibérica, fue una de las principales conse-cuencias de la conquista romana.

LA SOCIEDAD. EL PROBLEMA DEL MATRIARCADO Y OTROS RASGOS

CARACTERÍSTICOS DE LOS PUEBLOS DEL NORTE SEGÚN LOS ESCRITORES

CLÁSICOS

La organización social de los pueblos del norte de la penínsulaIbérica ha sido objeto de una amplísima bibliografía desde la prime-ra mitad del siglo XX. En ella se ha creído observar una serie de ras-gos propios que la diferenciarían de la organización social del restode los pueblos peninsulares. Estos rasgos configurarían una organi-zación gentilicia o tribal que ha sido objeto, como decimos, de unaabundante bibliografía, principalmente española. Todo lo escrito so-bre dicha organización gentilicia fue puesto en tela de juicio a partirde los años ochenta del siglo XX y se pasó, por parte de algunos au-tores, a negar rotundamente la existencia de cualquier tipo de organi-zación de este tipo, que antes había parecido clara y evidente para lacomunidad científica. Estos movimientos pendulares hasta ciertopunto son habituales en las interpretaciones históricas pero, en el casode la organización social de los pueblos del norte, es evidente que ele-mentos no históricos se han mezclado de manera más o menos vela-da en la discusión. De todas maneras, es preciso decir que la llamadaorganización gentilicia, discutida a partir de datos casi exclusiva-mente epigráficos, no agota en absoluto el campo de la organizaciónde las sociedades septentrionales, que es más amplio.

Uno de los problemas fundamentales con el que nos encontramos ala hora de investigar este aspecto es la diferente calidad de las fuentes

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relativas a las guerras cantabroastures con respecto a las fuentes quenarran las etapas anteriores de la conquista romana. Ni Floro ni DiónCasio ni Orosio tienen la agudeza histórica de Polibio o el detallismodel análisis recogido por Tito Livio. Los cántabros, astures y, en gene-ral, las poblaciones del norte peninsular aparecen en los textos comomasas amorfas e indiferenciadas. A los historiadores de las guerras cán-tabras no les interesan ni su organización interna, ni siquiera sus jefes.Sirven solamente como ejemplo tipificador de la barbarie que ciega-mente se opone a la civilización representada y aportada por Roma. Notenemos nada en ello comparable a los breves pero agudos análisis dePolibio sobre las monarquías turdetanas o sobre la escisión social den-tro de los celtíberos. De esta manera, la discusión se ha centrado en losdatos epigráficos, los únicos que aportaban material nuevo, y se ha ol-vidado a veces que la realidad social es algo más amplio que las insti-tuciones que se reflejan en las inscripciones.

De la misma manera, no debemos proyectar inconscientementesobre aquellos pueblos los conceptos geográficos y políticos surgidosposteriormente en el curso de la historia. Galaicos, astures y cánta-bros se extendían mucho más al sur de la cordillera Cantábrica. Losastures, especialmente, ocupaban un gran territorio que se extendía alnorte de la Meseta septentrional hasta el río Duero. Es evidente quela población no se repartía de manera uniforme dentro de estos terri-torios. Las principales ciudades u oppida citados por las fuentes anti-guas parece que se hallaban al sur de la cordillera, es decir, en la zonade la Meseta, y, en lo que las conocemos, no presentan diferencias ar-queológicas notables con las poblaciones de vacceos o celtíberos.Cabe suponer que la mayor parte de la población vivía en esta zona yotra parte en el litoral septentrional, donde las condiciones climáticasy de hábitat eran más llevaderas, pero es poco razonable creer a piesjuntillas a los autores clásicos y suponer que estas poblaciones vivíanen las cumbres, donde no existían condiciones de ningún tipo parahabitar continuadamente. Los castros astures y cántabros que se ubi-can en zonas de alta y media montaña, todavía mal conocidos, son dereducido tamaño. Puntualmente, pueden haber jugado un papel im-portante como plazas de control de vías de comunicación e inclusocomo lugares de resistencia extrema, pero ni la mayoría de la pobla-ción, de las actividades económicas ni de las instituciones de gobier-no se situaban en ellos.

La consideración en conjunto de las fuentes literarias, epigráficasy arqueológicas sugiere la existencia de una organización social se-mejante a la que hallamos en el resto del área indoeuropea de la Pe-nínsula, es decir, una división entre una aristocracia y el resto de lapoblación libre. De la existencia de ricas joyas castreñas, astures ycántabras, puede deducirse la existencia de individuos que acumula-

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ban más riqueza que los demás y, eventualmente, más prestigio socialy poder. Podría suponerse que estas joyas no tenían una finalidad deatesoramiento privado, sino que serían exvotos dedicados a las divi-nidades, pero el hallazgo en un contexto doméstico de los dos tesorosde Arrabalde (Zamora), un castro astur conquistado durante las cam-pañas de Augusto, invita a pensar que se trata de un atesoramientoprivado de una persona o familia concreta.

También las esculturas de guerreros galaicos, características de unárea muy concreta del norte de Portugal y del sur de Galicia, inducen apensar en la existencia de una aristocracia. Estas esculturas son de unagran tosquedad y falta de naturalismo, pero en todo aquello que intere-sa a un guerrero, es decir, la representación del armamento, adornos delos vestidos, cinturones, etc., poseen una gran precisión y detalle. Sediscute mucho la cronología de estas imágenes pero no parece que de-ban fecharse ni antes del siglo I a.C. ni después del siglo I d.C. Dos deellas, una del castro de Viana y otra del castro de Rubiás, llevan sendasinscripciones latinas; la primera es ilegible, pero la segunda reza: Adro-no Veroti F. («(dedicada) a Adrono, hijo de Veroto»). Cabe la posibili-dad de que la inscripción se realizara en una época diferente a aquellaen la que se hizo la escultura, pero parece razonable suponer que éstaes una obra dedicada a alguien importante de la comunidad, probable-mente un jefe, un aristócrata o un magistrado.

Uno de los documentos más importantes para el estudio de la or-ganización social de los pueblos del norte de la Península, el deno-minado pacto de hospitalidad de los Zoelas (CIL II, 2633), aparecerubricado al final de su primera parte, realizada en Curunda en el año27 de nuestra era, por una serie de individuos de nombre indígena:Arausa Blaecani, Turaius Clouti, Docius Elaesi, Magilo Clouti, Bo-decius Burrali y Elaesus Clutami, además de por Abienus Pentili delque se dice que es magis(tratus) Zoelarum. Es fácil suponer que losprimeros eran «notables» representantes tal vez de las gentilidadesque contraían el pacto de hospitalidad; pero del último se dice expre-samente que era una autoridad de toda la gens de los Zoelas, lo quede alguna manera, por sangre, por función o por cualquier otra razón,lo hace miembro de una aristocracia. De igual manera, una tésera des-cubierta en Herrera de Pisuerga, territorio de los cántabros, del año 14a.C., que registra también un pacto de hospitalidad entre un individuollamado Amparamus y la civitas Maggaviensium, aparece refrendadopor tres mag(istratus) llamados Caelio, Caraegius y Aburnus, en loscuales hemos de ver a las autoridades de la civitas mencionada y, portanto, a unos aristócratas. Del mismo Amparamus hemos de pensarque también él era ciertamente un individuo importante, ya que todauna civitas, por modesta que fuese, tenía interés en contraer un hos-pitium con él.

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En cuanto al pueblo, carecemos de ninguna información sobre él.Estaría compuesto por hombres libres capaces de armarse de algunamanera; pequeños propietarios pastores y agricultores aunque, segúnEstrabón, era la mujer la que se ocupaba de las tareas agrícolas. Supo-nemos que las primeras monedas de Emerita, acuñadas hacia el año 25 a.C., inmediatamente tras la fundación de la ciudad con veteranosde la guerra, representan el armamento característico de las poblacio-nes del norte: escudo redondo o caetra, falcata, puñal, una o dos lanzasy, a veces, la doble hacha o bipenne. El armamento típico parece habersido la rodela con dos lanzas o jabalinas como parece deducirse de dis-tintas representaciones figuradas de Hispania; una en un áureo de Au-gusto y otra en el gran camafeo de Francia, que deben aludir a las vic-torias recientes del emperador sobre los cántabros y astures.

Un texto especialmente comentado de Estrabón (III,4,18) es el re-ferente a la existencia de un matriarcado entre los cántabros: «Otrosrasgos tampoco son señal de civilización pero no son tan bestiales, porejemplo, la costumbre de que entre los cántabros los hombres dan ladote a las mujeres y que las hijas reciben la herencia y que ellas casana sus hermanos, lo que parece ser una especie de ginecocracia». Tra-ducimos expresamente el término que utiliza Estrabón, que es el de«ginecocracia» y no el de «matriarcado», como se suele traducir. Efec-tivamente, ambas cosas son distintas. Mientras un matriarcado presu-pone una descendencia por línea femenina, la ginecocracia supone quela mujer, de alguna manera, ejerce el poder, pero puede ser dentro deuna sociedad patriarcal y patrilineal. Hijas o hermanas de determina-dos varones pueden tener un papel relevante, sin que ello implique queexista un «matriarcado», y a eso es precisamente a lo que parece refe-rirse Estrabón. Hay que tener en cuenta que el geógrafo griego no es-pecifica si esta costumbre es general a todos los casos o si se restrin-ge, por ejemplo, a una clase social. Dada la mala información delgriego acerca de los asuntos del norte peninsular, tampoco podemoshacer más precisiones. Del análisis de la epigrafía de todo el norte pe-ninsular se deduce que la filiación, en todos los casos, se establecíapor línea masculina, es decir, según un sistema patrilineal; y no hayninguna evidencia que permita apoyar la existencia de un régimen ma-triarcal o ginecocracia. Algunos historiadores hicieron hincapié en lafigura del tío materno o avunculus, que aparece a veces en las ins-cripciones vadinienses, normalmente como dedicante del epígrafe fu-nerario, como una figura de transición entre un régimen matriarcal yotro patriarcal. En una situación de este tipo, en la que el hombre co-mienza a reemplazar a la mujer en los esquemas básicos de organiza-ción social, el poder es ejercido ahora por los hombres, pero por aque-llos que están más estrechamente vinculados a la figura de la materfamilias, que es a través de la cual se transmite la descendencia. En

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este sentido, el avúnculo o hermano de la madre, es la figura domi-nante. Pero no hay nada en la epigrafía cántabra o astur que permitasuponer que los tíos maternos ejercían alguna clase de poder o autori-dad social. La misma palabra avunculus es romana, y su figura existíaen la sociedad romana clásica que era, sin embargo, una sociedad fé-rreamente patriarcal. Las menciones epigráficas de tíos maternos, porotra parte, no son excepcionalmente numerosas y, por otra parte, sepueden explicar perfectamente como personas que reemplazan a pa-rientes más cercanos del difunto (por ejemplo, a sus padres) en la ta-rea piadosa de dedicarle la sepultura con una inscripción.

Uno de los aspectos más debatidos y estudiados sobre la organi-zación social de los pueblos del norte de la Península es el de la exis-tencia en ellos de lo que se ha denominado una organización gentili-cia. Los estudios fundamentales sobre este tema se remontan a los deF. Rodríguez Adrados, El sistema gentilicio decimal de los indoeuro-peos occidentales y los orígenes de Roma (Madrid, 1943); J. CaroBaroja «La organización social de los pueblos del norte de la penín-sula Ibérica en la Antigüedad», en Rev. Int. de Sociología y luego enLegio VII Gemina (León, 1970); A. Schulten, Los cántabros y astu-res y su guerra contra Roma (Madrid, 1945), y otros autores. La con-clusión de todos estos estudios, resumida por Maluquer en su magní-fica síntesis sobre los pueblos celtas de la Península en la Historia deEspaña, de Menéndez Pidal, tomo I, volumen 3 (Madrid, 31976), eraconsiderar en el norte la existencia de dos zonas con dos tipos de organización diferentes aunque equivalentes. Una sería el área de lascenturias del noroeste y otra el área de las gentilidades. El área de las centurias correspondería al área castreña del noroeste, el territoriode los galaicos y la parte oriental de los astures; el área de las gentili-dades a los pueblos celtas de la Meseta, pero incluiría también a cán-tabros y astures. El conocimiento que tenemos de estas dos formas deorganización sería exclusivamente epigráfico. Las centurias corres-ponderían a las denominaciones, generalmente en ablativo, acompa-ñadas de una C invertida; las gentilidades aparecerían menciona-das en las inscripciones por nombres en genitivo de plural céltico en-cum, o latino en -orum, a los que en ocasiones rige la palabra gens ogentilitas. Lo característico de ambas formas de organización sería elestar basadas en la consanguinidad y no en la territorialidad, como lasformas más avanzadas de estado, cuya representación más genuina enel Mundo Antiguo es la civitas. Centurias y gentilidades serían, pues,formas de organización intermedia entre la familia y la tribu, corres-pondientes a los clanes que se observan en otras sociedades preesta-tales. El carácter de unidad de parentesco, sobre todo de las gentes ygentilidades, se reforzaría por el hecho de que los nombres de estasunidades casi siempre son derivados de nombres propios de personas;

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por ejemplo, Acceicum, de Acces; Caburateiqum, de Caburus; Trite-cum, de Triteus, etc. Dado que los términos gens y gentilitas derivande una raíz *gen/gin- con el significado de «procrear», «descenden-cia», los nombres de las gentes y gentilidades tendrían el significadode «los descendientes de Acces, de Caburus o de Triteus».

El documento más importante para conocer la relación entre gentes ygentilitates es el denominado pacto de hospitalidad de los Zoelas (CIL II2633). Se trata de un documento sobre una lámina de bronce que registrala renovación, en el año 27 de nuestra era, de un pacto de hospitalidad «ve-tustom antiquom», es decir, que se había concertado hacía mucho tiempo,entre la gentilitas Desoncorum, de la gens de los zoelas, y la gentilitas Tri-diavorum, también de la gens de los zoelas. En el año 152 d.C. este pac-to fue ampliado a otros individuos particulares de otras gentilidades de loszoelas, más un individuo que no era zoela, ya que dice que era orniaco.Por este documento podemos ver que las gentilidades eran subdivisionesde las gentes, de manera que la sociedad de estos pueblos quedaría orga-nizada, según Caro Baroja, de la siguiente manera: un primer nivel, gene-ral, representado por las grandes divisiones tribales a las que los romanosllaman generalmente populi: astures, cántabros, etc.; un segundo nivel, re-presentado por fracciones de las tribus, que serían las gentes: zoelas, or-genomescos, etc.; y un tercer nivel, una subfracción, representado por losclanes o gentilidades, como los desoncos, tridiavos, avolgigos, etc.

A partir de los años ochenta del siglo XX, estudios posteriores rea-lizados por Gerardo Pereira, María Cruz Gonzalez, Juan Santos,Francisco Beltrán, por nosotros mismos y otros autores, han venido acambiar de manera muy importante la visión que tenemos de la orga-nización de las sociedades septentrionales, de manera que han pues-to en crisis el concepto mismo de organización gentilicia. Es muy di-fícil hacer una síntesis de la visión actual de este tema ya que, aunquela mayor parte de los historiadores estén de acuerdo en las ideas fun-damentales, existen luego numerosas diferencias de detalle en las in-terpretaciones de unos y de otros, que a veces pueden ser puramenteterminológicas pero que, en otras ocasiones, pueden tener más cala-do conceptual. Hay que decir, igualmente, que otros historiadores,aunque minoritarios, como Francisco Javier Lomas, han defendido laexistencia del régimen gentilicio entre las poblaciones del norte de laPenínsula, aportando argumentos para defender sus tesis.

En 1975, M.ª Lourdes Albertos, en una artículo importantísmo pu-blicado en el BSAA de Valladolid («Organizaciones suprafamiliares enla Hispania Antigua») estableció que el signo de la C invertida no de-bía leerse como centuria, sino como castellum y hacía referencia a lasunidades de población características del mundo galaico-astur que no-sotros denominamos castros. Las organizaciones representadas por laC invertida no serían, pues, organizaciones de parentesco, sino organi-

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zaciones territoriales y, de esta manera, quedaba destruida la ecuaciónpropuesta por Schulten de ver en centurias y gentilidades un mismotipo de organización, basado en la consanguinidad. La interpretaciónde Schulten se basaba principalmente en una inscripción procedente delas proximidades de Miranda de Douro, territorio de los zoelas, quemencionaba a un militar de caballería, Emilio Balaeso, a quien dedica-ba la inscripción de la cognatio de cen(turia); la centuria se basaría enla cognatio, es decir, en el parentesco transmitido por doble línea, tan-to paterna como materna. Posteriormente, Pereira propuso desarrollarel texto de la inscripción como cognatio de(crevit) cens(uit), con locual desaparece la centuria, y la cognatio, documentada en otras ins-cripciones, como la tábula de Montealegre de Campos (Vallodolid) ouna inscripción de Alconétar (Cáceres), resulta una institución bien co-nocida, de carácter parental, pero que no tiene ya nada que ver con lacenturia de Schulten, Adrados y otros autores.

Por otra parte, resulta innegable la existencia de un tipo de organi-zación propio, de carácter parental, que no es exclusivo de los pueblosdel norte sino que, además de los cántabros y astures, se documentatambién entre los pueblos de la Meseta Central: vettones, vacceos, cel-tíberos y carpetanos, que es la organización en gentes, gentilitates, cog-nationes y genitivos de plural. Este tipo de organización no se docu-menta, salvo excepciones justificables, ni entre los lusitanos ni al sur dela línea marcada por el río Tajo y al este del Ebro, por lo que parece ca-racterística del área indoeuropea de la Península. Como hemos dichoanteriormente, estas unidades suprafamiliares aparecen mencionadasen las inscripciones por genitivos de plural céltico en -cum, -con, o la-tino en -arum, -orum, formados a partir de nombres de persona, gene-ralmente formando parte de la fórmula onomástica en inscripciones funerarias pero también en documentos públicos como pactos de hos-pitalidad (pacto de los zoelas, tésera de Montealegre), documentos ju-diciales (bronce latino de Contrebia Belaisca), aras votivas (ara de LaOliva de Plasencia) o en marcas de propiedad sobre instrumentos do-mésticos (páteras de plata de Tiermes).

Las divergencias entre los historiadores se sitúan en torno al significa-do que hay que otorgar a este tipo de organizaciones y a la relación entreellas. Hay quienes opinan que gentes, gentilitates, cognationes y genitivosde plural sin la mención expresa de la palabra gens, gentilitas o cognatioeran cosas diferentes que cumplían funciones distintas; y quienes pensa-mos que substancialmente eran lo mismo, aunque quizá con denomina-ciones distintas que se les diera en áreas geográficas diferentes. Los geni-tivos de plural aparecen generalmente en inscripciones funerarias; ellopodría explicar por qué los térmitos gentilitas o cognatio no los acompa-ñan, ya que, en el cementerio local, cualquiera que acudiese y leyera lasinscripciones comprendería perfectamente a qué tipo de organización se

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referían dichos términos. Por el contrario, cuando se trata de documentoscon cierto carácter «oficial» (pactos de hospitalidad, textos votivos, etc.)parece que sí se tenía interés en hacer constar el carácter de dichas insti-tuciones, expresándose entonces la palabra gentilitas, cognatio, etc.

Otro hecho que se puede observar es que los términos gens y gen-tilitas no se usaban de manera rigurosa, y en el mismo pacto de loszoelas algunas de las gentilidades de la primera parte del texto apa-recen en la segunda parte citadas como gentes. Por otra parte, la pa-labra gens se aplicaba también a unidades étnicas mayores, y era en-tonces sinónimo de populus; así, encontramos en las inscripcionesexpresiones como ex gente Cantabrorum o ex gente Vaccaeorum.

No sabemos si la gentilitas y la cognatio eran una misma cosa que re-cibía nombres distintos en zonas diferentes (gentilitas se documenta enel norte, aunque también una vez en Extremadura; cognatio, de momen-to, solamente en la Meseta Central) o si eran cosas diferentes. Pero entodo caso está claro que se trataba de una organización de parentesco su-perior a la familia restringida. En todos los casos que conocemos, genti-lidades y cognationes realizan actos de derecho privado: hospitalidad,clientela, culto familiar a los Lares; pero no conocemos que realicen ac-tos de derecho político. Se ve, por tanto, que esta forma de organizaciónafectaba únicamente a los aspectos privados de la persona, pero no a lospúblicos, y por tanto no se puede decir que fuera exactamente una formade organización social. Conocemos inscripciones en las cuales, indivi-duos que hacen constar la unidad suprafamiliar a la que pertenecen, di-cen también que son cives Orgenomescus, Termestinus, o hacen constarla pertenencia a la tribu Quirina, es decir, a la tribu romana a la que per-tenecían como ciudadanos romanos. Lo que podemos deducir por estasinscripciones es que, desde el punto de vista público o político, lo deci-sivo para estas personas era su condición de ciudadanos y, por consi-guiente, la organización territorial sobre la que se fundaba la civitas, yque no existía incompatibilidad entre la pertenencia a una organizaciónsuprafamiliar indígena y la condición de ciudadano.

Por otra parte, las menciones de este tipo de organizaciones, aun-que numerosas, no dejan de ser un porcentaje muy reducido del totalde la onomástica del área indoeuropea peninsular. No sabemos, portanto, si era un tipo de organización que afectaba a toda la poblaciónindígena o si, por el contrario, era privativa de algunos sectores so-ciales, por ejemplo, de la aristocracia local.

LA RELIGIÓN Y EL CULTO

La afirmación de Estrabón (III,4,16) de que los galaicos no tienendioses y que los celtíberos y sus vecinos por el norte dan culto a un

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dios sin nombre en las noches de plenilunio y hacen bailes en ruedaa las puertas de sus poblaciones, se contradice en gran medida con loque dice precedentemente en III,3,7 acerca de que los pueblos de lacornisa cantábrica sacrifican a Ares cabrones, caballos y hombres.Estas contradicciones deben alertarnos acerca de la dificultad de co-nocer las manifestaciones religiosas de los pueblos del norte penin-sular a partir de los autores clásicos, a quienes dichas manifestacio-nes les resultaban completamente ajenas y extrañas.

Estas frases de Estrabón se han interpretado de maneras muy di-ferentes. La referencia al ateísmo de los galaicos se ha supuesto quequiere decir que éstos no tenían imágenes de sus dioses, puesto que pos-teriormente, en época romana, la epigrafía muestra una gran abun-dancia de teónimos indígenas distintos precisamente en el territoriogalaico. García y Bellido interpretaba que el dios innominado al quelos celtíberos y sus vecinos septentrionales adoraban las noches deplenilunio sería la misma luna, que aparece representada en las este-las funerarias de la región de Lara de los Infantes, cuyo nombre seríatabú. Francisco Marco ha puesto este texto en relación con la religiónde los celtas, quienes contaban los días por noches y quienes se hacíandescender de Dis Pater, tal vez el mismo dios que en Irlanda se llamaDagda, dios del conocimiento y del mundo de los muertos, que se re-laciona naturalmente con la noche. Lo que sí es interesante es que Es-trabón introduce una cierta diferencia, en lo que a religión se refiere,entre los galaicos por una parte y los otros pueblos situados al orien-te de ellos, diferencia que como veremos se comprueba a través de lasinscripciones de la época romana.

En cuanto a la divinidad indígena identificada con Ares es difícilestablecer cuál podría ser de las que conocemos por las mencionesepigráficas. Es más que probable que en vez de ser un único dios, fue-sen dioses que recibieran en los distintos pueblos nombres diferentes.La costumbre de sacrificar hombres y caballos la conocemos tam-bién, más al sur, entre los vettones. Una cita de Plutarco dice queMarco Craso, gobernador de la Hispania Ulterior, supo que los bleto-nenses (habitantes de Ledesma, en Salamanca) habían sacrificado unhombre y un caballo para sellar la paz con los pueblos vecinos. En lareligión indoeuropea el caballo se vincula a la función regia y el sa-crificio del caballo, el ashmaveda, es el sacrificio real y solar por ex-celencia. Pero, como hemos visto también, en las estelas vadiniensesse representa el caballo, tal vez con una función psicopompa; y en lasde la región de Lara de los Infantes y Clunia las representaciones dejinetes a caballo son abundantes también.

La epigrafía de la época romana nos transmite una gran cantidad denombres de dioses indígenas que son, sin embargo, de muy difícil iden-tificación y comprensión. El análisis filológico de las raíces de estos

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teónimos ha permitido clasificar a estas divinidades en dioses solares,acuáticos, de la vegetación, de los caminos, de la guerra y un largo etcé-tera. Sin embargo, no tenemos garantías de que la etimología de dichosnombres refleje auténticamente la función y el carácter de dichos dioses.Por poner un ejemplo de reducción al absurdo, es como si, a falta de otrainformación, dedujésemos que, ya que Cristo significa en su raíz griega«ungido con aceite», éste fuese un dios de la vegetación o de la agricul-tura. A veces la identificación con un dios romano nos permite suponerun carácter determinado a una divinidad pero, dado que las divinidadesromanas son plurifuncionales, no siempre estamos seguros de cuál es elcarácter que conviene ver en el dios romano y el indígena que con él seidentifica. De esta manera, Cosus, que es uno de los dioses que más semenciona en las inscripciones del área galaica, aparece identificado enuna de ella como Cosus Mars. La similación con Marte, en esta inscrip-ción, ha hecho suponer que Cosus sería un dios de la guerra, probable-mente el identificado por Estrabón con Ares en el pasaje citado al co-mienzo de este capítulo. Sin embargo, Marte en Roma tenía también uncarácter agrario. La dedicatoria, realizada por un campesino indígena yen la época del Imperio, es decir, cuando Roma no permitía ninguna ma-nifestación ideológica que alentase la revuelta y la independencia, resul-ta por lo tanto dudosa como expresión del culto a una divinidad indíge-na de la guerra.

Un fenómeno, sin embargo, que puede observarse a través de lasinscripciones, y que concuerda en parte con lo que dice Estrabón, esque en toda la franja occidental de la Península hasta el Tajo, es de-cir, en el territorio de galaicos, lusitanos y, parcialmente, vettones, co-nocemos una gran diversidad y abundancia de teónimos, lo que con-trasta con lo que se observa tanto en la Meseta oriental como entre laspoblaciones orientales de la cordillera Cantábrica, donde las mencio-nes son menos abundantes y variadas. La mayor parte de estos teóni-mos son formas adjetivales que terminan en -acus, -agus, -aegus yformas semejantes; por ejemplo: Tongoenabiagus, Anabaraecus, etc.M.ª Lourdes Albertos creyó advertir una oposición entre la distribucióngeográfica de los nombres de gentilidades y gentes y la de los teónimosindígenas. En la zona donde tenemos abundancia de nombres de gen-tilidades (territorio de los astures, vettones, carpetanos, celtíberos, cán-tabros) los teónimos indígenas eran más escasos; en la zona de Gallae-cia y Lusitania, donde prácticamente no se documentan gentilidades,por el contrario los teónimos son abundantísimos. Puesto que gramati-calmente los nombres de gentilidades son similares a los de los diosesindígenas, formas adjetivales en -cum normalmente, Albertos concluíaque tal vez en los nombres de los dioses se conservara el recuerdo delas unidades suprafamiliares indígenas del área galaico-lusitana que,para la época imperial, ya habrían desaparecido.

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Por otra parte, J. Untermann llamó la atención sobre el hecho deque de la enorme pluralidad de teónimos que normalmente se men-cionan una vez, destacan unos pocos que se citan más frecuentemen-te y que morfológicamente no son adjetivos, como los que anterior-mente referíamos, sino que parecen sustantivos. Entre estos pocosnombres están Cossus, Reua, Navia, Nimidi y algún otro. Cosus yReua son masculinos y Navia y Nimidi femeninos. La propuesta delfilólogo alemán es que tal vez estos nombres sean equivalentes a loslatinos deus, numen, genius, nimpha que, efectivamente, suelen iracompañados por epítetos que son gramaticalmente adjetivos. Así, envez de una gran variedad de dioses distintos, lo que en realidad seatestiguaría a través de la epigrafía del noroeste peninsular seríanunos pocos dioses acompañados de una gran cantidad de epítetos di-ferentes que los relacionan con un lugar concreto, un pueblo o unaciudad, una montaña o un río. De esta manera, Cossue Nidoledius,Cossue Segidiaecus o Cossus Calaecius, sería advocaciones diferen-tes de un mismo dios, Cosus, que en el último ejemplo evidentemen-te se relaciona con la comunidad de los callaeci o galaicos.

Además de éstas, encontramos también atestiguadas en el noroestedivinidades típicamente célticas. Las más importantes son Lug y lasMatres. Lug, al que ya nos hemos referido al hablar de la religión delos celtíberos, es bien conocido tanto por la literatura celta como porinscripciones galorromanas y de Britania. Se trata de un dios solar, dela inteligencia, de la magia, de las habilidades técnicas y de los artesa-nos y comerciantes y es, probablemente, el dios galo que César identi-fica con Mercurio y que dice que es la divinidad más importante. Se co-nocen varias inscripciones del noroeste y de Celtiberia dedicadas a Lugen su forma plural, los Lugoves, sobre aras con uno solo o varios foci,lo que testimonia la importancia y extensión de su culto también enHispania. Las Matres, por su parte, son diosas de la fecundidad, la tie-rra, la naturaleza y, quizá, la ultratumba. En el mundo celta se las co-noce tanto por inscripciones como por esculturas y relieves de Britaniay Renania, principalmente. Su culto está abundantemente representadoen todo el noroeste y en Celtiberia, también, casi siempre con epítetos(Gallicae, Brigaecis, etc.) que las relacionan con un grupo humano oun lugar determinado.

En todo el noroeste peninsular son muy abundantes, además, lasdedicatorias a Júpiter acompañado de diversos epítetos indígenas, aveces referidos a una montaña, como Jupiter Candamius, que tieneque ver con el monte Candamo, entre León y Asturias. Esta abun-dancia de inscripciones ha hecho que supongamos la existencia deuna divinidad indígena semejante al Júpiter romano, es decir, una di-vinidad del cielo luminoso con asiento en la cumbre de las montañas,que habría terminado por ser suplantada por el dios clásico.

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Por lo que conocemos, no parece que antes de la época romana exis-tiesen templos, ni dentro ni fuera de las poblaciones. El culto se cele-braría en santuarios a cielo abierto, en un claro del bosque, en la cimade una montaña, junto a lagos o a fuentes y ríos, como era característi-co de la religión celta. Estos santuarios naturales recibían entre los cel-tas el nombre de nemeton, «bosque sagrado». La palabra latina equiva-lente era lucus, y por la existencia de topónimos como Lucus Augusti oLucus Asturum podemos deducir la existencia de estos bosques sagra-dos en Galicia. También nos consta la existencia de un culto en torno alos ríos, fuentes y lagos semejante a lo que conocemos en otras partesdel mundo celta, ya que gran parte de las joyas galaicas y asturianas quese conocen son fruto de hallazgos en los lechos fluviales.

Se ha hablado de la existencia de cultos animistas a los montes,los bosques y los ríos entre las poblaciones del norte. Es posible quealgunas figuras legendarias medievales, como el Basa Jaun («Señordel bosque») del país Vasco, que se identificó por los inquisidores delos siglos XV y XVI con el diablo, perpetúe algún tipo de creencias pri-mitivas, ya que sus características parecen hundirse en estratos muyantiguos de la historia de las religiones, que podrían rastrearse hastaen el Neolítico.

En cuanto a las creencias y prácticas funerarias, prácticamente no seconoce nada de las necrópolis de esta zona, salvo hallazgos muy par-ciales. Lo que se puede deducir por ellos es que el rito predominante pa-rece haber sido la incineración, como en la Meseta, y que las cenizas deldifunto se depositaban en un vaso cerámico acompañadas de otros va-sos y de armas, lo que indica la creencia en una existencia tras la muer-te, probablemente concebida en términos semejantes a la vida ordinaria.Como hemos dicho, las representaciones de caballos en las estelas va-dinienses y de jinetes en Clunia y Lara de los Infantes hacen sospecharalgún tipo de ideas en torno a la heroización ecuestre del difunto, perono podemos saber nada a ciencia cierta sobre ellos.

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EPÍLOGO

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EL FINAL DE LAS ETNIAS Y CULTURAS PALEOHISPÁNICAS. EL DIFÍCIL

PROBLEMA DE LAS PERVIVENCIAS

A lo largo de las páginas anteriores hemos podido ver cómo lo ca-racterístico de la península Ibérica antes de la conquista romana erasu extremada heterogeneidad. Heterogeneidad de etnias: iberos e in-doeuropeos, principalmente celtas, pero también colonizadores feni-cios, griegos y cartagineses, sin cuya presencia no se comprendenmuchos fenómenos de los pueblos prerromanos. Heterogeneidad delenguas, de formas y niveles de organización social y económica, decreencias religiosas, de cultura material y de instituciones. Esta hete-rogeneidad fue captada perfectamente por los escritores clásicos, porejemplo Estrabón, y explica que para un habitante de la costa ibéricao turdetana los fenicios o los griegos con su cultura correspondiente osus formas de organización resultasen más familiares que los pueblosdel interior o del norte. Frente a esta situación, la conquista romana y la romanización posterior supusieron una homogeneización relati-va y pusieron fin al panorama de pueblos, lenguas y culturas prerro-manas que hemos estudiado en los capítulos precedentes. La desapa-rición de dichas sociedades, sin embargo, no se produjo ni de unamanera homogénea ni en todas partes al mismo tiempo, ya que ni elpanorama prerromano, como hemos visto, era homogéneo, ni la con-quista romana se realizó de una vez, sino a lo largo de un periodo lar-go de tiempo.

El problema de la desaparición de las sociedades paleohispánicas,absorbidas por la romanización, no puede reducirse a un problemapolítico o institucional. Tampoco un enfoque difusionista, que conci-ba las sociedades prerromanas como algo pasivo que se deja asimilar

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por las superiores formas de cultura y de organización romanas, ayu-da a comprender mejor las cosas. Durante más de doscientos años loque se produjo fue una interacción mutua en la cual predominaron loselementos romanos como elementos reguladores de la organizaciónsocial y de las manifestaciones culturales propias de ella. El resulta-do de esta interacción fue la creación o desarrollo de una sociedadque podemos llamar propiamente hispanorromana. Este proceso nose produjo en todas las partes de la Península al mismo tiempo, yaque fueron conquistadas en momentos diferentes.

En líneas generales, al final de la Segunda Guerra Púnica (206 a.C.)Roma dominaba en la Península la costa levantina y meridional, Cata-luña, el bajo valle del Ebro y el valle del Guadalquivir con el bordemontañoso septentrional de Sierra Morena. Es decir, territorios muchomás extensos que los que los cartagineses habían dominado anterior-mente. En los primeros veinte años del siglo II a.C., Roma extendió susconquistas al pie del Pirineo, Navarra, Aragón, el medio valle del Ebro,el valle del Jalón, la Meseta meridional y el territorio portugués al surdel Tajo. Entre el 153 y el 133 a.C., con las guerras contra los celtíberosy los lusitanos, conquistó también la Meseta septentrional y los territo-rios del noroeste al sur del río Miño. En el 123 a.C. se anexionaron lasislas Baleares. Y entre el 29 y el 19 a.C., Augusto completó la conquis-ta peninsular mediante las guerras contra los cántabros y astures.

La romanización comenzó a la vez que la conquista. En el 206a.C., Escipión, antes de regresar a Italia, creó el primer núcleo de po-blación italiana en la Península al fundar Itálica con aquellos solda-dos que, por sus heridas, no podían soportar el viaje de regreso. Enuna fecha tan temprana como el 171 a.C. el senado decidió crear lacolonia de Carteya con los hijos de soldados romanos y de mujereshispanas que reclamaban una regularización de su estatuto. Este actoindica que en muy poco tiempo se había ido creando una poblaciónhíbrida o mestiza, cuyo número era lo suficientemente abundantecomo para que el senado romano tuviera en consideración su recla-mación. Es significativo también que Carteya se fundara en el sur dela Península, en la costa gaditana, es decir, en la zona que económi-ca, social y culturalmente guardaba más semejanza con Italia y don-de los colonos, por consiguiente, iban a poder desarrollar un tipo devida más semejante al de la metrópoli. En el 138 a.C., Décimo JunioBruto fundó Valentia con los veteranos del ejército, entre los que po-dían encontrarse algunos auxiliares ibéricos, que habían combatidocontra Viriato. En el 123 a.C., Cecilio Metelo creó las colonias dePalma y Pollensa con tres mil «romanos» oriundos de la Península.Aunque en los autores griegos el término «romano» significa tanto elromano propiamente dicho como el itálico, la fundación de estas doscolonias por Metelo con individuos sacados de la Península indica

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que, antes de acabar el siglo II a.C., la población de italianos y gentecon estatuto de ciudadanía era relativamente alta en la Península. Du-rante el siglo I a.C., especialmente durante la época de César, se fun-daron numerosos municipios y colonias, con una abundancia sin pa-rangón, especialmente en Andalucía, Levante, Cataluña y el valle delEbro. En la Meseta y el norte peninsular el fenómeno de la munici-palización y colonización se desarrollaría durante la época imperial.

Naturalmente, las regiones conquistadas más antiguamente se ro-manizaron antes y de manera más profunda que las que fueron con-quistadas más tarde. Ello explica, además de otras razones como lafertilidad del territorio, que las colonias cesarianas se instalasen endichas regiones. No obstante, las sociedades locales guardaron hastamuy tarde sus propias formas de organización, en tanto en cuanto,como hemos dicho, no entraban en contradicción con el dominio político romano. Se maneja un estereotipo según el cual los iberos, yespecialmente los turdetanos, acostumbrados desde más antiguo a lapresencia de colonizadores, habrían opuesto menos resistencia a la con-quista romana. Un estudio atento de las fuentes históricas muestra porel contrario, como hemos visto, que por lo menos hasta la época de Vi-riato las ciudades de Turdetania y de Beturia no renunciaron a la idea deser independientes de los romanos.

Estrabón, tomando sus datos de Asclepíades de Mirlea y de Arte-midoro de Éfeso, es decir, de autores de la primera mitad del siglo I a.C.,afirma la profunda romanización de los turdetanos, que habían perdi-do todas sus diferencias con los túrdulos y habían adquirido la vesti-dura y las costumbres romanas. Sin embargo, los relieves de Osuna,que son una de las principales realizaciones del arte ibérico y unafuente de información histórica sobre la sociedad ibérica de la bajaépoca, muestran que, hacia el 49 a.C., persistía la influencia de lospatrones artísticos ibéricos, del armamento y de la indumentaria. Lascecas indígenas de la Hispania Ulterior acuñaron hasta esta épocamoneda con letreros en lengua ibérica, lo que refleja su perdurabili-dad hasta el final de la República. La sustitución del ibérico por el la-tín en los letreros monetales evidencia la sustitución progresiva de laslenguas indígenas por la lengua del Lacio; en el proceso de dicha sus-titución, muchos términos, especialmente agrícolas y mineros, pasa-ron a la lengua de los conquistadores, como informa Plinio. Por lamisma época, en cambio, un grupo de ciudades de fundación feno-púnica, como Málaga, Almuñécar, etc. comenzaron a acuñar monedacon letreros en púnico y representaciones de dioses semitas que seprolongan hasta entrado el Imperio. Lo interesante es que esas ciuda-des eran en algún caso aliadas o federadas de los romanos. Se tienela sensación de que a través de dichas monedas estas ciudades, don-de se seguía hablando púnico y donde la población semita era cuan-

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titativamente importante, expresaban con orgullo la conciencia de sudiferencia tanto con respecto al entorno ibérico como con respecto alos propios romanos. Para este mismo momento, Estrabón atestigua,por otra parte, que el culto semita al Hércules gaditano, es decir, aMelcart, se practicaba en Cádiz con toda su pureza. F. Presedo, alanalizar una inscripción del siglo II de nuestra era en que una aristó-crata de Barbesula (Guadiaro, Cádiz) donaba una colección de joyasriquísima para adornar una estatua de Diana, demostró cómo detrásde un ambiente plenamente romanizado subsistían formas de religio-sidad característicamente semitas.

Los celtíberos, que habían sido uno de los pueblos que había opues-to una resistencia más encarnizada a los romanos, adoptaron de éstos lamoneda para expresar la identidad de sus ciudades. Las monedas celti-béricas se caracterizan por un modelo común que muestra una cabezamasculina en el anverso y un jinete, generalmente con lanza, en los re-versos. No conocemos bien el origen de estas imágenes, aunque es po-sible que el jinete lancero sea una interpretación de las monedas roma-nas con representación de los Dióscuros a caballo. También se cree quela cabeza masculina es una reinterpretación de la cabeza de la diosaRoma en los anversos republicanos; pero estos cambios y adaptaciones,que reflejan reinterpretaciones cuyo sentido no podemos captar bien,muestran precisamente que la romanización no consistió en una asimi-lación pasiva de las formas romanas por parte de los pueblos prerroma-nos. Dos de las fuentes principales para el estudio de la sociedad celti-bérica, la moneda y la epigrafía, son préstamos culturales de losromanos, a través de los cuales los celtíberos expresaron su identidadpropia y su diferencia con respecto a los pueblos del entorno.

En el nororeste de la Península, entre los galaicos y los lusitanos,diferentes inscripciones que contenían pactos de hospitalidad y clien-tela con romanos miembros del ejército y de la administración mues-tran que muy rápidamente tras la conquista, durante el mismo reina-do de Augusto, se establecieron mecanismos políticos y jurídicos queservían para una integración mayor de los indígenas en la organiza-ción romana. La epigrafía de la época altoimperial, sin embargo,muestra no sólo la pervivencia sino el florecimiento mismo de loscultos indígenas, y ciertos rasgos del latín de las inscripciones pare-cen reflejar la influencia de la lengua local. Alguna de las inscripcio-nes en lusitano, que lleva la datación consular, muestra que esta len-gua continuaba hablándose en el siglo III de nuestra era.

Plantear el estudio de los fenómenos indígenas bajo el dominioromano como un problema de «pervivencias» o de substrato tal vezno sea la mejor forma de abordarlo. Evidentemente, el desarrollo deuna economía de tipo romano, con una determinada división socialdel trabajo, un desarrollo de la manufactura, el comercio y la mone-

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da; la difusión de la organización social de tipo romano y de las ins-tituciones políticas romanas, además de sus manifestaciones cultura-les características, llevaron a la creación de un nuevo tipo de socie-dad y de cultura en un proceso dialéctico (mantendremos la palabra,a pesar de que ya, ¡ay!, no está de moda en el vocabulario histórico)en el cual los elementos indígenas en unos casos desaparecieron y enotros quedaron subordinados a los romanos, pero no de una manerapasiva o como vestigios, sino como elementos operativos y con sig-nificado dentro del conjunto. El verso de Marcial, reclamando su es-tirpe céltica e ibérica al mismo tiempo («[...] nos, celtis ex iberis ge-nitos...») evidencia la conciencia del pasado indígena por parte de unilustre hispanorromano.

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BIBLIOGRAFÍA

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Obras generales

Con carácter general, resulta indispensable para el alumno que de-see profundizar en el estudio de los pueblos prerromanos o iniciarseen la investigación, consultar las Actas de los Coloquios sobre len-guas y culturas prerromanas, que se celebran con una periodicidadde tres o cuatro años. El primero se celebró en Salamanca en 1974 ylas actas fueron publicadas en 1976; el octavo se celebró nuevamen-te en el 2001 en Salamanca para conmemorar los veinticinco años; elnoveno, y hasta ahora el último, en Barcelona, en octubre de 2004. Otrasreuniones científicas periódicas han logrado consolidarse también ydeben ser citadas aquí. Se trata de los Simposios sobre los celtíberos,organizados y editados por F. Burillo Mozota, de los que hay ya cin-co celebraciones; y también de las Tables Rondes internationales surLusitanie romaine, la primera celebrada en Burdeos en 1988, cuyasactas se publicaron en 1990 editadas por J. G. Gorges, y de las quevan también con una periodicidad trienal seis ediciones. Además decontribuciones sobre Lusitania romana, se hallan en ellas también otrasdedicadas al mundo prerromano. A pesar de los años transcurridos, si-gue siendo útil la consulta del tomo I, volumen III, de la Historia deEspaña, dirigida por R. Menéndez Pidal, España prerroma. Etnologíade los pueblos de España, por J. Maluquer de Motes, A. García y Be-llido, B. Taracena y J. Caro Baroja, Madrid, 31976.

A continuación se enumeran distintas obras de carácter funda-mentalmente arqueológico, etnológico y lingüístico que se refieren alconjunto de la Península o a varios pueblos conjuntamente.

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ÍNDICE

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Introducción ................................................................................ 7

TARTESSOS.................................................................................... 17

Los datos literarios sobre Tartessos, 18 – Los datos arqueológi-cos, 19 – El final de la Edad del Bronce en Andalucía, 20 – El pe-riodo orientalizante, 21 – La monarquía tartésica, 24 – La épocapostartésica, 29

LOS PUEBLOS DEL SUR DE LA PENÍNSULA IBÉRICA ........................ 39

Turdetanos y túrdulos, 39 – Bastetanos y bástulos, 41 – Los oreta-nos, 43 – Economía de la Iberia meridional, 46 – La monarquía, 49– La sociedad, 51 – La religión, 54

LOS IBEROS .................................................................................. 63

El complejo ibérico: los iberos propiamente dichos (contestanos,edetanos, ilergavones, cesetanos, layetanos, indigetes y ausetanos),63 – Pueblos ibéricos de Aragón y el interior de Cataluña: ilergetes,ausetanos, sedetanos, bergistanos y ceretanos, 70 – Los pueblos delas islas Baleares, 73 – La economía ibérica. Las amonedacionesibéricas, 75 – La sociedad, 81 – Las instituciones políticas: régulosy repúblicas, 83 – La fides ibérica, 87 – La religión y el culto, 89

LOS PUEBLOS CELTIBÉRICOS .......................................................... 93

Complejidad de lenguas, etnias y culturas en la Hispania central.La lengua celtibérica, 93 – Una identidad aparentemente aborta-da: los carpetanos, 103 – La economía celtibérica. Extensión de

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la amonedación hacia el interior peninsular, 109 – La sociedad.Nobiles equites, 114 – La organización política. La confedera-ción, 117 – Hospitium y clientela, 121 – La religión, 125

LOS PUEBLOS DEL OCCIDENTE DE LA PENÍNSULA .......................... 131

Los lusitanos y el complejo de pueblos de occidente. Problemasde definición de la etnia y el territorio. La lengua lusitana, 131 –Predominio de la economía pastoril, 140 – La sociedad, 148 – Elbandolerismo lusitano, 150 – Las jefaturas militares y la figura deViriato, 152 – La religión y el culto, 156

LOS PUEBLOS DEL NORTE DE LA PENÍNSULA .................................. 163

Los galaicos, 164 – Los astures, 166 – Los cántabros, 168 – Losturmogos, caristios, várdulos y autrigones, 171 – Economía y cul-tura material del área cantábrica, 173 – La sociedad. El problemadel matriarcado y otros rasgos característicos de los pueblos delnorte según los escritores clásicos, 176 – La religión y el culto, 183

EPÍLOGO. EL FINAL DE LAS ETNIAS Y CULTURAS PALEOHISPÁNICAS. EL DIFÍCIL PROBLEMA DE LAS PERVIVENCIAS ................................ 189

BIBLIOGRAFÍA .............................................................................. 195

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