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1º Edición Diciembre 2021©Kelly Myers

PAPI MULTIMILLONARIOTítulo original: Billionaire Daddy

Traductora: Beatriz Gómez

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes,queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del copyright, la

reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método oprocedimiento, así como su alquiler o préstamo público.

Gracias por comprar este ebook.

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Índice Capítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13Capítulo 14Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Capítulo 18Capítulo 19Capítulo 20Capítulo 21Capítulo 22Capítulo 23Capítulo 24Capítulo 25Capítulo 26Capítulo 27Capítulo 28Capítulo 29Capítulo 30Capítulo 31Capítulo 32Capítulo 33Capítulo 34

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Capítulo 35Epílogo

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Capítulo 1

Ashley

Mientras espero en la terraza de una cafetería a mi amiga Laurel, doyun sorbo a mi café, que todavía está caliente. El local está a rebosar y nodejo de preguntarme qué ocurre. Dondequiera que mire, veo parejas.Hombres y mujeres sonrientes y felices que me incitan a decirles que sevayan a una habitación.

Me siento como si estuviera atrapada en una comedia romántica, en laque ni siquiera soy la protagonista. Esa es la parte triste. Es mi vida, mihistoria, y Ashley Monroe apenas tiene un papel secundario. Suspiro,acomodo un mechón de pelo rubio dorado detrás de la oreja e intento deaveriguar por qué las citas me resultan tan difíciles.

Una vez más, culpo a las películas por darme expectativas pocorealistas.

¿A quién quiero engañar? Soy optimista y sueño con un encuentrocon un apuesto desconocido que me ofrezca una aventura romántica, pero lavida no es tan perfecta.

—¡Ash! —Levanto la vista y veo que Laurel Simms. Ella se acerca yse sienta frente a mí. Aunque tiene el pelo y los ojos oscuros, no podría ser

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más una chica del valle de California—. Lo siento, llego tarde, pero tengouna buena razón y no te la vas a creer.

Levanta su mano izquierda para mostrar un anillo de compromiso dediamantes y da un grito.

Me quedo con la boca abierta, me levanto de un salto y la abrazo.

—Oh, Laurel, me alegro mucho por ti. —Sujeto su mano y la levantopara poder ver de cerca la piedra—. Es preciosa —añado mientras gira lajoya de un lado a otro para captar la luz.

—Estaba muy nervioso y era más que adorable —explica, sin poderapartar los ojos del anillo—. Se arrodilló y hasta le pidió permiso a mipadre. Fue todo muy tradicional.

—Ryan es un buen tipo. ¿Hay alguna posibilidad de que tenga unhermano que no conozcamos?

Laurel se ríe.

—Lo siento, solo una hermana. De todas formas, hay muchoshombres buenos por ahí y creo que es hora de buscarte uno. ¿Cuánto tiempoha pasado desde Ben? ¿Un par de años?

Al mencionar el nombre de mi ex, mi estómago se contrae. Nuestrarelación fue muy tóxica.

—Dos años y medio. Y, él es probablemente la razón por la quetodavía estoy soltera.

Aunque solo estuvimos juntos cuatro meses, se las arregló paradestrozarme la vida. Mi autoestima se fue por la ventana y nunca me sentílo suficientemente buena para él. Acabé descubriendo que se veía con otra

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chica al mismo tiempo que salíamos y que prefirió quedarse con ella,aquello fue un golpe definitivo para mi ego.

«Gracias, Ben Miller, por tomar veintidós años de confianza en mímisma y destrozarla en cuestión de meses».

—Sigo pensando que deberías probar las citas online.

Inmediatamente sacudo la cabeza. Por supuesto que no.

—Prefiero estar soltera, gracias. Hay demasiados bichos raros por ahíy, de todos modos, ¿cómo sabes con quién hablas de verdad?

—¡Conociéndolos!

Con el codo sobre la mesa, apoyo la cabeza en la palma de la mano yfrunzo el ceño.

—Haces que parezca muy fácil.

—Es fácil —insistió ella—. Incluso te ayudaré a hacer tu perfil.

Vuelvo a sacudir la cabeza y suelto un suspiro.

—La idea de aparecer en Internet me da escalofríos. Tal vez seaanticuada, pero necesito “El momento”. —Laurel entorna los ojos, sincomprender—. Ya sabes, como cuando entras en una habitación y tus ojosse encuentran con los suyos por encima de la multitud y todo parecedetenerse. Es cuando surge una corriente eléctrica entre él y tú. Es elmomento.

—¿Quieres enamorarte en una película? ¿O en la vida real?

Me echo a reír.

—Las citas online son superficiales.

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—Vale, retrocedamos. —Laurel muestra una sonrisa de satisfacción—. Cuando entras en esa habitación y tus ojos escanean la multitud, sabesque en realidad estás juzgando por su aspecto a cada hombre que está allí,¿verdad?

A veces Laurel es demasiado inteligente para su propio bien.

—Puede que tengas razón. —¿Qué importa si elijo la foto de unhombre en línea o su cara en persona? Todas las citas son bastantesuperficiales. —Vale, tienes razón —admito finalmente.

—Gracias.

Doy un sorbo a mi café y mi mirada se desvía hacia una parejacercana. Están inmersos en su propio mundo. Se agarran de la mano,susurran secretos y se lanzan largas miradas. La verdad es que no tengoexperiencia con ese tipo de emociones, ya que nunca he tenido esa conexióntan profunda.

—Tal vez no hay nadie destinado para estar conmigo. Si no, no seríatan difícil.

Qué pensamiento tan triste y deprimente.

—Claro que hay alguien —asegura Laurel—. Te mereces el amorcomo todo el mundo y voy a ayudarte a encontrarlo. Si me dejas.

Por un momento, no digo nada mientras considero mis opciones. O, lafalta de ellas. Quiero decir, ¿qué es lo peor que podría pasar? No meencontraría con nadie y seguiría en el mismo barco, ¿no? No hay mal quepor bien no venga.

«Arriésgate», me digo como si escuchara una vocecita.

Me muerdo el labio.

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—No puedo creer que esté diciendo esto, pero... ¡Está bien!

—¡Sí! —Laurel aplaude—. Vendré más tarde y te ayudaré aprepararlo todo. Te prometo que vas a tener un montón de citas.

—No sé nada de eso, pero espero que haya un buen chico por ahí paramí.

—Estoy segura.

—Quizá también puedas ayudarme a encontrar un trabajo —sugiero—. Mis préstamos estudiantiles me están matando y he enviado currículospor toda la ciudad. Pero, nadie me llama. A este paso, tendré que irbuscando en locales como este. —Miro el escaparate de la cafetería.

—Eres una mujer de negocios, Ash, no camarera. No tienes ni idea.

—Me estoy dando cuenta de que los diplomas universitarios no dande comer. Así que tengo que encontrar un trabajo remunerado.

Me desliza una mirada comprensiva.

—¿Por qué no hablo con mi padre? Quizá pueda concertar unaentrevista con una de las empresas para las que hace trabajos de consultoría.

—¡Me encantaría!

—Si puedo encontrarte un trabajo y un novio, en serio soy la mejoramiga de la historia.

—La mejor. —Estoy de acuerdo y sonrío.

Tal vez no es demasiado tarde para dejar el papel secundario y ser laestrella de mi propia historia. Incluso, con un poco de suerte, puedencambiar las cosas.

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Capítulo 2

Drew

Con un poco de suerte, me imagino que podré esquivar a CharlesWhitmore y evitar las miradas de muerte. Tal vez las merezca poracostarme con su mujer, pero fue ella la que se me echó encima. ¿Qué sesupone que debía hacer? Además, he estado disponible y sin esposa desdeque Tabitha y yo nos divorciamos hace tres años. Dios, qué desastre resultónuestro matrimonio.

Mientras avanzo por el Pacific Club, un lugar emblemático del barrioacomodado de Nob Hill, evito hablar con alguno de sus miembros. Noestoy de humor para charlas triviales y he venido esta noche para sentarmeen un rincón, beber un whisky escocés ridículamente viejo y formar un planB para hacerme con la última empresa que quiero.

A pesar de que soy delgado y muy alto, un metro noventacentímetros, me inclino en la silla y trato de mostrarme inaccesible paratodo el mundo, incluso apoyo un tobillo en la rodilla contraria a modo debarrera. Recorro con la mirada la sala de paneles oscuros y la decoraciónmasculina. El club se fundó en 1888 y cuenta con miembros que son de lomejor de las élites de San Francisco. Al haber crecido en un barrio pobre deChicago, ni en un millón de años habría pensado que un día estaría sentado

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aquí, formando parte de un grupo tan exclusivo, y bebiendo whiskyMacallan de trescientos dólares la botella.

«Qué suerte tengo, ¿verdad?».

Suspiro y vuelvo a preguntarme qué demonios me pasa. Crecícomiendo sándwiches de mortadela y viajando en autobús. Ahora tengo unchef personal, soy multimillonario y conduzco un Lamborghini. Vivo enPacific Heights, en lo alto de una serie de colinas empinadas con la mejorvista de la ciudad sobre la bahía de San Francisco. El pequeño trozo decielo inmobiliario que se extiende desde la calle Lyon hasta la calleDivisadero, más conocida como avenida de los millonarios o Billionaire'sRow. Vivo allí porque soy empresario y dirijo Carson Industries, un negociode gran éxito que se dedica a las fusiones y adquisiciones.

Tengo literalmente, lo mejor de todo lo que el dinero puede comprar.Pero, últimamente, siento que me falta algo.

«Tal vez estoy cansado», pienso mientras doy un sorbo a mi bebida.Tengo cuarenta y cinco años, aunque estoy tan en forma como si tuvieraveinticinco, solo que ahora soy experimentado y codiciado. Los hombresquieren ser mis aliados y las mujeres acostarse conmigo. Según ellas, es porla llamativa combinación de mi pelo castaño y mis ojos azul oscuro.

La esposa de Whitmore, que es británica, dijo que cuando me vio sele cayeron las bragas.

No entiendo mucho de eso, pero sí sé que con una mirada mía se lescaen a todas. No es que me queje, lo que ocurre es que son muy predeciblesy se ha vuelto muy fácil, ya nadie me desafía. Ven a Drew Carson,multimillonario de San Francisco, y se doblegan para complacerme, ya seaen la sala de juntas o en el dormitorio.

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«Jesús, Drew, deja de quejarte. Nadie se siente mal por ti».

En realidad, yo me siento mal por mí, así que ¿por qué no puedosentarme aquí y enfurruñarme un poco? Pago suficientes cuotas anualescomo socio en este maldito lugar; así que, si quiero seguir bebiendo suMacallan y tener una fiesta dándome lástima, ¿quién va a detenerme?

Nadie me lo va a impedir, porque la verdad es que a nadie le importa.

Mientras contemplo la posibilidad de encender uno de los elegantespuros cubanos del club, descubro a mi presa.

James Douglas, el actual director general de JD Unlimited, entra en lasala y se detiene a saludar a un grupo de hombres. No es miembro, así queme pregunto quién lo habrá invitado. No es que importe, pero me odia amuerte y cuando se entere de que soy socio, no se unirá al Pacific Club.

Hace unas semanas, decidí apuntar y adquirir JD Unlimited, unaempresa de tecnología. James Douglas quiere seguir siendo independiente yha peleado mucho. No todas las fusiones y adquisiciones son pacíficas y elpobre está a punto de aprender de la manera más dura que, una vez quepongo el ojo en un objetivo, pasa a ser mío.

Mierda. Me ha visto. Bebo el resto de mi bebida, dejo el vaso y medirijo a la salida. No necesito una confrontación delante de los demásmiembros.

Él me pisa los talones y, en el momento en que salgo por la puertaprincipal de la casa de piedra rojiza y subo a la acera, me llama por minombre.

—¡Carson!

Respiro profundamente, molesto, y me doy la vuelta muy despacio.

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James Douglas tiene treinta y dos años y se comporta como el surfistacaliforniano que solía ser de joven. Desenfadado y despreocupado. Essorprendente que la empresa tenga tanto éxito con ese tipo de actitud.

—Douglas —saludo con voz fría—. No estoy de humor para hablarahora.

—Buen intento, pero mi consejo de administración y mis accionistasno están interesados en ser dirigidos por Carson Industries. No te van avender sus acciones, así que puedes agarrar tu oferta de compra y metértelapor el culo.

Este grosero realmente me cabrea.

Estaba equivocado al pensar que una oferta pública por una gran partede sus acciones a un precio fijo, superior al valor actual del mercado,animaría a los accionistas a venderme sus acciones. No fue así. Oh, bueno,entonces es el momento de cortar. Y voy a disfrutar arrancando la compañíade las manos de este imbécil.

—No te preocupes. Tengo otras maneras de quitártela.

Antes de darme cuenta, el normalmente relajado James Douglas lanzaun puñetazo y siento que mi cara se desplaza hacia un lado. Me doy lavuelta y, con los ojos encendidos, lo derribo de un placaje. Mientrasrodamos por la acera, solo puedo imaginarme lo que estarán pensando losarrogantes miembros que se encuentran fuera del club.

Nuevos ricos de mal gusto, sin duda.

Pero no me importa tanto como para detenerme. Crecí peleando en ellado sur de Chicago; así que, si alguien me da un golpe, caerá.

«Cabrón», pienso antes de darle un puñetazo en la mandíbula.

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—¡Sepárense! —grita una voz.

Un momento después, siento que alguien me arranca de Douglas. Élse levanta y nos miramos mientras respiramos con dificultad.

—Me arruinaré antes de venderte nada —amenaza.

Muevo la mandíbula de un lado a otro, asegurándome de que no estárota. Entorno los ojos sin mostrar ninguna emoción, como los de un tiburón.

—Eso ya lo veremos —advierto y me alejo.

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Capítulo 3

Ashley

Laurel sirve otras copas de vino mientras deseo que esto funcione.Comienzo a revisar mis fotos de perfil en las redes sociales, en busca de laresulte perfecta para PerfectMatch.com.

—Tienes que te mostrar un aspecto inmejorable, aunque es más queeso —observa con voz pensativa—. Debes dar en el clavo: atractiva, fiabley competente. —Bebe un sorbo de vino y pasa el dedo—. Tiene que ser unaimagen llamativa. Eres rubia, así que estoy buscando una foto tuya de rojo.Te queda muy bien ese color.

—Gracias. —No puedo evitar reírme. Se lo está tomando demasiadoen serio—. Y no olvides usar Leigh y no Ashley. No me siento cómodausando mi verdadero nombre.

—Entendido. Y no te preocupes. Nadie usa su nombre real.

Frunzo el ceño.

—Espera. ¿En serio? Si solo voy a conocer a un grupo de gentediferente, ¿qué sentido tiene?

—Vaya, creo que la he encontrado.

—¿Cuál? —Me inclino con curiosidad, pero no me muestra la foto.

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En cambio, la estudia durante un largo minuto.

—La que muestra tus preciosos y aniñados ojos azules que indica quese puede confiar en ti. Una sonrisa que muestra algunos dientes, pero nodemasiados, lo que te hace simpática y competente. Y, sonríes totalmentecon los ojos. ¡Excelente! Tyra Banks estaría muy orgullosa. Y, si norecuerdo mal, te tomaste un par de copas antes de que te hicieran la foto, asíque pareces divertida y despreocupada.

Finalmente, da la vuelta al teléfono y me veo con un aspecto feliz ydespreocupado de una noche que salimos hace un año o así. Aquel era unbuen día y mi pelo rubio caía justo por encima de los hombros en forma deondas. Mis ojos azul verdoso lucían brillantes y no se puede negar que elvestido rojo mostraba mis curvas y mis largas piernas. Cuando era pequeña,mi hermano se burlaba de mí y me llamaba Piernas Largas. Siguen siendodemasiado largas, pero por suerte eso es algo bueno.

Laurel empieza a dar golpecitos y a levantarse.

—Voy a pasarlo por un filtro y estará lista. Ahora, ¿qué quieres decirsobre ti?

Me encojo de hombros. Esto se está convirtiendo en una produccióny, sinceramente, lo más seguro es que no la lleve a cabo. Pero dije a Laurelque lo haría, así que qué demonios. Es hora de ser ingeniosa, encantadora yde escribir un perfil digno de ser enviado.

—Espera. Dame un segundo. —Empiezo a anotar algunas cosas y,después de unos minutos, levanto la vista, con ojos brillantes—. Bien, estoes lo que tengo: Las cosas pequeñas son las que me hacen feliz. Un cafénegro y fuerte de la cafetería que hay junto a mi casa. Un ramo demargaritas del mercado agrícola. Ver mi programa favorito y eso incluyecualquier cosa que implique organización. Soy una especie de fanática del

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orden. Mis placeres culpables son el helado de menta y chocolate y la pizza.Mis amigos dirían que soy divertida, apasionada, un poco solitaria yterriblemente adicta al kétchup. Lo pongo en todo y no bromeo. Si eresamable, quizá podamos compartir unas patatas fritas. Siempre que esténahogadas en kétchup.

Laurel se echa a reír y aplaude.

—Perfecto. Subo tu foto y me la envías para que la añada a tu página.—Reenvío la biografía y tomo otro sorbo de vino. Un minuto después, melanza una sonrisa triunfal—. Enhorabuena, Leigh. Ahora estás activa enPerfectMatch.com.

—Oh, qué bien — digo sin entusiasmo y bebo el resto del vino. Sinembargo, abro la aplicación recién instalada y la compruebo—. Uhm,Laurel, eso no se parece en nada a mí. —Hago una mueca.

—¿Qué dices? —Se inclina y mira mi foto.

Dejando de lado la modestia, admito que he sido bendecida conbuenos genes. Tengo el pelo grueso, con mechas naturales, las cejas másoscuras para un buen contraste, los ojos de un tono cambiante de verdeazulado como el mar y mido un metro setenta con algunas curvas decentesy largas piernas.

Pero no soy una supermodelo muerta y hermosa como la foto queestoy mirando. Si Laurel me hubiera puesto un par de alas enormes ylencería de encaje, sería esa impresionante modelo de Victoria's Secret.

—Me has hecho parecer ridículamente... guapa.

—Todo lo que hice fue pasar tu foto por un filtro para realzar lo queya está ahí. Eres preciosa, tonta.

—No se parece en nada a mí —insisto.

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—Claro que sí.

—No, de verdad, Laurel, no se parece.

—¿A quién le importa? Nadie se parece exactamente a su foto.Créeme, vas a recibir un montón de mensajes. —Me acobardo. Eso esexactamente lo que temo. Entonces, ella, se lleva una mano a la boca—.Oh. Ahora recuerdo que mi padre tiene un amigo en una empresa y me hadicho que le envíe tu currículum.

—¿Hablas en serio? Es una noticia increíble. Sobre todo, porquetengo una pila de facturas atrasadas sobre la mesa que no hago más queretrasar—. ¿Cuál es la empresa?

Ella piensa por un momento.

—Uhm, Car and Company o algo así.

Cojo mi portátil y busco el nombre del negocio en el buscador.

—No veo nada. ¿Están aquí en San Francisco?

—Sí. Puedo enviarle un mensaje a mi padre y preguntarle.

Ella comienza a teclear y sigo buscando hasta que leo una empresallamada, Industrias Carson.

No pierdo tiempo en introducir el nombre de Carson Industries y, ensegundos, aparecen miles de páginas.

—Parece que hacen fusiones y adquisiciones.

—¿Eh?

—Fusiones y adquisiciones —aclaro.

Al menos puedo decir que he aprendido algo después de cuatro añosde carrera de negocios en la Universidad Estatal de San Francisco. Merece

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la pena los treinta mil dólares en préstamos estudiantiles que debo,¿verdad?

—Suena emocionante. —Su tono no podría ser más sarcástico.

—Está relacionado con los negocios. Es un cheque de pago. —Melevanto de un salto, imaginando que toda mi deuda desaparece—. Voy aenviar mi currículum ahora mismo.

Laurel se ríe y busca en Google Industrias Carson. Se desplazadurante unos veinte segundos antes de que escuche su rápida inhalación.

—Mierda. —Sus ojos están tan abiertos como platos.

—¿Qué?

—¿Has visto al propietario? —Amplía una foto y la gira para quepueda verla.

Mi corazón da una pequeña patada al mirar al director general, DrewCarson. Tiene el pelo negro, los ojos azul oscuro y una mandíbula cinceladaque dejaría sin aliento a cualquier mujer.

—Es... atractivo.

Laurel suelta una carcajada y un bufido.

—Eso es un eufemismo. Dios mío, Ash, está como diez veces másbueno que Chris Hemsworth en Thor.

Laurel juzga a todos los hombres en comparación con ChrisHemsworth, su amor de Hollywood. Pero, nunca la había oído describir aun hombre como diez veces más sexy.

—No lo sé. Es guapo, pero probablemente lo sabe. Quiero decir queal mirarlo se nota que es un engreído. Rezuma arrogancia. —Señalo su foto—. Y, definitivamente, es mayor. ¿Tal vez de treinta años?

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En un minuto, Laurel saca su biografía.

—Tiene 45 años y es un multimillonario hecho a sí mismo. —Aclarala última parte en caso de que no la haya escuchado la primera vez—. No esun millonario de segunda categoría. Hablo de multimillonario conmayúsculas.

—Vaya. —Parpadeo y me muerdo el labio. Demasiado intimidante.

Espero por Dios que, si me llaman para una entrevista, no sea con él.Me cagaría dos veces y me moriría.

—Este hombre parece un auténtico tiburón. Tiene una reputacióndespiadada. En los negocios y con las mujeres — dice con una sonrisaperversa—. ¿Conoces a la glamurosa Tabitha Banks? Estuvieron casados,pero parece que aquello se acabó. Apuesto a que ella le quitó parte de suriqueza. —Revisa un artículo tras otro—. Maldita sea, el tipo ha salido contodo el mundo. ¡Mira! ¿Recuerdas esa canción que nos encantaba de esaestrella del pop, Sabrina? Salió con ella.

Pongo los ojos en blanco.

—Bien por él —digo. Me importa un bledo el historial de citas yconquistas de ese hombre—. Estoy segura de que es tremendamente felizcon sus miles de millones de dólares y sus infinitas mujeres. Pero, todo loque quiero es un trabajo.

—Bueno, esperemos que el gran papaíto te dé uno. Y, para que sepas,si empiezas a trabajar allí, iré a visitarte casi todos los días —asegura ella.

—¡Estás loca! —No puedo evitar reírme.

La idea de relacionarme a diario con un hombre que hace que BradPitt parezca hogareño, me inquieta un poco. Pero, por otra parte, tal vez

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haya utilizado el mismo filtro que Laurel usó conmigo, pienso, y no puedoevitar sonreír.

Nadie se parece a su foto.

Tengo que recordarlo.

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Capítulo 4

Drew

¿Quién coño ha hecho esta foto? ¿Y cómo no me he dado cuenta?

Sacudo la cabeza y cierro el portátil. No puedo seguir mirando lapágina de cotilleos con la imagen de James Douglas y yo dándonospuñetazos, y luchando en el suelo como un par de chicos de fraternidadborrachos frente al Pacific Club. Y, gracias a él, tengo un bonito moratón enla mandíbula inferior. Tal vez si no me afeito, la barba me ayude adisimularlo.

¿Qué hombre de cuarenta y cinco años se mete en peleas fuera de suclub y luego se presenta en el trabajo para dirigir su empresa de milmillones de dólares con aspecto de gentuza? No es una buena manera deimpresionar a los clientes potenciales.

Con un suspiro, me paso una mano por el pelo oscuro, me levanto yme estiro, y luego me dirijo al borde de la terraza exterior. Me apoyo en labarandilla de cristal y cierro las manos sobre su borde, cinco pisos porencima de la esquina de la calle, y contemplo la vista del puente GoldenGate y Alcatraz. Es realmente impresionante. Pacific Heights tiene la mejorvista de San Francisco y vale los treinta millones de dólares que pagué porla propiedad de diez mil metros cuadrados.

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Construida originalmente en 1912, he renovado toda la casa paramodernizarla, pero también para mantener sus aspectos vintage. Con seisdormitorios, ocho cuartos de baño, suelos de mármol y nogal y un increíblesalón con techo retráctil, a veces parece demasiado para un soltero. Inclusotengo un sótano que convertí en una sala de cine. Los sótanos son una cosadel Medio Oeste e inaudita en California debido a los terremotos, pero lasrenovaciones incluyeron una adaptación sísmica y los cinco niveles estánconectados por acero a la roca madre. Llámenme sentimental por mis raícesde Chicago.

A veces la casa parece demasiado grande, demasiado vacía. Dejo caerla cabeza entre los hombros y siento que una ola de soledad me invade.Últimamente me ocurre cada vez más a menudo. Trabajo como el diablo yhe amasado una fortuna. Eso solía llenarme y darme mucho placer. Peroúltimamente empiezo a preguntarme por qué demonios sigo haciendo lomismo. Mi madre murió hace diez años y no tengo hermanos. Tabitha y yonunca tuvimos hijos, así que no tengo a nadie a quien dejar mi empresa ymi dinero después de mi muerte. Es un pensamiento un poco deprimente.

En el fondo, creo que sé la razón por la que trabajo tan duro. Pero, noquiero pensar en eso ahora. Dejé ese fantasma en Chicago.

Tabitha Banks, por otro lado, es algo con lo que tengo que lidiar ydemasiado pronto, por desgracia. El principal esfuerzo filantrópico deIndustrias Carson es la Prevención Nacional del Abuso Infantil y ambosformamos parte de la Junta Directiva de la organización local. El actobenéfico anual se acerca, así que eso significa que tenemos que trabajarjuntos.

Joder. Entre la toma de posesión hostil con Douglas y el bailebenéfico, las próximas dos semanas van a ser un infierno.

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Me gustaría tener otra cosa en la que concentrarme. Algo bueno,como una mujer, aunque sé que eso no ayudará. La verdad es que no.Mierda, no he tenido más que unas cuantas relaciones nuevas en los últimostres años. Al principio es genial y luego siempre se va al traste. Se vuelvenmuy pegajosas y yo estoy demasiado ocupado para eso. En realidad, creoque se trata más de poder presumir ante sus amigas de que se acuestan conDrew Carson que de tener sentimientos reales por mí.

No siempre fui Drew Carson, multimillonario y soltero codiciado.

Hace mucho tiempo, solo era Andrew Carson. Andy para mi madre ymis amigos en Chicago. Me querían por lo que era, no por lo que tenía que,el aquel entonces, era una mierda. Mi madre y yo vivíamos en un barriodifícil, en un apartamento de mierda en la zona sur. Nunca olvidaré cuandoencendíamos las luces de la cocina y las cucarachas se dispersaban.Teníamos que guardar todo en la nevera o aquellas cabronas se apoderabande las galletas saladas, patatas fritas, y los cereales. Si había una caja abiertaen la alacena, puedes apostar que encontraban una forma de entrar y sedaban un festín con la poca comida que teníamos.

Aunque lo pasamos mal, tengo muchos buenos recuerdos de miinfancia allí. Mis amigos y yo íbamos en bicicleta a todas partes, comíamosen casa de nuestras familias, nos enamorábamos de las hermanas mayores ynos metíamos en peleas con nuestros enemigos. Siempre nos cubríamos lasespaldas, pasara lo que pasara. Éramos una familia.

Ahora ya no tengo nada de eso. Poseo todo lo que el dinero puedecomprar, incluida una legión de sirvientes, chóferes, asistentes e incluso unpiloto en nómina que se ocupa de mis necesidades, deseos y vuelos deúltima hora. Pero, eso es diferente. Su trabajo es ayudarme y hacer lo que

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yo quiera, aunque estoy seguro de que, si dejara de pagarles, dejarían devenir.

Hoy es domingo, así que la oficina está cerrada y llevo demasiadotiempo con pensamientos oscuros. Necesito una distracción. Algo que melevante el ánimo. No puedo hacer un viaje porque tengo mucho trabajo. Talvez podría derrochar en alguna gran compra, pero ya tengo suficientesjuguetes: obras de arte, coches de lujo, motos, un avión.

¿Un hobby? La mayoría de los hombres del club practican deportes,pescan o conducen sus yates por la bahía para presumir. Algunoscoleccionan armas, mientras que otros acumulan whisky o puros caros. Nopuedo evitar suspirar al pensar que nada de todo eso me interesa, me acercoal sofá y abro el portátil.

Lo único que me ha interesado siempre es trabajar y ganar dinero. Yahora incluso eso ha perdido parte de su atractivo.

Busco en Internet, escribo en Google mi nombre y caigo en unamadriguera de conejo. A veces me gusta hacerlo y leer sobre todos miséxitos; a pesar de que hay veces en las que tropiezo con descripciones ehistorias poco halagüeñas sobre mí mismo.

Una cosa lleva a la otra y, de repente, veo un anuncio en el lateral demi pantalla de PerfectMatch.com. Es un sitio de citas y estoy a punto decerrar el mensaje y deshacerme de él cuando se me ocurre una locura.

Podría poner un nombre y un perfil falsos y ver si alguien pica. Ver sialguien está realmente interesado en hablar conmigo, Andy, un tipo normaldel Medio Oeste. No Drew Carson, la realeza de San Francisco. O, tiburónde SF. Depende de a quién le preguntes. Una vez, alguien llegó a llamarmeDiablo. En ese momento me reí, pero ahora no me hace mucha gracia.

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Hago clic en el enlace y, un instante después, soy transportado al sitiode citas y leo la parte superior: «¿Perdido? ¿Solo? Podemos ayudarte aencontrar tu alma gemela. Tu pareja perfecta».

No lo tengo muy claro, pero me produce curiosidad saber si alguienquiere hablar conmigo. Le doy a «configurar perfil» y lo primero quequieren es una foto. Al instante pienso en la foto de James y yo peleando.Apuesto a que eso despertaría algún interés. Pongo los ojos en blanco y medoy cuenta de que no puedo publicar una foto actual o alguna mujer mereconocería. Es inevitable.

Abro una carpeta de fotos y me desplazo hacia abajo hasta encontrarlo que busco: una fotografía antigua de cuando tenía veinticinco años.Acababa de obtener mi título MBA en la Escuela de Negocios Booth de laUniversidad de Chicago. Recuerdo que mi madre estaba muy orgullosa.Chicago Booth es la segunda escuela de negocios más antigua de EstadosUnidos y su programa de MBA es el cuarto mejor del país. Era un reto yestaba dirigido para personas que asumen riesgos, que creen en desafiar elstatu quo y para soñadores.

Yo encajaba perfectamente.

Miro la pantalla de mi ordenador y estudio la imagen de un muchachoque parece feliz y ofrece ese brillo de la juventud que inevitablemente sedesvanece con la edad. Pero sigo teniendo los mismos ojos azul oscuro y elmismo pelo castaño. Ahora, la única diferencia es que tengo un toque deplata en las sienes y, cuando me crece la barba, está salpicada de canas.Además, tengo líneas de expresión alrededor de la boca y los ojos.

Pero, sigo haciendo ejercicio y comiendo más sano que antes graciasa Pierre, mi chef personal.

Bien, subo la foto y ahora quiere que escriba algo sobre mí.

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¿Qué decir? ¿Qué decir?

Después de pensarlo durante demasiado tiempo, publico algo quecreo que Andy escribiría.

Aceptémoslo. Estoy sufriendo la crisis por los cuarenta y no voy aconocer a nadie en este sitio. Es más bien un experimento para ver sialguien se acerca y quiere conectar conmigo, porque si digo quién soyrealmente, llegarían mil mensajes en unas horas.

«Así que, a ver si alguien quiere charlar y conocer a Andy», me digomientras pulso la tecla para confirmar los datos.

Después, decido echar un vistazo a las mujeres disponibles. Medesplazo por un sinfín de perfiles y fotos que forman una mezcla de mujeresque buscan su alma gemela.

Rubias, morenas, pelirrojas.

Jóvenes, de mediana edad, maduras.

Algunas buscan una relación seria, otras una aventura.

Es un poco agotador y, justo cuando estoy a punto de firmar, una fotode una rubia con un vestido rojo me llama la atención.

Leigh.

Vaya. Siempre me han gustado las rubias de piernas largas, pero estachica lo lleva a un nuevo nivel. Mi mirada baja para leer su biografía:

«En mi caso, son las pequeñas cosas las que me hacen feliz. Un cafénegro y fuerte de la cafetería de mi casa. Un ramo de margaritas delmercado agrícola. Ver mi programa favorito, y eso incluye cualquier cosaque implique organización. Soy una especie de fanática del orden. Misplaceres culpables son el helado de menta y chocolate y la pizza. Mis

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amigos dirían que soy divertida, apasionada, un poco solitaria yterriblemente adicta al kétchup. Lo pongo en todo y no bromeo. Si eresamable, quizá podamos compartir unas patatas fritas. Siempre que esténahogadas en kétchup».

Dejo escapar un suspiro largo y grave y, antes de darme cuenta,mando un mensaje a Leigh.

Estoy dispuesto a probar y esta podría ser la manera perfecta de salirde mi depresión.

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Capítulo 5

Ashley

—Leigh, cariño, ¿puedes pasarme la rejilla para la olla? —preguntami madre.

Es domingo, así que eso significa cenar con mi madre y mi hermano.Es una tradición semanal que se repite desde que tengo uso de razón. Esuno de los motivos por los que espero con ansias la última parte del fin desemana, mientras que todos los demás probablemente lo temen porque esosignifica que el lunes está a la vuelta de la esquina.

—Aquí tienes. —Le entrego el soporte y ella saca una cazuela deverduras del horno.

—Tu hermano dijo que llegaría un poco tarde. Ha estado trabajandomucho últimamente. —Mi madre se aparta un mechón de pelo rubio de lacara y sigo pensando que es muy guapa.

Podría haber sido una modelo en sus días de juventud. En cambio,Eileen y su novio del instituto descubrieron que iban a ser padres a losdieciocho años. Se casaron y después de que naciera mi hermano,terminaron. No creo que nadie esperara que duraran mucho, ya que eranmuy jóvenes.

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Así que, de repente, se convirtió en una madre soltera que luchabapara criar a un niño ella sola. Y lo hizo muy bien. Más tarde, conveinticinco años, conoció a John Monroe, mi padre y el amor de su vida. Secasaron y yo nací unos años después. Todo era maravilloso hasta que elcáncer se llevó a mi padre, cuando yo tenía solo cinco años y mi hermanoquince.

Mi madre echa de menos a mi padre y a veces me preocupa queenvejezca sola, pero dice que no volverá a casarse. John Monroe fue suúnico y verdadero amor. Sin embargo, le gusta decirnos que está abierta asalir con hombres de buen ver de su edad.

Él solía decir que ella tenía una belleza irlandesa, refiriéndose a laherencia genética de su familia. Y la verdad es que la tiene, porque es unapersona bella por dentro y por fuera. Mi madre es sorprendente.

Pongo la mesa y ella empieza a traer la comida. Parece que mihermano va a llegar tarde después de todo. Mientras nos sentamos, la pongoal corriente de mi próxima entrevista de trabajo.

—Así que el padre de Laurel me ha ayudado a conseguir unaentrevista mañana.

—Oh, eso es genial, cariño. ¿Dónde?

—Industrias Carson.

Ella inclina su cabeza rubia y frunce el ceño.

—¿Cómo es que conozco ese nombre? —Golpea un dedo en la mesay sus ojos se iluminan—. ¿No es la empresa que dirige ese multimillonario?¿Cómo se llama?

Siento que mis mejillas se ruborizan cuando una visión de su cuerpoalto y delgado entra en mi mente.

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—Drew Carson.

—¡Claro! Siempre está en la sección de sociedad y en la televisión yen todas las revistas. Bastante atractivo, pero qué playboy. Cada vez que loveo, está con una mujer diferente.

—Bueno, no quiero salir con él, mamá, solo trabajar en su oficina.

Aunque diga eso, mi mente evoca su pelo de medianoche y sus ojosazules. Me recuerda a alguien... Entonces, recuerdo que es a David Gandy,ese modelo masculino tan atractivo.

—Sinceramente, la empresa es tan grande que lo más seguro es quenunca lo vea en persona. Recursos Humanos me enviará a alguna oficinapara hacer números. Si tengo suerte, quizá vea a Drew Carson en elascensor o caminando por el pasillo.

Era una tontería pensarlo, ya que ni siquiera tenía el trabajo todavía.

—¿Cómo están mis dos chicas favoritas? —pregunta una voz cálida.

Levanto la vista y veo entrar a mi apuesto hermano. Besa a mi madreen la mejilla y luego se deja caer en la silla junto a mí. Tiene un enormemoratón en la cara.

—¿Qué ha pasado? —Levanta una ceja oscura y aclaro—: En la cara.¿Qué te ha ocurrido?

—Oh, —Se pasa una mano por la mandíbula, pero no es suficientepara cubrir la marca negra y azul—. No es nada. solo un accidente tonto. —Muestra una deslumbrante sonrisa blanca, pero su mirada dice, «fin de laconversación».

Quizá no quiera decir nada delante de mamá y decido preguntarle mástarde, en privado.

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Alto y bronceado, con el pelo rubio oscuro y los ojos del color delmar, James parece el típico surfista californiano. Le devuelvo la sonrisa,pero mi mirada dice, «me lo vas a contar luego».

Aunque James Douglas y yo tenemos padres y apellidos diferentes,nunca nos referimos al otro como medio hermano o hermana. Nos separandiez años, pero estamos muy unidos y él es tan protector como cualquierhermano mayor.

—Siento llegar tarde, señoras, pero hay muchas cosas que hacer en eltrabajo —explica, antes de agarrar un trozo de pollo.

James es el propietario de una empresa tecnológica de gran éxito quepuso en marcha él solo. solo tiene unos años de antigüedad y esrelativamente pequeña, pero últimamente ha dado un buen salto. Si supieraalgo de tecnología, trabajaría para él, pero no es mi especialidad.

Además, James es muy tranquilo y fácil de llevar, pero posee unagran inteligencia que le convierte en el jefe perfecto.

Solo espero que Drew Carson sea tan buen jefe como mi hermano. Siconsigo el trabajo en Industrias Carson.

—¿Está todo bien? —Me intereso.

—Lo estará —dice y pone mantequilla sobre un panecillo—. Nada decharla sobre trabajo en la mesa. ¿Algo nuevo que haya ocurrido?

—Laurel se ha comprometido —anuncio. Tampoco quiero hablar deIndustrias Carson ni pensar en Drew Carson, mi potencial y atractivo futurojefe.

—Ya era hora —interviene mi madre—. ¿No han estado viviendojuntos durante los últimos dos años?

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Ella siempre tan directa y sincera.

—Sí, pero querían tomarse su tiempo y terminar la universidad paratener más estabilidad económica.

—Bueno, me alegro por ellos. Esperemos que les dure.

James estalla en carcajadas y yo solo sacudo la cabeza.

—¿Qué? —pregunta Eilene, toda inocente—. Todo el mundo sabeque la mitad de los matrimonios acaban en divorcio. No es ningún secreto.

—Oh, mamá, eres muy romántica —me burlo.

—Soy realista, cariño. Y, si ha tardado dos años en declararse, no esmuy buena señal.

—¡Mamá!

—Lo único que digo es que la mayoría de la gente lo sabe enseguida.

—¿Y mi padre y tú? —pregunta mi hermano. Le encanta irritarla.

Por un momento ella no dice nada.

—James, tu padre y yo nos enamoramos en el momento en que nosvimos en el aula de primer año. Teníamos catorce años y yo estabaembarazada a los dieciocho. Por desgracia, éramos demasiado jóvenes eingenuos para que funcionara.

James y yo intercambiamos una mirada. Mamá rara vez habla de suprimer matrimonio y nunca ha dicho que creyera en el amor a primera vista.Supongo que a veces no lo sabes todo sobre tus padres.

Suena una alerta en mi teléfono. Lo he dejado en una mesa auxiliar yJames se acerca para agarrarlo, ya que su largo brazo puede alcanzarlo.Mira hacia abajo mientras me lo entrega y sus ojos se abren de par en par.

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—¿PerfectMatch.com? —pregunta, incrédulo.

Oh, no. Se me calienta la cara mientras le arrebato el teléfono y lopongo boca abajo sobre la mesa. No quiero tener esta conversación ahoramismo. Ni nunca.

Silencio.

Levanto la vista y los dos me miran fijamente, esperando unarespuesta.

Gimoteo.

—Laurel me obligó a hacerlo. Créeme, no quería, pero prácticamenteme obligó.

—Leigh, afrontémoslo, nadie puede obligarte a hacer nada que noquieras.

Ella tiene razón. Si realmente no hubiera querido hacer ese perfil, nome habría convencido. Dejo escapar un suspiro.

—No es gran cosa y estoy segura de que no saldrá nada de ello.

—Bueno, parece que has recibido un mensaje, así que a alguien leinteresa —se burla James.

—Cállate —le digo.

—Creo que esto podría ser interesante —sugiere mi madre—. Hepensado en unirme a un sitio de citas para mayores de cincuenta años, perono soy muy buena en toda esa tontería de los mensajes de texto y loscorreos electrónicos. Demasiada tecnología para mí.

—Yo podría ayudarte, mamá —ofrece James con una sonrisaencantadora—. No sé si lo has olvidado, pero dirijo una empresa detecnología.

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—No —dice ella con un gesto de la mano—. Llámame anticuada,pero me gusta tener esa experiencia de la primera mirada a través de lahabitación.

Sé exactamente a qué se refiere. Mi teléfono vuelve a sonar y casi meahogo con la comida en la boca. ¿Era otro mensaje de PerfectMatch?

—¿No vas a comprobarlo? —pregunta mi hermano, con un brillo ensus ojos de color verde mar.

Doy un sorbo a mi agua y luego volteo casualmente mi teléfono. Sí,otro mensaje de PerfectMatch.com. Apago el timbre para que no puedanescuchar si recibo más alertas.

—No. —Mi hermano se ríe cuando no digo nada más.

—¡Otro! Ash, vas a tener un montón de citas.

Me encojo de hombros sin compromiso.

—Puede ser. ¿Quién sabe? Puede que no me interese ninguna.

—Sí, podrían ser un montón de bichos raros que viven en el sótano desus padres.

—¡James! —Oh, cielos, nunca había pensado en eso.

Mis ojos se agrandan cuando otro pensamiento me golpea. Tambiénpuede ser un loco asesino en serie. ¿Por qué escucho a Laurel?

—Lo dudo. —Mi madre le quita importancia—. Solo hay un montónde gente solitaria y desesperada por ahí.

—Gracias, mamá —digo y pongo los ojos en blanco.

—No me refiero a ti, cariño.

Levanto un dedo y lo hago girar, señalando a toda la mesa.

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—¿Sabéis qué? Todos los de esta mesa estamos solteros, así que noquiero oír ni una palabra más, muchas gracias.

Más tarde, esa misma noche, cuando ya estoy a salvo de las burlas demi familia y en mi apartamento, en mi habitación, abro la aplicaciónPerfectMatch.com. Veinte mensajes. No me lo puedo creer. Entonces, meacuerdo de mi foto filtrada y mi ego se enorgullece.

Abro el primer mensaje, con el corazón latiendo con fuerza.Simplemente dice:

«Hola».

Parpadeo, me desplazo hacia abajo y busco más, pero eso es todo.«Hola». Uhm, vale, ¿podría ser más genérico?

Paso al siguiente mensaje:

«Eres la chica más sexy de aquí. Quedemos y veamos a dónde puedellegar esto». Después añade el emoji XOXO.

En primer lugar, ¿solo un saludo? Y el otro mensaje, ¿besos y abrazoscon siglas? ¿La más sexy? Reconozco que todo el mundo no ha estudiado,pero no voy a salir con un hombre que habla como un adolescente sineducación.

Esto tiene mala pinta. Sin embargo, sigo abriendo mensajes y, lo creaso no, cada vez son peores. Algunos de los más ofensivos incluyen:

«Oh, vamos a follar»

—Oh, no lo hagamos —respondo en voz alta.

«Hola, chica. ¿Te gustan los masajes en los pies?

—No de asquerosos como tú —digo como si hablara con él.

«¿Quieres tomar mi virginidad?»

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Este parece que tiene 12 años. Ni siquiera bromea.

Actualmente, estoy en la hora del día en que no hago nada, exceptover televisión sin sentido o beber batidos de proteínas hasta que voy algimnasio. Pensé en responder.

«Sí, podemos masturbarnos».

«¿Puedo hacerte cosquillas hasta que te mees encima? Realmente notengo palabras. ¿Asesino en serie, tal vez?»

«¿Te pongo cachondo, nene?

Y, «qué original».

Leo otro nuevo:

«Sé que no tengo ninguna oportunidad contigo en la vida real, asíque, si te pago quinientos dólares, ¿me la chuparías y me dejarías lamerte?

No puedo seguir leyendo. Esto es una pérdida de tiempo.

Justo cuando estoy a punto de cerrar la aplicación para siempre, leootro:

«Leigh, veo que te gusta el helado de menta y chocolate y la pizza, loque nos convierte en almas gemelas. ¿Te refieres a una pizza de sartén alestilo de Chicago? Si no es así, esto podría estar condenado antes deempezar, Andy». Y añade un emoji sonriente.

Vaya. Interesante. Andy ha captado mi atención.

Hago clic en su perfil y miro su foto. Está un poco borrosa, perocuando la amplío para verla de cerca puedo ver que es un chico guapo. Pelooscuro, ojos azules y una sonrisa adorable con un hoyuelo en la mejillaizquierda. ¿Treinta años, quizás?

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En su biografía solo hay una frase: «Busco a La Única porque noquiero estar más tiempo solo.

Oh. Mi corazón se contrae al leer algo tan dulce. No puedo creer queeste tipo esté soltero. Es demasiado guapo y parece agradable. Me preguntoqué le pasa.

Entonces, me recuerdo que nadie se parece a su foto y dudo que Andysea real.

A pesar de mis sospechas, empiezo a redactar un mensaje derespuesta.

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Capítulo 6

Drew

Por fin es lunes por la mañana y me siento en mi escritorio. Lamoderna y amplia oficina de la esquina tiene ventanas del suelo al techoque ofrecen una vista panorámica del distrito financiero, incluido el puentede la bahía de dos pisos, y, cuando miro hacia fuera, me siento como un reyen mi trono, listo para enfrentarse al mundo.

Me tomo un café negro y caliente y reviso mis correos electrónicos.Luego, hago un par de llamadas y me informan de que todavía no hayninguna información sobre la adquisición de JD Unlimited. Eso es lo únicoque me preocupa realmente.

Mi mente empieza a divagar y abro la aplicación PerfectMatch.comde mi teléfono. Hay unos sesenta mensajes nuevos, pero solo me interesauno. Deslizó los ojos hacia abajo y busco la respuesta de Leigh. Si es que lahay.

El corazón me late con fuerza en el pecho cuando lo veo. Libero unlargo aliento reprimido y lo abro.

«Encantada de conocerte, Andy. Aunque nunca he estado en Chicago,sí he disfrutado de una pizza de sartén de los puestos de la calle. ¿Por quétengo la sensación de que me estoy perdiendo algo? Y, ¿qué sabe un tipo de

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San francisco sobre la ciudad de Chicago? Soy optimista, así que no diríaque estamos condenados todavía... Leigh».

Siento que se forma una sonrisa en mis labios.

«Leigh», escribo, «me he criado en Chicago, así que tienes que entenderdos cosas: no hay nada mejor que la comida, ya sean los perritos calientes,la pizza o los donuts, y el equipo de los Cubs manda. Si estuviéramos allí,te llevaría al barrio Green Mill, donde podríamos escuchar algo de música ysentarnos en la antigua cabina de Al Capone. Eso, si te gusta el jazz y unabuena historia de gánsteres... Andy».

Después de pulsar enviar, borro todos los demás mensajes. Cuandoalgo capta mi interés, concentro toda mi atención. Leigh me intriga.

Es raro, creo, pero hay algo en esta chica que me fascina. Parecesincera y eso no es algo que encuentre a menudo.

Suena una alerta y miro hacia abajo. Ya me ha contestado y abro elnuevo mensaje.

«Gánsteres y jazz, ¿eh? Estoy intrigada».

A mí también me intrigas tú, cariño.

«No soy una fanática de los deportes —continúa—, así que te tomo lapalabra sobre el fallo de los Cubs. Sin embargo, debes saber algo sobre mí,también. Me gusta mi café matutino más que respirar y tiene que estarcaliente y negro».

Cojo mi taza y bebo un trago. No podría estar más de acuerdo.

«Mi familia significa el mundo para mí y haría cualquier cosa porellos. Mi idea de una noche perfecta es acurrucarme en una silla con unbuen libro y mi perro. Aunque todavía no tengo el perro, porque en mi

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edificio no se permiten mascotas». Añade un emoji triste y agrega: «¿Ytú?».

Me recuesto en mi silla y decido cómo responder. ¿Un buen libro y unperro es su noche perfecta? Y, técnicamente, aún no tiene el perro.

Mierda, eso es un poco triste.

Tal vez ella no sale mucho. Podría llevarla a la ciudad, comeríamosen algún restaurante elegante al que sería imposible que entrara una personanormal y luego daríamos una vuelta en el Lamborghini. Cruzaríamos elpuente Golden Gate y nos detendríamos en un pintoresco bar de Sausalitopara tomar una copa. Luego, volveríamos a mi casa y la estrecharía entremis brazos y...

—¿Sr. Carson?

Levanto la vista y frunzo el ceño.

—¿Qué? —Me quejo. Odio que me interrumpan cuando estoy enmedio de un pensamiento.

Becca está de pie en la puerta, se sube las gafas de carey que resbalanpor su fina nariz y se retuerce las manos. Es una criatura nerviosa, quesiempre me mira como un ciervo atrapado en los faros. Está sustituyendo ami última asistente desde que la ascendieron y tarda cinco minutos enescupir algo.

Pierdo la paciencia rápidamente con la gente que me hace perder eltiempo y Becca camina por esa fina línea. Realmente necesito encontrar aalguien más o podría terminar diciendo algo de lo que me arrepiento. Y,entonces, me imagino a Becca rompiendo a llorar y huyendo.

Dios, odio cuando las mujeres lloran. No sé qué decir o hacer. Mehace sentir incómodo y hago cualquier cosa para evitarlo.

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—Uhm —dice ella. Detrás de las lentes, parece que sus ojos ya estánbrillando.

Respiro profundamente y suavizo la voz.

—¿Qué necesitas, Becca?

—Su cita de las diez está aquí —susurra.

—Mi cita de las diez...—Con el ceño fruncido, saco mi calendario.Ah, sí. Dan McPherson—. Hazlo pasar.

Desaparece antes de que las palabras salgan de mi boca y pongo losojos en blanco. Lo último que quiero es tener que andar de puntillas entreempleados frágiles. Sé que puedo ser ruidoso, difícil y exigente, así queprefiero que la gente que trabaja para mí tenga la piel gruesa. Odio losllorones de mierda.

—Drew, me alegro de verte —dice Dan al entrar en mi despacho.

Le doy la mano y hago un gesto para que se siente en la silla de cueroque hay frente a mi escritorio.

—Yo también, Dan. Siéntate.

Dan McPherson es lo más parecido a un amigo de verdad que tengoaquí. Nos conocimos hace años en un bar del barrio cuando ambos éramosnuevos en la ciudad y luchábamos por salir adelante. Astuto e inteligente,ninguno de los dos tardó en encontrar un mínimo de éxito. En un año,ambos nos lanzamos a la estratosfera de San Francisco.

—Odio darte malas noticias tan temprano en un lunes, pero JamesDouglas está a punto de darte una patada en las joyas. Literalmente. —Unmúsculo se flexiona en mi mejilla. Bastardo. Tenía la sensación de quenuestro pequeño encuentro del fin de semana iba a causar problemas. Por

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eso traté de evitarlo. —¿Qué demonios pasó fuera del Pacific Club? —Alpreguntar, su aguda mirada se dirige a mi mandíbula y añade—: Bonitomoratón, por cierto.

Cambio mi peso en la silla y entrecierro los ojos.

—Ese cabrón vino a por mí. ¿Qué se supone que debía hacer?

—Alejarte.

Tenso los labios y formo un puño con la mano. Desearía que Douglasestuviera aquí para poder darle un puñetazo en la cara otra vez.

—Sabes que no me alejo de una pelea.

—En serio, Drew, ya no eres un niño del lado sur. Eres un adulto y unhombre de negocios medio respetado. Muestra algo de carácter.

—¿Medio respetado?

Dan sonríe.

—Lo creas o no, algunas personas te consideran demasiado pesadopara tratar contigo.

—Entonces, ponlos en mi nómina. Estarán sonriendo por el culo enpoco tiempo.

—Mira, no sé por qué tú y Douglas sentisteis la necesidad de lanzarospuñetazos el sábado por la noche, pero ahora está hablando de vender ladivisión de I+D a otra empresa o de convertirla en una corporaciónseparada.

Hijo de puta. Se conoce como la defensa de las joyas de la corona ybásicamente es la manera perfecta de hacer que su empresa sea menosvaliosa y animarme a marcharme. La única razón por la que quiero a JD

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Unlimited es porque tienen una división de investigación y desarrollo muyapreciada. Sin eso, no tendré nada de valor.

Levanto las manos.

—¿Qué cojones? ¿Cómo se ha convertido esto en un espectáculo demierda?

Dan se encoge de hombros.

—Si yo fuera tú, me iría.

Me muerdo el interior de la mejilla para no maldecir a Dan y saboreola sangre. Y, como cualquier tiburón, nado hacia la carnaza, listo para atacarcualquier cosa que flote en el agua.

—No —respondo con los dientes apretados—. En algún momento,esto se volvió personal. ¿Sabes que en realidad dijo que dejaría que laempresa quebrara antes de vendérmela a mí?

Dan sacude la cabeza.

—Drew, como tu abogado, es mi trabajo aconsejarte sobre el mejorcurso de acción y...

—Me quedo con su empresa. De una forma u otra.

Dan sabe que no debe discutir conmigo una vez que me decido. Y,está muy claro que voy a ser el dueño de JD Unlimited y me importa unamierda si vale uno o cien millones de dólares después de que me hagacargo.

Porque ahora, mi ego está involucrado y tengo demasiado orgullopara retroceder.

Cualquiera que me joda se hunde. Simple y llanamente.

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Capítulo 7

Ashley

«No tengo mascotas y trabajo demasiado para tener una ahora mismo,pero siempre he tenido debilidad por los pastores alemanes».

«¿A qué te dedicas?»

«Soy empresario. Nada demasiado emocionante».

«Soy graduada en empresariales. De hecho, ahora mismo estoy decamino a una entrevista de trabajo y cada vez estoy más nerviosa».

«No te pongas nerviosa. Sé tú misma y recuerda que seránafortunados de contar contigo. Hazme saber cómo va y buena suerte,Leigh».

Cierro el chat y guardo el teléfono en el bolso con una sonrisa. Miroel reloj y veo que me quedan diez minutos para la entrevista programada enIndustrias Carson. Andy y yo llevamos toda la mañana charlando. Cuantomás nos mensajeamos, más empieza a gustarme. Parece que tenemosmucho en común y tengo la sensación de que es un buen tipo.

Y, sinceramente, eso es todo lo que busco. Un hombre con un buencorazón.

Por supuesto, también es guapo, y eso nunca está de más.

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Miro el alto rascacielos en el centro del distrito financiero, respiroprofundamente y atravieso la puerta giratoria.

Carson Industries ocupa veinticinco plantas y me bajo del ascensor enla última. Creo que el Departamento de Recursos Humanos está en estenivel, pero no estoy segura. Mierda. Me doy cuenta de que esto va a durarmás de lo que debería. La primera impresión lo es todo y llegar tarde a unaentrevista es el beso de la muerte.

Me apresuro a subir por el pasillo, con el chasquido de mis tacones, ybusco frenéticamente una puerta en cuya placa ponga «RecursosHumanos».

Maldita sea, ¿por qué no he subido antes?

«Porque estabas demasiado ocupada mandando mensajes a Andy»,me recuerda una vocecita.

Me apresuro a doblar la esquina, sin aliento, y me detengo. Genial,otro pasillo muy largo. Me pongo en marcha, más rápido que antes, amedida que los segundos avanzan hasta el momento en que llegooficialmente tarde.

Todavía no hay rastro del Departamento de Recursos Humanos. Creoque ni siquiera estoy en la planta correcta. Más adelante, veo una puertaabierta y decido que probablemente sea mejor asomar la cabeza y preguntarpor una dirección.

Atravieso la puerta, ajustando mi bolso más arriba en mi hombro, yme encuentro en un área grande y abierta con alrededor de una docena deescritorios. La chica más cercana a mí lleva unas gafas de carey queparecen demasiado grandes.

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—Disculpe —le digo—. ¿Puede decirme dónde está RecursosHumanos? Tengo una entrevista con...

Las palabras desaparecen, se deshacen en mi garganta, cuando veo aDrew Carson de pie en la puerta más cercana.

Y, no sé cómo es posible, pero es aún más guapo en persona.

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Capítulo 8

Drew

Después de desearle buena suerte a Leigh, guardo mi teléfono y mepregunto dónde está su entrevista y si conozco al dueño. Lo más probablees que sí. Me gustaría poder hablar bien de ella.

Golpeo mi dedo contra el escritorio y vuelvo a tener esa sensación deinquietud. Es como si tuviera toda esa energía reprimida dentro de mí ynecesitara sacarla. Necesito un maldito pasatiempo. O tal vez solo necesitoechar un polvo.

Me pellizco el puente de la nariz, deseoso de que este día se acabe,cuando oigo el chasquido de unos tacones. No hay nada más sexy que unostacones altos, y miro hacia arriba y hacia fuera a través de la mampara decristal, con curiosidad por ver quién es, porque Dios sabe que no es Becca.Lleva una especie de horribles zapatillas de ballet día tras día.Probablemente tiene diez colores diferentes de esos zapatos sin sexo.

Y, entonces, la veo.

Lo primero que noto es el cabello rubio. Me encantan las rubias. Talvez porque mi pelo es casi negro. No estoy muy seguro, pero puede quetenga algo que ver con esa mirada angelical. Es alta, especialmente con esos

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tacones. ¿Tal vez un metro setenta? Lo que la pondría perfectamente pordebajo de mi barbilla.

Lleva una falda corta que le llega justo por encima de las rodillas y unpequeño jersey que la abraza en todos los lugares adecuados. Me levanto dela silla antes de saber lo que estoy haciendo. Es como si mi cuerpo sepusiera en piloto automático y mi objetivo fuera la chica y nada seinterpusiera en mi camino.

Cuando deja de mirar a Becca y se dirige a mí, veo que tiene los ojosazules. ¿O son verdes? Es difícil decirlo desde aquí, así que me acerco unpoco más. Entonces, me doy cuenta de que Becca está susurrando algo y notengo ni idea de qué. Tampoco me importa. Estoy demasiado fascinado poreste ángel.

—...Para una entrevista, Sr. Carson.

Capto la última parte del murmullo de Becca y sonrío.

—Entra —digo—. Necesito un nuevo asistente y tengo tiempo paraentrevistarte.

Por un momento, parece dudar. Pero, entonces se acerca a mí, metiende la mano y me devuelve la sonrisa.

—Soy Ashley Monroe.

Me obligo a cogerle la mano y creo que nos estrechamos un momentode más. Me gusta sentir su mano en la mía. Becca nos observa, así que lasuelto y le hago un gesto a Ashley para que entre en mi despacho. Luego,cierro la puerta tras nosotros y me dirijo al otro lado de mi escritorio.

—Soy Drew Carson —digo y me siento—. Entonces, ¿qué la trae aIndustrias Carson, señorita Monroe?

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—Bueno, hace poco me gradué en empresariales y el padre de miamigo me ayudó a conseguir una entrevista aquí. Hace trabajos deconsultoría para ustedes.

Estoy tan concentrada en sus labios carnosos y deliciosos que no oigolo que está diciendo. Levanto la vista de su boca y la miro a los ojos.Definitivamente son azules. No, espera, azul verdoso, como el océano. Elcolor siempre parece cambiar.

Asiento a lo que acaba de decir y me paso una mano por lamandíbula. Normalmente, siempre estoy bien afeitado, pero la barba meestá creciendo.

—Entonces, señorita Monroe... ¿qué le parecería ser mi asistente?

Sus ojos se abren de par en par.

—Seré sincera, aún no tengo mucha experiencia en la oficina, peroaprendo rápido. Y, estoy muy interesada en su empresa y en cómo podríacontribuir.

—Eso está bien. —Mi mirada se dirige al escote de su jersey. Respirarápido y no puedo evitar notar cómo su pecho sube y baja.

—Lo siento —dice y una mano revolotea sobre su corazón—. Hevenido corriendo por los pasillos en busca del departamento de RecursosHumanos, así que todavía estoy un poco sin aliento.

Una ráfaga de calor baja y siento que mi ingle se tensa.

«Concéntrate, Drew. Termina esta farsa de entrevista y contrata a lapersona que más te gusta».

—Es una gran empresa. No te preocupes. —Apoyo los codos en elescritorio y la barbilla sobre mis dedos enlazados—. ¿Puedes empezar

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mañana? —pregunto.

—Uhm, claro. —Parece confusa—. ¿No necesita saber nada más?

Me encantaría saber qué aspecto tiene bajo esa ropa.

—¿Cómo qué? —pregunto, con una sonrisa perezosa en los labios.

—Bueno, acabo de graduarme en la Universidad Estatal de SanFrancisco en empresariales. —Asiento con la cabeza. Me importa unamierda si tiene un título en gaitas—. Así que creo que trabajar aquí seríauna gran oportunidad para aprender mucho más. Para obtener experienciaen el mundo real.

—No me cabe duda de que aprenderá mucho trabajando aquí —coincido. Estoy desvariando y trato de reconducir la conversación—.Entonces, ¿mañana? —Ella asiente con alegría y yo sonrío—. Bienvenida aIndustrias Carson.

Ashley Monroe es justo la distracción que necesito.

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Capítulo 9

Ashley

En cuanto vuelvo a mi apartamento, llamo a Laurel y le digo que heconseguido el trabajo.

—¡Felicidades! Sabía que lo conseguirías. Quedemos para tomar algoy celebrarlo.

Media hora después, mi amiga y yo nos sentamos en un pequeño ybonito bar de cócteles, cerca de donde vivimos. Pido un Martini Expreso,mi favorito, y ella su habitual Cosmopolitan.

—Dile a tu padre que le doy las gracias. Ha sido muy amable alenviarme allí.

—Se alegró de ayudar. Entonces, ¿qué vas a hacer?

Tomo un sorbo de mi bebida y los penetrantes ojos azules de DrewCarson pasan por mi mente. Nunca he visto unos ojos como los suyos. Sonde un azul profundo de medianoche con un borde negro. Te absorben comoun agujero negro.

—Uhm, bueno, conocí al dueño.

—¿Conociste a Drew Carson? ¿Está tan bueno en persona como ensus fotos?

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—Más excitante —admito y me abanico la cara con la mano. Laurelse ríe y da un sorbo a su bebida—. Y soy su nueva asistente —anuncio.

—¿Qué? —Prácticamente escupe su bebida—. ¿Cómo ha ocurrido?

Le cuento la historia de que me perdí y me encontré con él mientraspedía una dirección.

—Entramos en su despacho y hablamos durante menos de diezminutos. Apenas me hizo preguntas y luego me contrató en el acto.

Laurel me mira por encima del borde de su vaso y sonríe.

—¿En serio?

—¿Qué significa esa mirada?

Se encoge de hombros.

—Nada. Solo que me parece interesante que te haya entrevistado élmismo. Es un tipo bastante ocupado, así que creo que vio algo que le gustó.

—Oh, Dios mío, para. Es mi jefe. Yo nunca... Y, él tampoco lo haría.Vamos a trabajar juntos y eso significa mantener una conducta profesionalen todo momento.

—¿Qué gracia tiene eso? Y, por cierto, te estás sonrojando.

—No, no lo hago. Es que hace calor. —Miro alrededor y me abanicocon una carta—. Esta bebida es muy fuerte. Probablemente sea el alcohol.

—O tal vez sea tu excitante y multimillonario jefe el que te ponenerviosa —bromea.

¿Y si tiene razón? ¿Y si cada vez que tenga que hablar con él, mepongo roja y actúo como una tonta enamorada? Qué vergüenza.

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—¿Te imaginas tener miles de millones de dólares? —pregunta—.¿Comprar todo lo que quieras y no tener que preocuparte nunca más por eldinero?

—A mí me parece mucha presión.

—¿Presión? A mí me parece el cielo.

—Quiero decir, no me malinterpretes. Sería bonito no estresarse porlas facturas, pero cuando la gente sabe que tienes tanto dinero, todosquieren algo de ti.

—Ni siquiera me importaría. Adelante, utilízame. Puedo ir a llorar ami mansión —dice con una sonrisa.

—Estás loca. —Me echo a reír.

Pasamos un rato más charlando y después quiero ir a casa yprepararme para mi primer día en Industrias Carson. Tengo que elegir elatuendo perfecto, ducharme, pintarme las uñas y prepararme mentalmentepara la absoluta sensualidad de Drew Carson.

Y quiero hablar con Andy.

Más tarde, después de la ducha, le mando un mensaje y le digo que heconseguido el trabajo.

«Felicidades. Tienes que celebrarlo», contesta.

«Ya lo he hecho», respondo. «Quedé con mi mejor amiga y me tomémi bebida favorita: un Martini Expreso. Es absolutamente delicioso».

«Suena muy femenino» —escribe un emoji sonriente—. Quizá algúndía pueda invitarte a uno, pero yo prefiero el escocés. Cuanto más viejo,mejor».

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¿Quiere decir whisky? Hago una mueca. ¿No es una bebida paraviejos? Tal vez sea más maduro de lo que creo. O miente sobre su edad.

Saco su foto de perfil y la estudio detenidamente. Debe tener unosveinticinco o treinta años, pero ¿qué tipo de esa edad bebe whisky? Suelenpreferir la cerveza.

«¿Qué es el escocés, de todos modos?», le pregunto. «Y yo quepensaba que solo los viejos ricos bebían whisky en su club de campo»,escribo y añado un emoji de risa.

Tarda un minuto en responder y me pregunto si le he ofendido o si heherido sus sentimientos.

«Es un tipo de whisky producido en Escocia», escribe finalmente. «Y,si tener un gusto refinado me hace viejo, entonces supongo que solo soy unabuelo».

Me río. Tal vez sea escoces y bebe whisky con su padre y su abuelo.Por lo que sé, también podría llevar una falda escocesa.

Le digo que es gracioso y le deseo buenas noches.

La mañana llega rápidamente y, cuando suena el despertador, salgodisparada de la cama. Me cuido mucho el pelo y el maquillaje. No quieroque parezca que me estoy esforzando demasiado, pero quiero estar lo mejorposible. Utilizo sombras marrones para resaltar el azul de mis ojos y decidollevar el pelo rubio suelto y ondulado.

Me pongo una falda que me llega justo por encima de las rodillas yuna bonita chaqueta a juego. Por último, me calzo unos elegantes tacones yagarro el bolso.

Después, salgo por la puerta.

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Capítulo 10

Drew

Con una mirada de desagrado, miro el ordenador y tengo la impresiónde que hoy no será mejor que ayer.

En primer lugar, el tráfico es insoportable. Mi trayecto normal de diezminutos por Broadway se ha convertido en un lío de una hora. Además, unidiota casi me choca por detrás. Eso probablemente se habría convertido enotra pelea a puñetazos a plena luz del día. No he tenido tiempo de tomar micafé y ahora me duele la cabeza por la falta de cafeína.

Cierro los ojos y me pellizco el puente de la nariz. Ah, y noolvidemos que Leigh me considera un anciano. Lo cual, técnicamente, noestá muy lejos de la verdad. Mierda, en menos de cinco años tendrécincuenta.

Un nuevo correo electrónico llega a mi bandeja de entrada y abro losojos. Es de Dan McPherson y lo abro.

«El Consejo de Administración de JD Unlimited acaba de votarse a símismo una enorme prima y James quiere actualizar los contratos paraincluir una liberal indemnización por despido para los directivos. Va allevar a la empresa a la bancarrota antes de que puedas aceptarla. Por favor,piénsalo bien, Drew, y avisa cómo quieres proceder».

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Hijo de puta. Me paso una mano por la mandíbula y miro fijamente elcorreo electrónico. ¿Cómo quiero proceder?

Me gustaría contratar a un asesino a sueldo y eliminar a JamesDouglas. O, mejor aún, asesinarlo con mis propias manos.

Suena mi extensión y levanto el teléfono.

—¿Sí? —contesto.

—Tengo a Tabitha en la línea uno —dice Becca.

Como si esta mañana no pudiera ser peor, ahora tengo que hablar conmi ex mujer.

—Pásamela —digo con un suspiro.

Oigo cómo se conectan las llamadas y espero sonar medianamentecivilizado cuando la saludo. No quiero pelearme con ella en este momento.

—Hola, Tabitha.

—Drew —saluda con su voz suave como el chocolate que conozcotan bien—. Como sabes, el evento benéfico es la semana que viene y mepregunto si ya has hecho algo. ¿O soy la única que está trabajando en ello?

Pongo los ojos en blanco y me esfuerzo por no dejar que se meta enmi piel.

—Estoy en medio de una adquisición y me tiene muy ocupado, peroacabo de contratar a una nueva asistente, de modo que os pondré encontacto a las dos. Estoy seguro de que ella podrá ayudarte en todo lo quenecesites.

—No voy a entrenar a tu nueva asistente, Drew. Tienes que encargartetú mismo de los detalles específicos. En caso de que lo hayas olvidado, estees un gran evento con una lista de invitados de élite. Si quieres que la gente

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done grandes sumas de dinero, tienes que impresionarlos y asegurarte deque todo sea de primera clase. Desde el lugar de celebración hasta losaperitivos, las bebidas y las donaciones.

Odio cuando me habla con desprecio. Como si siguiera siendo unpueblerino del Medio Oeste que no tiene ni idea de cómo interactuar en unasituación social con imbéciles ricos arrogantes. Diablos, yo sé mejor quenadie porque soy un rico imbécil.

—Ya hemos enviado las invitaciones y asegurado el lugar decelebración, así que puedes tachar eso de tu lista —anuncio en tonoengreído.

—Gracias, me aseguraré de hacerlo. Pero te llamo por los artículos dela subasta. Se supone que vas a recibir varios y, conociéndote, dudo que loshayas preparado.

Mierda. ella tiene razón. Tengo que conseguir al menos una docena decosas y aún no he buscado ni una.

—Estoy trabajando en ello. —Trato de finalizar ese tema mientrasescribo en una nota que debo conseguir artículos para la subasta.

—Bueno, trabaja un poco más rápido, cariño. El evento es la semanaque viene y las donaciones de artículos de gran valor tienen que pasar porbastantes trámites. No se hace de la noche a la mañana.

Muerdo una respuesta desagradable. ¿De la noche a la mañana?Diablos, si pido algo, normalmente sucede en minutos. Cómo hemos estadocasados durante tres años es algo que nadie sabe. Un maldito milagro. Pero,Tabitha Banks y su prestigiosa familia provienen de dinero antiguo y tienenprofundas raíces en la sociedad de San Francisco. Su padre, Miles Banks, y

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yo nos conocimos después de que ayudé a fusionar su banco con otro y metomó bajo su ala.

Sí, es propietario de bancos y, cuando era más joven y nuevo en laciudad, eso me impresionó mucho.

Una noche estaba comiendo un plato de comida japonesa preparada ya la siguiente estaba con Miles Banks disfrutando de la mejor cocina que laciudad podía ofrecer. Luego, no tardé en disfrutar de su hija.

La primera vez que conocí a Tabitha Banks fue en una reunión social,y me pareció que era una presuntuosa de la alta sociedad. Con su pelo negroazabache y sus ojos grises plateados, era preciosa, pero distante. Me ignoróla mayor parte de la noche y llegué a la conclusión de que era demasiadofría para mi sangre.

Luego, cuando me iba, me acorraló en el guardarropa y me hizo unapaja. Dormimos juntos dos noches más tarde y descubrí que podía ponersecaliente cuando quería, aunque prefería mostrarse como una reina del hielopasiva y agresiva.

El estilo de vida lujoso que llevaba la familia Banks me atraía y juréque me haría millonario como ellos. Perseguí el éxito, lo perseguí sindescanso, hasta que fue mío.

Y ahora tengo más dinero que ellos. Es una sensación muysatisfactoria.

—Bien. Estoy en ello —insisto, y pego la nota en el borde de miordenador.

—Espero que me envíes por correo electrónico una lista confirmadade artículos para el final de la semana —advierte con fuerza.

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—Sí, querida. —Casi puedo oír cómo frunce los labios y sonrío. Odiaque le diga eso. A veces, todavía me gusta molestarla.

—No seas idiota, Drew. Haz lo que te digan. Ah, y quizá córtate elpelo antes del evento. La última vez que te vi, estaba un poco desaliñado.

Cuelga y yo también, con un golpe. Me paso una mano por el pelo.Quizá esté un poco más largo de lo habitual, pero no está desgreñado ninada parecido. Ella sí que sabe cómo sacarme de quicio.

Suena un ligero golpe en mi puerta.

—¿Qué? —Exijo. Mi voz suena corta y aguda incluso para mispropios oídos. Tabitha tiene la habilidad de sacar lo peor de mí.

La puerta se abre lentamente y Ashley Monroe aparece. Una sonrisatentativa curva su boca.

—Buenos días, señor Carson.

Creo que odio que me llamen señor Carson. Me hace sentir viejo.Como un abuelo. Siento una oleada de fastidio, miro mi Rolex Daytona deplatino y frunzo el ceño.

—Llegas tarde —advierto al tiempo que la tuteo.

—Oh, lo siento. Becca dijo... —Arquea sus preciosas cejas—. Quierodecir, pensé que empezaba a las ocho y media.

—Empiezas a las siete y media. Deberías haberme preguntado a mí,no a Becca.

—Lo siento, señor Carson. —Asiente.

Cada vez que dice «señor Carson» me pone de los nervios. Sacudo lacabeza y vuelvo a pasarme una mano frustrada por el pelo. Tal vez estádemasiado largo.

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—No pasa nada. Mira, no tengo tiempo para repasar nada contigoahora mismo, así que haz que Becca te enseñe lo que crea que esimportante.

Ella parpadea. Sus bonitos ojos parecen sorprendidos.

—De acuerdo.

De repente, me siento como un ogro. ¿Por qué estoy siendo tangrosero? Es su primer día. Mi mirada recorre su cuerpo. De nuevo, la faldacorta y los tacones altos. Suelto un largo y frustrado suspiro.

—¿Puedes...? —Dudo. Lo que deseo es poder dejar de mirarla.

—¿Puedo... qué?

Deseo pedirle que se quite la ropa y se acerque sobre sus bonitostacones, pero trago saliva y le pregunto:

—¿Traerme un café?

—Claro. —Sonríe.

—Negro —añado, mientras ella se da la vuelta y sale.

Y no puedo evitar fijarme en su culo con esa falda tan ajustada.

Ojalá pudiera decir que el día mejora, pero no es así. Hay tantas cosasque debería estar haciendo, pero cada dos por tres me encuentro mirandopor la mampara de cristal y contemplando a Ashley Monroe.

¿En qué demonios estaba pensando cuando la contraté? No es másque una distracción. Obviamente, mi polla la contrató porque ahora mismomi mente está arrepentida. Y, esa es la parte estúpida de toda esta situación.

Ashley Monroe es mi asistente y está fuera de los límites.

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No me acuesto con las mujeres que trabajan en mi oficina. Para mí esimportante que Industrias Carson mantenga una excelente reputación yvaloro mucho una buena ética de trabajo y la competencia. Por encima detodo, odio el drama y mis empleados saben que deben dejar sus problemaspersonales y todo el histrionismo en la puerta.

Sin embargo, aquí estoy admirando a mi nueva ayudante ypreguntándome cómo es su pequeño y apretado cuerpo bajo...

Vale, tengo que parar. En serio. No puedo concentrarme, literalmente,y me está cabreando mucho.

Miro el café negro que ha traído y recuerdo cómo sus delgados dedoshan rodeado la taza. Me pregunto cómo se sentirían esos mismos dedos,envolviendo mi polla.

Se me pone dura y grito. Contratar a Ashley Monroe está resultandouna muy mala idea.

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Capítulo 11

Ashley

—¿Siempre es tan intenso? —pregunto.

Becca mira, sus gafas resbalan por la nariz y se las vuelve a subir conun resoplido.

—Esa es una buena manera de decirlo.

Genial, ¿en qué me he metido?

Becca me entrena a la velocidad de la luz. Como si tuviera que estaren otro sitio mejor y yo hiciera lo posible por seguirle el ritmo y entenderlotodo, pero es mucho. Sobre todo, porque este es mi primer trabajo deoficina. Miro el intimidante teléfono y sus diez líneas separadas.

Ya sé que este teléfono va a ser mi némesis, y aún no he contestado niuna sola llamada.

—Drew recibe unas cien llamadas al día —explica—. Es importanteque las filtres. No le pases a nadie si no es importante.

¿Cómo puedo filtrar las llamadas si no tengo ni idea de quién esimportante? Prefiero no hacer la pregunta, por miedo a parecer estúpida.Supongo que con el tiempo sabré qué llamadas acepta y cuáles rechaza. Soynueva, así que creo que lo entenderá y me dará un poco de margen.

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Al menos, espero que lo haga.

Como si fuera una señal, el teléfono suena y Becca descuelga.

—Oficina de Drew Carson. —Aunque Becca parece un poco aburridaen cuanto a simpatía, y su sentido de la moda es cuestionable, brilla por sucompetencia. Sabe exactamente lo que hace y la envidio. Pulsa un botón yDrew responde en su despacho—. Tengo a Dan en la línea dos —dice.Luego, pasa la llamada.

Intento ver qué botones pulsa para que todo eso ocurra, pero susdedos se mueven como una especie de pianista profesional y todo estáborroso.

—Dan McPherson es el abogado de Drew. Siempre hay que pasarle lallamada —me advierte.

Asiento con la cabeza.

—Entonces, ¿cómo has transferido...?

El teléfono vuelve a sonar.

—Oficina de Drew Carson —anuncia de nuevo—. Claro, John,espera un segundo y lo pregunto.

Suena una y otra vez. Becca responde con rapidez y seguridad. Pone aalgunas personas en espera, envía a otras a distinto departamento y cambiaa otras al buzón de voz. A veces, habla con Drew, averigua información y latransmite de un lado a otro. La cabeza me da vueltas y el estómago es unpozo de ansiedad.

Tal vez, si practico, le coja el tranquillo. Pero, antes de que puedapreguntar, Becca sigue adelante y empieza a hablar de cómo pedirsuministros, aperitivos y bebidas.

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—Solo hay que tener la cocina abastecida o la gente se pone de malhumor. El número está ahí. —Señala una enorme agenda llena de contactos.Una hora más tarde, se reclina en su silla y se estira—. Es un resumenrápido, pero lo entenderás. Es todo muy básico.

—De acuerdo —acepto.

Debe haber percibido mi cara de confusión, porque inclina la cabezay pregunta:

—¿He ido demasiado rápido? Lo siento, pero cuanto antes termineesto, antes podré volver a mi departamento. Este puesto lo estoy cubriendode forma temporal. —Baja la voz y me mira por encima del borde de susgafas de carey—. No voy a mentir, Drew puede ser un pesado y yo no estoyhecha para ser su asistente. Me da un poco de miedo. Pero estoy segura deque lo harás muy bien.

Mis ojos se abren de par en par.

—¿Por qué te asusta?

—Míralo.

Me acerco a la ventana de cristal que hay entre nosotros y lo veohablar por su teléfono. Ya me he dado cuenta de que tiene la costumbre depasarse mucho la mano por el pelo. Eso le da un aspecto sexy y desaliñado,sin hablar de sus ojos que son como dos zafiros del color de la medianoche,con bordes de ónix.

De repente, me mira y el corazón me da un vuelco. Aparto la miradarápidamente.

—Es atractivo —admito. Sobre todo, con esa ligera barba en la parteinferior de la cara. Le da un aspecto casi peligroso. El hombre rezumaatractivo sexual.

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Becca me mira con extrañeza y sacude la cabeza.

—No, quiero decir que es una bestia. Por algo le llaman Drew elDiablo. No me gusta tratar con personalidades tan intensas. Soy mucho másfeliz en contabilidad haciendo números.

Siento que mi cara se pone roja. ¿Por qué he comentado su aspecto?Qué humillante.

—¿Quién le llama el Diablo?

—Es el rey de las adquisiciones hostiles. Así que, mucha gente.

No tengo ni idea de qué decir. Es demasiado pronto para hablar malde mi nuevo jefe y, para ser sincera, ni siquiera lo conozco.

Ayer, parecía lo suficientemente amable como para contratarme en elacto cuando no tengo mucha experiencia. Pero, toda esta charla sobrebestias y demonios hace que mi estómago se revuelva de nuevo.

De repente, noto que Becca empieza a recoger sus cosas y el pánicome invade.

—¿Te vas? —Mi voz suena chillona y casi la sujeto por el brazo condesesperación.

—Ya te lo he dicho. Tengo que volver a mi departamento.

—Pero, todavía no estoy segura de muchas cosas.

—Si tienes alguna duda, pregunta a Regina. Está en la oficina de allado y es la asistente de Michael.

El teléfono suena y mi corazón se detiene.

Cuando vuelve a sonar, Becca lo señala con la cabeza y descuelgo elauricular. Me aclaro la voz y contesto:

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—Despacho del señor Carson. —Alguien pregunta por Drew—.Espere, por favor. —Levanto la vista con pánico y parpadeo de formaestúpida-. Es para... Drew. Obviamente.

—Pregunte quién es.

De repente me doy cuenta de que la persona que está en la línea pudooír nuestro intercambio porque no le puse en espera. Vaya.

—¿Quién llama? De acuerdo, espere. —Pulso el botón de espera—.Es Patrick Holden.

—Está en el club de Drew. Salen juntos a veces. Así que, vuelve a lalínea, pulsa transferencia y luego la extensión de Drew, 101, y pregunta siquiere hablar con Patrick.

Suelto un suspiro y hago lo que me dice. Cuando la profunda voz deDrew responde, pienso en el terciopelo. Tan cálido y suave. Me hormigueala piel.

—Ha llamado Patrick Holden, de su club. —Me siento incómoda ymi voz suena rara.

—Pásamelo —indica Drew.

—Vale, un segundo, señor Carson. —Oigo a Drew suspirar, como siestuviera molesto, y miro a Becca para que me oriente.

—Ahora vuelve a Patrick, pulsa transferencia, 101 de nuevo y luegoel otro botón de transferencia.

Cuando la llamada pasa sin problemas, muestro una sonrisa tentativa.Quizá pueda hacerlo.

—Otra cosa —indica Becca, y balancea su bolso de macramé sobreun hombro huesudo—. Odia que le llamen señor Carson.

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—¡Oh! —Hago una mueca. Entonces, ¿por qué no me lo ha dichohace dos horas?

—¡Buena suerte! —desea con una sonrisa alegre. Es obvio que Beccano puede esperar a salir de aquí.

Mientras se marcha, mis nervios se activan y me digo a mí misma queme relaje. Puedo hacerlo. Es mi primer día, así que todo es nuevo y soy unachica lista. Haré todo lo que pueda para asegurarme de que el señor Carson,es decir, Drew, sea feliz.

Sin embargo, no tardo en darme cuenta de que, haga lo que haga,Drew, en general, no es una persona feliz.

Diez minutos después de que Becca me deje a mi aire, estoyestudiando una gruesa carpeta llena de notas sobre mi puesto de trabajocuando ocurre el peor de los casos.

Todas las líneas de mi teléfono suenan a la vez.

Una oleada de pánico me golpea, pero pienso que lo mejor esresponder a cada una, lo antes posible, y pedirles que esperen. Así podréclasificarlas y averiguar quién es lo suficientemente importante como parapasarlas.

—Sr. Car... quiero decir, oficina de Drew Carson, ¿puede esperar, porfavor? —Hago esto diez veces y luego miro fijamente diez lucesparpadeantes. Bien, vuelvo a la línea uno—. Gracias por esperar. ¿Puedopreguntar quién llama?

—Elliott —dice un hombre.

—Uhm, déjeme ver si Drew está disponible. Oh, uhm, ¿Elliott qué,por favor? —Es mejor confirmar de inmediato.

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—Elliott Jones.

—Vale, gracias. —Lo pongo de nuevo en espera. Luego, pulso elbotón del intercomunicador y digo—: Disculpa, ¿Drew?

Mi tímida voz resuena en toda la planta veinticinco. Dios mío. Debohaber pulsado el botón equivocado. Con la cara encendida, levanto la vistay veo a Drew mirándome fijamente por la cristalera. Arquea una cejaoscura. Esto es horrible. Veo que baja la mirada hacia su teléfono,esperando que lo intente de nuevo.

Pero ahora estoy asustada, así que me levanto, me acerco y abro supuerta.

—Hola, tengo a Elliott en la línea uno para ti. —Mierda, ¿cuál era suapellido?

—¿Qué Elliot? —pregunta con tranquilidad.

—Uhm. —Piensa, piensa—. ¡Jones! —suelto, recordando en elmomento justo.

—¿De dónde?

Me muerdo el labio y deseo decirle que no tengo ni idea, que atiendaya la llamada, de una vez. Sin embargo, me apresuro hacia mi mesa.

—Un segundo. —Pulso la tecla uno y pregunto—: ¿Desde dóndellama?

—San Diego.

Lo pongo en espera de nuevo y vuelvo corriendo a la puerta de Drew.

—San Diego —repito.

Creo que veo un destello de diversión pasar por esos ojos azul oscuro,pero es súper rápido y no puedo estar segura porque ahora parece todo serio

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de nuevo.

—Quiero decir, ¿de qué compañía?

Se me cae la cara de vergüenza. Asiento con la cabeza y levanto unamano.

—Ah, claro. Espera.

Vuelvo a correr y cojo la línea de nuevo. También me doy cuenta deque otras personas que esperan han colgado.

—Señor Jones, ¿de qué compañía llama?

—Bismarck —me informa Elliott Jones.

De nuevo, vuelvo a acercarme a la puerta de Drew. Su barbilla seapoya en la parte superior de sus dedos enlazados y vuelve a levantar esaceja oscura.

—Bismarck.

Desvía la mirada, suspira.

—¿Sabes lo que quiere?

Quiero llorar. Literalmente, romper a llorar, pero me muerdo elinterior de la boca y me obligo a contenerme. Odio parecer estúpida eincompetente.

—Puedo averiguarlo. —Me doy la vuelta y mis tacones chasqueancon fuerza mientras corro de nuevo hacia el teléfono, que a estas alturasestá sonando de nuevo.

—Sr. Jones, ¿puede decirme de qué se trata esta llamada?

—Tóner.

Frunzo el ceño.

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—¿Perdón?

—Tengo una gran oferta para el señor Carson en tóner.

No tengo ni idea de lo que está hablando, pero estoy segura de queDrew querrá oír hablar de un gran trato, así que me apresuro, ahora sinaliento, a decir:

—Tiene un gran trato para usted en tóner.

Drew deja caer un brazo sobre su escritorio y desliza la cara sobre lapalma de la mano.

—¿Tóner? —pregunta sin comprender. Asiento con la cabeza—. ¿Porqué me iba a importar el tóner?

Trago con fuerza.

—¿Porque es un buen negocio? —respondo, débilmente.

Sacude la cabeza y me mira como si fuera el ser humano más tontodel mundo. Entonces, suena su línea directa y contesta.

—Carson —dice.

Tomando eso como un despido, vuelvo a mi escritorio y veo quetodas las personas han colgado. Incluido Elliott Jones, de Bismarck.

Busco en Google el nombre de Elliott Jones, San Diego, Bismarck.

Es una empresa que vende material de oficina.

Luego, busco en Google «tóner».

Es tinta para fotocopiadoras.

Oh, por el amor de todo lo que es sagrado. Mis ojos se cierran. Acabode perder diez minutos en una llamada de ventas. No me extraña que pienseque soy un idiota.

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Miro el ordenador y veo que es casi mediodía. Quizá pueda irme acomer y no volver nunca más.

En este momento, parece lo mejor que puedo hacer.

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Capítulo 12

Drew

Mi estómago gruñe, miro mi Rolex Daytona y veo que es más de launa de la tarde. Debería comer algo antes de mi conferencia dentro de unahora. Me levanto, me abrocho la chaqueta y agarro el teléfono.

Abro la puerta de mi despacho y me detengo bruscamente cuandoAshley me mira. Desde hace dos horas, cualquier persona importante mellama a mi línea directa. «La chica nueva no deja de dejarme en espera»,dicen todos.

—¿Te ha enseñado Becca a usar el teléfono? —le pregunto.

Ella frunce la nariz y es lo más adorable que he visto nunca.

—Más o menos. —Sonríe de medio lado.

Adorable o no, sin embargo, necesito que mi asistente seacompletamente eficiente.

—Bueno, tengo una conferencia muy importante dentro de una hora.Voy a necesitar que te asegures de que todos estemos conectados y quenadie se quede en espera.

—De acuerdo.

—Me voy a comer. Si alguien pregunta, vuelvo en quince minutos.

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Cuando empiezo a alejarme, se aclara la garganta.

—¿Drew?

El sonido de mi nombre en sus labios hace que el corazón se meacelere en la garganta. Lentamente, me giro y la veo mirándome con ojosinquisitivos.

—¿A qué hora voy a comer? —me pregunta.

—Se supone que vas de doce a doce y media.

Mira el reloj.

—Ah, vale.

Con un suspiro, me doy la vuelta y salgo por las puertas principalesde cristal.

O Becca hizo un trabajo de mierda entrenando a esta chica o es malapor naturaleza en todo.

Pero no lo es, pienso, y entro en el ascensor. La verdad es que es muybuena haciendo que quiera meter las manos bajo su falda y explorar lo quehay debajo.

Salgo del ascensor y me doy cuenta de que no tengo tiempo suficientepara salir del edificio, así que me dirijo a la cafetería del atrio del segundonivel. Tomo un sándwich, hago una pausa y agarro otros tres más. Tambiéndos ensaladas diferentes, un par de cuencos de fruta fresca y un plato dehumus. Luego, por si acaso, me pido un rollito de verduras.

Pago a la cajera, pido que lo ponga todo en una bolsa y vuelvo a subira la oficina.

Cuando atravieso las puertas de cristal, veo a Ashley estudiando elmanual del asistente. Me detengo junto a su escritorio y dejo la bolsa en el

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suelo.

—No estoy seguro de lo que te gusta. —Mi voz suena un poco ronca.

Ella mira la bolsa y sonríe.

—¿Para mí?

—Elige lo que te parezca bien.

Se acerca para meter la mano en la bolsa y puedo oler su perfume. Esun aroma a vainilla en polvo que me llega directamente a la nariz y a lapolla. Dios mío. Ninguna buena acción queda sin castigo.

—Oh, ¿puedo quedarme el rollito de verduras?

Nunca he visto a nadie tan emocionado por un rollito de primaveraempapado de aceite de la cafetería.

—Todo tuyo.

—Oh, espera, hay hummus.

Introduzco la mano en la bolsa y lo saco todo. Mi mano roza la suyaen el proceso y es como si una corriente eléctrica pasara entre nosotros. Lamiro a los ojos, como dos charcos de agua que se arremolinan.

Ella lame sus labios.

Que me jodan. No, en serio. En este momento, realmente quierodecirle que haga eso. Sin embargo, agarro un sándwich y me doy la vuelta.

—Gracias —la oigo decir.

Miro por encima del hombro y asiento con la cabeza.

—De nada.

De vuelta a mi despacho, detrás de mi escritorio, desenvuelvo elsándwich, pero se me ha quitado el apetito. Mi apetito por la comida, al

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menos.

Miro por la cristalera y veo a Ashley lamiendo el exceso de humus desu labio superior. Cuando siento que la parte inferior de mi cuerpo se tensaen respuesta, aprieto la mandíbula. En nombre de Dios, ¿en qué estabapensando cuando contraté a esta mujer?

Al parecer, debo ser una especie de masoquista porque estoyempezando a disfrutar de la forma en que me tortura.

No obstante, no disfruto de la forma en que se desarrollan las cosasmás tarde.

Después de colgar a uno solo de los interlocutores de lateleconferencia, Ashley consigue volver a conectarnos a todos en pocosminutos. Creo que por fin se está dando cuenta.

La llamada entre el nuevo cliente potencial y su abogado condemasiadas preguntas me irrita.

No siento la necesidad de imponerme a alguien y mucho menos deaclararle por qué soy la mejor opción. Mi historial habla por sí mismo. Sino está al cien por cien desde el principio, que se vaya a otra empresa. A míno me importa.

Pero sigo siendo educado y respondo a sus estúpidas preguntas.

Después, la soleada voz de Ashley llega a mi intercomunicador. Almenos esta vez, no se dirige a toda la planta y pienso que está progresando.

—Tengo a Dan McPherson al teléfono —anuncia.

—Pásamelo. —Aunque me da pavor esta llamada, tengo que seguiradelante con la toma de posesión de JD Unlimited.

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Por supuesto, Dan intenta disuadirme y todo lo que dice tiene muchosentido. Pero ya no pienso con lógica. Un fuego arde en mi sangre y todo loque quiero es la cabeza de James Douglas en una pica. A estas alturas, yano me importa una mierda dirigir su empresa. Creo que sería mucho másgratificante tomarla y cerrarla. Quemarla hasta los cimientos, solo paramolestarlo.

Lo pondré de rodillas.

Dan me llama terco y dice que estoy siendo un imbécil obstinado. Sí,¿y qué?

Finalmente, cede. No tiene elección mientras esté en mi nómina.

Parte del trabajo de mi asistente es reenviar varios correoselectrónicos, sobre todo los de RRHH, o algunos de investigación yasegurarse de que van a departamentos específicos. Estaba seguro de que elgrueso manual que Ashley tenía sobre su mesa y que había estado hojeandodurante todo el día debía explicarlo todo con claridad.

Pero a las cuatro veo que un correo electrónico privado de Tabitha hasido reenviado a toda la oficina.

A toda la puta oficina.

Incluso antes de abrirlo, se me revuelven las tripas. He recibidosuficientes correos electrónicos de mi ex mujer, pasiva y agresiva, comopara saber que disfruta tratando de hacerme sentir como un idiota señalandolo obvio.

Y, mientras leo este correo, no es diferente. Tabitha me recuerda queel tiempo es esencial y que debo poner mi culo en marcha. Luego, vuelve acomentar mi pelo. Quizá debería llamar al estilista de mi novio, sugiere. Amenos, claro, que quieras un look a lo hippy.

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Dejo caer mi cara entre las manos y quiero matar a Ashley.

Exponer mis asuntos personales a todo el mundo es lo peor que mepueden hacer. No solo valoro la competencia, sino también mi privacidad.

Me hierve la sangre mientras llamo a la extensión de Ashley.

—Ven aquí —le ordeno y cuelgo el teléfono de golpe. Un momentodespués entra en mi despacho con cara de terror y yo lucho por controlar mirabia—. Cierra la puerta —digo con los dientes apretados.

—Sí señor. —Se da la vuelta y obedece.

Ni siquiera la visión de su perfecto culo consigue calmarme. Dehecho, me enfurece aún más y, antes de darme cuenta, me pongo de pie y,en tres largas zancadas, me elevo sobre ella, con los ojos brillantes.

—¿Tienes idea de lo que has hecho? —siseo.

Mi pecho sube y baja y miro hacia abajo, a sus ojos azules y verdes,que no solo están inseguros, sino también llenos de miedo.

—No… —Se retira y sacude la cabeza.

—Bueno, entonces déjame mostrártelo. —La agarro por la muñeca yla arrastro hasta mi escritorio, con un chasquido de tacones. La hago girarpara que se ponga frente a mi portátil y apunto con un dedo a la pantalla—.¿Qué coño te ha hecho enviar ese correo electrónico a toda la oficina?

Con los ojos muy abiertos, Ashley se agacha y se inclina para vermejor. Me acerco a ella, prácticamente cerniéndome sobre su cuerpo, y mecruzo de brazos.

—Pensé que era TBanks quien lo había reenviado. No TBBanks. Losiento mucho. —Cuando se levanta, no ve que me he adelantado y sudelicioso trasero roza la parte delantera de mi cremallera.

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Respiro.

—Fuera —le digo con fuerza. Mis fosas nasales se agitan con rabia ypercibo el olor de su perfume. Hoy no quiero volver a mirarla y,definitivamente, no la quiero cerca de mi cremallera—. Vete a casa.

Se gira y me mira con ojos enormes.

—¿Estoy despedida?

Pienso que esta es mi oportunidad para dejarla ir y lavarme las manosde Ashley Monroe.

Pero no. Ni siquiera yo soy tan gilipollas.

Ha cometido un error y se ha disculpado con sinceridad. Eso es algoque respeto. Si hubiera mentido o se hubiera inventado excusas, habríaterminado.

Mi mirada se clava en la suya y, cuando me doy cuenta de lo cercaque estamos, siento que me late el pulso. Consigo sacudir la cabeza y forzarun ronco:

—No.

Ella se aleja, choca con el escritorio y tropieza con los tobillostratando de evitarme. Una vez que llega a la seguridad de la puerta, se da lavuelta y repite que lo siente mucho.

Luego, se escabulle y cierra la puerta tras de sí.

Se me endurece la mandíbula y quiero golpear la pared con el puño.Sin embargo, agarro mi teléfono y lo lanzo por el despacho, estrellándolocontra la pared con un estruendo.

Me siento en la silla y miro fijamente el lugar donde estaba elteléfono hace un minuto.

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«Eres un idiota, Drew», me digo en voz alta.

Entonces, llevo la mano hasta mi regazo y toco ligeramente lacremallera. No puedo fingir que no me gustó cuando se echó hacia atrás ytopó conmigo. Quise abrazarla por la cintura y apretarla contra mi cuerpo.Luego, levantarle la falda y doblarla sobre mi escritorio.

Me paso una mano frustrada por mi pelo desgreñado y busco unbolígrafo.

En una nota, escribo: «Pedir un nuevo teléfono. También una cita parael peluquero».

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Capítulo 13

Ashley

No puedo creer que haya tirado el teléfono por la oficina como sifuera un chiquillo.

Pongo los ojos en blanco, me alejo de la parada del autobús y cruzo ala acera de Inner Richmond, el pequeño y seguro barrio donde vivo. ¿Quiénhace eso? Un multimillonario malcriado, eso es.

Mientras paso por un sinfín de restaurantes, pienso en el día que hellevado. Inner Richmond, también conocido como el segundo barrio chinode San Francisco, tiene un ambiente informal, pero urbano, por eso puedo irandando a todas partes. La mayoría de los residentes son chinos, irlandesesy rusos, por lo que la comida aquí es variada y deliciosa. También vivenaquí muchos jóvenes profesionales y familias.

El Presidio está al norte y el Parque Golden Gate al sur. Me encantaque mi barrio bordee la mitad del parque con el Conservatorio de Flores, elMuseo de Young, el Jardín de Té Japonés y el Jardín Botánico. Lo únicoque no es tan bueno, supongo, es que, como en cualquier parte occidentalde la ciudad, hay más viento y niebla.

Sin embargo, ahora es septiembre y me encanta esta época en SanFrancisco. Todos los días hay una temperatura agradable y se puede pasear

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por el parque y disfrutar de todo lo que ofrece.

Puede que haya un poco de niebla fría a primera hora de la mañana ypor la noche, pero el coste relativamente más bajo de la vida en InnerRichmond lo compensa. Si consideras que pagar casi tres mil dólares al mesde alquiler por un apartamento antiguo de un dormitorio es un buennegocio. ¿Qué puedes hacer? Vivir en la ciudad no es barato.

Por una parte, me gustaría que Drew Carson me despidiera. Así notendría que volver mañana para volver a hacer las cosas mal. Entre su malhumor y el entrenamiento a medias de Becca, estoy agotada.

Al llegar a mi pequeña casa, me quito los tacones con un suspiro,suelto el bolso y veo una botella de champán enfriándose en la encimera dela cocina.

Me acerco, reconozco la letra de mi hermano y abro la tarjeta.

«¡Felicidades por el nuevo trabajo, hermana! Estoy deseando que mecuentes más cosas».

Doy por hecho que mi madre se lo ha contado y pienso que, despuésde todo, se habría enterado en la cena del domingo por la noche. Tal veztenga algún consejo que darme porque estoy segura de que trata conimbéciles todo el tiempo.

Lo último que me apetece es champán, así que lo meto en la nevera,me quito la ropa de trabajo y me pongo una camiseta cómoda y unospantalones cortos. Entonces, decido enviar un mensaje a Andy. Si alguienpuede hacerme sentir mejor, es él.

«Mi primer día ha sido una auténtica pesadilla. Mi jefe es el mayortonto del mundo. Espero que tu día haya sido mejor». Le doy a enviar.

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No miento. Al menos es un poco idiota. Fue muy amable al traerme elalmuerzo, aunque lo hiciera porque sentía mal, ya que nadie me dijo a quéhora podía irme.

Me sentí mal por haber reenviado ese correo electrónico a todo elpersonal de Industrias Carson y le molestó mucho. Sinceramente, nisiquiera sé lo que decía, pensé que había reenviado una investigación.Tendré que mirar por la mañana.

Suena el teléfono y veo una respuesta de Andy.

«Lamento escuchar eso. Si te hace sentir mejor, mi día también hasido terrible. Parece que tenemos que desahogarnos, o tomar un par deMartinis Expresos».

Dios, me gusta este tipo. ¿Cómo es posible sentir algo por alguien queno conozco? Es divertido, interesante y guapo.

Estoy empezando a pensar que quiero conocerlo, pero eso podría serun gran error.

Ahora es divertido y las cosas parecen seguras, incluso este pequeñocoqueteo. En todos los mensajes se ha comportado como un caballero,aunque tengo la sensación de que él también está un poco indeciso encuanto a quedar.

Le envío un emoji de una copa de cóctel y escribo:

«¡Salud!».

Él me envía otro de vuelta.

«En serio, siento que tu día no haya ido bien. No es fácil empezar unnuevo trabajo. Quizá tu jefe también tuvo un mal día y las cosas mejorenmañana».

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Yo creo que no. Tengo la sensación de que Drew Carson es unimbécil de primera clase. Especialmente después del comentario de Beccasobre que es una bestia intensa. Ah, y no olvidemos la parte del Diablo. Poruna parte, deseo acostarme, no ir al día siguiente a trabajar y que se joda.Pero pienso en el padre de Laurel, que me ayudó a conseguir la entrevista, yque tal vez Andy tiene razón.

Tal vez mañana sea mejor.

Ya le he pillado el tranquillo al teléfono, así que al menos eso es algopositivo. solo me llevó todo el día, pero a las tres no perdí ni una solallamada.

Y sé que cuando alguien se muestra evasivo por teléfono,probablemente sea un vendedor y no alguien con quien Drew quiera hablar.Y, ahora puedo decir oficialmente que sé lo que es el tóner y que es mitrabajo pedirlo. No de Drew.

«Espero que tengas razón», escribo a Andy. Seguimos cruzandoalgunos mensajes más y me doy cuenta de que estoy cansada; de modo quele deseo buenas noches.

«Dulces sueños, Leigh», responde.

Siento que mi corazón se agita y decido que definitivamente quieroconocerlo.

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Capítulo 14

Drew

Después de enviar mensajes a Leigh, dejo el teléfono sobre la mesa,me recuesto en el sofá y enlazo las manos detrás de la cabeza. Miro haciaarriba a través de la claraboya de cristal retráctil, que ahora está cerradaporque la noche es fresca, y observo cómo brillan las estrellas en lo alto.Me siento mejor después de hablar con ella.

Leigh parece dulce, inteligente y, por supuesto, hermosa. Una parte demí quiere conocerla. Mucho. Pero, ¿y si me reconoce? Su comportamientoprobablemente cambiará y se convertirá en todas las mujeres con las que hesalido.

Necesitada, posesiva y dramática.

Las relaciones siempre se vuelven tóxicas cuando se vuelveninseguras y exigen toda mi atención. Necesito a alguien que seaindependiente y que tenga su propia vida. Una mujer que tenga sus cosasclaras.

Desde mi matrimonio con Tabitha, no me he comprometido connadie. Es más fácil jugar en el campo y mantener las cosas ligeras. Sinpromesas.

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Pero, últimamente, me pregunto si mantener a todas estas mujeres adistancia es la raíz del problema. ¿Debería intentar iniciar una relación realen lugar de huir de ella? ¿Puedo encontrar la felicidad?

A decir verdad, ni siquiera estoy seguro de que el amor exista. Eldestino, las almas gemelas y toda esa mierda es de risa. Siempre he creídoen la lujuria y el deseo. Si echo la vista atrás, ni siquiera estoy seguro dehaber estado enamorado de Tabitha y ella era mi esposa.

Soy una persona horrible.

Pero, al menos soy honesto. Supongo que eso es algo. Y, si soysincero conmigo mismo, hay dos candidatas potenciales que me gustaríaconocer mucho mejor. Leigh y Ashley.

Desafortunadamente, Ashley está fuera de los límites. Así que, esodeja a Leigh.

Pero, sigo pensando en Ashley. No puedo evitarlo. Ella no pareceimpresionada por mí en absoluto. Mientras que todas las demás mujeres seme echan encima, Ashley no pestañea por mi compañía, mis miles demillones, mi nada. De hecho, no pudo alejarse de mí lo suficientementerápido después de que la confrontara con el correo electrónico.

Cierro los ojos y evoco la forma en que su cuerpo se apoyó en el mío.Olía muy bien y se sentía aún mejor. Mi lado lógico sabe que no deberíahaberla contratado, pero mi lado más perverso se alegra de haberlo hecho.

Me paso una mano por el pelo y al instante me pregunto si deberíallamar a mi peluquero para que venga a cortármelo. Dios, ¿por qué meobsesiono? Pero si lo hago, todos en la oficina sabrán que es por elcomentario de Tabitha. Lo último que quiero es que mis empleados piensenque sigo bajo el control de ella y que hago lo que dice.

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Mejor, lo dejaré crecer una semana más y me lo cortaré justo antes dela subasta benéfica. Me froto la barbilla, ahora cubierta de una sombra debarba para ayudar a ocultar el moratón, cortesía del imbécil de JamesDouglas. Me gusta llevar barba de varios días porque ayuda a cubrir laslíneas de la sonrisa y me hace sentir más joven. Tabitha, por supuesto, loodia. Si no me afeitaba todos los días mientras estábamos casados, hacíaalgún comentario despectivo. O bien parecía un yeti o Paul Bunyon o, loque es peor, muy poco profesional; todo menos el director general de unaempresa de éxito con la que la gente quisiera hacer negocios.

Debería dejarme crecer la barba y mandarla al diablo.

Pero, sinceramente, ya no me importa lo que piense Tabitha. Mepregunto si a Ashley le gustan los hombres con barba y si tiene novio. Nolleva un anillo, así que asumo que no está comprometida o casada, aunqueestá demasiado buena para estar soltera. Alguien le está calentando la camay la idea me hace sentir un brote de celos.

No recuerdo la última vez que sentí envidia de alguien. Es unaemoción completamente extraña y no me gusta.

Mis pensamientos se vuelven oscuros y me la imagino desnuda,metida en la cama con algún veinteañero que probablemente se dispare enmenos de un minuto. Debería estar con un hombre mayor, con experiencia yque se tome su tiempo con ella. Alguien que pueda hacer que se corra largoy tendido. Alguien que pueda hacerla volar por los aires y enseñarle algonuevo.

Alguien como yo.

Si Ashley Monroe estuviera en mi cama, la besaría de pies a cabeza ysaborearía el viaje por su cuerpo suave y delicioso. Mi lengua le haría cosasque ahora mismo no puede ni imaginar. Entonces, después de lamerla y

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chuparla hasta el olvido, le presentaría mis dedos. Mis manos son bastantegrandes y mis dedos pueden llegar a lugares secretos y sensibles. La haríaretorcerse mientras acarician y tocan sus los puntos ocultos.

Por último, levantaría las caderas y me hundiría en su sexo apretado yhúmedo. Puedo aguantar más tiempo que la mayoría, así que ella no sabrálo que le espera. Golpe tras golpe, ella me rogaría más. Y se lo daría tancaliente y duro que estaría mojada durante días.

La oigo chillar, siento su cuerpo temblar en el orgasmo y grito.

No recuerdo la última vez que una mujer me puso tan duro. Jesús,estoy como el acero.

Hablando de falta de profesionalidad. Sacudo la cabeza paradespejarla de todos estos pensamientos prohibidos, y sé que lo único que vaa ayudar es una ducha fría.

A la mañana siguiente, estoy en una videoconferencia para intentarconseguir un artículo para la subasta benéfica. Trato de no prestar atencióna Ashley, que hoy tiene incluso mejor aspecto que ayer. No sé cómo diabloses posible, pero sé que es cierto porque sigo moviéndome en mi asiento,intentando ignorar el fuerte tirón caliente en la zona de la ingle. Maldita sea,estoy incómodo.

Cuando muerde el extremo de su bolígrafo, mis fosas nasales seagitan y casi gimoteo.

—¿Drew?

Vuelvo a centrar mi atención en el monitor.

—¿Sí? —No tengo ni idea de lo que se ha dicho en los últimos dosminutos y me acaban de pillar.

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—¿Te encuentras bien? Pareces estar a un millón de kilómetros.

—Lo siento, es que tengo muchas cosas en la cabeza. ¿Decías?

—Decía que, si donamos el viaje a Cabo, nos gustaría tener nuestronombre en la parte superior del programa. ¿Puedes arreglarlo?

En ese momento me doy cuenta de que estoy sacando los dientes porun asqueroso viaje, y que a nadie le importa el maldito Cabo. Se ha vueltotan peligroso que se aconseja permanecer siempre en la propiedad del hotelpara evitar a los lugareños debido a los atracos.

—No puedo prometer nada, pero haré lo que pueda —digo con unasonrisa encantadora.

Por dentro, tengo muy claro que no va a suceder.

—Bueno, es por una buena causa, así que qué más da. Haré que miasistente prepare una cesta con todos los detalles para la subasta.

—Te lo agradezco, Scott. Va a tener muchas ofertas.

Desconectamos y miro por la ventana, pero Ashley no está allí.Curioso por saber dónde ha ido, me levanto y salgo. A dos pasos de lapuerta, me detengo a mitad de camino y mi mirada baja para encontrarla enuna posición muy comprometida.

A cuatro patas, con el culo levantado y la falda apenas cubriéndolo,está buscando algo en el suelo. Mi mirada acalorada recorre la curva de sutentador trasero, sus cremosos muslos, sus exquisitas pantorrillas y sedetiene en los brillantes tacones de charol, justo debajo de sus delicadostobillos.

Se me seca la boca, disfruto de la vista durante unos segundos más yme aclaro la garganta.

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Ashley salta, me mira por encima del hombro y me dedica una mediasonrisa.

Y me cuesta todo lo que hay en mí para no acercarme, estrecharlaentre mis brazos y aplastar mi boca contra la suya.

Suelto un suspiro tembloroso.

—Necesito hacer algunas cosas. Hoy. Por ti. —Dios, una mirada a sutrasero y pierdo mi capacidad de comunicación. Esto es ridículo.

Una vez más, mi frustración se apodera de mí y siento que se me va laolla.

—Por supuesto. —Ella se acerca al borde de su escritorio. Se levantay se retuerce con elegancia para que todo lo que quiero ver y tocar y teneren la boca permanezca oculto.

Me late el pulso y ni siquiera recuerdo lo que quiero que haga.Sostiene un bolígrafo sobre una hoja de papel y me mira con ojosinquisitivos. Hoy son muy azules, como un mar tranquilo y tropical. Quierohundirme en sus profundidades.

—¿Qué necesitas? —me pregunta.

Vuelvo al presente y me esfuerzo por ignorar el calor que se acumulaen mis pantalones. Esto no puede ser bueno, pienso, excitándome cada vezque la miro. Toda esta tensión sexual sin liberación tiene que ser pocosaludable, por no mencionar que es muy incómoda.

«Necesito que te recuestes en el escritorio y abras las piernas, cariño»,pienso.

Me paso una mano por la cara y empiezo a enfadarme. No quiero queresponda a mis llamadas, la quiero debajo de mí. Y, encima de mí. Y,

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cabalgándome con fuerza.

No hay nada más que hacer que desquitarse con ella. Quiero decir,ella es la razón por la que me estoy cabreando tanto. Empiezo a soltar unmontón de mierda y ni siquiera recuerdo la mitad de lo que le digo quehaga. Recoger mi almuerzo y la tintorería, aunque no estoy seguro de quetenga nada que recoger allí. También concertar una llamada con Dan a lastres de la tarde, recordarme que la ponga en contacto con Tabitha para elevento benéfico, llamar y asegurar el resto de los artículos de la subasta,confirmar mi cena de esta noche con Channing en el club, llamar a Tarapara que venga a mi casa el próximo martes...

Mi voz empieza a elevarse y, antes de darme cuenta, estoy gritandoórdenes como un sargento instructor.

—Y pide más barritas de granola con mantequilla de cacahuete y másvale que aún quede agua con gas de lima en la maldita cocina.

Me quedo sin aliento, con la cara enrojecida y me siento como uncompleto imbécil.

Su bolígrafo vuela por la página y luego frunce el ceño.

—¿Tara es...?

—Me corta el pelo —le digo. Cuando su mirada se desliza haciaarriba y observa mi pelo desgreñado, me paso una mano cohibida por él.

—¿Qué? —pregunto, con la voz baja y desafiante. Adelante, dimeque está horrible. Igual que Tabitha.

Lame sus labios mientras decide si responder. Luego, con voz suave,dice:

—Me gusta tu pelo.

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El calor acumulado es ahora una erección en toda regla y me doy lavuelta y vuelvo a mi despacho antes de avergonzarme. Doy un portazo tanfuerte que suena en su marco, agarro el mando a distancia que hay en mimesa y cierro las persianas. No quiero mirarla durante el resto del día.

Luego, entro en mi cuarto de baño privado y me encierro en él.

Respiro profundamente unas cuantas veces, me echo un poco de aguafría en la cara y decido ir al gimnasio en la hora del almuerzo y hacerejercicio hasta que me caiga. O, al menos, hasta que pueda borrar la imagende Ashley arrodillada frente a mí, chupándomela.

Solo hay una forma de afrontar la situación. Necesito echar un polvo.De inmediato.

Ashley no es una opción, así que agarro el teléfono, abro la aplicaciónde citas y envío un mensaje a Leigh.

«Quedemos», escribo.

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Capítulo 15

Ashley

Me paro en el mostrador de la tienda y me pregunto qué pedir paraDrew. Ha dicho que le traiga el almuerzo, pero, como todo lo que hadivagado, no ha sido muy específico. Me muerdo el labio inferior y medecido por un sándwich, ya que es lo que comió el otro día.

—Pavo y queso suizo en pan de centeno con un pepinillo y unaguarnición de ensalada de patatas. Y una galleta —añado.

Mientras espero, escribo un mensaje a mi hermano para agradecerle elchampán. Me contesta y me pregunta cómo va el nuevo trabajo. Oh,perfecto, pienso. Un minuto, mi jefe me reprende y me grita y al siguiente...

Un rubor me sube por el pecho y el cuello y levanto una mano paraabanicarme la cara.

Y, al minuto siguiente, juro que hay algo en esos profundos ojosazules que parece que quiere devorarme.

«Está bien», escribo a James.

Difícilmente la verdad, pero no puedo entrar en explicaciones, tengoque volver a la oficina y tratar de descifrar la lista de exigencias de Drew.

«¿Cómo está tu cara?, le pregunto.

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«No empieces con eso. Me he peleado con un imbécil. Se acabó y yaestá».

Suspiro. No es propio de mi hermano meterse en altercados físicoscon nadie y no puedo evitar preocuparme, pero no voy a presionarlo. Almenos, no ahora.

Diez minutos más tarde, dejo el almuerzo sobre mi escritorio. No veoa Drew a través de la mampara de cristal, así que entro en su despacho y meacerco a su mesa. Debe de haber salido corriendo. Me siento aliviada y,mientras dejo la bolsa marrón de la tienda sobre su escritorio, la puerta desu baño privado se abre y sale una ola de vapor.

Drew está de pie, con el pecho desnudo y el agua cayendo sobre sutorso liso y musculoso. Mi mirada se dirige a la toalla que cuelgaprecariamente alrededor de sus delgadas caderas y creo que he dejado derespirar.

Nuestras miradas se cruzan y algo sucede. Es como si una especie deelectricidad creciera entre nosotros y se me cayera el estómago. Es elhombre más guapo que he visto nunca. Todo hombros anchos, pechomusculoso y piernas largas. Veo cómo una gota de agua corre por un surcode su tabla de abdominales y desaparece en la toalla.

La toalla hace muy poco para ocultar lo que hay debajo. De hecho, nohace más que resaltar el gran bulto.

Cuando me doy cuenta de que estoy con la boca abierta, aprieto loslabios de golpe y miro hacia otro lado. Miro cualquier cosa menos sucuerpo increíblemente cincelado.

—Te he traído el almuerzo —consigo escupir.

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Me doy la vuelta, siento cómo se pegan al suelo los tacones de charoly salgo de su despacho a trompicones.

Dios mío. Me dejo caer en la silla y apoyo la frente en una mano. Nosabía que tenía un baño privado junto a su despacho y mucho menos unaducha. Ver a Drew prácticamente desnudo me hace sentir cosas extrañas enmi interior y siento un calor que se extiende por mis partes bajas.

Esto está muy mal, Ash.

No importa lo atractivo que sea, Drew Carson es mi jefe. Y esosignifica que está completamente fuera de los límites. No me acuesto con elhombre a cargo de la empresa donde trabajo. Diablos, no me acuesto connadie. Mi último novio, Ben, dijo que era fría y emocionalmente distante enla cama. Un comentario así marca a una chica de por vida y la llena dedudas. A mí me dejó muy mal.

Pensando en ello, tampoco sentí nunca un cosquilleo en todo micuerpo cuando vi a Ben con una toalla.

Hay algo muy fuerte y masculino en Drew. Posee cualidades quehacen que mis rodillas se debiliten. No hay duda de que está físicamente enforma y su estructura alta y delgada se ve increíble en un traje. Pero es másque eso. Es la forma segura y directa en que me mira a los ojos. Esdominante, directo y toma el control de la situación. Nadie duda de que esél quien manda.

Camina con arrogancia, con un propósito, y su presencia es másgrande que la vida.

Mientras todos estos pensamientos pasan por mi cabeza, saco elrecipiente de patatas fritas y empiezo a llenarlas de kétchup. Normalmente

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no me permito comer así, pero este trabajo me está estresando y necesitocomida reconfortante.

Me meto un par de patatas en la boca y empiezo a masticar cuandosale Drew, recién vestido con un traje de diseño, con el pelo todavíahúmedo y enroscado en el borde del cuello. Oh, Dios, es muy atractivo;sobre todo, ahora que sé lo que hay debajo de esa ropa tan cara.

—Gracias por el sándwich —dice.

Me obligo a bajar el bocado de patatas fritas y asiento con la cabeza.

—De nada.

Algo brilla en sus ojos de medianoche. ¿Delirio? ¿Humor? Parecemucho más relajado que antes de la comida, cuando entró en su despacho ycerró las persianas. No sé qué pasa por la cabeza de este hombre. soloquiero que esta incómoda conversación termine, así que mojo un puñado depatatas fritas en el kétchup y sigo comiendo. Quizá capte el mensaje y sevaya.

—Eso es mucho kétchup —observa, y mira los veinte paquetes vacíosque hay sobre una servilleta.

—Me encanta el kétchup —admito.

—Ya veo. —Su boca se curva y aparece ese hoyuelo sexy en sumejilla izquierda. No se muestra a menudo, pero decido que quiero lamerlo.

Me trago la comida, cojo otra patata frita y la paso por la salsa.

—Ha llegado tu nuevo teléfono. —Señalo la esquina de mi mesa. Sumirada azul baja hasta la caja y luego asciende hasta centrarse en mí. Nopuedo apartar mis ojos, estoy atrapada en su mirada de zafiro y de repente

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se me seca la garganta. Me esfuerzo por aclararla y añado—: Ah, y en latintorería no había nada que recoger.

El corazón me retumba en los oídos.

—¿De verdad? —pregunta con voz perezosa y pausada.

Algo en su tono me recuerda a la mantequilla caliente que se derrite ysiento que un millón de mariposas vuelan en mi estómago. No sé qué hacer.Me hace sentir demasiado cohibida para comer, mirándome fijamente conesa mirada de lobo, así que agradezco que mi teléfono emita un nuevomensaje. Miro hacia abajo y veo que es James. Vaya, también hay unaalerta que he perdido de PerfectMatch.com.

—Te dejaré volver a tu almuerzo —dice.

Cuando se da la vuelta y se aleja, mi mirada se desliza por su altocuerpo y se centra en su firme trasero. Por supuesto, es perfecto, como todoél.

El estrés que sentía antes se transforma en algo diferente y, derepente, pierdo el apetito. Tiro el resto de las patatas fritas al cubo de labasura justo cuando suena mi teléfono.

—Despacho de Drew Carson. —Mi voz suena más ronca que decostumbre. Aunque todavía no me siento completamente segura con elteléfono, lo estoy haciendo mucho mejor. El hombre al otro lado de la líneasuena mayor y distinguido, así que no me sorprende cuando se identificacomo Channing, un amigo del prestigioso club de campo de Drew. Llamo aDrew y le digo—: Channing, de tu club, te llama.

Por alguna razón, sale más como una pregunta que como unaafirmación. ¿Qué puedo decir? Me tiene en ascuas.

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—¿Estás segura? —pregunta, con una nota burlona en su vozprofunda.

Su pregunta me desconcierta y levanto la vista. Sus persianas estánabiertas de nuevo y esa mirada penetrante de medianoche me mira tanintensamente que mi voz se queda sin aliento.

—Uhm, sí.

—Entonces, por supuesto, pásamelo.

Transfiero la llamada y suelto un largo suspiro. ¿Por qué parece queestá coqueteando conmigo?

«No seas ridícula, Ash. Es tu jefe y nada más».

Dios, ojalá volviera a cerrar las persianas. De vez en cuando, noto sumirada caliente sobre mí y me hace sentir todo tipo de extraños cosquilleos.

El resto del día desaparece en un borrón de llamadas y correoselectrónicos interminables. Justo antes de irme a las cinco y media, lascosas por fin se calman y tengo un momento para relajarme. Lo que merecuerda...

Abro el correo electrónico de Tabitha que accidentalmente reenvié atoda la oficina y lo leo. Y, mi corazón se desploma. Las palabras de suexmujer son maliciosas y rozan la crueldad, en mi opinión. Es un correoelectrónico desagradable que es malo y degradante.

He permitido que todos los que trabajan en Industrias Carson lo lean.

Dios mío, ¿qué hice? No me extraña que estuviera tan molesto. No loculpo. Pobre Drew.

Me siento fatal, pero ya está hecho. Tendré que encontrar la manerade compensarlo. Entonces, recuerdo que el gran evento de caridad es la

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próxima semana. Trabajaré hasta tarde, me aseguraré de que todo se haga yle quitaré todo lo que pueda. Tabitha puede hablar conmigo para que Drewno tenga que lidiar con ella.

Decido que eso me hace sentir un poco mejor y abro la aplicaciónPerfectMatch. Una sonrisa se dibuja en mi boca cuando veo un mensaje deAndy. Lo abro y mi corazón se detiene.

«Quedemos».

Una hora después, me siento en mi apartamento, con las piernascruzadas en el sofá, y hablo con Laurel por teléfono.

—Creo que no estoy preparada —confieso.

—¿Por qué no?

—Es que todo va muy bien. Tengo miedo de que, si nos encontramos,las cosas se estropeen.

—Ash, el objetivo es que al final nos conozcamos en persona.

—Lo sé, pero... —Suspiro—. Tengo miedo de que piense que no soytan atractiva como en mi foto.

—¡Ashley Monroe, eres preciosa! Por dentro y por fuera, y cualquieracon medio cerebro lo verá.

Doy una carcajada.

—Gracias, Laurel.

—Mira, si no estás preparada, no lo hagas. Si le gustas de verdad,¿qué importa si quedáis esta noche o la semana que viene? Si estáinteresado y es un buen tipo, te esperará.

Mientras le devuelvo el mensaje a Andy, espero sinceramente quetenga razón.

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Capítulo 16

Drew

—¿Me estás tomando el pelo? —murmuro.

Entorno los ojos y agarro el móvil con tanta fuerza en la mano que meduele. Está demasiado ocupada con su nuevo trabajo y espera poder quedarla semana que viene.

Estoy a punto de tirar el móvil por la barandilla del balcón de miterraza, pero me detengo. Ya he roto uno esta semana y es suficiente.

Mi enfado es porque quiero echar un polvo e intentar olvidar a AshleyMonroe, eso no significa que se deba esperar que Leigh lo deje todo, corrahacia mí y me folle.

Dejo escapar un largo y frustrado suspiro, aunque eso sería una buenadistracción.

Supongo que, si realmente quiero algo de acción esta noche, podríallamar a una docena de mujeres y estarían aquí en menos de media hora,con las piernas abiertas y listas para hacer lo que yo quiera.

Pero no quiero a ninguna de ellas. Quiero a Ashley. Y, creo queconocer a Leigh ayudaría a enfriar mi deseo por mi asistente porque

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entonces podría centrarme en otra persona. Además, ella me gusta mucho,solo espero que sea como la imagino por sus mensajes.

A veces, la gente no es sincera en internet, no son quien dicen ser.Mierda, ni siquiera yo lo soy.

El resto de la semana en la oficina sigue más o menos el mismopatrón tortuoso. Ashley desfila con su falda corta y sus altísimos tacones yyo me empalmo. Me paso todos los almuerzos en el gimnasio de laempresa, en la planta baja, haciendo pesas hasta que estoy sudado y a puntode desmayarme, porque es lo único que puedo hacer para aliviar el estrés yla tensión sexual.

Desde que Leigh se despidió de mí, me he alejado. Si me manda unmensaje, le respondo, pero no lo hago antes. No voy a presionarme conalguien que no está interesado. Además, me recuerdo a mí mismo quesiempre he dicho que las mujeres independientes con sus propias cosas sonexcitantes.

Sin embargo, ya no estoy tan seguro de eso. Una parte de mí anhelaalgo de atención.

El jueves, le doy a Ashley una lista de once cosas más que tenemosque buscar para la subasta. Al final conseguí el viaje a Cabo y espero que loasegure todo para poder enviar por correo electrónico los últimos detalles aTabitha por la tarde.

A las doce y media, me pongo una camiseta y unos pantalones cortosde gimnasia y me dirijo a trabajar en mi frustración sexual. Paso treintaminutos en la cinta de correr como si estuviera huyendo de los perros delinfierno. O de mi acalorada asistente.

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Exhausto y empapado de sudor, me limpio la cara con una toalla, mebebo media botella de agua y me dirijo al ascensor. Cuando se abren laspuertas, entro, pulso el último piso y me apoyo en la barandilla, todavía conla respiración agitada por mi vigoroso entrenamiento. Justo cuando laspuertas empiezan a cerrarse, oigo unos tacones que chocan con rapidezsobre el suelo de mármol y una mano sale disparada para impedir que lapuerta se cierre.

Doy al botón de apertura y espero a que la pasajera entre.

Mi corazón se acelera cuando veo que es Ashley quien se apresura apasar.

—Gracias. —Sonríe al entrar. Cuando me ve, se pone rígida y lasonrisa se marchita en sus exquisitos labios—. Oh.

¿Oh? ¿Qué demonios significa eso? Nunca he visto a ninguna mujermirarme con tanta decepción. Bueno, excepto Tabitha.

La puerta se cierra y de repente estamos los dos solos. En un espaciomuy pequeño.

Destapo la botella de agua, doy un largo trago y noto sus ojosclavados en mí. La miro y enarco una ceja. No sé qué está mirando, perogira la cabeza con rapidez y se nota que está incómoda.

Son los veinticinco pisos más largos de la historia de los ascensores yel silencio se hace muy pesado.

Cuando su perfume de vainilla llega a mi nariz, respiroprofundamente. No puedo evitarlo. Huele tan bien. Bebo otro trago de agua,lo termino y aplasto la botella de plástico entre mis manos.

No voy a dejar que esta frustración se apodere de mí.

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Esta chica no es diferente de las demás. Solo es otra cosa bonita yjoven y, de alguna manera, me ha embrujado.

«Tal vez solo necesites sacarla de tu sistema», dice una vocecita en miinterior. «Fóllatela y acaba con ella de una vez».

No. Ella trabaja para mí y yo no mezclo negocios y placer. Nunca.

—Tengo tu almuerzo —dice ella.

—¿Qué?

Ella levanta la bolsa marrón en sus manos.

—Tu almuerzo. —Enfatiza cada palabra como si yo fuera uncompleto idiota.

La miro y asiento con la cabeza.

—Gracias. —Todavía la sostiene, así que extiendo la mano y laagarro. Ni siquiera recuerdo lo que quería. Cada vez que estoy cerca de ella,mi mente empieza a dar vueltas como si estuviera en una atracción de feria.

Los pisos se arrastran y empiezo a sentirme atrapado. Levanto la vistade la bolsa marrón y la botella de agua aplastada que tengo en la mano ynuestros ojos se encuentran. No la aparto y me veo mirando fijamente susojos azul verdosos durante un largo y tortuoso momento que parece no tenerfin.

Lo extraño es que me sostiene la mirada.

Me pregunto qué haría si me acerco más, cierro la brecha entrenosotros y la aprisiono contra la pared. Si pego mi duro cuerpo contra sussuaves curvas, si subo mis manos para acariciar su cara y la beso hastadejarla sin sentido.

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¿Respondería ella con el mismo calor que siento yo? ¿Me rodearía elcuello con los brazos y me devolvería el beso? ¿Susurraría cosas traviesasen mi oído?

Ding. La puerta del ascensor se abre y tardamos un momento enmovernos. Justo cuando empieza a cerrarse de nuevo, lanzo una mano y ladetengo. Hago un gesto de asentimiento, manteniéndola abierta para ella, yse apresura a pasar por delante de mí. No espera a que camine a su lado ycorre hacia su mesa lo más rápido posible.

Oh, Dios, va a ser una tarde larga.

Entro en mi oficina y, después de una ducha rápida y helada, mesiento en mi escritorio y saco el contenido de la bolsa marrón. Estoyhambriento. Saco un recipiente agujereado de lo que parece una papilla fríay marrón y luego desenvuelvo una especie de bolsillo de pita falsa deaspecto vegano que derrama brotes verdes y semillas marrones.

¿Qué mierda es esto?

—¡Ashley! —la llamo con un grito.

Aparece en la puerta.

—¿Sí?

—¿Qué demonios es esto? —Señalo con la cabeza la asquerosacomida. Y utilizo la palabra «comida» con ligereza.

Con el ceño fruncido, se acerca y mira hacia abajo.

—Esto no está bien —advierte—. Te he pedido una ensalada Cobb yuna sopa, como querías.

—Entonces, ¿dónde está?

—Supongo que confundieron el pedido.

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—¿Por qué no lo comprobaste?

—Lo siento. ¿Quieres que vuelva?

Suspiro, completamente molesto. Este es el tipo de mierda inepta queme irrita.

—No —ladro—. Me sentaré aquí y me moriré de hambre. Abre laboca para decir algo y la cierra enseguida—. Creía haber dejado claro queodio la incompetencia —gruño y tiro la comida a la papelera—. ¿Tan difíciles comprobar dos veces un pedido de comida?

Sus ojos verdes se vuelven más intensos, como las profundidades decolor esmeralda del océano.

—Lo siento —dice con los dientes apretados.

—No lo sientas. Sé competente.

—Soy competente — responde ella.

Mis ojos se estrechan. No he visto esta faceta de luchadora y, no voya mentir, me excita. Me pregunto hasta dónde llegará. ¿Hasta qué punto seráatrevida? Decido presionarla.

—Tus acciones demuestran lo contrario, señorita Monroe. Si hubierasabido que ibas a ser una asistente de medio pelo, nunca te habríacontratado. Industrias Carson tiene los estándares más altos y te sugiero quete pongas a la altura de ellos o que te vayas a trabajar a otro sitio menosexigente.

Justo cuando pienso que me he pasado un poco, Dios no lo quiera querompa a llorar y salga corriendo, me sorprende de nuevo.

—Difícilmente diría que hacer de niñera todo el día es un reto, señorCarson —sisea, luego se da media vuelta sobre sus altos tacones y se va.

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Una media sonrisa se dibuja en mi boca y el calor se extiende por miingle. Entonces, siento que vuelvo a cabrearme. Me pongo en pie, llego a lapuerta en tres largas y furiosas zancadas, envío una mirada de muerte aAshley, que ahora está primorosamente sentada detrás de su escritorio, ycierro la puerta con todas mis fuerzas. De vuelta a mi escritorio, apunto conel mando a distancia a las persianas y las cierro.

El estómago me gruñe, meto la mano en el escritorio y saco unabarrita de cereales. Una maldita barrita de avena con pasas porque el pedidode las de mantequilla de cacahuete aún no ha llegado. Arranco el envoltorioy le hinco los dientes.

Deseando como el demonio que hincarle algo más a la aguerridaseñorita Ashley Monroe.

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Capítulo 17

Ashley

¡Asistente de medio pelo!

«Menudo capullo», pienso mientras abro el pudin y saco un poco.Miro hacia las persianas cerradas, feliz de no tener que ver su cara de malhumor. ¿Quién se cree que es?

«Me sentaré aquí y me moriré de hambre», dice.

Bien, espero que lo hagas. Como si pudiera matarlo el hecho deingerir la comida que el restaurante me dio por accidente. Qué infantil.

Tiro el recipiente vacío a la basura y me vuelvo a aplicar el brillo delabios. Trabajar para Drew Carson es suficiente para provocar una úlcera acualquiera. Nunca hay nada que esté bien o sea lo suficientemente bueno yél se pasa el día dando pisotones por la oficina como un niño de mala leche.

Mi mente regresa al ascensor y siento una oleada de calor que mecalienta las mejillas. No puedo creer lo bien que estaba. Todo sudado y conla respiración agitada. Y la forma en que su pecho se tensaba contra la finacamiseta de algodón al tomar aire, delineando sus músculos. Me muerdo ellabio. También tiene unas piernas estupendas. Bronceadas, tonificadas ylargas, con una capa de pelo oscuro.

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Bebo un trago de agua y miro la botella de plástico que tengo en lamano. Me imagino al instante cuando bebió el resto del agua, cómo suoscura cabeza se inclinó hacia atrás, la forma en que su garganta trabajó.Luego, la aplastó con su gran mano.

Pero, sobre todo, sigo pensando en su magnética mirada azul. ¿En quéestaba pensando? Su mirada sostenía la mía tan intensamente que no podíaapartar la vista. Era como una atracción gravitacional.

Creo que nunca sabré lo que pasa por su cabeza. Es testarudo y difícily...

Antes de que me dé cuenta de lo que está pasando, una mujer morenay elegantemente vestida pasa por delante de mi mesa, abre de golpe lapuerta de Drew y entra en su despacho. Él está al teléfono, hablando con uncliente, y levanta la vista sorprendido.

La mujer mide alrededor de un metro setenta, tiene el pelo de colorébano hasta los hombros y está de pie, erguida, con los hombros echadoshacia atrás. Coloca las manos en las caderas, inclina la cabeza y da unpequeño golpe con el pie. Apesta a perfume caro y cambia impacientementesu bolso de diseño de un brazo a otro.

Oigo a Drew disculparse con quien sea que esté hablando y terminarla llamada. Luego, se recuesta en su silla y se cruza de brazos. Inclusodesde aquí, puedo ver cómo cambia su lenguaje corporal y sube lasdefensas.

—¿Qué haces aquí, Tabitha?

Me doy cuenta de que es su exmujer y me siento un poco más recta.Esto está a punto de ponerse interesante y tengo un asiento en primera fila.Ojalá hubiera palomitas.

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—Como parece que no puedes llamar o enviar un correo electrónicopara ponerme al día sobre los artículos para la subasta, no he tenido másremedio que pasarme por aquí. Este es un evento importante, Drew, ynecesito que le prestes algo de tu preciosa atención.

La mirada de Drew se desliza hacia la mía y parece negra como la deldiablo.

—Ashley, ven aquí.

Oh, mierda. Me pongo de pie, me aliso la falda y entro en sudespacho, donde la tensión es palpable.

—Tabitha, esta es mi nueva asistente, Ashley Monroe. ¿Por qué novais las dos a la sala de conferencias y continuáis esta discusión? Ella esmás que capaz de ultimar los detalles contigo. —Vuelve a centrar suatención en su portátil, despidiéndonos a ambos.

O eso creo, hasta que Tabitha se acerca al borde de su escritorio ycierra el portátil con una mano perfectamente cuidada.

—No lo creo, querido. —Sus pestañas revolotean sobre sus ojosgrises plateados. Luego, me mira de reojo—. No te ofendes, Ashley,¿verdad? Drew tiene que llamar a estos donantes potenciales ahora mismo ovamos a perder algunos artículos importantes. Sé que quieres recaudar todoel dinero posible para esta maravillosa causa, querido. —Su voz baja unpoco, pero sigue siendo lo suficientemente alta como para que pueda oír susiguiente comentario—. Después de todas las cosas terribles que pasastecon tu padrastro, sé lo mucho que significa para ti, poder ayudar a esospobres niños maltratados.

Él palidece y yo me muevo con incomodidad al escuchar estainformación personal. Sé lo mucho que Drew valora su intimidad y este

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golpe bajo le corta el rollo. Tarda un momento en recuperarse, pero lo hacey junta las manos.

—Ashley y yo lo terminaremos esta noche y luego te enviaremostodos los detalles. Ahora, te sugiero que te vayas para que podamosponernos a ello. —Sus palabras son nítidas, más frías que el hielo.

—Maravilloso —replica su exmujer. Se da la vuelta para irse, luegose detiene y lo mira por encima de un hombro—. Espero que lo mantengastodo en el lado profesional, cariño.

Miro los dedos enlazados de Drew y me doy cuenta de que tiene losnudillos blancos de tanto apretar. Seguramente quiere retorcerle el cuello aTabitha, aunque no sé muy bien de qué habla.

Sus labios se retraen en una mueca.

—Ya sabes que prefiero a las rubias.

—Hasta pronto. —Con un zumbido, Tabitha se desliza junto a mí ysale de la oficina.

—Necesito que te quedes hasta tarde esta noche. ¿Puedes hacerlo? —me pregunta. Su voz es grave, y tensa.

Quiero decirle que no y que tiene mucho valor para pedirme ayuda enun proyecto personal. En lugar de eso, suelto un suspiro y digo:

—Claro.

Veo que una oleada de alivio inunda sus facciones, separa las manos yflexiona los dedos.

Tengo la sensación de que va a ser una noche muy larga.

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Capítulo 18

Drew

Cuando Ashley se inclina sobre la mesa de reuniones para tomar unbolígrafo, con su culo respingón llamándome por su nombre, sé que lanoche va a ser muy larga.

Aparto mi atención de la tentadora vista y me acerco al gran ventanalpara contemplar las luces de San Francisco.

—Entonces, ¿dónde estamos? —pregunto

—Bueno, he llamado tres veces a todos los de la lista, he dejadomensajes y he enviado correos electrónicos, y no sé si me están evitando oqué, pero...

Me doy la vuelta, ella me mira con esos ojos azul mar, y una parte demí se derrite un poco.

—Dame el teléfono. —Extiendo la mano y añado—: Marca a JakeMalloy.

Ella hace lo que le digo y sostengo el auricular entre la cabeza y elhombro, y apoyo la cadera en la mesa.

—Soy Drew Carson para Jake Malloy. —En menos de cincosegundos, Jake contesta.

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Voy al grano, le digo que quiero un encuentro con la banda de rock ala que representa para subastarla en la gala benéfica de la semana que vieney luego le presento a Ashley, mi nueva asistente, que se encargará de losdetalles.

Le paso el teléfono y no estoy seguro de si es asombro o respeto o loque veo en su cara. Pero me gusta. Habla con Jake unos minutos, anotaalgunos datos en un cuaderno, luego le da las gracias y se despide.

—Bueno, ha sido fácil —reconoce.

—Solo faltan diez —advierto. Me quito la chaqueta del traje, la arrojosobre el respaldo de una silla y me aflojo la corbata—. ¿Por qué no pidesalgo de cenar y que lo traigan? Todavía tengo hambre de la comida.

Creo que pone los ojos en blanco ante mi último comentario, pero nopuedo estar seguro porque se da la vuelta. Me desabrocho los puños y mesubo las mangas, y mi mirada se pasea por sus curvas. Dios, qué vista tandeliciosa. Mejor que las luces de la ciudad al otro lado de la ventana.

Y, completamente fuera de los límites.

Mi humor se ensombrece y, de repente, quiero volver a ver su ladomás atrevido. Sé que tenemos trabajo que hacer, pero no me importa.Después de que pida la comida y cuelgue, saco una silla de cuero y mesiento.

—¿Te he fastidiado la noche del viernes?

Se sienta en la silla a mi lado y se levanta la falda. Se me seca lagarganta al ver cómo se la baja y cruza esas largas piernas.

—Me han invitado a una cita —dice.

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Se me cae el estómago y siento que me invade una abrumadorasensación de ira inexplicable. ¿Una cita? Un músculo me salta en la mejilla,agarro el bolígrafo y empiezo a golpearlo sobre la mesa con un ritmoagravado y entrecortado.

—¿Tienes novio? —Odio el tono posesivo y celoso de mi voz, perono puedo evitarlo. Quiero saber más sobre el imbécil al que Ashley dejaentrar en su cama.

—No es mi novio. solo alguien a quien estoy...

«¿Follando?», pienso y enarco una ceja oscura. Cuando no termina lafrase, mi mandíbula se endurece.

—Oh, ya lo entiendo. —Las palabras salen más censuradas de lo queplaneo y su cara se enrojece.

—Solo alguien con quien estoy saliendo —aclara.

—Ya. —Así que no solo se está tirando a este tipo, sino que nisiquiera es su novio. solo una aventura casual.

—No es que sea de tu incumbencia —añade con acritud.

Eso me cabrea. Ella es mi asistente, así que eso hace que sea de miincumbencia.

—No estoy de acuerdo.

Su mirada choca con la mía y esos ojos del color del océano sevuelven de un verde más intenso y parpadeante.

—Lo siento, ¿qué?

—Como empleado de Industrias Carson, concretamente mi ayudante,tus acciones se reflejan en la empresa. Así que te agradecería que nohicieras ostentación de tus maneras sueltas. Es poco profesional.

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Por la cara de indignación que pone, se diría que la acabo deabofetear. Salta de la silla y, si las miradas pudieran matar, yo estaríadoblemente muerto.

—¿Cómo te atreves? —sisea—. La forma en que llevo mi vidaprivada no es de tu incumbencia.

—Disculpa, pero no me gusta la idea de que mi asistente sea tanligera.

Se le escapa la sangre de la cara.

—¡Eres un hipócrita arrogante y un santurrón!

Sé que estoy siendo un idiota, pero no me importa. Mi labio se curvaen una sonrisa cruel y lo último que espero es que dé un paso adelante y mela quite de la cara, pero eso es exactamente lo que hace.

Me levanto de mi asiento y le agarro la muñeca. Se tambalea haciaatrás, atrapada entre mi dura estructura y la mesa de conferencias. Aprietomás la muñeca cuando levanta la vista y me mira a los ojos, completamenteindignada.

Su indignación me excita. Sus ojos de color esmeralda me excitan. Y,Dios mío, su pequeño y caliente cuerpo presionando contra el mío meexcita tanto que me olvido de todo excepto del deseo que me recorre.

La atraigo contra mí, con fuerza, y cierro mi boca contra la suya. Ledoy un beso como un hombre hambriento que acaba de encontrar un trozode pan. La devoro. Mis labios presionan y se amoldan y, Dios mío, apenaspuedo creerlo cuando ella abre la boca en respuesta. Mi lengua se deslizadentro, toca la suya, y es como si hubiera perdido la cabeza. La locuratemporal me consume mientras la agarro por las caderas, la subo a la mesay la empujo hacia atrás.

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Su falda se levanta y me meto entre sus piernas, con la polla duracomo el acero. Cuando me agarra de la corbata, tira de mí hacia abajo y searquea, creo que un trocito de mí muere y se va al cielo. Siento cómo susmanos se deslizan por mi espalda, me rodean el cuello y sus dedos sedeslizan por el pelo que se enrosca por encima de mi cuello.

De repente, el beso cambia. Lo que empezó siendo rápido y duro seconvierte en líquido, sensual y muy lento. Mi boca se sumerge, dejando unrastro de besos calientes y húmedos a lo largo de su mandíbula y por elcuello, mientras una de mis manos acaricia su nuca y la otra se desliza pordebajo de su falda y recorre un muslo cremoso. Levanto su pierna y laarrimo contra mi costado, lo que me permite acercarme aún más. Cuandoaprieto la parte inferior de mi cuerpo contra el mechón de satén que cubresu núcleo, ella gime.

Una avalancha de palabras y frases soeces fluye por mi cabeza, perono me atrevo a decir nada. Tengo miedo de que, si abro la boca, ella seasuste y el momento se acabe abruptamente. Ya es bastante malo que esté apunto de romper la cremallera, pero no quiero quedarme con el peor caso debolas azules conocido en la historia de la humanidad.

Mi mente nebulosa sabe que tengo que conseguir el condón máscercano, que está escondido en un cajón de mi baño privado. Pero, denuevo, no quiero que salga corriendo. Voy a tener que sacarnos suave yrápidamente de la sala de conferencias y del pasillo. De vuelta a laintimidad de mi despacho.

Mi mente empieza a imaginar todo tipo de escenarios perversos,incluida la ducha de mi cuarto de baño y sentir el agua cayendo sobrenosotros. Dejar que mis manos y mi boca recorran cada centímetro de sucuerpo húmedo y desnudo.

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—¿Hola? —llama una voz desde el pasillo.

Maldita sea. Levanto la cabeza, justo cuando estoy a punto de bajarmis labios a la parte superior de sus pechos, y veo al repartidor que llevanuestra cena.

Qué mala sincronización.

Ashley se escapa de debajo de mí, tratando de arreglar su falda y sublusa para que queden en orden, y yo me dejo caer en una silla para ocultarel gigantesco bulto que amenaza con desgarrar la parte delantera de mispantalones.

El tipo aparece en la puerta.

—¿Han pedido comida china? —Los dos respiramos con dificultad yninguno de los dos tiene aún voz para hablar. Está bastante claro lo queestábamos haciendo. El chico sonríe y deja la comida sobre la mesa—. Queos vaya bien —añade con una mirada divertida.

Por suerte, tenemos una cuenta en el restaurante porque no podríalevantarme a pagar, aunque mi vida dependiera de ello.

Miro a Ashley, con el vapor que se desprende de mí en forma de olasacaloradas, pero ella se niega a establecer contacto visual. En su lugar, sepasa una mano temblorosa por su larga melena rubia y rodea la mesa. Susojos se dirigen a la salida.

—Ashley —Mi voz suena mucho más ronca de lo que pretendo, peroella niega con la cabeza y da otro paso atrás, ligeramente tambaleante sobreesos tacones altísimos.

—Esto no debería haber sucedido —replica en tono vacilante, y mirahacia la mesa donde hace un minuto estaba extendida debajo de mí.

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No quiero que la conversación vaya por ahí, así que me levanto y meacerco. Sus ojos se posan en el enorme bulto que aún se mueve detrás de micremallera y se cubre la cara con los dedos.

—No pasa nada. —Tiendo una mano hacia ella, pero se aparta.

—¡No, no está bien! Eres mi jefe. Y, no importa lo que pienses, nosoy ese tipo de chica.

Antes de que pueda decir otra palabra, sale corriendo. Cierro los ojosy me dejo caer en el asiento más cercano. Apoyo los codos en la mesa ydeslizo la cara entre las manos.

Qué puto desastre.

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Capítulo 19

Ashley

«Esto es más que un desastre», me digo mientras recojo el bolso atoda prisa y me apresuro hacia el ascensor, antes de que aparezca Drew.Durante el trayecto, apoyo la cabeza en la pared y quiero llorar.

Dios mío, ¿qué acabo de hacer?

Lo que ha pasado en esa sala de conferencias no es propio de mí.Nunca he cruzado esa línea profesional y mucho menos he salido con uncompañero de trabajo. «Nunca des miel donde ganas», dice siempre Laurel.No podría tener más razón.

Las cosas van a ser tan exponencialmente incómodas ahora en eltrabajo que no tengo otra opción que renunciar. No hay manera de quepueda actuar como si nada hubiera pasado esta noche. No hay forma de quepueda olvidar lo que he sentido al notar su cuerpo contra el mío, tan duro, yesos músculos ondulando bajo mis manos.

Se me corta la respiración al recordarlo rozando mi lugar más íntimo,con solo una braga de seda y sus pantalones separándonos. Me encantó,reconozco, consciente de que mi ropa interior está ahora completamenteempapada.

No sé qué habría pasado si el repartidor no nos hubiera interrumpido.

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Soy tan tonta. Lo comprometí todo actuando como la mujer suelta yfácil que él me acusó fríamente de ser. Pero, en el momento en que meacercó y destrozó mi boca en ese beso salvaje y exigente, perdí el sentido ycualquier pensamiento racional salió volando por la ventana.

La puerta del ascensor se abre y salgo. Atravieso el vestíbulo, doyvueltas por la puerta giratoria y salgo a la acera. Respiro profundamente,aspiro el aire fresco de la noche, que me ayuda a estabilizar los pies y arefrescar mi cuerpo ardiente.

Doblo la esquina y, escondida en las sombras, me apoyo en eledificio. Mientras espero a que se me despeje la cabeza, mi cuerpo traidorno puede olvidar la boca caliente y exigente de Drew. Todavía me arden lasmejillas, el corazón me late con fuerza y me siento muy excitada. Tanexcitada que me duele físicamente por Drew.

Pero es imposible. Esta noche ha sido un gran error, pero ya haterminado. No volverá a ocurrir porque no pienso volver a verlo. Mi empleoen Industrias Carson está oficialmente terminado.

Mi deseo por el dueño, sin embargo, no.

Necesito olvidarme de él. Busco en mi bolso y saco mi teléfonomóvil. En menos de un minuto, escribo a Andy.

«¿Qué te parece tomar esa copa esta noche?». Le doy a enviar.

El elegante bar de la azotea del hotel donde Andy me dice que nosencontremos no está lejos. Me detengo en el baño y me recompongo antes

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de subir en el ascensor. Todavía tengo un brillo en la cara y mi corazón seacelera cuando pienso en su mano deslizándose bajo mi falda.

Sacudo la cabeza e intento apartar a Drew Carson de mispensamientos.

Andy dice que no está lejos y que se reunirá conmigo en el bar con mibebida favorita. Puedo beber unos diez Martinis Expresos en este momento.Espero por Dios que él pueda hacerme olvidar a Drew. Aunquesinceramente lo dudo.

Ningún hombre me ha hecho sentir esa clase de abandono temerario.Algo en él me hace querer arrancarle toda la ropa y besarlo por todas partes.Enciende un fuego en mí y quiero explorarlo, pero es imposible.

Tal vez sea porque siento una gama extrema de emociones por él yeso me confunde. Odio su cruel arrogancia. Admiro su ética de trabajo.Empatizo con su relación con Tabitha. Siento curiosidad por su infancia ysu padrastro. Aprecio las pequeñas bondades que ha mostrado.

Sobre todo, me encanta su cuerpo caliente y duro que se aprietacontra el mío. Me hace sentir cosas que nunca antes había sentido. Es comosi estuviera en una montaña rusa, inclinándome sobre el borde de la colinamás grande, a punto de caer a cien kilómetros por hora, y miro hacia abajoy veo que el cinturón de seguridad está roto.

Y eso me asusta.

Termino de retocarme el maquillaje y me sacudo el pelo. Parece queacabo de salir de la cama, aunque esté perfectamente peinada, y mis ojosazules se ven ahumados, mis labios llenos y brillantes por el brillo. Estoytan lista como siempre, pienso, y salgo del baño.

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Me gusta Andy. Realmente me gusta y espero que me haga olvidartodo lo de Drew Carson. Con ese pensamiento en la cabeza, entro en elelegante bar. La azotea es enorme, con al menos tres barras de cuerpoentero, y la zona se abre y da paso a una gran piscina rodeada de varioslugares para sentarse. Por lo que puedo ver, la vista es espectacular.

Es viernes por la noche, así que el local está lleno. Camino entre lamultitud, chocando los codos con muchos de los más ricos y exitosos delDistrito Financiero. Traigo una imagen mental de Andy y recorro la barramás cercana. Nadie me resulta familiar.

Hasta que vislumbro a un hombre alto y moreno en la barra delmedio, vestido de traje. Su pelo de medianoche se enrosca en el cuello de sucamisa blanca almidonada y recuerdo su textura porque mis dedos acabande recorrerla hace media hora. Justo cuando me dispongo a volver a lamultitud, Drew Carson se da la vuelta con un Martini Expreso en la mano.

No puede ser. Se me cae el corazón y la mandíbula.

Se lleva un vaso de líquido ámbar a los labios, bebe un sorbo y luegosu mirada azul oscuro se posa en mí. Se atraganta a mitad de sorbo y dejabruscamente el whisky en la barra con un golpe seco.

No es posible, pienso. ¿Por qué tiene en sus manos mi bebidafavorita? Andy parece tener veinticinco años y ser feliz. No ser un hombrede cuarenta y cinco y malhumorado.

Cierro los ojos y oigo la voz de Laurel en mi cabeza. «Nadie separece a su foto».

Al parecer, también mienten sobre su nombre y su edad.

No puedo creer que esto esté sucediendo. Quizá sea una coincidenciay esté esperando a otra persona. Tengo que saberlo. Si resulta ser Andy, voy

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a morir. Absolutamente caeré al suelo y dejaré de respirar.

Pero, primero, voy a enfrentarme al bastardo.

Me acerco a paso ligero, coloco las manos en las caderas y mi miradase centra en el cóctel que aún tiene en su gran mano.

—¿Has quedado con alguien? —pregunto.

Veo un destello de incredulidad en sus ojos de medianoche.

—No puede ser... —dice, con la voz baja y profunda.

Es la primera vez que veo que el señor Confianza se muestra inseguroy le pilla completamente desprevenido.

—Por favor, dime que no eres Andy.

—Por favor, dime que no eres Leigh.

Está claro que somos quienes no somos.

Mis ojos se entrecierran y la ira me invade.

—¿Cómo has podido? —Levanto la voz—. Todo este tiempo me hasengañado haciéndome creer que eres otra persona. Eres un gran mentiroso.

—¿Y tú? Esa foto apenas se parece a ti, Leigh —replica.

De repente, el fuego indignado se apaga en mí y sé que tiene razón.Los dos hemos hecho exactamente lo mismo.

—Quizá los dos seamos culpables. —Suspiro, mirando a susllamativos ojos negros y azules—. Pero, nunca te he mentido —añado consuavidad.

Algo cambia en su mirada y la tensión abandona sus anchos hombros.Los hombros caen un poco y un músculo se flexiona en su mandíbula. Se

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pasa una mano por la barba oscura y, así de cerca, puedo ver unas cuantascanas. Me irrita admitir que es extremadamente atractivo.

Parece estar considerando algo. Luego, me ofrece la copa y señalacon la cabeza la piscina.

—Podemos terminar nuestras bebidas.

—Nunca tomaría unas copas con mi jefe de esta manera, pero, paraque lo sepas, lo dejo.

Acepto el vaso y, antes de que pueda decir nada, me dirijo hacia lapiscina. La multitud es densa y siento que me pone una mano en la espalda,manteniéndose cerca y guiándome hacia adelante.

El estómago se me revuelve al sentir su gran mano contra la partebaja de la espalda y su olor a limpio y a jabón me llena la nariz. Me dirige aun pequeño sofá y nos sentamos en el borde de la piscina. Me ajusto lafalda, cruzo las piernas y noto que me mira los tacones.

—¿Qué? —inquiero con fuerza.

Él levanta la vista de mis zapatos, estira sus largas piernas haciadelante y se encoge de hombros.

—Es que no sé cómo puedes andar con esas cosas todo el día. —Cuando abro la boca para escupir una respuesta sarcástica, levanta unamano—. Pero lo admiro. —Golpea con un dedo su vaso—. Así que, unasemana y ya lo dejas, ¿eh?

—No tengo elección. —Ambos tomamos un sorbo de nuestra bebiday el aire se siente incómodo. No hace más comentarios sobre mi renuncia ybusco algo que decir—. Entonces, ¿cuándo te hicieron la foto de perfil? —Trato de aligerar el ambiente—. ¿En 1980?

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—Más bien en los años 90. ¿Y la tuya? ¿Cuántos filtros usaste paraconseguir ese aspecto?

—Para tu información, mi amiga usó un filtro y yo me opuse a él. —Oh, Dios, esto es lo peor. Mi jefe multimillonario me engañó por las redessociales para ligar. Es un hombre excitante como el pecado, nos besamos yahora no puedo dejar de pensar en lo atractivo que está con ese traje dediseño—. Entonces, ¿por qué Andy? —pregunto.

Por un momento, no dice nada. Luego, tras un largo sorbo de whisky,se encoge de hombros.

—Mi nombre completo es Andrew. Cuando crecí, mi familia y misamigos me llamaban Andy. —Asiento con la cabeza—. ¿De dónde vieneLeigh?

—Mi madre me llama Leigh para abreviar. solo que no lo deletreo así.

Se lo piensa un momento y luego se da cuenta.

—Ash Leigh —dice. —De repente, me echo a reír. Toda la situaciónes ridícula y, a veces, cuando me pongo nerviosa, me río. No puedo evitarlo—. ¿Qué es tan gracioso? —pregunta.

—Toda esta situación. ¿No te parece? Quiero decir, para empezar,¿por qué demonios estás en una página web de citas? Eres rico, guapo,exitoso. Estoy segura de que hay una fila de mujeres esperando frente a tupuerta y a la vuelta de la esquina.

Me dedica una media sonrisa y veo un indicio de ese hoyuelo quetanto me gusta.

—Por mucho que me guste esa apreciación, no es exacta.

—¿Qué quieres decir?

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—Nada. Olvídalo. —Antes de que pueda continuar, una camarera seacerca y pregunta si queremos otra copa—. ¿Por qué no? —Me mira,levanta una ceja oscura y yo asiento.

No es difícil ver la mirada de admiración de la camarera. Ya le hacomunicado que está interesada y disponible.

—¿Ves? A eso me refiero —advierto, después de que ella se aleja.

Una esquina de su boca se levanta.

—No sabes lo que dices.

—Está interesada en ti y acaba de dejarlo perfectamente claro con esamirada de acercamiento que te ha lanzado. —Cuando sacude la cabeza, meburlo—. ¿Me estás diciendo que no te has dado cuenta?

—Oh, no, me di cuenta. Solo que no me interesa.

—¿Por qué no? Es joven, bastante atractiva y tiene un trabajohonrado.

—¿Te interesan todos los hombres que te miran dos veces? Porqueestoy seguro de que también hay una cola fuera de tu apartamento.

—Difícilmente.

La camarera vuelve con nuestras bebidas y promete seguirsirviéndolas todo el tiempo que queramos. Luego, le echa un vistazo aDrew y desaparece entre la multitud.

Le lanzo una sonrisa de «te lo dije» y parpadeo.

Se ríe y el sonido es cálido, genuino y profundo. Creo que es laprimera vez que lo oigo reír y me gusta el sonido. Mucho. ¿Cómo es queeste hombre enojado, dominante y malhumorado es el mismo Andy

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divertido y despreocupado? ¿Tendrá problemas para conciliar las dospersonalidades completamente diferentes?

—¿Eres bipolar? —le pregunto.

—¿Qué? —estalla.

—No puedo creer que tú y Andy seáis la misma persona. ¿Escribíalos mensajes otra persona?

—No. —Está ofendido. Y, una vez más, esa mirada de desprecio seinstala en sus rasgos. Por un momento, casi parece que he herido sussentimientos.

—Lo siento. —Es cierto, noto una pequeña oleada de culpa—. Es queeres muy diferente del tipo que hablaba maravillas de la pizza de Chicago yquería llevarme al Green Mill a escuchar jazz. Ah, y no olvidemos que soloeres un hombre de negocios. Nada demasiado emocionante —le recuerdo, yhago una mueca—. Es curioso que hayas olvidado convenientementemencionar que eres el propietario de una empresa de gran éxito y que tienesmiles de millones de dólares.

—¿De verdad? ¿Es eso lo que debería haberte dicho? Encantado deconocerte, Leigh. Por cierto, soy un multimillonario solitario e infeliz.

En cuanto las palabras salen de su boca, su mandíbula se tensa y mirahacia otro lado.

Algo tira de mi corazón y al instante me arrepiento de mis palabras.Extiendo la mano y la pongo sobre la suya.

—Lo siento.

Levanta la cabeza y esa magnífica mirada de medianoche se fija en lamía. Siento el calor de su mano, apoyada en su muslo, y una corriente

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parece chispear contra mi palma y subir por mi brazo. Antes de que puedaapartarla, da la vuelta a su mano, coge la mía y empieza a jugar con ella.

De repente, el dorso de mi mano se posa sobre su duro muslo. Meestremezco.

—¿Fue todo como una mierda? —pregunta en un susurro ronco,moviendo sus dedos entre los míos, enlazándolos y desenlazándolos,haciendo círculos con su pulgar contra mi palma.

Su contacto me deja sin aliento y, por un momento, no puedo hablarni apartar la vista de su penetrante mirada.

—No —respondo en voz baja.

No puedo apartar los ojos y el movimiento rítmico de su mano en lamía me hace sentir como si estuviera bajo una especie de hechizo. Derepente, sonríe y aparece ese delicioso hoyuelo.

—Bien.

—¿Bien? —repito.

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Capítulo 20

Drew

Ashley es Leigh. Mi mente está enloquecida.

Muevo mi mano sobre la suya, acariciando sus dedos, y luego laelevo hasta mis labios y deposito un beso en su dorso.

—Puesto que lo dejas, eso técnicamente pone fin a nuestra relaciónprofesional.

—Supongo que sí. —Suelta un suspiro y retira la mano.

La analizo con detenimiento y trato de comprenderla. No tengo niidea de qué pensamientos pasan por su bonita cabeza rubia y necesito sabercómo se siente. Dios, solo quiero llevármela a casa y tirármela.

Cuando no hace ningún otro comentario, bebo el resto de mi whisky ysiento una oleada de fastidio. No me da nada. Suspiro, dejo el vaso sobre lamesa y me paso una mano por el pelo, preguntándome qué demoniosquiere.

Me sigue la corriente y se termina la copa.

—Se está haciendo tarde —dice antes de mirarme.

—¿Quieres ir a casa?

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No responde de inmediato, solo me mira fijamente.

—Será lo mejor —declara después de unos segundos.

Con un movimiento de cabeza, me pongo de pie.

—Te llevaré.

—No tienes que...

—Insisto. —Nos dirigimos hacia la salida y pongo una mano en lacurva de la espalda. Nos abrimos paso entre la multitud, subimos alascensor y bajamos al aparcamiento. Saco las llaves y abro el coche.

Ella se detiene a mitad de camino.

—¿Qué pasa? —pregunto sin comprender.

—¿Ese es tu coche? —Mira el Lamborghini Aventador LP700-4negro mate—. No sé qué esperaba, pero no era el Batimóvil.

Mi boca se levanta. Nunca nadie había llamado así a mi coche. Doy lavuelta y abro las puertas de tijera del Lamborghini. Giran verticalmentehacia arriba y ella se desliza dentro. Cierro, doy la vuelta y me pongo alvolante. Saco el sistema de navegación, pregunto por su dirección eintroduzco la información.

—Batmóvil, ¿eh? —repito y me río.

El motor ruge y ella echa un vistazo al elegante interior negro.

—Tiene muchos artilugios y es muy ruidoso.

—Es el sonido de seiscientos noventa y un caballos, cariño.

—Uhm. —Mientras subimos, dando vueltas a la salida, se reclina enel asiento—. Me sorprende que quepas.

—¿Qué significa eso?

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—Eres muy alto y te resulta un poco estrecho.

—¿Alguna otra queja? —Me he gastado cuatrocientos mil dólares eneste coche y Ashley da la impresión de que cree que no ha merecido lapena.

Diablos, supongo que fue un desperdicio de dinero, pero cuandotienes tanto no importa. Podría comprar un aparcamiento entero lleno deLamborghini.

—No. solo creo que estarías más cómodo en un Range Rover o algoasí.

Sacudo la cabeza y me río.

—Realmente eres imposible.

—¿Qué quieres decir?

—No te impresionas con facilidad, ¿verdad? —Giro a la derecha parasalir del garaje.

—No tanto por las cosas materiales, exactamente —admite—. Meimpresionan las cosas pequeñas como la amabilidad o el sacrificio. Cosasasí.

—¿Cómo qué, exactamente?

Ella mira por la ventana el paisaje que pasa.

Por un momento, no dice nada. Luego, con voz suave, contesta:

—Como cuando me enviabas mensajes bonitos todo el tiempo en laaplicación. Siempre me hacía feliz. O lo mucho que trabajas en labeneficencia. Incluso si eso significa tener que trabajar con tu exmujer, debeser importante para ti.

—Lo es —admito, mi voz suena baja, casi cruda.

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—O como cuando me perdí el almuerzo en mi primer día y me trajistetoda una gama de opciones porque no sabías lo que me gustaba. —Me mirade frente y, cuando siento que sus dedos me rozan el costado de la cara,suelto un suspiro—. Eres un buen hombre, Drew, aunque no lo sepas.

Cuando esos delicados dedos se curvan por mi áspera mandíbula yluego empiezan a caer, agarro su mano en el aire. Entonces, me detengo yaparco el coche.

Sin dejar de sujetar su mano, me doy la vuelta y tiro. Ella se deslizapor el asiento y llega hasta la mitad de mi regazo. Nuestras miradas secruzan, levanto el brazo y tomo su cara con las manos. Luego, inclino sucabeza hacia mí y capturo sus labios carnosos en un beso largo y lento.

Me late el pulso y profundizo el beso, introduciendo la lengua en suboca y pasando las manos por su pelo dorado. Siento que se retuerce en miregazo, tratando de reajustarse, y gimo cuando roza mi ingle, cada vez másgruesa.

Separo mi boca y empiezo a dejar un rastro de besos calientes ydesesperados por su garganta. Mi mano rodea uno de sus pechos perfectos ycompruebo su peso y su tacto en la palma.

—Eres jodidamente perfecta —susurro, y pellizco la curva entre sucuello y su hombro.

Siento sus dedos recorriendo mi pelo, despejándolo, y el sedosodeslizamiento de su lengua por la línea de la mandíbula hasta el ladoizquierdo de mi cara, posándose en el hoyuelo.

—La primera vez que vi tu hoyuelo, quise lamerlo —dice, con sualiento cálido contra mi oreja.

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Mi polla se vuelve de acero. No puedo aguantar más y me muevobajo sus manos. Cuando una se desliza por la parte delantera de mispantalones, la agarro y la mantengo ahí.

—Tienes razón —reconozco con fuerza, asegurándome de que sientelo mucho que la deseo—. Este coche es demasiado pequeño, joder. Ven acasa conmigo.

Siento que su cuerpo se tensa y si me rechaza, sinceramente no sé quévoy a hacer. Contengo la respiración, esperando su respuesta, rezando paraque diga que sí. Ella retira su mano de mi erección, la desliza por mi pechoy traga con fuerza.

—No debería. —Mi corazón se desploma—. Pero, si no me llevas atu casa ahora mismo, creo que moriré.

El alivio me invade y no puedo conducir lo suficientemente rápido.Menos mal que el batimóvil hace de cero a sesenta en menos de dossegundos.

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Capítulo 21

Ashley

Drew apaga el motor y, mientras cierra el garaje, espero a que dé lavuelta y abra esa loca puerta de coche de Regreso al futuro. La desliza haciaarriba, me agarra de las manos y me saca de allí.

Sus largos dedos se entrelazan con los míos y lo sigo por una escalerahasta su casa.

¿En serio? pienso cuando entramos por la puerta lateral. ¿Quién viveasí?

Sé que Pacific Heights es un barrio elegante, pero nunca había estadoen la casa de un multimillonario. Mis tacones chasquean sobre el suelo denogal y siento que debería quitármelos antes de que lo rayen. Miro unahilera de lámparas de araña que brillan por encima de nosotros y queiluminan el pasillo. De las paredes cuelgan obras de arte elegantes. En lasmesas de mármol hay flores frescas en jarrones de cristal. Apesta a dinero.Una cantidad obscena de dinero.

Drew me hace subir otra escalera y me pregunto si me llevadirectamente a su dormitorio. Me siento un poco abrumada y tiro de sumano.

—¿Te importa si...?

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Reduce un poco la velocidad.

Se gira y me mira, con esos increíbles ojos azul oscuro, curiosos y, almismo tiempo, extremadamente perceptivos.

Trago saliva y me pregunto si puede sentir el sudor de mis manos.Creo que debe de ver cómo se disparan mis nervios, porque me frota lamano entre las suyas y me dedica una sonrisa torcida.

—Relájate. No tenemos ninguna prisa esta noche, ¿verdad?

—Sí. —Agradezco que reconozca mi necesidad de ir más despacio.Cuando me pongo nerviosa cerca de un hombre, suelo salir corriendo. Y,cuando ese hombre es un excitante multimillonario, no puedo evitar sentirque la duda empieza a aparecer. Para empezar, nunca he tenido demasiadaconfianza en mí misma, y los meses que pasé con Ben me dejaron el egohecho trizas.

Drew levanta mi mano, roza el dorso con sus labios como hizo en elbar, y mi estómago se revuelve.

—Salgamos a la terraza.

Un momento después, entramos en una zona de salón con unachimenea, un gran sofá y sillas dispersas. Mi cabeza se inclina hacia atrás yno puedo creer que esté mirando el cielo nocturno. El techo escompletamente de cristal y, con una mirada traviesa, Drew pulsa un botónen un panel de la pared y la mitad se abre.

—Increíble —observo mientras giro en círculo, asimilándolo todo.

Aunque por las noches veo la misma luna y las mismas estrellas, estavez parecen diferentes. De alguna manera, más brillantes y mágicas.

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Las llamas de gas cobran vida en la chimenea y Drew se acerca a labarra.

—No tengo lo que se necesita para hacer tu habitual cóctel de MartiniExpreso, pero sé que te gustan las bebidas para chicas, así que ¿qué tal unofrancés?

—¿Qué lleva eso? —Me pongo detrás de él.

—Vodka de vainilla, Chambord y zumo de piña.

—Qué rico. —Miro cómo mezcla la bebida para mí y luego sirvewhisky en un vaso para él.

Drew me entrega el vaso y levanta el suyo en un brindis.

—Por conocerte por fin, Ash-ley. Es un placer.

Siento que un cálido rubor se apodera de mis mejillas. Realmentepuede ser encantador cuando quiere. solo que no estoy segura de por quéestoy aquí en lugar de algún miembro de la sociedad de San Francisco.Tomo un pequeño sorbo y está delicioso, pero mi mente empieza apreocuparse por su voy a cometer un gran error.

Me muerdo el labio y salgo a la terraza. Drew me sigue, pisándomelos talones. Cuando me apoyo en la barandilla para admirar las vistas, secoloca detrás de mí y me rodea la cintura. Siento su áspera mejillapresionando mi sien y mis ojos se cierran. Dios, qué bien huele. Como ajabón fresco con un toque de madera.

—¿Por qué yo? —pregunto en voz baja.

Se gira para estudiar mi perfil.

—¿Qué quieres decir?

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—Quiero decir que, literalmente, puedes tener a cualquier mujer enesta ciudad. solo me pregunto por qué estoy aquí en lugar de alguna mujerhermosa y sofisticada como...

—¿Quieres decir, como Tabitha?

Asiento con la cabeza y me da un beso en la sien.

—¿Tienes idea de lo increíble que eres, Ashley Monroe? —No digonada, sino que miro sus largos brazos a ambos lados de mí, que meenvuelven en su abrazo, con las manos colgando despreocupadamente sobrela barandilla de cristal—. Eres preciosa, inteligente y muy sexy, desfilandocon esos tacones todo el día. Y, además, no he podido sentarmecómodamente desde que empezaste a trabajar en la oficina.

Me sonrojo y siento que se inclina hacia mí como si quisierademostrar su punto. Al sentir su duro cuerpo contra el mío, el corazón meda un vuelco en el pecho.

—¿Tienes algún tipo de fetiche con los pies? —Me burlo.

— Solo si te involucra en un par de tacones altos.

Considero sus palabras y quiero creerle. Pero la idea de que tengamosun futuro juntos no parece plausible. Tal vez solo quiera una aventura deuna noche.

«¿Es eso tan terrible?», me pregunta una vocecita.

Este hombre me hace sentir cosas que nunca antes había sentido. ConBen, el sexo era como una tarea. Algo que había que hacer de vez encuando y nada que me hiciera especial ilusión hacer. Como limpiar elpolvo. O limpiar el baño.

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Pero, con Drew, se acabaron las apuestas. Mi actitud habitual de«acabemos de una vez» ha desaparecido y ahora me encuentropreguntándome cómo sería sentir su piel desnuda contra la mía. Estar en sucama y sentirlo dentro de mí.

Tomo un sorbo del cóctel francés y me recuesto en sus brazos. Estosme rodean por reflejo y la sensación es más que buena. Me siento demaravilla.

Miro el resplandeciente puente Golden Gate y me pregunto si hallegado el momento de dejar de pensar con la cabeza y permitir que micorazón me guíe por una vez. Al menos por esta noche.

Así que dejo mi bebida en la cornisa y me giro lentamente en elcálido abrazo de Drew. Mis manos se deslizan por la apretada pared de supecho y oigo su rápida respiración. Entonces, me pongo de puntillas yaprieto mis labios contra los suyos.

Debe de gustarle porque se abalanza. Siento sus manos recorriendomi espalda, acercándome, y su boca se abre, profundizando el beso.Nuestras lenguas se enredan y el calor que desprende es abrasador y llenode hambre.

—¿Sabes cuánto te deseo? —susurra, con sus cálidos labiosrecorriendo mi cuello y su ligera barba arañando mi delicada piel.

Mis rodillas se debilitan en respuesta y le rodeo el cuello con losbrazos. De repente, desliza sus manos por debajo de mi trasero y me levantacomo si no pesara más que un niño. La falda se me sube por la cintura y mislargas piernas le rodean. Me lleva hasta el sofá y luego me baja despacio,con su poderoso cuerpo moviéndose hacia arriba y sobre mí.

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Me desea. Puedo sentirlo en cada beso húmedo, en cada cariciacaliente, en cada gemido suave. Una nueva audacia se apodera de mí yempiezo a desabrocharle la camisa. Todo lo que quiero es recorrer con mismanos su pecho desnudo. Estoy temblando, pero más por el frenesí dequitarle la camisa que por los nervios. Con una risa baja, me ayuda con losúltimos botones y se encoge de hombros.

Mi mirada se desvía y me tomo un momento para apreciar sutonificado y robusto torso. Rozo con los dedos su amplio pecho y luegodesciendo por sus acordonados abdominales inferiores. Engancho uno en laparte superior de sus pantalones, dudo, y siento que su cuerpo se tensa.

—Quítamelos —me ordena con voz ronca.

El estómago me da un vuelco. Desabrocho el botón y bajo lacremallera mientras él se quita el cinturón y lo tira al suelo. Juntos, tiramoshacia abajo y él se los quita de una patada. Baja su pesado cuerpo,amoldándolo al mío, y siento que sus manos tiran de mi blusa; antes de quepueda parpadear, está en el suelo con su camisa, sus pantalones y sucinturón.

Su mirada de medianoche me recorre.

—Dios, eres preciosa —susurra.

Acaricia mis senos por encima del sujetador de encaje negro, baja pormi estómago tembloroso y recorre mi muslo. Entonces, esa cabeza oscurase sumerge y siento su lengua lamiendo y haciendo girar la parte superiorde mis pechos, hundiéndose en el valle entre ellos. Suelto un largo yestremecedor suspiro y clavo las uñas en la parte superior de sus brazos.

—Drew —gimo.

Él levanta la cabeza y me sostiene la mirada.

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—¿Qué? Dime lo que quieres, Leigh, y lo haré. Haré cualquier cosa.

Me siento como si estuviera atrapada en un sueño nebuloso y estepoderoso hombre estuviera aquí para satisfacer todos mis deseos. Trago confuerza, atrapada por su mirada azul oscuro, y le paso la mano por el cuello ypor el pelo de la base.

—Yo… —No sé qué decirle, ya que es la vez que más he hablado conun hombre.

—Me encanta cuando haces eso —ronronea. —Se me calienta lasangre. Saber que le gusta algo que estoy haciendo es un poderosoafrodisíaco—. ¿Sabes lo mucho que me excita?

El corazón me late muy deprisa y raspo ligeramente mis uñas contrasu cuello, a través de las ondas negras.

—¿Así? —pregunto tímidamente.

—Sí… así… —Termina con un gemido.

Su voz suena tan suave como el terciopelo.

Siento que me baja la cremallera de la falda, la baja y la arroja. Seinstala más profundamente entre mis piernas, pasando sus manos por mispantorrillas y luego tirando de ellas más arriba para que lo rodee con lostobillos. Mientras se acuesta contra mi centro, no puedo creer lo mojada queestoy. Literalmente, empapada.

Aprieta su pelvis contra mí y la parte inferior de mi cuerpo empieza aresponder, empujando hacia arriba, haciendo círculos contra su dureza.

—¿Te gusta eso, nena? —bromea. Se me corta la respiración. Claroque sí. Cuando su mano baja por la parte delantera de mis bragas de encaje,me muerdo el labio. Sus largos dedos se deslizan por la ligera capa de rizos

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y bajan para jugar con mis resbaladizos pliegues. Mi pulso se dispara ygimo suavemente—. Dime cuánto te gusta —murmura, y hace girar la yemadel dedo índice contra mi clítoris.

—Mucho —gimoteo, empujando contra su mano.

Su boca se inclina hacia arriba y vislumbro esa mirada de purasatisfacción masculina. Desliza uno... dos dedos dentro de mí y yo meagarro a sus hombros, moviendo las caderas.

—Oh, Dios mío —grito, mi cuerpo se retuerce y se agita.

Sus dedos hacen magia, estimulando lugares que ni siquiera sabía queexistían. La presión aumenta en mi interior, caliente y palpitante, y estoyempapada y a su merced. Finalmente, justo cuando creo que no puedo más,las olas de placer estallan y me inundan.

Con un gemido de satisfacción, me hundo en el sofá y siento que unasensación cálida y líquida me recorre. Cuando miro hacia él con los ojospesados, puedo ver la expresión de placer en su rostro. También puedo verla tortura y sentir la evidencia espesa y pesada entre mis muslos. Cuandome agacho para tocarlo, para aliviar el dolor, me agarra de la muñeca.

—Vamos arriba —sugiere con voz ronca. Se levanta y me toma de lasmanos. Me levanta del sofá y me abraza.

Aprieto la cara contra su hombro y noto de repente el aire fresco queme golpea el cuerpo. Los dos estamos en ropa interior y la brisa nocturnaentra por la terraza, donde el techo está abierto. Me rodea con sus brazos,atrayéndome contra el calor de su cuerpo, y siento que empieza a subir otraescalera.

—¿Cuántos pisos hay en este lugar? —pregunto.

—Cinco —dice, con su aliento cálido contra mi oído.

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—Debes hacer mucho ejercicio subiendo y bajando las escaleras todoel tiempo.

Oigo su suave risa y, antes de darme cuenta, me sienta en el borde desu cama de matrimonio. La habitación es grande y masculina, con mueblespesados y cortinas gruesas y oscuras colgadas en las ventanas. Todo estáhecho en blanco y negro con toques de rojo.

Cuando empiezo a quitarme los tacones, sacude la cabeza.

—Déjatelos puestos. —Trago saliva—. Sin nada más.

Se quita los calzoncillos y no puedo evitar respirar cuando veo porprimera vez su cuerpo desnudo. Todo fuerza bruta y músculo nervudo.Cuando bajo la mirada a su erección, el corazón me da un vuelco. Es muygrande y está más que preparado.

—¿Ves algo que te guste? —me pregunta con una sonrisa. —Nopuedo creer el atrevimiento con el que lo he mirado y parpadeo, con lagarganta demasiado seca para responder. Doy un pequeño y tímidoasentimiento—. Es tu turno —añade.

Me llevo la mano a la espalda y me desabrocho el sujetador negro deencaje. Me arde la cara cuando se desliza por mis brazos hasta el suelo. Sumirada apreciativa baja, empapándose de cada centímetro de mí, y sehumedece los labios con anticipación. Cuando me levanto y pongo lasmanos en la cintura de mis bragas a juego, se abalanza sobre mí y medetiene. Luego, con un suave movimiento, me las arranca.

El frágil elástico se rompe y mis caderas se mueven hacia delante.Jadeo. Bueno, es la primera vez.

—Espero que no te gustaran demasiado. —Se inclina para pasar lalengua por un pecho y acariciar el otro, amasándolo con su gran mano.

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Se me cierran los ojos y de nuevo me flaquean las rodillas. Drew mebaja y se arrodilla frente a mí. Su mano rodea mi pantorrilla, la levanta y sedesliza hasta mi tobillo.

Me siento expuesta, pero a la vez muy femenina y poderosa.

—He soñado con verte solo con estos tacones desde que te conocí. —Me besa el tobillo—. Camina para mí —suplica sin quitarme de encima susimpresionantes ojos de medianoche—. Desnuda y solo con tus zapatos.

Tiende su mano y, no sé por qué, confío en él como nunca heconfiado en nadie. Cuando me alejo, se sienta en la cama. Me doy la vueltay veo expectación en su bello rostro.

Entonces, camino hacia él, golpeando con los tacones y contoneandolas caderas.

—Eres un hombre muy perverso —digo cuando llego a su lado.

Esboza una sonrisa, su hoyuelo resplandece y me empuja hacia lacama.

—Dime algo que no sepa. —Su voz sigue estando ronca y me tumbade espaldas, subiéndose encima.

Es tan grande y pesado que se apoya en los codos, con los bícepsabultados. Inclina la cabeza, acerca su boca a la mía y me abre los labioscon la lengua. Me hundo más en la cama y siento que me derrito. Oigocómo se abre un paquete y me doy cuenta de que se está poniendo uncondón.

Cuando noto que se mueve entre mis piernas, las abro y le doy labienvenida. Con los ojos cerrados y la cabeza perdida en una mullidaalmohada, respiro profundamente y saboreo su olor fresco y jabonoso.

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Se cierne sobre mi abertura, a punto de entrar en mí, y apoya unamano en mi mejilla.

—Mírame, Leigh —dice, y yo abro los ojos. En el momento en quenuestras miradas se cruzan, océano y medianoche, comienza a deslizarselentamente dentro de mí. Se estira y me llena y, justo cuando creo que nopuedo más, vuelve a salir. Entonces, vuelve a introducirse másprofundamente. Aprieto los dientes y se retira—. ¿Estás bien? —mepregunta.

—Sí —respiro y empiezo a jadear—. Por favor... no pares.

Es toda la invitación que necesita y se lanza hacia delante,llenándome hasta la médula. Mi espalda se arquea y gimo cuando suscaderas comienzan a moverse, girando contra mí, moviéndose haciaadelante y hacia atrás, aumentando la velocidad y la fricción.

Lo rodeo con las piernas y veo mis tacones. No puedo creer que aúnlos lleve puestos. Me aferro a la vida mientras la parte inferior de mi cuerpoempieza a palpitar y vibrar, apretándose alrededor de su eje de acero, y unaoleada tras otra de intensas contracciones me golpea con tanta fuerza queaprieto los ojos, clavo las uñas en sus hombros y grito.

Cuando mi alucinante clímax comienza a desvanecerse, siento queDrew se estremece sobre mí.

—Dios —jura y todo su cuerpo se convulsiona de placer.

Entonces, se deja caer a un lado y gime, enterrando su cara en mipelo.

Durante un largo minuto, los dos nos quedamos tumbados, sin alientoy en un estado de asombro. Algo acaba de ocurrir entre nosotros, nos ha

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pillado por sorpresa, y no encuentro fuerzas para moverme, y mucho menospara hablar.

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Capítulo 22

Drew

Tardo un minuto en recuperarme. No sé qué demonios acaba de pasar.Es como si se hubiera abalanzado con ese cuerpo perfecto y me hubieragolpeado con una fusión, una adquisición y una toma de posesión porsorpresa, todo a la vez.

Me quedo tumbado, con el cuerpo tan satisfecho y saciado por elintenso orgasmo que he sentido minutos antes. Respiro profundamente, conla cara aún perdida en su larga melena rubia, y saboreo su aroma a vainilla.

Me he acostado con muchas mujeres. He tenido mucho sexo. Peronunca, jamás, he sentido lo que he sentido esta noche con Ashley.

Me asusta mucho.

Al mismo tiempo, me excita y me da una sensación que no he tenidoen mucho tiempo.

Esperanza.

Me siento somnoliento y solo quiero abrazarla y dormirme. Sinembargo, me deslizo fuera de la cama, me dirijo al baño y me encargo delcondón usado. Me detengo, estudio mi reflejo en el espejo y apenas mereconozco. La parte inferior de mi cara está cubierta de una oscura y

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plateada barba y mis ojos azul oscuro brillan. Me siento feliz y algoasombrado, al mismo tiempo.

Definitivamente, me ha pasado algo esta noche y lo único que sé concerteza es que Ashley Monroe no va a dejar Carson Industries. Pienso verlatodos los días en el trabajo y admirarla a través de esa mampara de cristal.Voy a ser profesional delante de todo el mundo, pero luego voy a arrastrarlaa mi oficina después de las horas de trabajo, cerraré la puerta con llave ydoblaré ese pequeño culo pertinaz sobre mi escritorio para entrar en ellahasta que ambos gritemos de placer.

Y cuanto antes lo acepte, mejor.

Vuelvo al dormitorio y miro a la mujer que está en mi cama. Abre losojos y me dedica una sonrisa tentativa. Es toda la invitación que necesito.Me reúno con ella bajo las sábanas y atraigo su cuerpo contra el mío.Cuando acurruca su culo perfecto en la parte inferior de mi cuerpo, sueltoun suave y tembloroso suspiro.

Encajamos tan bien. Le doy un beso en el hombro y bajo la cara sobrela almohada, cerca de la parte superior de su cabeza, donde puedo respirarel embriagador aroma de su pelo durante toda la noche.

La luz de la mañana entra por las ventanas y abro los ojos. A mi lado,Ashley sigue durmiendo y la observo durante un minuto. Está tumbada delado, de cara a mí, y parece tan joven y hermosa. Un rayo de sol tiñe de orofundido su pelo rubio y tiene una mano metida con delicadeza bajo labarbilla. Veo que su cuerpo se mueve hacia arriba y hacia abajo con cadarespiración que hace y mi mirada recorre la curva de su cadera por debajode la sábana.

Mi teléfono vibra con fuerza en la mesita de noche y desvío miatención de Ashley para agarrarlo, sin querer que nada la moleste. La

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pantalla muestra una llamada de Dan McPherson. Sabiendo que deboatenderla, me arrastro fuera de la cama, cojo un pantalón de pijama y salgodel dormitorio, cerrando la puerta tras de mí.

—Dan —digo, poniéndome los pantalones y manteniendo la voz baja—. ¿Cómo estás?

—Buenos días, Drew. Siento llamar tan temprano, pero sabía quequerrías escuchar esta noticia enseguida.

Mis oídos se agudizan.

—¿Qué pasa?

—Algunos de los accionistas se enteraron de lo que dijo James. Sobredejar que JD Unlimited quiebre antes de entregártela. Están enfadados yhablan de expulsar al actual Consejo de Administración.

Una sonrisa curva mi boca.

—Cuéntame más.

—Parece una lucha de poderes. Si consigues convencer a losaccionistas descontentos de que busquen un cambio de propiedad,convencerán a los demás accionistas para que se unan. Expulsarán a ladirección actual y podrás sustituirla por un equipo que apruebe laadquisición.

—Me acabas de alegrar el puto día.

—Prepararé una reunión y te mantendré informado.

—Gracias, Dan. Te lo agradezco.

—Felicidades, Drew. Lo tienes agarrado por las pelotas.

—Esperemos que así sea.

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Desconecto la llamada y me dirijo a la cocina para preparar café.Después de la última noche con Ashley, no pensé que las cosas pudieranmejorar. Es como si estuviera caminando en una nube.

Saco dos tazas del armario y enciendo la cafetera Keurig. Un cafénegro y caliente es justo lo que necesito. Bueno, eso y ver la preciosa carade Ashley. Mientras sale el café, el suave repiqueteo de unos pies descalzosme hace girar.

Con el aspecto de un ángel, el pelo rubio cayendo sobre sus hombroscon ese aspecto de la mañana siguiente y los ojos azules y verdes brillantes,Ashley entra en la amplia y moderna cocina y me dedica una tímida sonrisa.

—Buenos días. —Me acerco y la estrecho entre mis brazos. Le doyun beso en los labios y ella se pone de puntillas para responder. Lleva micamisa abotonada de la noche anterior, me alejo y le echo una larga miradade admiración.

—Espero que no te importe —dice, con los ojos recorriendo mi pechodesnudo.

—¿Me tomas el pelo? Te queda mucho mejor que a mí. —Le doy unbeso en la punta de la nariz.

Ella sonríe y olfatea el olor a café fresco que llena el aire.

—Huele delicioso.

Voy a por una taza y se la doy. Ella toma un sorbo y luego suspira desatisfacción. Mientras bebo un trago del mío, la observo y siento que micorazón da un pequeño y divertido vuelco.

—¿Tienes hambre? Creo que tengo algo para desayunar en algunaparte. —Me acerco a la nevera y la abro.

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Hay fruta recién cortada y también saco una caja de cereales y unpaquete de galletas de chocolate.

Siento su mirada sobre mí, observando atentamente. Me doy la vueltay deposito la comida en la encimera frente a ella.

—¿Por qué guardas los cereales y las galletas en la nevera? —pregunta con una pequeña sonrisa.

—¿Qué quieres decir?

—Tienes muchos armarios.

Oh, mierda. Realmente no quiero explicarle ahora lo pobre que era enel pasado y que, si no guardábamos todo en la nevera, las ratas y lascucarachas se lo comían

—Solo por costumbre —murmuro. Debe de darse cuenta de que noquiero hablar de ello, porque me lanza una pequeña y extraña mirada. Meaclaro la garganta—. ¿Podemos hablar? —Mi voz suena a trabajo y noquiero alarmarla, pero creo que lo hago cuando sus ojos azules se abren depar en par.

—De acuerdo. —Asiente con la cabeza y le hago un gesto para que sesiente en el mostrador a mi lado.

Le acerco el taburete y se desliza sobre él. Para disipar cualquierpreocupación, tomo su mano entre las mías y la aprieto.

—Anoche fue... Dios, no hay ninguna palabra en el diccionario, capazde describir con exactitud lo increíblemente fenomenal de anoche.

Ella traga con fuerza.

—Si vas a decir que ha sido un error...

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—¡No! Diablos, no —interrumpo con fiereza. Analizo su rostrodurante un largo momento y empiezo a preguntarme si cree que fue un error—. Ashley... —Me cuesta encontrar las palabras adecuadas. Ella levanta lascejas y se inclina hacia delante. No sé qué decir exactamente, así queempiezo a hablar y todo sale a trompicones, como si fuera idiota—.Necesito que sepas que lo de anoche significó... bueno, significó muchopara mí. No quiero que pienses que no fue así o que fue una noche deviernes típica para mí. Porque hace mucho tiempo que no quiero a unamujer en mi vida. Quiero decir, por más de unas pocas semanas, al menos.Normalmente, son solo distracciones, un cuerpo caliente. Pero tú eresdiferente.

Cuando dejo de balbucear, me dedica una media sonrisa.

—Es bueno saber que soy algo más que una breve distracción.

Sacudo la cabeza.

—No lo estoy diciendo bien. Lo que intento explicar es que te quierocerca de mí. Te quiero de vuelta en la oficina el lunes por la mañana. —Cuando abre la boca para decir algo, levanto una mano—. No aceptaré unno por respuesta. Y quiero que vengas conmigo al acto benéfico del martespor la noche.

—¿En calidad de tu asistente o como tu cita?

—Mi cita —declaro con firmeza—. Pero, probablemente no seaprudente decírselo a nadie todavía. —Retira su mano de la mía y, en sulugar, rodea la taza con las dos. Veo que una frialdad se instala en susrasgos. Mierda—. Solo porque no quiero que nadie haga un juicioprecipitado. No quiero que te descarten como una jodida asistente.

—Supongo que eso tiene sentido —concede ella.

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—Eres más que eso y quiero que todos lo sepan.

Ashley asiente y toma un sorbo de su café.

—Ahora, ¿puedes preguntarme cómo me siento y qué quiero?

Frunzo el ceño.

—Claro. —No he considerado la idea de que ella no quiera estarconmigo. Después de la última noche, ¿por qué no iba a querer? Fuejodidamente increíble y... Tal vez no fue tan bueno para ella.

Entonces, recuerdo que me habló de un novio y es como un puñetazoen la cara. Aprieto la mandíbula y agarro la taza con fuerza. De ningunamanera voy a dejar que vuelva con un imbécil de segunda categoría.

—¿Drew?

Levanto la mirada y aprieto los labios.

—¿Se trata de tu novio? —Mi voz suena sombría.

Me mira un momento y juro que veo diversión en esos bonitos ojosazules.

—Ya te he dicho que no tengo novio.

—¿Y el chico con el que dijiste que salías?

Pone una carita de lo más simpática.

—Me refería a Andy cuando dije eso —admite.

Una ola de alivio me atraviesa y los celos desaparecen.

—¿Yo?

—¡Sí, tú! —Me toca el brazo y sonríe—. Pero, si quieres saberlo, miúltima relación fue hace dos años y medio.

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No puedo evitarlo. Frunzo el ceño y se me revuelve el estómago.Odio a este maldito tipo, sea quien sea, y espero que sea dueño de unaempresa para poder hacerme cargo de ella—. ¿Qué pasó?

Me interesa saberlo todo. Supongo que cuantos más detalles tenga,más fácil será encontrarlo y destruirlo.

—Se llamaba Ben y terminó siendo un tipo no muy agradable.

Mi corazón se hunde.

—¿Te hizo daño? —Aprieto los dientes.

Juro por Dios que, si ese imbécil le ha levantado la mano, lo cazaré yse lo haré pagar.

—¡No! Quiero decir, no físicamente. No me golpeó ni nada parecido.Solo me destruyó de una manera diferente.

Tomo sus dos manos entre las mías.

—Dime, Leigh.

Ella aparta su mirada de la mía y estudia un punto del mostrador.

—Ben era un cliente de mi hermano y lo había visto por la oficinacuando iba a ayudar. Siempre era educado, incluso demasiado presumido ytenía novia. Una prometida, en realidad. Bueno, rompieron y él empezó apasarse por la oficina cada vez más, para pasar el rato y hablar conmigo.Era guapo y la atención era agradable. Nunca había tenido un novio.Cuando me invitó a salir, le dije que sí.

Paso el pulgar por sus nudillos, imaginando el cuerpo mutilado deBen, muerto y tirado en un contenedor de basura en algún lugar.

—¿Qué pasó?

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—Empezamos a pasar más tiempo juntos y él parecía muy interesadodurante un tiempo. Luego, simplemente desapareció. No entendí por qué.Pensé que tal vez había hecho algo mal. Me volví loca tratando deentenderlo. Terminé descubriendo que había estado saliendo con otra chicatodo el tiempo que estuvo conmigo. Aunque me dijo que era fiel, era unmentiroso y un tramposo. —Cuando Ashley me mira, puedo ver el dolornadando en sus ojos—. Mi confianza en mí misma nunca fue la mejormientras crecía —admite—. Nunca he sido muy popular y siempre fui másalta que las demás chicas. Además, muy torpe. Así que, después de que éleligiera a la otra, me sumí en un agujero negro de autocompasión. Mirandohacia atrás, me doy cuenta de que perdí el tiempo mientras lloraba por uncompleto imbécil. —Las lágrimas brillan en sus ojos azules—. Lo siento.—Se las quita de un manotazo—. Odio, emocionarme todavía por ello.

Levanto a Ashley del taburete y la subo a mi regazo. Se acurrucacontra mí, acaricio su pelo y le doy un beso en la sien.

—No es culpa tuya que haya resultado ser un imbécil. Confiaste en ély te traicionó. No merece ni uno más de tus preciosos pensamientos olágrimas.

—Lo sé.

Es extraño. Normalmente, en el momento en que una mujer empieza allorar, salgo corriendo. Me siento extremadamente incómodo y no sé quéhacer. Así que me voy y hago como si nada hubiera pasado. Pero, conAshley, cuando veo su tristeza, solo deseo quitársela.

Dejo de acariciar su pelo y empiezo a pensar en cómo hacerle la vidaimposible a Ben y vengarme.

—¿Cuál es su apellido? —Trato de sonar casual.

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Ella se retira y me mira.

—¿Por qué?

Me encojo de hombros.

—Solo para saber si es dueño de una empresa o negocio que puedaadquirir y luego destruir.

Ella suelta una carcajada y luego entierra su cara en mi pecho.

—No la tiene.

—Qué pena. —Porque habría disfrutado demoliéndolo.

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Capítulo 23

Ashley

Después de nuestra conversación en la cocina, me siento mejor sobremi relación con Drew. Cuando desperté y vi el lado vacío de su cama, se mehundió el corazón. Después de la noche que habíamos pasado, no sabía quéesperar. ¿Un rápido beso en la mejilla y una pronta despedida? ¿Un cochecon chófer esperándome para llevarme a casa? ¿No volver a saber de él?

La idea de que todo se acabara hacía que mi estómago se retorciera demiedo. Pero, por supuesto, tenía que averiguarlo. Así que me puse sucamisa y seguí el aroma del café negro y fuerte.

Ahora que lo pienso, me alegro de haberle confiado lo de Ben.Aunque el oscuro ceño de su cara prometía una muerte rápida si eldesafortunado camino de Ben se cruzaba con el suyo.

Después de terminar mi café, Drew me ayuda a encontrar mi ropadispersa.

—Quiero pasar el día contigo —sugiere, y me besa en el cuello—.Tengo que ir al club náutico a conocer al propietario y cerrar algunas cosasantes del evento. —Cierro los ojos cuando su mano se desliza dentro de suenorme camisa y empieza a acariciar mi pecho, haciendo que mi pezón sefrunza y forme un pico—. ¿Qué tal esta noche?

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Una alarma interna se dispara. Aunque haya dicho que lo de anochesignifica algo para él, percibo un mensaje que grita, «cuidado, amiga». Y nome gusta.

—Esta noche, tengo planes con Laurel. Voy a ayudarla con las cosasde la boda. ¿Y mañana? Aparte de la cena con mi familia, estoy libre.

—Uhm. Mañana no puedo. —Mueve la mano hacia mi otro pecho—.He quedado con Dan. Parece que la adquisición va a ser rápida ahora quelos accionistas se están poniendo de acuerdo conmigo.

Mis dedos se curvan cuando sus grandes manos bajan y se deslizansobre mi trasero desnudo y lo aprietan.

—Supongo que te veré el lunes —advierto con suavidad.

—¿No te veré hasta el lunes? —Se retira y la decepción brilla en susojos oscuros. Me arrastra contra él y empuja sus caderas hacia delante—.Eso no es aceptable, Leigh. —Una oleada de calor líquido me recorrecuando nuestros cuerpos se aprietan. Un ajuste perfecto—. Necesito estardentro de ti otra vez. Pronto.

Me pasa la lengua por el lóbulo de la oreja y me estremezco.

—Entonces vas a tener que hacer tiempo para mí. —Le doy un besoencima de su corazón.

Aspira profundamente.

—Vamos —dice de mala gana—. Te llevaré a casa. Pero no tesorprendas si aparezco esta noche, echo a Laurel y te arrastro a la cama.

Más tarde, esa misma noche, mientras Laurel y yo bebemos unabotella y media de vino, le cuento que por fin conocí a Andy.

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—Oh, Dios mío, Ash, suéltalo. Dime que es tan increíble cómopensabas. ¿O resultó ser un completo bicho raro?

—Resultó ser algo más, sin duda. —Respiro profundamente—. Andyes en realidad Drew Carson.

Justo cuando creo que sus ojos están a punto de salirse de sus órbitas,su boca se abre y chilla.

—¡Mierda! ¿Me tomas el pelo? ¿Cómo demonios ha pasado eso?Estoy confundida. Es un multimillonario guapísimo, ¿qué hace en unaaplicación de citas? Y, oh, mierda, Ash, ¡es tu jefe!

—¿Vas a dejar que diga algo? —Suelto una carcajada.

—Lo siento, sí, es que no puedo creer que Andy sea Drew. ¡Quédiablos!

—No sé por dónde empezar, pero desde que conocí a Drew ha habidouna extraña atracción entre nosotros. Me dije que no podía ir a ningunaparte, pero el viernes por la noche, cuando estábamos trabajando hastatarde... —Suelto un largo y bajo suspiro.

—¿Se abalanzó sobre ti?

Asiento con la cabeza y ella vuelve a chillar.

—Fue un momento de mucho calor y antes de que me diera cuenta delo que estaba pasando, me estaba besando. Nos interrumpieron y salícorriendo. Estaba muy avergonzada. De todos modos, fue entonces cuandodecidí enviarle un mensaje a Andy. Hicimos un plan para encontrarnos enese bar nuevo y elegante a unas calles de mi oficina y cuando entro, veo aDrew de pie, sosteniendo un Martini Expreso para Leigh.

—¡Tienes que estar de broma! —Laurel da una palmada de alegría.

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—Estaba muy enfadada. La verdad es que los dos estuvimos bastantecabreados durante un segundo, pero luego sugirió que nos sentáramos ytermináramos nuestras bebidas. Empezamos a hablar y nos tomamos otracopa y… llegó la hora de ir a casa. —Miro hacia abajo y mi cara se sonroja.En el momento en que lo hace, Laurel sabe lo que pasó antes de que se locuente—. Acabé yendo a su casa y… oh, Dios mío, Laurel. Drew vive enuna mansión de locos en el barrio Pacific Heights. Todo el techo del salónse abre. Como si literalmente se enrollara y pudieras salir a la terraza y vertoda la ciudad.

—Bien, basta de hablar de la sala de estar. ¿Cómo era su dormitorio?

Me cubro la cara con una mano y bebo un largo trago de vino.

—Todo… maravilloso.

Ella grita de felicidad.

—No puedo creer que te hayas acostado con Drew Carson. Teacostaste con un multimillonario.

—No pienso en él de esa manera. —Hago una mueca—. Solo esDrew.

—Es tan emocionante. Y no se trata de un simple hombre de la calle,así que ni siquiera actúes como tal. Este tipo es un tiburón y se come lasempresas de la gente a diestro y siniestro, haciendo una fortuna con ello. —Me lanza una larga mirada especulativa y luego sonríe—. ¿También es untiburón en la cama? —Pongo los ojos en blanco—. ¡Vamos, suéltalo!Quiero detalles.

—Es... —Se me corta la voz al recordar lo de anoche—. Es perfecto.En todos los sentidos.

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Debe de ver la mirada soñadora que aparece en mi cara porque derepente se pone seria.

—Esto no es propio de ti, Ash. Enamorarte tan fuerte y tan rápido dealguien.

—Lo sé. Es raro porque él me hace sentir todas estas emocioneslocas. En un minuto, quiero matarlo, pero al minuto siguiente, lo estoybesando. Es totalmente bipolar, lo sé. La verdad es que me estoyenamorando de él y me asusta.

—Vaya, cariño. —Me da un gran abrazo—. Ten cuidado, ¿vale?

—Prometo que lo haré.

Cuando me despierto el domingo por la mañana, no me encuentromuy bien. Me duele la garganta y tengo la cabeza congestionada. Mi madreinsiste en que me salte la cena del domingo con ella y James y me quede encasa a descansar.

Me tomo una medicina para el resfriado, duermo la mayor parte deldía y espero que solo sea un virus de veinticuatro horas. Sobre las siete dela tarde, me despierta un mensaje y siento el cuerpo dolorido. Veo elnombre de Drew, abro el mensaje y leo:

«No puedo dejar de pensar en ti. Espero que la cena con tu familiahaya sido buena».

«No he ido», respondo. «No me he sentido bien en todo el día.Probablemente solo sea un resfriado, pero lo suficiente como para hacermedormir todo el día».

«No vengas mañana», me devuelve el mensaje. «Tómate mañana ypasado libres, y descansa. Necesito tu cuerpo sano y magnífico en la galabenéfica del martes por la noche».

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«¿Estás seguro?», respondo.

Estornudo en un pañuelo de papel, me duele todo el cuerpo y sé queme sentiría fatal si fuera a trabajar por la mañana.

«Seguro. Aunque voy a echar de menos verte desfilar con esostacones todo el día. Te veré el martes por la noche. Dulces sueños, Leigh».

Me pongo la manta sobre los hombros y me acurruco en la almohada.

A la mañana siguiente, sigo sintiéndome bastante mal y me tomo másmedicamentos. Drew me manda un mensaje y me pregunta cómo me siento.

«Muy mal», escribo.

«Lo siento, cariño. Tómatelo con calma y toma mucha vitamina C».

Alrededor del mediodía, suena mi timbre. Me levanto del sofá,preguntándome quién será, y camino como un zombi hacia la puertaprincipal. Cuando la abro, veo una bolsa marrón. Curiosa, la deslizo haciaarriba y veo el nombre de Drew en la hoja de pedido grapada en el exterior.

Abro la bolsa y veo una taza de sopa de pollo con fideos, galletas y unpaquete de pastillas de vitamina C. El corazón me da una pequeña ydivertida patada en el pecho. Creo que es una de las cosas más atentas quealguien ha hecho por mí. Le escribo un mensaje de agradecimiento y elemoji de la cara de asco.

Más tarde, a la hora de la cena, ocurre lo mismo, pero la bolsa marróntiene un recipiente de arroz blanco, una taza de fideos insípidos y unagalleta de la suerte. A última hora de la mañana del martes, llega otraentrega de sopa y galletas y, esta vez, una galleta de azúcar de postre.

Después de casi tres días completos de descanso, el martes por lanoche vuelvo a sentirme como siempre. Es hora de prepararme para la

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subasta y me maquillo con mucho cuidado, eligiendo tonos grises yplateados y un delineador de carbón oscuro, difuminado a la perfecciónpara dar un aspecto sensual y ahumado.

Recojo mi pelo en un moño suelto y me pongo un broche de perlas.

El vestido más formal que tengo es uno de color blanco y cuello alto,sin espalda, de estilo griego, que llega hasta el suelo y tiene dos grandesaberturas en la parte delantera. Es muy elegante, pero muy sexy. Elijo unpar de tacones plateados altísimos y me doy una vuelta frente al espejo.Vuelvo a tener un aspecto saludable, me siento al noventa y nueve porciento y estoy deseando verlo.

Drew me envía un coche y llego al Saint Francis Yacht Club en untiempo récord. Este club privado, fundado en 1927, está situado a orillas dela bahía de San Francisco y es uno de los más prestigiosos del mundo. Susmiembros organizan campeonatos nacionales e internacionales de vela,incluida la principal regata de la costa oeste, la Serie Rolex Big Boat, ytienen acceso a la isla de Tinsley. Situada a noventa y seis kilómetros deldelta de San Francisco, la isla privada es un oasis de dieciséis hectáreas queofrece a sus miembros una escapada durante todo el año.

Por supuesto, Drew Carson es un miembro, aunque tengo laimpresión de que no pasa mucho tiempo aquí.

Un empleado uniformado me abre la puerta y me deslizo dentro, conlas piernas asomando por las aberturas delanteras del vestido a cada pasoque doy. Todo parece perfecto. Los artículos de la subasta se ven atrayentesen las mesas de exposición a lo largo de la pared. Una fila de personasadineradas anota las pujas en tarjetas con bordes de plata y luego lasdepositan en recipientes ornamentados.

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Se escucha música de jazz que toca una banda, se trata de unacolección de éxitos de swing y las parejas bailan en la pista.

Todos los invitados van vestidos de punta en blanco y me alegro dehaber llevado mi vestido más elegante. Busco a Drew con la mirada por lasala lo veo charlando con un señor mayor. Es como si sintiera mi presencia,porque levanta la vista y nuestros ojos se encuentran. Al instante concluyesu conversación y se dirige hacia mí.

Vestido con un esmoquin negro de Tom Ford y pajarita, lleva unacamisa blanca de popelín que se ve por debajo y me quedo sin aliento. Suslargas zancadas se comen el espacio que nos separa y una ceja oscura sedispara en el aire cuando su acalorada mirada se inclina para admirar mivestido.

Toma una de mis manos en la suya, me acerca a un beso en el dorso.Sus suaves labios se detienen y sus ojos de medianoche no pierden de vistalos míos.

—Estás impresionante —susurra.

Siento que un rubor satisfecho me calienta las mejillas y sonrío.

—Y tú estás muy guapo. —Me doy cuenta de que no se ha afeitadodel todo y una sombra oscura cubre la parte inferior de su cara.

El hoyuelo aparece.

—¿Te encuentras mejor?

—Sí, gracias. Toda esa comida ayudó mucho.

—Me alegro. —Sigue sosteniendo mi mano y sus ojos no se apartande los míos. Empiezo a sentir calor y agito una mano frente a mi cara—.

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¿Necesitas un poco de aire fresco? No tienes fiebre, ¿verdad? —Me poneuna mano en la frente.

—Estoy bien. He descansado mucho y he tomado mucho líquido.Miro a mi alrededor y sonrío—. Parece que las cosas van bien.

—Van bien, ahora que estás aquí. —Miro hacia abajo, avergonzada, yél se ríe—. Acompáñame, quiero enseñarte algo. Se niega a soltarme lamano, me acerca y me guía hasta una mesa donde hay un enorme arreglo demargaritas—. Recuerdo que dijiste lo mucho que te gustan las margaritas.Así que me aseguré de que te trajeran mil.

Me quedo boquiabierta y me echo a reír. Las flores son de muchoscolores y ocupan toda la mesa. Es como un arco iris de pétalos.

—¡Nunca he visto tantas margaritas en mi vida! Gracias, Drew.

—Me alegro de que te guste. —Se dirige a los artículos de la subasta—. ¿Quieres pujar por algo? Te compraré lo que quieras, excepto elencuentro con la banda de rock. No necesito que una estrella de la músicaintente robarte.

Sacudo la cabeza y aprieto su mano.

—Tengo todo lo que quiero aquí mismo.

Nuestras miradas se encuentran y se funden. De repente, la habitaciónestá excesivamente caliente y nada me apetece más que escabullirme con ély compensar el hecho de no habernos visto en los últimos días. Por lamirada ardiente de sus ojos de medianoche, creo que él siente lo mismo.

De repente, oigo que alguien se acerca por detrás de nosotros y nosgiramos para ver a Tabitha Banks. Lleva un vestido negro sin mangas quese ciñe a su esbelto cuerpo y tiene paneles de encaje transparentes que

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recorren cada lado de su cuerpo. Es extremadamente sexy y siento una pizcade inseguridad.

—Bueno, hola, ayudante de Drew —murmura y pasa una miradaexigente por mi vestido—. Perdóname, pero tu nombre se me ha olvidado.

—Ashley Monroe —le recuerda Drew y apoya una mano en la partebaja de mi espalda.

Mi vestido no tiene espalda y sus cálidos dedos contra mi pieldesnuda hacen que algo dentro de mí se estremezca.

—Sí, bueno, menudo vestido, Ashley. —Arquea una cejaperfectamente depilada. Me obligo a sonreír, sin saber a qué se refiere.«Menudo vestido» no es un cumplido—. Tienes suerte de tener las piernastan largas. Alguien tan menuda como yo nunca podría llevar algo así.

Aprieto los dientes y siento que Drew se tensa a mi lado.

Tabitha es muy buena en el juego pasivo agresivo que practica. Perono estoy de humor. Mira a Drew de forma desdeñosa.

—No puedo creer que no te hayas molestado en afeitarte.

Entorno los ojos, pero me recupero rápidamente y me comprometo ano dejar que nada de lo que diga me afecte.

—A mí me parece que está muy guapo —digo con una sonrisa.

—Discúlpanos, Tabitha —interviene él—, pero estábamos a punto deir a bailar.

—Por supuesto, cariño. No obstante, no descuides a tus invitados.

Con la mano en la espalda, Drew me aleja de su exmujer y me lleva ala pista de baile.

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—Lo siento. —Su voz suena baja y profunda—. Puede ser muyirritante.

—No pasa nada. —Me rodea con los brazos y me hace girar en lapista abarrotada y Fly Me To The Moon llena el aire.

Deslizo las manos sobre su costosa chaqueta de traje y las apoyo ensus hombros.

—Te he echado de menos —dice, y me acerca.

Mi corazón se acelera.

—¿Lo has hecho? —Me burlo.

—No te puedes ni imaginar.

Comienza Misty de Erroll Garner, una sensual melodía de piano queme hace sentir como si estuviéramos los dos solos en la pista de baile. Unasonrisa curva mi boca.

—Entonces, cuéntame.

Sus labios bajan y siento su cálido aliento que me hace cosquillas enla oreja.

—Todas las noches he pensado en ti en mi cama, desnuda y debajo demí.

—La próxima vez, vas a estar debajo de mí —le digo con valentía.

Oigo una rápida inhalación.

—Eso funcionará.

—Y voy a ser yo quien mande.

Siento que su respiración aumenta y sus manos comienzan a amasarmi espalda desnuda.

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—Sigue —dice en un susurro ronco.

—Y me vas a decir exactamente lo que te excita... —murmuro con lagarganta, y él traga con fuerza, esperando que continúe. Rozo el pelo de sunuca con los dedos y me alegro de que no se lo haya cortado. Además, meencanta la áspera sombra de su cara—. Quiero saber dónde deseas mismanos... mi boca...

—Jesús, Leigh —sisea—. Quiero arrancarte la ropa ahora mismo.

—Si no estuviéramos aquí, ya estaría de rodillas.

—Dios. ¿Intentas matarme?

Me encanta la forma en que está respondiendo y siento una sensaciónde poder sobre él. Esto debe ser lo que siente cada vez que se hace cargo deuna empresa. Es un subidón.

La canción termina y cuando empieza una nueva, Drew me agarra dela mano y prácticamente me arrastra fuera de la pista de baile. Se me escapauna risita de sorpresa y me apresuro a seguirle el ritmo, con mi largovestido fluyendo detrás de mí. Me aleja de la multitud y me lleva por unpasillo. La gente lo saluda mientras pasamos a toda prisa y él asiente con lacabeza aquí y allá. Finalmente, abre una puerta y me empuja al interior.

En el momento en que se cierra, me empuja contra su duro cuerpo yse apodera de mi boca en un áspero beso.

—¿Te gusta burlarte de mí? —Pasa su lengua por mi labio inferior.

Agarra un puñado de mi vestido en su puño y mi corazón late confuerza. Cuando suelta la tela, desliza las manos hacia arriba y por debajo delas largas aberturas de mi vestido. Suben por mis muslos, pasan por miespalda y luego se mueven para acariciar mi centro caliente.

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—¿Soy una provocación si estoy mojada? —pregunto, jadeando.

Con un gemido, mete la mano en mis bragas y desliza dos dedos enmi resbaladizo centro.

—Oh, Dios, estás goteando. —Su mirada azul y caliente se fija en lamía y empieza a mover los dedos, entrando y saliendo, girando, mojando,frotando.

—Ya te lo dije. —Mi respiración aumenta y siento que mis rodillasempiezan a ceder.

Drew me levanta y me empuja contra la pared, apoyándome en unode sus muslos duros como piedras, mientras sus largos dedos siguenjugando conmigo.

—Me encanta tenerte así. —Su voz está cada vez más ronca.

Me muerdo el labio y entierro la cara en su hombro. La sensación desu mano moviéndose contra mí, los dedos girando dentro de mí, esdemasiado y muevo las caderas.

—Te quiero dentro de mí —grito, y agarro a ciegas el botón de laparte superior de sus elegantes pantalones de diseño.

Atrapa mi mano, la presiona contra su erección y gime.

—Lo sé, cariño. —Bajo la cremallera de un tirón, agarro lospantalones y los calzoncillos y se los bajo de un tirón. Caen al suelo y oigosu respiración entrecortada. Trepo por él como un gato, preparándome paraacomodar mi cuerpo sobre su caliente y palpitante polla. Me agarra por lascaderas y me mantiene en su sitio, suspendida sobre él—. No tengoprotección — susurra entre dientes.

La expresión de su cara es pura tortura.

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—No me importa —le confieso.

Cuando su agarre se afloja, me deslizo sobre su punta y disfruto de lasensación de que me llena lentamente. Me estiro para recibirlo todo ymuevo las caderas con fuerza.

—Joder —sisea. Se inclina hacia delante y apoya las manos en lapared para sostenerse, mientras sus caderas suben para encontrarse con lasmías—. Estás condenadamente apretada.

Nuestros cuerpos se unen y ambos nos sentimos abrumados por unapasión visceral e incontrolable que nos consume.

Mi cuerpo se eleva a nuevas alturas y una contracción tras otra seapodera de mí. Grito, aferrándome a él con todas mis fuerzas, y siento quese libera un instante después de mí.

Entierra su cara en la curva de mi cuello y hombro desnudos y seestremece, llenándome de calor líquido.

Nos quedamos así durante un largo rato, con nuestros cuerpos todavíajuntos, hasta que nuestras respiraciones cortas y rápidas se vuelven másuniformes. Me levanta y yo me tumbo contra la pared, exhausta. Mientrasse sube los pantalones, noto que le tiemblan las manos.

Me doy cuenta de que las mías también tiemblan, desenredo lospliegues de mi vestido y los aliso con las manos hacia abajo. Me acomodounos mechones de pelo sueltos en el moño y lo miro con timidez.

Él enarca una ceja oscura y sus ojos de medianoche brillan.

—No sé cómo voy a salir a dar un discurso ahora mismo.

Alargo la mano y enderezo su pajarita. Luego, le paso las manos porel pelo, alisando los mechones despeinados.

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—Te ves como un billón de dólares, Carson.

Se pasa una mano por la parte inferior de la cara y sonríe.

—Realmente eres increíble —me dice, luego me toma de la mano yregresamos a la fiesta.

El resto de la velada transcurre como un borrón. Drew da un sentidodiscurso y le dice a la multitud lo mucho que significa para él la PrevenciónNacional del Abuso Infantil y agradece a todo el mundo su asistencia y susdonaciones.

Mientras bebo una copa de champán, no puedo dejar de admirarlo.Domina la sala y todas las miradas lo escuchan atentamente mientras habla.Posee un encanto de mundo y, cuando lo enciende, carisma para días.

Cuando termina su discurso, me veo en un gran espejo dorado.Parezco una diosa griega vestida de blanco y mi rostro brilla. Supongo queel sexo alucinante te hace eso.

No muy lejos, veo a Tabitha con su sexy vestido negro. Tiene loslabios fruncidos y los brazos cruzados. Probablemente vería líneas deexpresión si no fuera por el bótox. Mira de Drew a mí y no parece contenta.

No me importa. Tuvo su oportunidad y no funcionó. Ahora me toca amí.

Una ovación llena el aire y aplaudo junto a los demás cuando Drewtermina y baja del escenario. Se abre paso entre la multitud y se dirigedirectamente hacia mí.

Y, de repente, me doy cuenta de que nunca he sido tan feliz.

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Capítulo 24

Drew

Hago de anfitrión todo lo que puedo, pero lo único que quiero es salirde aquí y llevar a Ashley a mi casa. Todavía estoy un poco desorientado,después de nuestro encuentro clandestino. Juro que todavía me tiemblan lasentrañas, y no sé si es por lo intenso que ha sido el sexo, o porque estoyanticipando nuestro próximo encuentro.

Nos separamos un poco mientras cumplo con mi deber y hablo conantiguos conocidos. Creo que he conseguido suficientes donaciones deestos tacaños para poder irme y dejo que Tabitha se haga cargo.

Cuando llego a Ashley, me regala una sonrisa más brillante que el soly siento que mi corazón da un salto. Lo que sea que esté pasando entrenosotros es nuevo para mí. Empiezo a sentir todas estas emocionesdesconocidas y lo único que quiero es estar a su lado.

—¿Lista para irnos? —Ella asiente y se lleva una mano al estómago.Si no me equivoco, gruñe—. ¿No has comido nada?

—No. solo una copa de champán. Después de tanta sopa y comidainsípida, creo que por fin he recuperado el apetito.

—¿Qué te apetece?

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Ella inclina su rubia cabeza y piensa un momento. Luego, me dedicauna sonrisa traviesa.

—Pizza.

—Hecho. —Agarro su mano y con la otra saco el teléfono del bolsillode la chaqueta y encuentro el número de contacto de Jack Steele, mi piloto.Contesta después de una llamada—. Jack, ¿puedes llevarnos a una invitaday a mí a Chicago? Ahora —añado y miro para ver que Ashley abre los ojoscon sorpresa—. Genial. Nos vemos en el aeropuerto en treinta minutos.

Desconecto la llamada, aprieto su mano y le lanzo una sonrisa pícara.

—¿Acabas de decir Chicago?

—Dijiste que querías pizza. Así que voy a llevarte a por la mejor.

—Pero Drew… —Sigue mirándome atónita.

Compruebo en mi reloj que son las nueve, lo que significa que es casimedianoche en Chicago y los restaurantes cerrarán en una hora. Saco otronombre de mi lista de contactos y, en un momento, estoy hablando con mibuen amigo Mike Rizzo, el director general de la pizzería Lou Malnati's—.Voy de camino y llevo a una señorita muy especial —le digo a Mike. —Senos ha hecho tarde, así que eso significa que es casi madrugada en tu zona.—Una pausa—. Eso suena muy bien. Gracias, Mike. Significa mucho.

—¿Realmente vamos a Chicago? ¿Ahora mismo? —La incredulidaden su voz me divierte.

—Ahora mismo — confirmo y beso su sien.

Jack Steele nos lleva al aeropuerto de Half Moon Bay, a treinta y doskilómetros al sur de San Francisco, y prepara mi avión Bombardier Global7500. Lo utilizo para actividades comerciales de largo alcance y puede

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transportar diecinueve pasajeros y cuatro tripulantes. Su cabina es un terciomás larga que la de los modelos de la competencia, pueden dormir ochopasajeros y es la nave de negocios más grande, espaciosa y lujosa jamásconstruido.

En mi opinión, el precio de casi setenta y tres millones de dólaresmerece la pena.

Mientras nos acercamos al avión, Ashley se agarra a mi brazo y seestremece.

—¿Tienes frío? —le pregunto. Cuando asiente con la cabeza, mequito la chaqueta del traje y se la pongo sobre los hombros. Jack se reúnecon nosotros y nos damos la mano—. Ashley Monroe, te presento a nuestropiloto, Jack Steele. Solía pilotar los Lockheed Martin F-22 Raptors cuandoestaba en las Fuerzas Aéreas.

—No sé lo que son, pero suena impresionante.

Los brillantes ojos azules de Jack se entrecierran de risa.

—Solo es otro avión. —Guiña un ojo, mirando en su dirección.

—Está siendo extremadamente modesto —advierto mientras subimoslas escaleras y entramos en el jet—. ¿Todo listo?

Asiente con la cabeza.

—El tiempo parece despejado, el vuelo durará tres horas y cuarenta yun minutos. Bienvenida a bordo, señorita Monroe. —Inclina la cabeza y segira para cerrar la puerta de la cabina—. La veré cuando aterricemos enChi-town.

—Tengo algo de ropa extra a bordo para que podamos ponernos algomás cómodos —sugiero—. Abrochémonos primero el cinturón para el

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despegue.

La conduzco hasta un confortable sillón de cuero, donde se sienta y seabrocha el cinturón. Yo me siento frente a ella en otro igual.

—Esto es surrealista, Drew.

Mira por la ventana. Luego, echa un vistazo por encima de suhombro, por el pasillo, y comprueba todo lo que puede de la cabina. Hay unsofá, una televisión integrada en la pared y una mesa con sillas. Más allá, eljet cuenta con un baño con ducha y un dormitorio con una cama Queen yuna cómoda.

No puedo evitar sonreír ante su asombro. Es adorable. Extiendo lamano por el pequeño pasillo y tomo una suya.

—Gracias por venir.

—Gracias a ti por invitarme.

En un momento, nos dirigimos a la pista de aterrizaje. Siento que elavión gira, empezamos a tomar velocidad con el rugido de los motores yluego hay una sensación momentánea de ingravidez cuando nos elevamoshacia el cielo.

Una vez que alcanzamos una altitud de crucero estable, la voz de Jacksale del altavoz y nos dice que nos sintamos libres para levantarnos ymovernos y que disfrutemos del vuelo.

Me desabrocho el cinturón de seguridad, me levanto y me estiro.

—¿Quieres una visita guiada? —pregunto.

Ashley se desabrocha el cinturón y la invito a seguirme por la cabina.

—Esto es increíble —observa los pequeños detalles y la finamarquetería de las paredes—. No puedo creer que tengas tu propio avión.

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—Es un lujo ostentoso —reconozco—. En cuanto pude permitírmelo,empecé a buscar lo mejor que podía comprar.

—¿Qué tipo de avión es?

—Un Bombardier Global 7500.

Asiente con la cabeza y me lanza una adorable sonrisa.

—Solo estoy comprobando que sabes lo que tienes.

Me acerco a ella, la sujeto por la cintura y la arrastro contra mí.Luego bajo la cabeza y acurruco mi cara en su pelo dorado. El olor mevuelve loco y le doy un beso en la comisura de los labios.

—Vamos a cambiarnos. —Volvemos al dormitorio y Ashley se tumbaen la cama mientras yo rebusco en la cómoda y saco unos vaqueros y unacamisa abotonada para mí. En otro cajón, encuentro varias opciones paraAshley—. Elige —le digo.

Ashley se acerca a mirar la ropa mientras yo empiezo adesabrocharme la camisa.

—¿Puedo preguntar por qué tienes todo esto? —Saca unas mallas decuero de color negro y luego se vuelve para ver cómo dejo caer la camisasobre la cama.

—Para los clientes. Por si acaso necesitan cambiarse.

Su mirada apreciativa recorre mi pecho desnudo.

—¿Puedo ponerme eso? —Señala mi camisa desechada con lacabeza. La toma en sus manos, se la acerca a la cara y respiraprofundamente—. Quiero tu olor en mí.

Mi pulso se acelera y necesito todo lo que hay en mí para no tumbarlaen la cama. Consigo asentir con la cabeza y me siento muy despacio, con

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toda mi atención puesta en ella cuando se desprende del vestido blanco.

Lo veo caer al suelo en un montón de seda.

De pie frente a mí, solo con un tanga de raso y unos taconesplateados, parece una ninfa casi desnuda y brillante.

La sangre fluye por la parte inferior de mi cuerpo y el corazón meretumba en los oídos cuando se acerca, se arrodilla y coloca una mano encada una de mis rodillas. Cuando las separa más, trago saliva.

Comienza a frotar la parte delantera de mis pantalones muy despacioy los músculos de mi vientre se flexionan. Me apoyo en los codos y veocómo me baja la cremallera. Mi erección sale disparada. Cuando Ashley metoma en sus manos y comienza a acariciarme, no creo que pueda ser muchomejor. Hasta que empieza a dar ligeros besos de mariposa en la punta de mipene.

En el momento en que me lleva a su boca, grito y dejo caer la cabezahacia atrás. El placer es demasiado intenso y lo que sea que esté haciendoahí abajo me está volviendo loco. Quiero levantarla en mis brazos, hacerque se detenga antes de que yo explote. Pero todas esas chupadas y lamidasme están llevando al límite. Decido dejarme llevar por el placer. Miscaderas se sacuden, mi cuerpo se estremece y exploto, cayendo de espaldasen la cama.

Ashley se desliza sobre mí y deposita un beso en mi ásperamandíbula.

Me siento tan satisfecho. Tan en paz. Cuando por fin consigo abrir losojos, busco su cara y la bajo para poder besarla. Esta mujer va a ser mimuerte.

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El Global 7500 aterriza en el aeropuerto internacional Midway deChicago poco antes de las cuatro de la madrugada, hora local. RaymondWhitaker, un chófer al que recurro cuando estoy en la ciudad, nos espera yya ha sido informado de nuestro destino. Estrecho su mano y le presento aAshley. Luego, nos metemos en la parte trasera del Mercedes-Benz S600Maybach.

Está increíble con las mallas negras, mi camisa de botones y unachaqueta de cuero negra. Y, por supuesto, esos tacones plateados tan sexys.

Una vez más, disfruto viendo cómo Ashley mira el coche de lujo conlos ojos muy abiertos. No creo que esté tan impresionada por él, sino másbien fascinada por todos los extras de lujo y las comodidades.

Hay un sistema de entretenimiento de doble pantalla en los asientostraseros con un sonido envolvente, una nevera en la consola trasera concopas de champán plateadas Robbe & Berking, mesas desplegables eincluso un sistema de atomización de perfume. Hay mucho espacio parareclinarse, con apoyo para las piernas y seis programas de masaje diferentesen los asientos de cuero.

—Espero que todavía tengas hambre —comento.

—Me muero de hambre.

—Bien. —Miro el reloj—. Mike debería tener todo listo paranosotros.

Ashley alarga la mano, me tira del brazo e inspecciona el gran relojde platino de mi muñeca. Por la expresión de su cara, veo que no sesorprende al ver que es un Rolex.

—Nunca he conocido a nadie que llevara uno —dice, y pasa un dedopor la caja.

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—Es un Rolex Cosmograph Daytona —explico.

—¿Eso significa que cuesta como un millón de dólares más que unonormal?

Es demasiado. Me abalanzo sobre ella y la agarro por el costado. Seretuerce con un grito.

—¡Está bien, está bien! No me hagas cosquillas —suplica.

—No es ni de lejos un millón de dólares —advierto, sentándome denuevo en mi asiento y mirando la exclusiva esfera azul hielo. Más bien sonochenta mil, pero ¿acaso importa?

Como todo ha sido de primera clase, no estoy seguro de lo que esperacuando llegamos a Lou Malnati's. Situada en South State Street, la pizzeríaes una de las favoritas de turistas y locales. Le digo a Raymond que lollamaré más tarde para que nos recoja.

Guío a Ashley hasta la puerta principal, donde espera Mike. Nossaludamos con un abrazo y una palmada en la espalda.

—Ashley, me gustaría que conocieras a Mike Rizzo, uno de mis másantiguos amigos.

—Encantado de conocerlo —saluda ella.

—El placer es todo mío —responde él y le lanza un guiño—. CuandoAndy mencionó a una dama muy especial, supe que tenía que conocerte.

Mike nos guía por el comedor. Tiene un distintivo diseño industrialcon un toque vintage y suena de fondo una canción de uno de los infamesRat Pack.

—Gracias por esto, Mike —comento, mientras nos lleva a una mesacon mantel de cuadros rojos y blancos, donde arde una vela y esperan un

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par de cervezas heladas.

Acerco la silla de Ashley y ella se sienta. Cuando me acerco a la mía,Mike me da una palmada en la espalda.

—La pizza está en camino, amigo. Espero que tengas hambre.

A la luz de las velas, veo a Ashley colocar la servilleta en su regazo.

—Prometo que tendré cuidado —dice.

—¿Qué quieres decir? —Me siento completamente cautivado por laforma en que las llamas resaltan su hermoso rostro con luces y sombras.

—Cuando coma —aclara—. He visto la etiqueta de tu camisa y loúltimo que quiero es manchar de salsa de pizza una Tom Ford.

—Puedes mancharla con salsa de pizza, si te hace feliz —le digo ytiendo una mano por encima de la mesa, pasando mis dedos por los suyos.Una suave sonrisa curva su boca.

Mike aparece con una gran pizza de molde y la coloca en el centro dela mesa sobre una rejilla.

—He aquí la Malnati Chicago Classic —anuncia con orgullo—. Estáhecha con salchicha magra de Lou, extra de queso y salsa de tomatemadurada con vid, todo ello sobre nuestra masa de mantequilla de recetasecreta. Auténtico Chicago —declara, y pone una enorme rebanada en cadauno de nuestros platos—. Tened cuidado, está muy caliente.

—Gracias, Mike —digo.

—Gracias a ti.

—Esto tiene muy buena pinta—Ashley la mira emocionada.

Levanto mi cerveza y siento que otra sonrisa curva mi boca. Malditasea, mi hoyuelo ha estado ocupado esta noche.

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—Bienvenida a la ciudad del viento, como la llaman. Es mucho másbonita contigo aquí. —Chocamos nuestras copas y, juro, que veo cómo seruboriza. Bebe un sorbo y levanta una ceja—. Es Miller-Lite —le digo—.La cerveza favorita de Chicago, sin duda.

—¿Por qué? —pregunta

—Porque tiene su sede aquí.

—Oh, qué bien. Parece que hay muchas cosas buenas en Chicago. Ode aquí —añade y siento que mi hoyo se vuelve a hacer más profundo.

Para cuando esta noche termine, voy a tener una hendidurapermanente.

La salsa es espesa, caliente y pegajosa y hay que usar tenedor ycuchillo. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que la comí, perosabe tan bien como siempre.

—¿Y bien? —Observo cómo traga su primer bocado.

—Está deliciosa —dice con entusiasmo—. Sin duda, la mejor pizzade plato hondo que he comido nunca. Su brillante sonrisa me toca la fibrasensible. Verla feliz me hace feliz—. ¿Así que Mike y tú crecisteis juntos?—pregunta.

—Él vivía unas casas más abajo, siempre estábamos juntos ycausando algún tipo de problema.

—Háblame de ello.

No va a suceder, pienso. La noche va demasiado bien y lo último quequiero hacer es hablar de mi pobre educación y de mi padrastro abusivo.

—Háblame de cuando tú eras niña. —Cambio el tema deconversación.

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Ashley no es estúpida y comprende que trato de esquivar el tema demi infancia, pero asiente y toma otro bocado de pizza.

—Bueno, tenía muchas muñecas Barbie y me gustaba inventarjuegos.

—La verdad es que te imagino con muchas muñecas. ¿Qué tipo dejuegos?

—Siempre tuve una imaginación muy activa, así que solía inventarcosas y también me gustaba disfrazarme. Tengo un hermano, pero estamosbastante alejados, así que me entretenía yo sola porque, créeme, él nuncajugaría a las Barbies conmigo.

—Si era como yo, probablemente iba en bicicleta por todas partes consus amigos y hacía cosas típicas de chicos.

—¿Y qué era eso?

—Oh, ya sabes. Jugar a videojuegos, ver películas de miedo, meterseen peleas. Solíamos nadar y pescar en el lago. Robar cigarrillos y revistasPlayboys a nuestros padres o de la tienda de la esquina.

—¿Los robabas? —pregunta ella.

—Bueno, no iban a vender ninguna de esas cosas a un par de niños deocho años, así que teníamos que hacer lo que teníamos que hacer.

Se ríe. Y es uno de los mejores sonidos que he escuchado.

—Pandilla de alborotadores.

Hablamos durante otra hora y media. No puedo creer lo rápido quevuela el tiempo o lo cómodo que estoy con esta mujer.

Cuando terminamos, Mike intenta tentarnos con el postre, peroestamos tan llenos que pasamos. Vuelvo a dar las gracias a mi amigo y le

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prometo que lo visitaré la próxima vez que venga a Chicago.

—No seas un extraño —dice Mike. Le hace un gesto a Ashley yañade—: Cuida de este tipo.

—Lo haré —promete ella.

Salimos por la puerta y llegamos a la acera justo cuando el sol estásaliendo.

Y, por primera vez en mucho tiempo, creo que hoy va a ser un díarealmente bueno.

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Capítulo 25

Ashley

El sol estalla en el horizonte y baña el cielo de Chicago en tonosdorados, amarillos y naranjas. Atrapada por un rayo celestial, veo elcampanario de una iglesia que se eleva hacia el cielo y señalo el viejoedificio de aspecto gótico.

—¿Podemos entrar? —pregunto a Drew.

—¿En la catedral? —Parece sorprendido.

—Mi familia tiene esta tradición —le explico—. Cada vez que vesuna iglesia nueva, se supone que debes entrar y pedir un deseo.

—Entonces, vamos a pedir uno bueno. —Cruzamos la calle Wabash.

Pasamos por unas enormes puertas de bronce y entramos en lacatedral del Santo Nombre. El techo se eleva más de veinte metros porencima de nosotros y nos rodean enormes vidrieras abstractas. Un enormecrucifijo cuelga en el aire junto al altar y las paredes están adornadas con elVía Crucis, todo fundido en bronce y enmarcado en mármol rojo.

—Es precioso —susurro asombrada. Tiro de su mano y él parecedudar—. ¿Qué pasa? —le pregunto.

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Me lanza una mirada tímida.

—Tengo miedo de estar a punto de arder.

Sacudo la cabeza.

—No eres el Diablo a pesar de lo que algunos puedan decir. —Sonríoligeramente.

—Lo creas o no, en su día fui monaguillo.

—Apuesto a que eras adorable. —Caminamos hacia un banco delfondo y me arrodillo. Él sigue pareciendo incómodo, pero se arrodilla a milado y junta las manos—. Ahora pide un deseo —le digo y agacho lacabeza.

Mi deseo es sencillo. Más que nada en este mundo, quiero pasar elresto de mi vida con el atractivo hombre que está a mi lado. No sé cuál essu deseo o si siquiera pide uno, pero parece estar fuera de su elemento y loencuentro absolutamente adorable.

Lo miro. Se pasa una mano por el pelo oscuro, me mira y sonríe.

—Deseo pedido —susurra—. Ahora, la pregunta es si se harárealidad.

—Se hará realidad si tenemos suerte. —Extiendo una mano, toco lasuya y nos ponemos en pie.

Dejamos atrás el aroma del incienso y el brillo de las velas y salimosal exterior. Drew me conduce a través de la calle Wabash, sobre unapasarela y a través de Grant Park hasta que llegamos al lago Michigan.

—Este es el Lakefront Trail —me explica—. Tiene casi treintakilómetros de largo y es donde todo el mundo hace footing y camina.Conecta con todos los parques y playas.

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—Me encanta. —Su mano grande y cálida agarra la mía y me hacesentir segura, protegida—. Es un lugar estupendo para pasear con un perro.¿Tal vez un pastor alemán? —pregunto, y enarco una ceja.

Una sonrisa curva su boca.

—Tal vez.

A medida que caminamos, Chicago me va gustando. Es la primeravez que vengo y empiezo a ver por qué es una ciudad tan grande. Pasamospor muelles, puertos, museos, playas, parques de patinaje, fuentes. Esprecioso.

—Qué gran lugar para crecer —digo—. Tienes suerte.

Su rostro se ensombrece.

—No siempre fue tan estupendo —admite.

Recuerdo el comentario de Tabitha sobre su padrastro y me preguntosi es ahí donde está su mente ahora.

—No teníais dinero, ¿verdad?

—No. —Miro y estudio su perfil duro y cincelado. Siempre parecetan fuerte y seguro de sí mismo, que me duele el corazón al imaginarlocomo un niño asustado con un padrastro abusivo. Quiero que confíe en mí,pero sé que no debo presionarle. Entonces, algo dentro de él parece abrirse.solo una grieta—. Crecí en un barrio difícil en la zona sur. Solos mi madre yyo, nunca conocí a mi verdadero padre.

Aprieto su mano.

—¿Tu madre te contó alguna vez algo sobre él?

—¿Sobre mi padre? —Sacude la cabeza—. La verdad es que no. Soloque era un imbécil que la dejó embarazada y se largó. —Levanto una ceja y

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él me dedica una sonrisa sardónica.

—Comprendo. —Una brisa nos envuelve y me aprieto más lachaqueta.

Aunque estamos a principios de septiembre, hace mucho más frío enel paseo marítimo. Debe de haberme visto temblar, así que me pasa unbrazo por los hombros y me atrae hacia él, hacia la curva de su cálidocuerpo.

—Tuve que aprender a cuidarme a una edad muy temprana, ya que mimadre siempre estaba trabajando. En un momento dado, creo que iba a tresempleos en el mismo día. Era muy comprometida y se aseguraba de quetuviéramos todo lo que necesitábamos. Lo básico, al menos.

—¿Aún vive aquí? —Me intereso.

Su mirada azul oscuro se desplaza hacia el lago Michigan.

—Murió hace diez años. De cáncer.

—Lo siento mucho.

Asiente con la cabeza.

—No tengo hermanos ni hermanas, así que cuando ella murió, perdí atoda mi familia. A veces me pregunto por qué demonios dedico tantotiempo a mi empresa. No tengo herederos, ni nadie a quien dejar mi riquezao mi dinero... —Se le quiebra la voz—. A veces todo parece absurdo.

—No digas eso. —Lo miro—. Tienes gente que te quiere y estoysegura de que cualquier mujer moriría por ser tu esposa. Todavía eresjoven... y viril.

Una carcajada baja sale de sus labios.

—¿Viril? Vaya, gracias.

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Por un momento, caminamos en un cómodo silencio. Entonces,decido preguntarle lo que tanto me ronda por la cabeza.

—Tabitha mencionó un padrastro...

Siento que Drew se tensa y veo que un músculo se flexiona en sumandíbula.

—Sí —dice después de unos segundos—. Se coló en la vida de mimadre y era un cabrón de primera.

Dejamos de caminar, nos sentamos en un banco y miramos hacia elagua.

—Te hizo daño, ¿verdad? —Se me revuelve el estómago al pensarlo.

—Tenía ocho años y era un pequeño gamberro. Como dije, misamigos y yo nos metíamos en todo tipo de problemas. —Suspira, junta lasmanos y se inclina hacia delante como si una pesada carga descansara sobresus anchos hombros—. Ese verano, solía pasar muchas noches en casa deMike. —Recuerdo a su amigo de la pizzería. Pongo una mano en su musloy deseo que pueda sentir mi apoyo. Sentir lo mucho que me importa—.Algunas veces, probablemente me lo merecía. Su ira, al menos. No su puño.Ningún niño debería ser golpeado.

—No. Nunca —asevero con firmeza.

Vuelve a suspirar, con la mirada fija en algún punto lejano del agua.

—Quizá debería darle las gracias.

Frunzo el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Él es la razón por la que me esforcé tanto. La razón por la que tuveque escapar y la motivación que me llevó a la escuela. La razón por la que

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estaba decidido a ganar mucho dinero y tener éxito, para poder restregárselopor la cara. Para que un día oyera mi nombre y se arrepintiera de lo quehizo. —Sus hombros se hunden—. No sé si habría llegado hasta dondeestoy hoy, si Pete Kowalski no me hubiera dado una paliza.

Me inclino hacia él, paso mi brazo por el suyo y recuesto mi cabezacontra su hombro.

—¿Cuánto tiempo estuvo en tu vida?

—Menos de un año. Mi madre se dio cuenta de lo que estaba pasandoy puso fin. Tenía un amigo en San Francisco que vino y nos ayudó a saliruna noche a escondidas, cuando Pete estaba borracho en el bar. Nos fuimoscon dos pequeñas maletas y nunca miramos atrás.

—¿Y esa fue la última vez que lo viste?

Drew se pasa una mano por la parte baja de la cara.

—Volví a Chicago para ir a la universidad. Fui a Booth. Una noche,lo localicé. Estaba en un bar, completamente borracho, y cuando se fue,planeé darle a probar su propia medicina. Limpiar la calle con su puta cara.—Coloco mis manos sobre las suyas, entrelazo nuestros dedos hasta que noestoy segura de cuáles son los suyos y cuáles los míos—. Su aspecto erapatético y no había puesto un pie en la calle cuando cayó de bruces y segolpeó la cabeza contra la acera. Me acerqué y estaba desmayado. Justo enla cuneta, donde debía estar. —Drew se gira y me mira, con esos ojos dezafiro llenos de dolor—. Decidí que no valía la pena.

No sé qué decir, así que me giro y aprieto mi cabeza contra la suya.Nos sentamos así, con nuestras frentes juntas, hasta que él aspiraprofundamente, se levanta y tira de mí con él. No estoy segura de cuánto

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tiempo llevamos aquí, pero veo que la gente camina, monta en bicicleta yhace footing por el sendero. El sol está alto y el día parece más cálido.

—Espero que no tengas prisa por volver —dice.

—No, en absoluto.

—Bien, porque voy a enseñarte Chicago.

No recuerdo habérmelo pasado tan bien con nadie como con Drew. Esel perfecto guía turístico y está tan entusiasmado con su ciudad natal. Melleva por una ruta panorámica a lo largo del lago, a través de Grant Park ypasando por algunas de sus atracciones más emblemáticas. Creo que una demis favoritas es la Clarence Buckingham Memorial Fountain.

Drew comprueba su reloj, me toma de la mano y me apresura aacercarme a la fuente de estilo Art Decó y al punto central de Grant Park.

—Está a punto de empezar —dice con entusiasmo infantil.

Me encanta escuchar ese tono adorable.

La enorme fuente, rodeada de cuatro caballitos de mar, cobra vida derepente y yo doy un pequeño chillido.

—Oh, Dios mío.

Drew me acerca y siento el chorro de agua en la cara.

—Cada hora, lanza sesenta y cinco mil litros de agua a través dedoscientas boquillas cada minuto —me informa.

La fuente ruge y salpica, mientras los turistas hacen fotos. Es unespectáculo impresionante, pero lo que más me gusta, lo que más recordaré,es la forma en que Drew me abraza y me besa profundamente mientras elchorro del espectáculo acuático nos rocía ligeramente.

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Después, paseamos por jardines, museos, un planetario e incluso unacuario. Dentro del Grant Park se encuentra el Millennium Park, máspequeño, y Drew señala una escultura inmensa.

—Es la Puerta de las Nubes y pesa más de ciento diez toneladas. —Señala con la mano.

—Es impresionante. —Me acerco y toco con los dedos la superficiede acero pulido, como un espejo, que parece mercurio líquido.

Refleja su entorno y los turistas atraviesan su arco central.

Seguimos caminando a lo largo de la orilla del lago Michigan y,finalmente, nos acercamos a un bonito lugar con tiendas y restaurantes justoen el paseo marítimo. Un cartel indica Navy Pier y Drew señala una noriade casi cincuenta metros de altura.

—¿Quieres dar una vuelta? —me pregunta.

—Siempre —digo con una sonrisa sugerente.

—Eres una chica mala —ronronea, con su mirada azul caliente.

Diez minutos después, nos sentamos en el pequeño coche yempezamos a elevarnos en el aire. Me aplasto contra su cuerpo y aprieta mimano.

—¿Te dan miedo las alturas? —me pregunta.

—No. solo a caer —le digo y se ríe.

Cuando llegamos a la cima, por supuesto, deja de girar y quedamossuspendidos sobre el muelle. Aunque la vista es fantástica, nada compitecon el magnífico hombre que tengo a mi lado y mis pensamientos sevuelven un poco traviesos. Retiro mi mano de la suya y la pasoperezosamente por su muslo vestido de vaqueros.

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Aspira un poco y me mira con ojos negros y azules.

—Leigh —me advierte. Pienso que es demasiado tarde y deslizo lamano por la parte delantera de su cremallera, mientras empiezo a acariciarlo—. Joder —sisea, y me sujeta para detener las acaloradas caricias.

—¿Qué? —pregunto, toda inocente, y muevo las pestañas.

Suelta un gemido bajo y aparta mi mano de su cremallera, siempretensa.

—Solo tienes que esperar. —Suena a promesa—. Te voy a castigarpor esto.

—Eso espero —susurro.

—Ya verás.

Por suerte para Drew, damos unas cuantas vueltas más y un vientofresco se levanta para aliviar algo de su… incomodidad. Cuando nos tocadesembarcar, salimos del coche y Drew traga saliva; se mueve de formatorpe y me sigue.

La brisa atrapa mi pelo rubio, lo hace volar alrededor de mi cara y medoy la vuelta. Lo miro por encima del hombro y le lanzo una sonrisadescarada.

—¿Todo bien?

—Creo que necesito refrescarme un poco. —Busca al frente—. ¿Quétal un helado?

Asiento con la cabeza y agarro su mano.

—Pobrecito. —Soy consciente de que todavía camina un poco raro.

Sacude la cabeza y me lanza una mirada que promete retribución mástarde, y no puedo evitar sonreír.

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—Recuerdo que dijiste algo sobre el helado de menta con trocitos dechocolate y, como también es mi favorito, conozco justo el lugar.

Nos dirigimos a una heladería y pastelería que Drew insiste en que esestupenda. Conoce lo mejor de todo, ya sea un local, un avión, un traje, unclub, un restaurante, un coche, una pizza de plato hondo o una bola dehelado. Por una fracción de segundo, me pregunto si soy lo suficientementebuena para él, pero entonces me arrastra a la tienda y veo cajas llenas demanzanas de caramelo, dulce de leche y helado. Huele a azúcar y a vainilla.

Pide una bola de helado de menta y chocolate en un cono de gofrecasero para cada uno. Y, por supuesto, tiene razón. Es el mejor que heprobado nunca. Tan dulce y cremoso, y el cucurucho aún está caliente.

—¿Y bien? ¿Cómo está?

—Delicioso. —Me relamo los labios.

—Hay algunas otras cosas que quiero enseñarte, pero necesitamos elcoche.

Saca su teléfono y llama a Raymond Whitaker. Para cuandoterminamos los conos, llega el conductor y Drew me abre la puerta traseradel Maybach.

Me deslizo dentro y saludo al chófer, que sonríe y asiente por elespejo retrovisor. Drew da la vuelta y se desliza a mi lado, mientras indicaque nos lleve a la Torre Willis.

—Sí, señor —responde Raymond, dirigiéndose al oeste por E. GrandAvenue hacia Lower North Lakeshore Drive.

—Me gustaría que pudiéramos ir al Wrigley Field a ver un partido,pero los Cubs juegan fuera de la ciudad esta noche —dice Drew.

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—La próxima vez —le digo, disfrutando de su entusiasmo infantil.

El trayecto hasta la Torres Willis es de menos de cinco kilómetros y,por suerte para nosotros, el tráfico no es malo. Raymond se detiene frente alrascacielos antes conocido como la Torre Sears y nos bajamos.

—La llevaré hasta la cima y luego tenemos que ir a la MillaMagnífica —le comenta Drew.

—Estaré aquí esperando —promete Raymond.

Drew me pone una mano en la espalda y me guía hacia el enormeedificio.

—¿Has dicho arriba? —pregunto con voz recelosa.

—Así es, cariño. Vamos a subir al Skydeck. Menos mal que no te danmiedo las alturas — añade, y me da un beso en la sien.

—Oh, vaya. —No me siento tan segura como en la noria cuando lapuerta del ascensor se abre y bajamos en el piso 103. Enredo mi mano conla suya y él se ríe.

—Vamos —dice mientras me guía hacia la cristalera.

—La vista es impresionante. —Olvido mi miedo anterior.

Según los carteles que hay en la sala, el Skydeck es la plataforma deobservación más alta de Estados Unidos, con vistas de hasta ochentakilómetros y de cuatro estados: Indiana, Michigan, Wisconsin y, porsupuesto, Illinois.

—Ahí está la mejor parte. —Drew me lleva hasta el Ledge, unsaliente de cristal a modo de balcón, con una extensión de más de un metrodesde el Skydeck.

—Dios mío.

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—Está hecha de tres capas de vidrio y es seguro estar sobre ella. —Drew salta al suelo de cristal como si nada, pero yo dudo. Hace un pequeñobaile de claqué que casi me da un infarto y luego me tiende la mano—.¿Confías en mí? —pregunta.

Creo que confío en él, pero no en el cristal. Sin embargo, levanto lamano y siento cómo sus cálidos dedos envuelven los míos y me levantahacia la caja de cristal, tirando de mí hasta su cuerpo. Lo abrazo con fuerzay me atrevo a mirar por encima de su hombro.

—No puedo…

—Mira hacia abajo —susurra en mi oído.

Respiro profundamente, me retiro y miro hacia abajo entre nosotros.Estamos a cuatrocientos metros en el aire y es aterrador, pero al mismotiempo, excitante. La ciudad está justo debajo de nosotros y mi corazón latecon fuerza.

—Drew…

—Estás a salvo. Te tengo. —Debe sentir mi pulso acelerado porquepone una mano sobre mi corazón.

—¿Quién te tiene a ti?

Su risa jadeante me revuelve el pelo.

—Ahora vamos a ir por allí. —Señala hacia la avenida Michigan,justo al norte del río Chicago—. Es la milla Magnífica y está llena deboutiques y lujosas tiendas.

—¿Vamos a ir de compras?

—Supongo que tenemos que cambiarnos de ropa para ir esta noche alGreen Mill para escuchar música.

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Está cumpliendo su promesa cuando me escribió como Andy y creoque es adorable.

—¿Te he dicho lo increíble que eres, en las últimas horas? —Apartola mirada de la maravillosa vista y me centro en la aún más hermosa delhombre que tengo delante.

Está sonriendo y cuando se inclina para besarme, un empleado noshace una foto. Me alejo con una carcajada y Drew ya está sacando sucartera.

—Definitivamente, la compraré —asegura.

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Capítulo 26

Drew

La Milla Magnífica cuenta con más de cuatrocientas cincuentatiendas, pero solo me interesan las mejores. Le digo a Raymond que noslleve directamente a Gucci.

No tengo paciencia a la hora de ir de compras, así que suelo pedir aun sastre que me tome las medidas y luego los diseñadores me hacen laropa a medida. No obstante, sé que a las mujeres les gusta ir de tiendas yAshley no parece ser diferente cuando entramos en la primera.

Con los ojos muy abiertos, pasa la mano por encima de las prendas dealta gama y se queda boquiabierta con algunas piezas que le interesan. Unavendedora se apresura a acercarse y le digo que necesitamos algo informal,pero elegante, para una cita por la noche en el Green Mill.

En cuestión de minutos, Ashley y la dependienta reúnen un montónde ropa y ella desaparece en un probador. Me siento en una silla fuera yespero a ver qué decide ponerse para desfilar ante mí. El susurro de la telahace que mi imaginación comience a trabajar, me encantaría abrir esapuerta y levantarla contra el espejo y...

—Señor Carson —dice otro trabajador—. Estamos preparando unestante rodante de prendas para que le eche un vistazo cuando termine aquí.

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Asiento con la cabeza y espero pacientemente a Ashley. Entonces,ella abre la puerta y asoma la cabeza.

—Drew —susurra y levanta un brazo donde cuelga una etiqueta deprecio—. Todavía podemos bajar al centro comercial.

—Sal aquí —le digo.

La puerta se abre por completo y ella sale a modelar el vestido negro.Le favorece como todo lo demás y la observo caminar de un lado a otro.

—¿Te gusta?

—Sinceramente, te prefiero desnuda, pero no es una opción.

—¡Para! —Se ríe.

Mi mirada se desvía hacia otro vestido colgado en un gancho.

—¿Y el rojo? —Pienso al instante en su foto de perfil enPerfectMatch.com. A Ashley le queda de puta madre el rojo.

—Iba a probarme ese después. Espera —dice y vuelve a entrar en elprobador.

Cuando la puerta se abre un minuto después, el corazón se me atascaen la garganta.

—Eso es —asiento, sin poder apartar los ojos de ella. Estáimpresionante con el vestido rojo. Es de gasa y corto. Lleva tirantes y solofalta que se ponga los zapatos plateados.

De repente me doy cuenta de que lo lleva puestos todo el día.

—¿Qué tal están tus pies? —Soy un idiota. He hecho que la pobrecitacamine por todo Chicago y ni siquiera he pensado en lo doloridos quepuede tenerlos.

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—Están bien —me tranquiliza—. Aunque necesitaba un descanso.

Se decide por el vestido rojo para mi satisfacción y luego me ayuda aelegir una nueva camisa, pantalones y corbata.

Llevo las bolsas al coche y la ayudo a entrar. Luego pido al chóferque nos lleve al cercano hotel Four Seasons. Sé que tienen un spa deprimera categoría y allí le harán a Ashley un masaje en los pies, paraaliviarla de haber caminado con esos malditos tacones todo el día. Mientrasla miman, reservaré una suite para que tengamos un lugar dondeprepararnos para nuestra noche.

Por suerte, la Suite Presidencial que ocupa la esquina de la planta 46está disponible y es más que adecuada, con grandes ventanales y vistas allago. Ashley va de habitación en habitación, con la mandíbulaprácticamente arrastrada por el suelo.

—Esto es precioso, pero ¿ni siquiera vamos a pasar la noche?

—Está pagado por la noche, pero tengo que volver a San Franciscopara una reunión mañana a primera hora. Lo siento, cariño.

—Es un desperdicio —opina mientras mira la enorme cama.

—Te prometo que volveremos.

Con un movimiento de cabeza y una sonrisa, se acerca y me besa.

—Me gustaría.

Luego, se marcha al spa y yo decido darme una ducha. Una parte demí anhela quedarse a dormir y aprovechar mejor el baño de mármolcompleto con Ashley. En otra ocasión lo haría, pero la reunión sobre latoma de posesión se cierne sobre mi cabeza y estoy listo para abalanzarme yacabar con ella de una vez por todas.

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Situado en el Uptown, en Lawrence y Broadway, brilla el cartel deneón verde del salón de cócteles Green Mill. Raymond nos deja en la puertay doy la vuelta para ayudarla a bajar del coche. Ese vestidito me estámatando, pero seré todo un caballero. Por ahora.

La música de jazz nos envuelve mientras la acompaño al interior. Elpropietario y amigo del pasado se acerca y me da la mano.

—Drew Carson, ¿dónde diablos has estado?

—Me alegro de verte, Dave —digo. Luego, le presento a Ashley aDave Jemilo—. Es el dueño de este lugar desde hace treinta años y gracias aDios por ello.

—Sí, antes era un basurero —resume en unas palabras y nos reímos.

—Ahora es el lugar de jazz más admirado del mundo —reconozco.

—Solo quieres sentarte en la cabina —observa mi amigo sinequivocarse.

Me encojo de hombros.

—No lo voy a negar. Es su primera vez aquí.

Cuando Ashley sonríe, ¿quién puede decir que no? pienso.

—Bueno, en ese caso... —Dave nos hace un gesto para que lesigamos y nos conduce hasta la venerada cabina—. Haré que alguien vengaenseguida con un whisky y... —Me mira.

—Tráele el mejor cóctel para chicas que puedas preparar —sugiero,mientras nos deslizamos en el asiento.

—Ya lo tienes —dice con una risa.

Miro a Ashley en la penumbra y se me hace la boca agua.

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—¿Y bien? Aquí estamos en el Green Mill, en la cabina favorita deAl Capone. Tal y como prometí.

Ella sacude la cabeza.

—Es increíble.

—Cada noche, cuando Capone entraba, la banda dejaba de tocar einmediatamente empezaba su canción favorita, Rhapsody In Blue. Él y sushombres se sentaban aquí porque permite una visión clara de las entradasdelantera y trasera. Y, si miras detrás de la barra, al final, hay una trampillaque lleva a un túnel por el que podía huir rápidamente si lo necesitaba.

—¿Sigue ahí?

Asiento con la cabeza.

—Pero Dave no da visitas al túnel.

—¿Has estado alguna vez allí abajo?

—Quizá una o dos veces. —La miro de forma socarrona.

Aparece una camarera y deja las bebidas en la mesa.

—Cortesía de Dave —anuncia con suavidad.

Le doy las gracias con la cabeza y levantamos nuestras copas parachocarlas.

—Por ti —dice Ashley—. Gracias por darme el mejor día de mi vida.

—De nada. —Sus palabras me conmueven y doy un sorbo al escocés,deseando como un demonio que pudiéramos pasar la noche en Chicago.

Después de un par de bebidas más, mucho jazz y una conversacióninterminable, puedo ver lo cansada que está. Mierda, a estas alturas,

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ninguno de los dos ha dormido en casi treinta y seis horas. Pago la cuenta,dejo una propina desorbitada y la guío hacia la puerta principal.

Raymond espera en la acera y abro la puerta del coche para que suba.Después, cuando se acomoda, me muevo y entro por el otro lado.

Justo cuando estoy a punto de decirle a Raymond que nos lleve alaeropuerto, Ashley pone una mano sobre la mía.

—¿Podemos ir a un sitio más? —pregunta.

No tengo ni idea de lo que tiene en mente, así que asiento con lacabeza.

—Por supuesto, cariño. ¿En qué lugar estás pensando?

—¿Podemos ir a tu antigua casa?

Es lo último que espero escuchar y no respondo de inmediato. Hacetreinta y siete años que no vuelvo a ese agujero de mierda y nunca tuveplanes de regresar. Ni siquiera estoy seguro de recordar cómo llegar allí.

—¿Por qué?

—Me gustaría ver dónde creciste. —Reflexiono sobre sus palabrasdurante un momento—. Lo siento —dice rápidamente—. No debería haberpreguntado.

—No. En realidad, está bien. Vamos. —Le doy a Raymond ladirección y nos dirigimos hacia el lado sur de Chicago.

Permanezco en silencio durante la mayor parte del trayecto y mepregunto por qué Ashley quiere ver la casa de mi infancia. A medida quesalimos del distrito del centro y nos dirigimos por Ashland hacia New City,los barrios se vuelven más degradados, industriales y étnicamente diversos.

Cerca de la calle 47, Raymond reduce la velocidad.

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—Bienvenida a Back of the Yards. —Señalo por la ventanilla.

No ha cambiado mucho. Sigue siendo sucio y obrero, excepto queparece más pequeño.

—¿Back of the Yards? —repite ella.

—Estamos cerca del antiguo distrito de la carne envasada. ¿Has leídoalguna vez La jungla de Upton Sinclair?

Asiente al reconocer el título.

—Las condiciones eran horribles.

—Sí, bueno, cerraron a principios de los 70.

Raymond llega a un complejo de apartamentos en mal estado.

—Aquí estamos. —Miro el lúgubre lugar. Sigue pareciendo tanpequeño, deteriorado y deprimente como siempre. Es parte de la razón porla que me presiono tanto.

—¿Vivías allí? —pregunta y señala el edificio. Cuando asiento con lacabeza, abre la puerta y sale.

—¡Ashley! —Salgo de un salto y la sigo hasta la acera—. ¿Qué estáshaciendo? Este no es el barrio más seguro para ir deambulando.

—Solo quiero verlo de cerca. Este lugar ayudó a convertirte en lo queeres hoy.

—Para bien o para mal —advierto.

—Para bien —confirma ella y se deja caer en un banco. Me siento asu lado y espero que nadie vea el Mercedes-Maybach de casi medio millónde dólares e intente robarlo.

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—No puedo creer que haya vuelto aquí. —Miro a mi alrededor y,aunque ha pasado mucho tiempo, casi parece que fue ayer.

—¿Estás bien? —Agarra mi mano.

—Es un poco surrealista, aunque es lo que es, ¿no? Estoy bien.

—Crecer pobre debe haber sido duro, pero no es nada de lo queavergonzarse porque te ha convertido en el hombre más fuerte y amable quehe conocido. —No sé qué decir a eso, pero sus palabras me conmueven—.Supongo que solo quería ver qué fue lo que ayudó a convertirte en elhombre increíble que eres hoy. Siento que le debo algo a este lugar porhaber convertido a Andy en Drew. ¿Tiene algún sentido?

—De una manera extraña. —Aprieto su mano.

—Por eso he pensado que podría ayudarte a cerrar el círculo. Unaforma de decir adiós a tu pasado.

Tiene sentido. No he vuelto aquí desde que era un crío, pero estelugar me ha perseguido durante años. Siempre está en el fondo de mi mentey más de una vez me he encontrado luchando con los fantasmas de Back ofthe Yards.

—Eres una mujer muy inteligente. —La beso en la frente. Una pizcade luz de luna ilumina su rostro y siento que mi corazón da una patada.Estoy desarrollando serios sentimientos por Ashley Monroe y hoy solo losrefuerza y solidifica—. Vamos al aeropuerto y, por el camino, quiero sabermás sobre tu familia.

—Está bien —acepta con una sonrisa.

A salvo en el Maybach, Raymond nos lleva de vuelta al aeropuerto deMidway. Me vuelvo hacia Ashley y sonrío. Una nueva paz me invade y séque tengo que agradecérselo a ella.

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—Háblame de tu familia. Sé lo importantes que son para ti.

—Haría cualquier cosa por mi madre y mi hermano —reconoce—.Significan el mundo para mí. Aunque mi hermano y yo nos llevamos diezaños de diferencia y tenemos padres distintos, James y yo estamos muyunidos. Es el típico hermano mayor, muy protector, solidario y, enocasiones, molesto.

—Para eso están los hermanos mayores, ¿no te parece? —Suelto unarisita y añado—: Parece un buen hombre. James. No es mi nombre favoritoen este momento, pero lo superaré.

—Lo es. Creo que os gustaríais mucho. Mi padre se ocupó de los doshasta que murió de cáncer. Yo tenía cinco años, así que nunca lo conocímuy bien, pero sé que era un buen hombre y que mi madre lo quería mucho.

—¡Maldito cáncer! No le importa quién eres o cuánto dinero tienes,¿verdad? —Su padre y mi madre, ambos llevados demasiado pronto poruna enfermedad tan horrible. Ashley sacude su rubia cabeza y continúopreguntando—: ¿Y el padre de James? Diez años es una gran diferencia deedad entre hermanos, creo.

—Él y mi madre fueron novios en el instituto. Se quedó embarazada yse casaron, pero después de que naciera el niño, no duraron mucho.

De repente, un sentimiento extraño me atraviesa y tengo una extrañasensación de hundimiento en el estómago. Con los años, he aprendido aconfiar en mi instinto. Ahora mismo, mi instinto me dice que algo va mal.

—¿A qué se dedica tu hermano? —Trato de sonar despreocupado.

—Creó una empresa de tecnología hace unos años. Tiene mucho éxitoy estoy muy orgullosa de él.

—¿En San Francisco? —Por favor, no.

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—Sí. —Oh, Dios, esto no puede estar pasando. Tiene que ser unacoincidencia. ¿Cuáles son las malditas posibilidades de que el hermano deAshley Monroe sea James Douglas? Mi mente se niega a aceptarlo—. Él ymi madre viven allí —continúa Ashley—. Cenamos juntos todos losdomingos por la noche. ¿Quizás podrías venir alguna vez?

Levanta los ojos esperanzados hacia mí y yo desvío la mirada,pensando en todo lo que acaba de decir. Pensando en sentarme al otro ladode la mesa con James Douglas. solo puedo imaginar lo que pasaría eimaginarnos lanzándonos el uno al otro sobre el puré de patatas y la salsa.

Los puños volarían y trataríamos de darnos una paliza, rodando por elsuelo como niños, intentando matarnos mientras Ashley y su pobre madrelloran para que paremos, sin entender lo que está pasando.

Qué desastre.

—Suena bien —digo de forma poco comprometida.

—Les encantarías. Y a ti te encantaría la comida de mi madre.

—Claro. —Estoy seguro de que la cocina de su madre es estupenda,pero lo único que oigo es que James y yo nos damos puñetazos y tiramosesa maravillosa cena por el suelo.

Sé que me he quedado callado de repente y veo que la preocupaciónse traslada a sus ojos azules y verdes.

—¿Estás bien? —Me mira con fijeza.

—Bien —repito y desvío la mirada hacia la ventanilla. Mi mente va amil por hora, dando vueltas a los engranajes, tratando de dar sentido a unasituación que podría convertirse en un desastre. No puedo dejar que esoocurra.

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De repente, suena el teléfono de Ashley. Busca en su bolso, lo saca ycomprueba el identificador de llamadas.

—Qué casualidad. Es mi hermano.

Mi cabeza se agita y me pongo rígido.

—Lo llamaré más tarde —decide mientras silencia el timbre. Sueltoun suspiro cuando deja caer el teléfono en su bolso y su mirada perspicazme estudia durante un largo rato—. ¿Seguro que estás bien? —Vuelve apreguntar.

—Cuando estoy contigo, todo es perfecto. —Busco su mano. Lalevanto y le doy un beso en el dorso.

El vuelo de vuelta a San Francisco es tranquilo y sin incidentes. Almenos, físicamente. Emocionalmente, mi mente es un caos.

Ashley y yo nos acurrucamos en el sofá del avión, mientras suena unapelícula. Estamos agotados por nuestra aventura y por haber estadodespiertos toda la noche. Creo que ninguno la ve, solo nos empapamos delcalor del otro y nos deleitamos con este nuevo vínculo.

Sin embargo, una parte de mí no se siente bien. Cuando me dijo elnombre de su hermano, no quise pensar demasiado en ello, pero yo no soyasí. Quiero respuestas y me obsesiono con las cosas hasta que descubro laverdad. Entonces, cuando reveló que era dueño de una exitosa empresatecnológica, se me revolvió el estómago.

¿Podría ser su medio hermano James Douglas? ¿El hombre al quequiero destruir? ¿El hombre que me odia a muerte y prefiere que suempresa quiebre antes que estar en mis manos?

Mierda, espero que no.

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Sigo diciéndome que es una coincidencia. Quiero decir, ¿cuáles sonlas posibilidades? Pocas o ninguna, ¿verdad? Pero, mi instinto suele tenerrazón y, ahora mismo, cree que James Douglas es el hermano de Ashley.

Joder. ¿Qué significaría eso para nosotros? ¿Qué pasaría con nuestrofuturo?

No hay futuro con Ashley después de que James le diga lo gilipollasque eres.

Mi corazón se aprieta y la idea de que ella no esté en mi vida es másde lo que puedo soportar. Ni siquiera es una opción. Lucharé hasta lamuerte por mantenerla a mi lado.

Bien, ¿cuáles son mis opciones exactamente? Mi lado profesional sehace cargo en el acto. Examino la situación desde todos los ángulos yrecorro cada posible curso de acción y escenario.

Podría mentir y negar todo. Podría pagar a su hermano para que sequede callado. Podría pagar a alguien para obligar a su hermano a callar.Podría retirarme de la toma de posesión.

No me interesaba ninguna de estas opciones. Mi mente, normalmentetranquila y analítica, se arremolina y entra en modo de pánico.

Esto es exactamente lo que James Douglas está esperando: una formade hacerme daño. Una forma de cortarme en seco. En el momento en quedescubra que me importa Ashley, va a hacer todo lo posible para envenenarsu mente contra mí. Ella lo quiere y lo respeta. Su lealtad está con sufamilia. Así lo dijo.

Yo solo soy una distracción. Incluso me pregunto si seré un juguetepara pasar el tiempo.

Miro hacia abajo y la veo, acurrucada en el hueco de mi brazo.

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Dejo caer la mano para juguetear con un mechón de su melena rubia ysu aroma a vainilla me acaricia la nariz. Me siento completamente envuelto,como mi dedo meñique en su pelo.

«¿Es posible?», me pregunto. «¿Me estoy enamorando de estamujer?».

Libero una respiración contenida y ella me mira y sonríe.

—Gracias por esto —dice con suavidad. Después, lleva mi manohacia su regazo.

—De nada —susurro y aprieto los labios sobre su cabeza—. Gracias ati.

Estoy agradecido de que Ashley y yo hayamos vuelto al viejo barrio yde haber visto el hogar de mi infancia una vez más con mis propios ojos.Ahora, cuando pienso en todo lo ocurrido con mi padrastro y en el hecho dehaber crecido en la pobreza, no me parece tan oscuro y pesado. Por algunaextraña razón, mi espíritu se siente más ligero y sé que por fin he aceptadolos demonios de mi pasado.

«Todo gracias a esta increíble mujer», pienso. Muevo mis dedos porlos suyos, enlazándolos y diciéndome que no la perderé. No puedo.

Esto es solo el principio, debo relajarme y dejar de ser tan paranoico».

Ella no va a abandonarte o decirme que se acabó solo porqueIndustrias Carson vaya tras un objetivo. Después de todo, es mi trabajo yella lo sabe. El hecho de que sea la empresa de su hermano complica lascosas, pero sería un activo valioso.

«Solo son negocios. La gente inteligente mantiene el trabajo separadode su vida personal», me recuerda una vocecita.

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¿A quién quiero engañar? Se convirtió en algo personal la noche enque James y yo empezamos a darnos puñetazos fuera del Pacific Club.

Tiene que haber una forma satisfactoria de manejar esto. Para queAshley y yo estemos contentos.

Dios, desearía que James Douglas simplemente desapareciera. Si lapone en mi contra... Siento mi corazón golpear contra mi caja torácica y séque haré cualquier cosa para evitarlo.

A la mañana siguiente, me siento en mi escritorio y observo a Ashleya través de la mampara de cristal. Lleva el pelo largo y suelto, que le caejusto por encima de los hombros en una nube de ondas doradas. Lleva unacamisa abotonada con una faldita de cuadros. Y no olvidemos los taconesnegros que la impulsan cinco centímetros más en el aire y hacen que micorazón lata más rápido.

Ella capta mi mirada y me dedica una cálida sonrisa que hace que misentrañas se ablanden.

He indagado un poco antes de que llegara esta mañana y, para mi totaldecepción, he podido confirmar que Ashley Monroe y James Douglas sonefectivamente medio hermanos.

Sinceramente, no sé qué coño hacer. Me siento como si estuvieraentre la espada y la pared.

Sí, mis sentimientos por Ashley son fuertes. Sí, odio a su malditohermano. Y, obviamente, sí, él devuelve el sentimiento.

Justo cuando mis pensamientos no podían ser más sombríos, veo aTabitha deslizándose por la oficina. Pasa por delante de Ashley sin ningúntipo de reconocimiento y entra en mi despacho.

No estoy de humor para sus tonterías.

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—Bueno, alguien tiene un aspecto un poco duro esta mañana —mesaluda y me dedica una sonrisa sarcástica.

No dejaré que sus palabras me afecten.

—¿Qué quieres, Tabitha? —pregunto, con voz resignada.

—¿Has perdido la maquinilla de afeitar, cariño?

«¿Sabes qué? A la mierda», me digo antes de mirarla con fijeza.

—En realidad, Ashley y yo volamos a Chicago en el jet después de lagala benéfica y hemos estado follando como conejos. Así que, no querida,no he perdido mi maquinilla de afeitar. Simplemente no he tenido tiempo nifuerzas para afeitarme porque estoy agotado.

Sus ojos grises plateados se estrechan.

—Qué poca clase, Drew.

—Con quién me acuesto ya no es asunto tuyo —le recuerdo—. ¿Aqué has venido?

Veo que se eriza.

—He pensado que te gustaría saber que la subasta benéfica y el totalde donaciones de la gala han superado los cinco millones de dólares. Hasido el evento más exitoso hasta la fecha.

Eso me hace sentir bien y sé que el dinero será bien gastado y ayudaráa los niños que han escapado de situaciones de abuso.

—Estupendo. —Me alegro de que todo haya salido tan bien.

Tabitha mira su reloj Gucci.

—Tengo que irme. He quedado con Marcus para comer. —Sacude suoscura cabeza y da un pequeño suspiro—. Estás resbalando, cariño. Ten

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cuidado.

Con eso, se da la vuelta y sale. La veo detenerse junto al escritorio deAshley y decir algo en voz baja. Luego, se va, dejando atrás el fuerte yempalagoso aroma de Chanel nº 5.

Cuando Ashley levanta la vista hacia mí, yo agacho el dedo y le hagoun gesto para que venga. Se dirige a mi despacho y me dedica una sonrisatímida. El brillo anterior se ha atenuado.

—¿Qué te ha dicho? —le pregunto.

Ella se mueve, con aspecto incómodo.

—Ha dicho... —Espero, intentando ser paciente cuando lo único quequiero hacer es matar a Tabitha y taparle la boca con un trozo de cintaadhesiva. Asiento con la cabeza, instándola a continuar—. Ha dicho queespera que sea lo suficientemente inteligente como para saber que no va adurar. Que todos los multimillonarios tienen juguetes y que yo solo soy unomás de los suyos.

Me hierve la sangre y quiero golpear algo. ¿Cómo se atreve? ¿Por quéinterfiere siempre en mi vida con sus desagradables comentarios? ¿Por quéno puede casarse con Marcus y mudarse a Europa o a algún lugar losuficientemente lejos como para no tener que preocuparme de que venga ainsultarnos a Ashley y a mí cada dos días?

—Lo siento. —Silencio el teléfono, pulso el mando a distancia ycierro las persianas. Luego, me acerco y cierro la puerta. Me vuelvo haciaAshley y abro los brazos. Ella entra en ellos y yo la acerco, bajo la cabeza yla beso en la boca—. No deberías tener que lidiar con esto.

Ashley se echa hacia atrás para poder mirarme.

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—No puede ser tan mala. Quiero decir, debes haberla amado algunavez.

Por un momento, no digo nada. Entonces, decido ser sincero.

—Esto va a sonar horrible, pero creo que estaba más encaprichadocon el dinero y el poder de su familia que con ella. Es algo que anhelaba yme esforzaba por obtener. Cuanto más, mejor. Ella y su familia tenían todaslas conexiones de élite que yo buscaba. Me casé con Tabitha porque eraesperado y conveniente. Y me catapultó a la crème de la crème.

—¿La utilizaste?

—Eso suena muy duro. De todas formas, si soy sincero, creo queambos nos utilizamos mutuamente hasta cierto punto.

Ashley hace un pequeño gesto con la cabeza.

—No obstante, es muy guapa y sofisticada.

—Tabitha es una arpía y una reina del hielo.

—En algún momento te sentiste atraído por ella —insiste. Cuandoempiezo a negar con la cabeza, levanta una mano—. Ni siquiera lo niegues.

—No como me atraes tú —confieso antes de apretar mis brazosalrededor de su cintura. El pequeño ceño de su cara me hace saber que no lahe convencido del todo—. ¿Qué pasa, Leigh?

—Sé que puede parecer una tontería, pero... no puedo competir conalguien así.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—Ella es de sangre azul y yo no. —Mi ceño se frunce porque noentiendo muy bien su razonamiento—. Estar con alguien como yo... escomo un paso atrás para ti.

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—¿Me tomas el pelo? —Quiero estrangular a mi exmujer—. ¿Cómoes posible que alguien tan preciosa, amable y extraordinaria como tú tengala autoestima tan baja?

—No. —Traga saliva y mira hacia otro lado con preocupación.

—Vale, ya está bien. Tienes que aprender una cosa ahora mismo.

Doy un paso atrás y me cruzo de brazos.

—¿Qué? —pregunta ella.

—Que eres jodidamente increíble y que te deseo más que a ningunaotra mujer.

Pone los ojos en blanco, claramente sin creerme.

—Drew...

—Supongo que tengo que demostrártelo. Agarro su mano y llevo suculo hasta mi escritorio, donde procedo a doblarla hacia atrás. Su espalda searquea sobre mi portátil y la beso con fuerza, tratando de borrar de una vezlas dudas que la acosan.

Se aferra a mí, paso un brazo por encima de mi escritorio y la dejo enel borde. Levanto su falda escocesa, agarro los bordes de sus sedosas bragasy las bajo de un tirón.

Me pongo de rodillas. Cuando mis manos separan más sus muslos,ella jadea.

—Drew...

—Te quiero a ti y solo a ti —insisto, mirándola a sus ojos que se hanoscurecido—. No lo dudes nunca.

Entonces, deslizo las manos alrededor de su espalda, tiro de su cuerpohacia delante y sumerjo mi cabeza entre sus piernas.

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Con un suave grito, se echa hacia atrás sobre los codos y empiezo aexplorar todos los lugares oscuros, suaves y húmedos bajo su falda. Milengua se desliza a lo largo de su pliegue, rodea el pequeño capullo dearriba y la lamo hasta el punto de que se agita en mi boca.

—Oh, Dios, Drew —grita, y me agarra el pelo en un puño.

Puedo sentir la necesidad que la recorre y decido torturarla hasta quese retuerza de placer.

Un minuto después, jadea y está claro que ha llegado al límite.Deslizo dos dedos dentro de ella y luego fuera, jugando con sus lugares mássensibles. Dentro. Fuera. Arriba. Hacia abajo. Repito, lamo, pellizco yahoga un grito.

Entonces, todo su cuerpo se estremece y se derrumba sobre miescritorio, respirando fuerte y rápido.

Saco la cabeza de debajo de su falda y utilizo el borde del escritoriopara subirme a la silla. Mis rodillas crujen y no me importa. Hago rodar lasilla hacia delante, la agarro por las caderas y tiro de ella para que se sientea horcajadas en mi regazo.

Me lanza una mirada seductora y saciada, y yo acaricio su caramientras la atraigo para besarla en los labios. Tras un largo y profundo beso,levanta la cabeza y sonríe.

—Eres muy travieso.

—Oh, espera. —Entonces, me pongo de pie, levantándola conmigo,todavía envuelta en mi cintura, y me dirijo a mi baño privado—. ¿Has vistomi ducha? Es como estar bajo una cascada.

—Drew, mi teléfono está sonando...

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—Ya llamarán otra vez. —Cierro de una patada la puerta del bañotras nosotros.

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Capítulo 27

Ashley

Parece que estuviera caminando en el aire. Por primera vez en mivida, por fin me siento protagonista de mi vida. No solo un personajesecundario.

Mi cuerpo todavía hormiguea y me duele por las cosas que Drew meha hecho. Y mi pelo aún está húmedo por la hora que hemos pasado en suducha. Siento un escalofrío que me recorre la columna vertebral.

Apenas he podido trabajar, pero a él no parece importarle. De hecho,me hizo desviar nuestros teléfonos al buzón de voz y me dijo que nostomaríamos la tarde libre. Después de un rato de vapor en su baño privado,bajamos a la calle y cenamos en un delicioso restaurante chino.

Son casi las siete cuando entro en mi pequeño apartamento. Cierro lapuerta tras de mí y mi mirada se dirige directamente a la mesa del vestíbulo.Apenas puede soportar el enorme arreglo de hermosas margaritas del actode beneficencia. Cuando terminó, Drew hizo que lo trajeran y eso mepareció encantador. Es muy considerado.

Me quito los tacones y la ropa de trabajo y me pongo unos pantalonescómodos y una camiseta. Luego, vuelvo a caer en la cama y recuerdo el

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momento exacto en que caí sobre el escritorio de Drew. Por Dios, esehombre sabe qué hacer con su boca. Y las manos... y otras extremidades.

Todavía siento esa sensación de calor y derretimiento en la parteinferior de mi cuerpo. Pero la realidad se impone y mi teléfono emite unmensaje de texto. Miro y veo que es James. Me he olvidado por completode escuchar su buzón de voz después de volver de Chicago, así que lo sacoy pulso el botón para oírlo.

—Llámame, Ash. En cuanto puedas —dice. Su voz, normalmenterelajada, suena tensa e irritada.

Cuando abro su mensaje, leo: «Llámame».

Oh, no, me pregunto qué está pasando. Pulso el botón para devolverlela llamada y contesta al primer timbre.

—¿Por qué no me has devuelto la llamada? —inquiere, enfadado.

—Lo siento, James. Salí de la ciudad en el último momento y no hetenido la oportunidad de llamarte hasta ahora. ¿Qué pasa?

—¿Qué pasa? ¿Qué te parece el hecho de que estés trabajando paraese imbécil de poca monta que intenta robarme la empresa?

Se me frunce el ceño.

—¿De qué hablas?

—¡Drew Carson! Atacó a JD Unlimited y está forzando unaadquisición hostil.

—¿Qué? —Mi voz sube de tono.

Oigo a James soltar un suspiro frustrado.

—¿De verdad no tienes ni idea?

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Durante un momento aturdido, me limito a sacudir la cabeza, tratandode despejarla y darle algún tipo de sentido a lo que estoy escuchando.

—No, no la tengo.

—Entonces, déjame aclararlo. Ese cabrón para el que trabajas pusosus ojos en mi empresa el mes pasado. Está haciendo todo lo posible paraderrocarme y tomar el control, aunque he luchado contra cada movimientoque hace con uno de los míos. No le daré mi compañía, Ash. No lo haré.

Cierro los ojos.

—No tenía ni idea —confieso.

—El bastardo no tiene alma —dice James.

Sus palabras provocan un ramalazo de protección en mí y al instantedefiendo a Drew.

—No, no lo es. En realidad, es un hombre muy bueno. solo trabajaduro y va detrás de lo que quiere. Quizá pueda hablar con él y hacerle entraren razón.

De repente me doy cuenta de que James está muy callado.

—¿Estás...? —Trago con fuerza—. ¿Liada con él?

—Yo… —Me muerdo el labio, no quiero tener esta conversación. Loúnico que quiero hacer es meterme bajo las sábanas, no hablar con mihermano de mi vida amorosa. Oigo una vil maldición por su parte y meencojo.

—¡Oh, Cristo Todopoderoso! Dime que no te estás acostando con esehombre.

Siento una chispa de irritación.

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—Soy una mujer adulta, James, y no es asunto tuyo con quién meacuesto. —Otra retahíla de palabrotas de colores se cuela por la línea—.Basta. Por favor.

—¿Por qué no sigues tu propio consejo? —replica—. ¿De qué ladoestás, de todos modos?

Eso pica.

—Siempre estoy de tu lado —asevero.

—Entonces, ¿por qué trabajas para el enemigo? ¿El mismo hombreque intenta destruirme?

—¡Te lo he dicho! No tenía ni idea hasta ahora.

—Bueno, ya lo sabes. Entonces, ¿qué vas a hacer al respecto, Ash?

—No estás siendo justo. Me echas todo esto encima y esperas quesimplemente...

¿Abandoné al hombre que amo?

—Espero que me apoyes. Ayúdame a luchar contra él. Ayúdame aevitar que Industrias Carson robe todo lo que he construido con muchoesfuerzo. —Siento que me están partiendo en dos. ¿Cómo puede estarpasando esto? ¿Los dos hombres que más me importan en este mundo estánenfrentados? No puedo lidiar con la situación—. Déjalo y ven a trabajarpara mí —añade James.

Suspiro y me paso una mano por el pelo. Igual que hace Drew cuandoestá frustrado, me doy cuenta.

—No sé nada de tecnología, James.

—¿Qué demonios sabes tú de adquisiciones hostiles? —Tiene razón,pero no lo digo. Entonces, da en el clavo—. Quiero decir, ¿qué haces

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realmente todo el día, Ash? ¿Responder a su teléfono, llevarle el almuerzo,chuparle la polla?

Las lágrimas me queman los ojos y trato de contenerlas.

—Y, ¿dices que él es el bastardo?

—Mierda, lo siento. Es que estoy jodidamente enfadado y lo estoypagando contigo.

—Lo entiendo. —Me aparto una lágrima que corre por mi cara—.Tienes que comprender que es complicado.

Se burla.

—¿Qué tiene de complicado venir a trabajar conmigo?

Quiero decirlo sin más. Decirle que en algún momento me enamoréde Drew Carson. El diablo, la bestia, el tiburón. Como sea que la gente lollame, no importa; porque veo el lado bueno, su lado humano, y amo esaparte de él. Mucho.

Y, si realmente piensa que soy increíble y extraordinaria como dijo,entonces tal vez escuche lo que tengo que decir.

—Déjame hablar con él —le suplico.

—No desperdicies tu aliento. Está decidido a quitarme JD Unlimitedy nada de lo que digas le hará cambiar de opinión.

Pienso que no lleva razón y estoy decidida a demostrarle a James quese equivoca.

Durante el último mes, he visto lo buen hombre que es Drew Carsony sé que nunca querría hacerme daño a mí o a mi familia.

Me escuchará. Tiene que hacerlo o no hay ninguna esperanza de quetengamos un futuro juntos. Esta constatación me duele como nunca antes,

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pero tengo fe en él y en nosotros.

Me pongo rápidamente unos vaqueros, agarro el bolso y las llaves yme dirijo a Pacific Heights.

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Capítulo 28

Drew

Me siento en un taburete de la cocina y reviso el correo electrónico enmi teléfono mientras Tara termina de cortarme el pelo. Se sorprende cuandole digo que no lo deje demasiado corto y que me afeite. Después de unosúltimos retoques, da un paso atrás y me entrega un pequeño espejo.

—Me gusta el nuevo look —observa.

Miro mi reflejo y creo que tiene razón. Es un buen cambio y a Ashleyle gusta, así que no lo voy a cambiar. Mientras Tara recoge sus maquinillasy otras herramientas, oigo el timbre de la puerta. No espero a nadie, así quemiro la cámara que cubre la puerta principal y mi corazón da un pequeñovuelco cuando veo a Ashley.

—Gracias, Tara. Te dejaré salir por delante.

Nos acercamos a la enorme puerta de entrada acristalada y la abro.Tara le dedica una pequeña sonrisa a Ashley y se marcha.

—Hola, preciosa —la saludo y la llevo hacia el interior—. Quésorpresa más inesperada. Me inclino hacia ella y le doy un beso. Mi boca semueve sobre la suya, separando sus labios, pero hay algo que no encaja. Lanoto rígida y no es la misma persona cálida y acogedora de siempre. Doy un

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paso atrás y la estudio detenidamente. Se mueve de un pie a otro y parecenerviosa—. ¿Qué pasa? —pregunto.

—Necesito hablar contigo sobre algo.

No me gusta el tono serio, casi temeroso, de su voz.

—De acuerdo. Subamos a la terraza. Te prepararé una copa.

—No es necesario.

—¿A la cocina, entonces? ¿Quieres agua? ¿O un refresco?

—No, gracias. Estoy bien. —Suelta un suspiro y me sigue hasta lacocina. Saco un taburete y me siento a su lado—. ¿Qué pasa, cariño?

—Quiero hablar de una empresa de la que quieres hacerte cargo. —Oh, mierda. Se me revuelve el estómago. Ella lo sabe—. JD Unlimited —anuncia.

Todo lo que puedo hacer es asentir. Las palabras se me atascan en lagarganta. Ella y James deben haber hablado en algún momento de la últimahora.

—¿Qué pasa con eso? —Consigo preguntar.

—Es de mi hermano. —Me mira directamente a los ojos. —JamesDouglas.

¿Admito que ya lo sé? ¿O me hago el tonto? Decido que con elladebo ser honesto. No quiero mentirle nunca a Ashley.

—Lo sé.

Abre los ojos de par en par.

—¿Lo sabes?

—Me acabo de enterar.

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—¿Cuándo?

—Tuve mis sospechas en Chicago, cuando empezaste a hablar de tufamilia.

—¿Desde Chicago? ¿Por qué no dijiste nada?

—Lo habría estropeado todo y ni siquiera estaba seguro. Sinembargo, cuando volví a la oficina, indagué un poco y lo confirmé.

—No puedes quitársela. Su compañía significa todo para él.

¿No puedo quitársela? ¡No puedo! No me gusta que me digan quéhacer cuando se trata de negocios. Hay una razón por la que tengo unareputación despiadada. No antepongo los sentimientos y emocionespersonales a un trato. Si beneficia a Industrias Carson, entonces es un buenmovimiento.

—Ashley, no sé qué te dijo tu hermano, pero se trata de negocios. Esmejor que no te involucres.

—Estoy involucrada, Drew. Y, según él, trabajo para el mismoenemigo que trata de destruirlo. ¿Cómo crees que me hace sentir eso?

—Te estás dejando llevar por tus emociones.

—¡Es mi hermano!

Suspiro.

—Lo entiendo, pero adquirir a JD Unlimited será una ventaja para miempresa.

Algo parece pasar por sus ojos y se vuelven de un tono verde másintenso cuando levanta la vista hacia mí.

—Por favor, no lo hagas, Drew. Por mí.

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¿Cómo puede pedirme esto? Es lo que hago. Es lo que se me da bien.Siento que una ola de ira me atraviesa y quiero retorcerle el cuello a suhermano. Ese tipo no ha sido más que una espina en mi costado desde elprimer día. Y, ahora, cuando estoy tan cerca de acabar con él, quiere que meretire.

Todo en mí se rebela contra la idea.

—Ashley, haría cualquier cosa por ti... —Empiezo.

—Entonces, haz esto —me interrumpe, con voz suplicante—. Nuncamás te pediré nada.

Por un momento, guardo silencio. Una parte de mí incluso empieza aconsiderarlo, pero mi lado razonable se impone.

—No puedo —digo por fin.

Por un momento, ella se queda callada y parpadea como si tratara deprocesar mis palabras. Que le estoy negando algo que quiere.

—¿En serio? ¿No puedes? ¿Por qué no? —Su voz comienza aelevarse, lo que me pone instantáneamente a la defensiva.

—Porque a Industrias Carson le conviene seguir con la adquisición.

Deja escapar una risa frustrada.

—¿Te estás escuchando? —Entorno los ojos y siento que mipaciencia se desploma. En lugar de responder, aprieto los dientes. Intentoser prudente y no decir nada de lo que me pueda arrepentir—. Es unapequeña empresa, Drew. Tienes cientos de millones de dólares. —Pareceechármelo en cara como si fuera algo malo—. No la necesitas, persigue aotra persona.

Lucho por mantener el control, pero cada vez es más difícil.

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—¿Por qué haces esto personal?

—¡Porque es personal!

No entiendo por qué cree que su hermano es tan malditamenteperfecto. Aunque, supongo que, como siempre, yo soy el malo aquí.

—Sí, ¿sabes qué? Tienes razón. Creo que se convirtió en algopersonal cuando tu hermano me golpeó en la cara hace unas semanas.

Abre los ojos con sorpresa y ese tono esmeralda dentro de ellos seenciende. Algo en su mente se conecta y traga con fuerza.

—Te peleaste a puñetazos con él.

No era una pregunta. Ella sabe la respuesta, tal vez recuerda habervisto mi obra. Porque sé que mi gancho de izquierda debe haber dejado unabuena marca.

—Oye, solo me estaba defendiendo. —Inclina la cabeza y pone carade no creerme—. No sé qué mierda te dijo, pero vino a por mí. Y no mearrepiento de haberle dado unos cuantos golpes. Sinceramente, lo disfruté.Porque, ¿sabes qué, Ashley? Tu hermano es un maldito idiota.

Tan pronto como las palabras salen de mi boca, me arrepiento dehaberlas dicho. Sus ojos se entrecierran y luego brillan.

—No, Drew —replica—. Tú eres el puto capullo.

Salta del taburete y camina hacia el vestíbulo.

Y, algo en mí se rompe.

—¡Vuelve aquí! —Alzo la voz, pero me ignora y sigue marchandohacia la puerta.

Todo se nubla alrededor y se vuelve de color rojizo. Estoy muy hartode su maldito hermano. Lo único que ha hecho es causar problemas y

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provocarme un dolor que no necesito. Además, está arruinando mi relacióncon Ashley. Saboteando la única cosa que me importa.

—Adiós, Drew. —Lanza una mirada displicente por encima delhombro y acelera el paso.

Mi pulso late a un ritmo furioso. Cuando le digo a alguien que hagaalgo, espero que lo haga.

—Te he dicho que vengas aquí —insisto con los dientes apretados.

—Deja de darme órdenes. —Se gira para mirarme—. No eres mipadre.

—Joder, no lo soy. —La sujeto por la muñeca y la arrastro hacia mí.Y, a pesar de todo, siento la llama caliente del deseo surgir entre nosotros—.Llámame papi. —Cuando intenta apartarse, mis dedos se clavan más—.Hazlo.

—No —sisea ella—. No puedes obligarme a hacer nada. Ya no estoyen tu nómina, señor Carson. —Aparta los dedos de la muñeca y esos ojosbrillan con un verde incrédulo.

Y siento la primera ola de pánico. Ella se aleja de nuevo y corre haciala puerta principal, moviéndose a través del vestíbulo de mármol.

Mierda.

—¡Ashley, espera! —La persigo.

—¡Déjame en paz!

—¡No hemos terminado de hablar! —grito.

Ella agarra el pomo de la puerta y la abre de un tirón.

—Hemos terminado por completo —escupe las palabras.

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Mi corazón se hunde.

—Escúchame...

—No, escúchame tú. Considera esto como mi renuncia. Hemosterminado.

Creo que oigo su voz quebrarse, pero entonces se aleja corriendo.

—¡Ashley! —la llamo.

Me ignora y se apresura a acercarse a su Honda aparcado en la acera.Mientras se aleja, me desplomo contra el marco de la puerta y me paso unamano por el pelo. Joder. No puedo creer lo mal que lo he hecho.

Y no tengo ni idea de cómo voy a arreglarlo.

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Capítulo 29

Ashley

Lo único que puedo hacer es tumbarme en la cama y llorar.

No puedo creer que haya elegido el trabajo antes que a mí.

Ese pensamiento resuena en mi cabeza una y otra vez. Día y noche.Mi enfrentamiento con Drew fue hace dos días y no he sabido nada de éldesde entonces. Me dijo que era increíble y preciosa, y lo mucho que queríaque estuviera en su vida. Aunque lo primero que le pido que haga... que nole quite la empresa a mi hermano... se niega. Además, intenta ir contra mí,diciendo que me dejo llevar por mis emociones, que lo estoy haciendopersonal.

«Ashley, haría cualquier cosa por ti».

¡Mentiroso!

Si realmente se preocupa por mí, dejaría a JD Unlimited en paz. Locreo con todo mi corazón porque Drew Carson no necesita más dinero.¿Qué más tiene que comprar? ¿A quién más siente la necesidad deimpresionar?

Todo este tiempo, pensé que se preocupaba por mí, pero me haengañado. Sinceramente, creo que solo he sido una compañera de sexo. Lo

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demostró cuando me agarró de la muñeca y me tiró contra él.

«Llámame papi».

¿Realmente creía que dormir juntos mejoraría las cosas? ¿Que elproblema con James desaparecería? Hombre estúpido y arrogante.

Me da asco. Literalmente.

Me levanto de un salto y corro hacia el baño, me recojo el pelo yvomito en el inodoro. Parece que no puedo retener nada últimamente. Mepaso el dorso de la mano por la frente sudorosa y me apoyo en el lavabo.Puede que me haya contagiado; tal vez sea una gripe estomacal.

Oigo que mi teléfono emite una alerta de texto, pero lo ignoro. Meecho agua en la cara y me cepillo los dientes. Cuando por fin vuelvo a mihabitación, me dejo caer en la cama, agarro el teléfono y miro la pantalla.

El mensaje es de Drew.

Con el corazón en la garganta, abro la aplicación y leo:

«¿Podemos hablar?».

Tiro el teléfono por la cama, entierro la cara en la almohada y grito.

El hombre es totalmente exasperante. ¿Qué demonios espera quehaga? ¿Volver arrastrándome y diciendo lo mucho que lo echo de menos?

Puede irse a la mierda si cree que eso va a suceder.

Drew Carson está acostumbrado a salirse con la suya, pero noconmigo. Me niego a ceder, después de la forma insensible en que actuó.No le importó una mierda que James sea mi hermano o que prácticamentele rogara que cancelara la toma de posesión. ¡Y luego tiene la audacia deintentar seducirme!

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Lo único que le importa es él mismo. No es más que un bastardoegoísta y estoy mejor sin él. Y, sin embargo, ¿por qué me duele tanto?

Siento como si me hubieran arrancado el corazón y lo hubieranpulverizado en un millón de pedacitos. Mis ojos se llenan de lágrimasmientras agarro el teléfono y devuelvo el mensaje a Drew.

«Déjame en paz. Se acabó».

Le doy a enviar con una mano temblorosa.

Creía que lo que me hizo Ben era malo. Eso no es nada comparadocon esto. Esto duele más, porque fui tan tonta como para enamorarme deDrew Carson.

Me aparto las lágrimas y deseo que me devuelva el mensaje, pero almismo tiempo también quiero que se muera.

A medida que pasan los días, me digo que las cosas mejorarán. Con eltiempo, será un recuerdo lejano.

No podía estar más equivocada.

Casi dos semanas después de salir corriendo tras nuestra pelea, sé quealgo no va bien en mi cuerpo. Mi periodo se retrasa más de siete días y, alprincipio, lo atribuyo al estrés. Pero las náuseas son persistentes y estoymuy cansada todo el tiempo.

De repente, se me pasa por la cabeza el peor escenario posible.

¿Estoy embarazada?

No es posible. Soy una estúpida si es así, aunque es totalmenteposible y muy probable. Drew fue cuidadoso y responsable siempre, hastaque me lancé sobre él en el acto benéfico.

La rápida conversación resuena en mi cabeza.

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«No tengo protección», me advirtió.

«No me importa», y procedí a arrancarle los pantalones.

Me siento como una idiota. ¿En qué demonios estaba pensando?¿Cómo he podido ser tan descuidada?

Una vocecita me dice que todavía no lo sé con seguridad y supongoque ha llegado el momento de averiguarlo.

Salgo corriendo a la farmacia, me debato entre un montón de pruebasde embarazo caseras diferentes y finalmente compro una. Nunca he hechoesto antes y tengo miedo.

De regreso a mi cuarto de baño, sigo las instrucciones y espero, conlos ojos pegados al palito que tengo en la mano.

¿Y si el resultado es positivo? ¿Qué voy a hacer?

Se me aprieta el corazón. Drew lleva toda la semana enviándomemensajes. Cuando no contesto, me llama. Obviamente, no respondo y, denuevo, vuelve a escribirme. Se ha convertido en algo continuo. Al principio,pensé que dejaría de hacerlo, pero sus llamadas y mensajes han aumentado.

«Te echo de menos. Por favor, contesta. Necesito hablar contigo.Quiero que vuelvas a mi vida. Lo siento».

No importa lo que diga, lo ignoro. Puse toda mi confianza en él y meha roto el corazón.

Lo único que debería decirme es que renuncia a la toma de posesión...y no lo hace. Es un hombre obstinado que está tan acostumbrado a salirsecon la suya que olvida que los demás también tienen sentimientos.

Suspiro, atrapada en mis pensamientos tormentosos, e intentocomprender por qué ha decidido seguir adelante con la adquisición.

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Supongo que podría hablar con James y averiguar más detalles, perotampoco he tenido fuerzas ni ganas de devolverle ninguna de sus llamadas.Los hombres más importantes de mi vida están actuando como completosniños y no puedo soportarlo.

Ya casi es la hora. Me muerdo el labio, con el corazón en la garganta,y miro el palito cuyo resultado tiene el poder de cambiar mi vida.

«Te lo has hecho tú misma», me recuerdo. «Te lanzaste sobre él comouna perra en celo».

Ahora es el momento de la verdad. Respiro profundamente, levanto elpalito y veo una señal positiva.

¡Dios mío! Justo cuando pienso que las cosas no pueden ir peor.

Estoy embarazada de Drew Carson.

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Capítulo 30

Drew

Solía sentarme en este sillón de cuero de mi despacho y mirar por laventana como un rey en su trono, preparándose para conquistar el mundo.

Ahora, me desplomo en ella como un hombre destrozado.

Desde que Ashley se fue de mi casa aquella noche, después depelearnos, me he sentido perdido. Solía tener la respuesta a todo y sabíaexactamente lo que quería. Deseaba la empresa JD Unlimited y ansiaba vera James Douglas de rodillas, arrastrándose, mientras se la quitaba.

Ahora pienso de otra forma, mi mente se siente indiferente. Es comosi hubiera perdido la sed de sangre que solía esperar la matanza. Algo másfuerte se ha apoderado de mí.

El amor.

Me ha llevado un tiempo lejos de Ashley para darme cuenta de lomucho que he caído en sus redes. Como nunca he estado verdaderamenteenamorado de nadie, ni siquiera reconocí la emoción al principio. Aunque,cuanto más tiempo permanecíamos separados, cuando los días pasaban sinella y parecían interminables, empecé a notar esa abrumadora sensación depérdida.

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Dios, echo de menos verla, tocarla, amarla.

Se ha convertido casi en un dolor físico y ya no sé qué hacer. Ignoramis llamadas y mensajes. He pensado en presentarme en su apartamento,pero probablemente no me dejará entrar. Y, mierda, no la culpo.

Soy un idiota.

Cuando me pidió que dejara de ir tras la empresa de su hermano, ¿porqué no pude dar un paso atrás y mirarlo desde su perspectiva?

«Porque eres un maldito egoísta, Drew», me digo a mí mismo.

Ella confesó que estaban muy unidos, así que ¿por qué no hice unaexcepción? Dejé que mi orgullo y mi arrogancia lo arruinaran todo. Y, ahoraaquí estoy sentado, como un tonto en su trono. Completamente solo.

Quiero que Ashley vuelva a mi vida y tengo que averiguar la mejormanera de hacerlo realidad.

«¿Y si es demasiado tarde?», pregunta una vocecita en mi cabeza.

Miro hacia arriba, por la mampara de cristal, pero en lugar de lapreciosa rubia que me desafía en todos los sentidos y tiene mi corazón ensus manos, veo a Becca con sus gafas demasiado grandes, su trajedesaliñado y sus zapatillas de ballet muy planas.

Suena el intercomunicador y respondo. Mi voz suena desolada.

—¿Sí?

—Tengo a Dan en la línea 1 —dice Becca.

—Vale, gracias.

Veo que aparece una expresión de sorpresa en su cara mientrastransfiere la llamada. Creo que nunca le había dado las gracias.

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Dios, realmente soy un jodido gilipollas.

—Dan, ¿cómo estás? —Trato de sonar como siempre y agarro unbolígrafo. En una nota, apunto: «Subirle el sueldo a Becca», y la pego en laesquina de mi portátil.

—Todavía espero que dejes pasar todo esto —dice Dan. Como noañado nada, continúa—: Sé lo testarudo que puedes ser, así que la reuniónfinal con James y el Consejo de Administración es mañana a las diez de lamañana. Tendré todo el papeleo para que lo firmen y entonces JD Unlimitedy todos sus problemas te pertenecerán oficialmente.

—Genial. —No puedo evitar el tono de sarcasmo.

—No es demasiado tarde, Drew. Te pido que lo pienses bien estanoche.

—Creo que ya me he decidido, Dan.

Suspira.

—De acuerdo, entonces. Nos vemos mañana.

—Nos vemos. —Corto la comunicación y agarro el móvil. Busco misfavoritos y pulso el número de Ashley. Suena y suena hasta que finalmentesale el buzón de voz.

—Hola, Ashley, solo quería escuchar tu voz. Sé que todavía estásdisgustada, pero realmente quiero hablar contigo. Por favor. —Suspiro ycuelgo.

Estoy harto de hablar con su buzón de voz y de dejarle mensajes queprobablemente borre.

Me planteo ir a su casa por milésima vez, pero ¿y si James está allí?No, eso sería malo. Lo último que quiero es una gran explosión. Solo

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empeoraría las cosas.

Dios, ¿podría pasar?

Vuelvo a agarrar el teléfono y le mando un mensaje.

«No puedo dejar de pensar en ti, Leigh. Esto me está matando».

Voy a mis fotos guardadas y saco la de Ashley y yo besándonos en elLedge de Chicago que el personal del Skydeck me envió por correoelectrónico. Abrazados, a más de noventa metros de altura sobre la ciudad,da la sensación de que estamos al borde del cielo.

Parecemos más que felices.

Le envío la foto. Tal vez sea un error hacerlo, pero quiero que vea lofelices que somos juntos y que vuelva a querer esa sensación, que me deseede nuevo.

Entonces, me asalta un pensamiento terrible. Puede que me hayabloqueado. Incluso cabe la posibilidad de que tenga otro número. La idea deque Ashley Monroe no vuelva a estar en mi vida es demasiado horrible parasoportarla. ¿Qué voy a hacer sin ella? ¿Cómo voy a volver a mi vida yfingir que todo está bien cuando siento que me falta una parte del corazón ydel alma?

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Capítulo 31

Ashley

—Hola, Ashley. solo quería escuchar tu voz. Sé que todavía estásmolesta, pero realmente quiero hablar contigo. Por favor —dice su vozprofunda.

Le doy a borrar.

«No puedo dejar de pensar en ti, Leigh. Esto me está matando», leo elmensaje de texto y lo cierro. Casi de inmediato aparece otro. Lo abro y veola foto de Drew besándome en el Ledge y creo que mi corazón se rompe denuevo.

Cierro los ojos y las lágrimas se filtran por debajo de mis párpados.Me siento traicionada, sola y completamente devastada. Aunque todavíasiento algo él, sé que tengo que apoyar a mi hermano. Hoy va a ser uninfierno para él porque es el día en que pierde su compañía.

Y voy a acompañarlo para enfrentarme a Drew.

Me aterra volver a verlo y no sé qué va a hacer. No creo que intentehablar conmigo porque voy a estar con James, pero con el señor Carsonnadie sabe qué ocurrirá, realmente. Sé que es capaz de todo. Y, cuandoquiere algo, no hay quien lo pare.

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Me arreglo con más esmero y tengo que aplicar más corrector de lohabitual para cubrir mis ojos hinchados. No ha pasado un día en el que nohaya roto a llorar en algún momento y que mis hormonas estén por lasnubes no ayuda.

Deslizo las manos por mi vientre y pienso que solo yo sé que llevo elbebé de Drew. Aunque todavía está plano como una tabla, es cuestión detiempo que se me empiece a notar. Al final, se va a enterar y no tengo niidea de cómo se lo tomará, pero planeo dejarle muy claro que no quieronada de él. No tengo intención de atraparlo ni de obligarlo a darme dinero.De alguna manera, resolveré esto y encontraré la manera de mantenernos aambos.

Tal vez vuelva a vivir con mi madre. Sé que ella me ayudará, sobretodo al principio, cuando tenga el bebé. Y, admitámoslo, voy a necesitartoda la ayuda posible. También tengo que encontrar un trabajo.

Aunque lo odié el primer día, admito que había empezado a disfrutardel trabajo en Carson Industries con Drew. El aspecto empresarial siempreme ha interesado y verlo trabajar ha sido una experiencia de aprendizajeconstante. Es muy inteligente y experimentado cuando se trata de fusiones yadquisiciones.

«Demasiado inteligente para su propio bien», me recuerdo.

James me recoge enseguida y nos dirigimos a JD Unlimited. Por unavez, desearía que nos viéramos atrapados en un atasco de tráfico, pero lascarreteras están más despejadas que de costumbre y llegamos en unmomento. Su humor es sombrío y no creo que me diga más de cincopalabras.

Ya no creo que esté enfadado conmigo. solo parece... triste. Y, ¿quiénpuede culparlo? Luchó mucho contra Drew Carson y perdió.

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No estoy segura de que alguien se haya enfrentado a Drew Carson yhaya ganado. Es un hombre que siempre se sale con la suya y hoy no es unaexcepción.

Cuando entramos en el aparcamiento, mi corazón empieza a latircomo un loco. James apaga el motor y yo me quedo sentada, sin podermoverme. Aunque quiero demostrarle que estoy de su lado y apoyarle,empiezo a preguntarme si venir aquí es una muy mala idea.

No creo que pueda enfrentarme a Drew.

—¿Estás bien? —me pregunta.

Debo aguantar. Tengo que verlo en algún momento, así que puede serahora.

—Hagámoslo ya. —Empujo mi puerta para abrirla.

La reunión está preparada en la sala de conferencias con James y laJunta Directiva. No es tan grande ni elegante como la de Industrias Carsony mi mente se remonta a la noche en que Drew me besó por primera vez enesa sala.

Nunca lo olvidaré. La forma en que me acusó de ser fácil y cómo loabofeteé. Recuerdo su cara de sorpresa y cómo su expresión pasó de lasorpresa al deseo. La forma en que me empujó contra su duro cuerpo ycómo su boca saqueó la mía tan a fondo. Luego, cómo me recostó sobre lamesa de conferencias.

Siento que se me corta la respiración.

Tiene una forma de hacer que me olvide de mí misma y de todo loque me rodea. Como si estuviéramos solos los dos y entonces la pasión seencendiera y me perdiera.

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Perdida en sus brazos, en sus ojos de medianoche, en su profundobeso.

Le echo mucho de menos. Nunca me he sentido tan miserable.

El Consejo de Administración se reúne en sus asientos cuandoentramos y todos intercambian miradas sombrías. No quiero estorbar, asíque me siento en un rincón. Esperar a que Drew entre es una tortura y soloquiero salir corriendo, pero espero, con las manos cruzadas sobre el regazoy los nudillos blancos de tanto apretarlos en previsión de lo que va a ocurrir.

Cuando por fin se abre la puerta, se me acelera el pulso y no puedomoverme. Dan McPherson entra primero. Me encuentro mirando porencima de su hombro, buscando esa estructura alta y delgada y ese andarseguro de piernas largas que solo puede pertenecer a Drew.

Al verlo entrar detrás de Dan, siento un millón de emocionesdiferentes. Alegría por encontrarme con él. Miedo al enfrentarme a él.Anhelo, deseo, ira, frustración. No estoy segura de cómo manejar mimiríada de sentimientos.

Por supuesto, está impecable con su traje de diseño. Su mirada oscurarecorre la habitación y luego se posa en mí.

Veo un destello de sorpresa momentánea en sus ojos cuando me ve,casi parece calidez; pero no puedo estar segura porque esconde cualquierotra emoción tras un muro de frío distanciamiento. Se vuelve muy serio y seacerca a la cabecera de la mesa con una carpeta en las manos.

Puedo sentir la fría hostilidad que emana de todos los hombressentados a la mesa. Odian que Drew esté aquí y los obligue a dimitir. Nadiedirige una palabra a él o a Dan. En realidad, creo que todo es bastanteinfantil. Hombres adultos actuando como niños.

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De todos modos, él no parece molesto. Mira a todos a los ojos,incluido a mi hermano, y luego deja caer la carpeta sobre la mesa. Cuandosu voz suave y profunda llena el aire, siento que mis entrañas se retuercenante su dulce familiaridad.

—Sé que este último mes ha sido desagradable —dice—. Laadquisición de esta empresa no ha ido tan bien como me hubiera gustado.El plan original preveía una adquisición rápida y esto ha sido cualquier cosamenos eso. —Veo que algunos hombres ponen los ojos en blanco. Un parde ellos pronuncian un «Uhm»—. James ha luchado contra mí en cada pasodel camino. Literalmente. —Drew mira a mi hermano y el borde de su bocase curva ligeramente—. Buen gancho de derecha, por cierto.

Los ojos de James se abren ligeramente y luego se estrechan en señalde sospecha.

¿Qué está haciendo Drew? ¿Adónde quiere llegar con esto? Sesupone que están firmando papeles y sellando el acuerdo con IndustriasCarson. Todos los presentes en la mesa comienzan a intercambiar miradascuriosas y yo espero a que continúe con su pequeño espectáculo.

—Caballeros, después de una cuidadosa consideración y… —Memira directamente a mí—, un pequeño examen de conciencia, he decididono hacerme cargo de JD Unlimited.

La sala estalla en jadeos y murmullos. Incluso Dan McPherson mira aDrew sorprendido.

Drew sigue sosteniendo mi mirada, ignorando cualquier otra reacción.

No puedo creerlo.

James se levanta de un salto.

—¿Qué demonios estás tramando, Carson? No me lo creo.

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La mirada azul oscuro de Drew gira para encontrarse con los ojosentrecerrados de mi hermano.

—He decidido ir en otra dirección —se limita a decir y no ofrece másexplicaciones—. JD Unlimited sigue siendo toda tuya.

Mi hermano tarda un minuto en creer realmente a Drew, peroentonces una sonrisa tentativa se dibuja en su rostro tenso.

—Si esto es una broma...

—No es una broma, Douglas. Lo reconozco. Has hecho una luchaadmirable por algo que amas y lo respeto.

Sus palabras resuenan en mi cabeza. Desearía que él hubiera peleadode forma admirable por mí, pero no lo ha hecho.

Una sensación de asombro parece llenar la sala y todos hablan a lavez.

Drew se aclara la garganta y se vuelve hacia Dan, que le da unapalmada en la espalda. El hombre le dice algo en voz baja y él se limita aencogerse de hombros. Luego, sus profundos ojos azules vuelven a mirarhacia mí.

No estoy segura de lo que intenta comunicarme, pero su oscuramirada parece melancólica.

Quiero gritar que es a mí a quien ha herido y abandonado. Nocomprendo por qué es él quien parece triste y perdido.

Libero una respiración contenida y me pongo de pie. Me aliso lacamisa y mis manos se detienen en mi estómago. No puedo evitarlo. Conlas manos sobre la barriga, miro a Drew. Su perspicaz mirada desciende

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momentáneamente y luego vuelve a subir para encontrarse con la mía, perola desvío con rapidez.

No tengo nada que decirle en este momento.

Con los hombros hacia atrás y la cabeza alta, me acerco a mi hermanoy lo abrazo.

—Me alegro mucho por ti, James.

—¿Has tenido algo que ver con esto? —pregunta, con los ojos llenosde sospecha.

Niego con la cabeza.

—No. —No sé si me cree o no, pero es la verdad.

Lo intenté, pero Drew era demasiado testarudo para escucharme. Nosé exactamente qué ha provocado ese cambio de opinión, aunque estoysegura de que no ha tenido nada que ver conmigo.

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Capítulo 32

Drew

Ver a Ashley en la sala de conferencias hoy no me deja ninguna duda.Estoy perdidamente enamorado de ella.

Cancelar la toma de posesión ha sido lo correcto. Por supuesto, Danestá eufórico. No puedo decir que esté tan feliz como él, pero ahora sé que,si hay alguna esperanza de recuperar a Ashley, era mi única opción.

Tal vez el enamoramiento me esté ablandando. Sinceramente, no meimporta. Levanto mi vaso, bebo un sorbo de escocés y contemplo la vistanocturna de San Francisco desde mi terraza. Antes me parecía una vistaimpresionante, pero ya no me parece tan grande. Quizá volvería aparecerme mágica si tuviera a alguien con quien compartirla. Si tuviera aAshley entre mis brazos, apretada contra mi pecho.

Vine aquí con tantos planes y sueños para hacer algo de mí mismo. Y,puedo decir honestamente que conquisté la ciudad.

Todo lo que siempre quise, lo tengo. Una mansión, un avión, uncoche de lujo, un sinfín de artículos carísimos, una empresa de éxito.Literalmente, poseo dinero para quemar, pero sentía que me falta algo.Empecé a dudar de mí mismo y de mis prioridades.

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Entonces, conocí a Ashley caminando por el pasillo, llegando tarde asu entrevista, y me sentí atraído por ella.

Cuanto más tiempo pasaba a su lado, más me encaprichaba. Fue uncamino frustrante porque me negué a mí mismo hasta que no pude más. Laatracción era demasiado fuerte.

Miro el vaso en mis manos y lo giro muy despacio. Nunca en mi vidame había sentido así, ni siquiera cuando estaba casado con Tabitha.

No puedo dejar de pensar en Ashley Monroe y verla esta mañana solorefuerza el hecho de que no quiero vivir sin ella. No puedo vivir sin ella.

Cuando me propongo lograr algo, sucede. Y, ahora mismo, necesitoque Ashley vuelva a mi vida.

Lo que más me aterra, sin embargo, es que tal vez ella no me quiera.

La forma en que me miró esta mañana me dolió más que cualquiercosa que mi padrastro pudiera haberme hecho.

Su mirada era fría y distante. Se sentó allí, congelada, como una reinaintocable en su trono de hielo. Me duele el alma al recordarlo; al ver queignora mis llamadas y mis mensajes.

Decido que no va a funcionar la forma habitual de tratar los asuntos.No puedo simplemente idear un plan de ataque y conquistar. En lugar deeso, tengo que volver a entrar en su vida con delicadeza y rogarle que meperdone. Y, sinceramente, no sé si va a funcionar. Ella es inteligente, fuertey no se deja influir por nadie. Aunque admiro mucho esas cualidades, puedeque ahora mismo no jueguen precisamente a mi favor.

Con un suspiro, me trago el resto del whisky, dejo caer la cabeza entrelos hombros y miro al suelo. La acera está vacía a esta hora de la noche y

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suelto el vaso vacío que tengo entre los dedos. Cae varios pisos, golpea elhormigón y se rompe en un millón de pedazos.

En ese momento, mi corazón se siente igual.

«¿Y si no te quiere?», pregunta una vocecita.

La idea hace que se me doblen las rodillas, me deslizo hasta el suelo ysiento una abrumadora sensación de oscuridad a mi alrededor. De espaldasa la pared de cristal, apoyo un codo en mi pierna y, por primera vez desdeque tenía ocho años, siento escozor detrás de los ojos.

Es una sensación tan extraña que me pilla completamentedesprevenida.

No lloro.

Nunca.

Diablos, ni siquiera lloré en el funeral de mi madre. Tampoco,después de mi divorcio. Es un signo de debilidad, solo lloran las mujeres olas personas demasiado sensibles.

Cuando siento que una sola lágrima rueda por mi áspera mejilla, laatrapo con la yema del dedo índice. Miro asombrado la pequeña humedaden la punta del dedo. Nunca me he sentido tan vulnerable en mi vida. Y esque, por mucho que quiera a Ashley no hay garantía de que ella sienta lomismo.

Y eso me asusta muchísimo.

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Capítulo 33

Ashley

Laurel no tarda en darse cuenta de que algo va mal y, antes de quepueda disuadirla, llama a mi puerta con una botella de vino en la mano.

Cuando abro, me mira y sacude la cabeza.

—Estás hecha una mierda —dice sin poder evitarlo.

—Muchas gracias.

Sostiene la botella de vino y la agita un poco.

—No te preocupes. He traído refuerzos.

Sonrío y hago un gesto para que entre. Por mucho que me apetezcauna copa, no voy a beber, aunque temo tener que decirle que estoyembarazada. En realidad, ponerla al día de todo lo que ha pasado va a serdifícil para mí. Hablar de la pérdida de Drew me va a destrozar.

La sigo hasta mi pequeña cocina, donde saca dos copas del armario ylas llena con una generosa cantidad de vino. Me pasa una y nos sentamos enla mesita.

—Vale, escúpelo —demanda con rapidez.

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—Dios, Laurel, no sé ni por dónde empezar. —Suelto un largosuspiro.

—Lo último que he oído es que era perfecto en todos los sentidos.Entonces, ¿qué hizo el imbécil? —Dejo caer mi cara entre las manos, perono quiero llorar.

Ella toma un sorbo de vino y espera a que comience a explicarme.

—Vale —acepto, finalmente, y me paso las manos por el pelo—.Todo fue perfecto. La gala benéfica fue un gran éxito y, después, Drew mellevó a Chicago en su avión privado...

—¿Qué? ¿Por qué te llevó a Chicago?

—Por la pizza.

—¿En San Francisco no hay pizza?

—Quería que probara su pizza favorita de plato hondo y no paraba dedecir que era la mejor.

—¿Era buena por cuarenta mil dólares? Porque apuesto a que el costedel combustible fue ese, más o menos.

Le dedico una pequeña sonrisa y juego con la base de mi copa devino.

—Lo pasamos muy bien. Después de comer, me llevó por toda laciudad. Caminamos a lo largo del lago, visitamos la cima de la Torre Willisy tomamos unas copas en un pequeño club de jazz increíble. Luego, fuimosa su antiguo barrio. Se abrió a mí por primera vez y me habló de su infanciay de cosas personales. Cosas de las que no creo que hable nunca.

—Eso te hizo sentir especial —adivina ella.

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—Mucho. Sentí una conexión más profunda y me pareció elcomienzo de algo realmente increíble. Después de llegar a casa, me dicuenta de que James había llamado un par de veces y cuando finalmentehablé con él...

Mi voz se interrumpe y las lágrimas llenan mis ojos.

—¿Qué pasó?

—Me dijo que Drew era una persona terrible que estaba forzando unatoma de posesión en su empresa. Me acusó de trabajar para el enemigo ydijo que iba a perderlo todo.

—Oh, no.

—Fui a hablar con él y ya se había dado cuenta de que James era mihermano, pero no le importó, Laurel. Cuando le pedí que parara y dejara enpaz a JD Unlimited, dijo que no. —Me quito una lágrima—. Prefirió eldinero a mí.

—Qué imbécil. —Pone una mano sobre la mía—. Lo siento mucho,Ash.

—Pero hay algo que no entiendo. Fui con mi hermano a lo que sesuponía que era la reunión final de la toma de posesión y Drew les dijo atodos que había cambiado de opinión, que ya no estaba interesado y que seretiraba.

Laurel levanta una ceja dudosa.

—Es un tiburón. Cuando los tiburones huelen sangre, no se alejannadando. Atacan.

Sacudo la cabeza. No tengo ni idea de por qué ha tomado esa decisiónen el último momento.

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—Le dijo a todo el mundo que, después de un examen de conciencia,decidió tomar otra dirección.

—¿Ha intentado ponerse en contacto contigo?

—Todos los días.

—¿Y?

—¡No contesto!

—¡Ashley! Cambió de opinión por una razón. ¿Qué le haría hacereso? —Solo puedo encogerme de hombros—. ¡Tú, tonta! Es lo único quetiene sentido. No quiere hacerte daño.

—No lo creo.

—Podría haberse quedado la empresa de tu hermano, ¿verdad? —Asiento con la cabeza—. Pero se echó atrás. Solo hay una cosa por lo que loharía, se preocupa por ti. Tienes que hablar con él.

—Hay algo más —digo, mi voz repentinamente suave.

—¿Qué?

No estoy segura de cómo decirlo, así que lo suelto.

—Estoy embarazada.

Los ojos de Laurel se abren de par en par.

—Oh, Dios mío. —Su mirada se dirige a mi vino sin tocar—. No meextraña que no bebas. —Las dos soltamos una media carcajada.

Se levanta de un salto y me da un fuerte abrazo.

—¿Estás segura?

—Sí, bastante segura.

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—Oh, cariño, todo irá bien. ¿Lo sabe él?

—¡No! No he hablado con él desde que nos peleamos por laadquisición y se negó a ceder.

—Pero, sí cedió. Ha renunciado a la empresa.

—No tiene ningún sentido.

—Tienes que hablar con él. Averiguar dónde está su cabeza y por quécambió de opinión. Te garantizo que gran parte de esa decisión ha sido porti.

—Tengo miedo de que sea demasiado tarde —admito.

—¿Lo quieres?

Durante un largo momento no digo nada. solo me imagino suatractivo rostro y ese precioso hoyuelo. Oigo su voz profunda y recuerdo laforma en que me estrechó entre sus brazos y me hizo sentir una pasión quenunca creí posible.

—Mucho. —Empiezo a llorar de nuevo.

Laurel agarra una caja de pañuelos de la encimera, saca un par y melos da.

—Entonces, tienes que ir a verlo. Ahora.

—¿Y si él no siente lo mismo?

—¿Y si está sentado y piensa exactamente lo mismo? Tienes queaveriguarlo. Por ti, por él, por el bebé.

Me sueno la nariz, no del todo convencida.

—Creo que un bebé lo va a asustar.

—No lo sabrás hasta que se lo digas.

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—Y mi hermano lo odia. Y sé que él odia a mi hermano. ¿Cómo va afuncionar eso? Sabes lo unidos que estamos.

—Son hombres adultos. Tendrán que dejar sus egos a un lado yresolverlo.

—Nuestras vidas son tan diferentes. No estoy segura de que un bebé yyo podamos encajar en su mundo de clase alta.

Oigo el pitido de mi teléfono y miro hacia abajo para ver un mensajede mi hermano.

—Es James. Quiere pasarse por aquí.

—Habla con él —aconseja Laurel—. Tienes que contarle lo del bebé.Y que estás enamorada de Drew.

—Probablemente no sea la mejor idea. —Imagino que se enfadarácuando le haga saber que siento algo por su némesis.

Aunque supongo que solo puedo mantener el secreto del bebé duranteun tiempo. Tal vez sea mejor que lo saque a la luz. La ansiedad y el estrésde anticipar cómo reaccionarán los demás me están volviendo loca.

—Me voy para que puedas hablar con James —dice Laurel y me daotro abrazo—. Todo va a ir bien, Ash. Solo sigue a tu corazón.

Cuando Laurel se va, le devuelvo el mensaje a James y le digo quevenga. A este paso, puede que confiese todo y así acabe esta tortura.

Llega diez minutos después y es como si se hubiera quitado un granpeso de encima. Vuelve a tener una personalidad alegre y me da un beso enla mejilla mientras entra. Lo envidio y deseo eso para mí también.

—Gracias por acompañarme antes. Significó mucho para mí.

—De nada. ¿Quieres beber algo?

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Cuando ve las dos copas de vino sobre la mesa de la cocina, sedetiene en seco.

—¿He interrumpido algo?

—Laurel acaba de salir —explico, mientras las pongo en el fregadero.

—Oh. —Intenta sonar despreocupado, pero puedo oír alivio en suvoz. Probablemente pensó que Drew estaba aquí—. ¿Cómo está ella?

—Bien.

James se deja caer en una silla y me mira.

—¿Cómo estás?

Puedo ver preocupación en su cara y algo en mí estalla. Rompo allorar, todo mi cuerpo tiembla con tanta fuerza que él se levanta de un saltoy me arrastra en un abrazo.

—¿Ash? ¿Qué demonios pasa? ¿Por qué estás tan alterada?

Una vez que consigo controlarme de nuevo, me separo de sus brazosy suelto una respiración insegura.

—Estoy embarazada. —Al oírlo, se le cae la mandíbula. Antes de quepueda decir nada, continúo—: Y estoy enamorada de Drew.

James mira hacia otro lado, piensa un largo momento antes de asentirfinalmente con la cabeza.

—No puedo decir que me sorprenda.

Parpadeo.

—¿No te sorprende?

—Ni un ciego podía perderse las miradas que os habéis cruzadodurante la reunión.

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—¿Qué miradas?

Ladea la cabeza y frunce el ceño.

—Vamos, Ash. Tengo ojos. Creo que toda la Junta Directiva se diocuenta de que pasaba algo.

—Oh, no, eso es muy embarazoso —digo y me cubro la cara con lasmanos.

—Bueno, no fuisteis muy sutiles. Entonces, ¿qué está pasando? ¿Sabelo del bebé?

—No.

Me mira y considera sus próximas palabras con cuidado.

—Esta es la cuestión, Ash. No sé exactamente lo que pasa entrevosotros, pero nunca he sabido que Drew Carson se eche atrás en una tomade posesión. Nunca. Vive para esa mierda. Es por lo que tiene tanto éxito.—Toma mi mano y la prieta entre las suyas—. Tiene sentimientos por ti.Todos en esa habitación lo vieron.

—Ojalá pudiera creerlo.

—Creo que deberías hablar con él.

—¿Cómo podría funcionar entre nosotros? Le odias —añado en unsusurro áspero.

—Créeme, mis sentimientos no son tan fuertes por Drew —dice entono sarcástico, y no puedo evitar sonreír—. Claro, puede que tengamosalgo de mala sangre, pero todavía tengo mi empresa. Podría haberlaaceptado. Sé que la quería, pero renunció a ella. Por tu culpa.

Quizá él y Laurel tengan razón. Si Drew todavía se preocupa por mí,entonces tengo que averiguarlo.

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—Si de alguna manera esto funciona entre nosotros, ¿crees quepodréis llevaros bien?

—No le digas esto... —dice lentamente, y yo asiento—. Es difícil noadmirar al hombre. Su ética de trabajo y su éxito son notables. —Sé que leduele admitirlo en voz alta—. Tal vez incluso podría aprender una o doscosas de él.

—Te quiero, James. —Me arrojo a sus brazos.

—Yo también te quiero. Y, pase lo que pase, sabes que te apoyo.

—Lo sé.

—Quiero decir, ¿qué se supone que debo hacer? ¿Abandonar a mihermanita embarazada?

Le doy un puñetazo en el brazo y nos reímos.

Tal vez las cosas no son tan graves como creo. Tal vez, solo tal vez,Drew y yo tengamos una oportunidad.

Por desgracia, no he escuchado una palabra de él en todo el día. Y esome pone nerviosa. ¿Ha renunciado finalmente a nosotros?

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Capítulo 34

Drew

Después de devanarme los sesos durante demasiado tiempo sobre cuáles el plan perfecto para recuperar a Ashley, finalmente decido ir hasta allí.Armado con un ramo de margaritas y una tarrina grande de helado de mentay chocolate, oigo que mi teléfono emite un mensaje de texto.

Miro hacia abajo y veo un número que no reconozco. Cuando abro elmensaje, leo: «Sé un hombre y ve a ver a mi hermana, Carson. Si no, voy air a patearte el culo. James».

Por un segundo, estoy confundido. ¿James Douglas me está diciendoque vea a su hermana? ¿Quiere que vaya a ver a Ashley? No puedoentenderlo.

Pienso que ella pueda querer verme y mi corazón se dispara. ¿Quéotra cosa podría ser?

Una oleada de nerviosismo irrumpe en mi interior y, por un momento,casi me paro a un lado de la carretera para vomitar, pero se me pasa.Aprieto el volante con las manos y piso más el acelerador. El motor delLamborghini ruge mientras lo alejo de Pacific Heights, paso por PresidioHeights y Laurel Heights, y me dirijo hacia Inner Richmond.

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El barrio de Ashley se encuentra justo al oeste del mío. Es práctico,cómodo y cuenta con una plétora de fantásticos restaurantes, buenas tiendasy una niebla que llega temprano cada tarde.

Llego a su pequeño apartamento y tengo la suerte de encontraraparcamiento justo enfrente. Espero que mi suerte continúe y que me dejeentrar. Los nervios se apoderan de mí y es ahora o nunca. Si no, el helado sederretirá por todo el asiento delantero.

Con las margaritas en una mano y el helado de menta y chocolate enla otra, me acerco a la puerta de Ashley, respiro profundamente y llamo.

Un momento después, abre la puerta. Me doy cuenta de que estásorprendida de verme, pero rápidamente disimula sus emociones.

—Hola —digo, un poco sin aliento.

Lleva un pijama y el pelo rubio recogido en una coleta baja. Sus ojosazules y verdes parecen rojos y un poco hinchados. Hay una tristeza queemana de ella y sé que es culpa mía.

Y eso me hace sentir el mayor idiota del mundo.

Mi mirada la absorbe, tan feliz de verla, y creo que estáabsolutamente hermosa.

De repente, todo lo que he practicado antes se me va de la cabeza. Mequedo allí, con el corazón en la garganta, y, por mi vida, no puedo recordarlo que iba a decir.

—Hola —saluda ella, con voz cautelosa.

—¿Puedo entrar?

—Drew...

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Oigo el tono de «vete ya» que se cuela en su voz y la detengo antes deque pueda rechazarme.

—¿Quieres escucharme? Por favor. —Deja escapar un suspiro yasiente con la cabeza—. Primero, quiero disculparme. Debería haberrenunciado a ir tras JD Unlimited en cuanto me dijiste que era la empresade tu hermano. En el momento en que me lo pediste, debería habermealejado y me arrepiento de no haberlo hecho. —No dice nada y lo tomocomo una buena señal. Significa que está dispuesta a escucharme—. Novoy a mentir. Estoy acostumbrado a salirme con la mía y a decirle a la gentelo que tiene que hacer.

—Me he dado cuenta —comenta con voz seca.

Vale, me lo merezco, creo.

—Eres la primera persona que conozco que no se limita a hacer loque yo digo. Me desafías constantemente y estoy empezando a pensar queeso es algo bueno.

—Alguien tiene que mantener tu gran ego bajo control —resopla.

Un atisbo de sonrisa me roza los labios. Dios, me encanta esta mujer.Tiene ese lado luchador que me pone alerta y estoy increíblementeagradecido de que no acepte mi mierda.

—Ashley, sé que a veces puedo ser un auténtico grano en el culo,pero me estás ayudando a ver cómo ser mejor persona. No siempre tomo ladecisión correcta, pero tú me haces ver las cosas bajo una nueva luz.Siempre pensé que se trataba de ganar la mayor cantidad de dinero posible.Que, para tener éxito, tenía que llevar el control y tomar lo que quería. Peroestoy viendo que hay otro lado de las cosas. Que las personas no soncorporaciones, que tienen sentimientos. Y que no siempre se trata de

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dominar a los demás y forzar las situaciones a mi manera. —Muevo elhelado derretido, lo apoyo en mi cadera y siento la huella húmeda que deja—. Renuncié a la compañía de tu hermano por algunas razones, pero no voya renunciar a ti. —Me parece ver que el alivio recorre su rostro, pero aún noestoy seguro. Está muy callada y eso me pone nervioso. Decido que es horade revelar mi mano y de ir a por todas—. Eres lo mejor que me ha pasado.—Respiro profundamente y lo suelto—: Te amo, Ashley.

—Oh, Drew... —susurra. Mi corazón se hunde. Su tono suena triste,lleno de arrepentimiento y me siento algo mareado. Ella no me ama, si no,se habría lanzado a mis brazos y me habría devuelto las palabras. Derepente, tengo la impresión de que las paredes se cierran y me cuestarecuperar el aliento. Me apoyo en el pilar del porche delantero parasostenerme, rompiendo accidentalmente las margaritas—. Hay algo quetengo que decirte —agrega.

Levanto la cabeza.

—¿Hay alguien más? —Esto de los celos es una mierda, pero cadavez que pienso en ella y en otro hombre, me corroe el alma.

Ella inclina la cabeza, parece considerar mis palabras.

—Más o menos —dice. Cuando ve la expresión de mi cara, levantauna mano—. No se trata otro hombre —aclara, y mis hombros se hundencon alivio—. Es un bebé —termina con un suspiro.

Al principio, no estoy seguro de haberla oído bien. ¿Un bebé?

—Estás...

—Embarazada, sí.

Me quedo de piedra, aunque supongo que no debería estarlo. Fueaquella noche en la gala benéfica. Aquel momento salvaje y loco en el que

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nos perdimos el uno en el otro. Fue una de las mejores noches de mi vida.

Siento que una enorme sonrisa se dibuja en mi cara, y mi hoyueloresplandece.

—¿Vamos a tener un bebé? —No lo he asimilado del todo y necesitoque me lo siga diciendo hasta que pueda creerlo. La necesito en mis brazos.

—Voy a tener un bebé, pero no te preocupes, no te pediré nada.

—¿Estás loca? Os daré el mundo a ese pequeño bebé y a ti. No tienesque pedirlo, todo lo que tengo es tuyo, Leigh.

Cuando sus ojos brillan con lágrimas, siento que los míos empiezan aarder. «Joder, no llores, Drew», me digo. ¿Dos veces en menos deveinticuatro horas? Esto es ridículo. ¿Quién soy yo?

—No me necesitas —dice ella—. Tienes cientos de millones.

—Sin ti, no tengo nada. Estoy perdido. —Mis ojos brillan—. ¿No loentiendes? Nada de eso significa nada. Te quiero y quiero que seas miesposa.

Una lágrima resbala por su mejilla y luego se lanza contra mí.

—Sí —susurra—. Me encantaría.

El alivio me recorre el cuerpo y la rodeo con mis brazos. El envase dehelado empapado gotea sobre nosotros un líquido verde derretido y nosseparamos, sin poder dejar de sonreír.

Ella levanta la mano y lame una salpicadura de helado licuado de sudorso.

—Lo siento. —Abro los brazos para que se aleje. Recuerdo quetodavía tengo las margaritas rotas y se las entrego con una sonrisa torcida—. Para ti.

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—Gracias. —No puede evitar una pequeña risa—. Entra y pongamoslo que queda en el congelador.

Cuando me tiende una mano pegajosa, la tomo y la sigo dentro.

Después de lavarnos en la cocina, la abrazo y la atraigo para darle unbeso. Es largo, profundo y me reconstruye el alma. Dios, he echado demenos esto. Su sabor, su tacto, su olor. Nadie se compara con Ashley y mesiento abrumado de amor por ella.

Sobre todo, cuando me guía hasta su dormitorio.

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Capítulo 35

Ashley

Me siento como en un sueño y no quiero despertar nunca.

Drew me quiere. Es todo lo que quiero y más. Está feliz por el bebé ynos quiere en su vida. Estoy muy contenta y sé que nuestro futuro esbrillante y lleno de mucho amor.

Cuando entramos en mi habitación, echa un vistazo y sonríe. No sé sies por el edredón de color amarillo y salpicado de flores, o por el oso depeluche que hay en mi cama.

—Siempre tan femenina —bromea.

—Te encanta. Sobre todo, mis tacones —añado con una sonrisasocarrona.

Con un gruñido bajo, me alza en brazos y me tumba en la cama. Sugran cuerpo se desliza sobre el mío y captura mi boca. El lento y sensualmovimiento de sus labios contra los míos se vuelve más urgente y losacaricia con la lengua al abrirlos. La electricidad caliente fluye entrenosotros.

—Dios, te he echado de menos. —Cubre mi cara de besos.

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Abro los ojos y su mirada de medianoche se funde con la mía. Mequita el pijama y lo ayudo a desnudarse. Nuestros cuerpos se mueven el unocontra el otro, la carne caliente y dispuesta.

Cuando su boca se sumerge y su sedosa lengua se arremolina sobremis pechos, arqueo la espalda y gimo. Los pechos se encrespan y seendurecen bajo su contacto y siento que mi temperatura se dispara cuandouna de sus manos se desliza entre mis muslos.

—Eres maravillosa —susurra mientras me tortura hasta el frenesí.

Gimo y me retuerzo bajo sus dedos.

—Te quiero dentro de mí. Ahora.

Se le escapa una risita y siento su cálido aliento en mi oreja.

—Lo que tú digas, cariño.

Levanta mis caderas y me penetra profundamente.

Grito y me aprieto alrededor de él, tratando de atraerlo aún másdentro de mí. Empezamos a movernos juntos y él me levanta las manos porencima de la cabeza, entrelazando los dedos con los míos. Más rápido, másfuerte. Nuestros cuerpos se mueven, se mecen, llegan al límite. Nuestroscorazones truenan y nuestras almas se unen como nunca antes.

Conectamos en todos los niveles posibles y el amor por él estalla enmi interior.

Al mismo tiempo, siento que nuestros cuerpos se estremecen y lleganal clímax. Es como si un millón de alas de mariposa me besaran las entrañasy grito el nombre de Drew. Con un gemido, consigue replicar mi nombre yse deja caer, cubriéndome con su pesado cuerpo.

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Se levanta, apoyando su peso en los codos, baja una mano y la curvaalrededor de mi cara.

—Te quiero, Leigh. —Su voz suena ronca.

—Yo también te quiero —susurro.

Entonces, me levanta la barbilla y me besa profundamente. Como sisu vida dependiera de ello.

Drew y yo volvemos a su casa y nos encerramos durante todo el finde semana. Hablamos, planeamos y nos amamos de una forma que me dejasin aliento y con la piel de gallina. Es muy considerado y me hace un millónde preguntas sobre el bebé. Tengo la sensación de que va a querer planificartodo su futuro incluso antes de que dé a luz.

Es algo adorable.

Me invita a mudarme de inmediato y no puedo creer que vaya allamar hogar a esta enorme mansión.

—Haz lo que quieras con ella —sugiere—. Redecora cualquierhabitación, solo quiero que sientas que es tu casa, también.

—¿Podemos tener Batimóvil a juego? —pregunto con una sonrisa.

Se echa a reír.

—Lo que tú quieras, cariño.

Pero solo estoy bromeando. No me imagino conduciendo un cochetan caro. Me daría ansiedad y, de todos modos, me gusta mi fiel Honda.

Le digo que en el Lamborghini no hay sitio para una sillita de bebé yél se queda pensando unos segundos. Luego empieza a hablar de un RangeRover y me recuerda que yo comenté que le quedaría bien.

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No es exactamente lo que había dicho, pero lo beso en la punta de lanariz y le advierto que es una gran idea.

En algún momento, cuando empiezo a hablar de James y de mimadre, Drew me muestra el mensaje de James: «Sé un hombre y ve a ver ami hermana, Carson. Si no, iré a patear tu trasero. James».

Sonrío y siento que mis ojos se inundan de lágrimas.

—Eso me hace muy feliz —le digo.

—¿Quieres que me patee el culo?

—En este momento no —admito—. Sin embargo, me gustaría quevinieras a la cena del domingo.

—Me encantaría. ¿Cómo crees que reaccionarán tu madre y James?

—Estará encantada —asevero—. No olvides que mi mamá tuvo aJames cuando solo tenía dieciocho años. Siempre ha tenido ese lado salvajey libre y verá el tener un nieto como un nuevo capítulo divertido en su vida.Y, tú, el matrimonio y un bebé como una nueva aventura para mí. Y,James... —Siento una ola de emoción—. Solo quiere que sea feliz.

Drew toma mi mano entre las suyas y me da un beso en el dorso delos nudillos.

—Nos llevaremos bien —me tranquiliza. Luego, con voz ronca,añade—: Siempre he admirado su tenacidad.

—Puede que haya mencionado, o no, que también admiraba una o doscosas de ti. —Procuro no revelar más.

Él levanta una ceja oscura en señal de curiosidad, pero esa es unaconversación que deben tener ellos. Al fin y al cabo, serán cuñados muypronto.

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Drew insiste en comprarme un anillo de compromiso lo antes posible.Hace una llamada y programa una cita para que venga alguien de HarryWinston. Conocido como el joyero de las estrellas, sus diamantes hanadornado las alfombras rojas desde los Premios de la Academia en 1944 yme parece un poco innecesario.

—Drew, en realidad no necesito un elegante...

Levanta una mano y me lanza una mirada que indica que no voy ahacerle cambiar de opinión.

—Vas a tener lo mejor que puedo darte, así que acostúmbrate. —Mebesa en la frente.

Tengo que admitir que me lo paso muy bien, sentada con el joyero dela empresa de renombre mundial y diseñando mi anillo.

Drew, por supuesto, pregunta quién tiene el anillo de compromisomás caro de la historia. El hombre nos cuenta la historia del diamanteTaylor-Burton, originalmente tallado por Harry Winston en forma de peraque pesaba sesenta y nueve quilates. Richard Burton luchó por obtener elanillo después de haberlo perdido en una subasta de Cartier y, un díadespués, pagó más de un millón de dólares, asegurando el anillo paraElizabeth Taylor, porque, como dijo, «quería ese diamante porque esincomparablemente hermoso y debería llevarlo la mujer más hermosa delmundo».

Me encanta esa historia. Algunas personas tienen la suerte deencontrar el amor de su vida que hará cualquier cosa por ellas. Yo sé quesoy parte de ese pequeño grupo. Drew haría lo que fuera por mí y, solopensar en lo que me ama, hace que se me empañen los ojos.

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Cuando él pregunta de quién es el diamante ahora, niego con lacabeza.

—Ni se te ocurra —replico entre risas—. No necesito un diamante tangrande. —Sopeso mi mano que no es muy grande.

El anillo que diseñamos es perfecto, aunque todavía un pocoextravagante, en mi humilde opinión. Tiene una esmeralda tallada ydemasiados quilates, pero Drew insiste. Por supuesto, la claridad, el color yel corte serán completamente impecables en todos los sentidos posibles.

Nadie puede acusarlo de ser tacaño. Le gusta gastar el dinero tantocomo ganarlo.

Sé que con Drew como esposo, no solo me cuidará, sino que meamará profunda e incondicionalmente.

Y, realmente, ¿qué más puede pedir una chica?

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Epílogo

Ashley

Un año después.

Es increíble lo mucho que ha cambiado mi vida desde que conocí ami marido, hace un año. Es el hombre más maravilloso y generoso delmundo, pero no puedo evitar reírme cuando pienso en el primer día queentré en Industrias Carson.

Se podría decir que tuvimos un comienzo algo tempestuoso. Aunquedespués de toda buena tormenta viene un arco iris. Y el nuestro es brillantey prometedor.

Nuestra hija, que ahora tiene dos meses, arrulla suavemente en sucuna. La llamamos Catherine Leigh Carson. Catherine era el nombre de lamadre de Drew y Leigh es obviamente por mí. Drew insistió. Y, una vezque se propone algo, a veces decido que es mejor dejar que se salga con lasuya. Otras veces, no tanto. Todavía tenemos ese fuego en nuestra relacióny a los dos nos gusta así.

Sin embargo, solemos llamar a nuestra niña Cat. Drew predice quecrecerá y será tan luchadora como yo. Una gata salvaje. Yo digo que va aser dura como un clavo y una luchadora como él.

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¡Qué combinación! Lo siento por cualquier hombre que se enamorede ella. Va a estar ocupado. A nuestros ojos, ella es absolutamente perfecta.

Algunas veces, podemos sentarnos y observarla durante lo queparecen horas. Otras, necesitamos un poco de tiempo a solas y la dejamos alcuidado de la familia. O con Indy, la hembra de raza pastor alemán querescatamos el año pasado. Ella ha demostrado ser una gran niñera cuandonecesitamos ir rápidamente a otra habitación o hacer un necesario descansopara ir al baño.

Me inclino, paso un dedo por la frente suave y blanda de Cat y luegomiro a Drew, que nos observa. Hay tanto amor en sus ojos de zafiro que micorazón se aprieta de emoción.

Toma mi mano y me guía hasta la terraza. El techo de cristal estáparcialmente abierto y sobre él cuelgan un millón de estrellas y una luna enforma de media luna. La vista de la ciudad y la bahía es impresionante,como siempre. Algo de lo que uno nunca se cansa y por lo que siempreestoy agradecida.

Sonrío cuando veo dos pequeños cuencos de cristal llenos de heladode menta y chocolate sobre una mesita. Me entrega uno y, aunque estoyalgo más rellena desde el parto, mi figura vuelve a estar tonificada graciasal duro trabajo en el gimnasio, y me doy el gusto de comer el dulce ycremoso helado sin sentirme culpable.

—Está delicioso. —Me relamo los labios.

Él se inclina y me pasa la lengua por la boca, ayudándome con unpoco de helado que me faltaba.

—¿Sabes lo feliz que soy? —Su aliento es cálido y mentolado.Después, presiona su frente contra la mía.

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Le paso una mano por el pelo oscuro de la base del cuello. Se enroscaen el borde de su cuello tal y como me gusta y rasco su piel. Noto cómo seestremece ante mi contacto.

—Enséñamelo —susurro con un aliento ronco.

Olvidado el helado y dejado a un lado, Drew me atrae hacia susbrazos y captura mi boca en un beso ardiente y lento que hace que se mecurven los dedos de los pies. Incluso cuando tenga sesenta años y me hayabesado mil millones de veces, sé que seguirá teniendo este efecto en mí.

Cuando por fin nos levantamos para respirar, giro la cabeza y laapoyo en su amplio pecho. Me encanta el sonido de su corazón, que latemuy fuerte y lo rodeo con mis brazos.

Justo cuando creemos que por fin se ha dormido, Cat empieza a emitirsuaves murmullos. Tenerla en nuestras vidas es nuevo y desafiante. Unabendición cada día.

—Ahora tienes una razón —le digo suavemente, con la mente puestaen aquella conversación de hace tiempo en la que se preguntaba por quétrabajaba tanto si no tenía familia.

Su áspera barbilla se apoya en un lado de mi cabeza y siento quesonríe. Sus cálidos labios presionan un beso en mi sien.

—Me diste una razón hace mucho tiempo, cariño. —Dios, me encantaeste hombre. Me mira y agrega—: Sin embargo, será divertido ver a estapequeña crecer y convertirse en un tiburón. Tomará el control de IndustriasCarson algún día y hará que su anciano padre se sienta orgulloso.

—Como papi —le advierto.

Atraigo su atractivo rostro hacia el mío para darle un largo y lentobeso.