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Pueblo Admirable La Proclama de Trujillo

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Pueblo Admirable

La Proclama de Trujillo

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La llamada guerra a muerte es uno de los episodios de la historia de Vene-zuela que nunca deja de ser en alguna medida controvertida. Imputada a una decisión personal de Bolívar, la polémica casi siempre se limita a la valoración moral de una decisión que, sin duda, contribuyó en sumo grado a acentuar la crueldad de una de las etapas más duras del proceso de independencia y que se prolongó hasta finales del año de 1820, cuando Bolívar y Morillo firman, el 26 de noviembre de ese año, Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra.

Sin embargo, y como sugiere el sentido común respecto a la cabal compren-sión de cualquier evento histórico, el Decreto de Guerra a Muerte debe ser ana-lizado en su contexto. Y acá no se trata de ubicar tal resolución en la mera di-mensión de lo militar, sino, más aún, de lo político e ideológico.

El Bolívar de la guerra a muerte no es sólo el comandante que ha perdido la plaza de Puerto Cabello y que, gracias a sus influencias, ha salido al exilio. Es, además, el político que ha reflexionado sobre la caída de la Primera República; publicado el primer gran documento político del proceso de independencia y; conducido una fulminante campaña en el bajo Magdalena que ha liberado a la Nueva Granada, le ha valido el rango de brigadier y, en Mérida, el de Libertador.

De modo que este Bolívar, el que retorna por Cúcuta, ha venido constru-yendo una teoría revolucionaria. Mira hacia un proceso de transformación política que no se puede realizar únicamente con voluntad. El proyecto po-lítico de la independencia requiere pensamiento, concepción teórica, visión internacional, dimensión histórica. No hay lugar para las improvisaciones. Hay quien dice que el Libertador nació en el Monte Sacro. En atención a la madurez política e ideológica, se diría que más bien en Cartagena. En todo caso, la Campaña Admirable es expresión de una nueva dimensión de la conciencia revolucionaria. Tal es el ámbito en el que hay que comprender la guerra de muerte.

Bolívar declara la guerra a muerte por decreto firmado en Trujillo, el 15 de junio de 1813. Por cierto, el mismo día que en Barinas fusilaban al patriota Antonio Nicolás Briceño, quien la había propuesto por vez primera en el lla-mado Convenio de Cartagena, a principios de 1813. Sin embargo, para Bolí-var, muy a diferencia de lo que planteaba Briceño, la lucha por la independen-cia no podía ser concebida y presentada como una mera, devastadora acción de exterminio motivada por el odio e inspirada en el terror. Ello sólo podía conducir a la dispersión, la anarquía y el aislamiento de quienes luchaban por la emancipación americana.

Por esto se opuso desde un principio a esta forma de concebir la guerra. Mientras espera en Cúcuta la aprobación del Congreso para adentrarse en Ve-

nezuela, reconoció la propuesta de Briceño, pero con modificaciones. Sugiere que, en efecto, debían ser pasados por las armas los españoles que actuaran activamente contra la causa patriota. Pero los que no estuviesen en esa situa-ción sólo serían arrestados, hasta que el plan de Briceño, concebido en forma de exterminio total e indiferenciado, recibiese, de ser el caso, la aprobación del Congreso de Nueva Granada. Lo cual nunca tuvo lugar.

Pese a ello, Bolívar reconoce el grado de coronel de Briceño y lo envía al Tá-chira. Pero, dada su indisciplina y desmanes, ordena que sea detenido a prin-cipios de mayo. Bolívar está cuidando el proyecto emancipador de un volunta-rismo temperamental y violento que sólo puede acarrear consecuencias fatales. Es ésta actitud la que coloca a Bolívar a una enorme distancia del inmediatismo que costó la vida de Nicolás Briceño, y de quienes le siguieron por la selva de San Camilo.

Por lo demás, la conducta del régimen español después de la capitulación de 1812 fue en buena medida caldo de cultivo para la guerra a muerte. Bolívar lo señala en su folleto del 2 de noviembre de 1812, titulado Sobre la conducta del Gobierno de Monteverde. A los Americanos. El memorial de Miranda dirigido a la Real Audiencia de Caracas, así como la acusación que la misma Real Au-diencia presenta a la Corona Española, apuntan en el mismo sentido. De hecho, Monteverde actúa a contracorriente de la política española de pacificación. La Constitución de Cádiz de 1812 en la América colonial e irredenta no tuvo al-cance alguno. O´Leary afirma que era letra muerta en tiempos de guerra.

Tal y como fue concebida en el escueto decreto de Trujillo, la guerra a muerte significaba que los españoles y canarios que no participasen activamente en favor de la independencia serían pasados por las armas, y que todos los ameri-canos serían perdonados, incluso si cooperaban con las autoridades españolas. De esta manera, Bolívar responde de una manera radical al comportamiento cruel que Monteverde y sus partidarios han mostrado contra los patriotas luego de la capitulación de Miranda y la caída de la Primera República.

Y, al parecer, no está solo en su decisión. Según relata José Rosario Huma Ta-vera, el presbítero Francisco Antonio Rosario, y otros patriotas integrantes de la sociedad secreta Hermanos, plantearon al mismo Bolívar la necesidad de de-clarar la Guerra a Muerte, y hasta participaron en la redacción del decreto que Bolívar promulgaría dos días después en Trujillo. Si esto es así, la decisión de Bolívar respecto a la guerra a muerte no sería exclusiva y personal sino, por el contrario, parece contar con cierto consenso en el seno de la dirigencia patriota, o de un sector de ella, al menos.

Por otra parte, parece lógico deducir que con dicho decreto, además, Bolívar intenta dar al conflicto una dimensión total, que inevitablemente comprometa a todos los individuos de la sociedad, y una connotación internacional. En co-rrespondencia con lo expuesto en el Manifiesto de Cartagena, Bolívar no está dispuesto a que el proyecto independentista se quede en un mero motín que las autoridades españolas están llamadas a contener según los particulares in-tereses de la Corona y su política de pacificación colonial. Pretende internacio-nalizar la guerra, legitimar la insurrección y el carácter beligerante del bando patriota que la asume en base a los principios de independencia y soberanía. La que se rebela no es una colonia díscola, sino una nación con legítimas aspira-ciones de soberanía.

De modo que la dureza de esta declaración parece quedar legitimada como una suerte de justicia inevitable y necesaria que responde a la crueldad de que han sido víctimas los patriotas por parte de las autoridades y las fuerzas mili-tares que representan el orden colonial y la dominación del imperio español en América. Pero, más allá de esto, parece clara la manera inequívoca como Bolívar pretende definir su proyecto de reconquista y liberación, ya planteado en el Manifiesto de Cartagena: la causa de la independencia, quiérase o no, en el ámbito de conciencia individual o de los intereses grupales, atañe a toda la América. No debe, y no puede, una causa así dar lugar a la molicie o indiferen-cia, ni tampoco a la preeminencia de las facciones locales.

Acaso pocas veces un documento tan simple y escueto como el Decreto de Guerra a Muerte tenga tanta significación política e ideológica. Tal valor sólo puede ser advertido en el contexto en el que se produce la declaración. De ahí que, en manos de Briceño, la guerra a muerte era odio y voluntad de venganza. En las de Bolívar, parte de la estrategia de un cambio revolucionario concebido con proyección total e internacional.

El nacimiento de una nueva conciencia revolucionaria

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Las atrocidades ejecutadas o propiciadas por el capitán de navío de ori-gen canario Domingo de Monteverde al encabezar la contrarrevolución en Venezuela, en 1812, han resultado quizás minimizadas por las de José To- más Boves.

Monteverde no solo incumplió la capitulación aceptada por Miranda, vio-lando todas las garantías ofrecidas y aun usándola como argumento para nuevas persecuciones (se hostigó a los patriotas o sospechosos de serlo bajo el cargo de irrespetar los términos de dicha capitulación). Monteverde llamó “monstruos” a los revolucionarios y, al momento de ser reconocido por las autoridades superiores como capitán general y gobernador de Venezuela, an-tepuso a la liberal Constitución de Cádiz, recién promulgada en la Península, la “ley de la conquista” en el trato con los americanos insurrectos. Son céle-bres las “listas de sospechosos” con que se rastrillaron las ciudades patriotas y se atiborraron los calabozos donde miles murieron por hacinamiento. Esta-ban bajo sus órdenes y contaban con su licencia hombres sanguinarios como Antoñanzas, Zuazola, Cervériz, Martínez y Rosete, cuyas crueldades aún son recordadas.

Monteverde, aunque no obrara por instrucciones directas del poder español –en situación de ambiguo suspenso a causa de la ocupación napoleónica–, en-carnó, con la ferocidad y arbitrariedad de los antiguos conquistadores, la repre-sión de España contra la independencia americana. Esa represión fue sangrien-ta, y pudo haber sembrado la ira en el espíritu de combatientes patriotas como Antonio Nicolás Briceño (llamado por los españoles “el Diablo”), Juan Bautista Arismendi, Santiago Mariño y Simón Bolívar.

No se puede, pues, entender la proclama de Trujillo, mejor conocida como el Decreto de Guerra a Muerte, fuera del contexto de la salvaje represión monár-quica, o contrarrevolucionaria, que intentó extirpar un proceso de independen-cia marcado por un notorio espíritu civilista y legalista. Tampoco es comprensi-ble este decreto –que ha sido calificado como violento e incendiario por varios historiadores– al margen del inquietante fenómeno del apoyo nativo a la causa realista. Los mestizos venezolanos, y hasta los esclavos, abrazaban la causa de sus opresores históricos, arrastrados por el frenesí de la revuelta reaccionaria.

La guerra a muerte no era, pues, una idea solo de Bolívar. Briceño, Mari-ño, Arismendi y otros, la sentaron como divisa en su lucha de resistencia y

sus esfuerzos de contraofensiva frente a los realistas. La guerra a muerte era la respues-ta a la ferocidad de la represión española. El mérito del brigadier Simón Bolívar, proceden-te de Cúcuta con tropas granadinas, consistió en darle un planteamiento estratégico, militar y político, en su lucha por la liberación de Vene-zuela. La guerra a muerte fue la munición ideo-lógica de la Campaña Admirable.

Bolívar define con perfecta claridad al enemigo de la patria instaurando tanto una polarización de los orígenes como una de los partidos. El origen garantiza la vida de los americanos o venezolanos a pesar del partido (realista); el origen condena por sí solo a muerte a los españoles y canarios. Por su parte, el partido no condena a muerte a los americanos, absolutamente inocentes a pesar de sus culpas. Pero el partido (patriota) es capaz de garantizar la vida de los españoles y canarios a pesar del origen. Hispanos y americanos, realistas y patriotas, se ar-ticulan y permutan en la balanza de la vida y la muerte. Los americanos poseen una inocencia absoluta por el origen. Los hispanos gozan de una inocencia rela-tiva, o condicionada, por el partido adoptado. Las diferencias polares se anulan en la unidad de la patria y los españoles y canarios se hacen compatriotas para ser “reputados y tratados como americanos”. Un español que abraza la causa de América no solo salva la vida sino que se vuelve americano, adquiriendo una “igualdad ficticia o política”, para usar palabras del Discurso de Angostura.

El Decreto de Guerra a Muerte propone un sistema lógico-político de dife-renciación e identidad nacional. La proclama de Trujillo, más que una conde-na a muerte, es una amnistía general a todos los miembros, por origen o por elección, de la patria americana. Si tuvo éxito pragmático o no, corresponde a otro análisis, pero como documento político-militar nos revela la sutileza y la nobleza del pensamiento estratégico del Libertador.

En 1816, pasado el momento que, a su criterio, la justificaba, Bolívar suspen-derá unilateralmente la guerra a muerte, proclamando el 6 de julio: “La guerra a muerte que nos han hecho nuestros enemigos, cesará por nuestra parte; perdo-naremos a los que se rindan, aunque sean españoles (…) ningún español sufrirá la muerte fuera del campo de batalla”.

El documento de la ofensiva patriota

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Simón Bolívar, brigadier de la Unión, general en Jefe del Ejército del Norte, Libertador de Venezuela

A sus conciudadanos.Venezolanos:Un ejército de hermanos, enviado por el Soberano Congreso de la Nueva Granada, ha venido a libertaros, y ya lo tenéis en medio de vosotros, después de haber expulsado a los opresores de las provincias de Mérida y Trujillo.

Nosotros somos enviados a destruir a los españoles, a proteger a los americanos y a establecer los gobiernos republicanos que formaban la Confederación de Venezuela. Los estados que cubren nuestras armas, es-tán regidos nuevamente por sus antiguas constituciones y magistrados, gozando plenamente de su libertad e independencia; porque nuestra misión se dirige a romper las cadenas de la servidumbre, que agobian todavía a algunos de nuestros pueblos, sin pretender dar leyes ni ejercer actos de dominio, a que el derecho de la guerra podría autorizarnos.

Tocados de vuestros infortunios, no hemos podido ver con indiferencia las aflicciones que os hacían experimentar los bárbaros españoles, que os han aniquilado con la rapiña y os han destruido con la muerte; que han viola-do los derechos sagrados de las gentes; que han infringido las capitulacio-nes y los tratados más solemnes; y en fin, han cometido todos los crímenes, reduciendo la República de Venezuela a la más espantosa desolación. Así, pues, la justicia exige la vindicta, y la necesidad nos obliga a tomarla. Que desaparezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo infestan y han cubierto de sangre; que su escarmiento sea igual a la enor-midad de su perfidia, para lavar de este modo la mancha de nuestra igno-minia y mostrar a las naciones del universo que no se ofende impunemente a los hijos de la América.

A pesar de nuestros justos resentimientos contra los inicuos españoles, nuestro magnánimo corazón se digna, aun, a abrirles por la última vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir en-tre nosotros pacíficamente, si detestando sus crímenes y convirtiéndose de buena fe, cooperan con nosotros a la destrucción del gobierno intruso de la España y al restablecimiento de la República de Venezuela.

Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo y castigado como traidor a la patria, y por consecuencia será irremisi-blemente pasado por las armas. Por el contrario, se concede un indulto general y absoluto a los que pasen a nuestro ejército con sus armas o sin ellas; a los que presten sus auxilios a los buenos ciudadanos que se es-tán esforzando por sacudir el yugo de la tiranía. Se conservarán en sus empleos y destinos a los oficiales de guerra y magistrados civiles que proclamen al gobierno de Venezuela y se unan a nosotros; en una palabra, los españoles que hagan señalados servicios al estado serán reputados y tratados como americanos.

Y vosotros, americanos, que el error o la per-fidia os ha extraviado de la senda de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos, en la íntima persua-sión de que vosotros no podéis ser culpa-bles y que sólo la ceguedad e ignorancia

en que os han tenido hasta el presente los autores de vuestros crímenes, han podido induciros a ello. No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos. Contad con una inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de americanos será vuestra garantía y sal-vaguardia. Nuestras armas han venido a protegeros, y no se empleará jamás contra uno solo de nuestros hermanos.

Esta amnistía se extiende hasta los mismos traidores que más recien-temente hayan cometido actos de felonía; y será tan religiosamente cum-plida que ninguna razón, causa o pretexto será suficiente para obligar-nos a quebrantar nuestra oferta, por grandes y extraordinarios que sean los motivos que nos deis para excitar nuestra animadversión.

Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Ameri-canos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables.

Cuartel General de Trujillo, 15 de junio de 1813.Simón Bolívar

Es copiaBriceño Méndez

Secretario

Decreto de Guerra a Muerte15 de junio de 1813