prólogo la inflación
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1 Utrera, Gastón (2013): La Inflación. Editorial EDICON (en edición).
Prólogo
En los últimos 70 años, Argentina tuvo inflación menor del 10% anual en sólo 18
años, es decir, tan sólo el 26% del tiempo, y la mitad de esos años de baja inflación
estuvo concentrada en la década en que estuvo vigente el Plan de Convertibilidad. Tantos
años de alta inflación deberían hacernos pensar en una especie de enfermedad
económica crónica, aunque curable mediante los tratamientos y las medicinas adecuadas,
como argumentaremos a lo largo del libro.
Entre 1975 y 1990 tuvimos la manifestación más violenta de esta enfermedad
económica. En todos esos años, la inflación nunca bajó del 80% anual, y durante 1989 y
1990 alcanzó las increíbles cifras de 4,924% anual y 1,344% anual, respectivamente.
Fueron los años de las hiperinflaciones, eventos extremadamente agresivos con el
funcionamiento económico y social de un país.
Tantos años conviviendo con la enfermedad de la inflación debería habernos
convertido, a los argentinos, en verdaderos expertos en el tema. Lamentablemente, creo
que esto no ha ocurrido. Se siguen produciendo aquí debates ya superados en gran parte
del resto del mundo, con diagnósticos equivocados acerca de las causas de la inflación y
con propuestas ineficaces para combatirla. No es extraño entonces que sigamos
padeciendo esta enfermedad, prácticamente erradicada en todo el mundo durante las
últimas dos décadas.
En Argentina se sigue creyendo que una inflación alta se combate con mayor
inversión, bajo el argumento de que la inversión permite aumentar la oferta de bienes y,
por lo tanto, permite cerrar la brecha entre demanda y oferta de bienes que impulsa la
inflación, olvidando que la inversión es siempre primero más demanda de bienes (y por lo
tanto más combustible para la inflación) y recién algún tiempo después más oferta de
bienes (cuando maduran las inversiones realizadas). También se sigue culpando a
sectores concentrados de la economía, bajo el argumento de que justamente allí hay
empresas formadoras de precios, olvidando que la concentración económica explica por
qué los precios son, en los mercados involucrados, más altos de los que existirían en un
marco de alta competencia, pero no explica por qué los precios suben sistemáticamente,
y esa es justamente la característica esencial de la inflación. Hay que promover las
inversiones e impulsar la competencia en los distintos mercados, por supuesto, pero por
otros motivos. No está allí la clave para lograr un bajo nivel de inflación.
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En Argentina se siguen utilizando acuerdos y hasta congelamientos de precios
como si pudieran por sí mismos frenar o revertir un proceso inflacionario, cuando estos
instrumentos sólo tienen sentido como complemento de otras medidas de política
económica. Se sigue pensando también en la apertura comercial para bienes de
consumo, para bajar precios de bienes importados o que compitan con importaciones, sin
tener en cuenta que el impacto de este tipo de medidas sobre la inflación será siempre
transitorio, ya que la inflación es un proceso continuo, mientras que el impacto de la
apertura comercial sobre los precios es por única vez. Lo mismo ocurre al bajar impuestos
al consumo. Este tipo de medidas puede bajar precios de bienes de consumo con relación
a los precios de otros bienes, pero no puede detener una suba sistemática de precios (un
proceso inflacionario) mientras no se desactiven los factores que estén motorizando la
inflación.
Tampoco se comprende acabadamente aquí qué rol juega el dinero en los
procesos inflacionarios. El análisis simplista de que toda emisión de dinero sin respaldo
genera inflación ha llevado a pronósticos de explosión inflacionaria que finalmente no
ocurrieron, del mismo modo que el análisis simplista, más ligado a funcionarios públicos
de distintas gestiones, de que el dinero tiene poco que ver con la inflación, ha llevado a
subestimar el rol del Banco Central como generador de presiones inflacionarias,
impulsando así políticas monetarias contraindicadas para el diagnóstico inflacionario. En
este contexto, quienes adhieren a aquel simplismo de la relación lineal entre dinero e
inflación no han podido explicar durante los últimos tiempos cómo ha sido posible que con
emisión de dinero a un ritmo del 40% anual, la inflación haya sido de “sólo” el 25% anual,
y quienes adhieren al simplismo de que el dinero tiene poco que ver con la inflación no
logran explicar convincentemente dónde están, entonces, las causas de la inflación.
En Argentina sigue muy arraigada la idea de que la inflación es una consecuencia
no deseada del crecimiento económico, de tal modo que si queremos crecer
aceleradamente, tenemos que estar dispuestos a soportar una inflación mayor. Y muy
arraigada también la contracara de esa idea: el argumento de que para bajar una inflación
elevada es necesario reducir el crecimiento económico o, peor aún, someter a la
economía a una recesión, con caída del empleo y aumento del desempleo. Ambas ideas
son equivocadas tanto desde el punto de vista conceptual, como desde el punto de vista
más práctico que podamos imaginar: el mundo aprendió, en especial durante las últimas
dos décadas, qué políticas económicas logran mantener niveles bajos y estables de
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inflación sin resignar crecimiento económico y empleo. Y aquellas son ideas equivocadas
que, arraigadas en los dirigentes políticos, resultan muy peligrosas, porque tienden a
llevar al inmovilismo, a la inacción frente al problema inflacionario. Si creemos que para
reducir la inflación es necesario hacer caer la actividad económica y el empleo, la decisión
más probable desde el punto de vista político será estabilizar la inflación en un nivel alto,
para permitir que todo el mundo se adapte a esa inflación y evitar la supuesta medicina
amarga de la recesión, intentando de ese modo mantener controlada la enfermedad en
lugar de curarla.
Mientras gran parte del mundo, desarrollado y emergente, ha logrado baja inflación
durante los 20 años a través de la utilización de un modo de hacer política monetaria
conocido como “metas de inflación”, en Argentina se lo ha descalificado mediante la
etiqueta de “neoliberal”, con toda la carga negativa que esta palabra tiene actualmente en
Argentina, y bajo esta visión equivocada se reformó la Carta Orgánica del BCRA
exactamente en el sentido contrario. Un rechazo absurdo a un esquema adoptado por los
gobiernos de la Concertación de centroizquierda en Chile y los gobiernos del Partido de
los Trabajadores en Brasil, sólo dos de los múltiples ejemplos que muestran que las
cuestiones vinculadas a la política monetaria tienen menos que ver con la ideología y más
que ver con la eficacia para lograr los objetivos de política económica. Seguramente por
eso tenemos alta inflación en un mundo donde lo habitual es la estabilidad de precios.
De todos modos, no debería resultar tan extraño que, aun luego de tantas décadas
de alta inflación, siga habiendo en Argentina tanta confusión acerca de sus causas y de
los instrumentos apropiados para combatirla. Es natural que esto ocurra en torno a un
fenómeno tan complejo como el de la inflación, en el cual influyen las políticas monetarias,
fiscales y cambiarias, la puja distributiva, las negociaciones salariales, las expectativas,
los ciclos económicos, las empresas formadoras de precios, la oferta y demanda de
bienes, la credibilidad de las autoridades económicas, entre muchos otros factores, que
además influyen sobre la inflación de diferentes maneras y con diferentes intensidades. Y
con el agravante, como argumentaremos en este libro, de que la interacción entre todos
estos fenómenos económicos es diferente en distintos niveles de inflación, a tal punto que
hasta podríamos hablar de que una inflación del 6% anual, como actualmente tiene Brasil,
y una inflación del 25% anual, como actualmente tiene Argentina, son dos “enfermedades”
bastante diferentes, con evolución diferente y que requieren tratamientos y medicinas
diferentes.
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Y menos aún debería extrañarnos tanta confusión en torno a la inflación cuando en
Argentina ocurren fenómenos insólitos, que ni siquiera son tenidos en cuenta en los libros
de economía. No es habitual que un país con varios años de inflación por encima del 20%
anual se niegue a aumentar la máxima denominación de sus billetes, con todas las
dificultades que esto genera. Con billetes de $ 100 como máxima denominación, cada vez
es necesario reponer con mayor frecuencia los billetes dentro de los cajeros automáticos,
utilizar más camiones de caudales para transportar billetes y llevar más billetes en la
billetera, por ejemplo. Y cada vez es más necesario concentrar la impresión de dinero en
billetes de $ 100, ya que de lo contrario el proceso de impresión no daría abasto por la
enorme cantidad de billetes a imprimir. Con cada vez más proporción de billetes de $ 100
dentro del total de billetes en circulación, cada vez resulta más difícil hacer pequeñas
operaciones en efectivo, ya que cada vez resulta más frecuente que ambas partes se
encuentren con que sólo tienen en sus bolsillos billetes de $ 100. Pero esto también
genera efectos impensados, con impactos importantes sobre la inflación y la política
monetaria. Concretamente, lo que denomino “efecto billete de 100”, que permitió
pronosticar acertadamente una inflación más baja que la esperada, dada la fuerte emisión
de dinero, durante 2011 y 2012.
Del mismo modo, la pesificación forzada de la economía encarada por el Gobierno
Nacional desde fines de 2011, mediante una serie continua de disposiciones para prohibir
o dificultar la compra de moneda extranjera, ha generado algunos efectos monetarios
contrarios a los que cabría esperar en una economía de alta inflación, similares al “efecto
billete de $ 100”. Y la experiencia argentina muestra una sorprendente estabilidad
inflacionaria en niveles relativamente altos de inflación, contra lo que predice la propia
teoría económica. Frente a todos estos fenómenos, difíciles de comprender incluso para
los economistas, lo extraño sería que no existiera confusión entre dirigentes políticos y
entre el común de la gente. La confusión es natural frente a un fenómeno tan complejo y,
encima, con componentes tan poco habituales en el resto del mundo.
Este libro nació bajo la firme convicción de que es posible bajar la inflación en
Argentina sin por ello tener que resignarnos a un menor crecimiento económico y un
mayor desempleo, pero eso requiere que la sociedad en general, y los dirigentes políticos
en particular, comprendan la naturaleza y las causas de la inflación, y el rol que tienen
que cumplir, de manera complementaria y coherente, los distintos instrumentos de política
económica disponibles para lograrlo de un modo definitivo. Y nació también bajo la firme
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convicción de que es posible transmitir el análisis económico vinculado a la inflación de un
modo simple, sin jerga económica ni tecnicismos innecesarios, para que pueda llegar a un
público amplio, que no tiene por qué saber de economía, aunque la compleja y volátil
economía argentina obliga a saber más de economía de lo que necesitan saber los
habitantes de otros países.
Continuando con el camino iniciado con “Macroeconomía para No Economistas
– Cómo sobrevivir en una economía interesante”, este libro pretende realizar un
aporte al debate sobre la inflación, la enfermedad crónica que padece nuestra economía
desde hace muchas décadas, y que los argentinos merecemos erradicar definitivamente,
para dejar de desperdiciar nuestras energías y talentos en buscar el modo de sobrevivir al
entorno económico hostil que genera la inflación y podamos comenzar a focalizarlos en
cómo innovar, crecer, generar empleo y mejorar la calidad de vida en nuestro país.
Gastón Utrera. Marzo de 2013.