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COLECCION VIDAS, IDEAS Y OBRAS DE LOS LEGISLADORES ARGENTINOS Publicación del Círculo de Legisladores de la Nación Argentina con el auspicio de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación

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COLECCIONVIDAS, IDEAS Y OBRAS DE LOS LEGISLADORES ARGENTINOS

Publicación del Círculo de Legisladores de la Nación Argentina

con el auspicio de laSecretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación

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Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación

Dra. Beatriz K. de Gutiérrez WalkerSecretaria de Cultura

Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares

Prof. Daniel R. RíosPresidente

ColaboradoresDip. Nac. (M.C.) María Acevedo de Literas

Secretaria de Cultura

Dip. Nac. (M.C.) Bernardo H. MontenegroSecretario de Prensa

y Relaciones Institucionales

Círculo de Legisladores de la Nación Argentina

Dip. Nac. (M.C.) Alfonso Carlos MárquezPresidente

Artes Gráficas Yerbal, S.R.L.

Osvaldo H. NápoliGerente General

Enriqueta MuñizCoordinación Editorial

COLECCIÓN “VIDAS, IDEAS Y OBRAS DE LOS LEGISLADORES ARGENTINOS”

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Círculo de Legisladores de la Nación Argentina

COMISIÓN NACIONAL PROTECTORADE BIBLIOTECAS POPULARES

Secretaría de Cultura de laPresidencia de la Nación

ESTE LIBRO NO DEBE VENDERSE

Prólogo de

Osvaldo Gallone

El Estilo de una Voz

BELISARIO ROLDAN

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© Círculo de Legisladores de la Nación Argentina, 1999ISBN 987-9336-27-5Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723Impreso en la Argentina

Artes Gráficas Yerbal, S.R.L.Av. Cobo 1857 (1406) Buenos Aires. ArgentinaTel. Fax: 4921-5817/5819 - 4921/1075 (líneas rotativas) E-mail: [email protected]

Diseño Gráfico: Departamento de Arte AGY

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Colección “VIDAS, IDEAS Y OBRAS DE LOS LEGISLADORES ARGENTINOS”

El propósito del Círculo de Legisladores de la Nación Ar-gentina al presentar esta colección de libros dedicados a lavida y la obra de los legisladores argentinos, con el auspi-

cio y el apoyo de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de laNación, se asienta en tres pilares: fortalecer la conciencia nacio-nal, reafirmar nuestra fe en la Democracia e informar, enseñar,persuadir en Libertad.

En tiempos de crecimiento, que son tiempos de crisis, enlos que un pueblo cuestiona su modo de ser, es decir, su iden-tidad, surge una posibilidad de renovación a partir de una au-toconciencia crítica. Es sabido que en circunstancias traumáti-cas, la sociedad es conmocionada por actitudes nihilistas, queen el campo político se manifiestan como un nuevo anarquis-mo romántico en el que la justificación de la violencia puedeaparecer como una crítica pública frente a las disposicioneslegales. Ello disminuye la confianza en las instituciones y, fun-damentalmente, en lo que es singular de la Democracia, la re-presentatividad, generándose así un descreimiento colectivorespecto de los hombres que asumen la representación políticay parlamentaria.

Por esos motivos, y porque es en la política donde se da,más que en cualquier otro campo de la realidad, la sensibilidadpara predecir el cambio y actuar en consecuencia, creemos con-veniente llevar a cabo una acción programada de “reparación”de la imagen del político.

Figuras del Parlamento Argentino como Leandro N. Alem,el perito Francisco P. Moreno, el poeta nacional José Hernán-dez, el ideólogo de la justicia social Alfredo Palacios, y tantosotros, son “modelos” representativos de la vida parlamentaria,

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del pensamiento democrático, la conducta cívica y la concien-cia nacional.

Por eso la Comisión Directiva del Círculo de Legisladores dela Nación Argentina, que me honro en presidir, ha resuelto edi-tar una colección de libros sobre “Vidas, Ideas y Obras de los Le-gisladores Argentinos”, cuyos prólogos o estudios preliminaresestán encomendados a autorizados conocedores de la historiapersonal del legislador correspondiente y contienen, además desu biografía, lo esencial de su pensamiento político. Este se ilus-tra en cada libro con extractos de sus discursos y expresionespúblicas, las leyes que nacieron de su labor parlamentaria, suspublicaciones, etc.

Entendemos que renovar la importancia que se le dio al Le-gislador desde los inicios de la historia argentina debe ser el pri-mer paso para fortalecer la conciencia democrática de nuestropueblo y revelar, especialmente ante las nuevas generaciones,aquellas personalidades parlamentarias que son paradigmáticasy que constituyen, por sí solas, modelos cívicos a partir de supensamiento y su acción.

Creemos contribuir así a la consolidación del espíritu demo-crático del pueblo argentino y ofrecer un aporte significativo ala vigorización de nuestra cultura.

Dip. Nac. (M.C.) Alfonso Carlos MárquezPresidente del

Círculo de Legisladores de la Nación Argentina

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Breve de estatura, carente de gestos y ademanes -tal coin-ciden en afirmar los que lo conocieron-, de bigote peque-ño y ojos saltones, Belisario Roldán, nacido en Buenos Ai-

res el 16 de septiembre de 1873, no hubiera, sin duda, cubiertolas mínimas exigencias que impone en la actualidad la dictadu-ra de la imagen, la feroz banalidad del estereotipo adocenado.

No estimularía el asedio periodístico ni el escándalo mediático,pero tuvo la fortuna de acceder a la vida pública hacia los alboresdel siglo XX, cuando los ideales de la cultura y la ética encarnabanmucho más que fórmulas vaciadas de contenido.

A estar por sus biógrafos -en especial Vicente Osvaldo Cutolo,que en el tomo sexto de su “Nuevo Diccionario Biográfico Argenti-no” resume y recoge toda la información que se puede rastrear so-bre Roldán-, realizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacio-nal Central y en 1889 ingresó en la Facultad de Derecho, en don-de se doctoró en jurisprudencia en 1896 con una tesis que versa-ba en torno a las sociedades anónimas y su fiscalización.

Como Eugenio Cambaceres -aunque por motivos disímiles-no ejerció la abogacía, dedicándose, en cambio, al periodismo,tarea que ejerció desde los primeros años de su juventud.

Con motivo de la llamada “revolución del ‘90” tuvo oportu-nidad de emerger como figura pública. Vale la pena detenerseen los aspectos más salientes de este hecho político fundamen-tal en la historia institucional argentina.

Los historiadores -disidentes en tantos otros planos- no du-dan en coincidir en un aspecto: la crisis del 90 tuvo su origen entres planos diferenciados y concurrentes, todos ellos inscriptos

BELISARIO ROLDANEL ESTILO DE UNA VOZ

Prólogo de

Osvaldo Gallone

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en la política económica llevada a cabo por el gobierno de Juá-rez Celman (cuyo ascenso afirma el nepotismo de Julio Argen-tino Roca y cuya caída da paso a la entronización de Carlos Pe-llegrini): la política de valores, la política monetaria y la rela-ción con los capitales extranjeros. La combinación letal de es-tos tres planos confluye en la quiebra de la Bolsa y el endeuda-miento del país.

Bajo la primera presidencia de Roca (1880-1886) la actividadeconómica del país es febril y, sin duda, entre fines de su gobier-no y comienzos del mandato de Juárez Celman la oligarquía ar-gentina vive su momento de máximo esplendor. No es gratuitoel tema elegido por Belisario Roldán para su tesis universitaria,ya que es por esos años que se constituyen empresas bajo la for-ma de sociedades anónimas, que resultan la expresión más mo-derna del capitalismo surgente. Las acciones que estas socieda-des emiten comienzan a cotizar en la Bolsa, con un entusiasmoque se puede comparar con una fiebre. Las transacciones de laBolsa registran cifras fantásticas y nunca barajadas hasta esemomento. Basten algunos datos de carácter estadístico: hubomomentos en que las transacciones alcanzaron un monto de1.500 millones de pesos mensuales, representando los títulos co-tizados 1.000 millones de pesos. Estas cifras inéditas resultanconsecuencia directa de la cantidad de sociedades que se regis-tran. Entre los años 1882 y 1891 se inscribieron en el Registro Pú-blico de Comercio sociedades cuyos capitales declarados alcan-zaban casi los 1.000 millones de pesos; sólo en un año -1889- seinscribieron ciento treinta y cuatro sociedades de capital extran-jero con cerca de 500 millones de pesos de capital.

Pero más que el monto del capital -dato finalmente secunda-rio si el riesgo financiero lo hubieran corrido las sociedades-, elproblema es que la mayor parte de estas sociedades no tieneningún tipo de respaldo en cuanto a producción se refiere; exis-ten solamente en los papeles que se cotizan en la Bolsa para ob-tener dividendos de la forma más rápida posible. Cuando se tra-ta de obtener dividendos o efectivizar las ganancias, estas socie-dades ficticias desaparecen.

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Pero la fiebre es tan alta que los compradores de acciones noreparan en el carácter ilusorio de estas sociedades.

Si las cuatro novelas de Eugenio Cambaceres -”Potpourri”,1882; “Música sentimental”, 1884; “Sin rumbo”, 1885; y “En la san-gre”, 1887- descubren los primeros perfiles de un país nuevo(cosmopolita y xenófobo, alternativamente rico y pobre, euro-peizante y nacionalista, cruzado por contradicciones y laceradopor la pregunta en torno del elusivo ser nacional), las novelasdel llamado “Ciclo de La Bolsa” dan cuenta de la febril locura fi-nanciera que vive la Argentina en ese momento: “Abismos” (Ma-nuel Bahamonte, 1890), “Quilito” (Carlos María Ocantos, 1891),“Horas de fiebre”, (Segundo I. Villafañe, 1891), “Buenos Aires en elsiglo XIX” (Eduardo de Ezcurra, 1891), “Contra la marea” (Alber-to del Solar, 1894), “Grandezas” (Pedro Morante, 1896), “La Mal-donada” (Francisco Grandmontagne, 1898), “Quimera” (José LuisCantilo, 1899), “Grandezas chicas” (Osvaldo Saavedra, 1901), “El90” (Emilio Gouchón Cané). A estas diez novelas hay que agre-garle una undécima, la que da nombre al ciclo y resulta la mássignificativa: “La Bolsa”, de Julián Martel, seudónimo de JoséMaría Miró (1867-1896), publicada por primera vez en el diario“La Nación” en forma de folletín entre el 24 de agosto y el 4 deoctubre de 1891.

Más, acaso, que cualquier análisis sociológico o histórico, esesta ficción de Martel la que traduce con mayor claridad y efica-cia el crac de la Bolsa de Buenos Aires que precipita la caída delgobierno de Juárez Celman. El delirio pesadillesco de su perso-naje sobre el final del texto deben haberlo experimentado variosde los inversores de la época: “Durante un momento, él probótodos los goces del amor y de la vanidad satisfecha, viéndosedueño de la criatura más hermosa que habían contemplado susojos. Pero de pronto vio que los brazos que lo estrechaban trans-formábanse en asquerosas patas provistas de largas uñas en susextremos. Y el seno palpitante se transformaba también, y echa-ba pelos, pelos gruesos, largos, cerdosos, que pinchaban comolas púas de un erizo. Y cuando quiso huir, arrancarse a la fuerzaque lo retenía, fue en vano. (...) La boca se alargaba hasta las ore-

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jas y agrandábanse y multiplicábanse los dientes, en tanto quelos ojos, furiosos y bizcos, se revolvían en unas órbitas profun-das y sin párpados. Y él entonces, debatiéndose en el horror deuna agonía espantosa ¡loco, loco para siempre! oyó estas tres pa-labras que salían roncamente por la boca del monstruo: - Soy laBolsa”.

En cuanto a la política monetaria, en 1887 Juárez Celmanemite una ley estableciendo el régimen de los llamados BancosGarantidos. Por esta ley se facultaba a los bancos a emitir mone-da con el sello de la Nación siempre que cumplieran ciertas for-malidades que se podrían denominar “garantías”. La emisiónfue tan excesiva que la moneda se depreció de manera irreme-diable. Un dato resulta por demás elocuente: en 1887 la circula-ción alcanzaba la suma de noventa y siete millones de pesos; en1890 -tan sólo con tres años de diferencia- llegó a doscientos cua-renta y cinco millones. El efecto era espiralado y pesadillesco:cuanto más se especulaba, más créditos se otorgaban, cuantomás créditos se otorgaban más moneda se emitía. En su libro “El90”, Juan Balestra aporta un dato fundamental: en 1893 el pesopapel valía cien centavos oro; en 1890, sólo cincuenta y cincocentavos oro; brutal desvalorización que tenía como causas lapérdida de las reservas de oro y la inflación generada por la emi-sión descontrolada.

Por último, vale anotar que el régimen liberal trata de inte-grarse al capitalismo europeo a través de empréstitos, a travésde inversiones y a través de compras. Pero Juárez Celman, ade-más de garantías, a los inversores extranjeros les otorga otrosprivilegios, de los cuales el principal es la exención de los dere-chos de aduana, sistema que implicaba notables negociadospues los capitales se decuplicaban con la complicidad de losfuncionarios que debían verificarlos.

Se puede pues afirmar, siguiendo a Noé Jitrik en “La revolu-ción del 90”, que es sobre la base de estos elementos que se pro-duce la gran quiebra de un estado generalizado de insolvencia:la moneda ha dejado de valer, casi no hay oro, el Estado no pue-de afrontar sus obligaciones, los bancos no tienen con qué pagar,

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las acciones se desinflan, la fiebre especulativa se consume a símisma y a sus cultores y la deuda pública supera con amplitudla renta nacional.

Así las cosas, lentamente se organiza la oposición al gobier-no. En julio de 1889 se celebra una cena que va a tener el carác-ter de fundante en razón de quienes asisten a la misma, un he-teróclito grupo de católicos, mitristas, populistas y roquistas:Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen,Pedro Goyena, Lucio V. López, Manuel Láinez, José Manuel Es-trada, y otros. Esta es la comida que comienza a generar la ideade un grupo opositor al oficialismo. En agosto se formó un nú-cleo llamado inicialmente Unión Cívica de la Juventud -dirigidapor Alem y Del Valle- que se planteaba francamente en oposi-ción a Celman. El movimiento progresó, el núcleo inicial seagrandó y la situación del país en marzo del 90 era tan graveque la Unión Cívica quedó formalmente constituida como fuer-za electoral. Alem explica mejor que nadie sus intenciones: “Miidea, pues, desde un principio, fue esta: preparar el espíritu delpueblo para la revolución y buscar el apoyo del ejército... Yo te-nía la convicción de que con el pueblo solo sería difícil hacertriunfar un movimiento revolucionario contra tantos elementosde fuerza con que contaba el gobierno. Pensaba que debíamosorganizar vigorosamente el elemento civil en la Capital y en laprovincia; pero creía en extremo necesario buscar la participa-ción del ejército en esta gran obra regeneradora, contra la cual elgobierno esperaba lanzarlo. Tenía buenas relaciones con el ejér-cito; conocía su espíritu y los sentimientos levantados de mu-chos jefes y oficiales. No podía convencerme de que un ejércitoque contaba con elementos tan sanos sirviera de guardia preto-riana a gobernante tan pequeño”. Resulta evidente que lo que sepergeña en el espíritu de Alem es una revolución armada.

Un dato digno de ser señalado es que un sobrino de Alem, quehabía asistido con interés a los primeros escarceos de su tío y suscompañeros, se incorpora definitivamente al movimiento en juliode 1890 y se encarga de contactar a tropas policiales y a bomberosarmados con máuser. Su nombre era Hipólito Yrigoyen.

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Si bien dentro del movimiento hay “revolucionarios” y “mo-derados”, el clima de revolución se palpa en el aire a favor de ungobierno que apenas puede sostenerse a sí mismo. Luego demuchas discusiones, se decide que la revolución se va a concre-tar el 26 de julio y que los cuerpos revolucionarios se apostaríanen el Parque de Artillería, que ocupaba el predio de lo que hoyes Plaza Lavalle.

Esencial resulta para conocer en detalle las escaramuzas delsuceso una carta enviada por Alem a Barroetaveña una vezcumplida la asonada: “El plan era el siguiente: a las 4 de la ma-ñana saldrían los cuerpos de sus cuarteles marchando en segui-da con rapidez al Parque, lugar de reunión de todos nuestroselementos. Reunidas las fuerzas revolucionarias en la plaza delParque, inmediatamente se desprenderían dos columnas com-puestas de infantería y artillería; una de ellas llevaría el ataquea la Policía Central, donde estaba el cuerpo de bomberos y vi-gilantes escogidos; si no se entregaban, se les batiría. La otra co-lumna atacaría en sus cuarteles a los cuerpos de línea afectos algobierno, intimándoles rendición, o batiéndolos en seguida, sino se sometían. Ambas columnas de ataque debían obrar consuma rapidez y energía, porque de su éxito dependía el apode-rarnos de la ciudad, después de batir las fuerzas enemigas. ElParque sería defendido por alguna infantería de línea, artilleríay los cívicos, con lo que se creyó suficiente para resistir un ata-que posible. (...) El domingo 27 empezó el combate muy tem-prano, con un ataque que nos trajo el enemigo. Ese mismo díame dijo el general Campos que tenía que comunicar a la Juntaalgo muy grave. Acabo de saber, nos dijo, que estamos sin mu-niciones; que las que hay sólo alcanzarán para sostener el fue-go a la defensiva apenas durante dos horas, y si quisiéramosavanzar no tendríamos más que para cincuenta minutos decombate. (...) No hagamos, nos dijo, derramar sangre estéril-mente; es imposible el triunfo por falta de municiones; auncuando arrolláramos en el primer momento al enemigo, luegoquedaríamos con los brazos cruzados, sin más municiones; yyo, les prevengo, que no cargaré con esa responsabilidad; no

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mandaré el ataque. (...) De ahí vino el armisticio, pedido pornosotros para enterrar los muertos, ocultando la verdadera cau-sa de la suspensión de las hostilidades. Había que aprovecharel tiempo y buscar con toda actividad municiones. (...) En tal si-tuación, la Junta revolucionaria resolvió, el lunes 28, reunir unajunta de guerra de los jefes y oficiales con mando de cuerpos.(...) ... el general Campos insistió en que era inútil toda resisten-cia; en fin: la junta de guerra, por gran mayoría, adhirió a laopinión del general Campos... (...) Nuestra propuesta fue esta:que no se siguieran procesos por los hechos de la revolución, yque los cuerpos y oficiales quedaran como antes del 26 de julio.Ya se sabe que el gobierno pactó el desarme aceptando estas ba-ses menos la continuación de los oficiales en los cuerpos, lo quese nos hizo creer sería momentáneo. (...).”

Concluye así el período presidencial de Juárez Celman, quienquedará en la historia como el gran campeón del liberalismo decorte spenceriano y responsable del crack de la Bolsa de Comer-cio. Le sucederá, respaldado por Roca, Carlos Pellegrini. LaUnión Cívica, escindida luego del golpe frustrado, quedará conAlem al frente de la flamante Unión Cívica Radical; después desu suicidio, el partido será dirigido por Hipólito Yrigoyen,quien durante más de treinta años ocupará el centro de la vidapolítica nacional.

Al inaugurarse en el cementerio de la Recoleta el monu-mento a los caídos durante el movimiento sedicioso hablanen su homenaje figuras de la talla del propio Alem, Bartolo-mé Mitre, Aristóbulo del Valle, Vicente y Lucio López, pero esun joven que aún no había cumplido los veinte años el quedeslumbra con su capacidad oratoria y logra el cerradoaplauso de un auditorio avezado en discursos y proclamas:ese joven es Belisario Roldán, que así comienza a desplegarsu actividad política.

Militante en las filas de la Unión Cívica, es elegido diputadonacional por la Capital Federal en 1902 durante la segunda pre-sidencia del general Julio Argentino Roca. En 1905 se lo designasecretario de la intervención federal a Tucumán y las fuerzas ar-

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madas le confían, en 1909, la misión de representarlas en la inau-guración del monumento al general José de San Martín en Bou-logne-sur-Mer. Es en esa ocasión cuando pronuncia la celebérri-ma pieza oratoria que termina con las palabras: “Padre nuestroque estás en el bronce”. Un año después integra la comitiva ofi-cial que viaja a España para retribuir la visita de la infanta Isa-bel con motivo de los fastos del Centenario. En Madrid, partici-pa de las reuniones literarias del Ateneo, de Madrid, y la RealAcademia Española lo nombra miembro correspondiente ex-tranjero.

Fue profesor del Colegio Nacional Buenos Aires, donde inau-gura la cátedra de Instrucción Cívica -que tantos nombres ytransformaciones conociera a lo largo de la historia docente delpaís- y, como periodista, trabajó en el diario vespertino “LaUnión” y en los matutinos “La Tribuna” y “La Nación”.

Satisface su inquietud narrativa con un tomo de cuentosaparecido en 1917 bajo el título de “Cuentos de amargura”, tresaños después publica “Las venas del arrabal”. Lo mejor de susrelatos -de tramas convencionales y un estilo a veces forzado-son los finales, casi siempre inesperados, elaborados a base deuna vuelta de tuerca que no deja de sorprender incluso al lec-tor avezado.

Pero el campo de la literatura donde sus talentos hallan másfértil terreno es el de la dramaturgia, es un autor prolífico, copio-so, torrencial, que comienza su actividad en 1915 con su drama“Los contagios”, al que le siguen “Luz de hoguera” (1915), “El au-tor de la denuncia” (1915) y el que acaso fuera su mayor éxito decrítica y de público (al punto que mucha gente sabía de memo-ria parte de sus parlamentos): “El rosal de las ruinas”, estrenadoel 28 de abril de 1918 en el desaparecido teatro “Buenos Aires”,con dirección de José León Pagano y Angelina Pagano y Francis-co Ducasse en los papeles protagónicos. Su labor teatral en la lí-nea dramática se completa con “Rozas” (1916), “La ola de fuego”(1919) y otro resonante éxito de público como “El puñal de los tro-veros”, estrenada la noche del 22 de septiembre de 1921 por lacompañía Pagano-Ducasse en el teatro “Liceo” con Angelina Pa-

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gano, Lucía Barausse, Obdulia Bouza y Alfredo Lliri en los pa-peles principales.

En la línea de la comedia ligera escribió “La viuda influyente”,“El amigo de suerte”, “Cosas de París” y “La niña a la moda” (todasescritas en 1915), “La jugadora” (1916), “Mister Franck” (1917),“Amor que miente” (1918), “Cuando muere el día” (1919), “MauricioNorton” (1919), “El bronce”, “La ganzúa de oro”, “El acaparador” y“El señor diputado” (todas de 1920), “Campo adentro” (1921), “Elburlador de mujeres” (1922) y “La virgen de la pureza”, estrenadadespués de la muerte de su autor. Escribió pequeñas piezas co-mo “¿Hay novedades? (1917), “Romeo en pantuflas” (1918) y “Aun-que no queramos” (1921), además de un poema dramático: “El se-ñor corregidor” (1917). Samuel Eichelbaum opinó sobre su laborteatral: “Todas sus comedias están compuestas con la misma li-teratura de sus oraciones patrióticas”.

Su producción poética es variada y de irregulares logros.La edición de sus poesías completas -que se publicaron agru-padas bajo el título “Bajo la toca de lino”, que editó El Ateneoen 1919- lo muestran, tal como apunta Susana Clauso Royo,como un poeta romántico de tipo social, sin agregarle al géne-ro nada que no tuviera ya ni tampoco descollar en el registrode los senderos ya trajinados. Pero no se lo puede acusar defalta de versatilidad; si hay algo que el Roldán poeta tiene essu condición de versátil, casi de malabarista, al punto de com-poner un soneto sin verbos (“Del amor”: “Media noche; unacalleja / de antigua cepa moruna; / por todo farol, la luna / yDios por toda ‘pareja’”) y un soneto sin adjetivos (“Visión se-rrana”: “Bordeando la sierra, jinete en su jaca, / va el fraileBrochero leyendo el Breviario; / debajo del brazo sostiene unaestaca / sobre cuyos nudos se enrosca el rosario.”); muestrasde un talento y una plasticidad natural que acaso no siemprefueron acompañadas por la profundidad lírica que hubiera si-do de desear.

Paradójicamente, su poema más conocido y por el que serárecordado como poeta se encuentra en el segundo acto de “Elpuñal de los troveros”, en el parlamento que corresponde al per-

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sonaje llamado Julián, y es “La balada del caballito criollo”, que fa-tiga aulas y antologías:

“¡Caballito criollo del galope corto,del aliento largo y el instinto fiel,caballito criollo que fue como un astapara la bandera que anduvo sobre él!

¡Caballito criollo que de puro heroicose alejó una tarde de bajo su ombú,y en alas de extraños afanes de gloriase trepó a los Andes y se fue al Perú!

¡Se alzará algún día, caballito criollo,sobre su eminencia un overo en pie;y estará tallada su figura en bronce,caballito criollo que pasó y se fue!

Pero dramaturgia, narrativa y lírica no fueron más -con lo mu-cho que fueron- que inflexiones en lo que puede considerarse elarte mayor de Belisario Roldán: su oratoria. Al recalar en enerode 1910 en Madrid retribuyendo, como ya se dijo, la visita a laArgentina de la infanta Isabel, impulsó a Blasco Ibáñez, colabo-rador del “Heraldo de Madrid”, a escribir algo que lo describe decuerpo entero: “Oradores son todos los señores que hablan. Losotros, los que están algunos peldaños más arriba, son los poetas,los grandes poetas de la palabra”. Y eso exactamente fue Belisa-rio Roldán, más que poeta del verso, de la rima o del efecto tea-tral, fue el poeta de la palabra oral, un príncipe de la oratoria, dela encendida verba, como dijeran sus contemporáneos.

En “El idioma de los argentinos” (1928), justamente en el textoque da título al volumen, Borges barrunta que dos son las in-fluencias antagónicas que conspiran contra un habla argentina:la jerga arrabalera de los saineteros y el casticismo superficial delos españoles; aduce que el lunfardo es un vocabulario gremialy el español un molde estrecho al que no hay razón para some-

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terse. El pueblo no necesita color local, acota, y concluye: “Equi-distante de sus copias, el no escrito idioma argentino sigue di-ciéndonos, el de nuestra pasión, el de nuestra casa, el de la con-fianza, el de la conversada amistad. Mejor lo hicieron nuestrosmayores. El tono de su escritura fue el de su voz; su boca no fuela contradicción de su mano. (...) Escribieron el dialecto usual desus días: ni recaer en españoles ni degenerar en malevos fue suapetencia. Pienso en Esteban Echeverría, en Domingo FaustinoSarmiento, en Vicente Fidel López, en Lucio V. Mansilla, enEduardo Wilde. (...) Pienso en el ambiente distinto de nuestravoz, en la valoración irónica o cariñosa que damos a determina-das palabras, en su temperatura no igual. No hemos variado elsentido intrínseco de las palabras, pero sí su connotación” (eldestacado pertenece al original). Más allá de ser uno de los pri-meros escritores en diferenciar claramente en un marco lingüís-tico los conceptos de denotación y connotación, asombra queBorges -que siempre está donde no se lo espera, que más friablese torna cuando uno cree haberlo apresado- hable de voz cuan-do discurre en torno del estilo, algo que parece más anclado enla grafía que en la mera fonética. Pero a poco de analizar lo quetan claramente desarrolla Borges, se lo puede unir estrechamen-te a más de un rasgo de la producción de Belisario Roldán.

El éxito de Roldán en el teatro estaba fincado, sin duda, en el ex-celente oído de Roldán para captar el matiz, la temperatura, la con-notación de la palabra dicha en argentino. Y su resonante repercu-sión como orador no tiene otra causa que la una y la misma; para-fraseando a Borges, su boca no fue la contradicción de su oído: quémejor que un exitoso autor dramático para sopesar el valor verbalde cada palabra pronunciada desde la cátedra o la banca.

El tiempo que le tocó a Roldán hacer gala de su oratoria en laCámara de Diputados fue un tiempo fundacional, no menosfundacional que el que le tocara a los hombres del ochenta o a lageneración de Echeverría, por eso no debe extrañar que muchosde los proyectos defendidos o apoyados por Roldán tengan ensí mismos la impronta de aurorales.

Fue Roldán, junto con Marco Avellaneda, el que presentó a la

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Cámara el primer proyecto de legislación sobre accidentes detrabajo que llegaba al Parlamento, y en el cual se dejan ver algu-nas de las características antedichas: el afán por cubrir los inevi-tables vacíos legales de un cuerpo aún en formación y la convic-ción de ser protagonista de la infancia nacional (“decir de los le-gisladores de hoy, que estuvieron a la altura de sus deberes enlas horas inciertas de la infancia nacional”).

Testigo y protagonista de la formación de la nacionalidad,hay discursos como el de “El escrutinio uninominal” que sonverdaderas clases magistrales -en el sentido etimológico de lapalabra- de historia. El proyecto del escrutinio, leído hoy, no esmás que una medida deudora del sentido común, pero cuandola presenta Belisario Roldán es una medida legítima y profunda-mente revolucionaria. No debe olvidarse la forma en cómo sevotaba antes de este proyecto de ley. Baste citar un párrafo har-to representativo de “Secuelas del unicato”, de Horacio J. Guido:“Para que así ocurriera se prestaba no sólo el momento históri-co que vivía el país, sino también el sistema electoral que se apli-caba. Se utilizaba el de lista completa, lo que implicaba que laque obtenía mayor número de sufragios ocupaba todos los car-gos, sin dejar representación a la minoría. Por eso un voto de di-ferencia era fundamental, y por ese voto se hacía cualquier cosa..., hasta matar. Las mesas se instalaban en los atrios de las igle-sias, consideradas terreno neutral, y los votantes se encolumna-ban conforme a sus simpatías. Avanzaban de uno por vez de ca-da lado, y se votaba en forma verbal por el nombre del candida-to o la lista del partido, y a veces entregando un papel escrito (lafamosa papeleta). Este sistema daba oportunidad a todo tipo deviolencia y creaba instancias difíciles a los electores. Primero ha-bía que figurar en el Registro, confeccionado siempre por el ofi-cialismo y en el cual, si se era opositor, costaba ingresar; despuéshabía que tener coraje para llegar al atrio, porque muchas vecespolicías o matones se apostaban algunos metros antes para selec-cionar a los votantes; y finalmente hombría para cantar el voto.Lo que ocurría cuando se acababan los votantes de la columnade un candidato, era imprevisible. Tiros, ponchazos y puñaladas

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podían ser el epílogo de una elección. Por eso, sólo los muyhombres votaban o lograban con su presencia imponer la pazsuficiente para que otros lo hicieran, y el prestigio logrado fren-te a una mesa electoral -el que sólo se ganaba con guapeza- con-fería a su poseedor una aureola mítica de hombre de agallas. To-dos estos vicios hacían que el porcentaje de votantes fuera siem-pre muy reducido -en épocas normales, el diez por ciento de loselectores, y excepcionalmente se duplicaba-, lo que a veces dabalugar a cuestionamientos, por no representar el electo la volun-tad mayoritaria de la ciudadanía. Era cierto; pero el país no te-nía entonces otra forma de cumplir el precepto constitucionaldel gobierno representativo. Llegar al voto secreto, al padrónmilitar y a la lista incompleta, sería el objetivo de muchos añosde historia política argentina”. (el destacada pertenece al origi-nal). A la luz de esta cita se ve con absoluta claridad el giro deciento ochenta grados en la política argentina que representabael proyecto de Roldán, el carácter fundante de nacionalidad.

En el proyecto titulado “Justicia de paz” un estremecimientoanacrónico recorre la mirada del lector actual pues este textoque tiene una antigüedad de más de medio siglo aboga por unaequivalencia que parece extractada de un diario de ayer, de undiario de esta mañana: el estatus de los jueces debe correspon-derse punto por punto con la ética de los jueces, la judicatura esel asiento republicano de la ética democrática, y si la ética de unpaís allí no se asienta es vano buscarlo en ningún otro lado. Hayjueces -se escandaliza con razón Belisario Roldán- “que de día,en las horas del despacho, hace descanso de las fatigas de la no-che, y por la noche -¡a qué extremos de impudicia puede condu-cir el vicio!- y por la noche ubica su despacho en lugares dondeno es precisamente la imagen del Cristo legendario la que presi-de la sala!” Afortunadamente para Roldán, su vida no fue lo su-ficientemente longeva como para asistir al espectáculo de juecesmediáticos que elaboran sus dictámenes, sus defensas y hastasus arrepentimientos contratados con exclusividad para un ca-nal de televisión.

En “Ley de residencia”, Roldán llega a la inflexión más incó-

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moda para su generación y para la inmediatamente anterior: eltema de la inmigración extranjera. Los hombres del ochenta -condon Torcuato de Alvear a la cabeza- hacen del espacio urbano yla coreografía urbanística no sólo el lugar que les pertenece, si-no que es un lugar matizado con algunos reductos que funcio-nan como coto inviolable (el Club del Progreso, por ejemplo);Cambaceres y su obra operan aquí como instancia modélica: venal extranjero con el horror de quien es testigo de una invasiónbárbara e incontrolable. El primer capítulo de “Música sentimen-tal” ofrece una descripción panorámica del pasaje de un barco:“Lotes de pueblo vasco, hacienda cerril atracada por montones ...con un atado de trapos de coco azul sobre los hombros y zapa-tos de herraduras en los pies. Lecheros, horneros y ovejerostransformados con la vuelta de los tiempos y la ayuda pacientey resignada de una labor bestial, en caballeros capitalistas..., pe-ro siempre tan groseros y tan bárbaros como Dios los echó almundo. Surtido de portugueses y brasileños... Gentes blandujasy fofas como la lengua que hablan. Pasan su vida a bordo des-cuajados sobre asientos de paja, comiendo y vomitando man-gos..., la casi totalidad enferma, es vulgar, dejada y sucia. (...)Media docena de arrastradas, albañales de detritus humanos. Y,por último, uno que otro particular decente”. En esta brutal pa-norámica cambaceriana prevalecen al menos dos rasgos íntima-mente ligados al inmigrante: la descalificación del trabajo comomedio productivo de acumular riqueza (“la ayuda paciente y re-signada de una labor bestial”) y la irreductibilidad de los atribu-tos raciales (“Gentes blandujas y fofas como la lengua que ha-blan”). Indudablemente que ese también es uno de los rasgospreponderantes de un texto como “La Bolsa”, a la que hay queagregar, en este caso, la irrupción de más feroz antisemitismo,feroz y absolutamente injustificado -tal como anota en su prólo-go a la obra Osvaldo Pellettieri-, ya que en 1888 sólo entraronocho familias judías a la Argentina, y al año siguiente cientotreinta y seis, y casi todas se afincaron en el interior; mal podíanser, pues, los judíos los responsables de las penurias financierasde la oligarquía argentina, tal el planteo de Martel en su novela.

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Si bien la generación de Roldán no resulta tan brutalmentexenófoba, admite al extranjero con marcadísimas reservas, talcomo lo prueba con claridad la aludida “Ley de residencia”.Roldán defiende su postura valiéndose de un argumento clara-mente sofístico (como es el “caso Montesano”), y, por otro lado,niega clases y castas y a renglón seguido las puntualiza y dife-rencia. Se advierte, por otra parte, en este proyecto y en la alo-cución de Roldán el lugar que ocupaba la filiación de corte anar-quista en el país: el orador sitúa a los anarquistas en el plano deaquellos que odian la República, odian la bandera de la Nacióny preconizan el crimen. Si después de Arendt se puede hablarcon certeza de “la banalidad del mal” también se puede discu-rrir sobre la astucia de la mala fe: Roldán contrapone el retratoestereotipado de un anarquista al peso moral de los símbolospatrios; obviamente, el fiel de la balanza se inclina hacia el ladode los símbolos.

Resulta indiscutible -como Borges postula en “El idioma...”-que se puede discurrir con propiedad en torno del estilo de unavoz, de la huella estilística que deja en el oído la resonancia deuna voz, el reverbero de un timbre que atraviesa el silencio. Enestos discursos se lo escucha a Roldán, se lo escucha como si selo viera, y la textura de esa voz es pasible de ser analizada comosi de una escritura se tratara.

Roldán es un especialista en emplear algunos de los elemen-tos estilísticos de la escritura. En “Accidentes de trabajo”, porejemplo, se puede observar el empleo repetido de la analogía re-tórica, lo que no sólo otorga un efecto más vibrante al discurso,sino también un poder de convicción mayor y más fecundo. En“El escrutinio uninominal” se destaca el uso de la hipérbole apropósito de la mirada de Vélez, también allí maneja la digre-sión (una digresión impecable, que se aleja y vuelve al tema, enel sentido musical del término) y los hemistiquios, convirtiendolas largas parrafadas en rigurosos pasajes separados por preci-sas cesuras.

Un párrafo como: “No he de seguirlo, entonces, al través detodo su brillante discurso, ni he de imponer a mi imaginación el

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esfuerzo de ir tras de la suya en ese largo viaje, tan largo, señorpresidente, que a veces el espíritu, fatigado por el esfuerzo de lajornada, se ha sentado a reposar, sin notarlo, a la sombra de laparadoja” tiene una extensión y un tono en los que resuena la lu-minosa y entrecortada respiración digresiva de Lezama Lima.

Se ha mencionado a Lezama Lima; en su proyecto sobre el es-crutinio uninominal Roldán se vale de una cita de Nietzsche pa-ra sumar brillo a su argumentación; su discurso a propósito dellibro titulado “Oratoria argentina” resulta claramente especular,en el 15º aniversario de la muerte de Sarmiento (o sea, en 1903),Roldán duplica la esperanza sarmientina al postular la escuelacomo arma para salvar al país del caudillaje, la anarquía, la ofus-cación y el error.

Nietzsche, Sarmiento, el libro, la escuela: Roldán es el hijo deun tiempo y de una clase política que más allá de sus errores (su-ficientes) y estrecheces (deudoras de la situación, en el sentidosartreano, que les tocó vivir) tuvo como signo y emblema unconcepto que en los años de este fin de siglo se ha adelgazadohasta la disolución, se ha tergiversado hasta la procacidad: lacultura.

Leer los discursos de Mitre, Alem, Lucio V. López, Aristóbu-lo del Valle, Lisandro de la Torre, Nicolás Avellaneda o JoaquínV. González resulta, a despecho de las ideologías que resuenanen cada palabra, asistir al infrecuente espectáculo de la inteli-gencia, al deslumbrante despliegue de la cultura, de la frecuen-tación del libro y de la reflexión, asistir a un tiempo -al parecer,irrecuperable- en el que las cámaras legislativas eran recintos dediscusiones de nivel académico y no meras refriegas electoralis-tas matizadas con insultos y carentes ya no de finas ironías sinode simples argumentos. En ese tiempo, el arte oratorio de Beli-sario Roldán brilló con fulgor propio.

Acaso fue José Ingenieros el que fijó su perfil de una vez y pa-ra siempre en el discurso con motivo de un banquete. Dijo: “Noes tribuno; ni removedor de pasiones colectivas, porque los tra-bajadores del cincel se asfixian en el tumulto de la asonada; noes un lógico severo que pueda culminar en la oratoria forense; la

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apologética sagrada no deberá a su espíritu moderno páginasejemplares; no será un caudillo fascinador de turbas, porque sulenguaje no es el que ellas hablan; ni brillará, por fin, en la cáte-dra docente que reserva sus laureles a los expositores eruditos.Roldán se diferencia de todo eso; es, en forma incomparable, uncreador de imágenes, un caso genial de imaginación artísticaservida por un estilo arborescente y pomposo”.

Hacia mediados de 1922, cuando sólo contaba con cuarenta ynueve años de edad, su médico le diagnosticó una severa afec-ción pulmonar. Como era de rigor en su época para ese tipo dedolencias, se trasladó a Córdoba (específicamente, a la ciudadde Alta Gracia) para encontrar reposo y alguna esperanza de cu-ra. No hallándola se suicidó la tarde del 17 de agosto.

Quien fuera un hombre de tal riqueza verbal, sólo trazó dospalabras destinadas a su mujer en la cuartilla final de su vida:“Sé fuerte”. Laconismo que acaso sólo pueda compararse con elfinal del “Diario” de Cesare Pavese: “Basta de palabras. Un ges-to. No escribiré más”. Roldán también consumó ese gesto y dejóde decir.

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Bibliografía básica

Borges, Jorge Luis: “El idioma de los argentinos”, M. Gleizer Edi-tor, Buenos Aires, 1928.

Clauso Royo, Susana: “Belisario Roldán” en “Prosa y poesía deBelisario Roldán”, Eudeba, 1966.

Crassweller, Robert: “Perón y los enigmas de la Argentina”, Eme-cé, 1988.

Cutolo, Vicente Osvaldo: “Nuevo diccionario biográfico argentino(1750-1930)”, Tomo Sexto, Editorial Elche, Buenos Aires,1983.

González Arrili, Bernardo: “Tiempo pasado - Semblanzas de escri-tores argentinos”, Academia Argentina de Letras, Buenos Ai-res, 1974.

Guido, Horacio J.: “Secuelas del unicato - 1890-1896”, EdicionesLa Bastilla, 1977.

Jitrik, Noé: “La revolución del 90”, Centro Editor de América La-tina, 1970.

Salas, Horacio: “El Centenario - La Argentina en su hora más glo-riosa”, Planeta, 1996.

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TEXTOS PARLAMENTARIOSDE BELISARIO ROLDAN

Discursos y Proyectos de Ley*

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* Los textos respetan la redacción original del Diario de Sesiones. Cuando las intervenciones son muy extensas se reproducen sólo fragmentos, separa-dos por líneas de puntos.

Agradecimientos a:Dirección de Información Parlamentaria. H. Cámara de Diputados del Congreso de laNación. Departamento de Referencia Legislativa (Subdirección de Documentación eInformación Argentina) de la Biblioteca del Congreso de la Nación.

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ACCIDENTES DEL TRABAJOCámara de Diputados

Sesión del 30 de mayo de 1902

Sr. Roldán - Pido la palabra.Este proyecto, que tengo el honor de suscribir conjuntamen-

te con mi distinguido colega el señor diputado por la Capital,doctor Avellaneda, a la vez que concurre a satisfacer necesida-des realmente sentidas, obedece a un movimiento de previsiónque constituye hoy la fuerza inicial, diré así, de la acción legisla-tiva de la Europa, donde se han proclamado ya como verdadesincontrovertibles que a hechos nuevos corresponden nuevas le-yes, reclamadas por las exigencias cada vez más complejas de lavida moderna, y que la cultura jurídica debe evolucionar simul-táneamente con la cultura social, de modo que lo que era ayerpara un sujeto de derecho esperanza apenas vislumbrada, eshoy, en razón de los principios nuevos que el comercio de lasideas va consagrando todos los días, una verdad legal que leampara y le protege. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

No es ciertamente una creación, ni pretende serlo. Viene de lavieja Europa, donde, fruto de amargas experiencias, es la resul-tante de luminosas deliberaciones, que serían por sí solas, cier-tamente, el mejor endoso moral con que los autores de este pro-yecto podrían abonar la modestia de sus opiniones. (¡Muy bien!¡Muy bien!).

No es tampoco, como lo han insinuado algunos, afortunada-mente fuera de esta Cámara, un proyecto prematuro. Se ha di-cho que debiendo reducirse necesariamente los beneficios de es-ta ley a la Capital de la República y territorios nacionales, no va-le la pena de dictarla. Me bastaría responder, señor presidente, aesa observación, que hoy en la Capital de la República trabajanaproximadamente en los talleres de manufactura y en la cons-trucción o reparación de edificios, cerca de doscientos mil obre-ros. No hay sobre el particular estadísticas absolutamente depu-radas, pero es este, probablemente, el dato más exacto.

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Quien haya escuchado el rumor de las necesidades de esamuchedumbre; quien se haya detenido a recordar que todas ycada una de las ventajas que los obreros han obtenido entre no-sotros, han sido, no el resultado de la acción gubernamental, quepara nada se ha dejado sentir sobre ellos, sino la consecuenciade iniciativas de color socialista; quien se haya asomado, en fin,a ese mundo, habrá sentido reverdecer en sus recuerdos aquelconcepto de Bismarck según el cual “nada exacerba tanto la pro-testa de abajo como la inacción de arriba” y convendrá conmigoen que este proyecto es absolutamente necesario.

La situación de los inválidos del trabajo, como se les ha lla-mado con propiedad, es, de acuerdo con las leyes vigentes, de-plorable. Pueden iniciar contra el patrón o empresa una acciónpenal, cuando están de por medio las circunstancias que autori-zan esta vía, o una acción civil; acciones ambas largas y costosas,acciones ambas en las cuales el pobre debe pleitear contra el ri-co, acciones ambas, como lo sabe muy bien la Honorable Cáma-ra, en que ni a pensar se atreverían los interesados.

Me ha de bastar citar dos casos ocurridos en los últimos díasen esta Capital, casos cuya autenticidad puedo garantir a la Ho-norable Cámara porque la he comprobado personalmente.

Un obrero, cuyo nombre tengo aquí, argentino, de 34 años, pa-dre de una criatura de nueve años y casado con una mujer enfer-ma e imposibilitada para el trabajo, sufre un accidente en la rue-da de una máquina a vapor en que trabaja, pasa al hospital ymuere. Y aquí, donde el drama debe terminar, empieza recién.Cuarenta y ocho horas después, la madre y el hijo son arrojados ala calle de la pieza que ocupaban en el fondo de un conventillo,en virtud de una orden de lanzamiento dictada por el juez de pazde la sección; y allí quedarían, en plena calle, sin abrigo, sin rum-bo. Sin derecho alguno que invocar ante nadie, tal vez para que larueda de la miseria, implacable como la del taller, concluyera enla familia la obra de destrucción comenzada en el padre... (¡Muybien! Aplausos prolongados en las bancas y en la barra).

He podido comprobar que el comisario de policía de la sec-ción, conmovido ante este espectáculo, ya conocido para él, por-

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que se repite con frecuencia, alojó durante cuatro días a la madrey al niño, cuatro días durante los cuales la madre miraría al por-venir incierto, y en los ojos de la madre clavaría los suyos, absor-tos, la criatura en cuya cabeza de nueve años quedó tal vez sem-brada aquel día la semilla de un libertario futuro... (Aplausos).

Otro caso, señor presidente, más sugestivo. Un obrero argentino,de cincuenta años de edad, soltero, trabajador, sobrio, de anteceden-tes inmejorables, sufre un accidente en el trabajo y es conducido alhospital, donde se le amputan las dos piernas. Dado de alta, arrastradurante ocho días por las calles de Buenos Aires su dolor y su mise-ria, y se suicida. Ante aquel cadáver no habría podido repetirse la fra-se histórica: “he aquí una víctima de las leyes”. No, señor presiden-te: ¡fue una víctima de la falta de leyes! Y en un país como el nuestro,que a pesar de haber inspirado las suyas en las más liberales delmundo, no ha incorporado todavía a su legislación el principio irre-fragable de que así como el patrón responde del perjuicio que le irro-ga la máquina que se descompone o que se pierde, con mayor razóndebe responder de esos perjuicios, si esa máquina está hecha de san-gre y de músculo, ¡si esa máquina es una criatura humana que sien-te, que piensa, que sufre! (¡Muy bien! Grandes aplausos).

Y si eso ocurre aquí, señor presidente, en la Capital de la Re-pública, en medio de su numerosa población, ¿qué no sucederáen otras partes, en el interior del país, por ejemplo, hasta dondeno podrán alcanzar los beneficios de esta ley, necesariamente li-mitada a la Capital y territorios nacionales, en esos estableci-mientos alejados de los centros de población, en los cuales el pa-trón, además de las tiranías inevitables del capital sobre el tra-bajo, ejerce las de un irritante y anacrónico señor feudal? De la-bios de dos distinguidos miembros de esta Honorable Cámara,los señores diputados por Tucumán, Bores y Lucero, he tenidoocasión de escuchar, en oportunidades distintas, la impresión dedolor que producía en su espíritu, el espectáculo de obreros, am-putados algunos de sus órganos por los trapiches, y arrojados enseguida por el patrón implacable a las salas del hospital.

Europa entera, señor presidente, ha legislado sobre este par-ticular. Suiza, en 1854, con su ley de fábricas, que complementó

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el 81 y el 87; Alemania, en el 84; Austria, en el 87; Noruega, en el94; Inglaterra, en el 97; España, en 1900; Dinamarca, Italia yFrancia en 1898, y algunos estados de la Unión, en 1895.

Está triunfante en todos estos puntos el principio del riesgoprofesional. Se ha dicho -y tomaré la frase textual del debateparlamentario que últimamente ha tenido lugar en la cámarafrancesa-: “Desde que la industria ha substituido la máquinahumana por la máquina de acero, la fuerza inteligente y respon-sable por la fuerza ciega e irresponsable, el trabajo en el tallerpor el trabajador aislado, todo ha cambiado, y al dominio de lalibertad ha sucedido el del riesgo; en otros términos, el proble-ma que era antes jurídico, es hoy económico y social”.

Entre nosotros, no hay una sola palabra de legislación al respecto.Cuestión inestudiada aquí, señor presidente, la cuestión

obrera, no sé si porque es rasgo característico de nuestro tempe-ramento desviar la atención de todo aquello que pueda absor-berla por entero, o porque hemos arribado a la conclusión aco-modaticia de que esa cuestión no existe propiamente entre no-sotros, toda vez que la serenidad de nuestra atmósfera no ha si-do alterada todavía por el estampido siniestro que hoy perturbala meditación de todos los pensadores de la tierra.

Cuestión inestudiada aquí, a pesar de ser el nuestro un paísde inmigración, país de grandes muchedumbres obreras, paíscuya grandeza habrá de consumarse en las jornadas tranquilasde la paz, abierto a todas las aptitudes que quieran radicarse ensu seno y del que podría decirse sin hipérbole que si el hado ad-verso no dispone lo contrario, será con el tiempo y en un futurono lejano, la tierra prometida de los hijos del trabajo.

Cuestión inestudiada aquí, señor presidente, a pesar de noser una novedad para ninguno de nosotros, que en el fondo decada obrero inmigrante que abandona su patria para dirigirse ala nuestra y se lanza, mar abajo, en busca de otras tierras y otrosaires, viene el germen de una protesta secular, ahogada por laesperanza de hallar leyes mejores, más humanas y más pruden-tes, en el seno de estos países nuevos que lo llaman con las soli-citaciones imperiosas del mundo joven...

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Cuestión inestudiada aquí, repito, a pesar de ser hoy una ver-dad aceptada como axioma, que así como el Estado debe mirarhacia adelante para lanzarse por el camino de los grandes rumbosy hacia arriba para inspirarse en Dios, está también en el deber demirar hacia abajo, donde la masa anónima construye, hilada porhilada, la obra magna de la grandeza común; donde más vigoro-sas resuenan las palpitaciones del alma total, donde están todoslos esfuerzos y por eso mismo todos los dolores, donde entre elrumor de los talleres y el estrépito de las fábricas y el coro de losmartillos se realiza sin intervalos la epopeya fecunda de la sangrey de la vida... (¡Muy bien! Aplausos) ... hacia abajo, en fin, señorpresidente, para que las clases obreras sientan siempre el benefi-cio inestimable de su acción y de su previsión.

Un escritor norteamericano, Wright, después de haber desem-peñado durante quince años el cargo de comisario del trabajo, -unpuesto importantísimo que, como se sabe, existe en la Unión- es-cribió su libro, un hondo libro, lleno de ciencia y experiencia.

Hay en él un capítulo entero destinado a describir la huelgade Chicago, la huelga del 1º de mayo, fecha trágicamente memo-rable que sólo Dios sabe si está destinada a constituir el día pri-mero en un calendario desconocido todavía... (Aplausos).

Recuerda Wright cómo aquellas muchedumbres, lanzadasprimero en el camino de la protesta tranquila, fueron exacerbán-dose hasta llegar al de la desesperación, y cómo del fondo deaquella masa humana fue lentamente surgiendo el penacho ro-jo de todas las locuras y todas las venganzas... (¡Muy bien! ¡Muybien! Aplausos).

Y cuando ha concluido de pintar este cuadro sombrío, cierra sucapítulo con una afirmación que vale un proceso. Todo aquello, di-ce, pudo evitarse, porque todo aquello pudo preverse. Señor pre-sidente: en esta sola frase podría estar fundado este proyecto.

Gobernar es prever, podría decirse, parafraseando el viejoconcepto de Alberdi; y es tiempo ya de que este pueblo jovenaproveche las ventajas que importa su propia juventud.

Estamos acostumbrados a disculpar yerros comunes conaquello de que somos demasiado jóvenes, olvidando que si en

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efecto no tenemos sino noventa años de vida propia, están anuestro alcance siglos y siglos de vida ajena, con un caudal ri-quísimo de experiencia que tenemos el deber de aprovechar...(Aplausos).

La cuestión obrera, entre nosotros -y no digo la cuestión so-cial por no disentir con los que afirman que esa cuestión no pue-de existir aquí-, la cuestión obrera entre nosotros, decía, señorpresidente, puede asumir caracteres doblemente peligrosos,porque están de por medio circunstancias especialísimas que hede hacer notar a la Honorable Cámara.

En las multitudes obreras de Francia, por ejemplo, y podríanombrar a cualquier otra de las naciones del mismo continente,existe, más o menos desarrollado, más o menos olvidado ya, pe-ro existe, el sentimiento de la nacionalidad, el amor al país, elrespeto a las instituciones, circunstancias todas ellas que hanconstituido un freno para evitar unas veces y para deferir otrasel estallido de los descontentos.

Nada de esto existe aquí donde la multitud obrera es eminen-temente extranjera, pues el obrero argentino representa apenas unveintiocho por ciento dentro del total. Asistimos, por otra parte, yno es esto tampoco una novedad para nadie, a la formación denuestra nacionalidad, período grave en verdad, y es deber ele-mental de prudencia, me parece, alejar todas las complicacionesque pudieran perturbar la evolución lógica de este proceso de su-yo difícil, sea siquiera para que mañana, cuando los años hayantranscurrido, cuando haya pasado para la República y especial-mente para sus grandes centros poblados esta hora peligrosa dehomogeneización social que los perturba, hora de verdadera re-volución étnica, hora de formación y transformación de razas;mañana, cuando por encina de los rumores de esta cosmópolis enque vivimos empiecen a sonar por fin las primeras palpitacionesdel alma propia, las generaciones de entonces, a las que será da-do contemplar el espectáculo jubiloso de la nacionalidad salvada,puedan volver sin rubor la mirada hacia atrás, y decir de los le-gisladores de hoy, que estuvieron a la altura de sus deberes en lashoras inciertas de la infancia nacional. (Aplausos).

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Una palabra más, y habré concluido, porque me asalta el te-mor de violar la prescripción reglamentaria que me impone labrevedad.

Señor presidente: en la atmósfera moral de este comienzo desiglo fermentan nuevas ideas.

De abajo, de lo más hondo, como de los cimientos mismos dela sociedad humana, viene un solemne clamoreo, que ningunode nosotros sabe si estará destinado a ahogarse ahí mismo o aretoñar mañana entre las notas de una formidable Marsellesanueva. (¡Muy bien!).

Sea como fuere, encogernos de hombros ante la voz que su-be, no inspirarnos en el propósito de evitar protestas posiblespor medio de leyes previsoras, fuera indigno de nuestras con-ciencias, de nuestros deberes y de nuestros sentimientos. Denuestras conciencias, porque el problema está ya todo enterodentro de ellas; de nuestros deberes, porque el primero de todosconsiste en conjurar complicaciones; y de nuestros sentimientos,porque la larga legión de los que sufren alza en sus manos la in-signia del dolor, ante la cual todas las cabezas se descubren pa-ra inclinarse y todos los espíritus se repliegan para meditar.

En tales ideas se inspira este proyecto, y al pedir a mis hono-rables colegas que le presten el apoyo necesario para que corrael trámite de estilo, séame permitido agradecer a la HonorableCámara la benevolencia con que me ha escuchado, hoy que porprimera vez he tenido el honor de alzar la voz en su seno.

He dicho. (Aplausos prolongados).

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CERTIFICACION FISCAL PARA LOS CEREALES DE EXPORTACION

Cámara de Diputados - Minuta de Comunicación

Sesión del 23 de junio de 1902

La Honorable Cámara de Diputados vería con agrado que elPoder Ejecutivo adoptara las medidas necesarias a fin de quelos cereales para la exportación no salgan de nuestros puertossin certificación fiscal sobre su estado.Buenos Aires, junio 23 de 1902

Belisario Roldán (hijo)

Sr. Roldán - Pido la palabra. Han de serme necesarias muypocas, para fundar la conveniencia de esta minuta.

Ha trascendido a las columnas de la prensa diaria, alguno decuyos órganos más caracterizados se ha ocupado del asunto conplausible insistencia, un hecho tanto más grave cuanto que vie-ne repitiéndose de años atrás, con positivo detrimento de intere-ses públicos muy grandes y por eso mismo muy dignos de nues-tra atención: me refiero a la forma en que actualmente se expor-tan nuestros cereales.

Al amparo de una ausencia absoluta de fiscalización oficial, -omisión en que por cierto no han incurrido los países bien organi-zados-, comerciantes poco escrupulosos, que desgraciadamenteabundan, exportan nuestros cereales en malas condiciones, con locual infieren un grave perjuicio al país, porque desprestigian elmérito de nuestro principal producto en el concepto europeo, pro-ducen una baja en los precios, infunden la desconfianza y sugierencomentarios poco halagüeños respecto a la previsión de nuestropoder administrador. No han faltado para estos hechos las repre-salias desagradables. El año 1894 -han de recordarlo los señores di-putados- los puertos de Italia se cerraban totalmente para el maízargentino. ¡Cómo habría sido de reiterado y de irritante el abusode nuestra parte, cuando aquella medida emanaba de Italia, la na-ción con la cual tantos y tantos vínculos de amistad nos ligaban ynos ligan, y el decreto de clausura lo suscribiría Humberto, el reyamigo que siempre, en todos los momentos, tanto en las horas de

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la paz como en las horas inciertas, ha sabido tendernos al través dela distancia una mano radiante de solidaridad y de afección! Fuemenester una larga gestión diplomática para que las cosas volvie-ran a su normalidad, no sin que antes el gobierno de Italia (llamola atención de la Honorable Cámara sobre este detalle mortifican-te), nombrara funcionarios públicos con residencia entre nosotros,para que por cuenta y orden de su gobierno suplieran la inaccióndel nuestro y fiscalizaran en nuestros puertos todos los cerealesque salieran con destino a los de Italia.

Tengo aquí documentos que emanan de las cónsules de Fran-cia, en los que se denuncian casos concretos que evidencian lanecesidad de la medida que solicito.

El año 1809, siendo ministro de agricultura el doctor Frers,apercibido el gobierno de la gravedad de estos hechos, creó unainspección de cereales; pero quién sabe por qué pueril timidezaquella encomiable iniciativa fracasó. Se establecía en el decretode creación que la inspección era facultativa, es decir, que el ex-portador que quisiera podía someterse a ella y eludirla el que noquisiera. Se pagaba por el certificado diez centavos por tonela-da. Sucedió lo que naturalmente tenía que suceder. Los comer-ciantes honestos, los que exportaban el cereal en buenas condi-ciones, aceptaban la inspección; pero la rehuían aquellos que loexportaban en malas condiciones, con lo cual las cosas siguierondel mismo modo y con este aditamento deplorable: que el buencereal quedaba en condiciones desventajosas respecto del maloporque pagaba un derecho que no gravitaba sobre este último.

El año pasado el ministro argentino en Alemania, dirigiéndose anuestro gobierno, decía: “La República está expuesta a ver dismi-nuir su importación de trigo en este país. Varios grandes importa-dores de productos argentinos tienen el propósito de abandonar laimportación de trigo por ser este un negocio que cada día se hacemás peligroso. Las grandes partidas que se reciben de la Repúblicason de calidad muy inferior a las muestras, según las cuales se com-pra el trigo en nuestro país y se vende aquí. Los referidos importa-dores lo atribuyen a la mala construcción de los depósitos de la Re-pública. Estas previsiones parecen realizadas. En efecto, hasta el 30

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de abril del año pasado se importaron de la República 132.735 tone-ladas de trigo, mientras que en el año corriente se importaron hastala misma fecha sólo 74.600 toneladas. La importación de maíz hadisminuido también notablemente de 60.377 a 21.413 toneladas”.

Tal vez factores de otro orden han contribuido a ocasionar estedescenso; pero parece es indudable que la desconfianza que reina enlos mercados europeos ha contribuido en primera línea a producir-lo. La fiscalización oficial es tanto más necesaria cuanto que nuestroscereales no son conocidos en el extranjero sino por la divulgaciónque de ellos hace el comercio privado. No somos amigos de los pe-queños museos permanentes, que sin la pompa costosa de las expo-siciones suelen ser más eficaces que ellas mismas; procedimiento aque juiciosamente apelan los productores de Norte América.

Visitando, en procura de datos para fundar esta minuta, laBolsa de Cereales, recorría el muestrario de productos naciona-les que allí se conserva y renueva celosamente; y en presencia deaquellas vigorosas manifestaciones de nuestra fuerza, en mediode aquellas emanaciones fecundas de la tierra, pensaba, señorpresidente, que cuánto y cuánto ganaría el país si todos nuestrosconsulados exhibieran muestrarios como ese, para difundir conla mayor profusión posible nuestros verdaderos productos y lle-var al espíritu de los hombres el convencimiento de que esta ci-vilización argentina ha de salir triunfante de todas sus crisis,porque no puede estar destinado al fracaso un pueblo que se de-sarrolla sobre un suelo como este, que posee el secreto de todaslas lozanías y hasta cuya entraña generosa no llega el eco de loserrores comunes, porque por más que los yerros se repitan y losdesaciertos se reiteren, la espiga -como en la Biblia- la espiga se-guirá creciendo y el grano brillando... (Aplausos).

Pero puesto que no se ha adoptado aún aquella medida fácily barata, séame dado insistir, con doble motivo, en la urgenciade esta otra que propongo.

Podría abundar en otras consideraciones que fluyen natural-mente de lo que dejo expuesto; pero prefiero limitarme a ellaspara suplicar a mis honorables colegas que presten su aproba-ción a esta minuta. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

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JUSTICIA ORDINARIA DE LA CAPITALCámara de Diputados

Sesión del 7 de julio de 1902

Sr. Roldán - Pido la palabra.Para fundar brevemente mi voto en contra del proyecto de

reforma de la justicia ordinaria, lamentando hallarme en desa-cuerdo esta vez con sus autores y particularmente con mi distin-guido colega el señor diputado por Santiago, quien lo informóelocuentemente en la sesión anterior.

Soy de los que creen, y quiero así desde luego explicar mi disi-dencia fundamental, que mientras estén vigentes las actuales leyesde procedimientos judiciales, con su cortejo de hábitos inveteradosy deplorables; que mientras esté en pie esa vieja y pesada armazón,toda llena de tufo de virreinato, inadmisible en esta altura de la evo-lución a que hemos llegado; que mientras la secuela del juicio mástrivial siga deslizando una ironía amarga sobre aquello de la justiciapronta y barata; que mientras ausente la ley reglamentaria del ejer-cicio de la procuración, las aves negras sigan poniendo la nota mi-serable en el conjunto poco edificante; que mientras este estado decosas, en fin, perdure, proyectar modificaciones, introducirlas en laorganización de los tribunales, crear nuevos juzgados, nuevas ins-tancias, nuevas cámaras de apelación, nuevos expedienteos, es com-plicar la cuestión sin resolverla, es instituir nuevos dispensadores demala justicia, es consolidar, robustecer, consagrar, por un voto ana-crónico, la subsistencia de todas las rutinas presentes.

La cuestión judicial, señor presidente, debe afrontarse; peroafrontarse viril y resueltamente; eludirla, orillarla, importa colocarla acción legislativa por debajo de las exigencias de la opinión.

No está mal, como lo supone la comisión, en la organizaciónactual de los tribunales, ni tampoco en la calidad de las perso-nas que administran la justicia, como parece suponerlo asimis-mo, cuando califica a los jueces de paz, exigiéndoles el título dedoctor, que, por otra parte y dicho sea de paso, no siempre sirveentre nosotros para garantir una discreta ortografía...

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La cuestión judicial no está ni en la organización de los tribu-nales ni en las personas que los componen. Y conste que al ha-cer esta última afirmación, no olvido, -y quiero decirlo desde es-ta banca, en la cual yo no me sentiría cómodo si una sola de lasconvicciones que trabajan mi espíritu en asuntos relaciones conel interés general, hubiera de permanecer oculta, en nombre depueriles vacilaciones- no olvido, decía, que hay jueces en tornode los cuales un murmullo público cada vez más acentuado, re-pite a diario la palabra inconducta; que hay jueces respecto delos cuales, órganos respetables de la prensa diaria han podidoformular denuncias incalificables; que hay jueces respecto de al-guno de los cuales un diario argentino ha podido decir estamonstruosidad: que de día, en las horas del despacho, hace des-canso de las fatigas de la noche, y por la noche -¡a qué extremosde impudicia puede conducir el vicio!- y por la noche ubica sudespacho en lugares donde no es precisamente la imagen delCristo legendario la que preside su sala.

Pero existe también y afortunadamente abunda el juez inte-gérrimo, para quien el respeto público que rodea su nombreconstituye la primera recompensa de sus afanes; y sin embargola queja es general. ¿Por qué? Porque el público no protesta con-tra los jueces ni contra la organización de los tribunales; sinocontra los procedimientos intolerablemente lentos de la justicia;protesta contra el expedienteo, que parece lleváramos en la san-gre como una enfermedad orgánica.

Esa misma ley de justicia de paz que trata de abolir el proyectoen debate, introduciéndole algunas reformas que aceleren los jui-cios, no sería mala, y tal vez podría llegar a ser excelente; lo que esmalo es bastardearla en la práctica, como la hemos bastardeado; loque es malo es hacer del juez de paz un elemento electoral; lo quees malo es reclutar los jueces entre los caudillos de barrio; lo quees malo, en fin, es convertir al home bueno de las partidas en el ho-me ducho de los partidos. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).

Cuando el actual presidente de la República -traigo el recuer-do por lo que tiene de sugestivo- visitó a Bismarck, es fama queel príncipe interrumpiéndole de pronto le formuló esta pregun-

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ta intencionada: “¿Y la justicia?”. Han pasado catorce años, se-ñor presidente, y si vivo aún pudiera el canciller echar de nue-vo una mirada sobre los hombres y las cosas de esta tierra, cons-tataría que junto a muchos adelantos evidentes, hay algo que hapermanecido injustificadamente estacionario, algo que no haparticipado del adelanto general, algo que está allí como petrifi-cado en las pautas de un ritual campanudo y anacrónico. Esa esla ley de procedimientos actual.

A las columnas de la prensa extranjera ha trascendido en to-das las formas y en todos los tonos, el eco de este estado de co-sas. Todos los señores diputados han leído en órganos respeta-bles de la prensa extranjera, comentarios que hieren en lo másvivo el amor propio nacional; y ¿qué haríamos para responder aestos clamores? ¿Modificar la organización de los tribunales ydoctorar a los jueces de paz, vale decir cambiar bueyes a la ca-rreta, cuando lo que el país quiere es que desaparezca la carretay venga de una vez el instrumento rápido y sencillo que nos déla justicia verdadera, la justicia sin telarañas, la justicia sin unlargo bostezo irritante; esa, en fin, buena, barata y pronta que se-gún Gladstone explicaba más que ninguna otra cosa el engran-decimiento moral del Reino Unido?

Por estas breves razones, que ampliaré si las exigencias deldebate lo requieren, voy a votar en contra del despacho, comovotaré en contra de todo otro que importe consolidar directa oindirectamente el actual orden de cosas, alejando la esperanzade una reacción en que toda la Cámara debe estar igualmenteinteresada. (¡Muy bien! Aplausos).

(La Honorable Cámara rechazó el proyecto en discusión).

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LEY DE DIVORCIOCámara de Diputados

Sesión del 8 de agosto de 1902

Sr. Roldán - Pido la palabra.Hago moción para que la Honorable Cámara señale su prime-

ra sesión de la próxima semana para tratar el proyecto sobre el di-vorcio de que es autor el señor diputado Olivera y que ha sidodespachado favorablemente por la comisión de Legislación.

Ese proyecto, como se sabe, fue aplazado en la sesión ante-rior, después de un acalorado debate. Yo no he encontrado unasola razón, -lo declaro no sin cierta amarga perplejidad- una so-la razón, señor presidente, que justifique este aplazamiento, entorno del cual, por otra parte, va a producirse ahora, puede pro-ducirse o seguirá produciéndose en lo sucesivo la misma contro-versia que trataba de evitarse, con el aditamento desagradablede que los ánimos estarán más exacerbados todavía, si es que ca-be en lo posible un grado más alto...

Ese debate, por lo demás, está ya en todas partes. Está en laconciencia nacional, de la cual no hemos de extraerlo con expe-dientes dilatorios; está en el ambiente, está en la calle, está en elhogar, está en el espíritu de todos, está en el seno del mismopueblo, que tendría el derecho de exigirnos, en nombre del man-dato soberano que nos ha conferido, que no retrocedamos co-bardemente en los umbrales de la acción y en vez de volver elrostro ante el primer problema trascendental que se nos presen-ta, lo abordemos resueltamente, como cuadra a ciudadanos en-cargados de dictar leyes y no de trazar tangentes.

Se dice que este debate es inconveniente. Lo que es inconve-niente, señor, es haber entregado un asunto de esta gravedad al co-mentario público, es haber provocado el debate en todas partes ycuando llega el momento de que ese debate se lleve a cabo aquí,en su centro natural y lógico, eludirlo en nombre de pueriles vaci-laciones y dejar en pie todas las agitaciones, todas las dudas, todaslas ansiedades, todas las esperanzas y todas las protestas.

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¡No, señor presidente! ¿A quién puede perjudicar un debateque sería sereno y doctrinario como son todos los de esta Cáma-ra? ¿Acaso está constituido este cuerpo en forma tal que sea pru-dente siquiera arrancar de su seno todo motivo de deliberaciónapasionada? ¡No, señor presiente! Insistir hoy, después de loshechos que son del dominio público, después del proceso brevepero elocuente por que ha pasado este proyecto, insistir en suaplazamiento, importaría suponer que los que tal hacen estándominados por una de estas dos convicciones: o es inconvenien-te discutir en este momento la ley de divorcio, o el resultado fi-nal de la deliberación será favorable al divorcio mismo. En elprimer caso, se trata de algo que no resiste al análisis más lige-ro; en el segundo, de un ardid parlamentario contra el cual pro-testo en nombre de la verdad y en nombre de las ideas; ¡de lasideas, que deben ser vencidas por ideas y no por estratagemassobre las cuales nada serio ni fundamental ni estable puedecrearse! (Aplausos).

¡No! Este debate conviene. Conviene al país, cuya agitación,por otra parte saludable, no habrá de apagarse sino “quitando oponiendo rey”; conviene a la cultura nacional, que algo ha deganar; conviene a los anales de esta casa, a los cuales se incorpo-rarán seguramente páginas brillantes; conviene a la Iglesia mis-ma, que no puede eludir la polémica sin confesarse de antema-no derrotada y declarar que teme caer vencida bajo el razona-miento de los innovadores; a la Iglesia misma, cuyos procedi-mientos de hoy no son, ciertamente, los de ayer; a la Iglesia mis-ma, cuya más alta autoridad, León XIII, al declarar, sobre el se-pulcro recién abierto de Renán, que después de todo es convenien-te que haya herejes en la tierra, no entendió decir otra cosa sino quees conveniente que haya a veces polémica en torno de la Iglesia;a la Iglesia misma, señor presidente, que así como ilumina hoyel interior de sus templos con luz eléctrica -la luz nueva, que po-ne la nota del progreso y el movimiento fecundo entre las estag-naciones austeras del ritual-, no puede mirar con malos ojos quela luz de una deliberación serena se irradie sobre un punto quetanto y tanto la interesa...

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Pocas veces ha podido estar constituida esta Cámara en for-ma más propicia para que un debate de esta naturaleza pase porel tamiz de la más prolija, de la más sesuda deliberación. Todaslas tendencias que puedan rozarse directa o indirectamente conel divorcio están aquí: jurisconsultos de reputación notoria, pa-ra los cuales la cuestión del divorcio es una cuestión puramentecivil, que no tiene nada que hacer con la religiosa; médicos dis-tinguidísimos, como mi ilustrado colega el señor diputado porEntre Ríos doctor Coronado, que, según propia declaración, pe-netra todos los días, en la mano el escalpelo implacable, al cam-po infinitamente armoniosa de la ciencia, lo que no le ha impe-dido formular una moción que arranca ese escalpelo de manosde esta Cámara e impide que la luz de esa misma ciencia ilumi-ne nuestras deliberaciones... Están aquí, además, junto a los re-presentantes, distinguidos también, del liberalismo argentino,que traerían a este debate el eco resonante de todas sus rebelio-nes, católicos fervientes que aportarían a él sus talentos, su ilus-tración y el apasionamiento característico; y para que nada fal-te, para que el cuadro sea completo, ocupa una banca en este re-cinto y alto y respetable dignatario de la Iglesia católica, cuyavoz, que resonaría esta vez más vibrante que nunca, pareceríatraernos el eco de toda la Iglesia, y a conjuros de cuya palabra, ala cual el ambiente parlamentario no conseguiría despojar delfervor evangélico, acaso cruzaría ante nuestras pupilas como enuna visión lejana, la imagen del Dios que inspira y preside lasdeliberaciones de este cuerpo.

Señor presidente: yo no necesito decir todavía, para fundaresta moción, cuál es mi pensamiento sobre el fondo mismo de lacuestión. Quizá esperaba el debate para modelar definitivamen-te mi juicio. Entretanto, quiero para la última palabra que pro-nuncie esta Cámara, para la idea que quede predominando co-mo derivativo de este proyecto de divorcio, los prestigios de lavictoria bien ganada y no esos otros efímeros y fugaces, del ar-did bien manejado. (¡Muy bien! Aplausos).

El obstruccionismo, por otra parte, no es la tradición del ca-tolicismo argentino, cuyos adalides han tenido a honra venir a

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esta Honorable Cámara, en días inolvidables, a batirse palmo apalmo y a defender en buena lid sus ideas.

Años atrás (este recuerdo fue traído a la Cámara por el labioelocuente de Aristóbulo del Valle), cuando Francisco Bilbao,aquel libre pensador de alta talla, discípulo inspirado de Lamen-nais, daba sus conferencias en el club racionalista, un hombre jo-ven, católico fervoroso, a quien el destino reservaba desempe-ñar más tarde el papel de columna fuertísima del catolicismo ensu patria, sentado en la primera fila de los asientos destinados alpúblico, escuchaba atenta y religiosamente y anotaba en su librode apuntes los argumentos nuevos y audaces que el conferen-ciante derramaba a manos llenas sobre la perplejidad del audi-torio juvenil. Aquel hombre, sobre cuya frente aleteaba ya eláguila de luz del pensamiento y en cuyas pupilas fulguraban lasbrillazones del talento, aquel hombre, señor presidente, ¡se lla-maba Pedro Goyena!. (¡Muy bien! Aplausos). ¡Yo lo invoco y loevoco entre los calores de este debate y alzo su nombre como unejemplo, como una enseñanza, como un modelo, para repetiruna vez más que la obstrucción sistemática no es la tradición delcatolicismo argentino!

No, señor presidente; venga el debate, y no cometamos conlas ideas el crimen que antaño se cometía con sus autores: ¡nocondenemos sin oír! Venga el debate, y si la palabra final quepronuncie la Honorable Cámara es contraria a la idea del divor-cio, que sus sostenedores puedan retirarse de este recinto sin lle-var un dejo de amargo en su alma y sin sentir que asoman a suslabios estas palabras hermosísimas pronunciadas por aquel dequien se ha dicho que fue el filósofo de los poetas y el poeta delos filósofos: “quieren obscurecernos el alma; nosotros quere-mos iluminar la suya; nuestra revancha es la luz”. (¡Muy bien!).

¡No, señor presidente!Si hay en esta Honorable Cámara quienes abrigan ideas irre-

vocables, dormidas en el cerebro y prendidas en el corazón, porlo menos que no se encierren como la ostra en la concha de susconvicciones, huérfanos del sol que todo lo ilumina y todo loaclara. (¡Muy bien!).

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¡Venga el debate! ¡Presentemos las armas a la idea nueva queavanza! ¡Venga el debate! Y si hay también entre nosotros espí-ritus demasiado débiles o demasiado fuertes -ya lo veremos- so-bre los cuales gravita como una losa el peso de la tradición, dela historia, de la costumbre, espíritus que quisieran como crista-lizarse en la noche del pasado, que no pueda en ningún momen-to aplicarse a ellos -lo deseo para honra y prez del parlamento-esta frase de Alfredo de Musset: “Toman por noche profunda supropia sombra que pasa, llena de vanidad”.

He dicho. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos prolongados).

EL ESCRUTINIO UNINOMINALCámara de Diputados

Sesión del 17 de octubre de 1902

Sr. Roldán - Pido la palabra.Voy a votar en favor del despacho de la comisión y quiero dar

las razones que determinan mi juicio en este asunto, positiva-mente vinculado a los más caros intereses públicos, pues que,según la expresión exacta de Tocqueville, a quien yo voy a citara pesar del chiste que recordaba mi elocuente colega por Tucu-mán, el tratar de sistemas electorales es tratar de la vida mismade los estados a que han de aplicarse.

Este proyecto tiene, como lo hacía notar el señor miembro in-formante de la comisión de Negocios Constitucionales, una ver-dadera historia parlamentaria. Tres veces, en el espacio de cua-renta años próximamente, ha venido a la discusión del Parla-mento, y otras tantas ha sido rechazado, después de luminosascontroversias.

Ahora, con más razón que en el debate del 90, y al referirme a élséame permitido añadir mis elogios de hoy a los que resonaron en-tonces en honor de mi colega por corrientes, el doctor Balestra...

Sr. Balestra - ¡Muchas gracias!

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Sr. Roldán - ... cuyo nombre, en los anales de esta casa, es me-nester buscar en los días de las grandes luchas doctrinarias y enla primera fila de los innovadores valerosos, ahora, repito, seríadel caso, con más razón que entonces, que cuando una idea nomuere a pesar de tantos rechazos y reingresa al debate a pesarde tantas derrotas, es porque debe tener muchas condiciones devitalidad y raíces muy hondas en el pensamiento nacional.(¡Muy bien! Aplausos).

Son, efectivamente, antiguos conocidos, señor presidente,aquella idea y este recinto; y si fuera posible que el eco de la pa-labra humana reviviera de pronto en el espacio, como revive elrecuerdo en el espíritu, habría vacilado mi distinguido colegapor Tucumán antes de avanzar algunos conceptos que ha escu-chado la Cámara, porque habría debido temer juiciosamenteque viejas y vigorosas réplicas se adelantaran a recogerlos o quepor ahí, viboreando entre las bancas, reapareciera de pronto unade aquellas exclamaciones de Vélez a las cuales la tonada carac-terística daba todavía más gracia y más fuerza y que parecían aveces golpes venidos de lo alto, como que para mirar hacia elerror el gran cordobés tuvo siempre que mirar hacia abajo...(¡Muy bien! Grandes aplausos).

Sr. Lucero - ¡Tenía el don de gentes ese gran cordobés, quepercibía debajo del pantalón el fleco del calzoncillo!

Sr. Roldán - Yo siento tener que repetir ahora palabras del se-ñor diputado: “deseo no ser interrumpido”.

Sr. Presidente - Ruego al señor diputado se sirva no inte-rrumpir.

Sr. Roldán - En un punto fundamental coinciden felizmente,hoy como ayer y como siempre, todas las opiniones: en la nece-sidad de hacer algo y en la importancia de la reforma, reformaque trae consigo, desde luego, este prestigio inequívoco: ellavendrá a reemplazar un orden de cosas sencillamente deplora-ble, un régimen de gobernadores electores, un régimen caducoque ha dado ya todo lo que podía dar, que ha cumplido ya sumisión histórica; que ha hecho todo lo que podía hacer, que hadescripto ya su trayectoria total; régimen respecto del cual antes

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de formular la palabra inevitable y amarga de la censura, he dehacer el recuerdo justiciero que pondrá de manifiesto, por otraparte, la sinceridad con que vengo a este debate.

Señor presidente: bajo este sistema tan enérgicamente flage-lado por el miembro informante de la comisión y por el señor di-putado por Tucumán que deja la palabra, bajo este régimen seha salvado el país, y la republiqueta de antaño, anarquizada ygauchesca, ha llegado a ser la nacionalidad seria que se alza hoyen su continente con todos los vigores de una cada vez menosdiscutida hegemonía. Bajo el actual sistema, hemos salvado es-tas dos vallas formidables: el caudillaje y la revolución. Ya nohay caudillos en la vieja y lúgubre acepción de la palabra. El quepintó la pluma de Sarmiento ha desaparecido para siempre, noya hundiéndose en las pampas lejanas, “alta el ala del sombre-ro” como lo quiere la leyenda, sino incorporándose a la civiliza-ción y aportando a ella el bagaje fecundo de su inteligencia y suactividad. (¡Muy bien!).

El tipo de nuestro revolucionario, aquél que se extraviaba a menu-do, según la expresión del doctor Lucero, ha desaparecido también,y ha desaparecido por acto voluntario de su propia eliminación, co-mo que llegó a faltarle ambiente para vivir. Con aquél, inolvidable,que se fue para siempre en hora trágica; con aquél a quien no es po-sible evocar sin respeto porque era la expresión misma de la multi-tud con todas sus generosidades y todas sus impremeditaciones;con aquél que tenía la mirada a la vez brava y romántica, como queera el símbolo vivo de toda la raza, a la vez levantisca y soñadora,con aquél, señor presidente, murió el último de todos... (¡Muy bien!¡Muy bien!). Bajo el sistema actual -hagámosle justicia- lucharon yse desenvolvieron nuestros padres, legándonos, después de todo,una herencia de probidad republicana que no sé si sabremos hon-rar debidamente; nuestros padres, que amaban a la República conuna austera sencillez, de que no parecen dispuestas a dar nuevoejemplo las generaciones que surgen, no sé si porque así lo quiereel cosmopolitismo invasor y resonante o porque el snobismo moder-no ha decretado una sonrisa de buen tono en los labios que seabran para pronunciar esas grandes palabras en cuyo nombre y a

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cuyo amparo marchaban nuestros abuelos al sacrificio y a la glo-ria... (Grandes aplausos).

Viene a mí en este momento -la Cámara, bondadosa siempre, mepermitirá que interrumpa esta exposición con una reminiscencia- elrecuerdo de una escena íntima que alguna vez me fue dado presen-ciar y que sintetiza de una manera concluyente el modo cómo aque-llos hombres se sentían vinculados a las cosas de la tierra.

Era un aniversario nacional, un 25 de Mayo. Sentados en elsofá de una sala modesta, dos viejos abuelos, dos viejos esposos.Ella, con ese perfil de camafeo de que nos habla el poeta, las ca-nas como dos alas de cisne abiertas sobre la frente sin sombra.El, la encarnación del tipo criollo que se va, llevándose consigolo mejor, lo más puro, lo más bravo, lo más bueno, lo más fres-co del alma nativa. Callaban los viejos, quizás evocando... Depronto, como movidos por súbita inspiración, se pusieron depie, mudos, solemnes, religiosos, inclinadas al suelo las cabezasvenerables, entrelazadas las manos como en una divina conjun-ción de latidos... Era que manos infantiles hacían sonar en el pia-no el himno nacional, y las notas graves y pausadas de la can-ción de la patria, flotando en el silencio de la sala solariega, pu-dieron parecerme una bandada de palomas blanquísimas quevinieran a depositar el beso de una invisible despedida sobreaquellas dos postreras encarnaciones del alma criolla! (¡Muybien! ¡Muy bien! Grandes aplausos).

Bajo el actual sistema luchaban esos hombres, señor presi-dente, muchos de cuyos ejemplares viven todavía, incontamina-dos y rugosos, confundiéndose con la generación de sus nietos,como según la bella expresión de un escritor argentino “las on-das dulces y las corrientes amargas se confunden en los lindesde los mares y los ríos”. (¡Muy bien!).

Pero he aquí que el actual sistema ha caducado ya; ha llegado asu grado máximo de desprestigio; el uso y el abuso lo han llevadoahí. Ya no hay un resquicio, por culto que sea, con el cual -todos lossabemos-, no estén familiarizados los profesionales del voto. Comosistema, hoy, se lo podría definir sencillamente: el del fraude.

No soy de los que creen que sólo a los defectos de la ley vigen-

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te debe atribuirse este estado de cosas, esta indiferencia cívica, in-terrumpida a veces por inesperadas explosiones, que han hechodecir a un eminente hombre público argentino que la epilepsia esla exteriorización más normal de nuestro temperamento político.Pienso que causas más hondas producen el fenómeno: en primertérmino, una tendencia orgánica a la indolencia en las clases di-rectoras, y, en segundo, ese cosmopolitismo a que aludí antes, ba-jo cuya capa multicolor van languideciendo lentamente todas lasenergías nativas, y no sé si para resurgir mañana más fuertes ymás puras, o para quedar definitivamente sepultadas bajo las ce-nizas de oro del progreso material, porque cuando la mirada dela actualidad se hunde en el futuro para escrutarlo, ignora si loque ve allá a lo lejos, como proyección final de esta nacionalidada cuya formación asistimos, es la bandera neta que vislumbró Sar-miento o aquella otra incolora, que señalaba en las afueras de lavieja Roma el lugar de la tienda de los mercaderes... Temores quese alejan por cierto del espíritu, señor presidente, cuando rea-briendo la crónica de nuestro pasado, constatamos con mezcla deorgullo y dolor, que cada conquista institucional ha tenido unprólogo de sangre generosa, que ha sido menester cavar muyhondo para hallar el agua cristalina y que la estatua de las liber-tades presentes podría alzarse como sobre un palpitante pedestalde sacrificio... (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Ni soy de los que creen que el pueblo es el culpable del actualestado de cosas. Todos los que hemos pasado una vez por la tri-buna popular, todos los que hemos estado una vez en una reu-nión política, todos los que hemos frecuentado la plaza en susgrandes días, todos los que conocemos al pueblo, sabemos quese le calumnia y se le engaña; todos sabemos cuán sensible es, apesar de habérsele mistificado tanto, a las conminaciones delpatriotismo, y últimamente, cuando sonó para la República lahora del conflicto internacional probable, cuando la mirada detodos nosotros se dirigió, anhelosamente, hacia las energías dela masa, todos escuchamos el latir de su corazón, como un in-menso redoble de batalla y de victoria. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

No es él el culpable, son otros a quienes Deschamps en un li-

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bro reciente y hermoso llama los gerentes de la política; ellos, porrazones, en su sentir de higiene moral, viven alejados de la mul-titud; en las vísperas de las renovaciones legislativas o presiden-ciales -y en ese caso se opera a toda orquesta (risas)- la llaman, y,alta la cabeza, la voz hueca, solemne el ademán y la cara de losgrandes días, le hablan de la patria y de la urna y del voto, y lerepiten que cuando el pueblo olvida el camino de los comicios,los advenedizos descubren la senda del poder. Y luego se vuel-ven a sus cuarteles de invierno; pero rodeando la bandera, que-dan a veces las segundas partes de la compañía, bregando porsus respetos, y alcanzan o no alcanzan posiciones, pero cumplencon su deber y llenan el claro.

Cuando, en la rotación incesante, se repite la elección, los ge-rentes descienden de su pedestal; pero esta vez con un gestodesdeñoso para los compañeros que han estado ahí, dando y re-cibiendo golpes, manchándose en el polvo de la lucha, mientrasellos permanecían en los balcones, impecables en su honorabili-dad inofensiva. (¡Muy bien! Aplausos).

Sr. Castellanos - ¡Esa es la verdad, señor diputado!Sr. Roldán - Con el sistema que establece este proyecto, ese ti-

po abominable y profuso de nuestra democracia, tendrá forzosa-mente que desaparecer porque cuando un hombre, por alta quesea su posición social, intelectual o pecuniaria, aspire al honor delos puestos electivos, tendrá que constituir, si puede, eso que Roo-sevelt, el presidente de la Unión, llamaba en un poderoso y recien-te discurso “el punto de incidencia entre las simpatías horizonta-les y verticales”; tendrá que ponerse en contacto con la multitud,solidarizarse con sus necesidades, con sus esperanzas, con sus an-helos, con sus dolores, con sus miserias... y ya veremos entonces,señor presidente, cómo las levitas impecables se arrugan entre elpolvo de los entreveros y cómo los tenorinos de la política, atilda-dos y pulcrérrimos, sienten la necesidad de virilizarse en las jorna-das hombrunas de la democracia. (¡Muy bien! Aplausos).

Pero, dicen los impugnadores ahora como antes, “se nos vie-ne el pequeño caudillo”.

Señor presidente: argumentar de esta manera, es no darse

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cuenta de que apenas puesta en vigencia esta ley nueva e incor-porada a las costumbres, todo este frágil y deleznable armazónelectoral de la actualidad se deshará como por arte de encanta-miento, y que nuevos hombres, nuevos anhelos, nuevas espe-ranzas y nuevos ideales vendrán a tonificar el escenario políticode la República.

Yo no he conocido hasta aquí, ni de labios del señor diputa-do por Tucumán ni de los debates del 89, 90 y 93, un solo argu-mento contra el distrito, que no sea una repetición de los viejosy conocidos argumentos contra el sufragio universal.

¡Si ya sabemos que el sufragio universal entraña el peligro detraer a la Cámara el mal elemento! ¡Ya sabemos que no todo esperfección en esta materia!

Por avanzada que sea la civilización de un país, el número delos votantes incultos e inconscientes es el de los más, y si la lista hade ser la expresión de la mayoría, la lista debería ser la expresiónde la incultura. (¡Muy bien! Aplausos). Precisamente, con el sistemadel distrito se atenúa ese defecto porque independizamos el votourbano del voto rural, impedimos que el voto de las grandes ma-sas ignorantes gravite sobre el voto de las ciudades y de las pobla-ciones pequeñas donde el nivel intelectual ha avanzado.

Por otra parte, señor, manifestar estos temores, importa supo-ner que existe todavía en nuestra atmósfera política una lucha yuna divergencia entre las clases directoras y las clases populares.Esa divergencia ha existido, en efecto, y basta reabrir la historia pa-ra constatarlo. Cuando en el Cabildo abierto del 22 de Mayo de1810 alguien propuso que el gobierno de las Provincias Unidas delRío de la Plata fuera elegido por el pueblo, la proposición fue re-chazada por 220 votos contra 5. Ya estaban tendidas las líneas. Loshombres de Mayo, previsores y juiciosos, que habían tenido quevalerse de la multitud desde los primeros momentos para poderconsumar la obra magna de la revolución, vieron con temor sudesborde amenazador. Ella debió disimular el encono instintivobajo los entusiasmos del momento, pero recogió el guante y la Pri-mera Junta fue nombrada bajo la presión de una pueblada. Desdeentonces hasta el año 12 los gobiernos eran el producto de la sedi-

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ción metropolitana que menudeaba a diario o de los cabildos delinterior, regidos todavía por la ley española.

Recién el año 13 y para constituir la memorable asamblea, elpueblo fue llamado a elegir, pero todavía en una forma indirecta.

En cada ciudad que había, como se sabe, un Cabildo y el pue-blo, dividido en ocho circunscripciones, elegía ocho electoresque reunidos a los miembros del Ayuntamiento designaba losdiputados. Esto se repite en la Constitución del año 15, así comoen la del 17 y también en el reglamento del año 19. Fue recién enel año 21 bajo la inspiración luminosa de Rivadavia, que auscul-ta bien el estado de la atmósfera, y siendo gobernador de Bue-nos Aires don Martín Rodríguez, cuando se llamó al pueblo aelegir directamente.

Estos cambios en las legislaciones no eran, como lo hace no-tar Estrada, el producto de un capricho, sino la resultante deacontecimientos políticos productores y concordantes. Estabadefinitivamente establecida la lucha.

La muchedumbre, por su parte, tenía el derecho de infatuar-se: había dominado la Capital por medio de un plebiscito el año1806; había derrocado un virrey el año 1807; había consumadola revolución el año 1810; había llevado la palabra redentora alParaguay, se había batido diez años con los enemigos en el Nor-te de la República; había reconquistado Montevideo; y por últi-mo había traspuesto la cordillera para redimir a Chile, como siel límite de la propia tierra hubiera sido estrecho para sus anhe-los de libertad. (¡Muy bien!).

Aquel monarca que aparece esfumado apenas entre las turbu-lencias de la historia, aquel indio coronado que no podemos ima-ginar sin una sonrisa, no es el producto de una extravagancia sinola síntesis de la muralla que aquellos hombres de pensamientoquerían oponer al dique de la multitud que desbordaba.

Pero la civilización hizo su obra.Ya el año 22, a pesar de discutirse electoralmente cuestiones

tan importantes como la descentralización administrativa, la re-forma eclesiástica, la lucha entre los directoriales y los republi-canos, la línea divisoria había desaparecido; y el año 24, al ele-

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gir el primer congreso, el pueblo confraternizaba ya, relativa-mente, con las clases superiores.

Viene después para la República la noche de la anarquía y ladel despotismo; todos los dolores, todos los peligros se cernie-ron sobre ella, pero salió ilesa, a veces milagrosamente, salvan-do escollos y cruzando tempestades como la barca encantada dela leyenda, hasta encaminarse serenamente, henchido el vela-men y al viento las banderas juveniles, hacia la meta de sus des-tinos seguros y grandiosos. (¡Muy bien! Aplausos).

La civilización hizo su obra, repito, y he aquí que en este mo-mento la República es una sola alma movida por los mismos an-helos y agitada por los mismos ideales. De esta Cámara de queformamos parte puede afirmarse que si no es la expresión abso-luta de los sufragios populares (reflexión que no puede mortifi-car a ninguno de nosotros porque sería pueril inculparnos comouna falta el hecho de que no hayamos sabido extraer diamantesde la tierra que no los produce), somos los amigos del pueblo,no somos el producto de ninguna superchería, de ninguna usur-pación. ¡Y están aquí representadas todas sus tendencias, todossus anhelos, y también todas sus esperanzas! (¡Muy bien!).

¿Quiénes serían los caudillos?, preguntan los impugnadoresdel despacho, ahora, como siempre, porque es la eterna, la vie-ja, la repetida pregunta; ¿quiénes harán las elecciones?

Y yo contesto: el intelectual. Desaparecerá ese tipo interme-dio que le lleva el diploma e irá a buscarlo él mismo si lo quie-re. He aquí todo.

¿Por otra parte, ¿qué es el caudillo? El señor miembro infor-mante de la Comisión de Negocios Constitucionales ha hechoun acertadísimo y elegante estudio sobre este punto.

Conviene recordar, sin embargo, a través de los tiempos to-das las fisonomías diversas que ha tenido en nuestro país.

Allá en los primeros días, el caudillo era metropolitano y fino.Reflexivo aun en medio de las audacias ambientes, comentaba envoz baja los desbordes de la comuna; alzaba gravemente el índiceen la tertulia de los iniciados para glosar una máxima de Juan Ja-cobo, vestía con pulcritud y con gracia, ceñía el corbatín de los

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tiempos del Directorio, y amaba a la República naciente casi comoun hidalgo de Fontenoy pudiera amar a sus blasones. Toda la cul-tura española, apergaminada y rígida, gravitaba sobre él y era eltipo, curioso por cierto y no repetido, de un verdadero cortesanorepublicanizado. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Más adelante, cuando la anarquía incendió a la República, elcaudillo fue bárbaro, y se llamó Facundo. La historia será infle-xible con él, pero quizá la lira de mañana lo exhumará de los re-cuerdos viejos y cantará al errante caballero de poncho y puñal,bravo y sagaz como el corcel de sus correrías, rebelde por puraamplitud de complexión moral, poeta por temperamento, y cu-ya figura, borrándose, noche abajo, entre las brumas del pasado,hace pensar en la melancólica gradación con que el gemir de laguitarra se diluye en el silencio grave de la Pampa... (¡Muy bien!Aplausos prolongados).

Más tarde, cuando el nivel intelectual, político, moral y social delpueblo avanzó, el caudillo fue más humano, más civilizado, más in-telectual; y aunque debía sentirse mejor entre las aclamaciones po-pulares que en el seno de los consejos gubernativos, tenía positivascondiciones de hombre de gobierno; pero su preeminencia estabaen razón directa de su valor personal y su prestigio subía o bajabasegún que la lucha fuera más o menos agria. Era un producto de laborrasca como la espuma lo es de la ola. (¡Muy bien!).

Más adelante, cuando la unidad nacional era todavía un pro-blema; cuando cada principio civilizador que se incorporaba a lasleyes escritas seguía siendo una interrogación ansiosamente entre-gada al acaso de la turbulencia diaria, la providencia, que no hadejado de velar un solo instante por los destinos de esta tierra, leenvió, para salvarla, al tipo ideal del caudillo, y le envió uno solo,pero con tal amplitud de acción y de pensamiento, que cumpliócon creces su misión; el caudillo estadista, tipo extraordinario en elcual se realizaba este dualismo difícil e irresistible: era a la vez elhombre de la plaza y el hombre del palacio; a la vez amado de lamultitud y cultor del libro; conocedor de los secretos más profun-dos de la ciencia política y familiarizado con los latidos más ínti-mos de la muchedumbre...; hombre, en fin, que poseía el recogi-

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miento de los sabios y sabía llevar con donaire el chambergo his-tórico. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Grandes aplausos).

También ése ha desaparecido de la acción. Vive aún sin em-bargo, rodeado por el respeto más hondo que pueblo alguno dela tierra ha dispensado jamás a un hombre público... (¡Muybien!); vive aún nec pluribus impar...

Su espíritu flota en la América entera como el incienso en lostemplos cristianos... (¡Muy bien!); la gratitud nacional está entorno de su ancianidad gloriosa; la historia toda de la Repúblicavibra en la historia suya, ¡y allá en las canteras lejanas el bloquese estremece esperando el buril que ha de entregar su figura a laadmiración de las generaciones venideras! (¡Muy bien! Aplausosprolongados).

¿Qué queda hoy? Excluyamos bondadosamente a ese segun-do grupo de que hablaba el elocuente miembro informante, yseamos francos. ¿Qué queda hoy? L’aiglon, señor presidente...Una degeneración inofensiva que no tiene ninguno de los perfi-les, ninguna de las acentuaciones de aquellos tipos; un meroarreador de votantes a tanto por barba, un simple rejuntador deboletas cuya autopsia moral me conduce a este resultado: cin-cuenta por ciento de eliminación voluntaria de todos los rivalesposibles, cuarenta de mistificación y diez de esfuerzo propioque cualquier otro realizaría con ventaja. ¿Y es temiendo a estefantasma, a este mito, que habríamos de dejar de dictar una leyde progreso que marcará una jornada más en el camino de nues-tra evolución?

¡No, señor presidente! Estamos a las puertas de una reformafundamental reclamada por todos, y las ventajas de la ley quediscutimos son tan positivas, que es menester un esfuerzo parano verlas. El distrito vincula al elector con el electo, y engendraentre ellos la verdadera relación de mandante a mandatario, queconstituye la esencia misma del sistema representativo; indepen-diza al elegido, sugiriéndole la persuasión de que siempre haytras de él una fuerza homogénea que lo apoya y que lo ampara;facilita la represión del fraude porque permite anular los votosfalsos sin herir a los legítimos; impide que al amparo de los gran-

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des nombres de la lista, se deslicen mediocridades por aquello deque el pabellón cubre la mercancía; hace nacer en la masa electo-ra el sentimiento del amor propio y hela aquí asociándose jubilo-samente a los triunfos del electo, a quien ha de ser muy difícil,por otra parte, intentar una reelección si no ha hecho algo paramerecerla; concluye en cuanto es posible con el tipo de goberna-dores electores, e impide, en fin, que las ventajas del sufragiouniversal se hagan ilusorias o se desvanezcan dentro de la pro-pia amplitud del concepto, porque así como la tierra no está nun-ca mejor explotada que cuando se la divide en pequeñas chacras,la democracia, señor presidente, no está nunca mejor cultivadaque cuando se la divide en pequeñas circunscripciones. (¡Muybien! ¡Muy bien! Aplausos prolongados en las bancas y en la barra).

El señor diputado por Tucumán hablaba de los extranjeros.Asistimos, señor presidente, a la formación de la nacionalidad.En este preciso momento, de todos los focos civilizadores de latierra nos llega la contribución de sangre y de inteligencia que,fundiéndose en el crisol argentino, determinará mañana la razadefinitiva que poblará esta comarca, destinada, si hados adver-sos no disponen lo contrario, a constituir algún día el contrape-so meridional del continente.

Y al par que se consuma este fenómeno étnico, el más grave,el más complejo, el más fundamental, quizá, por que haya pasa-do la República, ha podido decirse que simultáneamente con élestamos asistiendo a la exequias del civismo argentino.

Yo no sé si habrá pesimismo en la frase; lo que si sé es que den-tro de las evoluciones normales de esta democracia, el pueblo, es-tá totalmente ausente. Es menester que se produzca uno de esosgrandes acontecimientos que hieren sus fibras más íntimas, paraverlo en la superficie, para fortalecerse con su presencia, para sen-tirse tranquilamente argentino y poder mirar sin temores hacia elfuturo. Y mientras está desierto el atrio electoral, que es el recintodonde debieran resonar más destacadas, más puras y más netaslas manifestaciones del alma nacional, el comercio, que es el teatrodonde crece el elemento extranjero, prospera, se difunde y agigan-ta a la República, llenándola de riqueza.

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Lejos de mí, al hacer notar este desequilibrio profundo que de-biera preocuparnos a todos, una idea de hostilidad al extranjeroque ha traído a estas playas todo lo que es luz; lejos de mí, siquie-ra, la idea de negar el homenaje de mi fraternal gratitud a esa vi-gorosa colonia italiana, por ejemplo, que de tal manera se ha incor-porado a esta nacionalidad y ha colaborado en la obra de su en-grandecimiento, que asistiendo alguna vez al festín del júbilo co-mún y reclamando para sí la parte de gloria que le corresponde,podría repetir con razón el gesto breve y enérgico del Correggio:anch’io... Lejos de mí tal idea, señor presidente; pero ello no impi-de advertir que la energía propia languidece ante la extraña y queya no va quedando de ella sino esos retoños tímidos que denun-cian al vencido al trasluz del sello del vencedor, a la manera deaquellas gramíneas humildes que asoman apenas al través de latriunfante enredadera... (¡Muy bien! Grandes aplausos).

Llamemos, enhorabuena, al extranjero. Démosle todo lo quepodemos darle. Ofrezcámosle, para teatro de sus actividades, esteterritorio amplísimo en el cual están todos los climas del mundocomo si la providencia hubiera querido hacer de él un refugio pa-ra los hombres de todas las latitudes; bañado por ríos caudalososcuyas olas parecen ir cantando, allá en las lejanías incultivadas, elhimno del progreso y del trabajo; con pedazos riquísimos de sue-lo que sólo espera la piqueta del minero para devolver con crecesel sudor de las frentes; ciudades que se asoman al océano recibien-do en cada ola que se parte sobre sus playas como un hálito de lavida universal... (¡Muy bien!); un cielo de gala, que poner la notatriunfal de su azul turquesa sobre la exuberancia de la tierra, decuyo seno brota sin mezquindades el oro de la espiga; montañasdesde cuyas cumbres el sol debe parecer vecino y luego inmensasllanuras, como si la tierra, fatigada por el esfuerzo de los Andes sehubiera dormido en la llanura infinita de las pampas... (¡Muy bien!¡Muy bien! grandes aplausos); leyes inspiradas en las más liberalesdel mundo; un pueblo sobrio, hospitalario y generoso que trabajasin temores y duerme sin sobresaltos...; ofrezcámosle todo, todo,señor presidente, pero conservemos intacta el alma propia frenteal alma extraña y comprendamos que hay algo más que una frase

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en este concepto profundo de Quinet, aplicado a los pueblos de in-migración: “tienen un problema: incorporar al inmigrante, y unpeligro: ser absorbidos por él”. (Aplausos prolongados).

¿Y cómo hemos de conseguirlo? Vigorizando las manifesta-ciones privativas de la energía nacional e impidiendo que seatrofie o se perturbe la más fundamental de todas: el sufragio;dictando leyes como ésta, que saquen al pueblo de su postra-ción, que lo muevan, que lo interesen, que lo agiten; ¡que con-cluyan con estas anestesias alarmantes y hagan renacer en la Re-pública las luchas de la democracia, entre cuyas rotaciones sere-nas y fecundas se agitan y palpitan todos los gérmenes de la vi-da, sin los cuales se muere en la inercia como las aguas del pan-tano su pudren en la quietud! (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Voy a darle mi voto con la convicción halagüeña de que con-curro a la sanción de una ley de libertad, de progreso, de reac-ción; y abrigo la esperanza de que, cuando puesta ya en vigen-cia, los legisladores de este momento nos crucemos en la callecon un hijo del pueblo, que será de entonces en más, no la meraentidad numérica, impotente y anónima de hoy, sino el electorconsciente y eficaz, nos parecerá hallar en él una reproducciónde aquellos a quienes un grande hombre de Francia, desterradode su patria, saludaba con estas palabras al desembarcar en ex-tranjeras playas: “son hombres libres: yo me descubro”.

He dicho. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Prolongados aplausos en lasbancas y en las galerías. Los diputados rodean y felicitan al orador).

Sesión del 14 de noviembre de 1902

(Continúa el debate sobre el escrutinio uninominal).

Sr. Roldán - Pido la palabra.Señor presidente: considero agotada esta cuestión y me re-

suelvo a ocupar por un momento, nada más que por un momen-to, la atención de la Honorable Cámara porque siento la necesi-dad de rectificar algunos errores de hecho, ya que sería tarea de-

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masiado vasta, para mí al menos, hacer otro tanto con los mu-chos de conceptos en que, a mi juicio, ha incurrido el elocuenteorador que deja la palabra.

La altura del año legislativo y aquella a que ha llegado estedebate, imponen la sobriedad, enérgica y razonablemente recla-mada, por otra parte, por los órganos más caracterizados de laprensa diaria. No he de incurrir, pues, en el error de complicar-me en una polémica sobre teorizaciones abstractas, polémica cu-yo fin, como el punto matemático a que se refería el elocuentedoctor Lucero, no sería visible en este momento. No he de se-guirlo entonces al través de todo su brillante discurso, ni he deimponer a mi imaginación el esfuerzo de ir tras de la suya en eselargo viaje, tan largo, señor presidente, que a veces el espíritu,fatigado por el esfuerzo de la jornada, se ha sentado a reposar,sin notarlo, a la sombra de la paradoja. (¡Muy bien!). Tampoco,volviendo piadosamente la mirada hacia atrás, he de salir a lapalestra en defensa de viejas reputaciones zaheridas por él, ni hede oponer al “picotazo certero de la crítica” -son sus palabras- elrecuerdo de recientes y luminosas consagraciones... No he dehacerlo porque no me considero habilitado para ello y porquepienso, además, que aun cuando de estas flamantes autopsiasresultara un analfabeto el autor de “Las Bases”, yo podría seguirpensando sin inquietud que el escrutinio uninominal es un ex-celente sistema electoral.

He de afirmar solamente que si mi opinión, mi impresión,mejor dicho, sobre las relaciones entre la multitud y las clases di-rigentes en este país, no es exacta; si no es cierto que esas clasesque amenazaron un día perpetuarse en este escenario, han desa-parecido para siempre; si no es verdad que la República es hoyuna sola alma movida por los mismos anhelos y agitada poridénticos ideales; si no es verdad que este pueblo ha demostra-do que en los grandes momentos no sabe mirar sino hacia susgrandes hombres; si no es exacto que el pueblo no es solamentela multitud de pigmeos hormigueantes al pie de los héroes, sino tam-bién el pedestal de sangre y de músculo sobre el cual se yergueel esplendor de todas las glorias; si no es exacto que nada vale el

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árbol sin la tierra que fecunda sus raíces y que al aprisionarlasen su seno les transmite la savia que reverbera en las ramas, enlas hojas, en las flores y en los frutos; si es exacta la tesis asfixian-te y pesimista del señor diputado por Tucumán, valiera más bo-rrar de un plumazo el sufragio de las prácticas argentinas, pro-clamar el absolutismo y ceñir sobre la testa de algún predestina-do de la historia esa corona anacrónica cuyos fulgores chispeanal través de la prosa del señor diputado por Tucumán! (¡Muybien! ¡Muy bien! Aplausos).

“No hay pueblo” -dice en resumen el doctor Lucero- y si fue-ra posible desconocer algún derecho en nombre de la lógica, ne-gárale el de intervenir en este debate, porque sostener que elpueblo no existe como entidad electoral y pronunciar un lumi-noso discurso sobre la mejor manera como ese pueblo debe ele-gir, vale tanto como negar que existe el aire y escribir un librosobre la mejor manera de purificarlo.

Afirmaba el señor diputado por Tucumán que padecía yo unerror lamentable cuando sostenía que las multitudes argentinastenían el derecho de infatuarse, el derecho de sentirse orgullosasdespués de haber dominado la Capital el año 1806, de haber de-puesto a un virrey el año 1807, haber reconquistado Montevi-deo, haber vendido a todos sus enemigos y haber redimido aChile; y agregaba que la única impresión que la multitud argen-tina pudo recoger en aquellos días memorables fue la que debióproducir en su ánimo esta pregunta formulada por el síndico co-rregidor: ¿Dónde está el pueblo?

¿Dónde está el pueblo?, preguntaba, en efecto, Leiva, en losdías de Mayo; pero el señor diputado por Tucumán le ha omiti-do a la Cámara las palabras que llegaron entonces al oído delsíndico corregidor.

¿Dónde está el pueblo?, preguntó. Y la voz anónima, la queen todas las horas de la historia traduce las palpitaciones del al-ma pública, contestó: El pueblo espera ser desobedecido para re-belarse; ¡que se toquen las campanas del Cabildo, y se verá dón-de está el pueblo! (¡Muy bien! Aplausos).

Dice Mitre en la página 335 del tomo primero de su “Historia de

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Belgrano”: “Un rumor sordo de descontento cundió hasta los su-burbios y empezó a circular por las calles y las plazas de la ciudad,concurso numeroso de gente que nadie había citado ni dirigido”.

Dice López: “Estaban todos inflamados y en pleno alzamien-to, arrebatados por esa acción volcánica que se produce a vecesen el seno impenetrable de los pueblos”.

El doctor Ramos Mejía, cuyo escalpelo de médico parece unburil de artista puesto en la mano de un filósofo cuando lo hun-de, certero y sagaz, en los misterios del cuerpo social... (¡Muybien! Aplausos) ... dice en la página 113 de “Las multitudes argen-tinas”, refiriéndose a este movimiento de las muchedumbres cu-ya acción desconocía el señor diputado por Tucumán: “Estamancomunidad de esfuerzos e impulsos pequeños que produceresultados tan grandes y trascendentales, desconcierta nuestrarutina, acostumbrada a no cotizar sino la acción personal del hom-bre representativo”.

Y Estrada, en un párrafo sonoro como todos los suyos, ha tra-tado el punto en esta forma, que parece escrita para replicar al se-ñor diputado por Tucumán: “La libertad argentina es planta indí-gena de su suelo: la conquistó la espada del guerrero, la amó elpensador sublime y arranques populares la levantaron al altar.¿Sabéis por qué la gloria de Mayo es mi gloria y la vuestra?, ¿porqué fue la de nuestros padres y será la de nuestros hijos? Porqueno hay nombre que profane su sacrosanto anónimo, ni caudillo nipartido que reivindique sus laureles”. (¡Muy bien! Aplausos).

Fuerza es convenir entonces que si estoy en error, conmigoestán honrosas compañías...

Lo que vale -decía el señor diputado por Tucumán- es el ges-to del héroe.

¡El gesto del héroe!...Yo pienso en Napoleón, señor presidente; pienso en Napo-

león de Austerlitz, ungida la cara por el gesto dominador y mag-nífico, amplio y abierto como las alas del águila imperial, gestoa la vez implacable y hondo, como si se hubieran dado cita pa-ra formarlo el entrecejo de todos los sargentos de Francia y lasbrillazones más límpidas del genio. (¡Muy bien!).

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Pienso en él; pero pienso también en el Napoleón de Santa Ele-na, atado, como Prometeo, a la roca del dolor; lo evoco mirando almar, en el gesto soberbio pero inútil de la gloria vencida; soberbiopero inútil, señores diputados, porque en la ola que se quebrabasobre la playa solitaria, no llegaba hasta sus oídos el ¡vive l’empe-reur! de las multitudes ausentes y lejanas. (¡Muy bien!).

¡El gesto de los héroes!... Yo pienso, para citar un ejemplo máspróximo y casi diría más humano, yo pienso en el gesto triunfalde Boulanger, arrastrando las multitudes delirantes por las ca-lles de París y clarineando sobre ellas la palabra de la rebelión;pero lo veo más tarde, olvidado por esa misma multitud, quetan desdeñosamente tratara el señor diputado, proscripto de suseno, desengañado y triste, suicidándose sobre la tumba de suquerida, como si sus ojos -aquellos mismos del gran gesto victo-rioso- hubieran necesitado transponer la lápida que separa la vi-da de la muerte para buscar debajo de la tierra el regazo aman-te y caliente que le faltaba arriba...

No, señor presidente. La multitud y el héroe son dos fuerzasconcurrentes que se complementan.

No hay héroe sin multitud que le sirva de pedestal y puede ha-ber, sin embargo, multitud heroica sin un héroe que la guíe, por-que, como se ha dicho muy bien, vale más un ejército de leones di-rigido por un cordero que un ejército de corderos dirigido por unleón. ¿Por qué? Porque ha habido el caso de ejércitos victoriosossin generales, pero lo que no señala la historia, ni lo señalará ja-más, es el caso de un general que obtenga victorias sin ejército.

Se argumenta todavía con el antecedente del pueblo analfabe-to y se sigue repitiendo, para impugnar la división en distritos,que el cuerpo electoral está constituido en sus dos terceras partespor electores que no saben leer ni escribir. Pero, señor presidente,si precisamente este analfabetismo deplorable es el mejor argu-mento a favor del distrito, porque si es inconsciente el voto que,bajo el régimen que propone este proyecto, da el elector en favorde un ciudadano a quien conoce, que está vinculado con él, aquien se ha ligado, interviniendo acaso en la elaboración de supropia candidatura, ¿cuánto más inconsciente no será ese mismo

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voto dado en favor de una lista compuesta por personas que elelector no conoce, lista en cuya formación no ha intervenido, co-mo que le llega hecha y recalentada del comité central?

El señor diputado por Tucumán ha cambiado positivamente detáctica. Cuando impugnaba en general el despacho de la comisión,todo él, sin encontrar bueno ni siquiera el padrón permanente, tu-cumanizaba la cuestión, y acaso más involuntaria que calculada-mente, reducía sus horizontes de observación a los de la provincianatal, imaginando a la República convertida en un inmenso inge-nio dentro del cual no accionarían otros caudillos que aquellos quehacen chasquear en la diestra el látigo de los patrones...

Hoy adopta una actitud antagónica, pero, a mi juicio, igual-mente ineficaz, porque universaliza el asunto, lo saca de su es-cenario natural, olvida el caso propio para ocuparse del caso ex-traño, prescinde de las modalidades nativas; y he aquí que sudialéctica vigorosa y vivaz, construida a base de brava y fina iro-nía, pugna en vano por extraer, si se me permite la expresión,consecuencias argentinas de las premisas extranjeras.

Ha sostenido el señor diputado que en Inglaterra, en Franciay en Italia, esta ley no ha dado el resultado que se esperaba y símotivo a protestas de parte de “sus estadistas más sinceros”.

El señor ministro del Interior, que cada vez que habla poneuna alta elocuencia al servicio de una alta cultura, en el discur-so cuyos ecos vibran todavía en este recinto, hizo un viaje aná-logo por los campos de la experiencia ajena, y arribó a conclu-siones diametralmente contrarias.

No necesitaba, por mi parte, señor presidente, haber escu-chado al uno y al otro par comprender cuánta verdad hay enesta frase de Nietszche: “Basta un poco de ingenio para pro-bar indistintamente, respecto de cualquier institución huma-na, que ella es una de estas dos cosas contradictorias: o eximiao execrable”.

Y la tarea de impugnar es seguramente la más fácil.El señor diputado para mirar hacia el distrito, se ha colocado

en un punto de vista desde el cual no ve sino la parte mala delas cosas; y como todas la tienen, todas le parecen malas.

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Pero ¿qué diría la buena lógica si después de hacer desfilarante sus ojos, por ejemplo, la serie larga de los presidentes in-doctos o rapaces, se infiriera de ahí que el sistema republicanode gobierno es malo? ¿Podría decirse que el sistema parlamen-tario ha fracasado porque un parlamento señala la historia res-pecto del cual ha podido exclamar un biógrafo implacable querenegó “de su raza y de su fuero”? ¿Se dirá que la tracción a san-gre es mejor que la tracción eléctrica porque ayer un tranvíaatropelló a un peatón, mientras que fue un caballo el que salvóla vida al general Paz en la batalla de Oncativo? (Risas).

Se ha referido el señor diputado, con un gesto prematuramen-te alarmante, a “los perfumes” de esas multitudes del futuro.

Yo veo en el fondo de esa manera de argumentar, un poco deromanticismo. Alarmarse desde ahora ante la posible consuma-ción de fraudes futuros, me parece inocente.

Es necesario darse cuenta de que estamos legislando para unpueblo lleno de pasiones, como todos los pueblos; lleno de vi-cios, lleno de defectos, como todos los pueblos. ¿Que se consu-marán fraudes? Estoy convencido. ¿Que esta ley no va a cubrircon riquísimas alfombras de armiño los atrios electorales? ¡Con-vencido! No creemos haber descubierto la panacea milagrosacapaz de consumar semejante prodigio.

Pero, señor presidente, aplicar ese criterio a estas cosas, es so-ñar. Todos tenemos nuestro sueño. De mí sé decir que allá, en ellóbulo más secreto de mi cerebro, la bandera de la República dePlatón flamea a todos los vientos de mi entusiasmo invisible ysubjetivo. Sueño con una democracia impecable, de cuyo senobrotaría el gobierno con la espontaneidad infinita con que el fru-to brota del árbol, gobierno que estaría supeditado de tal modoa los movimientos de la savia popular, que si una sola vez delin-quiera o se extraviara, bastaría que un buen hijo del pueblo mo-viera la rama para que el fruto cayera...

¡Pero eso es lirismo! Y una experiencia que no por ser demasia-do breve deja de ser para mí elocuente, me ha enseñado que lamás infantil de las ingenuidades es tratar de estas cosas tan pro-saicas mirándolas como deben ser, en vez de mirarlas como son.

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Se ha referido el señor diputado a la última elección en Fran-cia. Tengo aquí, en dos números de “Le Figaro” el resultado delúltimo escrutinio. Podría presentar al señor diputado una listade los nombres que esa elección ha llevado a la Cámara: LeónBourgeois, Paul Deschanel, Henry Brisson, conde de Mun, du-que de Broglie, Delcassé, Vallet, Jean Jaurés, Millerand, Méline,Poincaré, Ribot, Pelletan...

Y si un sistema electoral, es bueno cuando consigue llevar alParlamento a los exponentes más altos de la cultura nacional, yoentrego sin zozobra esta lista de nombres a la ironía pertinaz delseñor diputado.

Cuando se ha referido a la vinculación que establece este sis-tema entre el elector y el elegido, se ha limitado a decir pretendi-da vinculación. Y ha añadido, si mal no recuerdo, que el futuronos reserva sorpresas sobre este particular.

Sin embargo, no se ha producido hasta este momento un so-lo argumento que destruya los que hemos formulado los defen-sores del despacho.

Vincula efectivamente al elector con el elegido.Supongamos que el actual señor ministro del Interior, -y tomo

este ejemplo porque necesito para el caso una alta personalidad-que el actual ministro del Interior, que no siempre ha de serlo, re-solviera mañana reingresar a esta Cámara, en la que ha dejado porcierto la huella luminosa de su paso. Tendría que elegir el distritoen que habría de concentrar su acción de candidato. Probablemen-te, movido por un sentimiento a la vez instintivo y melancólico,tanto más explicable, en este caso, cuanto que se trata de un hom-bre de Estado en el fondo de cuyo temperamento parsimonioso ygrave hay una lira, pensaría en Chilecito, de donde es oriundo, sino mienten las biografías circulantes. Con lo cual nada perdería elcandidato y mucho ganaría Chilecito; y nada de extrañar sería quelos poderes públicos recibieran a menudo la visita del autor de“Mis montañas”, solicitando empeñosamente un canal de riego,por ejemplo, para el amado pueblecito natal...

Son las ventajas de la reciprocidad que negaba rotundamente elseñor diputado por Tucumán en su discurso brillante, incuestiona-

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blemente brillante, señor presidente, que yo soy el primero en cele-brar, -porque entre los aplausos para él los míos han de estar siem-pre en la vanguardia- pero discurso informado de un pesimismoprematuro y amargo, inexplicable en un espíritu joven como el delseñor diputado, cuyos ideales, envueltos como en un manto de pri-mavera, debieran levantarse sobre un poco de fe, de esa fe que ilu-mina todos los caminos, de esa fe que es confianza en la fuerza, queserá, si se quiere, mezcla de energía y de ingenuidad, pero que espoder irresistible, ¡capaz de hacer brotar el agua del peñasco, capazde horadar la montaña y de hacer luz de las sombras! (¡Muy bien!).

Se pone en duda la facilidad con que se va a consumar estaevolución, dados nuestros hábitos políticos: el caudillo será elintelectual; el intelectual que aspira a un diploma, irá a buscar-lo él mismo, si lo quiere.

Yo voy a recordar, para concluir, unas palabras de Macaulayque entrego sin comentario a la reflexión de los señores diputados.

Cuando se discutía en la Cámara de los comunes de Inglaterrala reforma electoral, Macaulay -elegido por el pequeño distrito deCalne- Macaulay, cuya palabra inmortalizó la sesión de aquel día,hizo esta referencia histórica: “Cuando años atrás la opresión lan-zó el pueblo a las calles; cuando cien mil forajidos irrumpieron enBlackheath y quemaron hasta los cimientos los castillos de los no-bles, robaron, incendiaron y saquearon los almacenes de Londres;cuando un crimen perpetrado a presencia de todos había exacer-bado sus pasiones hasta el paroxismo y buscaban un capitán quesucediese o vengase al que acababan de perder, en aquel precisoinstante sin dar tiempo a que Hob Miller o Tom Carter o JackStraw se pusieran al frente de ellos, el rey, no sabiendo qué hacer,lanzó su caballo entre la multitud exclamando: ‘¡Y bien: yo serévuestro caudillo!’. Y los condujo al orden... Digamos al pueblo in-glés -agregaba Macaulay-: ‘¡Nosotros somos vuestros caudillos,nosotros, los representes de cuarenta condados ingleses, los intér-pretes constitucionales de vuestros deseos, pondremos nuestropoder legal en favor vuestro y él es tan grande que puesto a vues-tro servicio tiene fatalmente que prevalecer!‘”.

He dicho. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Prolongados aplausos).

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EXTRAÑAMIENTO DE EXTRANJEROSCámara de Diputados

Sesión del 22 de noviembre de 1902

Sr. Roldán - Pido la palabra.Yo me doy cuenta, señor presidente, de las circunstancias

premiosas bajo las cuales se ha realizado esta convocatoria; yaun cuando recojo las palabras del señor ministro del Interior,según las cuales se habría magnificado la importancia del movi-miento producido, hago el debido honor a los propósitos del Po-der Ejecutivo, respecto del cual acaba de informarnos amplia-mente el señor ministro.

Soy el primero en deplorar los acontecimientos que motivanesta reunión, y el primero en condenar también la actitud delelemento huelguista, que alzándose en nombre de un derechopropio, no acierta a otra cosa que a lesionar el ajeno, colocandoentre él y el ideal que persigue, esa misma fuerza ciega y brutalcontra la cual protesta.

Pero esto no me impide pensar que esta ley de residencia,como se le llama ahora, o ley de extrañamiento de extranjeros,como se le ha llamado en otras partes, ha sido dictada, en lospaíses donde está en vigencia, después de haber fracasadouna prolija y copiosa legislación obrera; pero en un país comoeste, donde no se ha dictado una sola palabra de legislaciónobrera, donde ni siquiera un simple proyecto sobre accidentesdel trabajo ha merecido el honor de ser incluido en la prórro-ga, llegar a este extremo, me parece que es llegar al fin del ca-mino sin haber recorrido una sola de las jornadas indispensa-bles para arribar a él.

Yo participo también de los pudores constitucionales que agi-tan al señor diputado Gouchón, y pienso que esta ley estableceuna diferencia entre el elemento nacional y el extranjero.

Releo, señor presidente, lleno de dudas, el artículo 20 de laConstitucional Nacional: “Los extranjeros gozan en el territoriode la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano”.

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Sr. Ministro del Interior - Hay limitaciones.Sr. Roldán - Pienso, por otra parte, que la policía de la Capi-

tal tiene dentro de sus facultades legales, elementos de sobra pa-ra contener a los revoltosos, y si ha llegado el caso del estado desitio, yo le prestaría mi voto; pero por estas breves consideracio-nes voy a votar en contra del proyecto en debate.

PROVISION DE EMPLEOS CON ESTUDIANTESCámara de Diputados - Proyecto de Ley

Sesión del 1º de junio de 1903

Artículo 1º - Desde la promulgación de la presente ley, las va-cantes que se produzcan en los tribunales de la Capital, en eldepartamento nacional de higiene, en el departamento de obraspúblicas y en el de obras de salubridad, serán llenadas respec-tivamente con estudiantes de las facultades de derecho, medici-na e ingeniería siempre que no se trate de puestos que requie-ran título profesional.Artículo 2º - A los efectos del artículo anterior, las facultadesuniversitarias remitirán anualmente al Poder Ejecutivo unalista de alumnos matriculados.

B. Roldán (hijo)

Sr. Roldán - Pido la palabra.Nadie ignora que nuestra administración de justicia no es, ni

con mucho, un modelo de celeridad.Prescindiendo del expedienteo característico y de otras mu-

chas razones que tal vez radican más en las cosas que en loshombres, el hecho se explica muy especialmente por la incom-petencia notoria del personal subalterno de los tribunales, per-sonal improvisado, profano, cuya intervención en los juicios,con ser puramente mecánica, es lo bastante decisiva, sin embar-go, para hacerlos todavía más lentos y más pesados, y cuya fal-ta de preparación técnica puede hasta determinar injusticias en

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los resultados finales, como ha podido constatarse efectivamen-te en el terreno de los hechos.

Una reflexión análoga podría hacerse respecto de las demásreparticiones a que se refiere el proyecto que acaba de leerse yque tengo el honor de subscribir conjuntamente con mi distin-guido colega por Tucumán el señor doctor Lucero.

Confiando dichos puestos a los estudiantes de derecho, me-dicina o ingeniería, según el caso, se habría mejorado ese per-sonal, se le habría dignificado, se le habría hecho más idóneo ymás honesto, y se habría dispensado asimismo un positivo be-neficio a los estudiantes, poniéndoles en condición de que enel despacho diario de sus respectivos puestos adquieran lasnociones prácticas de que no siempre están provistos al egre-sar de las aulas, defecto este que no se compensa en manera al-guna con la copiosa acumulación de teoría que allí realizan, yque explica la presencia en nuestro medio social de esas ino-cuidades diplomadas, llenas de perplejidad y de incertidum-bre en los primeros pasos, inútiles para todas las jornadas se-rias de la vida, y que, incapaces de ganársela en la tarea profe-sional, que no conocen, porque lo han visto todo al través dellente ampuloso de la pura doctrina, ponen rumbo, por poner-lo a alguna parte, hacia los entreveros de la política, comenzan-do -ya se sabe y ello es muy South-America- por ocupar la pri-mera tribuna pública que les brinda hospedaje, para hablarmal de las gentes, contraído el entrecejo en un ademán deapostolado prematuro, que los años, implacables como la nece-sidad, se encargan muy luego de disipar...

Hacia ahí ponen rumbo, porque la tribuna popular brindauna hospitalidad tan amplia -la Honorable Cámara me perdona-rá este desahogo incontenible- que en su seno cabe holgadamen-te hasta la torpeza campanuda, hablando una prosa bertoldescaque merece en seguida los honores de la publicidad -¡oh témpo-ra!- en un diario de la mañana que tiene una tradición intelec-tual que custodiar y sobre cuyas columnas flota todavía el espí-ritu iluminador de Claudio Caballero...

Esta ley, por lo demás, constituiría un estímulo para los estu-

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diantes, a los que llevaría el conocimiento de que su aplicacióna la tarea universitaria sería premiada, más tarde o más tempra-no, con una recompensa positiva, tan útil y a veces tan indispen-sable como un puesto rentado.

Nada más he de agregar por ahora en apoyo de este proyec-to, que entrego confiadamente al trámite de estilo.

(Apoyado, pasa a la comisión de Legislación).

HOMENAJE A LA MEMORIA DE SU SANTIDAD LEON XIII

Cámara de Diputados

Sesión del 22 de julio de 1903

Sr. Roldán - Pido la palabra.Voy a ampliar la indicación que acaba de formular el señor

presidente. La muerte de León XIII ha conmovido, efectivamen-te, a toda la humanidad, y sobre la emoción de esa pérdida res-plandece la realidad de un hecho digno, por otra parte, de estahora de alta cultura en que vivimos, hora de tolerancias recípro-cas y dentro de la cual serían de un anacronismo irritante la in-transigencia ciega que todo lo desconoce o el empecinamientopueril que todo lo mancilla; los ecos del duelo público brotanpor igual del corazón cristiano que del espíritu liberal. Es que sila Iglesia ha perdido un gran jefe, la humanidad ha perdido ungrande hombre, ante cuyo cadáver, señor presidente, si bien escierto que sólo el mundo cristiano se prosterna para orar, no loes menos que todo el mundo intelectual se descubre para incli-narse... Es que aquella corona cubría una de las cabezas más al-tas de su siglo; es que el martillo simbólico ha golpeado esta vezsobre una frente que antes que por los resplandores del cetropontificio, estaba ya circundada por la aureola de las propias,geniales brillazones... (¡Muy bien! ¡ Muy bien!).

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No necesito añadir, para fundar la moción con que he de ter-minar estas breves palabras, que el ilustre muerto era el jefe dela Iglesia cuyo culto sostiene el estado argentino y cuyo patrona-to ejerce en la República el primer magistrado de la Nación. Nonecesito recordarlo, porque es propio de los pueblos libres, y porconsiguiente de libres parlamentos, inclinarse ante la muerte delos grandes, de aquellos cuya caída describe en el espacio unaparábola gigante, así caigan ellos en las luchas de la idea o en eldelirio de las batallas: así caigan ellos, señores diputados, a lasombra del Quirinal o bajo el arco secular del Vaticano. (¡Muybien! ¡Muy bien!).

Hago moción entonces para que la Honorable Cámara levan-te su sesión de hoy en señal de respetuoso homenaje a la memo-ria del gran pontífice. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos en las ban-cas y en la barra).

OBRAS DE SARMIENTOCámara de Diputados

Sesión del 11 de septiembre de 1903

Sr. Roldán - Pido la palabra.Hoy es el decimoquinto aniversario de la muerte de Sar-

miento.Las nuevas generaciones argentinas, señor presidente, rinden

a la memoria de este hombre un homenaje cada día más intensoy cada día más sincero, homenaje que bastaría por sí solo, cier-tamente, para fundar la moción con que me propongo terminarestas palabras.

El espíritu se sobrecoge de admiración al evocar la figura deeste hombre, modelada en la hora incierta de la organización na-cional, cuando cada principio civilizador que se incorporaba alas leyes escritas era todavía una interrogación ansiosamenteconfiada al acaso de la turbulencia diaria; cuando en el terreno

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de la política el templo no había destronado aún a la pagoda yreinaban la ofuscación y el desconcierto; cuando la atmósfera es-taba saturada de analfabetismo político, moral y social, y cuan-do el despotismo y la ignorancia se daban la mano al través deltiempo y del espacio para luchar unidos contra estos genialescaballeros de la cultura y del ideal.

El puso la semilla, regando a manos llenas el surco que abrie-ra Rivadavia; y así como en la granja solariega, el árbol que pres-ta su sombra y la prole robusta y ruidosa es una evocación cons-tante del viejo abuelo que lo plantara y en cada rama que creceparece como retoñar su memoria; así también, señores diputa-dos, en cada destello de la intelectualidad argentina, en cada ce-lebración que brille con fulgor propio, en cada inteligencia quesurja del libro tras de las nobles vigilias del estudio, habrá tam-bién una evocación permanente del gran viejo, que de pie sobrela eminencia de su genio tuvo la visión perfecta del futuro, com-prendiendo que era menester, ante todo, educar al pueblo de laturbulenta democracia, y que cada escuela que se abriera era unjalón más que se plantaba en el derrotero de los destinos gran-diosos y seguros... (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Más feliz que aquel guerrero de la leyenda que anunciabadesde su lecho de muerte una resurrección de su espíritu en elbrillo de cada espada que se alzara para castigar el desmán deun enemigo de la patria, el espíritu de Sarmiento revive en ellibro de todas las enseñanzas, flota en el silencio austero de lasaulas escolares, está presente en todas las vibraciones del almanacional, y triunfa, con triunfo cada vez menos discutido, en elforo de la pública conciencia... No morirá ese espíritu; y conmenos esfuerzo que el que desplegaba el psicólogo francés pa-ra descubrir, estudiando las noches de Monte Carlo, un vagoparecido físico entre la fisonomía de los jugadores de nobleabolengo y el perfil grabado en los luises que arrojaban sobreel tapete, en la mirada del maestro que se inclina sobre el niño,repitiendo la escena bíblica y eternamente sublime de las pri-meras semillas cayendo sobre el surco virgen, podrá adivinar-se una reverberación del alma de Sarmiento, cuya vida sin

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ocios parece estar murmurando al oído de las generacionesnuevas, estas palabras hermosas que están grabadas en la esfe-ra del reloj de la universidad de Oxford: “Las horas pasan: da-réis cuenta de ellas”.

Si es admirable la acción de Horacio Hann, divulgando en supatria el ideal de la educación, ¿qué no decir de Sarmiento, querealiza campaña idéntica en un medio mil veces más adverso?,como que para abrir una escuela entre nosotros no bastaba con-vencer a un labriego; ¡era menester primero desarmar a un bár-baro, arrancar de cuajo el pajonal para plantar allí mismo la se-milla fecunda y bienhechora! (¡Muy bien! Aplausos).

Yo he visto, señores, en un rincón lejano de la campaña ar-gentina, mientras un maestro de primeras letras dictaba una lec-ción a sus discípulos, a plena luz, a la puerta de una escuela hu-mildísima, al pie de un árbol a cuya sombra acaso se sentó pri-mero el cacique, después el caudillo y donde ahora, ¡loado seaDios!, resonaba la voz tranquila de la enseñanza; mientras unmaestro, repito, dictaba una lección a sus discípulos, un grupode paisanos acercarse tímida y silenciosamente a recoger tam-bién ellos la voz de la educación. Aquellos hombres representa-ban para mí el elemento que la civilización va suave y gradual-mente incorporando a sus dominios, sin batallas, sin conquistas,sin matanzas, atrayéndolo a su seno como por una ley física...Cruzó de pronto a las pocas varas y al galope de su caballo, ungaucho de aspecto huraño y sombrío. Envolvió la escena en unamirada rápida, y siguió... En aquella mirada reverberó el odioinstintivo del desierto contra la ciudad: aquel gaucho era la bar-barie frente a la civilización; aquel gaucho era el caudillaje, laanarquía, la desolación, la ignorancia, frente al orden, al trabajo,a la educación, a la cultura; aquel gaucho era Facundo frente afrente de Sarmiento... (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).

Y cuando su silueta se borraba, Pampa abajo, mientras la vozdel maestro seguía resonando vibrante y argentina, yo tuve lavisión perfecta de la obra de Sarmiento y comprendí todo el al-cance de este magnífico grito suyo: “Más que en los fusiles, ten-go fe en las escuelas para desarmar a esos bárbaros”.

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Todo lo esperaba de la escuela. Para él, el problema finan-ciero era problema de educación; el problema político era pro-blema de educación; el problema social era problema de edu-cación... Y preconizada por sus labios agresivos y elocuentes,la escuela surgía como la panacea milagrosa destinada a sal-var a la República del caudillaje, de la anarquía, de la ofusca-ción y del error...

¡Escuelas! -decía-. Y cuando reclamaba a grandes voces semi-llas para la tierra y semillas para las inteligencias, trigales parala llanura inculta y anagnosias para los cerebros vírgenes, la vozanónima, el cilicio que aureola la frente de los precursores, dijoestas dos palabras de injuria y de coronación: ¡Viejo loco!

Y dijo esta otra palabra: ¡utopía!Utopía ... Palabra ingrata esta, que sólo sirve para medir la

distancia que separa los grandes anhelos de las grandes realida-des; vocablo amargo con que la ignorancia de todos los tiemposflageló a los visionarios del ideal y maculó las palpitaciones másselectas; primera valla que la ofuscación o la envidia alzaronsiempre en el sendero de las grandes ascensiones; primera nubeque en todas las horas de la historia impidió la brillazón de losplenilunios.

Utopía... Primera voz adversa que oyó Sócrates, primer mur-mullo siniestro que resonó a las espaldas del Nazareno; muecapueril con que Salamanca mancilló a Colón; gesto de torpezacon que las demás Salamancas de la historia negaron a Copérni-co y abrieron para el viejo Galileo las puertas de la cárcel e im-pusieron a Heggel el martirio. (¡Muy bien!).

¡Bendita la utopía que inundaba su alma luminosa!; ¡bendi-ta la obsesión genial que dominaba a este hombre, en honordel cual y acaso en este mismo momento, la voz de los niñosen las escuelas entona el himno ingenuo y grandioso de todaslas gratitudes!

Creía que allí, en la escuela, -segundo hogar del niño, ma-dre espiritual de nuestras inteligencias, taller donde se forja elhierro de las almas colectivas, cuna donde se mece la somno-lencia candorosa de las primeras meditaciones, altar ante el

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cual el alma siente las primeras misteriosas turbaciones quesugieren el honor, el deber y la patria-, creía, repito, que eraallí, en la escuela, donde había de formarse el hombre de suideal. Y el ideal para el gran viejo estaba sintetizado en esteconcepto admirable de compresión y de sencillez: el orden pú-blico, que es el grado terminal de la civilización humana, noha de estar impuesto por el sable de los milicianos, sino san-cionado por la voluntad juiciosa y serena de los pueblos...(¡Muy bien! Aplausos).

En su obra, en toda su obra, desde el suelto de gacetilla has-ta el intenso libro fundamental; desde la improvisación ligerahasta el opúsculo vibrante y oportuno, está diluido este ideal su-yo. Allí, en esos brochazos geniales, están todas las palpitacio-nes de una época. El crítico literario buscaría en vano, analizan-do esa obra, la columna finamente cincelada, impecable en laausteridad armoniosa de las líneas... En vano, porque la obra deSarmiento es más bien el peñasco informe, majestuosamente im-perfecto, hosco en la grandiosidad de las líneas caprichosas, pe-ro destinado a quedar ahí, de pie bajo del sol y de los vientos, in-móvil y soberbio, ¡triunfando de todas las tempestades y todoslos vendavales! (Aplausos).

Divulgar su pensamiento es noble y útil tarea. Hago moción,entonces, para que la Honorable Cámara, rindiendo un home-naje más a la memoria del grande hombre, trate sobre tablas undespacho de la comisión de Instrucción Pública relativo a unanueva adquisición de sus obras.

He terminado. (Aplausos).(Apoyada esta moción se vota y es aprobada).

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CODIGO DE PROCEDIMIENTOS SOBRESEIMIENTO PROVISORIO

Cámara de Diputados - Proyecto de Ley

Sesión del 23 de septiembre de 1903

El Senado y Cámara de Diputados, etc.Artículo 1º - Todo auto de sobreseimiento provisorio dictado enlos casos del inciso 1º del artículo 435 del Código de Procedi-mientos quedará convertido en definitivo a los seis meses deejecutoriado.Artículo 2º - Comuníquese, etc.

Belisario Roldán (hijo) - Mariano de Vedia

Sr. Roldán - Pido la palabra.Este proyecto que presento conjuntamente con mi distingui-

do colega y amigo el señor diputado de Vedia, no es ciertamen-te una primicia. Me place recordar que antes de ahora, en dosdistintas ocasiones, él ha sido sometido a la consideración de laCámara, bajo forma más o menos semejante, por los señores di-putados Varela Ortiz y Carlés, y que fue también un pensamien-to del ilustrado señor diputado por la capital doctor Argerich,pensamiento que aceptó e hizo suyo la comisión de Investiga-ción Judicial que funcionó durante el receso y que incorporó alplan de reformas que corre en la orden del día número 1.

Los nombres de los señores diputados a que acabo de referir-me y aquel otro que honra al mío esta vez, acompañándolo, se-rían suficientes, me parece, para prestigiar esta plausible inicia-tiva, si no bastasen para ello las buenas razones que me propon-go brevemente exponer.

El sobreseimiento provisorio, tal como se practica hoy entrenosotros, constituye una verdadera absolución de instancia,proscrita de todas las buenas legislaciones. Cuando de las cons-tancias de un expediente no se desprende la culpabilidad delprocesado ni se desprende tampoco su inocencia, -cosa esta queno resiste a un análisis, situación que pugna con cualquier buen

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razonamiento- el juez dicta esa resolución híbrida, incolora, con-traria también a los principios que explican la esencia misma dela justicia, principios, según los cuales el juez debe fallar, debepronunciarse por lo uno o por lo otro; el juez, dentro de la fali-bilidad de las cosas humanas, debe buscar y encontrar la verdady debe terminar su obra de investigación señalando un culpableo proclamando una inocencia.

Para que la Honorable Cámara se dé cuenta de las conse-cuencias que puede tener un auto de sobreseimiento provisio-nal, prolongado indefinidamente, me bastará citar un caso noto-rio y reciente: el proceso Guedes-Bustos.

El señor Bustos fue acusado de usurpación de estado civil; seinstruyó un sumario voluminoso, duraron dos años las actua-ciones; se escrutó casi día por día la vida del procesado, y por úl-timo el juez resolvió que los querellantes no habían conseguidoprobarle a Bustos el delito que le imputaban; pero que, habien-do Bustos, hombre de ochenta años, enfermo y achacoso, incu-rrido en algunas contradicciones en los diversos interrogatoriosa que había sido sometido, tampoco se creía el juez en aptitudpara sobreseer definitivamente en la causa, y sobreseyó provi-sionalmente.

Para pagarles sus honorarios a los médicos que habían prac-ticado, por orden del juzgado, un examen médico legal del pro-cesado, se sacó a remate judicial una propiedad de Bustos. Al-guien la compró; pero inmediatamente después se presentó aljuez de la causa diciendo que desistía de la compra, porque es-tando en duda la personalidad civil del vendedor, su dominiosobre el bien raíz podía ser contestado mañana. El juez proveyóde conformidad, y a partir de ese día Bustos no puede disponerde sus bienes ni hay escribano en Buenos Aires que quiera ex-tenderle una escritura. Alguno de ellos que lo hizo fue procesa-do como cómplice.

Y he aquí que contra las prescripciones terminantes de la leycivil, según las cuales no hay más incapacidades que las que ellamisma enumera taxativamente, Bustos es un incapaz...

Ese señor está en un verdadero estado de muerte civil. Si qui-

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siera casarse no podría hacerlo porque el jefe del registro civilpodría argüir en la misma forma que aquel comprador.

Esto es sencillamente monstruoso. No es humano, no es nor-mal, no es legal, mantener permanentemente sobre un hombrela sospecha de un delito, cuya comisión no ha podido probárse-le después de un largo proceso judicial; y si se tiene en cuentaque los jueces, para practicar una investigación, no tienen térmi-no, que disponen de todo el tiempo que quieran y que sus facul-tades investigadoras son de una amplitud ilimitada, se conven-drá en que el plazo de seis meses para dar cabida a la posibili-dad de que aparezcan hechos o pruebas nuevas, es suficiente. Elargumento de que es necesario dar tiempo para que aparezcanesos hechos nuevos podría hacerse también para fundar estateoría: toda sentencia definitiva no puede ser consentida sinodespués de un año de producida, porque siempre existe la posi-bilidad de que aquéllos, apareciendo posterior e inesperada-mente determinen un fallo distinto.

Nada más.

EXPEDICION AL POLO SURCámara de Diputados

Sesión del 25 de noviembre de 1903

Sr. Roldán - Pido la palabra.Señor presidente: el esfuerzo argentino enviando una de sus

naves hacia el polo en altísima misión de humanidad, acaba decoronarse con el éxito más completo; y cuando el éxito coronauna brega de estas, de universal resonancia, grande con una pu-ra grandeza de civilización y de altruismo, en la cual se va ju-gando vida y honores, no hay sino una palabra en el lenguaje delas almas y en el lenguaje de los hombres para cubrir con ella lapropia magnificencia de los hechos: GLORIA. Tal la palabra.

Y más aún. Cuando, como en este caso, muchas voluntades

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han concurrido simultáneamente al mismo fin, estimulándoselas unas a las otras, ante la visión del lejano y riesgoso ideal per-seguido; cuando, como en este caso, banderas de diversos pue-blos y de diversas razas tremolaban sobre las naves que se lan-zaron a la región misteriosa, blanca como un sudario que dejaatrás en su realidad enigmática y terrible a la isla fantástica de laleyenda; ¡cuando tal ocurre, hay derecho legítimo de orgullo departe del vencedor!... Y el vencedor en el presente caso es el país,todo el país, puesto que suya es la insignia bajo la cual regresan,confundidos en el abrazo de todas las gratitudes, los náufragosy sus salvadores! (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Se ha dicho, -ignoro si pretendiendo explicar o empequeñe-cer el éxito- que él se debe a la intervención de la suerte. Si talfuera exacto, no amenguáranse por ello ni mi admiración ni mientusiasmo. ¡Bienvenida esa suerte, que importa un peregrinoaugurio para la República! ¡Bienvenida esa suerte, que ha des-plegado el pabellón nacional sobre todos los ámbitos del mun-do civilizado! ¡Bienvenida esa suerte, que ha permitido a la es-trella argentina, -estrella en el viejo simbólico sentido de la pala-bra- describir triunfalmente su primera trayectoria!

¡El espíritu se sobrecoge de emoción al evocar los detalles delintenso drama real! ¡Hay mucho de grande y de bello en ese en-cuentro! Y si fuera posible que el calor de los humanos senti-mientos se irradiara también sobre las cosas inanimadas, abrié-rase el hielo que los rodeaba, ante el que debió arder en el cora-zón de esos náufragos, al ver llegar inesperadamente aquellamensajera de los corazones argentinos, que iba a arrancarles delseno de la muerte para reintegrarlos a la vida y a la civilización...(¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).

¡Allí, en aquel minuto indefinible, han debido nuestros mari-nos recoger el premio más alto a que pudieran aspirar su espe-ranza y su denuedo! ¡Allí, en aquel instante inefable, han debi-do asistir al poema de todas las gratitudes! ¡Y se me figura queel azul de la bandera que ondeaba en el mástil de la valerosa cor-beta, reflejándose de pronto sobre la capa de las brumas eternas,les habrá hecho creer que las brumas se abrieran como para de-

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jar que llegara hasta la escena un destello de la bendición deDios! (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Se constata con íntima satisfacción, señor presidente, el breveperíodo en que la armada nacional ha consumado su evolucióncompleta. Hace menos de un siglo se echaba este primer curio-sísimo cimiento de nuestra marina: un vigía en la torre de SanIgnacio... Vinieron más tarde los días gloriosos de Brown, capi-taneando aquellos lobos de mar, que eran la primera modifica-ción del pirataje. Todos sabemos de cuán reciente data es la es-cuadra actual, el tipo del barco nuevo y el tipo del oficial de es-cuela, que en vez del hacha de los abordajes maneja el sextantede las investigaciones científicas.

Y bien, el de la “Uruguay” es el triunfo más alto que la arma-da actual haya alcanzado, triunfo que encuadra dentro de losgrandes anhelos de este siglo, ¡pues que en vez de exhibirse a laconsideración del mundo con las espadas tintas en la sangre dela muerte, se presenta con la bandera aureolada con la gratitudde muchas vidas! (¡Muy bien!).

El pueblo que no se habrá exaltado nunca con motivo másbello, discernirá el premio a la victoria... Entretanto, fuera injus-to que aquí, en el seno del Parlamento, donde deben hallar uneco las grandes vibraciones del alma pública, no resonara unapalabra de homenaje. La he traído y hago moción para que laHonorable Cámara autorice a la presidencia a expresar por notaal Poder Ejecutivo la satisfacción con que este cuerpo asiste al re-sultado de la atrevida expedición.

He dicho. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos prolongados en laCámara y en la barra).

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LEY DE RESIDENCIACámara de Diputados

Sesión del 20 de julio de 1904

Sr. Roldán - Pido la palabra.Señor presidente: cuenta una antigua y conocida fábula luga-

reña, que un buen día el diablo en persona se pavoneaba por elmundo. En una aldea, donde quién sabe qué travesuras andabatramitando, lo sorprendió un temporal, y he aquí que no encon-traba el muy ladino otro lugar para asilarse, que una iglesia; pe-ro el bueno del cura, que lo reconoció, se adelantó a ofrecerle ge-nerosa hospitalidad, asegurándole que la casa de Dios era tam-bién la casa de todos.

Muy hombre y muy amable el señor cura.¿Pero cuál habría sido su respuesta si el huésped, en vez de

pedirle hospitalidad simplemente para guarecerse contra la llu-via, se la hubiera pedido también para intentar la destrucción dela iglesia?

¡En caso de haberse producido tal demanda, la respuesta delanimoso párroco no habría dado la fórmula para responder aho-ra a estos señores anarquistas que piden solemnemente el ampa-ro de la Constitución Nacional con el propósito declarado dedestruirla, de violarla, de mancillarla y de profanarla!

Sr. Palacios - ¿Me permite una interrupción?Debo hacer esta declaración: el diputado que se sienta en es-

ta banca no viene a hablar en nombre de los anarquistas; losanarquistas no han pedido nada; yo lo he pedido en nombre demi partido y en nombre de las garantías constitucionales viola-das por dicha ley.

Sr. Roldán - Voy a contestar a esa observación. No sé si elseñor diputado ejerce la representación de los anarquistas; pe-ro sé que son ellos los destinatarios exclusivos de esta ley. Yquiero hacerle esta otra observación; durante su extenso dis-curso, ni aun cuando se ha referido a mí en la sesión anterior,ni aun cuando nos ha llamado “infames traidores a la patria”,

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lo he interrumpido; y me hago un deber en prevenirle que siestá dispuesto a interrumpirme cada vez que se sienta alcanza-do por alguna de mis verdades, va a hablar más que yo duran-te mi discurso.

Sr. Palacios - Como yo he permitido todas las interrupcionesque se me han hecho, creía que tenía derecho; pero no interrum-piré más al señor diputado.

Sr. Roldán - No quiero cerrar esta anécdota sin añadir, en ho-nor a la verdad y en honor del diablo, que según reza la fábula,mientras estuvo en la iglesia, aceptando la benevolente hospita-lidad del señor cura, supo estarse quieto y respetuoso. (Risas).

No he de investigar, a pesar de la reciente declaración de midistinguido colega preopinante, si él impugna esta ley por finoamor a la Constitución o por solidaridad con las gentes a quie-nes va dirigida la ley misma; investigación que acaso permitiríaponer a su elocuente discurso la etiqueta definitiva. Tampocovoy a seguirlo a través de su viaje un tanto accidentado por elcampo amigo de la Constitución Nacional, porque el luminosoinforme del señor diputado de Vedia ha respondido anticipaday victoriosamente a todas sus manifestaciones. Voy a limitarmea formular una sola observación, llamando sobre ella la atenciónde los señores diputados.

Se dice que esta ley es inconstitucional; y he dicho, contestan-do a la interrupción del señor diputado, que los destinatarios deesta ley son los señores anarquistas. Ahora bien; para los anar-quistas, la Constitución Nacional, como todos los estatutos lega-les, no tiene valor alguno y constituye la negación del derecho yde la justicia. Yo me pregunto: ¿es lícito que un hombre se am-pare en una cláusula contenida en un estatuto al cual no rinderespeto, para derivar de esa cláusula el derecho de violar ese es-tatuto? ¿Viola o no viola la Constitución del país el hombre queen esta tierra se declara anarquista? ¿Y es admisible que la Cons-titución Nacional ampare a sus propios detractores? Respondanpor mí el sentido jurídico y el sentido común, que pueden seruna sola y misma cosa.

Recordaba el señor diputado en la sesión anterior (y no quie-

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ro pasar adelante para responderle), que alguna vez en antesa-las hice merecidos elogios de un escrito presentado a la Supre-ma Corte por un distinguido abogado de este foro, el doctorCarlos Rodríguez Larreta, alegando la inconstitucionalidad dela ley de residencia. Creía y creo todavía que es ese escrito el me-jor alegato que se ha hecho hasta aquí contra la ley actual, el re-cuerdo del señor diputado me sugiere la conveniencia de expli-car las razones que determinan mi actitud actual, favorable aldespacho de la comisión y contraria a la que asumí hace dosaños al discutirse la ley vigente. Cuando en una sesión nocturnade 1902 y bajo la presión de sucesos que se desarrollaban simul-táneamente, fue discutida la ley de residencia, tuve oportuni-dad, en efecto, de fundar mi voto en contra. Entendía como loha recordado el señor diputado -haciéndome un honor y rin-diéndome un homenaje que le agradezco-, entendía, repito, queestas leyes de represión no se han dictado en los países en queexisten, sino con posterioridad a las leyes de beneficio y previ-sión que contienen todas las buenas legislaciones.

Pero debo observar que la situación ha cambiado. Hace dosaños, como se desprende de mis propias palabras, no había en-trado siquiera a discusión el proyecto sobre accidentes del tra-bajo que tuve el honor de presentar. Hoy está en comisión unproyecto completo sobre esta materia, tan completo que consti-tuye el estatuto más liberal del mundo, que borra todo progra-ma positivo de la bandera socialista, y que la deja reducida a unmero trapo rojo de rebelión injustificada. Dije entonces, señorpresidente, ante la duda de que el destierro del extranjero pu-diera constituir una pena, que mientras en la ley no se incluye-ra la articulación del juicio previo preceptuada por la Constitu-ción Nacional, la ley pugnaría con la letra y el espíritu de aqué-lla. Reingresa ahora este estatuto al debate con una modificaciónsubstancial: el acuerdo de ministros como medida previa para eldestierro de los extranjeros. Si bien esta modificación puede noconciliar la ley con la letra expresa de la Constitución -en el su-puesto muy discutible de que el destierro constituya una pena-la modificación armoniza, sin embargo, a dicha ley con el espí-

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ritu de la carta fundamental, porque el propósito del juicio pre-vio no es ni puede ser otro que rodear de las mejores garantíasla aplicación de una pena; y si garantía es el juicio previo, garan-tía es también el acuerdo de ministros, que equivale a un juradoeminente, como que lo componen nada menos que el primermagistrado de la Nación y sus ocho ministros.

Bueno es no olvidar, por lo demás, que en nuestro país el Pre-sidente de la República ejerce funciones judiciales; que pone elcúmplase a las sentencias de los tribunales de guerra, reconoci-dos por la Corte Suprema; que indulta y que conmuta penas; pe-ro bueno es no olvidar también que esta es una ley de preven-ción; que para crear el juicio previo, tendríamos que crear el de-lito, y que ello constituiría una redundancia porque el extranje-ro que delinque cae bajo la acción de los códigos penales; buenoes no olvidar que la misma esencia jurídica de esta ley, es la queinforma la ley de inmigración, según la cual se rechaza del paísa los valetudinarios, a los ebrios y a los mendigos sin incoar jui-cios previos para probarles la vejez, el alcoholismo o la mendi-cidad...; bueno es recordar también que el Estado, con el armaque le da esta ley, se dirige en estos términos a un extranjero quese ha declarado anarquista: “Usted no será un delincuente; yono puedo, pues, entregarlo a los jueces, puesto que no ha come-tido usted un delito. No le discuto su dogma, no le discuto susideales, no le discuto sus doctrinas; pero usted me incomoda; yole expulso”.

El señor diputado decía que la ley establece diferencias entrelos nacionales y los extranjeros, porque mientras al extranjero leimpone solamente la expulsión, deja a los argentinos los benefi-cios de todas las formalidades legales que preceden, rodean yacompañan al juicio de extradición.

Deploro tener que significar a mi distinguido colega que laextradición no se aplica nunca a los argentinos que delinquendentro de nuestro territorio y pido permiso a la Honorable Cá-mara para no insistir sobre esta noción elemental, seguro de queel señor diputado habrá advertido ya el lapsus.

Además, el señor diputado citó el artículo 29 de la Constitu-

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ción Nacional; citó el famoso artículo 29, famoso por su origenhistórico, ¡artículo en el cual están consignadas aquellas terri-bles palabras con que nos fulminó indirectamente “infames trai-dores a la patria!”.

Este artículo dice así: “El Congreso no puede conceder al Po-der Ejecutivo nacional, etc. ni facultades extraordinarias, ni lasuma del poder, etc., por las que la vida, el honor y la fortuna (delos argentinos) quede a merced de gobierno alguno”.

Como no se trata aquí de argentinos, convengamos en que lacita es por lo menos excesiva. No tiene absolutamente nada quever ese artículo ni con los extranjeros, ni con la ley de residencia,ni con la materia en debate.

El señor diputado nos ha hablado de tropelías policiales.Señor presidente: en el supuesto de que se hubieran cometi-

do tropelías policiales, ellas no constituyen un argumento seriocontra la ley de residencia. Todas las leyes pueden ser violadaspor los funcionarios encargados de su aplicación; y si de tal he-cho, dolorosamente posible, hubiéramos de inferir la necesidadde derogar esas leyes, habríamos llegado, por puro amor a lasleyes mismas, al propio adorable estado de disolución social quepreconiza la secta nueva.

El señor diputado nos ha dicho que se han cometido muchastropelías; que los ayes de las víctimas resuenan todavía en la at-mósfera moral de este país; y nos ha citado el caso de un señorArturo Montesano, español, anarquista, vinculado a la Repúbli-ca por el lazo respetabilísimo de un hogar, y arrancado violenta-mente por la policía de una alcoba donde, sobre dos lechos ve-cinos, mientras una vida se extinguía, otra estaba a punto de co-menzar.

He de observar desde luego, que el señor Montesano eraanarquista; que tenía ese ideal de que nos hablaba el señor dipu-tado en la sesión anterior, ideal que consiste sencillamente enodiar a la mayoría de sus semejantes, en odiar a la República, enodiar a la bandera de la Nación, y en preconizar el crimen, queconstituye, en definitiva, toda la “propaganda de hecho” de lasecta reformadora.

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Pero quiero probar al señor diputado que ni aun sobre esteantecedente estaba bien informado. El nos ha dicho que el señorMontesano regresó subrepticiamente al país; que se ciudadani-zó y que ahí está, pleno de odios contra esta sociedad burguesay atenaceada su alma por la sed de todas las “vendetas”.

Y bien; es cierto que Montesano volvió al país; pero ¿sabe laHonorable Cámara a quién se dirigió este anarquista, este frutode la bandera roja, en demanda de protección para poder regre-sar a la República? ¿Acaso a algún propagandista de su credo?No, señor; se dirigió a un burgués; a un miembro de esta Cáma-ra, a mi particular amigo el doctor Luro... (Risas) a quien escri-bió declarándole que abjuraba de sus creencias, que renunciabaa las malandanzas pasadas y que se reintegraba a la vida del tra-bajo honesto, lo que prueba que si hubo tropelía policial, tuvo alfin por resultado librarnos a tiempo de un bárbaro y reintegrara la sociedad un hombre útil. (¡Muy bien!).

Nos ha citado también el caso de un señor Pedro A. Gallo, dequien el señor diputado nos ha dicho lo siguiente: “don PedroA. Gallo, es argentino; tengo aquí en el bolsillo, añadía, su fe debautismo. Sin embargo, se le ha aplicado la ley de residencia, co-mo si se tratara de un extranjero”.

Yo tengo aquí una manifestación del señor Pedro A. Gallo,firmada por él, en la que declara que es hijo de Francisco y deVerónica Minio, y que es italiano, nacido en el pueblo de Bag-nasco, provincia de Cúneo, el 20 de enero de 1868; y tengo aquíla copia de una nota dirigida por éste al señor jefe de policía dela Capital, en la cual le pide que en caso de ser deportado, se sir-va remitirlo a su pueblo natal, donde tiene familia, etc., etc.

Como se ve, se trata o de un Gallo que no quiere confesar suorigen o de un Gallo mixto. (Risas). De todas maneras, me pare-ce que el “motivo” no merece el “do” de pecho.

Nos ha dicho, además, el señor diputado que los hombresmás distinguidos del país impugnan la ley de residencia.

Tratándose de una expresión que no se prodiga, o que no de-be prodigarse, y nombrando a Mitre, Roca y Pellegrini, se me fi-gura que respeto el objetivo.

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Mitre -puedo afirmarlo- entiende que el país necesita unaley de residencia. En cuanto a la opinión de Roca, es conocida,pues la voz de sus ministros ha defendido aquí la ley. Respec-to al doctor Pellegrini, votó en el Senado el proyecto Cané. Po-dría ampliar luminosamente esta lista, comenzando por elnombre del doctor Quintana, que la apoyó como diputado enlas sesiones de 1902.

En contraposición a estos grandes hombres, mi distinguidocontradictor nos ha traído la opinión de algunos jóvenes estu-diantes, consignada en las tesis inaugurales, donde por primeravez ensayan sus aleteos científicos, y el juicio del señor PelagioLuna y otros publicistas similares. (Risas).

Paso sin esfuerzos sobre las pequeñas disidencias de formaque podrían separarme en este momento del despacho de la co-misión de Negocios Institucionales y paso sin esfuerzo sobreesas pequeñas cuestiones de forma, porque entiendo que hayde por medio una cuestión fundamental. Para mí -y provoco alseñor diputado al debate en lo que él tiene de fundamental ytrascendente-, para mí, repito, el hombre que en este país difun-de el credo anarquista, o que asume actitudes de martirio parapropalar el ideal socialista, es, si extranjero, un intruso, si ar-gentino, un extraviado. Pretender trasladar a esta tierra, juntocon ciertas teorías y doctrinas que no constituyen, por cierto, elprivilegio de ningún círculo porque son el patrimonio comúnde todos los espíritus en marcha, el lote de odios y de propa-gandas subversivas que las acompañan en Europa, es adulterarlas leyes flexibles de la lógica, de la historia, de la verdad y delbuen sentido. Explícanse si se quiere esas propagandas, allá,donde cada una de las conquistas alcanzadas hasta aquí por elproletariado ha sido la obra de muchas décadas, cuando nomuchos siglos de lucha cruenta y pertinaz; donde desde la no-che feudal hasta nuestros días las clases sociales han podidoabatir sus murallas pero no borrarlas del todo; donde aun en elseno de las mismas repúblicas, la aristocracia, arrasada por elhuracán igualitario, se prolonga en el gesto, en el ademán, en elmodus vivendi... (Aplausos) y en esa especie de solidaridad re-

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trospectiva que vincula al grupo blasonado; donde sobre loshombres y las cosas gravita el peso enorme de una tradiciónpreñada de divergencias insolubles y donde lo que aquí surgeo puede surgir, de un breve y discreto debate parlamentario, esallí, la más de las veces, el derivado inevitable de dolorososmartirologios. Pero pretender trasladar artificialmente esaspropagandas aquí, a este país de adaptación, donde las ideas decarácter más avanzado son debatidas serenamente, sin prejui-cios de secta política ni preconceptos de secta religiosa; dondeel industrialismo está en pañales, mientras la ciencia económi-ca define el conflicto entre el capital y el trabajo como un resul-tado de la congestión industrial; donde la vida nacional se de-sarrolla en una enérgica aspiración de bienestar común, sin quelas diferenciaciones sociales que Spencer consideraba “causaprimaria” de la controversia secular, debiliten la robusta uni-dad del organismo colectivo; donde el porvenir de los que sededican al trabajo, -trabajo en el alto y severo concepto de la pa-labra- se diseña tan claro y tan preciso como la visión del hori-zonte en la llanura lejana... (¡Muy bien!); donde la enorme cam-piña incultivada y riquísima, pide brazos, mientras la voz pon-tificial de Tolstoi, que no es un desconocido para el señor dipu-tado, se dirige por última vez a los obreros del mundo señalán-doles el camino del campo y asegurándoles que es allí y no enel hacinamiento estéril de las grandes metrópolis donde han derealizar la expansión triunfal de su energía... (Aplausos prolonga-dos); aquí, señor presidente, donde no hay clases ni castas, ydonde por consiguiente no puede haber odios fundamentales;donde los caballeros tratamos a nuestros sirvientes casi como anuestros amigos... (¡Muy bien!), donde el dependiente de hoy esel patrón de mañana, cuyos hijos pondrán sencillamente un ojoen la Universidad y otro en el gobierno de la República; dondeel terrateniente de la fecha es el labriego de la víspera; donde elmillonario guarda todavía, como la prenda más emocionante ybien querida, el primer arado o la primera carreta con que, po-bre y joven y fuerte, comenzó a faenar la vida... (Aplausos); aquí,donde el hombre del arrabal que consigue elevarse por su pro-

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pio esfuerzo o por su buena fortuna, libre tiene y sin reparos elcamino del faubourg; aquí donde eso de burguesía es una pala-breja hueca y apócrifa que necesita ser adulterada en su tripleconcepto histórico, político y social para poder ser pronuncia-da; donde ese mismo obrero, afiliado hoy a la secta anarquista,será tildado de burgués por sus propios compañeros, el día enque la suerte del centavo le permita el lujo inaudito de la cami-sa limpia... (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos); aquí donde la pre-tendida burguesía gubernamental está realizando el programamínimo del colectivismo alemán en cuanto tiene de discreto;aquí donde en breve va a entrar al debate una ley sobre el tra-bajo que constituye, en su género, el estatuto más liberal delmundo; aquí, en fin, donde la total inteligencia ambiente seabre para recibir la idea con la misma peregrina y augusta y fe-cunda sencillez con que se abre el surco virgen para recibir lasemilla; aquí, repito, pretender trasladar artificialmente esosodios, esos rencores, esas propagandas subversivas y esos ade-manes de mártir sin martirio, es desvirtuar las leyes inflexiblesde la lógica, de la historia y del buen sentido; es llevar el espí-ritu de imitación hacia donde Molière llevaba el suyo de gracia;es abrir el paraguas -según el conocido chiste- por la piramidalrazón de que está lloviendo en Londres, y es parodiar mala-mente la arremetida que narra el capítulo décimo del libro fa-moso... (Aplausos prolongados en las bancas).

Decía, señor presidente, que la pretendida burguesía guber-namental argentina está realizando, sin jactancia y sin ademanesdescompuestos, todo cuanto el programa mínimo del socialis-mo militante tiene en sí mismo de discreto o de factible; y paraevidenciar esta voluntad, me bastaría recordar la actuación par-lamentaria de mi distinguido colega y amigo del doctor Pala-cios, muy honrosa para él, por cierto.

Llega al Congreso, como producto de una elección libérrima,vencedor en su distrito -él, el fruto de los “sufrientes”- sobre al-tas influencias pecuniarias, políticas y sociales; llega al Congre-so y promueve la cuestión previa del juramento. Esta mismacuestión había sido ya promovida en viejos parlamentos euro-

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peos; había tardado años en solucionarse; había dado lugar agrandes debates; había exacerbado los ánimos; acaso había en-cendido rencores... La Cámara deliberó veinte minutos; y en ob-sequio al joven y nuevo diputado, modificó su forma tradicionalde juramento; en obsequio al joven y nuevo diputado, modificóla forma de jurar con que Mitre y Sarmiento se incorporaron sinreparos a su seno. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Concibe muy luego, el señor diputado, proyectos trascenden-tales que consiguen llamar la atención pública, y he aquí que es-ta Cámara, burguesa en un noventa y nueve por ciento... (Risas),sesiona bajo la presión de una barra libertaria que corea al socia-lismo unipersonal del recinto, -barra que de tal manera se fami-liarizara con la Cámara, que corona la sesión cantando su him-no, actitud que el señor diputado condenó severamente en ante-salas-. (Y conste que corresponde a él la iniciativa de traer al re-cinto las expresiones recogidas en antesalas...).

Concibe después el señor diputado un proyecto de ley gra-vando las herencias en su transmisión, proyecto que forma par-te de su programa mínimo de acción; y llega tarde la iniciativa,porque ella corresponde en realidad a un ex distinguido miem-bro de esta Cámara, al doctor Vivanco.

Concibe el señor diputado un proyecto de ley derogando lade residencia, proyecto que motiva el presente debate, y llegatarde también, porque la iniciativa corresponde a mi distingui-do colega y amigo el doctor Gouchón y a otro apreciable exmiembro de esta Cámara, el doctor Salas.

Concebirá mañana un proyecto de ley reglamentando defini-tivamente y en cuanto es posible, las relaciones entre el capital yel trabajo, legislando sobre la jornada mínima, sobre el salario,sobre la higiene de los talleres y de las fábricas, sobre el trabajode las mujeres y de los niños, sobre los conflictos gremiales, losarbitrajes, etcétera... ¡y llegará tarde también! Y no es que el so-cialismo ande despacio: ¡es que la burguesía ha andado más li-gero! (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Y en presencia de estos hechos incontrovertibles, yo pregun-to: ¿cómo justificar los gros mots, los ademanes de martirio,

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aquello, tan pomposo, de las “grandes reivindicaciones” y sobretodo las propagandas de odio?

¿Y sabe la Honorable Cámara de qué naturaleza son esas pro-pagandas?

No repetimos, por sabido, que se asesina a veces a los obre-ros que no quieren adherirse a las huelgas; no mentemos tampo-co la habitual proclama, incendiaria y procaz; ¡pero sepa la Ho-norable Cámara que en poder del señor ministro del Interiorhay una nota del jefe de policía en la cual se le denuncia la exis-tencia y funcionamiento en esta Capital de escuelas de anarquis-mo, donde siniestros sacerdotes del credo ese, lo enseñan a losniños, en salones clandestinos cuyas paredes están adornadaspor los retratos de asesinos de reyes y de presidentes! (¡Muybien! ¡Muy bien! Aplausos).

El señor diputado nos hablaba en la sesión anterior de Ingla-terra. Nos decía que una cita de Dicey robustecería su doctrina.Y el señor diputado leyó: “Es fácil comprender -dice Dicey- quela autoridad judicial ejercida como debe serlo invariablemente,según las reglas estrictas de la ley, paraliza los poderes discrecio-nales de la Corona. Ella impide a menudo al gobierno inglés deatender a un peligro público por medio de precauciones que se-rían tomadas de la manera más natural por el poder ejecutivo deun estado continental”.

Como se ve, señor presidente, a la cita de Dicey se puede con-testar con la cita de Dicey. Lo que hace este autor es lamentarque en Inglaterra no pueda la Corona prevenirse contra los pe-ligros del anarquismo o no pueda ponerse en práctica esta má-xima que consigna Calvo en la página 315 de su “Tratado de de-recho internacional público”: “Todo estado está autorizado paraexpulsar, por razones de orden público, a los extranjeros que re-siden temporalmente en su territorio”.

El señor diputado nos decía que se explica que en los Esta-dos Unidos se proceda a la expulsión de los extranjeros, por-que la plétora de población que abruma a aquel poderoso or-ganismo, le obliga a abrir válvulas de escape a sus excedentes.Reconoce, entonces, el señor diputado, que la necesidad colec-

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tiva, la necesidad social, puede justificar estas extremas medi-das. Y no quiero pasar sobre este punto sin recordar que el se-ñor diputado encontraba muy justificable la expulsión de loschinos, decretada por la Unión por el delito de que trabajabanmuy barato, -opinión del señor diputado que reducirá a cosade poca monta el humanitarismo romántico y universal deque blasona su partido-.

Decía también el señor diputado que las leyes de expulsiónse explican en los países de emigración. Error fundamental, se-ñor presidente. Son precisamente estos países de inmigración,estos países que tienen sus puertas de par en par a todos loshombres del mundo que quieren poblarlos con fines útiles, losque deben fijarse quiénes son los que transponen sus umbrales.

El señor miembro informante de la comisión de NegociosConstituciones ha explicado bien la naturaleza de las relacionesque deben vincular a la República con los extranjeros. Venganenhorabuena aquellos que penetran el seno de la República porel pórtico siempre abierto del preámbulo constitucional, dis-puestos a labrar su propio bienestar, contribuyendo al engran-decimiento común al amparo de leyes cuya generosidad sólopodrá compararse a la del surco dilecto, que retribuye sin usurael sudor de las frentes; vengan enhorabuena esos inmigrantessanos y buenos, que incorporan nuevos glóbulos rojos a las ar-terias de la República y de cada una de las cuales podría decir-se, parafraseando un concepto ajeno, que es como una letra enel gran abecedario del progreso nacional; vengan enhorabuenaesos extranjeros como Barmeister, como Jacques, como Berg, co-mo Gould, como Groussac, que han ilustrado el pensamiento devarias generaciones argentinas, y cuyo paso por los bufetes de lapública enseñanza nos permite afirmar que la República -dilui-da la triunfal policromía en un patente organismo joven- ha po-dido incorporar a su temperamento propio la parte sana y altade los temperamentos ajenos; vengan enhorabuena esos extran-jeros cuyos apellidos nos han servido para bautizar todos los ac-cidentes geográficos de la costa patagónica... (¡Muy bien!) y ven-gan por último, esos otros cuyas figuras, esculpidas en el bron-

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ce o en el mármol, cubren pedazos del caro suelo nativo, escor-zada la línea pura al calor de altísimas solidaridades. (¡Muybien!). Pero esos otros, “sembradores de ideas”, según la frasedel señor diputado, que parece amigo de las expresiones viejasa pesar de cultivar los credos nuevos, esos otros, lívidos, sobrecuya ignorancia ha echado raíces la noción indeterminada yconfusa de un superlirismo feroz, esos otros, señor presidente,mala hora aquella en que rumbean a esta playa, ¡y bienvenida laley que los repudia a nombre de un derecho al bienestar que sipuede ser invocado por ellos, con mil veces más razón ha de po-der invocarlo un pueblo entero! (¡Muy bien!).

Tales son, señor presidente, mis hondas convicciones sobreeste punto, convicciones, repito, anteriores y superiores a laspequeñas distancias de forma que podrían separarme en estemomento del despacho de la comisión; y tan fuertes las sien-to, y tan robustas dentro de mi propio espíritu, que si se mellamara a hacer mi credo sobre esta materia que tan vastasproyecciones abarca, haríalo sin ninguna vacilación: creo,también yo, en la inminencia de nuevas auroras; y no turba lavisión bien deseada, el recuerdo de aquel maravilloso capítu-lo de “Resurrección”, en que Tolstoi nos pinta todo su mundoideal plenamente realizado y nos cuenta cómo sus obreros, en-riquecidos, reabrieron el capítulo de los odios, de los pleitos ylas reyertas; creo en la cercana agonía de muchos actuales va-sallajes; creo que repugna con razón a nuestras concienciasdemocráticas el privilegio social que se apoya tan sólo en lacasualidad del nacimiento, pero creo también que existe yexistirá siempre una aristocracia del cerebro; creo que la igual-dad de los hombres entre sí, sobre ser una utopía, es una blas-femia; que hasta en el bosque, árboles hay que se alzan más al-tos que los otros, y pues que reciben ellos solos, allá arriba, to-do el empuje de los vientos que pasan, ¡justo es perdonarlesun poco la sombra que proyectan sobre los demás! (¡Muy bien!Aplausos en las bancas).

Creo, señor presidente, que el peor enemigo de la libertad,ahora, como siempre, es la secta; creo que cuando la secta ha-

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bla de libertad, adjetiva esta gran palabra con el irritante ex-clusivismo de sus propagandas y sus procedimientos; creoque el menos libre de los diputados que se sientan en este re-cinto -y dicho sea sin ánimo de inferir a mi distinguido colegani siquiera una molestia-, creo que el menos libre de los dipu-tados que se sientan en este recinto es el señor diputado Pala-cios; creo que si fuéramos a pesar, a ojo de buen cubero, las co-sas superiores a nuestros espíritus que gravitan respectiva-mente sobre el suyo y sobre el mío, arribaríamos a este balan-ce: sobre el mío, números redondos, los 5.000 estatutos legalesde mi país; sobre el suyo, 5.001, porque gravita también el es-tatuto socialista que es el más absorbente y tiránico de todos;creo que esa turba que a diario acompaña al señor diputadohasta las puertas de esta casa, turba que suele honrarnos consus silbidos y que para algunos constituye la expresión mismade la soberanía popular, no es otra cosa que la prolongacióndel despotismo sectario, que proclama la libertad a los cuatrovientos y comienza por negársela a sus propios afiliados; creo,para terminar, que mi país debe seguir desarrollando su ma-ravillosa adaptabilidad a todas las pautas; que debe seguirsiendo la masa blanda sobre la cual a toda hora es fácil impri-mir y que debe repechar su cumbre sin que las banderas rojas,que serán siempre trapos intrusos en su seno, turben la augus-ta majestad de su marcha! (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos pro-longados en las bancas).

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SUBSCRIPCION A LA OBRA “ORATORIA ARGENTINA”Cámara de Diputados

Sesión del 14 de junio de 1905

Sr. Roldán - Pido la palabra.Más que en la obra escrita de nuestros publicistas, por otra

parte escasos, la historia de la República palpita en la palabrahablada de sus hombres dirigentes, desde los grandes días ini-ciales hasta aquellos otros, difíciles y brumosos, de la organiza-ción nacional.

Horas de urgencia permanente y de labor sin tregua, duran-te las cuales eran, además, rudimentarios los medios de publici-dad, verbalizábase con profusión; y he aquí que en la controver-sia, entre ingenuo y heroica, de los Cabildos abiertos; en el de-bate parlamentario muy luego; en el discurso callejero, en laproclama de guerra y en la avasallante arenga tribunicia, fuequedando, como en una preciosa documentación hablada, lacrónica prolija de todos los vaivenes que pusieron a prueba elnervio, la energía y hasta la vida misma de la vigorosa democra-cia naciente.

No podría aplicarse, en verdad, al libro que tales cosas exhu-ma y compila, el apóstrofe irónico de Shakespeare: “palabras”son, señor presidente, pero palabras a cuyo conjuro se formó lanacionalidad, salvando todos los escollos que alzó a su paso laignorancia, el despotismo, la barbarie o el común extravío; pala-bras a cuyo empuje, como en la frase clásica, la República “cami-nó su camino”, cerrando el ciclo de su infancia con la rotunda yenérgica precisión de una cláusula oral.

Es el verbo argentino, todo entero, lo que guarda este libro,admirable de correlación y exactitud; es el verbo argentino,manso en los serenos días, razonador y grave en las horas deldebate doctrinario, rojo de cólera al cruzar el incendio de laanarquía y modelado en líneas definitivas al trasuntar las altassugestiones de la gran cultura terminal... Es la crónica del país,contada y comentada por el labio de sus propios padres, al mo-

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do como en la austera tertulia del palacio antiguo, el viejo abue-lo narraba ante la progenie atónita la historia del blasón que leslegaba; es la historia completa del país, de tal suerte que quienha leído el primer discurso, puede, penetrándose de los subsi-guientes, asistir a todo el proceso realizado, desde la semilla ini-cial que cayó por cierto en tierra buena, hasta el árbol que se al-zó a todos los vientos y de cuyo seno habría de brotar muy lue-go, malgrado tempestades y desviaciones, la opulencia de lasflores y los frutos.

En esta hora de verdadera revolución étnica a que asistimos,cuando diversas corrientes de sangre convergen hacia este crisolargentino para fundar y fundir nuestro tipo definitivo, es juicio-so divulgar todo aquello que lleve el sello de nuestra propia tra-dición, de esa tradición a que aludía el señor diputado Camposen el espontáneo y elocuente discurso que acabamos de aplau-dir; y a tal punto está el libro impregnado de aquel espíritu, quesu lectura sugiere como un ondear de la bandera sobre la cos-mópolis hirviente y naciente...

La comisión de Instrucción Pública ha entendido que el pre-cio fijado a la obra, que consiste en cinco tomos como el que ten-go a la mano, es equitativo; y piensa que la Honorable Cámara,votando este proyecto, suscrito por varios señores diputados einformado con notable elocuencia por mi distinguido colega yamigo el señor diputado Pinedo, habrá contribuido a la divulga-ción de un buen libro. (¡Muy bien! ¡ Muy bien!).

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Indice

Belisario RoldánEl Estilo de una Voz

Prólogo deOsvaldo Gallone . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Bibliografía básica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24

Textos Parlamentarios de Belisario RoldánDiscursos y Proyectos de Ley

Accidentes del Trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26Certificacion Fiscal para los Cereales de Exportación. . . . . 33Justicia Ordinaria de la Capital. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36Ley de Divorcio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39El Escrutinio Uninominal

Sesión del 17 de octubre de 1902 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43Sesión del 14 de noviembre de 1902 . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

Extrañamiento de Extranjeros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65Provisión de Empleos con Estudiantes . . . . . . . . . . . . . . . . . 66Homenaje a la Memoria de Su Santidad León XIII . . . . . . . 68Obras de Sarmiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69Código de Procedimientos. Sobreseimiento Provisorio . . . 74Expedición al Polo Sur . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76Ley de Residencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79Subscripción a la Obra “Oratoria Argentina”. . . . . . . . . . . . 93

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Av. Cobo 1857 - (1406) Buenos Airesel 30 de abril de 2000