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PROF. DR. JORGE ÓSCAR FOLINO PROF. DR. FRANKLIN ESCOBAR

CÓRDOBA

Directores

ESTUDIOS SOBRE

HOMICIDIOS

Perspectivas forense, clínica y epidemiológica

María Paula ALMIRÓN Julio E. ARBOLEDA-FLÓREZ Ramiro BORJA-ÁVILA Berta Lucía CASTAÑO Leddy CONTRERAS-PEZZOTTI Lisieux E. DE BORBA TELLES Ernesto DOMENECH-Teresita GARCÍA-PÉREZ Jaime GAVIRIA TRESPALACIOS Jorge O. GONZÁLEZ ORTIZ Myriam JIMENO SANTOYO Javier A. ROJAS GÓMEZ María Ruiz SWEENEY Carlos Alberto URIBE

UBR6RIR

PLñT€NS€ La Plata, 2009

Edición al cuidado de Enrique H. Bonatto

© Librería Editora Platense S.R.L. Calle 15 N" 644 -1900- La Plata - Buenos Aires - Argentina www.editoraplatense.com.ar // [email protected]

Tapa, armado y composición Juan Bonatto Seoane

Impreso en Argentina - Queda hecho el depósito de ley

Prof. Dr. Jorge Osear FOLINO

Médico y Doctor en Medicina, Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata — Argentina. Profesor Titular de Psiquiatría Profesor en Ciencias Médicas, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata - Argentina. Especialista Jerarquizado en Psiquiatría y Psicología Médica, Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires. Especialista en Medicina Legal, Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires.

Estudios sobre homicidios: perspectivas forense,clínica y epidemiológica / María P. Almirón ... [etal.]. 1a ed. - La Plata: Librería Editora Platense, 2009. 728 p.; 23x16 cm. ISBN 978-950-536-212-7 1. Homicidios. I. Almirón,María P. CDD 345.025 25

Este libro no está dirigido al público en general y todos los derechos son reservados por el Editor. Este libro está legalmente protegido por los derechos de propiedad intelec-tual. Cualquier uso, fuera de los límites establecidos por la legislación vigente, sin el consentimiento escrito del Editor, es ilegal. Esto se aplica en particular a la fotocopia y, en general, a la reproducción o transmisión en cualquier forma o por cualquier me-dio electrónico, mecánico u otro. El Editor no asume ninguna responsabilidad por cualquier lesión o daño a personas o propiedades como consecuencia del uso de los productos mencionados en este libro o de cualquier uso u operación de cualquiera de los métodos, productos, instrucciones, su-gerencias, recomendaciones o ideas contenidas en este material. Debido al constante y rápido avance de las ciencias médicas el Editor recomienda que se realice siempre una verificación de los diagnósticos y de las dosis de los medicamentos. All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system or transmitted in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording or otherwise without the prior permission of the copyright holder. No responsibility is assumed by the Publisher for any injury and/or damage to persons or property as a matter of producís liability, negligence or otherwise, or from any use or operation of any methods, products, instructions o ideas contained in the material herein. Because of rapid advances in the medical sciences, the Publisher recommends that independent verification of diagnoses and drug dosages should be made. Reservados todos los derechos

Prof. Dr. Franklin ESCOBAR-CÓRDOBA

Médico Cirujano y Especialista en Psiquiatría de la Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Psiquiatría Forense y Doctor en Medicina de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata - Argentina. Ancien Assistant Étranger du Service d'Explorations Fonctionnelles du Systéme Nerveux. Centre Hospitalier Universitaire de Rangueil. Faculté de Medicine. Université Paul Sabatier - Toulouse III. Toulouse - France. Ex-perito del grupo de Psiquiatría Forense de la Regional Bogotá del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses Profesor Asociado de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia.

TABLA DE CONTENIDO

Prólogo Prof.Dr. Julio ARBOLEDA-FLÓREZ ............................................. 15

Introducción Prof. Dr. Jorge Osear FOLINO .................................................. 21

Capítulo 1. Introducción al conocimiento epidemiológico de los homicidios Prof. Dr. Jorge Osear FOLINO .................................................. 27

Capítulo 2. Panorama epidemiológico del homicidio en América Latina Jorge GONZÁLEZ-ORTIZ. PhD (c) ................................................ 45

Capítulo 3. Estudios argentinos sobre homicidas Prof. Dr. Jorge Osear FOLINO .................................................. 65

Capítulo 4. Aspectos neurobiológicos del homicidio Prof. Dr. Franklin ESCOBAR-CÓRDOBA .................................... 153

Capítulo 5. Aspectos jurídicos de la pericia psiquiátrica en el homicidio Prof. Dr. Ernesto DOMENECH .................................................. 185

Capítulo 6. Consecuencias jurídico-patrimoniales del homicidio y la responsabilidad del Estado Abogado Ramiro BORJA-ÁVILA ............................................... 207

Capítulo 7. Lenguaje, subjetividad y expresión social del homicidio Prof. Dra. Myriam JEVÍENO SANTOYO ....................................... 215

Capítulo 8. El estudio psiquiátrico forense de los homicidas Prof. Dr. Jorge Osear FOLINO ....................................

.241

Capítulo 17. Homicidio y psicopatía Prof. Dr. Franklin ESCOBAR-CÓRDOBA. .595

Capítulo 9. El rol del psiquiatra forense en el análisis de la escena y el perfil criminal del homicida Javier Augusto ROJAS-GÓMEZ.MD ....................... .425

Capítulo 18. Evaluación de riesgo de recidiva violenta en homicidas Prof. Dr. Jorge Osear FOLINO y Prof. Dr. Franklin ESCOBAR-CÓRDOBA .................................. 633

Capítulo 10 El psiquiatra forense como testigo experto en casos de homicidio María RUIZ-SWEENEY. MD. y Prof. Dr. Franklin ESCOBAR-CÓRDOBA .................................. 435

Capítulo 11. Homicidio vs. suicidio. La autopsia psicológica Prof. Dra. Teresita GARCÍA-PÉREZ .......................................... 449

Capítulo 12. Adicciones y homicidio Lisieux DE BORBA TELLES. MD. MPF. PhD (c) .......................... 467

Capítulo 13. Psicopatología y filicidio Bertha Lucía CASTAÑO. MD. MPF .......................................... 487

Capítulo 14. Filicidios de vinculación no biológica Psicóloga Clínica y Forense María Paula ALMIRÓN ................ 515

Capítulo 15. El uxoricidio Leddy CONTRERAS PEZZOTTI. MD. MPF .................................... 531

Capítulo 16. Aspectos psiquiátrico-forenses del homicidio juvenil Prof. Dr. Franklin ESCOBAR-CÓRDOBA ..................................... 553

Capítulo 19. inimputabilidad y homicidio Jaime GAVIRIA TRESPALACIOS MD.

.655

Capítulo 20. El cuerpo fragmentado: la manipulación del cadáver y del terror en el estudio del conflicto violento colombiano Prof. Dr. Carlos Alberto URIBE ............................................. 681

Anexos 1. Siglas utilizadas ............................................................... 719 2. Colaboradores ................................................................... 721

Capítulo 20

EL CUERPO FRAGMENTADO: LA MANIPULACIÓN DEL CADÁVER Y DEL TERROR EN EL ESTUDIO DEL CONFLICTO VIOLENTO COLOMBIANO

Prof. Dr. Carlos Alberto URIBE

Sumario: I. Introducción.- II. Los hechos.- III. Pasado y presen-te.- IV. Explicaciones.- V. Cultura de la violencia.- VI. Matar, rema-tar y contramatar.- VIL Los muertos y los vivos.- VIII. Referencias

I. Inroducción

Este ensayo busca dar cuenta de la manipulación de los ca-dáveres de las víctimas de las masacres, especialmente de las víctimas de las campañas de terror y de exterminio de poblacio-nes campesinas indefensas por parte de los grupos de comba-tientes irregulares conocidos como paramilitares, durante las dos últimas décadas del conflicto armado en Colombia. Se trata de poner al servicio de la interpretación del problema del "cuer-po fragmentado" elementos tanto antropológicos como psicoanalíticos, que ayuden a comprender los fenómenos de conta-gio ritual, muerte violenta, terror, magia y brujería que forman parte de la violencia rural colombiana -fenómenos en muy buena medida dejados de lado o considerados sólo sumariamente por el torrente principal de analistas y científicos sociales que se preocu-pan por los problemas de la violencia y el conflicto en Colombia-.

"... la guerra, y su brutalidad, no es para nada un arrebato, ni producto simplemente de mentes enfermas. Detrás de la bru-ma y la sangre, hay explicaciones lógicas y racionales que pue-den impulsar a cualquier ser humano -desde el más inocente hasta el más indefenso, desde el padre-de familia ejemplar hasta la mujer más frágil- a cometer los actos más bárbaros que se pueda imaginar"

Editorial de la revista Semana, edición No. 1336, de diciem-bre 10 al 17 de 2007, p. 86.

682 Jorge O. Folino - Franklin Escobar-Córdoba II. Los hechos

Considérense las siguientes noticias de prensa publicadas en un diario de circulación nacional en Colombia, en un periodo comprendido entre septiembre y diciembre de 2007:

María era una de las mujeres más buscadas de Puerto Asís (Putumayo). No precisamente por su belleza, sino por sus pode-res de parapsicóloga, como ella se presentaba. (...)

Consultas astrales, riegos, sahumerios y hasta 'curaciones para el cuerpo y el espíritu' le abrieron los secretos de los gru-pos que surgieron allí tras la desmovilización [de los grupos armados irregulares llamados paramilitares] y que ahora em-pezó a contar a la Fiscalía.

Lo que ella y otra gente del pueblo le han dicho a la Justicia sirvió para desarticular, desde noviembre [de 2006], una banda llamada los 'Rastrojos', conformada por ex 'paras' que trajeron de vuelta los días del terror. (...).

A uno de los 'Rastrojos' lo conoció hace cinco años, en la parte más dura de las matanzas de las AUC \ Le decían el 'Indio' y la consultó porque llevaba ya un tiempo con miedos incontrola-bles y se sentía perseguido.

Era uno de los 'urbanos'. Hacía inteligencia en el pueblo y avisaba de movimientos inusuales de la Policía o el Ejército.

Caminar en calzoncillos en círculos, en un cuarto iluminado con velas, con los brazos extendidos a los lados mientras pren-día un tabaco, fue su receta. (...).

Mientras tanto, a su 'oficina' llegaban más 'Rastrojos' que buscaban protección del más allá para que no les entraran las balas y 'bendijera' sus armas y hasta su munición.

Balas marcadas con una cruz en el plomo, para acabar con lo que fuera, y hombres con uñas pintadas de negro, para 'espan-tar' la muerte, eran cosa de todos los días en su negocio (El Tiempo, domingo 16 de septiembre de 2007, página 1-4).

La siguiente es la segunda nota periodística: "El primero que sufrió las convulsiones fue un muchacho muy

1 Auto Defensas Unidas de Colombia. Tal era la denominación de la organización nacional que agrupaba a todos los bloques y bandas armadas de irregulares localmente conocidos como 'paramilitares'.

Estudios sobre homicidios

joven. Cayó al piso, echaba espuma y vomitaba. Amenazaba con dispararles a todos y tuvieron que desarmarlo. Después empezaron a decir que en la montaña los asustaban y ya nadie quería meterse al monte", cuenta un campesino de 70 años, habitante de la vereda La Linda, de Santuario (Risaralda).

El anciano recuerda así los extraños casos, que en la zona atribuyen a espantos, y lo que lograron asustar a los 'paras' del bloque 'Héroes y Mártires de Guática', en las montañas de ese municipio.

Habitantes relatan que la situación creció a tal punto que fue necesario hacer una misa de sanación en la vereda La Espe-ranza, a la que llegaron todos los 'paras'.

Campesinos coinciden en que la ceremonia se hizo para cu-rarles el miedo a los combatientes, supuestamente atormenta-dos por sus propias víctimas, diseminadas en La Esperanza, La Mina y otras veredas a dos horas y media de Pereira. Y, aunque la comunidad fue invitada, afirman que solo asistieron los 'pa-ras' y sus comandantes.

Según la confesión del ex jefe 'para' Carlos Mario Jiménez, 'Macaco', también hubo la exhumación de 40 cadáveres en abril del 2003. Dijo que se hizo por la presión de la gente, que afir-maba que los 'paras' estaban siendo poseídos por las ánimas de personas a las que había enterrado sin los ritos religiosos y que por eso obligaron a un sacerdote de Pereira, llamado Fabián, a ir hasta la zona.

"Los testigos sostenían que las ánimas de estos muertos se posesionaban de los cuerpos de los combatientes armados, pro-vocando un desatamiento (sic) de furia que exponía a las demás personas a una tragedia de proporciones, pues las mentes y las conciencias poseídas por estos espíritus se alteraban de tal manera que perdían el control, disparaban sus armas y pro-nunciaban palabras indescifrables", dijo 'Macaco' al fiscal de Justicia y Paz en Medellín 2.

2 Se refiere a los testimonios orales ante un fiscal especializado que presentan los paramilitares cuando se acogen a la llamada Ley de Justicia y Paz (Ley 975 de 2005). Por medio de esta ley se avaló la desmovilización y reincorporación de los miembros de la AUC a la legitimidad. En estas audiencias los paramilitares deben reconocer y explicitar sus crímenes.

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'Macaco' dice que decidieron cremarlos y enterrarlos en el

camposanto de Santuario. En esa zona de Risaralda también hay una versión de un

exorcismo al estilo paramilitar. Según se cuenta, un coman-dante hizo formar a todos sus hombres y luego les dijo que pa-saran al frente los que les temían a los espantos y a salir a hacer su ronda.

Dos de ellos dieron un paso al frente y el hombre desenfundó su pistola y los mató con tiros en la frente. Luego volvió a pre-guntar y ninguno se atrevió a contestar. Aun cuando no se co-noce el nombre del comandante, se dice que desde entonces le llamaron 'El exorcista' (El Tiempo, viernes 2 de noviembre de 2007, página 1-6),

La tercera y última nota de prensa, constituye una larga crónica y fue publicada como noticia de primer plano en la edi-ción dominical del 25 de noviembre de 2007 del diario El Tiem-po. En ella se hace alusión a la "furia de los espíritus" que se desató en los Llanos orientales de Colombia, como una de las consecuencias de la guerra entre dos bloques rivales de paramilitares en el año 2004 -guerra también documentada en el libro Confesiones de un par acó, el diario personal que dejó abandonado en su huida alias 'José Gabriel Jaraba' (JARABA 2007; cf. Revista Semana, No. 1298, 2007)-. La crónica comienza con una entrevista a uno de los guerreros sobrevivientes, quien cuenta a la periodista cómo había que "picar" (descuartizar) a los muertos fallecidos en combate antes de echarlos a los ríos, mientras que otros cadáveres eran dejados a la intemperie para que fuesen devorados por las aves de carroña, en especial por los zopilotes o 'chulos'. El problema fue que de todas esas muertes se desataron los espíritus: "La gente se volvía loca, se les metía un espíritu y los ponía a que se golpearan contra los árboles. Amanecían con morados por todo lado. Como metérseles el demonio. Uno preguntaba al espíritu '¿a qué viene? ¿qué quie-re?, y él le hablaba a uno en el cuerpo de la otra persona y decía, por ejemplo, To vengo porque a mí me mocharon en tal parte y no me tiraron completa en donde me tenían que tirar y si no me regresan eso entonces sigo golpeando a la gente'. Ese espíritu soltaba al uno y agarraba al otro y así era casi todos los días esa recocha".

Acto seguido, la periodista Luz María Sierra, autora de la crónica, explica cómo las mujeres eran más propensas a que "se les metiera el diablo". Los hombres, a su turno, preferían con-vertirse en "cruzados" mediante un "rito satánico" -que incluye el beber la sangre de un gato negro sin ojos-, con el fin de prote-ger su vida en combate a cambio de "entregar su alma al Malig-no". "El 'cruzado' -escribe la periodista- tiene que pintarse las uñas de negro para que en medio de los combates puedan ser identificados por el ser que los protege". El ritual del cruza-miento es el mismo que también se conoce como el "rezo en cruz" (El Tiempo, domingo 27 de noviembre de 2007, pp. 1-2).

La nota también detalla cómo era el entrenamiento a los que eran sometidos los reclutas de estos ejércitos paramilitares. "El método 'pedagógico' era macabro: se deshacían de los débiles o los que no parecían estar convencidos de la causa y con sus crueles asesinatos le daban al resto lecciones de barbarie". Es-tas lecciones incluían la antropofagia: "Lo de la carne es curio-sidad. En los cursos de 2002 ó 2003 comía carne el que quisiera. En los de antes si les tocaba obligados". En otro testimonio se explica que a los reclutas les hacían tomar la sangre de sus compañeros muertos "para obtener la fuerza del muerto" (El Tiempo, domingo 27 de noviembre de 2007, pp. 1-2).

Estas tres informaciones traen a colación eventos muy esca-brosos y crueles. Bárbaros dirían muchas personas. Se trata, en efecto, de toda una muestra de la panoplia de acciones ritua-les encubiertas, veladas, de corte brujesco o satánico, que no obstante forman parte del secreto público con el cual se preten-de esconder y lidiar con la muerte en el largo conflicto armado colombiano. Un pequeño inventario de las prácticas referidas incluye la consulta con especialistas en lo brujesco (o en lo sa-grado) para que ellas, principalmente ellas, apliquen los riegos y las curaciones para el cuerpo y el espíritu. Son ellas las que dispensan protecciones sobrenaturales para que no les entren las balas a los guerreros, quienes ahora sí disponen de armas y municiones "rezadas" para que impacten a sus enemigos y les produzcan certera muerte. Son estos sanadores los que curan esos miedos incontrolables y las persecuciones que sufren los vivos por parte de las almas de los muertos de la violencia gene-ralizada, cuyos cadáveres insepultos son violentados por el des-membramiento o los animales de carroña: "no me tiraron com-

686 Jorge O. Folino - Franklin Escobar-Córdoba

pleta en donde me tenían que tirar y si no me regresan eso entonces sigo golpeando a la gente". Espíritus de los muertos desatados, libres, vagando por los campos y veredas en procura de sus victimarios para poseerlos en atroz revancha. Uñas pin-tadas de negro, para 'espantar' la muerte. Cuando la muerte no se puede espantar, y vagan libres las ánimas de los muertos, la solución es la misa de sanación, el exorcismo, la contra, el "rezo en cruz". Y cómo una medida extrema para apropiarse de la víctima, para vencer a la muerte e incorporar su poder, la an-tropofagia.

El propósito del presente ensayo es, pues, explorar en torno a interpretaciones plausibles de los hechos que se sintetizan en las anteriores noticias de prensa - hechos que, desde luego, tie-nen una ocurrencia mucho más amplia que las circunstancias de tiempo y de espacio que se detallan en ellas-.

III. Pasado y presente

Cualquiera que esté familiarizado con la copiosa literatura que existe sobre la violencia en Colombia -escrita a veces con mayúscula, la Violencia- sabe que las acciones descritas en los párrafos anteriores tienen una larga vigencia. Ellas comenza-ron a filtrarse en las páginas de los diarios nacionales a finales del decenio de 1940. Desde entonces data la agudización del conflicto partidista entre los liberales y los conservadores, cu-yas expresiones en forma de masacres, ajusticiamientos, des-membramiento del cuerpo agonizante y del cadáver todavía caliente -los famosos "cortes"-, el arrojar cuerpos "picados" a los ríos, y demás acciones de crueldad en torno a la muerte y a los muertos, no han dejado de sorprender a los observadores. Como sorprendente es también que unas cuatro décadas después, ex-presiones similares del asesinato masivo y de los cuerpos frag-mentados en la guerra irrumpieron de nuevo, con particular incomodidad, en todos los medios masivos de comunicación del país. En palabras de un observador extranjero: "Formas de tor-tura, asesinato, masacres y desplazamiento, similares a aque-llas iniciadas durante la Violencia, han revivido en la Colombia de fines del siglo XX por la acción de nuevos modos de organiza-ción. Las dinámicas de comienzos del siglo XXI son nuevas de-bido principalmente al impacto como de un huracán del tráfico

Estudios sobre homicidios

de narcóticos, al avance político y territorial del paramilitarismo, al aumento de la intervención de los Estados Unidos; empero, la presencia del pasado, especialmente de la Violencia, es pal-pable (HYLTON, 2006:133)3. El corazón de su argumento es, en-tonces, que para "entender la guerra civil que hoy vive Colom-bia, es necesario apreciar las múltiples capas de conflictos pre-vios y el peso acumulado de contradicciones sin resolver". Su conclusión: "El conflicto colombiano contemporáneo es un espe-jo del pasado, con importantes transferencias de propiedad y de territorios a los más acaudalados y poderosos, así como una nueva instancia de amnesia oficial con relación a los crímenes oficiales -una amnesia legislada en nombre de la 'paz' y la 're-conciliación nacional'- (HYLTON 2006:7).

A pesar de las ominosas palabras anteriores de HYLTON, esto de la amnesia oficial quizá tenga un respiro después de la Ley 975 de 2005. Esta ley, conocida como la Ley de Justicia y Paz, fue expedida por el Congreso de la República con el fin de legi-timar y reglar la dejación de armas y la reincorporación institucional de los grupos irregulares conocidos como paramilitares, adelantadas con el patrocinio del gobierno del Presidente Alvaro Uribe Vélez. Desde entonces los informes públicos y las revelaciones por parte de los responsables de este tipo de eventos se han tornado consuetudinarios. Parece ser que los cabecillas de las AUC, Autodefensas Unidas de Colom-bia, como se denominó la organización general de todas las ban-das paramilitares, al igual que muchos de sus militantes de más alto rango o de mayor notoriedad pública, quisieran hacer un particular énfasis en los detalles siniestros de los asesinatos múltiples por ellos cometidos en la obligatoria confesión que la ley requiere de sus numerosos crímenes. Una confesión que no por ser de ley deja de tener rasgos catárticos que lindan con la confesión católica de los pecados mortales. Más de una absolu-ción buscan con sus confesiones, de hecho, estos criminales.

A propósito de las verdades reveladas por los paramilitares que se han acogido a la Ley de Justicia y Paz, y de sus alianzas con los políticos regionales y nacionales y las autoridades civi-

3 Traducido del inglés por el autor. En lo sucesivo, todas las citas en inglés serán traducidas por el autor.

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688 Jorge O. Folino - Franklin Escobar-Córdoba

les y militares que les brindaron apoyo (alianza conocida como la "parapolítica") escribe la periodista María Teresa Eonderos que durante el año 2007:

Se registraron con alguna precisión, cerca de 120.000 hechos violentos [asociados con la violencia paramilitar que comprende el período de 1985-2003 aproximadamente], cada uno de los cuales dejó una o más víctimas. Con nombre, apellido, firma, huella, cada una de esas miles de víctimas acudió a la Fiscalía, a la Defensoría, a la Procuraduría, a la Comisión Nacional de Reparación y Conciliación (Cnrr), en romerías, como hormigas, cada una con su pedacito de verdad pero determinadas a re-construirla toda, viajaron desde el campo a la ciudad. Hubo más de 90 jornadas de atención a víctimas. Habían sido invisibles, y ahora existían. Casi una docena de sus líderes, entre ellos Yolanda Izquierdo, Carmen Santana, Osear Cuadrado y Gus-tavo Espitia, fueron asesinados por salir de debajo de la tierra a animarse a hablar. Pero aun en eso algo cambió porque hubo reacciones en su defensa, como la tutela que obliga al gobierno a protegerlas.

La desaparición forzada era una tragedia que Colombia ha-bía intentado esconder debajo del tapete casi desde que existe. La verdad de este año: 973 fosas comunes encontradas con 1.153 cuerpos de personas que se habían esfumado en manos de los paramilitares. La cifra de 7.500 desaparecidos por la cual la Asociación de Familiares de Desaparecidos y Detenidos (Asfaddes) era tildada de tremendista hace unos años, se quedó corta ante los hallazgos de este año, y hoy ya sabemos que fue-ron 15.000 o quizá más. Muchos problemas logísticos y falta de recursos del Estado han llevado a que las exhumaciones no es-tén conduciendo rápidamente a una identificación de los cuer-pos y por eso apenas 13 han sido identificados plenamente hasta la fecha. Pero 406 han sido reconocidos por sus familiares por las prendas de vestir, o alguna otra indicación. Es una verdad enorme para el país, quizá la más brutal y necesaria.

La otra verdad que empezamos a apreciar es la de los victimarios. Por primera vez han sido puestos en el banquillo para que le den cuenta a la justicia. Ha habido horas y horas de justificaciones; de esfuerzos de los jefes para darles un cariz político a actos barbáricos, o para darles apariencia de estruc-tura jerárquica organizada a las Autodefensas Unidas de Co-

Estudios sobre homicidios

lombia, cuando en realidad ésta fue una sombrilla que cobijó a una cofradía de enemigos en permanente competencia por el dominio y los recursos. Pero las versiones libres que han dado casi 600 paramilitares desmovilizados también han sacado a flote verdades profundas de cómo se organizó el terror contra la población civil y de lo que se hizo. Hasta ahora los desmovilizados han confesado casi 3.600 actos criminales relacionados directa-mente con alrededor de 5.500 víctimas. Ahora el país comenzó a enterarse cómo, cuándo, quiénes y por qué se cometieron muchas de las masacres como la de El Salado, o asesinatos como el de Gentil Cruz Patino, representante de una ONG francesa, en inmediaciones de la Sierra Nevada (Semana, edición No. 1337, diciembre 17 a 24 de 2007, pp. 32-33).

IV. Explicaciones

Hay varios hilos conductores que vinculan las masacres y sus horrores asociados de la época de la Violencia con las más recientes de los paramilitares. Tal vez el más prominente es que el escenario de esta continuidad en los cuerpos fragmenta-dos del pasado y del presente es el mismo: se trata del escenario rural del país.

La pregunta, entonces, es por qué es el campo el escenario del largo conflicto armado colombiano -un conflicto que comen-zó desde el decenio de 1930, mucho antes de ese período conoci-do como La Violencia que se inauguró, según la historiografía convencional, con el asesinato en Bogotá del líder populista li-beral Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948-. Encontrar la respuesta implica estudiar la estructura de la tenencia de la tierra y las formas de producción del agro colombiano, herede-ras de los tiempos de la Colonia española y de los cambios del siglo XIX (LEGRAND 1988:227). Y sobre todo analizar el papel de los campesinos mestizos, indígenas y afrocolombianos, de cara a los grandes propietarios, sean éstos hacendados y finqueros dedicados a la agricultura, terratenientes ganaderos, empresa-rios agroindustriales desarrolladores de diversos tipos de culti-vos de plantación o, simplemente, grandes acaparadores de tie-rras (como es el caso de muchos de los llamados."capos" del más reciente comercio ilegal de sustancias prohibidas). Asimismo, es necesario comprender tanto el papel de la economía campe-

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690 Jorge O. Folino - Franklin Escobar-Córdoba sina cafetera como las sucesivas oleadas de campesinos des-arraigados que conforman las colonizaciones de las tierras bajas de selva tropical en la vertiente del Océano Pacífico, en los valles andinos intermontanos y en las selvas y llanuras de las hoyas amazónicas y de la orinoquía colombianas; Este análisis descubre cómo ha sido de importante el papel de la tierra como medio de producción en la historia de estos conflictos armados, y cómo la lucha por su posesión ha sido siempre un importante motor de los mismos. Además, también aparece claro y en relieve cómo los intentos de reforma agraria en últimas han fracasado en el país. Antes bien, en las dos últimas décadas del siglo pasado y en lo que va del presente, el país ha experimentado una verdadera contra reforma agraria. Así pues, la lucha por las tierras productivas continúa en la agenda aún hoy, cuando Colombia se ha transformado en un país urbano y semi-industrializado y en el cual la mayoría de sus habitantes son urbanitas (más del 75% de los cerca de 44 millones de colombianos viven en ciudades, según los datos y proyecciones del último censo de 2005).

Las afirmaciones anteriores en torno a la inveterada conti-nuidad violenta en el campo colombiano apuntan desde luego hacia explicaciones sociológicas clásicas del problema. Esas ex-plicaciones parten de lo que se conoce como el conjunto de las "causas objetivas" de la violencia colombiana. Dentro de tal con-junto se encuentran nociones como "desigualdad", "pobreza", "exclusión", "legitimidad institucional", "partidos políticos", "pre-sencia del Estado", "Estado débil", y un largo etcétera. Todas ellas han sido usadas por los autores y autoras que cierran filas en torno a una subespecialidad muy peculiarmente colombiana de las ciencias sociales llamada la violentología -por lo cual sus exponentes se conocen como los violentólogos, esto es, especia-listas en el tema y a la vez posibles expertos componedores, pues muchos de los que así se afilian terminan cooptados como funcionarios por el Estado y los sucesivos gobiernos, en labores que tienen que ver con la solución del conflicto o la mitigación de sus consecuencias-.

La lista bibliográfica que agrupa a todos estos autores es muy larga, desde la publicación original en 1962 del libro La violencia en Colombia escrito por Germán GUZMÁN CAMPOS, Orlando FALS BORDA y Eduardo UMAÑA LUNA ([1962-1963] 2005).

Estudios sobre homicidios

Se trata, sin duda, de una obra clásica sobre el tema que cuan-do vio la luz generó agrios debates e intentos de censura dado lo descarnado de sus evidencias y la gravedad de sus denuncias. Empero, el escándalo no logró nublar sus explicaciones de corte funcional-estructural: según estos autores, la Violencia se de-bió, ante todo, a una "impresionante acumulación de disfunciones en todas las instituciones fundamentales" de la sociedad colombiana, acompañada de la "confusión y deforma-ción de roles a varios niveles" y de una "anomia" social genera-lizada (GUZMÁN, FALS y UMAÑA 2005,1:431-454). Además, el pro-nóstico de la obra era pesimista: "Los rescoldos aún hoy están vivos. La cadena de vendettas, la sangre derramada y el honor manchado de las familias víctimas permiten predecir reaccio-nes similares por una generación; es decir, que dejando de lado la dinámica en esta forma desatada, y sin aplicar soluciones de fondo, Colombia seguiría víctima de la violencia por otros veinte años por lo menos. ¿Podrá soportarlo el cuerpo nacional?" (GUZMÁN, FALS y UMAÑA, 2005 1:454).

El éxito y la relevancia de La violencia en Colombia queda atestiguado con la aseveración de que es el libro de sociología que más reediciones ha tenido en el país. En 2005 apareció una nueva edición, quizá como para dar fe de que los veinte años de continua violencia contados a partir de 1962 no fueron suficien-tes. Para esa edición, uno de los autores originales, FALS BORDA, escribió un nuevo prólogo, que es a la vez una especie de testa-mento intelectual personal y una pieza de denuncia y protesta ante la persistencia del fenómeno. En frase elocuente afirma que "por períodos sucesivos, la violencia y el terror vuelven a levantar su horrible cabeza enmarañada de Medusa, como co-pia casi fiel de lo ocurrido antes; y ahora, al adentrarnos en el nuevo siglo, la tragedia tiende a repetirse paso a paso de mane-ra irresponsable" (FALS BORDA, en: GUZMÁN, FALS y UMAÑA 2005, 1:13). Pero hay un largo párrafo en ese prólogo, en el que el eminente sociólogo colombiano recoge más de cuarenta años de violentología. Lo transcribo en extenso:

Entre las tesis, hipótesis y constructos verosímiles disponi-bles sobre la violencia colombiana se encuentran: la del 'agrie-tamiento estructural', que presenté en el último capítulo de la publicación de 1962 (...); la de las 'reivindicaciones regionales' como contraviolencia ante poderes nacionales o externos que

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no las reconocen; la de 'causas objetivas' o 'estructurales', como la pobreza y la explotación generalizadas y la riqueza sin con-ciencia social que llevan a guerras justas; la de 'factores subje-tivos' relacionados con la ideología y la elección racional o revo-lucionaria de los actores armados, como las guerrillas; la de la 'frustración de expectativas', como las de los campesinos y colo-nos marginales; la de la 'crisis total y parcial del Estado' o del Estado débil, y la falta de legitimidad en el monopolio de la fuerza, la del progresivo 'carácter multidimensional' de la 'espi-ral de la violencia'; la de la existencia de una 'cultura y una genética de la violencia', aplicable según regiones, la del 'desfase' entre la dirección política ideológica y la conducción militar po-pular, la de la 'inexistencia de espacios públicos o institucionales de resolución de conflictos'; la de la 'crisis moral' y la 'ruptura generacional', por impacto de fuerzas extrañas que llevan a una 'violencia patológica' con mafias, genocidios y sicarios; la de la relación entre la 'expansión capitalista y el conflicto armado', con el consiguiente armamentismo y los ejércitos como interés creado; etcétera, etcétera (FALS BORDA, en: GUZMÁN, FALS y UMAÑA 2005, 1:15).

Una ponderación de las ideas anteriores no puede menos que hacerle preguntar a uno sobre si en verdad el fenómeno de la violencia en este país es tan elusivo. O de forma alternativa, si es tan complejo que se resiste a explicaciones determinísticas o que lo reduzcan a un único o principal factor causal. Como una reacción a este potpurrí de enfoques, de unos años para acá ha venido abriéndose camino una línea de análisis que autores como Eduardo POSADA CARBÓ, popular columnista de prensa y autor, denominan "revisionista"4. El interés de esta tesis es respaldar los análisis de la violencia en "datos empíricos", esto es, en se-ries estadísticas de cuestiones tales como tasas de homicidios por cada cien mil habitantes, distribución de dichas tasas por regiones y municipios por año, índices de matanzas por regio-nes y municipios por año, índices de impunidad frente al cri-

Estudios sobre homicidios men, comportamiento de coeficiente Gini de equidad/inequidad en la distribución del ingreso y de la riqueza, índices que reflejen la actividad del narcotráfico, etc. A su turno, estas series y su entrecruzamiento son sometidas a análisis econométricos sofisticados, por lo que no resulta sorprendente que la mayoría de los autores identificados con esta corriente provenga de la profesión de economista -y, para ser más específicos, de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes (Bogotá) y su Centro de Estudios de Desarrollo Económico-.

Una obra reciente en esta vena es la de FABIO SÁNCHEZ (2007). Según este autor y sus colaboradores, si se estudia el comporta-miento de la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes (hpcmh) en el período 1975-1997 en una ciudad como Medellín, se observa un paulatino incremento en la tasa hasta un pico de 339 hpcmh en 1991, para luego descender paulatinamente. Si-milar comportamiento se obtiene en otras ciudades del país. Ello indica que en Colombia la violencia medida por los homici-dios subió notoriamente desde mediados de la década de 1980, se situó en los niveles más altos, algunos escandalosamente altos, a lo largo de la década siguiente, para luego tender a una baja en los últimos 8-10 años.

La pregunta ahora es cómo mejor explicar el comportamiento de esta variable y a qué otras puede estar relacionada. La respuesta está en la línea de que no son tanto las condiciones de pobreza y de desigualdad las responsables de la reproduc-ción y la dinámica de la violencia en Colombia. En cambio, lo que mejor explica estos incrementos está ligado "a decisiones conscientes de actores armados de acuerdo con sus objetivos estratégicos" (SÁNCHEZ y NÚÑEZ, en: SÁNCHEZ 2007:35) 5. La si-guiente es la conclusión del capítulo relativo a los "Determi-nantes del crimen violento en un país altamente violento":

La investigación encuentra que la violencia colombiana obe-dece a las características especiales originadas en la existencia de grupos armados, actividades ilegales, ineficiencia de la justi-

4 Eduardo POSADA CARBÓ. "La violencia y sus 'causas objetivas"*. Tomado de: http://www.ideaspaz.org/articulos/download/16violencia_y_sus_causas_ objetivas.pdf (8 de abril de 2008).

5 Agradezco a Fabricio CABRERA SUS comentarios en torno al texto de Fabio SÁNCHEZ (2007) y a las virtudes del análisis econométrico en el estu-dio de la violencia en Colombia. Fabricio, desde luego, no es responsable de mis interpretaciones y menos de mi obstinación en la defensa de ciertas tesis.

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cia y las diversas interacciones entre estas variables. La pobre-za, la desigualdad y la exclusión no producen en Colombia una violencia diferente a la que puede producir en otros países y regiones. En este sentido, la solución a los problemas de preca-rios niveles de vida y acceso a los servicios sociales y de baja participación y representación política de muchos grupos socia-les es un objetivo deseable desde el punto de vista de política pública y se debe luchar por ello. Sin embargo, ligar la desapa-rición de los problemas de violencia a los problemas menciona-dos de pobreza, desigualdad y exclusión es una estrategia equi-vocada a la luz de la evidencia empírica (...)" (SÁNCHEZ y NÚÑEZ 2007:61).

En ese mismo tenor, el estudio de SÁNCHEZ y su equipo se explaya en demostrar con cifras cómo no hay en Colombia una "cultura de la violencia" y cómo la violencia no se puede expli-car con referencia a una "intolerancia" de los colombianos. El argumento se desarrolla en torno a ilustrar quién y por qué está detrás de cada uno de los dos ciclos principales de violencia durante el siglo XX (el primero de mediados de siglo, es el deno-minado como la Violencia, y el segundo desde mediados del de-cenio de 1980 hasta fines de siglo). Así, la dinámica violenta de los llamados "actores o agentes de la violencia" muestra que su accionar tiene consecuencias en la "violencia global del país y no solamente de las muertes ocasionadas directamente por el conflicto". Y esto es así, porque "los mecanismos de difusión de la actividad criminal, que se inician con un choque inicial sobre la tasa de homicidios y de secuestros, se transmiten espacial y temporalmente, elevando así la tasa de homicidios, y de secues-tros tanto de la unidad espacial local como sus vecinos" (SÁNCHEZ, DÍAZ y FORMISANO, en: SÁNCHEZ 2007:111). En consecuencia, toda la violencia en Colombia está interconectada y sus patrones de presentación no pueden invocar explicaciones culturales, éticas y menos psicológicas.

Por último, en torno a las masacres de civiles inocentes por parte de las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revoluciona-rias de Colombia (FARC) y del Ejército Nacional de Liberación (ELN), así como de las AUC durante el período 1995-2003, SÁNCHEZ y colaboradores opinan que éstas están relacionadas con el control de territorios estratégicamente importantes y la

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subsecuente apropiación de sus recursos económicos (por ejem-plo, tierras agrícolas y ganaderas, cultivos de coca, petróleo, oro, carbón, esmeraldas, etc.) mediante el expediente del ate-rrorizar a la población civil y provocar su adhesión o en su de-fecto su desplazamiento. La conclusión está soportada por lo que llaman econometría espacial, que muestra cómo las masacres "se incrementan en municipios estratégicos en los cuales existe presencia activa histórica de alguno de los tres grupos armados ilegales. En especial, si la presencia activa his-tórica de los grupos en un municipio es lo suficientemente alta -alrededor de la mitad del territorio-, los grupos se disputan este territorio con el fin de aumentar su presencia activa. Esto provoca un aumento en la probabilidad de ocurrencia de masacres y en el número de masacres" (SALAMANCA y SÁNCHEZ, en: SÁNCHEZ 2007:249).

Argumentos como los que se acaban de resumir han resultado muy sugerentes en ciertos auditorios. En primer lugar, mostrar con qué variables está asociada la violencia en Colombia (expresada ésta, reitero, en nociones como tasa de homicidios por cada cien mil habitantes), sirve de herramienta práctica para que aquellos encargados de las políticas públicas planeen sus acciones y orienten sus inversiones. Y éste es un objetivo explícito de esta línea, puesto que autores citados, como POSADA y SÁNCHEZ, comparten la idea de que los sucesivos planes de pacificación y de resolución del conflicto por parte del Estado fracasaron en buena medida porque todos se ocuparon de tra-bajar principalmente sobre las "causas objetivas" de la violen-cia. En segundo lugar, en esta línea de pensamiento hay una vocación de defensa del Estado de derecho a partir de una radicalización de su monopolio de la legítima violencia, acom-pañado del correspondiente énfasis en la administración de jus-ticia, según las tesis clásicas sobre el Estado-nación del pensa-miento político europeo (por ejemplo, el de Max WEBER). En otras palabras, acabar con la violencia implica combatir sin tregua toda criminalidad, provenga esta criminalidad del actor o agente de donde provenga -guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo-. Además, y en tercer lugar, como la violencia en Colombia tiene un fuerte componente regional, sólo si se la combate eficiente y continuamente desde el Estado se puede garantizar en últimas la gobernabilidad del país.

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Todos estos planteamientos dan pábulo a un escéptico para afirmar que estamos en presencia de una alianza entre la econometría y una ideología de gobierno concretada, por ejem-plo, bajo rótulos como el de la Seguridad Democrática. En efec-to, en la Seguridad Democrática se echan en el mismo saco la violencia ejercida por grupos guerrilleros, los mañosos narcotraficantes y las bandas paramilitares mediante el expe-diente de calificarlos, según el interés a la mano, como grupos terroristas (o combinaciones, como la de grupos "narcoterroristas). Esta "economía de pensamiento" que impli-ca reducir el problema a dicotomías del tipo amigo/enemigo, terrorista/no terrorista, terrorista de camuflado/terrorista de civil, etc., mucho sirve, desde luego, para hábiles campañas de relaciones públicas mediáticas con propósitos electorales inter-nos. También para alinear internacionalmente al país en la lu-cha mundial contra el terrorismo y las drogas, preconizada por el gobierno de los Estados Unidos.

Críticas no obstante, hay que reconocer el hecho de que li-bros como el que nos ocupa tienen un mérito muy importante en recalcar la racionalidad de la violencia en Colombia. Porque con frecuencia cuando se toca este tema se tiende a hacer de la violencia algo exótico, algo otro y del que uno mismo no partici-pa. El mero concepto, la violencia, tiene un efecto perturbador que resuena a prácticas bárbaras, a primitivismo, a antítesis de civilización, de orden, de una vida humana vivida humana-mente -esto es, libre de cualquier animalidad o del dictado cate-górico de los instintos-. Y pocos pueden dudar que éste sea el sesgo que suscita una lectura de los hechos que quedaron regis-trados más arriba y que todavía quedan a la espera de una interpretación. De contera, esta violencia hace patológicos tanto el desorden como el conflicto social, con el expediente adicional y fácil de criminalizar la disidencia política, la diversidad ideológica y cultural, el desacuerdo y la protesta legítima. Vio-lencia, terror, terrorismo, en suma, son nociones muy cercanas y muy propias para ser manipuladas dentro de una dinámica de economía de pensamiento que cae casi que espontáneamente en la dialéctica polarizada del amigo/enemigo.

Esta racionalidad de la violencia y del conflicto interno co-lombiano, hace ya muchos años ha sido señalada. Nadie menos que Alberto Lleras, el primer presidente del Frente Nacional

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(una coalición política liberal-conservadora y excluyente de cual-quier otra opción y que muchos catalogan como parte de tejido de causas que origina el surgimiento de grupos guerrilleros en el decenio de 1960) escribió en 1946 que esa violencia nuestra tan típica y que "produce atrozmente humildes víctimas en los campos, en los pueblos y en las barriadas pobres" es planeada "con frialdad y astucia en escritorios urbanos para que produz-ca sus frutos de sangre" (citado en HYLTON 2006:39).

Tal planeación cuidadosa del terror y de la muerte surge como conclusión de la lectura de un documento reciente, fechado en 2004. Se trata del informe del Banco de Datos de Violencia Po-lítica del centro Cinep de investigación, y titulado Deuda con la Humanidad, Paramilitarismo de Estado en Colombia, 1988-2003 (CINEP 2004). En este informe se da cuenta de las matan-zas, asesinatos selectivos, ejecuciones extrajudiciales, desapa-riciones forzadas y torturas de civiles, que tuvieron lugar du-rante estos quince años. Todos estos crímenes fueron cometidos por grupos paramilitares, muchas veces en alianza con efecti-vos de las fuerzas armadas y de los servicios de seguridad del Estado destacados en sus áreas de influencia, amén de con narcotraficantes, y con la complacencia de las autoridades civi-les y judiciales -para no decir de la alianza de los personajes anteriores con los políticos regionales, muchos de ellos repre-sentantes y senadores en el Congreso Nacional, base de la ac-tual crisis conocida como de la parapolítica-. Por lo demás, este período entre 1988 y 2003 fue un período de particular enseñoramiento de los grupos paramilitares y del auge de su accionar violento en contra de todo lo que les pareciera guerri-lla, en especial en la parte norte del país (aquella gran región comprendida desde que las últimas estribaciones de los Andes se proyectan en un descenso que crea la vasta llanura de la cuenca Caribe colombiana) (cf. GUTIÉRREZ 2007). Esta porción de Colombia, a la que se le suma la región montañosa de Antioquia, constituyó una especie de "país paramilitar", país al que se contrapuso un "país de la guerrilla" cuya área de in-fluencia estaba formaba por todas las tierras de selva y de lla-nura al este de los Andes. En el medio quedó el "país formal", situado en las grandes ciudades andinas del interior y cuyo eje era, por supuesto, la capital de Bogotá. Asimismo, las masacres de civiles se constituyeron por entonces en el modus operandi

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por excelencia de los paramilitares en su intento por desarrai-gar a la guerrilla de los territorios en los que estaba presente -modus operandi que en un principio no caracterizaba a la gue-rrilla, pero que pronto ésta no dudó en imitar en sus pujas terri-toriales con los paramilitares (SALAMANCA y SÁNCHEZ, en SÁNCHEZ 2007:214-215; GUTIÉRREZ 2007)-.

Pues bien: en este informe se observa cómo las victimas pre-dilectas de estos crímenes fueron miembros del partido Unión Patriótica, líderes sindicales y sindicalistas, líderes comunita-rios y agrarios, campesinos, indígenas, maestros rurales, todos acusados (la mayoría de las veces injustamente) de colaborado-res y simpatizantes civiles de la guerrilla. En otras palabras, nada en estas matanzas y tropelías fue azaroso, por cuanto todo parece mostrar una coherencia, un plan, que buscaba la elimi-nación física de todas aquellas personas que pudieran ser pen-sadas como opositoras, "enemigas", "disidentes", "izquierdistas" -o en la parla local, como "subversivos" reales o potenciales-. Además, el estudio del Cinep muestra cómo los crímenes tienen una distribución geográfica que corresponde con la geopolítica interna del conflicto, en el afán de los grupos paramilitares de consolidar su control sobre territorios específicos. En estos crí-menes atentatorios contra los Derechos Humanos, se ve cómo los paramilitares no actuaron solos, además de que se colige de forma inequívoca cómo ciertos oficiales del ejército, por ejem-plo, aparecen y reaparecen repetidamente implicados en los hechos, desde que eran de una graduación baja hasta que lle-garon a los más altos grados de la milicia. Como un ejemplo de lo que en el informe aparece, incluyo un recuento de lo acaecido en la población de Apartado (Antioquia) en 1999:

04-Abr-99: En Apartado, Antioquia, paramilitares bajo la etiqueta de ACCU [Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, uno de los grupos constitutivos de las AUC] ingresaron a la Comunidad de Paz de San José de Apartado, ubicada en el corregimiento de San José de Apartado, a las 11:00 p.m., y eje-cutaron a tres personas e hirieron a tres más. Los paramilitares iban vestidos con pantalones negros, camisas oscuras, portan-do armas cortas, largas y granadas de fragmentación. Luego de permanecer dos horas y media en el lugar, los hombres se divi-dieron en dos grupos, unos recorrieron la parte central del pue-blo y los demás merodearon por las calles. En un kiosco se en-

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contraban viendo televisión cuatro campesinos. Un grupo de los paramilitares se dirigió hacia ellos, los amenazó y sindicó de ser guerrilleros, al tiempo que indagaban por los nombres de los líderes de la comunidad. Los cuatro campesinos, entre quie-nes se encontraba Gabriel Graciano, de 16 años de edad, y Osear Martínez de 40, fueron llevados hacia la plazuela central de San José junto con Daniel Pino, otro labriego que había sido traído por la fuerza desde la vereda La Balsa, y Antonio José Borja, capturado por los militares mientras se dirigía a pie ha-cia el municipio de Apartado. Entre tanto, el otro grupo de los paramilitares se dirigió a la vivienda del señor Aníbal Jiménez, miembro del Concejo Interno de la Comunidad de Paz, encar-gado de los proyectos pedagógicos y autor del Himno de la Co-munidad de Paz de San José. Luego de insultarlo y sindicarlo de ser un guerrillero fue ejecutado en su propia residencia, en presencia de sus niños. El grupo que tenía retenido a los seis campesinos en la plazuela, degolló a Gabriel Graciano; a Da-niel Pino le abrieron el estómago, y él, herido, se dirigió hacia una bodega en donde murió posteriormente, luego de agonizar una hora tratando de impedir que sus visceras se dispersaran por el suelo. A Osear Martínez y Antonio José les dispararon con una pistola 9 mm. quedando gravemente heridos. Los otros dos campesinos lograron escapar. Luego de la acción, y por es-pacio de media hora, los paramilitares dispararon tiros de fusil y de pistola y lanzaron tres granadas de fragmentación en los alrededores de la escuela, de la plaza central y de la salida de la población. En esta acción las esquirlas de uno de los artefactos hirieron a la señora Nalfa Sánchez. Acompañantes internacio-nales que presenciaron estos hechos y no pudieron hacer nada para impedirlos, escribieron conmovedoras cartas a grupos y organizaciones de otros países del mundo, impresionados por la brutalidad extrema con que actúan los paramilitares (Cinep 2004:265-266).

V. Cultura de la violencia

Las explicaciones econométricas del conflicto colombiano no sólo buscan poner en nueva perspectiva el asunto de sus causas objetivas y de su racionalidad intrínseca. Su otro interés explí-cito es marcar una distancia con las explicaciones culturales de

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la violencia y con "la tesis que prevaleció durante muchos años sobre el ethos violento de los colombianos y su inclinación atávica a la actividad ilegal o mañosa" (SÁNCHEZ 2007:17).

En la liza de este debate se encuentra el concepto de la "cul-tura de la violencia". Propuesto por primera vez en el informe de la Comisión de Estudios sobre la Violencia (1987) convocada durante la presidencia Barco (1986-1990), desde entonces no ha dejado de suscitar críticas y defensas de oficio que han tras-cendido los medios puramente académicos hasta llegar a for-mar parte del vocabulario de editorialistas, políticos, funciona-rios estatales -y de eso tan difuso que es la opinión pública-. Y es que en el informe se encuentran aseveraciones sugestivas del siguiente tenor: "mucho más que la del monte, las violen-cias que nos están matando son las de la calle"; o, "los colombia-nos se matan más por razones de la calidad de sus vidas y de sus relaciones sociales que por lograr el acceso al control del Estado" (COMISIÓN DE ESTUDIOS SOBRE LA VIOLENCIA 1987:18 y 27).

Si se lee con cuidado este informe, y se le hace el quite a su muy efectiva retórica, uno no puede menos que sorprenderse por todo el alboroto. En efecto, el tratamiento conceptual que mereció a sus autores la cultura de la violencia fue particular-mente pobre. La idea central es que la violencia política en Co-lombia es una entre varias. A ella hay que sumarle la violencia económica, la violencia sociocultural y la violencia sobre los te-rritorios. Todas esas formas de violencia se ven reforzadas por una cultura de la violencia "que se reproduce a través de la familia, la escuela y los medios de comunicación, como agentes centrales de los procesos de socialización" (COMISIÓN 1987:11). Esto quiere decir, uno supone, que más que ser una forma espe-cífica de violencia, la tal cultura de la violencia es como una red de ideaciones y formas pautadas de acción cuyo tema es el de la violencia, entendida esta última como "todas aquellas actuacio-nes de individuos y grupos que ocasionen la muerte de otros o lesionen su integridad física o moral" (COMISIÓN 1987:17). Tal tejido de acciones y representaciones acompaña o reviste a la manera de una especie de velo, uno vuelve a suponer, a las otras formas de violencia digamos que más estructurales. Ahora bien: este acompañamiento violento sólo es posible y es tan perdurable, como anota de manera explícita el informe, porque nuestros medios familiar y escolar son violentos. De esta for-

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ma, el proceso de socialización de los colombianos está permeado de contenidos y de ejemplos violentos, como es particularmente notorio en la violencia intra-familiar, todo ello a su turno poten-ciado y agravado por un alto consumo de alcohol y por el voca-bulario incendiario de los medios de comunicación. En síntesis final,

[La] trayectoria de violencia y muerte que ha acompañado nuestra historia política republicana, la enorme propagación de la violencia de tipo delincuencial así como la violencia intrafamiliar nos hace preguntarnos hasta qué punto hay en nuestra cultura, en el lenguaje, en nuestras representaciones de los demás, en lo simbólico y lo imaginario, en nuestras insti-tuciones y formas de organización social un condicionamiento que pudiéramos llamar cultural, que se enlaza e interactúa con las tendencias agresivas propias o constitutivas de los seres humanos para producir un contexto nacional de propensión a la violencia que se va reproduciendo de generación en genera-ción a través de las personas y las instituciones (COMISIÓN 1987:295-296).

A pesar de sus varias limitaciones, no cabe duda de que Co-lombia: violencia y democracia, como se intituló el informe de la Comisión, marcó un nuevo hito en los estudios sobre la violen-cia en el país -hito comparado por muchos con el trabajo de una comisión similar convocada por el primer gobierno del Frente Nacional casi treinta años atrás, y que fue la base del libro de GUZMÁN CAMPOS, FALS BORDA Y UMAÑA LUNA publicado por prime-ra vez en 1962-. La agenda violentológica, porque de este infor-me es que se origina la violentología, fue copada entonces por la discusión propuesta por los resultados del estudio de la Comi-sión de 1986-1987 y sus énfasis en los aspectos culturales del conflicto. Un ejemplo de ello lo constituye el libro publicado por Colcultura, la agencia del Estado colombiano encargada de los temas de cultura, antes de la creación en 1994 del Ministerio del mismo ramo, titulado significativamente Imágenes y reflexio-nes de la cultura en Colombia. Regiones, ciudades y violencia. Los autores participantes en el libro, y en el Foro nacional para, con, por, sobre, de, cultura (sic) que se reunió en Bogotá entre el 24 y 26 de julio de 1990 y que le dio origen, se lanzaron enton-ces a explorar el tema de la cultura y la violencia, la cultura y la

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región, la cultura de las ciudades, la cultura del atajo, la cultura del malevaje, etc., etc., en Colombia.

El auge de lo cultural y de la cultura se entronizó pues en la intelligentsia colombiana, como lo hizo a partir de estos años en el resto de la academia internacional. Se trata de la sorpren-dente paradoja de nuestros tiempos de rampante globalización, como lo señaló Marshall SAHLINS (1999:410): "justamente cuan-do todas las formas de vida alrededor del mundo se han hecho homogéneas, los pueblos hacen valer sus diferencias culturales características". O en palabras de Marilyn STRATHERN, otra antropóloga; "una homogenización creciente de formas sociales y culturales es hoy acompañada de una proliferación de deman-das de autenticidad e identidad específicas (citado en SAHLINS 1999:410). Interesante, empero, que mientras en todo el plane-ta, incluida Colombia, se disparaba lo cultural, de tal manera que el concepto de cultura (y su plural de culturas) estaba en boca de todo el mundo letrado e iletrado, líder o miembro de la masa en pos de la "reivindicación" o el "rescate" de lo cultural, los antropólogos y antropólogas entraban en una especie de pánico escénico ante los éxitos de su propia criatura, la cultura, e iniciaban su consabida crítica.

Un autor, Christoph BRUMANN, sintetiza las vicisitudes que entonces encaró la cultura en la antropología post y desconstruccionista, pues fue desde los cuarteles de los "estu-dios del después", del post -del postmodernismo, postestructuralismo, postcolonialismo-, desde donde se soltó la andanada 6. Para BRUMANN, los críticos escépticos de la cultura siempre anotan una falsa atribución de límites, homogeneidad, coherencia, estabilidad y estructura interna en la noción con-vencional antropológica de la cultura. Como consecuencia, esta abstracción que es la cultura es considerada a veces como una esencia; en otras ya se ve como una cosa o aún una especie de organismo viviente que se desarrolla como tal -todo lo cual no hace más que aproximar el concepto de la cultura al de raza, que era precisamente lo que los antropólogos que impulsaron

6 Este término de los "estudios del después" es mi versión de la noción que aparece en SAHLINS (1999:404), citando a R. BKIGHTMAN, para caracterizar la reciente influencia hegemónica en la antropología de todo lo post. El término original es afterological studies.

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"la ciencia de la cultura" querían condenar- (BRUMANN 1999; cf. SAHLINS 1999).

Varios de los reparos anteriores, y hay que decir que fue mucha la tinta que corrió y aún corre para desvirtuar el "esencialismo" culturalista, se encuentran en la literatura so-bre la violencia en Colombia. Por ejemplo, uno de los autores del Foro de Colcultura de 1991, Alvaro CAMACHO GUIZADO, opina que la utilización indiscriminada y laxa de la cultura de la vio-lencia constituye un "reduccionismo pseudo-culturalista", que "ha llevado a pensar que hay en Colombia un sino fatal, que puede provenir de fundamentos atávicos de profunda raigam-bre histórica y constitutivos de una personalidad colectiva que construyen la omnipresencia de la violencia" (CAMACHO en COLCULTURA 1991:283).

Ahora bien: las críticas vienen indistintamente de autores que escriben desde bandos diferentes del espectro político, en una forma curiosa de "todos a una, como en Fuenteovejuna", en contra de la fementida cultura de la violencia. De esta manera, en su ensayo de 1992 sobre el laberinto que atrapa a Colombia, Jenny PEARCE opina que si hay una cultura de la violencia en Colombia sus raíces son históricas y sociales. Además, "ha sido a través de la violencia que la clase dominante ha zanjado sus diferencias en sangrientas guerras civiles. Cuando por fin re-suelven sus diferencias políticas, los miembros de la élite en el poder reafirman su control sobre el orden político como lo han hecho sobre el orden económico (Pearce 1992:115). A su turno, el ya citado historiador HYLTON afirma que la evidencia histórica que fundamenta este concepto como explicación de la política en Colombia es muy pobre. Se trata, dice, de una explicación ahistórica y tautológica que ha sido aprovechada hábilmente por los círculos de planeación política tanto en Washington como en Bogotá (HYLTON 2006:8).

Pero quien con más consistencia la ha emprendido contra el engendro en que ahora se hace aparecer la cultura de la violen-cia es el historiador colombiano Eduardo POSADA CARBÓ. Como que le dedicó todo su popular libro de 2006 a refutar el "arrai-gado estereotipo que identifica nuestra nación sólo con la gue-rra y la violencia", así como a "reivindicar las tradiciones libe-rales y democráticas del país, y sugerir en ellas los valores que han indicado (...) el curso de la nación soñada" (POSADA 2006:11).

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Y es que el tema de la cultura de la violencia, que según este autor forma parte de un "discurso erudito" (término acuñado por la antropóloga Myriam JMENO), propugna un cierto fatalismo y negativismo paralizante. No es cierto, por tanto, opina POSA-DA, que una cultura violenta, definida según él simplemente como costumbre o modo de vida, sea lo que nos caracteriza, al igual que tampoco es una supuesta intolerancia de los colom-bianos y colombianas.

Más allá de esta pobre y escueta teorización del concepto de marras, los hechos tozudos muestran que por muchos años di-versos observadores no han dejado de preguntarse perplejos sobre los porqués de la crudeza en las formas de matar, de la crueldad y del poco respecto ante la vida humana que exhiben los violentos de todas las estirpes en este país de tragedias. Asimismo, sobre el porqué de esa fascinación sui generis con el cadáver y con la muerte, y lo que se esconde detrás de esa al-quimia que transforma la guerra y el combate en fiesta -para parafrasear la expresión de Estanislao ZULETA en su ensayo "Sobre la guerra" (1991). Ante el desconcierto que producen es-tos horrores, la sospecha es siempre si habrá detrás de todo esto algo "cultural" -alguna característica o rasgos colectivos profundos, latentes, intrínsecos, aprendidos o heredados, que sirvan para dar cuenta última de estos hechos asediantes-.

Tales interrogantes, por lo demás, estaban ya enunciados en 1962 en La Violencia en Colombia. Sus autores no cesaron de preguntarse perplejos por las razones últimas de los excesos enfrente de la muerte y del morir que se pusieron en escena durante esos "años de tropeles" 7. El "retorno a la ley de la sel-va" es una de sus frases preferidas para calificar la ferocidad de las acciones violentas, en aquellos tiempos de "crímenes atro-ces" cuando "la necesidad de lucha surgió del alma misma del pueblo" -un pueblo agobiado "por una dosis explosiva de resen-timiento, odio larvado, crueldad y sadismo"- y en los que el "cri-men sexual adquirió predominio demasiado notorio" (GUZMÁN, FALS y UMAÑA 2005, 1:132). Para empezar a encontrar las res-puestas, nos dicen, es necesario descender "a ese subfondo de

7 Hago alusión aquí al libro de Alfredo MOLANO, LOS años del tropel, sobre la violencia de los decenios de 1950 y 1960 (MOLANO1985).

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miseria, para ver de cerca el alma misma de un conglomerado que se desintegró y buscar soluciones adecuadas con conocimien-to minucioso de su tragedia y de su patología" (GUZMÁN, FALS y UMAÑA 2005, 1:245). En otros términos, es imprescindible exa-minar de cerca la manía de Thanatos, o Tanatomanía en Co-lombia, como reza el título de uno de los capítulos del primer volumen de La Violencia en Colombia.

VI. Matar, rematar y contramatar

Si alguien le ha seguido la pista a la "tanatomanía" del con-flicto en Colombia es la antropóloga María Victoria URIBE. SU obra inicial en este particular tiene el título que tomo prestado para el encabezado de esta sección (URIBE, M.V. 1990). A partir de entonces ella no ha cesado de publicar sobre el tópico, así que parece sensato detenerse en sus ideas que apuntan en la dirección de los interrogantes anteriores. Dos de sus publicacio-nes recientes sirven para el propósito (URIBE, M.V. 2004a; 2004b). En su punto de partida, la antropóloga afirma que el conflicto en Colombia no se organiza en torno a diferencias lingüísticas, religiosas o étnicas radicales que separen entre sí a los distin-tos bandos contendientes. Por el contrario, es sólo sobre la base del muy freudiano "narcisismo de las pequeñas diferencias" que éstos, antes como ahora, han apuntalado una dialéctica infran-queable de amigo/enemigo, propio/extraño, en una polarización que conduce a una guerra cuyo escenario es fundamentalmente rural. Para lograr sus fines, los contendientes se valen enton-ces del terror generalizado que produce en los vivos el espectá-culo de la manipulación de los cadáveres mutilados en las masacres que dejan a su paso, en su intento de controlar terri-torios, recursos y personas. El recurso a la masacre es pues el principal vínculo que le da continuidad a los dos períodos prin-cipales de violencia en el país durante los últimos sesenta años (URIBE, M.V. 2004b:132). Se trata de una verdadera "obsesión con la manipulación del cuerpo del Otro", que se manifiesta ahora por la "transformación de las víctimas en animales en la imitación del sacrificio industrial de ganado, y que acarrea una disminución de los significados adscritos al cuerpo del Otro" (URIBE, M.V. 2004a:80-81). Para la autora, la figura del "señalador" (o sapo, en la parla local), es decir aquel que indica

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a los sacrificadores las víctimas que deben morir, es crucial. Porque este "sapo", este hombre que precede a la muerte y que ahora va generalmente enmascarado para cumplir su papel de señalador, representa un "desorden clasificatorio", la ambigüe-dad y ambivalencia puras -o si se prefiere, el sapo, en su mime-sis, es un amigo y un enemigo, es propio y es un extraño, ambos atributos ejercidos de forma simultánea- (URIBE, M.V. 2004a:85; 2004b:51). El sapo simboliza, de esta forma, el limen de la alteridad, el umbral que separa, que al señalar radicaliza la alteridad, con el consiguiente desorden sacrificial que busca "lim-piar" la contaminación y restituir el orden.

No obstante, el tema que quizá más ha acaparado la aten-ción de esta autora es el de la manipulación de los cadáveres durante las masacres. Son los tristemente célebres "cortes" de la Violencia, que ahora los paramilitares realizan con aparatos mecánicos como motosierras, en una transformación más apro-piada (dice la antropóloga) para la era de la globalización. Este tratamiento del cuerpo constituye una "reconfiguración de los órganos y los miembros" del cuerpo humano. El objetivo es por supuesto lograr una desorganización que prive al cuerpo de su naturaleza humana y lo convierta en "una alegoría macabra". "Los cuerpos de las personas asesinadas", escribe, "se transfor-man en alteridades terroríficas, textos pedagógicos y ejemplarizantes que siempre logran sus objetivos" (URIBE, M.V. 2004a:89). Empero, la lógica detrás de tamaña desorganiza-ción post mortem se apoya en cuidadoso libreto que sigue las tres fases de todo acto ritual, desde el mismo punto en el que se anuncia a todos la inminente masacre, seguido del momento de la creación de un espacio sacrificial, para culminar en el acto del sacrificio humano mismo (URIBE, M.V. 2004b:84-92)8. Ade-más, las prácticas y técnicas de manipulación del cuerpo fueron inspiradas, durante la Violencia, en rutinas cotidianas de la

8 Esta formulación de la masacre como un acto ritual parece estar basa-da, de forma muy libre y superficial, en las formulaciones clásicas del sa-crificio ritual de autores como, por ejemplo, Marcel MAUSS y Henri HUBERT (1964) y Victor TUENER (1969). En todo caso, en manos de M.V. URIBE, el tratamiento de las fases del ritual y el ritual mismo resulta altamente idiosincrático.

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vida campesina en lo que tiene que ver con los modos del sacri-ficio de animales y de las usanzas culinarias que se estilan para preparar las viandas de animales domésticos y salvajes. Ahora, como antes, las operaciones sacrificiales en las masacres "re-fuerzan la transformación de las víctimas en animales". "Feminizadas y transformadas en animales, las víctimas son asimiladas a la esfera doméstica; se hacen susceptibles de ser penetradas, comidas y domesticadas. De esta forma, son deshumanizadas y la matanza, el desmembramiento y la vivi-sección de sus cuerpos se convierte en una acto lícito" (URIBE, M.V. 2004a:94).

La siguiente cita, que transcribo in extenso, representa muy bien la nuez de la propuesta interpretativa de María Victoria URIBE:

La alteridad no es establecida en los asesinatos masivos o en las mutilaciones de los cuerpos, como algunos autores opinan. (...) es la aplicación de tecnologías de terror y el uso de procedi-mientos semánticos lo que convierte a las personas en cuerpos destruibles y consumibles. En el contexto de la barbarie gene-ralizada que en la actualidad domina las áreas rurales colom-bianas al igual que aconteció durante la Violencia, no puede haber una exploración del Otro cuando su cuerpo es manipula-do y cortado en pedazos; solo hay certezas de muerte. Por medio de una operación semántica que es alimentada por el odio polí-tico, los seres humanos se transforman en criaturas inhuma-nas. Otros que, pueden ser asesinados y masacrados. Al mismo tiempo, esos cuerpos desmembrados se constituyen en los gene-radores últimos de terror. Si el Otro se piensa como una gallina o un pollo, es muy fácil cortarlo en pedazos. De esta manera, para el perpetrador no existen dilemas morales, ya que en sus términos no se lastima nada que sea humano; los muertos no tienen calidades humanas. Consecuentemente, en la mente del verdugo no hay una degradación sistemática ni una deshumanización porque lo único que está presente enfrente de él es la animalidad del Otro. Aquellos que realizan las masacres tienen ante sí a extraños que no pertenecen a su mundo, arque-tipos de lo innombrable: cercanos físicamente más distantes espiritualmente. Como tal, lo que en Colombia tenemos es un juego mortal de representaciones y auto-representaciones

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atrapadas en una lógica perversa e inhumana (URIBE, M.V. 2004a:94-94).

Los trabajos de María Victoria URIBE sobre la muerte y el morir en la larga guerra colombiana provocan en sus lectores reflexiones importantes. Sin duda hay mucho que aprender de lo que la autora dice en esto de las masacres. Ella es una de los pocos autores que se atreve a mirar de frente el espectro de la muerte y el morir violento en Colombia. Ése no es un mérito menor, porque si algo aprendimos del sumario anterior de las explicaciones en boga del conflicto colombiano, el del pasado y el de ahora, es que tal espectro es difícil de "esconder en el clóset". Todos los tratadistas, en efecto, prefieren auscultar las causas objetivas de la violencia o sus determinantes económicos. Y los partidarios de ver las dimensiones "culturales" del fenómeno, se quedaron en. generalidades a propósito de pautas de sociali-zación y adoctrinamiento escolar, o del "lenguaje" violento de los medios. Empero, uno no puede estar muy seguro de si sus formulaciones sobre actos rituales y sacrificios en las matan-zas, y si su uso de las correspondientes categorías, son apenas metafóricos; o si su tratamiento de tales hechos apunta en la dirección de lograr una comprensión del fenómeno, con base en una aplicación del saber acumulado sobre el tema del sacrificio en el caso que nos ocupa. En todo caso, la antropóloga ha labra-do para sí el prestigio de ser prácticamente la única violentóloga que trabaja sistemáticamente sobre estos interrogantes.

VII. Los muertos y los vivos

Dice Elias CANETTI (1987:203) que la convivencia entre los seres humanos se expresa siempre en las distancias "que dis-minuyen el incesante terror de ser asidos y agarrados". Esta aseveración la hace cuando en su Masa y poder estudia "las entrañas del poder". En esas entrañas está siempre el asir y el incorporar -temas que como él mismo explica, forman parte del comer, el propósito principal de toda muta de caza, la más anti-gua y limitada forma de masa humana cuyo origen es la jauría de animales que cazan juntos-. Toda fantasía de poder, opina el citado autor, es siempre una fantasía de incorporación; de la incorporación física de aquel otro ser humano que se considera

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inferior, subordinado, distinto, débil; esto es, de alguna manera menos humano. Escribe CANETTI (1987:206), y lo cito in extenso: Quien quiere enseñorearse de los hombres busca rebajarlos; privarlos arteramente de su resistencia y sus derechos hasta que estén impotentes ante él, como animales. Como animales los utiliza: aunque no lo diga, siempre tiene dentro de sí muy claro lo poco que representan para él; frente a sus confidentes los calificará de ovejas o de bueyes. Su meta última es siempre 'incorporárselos' y absorberlos. Le es indiferente lo que de ellos quede. Cuanto peor los haya tratado tanto más los desprecia. Cuando ya no sirven para nada, se libera de ellos en secreto, como excrementos, y se encarga de que no apesten el aire de su casa.

El último horizonte del poder es pues, para CANETTI, la incor-poración del Otro, algo que presupone necesariamente la elimi-nación de toda distancia social. Paradójico que algo tan consti-tutivo de lo social como es el poder, busque en últimas eliminar lo que es el fundamento de toda sociedad: el orden de la diferen-cia -otra manera de expresar esas distancias que establecen los seres humanos para separarse, o diferenciarse, unos de otros, expresión que pertenece a otro autor, Rene GIRARD-. En un pa-pel central en la teoría del poder que nos propone CANETTI está, pues, la antropofagia, como algo que media la diferenciación y la indiferenciación. Y esto sin duda merece atención, en espe-cial si recordamos que según Sigmund FREUD de las tres gran-des prohibiciones que regulan todo lo social, la prohibición del homicidio, la prohibición del incesto y la prohibición de la an-tropofagia, sólo las dos primeras parecen mantener toda su vi-gencia en la sociedad humana contemporánea. El canibalismo sólo se encuentra hoy en el diván psicoanalítico como deseo re-primido, fantasía sexual, deseo de muerte, etc. -excepto por uno que otro "pervertido" que logra llevar a la realidad sus más ocul-tos traumas de la fase oral, de la incorporación, el narcisismo y el homosexualismo-. Claro, el canibalismo también se encuen-tra, de tanto en tanto, en la ficción literaria o cinematográfica, por ejemplo, sobre todo para derogar de un Otro extranjero, extraño, "primitivo", como se suele decir (RAWSON 1999).

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En lo que sigue trataré de interpretar de forma sucinta los hechos que han servido de motivación para esta larga travesía por los recovecos del drama violento colombiano. Mi eje será el de la antropofagia (a la CANETTI), que como se recuerda figura como un texto marginal, casi oculto, dentro de los anales que guardan las viejas refriegas colombianas, apareciendo aquí y allá de forma fugaz para servir como una gran enseñanza mo-ral a sus testigos.

Recapitulemos. A propósito de una ley conocida como de Jus-ticia y Paz empiezan a salir a la luz secretos públicos sobre los autores de las matanzas en los últimos años en Colombia. En una primera nota, una señora reputada como bruja acude a las autoridades judiciales para revelar cómo protegía mágicamente, "cruzaba", a unos irregulares que debían pintarse las uñas de negro para espantar a la muerte. La mujer también tenía el poder de curar los miedos incontrolables y las persecuciones de las ánimas de los muertos que asolaban a sus asesinos. En una segunda nota, las ánimas de las víctimas poseían a sus victimarios por no haber enterrado sus despojos después de los rituales funerarios adecuados. Esas posesiones, o "espantos", que hacían convulsionar y desataban la ira de los vivos como parte de la venganza de los muertos, sólo se curaban mediante una "misa de sanación" que liberara al sufriente de su pena -una venganza, pues se trata de una pena causada por la pena que antes el asesino "causó" al difunto-. En la tercera noticia, además de la consabida "furia de los espíritus" desatada por los cadáveres insepultos de las matanzas, se habla de la antropo-fagia en la que incurren los combatientes como parte de su adoctrinamiento.

En esas noticias, que considero representativas del proble-ma del cuerpo fragmentado en Colombia a pesar de su relega-miento al departamento de lo exótico o de los detritos, se escon-den dos series complementarias. En la primera se revela el ase-sinato de la víctima, seguida del descuartizamiento de sus des-pojos para ser enterrados en un espacio de tierra que no impli-que una gran excavación o un tiempo de trabajo muy largo (o, como alternativa, para ser luego arrojados completos o por par-tes en los grandes ríos que bajan de los Andes). Ante la ausen-cia de cualquier ritual funerario, ausencia que hace del difunto un cadáver insepulto, parte de este muerto regresa (su espíritu

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o alma) y se apropia (posee) violentamente al asesino, hasta llegar a controlar todos sus impulsos, sus afectos, sus emocio-nes, sus ideas. El resultado de esta posesión violenta por parte de una entidad sobrenatural que regresa al mundo de los vivos por no encontrar su descanso en el mundo de los muertos, hace del victimario, ahora víctima, un ser otro, o si se prefiere su alteridad se disuelve en una mismidad violenta con la del di-funto, su antigua víctima. Tal violencia sólo se puede llevar a término si se pone en ejecución un ritual, el del exorcismo, que en este punto tardío de la secuencia reemplaza al ritual funera-rio omitido mediante un extrañamiento del espíritu del cuerpo del agresor y su retorno a donde debe pertenecer, al mundo de los muertos. Se trata de una separación ritual sustitutoria que vuelva a hacer explícita la separación entre este mundo y el otro -una separación en el plano colectivo, social, que sólo que-da completa mediante el ejercicio de la confesión exculpatoria del asesino, en la forma de un ritual de confesión católica, si ese es el caso; o a menudo en la confesión de crímenes que ordena la Ley de Justicia y Paz-.

En la segunda serie, complementaria de la anterior, opera la primera parte de la secuencia: el asesinato de la víctima, en este caso un miembro del propio grupo, es seguido de la frag-mentación de su cadáver para ser consumido, en una especie de comunión que incluye (o puede incluir) el beber de su sangre y el comer de su carne. El cadáver queda así incorporado al victi-mario, quien se apropia de los poderes del muerto y los pone al servicio del combate -de su combate como guerrero, en la fiesta de la guerra que no puede cesar, como advierte CANETTI, sino cuando se celebre la muerte del último enemigo-. Alternativa-mente, el guerrero puede consumir los despojos de una víctima sacrificial sustituía, un animal, por ejemplo un gato, con el fin de "cruzarse" (protegerse) contra sus enemigos. Especial pro-tección logra así enfrente de sus enemigos muertos en combate, porque sus almas siempre acechan para regresar de forma su-brepticia al mundo de los vivos, poseer el cuerpo del guerrero y "desatar" después su descontrol; se feminiza entonces su virili-dad al destapar lo "femenino" histérico en su comportamiento. Por lo demás, la antropofagia no tiene que ser ejercida sobre el cuerpo de un miembro del mismo grupo, de un propio en oposi-ción a otro: hay instancias bien documentadas, sobre todo en la

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época de la Violencia que muestran cómo se consumían los des-pojos de las propias víctimas de las masacres (documentadas, por ejemplo, en MOLANO 1985). Además, el cruzado queda estig-matizado para hacer visible su protección. Tal es el papel de la pintura de negro en las uñas de los combatientes. Finalmente, como en la serie anterior, la secuencia se cierra por el ritual de la confesión tanto en el plano sagrado como en el legal.

No obstante, hay una forma más simplificada de proponer las dos series anteriores. La primera serie quedaría transfor-mada en, primero, destrucción de la vida por el asesinato, se-guida por la fragmentación y dispersión del cadáver. La segun-da secuencia de la misma serie se inaugura por un retorno de parte de la vida antes suprimida y dispersada, el alma o el espí-ritu, que regresa para alojarse en un nuevo cuerpo, el cuerpo del asesino, y proceder a una verdadera venganza en la forma de la tortura psicológica que desata una forma de "locura" conversiva. Este desorden sólo es apañado por un ritual que restituya el orden al poner la "materia fuera de lugar" (en la acepción de Mary DOUGLAS 1966) en el lugar que le corresponde, esto es, en el mundo de los muertos.

La segunda serie parte, al igual que la anterior, de la des-trucción de la vida y la fragmentación del cadáver en sus com-ponentes sólidos y líquidos. Pero aquí la dispersión de los des-pojos se evita en favor de su consumo, de su incorporación antropofágica, por parte del victimario. Este último, después de reducir a su víctima a su mínima expresión en un ejercicio de poder que incluye, entre otras acciones deshumanizantes, la amenaza soez, el grito, la tortura y el maniatar a la víctima, se apropia de su poder -un poder que va a aumentar su propio poder de victimario-.

Ahora bien: si se ponen las dos series una al lado de la otra, lo que obtenemos es una ecuación que homologa la pérdida y el escape de la vitalidad por la muerte violenta, con una recupera-ción, también de forma violenta, de la vitalidad de lo sagrado. Entre uno y otro lado de la ecuación se encuentra el despojo del cadáver como un tercer término: la recuperación de la vitalidad perdida está así en función de la apropiación de los despojos humanos. En el primer caso, elementos de lo sagrado (el alma, el espíritu), todavía no domesticados o no transformados en ele-mentos no contaminantes o causantes del desorden mediante

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i el expediente de la puesta en escena de un ritual funerario, "regresan" con violencia a atacar a quienes arrebatando pape-les sacrificiales terminaron violentamente con su vitalidad. En el segundo caso, la domesticación del despojo humano se hace de forma directa por medio de su consumo.

En realidad, estamos aquí enfrente del viejo problema de toda la humanidad, en palabras de CANETTI, "la antiquísima oposición entre los vivos y los muertos" (CANETTI 1987:61). En el lenguaje de nuestras series, esta oposición se puede reformular como pérdida de la vitalidad/recuperación de la vitalidad, me-diada esta oposición por el consumo de la víctima, en un caso en la forma de un rito de paso que hace de la vitalidad perdida por la muerte fuente de una nueva vitalidad, la vitalidad que recu-pera la sociedad de la naturaleza; en el otro caso, la vitalidad es apropiada mediante el consumo de la comida cruda, siempre la forma más terrorífica de la antropofagia del co-específico hu-mano, ese ritual del que es mejor no hablar aunque sea un se-creto público, un secreto que todos sabemos que no podemos saber (RAWSON 1999). Por lo demás, al hablar del ritual funera-rio como "consumo", hago alusión al hecho de que mediante el ritual se domestica la muerte, esto es, se hace un objeto de la cultura, muy a la manera en que LÉVI-STRAUSS postulara el paso entre el alimento crudo y el alimento cocinado. En una clara distinción de esta "domesticación", el consumo en la antropofa-gia es de carne cruda que esconde una violencia no tamizada por la norma cultural.

Las notas anteriores sobre el cadáver insepulto y la antropo-fagia en los tormentos colombianos aceptan, desde luego, que en una sociedad tan ritualizada como ésta el problema de los órdenes de diferenciación/indiferenciación sociales está todavía muy en los terrenos de la violencia sacrificial, a la manera de Rene GIRARD en La violencia y lo sagrado (1983). Empero, la propuesta no sigue el planteamiento de este autor en lo que atañe a que la violencia sacrificial es la forma principal de des-viar la consustancial violencia humana, al concentrarla en una víctima propiciatoria. Por el contrario, aquí más que una des-viación de la violencia lo que hay es una reapropiación directa, inmediata, mediante una no muy compleja elaboración ritual. Y aquí uno está a veces tentado a hablar de precarias parodias rituales, por ser éstos hechos de desagregación-reagregación

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incorporada de cuerpos humanos imitaciones cruelmente bur-lescas del ritual. Todo esto en el contexto de guerreros que no por toda su crueldad, su violencia, sus trajes camuflados que imitan guerreros cyborgs de fantasías made in usa -o no tan fantasías, porque estos "comandos" (así se llaman entre ellos, cf. JARABA 2007) son copias "tropicales" de otros comandos de asalto en otras tierras-, dejan de ser campesinos enfundados en uniformes militares por la paga, el prestigio o la amenaza del castigo y el ajusticiamiento, o cualquier otra razón de las mu-chas aducidas. Al pasar tales ejercicios rituales por la fragmen-tación del cadáver o su consumo físico se pone de nuevo en la liza, y de forma muy protagónica, el hecho de que si se quiere entender el ritual hay que abocar aquellos aspectos que hablan de la centralidad de la alimentación en el sacrificio -tal como lo pide CANETTI y lo reitera Maurice BLOCH-. Se trata de un meca-nismo ritual análogo al que BLOCH postula en su Prey into Hunter. The Politics ofReligious Experiencie (1992) y que deno-mina la "violencia de retorno" o "violencia de reacción" (rebounding violence) -es decir, el resultado de reincorporar la vitalidad tanto en el cuerpo político de la sociedad como en el cuerpo de los sacrificantes, que se obtiene por la recuperación violenta de una vitalidad transformada en trascendente des-pués del ejercicio de una violencia sacrificial muy real, puesto que destruye la vida misma-.

Estas reflexiones, además, tienen otra implicación. En un país como Colombia, la prohibición del incesto, la prohibición del asesinato y la prohibición de la antropofagia, o mejor su sistemático quebrantamiento -y no sólo en la disposición analí-tica del diván- están todas muy a la orden del día. Empezar a entender este complicado juego entre la pulsión y la norma, parece constituirse en una tarea central para acercarnos a una mejor interpretación de los conflictos locales. Sin duda se trata de una muy buena y urgente tarea, para un etnopsicoanálisis que se deje tocar por las ideas de Georges DEVEREUX en torno al complementarismo explicativo (DEVEREUX 1972). En paráfrasis de éste (1972:11), si un fenómeno como las violencias colombia-nas admite una explicación, digamos que una explicación que haga énfasis en sus "causas" objetivas, o en su racionalidad eco-nómica, admitirá también otro número de explicaciones, todas tan capaces como la primera para elucidar el problema en cues-

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tión! En este orden de ideas una explicación antropológica in-formada por las tesis psicoanalíticas de FREUD tiene que empe-zar a asumir su papel, por indigeribles fácilmente, para seguir con las formulaciones culinarias, como puedan resultar sus con-clusiones. Y mucho de indigerible, de seguro, tendrán muchas de las afirmaciones que por aquí corrieron. Tan tersas y direc-tas que ellas resultaron. Porque en asuntos de caníbales, como enseñó hace siglos Michel DE MONTAIGNE, no siempre lo Otro es lo bárbaro, y lo propio tiene más de bárbaro que lo que se está dispuesto a admitir.

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Diario El Tiempo de Bogotá. Revista Semana.

Anexo 2. Colaboradores

María Paula ALMIRÓN Psicóloga Clínica y Forense Servicio Psiquiátrico Nacional de Máxima

Seguridad, Rampton Hospital, Inglaterra Correo electrónico: [email protected]

Julio E. ARBOLEDA-FLÓREZ Médico Cirujano Universidad Nacional de Colombia. FRCPC, FAPA, FABFE, FACFP, DABFP, PhD (Epidemiology) Emeritus Professor & Chair, Divsion of Forensic & Correctional Psychiatry

Deparment of Psychiatry Providence Care Mental Health Services Kingston, Ontario Correo electrónico: [email protected]

Ramiro BORJA-ÁVILA Doctor en Derecho y Leyes, Universidad de Medellín-Colombia Magistrado Auxiliar en el Consejo de Estado Especialista en Contratación Pública, Responsabilidad Extracontractual del Estado, y en lo Administrativo y Laboral Correo electrónico: [email protected]

Berta Lucía CASTAÑO Médica y Cirujana de la Universidad del Valle-Colombia Especialista en Psiquiatría Universidad Nacional de Colombia Especialista en Ética y Derechos Humanos

Universidad del Valle-Colombia Magíster en Psiquiatría Forense de la Universidad

Nacional de La Plata-Argentina Ex Psiquiatra Forense del Instituto Nacional de

Medicina Legal y Ciencias Forenses Bogotá DC-Colombia

Correo electrónico: [email protected]

Leddy CONTRERAS-PEZZOTTI Médico Cirujano Universidad de Caldas Especialista en Psiquiatría de la Universidad Nacional de Colombia

Magíster en Psiquiatría Forense de la Universidad Nación 1 de La Plata-Argentina.

Psiquiatra Forense del Instituto Nacional de Medicina Le gal y Ciencias Forenses

Bucaramanga-Colombia Profesor Titular de Psiquiatría de la Facultad de

Medicina de la Universidad de Santander-Bucaramanga-Colombia

Correo electrónico: [email protected]

Lisieux E. DE BORBA TELLES Médica Psiquiatra Forense del Instituto Psiquiátrico

Forense Mauricio Cardoso-Rio Grande do Sul Magíster en Psiquiatría Forense de la Universidad

Nacional de La Plata-Argentina. Alumna del Doctorado en Medicina de la Universidad

Nacional de La Plata-Argentina Profesora del curso de especialización en Salud Mental

y Ley de la Fundacáo Faculdade Federal de Ciencias Médicas de Porto Alegre

Directora de Ejercicio Profesional de la Sociedad de Psiquiatría de Rio Grande do Sul-Brasil

Correo electrónico: [email protected]

Ernesto DOMENECH Abogado. Universidad Nacional de La Plata Especialista en Ciencias Penales Universidad

Nacional de La Plata Profesor Titular de Derecho Penal Universidad

Nacional de La Plata Director de la Especialización en Derecho Penal y

docente de las asignaturas Epistemología Penal y Política Criminal

Docente invitado en la Especialización en Gestión

Judicial Universidad Nacional de La Plata y en el Magíster en Psiquiatría Forense de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata

Director del Instituto de Derechos del Niño y de las publicaciones virtuales Intercambios y Niños, Menores e Infancias

Correo electrónico: [email protected] Franklin ESCOBAR-CÓRDOBA Profesor Asociado de Psiquiatría de la Facultad de

Medicina Universidad Nacional de Colombia Médico Cirujano y Especialista en Psiquiatría

Universidad Nacional de Colombia Magíster en Psiquiatría Forense y Doctor en Medicina

Universidad Nacional de La Plata-Argentina Ex Psiquiatra Forense del Instituto Nacional de

Medicina Legal y Ciencias Forenses Bogotá DC-Colombia Correo electrónico: [email protected]

Jorge Osear FOLINO Médico y Doctor en Medicina Facultad de Ciencias

Médicas Universidad Nacional de La Plata-Argentina. Profesor Titular de Psiquiatría Profesor en Ciencias Médicas, Facultad de

Humanidades y Ciencias de la Educación Universidad Nacional de La Plata-Argentina.

Especialista Jerarquizado en Psiquiatría y Psicología Médica, Colegio de Médicos de la Prov. de Buenos Aires

Correo electrónico: [email protected]

Teresita GARCÍA-PÉREZ Doctora en Ciencias Médicas Especialista de II Grado en Psiquiatría Profesora Auxiliar del Instituto Superior de Ciencias

Médicas de La Habana Profesora Titular adjunta del Instituto Superior del

Ministerio del Interior de Cuba

Profesora Asistente adjunta de la Universidad de La Habana Coordinadora del Diplomado de Investigación de

Homicidios de la Universidad de La Habana y profesora principal del módulo de Psicología Criminal de dicho diplomado.

Coordinadora del Diplomado de Suicidología de la Escuela Nacional de Salud Pública de Cuba

Correo electrónico: [email protected]

Jaime GAVIRIA TRESPALACIOS Médico Cirujano Universidad Nacional de Colombia Especialista en Psiquiatría Universidad Humboldt de

Berlín-Alemania Ex Jefe del Servicio de Psiquiatría Forense del

Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses

Correo electrónico: [email protected]

Jorge Oswaldo GONZÁLEZ ORTIZ Psicólogo Universidad Católica de Colombia Especialista en Epidemiología Escuela de Medicina

Juan N. Corpas Epidemiólogo de Campo Field Epidemiology

Training Program in Colombia, Centers for Disease Control and Prevention CDC-Instituto Nacional de Salud

Especialista en Investigación Criminal Escuela Nacional de Policía General Santander

Candidato a Doctor en Salud Pública Facultad de Medicina Universidad Nacional de Colombia

Asesor Externo del Comité de Salud Mental de la Academia Nacional de Medicina de Colombia

Miembro de la Asociación Colombia de Epidemiología-ASOCEPI

Psicólogo Epidemiólogo Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Colombia

Correo electrónico: [email protected].

Myriam JIMENO SANTOYO Doctora en Antropología Universidade de Brasilia Profesora Titular Centro de Estudios Sociales. Departamento de Antropología. Universidad Nacional de Colombia Correo electrónico: [email protected]

Javier Augusto ROJAS GÓMEZ Médico Cirujano y Especialista en Psiquiatría

Universidad Militar Nueva Granada Funcionario del Instituto Nacional de Medicina Legal y

Ciencias Forenses Coordinador de la Unidad Especial de Comportamiento

Criminal de la Fiscalía General de la Nación Miembro Activo de la Asociación Colombiana de

Psiquiatría Bogotá DC-Colombia Correo electrónico: [email protected].

María Ruiz SWEENEY General Psychiatry, Psychopharmacology and

Forensic Psychiatry, San Antonio, Texas-USA Correo electrónico: [email protected].

Carlos Alberto URIBE Doctor en Antropología de la Universidad de

Pittsburgh (EE.UU.) Profesor Titular Departamento de Antropología

Universidad de los Andes, Bogotá-Colombia Correo electrónico: [email protected].