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AARON V. CICOUREL. EL MÉTODO Y LA MEDIDA EN SOCIOLOGÍA. Method and Measurement in Sociology, 1964 by Free Press of Glencoe, A Division of Macmillan Publishing Co., Inc. Editora Nacional (Madrid), 1982. Traducción de Eloy Fuente Herrero. PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA Agradezco a la Editora Nacional la oportunidad que me da de escribir este prólogo a la edición española del libro y aprovecharé esta invitación para exponer primeramente algunos temas que se planteaban en el momento de escribir el libro. Queremos señalar también la importancia que siguen teniendo los datos de la etnometodología, la lingüística y la filosofía del lenguaje, que han llegado a formar parte del nuevo movimiento llamado de la «ciencia cognoscitiva». Por tanto, siguen siendo válidos hoy muchos aspectos teóricos de este libro, no obstante haber pasado tanto tiempo desde que se publicó por vez primera. En gran parte, es reacción a la enseñanza de metodología que recibí siendo estudiante. Al seguir los cursos habituales de metodología, como el método de escalas, el análisis demográfico, la investigación mediante encuestas y la proyección de experimentos, me sorprendía lo que me parecía ser una falta de medios analíticos para estudiar el marco de la vida cotidiana. Naturalmente, había estudios de observación participante según la teoría de la interacción simbólica, pero que no relacionaban el sentido de la acción social con la conducta lingüística, para-lingüística y no verbal de los participantes en la interacción social. Me sorprendía, además, que mis cursos de estadística y matemáticas pareciesen inadecuados para estudiar los temas fundamentales de la teoría sociológica. Se articulaban mal la teoría, la metodología y las observaciones necesarias para comprender y verificar los conceptos teóricos. Al principio, traté de formular las cuestiones teóricas, para exponer después los actuales recursos metódicos, con objeto de indicar posibles modificaciones de la teoría y del método. Pero al terminar el libro, me convencieron de que no debía publicarlo en su forma original: era objetable que se presentase primero la teoría y después la metodología. Me dijeron que sería impropio comenzar un libro sobre métodos con un capítulo sobre la teoría. Lo que me parecía que faltaba era el reconocimiento de que toda orientación teórica y problema sustancial exige su propia perspectiva metodológica. Según a qué universidad acudiese, el estudiante atendería a unos u otros temas teóricos y seguiría unos u otros métodos. A pesar de haberse hecho muchos planes nuevos de estudios durante los últimos veinte años, los estudiantes tienen que enfrentarse con gran variedad de teorías y métodos. Siguen separando la teoría y el método en su propia investigación y pocas veces entran a examinar el fundamento y la inconsistencia relativos de diferentes perspectivas teóricas y metodológicas. Sirvieron también de motivo a este libro varias cuestiones teóricas que se han asociado al término de «etnometodología», no empleado entonces, pero que ha llegado a atribuirse a gran parte de este libro. Los etnometodólogos trataban de revisar las cuestiones teóricas fundamentales en sociología utilizando escritos fenomenológicos como los de Edmund Husserl, Maurice Marleau-Ponty, Aron Gurwitch y Alfred Schutz. Se creía que las grandes teorías sociológicas no comprendían hasta qué punto el

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Page 1: PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA · etnometodología, la lingüística y la filosofía del lenguaje, que han llegado a formar parte del nuevo movimiento llamado de la «ciencia cognoscitiva»

AARON V. CICOUREL. EL MÉTODO Y LA MEDIDA EN SOCIOLOGÍA. Method and Measurement in Sociology, 1964 by Free Press of Glencoe, A Division of Macmillan Publishing Co., Inc. Editora Nacional (Madrid), 1982. Traducción de Eloy Fuente Herrero.

PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Agradezco a la Editora Nacional la oportunidad que me da de escribir este prólogo a la edición española del libro y aprovecharé esta invitación para exponer primeramente algunos temas que se planteaban en el momento de escribir el libro. Queremos señalar también la importancia que siguen teniendo los datos de la etnometodología, la lingüística y la filosofía del lenguaje, que han llegado a formar parte del nuevo movimiento llamado de la «ciencia cognoscitiva». Por tanto, siguen siendo válidos hoy muchos aspectos teóricos de este libro, no obstante haber pasado tanto tiempo desde que se publicó por vez primera.

En gran parte, es reacción a la enseñanza de metodología que recibí siendo estudiante. Al seguir los cursos habituales de metodología, como el método de escalas, el análisis demográfico, la investigación mediante encuestas y la proyección de experimentos, me sorprendía lo que me parecía ser una falta de medios analíticos para estudiar el marco de la vida cotidiana. Naturalmente, había estudios de observación participante según la teoría de la interacción simbólica, pero que no relacionaban el sentido de la acción social con la conducta lingüística, para-lingüística y no verbal de los participantes en la interacción social. Me sorprendía, además, que mis cursos de estadística y matemáticas pareciesen inadecuados para estudiar los temas fundamentales de la teoría sociológica. Se articulaban mal la teoría, la metodología y las observaciones necesarias para comprender y verificar los conceptos teóricos.

Al principio, traté de formular las cuestiones teóricas, para exponer después los actuales recursos metódicos, con objeto de indicar posibles modificaciones de la teoría y del método. Pero al terminar el libro, me convencieron de que no debía publicarlo en su forma original: era objetable que se presentase primero la teoría y después la metodología. Me dijeron que sería impropio comenzar un libro sobre métodos con un capítulo sobre la teoría. Lo que me parecía que faltaba era el reconocimiento de que toda orientación teórica y problema sustancial exige su propia perspectiva metodológica. Según a qué universidad acudiese, el estudiante atendería a unos u otros temas teóricos y seguiría unos u otros métodos. A pesar de haberse hecho muchos planes nuevos de estudios durante los últimos veinte años, los estudiantes tienen que enfrentarse con gran variedad de teorías y métodos. Siguen separando la teoría y el método en su propia investigación y pocas veces entran a examinar el fundamento y la inconsistencia relativos de diferentes perspectivas teóricas y metodológicas.

Sirvieron también de motivo a este libro varias cuestiones teóricas que se han asociado al término de «etnometodología», no empleado entonces, pero que ha llegado a atribuirse a gran parte de este libro. Los etnometodólogos trataban de revisar las cuestiones teóricas fundamentales en sociología utilizando escritos fenomenológicos como los de Edmund Husserl, Maurice Marleau-Ponty, Aron Gurwitch y Alfred Schutz. Se creía que las grandes teorías sociológicas no comprendían hasta qué punto el

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AARON V. CICOUREL

mundo fenoménico reflexivo del actor obra como mediador forzoso entre lo que se llama a menudo estructura social en sentido macroscópico y las teorías del actor sobre las actividades reales de la vida cotidiana. Expuesto brevemente, el argumento era que no podemos comprender en realidad lo que se llama macroestructuras sociales si no tomamos en serio la idea de Max Weber de la acción social como algo relacionado con las circunstancias del marco natural en evolución. Las estructuras sociales que llamamos sistema de clasificación (stratification) social o formas de organización política han de ser recreadas relacionándolas con el modo como los actores arreglan sus asuntos en las circunstancias cotidianas. Así, el mundo fenoménico de actor es de un interés primordial, que me llevó a ciertos terrenos fuera de la sociología para hallar los necesarios elementos del lenguaje y del sentido que acercasen a la teoría y al método.

Me ocupo de la medida porque trataba de abordar la manera como las unidades de análisis de cualquier proyecto de investigación han de concordar con el lenguaje y el razonamiento que se utilizan en los asuntos cotidianos. En la investigación sociológica, es procedimiento típico obtener diversos tipos de información de los sujetos, descubriéndola mediante una entrevista o una encuesta, o computando cierto resultado complejo o ejemplo de conducta. Nos empeñamos en utilizar métodos que crean unidades de análisis ajustadas a los modelos estadísticos o matemáticos. Me interesaba sugerir que buscásemos una matemática adecuada a los particulares tipos de unidades teóricas reales que emplean las personas en la vida cotidiana al describir y atribuir causalidad a sus asuntos cotidianos. Descubriendo las unidades que utilizan las personas al hablarse o hablar de otros en las organizaciones sociales cotidianas, estaríamos en mejor posición para comprender qué modelos podrían ser adecuados para analizar y representar la estructura social.

Por ello, expongo diversos métodos bien conocidos por los sociólogos, tratando de señalar en cada caso cómo deben, pueden o deben formar parte de ellos las actividades reales del actor. El argumento general, repetimos, es que quizá no podamos comprender cuál será un método apropiado para examinar o verificar una teoría sin una explicación de cómo piensan, sienten y actúan las personas al ocuparse de sus asuntos en la vida cotidiana. Los capítulos dedicados a la investigación sobre el terreno, a la entrevista y a la investigación mediante encuestas siguen siendo una exposición válida de la sociología presente. El capítulo sobre la demografía quizá no sea tan bueno como podría serlo hoy y el peor de todos quizá sea el dedicado a los métodos históricos. En obras posteriores se han abordado muchos de estos temas.

Al escribir este libro había comenzado también varios estudios empíricos, finalmente publicados, para probar los conceptos vertidos. Seguí otros estudios sustanciales de acuerdo con varios métodos.

Era un nuevo aspecto incluir el lenguaje al estudiar la estructura social. Pocas veces había sido objeto de investigación sociológica y, en la época en que lo escribí, los sociólogos no creían que el lenguaje debiera ser un elemento esencial en el estudio de la estructura social. Desde luego, los antropólogos y, por ser más precisos, los lingüistas antropológicos conocían muy bien que el lenguaje, el pensamiento y la cultura están relacionados estrechamente, pero los sociólogos se las arreglaban en cierto modo para tratar el lenguaje como un recurso meramente pasivo, como medio de representar una información cuyo sentido se entendía como un aspecto natural de la estructura social.

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PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

La atención de este libro al lenguaje ha tenido como consecuencia importante la aparición de nuevas orientaciones de la investigación sobre la enseñanza y el proceso de socialización. Vernos ahora que muchos investigadores atienden activamente a la relación entre el lenguaje y la estructura social al estudiar los marcos de enseñanza y la interacción entre madre e hijo. Este tipo de estudios requiere que los estudiantes de Sociología aprendan conceptos y métodos de investigación lingüísticos que puedan emplearse en la investigación sobre el terreno.

Los capítulos sobre la entrevista y la investigación mediante encuestas, que hoy siguen siendo parte integrante de la investigación sociológica, han sido actualizados en algunas publicaciones recientes del autor. En las páginas siguientes, abordaré brevemente, para el lector español, aspectos de la dirección que ha tomado este trabajo.

Una cuestión esencial en el empleo de encuestas y entrevistas es la necesidad de identificar los conocimientos que posee el sujeto en el momento de ser entrevistado o de sometérsele a un cuestionario de encuesta. La entrevista no es tan difícil en este sentido como la encuesta, pero hay dificultad en ambos casos, porque la misma pregunta ofrece al sujeto un marco que puede serle bastante nuevo y, en el caso de las preguntas cerradas, resultarle dudoso su sentido. Con otras palabras, la entrevista y la encuesta tratan de reducir el marco de la pregunta y, en el caso de la encuesta, el marco de la respuesta, de manera que se obtenga del sujeto una serie bastante reducida de respuestas. La finalidad es limitar la pregunta de tal manera que se prevean, e incluso señalen en el caso de las encuestas, todas las respuestas que puedan darse. El investigador trata de agregar las respuestas y, a menos que se limiten las opciones, este proceso de agregación puede resultar muy engorroso en el caso de las preguntas abiertas.

Las entrevistas y las encuestas imponen limitaciones al tratamiento de la información, por obligar al entrevistado a atender a una pregunta particular y a un conjunto particular de resultados u opciones posibles. El investigador confía en estas limitaciones para lograr la agregación de respuestas que sus conclusiones precisan. La entrevista y la encuesta suponen un sistema de pregunta y respuesta que es parte del modo como se realizan los actos lingüísticos en la vida cotidiana.

Estos sistemas de pregunta y respuesta tienen muchos aspectos formales que no puedo abordar en este prólogo. Hemos de tener presente su carácter para crear una metodología adecuada de la entrevista y de la investigación mediante encuestas. Se supone que el entrevistado comprenderá los aspectos fonológico, sintáctico, semántico y pragmático de cada frase empleada y poseerá, además, cierto dominio impreciso de conocimientos sobre el mundo real para poder contestar a las preguntas sustanciales. Si las preguntas que se hacen al entrevistado comprenden una información con la que no está familiarizado, a menudo es algo imposible de saber para el investigador, por causa de las respuestas cerradas que se ofrecen. Por tanto, hemos de tener alguna manera de apreciar la validez de los conocimientos que suponen las preguntas, independientemente de que se las haga con respuestas cerradas. Hay otras limitaciones para el sujeto, entre las que se cuentan las limitaciones al tratamiento de la información, como la necesidad de tratar varias fuentes de información, a la vez que ha de recurrir a la memoria para complacer al investigador. Ahora bien, una dificultad de las encuestas es que los conocimientos y la clase social del entrevistado no se atienden como limitaciones pertinentes a la manera como se comprenden las preguntas y se dan las respuestas.

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Lo que sucede es que, habitualmente, conocemos la clase social del sujeto como parte de la encuesta y, después, buscamos correlaciones entre una medida de clase y las respuestas a diferentes series de preguntas. Pocas veces proyectamos las preguntas, si es que lo hacemos alguna vez, con objeto de predecir y conocer los razonamientos que se hacen por las experiencias de clase social. Necesitaríamos encuestas cuasi-experimentales en que se pidiese a los entrevistados que manifestasen sus ideas sobre sus respuestas a las preguntas cerradas. Tales respuestas nos capacitarían para reconstruir los conocimientos y el modo de razonar del entrevistado.

El que distintos entrevistados puedan atribuir diverso contenido a la misma pregunta complica las estructuras de conocimiento que inferimos de las respuestas. Al emplear un sistema de clasificación total y abstracto o una serie de reglas de cifrado para clasificar las respuestas, comprometemos nuestra interpretación de cómo entendió las preguntas el entrevistado y de la clase de intenciones que podemos atribuir a las respuestas. Los puntos del cuestionario no son meramente textos individuales completos, sino que se hacen base para inferir macroestructuras que se asemejan a aquellas de que informan los investigadores sobre la comprensión textual. Los entrevistados buscan una comprensión más general de las diferentes preguntas que se les hacen, a pesar de las tentativas del investigador de desordenar la presentación de preguntas relacionadas por las hipótesis del proyecto. Así, tenemos al entrevistado buscando un modelo que satisfaga sus propias ideas sobre la finalidad de la entrevista o de la encuesta. Por ello, se convierte en participante activo, tratando de desarrollar sus propias hipótesis sobre lo que está sucediendo, las intenciones que tiene el investigador, tratando de adivinar qué pueda haber detrás de las preguntas. Naturalmente, muchos entrevistados pueden optar por contestar a las preguntas muy rápidamente, para que la entrevista sea lo más corta posible, no recurriendo a su memoria sino en mínima parte. Quiero decir que, en las circunstancias normales de la investigación mediante encuestas, no se presta atención al tratamiento de la información por parte del entrevistado, a su comprensión de lo que se le pregunta.

Necesitamos, por tanto, una teoría del razonamiento y del análisis textual como proceso de comprensión, si hemos de entender la manera como las entrevistas y las encuestas descubren y reconstruyen el conocimiento que de la estructura social tiene el actor. Sin una teoría de la comprensión, no tendremos manera de saber cómo interactúan los conocimientos del entrevistado con las preguntas de la encuesta o de la entrevista. Hoy se investiga mucho sobre los procesos y las estructuras de comprensión del razonamiento y de los textos. Los modelos que se emplean pueden ayudarnos a comprender en qué medida la utilización de los datos de encuestas y entrevistas pueden aclarar la teoría sociológica. Creo que, a menos de tener un medio de aclarar el proceso de comprensión implicado en la interpretación de las preguntas, no podremos relacionar las ideas del investigador y del actor sobre la estructura social.

Los sociólogos son sensibles a los muchos problemas de la aplicación, cifrado y organización de los cuestionarios para su análisis, pero suelen ser insensibles a los problemas de tratamiento de la información con que se tropieza en estas tareas. Muchas encuestas se hacen en la misma cultura de que es nativo también el investigador. La vida en una sociedad occidental significa una socialización paulatina de los posibles entrevistados, de modo que suelen ser bastante flexibles ante las exigencias de las encuestas, en especial, cuando las circunstancias de la vida cotidiana los obligan a someterse a semejante actividad al tener que tratar con

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PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

diversas instancias burocráticas. Por eso, sabemos muy poco del proceso de comprensión de las encuestas sobre el terreno y dentro de los centros de investigación, donde se proyectan las preguntas y se analizan los datos.

Al realizar encuestas en otras culturas, con frecuencia se incorpora a nativos instruidos en la misma metodología, y que tácitamente pueden salvar las diferencias culturales. El conocimiento cultural necesario para que el investigador extraño comprenda la entrevista y las preguntas no es cuestión empírica.

En la interacción cotidiana, los miembros de un grupo que hablan corrientemente de los sucesos políticos, económicos y sociales son sensibles a las limitaciones que imponen los intercambios con los de otro y conocen también lo limitado del saber de los miembros del grupo. La gente suele cortar sus observaciones por lo que crean a una persona capaz de comprender, lo que se ha demostrado incluso en la investigación infantil, sabiéndose que las madres y los niños mayores utilizan una clave lingüística diferente para hablar con el niño menor, con objeto de facilitar la comprensión. A menudo se olvida la idea de emplear distintos registros lingüísticos en la entrevista y en la encuesta, porque redactamos preguntas normalizadas, aferrándonos a ellas aunque los entrevistados no vayan a ser capaces de entenderlas.

Recientemente, unos cuantos sociólogos han comenzado a estudiar esta cuestión, variando la redacción de las preguntas para ver si se produce variación en las respuestas. Algunos de estos estudios han tratado también de mostrar cómo pueden influir sobre las respuestas las diferencias en el empleo de preguntas cerradas y abiertas. Por ejemplo, puede demostrarse que, si se pregunta algo a los entrevistados de lo que no sepan nada, muchos contestarán a la pregunta si el cuestionario no incluye explícitamente la categoría «No sé». Sin embargo, muchos entrevistados están dispuestos a admitir su ignorancia. Otros harán una «conjetura culta, pero errónea» sobre el tema, a pesar de carecer de información. Con otras palabras, muchos de estos sujetos no tienen las actitudes por las cuales se les pregunta. No tienen los conocimientos que se ajusten a las preguntas que se les hacen.

La utilización de preguntas de cuestionario abiertas y cerradas supone que los entrevistados poseen los conocimientos pertinentes. Se supone, además, que las respuestas reflejan actos, o actitudes, o creencias, que se manifiestan en el marco de la vida cotidiana en que los entrevistados suelen interactuar con otros. Tenemos que estudiar independientemente la comprensión del contenido de la pregunta respecto de las limitaciones del marco y del conocimiento del entrevistado. Lo cual quiere decir que hemos de saber algo de la relación entre lo que se pregunta y lo que se dice al entrevistado sobre la encuesta y la manera como la gente habla de los mismos temas en la vida cotidiana.

Los aspectos técnicos de las encuestas ocultan a menudo el grado en que la metodología puede satisfacer la relación entre la teoría y el mundo cotidiano que se representa. Necesitamos datos de los marcos de la vida cotidiana que puedan ser comparables con los tipos de preguntas de cuestionario que hacemos a los entrevistados en un marco artificial. A menos de tener cierta idea de cómo son comparables los marcos cotidianos con lo que nos dicen las personas en los marcos artificiales, será difícil que comprendamos en qué medida las encuestas y las entrevistas puedan aclarar nuestro conocimiento de la estructura social.

Al utilizar preguntas cerradas, esperamos que los entrevistados puedan reconocer como evidente la clase de objetos que se enuncia en cada punto,

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expectativa derivada de la supuesta prueba anterior de cada pregunta del cuestionario, antes de aplicarlo en su redacción definitiva. Pocas veces nos hacemos cuestión de la posibilidad de que los conceptos o clases de conceptos expuestos al entrevistado pueden no estar claramente definidos en su mente. En ambos casos, el carácter cerrado de la encuesta garantiza una respuesta «adecuada», en tanto el entrevistado esté dispuesto a tomar una de las opciones que se le presentan. Se supone que las diferencias de ideas del investigador y del consultado sobre un concepto o clase quedan salvadas por la pequeña prueba anterior al cuestionario definitivo.

Permítaseme concluir este prólogo a la edición española señalando que, al hacer investigación por encuestas buscamos, por ejemplo, una serie de verificaciones complejas de la producción de datos y del análisis subsiguiente, examinando las pautas que resultan, debidas a la redacción de las preguntas de diversa manera, a través de diferentes grupos y en momentos diferentes. Otra fuente de verificación en las encuestas puede verse en los enormes adelantos habidos en la teoría de la muestra y en la capacidad del investigador para escoger diferentes consultados. Lo más difícil es seleccionar una muestra de la conducta. En el caso de la conducta electoral, hallamos una correspondencia bastante estrecha con lo que dice la gente en respuesta a una pregunta de cuestionario y la manera como vota en realidad. Pero otros temas no resultan tan bien y, otros, nada bien en absoluto. De manera que siempre hemos de enfrentarnos con esta cuestión de la validez, porque no tenemos claridad sobre la conducta que indentifican los cuestionarios. Las personas no son muy precisas al describir su propia conducta cuando se les pide que contesten a preguntas directas.

La dificultad fundamental está en la falta de teorías consistentes. En su lugar, solemos confiar en que se descubran pautas en las respuestas, que nos orienten hacia explicaciones teóricas a posteriori. Pocas veces la teoría orienta explícitamente la investigación sociológica. Esperamos que los datos de las investigaciones decidan qué conceptos teóricos parecerían apropiados.

Seguramente, los demóscopos refinados encontrarán objetables muchos de estos comentarios. Querrán hacer la pregunta siguiente: ¿Cómo sabremos cuándo podremos dejar de utilizar más comprobaciones para examinar la cuestión de la validez? Podría hacerse la misma pregunta sobre los posibles remedios basados en mis sugerencias sobre la utilización de teorías del razonamiento y del análisis textual: ¿Cómo sabremos cuándo dejar de utilizarlas? No hay respuesta clara a estas preguntas, pero debemos observar que, en realidad, todos los métodos de recogida de datos que siguen los sociólogos padecen los mismos problemas con que tropiezan las encuestas. A menos de tener teorías consistentes, no podremos decidir en qué medida un método particular y los datos que produzca nos dirán algo que merezca la pena conocer.

Todos estamos obligados a enfrentarnos con el mismo problema del sentido o de la interpretación, independientemente de que utilicemos encuestas, textos, estadísticas demográficas, entrevistas extensivas, observación participante o cintas sonoras o visuales. El tema de la interpretación pocas veces es objeto de las encuestas y, mucho menos, de cualquier otro tipo de investigación sociológica. Precisamente, el tema de la interpretación es el problema de la comprensión.

He argumentado en todo este prólogo que la encuesta y la entrevista carecen de fundamentos teóricos que concuerden con la reciente evolución de las teorías del uso lingüístico y de la comprensión. El seguir dependiendo de encuestas y entrevistas exige que demos a estos métodos un firme fundamento teórico, a fin de evitar el

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PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

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anquilosamiento de los actuales métodos de investigación esenciales a la sociología. El análisis del razonamiento y el análisis textual son parte integrante de toda investigación sociológica, de la cual la encuesta y la entrevista no son más que un capítulo. Relacionando la investigación sobre el razonamiento y los textos con las encuestas y las entrevistas, podremos llegar a hacer verificaciones realistas de la teoría sociológica, siguiendo unos métodos concordantes con el mundo cotidiano de aquellos a quienes estudiamos.

Aaron V. Cicourel Universidad de California-San Diego

Departamento de Sociología Marzo - abril 1982

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EL MÉTODO Y LA MEDIDA EN SOCIOLOGÍA

PRÓLOGO

En estas páginas he tratado de anotar algunas ideas y problemas que me han servido de orientación y dificultad en mis estudios, como profesor de un curso de introducción a la metodología y en mis investigaciones; sistematizando un material conocido, aunque en gran parte inédito, por los estudiantes de metodología y los investigadores que se ocupan de la medición del proceso social. El problema típico de la medida en sociología, por una parte, son teorías implícitas con vagas propiedades y operaciones relacionadas de manera desconocida con unos procedimientos de medida, cuyas propiedades cuantitativas explícitas, por otra parte, delimitan precisamente dichas operaciones.

Este libro tiene un tono programático, por no ofrecer “solución”, en el sentido de mostrar con exactitud cómo podemos elaborar mejores medidas. Mi contestación a los lectores que no gustan de declaraciones programáticas es que una solución práctica exige ciertas aclaraciones teóricas y metametodológicas, aclaraciones no completamente programáticas, que están vinculadas explícitamente a métodos concretos de investigación sociológica. He tratado de precisar qué problemas debe abordar la sociología, si los investigadores han de conseguir una interacción más importante entre la teoría, el método y los datos. En vez de buscar técnicas de medida “mejores” y más “rigurosas”, sería más fecundo eliminar muchas tentativas sociológicas de medida, buscando una explicación de las teorías y conceptos que aclarasen si la sociología presente ofrece o puede producir propiedades numéricas, y cuáles. La aclaración de la teoría sociológica en relación con las correspondientes propiedades, relaciones y operaciones aritméticas tiene que ir unida a la aclaración del lenguaje sociológico que utilizan los investigadores y al lenguaje y el sentido vulgar que emplean el actor del sociólogo y el “vulgo”. Las presentes categorías de los datos se ordenan o cuantifican independientemente de sus vínculos explícitos con la teoría, mientras que, al mismo tiempo, nuestros métodos se basan en los sentidos y procedimientos vulgares para conseguir conexiones a posteriori entre la teoría y los datos.

Comencé a interesarme por escribir este libro en la universidad de California - Los Angeles, estudiando con W. S. Robinson. Sus lecciones sobre metodología han sido fundamentales para las ideas que expongo en estos capítulos. Fueron de particular estímulo sus lecciones sobre la validez y la fidelidad, por la argumentación general de que el investigador sociológico tiene que basarse en los “conceptos populares” de su materia, en las clasificaciones del especialista o del cifrador y en sus propias interpretaciones personales de los hechos y datos para poder “dar sentido” a los resultados y lograr algún tipo de sistematización. Su observación conexa de que en sociología pocas veces podremos lograr un máximo de validez y fidelidad con las actuales técnicas de investigación estimularon mi interés por buscar vínculos más explícitos entre la teoría y la medida.

Dos años de colaboración con Harold Garfinkel me introdujeron en la obra de Alfred Schutz, haciéndome comprender mejor el papel de la teoría en el método y la medida sociológicos. Esta colaboración resultó estimable para comprender cómo las teorías sociológicas formales se relacionan ambiguamente con el lenguaje y el pensamiento vulgares del sujeto y del investigador. En estas páginas quedará de manifiesto cuánto debo a la obra de Schutz y a la exposición de Garfinkel. Pero empecé este libro después de mi asociación con Garfinkel y quizá me aparte bastante

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de sus propias ideas sobre los mismos temas o semejantes. No he recibido el favor de sus críticas, pero he tratado de acotar sus ideas, expuestas en obras publicadas e inéditas, dentro de los límites de no habérseme permitido citarlas directamente.

Me han sido útiles las discusiones con mis antiguos colegas de la universidad del Noroeste y quiero dar las gracias particularmente a Donald T. Campbell, Scott Greer, Mitchell Harwitz, Herbert Hochberg (actualmente en la Universidad de Indiana), John Kitsuse y Norton Long. En la Universidad de California-Riverside me han sido útiles las discusiones con Egon Bittner, Thomas Morrison, Stanley Stewart y Howard Tucker. Durante los veranos en la Universidad de California-Berkeley he aprendido mucho en conversación con John Gumperz, David Matza, Sheldon Messinger, William Petersen, June Rumery y Harvey Sacks.

Muchas personas han leído varios borradores de parte o todo el original, habiéndose incorporado sus valiosas sugerencias a la redacción final. Quiero reconocer particularmente la ayuda de Howard S. Becker, Gerald Berreman, John Gumperz, Mitchell Harwitz, David Harrah, Peter McHugh, William Petersen, Stanley Stewart, Arthur Stinchcombe, Howard Tucker y Robin M. Williams, Jr. La arrolladora, aunque siempre constructiva y estimable crítica de William Petersen ha sido de especial importancia para revisar los capítulos I y IX, habiendo estimulado, además, una revisión general del original. Han sido especialmente valiosas las sugerencias editoriales de la señora Aline Pick Kessler, antes de la “Free Press”, habiendo hecho muchas contribuciones importantes al estilo y a la claridad. La señora Donna Lippert ha ofrecido una asistencia mecanográfica oportuna y generosa. Quiero dar las gracias a la Fundación “Dora and Randolph Haynes” por su beca del verano de 1961, que me permitió redactar los primeros capítulos del original. Quiero dar las gracias también a diversos editores y autores por el permiso para citar sus obras.

A. V. C.

Buenos Aires, enero 1964.

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INTRODUCCIÓN

Al ocuparnos de los fundamentos de la investigación sociológica, debemos examinar y revisar continuamente sus primeros principios. Con este libro, espero confirmarla examinando críticamente los fundamentos del método y de la medida en sociología, particularmente, en el plano del proceso social. Comparto la idea de R. M. MacIver en Social Causation de que «la estructura social es, en su mayor parte, creada». El tipo social de nexo causal, «a diferencia del nexo físico..., no existe independientemente de los objetivos y motivos de los seres sociales», requiriendo una metodología que se ajuste a la peculiaridad de los hechos sociales.1 Me interesan, por tanto, los problemas del método y la medida que se plantean cuando los sociólogos estudian lo que Max Weber llama «conducta significativa» o «acción social».2 supongo, en primer lugar, que las decisiones metódicas en la investigación sociológica tienen siempre su correspondencia teórica y sustancial; en segundo lugar, que los supuestos teóricos del método y la medida en sociología no pueden considerarse independientemente del lenguaje que emplean los sociólogos en su pensamiento e investigación. Mi supuesto fundamental es que la aclaración del lenguaje sociológico es importante, porque la estructura y el uso lingüísticos afectan a la manera como las personas interpretan y describen el mundo. Como los sociólogos han creado sus propias terminologías teóricas y tratan frecuentemente con estos términos, a menudo diversos, por una parte, del lenguaje y la sustancia de las teorías de otros y, por otra parte, del lenguaje de las personas en la vida cotidiana, cuya conducta les interesa explicar y predecir, es muy probable que queden confundidos la sintaxis y el sentido de estos lenguajes.3 La investigación y la medida en sociología requieren algo así como una «teoría de la aplicación» y una teoría de los datos para poder distinguir, por una parte, entre la presencia y los procedimientos del observador y, por otra, el material que titula «datos». La confusión del lenguaje sociológico sobre teorías sociológicas y los hechos sociales y el lenguaje que utilizan los sujetos en estudio es un problema fundamental en la investigación sobre el terreno y en otros métodos de investigación, como el análisis de contenido y los experimentos de laboratorio. En este libro se presta mucha atención al papel del lenguaje, especialmente del lenguaje cotidiano y de las formas paralingüísticas de comunicación en la investigación sociológica.

Se atiende también a discutir los sistemas matemáticos y de medida que se emplean al presente en la investigación sociológica. No quiero decir que los hechos socio-culturales no puedan medirse con las fórmulas matemáticas existentes, sino que los hechos fundamentales de la acción social deben aclararse antes de imponer

1 R. M. MACIVER: Social Causation (Ginn), Boston, 1942, págs. 20-21. 2 Max WEBER: The Theory of Social and Economic Organization, trad. Por A. M. Henderson y Talcott Parsons (Oxford University Press), Nueva York, 1947, pág. 88. Véanse dos excelentes exposiciones de la obra de Weber y de su importancia para la teoría y el método en sociología: Peter Winch: The Idea of a Social Science (Routledge and Kegan Paul y Humanities Press), Londres y Nueva York, 1958, especialmente los capítulos II, IV y V; y John REX: Key Problems of Sociological Theory (Routledge and Kegan Paul), Londres, 1961, esp. caps, I, V, VI, IX y X. Hay en este libro una clara explicación sobre las diferencias entre los fundamentos sustanciales de la teoría y de la investigación sociológicas. Mi propia exposición de los capítulos siguientes basada en la teoría sociológica apenas tratará de los temas teóricos sustanciales que plantea Rex, sino que se ocupará sobre todo de la «teoría fundamental», en la que supongo se basarán todas las diversas teorías sustanciales que él explica. 3 El lenguaje cotidiano y la sintaxis y el sentido que se asocian a los vocabularios vulgares son fundamentales en la comunicación habitual de la vida cotidiana. El supuesto decisivo es que las personas que emplean este lenguaje, por definición, creen saber de qué habla cada uno. Se dan más precisiones en los capítulos 2 y 9.

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postulados de medida con los que puedan no estar en correspondencia. Y para discutirlos, me he servido a menudo de una ficción: unas condiciones de medida difícilmente asequibles en nuestro presente estado de conocimientos.

Por último, se determinan en esbozo los elementos de la acción social supuestos en muchas de las decisiones metódicas que toman los sociólogos durante su investigación.

BREVE RESUMEN

En el capítulo primero se aborda con cierto detalle el problema de la medida. Se exponen las dificultades para establecer clases de equivalencias en la teoría y la investigación sociológicas, prestándose atención a algunos problemas peculiares que implica la medición de los hechos socio-culturales. La tesis esencial del capítulo es que las medidas presentes no son válidas porque representan imponer procedimientos numéricos externos, tanto al mundo social observable, descrito empíricamente por los sociólogos, como a las conceptualizaciones basadas en dichas descripciones. Llevada al extremo, esta idea parecería señalar que, por no tener intrínsecamente propiedades numéricas los conceptos en que se basan las teorías sociológicas, no podemos saber qué propiedades numéricas buscar en los datos correlativos, cualesquiera sean.

Examinando los capítulos del II al VIII, se verá que no tomo esta postura extrema. Los capítulos sobre la observación participante, la entrevista, los cuestionarios cerrados, el método demográfico, el análisis de contenido, la investigación experimental y la lingüística no proponen que los sociólogos detengan toda investigación y medida hasta haberse aclarado las categorías fundamentales de la vida cotidiana y haberse ordenado axiomáticamente sus propiedades numéricas. Estos capítulos sobre los diversos métodos de investigación, en cambio, tratan de aclarar las clases de equivalencias sociológicas en el plano de la teoría fundamental y sustantiva, no de hallar «mejores» medidas. En este empeño, concuerdo con las actuales tentativas de reforzar los fundamentos metodológicos de la investigación sociológica. Las dos orientaciones que han aparecido obrarán así:

1. La teoría y la investigación actuales tratan de aclarar los fundamentos teóricos y de medida de la disciplina considerando a cada proyecto de investigación y exposición teórica como empresa sustantiva y, a la vez, como tentativa de explicar la teoría y la medida.4

2. se han creado minimodelos para terrenos particulares de interés (como la investigación de pequeños grupos) que puedan ser axiomatizados. Y con estos proyectos a pequeña escala tratamos de saber si un terreno delimitado puede recibir tratamiento numérico sin quedar totalmente falseado.5

Ninguno de estos programas puede eludir una determinación implícita del modelo de actor que se supone al formular y realizar la investigación. El segundo

4 Ver el interesante artículo de James F. SHORT, Jr.; Fred L. STRODTBECK y Desmond S. CARTWRIGHT: «A Strategy for Utilizing Research Dilemmas», Sociological Inquiry, 32 (Spring 1962), 185-202. 5 Puede verse una importante tentativa de tratar la conducta de pequeños grupos con modelos formales en: J. BERGER, B. P. COHEN, J. L. SNELL y M. ZELDITCH, Jr.: Types of Formalization in Small Group Research (Houghton Mifflin), Boston, 1962. Desgraciadamente, no se aborda adecuadamente en este libro la cuestión de si los modelos creados falsean las propiedades fundamentales o sustanciales en estudio.

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INTRODUCCIÓN

programa exige ocuparse explícitamente de qué constituye una medida precisa en sociología, en oposición a la medida arbitraria.6 Si los sociólogos adoptan el primer enfoque, la medida será vaga y difícilmente precisa, porque la mayor parte del esfuerzo se dedicará a aclarar el lenguaje y la expresión cotidianos, el lenguaje sociológico sobre la vida cotidiana y un metalenguaje sobre los conceptos que tratan del lenguaje sociológico sobre la vida cotidiana.

El capítulo IX expone algunos elementos de la acción social y mi idea de qué es lo que debe incluirse inicialmente en el modelo que del actor tiene el sociólogo, esto es, antes de determinar los problemas sustanciales en estudio. Este capítulo final —que algunos lectores pueden preferir leer primero, porque gran parte de su contenido está supuesto en todo el libro— quiere ser, pues, una explicación introductoria de los tipos de material teórico «fundamental» supuestos en las decisiones metodológicas.

LA MEDIDA, LA CIENCIA Y LA INVESTIGACIÓN SOCIOLÓGICA

Al insistir en que los sociólogos no prestan atención suficiente a estudiar las variables «subjetivas», especialmente las que contribuyen al carácter contingente de la vida cotidiana, espero subrayar la importancia de elaborar modelos de acción social que determinen los motivos típicos, los valores y los tipos de acción dentro del contexto de un medio de objetos con propiedades vulgares, como las creadas por Weber. Esta explicación ofrece un modelo del actor que no reduce la acción social a variables psicológicas y supone que las clases de equivalencias, al menos en el plano conceptual, pueden determinarse dejando pendiente el problema de la medida. Se supone que es posible establecer clases de equivalencias en el plano conceptual que se correspondan con correlatos de un medio observado.

He eludido la cuestión de si la sociología es una «ciencia» y su materia puede someterse definitivamente a cierta especie de cuantificación, suponiendo implícitamente que éstos son objetivos razonables. Mis motivos son los siguientes: como no tenemos ahora sistemas teóricos que puedan axiomatizarse significativamente de modo que originen propiedades numéricas en correspondencia, por ejemplo, con los números enteros o reales (y que, presumiblemente, sean isomorfas a ellas), difícilmente podremos medir con rigor los hechos sociales. Diré que el interés actual de la sociología por el título de «ciencia» y su insistencia en los «datos cuantitativos» oscurece la predicción y la explicación no triviales, por hacerse arbitraria la medida. Aunque el físico tiene también problemas enrevesados de medida, puede indicar experimentos repetibles que conducen a una verificación no trivial de importantes predicciones. Los conceptos teóricos de la sociología son todavía ambiguos y están disociados de su medida en situaciones de investigación. La medida actual en la investigación sociológica puede ser de valor para ofrecer un conocimiento intuitivo sobre la estructura de la teoría y los conjuntos adecuados de relaciones entre los elementos de la teoría, pero las medidas, y las teorías con las cuales se suponen relacionadas, siguen siendo ambiguas, por no relacionarse con lo que Nagel llama «reglas explícitas de correspondencia».7 En vez de emplear tanto tiempo y dinero en estudios que sólo consiguen una medida arbitraria, deberíamos emplear más tiempo en aclarar nuestras teorías y buscar correlatos en el mundo

6 Se llama medida precisa la correspondencia exacta entre los elementos sustantivos y las relaciones en estudio y los elementos y relaciones dispuestos en el sistema de medida. La medida arbitraria es una correspondencia discrecional o impuesta entre los elementos, las relaciones y las operaciones. 7 Ernest NAGEL. The Structure of Science (Harcourt, Brace), Nueva York, 1961, esp. cap. VI: «The Cognitive Status of Theories».

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observable. El enfoque que sugerimos no evitará la investigación empírica; evitará los datos que se estiman valiosos sólo porque podemos meterlos dentro de un conjunto de categorías que constituirán una «escala» u ofrecerán una prueba de significación.

Las discusiones sobre si la sociología es una «ciencia», o si sus teorías y datos pueden someterse a cuantificación, serán prematuras si no podemos convenir en qué es teoría y en si nuestras teorías pueden enunciarse de manera que originen propiedades numéricas con correlatos en el mundo observable.

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I. LA MEDIDA Y LAS MATEMÁTICAS

Las técnicas de investigación y las escalas de medida de cualquier ciencia pueden considerarse como problema de la sociología del conocimiento. En cualquier momento, el conocimiento depende del particular estado de los métodos empleados y el conocimiento futuro dependerá del desarrollo de los métodos actuales. Es importante preguntarnos si las pretensiones de conocimiento se basan en métodos que se corresponden con las teorías y los datos recogidos o si las técnicas de investigación y escalas de medida en que se basan estas pretensiones tienen poco más que una relación de metáfora o sinécdoque con dichos datos y teorías.1 Si nuestro interés empírico por el problema del orden social depende de tales métodos, y si estos métodos no se emplean con exactitud, resultará decisivo estudiar las técnicas de investigación y las escalas de medida para comprender qué se considerará «conocimiento» en una época determinada, Véanse las cuestiones siguientes:

1. Los métodos de investigación sociológica que tratan de medir las propiedades de la acción social, ¿qué supuestos teóricos implican?

2. Los supuestos teóricos, ¿originan propiedades de medida adecuadas a los datos que arrojan determinados procedimientos metódicos?

3. ¿Cuáles son las condiciones necesarias para establecer una medición precisa y rigurosa en el estudio del proceso social?

Son tres cuestiones que señalan el tema fundamental de este libro: la relación de la metodología y de la medida con la teoría. Toda exposición sobre las consecuencias teóricas de los procedimientos metódicos y de medida en sociología exige una digresión sobre los conceptos actuales de la medida, digresión necesaria, porque los sociólogos utilizan una forma mucho más general de medida que los naturalistas, y a menudo más atenuada. Por ello, el estudio de la medición en sociología exige cierta perspectiva técnica en que situar la práctica sociológica.

1 Los términos de metáfora y sinécdoque y el empleo que hacemos de ellos han sido sugeridos por Harold Garfinkel. Con empleo de sinécdoque quiere decirse la práctica de los sociólogos de admitir que las afirmaciones teóricas y empíricas representen un conjunto amplio, sin precisar cómo encaja la parte en el resto de la teoría o en el resto de los datos. En este contexto, significa que se utilizan frecuentemente teorías de la medida de manera que «representen» una demostración apropiada de la correspondencia entre los elementos de la teoría supuesta y los elementos empíricos originados por el sistema de medida, cuando en realidad no se ha cumplido tal correspondencia. Así ocurre especialmente cuando se analizan los datos sin precisar cómo contribuye la teoría a la interpretación que se sigue, concentrándose en el método del análisis y suponiendo que el resto, en cierto modo, va de suyo, sin que el investigador tenga que tomarse más molestias. En el caso del empleo metafórico, los sociólogos utilizan sistemas matemáticos como análogos a cierta doctrina teórica o se emplea una teoría de la medida que más bien tiene cierto «parecido» con los datos recogidos que una correspondencia demostrable entre sus elementos, relaciones y las operaciones que permiten. Lo importante en este caso es que los sociólogos, en su investigación, yuxtaponen a menudo las afirmaciones teóricas a las empíricas, esperando que el lector se encargue de demostrar una correspondencia sólo señalada por el investigador, quien no precisa con exactitud cuáles son los elementos, relaciones y operaciones relacionados.

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PERSPECTIVA TÉCNICA

Comencemos con unas cuantas observaciones sobre los sistemas axiomáticos.2 Conviene distinguir entre los cifrados (uninterpreted) y los descifrados (interpreted). Es cifrado un sistema axiomático formalizado, abstracto, que sólo comprenda términos lógicos, como «o», «y», «no», y símbolos seleccionados arbitrariamente, como $, %, ≠.3 Estos sistemas son útiles porque admiten deducciones y pruebas en operaciones claras, guardando de los errores que acompañan con frecuencia al empleo de términos descriptivos (descifrados, significativos).4 Los sistemas matemáticos, cuando son cifrados, se componen de meros símbolos, verdades lógicas o tautologías. Así, pues, el sistema axiomático formalizado no se refiere necesariamente al mundo real.

Un sistema axiomático descifrado comprende términos descriptivos, además de lógicos. La sustitución de los símbolos y verdades lógicas de un sistema axiomático cifrado, abstracto, por términos descriptivos y enunciados empíricos conduce a un sistema descifrado.5 Los axiomas o postulados de un sistema axiomático cifrado pueden convertirse en las leyes científicas de un sistema descifrado. Por tanto, los sistemas axiomáticos descifrados exigen que se demuestre una correspondencia entre los elementos, relaciones y operaciones de los sistemas matemático y sustantivo en cuestión. Las consecuencias exigen que se determinen las propiedades de medida de las teorías. Así, el ejemplo de Zetterberg de un sistema axiomático con propiedades ordinales significa que, en la teoría del suicidio de Durkheim, las propiedades sustantivas se limitan a las ordinales del sistema de medida.6 Dado que estas limitaciones pueden reducir mucho la escala de medida, plantean también la cuestión de si semejante escala es adecuada para medir los procesos sociales, como se proponía la teoría de Durkheim.

Teorías implícitas y explícitas. No todas las teorías son de carácter axiomático. Una teoría compuesta por un conjunto de leyes y definiciones que se relacionan deductivamente es un sistema axiomático.7 No todos los sistemas axiomáticos son teorías. Provisionalmente al menos, convendrá distinguir entre estas dos clases de teorías. El primer tipo, la teoría implícita, puede definirse en general como un conjunto de definiciones y de enunciados descriptivos de forma no axiomática y que, por tanto, no deben tomarse como un conjunto de leyes relacionadas. Lo cual no quiere decir que tales teorías no puedan comprender leyes o que no existan relaciones entre sus definiciones y enunciados descriptivos. De hecho, diversas teorías implícitas pueden tener «cierta» ambigüedad, cuyo grado sólo podrá precisar quienquiera las haya creado o utilizado. Llamamos ambigüedad a la falta de sistematización en la estructura conceptual, y según criterios externos. La «complejidad» de muchas teorías implícitas en sociología estriba en la utilización de diversas clases de tipologías, paradigmas y recursos semejantes. Las teorías sociológicas son principalmente implícitas, con algunos islotes de sistematización y medida. Teoría explícita es un sistema axiomático descifrado, como lo definimos

2 Véase Hebert HOCHBERG: «Axiomatic Systems, Formalization, and Scientific Theories»; y May BRODBECK: «Models, Meaning, and Theory», en L. Gross (ed.): Symposium on Sociological Theory (Row, Peterson), Evanston, 1959. 3 HOCHBERG, ídem, pág. 424. 4 HOCHBERG: op. cit., págs. 424-425. 5 HOCHBERG: op. cit., págs. 376-378. 6 Hans ZETTERBERG: On Theory and Verification in Sociology (Tressler Press), Nueva York, 1954. 7 HOCHBERG: op. cit., págs. 376-378.

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antes.8 En sociología, realmente, no existen teorías explícitas, aunque se ha intentado «simularlas».9

Resumiendo, observamos que los sistemas matemáticos son per se sistemas axiomáticos (abstractos, formalizados) cifrados que comprenden símbolos y signos cifrados y enunciados tautológicos, mientras que algunos sistemas teóricos comprenden sistemas axiomáticos empíricos o teorías explícitas. Cuando los axiomas de un sistema matemático tienen la misma estructura que las leyes de una teoría explícita: 1) pudiendo convertirse los axiomas del sistema matemático en leyes de la teoría explícita; 2) habiendo una correspondencia exacta entre los términos de los dos sistemas y sus enunciados; y 3) manteniéndose las conexiones lógicas entre los axiomas y las leyes, respectivamente, ambos sistemas son isomorfos. La cuestión pertinente es cómo suponen tales isomorfismos los sociólogos que construyen o emplean «modelos matemáticos» y «modelos de medida» con teorías implícitas y qué consecuencias se siguen para la teoría y el método. ¿Podemos derivar de teorías implícitas proposiciones reducibles a medición rigurosa? ¿Ha de haber teorías axiomáticas para que haya medida? No tengo respuestas claras, pero las tocaré seguidamente.

La medida. Mucho de lo que se ha escrito en psicología y sociología sobre la medida está sacado de la obra del físico Norman Campbell. Recientes libros de Torgerson y Churchman y Ratoosh10 dan excelente información de diversas exposiciones sobre la medida y sus fundamentos matemáticos. Gran parte del trabajo sobre la medida en sociología se ha hecho en los terrenos llamados corrientemente psicología social y demografía, habiéndose concentrado en la creación o empleo de sistemas matemáticos para describir la interacción de pequeños grupos, medir actitudes y analizar datos demográficos.

Campbell define la medida como la atribución de números (numbers) o, más en general, de cifras (numerals) para representar propiedades.11 Nagel la llama «la correlación de números con cosas que no son números».12 Stevens señala que, hablando en general, «es la atribución de cifras a objetos o hechos siguiendo unas reglas. Y el que puedan atribuirse cifras según normas diferentes ocasiona distintos tipos de escalas y distintos tipos de medidas».13 Para Coombs, «en las ciencias físicas, la medida significa habitualmente atribución de números a observaciones (hecho que se llama “programa”) y el análisis de los datos consiste en manejar dichos números u operar con ellos. Frecuentemente, ha intentado hacer lo mismo el sociólogo que toma la física por modelo. La tesis es... que el sociólogo que sigue tal procedimiento, a veces, violentará sus datos».14

Según Torgerson:

8 Las expresiones de teorías «explícitas» e «implícitas» han sido sugeridas por HOCHBERG en comunicación personal. 9 Ver Herbert SIMON: «A Formal Theory on Interaction in Social Groups», American Sociological Review, 17 (abril 1952), 202-211; y Joseph BERGER, Bernard P. COHEN, J. Laurie SNELL y Morris ZELDITCH, Jr.: Types of Formalization in Small-Group Research (Houghton Mifflin), Boston, 1962. 10 Warren TORGERSON: Theory and Method of Scaling (Wiley), Nueva York, 1958; C. West CHURCHMAN y P. RATOOSH: Measurement (Wiley), Nueva York, 1959. 11 Norman CAMPBELL: What is Science? (Dover), Nueva York, 1952, pág, 110. 12 Ernest NAGEL: «Measurement», Erkenntnis, 2 (1931), 313-333. 13 S. S. STEVENS: «Mathematics, Measurement, and Psychophysics», en S. S. STEVENS (ed.): Handbook of Experimental Psychology (Wiley), Nueva York, 1951, pág, 1. 14 Clyde COOMBS: «Theory and Methods of Social Measurement», en L. FESTINGER y D. KATZ (eds.): Research Methods in the Behavioral Sciences (Dryden), Nueva York, 1953, pág. 472.

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La medición atañe a las propiedades de los objetos, no a los mismos objetos. Así, en nuestro uso del término, no es mensurable un palo aunque sí podrían serlo su longitud, peso, diámetro y dureza...

Medir una propiedad implica, pues, atribuir números a sistemas para representarla. Y, para ello, ha de prevalecer un isomorfismo, es decir, una relación exacta, entre ciertas características del sistema numérico implicado y las relaciones entre diversas cantidades (ejemplos) de la propiedad por medir.

La esencia de este procedimiento es la atribución de números de tal manera que se refleje esta correspondencia exacta entre dichas características de los números y las correspondientes relaciones entre las cantidades.15

Las cifras pueden ser sencillamente un conjunto ordenado de elementos en correspondencia exacta con el sistema numérico. El número y la cifra no siempre son intercambiables, como se supone en las citas de Campbell y Stevens. Reese observa que «las cifras, por las que se entiende sencillamente un grupo de signos o símbolos convencionales en un trozo de papel, tienen un orden convencional».16 Muchos autores no aclaran esta distinción entre cifras y números al tratar de la medida. Sobre esto, Reese cita a Campbell:

Al hablar de la atribución de cifras, convendrá volver a subrayar que son cifras lo que se atribuye, no números. Como dice Campbell, «sería difícil evitar la impresión de que intervienen la idea de número y las reglas de la aritmética. Desde luego, están estrechamente relacionadas con la medida; pero si no reconocemos que no son esenciales, no entenderemos esta relación».17

Esta distinción es importante a fin de aclarar el sentido de atribuir cifras a objetos sin especificar qué sistema algebraico de operar con números es aplicable. Es posible crear un sistema matemático que utilice cifras para representar un sistema teórico sustantivo, pero no especifique si las operaciones matemáticas desarrolladas o implícitas en el sistema se refieren a algún sistema numérico particular. El sistema matemático puede realizarse sin especificar un sistema numérico, dejando sin aclarar la cuestión de los postulados de medida. Puede idearse un modelo matemático formal, un sistema descifrado, que no diga nada sobre cómo deben medirse los hechos observables que en él se producen. Muchas utilizaciones formales de los sistemas matemáticos tienen poco que ver con la ciencia social empírica. A menos que puedan hacerse deducciones útiles con consecuencias empíricas, esos inventos se quedan en ejercicios intelectuales de dudosa importancia.

Churchman ha expuesto el problema general de la medida:

La atribución cualitativa de objetos a clases y la atribución de números a objetos son dos recursos a disposición del medidor para producir información generalmente aplicable. Pero, ¿qué recurso es mejor? La sorprendente consecuencia de esta propuesta es que la medida es una actividad decisoria y, en cuanto tal, debe estimarse según criterios de decisión.

En este sentido, esto es, tomada la medición como actividad decisoria destinada a alcanzar un objetivo, no tenemos todavía una teoría de la medida. No sabemos por qué hacemos lo que hacemos. Ni siquiera sabemos por qué medimos, en absoluto. Es costoso lograr medidas. ¿Merece la pena este esfuerzo?18

Coombs ha planteado un problema más grave. Véanse las siguientes observaciones:

15 TORGERSON: op. cit., págs. 14-15. 16 T. W. REESE: «Application of the Theory of Physical Measurement to the Measurement of Psychological Magnitudes with Experimental Examples», Psychol. Monogr., 55:3 (1943) 8. 17 Idem, págs. 9-10. 18 C. West CHURCHMAN: «Why Measure?», en CHURCHMAN y RATOOSH, op. cit., página 84.

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LA MEDIDA Y LAS MATEMÁTICAS

El método de análisis define, pues, cuál es la información, pudiendo dotarla o no de ciertas propiedades. Un método «consistente» de análisis concede propiedades a los datos que permiten utilizar su información, por ejemplo, para idear una escala unidimensional. Como es obvio una vez más, no puede inferirse que tal escala sea una característica de la conducta en cuestión si es consecuencia necesaria del método de análisis.

Por eso, resulta conveniente estudiar métodos de recoger datos sobre la cantidad y tipo de información que comprende cada método sobre la conducta en cuestión, a diferencia de la impuesta. De modo semejante, antes de sacar información de los datos, es preciso estudiar las características o propiedades que imponen a dicha información los diversos métodos de analizarlos.19

Estos párrafos de Coombs, junto con el siguiente de Torgerson, sobre la medida en ciencias sociales, ofrece una paradoja. Hablando de los diferentes tipos de medida, Torgerson observa:

Otra manera como estas características podrían adquirir sentido hasta cierto punto es, simplemente, por definición discrecional. La podríamos llamar medida arbitraria (by fiat). Ordinariamente, estriba en suponer relaciones entre las observaciones y el concepto de interés. Entran en esta categoría los índices e indicadores utilizados tan a menudo en las ciencias sociales y conductistas. Es probable que se dé esta suerte de medida cuandoquiera nos encontremos con un concepto precientífico o vulgar (common-sense) que parezca importante por motivos apriorísticos, pero que no sepamos cómo medir directamente. Por consiguiente, mediremos otra variable cualquiera o un promedio ponderado de otras variables que supongamos relacionadas, Como ejemplos, podríamos citar la medida de la posición socio-económica; o de la emoción, utilizando la respuesta dérmica sicogalvánica; o de la capacidad de aprendizaje, mediante el número de pruebas y errores que cuesta al sujeto adquirir un criterio particular de aprendizaje.20

Esta explicación de Torgerson sanciona la misma práctica contra la que nos advierte Coombs. Sin embargo, en la obra de éste se halla implícito el supuesto de que son apropiadas ciertas formas de métodos de escalas. Este supuesto implica alguna definición de la medida antes citada. Coombs supone implícitamente que los hechos sociológicos son reducibles a medida por los axiomas aritméticos o alguna derivación suya. Dicho supuesto puede enunciarse así: que los hechos de interés para el sociólogo tienen matemáticamente las mismas propiedades que las físicas y, en consecuencia, que los hechos sociales son reducibles a los mismos tipos de teorías de medida, con tal de que pueda encontrarse la «justa» combinación o derivación de los axiomas aritméticos, además de datos «adecuados» que se ajusten al modelo utilizado. Coombs ha desmenuzado mucho este problema:

Casi todo el mundo estará dispuesto a decir que cualquier conjunto determinado de datos contiene algún error, pero precisamente qué es lo que hay que calificar de error depende en gran parte del nivel de medida que se crea admiten los datos.

El sociólogo se enfrenta con su problema al escoger entre poner sus datos en un orden sencillo o preguntarse si sus datos responden a un orden sencillo. Seleccionando un sistema bastante consistente, el sociólogo podrá lograr construir siempre una escala unidimensional de medida, corrientemente, una escala de intervalo, obligando, pues, a que parte de los datos se califique de error. Al no pretender un sistema consistente, el sociólogo permitirá que los datos determinen si es adecuada una sencilla solución unidimensional. Es obvio que, en consecuencia, la unidimensionalidad, obtenida por un método de análisis que la garantiza, no puede mostrarse como característica de la conducta en cuestión. Lo cual no es sino un caso especial del principio más general, de no poder sostenerse ninguna propiedad de los datos, a menos que el método de recogerlos y analizarlos admita que se presenten propiedades alternativas. El problema del sociólogo, dicho toscamente, es si sabe lo que quiere o si quiere saber.21

19 COOMBS: op. cit., págs. 471-472. 20 TORGERSON: op. cit., págs. 21-22, subrayado en el original. 21 COOMBS: op. cit., págs. 486-487.

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Estos comentarios de Torgerson y Coombs señalan el dilema del sociólogo: 1) si sus conceptos teóricos no son tan precisos que le digan qué sistemas de medida son adecuados para sus datos, podrá engañarse con métodos que impongan relaciones incoherentes a interpretaciones equivocadas sobre sus datos y su teoría; y 2) si las mismas medidas empleadas son inadecuadas por como han sido hechas, produciéndose una medición más arbitraria que precisa (literal).

Son muchos los ejemplos de tal medición. Casi todas las escalas, como denotan los comentarios de Torgerson, están expuestas a la medida arbitraria, por ejemplo, la medida de las actitudes en los estudios electorales, de medios de difusión y de prejuicios, entre otros.

LA MEDIDA EN SOCIOLOGÍA

¿Cuáles son los fundamentos apropiados para la medida en sociología? Las obras antes citadas indican que, en el estado presente de nuestros conocimientos, no puede lograrse en sociología una medición rigurosa (en el sentido literal que predomina con el empleo de sistemas teóricos explícitos) para las propiedades del proceso social. Medir con exactitud el proceso social exige primeramente que se estudie el problema del sentido en la vida cotidiana. La indagación sociológica comienza refiriéndose al mundo del sentido común de la vida cotidiana. Los sentidos que se comunican con el empleo de las ordinarias categorías lingüísticas cotidianas y las comunes experiencias culturales no lingüísticas informan todo acto social, interfiriendo (de manera que puede señalarse conceptualmente y observarse empíricamente) la correspondencia necesaria para una medición exacta. La medición precisa de los actos sociales (lo cual quiere decir que las estructuras conceptuales arrojen propiedades numéricas que se correspondan con las medidas existentes o que puedan crearse) exige el empleo de sentidos lingüísticos y no lingüísticos que no pueden darse por supuestos, sino que deben considerarse como objetos de estudio. Con otras palabras, medir supone una red limitada de sentidos compartidos, es decir, una teoría de la cultura. Sólo el físico define su terreno de observación, pero en la ciencia social el tema del razonamiento comienza habitualmente por los sentidos culturales preseleccionados y predescifrados del sujeto. Como el observador y el sujeto comparten los sentidos culturales entretejidos en el sistema lingüístico que ambos emplean para comunicarse, los sentidos cotidianos compartidos y el particular lenguaje que emplea el sociólogo constituyen un elemento fundamental para la medida de los actos sociales. Las «reglas» que se siguen para atribuir significación a los objetos y hechos y sus propiedades deben ser las mismas, es decir, los sistemas lingüísticos deben hallarse en cierto tipo de correspondencia. Pero en el razonamiento sociológico, las «reglas» raras veces son explícitas, aunque existe interés por una definición exacta y criterios operativos. Las «reglas» que ordenan el uso del lenguaje y los sentidos que transmiten los gestos y expresiones lingüísticos y no lingüísticos no están claras y siguen siendo un problema casi inabordado por la investigación empírica. Y si las «reglas» que ordenan el uso del lenguaje para describir objetos y hechos en la vida cotidiana y en el razonamiento sociológico no están claras, tampoco reflejará claridad la atribución de cifras o números a las propiedades de objetos y hechos conforme a cierto conjunto de reglas relativamente coherente.

En los escritos de Paul Lazarsfeld podemos ver un reconocimiento implícito de la falta de medida precisa en sociología, cuando observa que es un problema importante identificar las propiedades pertinentes, y se manifiesta en el lenguaje

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que usamos para denotar propiedades per se.22 Las propiedades de los objetos y de los hechos sociales se llaman a veces «aspectos» o «atributos», en vez de «variables». Lazarsfeld señala la laxitud de la medida en sociología, al decir que la «atribución de propiedades se llama indistintamente descripción, clasificación y medida».23 Y prosigue estableciendo cuatro operaciones para crear «variables» en la medida de objetos sociales complejos: «una imagen inicial del concepto, fijar las dimensiones, seleccionar los indicadores observables y combinar los indicadores en índices».24

La noción de «imagen» se refiere a la creación de una idea o de un cuadro vago por el investigador sobre cierto conjunto de regularidades que trata de explicar o comprender. O puede ser la percepción de varios tipos de fenómenos, y el analista cree que tienen características fundamentales comunes. Después, las tentativas de definir o delimitar el concepto pasan de la imagen a la fijación de sus «elementos», «aspectos» o «dimensiones», o de algo semejante. Según Lazarsfeld, «se muestra que el concepto está compuesto por una combinación compleja de fenómenos, más que por uno sencillo y directamente observable».25 Y considera que, para convertir el concepto en algún tipo de operación o medida, es esencial descomponerlo en un número «razonable» de dimensiones.

Después de decidir qué dimensiones tomará el concepto, el investigador tendrá que hallar indicadores apropiados. Lazarsfeld no nos da reglas para seleccionar indicadores. La falta de reglas claras refleja el inadecuado estado de la teoría sociológica. Y la reducción necesaria para convertir los enunciados teóricos abstractos en conceptos con dimensiones determinables quizá sea la misión más difícil con que se enfrentan los sociólogos orientados a la investigación. Para ilustrar esta dificultad, Lazarsfeld muestra conceptos que se suponen obvios para el lector y poco necesitados de clarificación conceptual en cuanto a un cuerpo más general de teoría (por ejemplo, en teoría de la gestión, la eficacia del equipo de producción) y demuestra los muchos sentidos que pueden tener. Lo esencial que aprendemos de la exposición por Lazarsfeld de los indicadores y de su selección es que al «descomponer» el concepto en una variedad de «sentidos», el investigador queda obligado a aclarar sus ideas teóricas.

Tratando de la creación de índices, Lazarsfeld ha de suponer una vez más que nuestro conocimiento de los conceptos teóricos que queremos medir es lo bastante preciso para capacitarnos a hablar con fundamento sobre la relación de probabilidad de cada indicador con «lo que realmente queremos saber». Y para terminar sus explicaciones sobre la importancia de la teoría para la combinación de indicadores, nos dice: «Por expresarlo de otra manera, necesitamos gran cantidad de pruebas si queremos saber lo que un hombre puede hacer realmente o qué postura toma» sobre un asunto.26 La exposición pasa después a cómo podemos reunir muchos indicadores en un índice y cómo se relacionan aquellos entre sí. Esta explicación está más orientada al mecanismo de combinar los indicadores que a la importancia de la teoría para determinar su combinación e interrelaciones. Lazarsfeld se interesa por derivar ideas matemáticas de las interrelaciones de los

22 Paul F. LAZARSFELD: «Evidence and Inference in Social Research», en D. LERNER (ed.): Evidence and Inference (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1959, pág. 108. 23 Ibíd. 24 Idem, pág, 109. 25 Ibíd. 26 Paul F. LAZARSFELD: op. cit., pág, 112.

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indicadores para poder hablar de la «capacidad de un indicador, en comparación con otro, de contribuir a la medida especifica que queramos hacer».27

Siguiendo con la permutabilidad de los índices, Lazarsfeld descubre un básico recurso de procedimiento que habrá de tratar a lo largo de todo el libro: cómo las respuestas a los puntos del cuestionario, más bien que la teoría explícita, son las que nos dan la base para decidir la importancia de los indicadores. No podemos desconocer que la mayor parte de la obra y de las ideas de Lazarsfeld sobre la medida en sociología procede de su interés y de su trabajo en metodología de las encuestas —en particular, porque tales métodos toman como evidentes el lenguaje y el sentido— si queremos entender cómo los problemas de medida en sociología se han unido y confundido con los procedimientos tradicionales de las ciencias naturales.

Los procedimientos generales que sugiere Lazarsfeld se adaptan particularmente bien a las condiciones de la investigación sobre el terreno, cuando el estudioso no puede determinar con claridad y precisión qué variables son apropiadas para convertir sus conceptos en una serie de actividades operativas que arrojan datos en apoyo o rechazo de sus conjeturas. Al pasar de la imagen inicial por la creación de índices, se hacen inferencias y deducciones implícitas y explícitas basadas en parte en los tipos generales de datos a los que se ve dirigido el investigador por dicha imagen y, más importante, en cómo se manejan los datos con las diversas clasificaciones y tabulaciones cruzadas, que llevan después a continuas inferencias sobre la infraestructura de la imagen inicial. Estas últimas inferencias ofrecen al investigador sobre el terreno una forma de imagen más amplia o estructura teórica, así como el sentido de sus datos, es decir, su pertinencia a la imagen teórica utilizada. Como observa Lazarsfeld, «en la investigación sociológica, las clasificaciones se utilizan principalmente para establecer relaciones entre cierto número de variables. Por ello, la cuestión crucial es si estas relaciones, la conclusión empírica que buscamos, quedan muy afectadas cambiando un índice razonable por otro».28 Lo que no está claro es si la imagen teórica dicta las relaciones iniciales y el imponer cierta forma de medida concreta las variables en cuestión o si la clasificación de las respuestas por ciertas reglas discrecionales de cifrado (coding) o lagunas «naturales» de los resultados produce el sentido cuantitativo de la «variable» e informa también la imagen inicial. Suponemos que nuestras «variables» deben determinarse mediante conversiones teóricas de nuestros conceptos, de modo que su ámbito de pertinencia, el orden de los valores y las propiedades numéricas que deben asumir sean derivables de la teoría. Excepto en los casos en que los datos son producidos (y en ocasiones adoptan propiedades numéricas naturales) por instancias sociales para sus propios fines contables, casi toda la investigación sociológica que exige contacto con sujetos implica siempre teorías implícitas que están muy lejos de una verificación a priori de hipótesis. Nuestras clasificaciones de los datos, a menudo arbitrarias, llegan a ser la base para establecer cierta forma de cuantificación. Como la clasificación es a posteriori, la validez de nuestra medida es relativa a la clasificación arbitraria, haciendo improbable en ese momento la repetición y el conocimiento riguroso. Así, pues, los problemas más graves de la medida surgen cuando nos ocupamos de las «variables» cualitativas.

27 Idem, pág, 113. 28 Paul LAZARSFELD: op. cit., pág, 115.

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Las referencias a éstas suponen que «hay una línea directa de continuidad lógica desde la clasificación cualitativa hasta las formas más rigurosas de medida, pasando por los recursos intermedios de las proporciones sistemáticas, escalas ordinales, clasificaciones multidimensionales, tipologías y simples índices cuantitativos».29 Lo cual supone a su vez, en primer lugar, que las arbitrarias y diversas clasificaciones empleadas por el sociólogo son aproximaciones operativas a conceptos engañosos, cuyas propiedades no pueden descubrirse fácilmente por inspección directa, en nuestro actual estado de desarrollo; en segundo lugar, que los materiales titulados «datos», y a los que se atribuye una medida dicotómica o más refinada, se corresponden con los conceptos en estudio. Además, la investigación sociológica que trata de ordenar los materiales mediante investigación sobre el terreno debe suponer que la medida arbitraria producida por las reglas metódicas que se siguen actualmente son clasificaciones singulares para cada proyecto de investigación y que su justificación ha de encontrarse, en último término, en los conceptos teóricos utilizados para explicar los datos. Finalmente, está el supuesto, o creencia implícita, de que tales conceptos tienen la misma estructura que los de las ciencias naturales y pueden arrojar propiedades numéricas en tan ajustada correspondencia con los sistemas de medida.

Si encaramos la opción de utilizar medidas según el modelo de las ciencias naturales o de simple descripción, debemos estar informados en ambos casos sobre la sucesión de los pasos que nos llevarán a unos procedimientos «aceptables». En cuidadosa retrospectiva de los supuestos implicados en los procedimientos de clasificación e impuestos a nuestros conceptos, podremos apreciar mejor hasta qué punto se interfieren o se complementan nuestros esfuerzos por lograr una medida, una elaboración teórica y unos datos sustantivos generales e invariables. El no poder demostrar una correspondencia precisa o justificada entre las medidas existentes y nuestros conceptos teóricos y sustantivos, sino tener que establecer esta relación arbitrariamente, quiere decir que no podemos tomar por supuestos los procedimientos de investigación ni, por tanto, las conclusiones basadas en ellos.

Suponiendo que los hechos y conceptos fundamentales de la sociología sí se corresponden con los sistemas matemáticos y de medida existentes, Lazarsfeld y Barton pasan al básico problema de clasificar cierto conjunto de experiencias u objetos identificables dentro de cierta categoría. Por ejemplo:

¿Cómo nos ponemos a formar tales categorías, en primer lugar? ¿Por qué escoger ciertos elementos de la situación, y no otros? ¿Por qué combinarlos precisamente en estas categorías?

Se puede argüir acertadamente que no podemos redactar un conjunto de instrucciones manuales para categorizar los fenómenos sociales: tales instrucciones no serían más que un programa general para desarrollar la teoría social. No podemos escribir un manual sobre «cómo formar fecundos conceptos teóricos» de la misma manera que escribimos manuales sobre cómo seleccionar muestras o redactar cuestionarios.30

Así, pues, idealmente, la categorización de los fenómenos sociales exige el desarrollo de la teoría social general, pero, como dan a entender Lazarsfeld y Barton, eso no puede hacerse hoy en sociología. Estos autores señalan un conjunto de procedimientos más prácticos, que comienza con las cuestiones siguientes, bien delimitadas, que atienden a la descripción de lo que ocurre en situaciones determinadas, por ejemplo: « ¿Qué es lo que hacen los jóvenes cuando están

29 Paul LAZARSFELD y Allen H. BARTOK: «Qualitative Measurement in the Social Sciences», en D. LERNER y H. D. LASSWELL (eds.): The Policy Sciences: Recent Developments in Scope and Method (Stanford University Press), Stanford, 1951, pág, 155. 30 Paul LAZARSFELD y Allen H. BARTON: op. cit., pág. 156.

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pensando en elegir carrera? ¿Qué tipo de reacciones tienen los jóvenes ante el paro? ¿Cuáles son los cauces de información sobre los asuntos públicos en un municipio estadounidense?»31 La solución práctica requiere, pues, que el investigador se haga preguntas generales sobre determinados temas esenciales, preguntas que puedan convertirse operativamente en una forma de pensar, tanto vulgar como de pertinencia teórica. La falta de una teoría social desarrollada obliga a todos los investigadores en sociología a emplear conceptos vulgares que reflejan los conocimientos comunes a los sociólogos y a los miembros «medios» de la comunidad o sociedad. Suponiendo desde el principio que el sociólogo y sus sujetos constituyen una cultura común que cada uno entiende más o menos de la misma manera, los sentidos «obvios» de las preguntas operativizadas del cuestionario en que se basan los indicadores incorporarán propiedades sólo vagamente definidas en la teoría social, pero cuya importancia para el proyecto de investigación se da por supuesta.

Así, en la exposición de Lazarsfeld y Barton sobre la medida cualitativa hay implícita una teoría del orden social y una cultura común al sociólogo y al sujeto. Por ejemplo, consideran necesarios cuatro requisitos para «un buen sistema de clasificar las respuestas libres». Dichos autores dan a entender que estos requisitos —«articulación», «corrección lógica», «adaptación a la estructura de la situación» y «adaptación al marco de referencias del entrevistado»— implican fáciles normas de procedimiento que son evidentes.32 Las muchas decisiones que hay que tomar suponen una correspondencia implícita entre:

1) Los indicadores por los que el hombre sencillo identifica objetos significativos y los que utiliza el sociólogo para identificar objetos y hechos significativos.

2) El punto de vista del actor: las categorías lingüísticas y de sentido que utiliza para describir y clasificar observaciones y experiencias; y el punto de vista del observador: las categorías lingüísticas y de sentido que utiliza para describir y clasificar observaciones, respuestas y documentos sobre el escenario social. 3) Las reglas normativas que dirigen la percepción y la interpretación que de su medio tiene el actor y las normas metódicas y teóricas que dirigen la percepción y la interpretación del observador sobre el mismo medio de objetos.

Los procedimientos prácticos descritos por Lazarsfeld y Barton se basan en unas diferencias culturales y subculturales que ellos suponen fácilmente determinables y manejables. La cita siguiente revela la necesidad de confiar en una definición vulgar del mundo, que comparte el observador con el actor:

Supongamos que queremos clasificar las razones por las que compran las mujeres cierta clase de cosméticos. Las mujeres harán muchísimos comentarios sobre sus razones, que serán difíciles de agrupar tomándolas por lo que parecen. Pero imaginemos a una mujer comprando y utilizando cosméticos: toma consejo de las personas que conoce de la publicidad y de los artículos de los medios de difusión; además, tiene sus propias experiencias; tiene sus motivos y sus necesidades: utiliza cosméticos con el fin de adquirir diversos valores de apariencia que impresionen a otros —y podríamos averiguar a quién— y, quizá, para impresionarse a sí misma. Los cosméticos tienen diversas cualidades técnicas que se relacionan con estos resultados apetecidos. Quizá se preocupe también por los posibles malos efectos sobre la salud o el aspecto. Además, hay dificultades para aplicar los cosméticos. Y por último, está el gasto. Todos los comentarios de las mujeres podrían relacionarse con el esquema siguiente: «cauces de información», «valores de apariencia deseados», «aceptación prevista», «malas consecuencias», «cualidades técnicas», «dificultades de aplicación» y «coste». La razón por la que encajarán los comentarios es que el esquema de clasificación casa con la realidad de lo que

31 Paul LAZARSFELD y Allen H. BARTON: op. cit., pág. 156. 32 Idem, págs. 156-157.

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sucede al comprar y utilizar cosméticos. De eso que sucede es de lo que ha derivado sus comentarios la misma entrevistada. La clasificación, por decirlo así, vuelve a poner los comentarios en su sitio.33

Los autores resuelven fácilmente los problemas de clasificación descritos utilizando los sentidos vulgares (common-sense meanings) que intentan clasificar. El investigador se basa en su conocimiento vulgar de cómo responderán las personas, suponiendo que sus respuestas reales se corresponderán con las expectativas basadas en él. Esta correspondencia supuesta le proporciona un modelo implícito del actor. El observador comienza con procedimientos vulgares tácitos para definir el problema y se basa después en medidas operativas de categorías vulgares formalizadas para obtener sus indicadores (consulta a los sujetos y clasificación de sus «respuestas» y «comentarios») con el fin de tratar las respuestas «obvias» del sujeto, es decir, aparentemente evidentes y fáciles de entender, como reflejo exacto de su percepción e interpretación de su medio. Después, sigue suponiendo que cada sujeto responde al mismo medio y a los mismos estímulos y, en este supuesto, comienza a combinar y ordenar los indicadores en cuadros y medidas sumarias.

La particular intuición y sensibilidad del investigador al mundo a su alrededor le procura las claves fundamentales para el éxito al redactar sus preguntas y los posibles tipos de respuestas. Las «reglas» que dirigen esa intuición y sensibilidad no son tema dudoso para el investigador y no están comprendidas en claros trazados de procedimientos metódicos, como los cuatro que ofrecen Lazarsfeld y Barton para establecer un «buen» sistema de clasificación. Nuestra carencia de perfección metódica significa que los procedimientos de decisión para categorizar los fenómenos sociales se encierran en supuestos vulgares implícitos sobre el actor, las personas concretas y las propias ideas del observador sobre la vida cotidiana. Estos procedimientos parecen intuitivamente «justos» o «razonables», por basarse en la vida cotidiana. Frecuentemente, el investigador comienza su clasificación sólo con dicotomías generales, en las que espera «encajen» sus datos y, si éstos parecen justificar sus categorías, sigue construyendo sobre ellas. Finalmente, puede emplear procedimientos de clasificación que se ajusten al paso citado por Lazarsfeld y Barton (de las escalas de relación y de orden a las medidas de intervalo o de razón). Aunque hay ciertas «reglas» para trazar cada nivel de clasificación, nuestro presente conocimiento raras veces nos permite enlazar la categoría y la cosa según derivaciones teórica y sustantivamente justificadas; en su lugar, el emparejamiento de categoría y observación se basa a menudo en lo que se considera «reglas obvias» que cualquier cifrador (coder) u observador «inteligente» puede cifrar (encode) y descifrar (decode) con «facilidad». Cada nivel de clasificación llega a ser una medida más perfecta para transformar los sentidos vulgares y las nociones teóricas implícitas en «prueba» aceptable. La aplicación sucesiva de las operaciones clasificatorias arroja «datos» que toman la forma de escalas de medida convencionales.

El estado presente del método sociológico hace difícil adherirse a las anteriores observaciones de Coombs sobre la ordenación de los datos en sistemas de medida sencillos o consistentes, porque la correspondencia entre la escala de medida y los objetos o hechos observados e interpretados se impone sin poder preguntarnos —ni, mucho menos, determinar— si es apropiada. Una vez impuesta, la textura de medida «convierte» o «transforma» las respuestas vulgares en «datos». La lógica de las operaciones de medida asegura la transformación necesaria para producir el resultado deseado. Las preguntas cerradas que se hacen a los entrevistados se 33 Paul LAZARSFELD y Allen H. BARTON: op. cit., pág, 160.

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proyectan para descubrir sentidos vulgares por medio del sujeto y, además, para procurarse una base automática que produzca respuestas ajustadas a categorías bivalentes o polivalentes. La forma de la pregunta es parte integrante de los procedimientos de clasificación que se siguen. Tenemos, por tanto, una formalización de las preguntas y respuestas mediante procedimientos de cifrado «obvios» o «razonables» y, así, nos las arreglamos, a través de progresivas operaciones clasificatorias, para tener un pie en el mundo vulgar de la vida cotidiana y, el otro, en procedimientos de medida cuasi-aceptables (en sentido práctico). Las realidades de la medida en sociología tienen dificultades prácticas al presente y esperanzas en el futuro. Esta cita de Lazarsfeld y Barton ilustra las dificultades:

Sería posible sistematizar el procedimiento para clasificar según conceptos sociológicos, de manera que: 1) pueda adiestrarse a los investigadores, en período razonablemente breve, a realizar una clasificación con un alto grado de acuerdo; 2) los procedimientos de investigación puedan comunicarse a otros; y 3) las investigaciones puedan repetirse y ampliarse. En una situación determinada, el estudioso que utilice procedimientos sistemáticos puede ser incapaz de competir con el artista sobre el terreno con buenas dotes innatas y gran experiencia; a la larga, sin embargo, la acumulación y perfeccionamiento de los conocimientos de estudio deben llevarnos más lejos que el arte y la intuición.34

Lazarsfeld y Barton reconocen la dificultad de comunicar los indicadores en que se basan las decisiones del clasificador, con palabras de los autores, quizá estemos operando ahora con el «artista de dotes innatas y gran experiencia» y es de esperar que avancemos hacia el sociólogo «objetivo», que idealmente «reducirá un concepto complejo a indicadores tan claros e inequívocos que el procedimiento de clasificación se hará casi mecánico; con las mismas instrucciones, cualquier observador podrá repetir las observaciones y juicios de cualquier otro».35 Para más ilustración, los autores hacen una analogía con la estimación de los caballos de tiro:

El lector que no esté familiarizado con la valoración de los caballos de tiro sabrá que difícilmente puede hacerse con instrucciones que cualquiera pueda seguir para llegar a la misma estimación; sus reglas sólo funcionan cuando hay un cuerpo común de conocimientos en cuanto a lo que significan los diversos términos y lo que son características buenas y malas. No obstante, la adopción de esta segmentación lleva a un acuerdo sobre uno o dos puntos entre evaluadores expertos que utilicen la escala completa de cien puntos.36

Hay que basarse en un «cuerpo común de conocimientos» para sistematizar la correspondencia entre los indicadores de fundamento empírico y las categorías derivadas teóricamente. Las pruebas del cuestionario (pretests) ofrecen pistas al investigador en la fijación de categorías para clasificar las preguntas cerradas y las respuestas que se suponen basadas en sentidos «obvios» compartidos. Los autores observan que el detallar más los indicadores de un terreno determinado puede producir más exactitud y menos apoyo en «un cuerpo común de saber tácito». Pero añaden: «No obstante, si pocas veces hay grave desacuerdo sobre un indicador, podemos dejarlo sin más definición. En cierto momento, tenemos que dejar de definir nuestros términos, para contar con el común entendimiento del lenguaje».37 La medida en sociología —o, más apropiadamente, la observación, la clasificación y la titulación— se funda en el «cuerpo común de conocimientos» y en el «común entendimiento del lenguaje» de la vida cotidiana. Por tanto, los sociólogos deben actuar «desde dentro» de la sociedad, empleando su lenguaje nativo (sintaxis y vocabulario) y sus muchos sentidos culturales indefinidos. Adquirir el punto de 34 Paul LAZARSFELD y Allen H. BARTON: op. cit., pág. 166. 35 Ibíd. 36 Paul LAZARSFELD y Allen H. BARTON: op. cit., pág. 166. 37 Ibíd.

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vista «de dentro» significa aprender o asumir la cultura común nativa. Pero entre los sociólogos se da una fuerte tendencia a tomar por supuestos el lenguaje y la cultura comunes, en particular, cuando estudian su propia sociedad. Las dificultades que esto ocasiona se oscurecen, pero no se eliminan, cuando se impone arbitrariamente un sistema de medida a los «datos», a los que se incorporan los usos lingüísticos, las normas gramaticales implícitas y explícitas y los sentidos culturales, cuya correspondencia con las propiedades de medida es desconocida. Como casi toda la medida sociológica, particularmente en el estudio de la acción social, es arbitraria, no podemos permitirnos desconocer los tres medios —el lenguaje, los sentidos culturales y las propiedades de los sistemas de medida— por los que formulamos categorías derivadas teóricamente o categorías ad hoc y las enlazamos con las propiedades observables de objetos y hechos. Así, pues, todo serio interés por la medición sociológica exige estudiar los elementos independientes y relacionados del lenguaje, los sentidos culturales y los postulados de medida.

Cada uno de estos tres medios obra como una «rejilla» para definir ciertas formas de «datos» y permitir que la atraviesen hacia el observador.38 Cada «rejilla» se convierte en un «filtro» de lo que llegamos a percibir e interpretar como referente, su significación y su categoría lógica como dato. Cada «rejilla» o medio conforma o influye nuestra percepción e interpretación de nuestras experiencias científicas y vulgares.39 Comenzamos con la noción de medida como «rejilla» o «filtro». El problema de establecer clases de equivalencias, necesarias para la medida, no puede entenderse como independiente de los problemas del lenguaje y de los sentidos culturales. La equivalencia lógica, como condición crítica de la medida, tiene sus propias formas lingüísticas, pero está relacionada también con el lenguaje y los sentidos de la vida cotidiana y, por consiguiente, de la investigación sociológica. Si hemos de entender por qué la teoría implícita y el método se transforman en la calidad de medida formal, tenemos que estudiar la relación entre el lenguaje común y el de la equivalencia lógica.

EL LENGUAJE DE LA MEDIDA

Las medidas actuales tienen sus fundamentos en la lógica formal, la teoría de conjuntos y sus derivaciones. En las referencias antes citadas puede verse una idea de los axiomas y de las definiciones utilizadas para establecer escalas de medida. Ahora aludiré sólo a unas cuantas propiedades elementales de los sistemas de medida para ilustrar cómo nuestra descripción y estudio de los hechos sociales están influidos por el lenguaje de la medida.

El paso de los valores veritativos a los números reales (de las escalas nominales a las escalas de razón) constituye la base de la medida, tal como se la conoce tradicionalmente. Utilizando una operación binaria se muestra cómo podemos hacer conexiones de manera que, además de p o q, tomadas independientemente, puede constituirse también la reunión de p-y-q, junto con otros conectivos diversos. Puede mostrarse que nociones como espacio-propiedad o

38 La noción del lenguaje como «rejilla» está sacada de la obra de Kenneth L. PIKE. Ver sus libros The Intonation of American English (University of Michigan Press), Ann Arbor, 1945; y Language in Relation to a Unified Theory of the Structure of Human Behavior (Summer Institute of Linguistics), Glendale, 1955. 39 El lector reconocerá que mi empleo de la noción de «rejilla» es otra forma de enunciar la hipótesis Sapir-Whorf. Se verán más comentarios y consecuencias al final del capítulo y a través de todo el libro.

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espacio-atributo son simples enunciados o proposiciones compuestas, formadas de proposiciones elementales y conectivos binarios o de orden superior. Así, dos atributos X e Y pueden relacionarse con la existencia o carencia de ciertas propiedades o dicotomías, como altos o bajos ingresos o mucha o poca religiosidad. Esta dicotomía, desde luego, puede generalizarse, como se indicó antes, en un tipo de clasificación de muchas propiedades en correspondencia con la lógica p-valente y los atributos multidimensionales. Lo cual equivale a establecer una correspondencia entre las leyes del cálculo proposicional y los hechos socio-culturales.

Dos nociones de este sistema lógico son especialmente decisivas en cuanto a la introducción de la medida en sociología. La primera atañe a la proposición compuesta, porque la proposición misma puede ser «verdadera», independientemente del valor veritativo de sus partes constitutivas, Por ejemplo, la creación de una clase de objetos, denominándola, según cierto atributo, «republicanismo» o «punto de vista demócrata» y la clasificación de objetos o personas dentro de tal categoría, aun sabiendo que no son homogéneos, que no son idénticos en cuanto a lo «republicano», es decir, en cuanto a lo mucho que «creen» o tienen «fe» en los «principios» o «política» del partido republicano. La segunda noción, obviamente, es una extensión de la primera. Nos proporciona la noción de equivalencia lógica o, simplemente, equivalencia.40 La fijación de clases de equivalencias cosifica el medio de objetos en estudio, suponiendo que su delimitación y, por consiguiente, sus elementos son conocidos, pero el establecimiento de clases de equivalencias nos permite también ordenar los hechos por contar, describir, clasificar o medir. Nuestro lenguaje cotidiano está lleno de supuestas clases de equivalencias. Por ejemplo, cuando hablamos de personas como tipos sociales, empleamos a menudo términos como «tonto» o «interesante», «divertido» o «aburrido», «hipocondríaco» o «íntegro», etc. La utilización de estos términos da a entender que la clase de objetos llamada «personas» puede dividirse en un conjunto de clases de equivalencias según ciertos criterios o «reglas». Los procedimientos de Lazarsfeld y Barton suponen que tiene sentido formular una correspondencia entre las categorías sociales utilizadas por los sujetos y las relaciones lógicas que se emplean al establecer las clases de equivalencias necesarias para clasificar y medir. Recordemos el supuesto de Lazarsfeld y Barton de una «continuidad lógica desde la clasificación cuantitativa hasta las formas más rigurosas de medición». Las propiedades de la interacción social cotidiana, según Lazarsfeld y Barton, se corresponden con las leyes supuestas en la lógica y en la teoría de conjuntos. Por ejemplo:

1. Si queremos establecer leyes que se correspondan con el modo en que los actores manejan sus asuntos cotidianos (es decir, las «reglas» y valores por los que orientan su conducta, los procesos que se cumplen al asumir el papel del otro y de definir la situación), hemos de demostrar que las tres propiedades que definen la equivalencia lógica (reflexividad, simetría y transitividad) son aplicables a las relaciones sociales cotidianas sin tergiversar su sentido teórico y sustancial.

40 La equivalencia lógica supone que son válidas las leyes siguientes de la lógica: la ley reflexiva (A equivale a A); la ley simétrica (A equivale a B significa que B equivale a A); y la ley transitiva (A equivale a B y B equivale a C significa que A equivale a C). Se dice que dos conjuntos finitos (M y N) son equivalentes «si sus elementos pueden ser relacionados de tal manera que a cada elemento de M corresponda un elemento, y sólo uno, de N, y a la inversa»: Joseph BREUER: Introduction to the Theory of Sets, trad. por H. F. Fehr (Prentice-Hall), Englewood Cliffs, N. J., 1958, pág, 13.

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2. Nuestras teorías deben generar las propiedades lógicas que se suponen válidas para las clases de equivalencias lógicas. Las categorías que empleamos para clasificar las propiedades empíricas de nuestros actores imaginarios son valores limitados (en cuanto a los deterministas finitos de todo o nada) que pueden asumir. Las propiedades lógicas que se suponen aplicables y se imponen a los conceptos y datos definen los límites del «valor veritativo» o significación de una propiedad determinada imputable al actor.

3. Las tres leyes necesarias para la equivalencia determinan las condiciones con las que nos es lícito calcular. Enuncian las condiciones con las cuales puede suponerse la equivalencia de objetos y hechos en las estructuras sociales y con las cuales, por tanto, pueden ponerse en correspondencia con los números naturales de manera que se haga posible una operación de cálculo.

4. Pero estos tres supuestos de equivalencia no tienen en cuenta el carácter temporal de los objetos y hechos socio-culturales. ¿Es A igual a A invariablemente con el cambio de la escena social, del medio social y al cambiar la definición de la situación? El tiempo que mide el reloj depende del tiempo vivido, en el sentido de que las horas h1 y h2 pueden ser definidas de modo diferente por los actores de la escena social, aun cuando un observador exterior pueda calificar de idénticas las dos situaciones con respecto a cierto conjunto de variables estructurales y locativas.

5. Las definiciones, los cálculos, la medida de la natalidad, de la mortalidad, de la nupcialidad, divorcio y delincuencia de un tipo particular suponen los tres supuestos lógicos necesarios para las clases de equivalencias; y estas relaciones lógicas están supuestas en el registro oficial de un conjunto de acciones sociales clasificadas dentro de una categoría socio-jurídica. La importancia sociológica de estas categorías debe decidirse por motivos teóricos y metódicos; su calidad de datos no es automática. Sin embargo, está claro que, independientemente del sociólogo y de sus teorías y métodos, existen condiciones por las cuales las categorías socio-jurídicas de la vida cotidiana admiten relaciones de equivalencia y operaciones exactas de cálculo. Estas condiciones suponen cierto conocimiento o cierto fundarse en una cultura común compartida.

6. Pero los objetos y hechos que cuentan las categorías socio-jurídicas son proposiciones compuestas, en el sentido de que no todos los elementos en su forma agradada son idénticos, esto es, tienen el mismo valor veritativo, y ello es particularmente cierto respecto de los matrimonios, divorcios y delitos. Es cierto que podemos tratar cada matrimonio, divorcio y algunos delitos como equivalentes en condiciones limitadas, aunque muchos dudarían de la utilidad teórica y sustancial de ciertas combinaciones o agrupaciones. Los sociólogos reconocen claramente que es inadecuada una lógica bivalente, comienzan por preguntarse si son diferentes las edades de las parejas o de los delincuentes, si hay diferencias de religión, ocupación, instrucción, etc. Estas cuestiones adicionales cualifican la inicial relación de equivalencia que se impone al tratar como idéntico cada divorcio o matrimonio o delito para fines de cálculo en las actividades socio-jurídicas. Pero sin más ideas explícitas, teóricas y sustantivas que orienten nuestros actos, el lenguaje de la medida nos obliga a emplear clases de equivalencias que pueden cosificar o tergiversar arbitrariamente nuestras ideas y datos.

7. Suponiendo que la percepción y la interpretación por el actor de cierto conjunto de hechos o medio de objetos varía con las condiciones típicas y peculiares del contacto social; y asumiendo el papel del otro durante la interacción, no podemos suponer automáticamente la existencia en nuestra teoría y datos de clases

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de equivalencias que cumplan con las leyes reflexiva, simétrica y transitiva. La noción de asunción de papel, como función de lo que el actor lleva al escenario social, y como cierta serie de contingencias que se despliegan durante la acción social, exige que distingamos entre clases de equivalencias de calidad estática (por ejemplo, los estudios de cuestionario que revelan datos sobre la etnia, la ocupación, los ingresos, etc.) y los nuevos procesos (por ejemplo, las ideas y los actos producidos durante la misma acción social, y que se verifican conforme a condiciones en desarrollo de la escena social). La adhesión pública a las ideas vulgares, a los valores o a las ideologías puede ocurrir durante toda la acción, pero estas adhesiones pueden no reflejar los pensamientos particulares del actor y pueden no reflejarse en las respuestas que pueden darse mediante un cuestionario cerrado. Un procedimiento corriente es correlacionar las variables estructurales y locativas con atributos de proceso social. Por ejemplo, la edad, el sexo, la residencia, los ingresos o la instrucción, por una parte, con las actitudes ante los grupos étnicos o las preferencias políticas, por otra. Es el lenguaje de la medida (en su sentido genérico) el que impone las necesarias clases de equivalencias, no los conceptos teóricos.

8. Una consecuencia peligrosa de la medida arbitraria es que las escalas de medida suponen relaciones lógicas que pueden no corresponderse con nuestras teorías implícitas. Idealmente, nos gustaría que nuestras teorías originasen propiedades numéricas en correspondencia con las escalas de medida y sus postulados. Nuestras teorías implícitas no generan propiedades numéricas, excepto después de haberse transformado en explícitas: después de que el lenguaje de la medida les haya impuesto cierta escala de medida o conjunto de relaciones lógicas o cierto conjunto de categorías arbitrarias o semiteóricas.

9. Otra consecuencia de los actuales procedimientos de clasificación y de la selección y combinación de indicadores puede verse en el perfeccionamiento progresivo de las categorías de clasificación e indicadores, de manera que los datos se transforman progresivamente o se les da una apariencia cuantitativa. Cada operación se calcula para transformar los datos en un conjunto comparado de clases de equivalencias que, en el lenguaje de las encuestas, puedan ser «parcializadas», ciertas variables puedan «eliminarse», y semejantes. Este vocabulario quiere transmitir la noción de medida rigurosa, aunque, por lo general, el investigador es plenamente consciente de su carácter arbitrario. No obstante, sigue habiendo el peligro de que el vocabulario reemplace la búsqueda de explicaciones teóricas para una clasificación que suponga reflexividad, simetría, transitividad y las demás propiedades fundamentales para los sistemas de medida. Toda decisión metódica supone cierto equivalente teórico, aunque nuestro presente estado de conocimientos pueda no ser adecuado para determinar con precisión cuál sea la correspondencia.

MEDICIÓN DE LOS HECHOS SOCIALES FRENTE A LA ACCIÓN SOCIAL

Los sociólogos están acostumbrados a distinguir entre estructura y proceso, estructura social y acción social, normas institucionalizadas y definiciones variables de la situación, y semejantes. Atributos como la edad, el sexo, la natalidad, la mortalidad, los ingresos, la instrucción, el tamaño de la localidad, la dispersión geográfica de la industria o de la agricultura o de la población, el volumen de la inmigración y emigración, y así sucesivamente, son considerados típicamente como «obvios» y se los mide fácilmente, aunque problemas de carácter técnico puedan

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arrojar grados diversos de error. El antropólogo estudia también a menudo el parentesco de la misma manera, particularmente, en su sentido formal, a través del diagrama de organización social; se supone que es «obvio» y de fácil análisis. Ciertos tipos de valores «dominantes» y normas o «temas» o sistemas de creencias se consideran también típicos y bastante estables, de manera que no se ve dudosa su clasificación en relación con las condiciones de la acción social. La determinación empírica del parentesco y de los valores y normas dominantes depende con frecuencia de las preguntas hechas en términos estáticos, que no hacen dudosa la profesión ni el cumplimiento de las normas y de los valores.

Surgen graves problemas de medida cuando el interés del sociólogo por las variables que se miden más fácilmente se asocia al interés por mostrar la relación entre las variables estructurales o locativas y los atributos culturales (a los que es difícil destinar y asignar números). Hay dificultades cuando trata de emplear las escalas de medida utilizadas en los estudios de distribución y cambio de la natalidad y la mortalidad, la edad cronológica, los ingresos, etc., para estudiar los grupos de referencia, asunción de papel, actitudes y valores mantenidos por el actor, la definición por éste de la situación, su ideología política, los valores e ideología de una colectividad, los atributos conductivos y verbales de conformidad, las actitudes ante el tamaño de la familia, las ideas sobre la migración o la localidad de residencia y semejantes. La obra de Lazarsfeld supone que lo cierto para variables más fácilmente cuantificables es cierto también respecto de los atributos cualitativos o culturales. Hay poca duda de que tiene razón, y sus indicaciones son parte esencial de la investigación sociológica si insistimos en las escalas tradicionales para medir las propiedades de los objetos o hechos, tanto cualitativos como cuantitativos.

También se plantean problemas de medida cuando el sociólogo decide atribuir a ciertas condiciones reales la calidad de atributos culturales. Por ejemplo, podemos querer considerar la edad como un atributo imputado por uno o más actores a otro, cuando estas imputaciones se basan en el aspecto físico, en gestos verbales y no verbales y en definiciones culturales de la juventud. Podemos considerar de la misma manera los ingresos: como atributo imputado a otros o proyectado como aspiración personal. Y lo mismo puede decirse de la instrucción, el sexo (imputaciones de virilidad o de homosexualidad), la inteligencia, la raza, el color, la sensación de densidad de población, la localidad de residencia, la ilegitimidad, el incesto, etc.

La medida de los hechos sociales supone a menudo que obran ciertos atributos conductivos, de valor o ideológicos. Así, suponemos que el cruce de las amistades (la pertenencia a grupos primarios) con el hábito de voto de los individuos mostrará la influencia de aquélla sobre éste. Podemos correlacionar también los ingresos con el voto, la religión con el voto, los ingresos con la fecundidad, la edad con la religión, cierta medida de clase con las ideologías, los valores o aspiraciones expresos, o con indicadores de acción social regularizada cuyo carácter no sea dudoso. El supuesto de que los hechos sociales pueden correlacionarse con la acción social es tan razonable como necesario en una variedad de condiciones de investigación. Cualquier otra suposición evitaría toda forma de estudio sistemático. Por otra parte, para ciertos fines podría convenir descartar este supuesto, atribuyendo calidad dudosa a las variables o condiciones reales, o estructurales, o locativas. Podemos ver un ejemplo en el artículo de Bennett Berger: «How Long is a Generation?»,41 que

41 British Journal of Sociology, XI (marzo 1960), 10-23.

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considera la edad cronológica como atributo cultural, creando un nuevo conjunto de problemas. Un motivo importante para descartar el supuesto a priori de que la acción social regularizada o invariable determina las variables reales, o estructurales, o locativas es que, cuanto más compleja y variada sea una sociedad o sistema de relaciones sociales, tanto más pluralistas serán sus valores o ideologías o normas, y tanto menos probable será que tales variables obren de manera determinista. Ello es particularmente importante si los sistemas aceptables de medida suponen una base axiomática determinista.

Si suponemos que las condiciones reales pueden calificarse de acción social regularizada (empíricamente investigable) con propiedades invariables o propiedades biológicas invariables, y si podemos considerar las variables estructurales o locativas como consecuencia de esta acción social regular (empíricamente investigable) —consecuencias, por tanto, cuya probabilidad es muy elevada—, no podremos dejar de atender a las condiciones teóricas, metódicas y empíricas en las cuales suponemos que ha de atribuirse, o calidad determinista (que incluiría la probabilista), o calidad nueva a las variables reales, estructurales, locativas y culturales. Puede ser apropiado preguntarnos si hay una clase más amplia de medidas que no tenga su base en las operaciones lógicas y de teoría de conjuntos, pero en los que estos últimos tipos de condiciones deterministas sean un subconjunto de algún concepto más general de la medida.

Los sistemas lógicos y las matemáticas superiores que tratan de las estructuras finitas suponen la ley de contradicción y la ley del tercio excluso, o lo que Weyl llama concisamente la regla finita.42 La base de la medida en ciencias naturales descansa en estructuras matemáticas que suponen coherencia en los axiomas (que no se darán al mismo tiempo a y no-a) e integridad (completeness: que, o habrá a, o habrá no-a), pero en estas estructuras, dice Weyl, integridad no significa simplemente que se establezcan «normas procesales de prueba que pueda demostrarse lleven a resolver todo problema pertinente».43 Por el contrario, ha de descubrirse el procedimiento deductivo, basándonos en la interpretación: no está hecho. Pero, ¿qué ocurre con los sistemas matemáticos que no están compuestos por los símbolos de un juego que se realiza según normas fijas?

En su obra sobre «intuicionismo» frente a «formalismo», Brouwer descubría la posibilidad de sistemas matemáticos alternativos o de teorías más generales, entre las cuales el enfoque axiomático podría no ser más que uno entre muchos sistemas.44

Véase esta explicación de Weyl:

La lógica clásica de proposiciones, como la formalizada por G. Frege y, después, por Russell y Whitehead en Principia Mathematica, se basa en el supuesto de que una proposición hace una pregunta a cierto ámbito de la realidad, cuyos hechos responden con un si o no claros, según la proposición sea verdadera o falsa. Hasta la época de Principia Mathematica, todos creían, o al menos esperaban, que las proposiciones matemáticas fuesen de este carácter, sin dejar espacio a imprecisiones como las que se manifiestan en las expresiones modales «posible», «quizá», y semejantes.45

42 Herman WEYL: Philosophy of Mathematics and Natural Science (Princeton University Press), Princeton, N. J., 1949, pág. 15. 43 Idem, pág. 24. 44 Idem, págs. 50-54 y 65. Ver además el capítulo de WEYL: «The Ghost of Modality», en M. FARBER (ed.): Philosophical Essays in Memory of Edmund Husserl (Harvard University Press), Cambridge, 1940, págs. 278-303. 45 «The Ghost of Modality», loc. cit., pág. 278.

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El supuesto fundamental de la estricta alternativa de verdadero o falso, característica de la lógica clásica, no da lugar a salvar el abismo con «quizá» o «posiblemente». Sin embargo, en nuestra vida cotidiana, la mayor parte de las afirmaciones que tienen un significado vital para nosotros y para nuestros comunicantes no son de este carácter riguroso. Un color determinado puede ser más o menos gris, en vez de puro negro o puro blanco. Podemos ver demasiado arbitrario o incluso imposible fijar límites exactos en un continuo. Los ejemplos con mucho más importantes los tenemos en las afirmaciones sobre el futuro. Una pregunta de esta especie, como: «¿Estallará una guerra a gran escala en Europa el año que viene?», no apunta a verificación por realidad alguna y, no obstante, se la discute y estima justa ahora, más bien en aspectos como los de posible, probable o inevitable que en los de verdadero o falso.46

Al desafiar la ley del tercio excluso, Brouwer ofrece la base para superar el sistema matemático completamente formalizado, permitiendo, sin embargo, la creación de modelos que correspondan a las imprecisiones de la vida cotidiana. Weyl expone la posibilidad de emplear diferentes sistemas matemáticos según la estructura —en este caso— del mundo físico. Y cita el ejemplo de la física cuántica:

Volvemos a encontrar en la constitución simbólica de una disciplina, ahora la física cuántica, cierta parte de la cual puede decirse precisamente que es su lógica. Cada terreno del conocimiento, cuando se concreta en teoría formal, parece encerrar su lógica intrínseca, que es parte del sistema simbólico formalizado, y esta lógica, hablando en general, diferirá en terrenos diferentes.47

Si la historia se hace alguna vez madura para la fase de la construcción simbólica teórica no sorprenderá que, en forma simbólica, represente un papel eminente, en una intrínseca «lógica de la historia», esta posibilidad inherente a nuestra misma existencia, en la que insistí en el epígrafe II, y cuya profundidad resonaba en la última cita de Heidegger: «Die Möglichkeit als Existential ist die ursprüngliche und letzte positive ontologische Bestimmung des Daseins», traducido: «La posibilidad, como un existencial, es la última determinación ontológica positiva y la más originaria de la existencia». Pero el ejemplo de la física cuántica debe advertirnos contra toda tentativa de predecir a priori cómo será la lógica simbólica de la historia..., si es que llega a haberla alguna vez.

Podemos esperar también que cambie toda la situación pasando de la lógica de proposiciones a una verdadera lógica de comunicaciones. Las proposiciones, o son impersonales, o implican solamente un yo del cual irradian; las comunicaciones se desenvuelven entre un yo y un tú existenciales. Las promesas, las preguntas, las órdenes..., habrán de tratarse en esta lógica.48

Mi breve exposición de las modalidades y del problema general de considerar como deterministas o indeterministas las variables reales, estructurales, locativas y culturales quiere llamar la atención del sociólogo sobre las posibles virtudes de las modalidades como base para la medida cuando nuestras teorías no son más que implícitas y la conducta social es contingente a la acción. Por otra parte, no podemos evitar los peligros de imponer sistemas de medida deterministas a conceptos teóricos implícitos. Considerar como cuantitativas las variables porque los datos se expresen en forma numérica, o por parecer más «científico», no nos da solución a los problemas de la medida, sino que los elude en gracia a la medida arbitraria. Esta no debe servir para excusarnos de examinar y revisar la estructura de nuestras teorías, de modo que nuestras observaciones, descripciones y medida de las propiedades de los objetos y hechos sociales tengan exacta correspondencia con lo que creemos ser la estructura de la realidad social.

46 Idem, pág. 287, subrayado en el original. 47 Idem, pág. 299. 48 Idem, pág. 303. Cfr. un tipo de aplicación de la lógica modal al estudio de las propiedades formales de las normas, en A. R. ANDERSON y O. K. MOORE: «The Formal Analysis of Normative Concepts», American Sociological Review, 22 (febrero 1957), 9-17.

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CONCLUSIONES

Comenzaba este capítulo entendiendo la medida como un problema de la sociología del conocimiento. Hay varias maneras de expresar esta idea de la medida. Los sentidos culturales y lingüísticos pueden considerarse en sociología del conocimiento como problemas que establecen las condiciones de la medida exacta en sociología. Todavía son medios relativamente desconocidos, con los que logra cierta correspondencia entre cierto conjunto de realidades, un conjunto de categorías de medida y de conceptos teóricos. En el capítulo VIII haremos una exposición más detallada de los sentidos culturales y lingüísticos, considerados como otro conjunto de métodos sociológicos. Ahora limitaré mi explicación a la significación posible de la hipótesis Sapir-Whorf para la consideración de la medida como problema en sociología del conocimiento. He aquí una cita:

La idea esencial de la hipótesis Sapir-Whorf es que el lenguaje funciona, no simplemente como un recurso para informar de la experiencia, sino también, y de modo más importante, como medio de definir la experiencia para sus hablantes. Sapir (1931, 578) dice, por ejemplo:

«El lenguaje no es meramente un inventado más o menos sistemático de las diversas experiencias que parecen importantes al individuo, como con tanta frecuencia se supone ingenuamente, sino que es también una organización simbólica creativa, independiente, que no sólo se refiere a una experiencia en gran parte adquirida sin su contribución, sino que en realidad nos define la experiencia, por causa de su integridad formal y porque nosotros proyectamos inconscientemente en el terreno de la experiencia sus expectativas implícitas. En este sentido, el lenguaje es muy semejante a un sistema matemático, que informa también de la experiencia, en el sentido más verdadero de la palabra, sólo en sus comienzos más primitivos; pero, conforme pasa el tiempo, se perfecciona en sistema conceptual independiente, que prevé toda posible experiencia conforme a ciertas limitaciones formales aceptadas... [El sentido] no tanto se descubre en la experiencia, como se impone a ella, por causa del tiránico dominio que ejerce la forma lingüística sobre nuestro entendimiento del mundo».

Whorf desarrolla la misma tesis, diciendo (1952, 5):

«Que el sistema lingüístico (con otras palabras, la gramática) de cada lengua no es un mero medio de reproducción para expresar las ideas, sino que es por su parte conformador de las ideas, programa y guía de la actividad mental del individuo, de su análisis de las impresiones, de la síntesis que se hace de sus existencias mentales... Desmenuzamos la naturaleza siguiendo las líneas establecidas por nuestra lengua materna. Las categorías y tipos que aislamos del mundo de los fenómenos no los encontramos en él porque se planten de cara a todo observador; al contrario, el mundo se presenta en un flujo proteiforme de impresiones que han de ser organizadas por nuestra mente, y ello significa, en gran parte, por los sistemas lingüísticos de nuestra mente».

Estas frases, si son ciertas, hacen evidente que el lenguaje representa un gran e importante papel en la totalidad de la cultura. Lejos de ser simplemente una técnica de comunicación, es en sí un medio para dirigir las percepciones de los hablantes, suministrándoles los modos habituales de analizar la experiencia en categorías significativas.49

La hipótesis Sapir-Whorf sugiere que consideremos el lenguaje de la medida como derivación de nuestra idea del mundo físico y del carácter de los sistemas lógicos y matemáticos. Por tanto, la ciencia y el método científico como medios de considerar y adquirir conocimiento sobre el mundo en torno proporcionan, a quienes aceptan sus principios, una gramática que no es mero instrumento reproductor para explicar en qué consiste el mundo, sino que también conforma nuestras ideas sobre cómo es el mundo, a menudo con exclusión de otras maneras de considerarlo. Así, pues, el lenguaje, y los sentidos culturales que indica, 49 Harry HOIJER (ed.): Language in Culture (University of Chicago Press), Chicago, 1954, págs, 93-94. Ver también B. J. WHORF: Language, Thought and Reality (ed. por J. B. Carroll, Wiley y Technology Press), Nueva York, 1956.

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tergiversa y oblitera, obra como un filtro o rejilla de lo que pasará por conocimiento en una época determinada. De modo semejante, los sentidos culturales sobre la inmortalidad, la causación, los hechos físicos, los hechos sociales, los hechos biológicos, la belleza, la fealdad, el dolor, el placer, y semejantes, tienen su propia gramática, que puede ser expresada o influida por el lenguaje.

En una tesis doctoral reciente, de Warren O. Hagstrom,50 podemos ver una manera más concreta de señalar cómo la ciencia puede llegar a ser un problema en sociología del conocimiento e influir lo que pase por medida. Si compartimos el interés de Hagstrom por cómo la ciencia dirige el pensamiento de quienes se ocupan en ella, por la manera como los colegas influyen sobre las decisiones, por ejemplo, sobre qué problemas parecerán dignos de estudio, qué técnicas deben adoptarse, cómo medir los hechos y entenderlos, cómo enunciar y publicar los resultados y qué teorías y resultados serán aceptables, el conocimiento científico constituirá una gramática, entre otras, para explicar y considerar el mundo. Pero ello significa también que, cuando decidimos actuar dentro de la comunidad científica, el tipo de opción que se tome estará limitado por los tipos de regulaciones que describe Hagstrom. Los sociólogos que trabajan dentro de la comunidad científica, o al menos los que se identifican con sus fines y métodos de regulación, podrán considerar como inaceptable una comunidad alternativa de estudiosos y tratarán de proscribirlo o de desacreditar sus obras. Este es un peligro de la ciencia, que han explicado muchos autores (Hagstrom, entre otros): la regulación de las actividades y del pensamiento científicos puede establecer límites a ciertas clases de teorías, métodos y descubrimientos, por causa de los métodos prevalentes de regulación y por la imperfecta organización de la ciencia como sistema libre y de propia rectificación del pensamiento.

La medida en sociología está afectada directamente por la ciencia y la tecnología moderna a través de otra serie más de actividades. Repárese en esto: la estructura de la sociedad moderna refleja la racionalización de la vida cotidiana por medio de sus instituciones burocráticas. Los idealizados fines de eficacia y racionalidad se corresponden con la idea físico-matemático-lógica del mundo; los sistemas de archivo y automatización de la burocracia moderna compendian estos fines. No es casual, por tanto, que las medidas empleadas por los sociólogos tengan su utilización más intensa al aplicarse a los datos producidos por la burocracia moderna. Las mismas condiciones para ordenar e informar de los datos sobre las actividades societarias de gran escala les han incorporado los supuestos que aseguran un resultado cuantitativo, independientemente de la estructura de los actos sociales originariamente observados e interpretados. Las condiciones sociales de nuestra época proporcionan una serie de definiciones a los burócratas —dictadas fundamentalmente por consideraciones de eficacia y practicismo— para organizar las experiencias de sus cotidianas actividades laborales.

Esas definiciones pueden verse en los tradicionales sistemas de medida que comienzan por la simple existencia o inexistencia y el paso a los números reales y escalas de razón. Por ello, lo que veneran los sociólogos como «datos» es, en su mayor parte, resultado de actividades organizadas burocráticamente, por ejemplo, la oficina del censo, la oficina de estadísticas demográficas o los organismos correccionales, de previsión e industriales. Las muchísimas percepciones e interpretaciones que entran reunidas en tales datos se pierden invariablemente

50 «Social Control in Modern Science», tesis doctoral en Filosofía, inédita, Departamento de Sociología, Universidad de California-Berkeley, 1963.

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para el lector o usuario de tales documentos. Los rasgos cuantitativos tienen que ser aceptados porque sí. El que aun los datos de hecho estén sujetos a percepciones e interpretaciones que pueden variar según el historial del actor, la ocasión de su recogida, las normas explícitas o implícitas empleadas para decidir la significación de los objetos o hechos categorizados y el lenguaje enunciado y los sentidos tácitos que fueron pertinentes para el observador particular significa que éstas son variables que considerar al apreciar la pertinencia e importancia de tales datos. Aunque el personal de los organismos utilice estos «datos» como reales, por ejemplo, cuando los catedráticos o directores de instituto examinan las calificaciones de un alumno, estimando su rendimiento general para recomendarlo a una universidad o Facultad, el interés significativo del sociólogo no es meramente qué correlaciones o interrelaciones generales existen entre los datos «objetivos», sino cómo este personal burocrático los interpreta y actúa de acuerdo con ellos. Es el conjunto de reglas utilizadas para interpretar tal información lo que demostrará la significación de estos datos para originar una acción ajustada. Cualesquiera correlaciones efectivas pueden ser artificios impuestos por los procedimientos de cuantificación. El que las actividades organizadas burocráticamente empleen invariablemente un sistema de clasificación y ordenación que proceda de la lógica bivalente o p-valente significa que hemos impuesto ya un sistema de medida, independientemente de lo que tales datos pudieran «significar» si no se hiciesen tales imposiciones. En el escueto lenguaje de Coombs, estamos cogidos en el «dilema» del sociólogo que impone un sistema consistente de medida, aunque no está seguro de su justificación. El investigador, dándose cuenta o no, se ha escondido tras la fachada de un conjunto de condiciones —la organización burocrática— que aseguran que se producirán datos cuantitativos. Al dar por supuestos tales datos y venerarlos por sí mismos, el sociólogo subvierte sus teorías en gracia al «rigor» que se supone deriva automáticamente del respeto a ellos por encima de todo. Este es un curioso problema de la sociología del conocimiento. Los mismos rasgos de una sociedad secularizada, la racionalización de la vida cotidiana, se han hecho objeto de estudio para el sociólogo, pero se han convertido también en su prisión. Está en la peculiar posición de estudiar las condiciones de la vida cotidiana, pero sus datos son resultado de esas condiciones.

Además del sentido lingüístico y cultural, los mismos sistemas de medida o las regulaciones que ejerce la organización de la ciencia moderna, hay otro problema que muchos sociólogos descartarían sin más. Pienso en si la misma sociología del conocimiento se rige por normas científicas de procedimiento o si la debemos considerar como una especie más de ideología. Podemos considerar el dogma religioso y la ciencia, tanto ideologías como cuerpos de conocimiento, cada uno de ellos con sus propios supuestos teóricos, métodos y reglas para admitir proposiciones.51 Por ello, los problemas de la medida pueden considerarse desde la perspectiva de la sociología del conocimiento: el mundo de lo observable no «está ahí» simplemente, para describirlo y medirlo con las medidas de la ciencia moderna, sino que la evolución de los hechos históricos y de las ideologías de una época determinada pueden influir lo que «está ahí» y cómo se han de entender, estimar, explicar y medir estos hechos y objetos.

Nos queda por atender a los problemas del lenguaje cotidiano, el sentido cultural y el lenguaje de la medida en la realización de la investigación sociológica; en particular, la correspondencia entre cierto conjunto de realidades y las 51 Ver en Félix KAUFMANN: Methodology of the Social Sciences (Oxford University Press), Nueva York, 1941, una explicación sobre el cuerpo de ciencia.

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categorías teóricas de medida. Al examinar diversos métodos, eludiré el problema de si representan ideologías particulares o doctrinas científicas o no científicas. Consideraré cada método como práctico para alcanzar cierta forma de conocimiento sobre el mundo social.

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II. TEORÍA Y MÉTODO EN LA INVESTIGACIÓN SOBRE EL TERRENO

Los investigadores de ciencias sociales se enfrentan con un problema metódico singular: las mismas condiciones de su investigación constituyen una importante variable compleja de lo que pasa por datos de sus investigaciones. La investigación sobre el terreno, que para nuestros fines comprende la observación participante y la entrevista, es un método en el cual las actividades del investigador representan un papel esencial en los datos obtenidos. En este capítulo examinaremos algunas obras sobre esta investigación y revisaremos los problemas de la teoría y el método. Al tratar de los autores, supondré que es asequible cierta forma ideal de investigación sobre el terreno. Lo cual equivaldrá casi a proponer un argumento ficticio, a algo así como inventarme el maniqueo, no con la intención de criticar los fallos de los autores, sino meramente de utilizar un recurso expositivo para recomendar ciertos ideales algo difíciles de alcanzar en la investigación sociológica. Espero señalar el tipo de teoría fundamental que pueda ser útil para el observador y al mismo tiempo pueda verificarse en la investigación sobre el terreno. Quisiera llamar también la atención sobre algunos problemas metódicos con que tropezamos para cumplir los cánones de la indagación científica en el estudio sobre el terreno y revisar ciertas soluciones propuestas. Este capítulo atenderá a la observación participante. El capítulo III se centrará en la entrevista.

REVISIÓN DE AUTORES

Los antropólogos que utilizan las técnicas de la investigación sobre el terreno han acumulado una vasta obra sobre diferentes culturas. A pesar de la larga historia de la investigación sobre el terreno y los cursos desarrollados sobre su técnica, se ha hecho poco por sistematizar las distintas investigaciones.

La diferencia entre trabajar en la propia sociedad y en otra extraña ofrece un punto básico de partida sobre las condiciones en que adquieren sentido las percepciones e interpretaciones del observador.

El sociólogo que limita su trabajo a su propia sociedad está explotando constantemente su fondo personal de experiencias como base de conocimiento. Al componer las entrevistas estructuradas, se basa en su conocimiento de los sentidos, adquirido por su participación en el orden social que estudia. Puede estar seguro de lograr un mínimo de comunicación sólo porque emplea el mismo lenguaje y sistema simbólico que sus informadores. Los que han trabajado con técnicas estructuradas en sociedades y lenguajes no occidentales atestiguarán la dificultad con que tropiezan para adaptar sus sentidos a los corrientes de la sociedad estudiada, hecho que ilustra el grado en que el sociólogo es un observador particular en casi todo su trabajo.1

La manera como se hace el contacto inicial es también diferente según se trabaje en la propia sociedad o en otra. Los comentarios de Benjamin Paul ilustran este problema:

No hay regla alguna para encontrar la buena manera de introducirse en una nueva comunidad. Depende de la complejidad de ésta y de la información que el investigador pueda conseguir de antemano. Frecuentemente, puede contar con una cadena de presentaciones que lo conducirán, al menos, a las puertas de su grupo. Cuando llegue a un centro campesino o a una factoría cerca de su destino es probable que haya conocido nombres de las personas que se relacionan con los nativos. En esta periferia, puede recoger informaciones que servirán para orientarlo. El principiante ansioso de lograr completa aceptación por los nativos elude a veces a los mandatarios regionales, por miedo a que lo reciban peor. Pero de poco le servirá ser bien

1 Arthur J. VIDICH: «Participant Observation and the Collection and Interpretation of Data», American Journal of Sociology, LX (enero 1955), 355.

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recibido por los nativos a cambio de tener dificultades con las autoridades que se ocupan de seguir los movimientos de los extranjeros.

Al realizar investigaciones en una comunidad moderna o en una organización industrial, se ha visto oportuno, y a veces esencial, establecer los contactos iniciales con las personas que están en cabeza. Puede tratarse de hombres con un puesto en la jerarquía o de personas respetadas en posiciones informales. Su apoyo al proyecto puede ser decisivo y pueden servir para relacionar convenientemente. Este procedimiento es aplicable también a la comunidad no occidental.2

Paul hace observar la importancia de convencer, a los que se va a observar, de que el investigador no los perjudicará. Los que han de ser observados pueden ser miembros de alguna tribu distante o directivos de una organización industrial. El investigador tiene que evitar también desairar a alguna figura, posiblemente importante, por no haberle pedido ayuda. Como advierte Paul, ello puede hacer que las partes ofendidas propalen rumores, causando muchas dificultades al investigador.

Los investigadores sobre el terreno coinciden en la necesidad de prescribirse un papel dentro del grupo por estudiar. Paul dice: «A veces, el trabajador sobre el terreno define su propio papel; a veces, se lo definen la situación y la actitud de los nativos, su estrategia es la de un jugador: no puede predecir exactamente qué jugadas hará la otra parte, pero las prevé lo mejor posible, haciendo sus movimientos en consecuencia».3 El problema de definir un papel o diferentes papeles dentro de un grupo y entre grupos plantea la cuestión general de qué es lo que hacen los observadores participantes y los tipos de papeles que representan durante su investigación. Schwartz y Schwartz dan la definición siguiente:

Para nuestros fines, definimos la observación participante como el proceso en que se mantiene la presencia del observador en una situación social con objeto de investigación científica. El observador está en una relación frente a frente con los observados, recogiendo datos al participar con ellos dentro del marco de su vida natural. Por tanto, el observador es parte del contexto que se observa y, tanto lo modifica como es influido por él.4

Consecuencia inmediata de participar en la vida del grupo es que, inevitablemente, se pide al investigador que ayude a tomar decisiones políticas que alterarán las actividades del grupo. Aunque muchos investigadores advierten al principiante que no llegue a ser «demasiado activo» dentro del grupo de estudio, las circunstancias reales del marco de investigación podrán no permitir mucha elección al observador. Muchas veces, lo mejor que puede hacer es registrar cuidadosamente los detalles de los cambios en que ha influido y tratar de comprender sus consecuencias para los objetivos de la investigación. Como se ha dicho antes, muchos investigadores pueden comprometerse tanto en su participación que se hacen «nativos».5

Toda exposición de la investigación sobre el terreno cita el problema de cómo los nativos llegan a caracterizar al investigador. La importancia de esto, como es

2 Benjamin D. PAUL: «Interview Techniques and Field Relationships», en A. L. KROEBER y otros: Anthropology Today (University of Chicago Press), Chicago, 1953, págs. 430-431. 3 Idem, pág. 431. 4 Morris S. SCHWARTZ y Charlotte GREEN SCHWARTZ: «Problems in Participant Observation», American Journal of Sociology, LX (enero 1955), 344. 5 Se encontrará una explicación informativa sobre la participación total consultando: W. F. WHYTE: Street Corner Society (University of Chicago Press), Chicago, 1955, especialmente, el apéndice metodológico.

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obvio, se debe a que los tipos de actividades a que se expondrá el observador variarán con sus relaciones dentro del grupo estudiado. La mayoría de los autores subrayan el «ser aceptado» por los nativos:

Pronto me encontré con que la gente estaba creándose sus propias explicaciones sobre mí: yo iba a escribir un libro sobre Cornerville. Esta podrá parecer una explicación demasiado vaga y, sin embargo, bastó. Vi que mi aceptación en el distrito dependía mucho más de las relaciones personales que trabé que de cualesquiera explicaciones que yo pudiese dar. Escribir un libro sobre Cornerville era bueno o malo según la opinión personal que de mí tuviese la gente. Si no había nada que objetarme, mi proyecto estaba bien; si yo no era bueno, ninguna explicación del mundo podría convencerlos de que el libro era una buena idea.6

El subrayar que el observador participante sea aceptado como «persona» puede verse en muchas fuentes:

Se acepta a alguien como observador participante, más por la clase de persona que resulta, a la vista de sus relaciones sobre el terreno, que por lo que represente para ellos la investigación. Sus relaciones quieren estar seguros de que el investigador es un «buen chico» y poder confiar en que no «les jugará una mala pasada» con lo que averigüe. Habitualmente, no quieren saber todos los motivos y explicaciones del estudio.7

Schwartz y Schwartz expresan opiniones semejantes para ganar la máxima relación con los sujetos que estudian. Una de las dificultades para seguir este consejo está en la falta de normas procesales más detalladas para alcanzar el fin de «ser aceptado». Al principiante le suministrarán información más instructiva las decisiones que haya de tomar día a día sobre el terreno, en cuanto a quién parece ser una «buena persona» para abordar, o a cómo debe conducirse en una variedad de situaciones nuevas que surgen continuamente. El problema es el de cuidar su presencia y acción ante los demás. Las soluciones que ofrecen estos autores son explicaciones de cómo conducirse sobre el terreno en su papel ante los demás. Así lo ilustrarán los comentarios siguientes: «La variable del continuo de la actividad de papel es el grado en que el observador participa en la situación de investigación, extendiéndose la escala desde la participación “pasiva” hasta la participación “activa”».8 Schwartz y Schwartz caracterizan al observador participante «pasivo» como semejante a quien observase detrás de una pantalla simple. La idea es interactuar con los nativos lo menos posible, en el supuesto de que tal conducta se inmiscuirá menos en las actividades del grupo, facilitando una observación más natural de los hechos. El observador participante «activo», en realidad, se «une» al grupo que estudia hasta el punto de sentir que lo aceptan como uno de ellos. Lo cual significa con frecuencia participar en lo que Schwartz y Schwartz llaman el «nivel simplemente humano» y el «nivel de papel proyectado», esto es, como nativo y como científico. Y dan un ejemplo en que se quebró este sistema de doble papel: «Vimos que, sin ser consciente de ello, en el momento, el observador solía retirarse cuando se retiraba a un paciente. De modo semejante, cuando el desánimo dominaba en la sala, el investigador descubría que él también trabajaba peor».9

Gold ha expuesto más formalmente la cuestión de los diferentes tipos de papeles que podrían asumirse: «Buford Junker ha señalado cuatro papeles posibles teóricamente para los sociólogos que hacen trabajo sobre el terreno, yendo desde el perfecto participante en un extremo hasta el perfecto observador en el otro. Entre

6 Idem, pág. 300. 7 John P. DEAN: «Participant Observation and Interviewing», en John T. DOBY (ed.): Introduction to Social Research (The Tackpole Co.), Harrisburg, Pensilvania, 1954, pág. 233, subrayado en el original. 8 SCHWARTZ y SCHWARTZ: op. cit., pág. 347. 9 Idem, pág. 350.

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estos dos, más cerca de aquél, está el participante como observador; y más cerca de éste, el observador como participante».10 Estos cuatro tipos de papeles se definen como sigue:

La verdadera identidad y fines del perfecto participante en la investigación sobre el terreno son desconocidos para aquellos a quienes observa. Interactúa con ellos del modo más natural posible en cualesquiera de sus ámbitos vitales que le interesan y le son asequibles como situaciones en las que puede representar bien, o aprender a representar, los necesarios papeles cotidianos. Por ejemplo, puede trabajar en una fábrica para estudiar el juego entre los grupos informales. Después de obtener aceptación, al menos como principiante, podrá permitírsele que participe, no sólo en las actividades y actitudes laborales, sino también en la vida íntima de los obreros fuera de la fábrica.

La simulación de papel es un tema básico en estas actividades. Importa poco si el perfecto participante en una situación fabril procede de la clase baja-alta y tiene, quizá, cierta experiencia fabril o si procede de la clase media-alta y es bastante extraño al trabajo fabril y a las normas de los obreros. Lo que importa de veras es que sepa estar simulando ser un compañero. Quiero decir que el valor esencial, en cuanto se refiere al resultado de la investigación, está más en la orientación del perfecto participante que en la superficial conducta de su papel al comenzar su estudio.11

Sirve de ilustración el trabajo de Whyte, porque describe varios casos en que se distinguía radicalmente, por su procedencia social de clase media, del grupo que estudiaba. Uno se quitaba el sombrero cuando sólo había hombres; los demás se ocupaban de las normas para prestar dinero a los miembros de la pandilla. En ambas situaciones y en otras muchas le ayudó la simulación de papel y un informador importantísimo. Gold describe los otros tres papeles:

Aun fundamentalmente semejante al papel del perfecto observador, el papel del participante como observador difiere significativamente, por cuanto el investigador y el informador son conscientes de que su relación es de estudio. Esta conciencia mutua suele reducir los problemas de la simulación de papel; sin embargo, hay en este papel muchas oportunidades para aislar los errores y problemas que suelen abrumar al participante perfecto.

Quizá se utilice con más frecuencia este papel en los estudios comunitarios, en los que el observador va trabando relaciones con sus informantes, y en los que puede emplear más tiempo y energía participando que observando. A veces, observa informalmente, por ejemplo al asistir a reuniones...

El papel del observador como participante se utiliza en los estudios que implican entrevistas de una visita. Relativamente, exige más observación formal que informal o participación de cualquier tipo. Además, acarrea menos riesgos de «convertirse en nativo» que el papel del participante perfecto o del participante como observador. Sin embargo, por ser tan breve y, quizá, superficial el contacto del observador como participante con su informador, es más probable que lo entienda mal o que sea mal entendido que en los otros dos casos...

El papel del observador perfecto lo aparta por completo de la interacción social con los informadores, al tratar de observar a las personas de manera que les haga innecesario tenerlo en cuenta, por no saber que las está observando ni que, en cierto sentido, le sirven de informadoras. De los cuatros papeles de investigador sobre el terreno, sólo éste es casi nunca el dominante. Se lo utiliza a veces como uno de los papeles subordinados que se emplean para representar los dominantes.12

Los diversos papeles descritos pueden relacionarse con la importancia de conocer el carácter de las experiencias de grupo. La participación más intensiva tiene la ventaja de exponer más al observador, tanto a la rutina como a las actividades inhabituales del grupo. Se supone que, cuanto más intensiva sea la participación, más «ricos» serán los datos, por una parte, y tanto mayor será, por

10 Raymond L. GOLD: «Roles in Sociological Field Observations», Social Forces, 36 (marzo 1958), 217. 11 Idem, pág. 219. 12 Raymond L. GOLD: op. cit., pág. 221.

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otra, el peligro de «convertirse en nativo» y, como consecuencia de asumir la manera del grupo de percibir e interpretar el medio, de cegarse a muchas cosas de importancia científica. Me parece que la solución que resulta es la del apartamiento, esto es, la de hacerse muy consciente de los papeles que se representan y procurarse ocasiones de «retirarse» para hacer revisiones periódicas de lo que ha ocurrido y de cómo va la investigación. En este punto, el lector será consciente ya de las dificultades para establecer una serie de precisas normas procesales para acometer la investigación sobre el terreno. La descripción analítica de los papeles formales ofrece una guía al investigador y un conjunto de categorías para estimar su trabajo. Los papeles reales que escoja tendrán que variar, naturalmente, con el marco de la investigación. Los investigadores que queden demasiado apartados de las actividades cotidianas del grupo no podrán disponer de ciertos tipos de información. La participación intensiva puede dificultar mucho la verificación de hipótesis, pero puede convenir para descubrir lo nativo del grupo, los significados que emplea el grupo cuando hay extraños. Así, pues, la participación y la entrevista sobre el terreno pueden ser difíciles, independientemente de si se trabaja en la propia sociedad o en otra extraña. Este problema plantea otros muchos. Uno de los más difíciles, y con el que terminaremos nuestra revisión de autores, es el de la deducción y demostración en la investigación sobre el terreno.

Recoger información y comprobar pistas e indicios durante la observación participante intensiva es un trabajo largo y difícil. Las actividades del grupo pueden no permitir que se registren los hechos hasta haber pasado mucho tiempo entre la observación y la anotación. Si la verdadera identidad del investigador no es conocida para el grupo, puede encontrar necesario cultivar otra ocupación aceptable o iniciar otras actividades con el fin de recoger información. Está claro que en tales condiciones es muy difícil verificar hipótesis, pues muchas de las actividades observadas sólo pueden conocerse durante la observación. El investigador necesitará una textura teórica más bien extensa y un proyecto detallado para verificar hipótesis. Sin embargo, aun durante la participación intensiva, es posible trabar conversación con los sujetos sobre temas pertinentes a esta verificación. El mayor problema que vencer es el del lapso entre la observación y la anotación. Son instructivos los siguientes comentarios de Schwartz y Schwartz:

Lo que ocurre en el lapso entre el hecho y su registro final es de suma importancia. En observación retrospectiva, el investigador recrea o trata de recrear, el terreno en su imaginación, en todas sus dimensiones en un plano perceptivo y sensorial. Asume el papel de las demás personas de la situación, intentando evocar los sentimientos ideas y actos que experimentaron en el momento de ocurrir el hecho... Lo que ocurre es una especie de reelaboración de la presentación del fenómeno al anotarse inicialmente... En esta reelaboración, los datos previos pueden mantenerse inalterados; pueden agregarse o variar; pueden aparecer importantes aspectos del hecho que antes se habían omitido; y pueden aparecer conexiones entre las partes del hecho y entre este hecho y otros que no se hayan reconocido con anterioridad.13

La observación retrospectiva hace imposible la verificación previa de hipótesis. Pero, ¿qué requisito fundamental no se menciona en la cita de arriba, por el cual la observación retrospectiva parece necesaria en la investigación sobre el terreno? Los autores no suponen que hay una teoría que los instruye sobre los objetos que deben observarse y las condiciones que rodean la observación en diferentes instantes. Sin previos supuestos explícitos sobre el carácter de todos los grupos y el cuidadoso registro de los hechos presenciados, hay peligro de que no se reconozcan los

13 SCHWARTZ y SCHWARTZ: op. cit., págs. 345-346.

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cambios provocados por la retrospección al adaptarse al punto de vista del grupo. Vidich desmenuza este problema:

El participante que estudia el cambio como observador tiene que mantener, por ello, una perspectiva externa e independiente del cambio. El apartamiento (noninvolvement) contribuye a evitar la alteración de las estructuras de la memoria, permitiendo que el observador vea los cambios cumulativos.

El observador participante puede recurrir a sus notas para refrescar la memoria, pero si su perspectiva ha cambiado con el tiempo puede desatender o descartar las primeras notas e impresiones a favor de las posteriores. De hecho, las notas tomadas en dos períodos diferentes de un proyecto pueden ser uno de los medios más importantes para estudiar el cambio. En su lugar, lo que ocurrirá probablemente es que el estudioso sobre el terreno borre el cambio, tratando sus datos como si todo hubiese ocurrido al mismo tiempo. La consecuencia es una descripción desde una sola perspectiva, corrientemente, la que se tiene justo antes de dejar el terreno, aunque modificada por la relectura de las notas.14

La asociación del apartamiento al estudio del cambio y, presumiblemente, la verificación de hipótesis nos devuelve al dilema de la «riqueza» que revela la participación intensiva o la «objetividad» que logra el apartamiento. Una posible solución podría ser participar intensivamente durante la primera parte de la investigación y proyectar los detalles necesarios para la verificación de hipótesis y utilizar después los hechos posteriores, que suponemos en parte repetición de hechos pasados, como base para la verificación. La cuestión decisiva es si el observador podrá independizarse para las observaciones posteriores y si su intervención (involvement) evitará que haga las observaciones necesarias para la verificación de hipótesis. Si el papel del observador está estructurado adecuadamente, podrá realizar entrevistas formales en fecha posterior. Las condiciones de la investigación que surgen sobre el terreno no siempre admiten tales soluciones propuestas. Hará falta algún tipo de solución semejante, si hemos de lograr el nivel de formalización que requiere la verificación de hipótesis. Howard S. Becker ha abordado algunos de estos problemas tratando de clarificar la necesaria formalización:

Los sociólogos emplean habitualmente este método [la observación participante] cuando les interesa comprender en especial una organización particular o problema sustantivo, en vez de mostrar relaciones entre variables abstractamente definidas. Tratan de dar sentido teórico a su investigación, pero suponiendo que no saben bastante a priori sobre la organización para identificar los problemas e hipótesis pertinentes, y que deben descubrirlos durante la investigación. Aunque puede utilizarse la observación participante para verificar hipótesis a priori..., eso no es lo corriente. Mi exposición se refiere al tipo de estudio de observación participante que trata de descubrir hipótesis, así como de verificarlas.15

Becker distingue cuatro fases de la observación participante: 1) la selección de problemas, conceptos e índices y su definición; 2) cierta estimación de la frecuencia y distribución de los fenómenos; 3) la articulación de los datos singulares en un modelo de la organización, y 4) los problemas de deducción y demostración.

En la primera fase, se toman decisiones sobre los problemas, los conceptos y los indicadores. Becker distingue tres criterios para examinar pruebas. El primero es la «información fidedigna»; examina si el informador podría tener motivos para

14 VIDICH: op. cit., pág. 360. 15 Howard S. BECKER: «Problems of Inference and Proof in Participant Observation», American Sociological Review, 23 (diciembre 1958), 652-653.

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mentir, ocultar información o desfigurar su papel en el hecho o su actitud ante él y si lo presenció verdaderamente o basa su descripción en otros cauces de información. En resumen, es importante la perspectiva del autor. El segundo criterio se llama de la «declaración voluntaria o solicitada»: analiza la espontaneidad de las respuestas, si se han dado para satisfacer los intereses del observador y hasta qué punto la presencia o las preguntas de éste han influido sobre las consideraciones del consultado. El tercer criterio, «la ecuación observador-informador-grupo» tiene en cuenta el papel del observador en el grupo —si hace su investigación de incógnito o como participante intensivo— y de qué manera esto podrá influir en lo que vea y oiga como observador.

En la segunda fase, el investigador decide la frecuencia y distribución de los datos relativos a los problemas, conceptos e indicadores. Se determina qué es lo que constituirá prueba. El investigador trata de explicar lo típico de sus observaciones, su frecuencia e importancia en el grupo. En esta fase se pueden hacer informes cuantitativos de la organización.

La tercera fase integra los diversos datos en un modelo generalizado de los hechos. Becker apunta que, en esta fase, el observador busca el modelo que mejor se ajuste a los datos obtenidos.16

En la cuarta fase, el observador revisa y reforma el modelo, en caso necesario, de acuerdo con sus datos. Es entonces cuando debe decidir cómo expondrá sus conclusiones. Según observa Becker, el problema de exponer los datos después de la investigación sobre el terreno ha sido dificultoso durante mucho tiempo para los sociólogos. Y propone la solución siguiente: expóngase un historial sencillo (natural history) de las conclusiones, que permita al lector seguir las pruebas conforme se presentaron a la atención del observador durante la investigación, y a medida que el problema investigado se conceptualizaba y reconceptualizaba. Esta idea del «historial sencillo» no significa que se exponga cada dato, sino los tipos generales de datos obtenidos en cada fase de la investigación, se incluirán las excepciones importantes en los datos y su correspondencia con los conceptos teóricos utilizados. Lo decisivo de las indicaciones de Becker está en que permiten al lector examinar los detalles del análisis, ofreciéndole la oportunidad de ver los fundamentos de cada conclusión.17

Hay tres temas principales, interrelacionados, que debo subrayar para terminar este epígrafe. El primero es la importancia de relacionar directamente los problemas de la investigación sobre el terreno con la exposición de los datos. Este procedimiento permite discernir al lector qué problemas tuvo al recoger qué información y cómo influyeron sobre las conclusiones relativas a los datos particulares. El segundo tema es la evidente falta de comentarios de los autores sobre la investigación, en cuanto a la importancia de explicitar los supuestos teóricos antes de iniciar la investigación y el hecho de que durante su mismo curso se prueban, tanto los conceptos teóricos básicos, como el proceso social y las teorías sustantivas que nos interesa explicar y predecir. El tercero se sigue del segundo, por cuanto se refiere al problema de cuáles son las condiciones para la verificación de hipótesis en la investigación sobre el terreno. Trataremos de estos tres temas en los restantes epígrafes de este capítulo.

16 Howard S. BECKER: op. cit., pág. 657. 17 Idem, pág. 660.

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LOS PROBLEMAS METÓDICOS Y LOS DATOS «OBJETIVOS»

Los problemas con que se tropieza al observar, interpretar, registrar y decidir la importancia de los datos para una teoría pertinente surgen en la investigación sobre el terreno porque el observador es parte del campo de acción. Un problema metódico difícil que surge se debe a la diferencia entre la realidad que describe el físico y la que describe el sociólogo. Schutz explica esta diferencia en el pasaje siguiente:

Este estado de cosas se debe a la esencial diferencia de estructura de los objetos ideales o elaboraciones mentales constituidos por las ciencias sociales y los constituidos por las ciencias naturales. Incumbe al naturalista, y sólo a él, precisar su campo de observación en conformidad con las normas procesales de su ciencia, determinando los hechos, datos y sucesos que son pertinentes a sus problemas o finalidad científica del momento. Ni estos hechos y sucesos están preseleccionados, ni el campo de observaciones está predescifrado. El mundo de la naturaleza, que examina el naturalista, no «significa» nada para sus moléculas, átomos ni electrones. Sin embargo, el campo de observaciones del sociólogo, especialmente la realidad social, tiene un sentido específico y una estructura de pertinencias para los hombres que viven, actúan y piensan en él. Mediante un conjunto de ideas vulgares, han preseleccionado y predescifrado este mundo, que sienten como la realidad de su vida cotidiana. Son estos objetos ideales suyos los que determinan su conducta, motivándola. Los objetos ideales elaborados por el sociólogo a fin de captar la realidad social han de basarse en los objetos ideales elaborados por el sentido común de los hombres que viven su vida cotidiana en su mundo social.18

Si el observador no forma parte del campo de acción, sino que es meramente un científico «desinteresado», su interés cognoscitivo requiere entonces, como indica Schutz, que sustituya su situación biográfica personal por una situación científica.19 El sociólogo tiene que captar el sentido de los actos del actor al mismo tiempo que retiene una actitud desinteresada ante el actor y el escenario. No hay una trama de motivos que rija esta relación con el actor o actores del escenario que observa. Lo cual subraya la idea de Schutz de que el sociólogo debe atender a las estructuras de sentido que emplean los actores del escenario que quiere observar y describir, al mismo tiempo que convierte tales estructuras de sentido en ideas coherentes con sus intereses teóricos. El naturalista no encara este problema. Ahora bien, hemos expuesto la situación ideal de un experimento o situación de observación proyectada cuidadosamente, que no requiere la participación del observador en el campo de acción. ¿Cómo afecta esta complicada situación al observador que sí forma parte del campo de acción?

Antes de poder abordar esta cuestión, hemos de citar otra más fundamental: «Examinar los principios generales por los que el hombre organiza en la vida cotidiana sus experiencias y, especialmente, las del mundo social».20

El observador, como parte del campo de acción, lleva consigo un conjunto de pertinencias o estructuras de significado que orientan su interpretación de cualquier medio de objetos situado en su campo visual. En tales condiciones se encuentra con los siguientes problemas:

18 Alfred SCHUTZ: «Concept and Theory Formation in the Social Sciences», Journal of Philosophy, LI (abril 1954), 266-267. 19 Idem, pág. 270. 20 Alfred SCHUTZ: op. cit., pág. 267. Más detalles, en Alfred SCHUTZ: «The Problem of Rationality in the Social World», Economica, 10 (1943), 130-149; «On Multiple Realities», Philosophy and Phenomenological Research, 5 (1945), 533-575; y «Common Sense and Scientific Interpretation of Human Action», ibid., 14 (1953), 1-38; y Harold GARFINKEL: «The Rational Properties of Scientific and Common Sense Activities», Behavioral Science, 5 (enero 1960), 72-83.

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1) Tiene que interpretar los actos de sus sujetos (o sus informaciones sobre sus actos) en conformidad con las estructuras de pertinencias de la vida cotidiana. Su modelo del actor, las pautas típicas de acción de que dota a su actor, han de coordinarse con los hechos observados (o los que le cuenta el actor).21

2) Ha de mantenerse en una perspectiva teórica que tenga en cuenta las estructuras de pertinencias del actor, teniendo al mismo tiempo un conjunto distinto de pertinencias que le permitan interactuar con el actor. Lo cual quiere decir que el observador tiene un conjunto de motivos que le permiten llevar una serie de tratos personales.

3) Pero, como dice Schutz del observador: «No puede asociarse nunca en una pauta de interacción con uno de los actores del escenario, sin abandonar, al menos temporalmente, su actitud científica. El observador participante, o investigador sobre el terreno, establece contacto con el grupo estudiado como un hombre entre sus semejantes; únicamente su sistema de pertinencias, que le sirve como esquema de su selección e interpretación, está determinado por la actitud científica, abandonada temporalmente para recuperarla después».22

Así, pues, nuestro observador, como parte del campo de acción: a) debe tener cierto modelo del actor, que comprenda las estructuras de sentido del actor como parte de su teoría del orden social; b) debe emplear un conjunto de normas procesales23 coherente con las elaboraciones teóricas de su modelo; c) debe utilizar su conocimiento de las experiencias de la vida cotidiana del actor y de las suyas propias (que presumiblemente le han dado la base de su modelo) para entrar en los necesarios tratos personales para recoger sus datos, y d) tiene que abandonar temporalmente su empleo de justificaciones científicas, manteniendo, sin embargo, la actitud científica al describir las acciones del actor (o las que éste describe).

Ahora bien, ¿cómo se mantiene el observador en estas dos perspectivas diferentes? Según Schutz, el observador debe tener cierta comprensión de las ideas vulgares de la vida cotidiana por las que el actor interpreta su medio. El estudioso sobre el terreno no puede empezar a describir ningún hecho social sin explicar su teoría científica, es decir, su teoría de los objetos, su modelo del actor o el tipo supuesto de orden social. De otra manera, tendríamos un difícil problema teórico y metódico: el de saber si la descripción por el observador de un escenario de acción se basa en las ideas vulgares que utiliza al participar en él o en alguna teoría que emplee conceptos científicos. Harold Garfinkel lo llama el problema de «ver la sociedad desde dentro».24

A menos que el observador aborde este problema, no podrá dar garantía científica de sus conclusiones. Por el contrario, podrán recibir la crítica de que no son nada distintas forzosamente a las de un actor profano de la sociedad. El tener en cuenta el punto de vista del actor o, como dice Malinowski, describir la cultura según la ven sus miembros, no significa que deban emplearse los métodos de prueba del actor. La dificultad metódica estará clara; al explicar su teoría del actor,

21 SCHUTZ: «Common-Sense and Scientific Interpretation...», op. cit., pág. 31. 22 SCHUTZ: «Common-Sense and Scientific Interpretation...», op. cit., pág. 31. 23 Ver una exposición de las reglas de procedimiento en Félix KAUFMANN: Methodology of the Social Sciences (Oxford University Press), Nueva York, 1941. 24 Está tratado en una relación presentada al IV Congreso Internacional de Sociología, de Milán, en 1959, titulada «Common Sense Knowledge of Social Structures». El lector podrá ver otra explicación en el articulo de Karl MANNHEIM: «On the Interpretation of Weltanschauung», Essays on the Sociology of Knowledge (Routledge and Kegan Paul), Londres, 1952.

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dice Schutz, el observador ofrece la base metódica para establecer las reglas de prueba, de conocimiento y de demostración correcta. Establece la base para la correspondencia entre su teoría del actor y los hechos que observa y describe. Por adoptar la alternativa de los métodos de prueba del actor, no resolverá el problema, a menos que pueda explicar las propiedades de tales métodos. Pero, ¿cómo decide sobre éstas?

Aceptando la proposición de que la primera misión del sociólogo es descubrir las reglas por las cuales el actor maneja sus asuntos cotidianos, el lector podrá hacer la pregunta siguiente: ¿quiere decir esto que no podemos hacer investigación sociológica hasta haber cumplido esta misión? La respuesta es un sí con reservas. El que los investigadores estén haciendo investigación todos los días no es prueba suficiente para creer que cumplir con una serie de operaciones lógicas y empíricas sea una investigación significativa. Ha de examinarse qué reglas de procedimiento se emplean. La observación participante, la entrevista estructurada y no estructurada y los estudios de cuestionario suponen corrientemente una comunidad entre el actor y el observador que requiere el empleo de ideas vulgares. Aunque pueda no reconocerse la existencia de tales normas o ideas, no obstante, son variables al ejecutar el proyecto de investigación.

Concluyamos:

1. Aunque el investigador no conozca las reglas vulgares de interpretación que se empleen en la vida cotidiana, podrá realizar su proyecto particular y contribuir a la teoría general y a la metodología en sociología siendo consciente de su existencia y tratando de estudiar sus propiedades y su influencia.

2. Los investigadores, al examinar la base para entrar en una situación de investigación, los actos necesarios, los tipos de ideas que se originan en los sujetos al preguntárseles sobre sus actividades y las reglas de procedimiento que emplean como observadores, pueden estudiar al mismo tiempo un problema determinado, arrojando un poco de luz sobre el carácter de las ideas vulgares.

3. El aclarar los detalles no enunciados de las preguntas no estructuradas, los cuestionarios cerrados y las conversaciones espontáneas que producen informaciones llamadas «datos» por el observador llega a ser una base para comprender los elementos de las ideas vulgares.

4. Para el investigador, no es nuevo el conocimiento de los pasos que se dan para conseguir datos, pero en la investigación sociológica, la información de tales pasos se logra, corrientemente, mucho después de haberse cumplido una de las más importantes series de hechos, a saber, las relaciones sociales necesarias para establecer cierta especie de comunidad entre el actor y el observador.

Los antropólogos han señalado desde hace mucho la importancia de esto. Las exposiciones de estudios antropológicos sobre el terreno revelan muy poco de las experiencias iniciales del investigador y de los procedimientos utilizados para decidir el sentido de un hecho determinado. Examinando más detalladamente tales actividades, podríamos ver que el investigador, aun al estudiar una cultura completamente extraña, se basa estrictamente en sus experiencias en su propia cultura para decidir el sentido de los hechos que presencia. Pero pocos narran los detalles de cómo entraron en la situación de investigación y, muchos menos, de cómo llevan su trabajo y lo terminan. Uno de los estudios recientes más

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informativos es una monografía de Dalton.25 Su apéndice metodológico, aunque deficiente en los ricos detalles en que, está claro, se basa, es uno de los más reveladores, porque considera los tipos de relaciones sociales que serían comparables a aquellas en las que podría entrar un antropólogo y a las experiencias sobre el terreno de ciertos sociólogos y politólogos. El examinar las dificultades que descubren los investigadores al obtener sus datos mostrará que se pasan por alto los problemas que acabamos de plantear, o se les presta poca atención. El caso es que, en vez de reconocer tales condiciones como difíciles, los investigadores hacen los comentarios habituales sobre la realización de observaciones «objetivas» y el carácter del problema «científico» abordado. Sólo en ocasiones encontramos referencias a los procedimientos empleados para obtener los datos.

Lo que han hecho los sociólogos con todos los tipos de investigación, comprendida la observación participante, es otorgar tal prima a la objetividad, que las condiciones del estado presente de la investigación en ciencias sociales no se examinan por su potencial teórico y metódico, sino como medio para obtener datos sustantivos. La preocupación por los datos sustantivos ha ocultado que tales resultados sólo son tan buenos como la teoría fundamental y los métodos empleados para «hallarlos» e interpretarlos. La situación real de investigación, especialmente en el caso de la observación participante y métodos semejantes, constituye una fuente importante de datos, pues está precisamente tan sujeta a la predicción y explicación como los resultados sustantivos que se buscan. Así, pues, si hemos de estudiar un organismo administrativo utilizando la observación participante junto con la entrevista extensiva estructurada y no estructurada, el abordar a los sujetos en sus actividades cotidianas, desarrollar las necesarias relaciones sociales con aquellos a los que se va a entrevistar y estimar la importancia de las fuentes oficiales y extraoficiales de datos son caracteres difíciles de la situación de investigación, cuyo estudio puede contribuir, tanto a nuestro conocimiento de la metodología, como de las propiedades teóricas de la organización social. La consideración de los problemas reales que encuentran los investigadores en sus actividades proporciona la base adecuada para tratar de cómo la situación de investigación puede llegar a ser, tanto una fuente de datos, como un dato en sí de la metodología comparada.

CONSIDERACIONES TEÓRICAS Y PRACTICAS

El apéndice metodológico de Dalton expone gran variedad de problemas importantes y ofrece un punto de partida general para abarcar afirmaciones anteriores de carácter semejante. Un problema que plantea es el de establecer la situación de investigación. Dalton no cree en dirigirse formalmente a las autoridades superiores de toda organización por estudiar, a causa de la posibilidad de que la organización fije límites a la investigación. Las complejidades de este problema son muchas. Los argumentos sobre cómo obtener mejor acceso a la situación de investigación pueden exponerse de la manera siguiente:

1. Si se utilizan los cauces formales (supongamos de principio que el investigador no tiene ninguna influencia especial con partes externas o internas), existe la posibilidad de que se restrinja el estudio del investigador o de que pueda negársele en absoluto la posibilidad de estudiar.

25 Melville DALTON: Men Who Manage (Wiley), Nueva York, 1959.

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2. El empleo de cauces extraoficiales tiene la clara ventaja de permitir examinar zonas en las que podrían poner límites las autoridades. Los contactos oficiales pueden ser estimables (incluso Dalton dijo que le resultaron convenientes) para descubrir pistas y señales que de otra manera podrían quedar ocultas.

3. La utilización de cauces formales permite que el lector siga los pasos que se han dado para conseguir entrar en la situación de investigación, pero lo mismo ocurre con el acceso extraoficial si el informe se redacta bien. Esta materia es, en realidad, de ética. La cuestión es: la investigación, ¿debe ser pública, tanto para la comunidad científica de los investigadores (supuesto que se preserve el anonimato de los sujetos), como para la comunidad societaria de la que se obtienen los datos? La ciencia, como conjunto de normas procesales para admitir y eliminar proposiciones de un cuerpo de conocimiento,26 no interviene en tanto el investigador siga las reglas aceptadas por su comunidad científica. Parece claro, por tanto, que el problema ético del investigador respecto de su situación particular procede de su pertenencia a la comunidad profana.

4. Las restricciones formales que pudieran fijar las autoridades a las actividades del investigador podrán ser superadas por un proyecto que las tenga en cuenta, identificándolas como variables que han de tratarse como complementarias o restrictivas de las sustanciales.

5. Al estudiar los cauces extraoficiales, el investigador quizá tenga que contar con un número restringido de sujetos, a los que sólo podrá consultar sobre materias limitadas, o de modo tan informal que impida la recogida de los datos sistemáticos que permitirían la verificación de hipótesis. Esta limitación ha llevado a una cantidad bastante grande de «estudios-modelo» (pilot studies) en el estudio de las organizaciones complejas por investigadores partidarios de la observación participante. Los datos que han aportado son impresionistas. Para muchos sociólogos, las expresiones «datos impresionistas» y «observación participante» han llegado a ser sinónimas. Dalton utiliza en realidad una combinación de procedimientos de observación participante consiguiendo un puesto oficial en la organización, que le permitió iniciarse. Después se sirvió de ese puesto como base para realizar sus investigaciones extraoficiales.

6. Recurriendo a los datos de fuentes extraoficiales, el observador participante trata de vencer las restricciones que podrían fijar a sus actividades las autoridades superiores.

¿Qué vamos a sacar de estas consideraciones? Convendrá sistematizar los procedimientos. El investigador debe poner de manifiesto, desde el principio, qué procedimientos ha utilizado. Debe establecer a priori las condiciones (por ejemplo, el número necesario de sujetos, las preguntas que harán falta para descubrir informaciones particulares, etc.) para decidir el carácter real de sus conclusiones. Los comentarios de Dalton y los de otros indican algunas de las complejidades que encierra la obtención de datos por cauces extraoficiales. Al explicar las dificultades de los contactos extraoficiales, el observador participante puede contribuir a la formulación de cuestiones más generales de la teoría y el método. Teóricamente, su obra nos dirá en qué papeles podremos conseguir información extraoficial de sujetos desconfiados. Por ejemplo, la información de cómo entendía al sujeto como base para iniciar la acción social, cómo respondió el sujeto, la influencia del sexo, la edad, la raza, las diferencias socio-económicas y así sucesivamente. Los sociólogos

26 Ver una explicación en KAUFMANN: op. cit.

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han reconocido desde hace mucho la importancia de estos factores, pero hemos de considerar que contribuyan posiblemente, no sólo a la teoría, sino también al método. El esmerado y rico informe de Dalton sobre sus investigaciones y el material sumamente informativo que ofrece no se expone de tal manera que el lector pueda estimar la influencia de las operaciones que hizo para obtener sus datos, sus suposiciones sobre cuándo tuvo la confianza del sujeto, cuándo tuvo que beber un trago para poner cómodo al sujeto, qué clase de preguntas o conversaciones produjeron qué respuestas, cómo decidió que ciertas respuestas habían de aceptarse como «datos» y, otras, como equívocas y cuántos sujetos tomó como base para una generalización, y basada en qué tipos de respuestas, etc. Es sumamente difícil obtener y registrar con precisión el material sobre el contexto de la interacción entre el investigador y su sujeto, pero supondría también una fuente importante de datos para documentar los procesos sociales que Dalton menciona como importantes para ir escalando puestos, las luchas por el poder, las relaciones entre el cuerpo asesor y el ejecutivo, etc. Así, pues, todos los sociólogos que hacen observación participante y entrevistas tropiezan con dificultades para conseguir y mantener acceso a los sujetos y para descubrir pistas y factores extraoficiales. Sin embargo, estos factores extraoficiales constituyen con frecuencia la base de los datos, pero no se informa de ellos como tales, a pesar de ser semejantes al tipo de material de que informan los investigadores para documentar sus explicaciones sobre el funcionamiento de las organizaciones complejas.

Los esfuerzos de Dalton en su apéndice por señalar algunos de estos problemas son una importante contribución metodológica, precisamente porque ofrece lo que otros estudios ocultan con frecuencia —deliberadamente o no— al informar de sus conclusiones. Sin base sistemática para describir sus observaciones a medida que las hace y las interpreta, el investigador encara el problema de comunicar las «realidades» objetivamente. Así, no puede resolver el problema que tratamos antes, de «ver la sociedad desde dentro». Desde el punto de vista metodológico, sus conclusiones sólo pueden compararse con las del periodista o las del hombre sencillo. Para que existan datos comparados, los métodos para obtenerlos tienen que ser conocidos y comparables. Son estos métodos los que el mismo Dalton aborda seguidamente.

Señala que hizo pocas entrevistas, por el problema de explicar a los sujetos a qué iba y por qué.27 Sí indica, sin embargo, diversos procedimientos que utilizó para comprobar los comentarios del informador y si ambos emplearon los mismos modos gramaticales o de lenguaje. Además, escribe: «Al reconstruir las entrevistas, anoté los énfasis, las expresiones faciales, los signos de preocupación y alivio y otros gestos —sabiendo que podrían llevar a error— como posibles claves de cosas más fundamentales».28 Dalton no dice al lector precisamente cómo afectaron a sus relaciones con los sujetos, entrando en la interpretación de lo que observó, factores como los modismos gramaticales y de lenguaje, las expresiones faciales, los signos de preocupación, y semejantes. Es improbable que nadie pueda recordar siempre, ni aun conocer enteramente, tal información. Podemos ver un ejemplo en el breve informe siguiente de un problema difícil, tanto en los procedimientos de Dalton, como en su explicación de las conclusiones:

El tema de la masonería era tan vidrioso en Milo que incluso algunos íntimos rehusaban echar una mano para establecer una pertenencia formal y el número de católicos que se habían hecho masones. Lo que parecía cosa fácil de hacer provocaba temores y me enajenaba

27 Dalton: op. cit., pág. 277. 28 Ibíd.

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a algunos de mis conocidos con los que había contado equivocadamente, y a quienes veía entonces que merecían más estudio. Esas personas empezaron a evitarme y me hicieron temer por el éxito de la investigación. Después supe que temían ayudarme y también temían no hacerlo, por si algunos de mis íntimos los perjudicaban. (¿Qué debe hacer el investigador cuando perturba una situación que él querría tranquila?) Como los masones estaban distribuidos entre muchas logias, para confirmar la pertenencia, finalmente, tuve que presentar listas de funcionarios dudosos a diecisiete íntimos entre los masones.29

La investigación sobre el terreno podría ser todavía más útil para otros que hacen observación participante si los problemas del acceso, la interpretación y semejantes pudieran insertarse en el lugar de la exposición en el texto. Por una parte, muchas referencias a los contactos con los sujetos a menudo emplean términos expresados en idioma vernáculo, y que no se explican al lector, e informan de material sin estar claro cómo interpretó el investigador los comentarios del sujeto. Por otra, muchos investigadores explican que sus sujetos «creen» o «quieren decir» algo, sin documentarlo. Esta especie de descripción «a distancia» dificulta la comparación entre los datos de diferentes investigadores.

Volviendo a nuestro tema, hemos de apuntar una vez más que Dalton incluye material correspondiente a sus esfuerzos y éxitos en establecer contactos con diversos sujetos en las organizaciones estudiadas. Los comentarios, aunque reveladores, están demasiado abreviados para indicar qué datos se obtuvieron con qué tipos de contactos y no están integrados en la verdadera información. Los siguientes comentarios de Dalton señalan una importante aproximación al ideal de la observación participante:

Habitualmente esperando conversaciones reservadas, trataba en lo posible de coger a la gente en situaciones poco más o menos comprometidas y saber de antemano cuándo iba a haber reuniones importantes y qué relación podrían tener con los aspectos extraoficiales de diversos asuntos. Las experiencias con informadores que se apartaban me hicieron tratar de conseguir algún tipo de comentarios o gestos de ciertas personas antes de que se enfriasen sus sentimientos o tomasen precauciones. Al «entrevistar», seguía corrientemente un programa mental. Pero omitía o adaptaba las preguntas que había preparado cuando la charla con el consultado descubría hechos, al parecer, más importantes. Después, o en otra reunión, cuando había hecho todas las preguntas proyectadas para una parte determinada de la investigación, y estaba seguro de la persona, hacía preguntas más fuertes sobre diversos temas y recibía respuestas prometedoras.30

Al indicar con precisión en qué puntos se hacía preguntas específicas a los consultados, sus respuestas, cómo se traían a colación los sucesos, al parecer, más importantes, y cómo todo ello afectaba a la percepción de los hechos por el observador y a su interpretación, el investigador se acerca a algo semejante a un marco experimental. Las exigencias de la observación participante está claro que son mucho mayores que las que se plantean en otras formas de investigación, supuesto que el investigador esté interesado por satisfacer, o más bien aproximarse, a las reglas ideales del procedimiento científico. Quizá sea demasiado esperar que se satisfagan tales procedimientos ideales, pero los procedimientos reales deben explicarse con claridad, de manera que los fundamentos para sacar una conclusión sobre una serie de hechos puedan ser conocidos por otros investigadores, ofrezcan una base para estudios comparados, puedan repetirse y puedan mejorarse los métodos.

Deben hacerse unas cuantas consideraciones sobre las circunstancias prácticas que sea probable encontrar en la investigación sobre el terreno, pero tales

29 Idem, págs. 279-280. 30 DALTON: op. cit., págs. 280-281.

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«instrucciones» deben incorporarse a una textura que subraye los rasgos básicos de la interacción social, de hecho, ciertas propiedades fundamentales del orden social.

La entrada en la organización o grupo por estudiar exige que se estime la actitud del observador ante los sujetos, los medios de acceso y cómo éste afectará a sus relaciones con ellos. ¿Cómo se presenta uno ante los demás? Esta es una cuestión fundamental. ¿Cómo establece el observador su contacto inicial con las personas que le proporcionan acceso, con los sujetos por estudiar y, en resumen, con toda persona que se haga objeto de su estudio? Goffman, entre otros, considera que esta cuestión es decisiva para toda interacción social:

Cuando un individuo llega a presencia de otros, corrientemente, tratan de obtener información sobre él o de poner en juego la que ya tienen. Se interesarán por su posición socio-económica general, su concepto de sí mismo, su actitud ante ellos, su competencia, su fidelidad...

Dejemos ahora a estos otros para tomar el punto de vista del individuo que se presenta ante ellos. Puede querer que piensen muy bien de él o que crean que él piensa muy bien de ellos o percibir qué es lo que siente en realidad hacia ellos, o no obtener una impresión definida; puede querer conseguir armonía suficiente, de modo que se mantenga la interacción, o defraudar, desembarazarse de ellos, equivocar, confundir, hostilizar o insultarlos.31

La teoría de Goffman se ocupa de cómo se las arreglan en la vida cotidiana las personas en cuanto a su presencia ante los demás. Su monografía y artículos sobre el tema ofrecen una textura para describir un amplio conjunto de actividades sociales que ocurren cuando las personas entran en acción social. La cita siguiente señala un posible enfoque de muchos de los problemas ya tratados, presentando una base más analítica para los procedimientos de la investigación sobre el terreno:

Parece que toda interacción social se basa en una dialéctica fundamental. Cuando un individuo llega a presencia de otros, querrá descubrir las realidades de la situación. Si tuviese ya esta información, podría conocer y hacerse cargo de lo que fuese a suceder y podría dar a los demás presentes tanto de lo que les es debido como fuese conforme a su propio interés ilustrado... Raras veces se tiene una información completa de este orden; a falta de ella, el individuo suele emplear sustitutivos —claves, pruebas, indicios, gestos expresivos, símbolos de posición, etc.— como recursos de predicción. En resumen, como la realidad por la cual se interesa el individuo no puede advertirse en el momento, en su lugar hay que fiarse de las apariencias. Y paradójicamente, cuanto más se interese el individuo por la realidad que no pueda entender, tanto más tendrá que concentrar su atención sobre las apariencias.32

En escritos anteriores, Schutz señalaba lo mismo que Goffman, pero abordando el aspecto analítico de los rasgos constitutivos de la vida cotidiana. Schutz indica explícitamente que, en cuanto observadores científicos, hemos de idear un modelo del actor, de sus motivos típicos, sus acciones típicas, gustos y disgustos típicos, etc., como condición básica para observar e interpretar su conducta en conformidad con las normas procesales y teóricas de nuestra disciplina:

En las páginas siguientes, afirmamos que las ciencias sociales tienen que tratar de la conducta humana y de su interpretación vulgar en la realidad social, implicando el análisis de todo el sistema de proyectos y motivos, de pertinencias e ideas de que hemos tratado en los epígrafes anteriores. Tal análisis se refiere forzosamente al punto de vista subjetivo, en especial, a la interpretación de la acción y a su marco, según el actor. Como este postulado de la interpretación subjetiva es, según hemos visto, un principio general para elaborar los tipos

31 Erving GOFFMAN: The Presentation of Self in Everyday Life (Doubleday and Co.), Garden City, New York, 1959, págs, 1-3. 32 Erving GOFFMAN: op. cit., pág. 249.

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de acción en la experiencia vulgar, tendrá que adoptar también este principio toda ciencia social que aspire a comprender la «realidad social».33

Los escritos de Schutz y Goffman ilustran un objetivo fundamental en sociología: la búsqueda de los principios fundamentales de la interacción social. Así, pues, el investigador no carece de un modelo del actor que lo guíe en sus observaciones. De hecho, puede contribuir al conocimiento en dos capítulos si trata como dudosos los principios fundamentales de la interacción social: primero, proporciona una prueba a la teoría fundamental; segundo, trata tales proposiciones como «datos», utilizando tales «principios» como base para trabar relación social con los «nativos» y al ordenar sus contactos iniciales y desenvolver sus papeles e interacción.

Si es correcto suponer que en la vida cotidiana las personas ordenan su medio, asignan sentidos o pertinencias a los objetos y basan sus actos sociales en las justificaciones vulgares, no podremos acometer investigación sobre el terreno ni emplear ningún otro método de investigación en ciencias sociales sin tomar en consideración el principio de interpretación subjetiva. Al entrar en conversación con los sujetos durante el estudio, haciéndoles preguntas estructuradas o no estructuradas en una situación de entrevista o utilizando un cuestionario, el observador científico debe tener en cuenta las ideas vulgares que emplea el actor en la vida cotidiana, si ha de comprender el sentido que atribuirá el actor a sus preguntas, independientemente de la forma en que se le expongan. Desconocerlo es hacer dudosas o vacuas, tanto las preguntas (o conversaciones) como las respuestas recibidas. El investigador, sin especificar su teoría de los objetos —su modelo del actor—, no podrá dar más garantía a sus proposiciones que cualquier profano interesado por los mismos hechos o que tenga meramente una «opinión» de ellos.

Resumiendo, el observador científico necesita una teoría que le ofrezca un modelo del actor, orientado a un medio de objetos con caracteres vulgares. El observador tiene que distinguir entre las justificaciones científicas que utiliza para ordenar su teoría y conclusiones y las justificaciones vulgares que imputa a los actores estudiados. Ambas clases de ideas —vulgares y científicas— son elaboraciones del científico, pues, como señala Schutz:

Comienza por elaborar pautas típicas de acción en correspondencia con los hechos observados. Después, clasifica dentro de estas pautas típicas de acción un tipo personal, particularmente, un modelo del actor al que imagina dotado de conciencia. Sin embargo, es una conciencia limitada, que no comprende sino todos los elementos pertinentes a la ejecución de las pautas de acción estudiadas y pertinentes, por tanto, al problema del científico. Adscribe, por tanto, a su conciencia ficticia un conjunto de motivos finales típicos, en correspondencia con los objetivos de las pautas de acción observadas y los motivos causales típicos en los que se basan los finales. Ambos tipos de motivos se supone que son invariables en el espíritu del actor-modelo imaginario.

Sin embargo, estos modelos de actores no son hombres que vivan en su situación biográfica en el mundo social de la vida cotidiana. Estrictamente hablando, no tienen biografía ni historia: y la situación en que están colocados no es una situación definida por ellos, sino por su creador, el sociólogo. Es él quien ha creado estos muñecos u homúnculos con objeto de manejarlos para sus fines. El científico les imputa una mera conciencia aparente, ideada de tal manera que sus supuestos conocimientos hábiles (comprendido el conjunto de motivos invariables que se le atribuyen) hará subjetivamente comprensibles los actos que se originen en ella, supuesto que estos actos sean ejecutados por actores reales en el mundo social. Pero este muñeco y su conciencia artificial no están sujetos a las condiciones ontológicas de los hombres. El homúnculo no ha nacido, ni crece, ni morirá. No tiene esperanzas ni temores; no

33 Alfred SCHUTZ: «Common-Sense and Scientific Interpretation...», op. cit., pág. 27.

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conoce la inquietud como motivo principal de todos sus actos. No es libre, en el sentido de que su obrar pueda violar los límites que le ha fijado su creador, el sociólogo, En consecuencia, no puede tener más conflictos de intereses y motivos sino los que le atribuya el sociólogo. No puede equivocarse, si no es ese su destino. No puede escoger, excepto entre las alternativas que le haya presentado el sociólogo.34

Las observaciones de Schutz señalan que la lógica empleada por el físico es la misma que emplea el sociólogo al decidir qué es conocimiento, aunque puedan diferir las reglas de procedimiento. Lo diferente, desde luego, se ha citado antes, pero merece la pena repetirlo:

...la estructura de los objetos ideales o elaboraciones mentales constituidos por las ciencias sociales y los constituidos por las ciencias naturales. Incumbe al naturalista, y sólo a él, precisar su campo de observación, en conformidad con las normas procesales de su ciencia, determinando los hechos, datos y sucesos que son pertinentes a sus problemas o finalidad científica del momento. Ni estos hechos y sucesos están preseleccionados, ni el campo de observaciones está predescifrado. El mundo de la naturaleza, que examina el naturalista, no «significa» nada para sus moléculas, átomos ni electrones. Sin embargo, el campo de observaciones del sociólogo, especialmente la realidad social, tiene un sentido específico y una estructura de pertinencias para los hombres que viven, actúan y piensan en él. Mediante un conjunto de ideas vulgares, han preseleccionado y predescifrado este mundo, que sienten como la realidad de su vida cotidiana. Son estos objetos ideales suyos los que determinan su conducta, motivándola. Los objetos ideales elaborados por el sociólogo a fin de captar la realidad social han de basarse en los objetos ideales elaborados por el pensamiento vulgar de los hombres que viven su vida cotidiana en su mundo social.35

Debe de haber quedado claro por qué insiste Schutz en que la primera misión de las ciencias sociales es estudiar los principios fundamentales por los que el hombre organiza sus experiencias en la vida cotidiana. El investigador sobre el terreno no tiene elección en cuanto a si debe tener un modelo del actor, implícito o explícito, para ordenar sus observaciones y decidir su significado. Sabemos algo sobre los tipos de modelos disponibles, y conocemos también algunos de los rasgos fundamentales que ha de tener en cuenta cualquier modelo. No es éste el lugar de perseguir la noción de ideas vulgares o las condiciones que rodean su empleo, pero serán pertinentes algunos comentarios sobre la «aplicación» de estos conceptos.

Parte importante del trabajo sobre el terreno tiene que ver con los problemas de identificar, obtener y mantener los contactos que ha de lograr el investigador. Por ejemplo, dada su elección de papel o papeles diferentes que asume ante diferentes sujetos o adscribe a ellos, ¿qué tipo de relaciones debe cultivar? ¿Qué tipos de personas debe abordar? ¿Cómo debe establecer los contactos? ¿Cómo debe mantenerlos? ¿Cómo afectan a los datos que obtiene? ¿Cómo pueden evitar ciertos datos algunas relaciones particulares? Estas son sólo una parte de las cuestiones que debe sopesar el investigador. Para ilustrarlo, puede resultar instructivo contrastar los comentarios de un experto investigador sobre el terreno, que escribe sobre los problemas metódicos de la observación participante, y las afirmaciones de alguien que se ocupa de describir los rasgos fundamentales de la vida cotidiana.

Dean36 ofrece una importante exposición de varios tipos de informadores que considera más convenientes que la persona «media», distinguiendo entre los que son más sensibles a la comprensión del problema y los que se considera «más dispuestos a revelar». Están en el primer grupo:

— El extraño, que ve las cosas a la luz de otra cultura, clase social, comunidad, etc.

34 SCHUTZ: «Common-Sense and Scientific Interpretation...», op. cit., páginas 31-32. 35 SCHUTZ: «Concept and Theory Formation...», op. cit., págs. 266-267. 36 John P. DEAN: «Participant Observation and Interviewing», op. cit., páginas 225-252.

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— El «novato», sorprendido por lo que sucede, observa las cosas que se dan por supuestas, y que pasa por alto el aclimatado, y que puede no tener todavía intereses que proteger en el sistema.

— El advenedizo, la persona que se halla en transición de un papel o posición a otro, siendo rudas y sensibles las tensiones de esta nueva experiencia.

— El «natural», es decir, la infrecuente persona objetiva, reflexiva. Puede ser señalada a veces por otras personas inteligentes y reflexivas.37

El segundo grupo se caracteriza así:

— El informador ingenuo, que no sabe de lo que habla: a) o ingenuo para lo que representa el investigador sobre el terreno; b) o ingenuo hacia su propio grupo.

— El frustrado (rebelde o descontento), en especial, el que es consciente de que reprime sus impulsos e instintos.

— Los desplazados, apartados del poder, pero que «están en el ajo» y critican a «los que mandan», ansiosos por revelar las cosas negativas de los que «están en candelero».

— El veterano, o «perro viejo», «institución del lugar», que ya no corre peligro o está tan aceptado que puede contar sin riesgo lo que dicen o hacen los demás.

— El «necesitado», que se agarra al entrevistador por su atención y apoyo. Y hablará en tanto el entrevistador comprenda esta necesidad.

— El subordinado, que tiene que adaptarse a superiores. En general, se ha hecho ideas para amortiguar el efecto de la autoridad y puede ser hostil y estar dispuesto a «desahogarse».38

Estas citas de Dean manifiestan una mezcolanza de ideas vulgares sobre los tipos sociales que utilizan las personas en la vida cotidiana y las categorías del observador para tratar con los tipos sociales, que pueden ser o no las mismas que las utilizadas por los actores estudiados. Volvamos ahora a lo que dice Goffman sobre las personas que se enteran de «secretos de equipo» y pudieran desacreditar o perjudicar los logros que un grupo desea conseguir. Y dice que las personas en posesión

n destructiva y después, abiertamente o en secreto, traiciona el espectáculo al públi

ese un miem

o lejos de la realid

ríguez en Almacenes Pérez; es el espía de modas y el extran

retos de cada parte, dando a cada una la falsa impresión de ser más leal a ella que a la otra.39

de tales informaciones ocupan «papeles discordantes»:

Primeramente, está el papel del «delator». Se trata de alguien que, ante los intérpretes, aparenta ser miembro de su compañía, se le permite entrar en los camerinos y adquirir informació

co...

En segundo lugar, está el papel del «gancho». Es alguien que obra como si fubro ordinario del público, pero en realidad está confabulado con los intérpretes...

Consideremos ahora a otro impostor entre el público, pero esta vez a uno que utiliza su secreto fingimiento en el interés del público, no de los intérpretes. Este tipo puede ser ilustrado por la persona empleada para examinar la calidad que mantienen los intérpretes, a fin de asegurar que las apariencias cuidadas en ciertos respectos no estarán demasiad

ad... [Goffman emplea el término de «detective» para este papel discordante.]

Hay otro individuo peculiar entre el público. Es el que ocupa un lugar modesto, inadvertido, entre el público y deja el lugar cuando lo hacen los demás, pero para ir a ver a su jefe, un competidor de la compañía cuya interpretación acaba de presenciar, e informarlo de lo que ha visto. Es el profesional del ir de compras: el hombre de Almacenes Pérez en Galerías Rodríguez y el hombre de Galerías Rod

jero en las exhibiciones aéreas...

Otro papel discordante es el del que se llama a menudo correveidile o mediador. El correveidile se entera de los sec

37 John P. DEAN: op. cit., pág. 235. 38 Idem, pág. 236. 39 Erving GOFFMAN: The Presentation of Self in Everyday Life, op. cit., páginas 145-149.

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TEORÍA Y MÉTODO EN LA INVESTIGACIÓN SOBRE EL TERRENO

Si bien estos dos conjuntos de tipos sociales descritos por Dean y Goffman no se corresponden exactamente, señalan la idéntica preocupación del observador participante interesado por lograr «buenos» contactos sobre el terreno y del sociólogo interesado por estudiar las pautas básicas de la interacción social. El observador participante que se interesa por estudiar las relaciones étnicas en una comunidad, los conflictos jerárquicos en las plantas industriales, la socialización de la Medicina, etcétera, no sólo tiene que tener claro el modelo de actor que utilizar en su investigación, sino que debe estar también sobre aviso de la posibilidad de estudiar los conceptos teóricos fundamentales cuando está metido en el mecanismo de su investigación, pues ambas cosas son decisivas para observar e interpretar el terreno que estudia. Conocer los tipos sociales prevalentes en diversos tipos de grupos, saber cómo identificarlos, entrar en relación con ellos y ganar su apoyo, facilita al investigador el limitar las posibilidades de su proyecto, en resumen, tratar de escenificar y verificar las hipótesis pertinentes. El trabajo de Dean ofrece algunas indicaciones excelentes para identificar, obtener y mantener contactos. Los escritos de Goffman presentan una riqueza de material que pueden utilizar los investigadores sobre el terreno para comprender los detalles descriptivos de cómo las personas se presentan ante los demás y manejan su apariencia en la vida cotidiana.40

Por último, quisiera tratar en este epígrafe cómo terminar la investigación. Las relaciones interpersonales creadas durante la investigación no terminan fácilmente al abandonar el terreno. El investigador tiene que tomar sus propias decisiones sobre el tipo de «contratos sociales» —por emplear la expresión de Durkheim— que quiera honrar. Así ocurre, en especial, porque tales «contratos» comprenderán condiciones no enunciadas, o extra-contractuales. Está el problema de si la información que dará el investigador afectará a los sujetos en manera adversa. Está, además, el problema de dejar intacto el marco de la investigación, de modo que otros sociólogos puedan volver. Las obligaciones que incumben al investigador en estas materias —suponiendo que se las considere tales— están lejos de haberse sistematizado.41 Si se ha hecho todo el esfuerzo posible para garantizar una información completa al lector sobre los detalles de trabar, mantener y despedirse de las relaciones sociales durante la investigación sobre el terreno, el investigador tendrá mucha materia para decidir cuándo terminar el estudio. Los investigadores han señalado que muchos estudios sobre el terreno originan relaciones que continúan indefinidamente. Los naturales inconvenientes son la posibilidad de desacreditar por completo el valor de la investigación por «convertirse en nativo» o por la negativa de parte del observador aun a informar de sus datos, pasando por formas de retener información, por causar perjuicios, posiblemente, a los sujetos. Muchos estudiosos han descubierto que las mismas exigencias de la investigación impiden utilizar ciertos datos. La conclusión obvia, pero que no sirve de mucho, es tener toda la claridad posible al tomar las decisiones necesarias. Las diversas descripciones de comenzar, proseguir y terminar la investigación sobre el terreno se ocultan habitualmente dentro de la textura del estudio particular que hace un observador y no se explican claramente, o son tan abstractas que se indican pocos procedimientos, si es que se indican.

40 El lector observará que es especialmente pertinente el libro de H. G. BARNETT: Innovation (McGraw-Hill), Nueva York, 1953. Su interés por los tipos culturales que más probablemente produzcan cambio cultural exige que emplee los tipos de actores tratados por DEAN y GOFFMAN. 41 Recomendamos al lector que consulte la informativa explicación sobre estos temas en W. F. WHYTE: Street Corner Society, op. cit.

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LA INVESTIGACIÓN SOBRE EL TERRENO Y LA VERIFICACIÓN DE HIPÓTESIS

En este epígrafe, atenderé a las ventajas e inconvenientes relativos de la observación participante como método de investigación sociológica. Mi interés es su utilidad en relación con otros métodos.

Un artículo de Becker y Geer y el comentario de Trow que le sigue tratan de las virtudes relativas de la observación participante y de la entrevista.42 Idealmente, en la investigación sobre el terreno ambos procedimientos deben ser complementarios. La participación intensiva limita la normalización que permite la entrevista, pero la participación ofrece una visión más cercana del proceso social. Sin ciertos tipos de preguntas y pruebas sistemáticas durante la observación participante, este método tendría un valor limitado para la verificación de hipótesis. La importancia de la teoría sistemática es obvia si el investigador ha de dirigir sus actividades como observador participante. De otra manera, este método equivaldrá a un «estudio-modelo» continuo.

El actual empleo de la observación participante y de la entrevista en la investigación sobre el terreno significa fundamentalmente una información a posteriori. Puede verse una excepción reciente en un estudio en que se formulan hipótesis explícitas para la verificación en la investigación sobre el terreno. Es el estudio de un grupo de psicólogos y antropólogos sobre las prácticas de la crianza de niños en diferentes culturas.43 Los trabajos antes citados señalan una conciencia creciente de la necesidad de que los sociólogos mejoren las técnicas de investigación, de modo que puedan verificarse las hipótesis. El obstáculo principal sigue siendo la falta de una teoría precisa o, al menos, la disposición del investigador a hacer explícitos sus supuestos sobre la teoría.

Una idea es que no estamos mejorando nuestra teoría y métodos de investigación con los estudios de observación participante, sino que estamos añadiendo simplemente gran número de observaciones descriptivas, de valor y validez dudosos, al cuerpo de conocimientos en ciencias sociales. Desde luego, podría señalarse que nada hay de malo en este conocimiento descriptivo o impresionista, y que toda ciencia joven ha hecho algo semejante. Pero este argumento no tiene sentido, a menos de poder demostrarse que no tenemos teorías suficientemente precisas para determinar de antemano las hipótesis de nuestra investigación y, además, que es imposible que los investigadores en la observación participante y en la entrevista empleen métodos sistemáticos de obtener información (esto es, preguntas normalizadas que se ajusten a la situación, permitiendo discernir al mismo tiempo alguna pauta). Ahora bien, tal demostración no se ha hecho. Al contrario, los trabajos antes citados señalan que se ha progresado bastante hacia la conciencia de las dificultades prácticas y metódicas de la observación participante y de la entrevista, pero se ha hecho muy poco en cuanto a determinar la teoría que podría convertirse en procedimientos operativos que seguir de antemano para obtener los datos.

En el caso de la entrevista, se ha hecho muchísimo trabajo llamando la atención del investigador sobre las trampas y los remedios al utilizar este método. Pero a pesar de las mejoras de las técnicas de investigación, poco se ha hecho para integrar la teoría sociológica y la metodología. Las sutilezas que exponen los

42 Howard S. BECKER y Blanche GEER: «Participant, Observation and Interviewing: A Comparison», Human Organization, 16, núm. 3 (Fall 1957), 28-32; Martin TROW: «Comment on Participant Observation and Interviewing: A Comparison», ibíd., págs. 33-35. 43 Ver Beatrice B. WHITING (ed.): Six Cultures (Wiley), Nueva York, 1947.

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TEORÍA Y MÉTODO EN LA INVESTIGACIÓN SOBRE EL TERRENO

metodólogos al entrevistador principiante pueden interpretarse como propiedades que se hallan en la interacción cotidiana entre los miembros de una sociedad. Así, los principios de la «buena y mala entrevista» pueden interpretarse como rasgos fundamentales de la interacción social que el sociólogo, presumiblemente, trata de estudiar. Todo investigador ha de tener, al menos implícitamente, cierto dominio de los rasgos teóricos fundamentales de la interacción, si ha de observarlos e interpretarlos para los demás. Las dificultades con que se tropieza para obtener datos mediante la observación participante y la entrevista no son diferentes, aunque desprovistas de sus implicaciones de estudio, a las que encontrarían los profanos en su vida cotidiana si se los colocase en una situación comparable. Mudarse a otro barrio, empezar un nuevo trabajo, solicitar un nuevo empleo, empezar a estudiar, reunirse en grupos de costumbres y lenguaje diferentes a los nuestros, tratar de amistarse con alguien para obtener cierta información, intentar vender a un cliente cierta mercancía, pescar a una chica: cualquier proceso social parecido o diferente tendrá los mismos caracteres que encontraremos en la investigación sobre el terreno. Los problemas de que tratan los trabajos antes citados nos ofrecen dos grupos de información: una serie de proposiciones sobre la interacción social como proceso social y una serie de reglas para buscar datos en las diversas condiciones de la investigación sobre el terreno.

En la medida en que un investigador pueda observar y registrar sus datos siendo consciente de las dificultades apuntadas, podrá determinar los motivos de sus inferencias. Resumiendo:

1. El investigador sobre el terreno debe formular tan explícitamente como sea posible lo que trata de conseguir con su investigación, examinar ciertas proposiciones teóricas generales, verificar hipótesis determinadas, trazar el mapa de una tierra antes desconocida para la futura investigación y verificación de hipótesis, y semejantes.

2. Debe conseguirse también, en lo posible, todo conocimiento de la situación de investigación, independientemente del que pueda obtenerse en el verdadero trabajo sobre el terreno. Lo cual significa estudiar las obras pertinentes, acudir a las fuentes que pudieran tener información sobre el problema por estudiar, buscar información en el terreno en que se hará la investigación, y así sucesivamente.

3. En la medida en que lo permita el problema por estudiar o examinar, el investigador debe descubrir qué tipo de información le hará falta para alcanzar sus objetivos. Puede ir, desde formular las preguntas precisas que hacer a los consultados, a señalar simplemente la falta de conocimiento previo de lo que se preguntará, o incluso de cómo se establecerá el contacto.

4. La idea de Becker del «historial sencillo» puede ser muy conveniente, aparte de lo que se conozca. El tomar nota cuidadosa de cada fase de la investigación revelará diferencias o concordancias de procedimientos entre: 1) proyecto explícito o implícito; 2) teoría y metodología, y 3) cambio de ideas al paso del tiempo. A menos de poderse determinar lo desconocido en un ámbito determinado, será difícil ver qué es lo que llegamos a conocer y cómo. Sólo explicando lo que conocen, lo que suponen y aquello por lo cual se interesan, los investigadores sobre el terreno y otros podrán apreciar sus ensayos de verificación de hipótesis.

5. Se podrá tratar formalmente cada paso del «sencillo historial» si el problema está enunciado con la precisión suficiente. Abraham Wald: Sequential Analysis,44

44 (Wiley), Nueva York, 1947.

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ofrece una guía formal para verificar hipótesis mientras se realiza la investigación y cuando las hipótesis se verifican, reformulan y revisan continuamente, cada paso debe arrojar datos que puedan relacionarse con otros datos posteriores, a fin de mejorar la teoría y la metodología, aclarar el problema sustantivo y, como han dicho Becker y Vidich, contribuir a nuestro conocimiento del cambio en el proceso social.

6. Aunque el investigador puede haber comenzado con un magro proyecto y vagas nociones sobre el problema, determinando detalladamente sus procedimientos metódicos, además de sus limitaciones, podrá conseguir verificar algunas hipótesis muy precisas si lo permiten las condiciones del marco. Provisto del sencillo historial del estudio, el estudioso puede sacar ventaja del conocimiento de los errores del investigador y puede repetir todo o parte del trabajo.

Hemos descrito brevemente una serie ideal de «instrucciones» para la investigación sobre el terreno. He aquí algunas realidades:

1. El investigador tiene una idea del problema e incluso de lo que espera hallar. Lo cual puede significar que haga implícitamente su investigación de tal manera que halle precisamente la información que apoye sus ideas iniciales, por muy vagas que pueda haberlas concebido. Una cosa es publicar tales ideas, digamos, en forma preliminar y, otra, mantenerlas en privado hasta que se redacte el estudio. Precisar por adelantado el proyecto exige que se ofrezcan interpretaciones alternativas, pero mantener esta información en privado faculta al investigador a decir que «ya lo sabía» o «así es como lo pensé al principio».

2. Así, pues, muchos observadores participantes entran en la situación sobre el terreno con ciertas nociones vagas en la cabeza sobre datos anteriores de diversos estudios que se han hecho y puede utilizarlos como base para entender mal la información obtenida. Así se dice a menudo en las obras citadas. Con frecuencia, se considera como una virtud de la observación participante que el investigador puede modificar continuamente ideas y resultados anteriores, que se cree a menudo menos ciertos que observaciones posteriores, a la luz de experiencias subsiguientes, como ha dicho Becker, la importancia de registrar el «sencillo historial» y de exponer los datos y las deducciones está en ofrecer al investigador una base para estudiar sus cambios de ideas, de datos, métodos y deducciones al paso del tiempo.

3. La mayoría de los investigadores sobre el terreno exponen sus conclusiones de manera que realcen mejor los temas principales de su estudio. Lo cual quiere decir, frecuentemente, desconocer los cambios de perspectiva de los sujetos y del investigador. El hecho de que ser más aceptado por el grupo puede dar acceso a información más detallada o antes inasequible puede impedir también que el observador anote actividades o juicios comprometidos, se omiten juicios que pueden haberse anotado antes. Se exponen las conclusiones como si los problemas de acceso, mantener contacto y terminarlo no influyesen sobre la obtención e interpretación de datos. El informe, como dice Vidich, tiene un carácter «atemporal».

4. Publicada la información, los lectores e investigadores la estiman como conocimiento «definitivo» sobre el grupo estudiado. En vez de reconocer el carácter dudoso de tales resultados, intentando, por tanto, perfeccionar los principios fundamentales o extender nuestros conocimientos para facilitar el estudio comparado, resulta corriente que cada nuevo investigador busque su propio marco singular. Se supone que este procedimiento garantiza la contribución relativa del investigador y tiende a reforzar la idea de que cada grupo es singular, que cada uno requiere métodos singulares, interpretaciones teóricas singulares y un observador

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TEORÍA Y MÉTODO EN LA INVESTIGACIÓN SOBRE EL TERRENO

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singular. Y todo ello, a pesar de las regularidades que atribuyen a la observación participante los mismos investigadores al tratar de diversos conceptos.

5. Ha habido tendencia a subrayar los datos sustanciales, no a desarrollar la teoría fundamental. La «teoría general» se compone a menudo de unas cuantas proposiciones generales difíciles de convertir en reglas de procedimiento y se las trata como «constantes», por cuanto no se hacen dudosas en la investigación sobre el terreno, sino que, simplemente, han de ser «aplicadas» para explicar las conclusiones del estudio.

RESUMEN

El creciente número de obras sobre la observación participante, la entrevista y el trabajo sobre el terreno en general ha servido para sistematizar nuestros conocimientos sobre estos métodos de investigación. La información expuesta ofrece una serie de instrucciones sobre «qué buscar» y «cómo hacerlo» en la investigación sobre el terreno. He tocado la entrevista sólo tangencialmente, reservando comentarios más detallados para el capítulo siguiente. Se han escrito muchas cosas importantes sobre la manera de establecer contacto con el grupo que estudiar, de identificar a los sujetos pertinentes, trabar relaciones sociales, comprometerse demasiado con los sujetos, registrar datos, comprobar las conclusiones, etc. Lo que he subrayado es que los elementos o conceptos fundamentales de la ciencia social atraviesan esta rica información de la investigación sobre el terreno. En vez de entrar en el marco de la investigación con un proyecto y un esquema teóricos explícitos, el investigador frecuentemente desarrolla su teoría durante el estudio o después de haber recogido los datos, mientras escribe las conclusiones. He tratado de mostrar que se sabe mucho de los problemas de la investigación sobre el terreno y puede encontrarse en escritos sobre la teoría fundamental. Si no se precisan los tipos de supuestos que implican sus interpretaciones de lo observado, el investigador no tendrá motivo para ensalzar el carácter real de sus conclusiones, excepto por razones de sentido común. El investigador que diga, por una parte, que sigue procedimientos científicos, pero, por otra, que no hay teoría con la cual poder trabajar sobre el terreno, descubre que no quiere explicar el fundamento de sus observaciones e interpretaciones. Sin tales precisiones, el lector no podrá distinguir entre la descripción científica de una serie de hechos y la que podría obtener consultando a cualquier miembro profano del grupo estudiado. El que las ideas vulgares de la vida cotidiana sean básicas para todo estudio del orden social exige que se dé atención explícita a este problema. Por último, la investigación sobre el terreno ofrece un marco excelente, tanto para utilizar y verificar la teoría fundamental, como para estudiar la manera en que tal teoría entra en nuestro conocimiento de ámbitos sustantivos.

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III. LA ENTREVISTA

Los estudiosos de la investigación sociológica reconocen que todo encuentro social es potencialmente una situación de entrevista y que puede revelar o estimular un amplio orden de respuestas. Hay una variedad de estrategias en uso actualmente para orientar al entrevistador sobre el tema. Mi interés no es el de catalogar todas estas estrategias, sino exponer los supuestos teóricos que implican en cuanto grupo y ofrecer algunas breves observaciones sobre dos recientes obras importantes. Exponer los supuestos teóricos en que se basan las estrategias de entrevista obliga a mostrar cómo éstas se corresponden con aquellos.

Las diversas formas de la entrevista pueden exponerse bajo tres epígrafes, por la medida en que: 1) puedan acercarse a la verificación de hipótesis; 2) su buen uso suponga un conocimiento de los elementos variables e invariables de la teoría sociológica fundamental y sustancial, y 3) su empleo constituya pruebas cumulativas de la teoría fundamental. Por teoría fundamental, entiendo las propiedades de los escenarios sin las cuales no podría haber comunicación, y que son invariables para con los rasgos sustantivos del marco o de los actores particulares.

LA ENTREVISTA Y EL PROCESO SOCIAL

Preguntarse cómo influye la situación de entrevista sobre los datos, a consecuencia de los difíciles encuentros sociales que han de tener los entrevistadores y los entrevistados, es buscar la pertinencia del conocimiento vulgar a la interacción social general. Los observadores que se preocupan de hacer de la entrevista un medio más preciso y fiel de la investigación sociológica persiguen a menudo cierto número de objetivos incompatibles. Por ejemplo, preguntas y respuestas normalizadas, pero pruebas centradas y descentradas; «buen informe», pero el entrevistador y el entrevistado se aíslan del efecto social de la entrevista; evitar ideas y preceptos de papel impertinentes a los datos, pero necesarios para terminar la entrevista; suponer que la ideología del entrevistador no afectará nunca a las respuestas del sujeto, etcétera. No se logrará hacer de la entrevista un medio más fiel y válido sin considerar la teoría fundamental, porque ésta es un rasgo incluido en toda entrevista y supuesto, por tanto, en su misma realización. Hay tres libros conocidos que tratan de hacer de la entrevista un medio más fiel y válido: The Focused Interview, Interviewing in Social Research y The Dynamics of Interviewing.1 Describen las artes de la entrevista y pueden leerse por sus informes del proceso social básico, aunque su interés primario está en perfeccionar la entrevista como medio de investigación sociológica. Las tentativas de perfeccionarla suponen que esta forma de recoger datos puede conseguir una verificación precisa de hipótesis, su interés fundamental es describir y superar las dificultades de este medio particular. No siempre prestan atención a los supuestos teóricos que exige su empleo, ni a cómo sus mismos procedimientos constituyen una verificación de la teoría fundamental.

Hyman y otros comienzan su libro sobre la entrevista con un capítulo dedicado a los errores del entrevistador. Citan muchos estudios que atestiguan los errores

1 R. K. MERTON, M. FISKE y P. KENDALL: The Focused Interview (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1956; H. HYMAN y otros: Interviewing in Social Research (University of Chicago Press), Chicago, 1954; R. L. KAHN y C. F. CANNELL: The Dynamics of Interviewing (Wiley), Nueva York, 1957.

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cometidos en entrevistas por investigadores expertos. La prueba parece convincente. Entiéndase el error, no sólo como prueba de poca fidelidad, sino también de relaciones interpersonales «normales»; de la manera como las personas se interpretan mutuamente en cuanto objetos sociales durante la interacción social. El que cualquier grupo de entrevistadores no proporcione resultados idénticos o coherentes debe considerarse como prueba de la indeterminación locativa de la interacción social que hemos expuesto en los capítulos I y II. Estos «errores» pueden interpretarse como casos en que los factores locativos han alterado los criterios o normas ideales que iban a dirigir formalmente el intercambio. Puede conseguirse un alto grado de fidelidad estadística sin que se expliquen las condiciones en que se obtuvieron los resultados, el conjunto de procedimientos que arrojaron particulares respuestas y relaciones sociales. Dicho de otra manera, no obstante este problema del error del entrevistador, unos entrevistadores «algo» diferentes, con enfoques diferentes, provocaron respuestas semejantes en sujetos diferentes. La cuestión, pues, es determinar qué era invariable o, más precisamente, cómo se comunicaron significados invariables a pesar de tales variaciones.

Al afirmar Goode y Hatt que la entrevista es un «proceso de interacción social»2 y al apuntar Hyman y otros que los datos obtenidos en la entrevista «se derivan de una situación interpersonal», se nos recuerda una vez más que el proceso social fundamental es parte forzosa de toda entrevista. Estos y otros autores subrayan la importancia del entendimiento o sensibilidad del entrevistador, su «comprensión» de representar cierto papel, de desarrollar relaciones, etc. El entrevistador, mediante su intuición, tiene que crear una comunidad con el entrevistado que le facilite provocar respuestas francas a las preguntas del estudio. El entrevistador ha de tener la capacidad de estimar ánimos y sentimientos, como el miedo, la suspicacia y la sinceridad, para no «perder» al sujeto. El entrevistador tiene una doble responsabilidad: ha de simular una participación espontánea, mientras que estima las opiniones del sujeto sobre la entrevista, el observador y su relación. Entretanto, el consultado hace algo idéntico o parecido, pero quizá no tenga tanto interés en mantener la interacción y, por tanto, está en posición más ventajosa. Una solución que se sugiere a menudo a esta difícil tarea es «proyectar» los actos del entrevistador; darle una guía de la entrevista o un programa normalizado que le diga cómo prever los ánimos, el miedo, la hostilidad, etc. Esta idea supone que, en cierto sentido, la «naturalidad» siempre está fabricada y que, por tanto, corre el peligro de ser descubierta. Los «programas» se proyectan para enfrentarse a contingencias, pero queda al entrevistador determinar la interpretación de estas situaciones difíciles. La «naturalidad» del medio del sujeto queda afectada por las condiciones de la entrevista formal. Las interpretaciones del momento que ha de hacer el entrevistador mientras trata de comunicar al mismo tiempo una relación positiva, «amistosa», «sincera», lo comprometen desde el principio. El sujeto tiene que tomarse tiempo para «probar» la «sinceridad» del entrevistador, su «amabilidad», su importancia, y semejantes, mientras que el observador tiene que mostrar inmediatamente un interés sin reservas por el consultado. Esta interacción puede asemejarse a la que se da entre un vendedor de automóviles y un posible comprador, o entre el vendedor puerta a puerta y el ama de casa, porque no es recíproca. La posición social del entrevistador y del entrevistado será de calidad variable, por cuanto el sujeto puede considerar o no que desea seguir en la situación de entrevista, mientras que el observador tiene que evitar comunicar toda sensación de desigualdad de posición durante la entrevista. Excepto, quizá, en

2 W. J. GOODE y P. K. HATT: Methods in Social Research (McGraw-Hill), Nueva York, 1952, pág. 186.

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LA ENTREVISTA

cuanto a la obtención de los datos demográficos, la entrevista es compleja y difícil, porque exige exponer, establecer y mantener papeles apropiados y, posiblemente, en conflicto. El orden de relaciones posibles es amplio, en efecto: podemos encontrar de todo, desde la relación entre dos «extraños», hasta la de dos posibles «amantes».

Dedicaremos el resto del capítulo a comentar detalladamente los libros de Hyman y otros y Kahn y Cannell como ejemplos de datos sobre la interacción social fundamental en la vida cotidiana, y de los problemas de utilizar la entrevista como medio de investigación. Esta exposición de la entrevista como método y objeto, a la vez, de estudio social partiendo de la orientación teórica de este libro tratará de mostrar cómo el conocimiento de sentido común y el lenguaje y el significado cotidianos entran en el proceso de asunción de papeles de la entrevista; cómo han de utilizarse las interpretaciones de sentido común en cuanto conocimiento técnico por el entrevistador para decidir de qué manera ha de interpretarse la información obtenida del consultado.

EL PROBLEMA

Se producen errores en la entrevista porque las preguntas del investigador y las reales pueden entenderse mal y pueden ser equívocas, respectivamente. La preocupación por la fidelidad subraya el medio como invariable para el investigador y, los datos, como invariables para el entendimiento e interpretación que hace el entrevistado del entrevistador. Hyman y otros señalan un problema más general: «Obtengan resultados diferentes o no los entrevistadores, está también el problema de si alguno o todos ellos obtendrán resultados exactos, resultados que se acerquen a cierto valor veritativo».3 En su explicación de los enfoques de la entrevista y de las estrategias que se emplean para evitar un bajo grado de fidelidad y validez, Hyman y otros dicen:

Al crear un procedimiento-modelo de entrevista, tenemos que sopesar en cierto modo las ganancias de la normalización que reduce la variabilidad entre entrevistadores y las pérdidas posibles de validez por la inflexibilidad de los procedimientos, debida a la variedad de circunstancias, las limitaciones que se imponen a la comprensión del entrevistador y la pérdida de informalidad. Podríamos ordenar los diversos enfoques según la libertad que se permite al entrevistador. Atendiendo al lugar que se ocupe en este orden, observaremos que se ha maximizado, quizá, el elemento de la validez mediante el ejercicio de gran libertad en la entrevista, o que se ha maximizado el elemento de fidelidad normalizando el procedimiento. Podremos observar también si se han creado o no procedimientos alternativos para tratar cualquier elemento que se haya olvidado.4

El problema está claro. Cuanto más trate el entrevistador de mantener una relación con el sujeto que crea dará respuestas válidas, tanto más éxito creerá que ha tenido la entrevista. Cuanto más normalizadas estén las relaciones de los entrevistadores con el sujeto, tanto más fieles serán, presumiblemente, los datos. Hyman y otros proponen la solución habitual: incorporar comprobaciones sistemáticas al proyecto de estudio, a fin de evitar que el entrevistador cargue con los problemas de fidelidad y la validez. Esto se resolvería mediante proyectos de investigación que previesen situaciones de «hondo significado» y «relación difícil». Podríamos imaginar que los problemas de manejar las relaciones de papeles, las ocasiones de intimidad en las preguntas, etc., se resolverían normalizando los gestos, las expresiones tonales y el espaciado físico de los entrevistadores en todas las entrevistas. Estos problemas suponen que se puede adiestrar a los

3 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 20. 4 Idem, pág. 30.

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entrevistadores a que se presenten en maneras normalizadas. Pero esto no garantiza que siempre vayan a producirse las respuestas necesarias de entrevistador y entrevistado. La solución general al problema de la fidelidad y validez que exponen Hyman y otros toma la forma siguiente:

Las exigencias de ser reservados, de ocultar el fin de la investigación, de retratar la riqueza de una estructura compleja de actitudes, no deben confiarse a las habilidades del entrevistador. Otras necesidades pueden satisfacerse dentro del procedimiento normalizado atacándolas sistemáticamente. Se pueden adoptar rutinariamente preguntas proyectivas y enfoques fingidos, resolviéndose el problema de que la falta de simulación no conduzca a recibir informaciones. Todo entrevistador puede utilizar sistemáticamente preguntas abiertas o series complejas de preguntas de encuesta, teniendo la seguridad de que no se sacrificarán ni la validez ni la fidelidad.5

Hyman y otros están en un claro dilema: abogan por una solución complicada y sistemática para los problemas de la fidelidad y la validez, presuponiendo a la vez una teoría del actor que hace difícil conseguir una verificación precisa de hipótesis. Aunque no señalan nunca explícitamente la teoría en que se basan, aparece en ciertas observaciones generales y en sus citas. Esta solución no sirve para una clase de casos que podríamos considerar como «idénticos» para fines estadísticos, pero sí mantiene la fidelidad y validez de cada entrevista tomada separadamente. Dan a entender que la teoría supuesta podría formularse y aplicarse directamente al excelente material y a los procedimientos que han recogido y expuesto. Lo decisivo para la solución está en su capítulo sobre «Definición de la Situación de Entrevista» y el apéndice que lo acompaña. Es importante porque: 1) contiene alusiones a una teoría implícita del actor y de los tratos interpersonales, y 2) ofrece algunas inspiradas críticas de estudios sobre expertos entrevistadores y sus sesgos habituales, sesgos que pocas veces quedan claros en los informes de investigación. El lector observará la semejanza entre la interacción entrevistador-sujeto y la interacción entre el metodólogo y los entrevistadores profesionales que exponen Hyman y otros y la interacción social general que explicamos en el capítulo II de este libro.

Hyman y otros comienzan con la pregunta que quizá sea la más importante de todas: ¿qué teoría o modelo, implícito o explícito, se emplea o supone sobre la situación de entrevista? Apuntan acertadamente que esta teoría o modelo forma la base de lo que puede distinguirse como error. Si el modelo dirige nuestra atención solamente a ciertas cosas, muchos errores podrán quedar sin descubrir y otros se llamarán «datos», únicamente porque el modelo no los tenga en cuenta como tales. En la misma medida en que la teoría o modelo no queden claros, sin explicar, quedarán sin descubrir muchos errores, quedarán datos inútiles o desconocidos; tanto porque puedan no hallarse los errores, como por no reconocerse su significación una vez hallados. Los autores se preguntan dónde debemos conseguir tal modelo. Examinan unos cuantos modelos implícitos, señalando algunas de sus dificultades fundamentales, como la de no tener base empírica o concordancia lógica. Después, adoptan lo que equivale a un método de considerar las entrevistas. El método propuesto es el enfoque fenomenológico que explica MacLeod.6

¿Cuál es el valor de este «enfoque fenomenológico», según Hyman y otros? En su explicación preliminar que llega hasta la cita de la «indagación fenomenológica» en la entrevista, comentan:

5 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 32. 6 R. B. MACLEOD: «The Phenomenological Approach to Social Psychology», Psych. Review, LIV (1947), 193-210.

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LA ENTREVISTA

No se han citado los factores cognoscitivos del entrevistador que se derivan de otras fuentes, como su creencia en los verdaderos sentimientos del consultado, porque tales conceptos son menos importantes en los cuerpos de teoría influyentes. La teoría prevalente y los conceptos de la entrevista tienen que quedar en suspenso, al menos temporalmente, mientras acudimos a examinar la situación en su complejidad. Lundberg observa justamente al tratar del método de entrevista que «no nos es posible entrar en una consideración detallada de la intrincada interestimulación y respuesta que son la estructura y sustancia de la entrevista. La realidad es que hay muy pocos datos científicos sobre el tema, aunque la investigación sobre este terreno se halla en los mismos fundamentos de la sociología». Un concepto sólido de la entrevista, que a su vez orientaría en los sentidos adecuados la futura investigación sobre los efectos del entrevistador, se lograría mejor a través del estudio empírico. Entonces podríamos comprobar si la entrevista concuerda realmente con nuestro previo concepto de ella y amplía nuestras ideas, en caso necesario, para ajustarse a la realidad.7

Esta cita se acerca a la idea de Schutz de que la misión del sociólogo es estudiar las categorías vulgares del pensamiento en la vida cotidiana. La entrevista bien entendida, por compleja que pueda ser, ha de tener sus raíces en las categorías del pensamiento vulgar, pues sin conocer tales raíces el entrevistador no podría establecer la necesaria comunidad para realizar su investigación. Lo cual significa reconocer y comprender cómo la interacción entrevistador-entrevistado implica superposición de mundos sociales. Según Schutz, están supuestas las pertinencias necesarias para la sincronización del significado. Los conocimientos del entrevistado y del entrevistador y su definición de la situación determinarán su reacción mutua a las preguntas. Las pertinencias no relacionadas con la sustancia de la entrevista per se determinarán también la cuantía de sesgo o error «extra-entrevista». Es una consecuencia forzosa de no tratarse mutuamente sólo como objetos de consideración racional; su simpatía o antipatía recíproca, su presencia física, la distancia social, física y de papeles, originan sesgos y errores naturalmente, porque son básicos en la estructura de la conducta cotidiana. Si el objetivo de la entrevista es conseguir cierto grado de «naturalidad», no podrá conseguirse la fidelidad por los mismos procedimientos con todos los sujetos, sino sólo con cada sujeto aparte. La exigencia de validez altera las entrevistas normalizadas y los datos obtenidos no son uniformes, en el sentido del experimento ideal en que se da a cada sujeto el mismo estímulo o se lo expone al mismo estímulo igual y simultáneamente. Hacen falta estudios empíricos de «éxito» y «fracaso» en la interacción social, si hemos de estimar cómo la comunicación del mismo programa por el entrevistador a diferentes sujetos puede alterar el carácter normalizado de las preguntas.

Nuestra argumentación (que empieza en la página 114) parece señalar que todo caso es un hecho singular. Un estudio bien proyectado debe permitirnos superar algunos de los inevitables factores locativos que penetran todo hecho social y predecir la forma de las propiedades invariables, pero también algunas variables locativas. Quizá no podamos hacer predicciones exactas; podrá ser difícil o imposible precisar los resultados exactos, dado nuestro presente conocimiento del proceso social. Por lo que sabemos del proceso social en este momento, es difícil hablar sobre una medición precisa porque, en realidad, no conocemos bastante bien la estructura de la acción social para predecir o señalar con precisión cómo serán las medidas. Toda investigación sociológica comprende un número desconocido de decisiones implícitas que no se reflejan en los procedimientos de medida utilizados. El proceso de abstracción que se requiere para definir un conjunto de propiedades, independientemente del sistema de medida, impone automáticamente cierto grado de cosificación. El efecto de ésta, sin embargo, puede limitarse sabiendo que ocurre 7 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 36.

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y pudiendo ver cómo transforma los datos. En este caso, la cosificación sería consecuencia directa de imponer propiedades de medida a datos arrojados por significados de sentido común a los que se da categoría de «evidentes».

Cada entrevista constituye un hecho singular, en el sentido de que no volverá a haber condiciones idénticas para arrojar las propiedades que llamamos datos. En sentido estadístico, la singularidad de tales hechos evita que llamemos a una serie de datos medidas idénticas de la misma propiedad de diferentes objetos. La singularidad de la entrevista u observación particular significa que el mismo proceso de medida impone la comparabilidad que permite a cada frecuencia de una casilla determinada ser tratada como idéntica y, por consiguiente, estar sujeta a la manipulación estadística. El proceso de medida impone la cosificación como condición necesaria para sacar la información que requiere el análisis comparado o estadístico.

La falta de denominadores comunes o normalizados para medir los hechos sociales sobre el terreno se debe a nuestra incapacidad de determinar la estructura de los significados de sentido común en la vida cotidiana, incorporándolos a un modelo que ofrezca, además, su observación y transformación en datos de importancia teórica. Superar la singularidad de las entrevistas en la investigación sobre el terreno exige buscar propiedades invariables a las que no afecte negativamente el carácter no comparable de las decisiones del momento sobre la atribución de sentido a las observaciones y sobre la obtención de datos. El modelo para decidir lo que se observará y lo que signifique para nosotros la observación dentro del marco de nuestra teoría tendrá que considerar cierta parte del mundo de la vida cotidiana como un sistema de estructuras invariables de pertinencia. Los estudios sobre los procedimientos de entrevista y las «reglas» vulgares de la vida cotidiana lo son esencialmente sobre los mismos fenómenos: el mismo modelo explicará los datos de ambos tipos de estudio.

DOS ENFOQUES DE LA ENTREVISTA

En ningún volumen podremos encontrar una explicación sobre caracteres que se consideren universalmente como «necesarios» de la entrevista. No hay un conjunto uniforme de proposiciones que pueda aprobar cualquiera. No obstante, el examen de los textos sobre los métodos muestra cierto acuerdo sobre una amplia serie de factores que se consideran asociados a la «buena» entrevista. La exposición siguiente se limita a la obra de Hyman y otros antes citada. No pretendemos ser exhaustivos. El punto de partida es una serie de problemas sobre la entrevista, que sacamos de Hyman y otros.

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LA ENTREVISTA

EL ENTREVISTADOR Y EL ENTREVISTADO, AISLADOS DEL EFECTO SOCIAL DE LA ENTREVISTA8

Los autores describen las reacciones de entrevistadores expertos ante sus entrevistados, para mostrar los negativos sentimientos que puede haber, aunque hagan todo esfuerzo por manifestar interés y sentimientos positivos. Nada se dice sobre qué creían los entrevistados que parecieron a los entrevistadores, pero nos cuentan que una entrevistada vio con buenos ojos al entrevistador y le dijo que, a lo mejor, le «gustaría». Los autores concluyen en un caso que el entrevistado no era consciente de la hostilidad profunda que por él sentía el entrevistador y que la entrevista no quedó afectada por este sentimiento negativo. En otros casos, los entrevistadores señalan que hubo pensamientos íntimos muy hostiles o negativos, pero que no se revelaron nunca a los consultados. Es obvio que el entrevistado puede revelar también lo que le parezca necesario, pero se reserva lo que cree pueda ser considerado como hostil o bien desfavorable. El entrevistador puede llevar ventaja, por tener probablemente más experiencia en este tipo de intercambio y por haber aprendido quizá a dominar los estallidos emocionales, teniendo más que perder si no lo hace. Los entrevistadores y los entrevistados pueden tener un grado diverso de despego, tanto pública como privadamente. Goffman, en The Presentation of Self in Everyday Life,9 llama a este fenómeno «gestión de la impresión». Esta noción de separación de los diálogos público y privado está contenida en los escritos de Schutz y puede encontrarse en otras obras, de ciencia social o no. Tanto los entrevistadores como los entrevistados han debido tener experiencia en mantenerse apartados del efecto social de la entrevista, porque así se espera a menudo en muchas formas de interacción de la vida cotidiana. Así lo ilustrará la cita siguiente de Hyman y otros sobre lo que dice un entrevistador con experiencia:

Claro que sonreí, nada más... No creo que se me notase mi reacción. Eso me fastidia, tener que estar tan simpático todo el rato... Yo no soy un frívolo. Tengo mis ideas propias, y muy firmes. Tengo que hacer un esfuerzo para estar fuera (de la entrevista). Me he entrenado. Cuando dicen su opinión, sea cual sea, hago como que me parece bien. No se puede ser un necio..., eso es imposible...10

En la vida cotidiana, la gente se enfrenta continuamente a situaciones semejantes, si no idénticas, a la descrita arriba. Según los temas, en un intercambio casual entre dos personas o entre un entrevistador y un entrevistado, la preocupación por descubrirse puede variar enormemente. Es difícil saber si el consultado no estará haciendo el mismo juego que el entrevistador: reservarse ideas y sentimientos, tanto sobre el otro como sobre los temas. La rápida explicación siguiente entre uno de los entrevistados y uno de los autores, sobre la entrevista de inspección, muestra un uso sorprendente de interpretaciones de sentido común:

Comenzó la sesión con algunos comentarios negativos al entrevistador sobre las encuestas de opinión pública. Al preguntársele después por qué quería ser entrevistado, dijo: «Yo no quería que me entrevistasen. Naturalmente, si ella se va, yo le abro la puerta». Pero añadió: «No es que viese nada malo en la entrevista». Esta indudable nota de simpatía por la entrevistadora es la única indicación de respuesta positiva a ella como persona.

Su cinismo, hostilidad y completo despego puede verse mejor en el resumen que hace de su experiencia. Dice: «Eso de la entrevista es una... Digo, que es querer conseguir información bajo cuerda para una panda de tenderos. Los congresistas, al fin y al cabo, votan siempre por el que quieren».

Y sobre el efecto de la experiencia:

8 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 37. 9 GOFFMAN: The Presentation of Self in Everyday Life (Doubleday), Nueva York, 1959. 10 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 40.

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Lo indica mejor su respuesta a la pregunta que se le hizo siete días después, sobre si recordaba la entrevista bastante bien. Replicó: «Casi la había olvidado», comentando: «No sé..., me entró por un oído y me salió por otro..., una conversación como otras. No quiero estrujarme el cerebro para recordarla». Al preguntársele qué le impresionó más de ser entrevistado, contestó: «No hubo nada que me impresionase. Vino a una hora que estábamos muy ocupados y tuve que contestar, interrumpiendo a los clientes, a preguntas que tendría que haber estado pensando seis meses».

Y en cuanto al efecto de la entrevistadora:

En contestación a la pregunta de si la entrevistadora le produjo una impresión inicialmente favorable o desfavorable, dice: «Ni favorable ni desfavorable», observando: «No me excitó. He visto señoras más guapas».11

Los autores, refiriéndose a esta inspección, dicen que, al parecer, la entrevistadora no influyó sobre el entrevistado de manera que sesgase sus respuestas y añaden que, si la hostilidad del entrevistado se considerase como sesgo, estaría difundido y lo habría habido con cualquier otro investigador. Queda todavía la cuestión de la validez. Los autores dan a entender que las contestaciones del entrevistado podrían estimarse todavía por la falta de sesgo del entrevistador, pero sigue sin examinarse la cuestión de si las respuestas habrían sido diferentes a un entrevistador varón, con el que el entrevistado podría haberse sentido más cómodo, o con una entrevistadora, que podría interesar al entrevistado por «otros» motivos. La excelente documentación recogida por Hyman y otros no sólo muestra la importancia de las decisiones de sentido común durante la entrevista, sino también que se podrían distribuir una serie de entrevistas de modo semejante a la variedad de los intercambios interpersonales que se producen en la vida cotidiana. Por ejemplo:

1. ¿Se han revelado los actores, a sabiendas o inadvertidamente, sentimientos privados?

2. Las ideas y los sentimientos públicos y privados, ¿se ocultaron? Y, en este caso, ¿los descubrió uno o el otro?

3. El entrevistado o el entrevistador, ¿tienen algún recurso cuando uno u otro cree que no están diciendo la «verdad» y que la otra parte no es «sincera»? (Así lo ilustra, quizá, el último caso citado por Hyman y otros arriba, cuando observan que el entrevistado, «en contestación a la pregunta explícita de si la entrevistadora parecía satisfecha con sus respuestas, dijo: “Sí, tenía que estarlo”».)

4. Si se establecen relaciones amistosas que permitan, tanto al sujeto como al observador, «sentirse cómodos» durante el interrogatorio, ¿afecta ello a la forma, sustancia y extensión de las respuestas?

5. ¿Se establecen relaciones hostiles que obliguen al entrevistador a terminar la entrevista tan pronto como pueda y a no hacer algunas preguntas, o no con demasiada profundidad? ¿Puede decirse lo mismo sobre el entrevistado?

6. ¿ Es posible que el entrevistado y el entrevistador no sean amistosos de manera íntima o espontánea ni hostiles, sino que consideren las preguntas como una rutina, nada más y nada menos, en tanto los temas parezcan «razonables»? Los calificativos que dan el entrevistador y el entrevistado, como «razonable», «cómodo», «frío», «interesado», «veraz», etc., son expresiones de sentido común, por cuanto ni están definidas explícitamente, ni pueden clasificarse con facilidad como rasgos unidimensionales o cosas observables.

11 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 44.

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LA ENTREVISTA

Para conseguir más validez, el entrevistador podría dominarse y regular sus modos y su presencia, si ha de cambiar papeles en cada fase de la entrevista o en cada nueva entrevista. Obsérvese lo que ello significaría. Cada sujeto podría entender la entrevista (o parte de ella) como nueva situación, y ello exigiría, presumiblemente, un nuevo papel. Según la habilidad del entrevistador, tales procedimientos podrían dominar la mayor parte de las entrevistas. No obstante, sería difícil comparar, a menos que el entrevistador ofreciese los mismos estímulos y la misma definición de la situación a toda la muestra de sujetos entrevistados. Las reglas de prueba que emplea el entrevistado son tan importantes como las que emplea el entrevistador para determinar lo que se dirá seguidamente, cómo se dirá, cuánta información se dará y de qué manera se presentará. La «fenomenología de la entrevista» sugerida por Hyman y otros es un paso excelente hacia la comprensión del carácter de la entrevista, pero debe incluir una teoría que aborde las reglas de prueba del sujeto y del entrevistador dentro del mismo esquema conceptual.

LA «BUENA RELACIÓN» Y LA EXPRESIÓN DE OPINIONES

Hyman y otros consideran que el caso descrito se aparta de los conceptos tradicionales sobre lo que es una «buena» entrevista y la manera como se introduce y se transmite el sesgo. Y ello, a pesar de la gran experiencia de los entrevistadores. Al tratar del problema de la relación, presentan una situación en que todo parece casi ideal:

El afecto fue decididamente recíproco. Ambas partes dijeron que les gustaría conocerse mejor. La entrevistadora dijo de la entrevistada que «era tan amable y agradable que no tuvo ningún impulso en absoluto a negarse a charlar con una extraña». Y comentaba también sobre la entrevistada: «Aunque no es interesante intelectualmente, su amabilidad y optimismo innatos son muy atractivos». La entrevistada, al hablar de su reacción inicial y de sus motivos para ser entrevistada, dijo: «Pues porque vino a mi puerta y parecía una buena persona y tenía que hacerme algunas preguntas».12

Otras citas revelan que se ha establecido bien una relación positiva, pero no hasta el punto de que parezca sesgar la entrevista. Después, los autores exponen la siguiente, que quizá indique cierto sesgo:

Según las consideraciones de la entrevistadora, no hubo sesgo: «Ella me preguntó qué opinaba yo sobre el envío de alimentos a Rusia. Yo no dije mi opinión». Pero, aunque la entrevistada dijo: «Ella no trató de que yo cambiase de opinión», dijo también: «A veces, yo le pregunté qué opinaba ella, y creo que teníamos la misma forma de pensar». Informó también que la entrevistadora estaba de acuerdo con sus opiniones, como lo indica su frase: «Pues por su manera de hablar. Claro, que también puede que no estuviese de acuerdo, pero no lo soltó».13

Los autores indican que este caso parece tener todas las virtudes tradicionales de la «entrevista correcta». Lo cual significa para ellos:

...no haber disparidad marcada de grupo, relación excelente, sin hostilidad ni grandes diferencias ideológicas, considerable interacción social, disposición de la entrevistada a asumir seriamente su papel y las exigencias de la encuesta, pero no especial inseguridad en sus opiniones, comunicación explícita de las tendencias de sesgo y actuación comprensiva de la entrevistadora. [Pero, en conclusión, apuntan:] ¿Qué es, entonces, lo que hay de malo? ¡Todo fue demasiado bien! La identificación con la entrevistada fue demasiada; hubo demasiada relación y la entrevistada parece haber tenido un sesgo en el sentido de la compatibilidad de ideas con la entrevistadora.14

12 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 46. 13 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 47. Subrayado en el original. 14 Idem, págs. 47-48.

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Los autores informan, además, que el sesgo por exagerada identificación ocurre porque hemos solido poner mucho énfasis tradicionalmente sobre el problema de la «relación», confundiéndola con el «amor». Es probable que los entrevistadores hayan exagerado el valor de la relación y quizá deban poner un poco más de énfasis sobre un despego «comercial», o algo semejante. Aunque, ciertamente, podamos estar de acuerdo en este punto importante, puede ocurrir que, en algunas situaciones, el entrevistado, sencillamente, no conteste a un entrevistador muy despegado. Pero no tenemos idea de cómo sería la distribución de tipos de entrevistados si fuésemos a hacer la pregunta de cuántos piden «amor», cuántos «exigen despego», cuántos prefieren «hostilidad»... Hyman y otros concluyen este epígrafe con una idea interesante y, en mi opinión, acertada, diciendo:

El tercer caso de una entrevista y la documentación relativa de los entrevistadores vuelve a señalar cierta modificación de la idea corriente. Es obvio que se requiere cierto grado de sociabilidad de parte del entrevistador. Es obvio que se exige cierto grado de relación. Pero tiene que aclararse algo sobre las dimensiones y tipos de relación y de formas convenientes de sociabilidad. La sociabilidad que se atribuye a la campechanía puede aumentar la familiaridad del entrevistado con el entrevistador hasta el punto de ser más probable el sesgo.15

Aunque no lo citan, dan a entender que tanto los entrevistadores como los entrevistados pueden considerarse como tipos sociales y que se tratan mutuamente como tales. Así, aunque ciertos sujetos y algunos observadores pueden ocultar las imputaciones que hacen a los demás, no siempre pueden dominar sus actos ni aplazar la pertinencia de las imputaciones por mor del breve encuentro. Vemos que ocurren continuas imputaciones locativas, estrategias y semejantes, con influencia sobre cómo los actores se tratan mutuamente y cuidan su presencia. Ahora bien, éstas son precisamente las condiciones que vemos en la vida cotidiana. Sin embargo, los sociólogos, en realidad, no las han estudiado todavía empíricamente. Todas las fuentes que puede utilizar un sociólogo sobre estos temas son varias novelas, obras de teatro, de crítica literaria y algún trabajo como los de Goffman. Todos los datos, comprendidos los expuestos por Hyman y otros, subrayan el carácter difícil y variable de la entrevista y de los intercambios sociales cotidianos.

Repitiendo, pues, la comparabilidad no es posible en el sentido del clásico experimento de exponer a las mismas condiciones a la misma muestra de sujetos de manera idéntica con perfectas verificaciones. Pero con una teoría del proceso social, sabiendo qué esperar y registrando lo sucedido verdaderamente, al menos podremos dominar más la situación. Lo que hace falta es una teoría más elaborada y precisa que indique los tipos sociales generales que se encuentran en la sociedad, las clases típicas de imputaciones que se hacen y los tipos de «reglas» interpretativas que se emplean para cuidar la presencia de uno ante los demás.

LAS PRESCRIPCIONES DE PAPEL Y LAS IDEAS SOBRE EL PAPEL DEL ENTREVISTADOR, EN RELACIÓN

CON LOS EFECTOS DEL ENTREVISTADOR

Los problemas para cumplir con las prescripciones del papel impuestas por el mismo estudio no son fáciles de resolver. Hyman y otros señalan, por ejemplo, que muchas veces no es difícil entrar en cierta pauta de entrevista casi automáticamente; se ha puesto demasiado énfasis sobre «los procesos “naturales” en que actuará el entrevistador, presumiblemente, provocando sesgo».16 El sesgo «natural» procede, desde luego, de la dificultad de evitar el modo de los típicos

15 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 52. 16 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 53. Subrayado en el original.

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LA ENTREVISTA

encuentros y relaciones directas que experimentamos en la vida cotidiana. En esto se hace interesante el problema, y susceptible, a la vez, de procedimientos más analíticos. En el capítulo II distinguimos entre las justificaciones científicas y vulgares de la acción, viendo que en la vida cotidiana es imposible mantener ambos ideales, especialmente, el empleo de las justificaciones científicas. Los comentarios siguientes de los autores se basan en una documentación excelente sobre los problemas de las prescripciones de papel y los sesgos, mostrando los que encontró uno de sus entrevistadores expertos al escuchar la grabación de una entrevista terminada, e ilustra el problema de utilizar justificaciones científicas. Se le pidió que se pusiese en el papel del otro entrevistador y anotase las respuestas en el cuestionario utilizado. Sobre la base de este tipo de material, Hyman y otros observan:

Sin embargo, no siempre es fácil mantener el papel prescrito. Las entrevistas intensivas indican que, a veces, se ve un conflicto entre el requisito establecido por el organizador y lo que el entrevistado cree ser una desviación legítima para resolver ciertos problemas. El sesgo se produce entonces, no por ignorancia, sino por decidir el entrevistador que debe incumplir la regla, Así, X, el mismo entrevistador de quien dijimos antes que aceptaba el papel prescrito, observa sobre una falta oculta al realizar una entrevista a una persona extraña:

«Me sentí autorizado a parafrasear, con la más estricta fidelidad al sentido. Me doy cuenta de que eso no puede defenderse, y no trataré de hacerlo. Sin embargo, creo que al actuar como lo hice me porté conscientemente como un entrevistador en una encuesta de opinión pública».17

La cita siguiente desmenuza el problema de cómo se mezclan las justificaciones científicas con las ideas vulgares del entrevistador:

Los estudios de casos no sólo revelan la importancia del papel prescrito al entrevistador por el organizador para inhibir las naturales tendencias al sesgo, sino que revelan también la importancia de las presiones de la situación para romper el papel normal, con el sesgo consiguiente. Y lo que indicamos es que, como ese papel se ha roto, se impone al entrevistador ciertos tipos de conducta sesgante, como «echar una mano», como medio de enfrentarse con el problema.

Además, revelan la importancia de las definiciones idiosincráticas del papel del entrevistador para provocar el sesgo. Aunque el papel es prescrito por el organizador y se mantiene habitualmente por diversas medidas de cumplimiento, o por la mera aceptación del entrevistador, debido a su conocimiento de las exigencias del organizador, bien puede haber conflicto con otras definiciones del papel de diverso origen. Por ejemplo, el entrevistador puede tener ideas sobre lo que otros entrevistadores, o su inspector inmediato, o entrevistados particulares, consideren como una conducta correcta de la entrevista. Aunque no tenemos pruebas de estas influencias sociales directas sobre la definición del papel, sí las tenemos, y muchas, de que la definición puede provenir a menudo de ciertas creencias que tiene el entrevistador sobre el carácter de las actitudes, el carácter de la conducta del entrevistado o la calidad de los procedimientos de encuesta, aunque también existe la posibilidad de que puedan dar satisfacción a las diversas necesidades.18

Los autores ofrecen más documentación que lo prueba claramente, mostrando en cada caso cuánto espacio queda al entrevistador, quien, como una persona en la vida cotidiana, puede emplear cualesquiera pensamientos e ideas sin probar que se le ocurran. Este material es sorprendente por la manera como demuestra la lógica de las proposiciones teóricas de Schutz sobre la necesidad de comprender la estructura de comunicación de la vida cotidiana. Muestra también que quizá pudiésemos precisar con exactitud los actos, pensamientos, expresiones y semejantes del entrevistador y del entrevistado o de cualesquiera dos actores. Además de la conducta no especificada por papeles y posiciones formales, los 17 Ibid. Subrayado en el original. 18 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 55. Subrayado en el original.

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determinantes locativos de un mundo social con sentidos en cambio constante estructuran continuamente el difícil carácter de la interacción. Las normas de la investigación exigen que el entrevistador actúe de manera algo semejante a una computadora con todas las apariencias de una persona, pero, por lo que sabemos, en la vida cotidiana encontramos imposible presentarnos o tomar la presentación de otros (independientemente de su forma) de modo que se ajuste a las normas estrictas de la investigación científica. Por citar a Hyman y otros:

Lo que está claro es que los distintos papeles que se fijan los entrevistadores respecto a la consulta, el trabar relación, el anotar, etc., explicarán en parte las diferencias de los resultados que obtengan. También está claro que podría haber una investigación fecunda sobre la idea general que tiene de su trabajo el entrevistador para determinar la variabilidad de las definiciones que dan. El entrevistador tiene que conducirse de una variedad de maneras durante una entrevista y, aunque el papel pueda estar prescrito en ciertos aspectos, muy bien puede haber otros para los que no haya dado instrucciones el organizador y, otros, en que las instrucciones sean ambiguas. Cuando no hay una definición general normalizada en primer lugar, nada más natural que los entrevistadores varíen.19

Sin embargo, los autores proponen después que se fijen mejores instrucciones o entrenamientos para perfeccionar la entrevista y las definiciones normalizadas o para ofrecerse definiciones más explícitas. Los entrevistadores conocerían entonces con más precisión los sutiles detalles y la variabilidad que puede adoptar la interacción cotidiana; con otras palabras, obtener un conocimiento de la asunción de papel como proceso social.

Ahora bien, este punto de vista de los autores debería extenderse. Por ejemplo, la entrevista puede ser una manera de estudiar el proceso social, especialmente en situaciones de laboratorio. Además, todo terreno de estudio siempre debe comprender rasgos que permitan verificar la teoría fundamental sobre el proceso social al mismo tiempo que la realización de la investigación sustancial. Es dudoso que se pueda entrenar al entrevistador a utilizar con exactitud los principios del proceso social en la entrevista, pues ello significaría programarlo como a una computadora. Este programa incluiría idealmente todo nuestro conocimiento sobre el proceso social y prevería también todos los actos posibles en cada contexto locativo en que no sean explícitas las prescripciones de papel. Pero, en último término, toda tentativa en este sentido tendría que transformar al entrevistador en encarnación viviente de una computadora; con otras palabras, exigiría una racionalización total del actor. Sin embargo, queremos un entrevistador que sea totalmente flexible en cuanto al ánimo, afectos, apariencia, etc., en la presentación de sí mismo como entrevistador; y obteniendo a la vez la información normalizada que se necesita con un programa normalizado de manera que se tengan en cuenta todos los rasgos difíciles, locativos e idiosincráticos. Si el entrevistador fuese como un robot con equipo de grabación y reproducción, estaría asegurada la normalización y se aseguraría el investigador de que se exponen estímulos normalizados al sujeto, pero no admitiría flexibilidad alguna en la presentación personal.

Es obvio que unos conceptos teóricos más precisos y un conocimiento detallado sobre el proceso social fundamental nos facilitaría entender cómo altera el entrevistador los datos recogidos en la entrevista y cómo podría arreglárselas con los efectos del entrevistado. Pero el entrevistador no puede eliminar totalmente su propia presentación personal, por mucho que cualquier equipo le facilite arreglárselas ante los demás. El entrevistador tan competente que pueda trabar una

19 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 57. Subrayado en el original.

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LA ENTREVISTA

relación «idéntica», mantener una distancia social y un despego «idénticos», un interés «idéntico» por el sujeto, etc., para cumplir con los supuestos de normalización que autoricen al investigador a emplear exactamente los procedimientos de medida, únicamente puede ser un tipo imaginario, un modelo de entrevistador ideal.

Los expertos entrevistadores descritos por Hyman y otros reflejan este problema básico del científico que interactúa íntimamente con sus datos en un contexto locativo. Hyman y otros reconocen continuamente que «el entrevistador, como miembro de la sociedad, tiene dentro de sí cierta estructura de expectativas de papeles».20 La cuestión es tener una teoría que facilite al investigador decidir cuánto de lo que «está dentro» puede eliminarse durante una entrevista y cuánto de esta «eliminación» afecta a los datos obtenidos. Los autores saben que se ha puesto demasiado énfasis en el hacer preguntas y anotar respuestas y que el entrevistador pasa por alto «los muchos juicios que hizo».21 Pero, ¿cómo evitamos estos juicios sesgados? ¿Pueden transformarse en justificaciones científicas de la acción? Se supone que un entrenamiento mejor y unos programas más detallados y normalizados pueden «rectificar» estos sesgos. Por tanto, cuando Hyman y otros dicen que buscan una «fecunda teoría sobre los mecanismos en que se basa el sesgo, las barreras del sesgo y los correlatos del sesgo», están buscando modos sistemáticos de instruir a los entrevistadores para no emplear justificaciones de sentido común de la acción. Los autores se preocupan también por la falta de relación, «apartamiento», apatía, egocentrismo, hostilidad violenta, cinismo o despego general por parte de los entrevistados en cuanto a la entrevista, aunque el despego a menudo reduzca o suprima cierta forma de sesgo y, en cuanto tal, se lo considere «bueno». Pero, por otra parte, se lo considera también como «no bueno» desde el punto de vista de «apoyo público a largo plazo a las instituciones de la entrevista, la investigación mediante encuestas y la decisión democrática, o desde el punto de vista de la seriedad de las ideas manifestadas. No es bueno según los sistemas de valores de las personas».22 Hacen falta buenas relaciones personales para que haya positivas relaciones públicas continuas y para defender la conservación de una democracia viable.

La consecuencia es que, en la vida cotidiana, las personas deben ser ciudadanos «racionales», «responsables» e «interesados», como nuestro entrevistador, no deben rendirse a los altibajos de las maneras vulgares esenciales del relacionarse mutuamente (mecanismo a los que se debe el sesgo). Por tanto, los rasgos habituales de la vida cotidiana son problemas, por constituir obstáculos a la «buena entrevista». Este tipo de formulación va a exigir que tanto el entrevistador como el entrevistado eviten los mecanismos que originan sesgo en los intercambios sociales cotidianos. Pero, si la orientación «natural» o «normal» del entrevistado y del entrevistador a su medio se basa en estos «mecanismos a los que se debe el sesgo», el entrevistador «ideal» tergiversaría las respuestas recibidas, supongo que el despego científico sobre el terreno en la ciencia social es relativo a la definición de la situación impuesta por los actores. El estudio de tales dificultades nos dice algo sobre la estructura de la vida cotidiana y de los problemas de la indagación científica. El despego que puede lograrse reside en la capacidad de saber qué sucede cuando se hace investigación sobre el terreno. Quizá no podamos normalizar cada pregunta y cada serie de respuestas, pero podemos conocer los sesgos que no

20 Interviewing in Social Research, op. cit., págs. 63-64. 21 Idem, pág. 66. Subrayado en el original. 22 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 69. Subrayado en el original.

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perjudican a la entrevista y son inevitables y podemos emplear sesgos que faciliten el flujo de información y comunicación en tanto seamos conscientes de su uso y efectos, teniendo así cierto dominio sobre ellos al saber cómo rectificarlos posteriormente.

La siguiente ilustración de Hyman y otros expone documentación sobre el «sesgo cognoscitivo» (nociones sobre el carácter de las actitudes) de los entrevistadores:

Así, entre los entrevistadores que preferían preguntas precifradas, el 25 por 100 dieron como motivo: «Los entrevistados no son bastante expresivos, no dan contestaciones coherentes, no pueden justificar sus opiniones». Entre los que preferían preguntas de respuesta libre, el 35 por 100 pretendían que «eso se acerca más a lo que piensa la gente en realidad y descubre las ideas verdaderas de la gente»; y el 18 por 100 daban la razón, muy parecida, de que «el entrevistado se siente más libre y tiene más oportunidad de expresarse».23

Estos entrevistadores experimentados nos están diciendo que las opiniones de los consultados tienen caracteres de sentido común. Es como decir que el entrevistador pocas veces encuentra a un entrevistado que esté siempre interesado, que sea siempre claro y lógico con el cuestionario y sus respuestas y que, si las preguntas no son abiertas, no es probable que revelen las «ideas verdaderas» del sujeto. Los entrevistadores descritos por Hyman y otros toman muchas cosas por supuestas, abandonan las reglas científicas, sustituyéndolas por estereotipos, emplean las prescripciones y las expectativas de papel cotidianas, tratan de «educar» al informador, creen que hacen como si estuviesen charlando con el entrevistado y acometen otro cúmulo de actividades vulgares. Su interés por los sujetos, su simpatía por ellos, su enojo por la ignorancia del entrevistado o su falta de interés por los temas: todo ello demuestra la pertinencia de las justificaciones vulgares a la manera como hacen su trabajo los entrevistadores experimentados. Por tanto, todo desacuerdo con Hyman y otros no es por sus excelentes datos ni por muchas de sus interpretaciones generales, sino por sus remedios para «corregir» la situación. Tales «correcciones» presuponen una teoría que precise las categorías del actor para interpretar su medio y las categorías del científico para estimar el mismo escenario social. Cuando el entrevistador entra en una actividad que exige emplear justificaciones, tanto vulgares como científicas, se produce una incompatibilidad básica, que no puede resolverse sin alterar las reglas científicas de procedimiento. Hyman y otros carecen de una teoría que reconozca esta discrepancia básica, si no hay una teoría que explique que el entendimiento del mundo por el actor es vago, ambiguo y retrospectivo-prospectivo, se toman como «errores» o como «inadecuadas» las expresiones de los entrevistados y entrevistadores que tengan estos rasgos. Hyman y otros lo prueban una y otra vez al llamar al entrevistador o al entrevistado «antidemocrático», «sesgado», «apático», etc. Nunca consideran este problema como una dificultad inevitable de la investigación sobre el terreno.

23 Interviewing in Social Research, op. cit., pág. 80.

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LA ENTREVISTA

OTRO ENFOQUE DE LA ENTREVISTA

Volviendo a Dynamics of Interviewing, de Kahn y Cannell, vemos un enfoque de la entrevista diferente al de Hyman y otros y un interés más explícito por la teoría fundamental. Su enfoque se basa en las teorías cognoscitivas de la sicología, que, aun siendo semejante a la postura «fenomenológica» que pretenden Hyman y otros, va a ofrecer una visión clínica del actor. Por tanto, aunque su postura sea compatible con la de Hyman y otros, difiere su manera de caracterizar la entrevista. Emplean una dicotomía útil entre las fuerzas racionales y las emotivas para explicar el móvil de la conducta. Se ofrece un breve apunte para caracterizar una situación en que la conducta de un sujeto hipotético se ajusta al modelo racional. oponiéndose a la utilización de un modelo racional para explicar la conducta humana, dicen:

Esta inadecuación es esencial al concepto del hombre racional, y se descubre más claramente en las tentativas de los que emplean este concepto de explicar la conducta «irracional», conducta que parece contradecirse con los objetivos manifiestos y expresos del individuo. Tal conducta se explicaba por deberse a una información inadecuada, por equivocarse ocasionalmente el individuo sobre los actos que convendrían a su propio interés. El proceso por el cual un hombre decide comprar esto o aquello es un simple cribar y sopesar alternativas económicas sobre una base racional y, si su opción es económicamente «incorrecta», se debe sólo a que sus datos son erróneos. En tal explicación, se desconocen en gran medida la complejidad de las pautas de motivos y los conflictos entre los diversos objetivos de una persona. Pero, lo que quizá sea más importante, en este esquema conceptual del hombre racional se omiten los factores emotivos, los deseos y los impulsos no reconocidos y los influjos interpersonales.24

Kahn y Cannell no emplean la definición de la situación como compuesta por normas vulgares de conducta para explicar el carácter motivado de la acción social. La conducta, en vez de moverse por el sentido cultural que se atribuye a los objetos y hechos durante la interacción, depende de las actitudes, motivos, impulsos, deseo y percepción psicológica del medio. No hay una clara explicación sobre el papel de los factores socio-culturales. Las variables explicativas fundamentales están localizadas dentro de la personalidad del actor. Mi idea es distinta, al creer que las variables explicativas están localizadas en el escenario social del actor.

La diferencia entre las orientaciones de Hyman y otros, Kahn y Cannell y la nuestra está en el modo como imaginamos a nuestros respectivos actores. Ni Hyman y otros ni Kahn y Cannell hacen de las «reglas» o «normas» de la vida cotidiana el rasgo decisivo. Nuestro enfoque atribuye calidad «causal» a tales «reglas». Lo cual quiere decir operativamente que la manipulación del medio por el investigador altera la definición de la situación por el actor. Hyman y otros y Kahn y Cannell atribuyen calidad causal a conceptos como las actitudes y las fuerzas emotivas, mientras que tratan las «normas» y los significados culturales como elementos evidentes de la interacción social.

La documentación que presentan Hyman y otros es rica por los sutiles detalles que se descubren en las inspecciones de entrevistadores expertos. Han empleado una variante del método fenomenológico de manera laxa, pero efectiva, para averiguar el funcionamiento interno de la entrevista. No comienzan con una estructura teórica, sino que han empleado un procedimiento empírico directo para

24 KAHN y CANNELL: Dynamics of Interviewing, op. cit., pág. 26.

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deducir el carácter del proceso social. Kahn y Cannell, en vez de tratar de descubrir los elementos de una teoría de la entrevista, comienzan por una teoría de la conducta, intentando mostrar cómo la entrevista es un mero caso especial descubierto por la teoría.

Las obras de Hyman y otros y Kahn y Cannell son ejemplos excelentes de dos enfoques complementarios de la entrevista y la investigación sobre el terreno. Podemos basarnos en su trabajo para mostrar la importancia —más precisamente, el carácter necesario— de las justificaciones vulgares de la acción para comprender el proceso social fundamental y considerar, por tanto, la entrevista como una variante de la interacción de la vida cotidiana. Lo cual exige que aclaremos primeramente la teoría implícita en Hyman y otros y la postura teórica, más explícita, de Kahn y Cannell. Nuestros objetivos fundamentales siguen siendo: 1) mostrar los supuestos teóricos esenciales a los métodos de investigación, y 2) señalar cómo el interés metodológico verifica y refuerza la teoría social fundamental.

LA ENTREVISTA, COMO TEORÍA DE LA INTERACCIÓN

El material que presentan Hyman y otros no está organizado de forma fácilmente reducible a sistematización o clarificación teórica. Las citas antes expuestas revelan, sin embargo, el carácter general de su postura teórica. Se refieren a apoyar escritos, fundamentalmente de psicólogos sociales como Icheiser, Asch, Krech y Crutchfield y Frenkel-Brunswik, para mostrar que las generales nociones teóricas de la sicología social pueden explicar lo que han visto en sus entrevistadores expertos. Por ejemplo, arrojaron luz sobre cómo los individuos suelen buscar percepciones organizadas y significativas, que persisten a pesar de las contradicciones observables. Las referencias teóricas no se presentan como hipótesis que verificar, sino como explicaciones de problemas descubiertos al inspeccionar el trabajo de entrevistadores expertos. He aquí algunas proposiciones que citan de otros autores:

1. Así, pues, Icheiser ha subrayado lo frecuente de la creencia, la «tendencia a sobreestimar la unidad de la personalidad», al explicar los equívocos entre las personas. Señala también que el funcionamiento de tal creencia podría influir en la conducta, no sólo del perceptor, sino también de la otra persona, en nuestro caso, el entrevistado. Señala que existe la «tendencia de otras personas, consciente o inconsciente, a prever y adaptar su conducta, en cierto grado, a las expectativas e imágenes que tenemos presentes sobre sus personalidades».

2. Muchos psicólogos han subrayado la universal tendencia de los hombres a organizar y hacer significativas sus percepciones. Por ejemplo, Bartlett hablaba de un «esfuerzo en pos del sentido» y Asch mostraba experimentalmente qué fundamental es crearse una impresión organizada, unificada, de los demás con sólo informaciones fragmentarias.

3. Los psicólogos podrán entender el proceso de expectativa de papel como ilustración de la ley, más fundamental, de que la percepción de una parte está determinada por las propiedades del conjunto. Así, Krech y Crutchfield, aplicando este principio a la percepción de los individuos, afirma: «Cuando un individuo es aprehendido como miembro de un grupo, la percepción de cada una de las características del individuo que se corresponden con las del grupo queda afectada por su pertenencia a ese grupo». Los sociólogos dan fe del carácter fundamental de tales expectativas al considerar que las regularidades de la conducta se corresponden con la pertenencia al grupo y, las expectativas de la conducta de personas en posiciones o grupos determinados, como parte de la realidad social, casi como condición para que haya sociedad. El entrevistador, como miembro de la sociedad, tiene dentro de sí cierta estructura de expectativas de papel.25

25 Interviewing in Social Research, op. cit., págs. 59 y 63-64.

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LA ENTREVISTA

Estas explicaciones de Hyman y otros y las obras que citan sobre el carácter del proceso social fundamental en la entrevista pueden interpretarse como una serie de proposiciones sobre la manera de encarar el entrevistador y el entrevistado los mismos rasgos con que se enfrentan todas las personas en la interacción social. Estas proposiciones sostienen la idea de que la entrevista comprenderá siempre las estructuras de sentido variable que influyen toda interacción social, aun cuando una parte (el entrevistador) o la otro (el entrevistado) haya sido instruida (o se haya adiestrado él mismo) para cuidar su presencia ante otros, de manera que evite los sesgos y los efectos perjudiciales mostrados tan llamativamente por Hyman y otros. Así, pues, por mucho que se subrayen la instrucción y los programas de normalización, Hyman y otros nos muestran convincentemente la existencia de estructuras de sentido asentadas en diferentes adhesiones y definiciones culturales, locativas e idiosincráticas. La habituación a estas estructuras de sentido haría estériles los procedimientos de entrevista, privándolos de las mismas características que les hacen formar parte y ser fuente fundamental de datos sobre la interacción social y la comunicación en la vida cotidiana.

Kahn y Cannell, utilizando un conjunto diferente de variables, llegan a una conclusión semejante:

1. La conducta humana se orienta a objetivos.

2. Como la necesidad o deseo de un individuo se vincula a un objetivo determinado que considera como medio de satisfacerlo, se originan en él fuerzas determinadas para avanzar hacia ese objetivo.

3. Esta combinación de la necesidad del individuo con el objetivo advertido es lo que llamaremos motivo.

4. La conducta no ocurre hasta que el individuo ve un camino hacia el objetivo cuya consecución es móvil para él.

5. Hay con frecuencia más de un camino manifiesto al individuo, que representa para él cierto grado de consecución del objetivo.

6. Varios caminos transitables para el individuo pueden diferir por la medida en que satisfagan sus objetivos.

7. El camino que escoja el individuo entre los diversos posibles dependerá de la cuantía o grado de consecución del objetivo que cada uno parezca ofrecer (véase arriba el principio 6) y de las dificultades o barreras que vea el individuo en un camino determinado.

8. Las percepciones son individuales; esto es, la gente ve las cosas de manera distinta y lo que vea una persona dependerá en parte de sí misma, de su personalidad y de su experiencia.

9. Las diferencias individuales de percepción pueden entenderse en gran parte por el terreno psicológico del individuo y, en especial, por sus necesidades y objetivos.

10. Cuando percibimos un objeto o situación, tenemos que relacionarlo en cierto modo con cosas de las que ya tengamos experiencia. Cada nueva situación debe entenderse según nuestra experiencia, aunque de esta manera no captemos su plena complejidad y sentido. El proceso de percepción implica la modificación y tergiversación sistemática de una situación de maneras que nos la hagan más comprensible y más coincidente con nuestra experiencia y expectativas.

11. Cuando el campo psicológico de una persona es tal que actúan sobre él móviles de sentido contrario, experimenta sensaciones de tensión, que son desagradables y originan un móvil específico para resolver la indecisión y aliviar la tensión.26

El pasaje siguiente detalla la importancia de estos once principios para la entrevista: 26 KAHN y CANNELL, op. cit., págs. 34-38.

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Si la entrevista es un modo de interacción, ¿qué se hace de la noción, convenientemente sencilla, de que la entrevista ideal es algo que del alma del entrevistado salta al cuaderno del entrevistador sin encontrar por el camino influencias contaminantes? ¿Y en qué se queda la noción derivada de que todo vestigio de la influencia del entrevistador en la entrevista constituye sesgo y tiene que evitarse a toda costa? La respuesta a estas preguntas es que representan un concepto de la entrevista y de los papeles del entrevistador y del entrevistado que el análisis interactivo que acabamos de hacer rechaza. Este concepto pone el mayor énfasis sobre la función negativa del entrevistador, la de no influir sobre lo que diga el entrevistado. Lo que proponemos subrayar en el papel del entrevistador es la importancia de regular y dirigir el proceso de interacción entre él y su consultado de tal manera que se alcancen los objetivos básicos de la entrevista.27

Mientras que Hyman y otros nos dan prueba admirable del básico dilema de la entrevista, fidelidad o validez, Kahn y Cannell reconocen el carácter esencial de esta diferencia. Reconocer este dilema significa mostrar el «éxito» de la entrevista, a pesar de sus conocidas limitaciones y desviaciones. Las ideas teóricas y las instrucciones prácticas para establecer una «buena» relación con el entrevistado, conservándola de manera que se mantengan las comunicaciones y se obtengan tipos particulares de información y, por último, dejando intacto el escenario para permitir la posibilidad de volver, subrayan los requisitos fundamentales para lograr comprender el carácter de las relaciones sociales estables y, por tanto, del orden social estable. Los departamentos de personal de las organizaciones complejas; profesionales, como los abogados, los médicos, los asistentes sociales y los ppsicólogos; instituciones, como la policía, los exámenes y la beneficencia; y, por último, investigadores como los de mercado y por encuestas y los decanos y catedráticos universitarios utilizan el procedimiento de entrevista, mostrando que ha llegado a ser algo habitual en la vida cotidiana. El estudio de la entrevista per se por el sociólogo significa otro medio de comprender el orden social y la organización social. La documentación expuesta en Hyman y otros y Kahn y Cannell, especialmente las entrevistas literales de este último volumen, muestran las diferencias entre los entrevistadores profesionales y no profesionales al buscar información de los entrevistados. Estas diferencias hacen resaltar la imposibilidad de que el entrevistador prepare sus preguntas, su papel propio y sus relaciones generales con el entrevistado. Los problemas «naturales» o inevitables que se resumen en las siguientes frases son esenciales a la entrevista y a los intercambios de la vida cotidiana:

1. El carácter de las respuestas depende en general de la confianza que se obtenga al principio de la relación, de las diferencias de posición social, de la forma de entender e interpretar las preguntas y las respuestas, de la dirección que ejerza el entrevistador, y así sucesivamente. La validez del programa llega a ser una condición variable dentro y entre entrevistas.

2. Comprobar la coherencia y profundidad de las contestaciones puede hacer que el entrevistado se sienta incómodo y muestre pautas de evitación. Supuesto que la «comprobación», o examen de las respuestas, es mínima o se evita al ver que perjudica a la entrevista, la conversación puede atravesar fases contradictorias sin que ninguna de ambas partes sea consciente de ello, o pudiendo estar adaptándose una parte a la otra para mantener una relación «cortés».

27 Idem, pág. 59.

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LA ENTREVISTA

3. Tanto el entrevistado como el entrevistador, invariablemente, se reservarán significados; habrá mucho que quedará sin decir, aunque el entrevistador pueda perseguir claramente un tema. El abordar temas directamente sobre los que hay reservas puede ser embarazoso para el entrevistado y para el entrevistador, aun cuando éste domine más el curso de la entrevista.

4. La entrevista representa una interacción, en la cual quedan sentidos dudosos, aunque, con pleno conocimiento de ambas partes, se pretenda aclarar sentidos, intenciones y posibles acciones del entrevistado. Los objetivos del investigador están subordinados con frecuencia a las exigencias de la cortesía.

5. La obtención de sentidos y conocimientos, aunque sean de carácter técnico, se basa continuamente en los recursos vulgares para interpretar el medio. Es posible que el entrevistador no pueda comprobar sus propias respuestas con detalle persiguiendo la verificación de una hipótesis durante la entrevista; se verá obligado a hacer juicios precipitados, a generalizar las deducciones, a revelar sus ideas, pasar información por alto, y semejantes, pudiendo sólo mostrar a posteriori cómo lo hizo, o incluso por qué. El entrevistador no puede eludir las dificultades de las interpretaciones y actos de la vida cotidiana. Las «reglas» vulgares comprometen una verificación precisa de hipótesis, pero son condiciones necesarias para obtener la información deseada.

LA ENTREVISTA Y LA MEDIDA

Si la entrevista arroja información carente de fidelidad y validez, al ser modificada por las reglas vulgares de interpretación, a pesar del empeño por instruir a los entrevistados para que se comporten de manera «agradable» e imiten las «adecuadas» relaciones sociales, la medida que se imponga tendrá que reflejar las diferencias de imputaciones que contribuyen a formar el carácter de los datos obtenidos. Si tratamos cada entrevista como una serie de datos que no se ajustan a las normas científicas de realización, podremos entender a cada entrevistador como un generador de una serie de hechos vulgares, que ha modificado muchos rasgos racionales de una investigación científica desinteresada. La entrevista, como una serie de actos para verificar hipótesis precisas sobre materias sustanciales, violenta los recursos tradicionales de medida, porque la técnica de medición nos obliga a suponer entrevistas «idénticas», con preguntas y respuestas «idénticas». Cada entrevista (independientemente de si tiene preguntas normalizadas o no estructuradas) exige un cifrado que suponga identidad o clases de equivalencias entre actos muy diferentes, preguntas y respuestas sin cifrar. Cada serie de expresiones es un objeto temporal y no se las puede hacer equivaler a otra serie de expresiones en respuesta a la misma pregunta, a menos de poderse mostrar o suponer que a cada hecho acompañaron las mismas o semejantes condiciones.

¿Qué condiciones permitirán elaborar clases de equivalencias? Resolver esta cuestión exigirá exponer las condiciones de la entrevista «ideal», además de ciertos conocimientos teóricos que faciliten la utilización de medidas convencionales.

Consideremos los requisitos necesarios del entrevistador «ideal» para cumplir con las exigencias técnicas del estudio. La entrevista extensiva es un trabajo duro. El carácter del entrevistado, como objeto de estudio, no puede darse por supuesto. Cada uno de sus actos y gestos puede tener cierto «sentido» en la situación de entrevista y debe cuidarse cada acto del entrevistador. El intento de disminuir el sesgo mediante procedimientos de instrucción supone que nuestro conocimiento del

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proceso social fundamental es suficientemente detallado para que se pueda preparar con exactitud el programa de la entrevista. Ahora bien, el preparar al entrevistador con respecto al manejo de los tratos interpersonales requiere más conocimiento del que poseemos. Es imposible prever todas las contingencias, y mucho menos esperar que el entrevistador se enfrente con ellas adecuadamente en cada ocasión. Lo mejor que podemos esperar es un programa basado en tal teoría extensiva del proceso social que el entrevistador pueda conocer y prever el mayor número de contingencias. Utilizar un magnetófono para grabar las entrevistas facilitaría la formación de un historial preciso de las exigencias que se plantean en ella. El adiestramiento extensivo puede producir entrevistadores competentes, pero siempre es imposible descubrir la cooperación y confianza del entrevistado. La impresión que debemos evitar es la de que pueden eliminarse todos los factores conducentes a error. El sesgo en la entrevista, al convertirse en una serie de variables, ofrece datos para verificar una teoría más general de la interacción social. Véanse las siguientes sugerencias:

1. Supongamos que se graba la entrevista. Se da al entrevistador un cuaderno para tomar notas de sus ideas sobre el tema, durante la entrevista, si cree que la respuesta (cada vez) es «adecuada» o «inadecuada», si el sujeto lo entiende y si se cree obligado a «rectificar» o «ayudar» al entrevistado.

2. Cada pregunta hecha en la entrevista se supone proyectada para verificar hipótesis precisas. Se predicen respuestas en cuanto a cada tipo de entrevistado que el investigador suponga se encontrará. Las respuestas predichas deben ser lo bastante precisas para permitir demostrar la correspondencia exacta con las contestaciones del entrevistado, además de la manera como pueden variar las respuestas reales sin que se las pueda dejar de considerar «aceptables».

3. La validez de cada respuesta supone una calidad variable, según las interferencias registradas por el equipo y el entrevistador, e identificadas por el investigador. La perspectiva del entrevistado tiene que inferirse de sus respuestas, pero tiene que corresponderse también con las expectativas teóricas del investigador sobre cómo responderán tipos sociales particulares a diferentes preguntas.

4. Para no pasar por alto las diferencias de entendimiento e interpretación de las preguntas por el consultado, las primeras preguntas deben ser caracterizaciones generales del interés propuesto del investigador. Esto permite que la definición de la situación por el entrevistado ocurra antes de comprometerse con sentidos específicos a través de puntos fijos que pueda no conocer. Lo cual garantiza que el sujeto no tome opciones o decisiones sobre preguntas o temas que no entienda perfectamente, sólo por satisfacer al entrevistador y terminar «bien» la entrevista.

5. Satisfecho por que el entrevistado conozca lo que se le pregunta, el entrevistador puede seguir haciéndole preguntas que, tanto limiten el abanico de posibilidades, como permitan la elección más precisa que se espera haga el sujeto. El procedimiento de presentarle las posibilidades alternativas una por una, para no revelar cuántas existen, funciona bastante bien y disminuye la posibilidad de que el entrevistado conteste a ojo.

6, La grabación de la entrevista liberaría al entrevistador de tomar notas sobre todos los caracteres externos del intercambio. Se le puede dar también un formulario con los cambios de las prescripciones y proscripciones de papel, de la relación, despego, etc., que siga el programa, permitiéndole llevar un «sencillo historial» de los sesgos y errores que se introducen en todas las entrevistas.

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LA ENTREVISTA

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7. El «sencillo historial» posibilitado por la utilización de magnetófonos se acerca al análisis de secuencia del material porque el investigador puede decidir cómo han afectado a la finalidad y a los resultados de la entrevista, tanto los influjos externos como los problemas esenciales de la teoría y de la formulación.

8. Cada punto, y las respuestas asociadas, deben relacionarse directamente con el conjunto de variables que puedan mermar la identidad de los datos que hayan de ser tabulados para analizarlos. Se puede examinar con más precisión la estructura temporal de los significados y facilitar la verificación exacta de hipótesis.

Esta breve descripción indica que los proyectos experimentales podrían desmenuzar con más precisión los problemas generales de la entrevista, facilitando la eliminación de los sesgos y errores evitables, ofreciendo a la vez un marco para medir su influjo, ya que son rasgos fijos de la entrevista. Por ejemplo, podrían seguirse estos procedimientos: el entrevistador y el sujeto están frente a frente, separados por un doble espejo, teniendo cada uno un micrófono de mesa conectado a distintos magnetófonos. El experimentador observa la entrevista y dirige el intercambio desde una tercera sala. Unos micrófonos en el techo de cada habitación establecen la comunicación general entre el sujeto y el entrevistador. Se dice al entrevistador y al consultado que, después de cada pregunta y cada respuesta, se oscurecerán las luces para dar tiempo a «pensar» sobre la pregunta o la respuesta. Durante el «período de reflexión», el experimentador puede desconectar un micrófono de techo y conectar el equipo de mesa, lo cual le permite preguntar independientemente al entrevistador o al entrevistado sus ideas sobre la pregunta o respuesta.

Este procedimiento experimental corta cada punto del programa, de modo que el experimentador puede distinguir cada paso en el «sencillo historial» de la entrevista. Lo cual le permite estimar el período inicial de «trabar conocimiento», su efecto sobre la manera cómo el entrevistador hace las preguntas y el entrevistado las contesta, lo que equivale a un recurso operativo para tratar la entrevista como objeto temporal sometido a interpretaciones y redefinición momento por momento.

El procedimiento experimental complementaría la situación de estudio sobre el terreno, capacitando al investigador para prever con más precisión los sesgos y errores. Revelaría qué interferencias son evitables y cuáles «necesarias» para que el intercambio continúe. En resumen, señalaría el modo como cada participante estereotipa al otro y la relación de este proceso con el entendimiento e interpretación de las preguntas y respuestas.

Separar los conocimientos del actor y las estructuras de significado que surgen durante la interacción capacita al investigador a distinguir entre el papel de investigación del entrevistador y sus ideas y pensamientos particulares; entre el papel del sujeto en la entrevista y sus observaciones no declaradas; entre la utilización por el investigador de categorías vulgares para interpretar la escena experimental y su utilización de una textura teórica explícita para cifrar sus observaciones. Aunque algunos de los elementos de los que obran en la entrevista pueden separarse adecuadamente y estudiarse experimentalmente, seguiremos basándonos en los conocimientos vulgares y en el lenguaje cotidiano para realizar nuestros estudios sobre el terreno.

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IV. LOS CUESTIONARIOS CERRADOS

Ciertos abogados de la entrevista señalan a menudo que el cuestionario con categorías cerradas de respuesta impide la posibilidad de obtener definiciones imprevistas de la situación que revelen las ideas y sentimientos particulares del sujeto. Aunque las alternativas fijas pueden ser adecuadas y necesarias para obtener datos reales, la búsqueda de información sobre el proceso social por este medio puede obligar al sujeto a dar respuestas precisas a hechos y temas sobre los que puede tener un conocimiento vago, o ninguno en absoluto. Las alternativas fijas pueden evitar que se tenga información significativa sobre el proceso social si el contexto interactivo está limitado por las preguntas hechas. En este capítulo trataremos de lo siguiente:

1. Las preguntas cerradas, ¿son «rejillas» por las que se falsea nuestra comprensión del proceso social? ¿Qué tipos de información evitará este método que conozcamos?

2. ¿Qué habremos de conocer sobre el lenguaje, los sentidos culturales y la estructura de la acción social para redactar un buen cuestionario con respuestas fijas?

3. ¿Qué papel tiene la teoría para cifrar y medir las respuestas cerradas? Nuestra misión será preguntarnos cómo logra soluciones a los problemas de la investigación sustancial la encuesta con preguntas cerradas, a pesar de la falta de conocimientos sobre los temas teóricos fundamentales que se suponen en toda investigación sobre el terreno.

EL PROCESO SOCIAL Y LOS CUESTIONARIOS CERRADOS

Hay muchas fuentes que muestran un consenso considerable sobre cómo se emprende la realización de una encuesta empleando cuestionarios cerrados. Los detalles técnicos no difieren mucho ni las descripciones formales de lo que debe hacerse. Es más probable que difieran las diversas maneras extraoficiales como se realizan verdaderamente las encuestas. Pocas veces tenemos información sobre los problemas del momento de este tipo de investigación, porque las prácticas extraoficiales se «ocultan» en los archivos de los investigadores o en informes inéditos, por no permitir el espacio la publicación de estos procedimientos. No es práctico componer una lista de desviaciones de los procedimientos ideales y, probablemente, mermaría la exposición y los resultados sustantivos. Sin embargo, un informe general que omita los detalles de cómo se hace una encuesta oculta las sutiles deducciones y decisiones que se requieren en cada fase de la investigación. Hyman examina convincentemente los males de la reducción de datos y el problema general de las encuestas a gran escala:

Ocurre que el analista de encuestas ordena a sus colaboradores que actúen como informadores, dándole un refinado extracto de los datos con la comunicación de observaciones concretas singulares, pero estratégicas. Y ello ha conducido a la creación de maneras de informar el entrevistador en que la situación humana dentro de la cual se recogieron los datos se describe sistemáticamente para el analista; a clasificaciones del entrevistado por el entrevistador, o a maquetas de segunda mano del entrevistado, pero que, no obstante, son estimaciones del entrevistado basadas en la observación directa de alguien; y a la «señalización» del cifrador, o anotación de respuestas particulares a la atención del analista, que transmiten el carácter de una respuesta ordenada dentro de cierta clasificación más abstracta.

Así, ocurre que el analista compensa el inevitable carácter fragmentario de la masa de datos tratados mediante una clasificación complementaria y procedimientos analíticos que

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transmiten los rasgos estructurales o generales de los fenómenos. La fragmentación se introduce al cifrar entrevistas totales, por clasificación tipológica o multidimensional de los entrevistados y por elaboración de índices, o reunión de datos de una serie de respuestas relacionadas en una descripción más general de los entrevistados.

Se es consciente de que la normalización del estudio en la investigación por encuestas a gran escala, aunque contribuya a la eficacia y a la necesaria garantía de comparabilidad entre los investigadores sobre el terreno, puede imponer al mismo tiempo cierta artificiosidad al fenómeno estudiado, en particular, cuando el analista acomete una serie de previos procedimientos de proyecto para asegurarse de que el método normalizado se adaptará, no obstante, al marco natural de referencia de la mayor parte de los sujetos en estudio. Esto ha llevado a procedimientos como el estudio-modelo, o de reconocimiento, antes de una indagación importante, la realización de una prueba del cuestionario, la indagación de antecedentes comunitarios y la indagación cuasi-etnológica en conjunción con una encuesta, a fin de formular la investigación con términos más significativos para los entrevistados.1

Estas consideraciones de Hyman ofrecen indicación explícita de las dificultades de realizar una amplia encuesta con un amplio equipo, incorporando a la vez distintos terrenos que lleven a variaciones de los datos. La necesidad de «maquetas», de «señalización», etc., indica cómo se ha confundido la encuesta n veces por supuestos imprecisos, ideas teóricas, indicios, y semejantes, de los entrevistadores, inspectores, cifradores, observadores, analistas de datos y el investigador principal. Pero, ¿podemos suponer que los entrevistadores, los «exploradores» etnológicos, los cifradores, los analistas de datos y el director de la investigación sociológica emplean todos el mismo marco teórico de referencias, interpretando idénticamente cada hecho, cada entrevistado, etc., esto es, utilizando las mismas estructuras de significado en contextos diferentes con las mismas normas de interpretación?

La explicación de Hyman sobre las actividades preliminares de una encuesta muestra que un estudio esmerado cuenta con las ventajas de la observación participante, las entrevistas no estructuradas con amplios objetivos de reconocimiento, la prueba (pretesting) mediante entrevistas estructuradas, rápidos informes de la interacción entrevistador-entrevistado, y así sucesivamente. Los informes sobre el terreno dan a conocer al investigador las interferencias que pueden entrar en el estudio definitivo y explican, además, las dificultades que han influido la real recogida de datos. El material preliminar no sólo ofrece la base para estructurar el programa definitivo, sino que informa también los resultados tabulados, de manera muy semejante a como la observación participante y las entrevistas abiertas conducen a interpretaciones y revisiones posteriores. Hay aquí una diferencia importante. En la observación participante y, en menor grado, en la situación de entrevista no estructurada, los observadores pasan más tiempo familiarizándose con los sujetos en estudio, se puede dedicar más tiempo a las sutilezas de sentido que emplean los sujetos. El investigador por encuestas utiliza estos contactos sobre el terreno como base para crear preguntas cerradas, pero su sentido requiere la información de fondo recogida en condiciones menos rigurosas. El rigor de la encuesta se pierde considerablemente cuando se basa en «conocimientos generales» no declarados sobre el grupo estudiado, en particular, sobre cómo los sujetos perciben e interpretan el sentido en sus actividades cotidianas. Mi respuesta a la pregunta del final del último párrafo es negativa, porque supongo que el investigador considera evidentes las diversas estructuras de sentido y que meramente se las ha de tomar como «dadas» y ser utilizadas instrumentalmente como antecedentes al hacer sus incursiones preliminares. El análisis real de los datos tabulados depende, por ello, de la teoría implícita y del 1 Herbert HYMAN: Survey Design and Analysis (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1955, págs. 27-28. Subrayado en el original.

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conocimiento sustantivo obtenido en circunstancias considerablemente menos rigurosas que el manifiesto en los elegantes cuadros presentados. La información previa da «significado» a los datos de encuesta porque comprende los sentidos vulgares que empleó el investigador para redactar las preguntas, que utilizaron los entrevistadores para decidir su adecuación durante la entrevista y que permitieron a los sujetos interpretar su sentido, respectivamente. El significado de las preguntas con respuestas cerradas, como las perforaciones de la tarjeta IBM, depende de las normas interpretativas que forman una teoría no sujeta al mismo tipo de programa. En consecuencia, el investigador que emplea preguntas cerradas no puede eludir los mismos problemas que encaran el observador participante y el entrevistador: tiene que crear un modelo que incorpore el lenguaje y los sentidos culturales esenciales: 1) a la perspectiva del actor en la vida cotidiana; 2) a la perspectiva del entrevistador, y 3) a las «reglas» para convertir estos sentidos en teoría fundamental y sustantiva.

Ahora bien, ¿cómo se cumplen así los objetivos del estudio, por ejemplo, el intento de mantener intacto el «marco natural de referencias de los sujetos»? ¿Cómo se trata el problema del sentido? Las preguntas normalizadas con respuestas fijas ofrecen una solución al problema del sentido, sencillamente, evitándolo. Una solución familiar toma como evidentes los sentidos culturales en la investigación sociológica relacionando las características de diferentes tipos de respuesta con actitudes «internas» del actor. Esto ofrece una solución empírica al problema del sentido; se dice que las regularidades empíricas se corresponden con cierta serie de hipotéticos estados «internos» y esta manera de razonar llega a ser una justificación neta para emplear preguntas normalmente cerradas. Si las respuestas están suficientemente agrupadas, si se «fragmentan», se «bifurcan», etc., y hay pocos «no sé» o «no contesta», se dice que ha habido cierta correspondencia entre las respuestas reales y los estados «internos» (léase, estructuras de actitudes, tipos de personalidad, impulsos, motivos o estados de ansiedad). El postular estados internos que deban corresponderse con respuestas «manifiestas» u observables permite una interpretación forzada en dos sentidos; si los agrupamientos predichos no se «manifiestan», podríamos volver a empezar de nuevo realineando los hipotéticos estados internos conceptuales con los agrupamientos empíricos. Para ello sirven diversos recursos estadísticos o metodológicos, como la tabulación cruzada exhaustiva y la supresión de cuadros.

A veces, es difícil saber qué es primero, una textura teórica que precisó hipotéticos estados internos con pautas externas, o si han sido regularidades empíricas de datos manifiestos las que han conducido a la noción de estados internos. Pero, independientemente del sentido inicial de este razonamiento, puede hacerse plausible. Hyman, por ejemplo, defiende la utilización de encuestas para establecer los motivos de la acción social, indicando qué debe hacer la encuesta ideal y los tipos de reglas que existen para saber el investigador y el lector cuándo está «equivocado» y cuándo tiene «razón». El procedimiento obvio consiste en establecer de antemano, tanto la estructura conceptual de los estados internos, como las agrupaciones manifiestas que deben aparecer entonces en la encuesta, de manera que la correspondencia sea patente y clara.

Puede darse un firme argumento para eliminar gran parte del sesgo del entrevistador introduciendo cuestionarios cerrados. Las preguntas normalizadas con un número limitado de opciones que se ofrecen por sí dan apariencia de objetividad, prestándose a su conversión en representaciones numéricas. Pero, ¿cuáles son las condiciones ideales?:

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1. Cada modelo de respuesta del sujeto tendría que poder predecirse con fundamentos teóricos explícitos antes de que el medio pueda verificar hipótesis. Cada pregunta tendría que formularse de acuerdo con intereses teóricos precisos, señalando lo que haría falta para aceptar o rechazar las hipótesis asociadas.

2. La entrevista preliminar con preguntas abiertas y pruebas del cuestionario constituiría un ensayo que contribuiría a modificar, tanto la teoría como los procedimientos operativos, por las preguntas y respuestas obtenidas y sus reglas de cifrado.

3. Habrían de conocerse con bastante detalle los elementos del proceso social para que el investigador pudiese utilizar las respuestas al cuestionario como un «metro» de una complicada interacción social y unas estructuras de sentido que las provocaron.

4. La pregunta y la respuesta tendrían que reflejar las clases de tipicidad que emplea el actor para arreglárselas en su mundo cotidiano, tendrían que asentarse en el lenguaje cotidiano con el que está familiarizado y producir contestaciones no alteradas por las peculiaridades de expresiones ocasionales, estructuras particulares de pertinencias, intención de acuerdo con las particulares circunstancias biográficas del entrevistado, a menos que tales propiedades sean condiciones variables del proyecto.

5. Las diversas divisiones horarias que constituyen la distribución final de las respuestas del entrevistado tienen que corresponderse con cierta serie de intervalos idénticos de las experiencias de los actores. Más precisamente, los diversos tipos de entrevistados (determinados de antemano por sus modelos de respuesta en cuadros a escala), entendidos como clases de equivalencias (cada tipo constituye una clase), arrojarán diversas respuestas a cada pregunta. Esta idea supone maneras idénticas de responder a los medios de objetos que proyecta el cuestionario. Es de suponer que los cuestionarios crean una serie de idénticos medios posibles.

6. Cada tipo de entrevistado tendría que entender idénticamente el sentido de las preguntas importantes, atribuyendo en cierto modo este sentido de acuerdo con cierta cultura común o «normas» compartidas por todos, pero en que las distintas respuestas señalasen hipotéticos estados internos diferentes (y, por consiguiente, una percepción e interpretación diferentes de los mismos estímulos) que pueden existir en la misma cultura común. Dicho de otra manera, en estos medios idénticos se comunican sentidos invariables a diferentes clases de equivalencias de entrevistados, pero en estos medios idénticos la distinta atribución de significado está determinada por los hipotéticos estados internos del actor.

7. La teoría del observador tendría que comprender una subteoría de las estructuras de sentido y «reglas» para su empleo y tendría que mostrar cómo interpretarán probablemente las preguntas tipos diferentes de actores (con distintos estados internos hipotéticos). Esto supone una estructura invariable de lenguaje que enlace la percepción del medio con los estados internos y se corresponda exactamente con las estructuras de sentido utilizadas por el actor para interpretar las formas simbólicas que constituyen el cuestionario. El contenido del mensaje es invariable para el intérprete. La prueba de este supuesto consiste a menudo en demostrar al lector que los entrevistados no han tenido inconveniente para llenar el cuestionario. Para adoptar esta argumentación, el observador habría de mostrar que los tipos diferentes de entrevistados constituyen clases de equivalencias con respecto a sus contestaciones a las preguntas. Así no se resuelve totalmente el

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problema, pero se ofrece una prueba operativa al supuesto de que el contenido de cada pregunta es invariable para el entrevistado.

8. Las preguntas cerradas suministran al entrevistado claves muy estructuradas sobre su finalidad y las respuestas que se esperan. El carácter «forzado» de las respuestas limita rigurosamente la posibilidad de que sean dudosas la percepción y la interpretación de los puntos por el actor.

9. El conocimiento analítico y detallado del sentido vulgar que se utiliza en la vida cotidiana es fundamental para la redacción de cuestionarios cerrados, pero este conocimiento no garantiza que el contenido de las preguntas sea invariable para el intérprete. Los textos sobre métodos no hacen sino decir llanamente, o instar, a que la redacción de las preguntas sea «comprensible» para los entrevistados y se adapten a su uso cultural o subcultural. Pero estos textos y manuales dicen poco sobre la estructura de tal uso y lenguaje cotidiano. El vocabulario empleado para descubrir las interpretaciones que de diferentes estímulos hace el entrevistado tiene que distinguirse del vocabulario empleado por el sociólogo para describir las respuestas de los actores. Hacen falta reglas para traducir de uno a otro, y viceversa. Con el fin de predecir las pautas, hará falta cierto conocimiento sobre cómo se enlazan los hipotéticos «estados internos» del entrevistado con la manera como descifra el sentido de la pregunta (su contenido) y cómo decide la apropiada respuesta fija. Pero el vocabulario del actor, con sus estructuras de sentido vulgar, constituye, en cierto sentido importante, un ámbito de sentido independiente de los hipotéticos «estados internos» del actor. Así ocurriría si el contenido del mensaje fuese invariable para el intérprete.

La alusión a hipotéticos «estados internos» ensombrece la importancia de la diferencia de socialización de los sujetos dentro de una general cultura común y la influencia que tiene sobre la conducta de los sujetos la desconocida variabilidad subcultural dentro de la cultura común, variabilidad que se incrementa considerando, además de esta subcultura, los factores locativos que influyen sobre la interpretación de los hechos. Ahora bien, el contenido del mensaje no es invariable para el actor, para los sentidos variables de la cultura y subculturas comunes y para las definiciones variables de las situaciones, a menos que se dé una correspondencia exacta entre el sentido y la proposición. Estas variaciones pueden considerarse como «externas» al actor; al menos, pueden ser estudiadas independientemente de las conjeturas sobre los hipotéticos «estados internos» no observables de los individuos. Además, puesto que en todo caso los «estados internos» han de relacionarse con variaciones externas, ¿por qué hablar de ellos en absoluto? ¿Por qué aludir a elaboraciones hipotéticas con el fin de explicar algo que, se puede decir, comienza y termina en el mundo observable de la vida cotidiana? Una respuesta que se da con frecuencia es que las contestaciones a preguntas cerradas pueden relacionarse con los hipotéticos «estados internos» de manera que, operativamente, no surja el problema de la falta de correspondencia entre el sentido y la proposición. Sin embargo, un supuesto implícito esencial en el empleo de cuestionarios es que el contenido y el sentido advertidos de la proposición presentada es invariable para el entrevistado y pueden ser ordenados independientemente de hipotéticos «estados internos». Por tanto, las variaciones del contenido manifiesto no se deberían a problemas semánticos, sino a clases de «estados internos». El investigador maneja las respuestas manifiestas refiriéndose a una teoría de las actitudes (disposiciones a actuar) para explicar las regularidades halladas en el contenido manifiesto. La consecuencia neta es desconocer la importancia de la interacción social en el modelo del investigador. Semejante idea

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nos obliga a reducir la conducta social a hipotéticas normas y actitudes «interiorizadas». Una teoría que permita al observador decidir el sentido de una proposición sin referirse a «estados internos» evitará una reducción innecesaria. Las diferencias de percepción e interpretación pueden depender de un conjunto de variables localizadas en el medio de objetos del actor, y que han de ser predichas y explicadas por cambios del escenario social. Manipular los elementos del escenario social origina correspondientes cambios en las distintas percepciones e interpretaciones del actor. Este lleva a la situación sus conocimientos y su progresiva estimación de las «normas» apropiadas que exige el desarrollo de un escenario cambiante.2 Sus esperanzas, temores, gustos y disgustos no reciben una posición preeminente en la explicación de las propiedades generales de la acción social, sino que se los considera como significativos para determinar el contenido sustancial de los actos concretos. Se subrayan las condiciones variables e invariables de la definición y redefinición por el actor de un medio de objetos durante la interacción social. La correspondencia entre el mundo hipotético que se infiere de los puntos del cuestionario y la conducta real del actor queda como un problema empírico por resolver. Los puntos del cuestionario que tratan de medir valores, actitudes, normas y semejantes suelen desconocer el carácter nuevo, innovador e incierto de la vida cotidiana, imponiéndole una «rejilla» determinista con su estructura cerrada.

Recapitulando, el sentido del conjunto de proposiciones que constituye un cuestionario supone una calidad variable para cualquier muestra de sujetos, a menos que el investigador adopte una teoría del significado y de la asunción de papel que se corresponda con el uso mecánico o determinista de cuestionarios cerrados. He sostenido que los puntos de un cuestionario cerrado no reflejan el cambio de la estructura de la acción social en la vida cotidiana. La noción de que la acción social está determinada por actitudes estables fundamentales evita la utilización de conceptos que indican cambio. En su lugar, las «reglas» o normas interpretativas, los sentidos culturales y las exigencias locativas se consideran como estables o triviales, atribuyéndoles la calidad de «evidentes» o residuales. En los cuestionarios se definen los escenarios sociales con términos hipotéticos suponiendo que, tanto el sentido de las proposiciones, como las distintas respuestas, son invariables para las interpretaciones locativas de las «reglas» y los conocimientos del actor. Para que el investigador comprenda cómo el cuestionario cerrado se corresponde con la teoría implícita de la acción social que sugerimos en este libro, habrán de proyectarse para analizar la entrevista los mismos procedimientos esbozados en la conclusión del capítulo III. Tendríamos que mostrar las variaciones, generalmente ocultas, que quedan reservadas al entrevistado cuando interpreta cada punto y toma en realidad sus opciones al cumplirse el programa. Por otra parte, queda la siguiente postura teórica:

Es patente... que el concepto de actitud implica coherencia o previsibilidad de las respuestas. Una actitud está determinada, o interviene, o predice, o queda de manifiesto por una variedad de respuestas a cierto conjunto preciso de objetos o situaciones sociales. Campbell (1950, pág. 31) ha compendiado claramente esta idea al exponer una definición operativa de la actitud: «Es actitud social de un individuo un síndrome [duradero] de coherencia de respuesta con respecto a [un conjunto de] objetos sociales».

2 Vid, en W. V. QUINE: Word and Object (Technology Press y Wiley), Nueva York, 1960, págs, 2-8, una explicación sobre el «espectáculo ambulante».

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LOS CUESTIONARIOS CERRADOS

Esta definición no priva a las actitudes de sus propiedades afectivas y cognoscitivas, que pueden ser propiedades o correlatos de las respuestas que abarca la actitud. Sin embargo, la atención se centra sobre la característica de la actitud que es básica para toda medición: la covariación de respuestas. En cada método de medida, la covariación entre respuestas se relaciona con la variación de una variable fundamental. La actitud latente se define por las correlaciones entre respuestas.

El conjunto de objetos sociales que constituye la clase de referencias de una actitud distingue la actitud de otras variables psicológicas, como el hábito, el temperamento, el impulso o la inteligencia. Es de importancia secundaria que llamemos actitud, o rasgo, o hábito a la variable. La definición operativa se hará siempre por clases referentes de estímulos.3

Así, pues, si el investigador busca un medio de fácil aplicación que le garantice resultados cuantificables, su modelo del actor se basará en la citada teoría de las actitudes. Los puntos del cuestionario se hacen divisiones horarias «congeladas» de situaciones definidas hipotéticamente. El cuestionario cerrado ofrece proposiciones (estímulos) normalizados desde el punto de vista del investigador, pero da por supuestas todas las importantes cuestiones que plantean el lenguaje y el sentido, trata como evidentes las «reglas» o normas y elimina el problema de las definiciones locativas por un concepto estático de la asunción de papel. Las respuestas de cuestionario son como las perforaciones de una tarjeta IBM; los significados y reglas para su creación e interpretación no se hallan en ellas per se ni en agregados de ellas, sino más bien en sus diferencias de percepciones e interpretaciones que provocaron la decisión del investigador al componerlas y la percepción e interpretación del escenario por el entrevistado al contestarlas.

COMENTARIOS DE USUARIOS Y CRÍTICOS DE LAS ENCUESTAS

Un vistazo a algunas críticas contra las encuestas señalará algunos de sus inconvenientes. Hyman indica las innumerables fuentes de presiones, sesgos y obstáculos que pueden ocurrir por la forma organizativa de la encuesta, por quién la patrocina y la costea y el problema de los temas controvertidos.4

El libro de Hyman sobre los proyectos de encuesta puede interpretarse como una catalogación de las interferencias con que tropiezan los investigadores. Trata de mostrar que, a pesar de concordar con muchas críticas a la investigación mediante encuestas, el método es útil y contribuye mucho a nuestro conocimiento de la conducta humana. Podría argumentarse que más bien es la fe del investigador en el método lo que asegura su utilización continua que la demostración de su capacidad para predecir y explicar la conducta humana con la información que recoge. De hecho, Hyman arguye convincentemente en este sentido, al hablar del «entrevistador tramposo», de la falta de comunicación, de la oposición del personal, de las presiones externas para que se subrayen particulares elementos del estudio, del desacuerdo o acuerdo total entre el personal investigador y el general complejo organizativo dentro del cual se proyecta,5 se efectúa y termina la investigación; y sus argumentos y sus pruebas hacen difícil defender la utilización de encuestas 3 Bert F. Green: «Attitude Measurement», en Gardner LINDZEY (ed.): Handbook of Social Psychology (Addison-Wesley), Reading, Mass., 1954, vol. I, página 336. Subrayado en el original. 4 Survey Design and Analysis, op. cit., págs, 29-59. 5 Vid. C. W. HART: «Some Factors Affecting the Organization and Prosecution of Given Research Projects», American Sociological Review, 12 (1947), 514-519.

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amplias y costosas para verificar hipótesis o examinar la teoría fundamental. Su utilización más eficaz podría ser para procurarse sencillo material descriptivo de tipo poco comprometido entre una muestra amplia de individuos para algún fin práctico.

En todos los escritos a favor y en contra de los métodos de encuesta y cuestionario hay frecuentes alusiones a la posibilidad de que los datos sean consecuencia de ideas vagas o laxas de los entrevistados. ¿Por qué no suponer que las ideas del actor sobre los objetos sociales son indefinidas, pero se entienden como concretas hasta que empezamos a examinarlas con preguntas precisas que lo ponen en evidencia en materias que da por supuestas, y a las que pocas veces dedica mucho tiempo? Los métodos de investigación mediante encuestas no atribuyen calidad variable a la ignorancia, ni mucho menos la reconocen como factor decisivo en la estructura de la acción social.6

Krech critica las encuestas sobre la base de que son superficiales y pocas veces hacen preguntas de significación teórica y no buscan la «naturaleza fundamental de las “cosas”, con todas esas entrevistas, que los redactores de las preguntas y los cifradores se supone miden, ponderan, calculan y exponen».7 «Los investigadores por encuestas dan por supuesta la naturaleza fundamental de las “cosas”». Ello se debe a menudo a los mecanismos necesarios para efectuar una encuesta, grande o pequeña. La selección de un problema hace escoger las preguntas pertinentes que «descubrirán» los conceptos básicos. Ciertas entrevistas preliminares llevan a cierto número de indicios y «sensaciones» sobre el carácter de los «datos» y de los entrevistados. Esta documentación se utiliza después, además de lo que han experimentado y recordado los investigadores, como base para formular preguntas de tipo abierto o cerrado. Estas preguntas están «probadas» (pretested). Aunque se hagan cambios sobre la base de los resultados, no siempre conducen a modificar el planteamiento originario del problema. Las preguntas se afilan y las que no pueden «bifurcarse» adecuadamente (según los criterios implícitos del entrevistador) quedan excluidas. La formulación de preguntas precifradas exige precisión teórica, pero la precisión de una encuesta no se produce habitualmente hasta haberse obtenido los resultados y haberse enfrentado el investigador con la misión de decidir qué significan las tabulaciones cruzadas. La encuesta es, por tanto, una empresa en desarrollo progresivo, que toma una precisión cada vez mayor después de haberse incorporado los supuestos determinantes a la formulación inicial, esto es, después de haberse hecho el cifrado y los cuadros.

Al adoptar conceptos que representan factores «internos» al actor, la encuesta ofrece un recurso conveniente para obtener documentación en apoyo de la teoría de las actitudes como móviles o indicativas de la acción, basándonos en las regularidades empíricas cuyos procedimientos de recogida aseguran que los datos se «portarán bien», manejándolos adecuadamente. Los procedimientos efectivos para redactar las preguntas son peculiares de cada encuesta, a menos que las estrategias y las reglas de cifrado estén en correspondencia con las propiedades de los conceptos fundamentales.

6 Vid. Louis SCHNEIDER: «The Category of Ignorance in Sociological Theory», American Sociological Review, 27 (agosto 1962), 402-508. 7 D. KRECH: «Public Opinion and Psychological Theory», International Journal Opin. Attitude Research, 2 (1948), 85-88.

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LOS CUESTIONARIOS CERRADOS

LA TEORÍA, EL CIFRADO Y LA CUANTIFICACIÓN

Hyman observa la existencia de pautas, factores o principios de investigación establecidos por investigadores y grupos como la oficina de Presupuestos, la comisión Normativa de la Asociación Estadounidense de opinión Pública, y semejantes. Tales criterios, basados en las experiencias colectivas de los investigadores, subrayan la determinación y evitación de las fuentes posibles de error y la necesidad de seguir procedimientos prácticos que garanticen la comparabilidad. No obstante, se omite la parte más difícil de la investigación mediante encuestas. Me refiero al conocimiento teórico necesario incluso para tomar decisiones rutinarias y a los compromisos teóricos que se imponen a los datos con un sistema arbitrario de medida. Las encuestas que examina Hyman no tienen informes de las decisiones del momento que hubo de tomar el analista durante su realización. Hace un esfuerzo importante por normalizar los procedimientos que implica una encuesta, comprendidos los errores habituales, y a menudo inadvertidos, y los problemas que pueden surgir, y surgen. El estudiante interesado por la repetición y por la verificación precisa de hipótesis no encontrará una exposición de las condiciones o normas tácitas que dirigen la investigación sociológica, y que omite el libro de Hyman. Los datos y las situaciones hipotéticas de que trata Hyman están cifrados ya y se han abstraído de las normas y condiciones reales en que se han basado. Así, pues, algunas de las cuestiones esenciales que se han omitido sobre el proceso de investigación son: ¿cómo decide el observador diferenciar respuestas en categorías diversas? ¿Cómo decide atribuir símbolos o números a ciertos objetos, mientras que considera sin importancia otras respuestas? Los capítulos I y II descubren la decisiva importancia del conocimiento vulgar para tomar tales decisiones.

Hyman observa que la encuesta no tiene ninguno de los rasgos fijos de los experimentos u observaciones de cotejo (controlled).

Se caracteriza por una medida efectuada sobre el terreno en sólo un instante, y habitualmente no nos da prueba del orden temporal de las variables. Por consiguiente, en casos particulares ha de salvaguardarse con procedimientos especiales que se pueda inferir causalidad de la relación empírica.8

Hyman prosigue con la aguda observación de que el entrevistado «crea o recrea hechos simbólicamente, situando, pues, las variables a lo largo del tiempo, en vez de justo en el momento de la medida. Como Vernon dijo una vez: “Las palabras son actos en miniatura” y, por tanto, el momento de la medida puede condensar un lapso enorme».9 Esta alusión a la condensación del tiempo parece semejante a la noción del tiempo experimentado que describimos antes. El uso de Hyman difiere, sin embargo, de mis comentarios anteriores. La solución de Hyman al problema temporal de relacionar variables es:

Meramente sobre la base de la pura inspección, el analista puede inferir el orden temporal. Por ejemplo, no hay dificultad manifiesta para interpretar una conclusión de encuesta o una relación entre la duración del matrimonio y la felicidad conyugal. Aquélla, por definición, precede a ésta. Aun cuando este orden, por definición, no esté absolutamente claro, el analista puede acertar a menudo, lo mismo que cualquier otro hombre razonable. Considérese la relación entre el nivel de instrucción y la preferencia por distintos programas de radio; es casi seguro que la instrucción precede a los gustos. Considérese el dato de que las personas con bajo nivel de ingresos es menos probable que pertenezcan a organizaciones formales que las personas de nivel superior. Aunque unos cuantos individuos puedan haber perdido dinero después de ingresar en organizaciones, podemos suponer muy en general que la

8 Survey Design and Analysis, op. cit., pág. 193. 9 Idem, pág. 194.

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posición económica actual se ha adquirido antes de las afiliaciones. Pueden hacerse suposiciones semejantes en estudios que, por ejemplo, relacionen rasgos de personalidad algo permanentes a los éxitos en la enseñanza o en el trabajo.10

Esta explicación de Hyman indica varias cosas. Una es que no ha distinguido claramente entre el tiempo real y el tiempo como constitutivo de experiencia. El «lapso enorme» antes citado parece referirse al tiempo real, no a la idea que del tiempo tiene el actor. Aunque el actor utilice el tiempo real para orientar sus actos, su experiencia con los objetos y hechos no es isomorfa al tiempo real. Los datos de encuesta son relaciones o correlaciones invariablemente a posteriori, y el analista tiene que emplear mucho tiempo para decidir qué «significa» todo ello. Invoca cierta teoría sobre la cual decide la secuencia temporal de las variables, lo cual a su vez estructura la interpretación que se dará a las relaciones. La experiencia que tiene del tiempo el actor está determinada a posteriori por los procedimientos del observador. Según la regla de observación, el investigador debe tener una postura teórica que lo capacite para mostrar cómo pueden precisarse estas correlaciones antes de recoger y cifrar los datos. Si todos los hechos de la vida cotidiana y la orientación del actor hacia ellos tienen su particular estructura temporal, su cuantificación comprenderá abstracciones tácitas que se deriven implícitamente de una teoría del proceso social o se establezcan a posteriori correlacionando respuestas de actitudes con cierto número de las características demográficas incluidas en el cuestionario. Las teorías sociológicas suponen que la posición de «clase» de una persona, su religión, sus creencias «políticas» y sus actividades «asociativas» influyen su conducta cotidiana. Pero cierta pregunta o serie de preguntas que se pretende midan «operativamente» tales conceptos y las respuestas de las personas a estas preguntas no deben tomarse siempre como exactamente representativas del efecto de estas «variables» o condiciones sobre los conceptos practicados y aplicados cotidianamente por el actor sobre el mundo en que vive, al que se adapta y transforma. Nos hemos acostumbrado a caracterizar partes de la vida o propiedades de las personas como si fuesen variables unidimensionales que pudiesen trasladarse a continuos extensibles o reducibles (para fines de medida), según lo bien que se «bifurquen» las respuestas de un cuestionario. Pero la cuestión es si estas variables «estructurales» (por ejemplo, la ocupación, los ingresos o la instrucción) influyen sobre la conducta cotidiana del actor, y hasta qué punto. Con otras palabras, estos cortes temporales organizativos, arbitrarios o «naturales» (por ejemplo, enseñanza primaria, media y superior), ¿se correlacionan significativamente con variables de actitudes u otras? Bennett Berger11 se ocupa de esta cuestión al recomendar que la edad se defina como variable cultural, no estructural. Ello alteraría la determinación puramente cuantitativa de la edad, de manera que la estructura de sus propiedades se considere como dudosa, requiriéndose más conceptualización explícita y estudio empírico.

Estos datos estructurales se reúnen y describen habitualmente empleando sentidos vulgares. Al suponer que las variables estructurales o de actitud son cuantificables automáticamente, obligamos a los conceptos a tomar la apariencia de precisión, de manera que puedan dividirse en dicotomías, tricotomías, series ordinales, intervalos y distancias métricas. Pero el concepto no es per se cuantitativo; sólo llega a serlo cuando lo situamos dentro de cierta textura teórica que origine explícitamente dicotomías significativas, tricotomías, relaciones ordinales e intervalos que se suponen iguales y distancias con rasgos métricos. La

10 Ibíd. 11 «How Long is a Generation?», British Journal of Sociology, XI (marzo 1960), 10-23.

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noción de «variable» puede significar una colección no aditiva de elementos que caracterizan cierto rasgo del mundo del actor, definido culturalmente. La «variable» no constituiría un continuo unitario, diferenciable, ni aun una dicotomía, forzosamente, a menos que la teoría lo exija y lo justifique específicamente. Toda comprensión de las operaciones de cifrado, en cuanto relacionadas con la estructuración de los cuestionarios y de los programas de entrevista, debe tener en cuenta lo que ofrece el conocimiento vulgar del mundo que compartimos con el entrevistado, nuestra teoría sociológica y lo impuesto por los recursos de medida.

El sistema bivalente o polivalente (dicotomía, tricotomía, etcétera) supone que los elementos que diferencian las categorías y las decisiones que llevan a colocar las respuestas cifradas dentro de una casilla o tipo, en vez de a otros, son identificables, inequívocos e independientes.

El cifrado según una lógica bivalente o polivalente, o alguna de sus derivaciones lógicas (por ejemplo, la teoría de conjuntos o el sistema de números reales), supone automáticamente una base axiomática de la estructura del proceso social. Sin embargo, comenzamos habitualmente nuestras encuestas imponiendo cierta forma de modalidad arbitraria, como «grandísimo», «regular» y «algo grande», o divisiones quíntuples, como «muy de acuerdo», «moderadamente de acuerdo», «neutral», «moderadamente en desacuerdo» y «muy en desacuerdo». Si la experiencia del mundo del actor se corresponde con cortes generales de probabilidad, mientras que el investigador ha impuesto un marco de medida que supone una base axiomática, pero elude la estructura lógica de tales experiencias de probabilidad, no podremos verificar con precisión las hipótesis. La solución que se adopte no podrá recomendarse sino arbitrariamente.

Los sociólogos que ponen la cuantificación de los datos por delante de la verificación precisa de hipótesis recomiendan los cuestionarios cerrados porque este método garantiza resultados cuantificados. Las arbitrarias reglas de cifrado y mecanismos de escalas transforman la estructura de la acción social en elementos cuantificables porque tales procedimientos mezclan arbitrariamente el conocimiento vulgar y los juicios de probabilidad con operaciones lógicas o estadísticas. Una vez impuestas, estas reglas de cifrado y escalas obran como filtro, ocultando la manera como el conocimiento vulgar implícito del investigador penetra en el proceso de decisión, identificado como «reglas de procedimiento científico», transformando a la vez las respuestas del actor.

Si alguna vez ha de servir cierta forma de cuestionarios cerrados como útil definición operativa de conceptos sociológicos, tendrán que redactarse de tal manera que se refleje en ellos la estructura de la experiencia y conducta cotidianas. Tenemos que poder demostrar una correspondencia entre la estructura de la acción social (los sentidos culturales, su atribución en contextos locativos y el proceso de asunción de papel) y los puntos que se pretendan como definiciones operativas suyas. A menos que se logre esta correspondencia, nuestros datos reflejarán la inadecuación de los métodos y no originarán proposiciones teóricamente plausibles.

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V. EL MÉTODO DEMOGRÁFICO

Los informes descriptivos sobre el número de nacimientos, fallecimientos y traslados de las personas de un lugar geográfico a otro, según la edad, el sexo, etc., han sido útiles a los sociólogos para estudiar la organización social y la estructura comparada de las sociedades. Habitualmente, se considera a estos datos como hechos sociales básicos que valen por sí mismos. En este capítulo comentaremos la calidad lógica y teórica de los procesos fundamentales de la población (por ejemplo, los recuentos descriptivos de la natalidad, la mortalidad y las migraciones, por edad, sexo, etc.), particularmente, cuando están relacionados con procesos sociales que originan o explican las diferencias de fecundidad, migración, movilidad, ilegitimidad, y semejantes. La distribución de estos procesos y movimientos vitales por la edad y el sexo (y otras categorías) puede considerarse como un medio para explicar las propiedades de estructuras sociales, como las parejas (por ejemplo, los padres de una familia nuclear), las colectividades (por ejemplo, fumadores y no fumadores, usuarios y no usuarios de anticonceptivos y familias de ingresos elevados y bajos), las organizaciones (las familias consideradas como unidades o los hospitales), los municipios, regiones, Estados o provincias, naciones, etc. El demógrafo puede dirigir su atención sobre cierta distribución o serie de distribuciones de recuentos para deducir qué fuerzas biológicas y sociales pueden haberlas originado. Se intenta hacer predicciones proyectando las conclusiones de algún conjunto determinado de datos. Unos cuantos demógrafos buscan más conocimientos teóricos1 como medio para mejorar nuestras predicciones demográficas y, otros, que también abogan por estas mejoras, más probablemente, son sociólogos que se interesan por utilizar los datos demográficos para verificar teorías sociológicas. Dos nociones corrientes, implícitas a menudo en el estudio de la población, son que la demografía es una disciplina independiente y que los datos de hecho son esencialmente significativos. La expresión «método demográfico» sugiere estas nociones. Muchos demógrafos y ecólogos negarán probablemente la pertinencia y la validez del proceso social para comprender la estructura social. Estos investigadores pueden evitar el estudio del proceso social negando simplemente su pertinencia. Podemos calificarlos como «arqueólogos voluntarios» de la sociedad contemporánea, porque niegan la importancia de las decisiones culturales que contribuyen a la estructura ecológica de la organización social. Por otra parte, los arqueólogos ansían obtener datos sobre las decisiones culturales. Un reciente artículo de O. D. Duncan y L. Schnore2 contiene una expresión de esta idea acultural. Arguyen que la perspectiva ecológica (que, para ellos, comprendería el análisis de población) es la que mejor conviene al estudio de la organización social, tal como ellos lo entienden. La diferencia fundamental entre la perspectiva de Duncan y Schnore de la organización social y la de los sociólogos «conductistas» y «culturales» está en que niegan la pertinencia de las ideologías, valores y normas culturalmente definidos y compartidos en el grupo. Así, al decir que «las comunidades de diferente base económica es de esperar que muestren diferentes

1 Los demógrafos sociológicos, como Vance, han pedido más teoría, mientras que otros, como Gutman, aseguran que existen teorías adecuadas para organizar los conocimientos presentes. Vid. Rupert B. VANCE: «Is Theory for Demographers?», en J. J. SPENGLER y O. D. DUNCAN (eds.): Population Theory and Policy (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1956, págs. 88-94; y Robert GUTMAN: «In Defense of Population Theory», American Sociological Review, 25 (junio 1960), 325-333. 2 O. D. DUNCAN y L. SCHNORE: «Cultural, Behavioral, and Ecological Perspectives in the Study of Social Organization», American Journal of Sociology, 65 (septiembre 1959), 132-146. Ver, además, «Comment», por Peter H. Rossi; y «Rejoinder», por DUNCAN y SCHNORE, ibíd., págs, 146-149 y 149-153, respectivamente.

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tasas de crecimiento y, por consiguiente, diferentes oportunidades de movilidad social», los autores negarán la pertinencia de las decisiones políticas tomadas por los individuos en un contexto de grupo, la importancia de los compromisos ideológicos y de valores del individuo y compartidos en el grupo, las exigencias políticas, y semejantes. Duncan y Schnore creen que las perspectivas conductista y cultural están corrompidas por lo que les parece un «compromiso» absoluto con «elementos subjetivos», móviles individuales y «rasgos culturales». Suponen erróneamente que todos los sociólogos «conductistas» y «culturales» se adhieren al reduccionismo psicológico de Homans3 y que sólo el ecólogo se interesa por comprender la conducta de agregados. Por último, Duncan y Schnore aceptan el hecho de que el enfoque «ecológico admite supuestos de continuidad cultural y difusión de modelos culturales», pero negarán la importancia de los sentidos culturales..., comprendidos los que tiene el actor sobre su medio y la manera como tales sentidos influyen sobre sus actos, particularmente, al determinar dónde construirá ciudades, cómo las construirá, etcétera, aunque tales sentidos se distribuyan de manera diferente y se definan y vuelvan a definir continuamente a través del tiempo en distintas culturas y en sectores diferentes de las sociedades pluralistas. La necesidad de diversas formas y contenidos de la comunicación humana para la aparición, conservación y alteración de las estructuras sociales carece de importancia para el demógrafo-ecólogo. En este capítulo no haremos más comentarios ni citas de demógrafos y ecólogos como Duncan y Schnore. Las críticas de abajo sobre los demógrafos sociológicos suponen acuerdo con su interés por reconocer e integrar las variables conductivas y culturales con las demográficas y ecológicas; mi intención es buscar una consideración y exposición más explícita del proceso social en los estudios demográficos de la estructura social que suponen nociones de la acción social.

Un texto reciente de William Petersen4 muestra con claridad la tesis de que las teorías sociológicas sobre el proceso social están supuestas al explicar los diferentes recuentos descriptivos que contienen los datos demográficos. Las citas siguientes quieren señalar la importancia de la teoría para un sociólogo que utilice datos demográficos. Los comentarios subsiguientes pretenden subrayar y extender la pertinencia de tales proposiciones teóricas. Las proposiciones sobre la población, relacionadas con los procesos sociales fundamentales tal como los hemos entendido en capítulos anteriores, deben conducir a pruebas más precisas, ampliando nuestro conocimiento de las fuerzas sociales y culturales que originan e influyen la distribución de la población. El siguiente ejemplo ilustra la conexión entre el tamaño de la familia y las ideas culturales:

El cambio de «moda» en el tamaño de la familia, como cualquier otro cambio de estilo, se ha difundido en parte, simplemente, por contagio. Pero se ha debido también a las aspiraciones más profundas de la clase media estadounidense. Con cierta exageración, puede decirse que Estados Unidos es el país de la movilidad ascendente. Las pautas de conducta del estadounidense típico, en la medida en que tal persona exista, probablemente pueden definirse mejor por las esperanzas y expectativas provocadas por la «promesa americana» de una vida más feliz. En el pasado, los padres de clase media consideraban que era su deber ofrecer el máximo de ventajas a un número muy pequeño de hijos; y este valor fue, ciertamente, un motivo importante para la difusión de la pequeña familia. Hoy, sin embargo, la sentencia de los ppsicólogos de que el hijo único será más probablemente un neurótico se ha difundido a través de las revistas femeninas hasta llegar a ser un tópico de clase media. Que sea cierto o no, es aparte; esta teoría, aunque espuria, ha sido tan aceptada en general que influye sobre las

3 George C. HOMANS: «Social Behavior as Exchange», American Journal of Sociology, 63 (mayo 1958), 597-606; y Social Behavior (Harcourt, Brace and World), Nueva York, 1961. 4 William PETERSEN: Population (Macmillan), Nueva York, 1961.

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actitudes y la conducta actuales, como ha señalado el estudio de Indianápolis. Si es que uno va a tener hijos, deben ser al menos dos, por su bien; y preferiblemente, tres. El que esta nueva tendencia del tamaño de la familia se haya basado en una reinterpretación del deber de los padres, en vez de en la tentativa de rechazarlo, significa más probabilidad de permanencia.5

Petersen ha subrayado cierto número de factores, algunos de los cuales implican procesos sociales bastante complejos que la investigación no ha documentado todavía, pero parecen bastante plausibles. El sentido general es que existen ideas culturalmente definidas que orientan la acción social de las personas. Si la nueva tendencia del tamaño de la familia tiene probabilidad de permanencia, las manipulaciones estadísticas posibles con los nuevos datos demográficos son de utilidad limitada para verificar las hipótesis de Petersen, a menos que tengamos datos independientes sobre familias particulares en cuanto al carácter de las definiciones culturales de «vida feliz», «aspiraciones más profundas», «número óptimo de hijos», y semejantes. Lograr tal conocimiento exige que comprendamos la estructura temporal de estos conceptos culturales, las condiciones que motivan los modos prescritos de conducta y las variaciones que probablemente ocurran. En resumen, hace falta este tipo de información para examinar la medida en que las nociones citadas por Petersen puedan ser útiles para la investigación empírica fundamental y las predicciones a largo y corto plazo. Pero la idea de Petersen y, particularmente, los supuestos generales implícitos de muchos demógrafos dan a entender que el tamaño de la familia es consecuencia de la racionalización de la sociedad, en el sentido de Weber, esto es, «la transformación de un mundo ingobernable e ininteligible en una organización que podamos entender y, por tanto, dominar y en cuyo marco se haga posible la predicción».6 Este supuesto de racionalidad requiere clarificación teórica y empírica. Su posición actual en los estudios de población no siempre está clara. Trataré de ello en el resto de este capítulo, haciéndolo la noción esencial en torno a la cual hablaré de los supuestos teóricos de la demografía.

El conocimiento sobre las propiedades de sentido común que se suponen en los conceptos sociológicos empleados por Petersen aumentaría la precisión analítica del observador sobre la vida y el tamaño de la familia y las ideas que sobre éstas tienen los actores. La cita siguiente muestra más argumentos teóricos sobre la noción del tamaño de la familia:

La pequeña familia del pasado reciente estaba metida, por decirlo así, en el pequeño apartamento, que hacía de un nuevo hijo una empresa costosa y molesta. En el periodo de la posguerra, debe recordarse, muchas familias de clase media se trasladaron a las afueras, que combinan las amenidades urbanas con un estilo de vida que invita, casi exige, niños. Apenas nadie alquila una casa en las afueras; y la propiedad de la vivienda, que aumentó en una mitad de 1940 a 1950, se ha asociado siempre a la familia numerosa o mediana. Puede tener menos sentido que antes hablar de la pérdida de función de la familia, pues en el marco de los alrededores urbanos el hogar se está convirtiendo manifiestamente en un centro de vida familiar significativa. Si la mujer trabaja, como lo hace a menudo, no es normalmente para seguir una carrera independiente de su papel de esposa y madre, sino para complementar el sueldo o salario de su marido. Si el hombre está fuera habitualmente, trabajando durante el día, pasa la noche y los fines de semana con su familia. El furor del «hágalo usted mismo», que se ha difundido por todos los barrios estadounidenses de las afueras, es una manera de llamar «diversión» a la continua extensión y decoración de los hogares. Hace tiempo que los padres ya no educan directamente a sus hijos, pero se preocupan mucho de encontrar una «buena escuela» o tratan de crearla mediante asociaciones de padres y maestros. Cuando se acumulan

5 William PETERSEN: op. cit., pág. 297. 6 6 Alfred Schutz: «The Problem of Rationality in the Social World», Economica, X (mayo 1943), 136.

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detalles de esta especie, el resultado es un medio en que una pareja sin hijos se siente desplazada.7

Aunque algunos sociólogos puedan dudar de algunas ideas determinadas de Petersen, pocos dudarán de la importancia general del tipo de variables sociológicas que ha subrayado. La forma de todo lo que ha dicho está de acuerdo con la teoría y la investigación actuales en sociología. Sin embargo, la manera como estos factores influyen realmente en el tamaño de la familia, a juzgar por la revisión que ha hecho Petersen, no ha sido estudiada extensamente por los demógrafos y los sociólogos interesados por los problemas de la población. Las observaciones de Petersen, en contraste con muchos demógrafos, señalan la importancia de estudiar las bases sociales de la fecundidad y del tamaño de la familia y de los factores de pauta cultural en otras distribuciones demográficas y de la población. La siguiente cita estudia este énfasis y sirve de base para considerar la noción de Weber de la racionalización de la sociedad:

El marco institucional que tiene ahora la familia de tres hijos indica —si las condiciones económicas y sociales generales siguen siendo más o menos las mismas— que una fecundidad relativamente elevada es probable que sea un elemento bastante estable de la vida estadounidense. Lo cual no quiere decir, naturalmente, que lo vaya a ser. Quiere decir que las posibles decisiones de una pareja sobre si tener hijos no sólo están determinadas por su deseo «egoísta» de «comodidades», sino también por «orgullo de padres». Ahora que la limitación de la natalidad es casi universal, es la relación entre estas determinaciones lo que decide principalmente el tamaño de la familia... y la exactitud de las proyecciones de población.8

Estos comentarios de Petersen indican que los factores culturales del deseo «egoísta» de «comodidades» y el «orgullo de padres» son, «si las condiciones económicas y sociales generales siguen siendo más o menos las mismas», las variables sociológicas fundamentales que requieren estudio. Una interpretación posible de las observaciones de Petersen es considerar el tamaño de la familia como consecuencia de una serie de decisiones difíciles sobre tener hijos, decisiones que se toman por justificaciones vulgares. La manera como tales decisiones se toman es vaga, sumamente locativa y subculturalmente variable. Pero el demógrafo alude frecuentemente al proceso abstracto de racionalización de la sociedad suponiendo que el actor posee una perspectiva orientada a tomar decisiones dirigida por una racionalidad cada vez mayor. Desde el punto de vista del actor, su mundo es inteligible y gobernable, y el conocimiento de este punto de vista ofrece al sociólogo una base para predecir la futura conducta del actor con respecto al tamaño de la familia y a la fecundidad. Sin embargo, Petersen no considera como decisiones racionales el deseo de «comodidades» y el «orgullo de padres», aunque se refiere explícitamente a la racionalización de la sociedad.

La consecuencia de esta exposición es señalar la atribución de racionalidad al actor, que implica el concepto de la racionalización de la sociedad. Se quiere decir que la racionalización progresiva de la sociedad, manifestada por instituciones y formas de pensar cada vez más burocratizadas, influye sobre el actor en la vida cotidiana de manera muy semejante a como el científico es influido por las subsiguientes reglas del procedimiento científico. Este argumento tiene sentido hasta cierto punto. Pero, ¿cómo sabremos cuándo serán aplicables al plan familiar los rasgos racionales o las reglas de sentido común de la conducta? Esta puede ser una distinción sutil para la mayor parte de los demógrafos, pero es esencial para su argumentación. Aun admitiendo el supuesto implícito de que todas las familias, al menos en Estados Unidos y en las partes occidentalizadas del mundo, en general, 7 PETERSEN: op. cit., págs. 297-298. 8 Idem, pág. 298.

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se harán semejantes y emplearán estrategias identificables para su plan familiar, la teoría esbozada arriba no explica la diferencia entre los procedimientos «racionales», por una parte, y los «vulgares», o «tradicionales», por otra. Por consiguiente, los casos «accidentales» de nacimientos de que informa el reciente estudio de Freedman, Whelpton y Campbell9 fácilmente podrían ser considerados como triviales, a menos que se aclare la teoría. Estos casos accidentales llegaron a ser un 25 por 100 de las familias que usan anticonceptivos.10 El mismo cuadro descubre un 24 por 100 de «otros embarazos involuntarios» después de comentar el uso de anticonceptivos. Son demasiados, dígase lo que se quiera. Pero no se los considera importantes. Los casos accidentales no son considerados como rasgo integrante del plan familiar. Los autores subrayan el elevado número de embarazos «voluntarios» entre las universitarias. El énfasis sobre la «racionalidad» del plan familiar entre las instruidas oculta que la mitad de su muestra tuvo hijos involuntariamente después de haber empezado a usar anticonceptivos. Al no dudar de la «racionalidad» de las actitudes del actor y de las características antecedentes, los autores pasan por alto la influencia de los rasgos «irracionales» de sus datos en todos los niveles de instruidas. Pero este problema no puede eludirse, pues sin una noción explícita de la racionalidad, los datos serán oscuros. Tal como están las cosas, tendremos que estimar una noción ambigua de la racionalidad. Petersen, por ejemplo, señala:

Hay que buscar, pues, las causas, no tanto en las condiciones de vida de las ciudades, como en las ideas y aspiraciones asociadas a la población urbana. La mayor racionalidad (en el sentido que da Max Weber a esta palabra) de la vida ciudadana ha inducido, presumiblemente, a una proporción cada vez mayor de la población a sopesar las ventajas y los inconvenientes que se derivarán de cada hijo para ajustar en consecuencia el tamaño de la familia. Durante los años treinta, todo demógrafo pensaba de acuerdo con este retrato estilizado del «hombre racional», creyendo que continuaría la tendencia descendente de la fecundidad. Una vez que se generalizase el adaptar el tamaño de la familia según las pérdidas de dinero y de comodidades que provocase el tener hijos, muchas parejas, y quizá al final la mayoría, no tendrían ninguno en absoluto.

Sin embargo, en el decenio de la posguerra hubo una recuperación totalmente inesperada de la natalidad. Y, en general, sucedió de manera más marcada entre las clases sociales que anteriormente habían arrojado la mayor disminución.

Este baby boom reflejaba en gran parte los nuevos hábitos familiares de las jóvenes. En 1950, su edad media de matrimonio era de veinte años, año y medio más jóvenes que en 1940.11

Antes aludíamos a varias formas de racionalidad. El deseo «egoísta» de «comodidades» frente a «orgullo de padres» se entienden como alternativas a las que llega por opción deliberada, pero no se sobreentiende racionalidad estricta en el proceso de elección, lo cual indica que la racionalidad de la decisión es relativa a la finalidad que pretende alcanzar. Por ejemplo, el «bien de la sociedad», el hijo previsto, las «comodidades» presentes de la pareja, las aspiraciones futuras, etc. Podemos entender las consideraciones de Petersen relacionando específicamente las proposiciones teóricas sobre la manera de sentido común de tomar decisiones con las ideas del actor sobre las «comodidades» y el «orgullo» con respecto al nivel de vida y a los hijos.

Según nuestra argumentación, las ideas del demógrafo y del sociólogo sobre la población deben comprender la noción de que el pensamiento «racional», deliberado, consciente, sobre el tamaño de la familia está limitado por muchos rasgos de

9 Family Planning, Sterility, and Population Growth (McGraw-Hill), Nueva York, 1959. 10 Family Planning, Steririty, and Population Growth, pág. 119. 11 PETERSEN: op. cit., pág. 240.

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sentido común de la vida cotidiana, que incluyen cosas señaladas por Petersen, como las condiciones comunitarias por las que una pareja sin hijos se siente «desplazada» o la idea de la esposa de que cuatro hijos «estaría bien». Queda sin aclarar la noción de una discusión «racional» entre un marido «bien educado» con una mujer «bien educada» como determinante importante del tamaño de la familia. La racionalidad de las técnicas para limitar el tamaño de la familia no significa que se conduzcan conforme a la racionalidad esencial a la utilización de técnicas anticonceptivas, incluso las parejas de nivel más elevado de instrucción y más acomodadas económicamente, es decir, las familias que, permaneciendo constantes los demás factores, puedan ser más «racionales». Compárese con la explicación de Notestein:

1. El alto grado de la natalidad de los cuarenta ha pospuesto definitivamente la fecha en que puedan preverse en términos realistas poblaciones máximas. Está mucho menos claro que el auge de la natalidad haya añadido mucho más a la población que lo que podría haberse esperado a fines de siglo...

2. En este tipo de población (Estados Unidos y Europa Occidental), en que existe gran medida de regulación racional de la fecundidad, es probable que los incrementos anuales de la población se distribuyan de manera irregular a través del tiempo, porque la natalidad es sensible a los cambios de la atmósfera política, social y económica. Estos cambios producen irregularidades en la distribución por edades, que arrojan complicados problemas de ajuste socio-económico.12

Notestein parece atribuir regulación racional a la fecundidad, pero dice después que la «natalidad es sensible a los cambios de la atmósfera política, social y económica». Presumiblemente, son las familias individuales, o más precisamente, los actores individuales quienes son sensibles a la situación política, social y económica. El demógrafo, aun de inclinación sociológica, gusta de señalar que se interesa por la conducta de agregados. Sin embargo, las explicaciones de Petersen y Notestein significan que la distribución de la natalidad, la mortalidad, la migración y semejantes requieren alusiones explícitas e implícitas a las fuerzas sociales y a las decisiones de los actores, que no son de fácil medición. La simple clasificación requiere justificación teórica. Notestein, por ejemplo, alude a las fuerzas sociales y a las decisiones de los actores al describir las «regiones con crecimiento de transición» y las «regiones de elevado potencial de crecimiento».13 En cuanto a aquellas, dice que «han comenzado ya procesos de modernización que reducen la fecundidad y la mortalidad» y que «siguen siendo importantes la familia agraria y las actitudes ante la natalidad que la acompañan, pero están siendo modificadas por la penetración de una comunidad de mentalidad crecientemente urbana y secular».14 En cuanto a esta noción de elevado potencial de crecimiento, observa que «la tasa de natalidad es muy elevada y bastante resistente al cambio para garantizar un rápido y sostenido crecimiento de la población cada vez que sea posible conseguir algo menos que una mortalidad extremadamente elevada».15 Además, «si hubiese gran cantidad de capitales que fuesen utilizados para el desarrollo, estas regiones podrían sostener una población mucho mayor que al presente, ofreciéndole un nivel de vida mucho más alto que el actual... Por otra parte, el desarrollo disminuiría la

12 Frank W. NOTESTEIN: «The Population of the World in the Year 2000», en J. J. SPENGLER y O. D. DUNCAN (eds.): Demographic Analysis (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1956, Pág, 37. 13 Frank W. NOTESTEIN: op. cit., págs. 38-43. 14 Idem, pág. 38. 15 Idem, pág. 39.

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tasa de mortalidad mucho antes de que comenzasen los procesos de reorientación social, más lentos, que dan impulso a la tasa de natalidad».16

Este tipo de explicaciones de Notestein y otros demógrafos suponen muchas variables complejas que requieren clarificación teórica antes de poder lograrse una medida precisa. La distribución de la natalidad, de la mortalidad y de la migración puede cruzarse por la edad, el sexo, la ocupación, nacionalidad, raza, estado civil, ingresos, etc., pero, no obstante, se citan como variables explicativas procesos sociales complejos difíciles de medir y a menudo menospreciados, a los que el demógrafo alude implícita o explícitamente. Las generalizaciones producidas suponen procesos sociales más fundamentales, de los que sabemos muy poco. Por ejemplo, Notestein observa:

Los problemas más difíciles son los que se encuentran en los terrenos de las ciencias sociales y de la técnica social (social engineering). Son los procesos relacionados del cambio social, económico y político, que se hacen esenciales en los problemas del crecimiento de la población. Estos problemas del cambio deben estar en el centro de las disciplinas sociales. Desgraciadamente, las ciencias sociales, comprendida la demografía, tienen poco que aportar. Sabemos muy poco sobre los procesos del cambio y no nos esforzamos mucho por aprender. Sin embargo, es del conocimiento más adecuado de los procesos del cambio en los terrenos demográfico, sociológico, económico y político del que podrán depender las probabilidades de continuos adelantos en el bienestar sanitario y material de media raza humana.17

Los demógrafos no consultan seriamente las teorías del proceso social fundamental: cómo perciben e interpretan las personas su medio, de manera que las definiciones culturales alteran continuamente los significados que se atribuyen a las materias incluso más precisas e inequívocas. Cambia el significado que se deriva incluso del «buen» conocimiento médico y científico y de las más «obvias» condiciones sociales, económicas y políticas que convencerán a las personas de tener o no tener más hijos; de comer o no comer ciertos alimentos y vivir más; de aprender a reconocer ciertos «signos» para buscar más pronto asistencia médica; de notar las situaciones políticas para actuar en consecuencia; de reconocer las condiciones económicas para no emigrar a otra zona; de adquirir conocimiento sobre las ocupaciones que necesitan más personal, para hacer el cambio necesario; y así sucesivamente. Al buscar una serie racional de condiciones en sus datos, el demógrafo, aun reconociendo que las pautas culturales conforman la racionalización progresiva de la sociedad, atribuye continuamente racionalidad a su actor, aun afirmando al mismo tiempo la importancia de factores sociales, económicos y políticos muy dudosos. Es obvio que hace falta aclarar en qué medida la racionalización de la sociedad, la urbanización y las formas seculares de pensar son transformaciones de racionalidad estricta en sentido científico. Lo cual origina mostrar cómo alteran la racionalidad estricta definiciones culturales y pautas de acción basadas en conceptos de sentido común del parentesco, las relaciones primarias, las creencias religiosas, la salud, la «buena vida», etc. Al aludir continuamente a estos factores culturales complejos, el demógrafo parece creer que ha llegado tan lejos como debía y que no le hace falta más examen, porque las variables culturales no se someten a la misma cuantificación que la natalidad, la mortalidad y la migración. El demógrafo elude estudiar más las variables que llama culturales porque son difíciles de estudiar y comprometen su interés por los datos «firmes». Está también la tendencia a confundir la política y el «buen» plan con la imposición y ejercicio de un orden social. Ello es evidente en el interés del demógrafo por el óptimo de población y por los «problemas de población». Las

16 Idem, pág. 40. 17 Frank W. NOTESTEIN: op. cit., pág. 43.

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«realidades» demográficas se consideran más objetivas porque su representación empírica es más fácil que los datos sobre el proceso social cotidiano. No queremos negar la influencia de los factores biológicos y físicos, sino reconocer que los conceptos culturales cuyas propiedades de medida desconocemos son un rasgo necesario de las distribuciones que trata de explicar y predecir el demógrafo. Se supone, negándolo a menudo, que estas definiciones culturales y normas de conducta en el plano de la interacción social pueden comprenderse con procedimientos y definiciones racionales que mostrarán cómo se corresponden con las distribuciones demográficas. Los sociólogos se interesan por estudiar cómo destruye o altera las estructuras tradicionales de la vida cotidiana la racionalización de la sociedad. Los demógrafos suponen que los efectos de la racionalización son conocidos y que puede lograrse racionalmente el equilibrio «óptimo» de la población. Tanto el sociólogo como el demógrafo presuponen que nociones como la racionalidad y la racionalización son conceptualmente claras y mensurables.

La noción de que el tamaño de la familia depende de la racionalización de la vida cotidiana ha llevado a demógrafos como Notestein a suponer que algo así como un hombre «racional» estabilizará gradualmente su propia conducta, estabilizando la distribución de la población en los países occidentales y occidentalizados. Petersen ha subrayado la influencia de nociones más vulgares, como las «comodidades» y el «orgullo de padres»; estas dos nociones se proponen como variables culturales. No obstante, la teoría que considere cualquier cosa, cualquiera que sea, como «racional» en cuanto al plan familiar tiene que dar calidad de variable a la noción de racionalidad. Ello no significa que en la vida cotidiana no exista la opción racional. Schutz declara explícitamente que la «racionalidad» existe manifiestamente en la vida cotidiana, y fundamentalmente consiste en el interés por la «claridad y distinción» cuando son consecuentes con el interés práctico y las circunstancias del actor:

Ello no quiere decir que no exista la opción racional en la esfera de la vida cotidiana. De hecho, sería suficiente interpretar los términos de claridad y distinción en un sentido modificado y restringido, a saber, como la claridad y distinción adecuadas a las exigencias del interés práctico del actor... Lo que quiero subrayar es que el ideal de la racionalidad no es ni puede ser un rasgo peculiar del pensamiento cotidiano ni puede ser, por tanto, un principio metódico de la interpretación de los conjuntos humanos en la vida cotidiana.18

Garfinkel, en un artículo basado en la obra de Schutz, observa que el investigador no puede considerar que las justificaciones científicas se corresponden con las normas de interpretación por el actor de los hechos de la vida cotidiana, sino sólo como ideales que orientan sus propias actividades como sociólogo.19 Garfinkel enumera las diversas propiedades racionales de la conducta y las condiciones en que ocurre una conducta racional de diferentes tipos en los sistemas sociales. El siguiente sumario de sus consideraciones más elaboradas señala brevemente algunas circunstancias diversas en las cuales podríamos decir que el actor actúa «racionalmente»: a) la categorización y comparación por el actor de las experiencias y objetos; b) la utilización por el actor de medios que sirvieron en situaciones anteriores para conseguir soluciones a las presentes; c) el análisis de diversas alternativas por el actor y las consecuencias que podrían derivarse de acciones diferentes; d) el interés del actor por las expectativas que podrían derivarse de la catalogación que él u otros hacen de los hechos; e) la tentativa del actor de

18 Alfred Schutz: «The Problem of Rationality in the Social World», op. cit., págs, 142-143. 19 Harold GARFINKEL: «The Rational Properties of Scientific and Common Sense Activities», Behavioral Science, 5 (enero 1960), pág. 76.

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establecer ciertas reglas que lo capaciten para predecir situaciones futuras y reducir los elementos de sorpresa, y f) que el actor se permita cierta posibilidad de elección teniendo diversos motivos para tomar alguna.20

La sustancia de los comentarios de Garfinkel es que el sociólogo debe establecer un modelo del actor que le permita decidir, tanto las propiedades teóricas, como las empíricas de las justificaciones de la acción. Arguye que las justificaciones estrictamente científicas no pueden obedecerse en la vida cotidiana, porque crearían condiciones anómicas o absurdas en la interacción del actor con los demás.21 El problema al estudiar los datos demográficos, como en sociología en general, es elaborar un modelo que distinga las justificaciones del investigador como observador científico, el sentido vulgar que emplean las organizaciones y el personal para interpretar y clasificar los hechos en categorías y las normas interpretativas del actor para entender su medio. El problema de la racionalidad en el análisis de la población está también en la siguiente exposición sobre el urbanismo y la urbanización.

Petersen observa las dificultades para distinguir entre urbanismo y urbanización. Señala que «el urbanismo, la cultura de las ciudades, es la forma de vida de sus habitantes; la urbanización es el proceso de formación de ciudades o la condición de ser una ciudad. La correlación entre ambos, que se pudo suponer una vez, ahora tiene que ser tema de investigación empírica».22 El urbanismo se contrapone a cierto tipo ideal, como el de la «sociedad tradicional» («folk society»), según Redfield. Como señala Petersen, Redfield, entre otros, ha caracterizado la sociedad tradicional como pequeña, consuetudinaria, espontánea, personal y orientada al parentesco, por citar unas cuantas características, mientras que Wirth (basándose en Simmel), llama al urbanismo impersonal, competitivo, de dominio formal, superficial, transitorio y caracterizado por relaciones secundarias, por mencionar los rasgos generales. Citemos de nuevo a Petersen:

En el análisis de la población, el elemento más interesante de la polaridad es quizá el expuesto detalladamente por Weber en su contraste entre lo tradicionalista y lo racional. Con palabras suyas, el tradicionalismo es «la creencia en la costumbre cotidiana como norma inviolable de conducta». «La dominación que se apoya en este fundamento, es decir, en la devoción por lo que real, supuesta o presumiblemente ha existido siempre», es lo que él llama «autoridad tradicionalista». El modelo racional, por otra parte, denota «la consecución metódica de una finalidad práctica y definitivamente dada a través de un cálculo cada vez más preciso de los medios adecuados», o, en el plano abstracto, el «creciente dominio teórico sobre la realidad por medio de conceptos cada vez más precisos y abstractos». El sector racional de la cultura, en resumen, comprende todo ámbito de la vida social en que se busque conscientemente por medios no místicos un fin realizable. En la clásica definición de la cultura por Tylor, la fe, el arte, la moral, la costumbre y los hábitos son principalmente no racionales, en el sentido de Weber; pues tienen funciones, pero no finalidades: no son adaptaciones imaginadas conscientemente para satisfacer necesidades definidas. Con frecuencia, también son, en parte, no racionales incluso el «conocimiento» y las «capacidades», que pueden tomarse como los elementos racionales de esta definición de la cultura.23

Petersen señala acertadamente los rasgos «no racionales» de la cultura definidos por Tylor. Pero es posible una confusión, debida a la caracterización que 20 Harold GARFINKEL: op. cit., págs. 73-75. El lector se dará cuenta de que estas caracterizaciones de la acción vulgar «racional» dan a entender cierta especie de cálculo, pero es curioso que falte su forma real. Se pone el énfasis sobre lo «razonable», lo «explícito» y lo «eficaz». Aunque estos caracteres son recompensados en la vida cotidiana, no tienen la precisión esencial a los cánones de la investigación científica ideal ni a los requisitos para programar una computadora. 21 Idem, pág. 82. 22 PETERSEN: op. cit., pág. 180. Subrayado en el original. 23 PETERSEN: op. cit., pág. 182. Subrayado en el original.

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hace Petersen de los sectores racionales de la cultura como «todo ámbito de la vida social en que se persiga conscientemente por medios no místicos un fin realizable». Las observaciones de Schutz y Garfinkel sobre las propiedades de la racionalidad son más precisas, dando a entender que en la obra de Weber quedan muchas cosas sin determinar. No puede esperarse, desde luego, que Petersen ofrezca un extenso análisis de la racionalidad en un libro sobre la población. Considerar la acción racional y «no racional», o tradicional, como simple dicotomía no es adecuado, porque algunos fenómenos que se incluirían en estas dos alternativas no están suficientemente abarcados por ninguna de ellas. Esto es evidente en la alusión de Petersen al «conocimiento» y a las «capacidades» como, «en parte, no racionales». Se ve mejor la dificultad de emplear los tipos ideales de Weber al observar Petersen que «la evolución de las civilizaciones adelantadas a partir de las sociedades primitivas ha consistido en gran manera en la extensión del ámbito de la acción racional».24

No quiero decir que las civilizaciones «adelantadas» no incorporen o no puedan incorporar más acción racional, sino que la falta de toda precisión conceptual y empírica sobre lo que quiere decirse exactamente con racionalidad y tradicionalismo en diferentes planos de análisis y sectores de la sociedad hace difícil mostrar en qué difieren las civilizaciones «adelantadas» o en qué aspectos son las mismas que las sociedades «primitivas». Las frases siguientes de Petersen atribuyen importancia decisiva a un concepto de la racionalidad que parece darle sustancia y estructura invariables: «En el Occidente moderno en particular, la opción calculada entre actos alternativos sobre la base de sus probables consecuencias es una pauta de conducta habitual. En la técnica y en el comercio, dos amplios terrenos vitales cuyo elemento racional es fuerte en muchas culturas, el hombre occidental ha alcanzado el último extremo: el método científico y la contabilidad. Y, lo que es más importante en este contexto, esta idea se ha difundido de estas instituciones a otras, como a la natalidad, que en otras culturas están reguladas típicamente por normas tradicionalistas».25

Llamar «racional» a una cultura en que esté presente la técnica científica plantea la cuestión de por qué no aprovechan automáticamente la técnica y actúan «racionalmente» las personas de todos los niveles de instrucción que conocen su eficacia y existencia. Más importante, la anterior documentación ilustrativa de los demógrafos sociológicos no es clara sobre cómo «se difunde de esas instituciones a otras, como la natalidad...», la idea racional del método científico y de la contabilidad, influyendo a los padres a ser «racionales» en su utilización de los anticonceptivos, en su análisis de cuántos hijos deben tener, su potencial futuro, etc. La presente crítica exagera algo el énfasis sobre una «racionalidad» indefinida, si recordamos la anterior cita de Petersen, según la cual existe el deseo de «comodidades» y «orgullo de padres» y la explicación de Notestein sobre la importancia de la «atmósfera» social, económica y política para el tamaño de la familia. No digo que haya contradicción, ni que Petersen y Notestein estén equivocados, sino que sus importantes comentarios reflejan un conjunto de supuestos teóricos no aclarados, y que deben precisarse. Lo que queremos saber —como también, seguramente, Petersen y Notestein— son los obstáculos y la influencia del aumento de la racionalidad sobre el pensamiento tradicional, o vulgar y los actos de la vida cotidiana. El deseo de «comodidades» y de «orgullo de padres», además de la «atmósfera social, económica y política», como contingencias de la vida cotidiana no son condiciones, sin embargo, que el actor satisfaga con justificaciones 24 PETERSEN: op. cit., pág, 182. 25 Idem, págs. 182-183.

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científicas. Pero el pequeño grupo de sociólogos al que pertenecen Petersen y Notestein utiliza datos demográficos que reconocen la pertinencia de las justificaciones del actor y las variables culturales.

La mayor parte de las ideas demográficas sobre el hombre han subrayado su creciente tecnología racional. Y aunque la racionalidad se vincula al creciente urbanismo, industrialización, contabilidad racional, gestión burocratizada de las organizaciones y a la tecnología dirigida por el método científico, pocos demógrafos reconocerían la pertinencia de los estudios sobre las organizaciones complejas, según los cuales la estructura y las ideologías «informales» o extraoficiales son muy decisivas para comprender cómo se toman las decisiones. Los demógrafos y los ecólogos pocas veces se interesan por mostrar empíricamente cuál es la diferencia ideológica entre la vida tradicional (folk) o rural y la vida urbana y la influencia de la ideología sobre las decisiones cotidianas del actor. Los sociólogos señalan la importancia de la familia, de los grupos primarios y de los medios de difusión para las decisiones cotidianas. No hay estudios, sin embargo, que contrapongan la decisión «primitiva» y la urbana en la vida cotidiana y pocas veces son comparables las monografías existentes. Pocos estudios han superado el análisis ideal-típico polarizado. La idea de que las justificaciones tradicional y científica de la acción se superponen y de que son importantes las contingencias locativas por tipo de actor requiere un estudio empírico. Aunque en demografía falta interés por la teoría explícita, la existencia de datos demográficos, aparte de sus inconvenientes, ha tenido mucha influencia sobre los estudios sociológicos. El problema se ha equivocado, porque tanto los sociólogos generales, como los orientados a la demografía han hecho pocos esfuerzos por ampliar y operativizar la abreviada exposición de Weber sobre la autoridad tradicional y por formular una precisión más detallada de la racionalidad. Estos conceptos han retenido su cualidad ideal-típica, habiéndose limitado su aplicación a formulaciones abstractas sobre la industrialización, el urbanismo, la migración, el tamaño de la familia y semejantes. La existencia de datos demográficos no ha servido más que para impedir la clarificación conceptual. El uso de tipos ideales polarizados y de correlaciones ecológicas26 oscurece el análisis de los elementos clasificados dentro de ellos, limitando el orden posible de combinación de esos elementos e impidiendo, por tanto, detallar las propiedades de esos tipos para mostrar su interacción y combinación. Sin una teoría que nos explique o nos oriente, las polaridades, como racional-irracional y tradicional-urbano, se sostienen arbitrariamente y no se ofrece la posibilidad de «combinaciones» según la teoría de conjuntos. El gran número de nacimientos accidentales que muestran los estudios sobre el tamaño de la familia puede interpretarse que revela la persistente intervención o «supervivencia» de definiciones culturales tradicionales sobre el plan familiar. Estos datos revelan diferencias en cuanto a la existencia de medios sanitarios, programas asistenciales y conocimientos sobre cuándo procurarse asistencia. Los estudios sobre las «actitudes» de los padres ante el tamaño de la familia suponen con frecuencia que prevalece la «racionalidad», lo cual estructura los tipos de preguntas que se hacen. Estos estudios no miden los procesos sociales dentro de los cuales se toman las decisiones «racionales» o vulgares. En vez de cruzar el tamaño de la familia por los ingresos, la instrucción, la ocupación, la religión y semejantes, quizá fuese más significativo preguntarnos cómo entienden la vida familiar, en general, las familias habituadas a la instrucción y a los procedimientos científicos, a diferencia de las no

26 Cfr. W. S. ROBINSON: «Ecological Correlations and the Behavior of Individuals», American Sociological Review, 15 (junio 1950), 351-357.

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habituadas. Y en especial, si prestan consideración cuidadosa al número de hijos deseados o a su espaciado; si hacen estimaciones de sus ingresos futuros, y con qué cuidado; con qué preocupación utilizan sus métodos y recursos anticonceptivos; en resumen, qué tipo de justificaciones se emplean al decidir sobre el tamaño de la familia, la migración o los cambios de trabajo.

LA TABLA DE MORTALIDAD, COMO MODELO DEL ORDEN SOCIAL

En este epígrafe final, quisiera mostrar la utilidad de las técnicas demográficas, describiendo una en particular, la tabla de mortalidad, y tratando de señalar cómo pueden clarificarse los supuestos teóricos que encierra su utilización, de modo que pueda aplicarse mejor en la investigación sociológica. Comencemos con la descripción que hace George W. Barclay de la tabla de mortalidad:

La tabla de mortalidad es el historial de un grupo o conjunto (cohort) hipotético de personas, conforme disminuye gradualmente por los fallecimientos. El historial comienza con el nacimiento de cada miembro y prosigue hasta que todos han muerto. El conjunto pierde una proporción predeterminada a cada edad, representando, por tanto, una situación imaginada artificialmente. Lo cual se hace por medio de unos cuantos supuestos simplificadores, que se pueden exponer como sigue:

a) El conjunto está «cerrado» frente a la emigración y a la inmigración. Por consiguiente, no hay más cambios de miembros que por las pérdidas debidas a fallecimiento.

b) Las personas mueren a cada edad según un programa fijado de antemano, y que no varía.

c) El conjunto proviene de cierta cantidad fija de nacimientos (que se establece siempre en un número redondo, como 1.000, 10.000 o 100.000) llamada la «raíz» de la tabla de mortalidad. Este aspecto normalizado facilita la comparación entre diferentes tablas de mortalidad. Además, la proporción de supervivientes desde el nacimiento hasta cualquier edad determinada queda clara de un vistazo a la misma tabla: por ejemplo, si de un conjunto inicial de 10.000 sobreviven 5.420 miembros a la edad de treinta y cinco años, significa que han alcanzado esta edad exactamente el 54,2 por 100.

d) A cada edad (exceptuando los primeros años de vida), los fallecimientos se distribuyen por igual entre un cumpleaños y el siguiente. Es decir, que la mitad de los fallecimientos esperados de los nueve a los diez años ocurren cuando en todos los casos se ha alcanzado la edad de nueve años y medio. (Un poco después veremos la significación de este supuesto.)

Normalmente, el conjunto tiene miembros de sólo un sexo. Se puede elaborar una tabla de mortalidad de ambos sexos juntos, pero la diferencia de la mortalidad masculina y femenina en la mayor parte de las edades es suficiente para justificar que se las considere aparte.27

Se verá que la tabla de mortalidad puede entenderse como modelo para caracterizar elementos del orden social. Las normas que orientan la conducta en este orden pueden enunciarse con bastante precisión. El modelo, o población ideal, puede utilizarse de modo que se deriven estimaciones probabilistas de períodos

27 G. W. BARCLAY: Techniques of Population Analysis (Wiley), Nueva York, 1958, págs. 93-94.

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futuros, dadas ciertas condiciones precisables. Este modelo se ha aplicado a una variedad de problemas.28 La tabla de mortalidad quiere mostrar una serie ideal de condiciones en las que se produce una distribución determinada. El rasgo esencial del modelo invierte los supuestos sobre cómo se las arregla la gente para «sobrevivir» a cada fase sucesiva en cierta organización, matrimonio, edad cronológica y semejantes. Como todos los modelos, exagera ciertas condiciones en el sentido de un experimento ideal. El cotejo se hace mostrando primeramente cómo se logra una distribución determinada paso a paso a través del tiempo, supuestas unas condiciones particulares. Esto permite predecir estados futuros según supuestos precisables facilitando al investigador comparar su distribución «proyectada» con la efectuada «naturalmente». Mostrándose lo que ocurriría, a diferencia de lo que ocurrirá si se mantienen ciertas condiciones, es posible identificar algunas fuentes de las que contribuyen a las variaciones, digamos, en la mortalidad. Pero, si hemos de utilizar la tabla de mortalidad como modelo de predicciones más precisas, hace falta una información teórica más detallada. Tenemos que hacer nuevas distribuciones que reduzcan el marco de posibilidades de modo que podamos examinar los casos reales para verificar la validez del modelo ideal. Entonces podríamos hacer que las condiciones imaginadas artificialmente y que arrojaron la distribución proyectada se correspondiesen más exactamente con la teoría fundamental y sustantiva.

Los demógrafos prefieren trabajar con datos de los que saben a menudo que tienen inconvenientes, pero con los que se sienten «cómodos». Frecuentemente, eso es consecuencia de su fácil acceso a la información reunida por los organismos locales, estatales, nacionales e internacionales, y agrupada ya en forma cuantitativa o cuantificable. Esos datos provienen de fuentes sobre las cuales pocas veces los demógrafos tienen autoridad y su carácter de agrupados evita inconvenientes y asimilar nueva información que permitiría más alternativas teóricas. Hace falta estudiar cuidadosamente las condiciones que rodean a la elaboración de una distribución determinada, si ha de estimarse efectivamente el valor de los datos. Los inconvenientes de estos estudios se deben a la tergiversación de los historiales por las ideas vulgares del personal que tiene que registrar los datos brutos de acuerdo con cierta serie de reglas. Cada alteración sucesiva sigue influyendo la distribución final. Sin estudiar estas influencias, el demógrafo tiene que aventurar determinaciones secundarias de las fuentes de error e imponer ciertas reservas al análisis y exposición de sus datos.

Con estas consideraciones sobre la tabla de mortalidad, apenas bosquejada, queremos subrayar la importancia de precisar explícitamente los supuestos teóricos antes de utilizar los datos demográficos. Estos datos adolecen de limitaciones organizativas, lo cual ha llevado a una teorización muy abstracta, y que no se ajusta a los datos sino con posterioridad. Ahora bien, la teoría es difícil de convertir operativamente, excepto para obtener medidas generales que admitan una variedad de interpretaciones. Estas interpretaciones suponen habitualmente procesos sociales fundamentales. A menos que el demógrafo busque marcos teóricos más elaborados que señalen explícitamente supuestos sobre el proceso social, pocas

28 Vid, M. KRAMER y otros: «Application of Life Table Methodology to the Study of Mental Hospital Population», reimpreso de Psychiatric Research Reports, núm. 5 (American Psychiatric Association), Washington, D. C., junio 1956. M. KRAMER y otros: «A Method for Determination of Probabilities of Stay, Release, and Death, for Patients Admitted to a Hospital for the Mentally Deficient: The Experience of Pacific State Hospital During the Period 1948-1952», Am. J. Mental Deficiency, 62, 1957.

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veces sabrá si tendrá también otros datos que confirmen o desacrediten sus hipótesis.

La falta de precisión teórica de la mayoría de las explicaciones demográficas de los recuentos descriptivos ha llevado a una falta de interés, e incluso a la eliminación del proceso social. Las exposiciones que hacen los demógrafos sobre toda una economía o sociedad, sobre las áreas metropolitanas, las regiones geográficas, las poblaciones rurales y urbanas, etc., dan a entender que tales caracterizaciones generales, no sólo son las más «importantes», sino también que, en cierto modo, son independientes de los procesos sociales que pueden haber contribuido a originarlas. La tendencia es a cosificar la estructura social. La consecuencia es que la estadística vital, el material del censo y los datos sobre la migración deben o pueden tratarse como independientes de los procesos sociales fundamentales. Pero al menos unos cuantos demógrafos hablan explícitamente de diferencias de «actitudes» ante la fecundidad, la influencia de la «atmósfera» social, económica y política, de los llamados factores «atracción-repulsión» en la migración, la influencia de la «tensión profesional» sobre la mortalidad y de la resistencia de los «factores culturales» a las innovaciones técnicas. Estos son sociólogos orientados a la demografía y se encuentran en minoría entre los demógrafos. Los demógrafos suponen a menudo influjos culturales, pero estas variables culturales no se vinculan explícitamente, o no se las considera pertinentes a las «realidades» demográficas; quiere decirse, una vez más, que son las «realidades verdaderas» las más importantes. Comprender por qué y cómo se las arreglan las personas en su vida cotidiana, qué es lo que origina eso que se llama «realidades demográficas», exige estimar cuáles son las normas que orientan los significados cotidianos de sentido común. Analizar los datos demográficos exige conocer cómo se combinan estos significados con los procedimientos de documentación para producir las regularidades que titulamos «estructuras sociales». Un ejemplo extremado de mi argumentación, que no niega muchas utilizaciones importantes de la estadística vital, sería considerar la edad y el sexo como posiciones «conseguidas» que requieren se especifiquen aquellas condiciones en que se trata a las personas como «varones» o «jóvenes» u «homosexuales» por las imputaciones de los demás, cómo se entienden a sí mismas y cuidan su presencia mutua. El demógrafo puede tomar justamente la edad y el sexo (y la raza, identificada por las oficinas del empadronamiento, los hospitales y los censos) como datos, pero puede haber ocasiones en que el sociólogo quiera saber en qué condiciones las personas se creen, o creen a otros, «demasiado viejos» para emigrar, o para empezar en un nuevo empleo, para volver a ser «madre», etc. A mi parecer, la medición de estas características para fines sociológicos no puede tomar la forma que ofrecen la información de estadísticas vitales ni las oficinas del censo. Las representaciones cuantitativas suministradas por los organismos que producen estas distribuciones no se corresponden necesariamente con los criterios del sociólogo para lograr una medida precisa.

El método demográfico se compone de técnicas para convertir una información precifrada en datos que tengan apariencia de rigor, cuantificación y verificación precisa de hipótesis. Aunque las distribuciones de la natalidad, la mortalidad, la nupcialidad, las migraciones, y semejantes fuesen representación casi perfecta de hechos reales, la utilización sociológica de los datos demográficos seguiría estando limitada a su interpretación por sus propias teorías del proceso y de la estructura y a reducir el marco de posibilidades de manera que puedan verificarse hipótesis más elaboradas y de derivación teórica con datos independientes, recogidos por los

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EL MÉTODO DEMOGRÁFICO

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métodos del investigador. Las mismas distribuciones adquieren pertinencia dentro del contexto de los términos cotidianos y organizativos en que se recogieron y el sociólogo ha de estar preparado a menudo para estudiar estas condiciones cotidianas y organizativas. La utilización sociológica de tales datos puede depender de derivaciones teóricas independientes y de otros datos basados en un examen más completo de las decisiones que intervinieron en la elaboración inicial de la información oficial. Unos datos independientes, basados en conceptos de importancia sociológica, buscarían los elementos del proceso social que están supuestos en las distintas distribuciones de la natalidad, la mortalidad, la nupcialidad, el divorcio, la migración, etc. Técnicas como la tabla de mortalidad son contribuciones estimables para obligar al investigador a explicitar sus supuestos y a sobrepasar las limitaciones de los datos demográficos precisados.

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VI. EL MATERIAL HISTÓRICO Y EL ANÁLISIS DE CONTENIDO

El material histórico y el análisis de contenido no son métodos de investigación sobre el terreno, como la recogida de datos mediante la participación real, la entrevista, los cuestionarios, los censos, etc. Estos métodos se refieren habitualmente a materiales producidos en el pasado, y que en muchos aspectos son registros singulares y manifestaciones de conducta que el sociólogo trata de reconstruir o analizar a través de cierto conjunto de categorías interpretativas. Este se basará presumiblemente en una teoría que tenga la finalidad de explicar y reconstruir el material.1 Incluyendo en el mismo capítulo la utilización de materiales históricos y del análisis de contenido, quiero subrayar que los materiales sometidos a análisis histórico o de contenido deben ser ordenados por cierta teoría sociológica, incluso en los casos en que el investigador es de suponer esté reconstruyendo la teoría de la sociedad de otro.

Los materiales históricos y el análisis de contenido son útiles al sociólogo para señalar hipótesis, verificarlas con posterioridad bajo diversas limitaciones y para ayudarle a establecer una perspectiva general en que situar las fuentes contemporáneas de datos. Sería difícil, si no imposible, una verificación precisa de hipótesis en el momento presente, porque nuestros conceptos y fuentes de datos son demasiado confusos. El perfeccionamiento de la teoría origina técnicas más precisas para descomponer estos materiales en unidades más precisas de análisis. Los materiales no científicos contemporáneos e históricos encierran sesgos y el investigador generalmente no tiene acceso al marco en que se produjeron; no siempre están sujetos a análisis y cotejo los significados pretendidos por el productor de un documento y las circunstancias culturales que rodearon su recogida. Es difícil separar la reconstrucción o recreación de las imputaciones e innovaciones que impone la propia perspectiva del investigador. Merece citarse aquí la siguiente afirmación de Gottschalk: «Tiene que estar seguro [el historiador] de que su relación procede verdaderamente del pasado y de que su imaginación se dirige a la recreación, y no a la creación».2 Y prosigue:

Es una perogrullada decir que el historiador que conozca mejor la vida contemporánea comprenderá mejor la vida pasada, pues las generaciones presentes sólo pueden entender a las pasadas en términos (parecidos o no) de su propia experiencia... Por lo general, pueden hacer las mejores analogías y contrastes los historiadores que tengan más para escoger, es decir, la mayor experiencia, sabiduría y conocimiento. No hay perogrullada que nos diga cómo adquirir mucha experiencia, sabiduría y conocimiento ni cómo transferir estas cualidades a la comprensión del pasado.3

Es la capacidad imaginativa del historiador para entrar en este juego conceptual comparado, respaldada por la argumentación lógica y la cuidadosa utilización de documentos, lo que explica significativamente el pasado. La medida en que el pasado pueda explicarse puede variar según los materiales disponibles y la información complementaria, por ejemplo, una lengua y sintaxis particulares que

1 En este capítulo seguimos muy de cerca a Louis GOTTSCHALK, Clyde KLUCKHOHN y Robert ANNELL: The Use of Personal Documents in History, Anthropology and Sociology (Social Science Research Council), Nueva York, 1947; Bernard BERELSON: Content Analysis in Communicative Research (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1952; Dorian CARTWRIGHT: «Analysis of Qualitative Material», en L. FESTINGER y D. KATZ: Research Methods in the Behavioral Sciences (Holt, Rinehart and Winston), Nueva York, 1953, págs, 421-470; e Ithiel DE SOLA POOL (ed.): Trends in Content Analysis (University of Illinois Press), Urbana, Ill., 1959. 2 Louis GOTTSCHALK: «The Historian and the Historical Document», en GOTTSCHALK, KLUCHOHN y ANGELL, op. cit. pág. 9. Subrayado en el original. 3 Ibíd.

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incluyan estructuras de sentido tácitas y requieran comprender la vida cotidiana de las personas y épocas particulares.

Según Gottschalk, hay una serie de reglas generales desarrolladas y utilizadas por los historiadores para decidir la autenticidad y el tipo o fuente de los datos. El historiador se centra a menudo sobre un período particular de interés para él tratando de abstraer los rasgos generales y específicos de ese lapso, atendiendo a los elementos sustantivos de una sociedad, grupos o personas de ella.

El problema para el análisis de contenido es emplear una teoría que sea lo bastante precisa para capacitar al investigador a determinar de antemano qué buscará en cierto conjunto de materiales, cómo habrá de identificar y extractar el material, cómo tendrá que sistematizarlo y, por último, cómo deberá decidirse su significación. La medida en el análisis de contenido, como en el análisis de los documentos históricos, exige que el investigador (o cifrador) utilice cierto esquema a priori de manera normalizada. El observador, como lo hace en la investigación sobre el terreno, toma el papel de instrumento de medida. Atribuye significación al material de tal manera que se descubra y se recuente adecuadamente el contenido equivalente. En el resto de este capítulo examinaremos las consecuencias de estos procedimientos para el valor de los documentos históricos y el análisis de contenido.

LOS DOCUMENTOS HISTÓRICOS

Gottschalk, hablando del problema temporal de la fidelidad en la manifestación de opiniones, editoriales, ensayos, discursos, octavillas y cartas al director, dice:

De hecho, hay una escuela de historiadores para quienes los valores y las ideas cambian con los períodos históricos, lo que es un principio justificable de estética, moralidad y política en una época lo puede ser menos en otra y que las formas de pensar son relativas a las condiciones contemporáneas que surgen de la atmósfera histérica y cultural de una zona y época determinadas. Esta idea, que niega la validez de principios absolutos en historia, se llama a veces relacionismo histórico, o historicismo. Insiste en la relación de las ideas con las circunstancias históricas (comprendidas otras ideas); mantiene que las ideas son únicamente «función refleja de las condiciones sociológicas de que surgieron». Este tipo de relacionismo histórico es estrechamente afín a la sociología del conocimiento (Soziologie des Wissens). Va de Hegel y Marx a Meinecke y Mannheim, pasando por Weber y Troeltsch.4

En nota de pie de página al pasaje citado, el autor observa que Troeltsch y Mannheim insisten en que su «tipo de historicismo no incluye el relativismo histórico, al que distinguen del relacionismo, y que rechazan por negar todo concepto de conservación y totalidad. Defienden la búsqueda de absolutos...». Gottschalk está en contra de la noción de que el conocimiento histórico es siempre relativo a las condiciones de la época y lugar en que ocurrieron los hechos, pero estaría de acuerdo en que, si hemos de comprender los escritos de épocas pasadas, hemos de entender la época suficientemente bien para determinar si existe o no una relación significativa entre la obra y su tiempo. Así, pues:

Aun siendo cierto, indudablemente, que en gran parte reflejan la atmósfera cultural de su época (Zeitgeist, «clima de opinión», milieu...), el historiador que no conozca ya bien esas épocas particulares no podrá decir en qué medida han sido influidos los documentos, o han chocado, o han ejercido una influencia sobre esa atmósfera cultural. Por ello, ha de estudiarse el Zeitgeist para entender plenamente todo documento personal; y, sin embargo, también es

4 Louis GOTTSCHALK: op. cit., págs. 25-26.

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EL MATERIAL HISTÓRICO Y EL ANÁLISIS DE CONTENIDO

cierto que los documentos de un período capacitarán al historiador para estimar mejor su atmósfera cultural.5

Así, pues, presumiblemente, el investigador necesita una teoría que trate de establecer qué relaciones invariables existen a través del tiempo, además de los rasgos particulares y variables de épocas determinadas. El problema del sentido vuelve a ser esencial. Gottschalk es claramente consciente de este problema y reconoce la necesidad de determinar los significados denotativos y connotativos en vigor en la época en que se produjo un documento, «pues el sentido de las palabras cambia a menudo, de generación en generación». Así, «la misión del historiador no es sólo comprender lo que significan formalmente las palabras del documento, sino también qué quiere decir su testimonio».6 El historiador y el sociólogo que hace análisis de contenido se enfrentan con el mismo problema del sentido. Las decisiones sobre la importancia de un material determinado para el análisis han de ser aconsejadas por algún criterio. Gottschalk lo subraya, indicando qué difícil es lograr acuerdo sobre las «causas fundamentales» de un hecho histórico.7 Lo mismo puede decirse del análisis de contenido, por cuanto el número de variables independientes es virtualmente infinito, según las categorías empleadas y las «regularidades» que se derivan.

La teoría del investigador tiene que buscar invariantes, reconociendo y estudiando a la vez las condiciones temporales que influyen sobre el proceso social y la estructura social.

Gottschalk reconoce el problema de la sociología del conocimiento en la exposición siguiente:

Recapitulando, hay al menos tres maneras en que el presente determina cómo interpretará el historiador el pasado. La primera se deriva de la ineludible tendencia a comprender la conducta de otros a la luz de las propias pautas de conducta; como consecuencia, se producen analogías sicológicas entre los procesos mentales del historiador y los de las personalidades históricas que estudia. La segunda se debe a que la atmósfera intelectual contemporánea es un factor decisivo en la elección de temas para investigación del historiador..., por no citar la selección y disposición de sus datos. La tercera viene de utilizar el historiador, como si fuesen un laboratorio, los hechos actuales: de los episodios y evoluciones de su propia actualidad, el historiador saca analogías históricas con los episodios y evoluciones del pasado. Así, la historia se convierte en el «pasado viviente», la memoria del hombre viviente, signifícativa, pero que tiene poca realidad objetiva, excepto en tanto pueda confirmarse mediante análisis crítico de un testimonio perviviente.8

Al utilizar documentos históricos o materiales contemporáneos para sacar información o que trata como datos, el investigador se basa en su conocimiento vulgar cotidiano de la vida en tomo suyo, así como en su conocimiento general de diversos temas relacionados con el que estudia. Para un historiador, la teoría es a veces una serie de generalizaciones sobre cierto período, mientras que para el sociólogo que hace análisis de contenido incluye presumiblemente un marco analítico con propiedades invariables que se corresponden con los hechos empíricos. El investigador tiene que relacionar las categorías con cierta teoría sobre el proceso social y la estructura social, mostrando cómo llegó a crear las categorías y las reglas por las cuales el material se sistematizó en categorías.

5 Idem, pág. 27. 6 Idem, pág. 32. 7 Louis GOTTSCHALK: op. cit., págs. 48-54. 8 Idem, págs. 68-69. Subrayado en el original.

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EL ANÁLISIS DE MATERIALES CUALITATIVOS

Gran parte de la investigación sociológica requiere análisis de materiales cualitativos. La noción de «contenido de comunicación» (la frase empleada por Berelson)9 es obvio que puede referirse a cualquier conjunto de estructuras simbólicas a las que pueda atribuirse sentido conforme a cierta serie de reglas. Así, cuando el sociólogo utiliza los documentos oficiales, por ejemplo, de un manicomio, una prisión o juzgados, se produce cierta forma de análisis de contenido de la comunicación. Todo investigador que haya trabajado con documentos oficiales ha experimentado los problemas de entender informaciones incompletas, a menudo abstractas y sumamente condensadas, de hechos complejos. Invariablemente, las organizaciones crean diversas maneras de comunicar material oficial y extraoficial que no está registrado, pero no obstante se lo trata como información fundamental al escribir y leer las informaciones reales. Los documentos oficiales se escriben a menudo para que el lector vea a la organización en el mejor de sus aspectos. Por ello, tanto las consignas propagandísticas que emplean los rusos, como los «temas» de algunas novelas u obras de teatro, la «estructura de personalidad» del escritor que revelan ciertos pasajes de un libro o los registros oficiales de clientes o empleados de organizaciones complejas, reflejan algo «comprensible», pero hemos de recordar que el carácter manifiesto y particular de las estructuras de sentido comunicadas pueden variar con la manera como se reunieron los materiales, el público (audience) previsto por el escritor, el diverso público al que pueden dirigirse los materiales en consideración y el lenguaje utilizado y las definiciones culturales y subculturales que se emplean.

El análisis de contenido es estimable para sugerir hipótesis y desarrollar una comprensión más amplia de las sutilezas y matices de la expresión simbólica. ¿Cuáles son sus métodos? Berelson observa que:

El análisis de contenido se limita ordinariamente al contenido manifiesto de la comunicación y normalmente no se hace de modo directo según las intenciones latentes que el contenido pueda expresar ni por las respuestas latentes que pueda describir. Estrictamente hablando, el análisis de contenido atiende a «lo que se dice», y no a «por qué el contenido es así» (por ejemplo, los «motivos»), ni a «cómo reacciona la gente» (por ejemplo, «recursos» o «respuestas»).10

La definición de Berelson subraya la importancia del contenido de comunicación, que es independiente de los motivos o razones del escritor para escribir, el público al que se dirige, los efectos deseados o las interpretaciones reales de cierto público. Berelson señala tres motivos de ello:

1) la escasa validez del análisis, porque puede haber poca seguridad, o ninguna en absoluto, de que las intenciones y respuestas atribuidas ocurriesen realmente, a falta de datos directos sobre ellas; 2) la escasa fidelidad de tal análisis, porque es improbable que diferentes cifradores atribuyan material a las mismas categorías de intención y respuesta con el suficiente acuerdo y 3) la posible circularidad que implica establecer relaciones entre intención y efecto, por una parte, y el contenido, por otra, cuando éste se analiza en términos alusivos a aquellos.11

Cartwright se opone a la limitación del análisis de contenido al contenido «manifiesto» y «comunicativo» por Berelson, prefiriendo sustituir el término

9 Bernard BERELSON: Content Analysis in Communicative Research, op. cit. 10 Bernard BERELSON: op. cit., pág. 16. 11 Ibíd.

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EL MATERIAL HISTÓRICO Y EL ANÁLISIS DE CONTENIDO

«comunicativo» por «lingüístico» y suprimir la reducción al contenido manifiesto.12 Excepto en estas objeciones, está de acuerdo con Berelson.

Otro requisito del análisis de contenido, según Berelson, es que las categorías analíticas sean suficientemente precisas para permitir que diferentes cifradores obtengan los mismos resultados al examinar el mismo cuerpo de material. Lo cual quiere decir que las categorías han de ser precisables por un cuerpo de teoría y por una serie de reglas de cifrado que sean invariables para la interpretación de ellas por el usuario.

Berelson habla después de la necesidad de un análisis «sistemático» que estudie «todo el contenido pertinente..., según todas las categorías pertinentes al problema».13 Sin embargo, observa después que un segundo significado de «sistemático» alude a la preocupación por asegurarse todo el material pertinente a la verificación de una hipótesis. Pero sólo cierto contenido pertinente será importante para ciertas categorías pertinentes a la verificación de una hipótesis. El segundo significado de «sistemático», dice Berelson, pretende «eliminar un análisis parcial o sesgado que seleccione únicamente aquellos elementos del contenido que se adapten a las tesis del analista».14 Si la teoría dice explícitamente qué elementos son pertinentes, será precisable el material que refute las hipótesis del investigador.

Por último, Berelson indica que ciertas categorías analíticas deben aparecer en el análisis de contenido de tal manera que permitan afirmaciones de relativo énfasis, como en cuanto al grado de existencia o falta de un punto. Este requisito establece el interés por cierta forma de análisis cuantitativo, aunque sólo signifique anotar una frecuencia con «más» o «a menudo».15

Berelson relaciona después varios supuestos del análisis de contenido. El primero atiende a la supuesta correspondencia entre la intención del mensaje (independiente de la intención latente de sus creadores) y el contenido y entre el contenido del material y su efecto sobre cierto público. El carácter de las intenciones originarias se considera solamente por el contenido manifiesto del mensaje. Los presuntos efectos del contenido sobre cierto público se toman también del contenido manifiesto. El peligro, por parafrasear a Coombs, es que puedan idearse categorías para asegurarse de que el análisis de contenido producirá material «a favor».16 Es difícil demostrar que el método del análisis no asegure los resultados imponiendo categorías sustantivas sin más justificación —teórica o empírica— que la metodológica. Está claro que hace falta una teoría precisa con medidas independientes de sus conceptos básicos para eludir este peligro. El supuesto implícito de Berelson, no totalmente precisado, es que el contenido del mensaje en cierto modo comunica significados que pueden imputarse, tanto al emisor como al receptor, muy independientemente de la información sobre las actividades cifradoras y descifradoras de estos actores. No nos sorprende el siguiente supuesto de Berelson de que es «significativo el estudio del contenido manifiesto». Y prosigue: «Este supuesto exige que se acepte el contenido como un “lugar común de encuentro” para el comunicador, el público y el analista. Esto es, el analista de contenido supone que los “sentidos” que atribuye al contenido, clasificándolos en ciertas categorías, se corresponden con los “sentidos” pretendidos

12 D. CARTWRIGHT: «Analysis of Qualitative Material», op. cit., pág. 424. 13 BERELSON, op. cit., pág. 17. 14 Idem, pág. 17. 15 Ibíd. 16 Clyde COOMBS: «Theory and Methods of Social Measurement», en L. FESTINGER y D. KATZ (eds.): Research Methods in the Behavioral Sciences (Dryden), Nueva York, 1953, pág. 471.

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por el comunicador o entendidos por el público. Con otras palabras, se supone que hay un universo común de razonamiento entre las partes pertinentes, de manera que el contenido manifiesto puede tomarse como unidad válida de estudio».17 Berelson reconoce la idea de que diferentes «predisposiciones sicológicas del lector» pueden confundir el sentido de un mensaje, pero arguye que pueden concebirse diferentes «planos» de comunicación de tal manera que un continuo sirva de modelo. Ciertas comunicaciones son claramente comprensibles para cualquiera y otras comunicaciones son susceptibles de tantas interpretaciones como diverso sea el público.18 Defiende la utilización de «materiales de comunicación relativamente denotativos, y que no trate de materiales relativamente connotativos».19

He aquí un curioso supuesto: cree en una cultura común, inequívocamente convertible a formas simbólicas escritas. Los sentidos de esta forma se supone que están en correspondencia exacta con las intenciones e ideas del escritor y del público. No discutimos la existencia de una cultura común entre el comunicador, el público y el analista. Pero, ¿cuáles son las propiedades del concepto de cultura común en que se basa el análisis de contenido? ¿Qué tipo de discrepancias se considera existen entre las intenciones de los comunicadores y sus manifestaciones, las expectativas y percepciones del público y, por último, las expectativas y percepciones del analista? Este no es un problema peculiar del análisis de contenido. Todo investigador sobre el terreno se enfrenta con la misión de decidir cómo debe atribuirse sentido a los hechos. Pero, en el análisis de contenido, el proyecto no puede comenzar sin cierta determinación previa de los problemas lingüísticos y de las definiciones culturales presupuestas en cada análisis. Como el análisis de contenido trata exclusivamente del sentido de comunicaciones verbales, es obvio que las categorías utilizadas suponen reglas que definan los ámbitos de sentido a los que deban atribuirse los elementos de la comunicación. El supuesto de que es posible una descripción cuantitativa del contenido de comunicación por la frecuencia de ciertas características definidas exige que las categorías empleadas estén en cierta correspondencia precisable con las características y que existan clases de equivalencias entre éstas, permitiéndose así que haya recuento. Pero Berelson no explica los supuestos teóricos y los procedimientos metodológicos para producir clases de equivalencias. El que un investigador encuentre «sesgo» que pueda «contarse» en ciertos periódicos, revistas y novelas no quiere decir que los autores de tal «sesgo» y el público lo adviertan e interpreten como tal. Si el análisis del contenido manifiesto revelase la intención y percepción del comunicador y del público, el analista de contenido asumiría la función de «informar» a los sociólogos y a los profanos sobre el «sentido verdadero» de tales medios.

El artículo de Cartwright ofrece una idea más crítica del análisis de contenido, aunque trata de mostrar su utilidad si puede satisfacer algunos de los siguientes procedimientos, que requiere explícitamente:

Hay dos tipos básicos de cuestiones que se plantean en la mayoría de los estudios descriptivos: 1) ¿Cómo varían los materiales simbólicos a través del tiempo? y 2) ¿cómo difieren entre sí los materiales producidos por distintas fuentes?... Al establecer tendencias al paso del tiempo y al comparar clases diferentes de materiales, es esencial que se utilicen el mismo sistema de categorías, las mismas definiciones operativas de éstas y las mismas unidades de registro y de enumeración para cuantificar los materiales que se comparan.20

17 BERELSON: op. cit., pág, 19. 18 Ibíd. 19 Idem, pág. 20. 20 CARTWRIGHT: op. cit., pág. 444.

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EL MATERIAL HISTÓRICO Y EL ANÁLISIS DE CONTENIDO

Cartwright reconoce que muchos análisis de contenido son de poca importancia, porque se preocupan de «contar» y ofrecer datos numéricos «objetivos». Pero, para él, no es dudosa la cuestión de cómo puede variar al paso del tiempo el sentido cultural de los materiales simbólicos, por escritor, lector y analista.

Lo que falta, pues, en Berelson y Cartwright es toda referencia explícita a las reglas normativas que orientan las interpretaciones del comunicador, del público y del analista sobre el sentido de las comunicaciones mutuas. Es difícil formular cuáles son las reglas que orientan la interacción en la comunicación directa, aun cuando el investigador esté dispuesto a señalar las justificaciones de la acción que suponga su teoría, además de las medidas independientes de sentido. Cada expresión verbal está sujeta a una interpretación diferente por algún público precisable (comprendido el investigador) y, por ello, no puede entenderse aparte de las normas que dirigen el análisis del material y las reglas que se imputan al público al cual se dirige.

La reciente conferencia sobre el análisis de contenido patrocinada por la Comisión de Lingüística y Sicología del Consejo de Investigaciones Sociológicas21 ofrece algunas ideas y datos excelentes sobre la importancia del lenguaje y del significado para el análisis de material cualitativo y hace mucho por resolver algunas de las dificultades citadas. Se han discutido especialmente las dificultades del análisis cuantitativo de contenido, el problema de si los sentidos pretendidos del orador o escritor difieren del uso ordinario de las palabras y de su interpretación por el analista, en especial, al cifrar, además de los contextos locativo y conductivo de la comunicación.22

Hay un comentario crítico de Mahl sobre el «modelo representativo» (como el que utilizan muchos sociólogos, psicólogos y politólogos, y suele verse en obras como la de Berelson, en que se da por supuesta la validez nominal del contenido manifiesto) y una exposición del «modelo instrumental»:

La expresión «modelo representativo» fue empleada por el autor [Mahl] para describir el enfoque según el cual los estados conductivos de un orador están representados necesariamente de modo directo en el contenido simbólico de los mensajes que emite: por citar el ejemplo que utiliza Osgood en el capítulo anterior, cuando una persona dice que está asustada o habla de cosas espantosas, se toma como que está asustada. En realidad, se supone también lo inverso: que cuando está asustada, las palabras de cualquier mensaje que emita aludirán forzosamente al «miedo», a «cosas espantosas» o «experiencias espantosas». Por tanto, este punto de vista supone la validez nominal del contenido léxico manifiesto de un mensaje. Sin embargo, tras este simple valor nominal hay una inferencia más fundamental y penetrante del punto de vista representativista; el supuesto implícito de que existe una relación isomorfa entre los estados conductivos y las propiedades cuantitativas del contenido léxico. Así se muestra en la frecuencia con que los enfoques del contenido manifiesto suponen, por ejemplo, que cuantas más unidades de contenido haya en una muestra de lenguaje sobre una emoción, tanto mayor será la intensidad de esta emoción en el orador al tiempo en que emitió el contenido. En esta suposición de isomorfismo se basan también las interpretaciones del análisis de contingencias, para las cuales estas contingencias en los mensajes reflejan directamente asociaciones conductivas.23

Los partidarios del punto de vista representativista suponen que la relación entre los estados conductivos y los mensajes puede determinarse analizando la semántica de las expresiones escritas u orales. «Por ello, reducen su análisis a los contenidos de los mensajes, definiendo el contenido la semántica tradicional». En 21 De que informa POOL: Trends in Content Analysis, loc. cit. 22 Alexander L. GEORGE: «Quantitative and Qualitative Approaches to Content Analysis», ibíd., págs. 7-32. 23 George F. MAHL: «Exploring Emotional States by Content Analysis», ibíd., págs. 89-90.

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este aspecto, difieren de los partidarios del punto de vista instrumental, quienes «suponen que las prácticas del lenguaje sólo pueden determinarse investigando esas mismas prácticas, incluyendo en el análisis los contextos locativos o no léxicos de los mensajes».24

Lo esencial de las observaciones de Mahl puede verse en su distinción entre la «semántica tradicional» y los «contextos no léxicos de los mensajes». Saporta y Sebeok plantean una cuestión semejante al hablar de palabras que tienen la misma «distribución», pero sentidos diferentes:

La distribución de una forma lingüística significa la suma de todos sus ambientes... Así, «si A y B tienen ambientes idénticos, excepto principalmente en las frases que comprenden a ambos, decimos que son sinónimos: oftalmólogo y oculista...» En resumen, ¿cómo sabemos que asiento y silla son de significado más semejante que asiento y puerta? Un problema epistemológico que debe examinarse finalmente es la posibilidad de cierto método no distributivo de hallar la diferencia de sentido; en caso contrario, el argumento se hace circular, pues la única prueba de diferencia de significado resulta ser la diferencia distributiva, Tiene que hacerse factible un método independiente para determinar diferencias de sentido antes de que se haga verificable cualquier afirmación sobre correlatos distributivos.25

El «problema epistemológico», o problema de métodos no distributivos para llegar al sentido, recibe más atención en el resumen que hace Pool de la conferencia, al decir: «La mayor parte de los métodos de análisis de contenido utilizan al cifrador como juez sobre qué formas léxicas transmiten qué sentidos de interés. Se han basado en el sentido común de un cifrador, quien, desde luego, era un usuario del lenguaje en que se hacía el análisis. Su sentido común lo capacita para reconocer, por ejemplo, que las expresiones “un hombre de coraje”, “un valiente” y “un tío con agallas” significan lo mismo».26 El problema de los significados equivalentes no puede resolverse mediante un análisis lingüístico per se ni con las definiciones del diccionario sobre las propiedades semánticas manifiestas de las expresiones. Y si hemos de confiar en jueces humanos, tendríamos que saber todo lo posible, parafraseando a Pool, sobre cómo cifra y descifra los mensajes la «computadora humana». Pero reconocer la importancia del sentido vulgar —como lo hacen explícitamente Pool e, implícitamente, todos los libros sobre el análisis de contenido— no quiere decir que se reconozca o se insista en el estudio de cómo las personas atribuyen sentido a su medio y establecen clases de equivalencias basadas en definiciones de diccionario y en el uso del lenguaje cotidiano, los gestos, las apariencias, las cualidades tonales de la voz y semejantes. En su lugar, se supone a menudo que tal sentido es evidente, que los hablantes nativos de una lengua son más o menos intercambiables, que es suficiente estudiar el contenido manifiesto o que los jueces son intercambiables. La investigación sociológica sigue sin reconocer demasiado el problema de la estructura del conocimiento vulgar.

CONCLUSIÓN

Nuestra breve exposición del empleo sociológico de los materiales históricos y del análisis de contenido ha tratado de mostrar la importancia de las estructuras de sentido tácito para comprender documentos como los diarios, periódicos,

24 Idem, pág. 105. 25 Sol SAPORTA y Thomas A. SEBEOK: «Linguistic and Content Analysis», ibíd., págs, 135-137. Dentro de esta cita de SAPORTA y SEBEOK hay otra cita de Z. S. HARRIS: «Distributional Structure», Word, 10 (1954), 146-162. 26 Ithiel DE SOLA POOL: «Trends in Content Analysis Today: A Summary», ibíd., pág. 226.

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EL MATERIAL HISTÓRICO Y EL ANÁLISIS DE CONTENIDO

entrevistas, informaciones oficiales y novelas. Los métodos actuales suelen imponer sentido a los materiales al seleccionar y sacar lo que parece importante. Es como decir que se atribuye sentido al contenido por el mecanismo del método que, presumiblemente, pretende «descubrirlo». Resumiremos este capítulo con las siguientes consideraciones:

1. El investigador no puede estimar las condiciones que llevaron a la producción del documento sin tener cierta teoría que explique el sentido vulgar empleado por el actor y por la estructura social dentro de la cual se produjo el material.

2. El análisis de contenido del material supone que ciertos «temas» son invariables para el contenido connotativo de la comunicación. Tales «temas» son parte de la teoría del investigador, que es independiente de la perspectiva del actor.

3. Es difícil establecer la distribución modelo de los diferentes tipos posibles de expresiones que contienen los documentos. El investigador está obligado a suponer que la muestra que utiliza es representativa. El contexto de situación puede faltar por completo, como ocurre con los documentos públicos, o puede describirse desde el punto de vista de un solo participante u observador.

4. La interpretación de cualquier documento, novela o informe periodístico está sujeta continuamente a la posibilidad de revisión a la luz de nuevas informaciones, o por «haberlo pensado mejor». Es difícil cumplir con las condiciones que reducen las posibilidades de revisión y de verificación de hipótesis exigiendo que los datos contengan rasgos particulares dictados por la teoría, porque en la selección de datos obran factores desconocidos y el carácter del contenido informativo se decide posteriormente.

5. Los materiales pueden contener expresiones idiomáticas, jergas o connotaciones de grupo que el investigador debe tratar a menudo de determinar sin conocimiento previo de los objetivos del escritor o de su manera de interpretar el mundo.

6. El investigador se enfrenta a menudo con documentos a los que se ha atribuido ya sentidos normalizados y que raras veces podrá investigar independientemente. Tales sentidos requieren un modelo del actor que tenga en cuenta las maneras como se da expresión a los sentidos culturales a través de símbolos escritos.

7. El cifrador de documentos y de materiales de los medios de difusión, según los autores, tiene que ser una «persona sensible» que pueda detectar los matices del material simbólico. Pero, idealmente, el cifrador debe funcionar también como un autómata que cifra diversas respuestas, frases, expresiones y comentarios conforme a una serie de normas preestablecidas que proporcionan una correspondencia precisa entre cierta forma expresa y el objeto al que alude.

8. Hace falta una teoría de los signos para el análisis de contenido y para el historiador. Eso está muy reconocido en cuanto al historiador que ha de descifrar una simbolización antigua y medieval. En cuanto al sociólogo, pocas veces constituye preocupación, al suponer con demasiada frecuencia que el lenguaje de los materiales que somete a análisis de contenido contiene estructuras de sentido «obvio», que simplemente requieren un «recuento» bajo un conjunto de categorías a priori o ex post lacto.

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9. El sociólogo no puede permitirse confiar en su propia comprensión vulgar al hacer el análisis de contenido de las comunicaciones. Si lo hiciese, le resultaría imposible distinguir entre lo que puede entender por causa de su marco teórico y lo que puede entender como miembro de la misma sociedad (o incluso del mismo público) al que se presentó la comunicación.

10. Un artículo periodístico, documento público, noticia radiofónica o anuncio televisivo puede escribirse bajo la dirección editorial de muchas personas con una variedad de intenciones distintas. La manera como el público percibe e interpreta estas comunicaciones puede variar con el público y las ideas normativas de los comunicadores sobre su medio en el momento de la comunicación; y con los diferentes tipos sociales de actores, que pueden estar en diferentes órdenes estructurales y locativos de la sociedad, y cuya actitud ante la comunicación puede depender de su identidad social y de sus posiciones y papeles oficiales y extraoficiales.

11. Las intenciones con que se produce la comunicación pueden ser independientes de las interpretaciones que de aquéllas hace el sociólogo, e independientes de los actores expuestos a ésta (y que pueden desconocerlas, confundirlas, tergiversarlas, etcétera).

12. Las categorías para clasificar «capítulos» o elementos de la comunicación, presumiblemente derivadas de la teoría del sociólogo, han de concordar, no sólo con este concepto teórico del contenido, sino también con la percepción del actor. El análisis de contenido, sin embargo, puede optar o no por estudiar los que produjeron la comunicación. Los objetivos del emisor pueden ser pertinentes o no al estudio, según por lo que se interese.

13. El que se hagan y se hayan hecho análisis de contenido denota la frecuente esperanza de que en la comunicación existan regularidades o pautas significativas, pero no podemos suponer la significación de un análisis de contenido únicamente en virtud de su categorización y cuidadoso recuento de los puntos clasificados bajo estas categorías, a menos de saber cómo decide el investigador cuáles son sus categorías y cómo las ha de utilizar, con referencia a los supuestos teóricos intrínsecos al método de análisis.

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VII. LOS PROYECTOS EXPERIMENTALES EN SOCIOLOGÍA

En este capítulo consideraremos la importancia de los proyectos experimentales para realizar en marcos no reales, con objeto de verificar la teoría sociológica.1 La finalidad es recomendar una investigación experimental sobre el problema del sentido cultural como condición necesaria para una sociología experimental que pueda examinar teorías sobre la asunción de papel y la organización social.

Frecuentemente, se critica a los experimentos de sociología y sicología social por ser demasiado «artificiales». Estas críticas no estiman la creación de una situación experimental para poder manejar las condiciones en que sea posible predecir cierto resultado o resultados determinables. Hay confusión, frecuentemente, cuando se considera el experimento como una tentativa de reproducir situaciones de la «vida real».2

Creer que en sociología no son posibles los experimentos de laboratorio se debe a la idea de que nuestras variables son oscuras y de que no podemos precisar cómo han de manejarse (excepto en los ejercicios teóricos y empíricos que no nos comprometen con procedimientos operativos precisos). La falta de soluciones al problema del sentido en sociología y sicología social evita que pasemos, de las proposiciones abstractas que llamamos teoría, a los procedimientos operativos que permiten un manejo cotejado de variables importantes. La investigación sobre el terreno pocas veces hace más precisa la teoría, porque sus técnicas se basan invariablemente en observaciones confusas difíciles de medir o en datos «agrupados» que suponen significados nunca conceptualizados, ni estudiados independientemente de los objetivos sustantivos por los que se recogieron originariamente. El lenguaje, los gestos y el sentido utilizados para idear las preguntas e interpretar las respuestas informan al investigador implícitamente sobre las correspondencias entre el concepto, los procedimientos operativos y las observaciones. Las observaciones relatadas son a menudo ideas abstractas basadas en ideas vulgares implícitas, utilizadas para decidir el significado y pertinencia de las percepciones del investigador.3 La experiencia del investigador sobre un hecho (objeto o cuestión) y las circunstancias que la rodean no son forzosamente idénticas con la experiencia del sujeto o de otro investigador sobre el mismo objeto social. El mismo objeto puede emitir una serie de propiedades, idénticas en todas las ocasiones, pero pueden ser experimentadas de modo diferente por el investigador y el sujeto. Lo cual pone en duda el sentido del objeto como estímulo idéntico para diferentes sujetos, especialmente si el investigador supone que él y sus sujetos perciben el objeto de manera idéntica.

Dos experimentos de psicólogos sociales han revelado la influencia de las reglas normativas de conducta, en condiciones experimentales, sobre la percepción

1 Vid. Donald T. CAMPBELL: «Factors Relevant to the Validity of Experiments in Social Settings», Psychological Bulletin, 54 (julio 1957), 297-312; y «Quasi-Experimental Designs for Use in Natural Social Settings», original inédito. Estos artículos de CAMPBELL son útiles en cuanto a los experimentos en marco natural y de laboratorio. Su trabajo ofrece una información general sobre los problemas al realizar experimentos en un marco social natural. Vid., además, J. BERGER, B. P. COHEN, J. L. SNELL y M. ZELDITCH, Jr.: Types of Formalization in Small Group Research (Houghton Mifflin), Boston, 1962. 2 Vid. la exposición de FESTINGER: «Laboratory Experiments», en L. FESTINGER y D. KATZ (eds.): Research Methods in the Behavioral Sciences (Dryden), Nueva York, 1953, págs, 136-172. 3 Vid. Alfred SCHUTZ: «Concept and Theory Formation in the Social Sciences», The Journal of Philosophy, LI (abril 1954), 266-267.

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e interpretación de los objetos físicos. En su experimento, Asch se sirvió de siete ayudantes por cada sujeto experimental para mostrar que las percepciones declaradas de los miembros del grupo influyen de manera importante sobre el sujeto experimental.4 El trabajo de Sherif con el efecto autocinético mostró que los juicios de los sujetos experimentales pueden ser influidos por los juicios de participantes pagados.5 Estos no son más que dos de los muchos experimentados proyectados para mostrar que los rasgos normativos de las estructuras sociales influyen y regulan las percepciones, interpretaciones y conducta de los sujetos. Estos experimentos de psicólogos sociales ofrecen datos muy importantes en apoyo del concepto sociológico de las estructuras normativas como independientes de la constitución sicológica de los actores individuales.

Si el significado de los objetos físicos puede ser alterado drásticamente por las reglas normativas que dirigen la acción social, los objetos sociales (por ejemplo, los objetivos, la autoridad, la risa o el enfado) presentan el nuevo problema de que, al estimularlos experimentalmente (o al estudiarlos sobre el terreno), el investigador tiene que distinguir entre sus propias percepciones e interpretaciones y las de sus sujetos sobre los mismos objetos sociales. Establecer consenso entre el investigador y los sujetos sobre las propiedades de un objeto social singular es condición necesaria para crear clases de equivalencias con fines de medida. La presentación de objetos sociales (p. ej., puntos de cuestionario o relaciones de autoridad en condiciones experimentales) del investigador a los sujetos exige suponer que se refieren a las mismas observaciones sensoriales, al mismo campo visual y experiencia del hecho social. Otro supuesto es que una descripción por el investigador de una conducta observada será idéntica u «obvia» a cualquier otro observador. Además, se supone que los sujetos experimentan invariablemente los mismos estados que imputan las descripciones del investigador. La relación entre el signo y el objeto social no es exacta. Las instrucciones verbales pueden parecer normalizadas (especialmente, si se presentan en grabación electrónica), pero su carácter y sentido «obvios» no pueden darse por supuestos. Las ideas del observador y del sujeto para interpretar el «mismo» medio de objetos requieren más clarificación conceptual y empírica si han de verificarse experimentalmente las teorías sociológicas.

LAS «VARIABLES» EXPERIMENTALES Y SU MEDICIÓN

De las ambigüedades esenciales a la gestión por el actor de sus asuntos diarios en la vida cotidiana no se sigue que el sociólogo deba medir también de forma ambigua y no estructurada las maneras del actor de estar en el mundo.

Estudios como los citados de Asch y Sherif son precisos en cuanto a lo que se maneja en el experimento; y las respuestas son directamente comprensibles sin recursos elaborados de medida. La finalidad del experimento de Asch estaba clara y no exigía introducir estructuras de sentido derivadas específicamente de una textura teórica ni la creación de procesos sociales artificiales y estructuras sociales no fácilmente comunicables. El estudio de Sherif trataba de suministrar un estímulo ambiguo, para permitir la posibilidad de que un sujeto influyese sobre los juicios de otro. Pero la misión del experimentador se confunde cuando llega a crear un sentimiento de «rechazo» entre los sujetos, de percepción de «aceptación» o de 4 E. ASCH: «Effects of Group Pressure upon the Modification and Distortion of Judgements», en H. GUETZKOW (ed.): Groups, Leadership and Men (Carnegie Press), Pitsburgo, 1951, págs, 177-190. 5 M. SHERIF: «An Experimental Approach to the Study of Attitudes», Sociometry, I (1937), 90-98.

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«amabilidad», de grupos «privilegiados» y «postergados», o «jerarquías» y semejantes. La percepción de los objetos sociales supone estructuras de sentido más ambiguas que la percepción de objetos físicos.6 Habitualmente, los investigadores confían en su conocimiento vulgar sobre las dimensiones de la percepción social. Pero si una noción de esta especie, por ejemplo, la «amabilidad», se entiende como una especie de continuo, con grados altos y bajos de expresión medidos en una escala de cierto tipo, o incorporada al estudio, o impuesta posteriormente a un conjunto de respuestas, el sistema de medida transforma los conceptos vulgares de esta noción en el producto mensurable deseado. No se trata de obtener medidas operativas; ni se pretende negar la importancia o pertinencia de los experimentos de Asch, Sherif, Festinger, Kelley, Thibaut y otros. «Variables» como la «cohesión», el «rechazo» o la «amabilidad» no son significativas automáticamente por haberlas hecho operativamente mensurables cierto conjunto de preguntas u opciones sociométricas. La medida operativa de tales conceptos no tiene en cuenta explícitamente los sentidos vulgares tácitos en que se emplean. El tipo más obvio de medida en los experimentos sociales es la explicación precisa por el observador, en sencillos términos descriptivos, de las diferencias predichas. Titular «datos» a las «consecuencias» de una serie de descripciones generales esenciales a los procedimientos de cifrado y a las instrucciones de un experimento no constituye, ni un estudio riguroso, ni aun siquiera un experimento elegante.

Cada variable sociológica está situada en una perspectiva temporal particular. Variables locativas o estructurales como la ocupación, la edad y el sexo contienen condensaciones inexpresas de sentidos culturales pertinentes. Las variables que determinan la percepción social comprenden ambiguas «reglas» culturales de interpretación y no pueden tomarse como evidentes.

Si nos falta la suficiente precisión teórica para saber cómo idear y comunicar sencillas instrucciones a sujetos experimentales que creen estructuras sociales, nuestro conocimiento de los procesos sociales básicos será demasiado limitado para proyectar las acciones de los sujetos de manera que arrojen una diferencia claramente observable en cierto tipo de sentido social. Un experimento que trate de crear diferencias de «cohesión» o de «jerarquías de posición social» supone que conocemos los elementos interactivos por los que se origina, mantiene, altera o suprime la «cohesión» y la «posición social». La manera como se entienda la «cohesión» y la «jerarquía» ofrecerá las claves operativas para su creación y alteración experimentales. Conceptos como los de «cohesión» y «posición social» suponen un conjunto de definiciones que se pueden producir y convertir operativamente mediante instrucciones precisas que transmitan estructuras de sentido fácilmente comprensible para los sujetos. Está claro que las variables no son locativas o estructurales per se y el investigador no puede suponer que lo sean y que, en consecuencia, tienen un sentido evidente.7 Los psicólogos sociales han realizado experimentos de laboratorio con variables culturales (entendidas en términos sicológicos), mientras que muchos sociólogos y antropólogos han solido

6 F. P. KILPATRICK y W. H. ITTELSON: «The Size-Distance Invariance Hypothesis», Psychological Review, 60 (1953), 223-232; A. AMES, Jr.: An Interpretive Manual for the Demonstrations in the Psychological Research Center, Princeton University: The Nature of Our Perceptions, Prehension, and Behavior (Princeton University Press), Princeton, 1955; Egon BRUNSWICK: Perception and the Representative Design of Psychological Experiments (University of California Press), Berkeley, 1956. 7 Puede verse un ensayo que muestra la relación y la importancia de las variables culturales para la investigación mediante encuestas y su aplicación a los problemas de interés sustancial para los sociólogos: Bennett M. BERGER: «How Long is a Generation?», The British Journal of Sociology, XI (marzo 1960),10-23.

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preferir la investigación sobre el terreno. Además, los psicólogos sociales han abordado precisamente aquellos problemas que son fundamentales para el sociólogo: los de cómo se consigue, conserva y altera un sistema estable de acción social. Los sociólogos y los antropólogos no se entusiasman demasiado con el manejo experimental de la «cohesión», «jerarquías de posición social», «objetivos de grupo», y semejantes. El sociólogo prefiere especular sobre el proceso social, aunque busque documentación; por ejemplo, sobre la frecuencia del delito y del suicidio en una comunidad, sobre las variaciones de la residencia, por ingresos, instrucción, ocupación, etc. La necesidad de estas variables parece decidirse a menudo por lo susceptibles que sean del impuesto análisis cuantitativo.

En un estudio de John Thibaut,8 se trataba de crear cohesión dentro de dos grupos sociométricamente homogéneos que recibían distinto estímulo y éxito real durante el experimento. Se estimulaba (y se permitía) a un grupo de baja posición a buscar la acción de grupo como medio de «elevarse», mientras que también se estimulaba, pero no se permitía tener éxito, a otro grupo de baja posición. Thibaut describe este «tratamiento de fracaso de la acción de grupo»:

Se habla a los miembros de baja posición de manera tosca y fríamente antipática. El experimentador no se dirige a ellos por su nombre, sino por un número. Por otra parte, al grupo de posición elevada se le concede simpatía, estímulo y calor, Además, el grupo de posición alta cumple en todos los casos las funciones más favorables durante la representación.9

Es durante un «descanso» de seis minutos cuando se introducen las variables experimentales, como la de reunir al grupo de baja posición y animarlo a buscar mejor trato del experimentador. Este, presumiblemente, está «programado» para mostrar cierto tipo de maneras que transmitan simpatía, etc., al grupo de baja posición. El investigador se basa en cuestionarios posteriores y en observaciones independientes para documentar la efectividad de los tratos experimentales.

Lo interesante es la manera como los investigadores produjeron la cohesión del grupo. La conceptualización teórica del problema y la creación experimental de estructuras sociales son independientes de toda teoría del actor como tipo social ideal. El interés del investigador por crear estructuras sociales conduce a un modelo del actor que acumula fuerzas sicológicas (por ejemplo, las nociones vulgares, de estímulo o aspiración) para obligarlo a conducirse de cierta manera. La presente idea prefiere dejar como dudosas las maneras en que la acción social se estructura por los conocimientos del actor, los tipos de estrategias que mantienen, según revelan los tipos de acción práctica empleados, y las imputaciones o sentidos que atribuyen a los objetos y hechos del escenario social. El estudio de Thibaut y los muchos relacionados de que se informa en el volumen de Cartwright y Zander no reconocen como dudosa la simulación de la acción social; suponen que, cuando el experimentador trata de transmitir «un estilo tosco y fríamente antipático», eso lo comprenden claramente el lector y los sujetos que participan en el experimento. No negamos el «éxito» de estos tratos, según lo miden, por ejemplo, las diferencias de éxito de grupo, pero sí dudamos de si lo que pretendía el experimentador lo percibieron e interpretaron idénticamente los sujetos pertinentes y lo interpretarían así también unos observadores independientes. El experimentador se basó en estructuras de sentido que quedaron indeterminadas para sí mismo, para los

8 John THIBAUT: «An Experimental Study of the Cohesiveness of Underprivileged Groups», en D. CARTWRIGHT y A. ZANDER (eds.): Group Dynamics (Harper and Row), Evanston y Nueva York, 1953, págs, 102-120. 9 Idem, pág. 107.

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sujetos y para el lector, pero que produjeron ciertos efectos que él consideró pertinentes al problema. Parece que el investigador tuvo éxito al emplear definiciones vulgares de la situación, pero, ¿cómo las identificamos, cuáles son sus propiedades y cómo las medimos? Las respuestas a estas preguntas nos facilitarían ser más precisos sobre las propiedades que arrojan «cohesión» y cómo podríamos obtener expresiones de observaciones directas que pudieran entenderse y cifrarse conforme a un conjunto de reglas claramente precisadas. Las observaciones de Thibaut sobre lo que se comunicó a los sujetos y sobre cómo se cifraron sus respuestas a los cuestionarios posteriores son rasgos no explicados y no dudosos del experimento. Las propiedades estructurales atribuidas a la acción social están compuestas por los sentidos que el actor atribuye típicamente a los objetos y hechos, según las reglas de interpretación del investigador, derivadas teóricamente. Estos sentidos, que quedan tácitos en el estudio de Thibaut, son precisamente lo que debe interesar al sociólogo, pues cuando se los invoca habitualmente en las situaciones cotidianas, ofrecen estabilidad e introducen cambio para el actor y otros en la acción concertada. Tipificar los objetos y hechos permite al actor atribuir sentido a situaciones diferentes; hace comprensibles el cambio y las apariencias ambiguas y capacita al actor para mantener un medio estable frente a hechos equívocos, molestos o absurdos.

El actor de Thibaut responde a un medio que el experimentador ha hecho dudoso para originar consecuencias diferentes. Si tuviésemos que repetir el experimento, ¿cómo sabríamos que introducimos el mismo grado de «frialdad antipática», «calor», «amabilidad» o «estímulo»? Una respuesta sería, si obtenemos las mismas conclusiones o semejantes. No niego la importancia ni la pertinencia de la investigación de Thibaut, sino que pido una explicación clara de los rasgos que manejó, presumiblemente con éxito, pero que quedan desconocidos para el lector y para cualquiera que desee repetir el experimento. El estudio de Thibaut y otros semejantes son útiles, sin embargo, porque el éxito que consiguen subraya la importancia de ser explícitos sobre nuestro concepto de la estructura de la acción social y las operaciones que introducimos. Según podemos concluir, el experimento muestra que los actos del experimentador comunicaron sentidos advertidos e interpretados por los sujetos de manera, al parecer, semejante, como pretendía el investigador, y que dichos sentidos fueron compartidos también por los observadores que estimaron la interacción y cifraron los cuestionarios. Esto puede entenderse como una demostración experimental de una cultura común, que es manipulable y puede ser observada en cuanto tal, pero en la que no siempre podemos estar seguros de qué elementos son los que originan los resultados. Se dan procedimientos operativos, pero no son obvios ni verdaderamente verificables por el lector. Ni siquiera sería adecuada una película de todo el experimento, aunque serviría para ilustrar los resultados. Sin una serie de reglas de procedimiento por las que decidir si hay «cohesión», y cuándo se manifiestan tipos particulares de conducta, queda claro que tendremos que basarnos en nuestro conocimiento vulgar para determinar el sentido, incluso de la película.

Los mismos comentarios pueden hacerse en cuanto al experimento de Harold H. Kelley sobre las jerarquías de posición.10 En éste, las instrucciones dadas a los sujetos dan a entender formalmente la creación de diferencias de posición y los resultados indican que el autor pudo producir diferencias que pueden estimarse como interesantes y significativas. Pero es difícil saber con precisión cómo se 10 «Communication in Experimentally Created Hierarchies», en CARTWRIGHT y ZANDER, op. cit., págs, 443-461.

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produjeron e interpretaron los resultados y, mucho más, por qué no serían igualmente aplicables unas instrucciones alternativas. ¿Es evidente que dando a las personas ciertas instrucciones que sitúen claramente su lugar en cierta jerarquía creada se comprenderán siempre estas instrucciones? Lo importante es que quedan sin formular conceptualmente los supuestos de Kelley sobre el proceso social fundamental. Ha supuesto una cultura común utilizada implícitamente. La situación experimental puede estar estructurada de manera que, con cotejos experimentales, puedan eliminarse ciertas diferencias de posición, pero está claro que los sujetos responderán al experimento según estén acostumbrados a responder en la vida cotidiana. Pero si no sabemos algo sobre cómo llevan los sujetos su vida cotidiana (en cuanto individuos y en cuanto actores genéricos), quizá no podamos saber qué los mueve a responder en el experimento.

Con la exposición anterior hemos querido animar a utilizar experimentos para estudiar los procesos sociales fundamentales de la vida cotidiana que originan estructuras sociales. Estudiar experimentalmente los procesos sociales fundamentales es un requisito necesario para los tipos de estudio como los realizados por Thibaut, Kelley y otros. En el epígrafe final de este capítulo trataré de indicar brevemente cómo serían tales experimentos, de describir dos ejemplos y de señalar más experimentos que convendría hacer. Supongo que la cultura, entendida como un sistema de acción, puede ser estudiada experimentalmente y aclararse y medirse sus elementos teóricos fundamentales.

EL PROCESO SOCIAL FUNDAMENTAL Y EL PROBLEMA DEL ORDEN SOCIAL

En tesis doctoral que trata de verificar experimentalmente la invariabilidad de lo que Schutz llama rasgos estables de la acción social, Harold Garfinkel presentó a estudiantes la Preparación de Medicina una grabación ficticia de una entrevista real entre un «entrevistador de admisión a Medicina» y un «solicitante de ingreso en la Facultad».11

El «solicitante» fue «programado» como «patán» y se proyectó que sus respuestas violasen lo que el experimentador consideraba como una conducta relativamente adecuada. Un apéndice del estudio, con la entrevista grabada, ofrece al lector una explicación literal de las propiedades violadas y de cómo se «programó» esta ineptitud general. Todos los sujetos experimentales creyeron que el «solicitante» no tendría éxito y que se había conducido inadecuadamente. Después, a cada cosa que decía el sujeto en descalificación del «solicitante», el experimentador lo contradecía, revelando información que no se había dado anteriormente y que podía favorecer al sujeto. Después de poner a los estudiantes frente a esta barrera de contradicciones, se los invitaba a escuchar por segunda vez la grabación. Aunque la mayoría de ellos consiguieron «reinterpretar» al «solicitante», considerando que tendría «éxito» (habiéndoseles dicho que lo recibirían «a banderas desplegadas»), Garfinkel informa que la confusión predicha y pretendida (es decir, el fracaso de la acción social estable) no salió tan bien como se esperaba, aunque hubo un marcado aumento de la «ansiedad medida» entre la primera entrevista y la segunda. Los estudiantes pudieron transformar al «solicitante», de patán sin probabilidades, en

11 Harold GARFINKEL: The Perception of the Other: A Study in Social Order, tesis doctoral, Universidad «Harvard», 1952. Se informa brevemente de este experimento en la versión corregida de una relación leída en la reunión anual de la Asociación Estadounidense de Sociología, de Washington, en 1957, titulada: «A Conception of and Experiments with “Trust” as a Condition of Stable Concerted Action».

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aspirante afortunado. Según podemos entender, estos resultados manifiestan que la situación experimental era «realista» y se ajustaba a los resultados esperados. Mérito importante de este experimento es que simulaba condiciones realistas. Otra ventaja importante está en la utilización de procedimientos experimentales que pueden repetirse fácilmente. Los inconvenientes son la dificultad de producir o determinar el carácter «convincente» de la entrevista simulada del solicitante y las dificultades de medir la ansiedad. El haberse realizado el estudio sin solución explícita a estos dos problemas supone la existencia de una solución tácita al problema del sentido.

Buscando indicadores más precisos de confusión y, por consiguiente, la existencia de normas sociales (como medida directa del orden estable), Garfinkel recurrió a estudiar los juegos, porque admiten identificar las expectativas de la situación de algunos jugadores (actores). El juego comprende una serie clara de reglas dentro de las cuales pueden obrar las expectativas habituales del juego. Garfinkel razonaba que pudiendo fijarse en las «reglas básicas» y «expectativas constitutivas» de un juego como el ajedrez, podría comprender mejor las variaciones de las expectativas y de las estrategias generales que podrían obrar independientemente, aunque también ser limitadas por esas reglas básicas. Lo cual le permitiría mostrar las semejanzas y las diferencias entre los juegos y las situaciones de la vida real. Quería examinar experimentalmente las situaciones reales utilizando el juego como enfoque.

Tanto en su primer experimento con el estudiante de Preparación de Medicina, como en los posteriores con juegos, particularmente, el de «ceros y cruces»*, Garfinkel se interesaba por someter a verificación experimental las nociones de Schutz sobre la fenomenología constitutiva de la vida cotidiana. Tales demostraciones manifestarían que existen propiedades invariables del orden social y que pueden manejarse experimentalmente. Siguiendo en el marco teórico de Schutz, es importante producir un experimento que revele la existencia de un conjunto invariable de «normas constitutivas» o «propiedades» que los usuarios o actores «entiendan normales» para el particular «orden constitutivo» del cual forman parte. Así, se pone el énfasis sobre las propiedades de normas o «reglas» invariables, no sobre su contenido real.

Lo general en los trabajos de Schutz y Garfinkel es la indicación de que, al quebrantarse o violarse las propiedades de las normas constitutivas, habrá confusión, caos o una brusca detención de la acción social. Lo teórica y empíricamente importante es que todos los hechos, independientemente del «juego», tienen su «signo (accent) constitutivo». La obra de Garfinkel muestra que tales experimentos son posibles, que abordan los procesos sociales fundamentales de las estructuras sociales y que descubren posibles fundamentos de una sociología experimental.

Garfinkel emplea el juego de ceros y cruces para ilustrar las «reglas constitutivas». Se invita a un sujeto a jugar una partida con el experimentador, se le hace salir y, entonces, el experimentador borra la marca que ha hecho, trasladándola a otro punto, y hace inmediatamente la suya, con toda naturalidad. Los sujetos se muestran algo confusos y aturdidos, de manera que no pueden jugar la partida en estas condiciones, a menos que sigan dos orientaciones generales. En primer lugar, por ejemplo, el sujeto puede aparentar que la jugada indebida es en

* En el original, «ticktacktoe», llamado también «naughts and crosses». Como el tres en raya, pero marcando ceros un jugador y, el otro, cruces. (T.)

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realidad correcta, o puede aparentar que se está jugando a un juego «diferente», dejando de hacer comentarios por el momento, aunque a menudo pensando para sí que quizá haya «buenas razones para todo esto». Ocurre cierto tipo de actividad «normalizadora». O, en segundo lugar, si el sujeto trata verdaderamente de seguir el juego como si fuese un ceros y cruces «regular», puede reaccionar con molestia y confusión. Por tanto, si el actor trata de adaptarse al «signo constitutivo», no quedará forzosamente confuso, creyendo que la situación es absurda y caótica. Pero si intenta permanecer bajo el «signo constitutivo» originario, encontrará difícil entender como «normal» lo que sucede.

La diferencia entre los experimentos de Thibaut, Kelley y otros citados y los que ha hecho Garfinkel está en las cuestiones teóricas abordadas, en el tipo de los elementos teóricos fundamentales precisados y en la manera en que se creó la atmósfera experimental. Thibaut y Kelley suponen que cierto orden particular de hechos es «normal» y tratan de descubrir experimentalmente si el orden que ellos entienden como «normal» es el «acertado». Suponen que, en estimación de los sujetos experimentales, su caracterización del escenario está dictada por las instrucciones y, además, que las variaciones experimentales se entenderán como variaciones de un orden ya constituido por sus instrucciones y estructuración inicial. Y los resultados que obtienen revelan un éxito considerable. Sin embargo, no podemos estar seguros sobre el cómo y porqué de su éxito. Creen en un mundo que, tanto el sujeto como el experimentador, dan por supuesto, pero quedan oscuros los procesos sociales fundamentales implícitos. No se aborda explícitamente la cuestión de lo que entienden en común los sujetos y el experimentador como invariable sobre el escenario social. Se basan en su propio conocimiento vulgar de las «reglas» del juego para entender el experimento, para producir los resultados experimentales y para analizar los datos.

Garfinkel se hace una pregunta más fundamental. Su trabajo puede ser considerado un estudio cómo es que manera pueden concebir en absoluto, y mucho menos cumplir su finalidad, los experimentos corrientes en psicología social y sociología. No se pregunta: ¿cómo creamos y variamos experimentalmente la cohesión y la jerarquía de posiciones?, sino: ¿cómo creamos o suponemos el conocimiento teórico y empírico que hace falta para producir tales estructuras?, ¿cuáles son los rasgos fundamentales de la acción social?, ¿cómo han de identificarse y mantenerse sus propiedades estables?, ¿cuáles son los procedimientos operativos que deben utilizarse, tanto para mostrar su existencia como para permitir su manejo experimental? La estrategia de Garfinkel es comenzar por una situación considerada como «normal», para tratar de crear después sistemáticamente «desorden», confusión o caos. Los procedimientos que arrojen caos indicarán a la inversa los elementos de un orden estable.

Abordando una variedad de procedimientos que utilizan los sociólogos en su investigación cotidiana, he tratado de mostrar la pertinencia de una postura teórica particular. Comenzamos por preguntarnos si las expresiones lingüísticas, su sentido cultural implícito y las definiciones vulgares tácitas de la situación que introducimos en las instrucciones experimentales, en los programas de entrevista y en los cuestionarios son comprensibles para todos los sujetos de nuestra muestra. ¿Consideran todos los sujetos el mismo «signo constitutivo»? Y si así ocurre, ¿cómo es posible en absoluto?

Hemos supuesto que el actor ha de considerar cierto orden constitutivo de los hechos y ha de respetar cierto «signo constitutivo», si ha de mantener cierta relación con su medio y sus semejantes. Por eso, el investigador por encuestas no puede

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LOS PROYECTOS EXPERIMENTALES EN SOCIOLOGÍA

eludir el problema de la «relación». Pues el entrevistado puede optar por no respetar el «orden constitutivo» definido por el cuestionario, a menos que el entrevistador le proporcione cierta base. El investigador por encuestas puede creer que el entrevistado estará contento por contribuir a un «estudio científico en beneficio de la Humanidad», pero eso no es algo que podamos dar por supuesto. Aun si así fuese, ello no garantizada la relación, ni el mutuo entendimiento de los sentidos. Y esto es cierto en especial cuando, para muchos entrevistados, el interrogatorio es en realidad una intrusión en su intimidad, la invasión de un orden que puede ser sagrado para el sujeto. La manera como redactamos los cuestionarios y creamos las situaciones experimentales que se consideran «válidas», «significativas», etc., es ya un primer orden de cosas que ha de estudiar el sociólogo. Hacen falta demostraciones experimentales y sobre el terreno de las propiedades del orden social.

Si el sujeto no acepta o entiende las variaciones experimentales como pretende el experimentador, no obstante, puede suponerse que rige un orden fundamental común para ambos. Este orden común existe antes del experimento, se «suspende» o «abandona» temporalmente durante el experimento y se vuelve a adoptar, terminado el experimento. Si el orden experimental es un simulacro del orden común, aquél sólo podrá entenderse con referencia a las propiedades de éste. El orden constitutivo o conjunto de reglas ofrece al actor la base para atribuir estructuras de sentido de modo que pueda entender lo que ha sucedido o está sucediendo. Por ello, las instrucciones del experimentador definen el orden. Experimentar con las propiedades de las «reglas» llega a ser misión necesaria para una sociología experimental.

Terminaré este capítulo con algunas breves consideraciones sobre unas cuantas de estas propiedades y sus posibilidades experimentales:

1. El sentido tácito que se supone durante la interacción. Podríamos indagar sobre las consecuencias de no mantener sentidos en reserva durante la interacción social. Lo cual querrá decir hacer que los sujetos expresen qué opinan sobre otros, sobre la situación y los hechos y cualesquiera otros estímulos, en general, a través de cualquier serie experimental de hechos. Se dejarían en suspenso todas las suposiciones sobre el carácter de evidentes de propiedades y «signos», como las reglas de la etiqueta, las relaciones de autoridad y semejantes. Se podrían simular las relaciones entre vendedores y clientes y entre empleadores y empleados, las interacciones entre estudiantes y profesores y los intercambios entre oficiales y reclutas. Será difícil lograr imponer la noción de dejar en suspenso experimentalmente los sentidos particulares, pero ello mostrará cómo son invariables estos sentidos particulares en condiciones experimentales. Preguntándonos qué clases de tipos sociales, en qué situaciones simuladas tratarán de imponer el uso de sentidos particulares, y con qué consecuencias, obtendremos un cuadro conciso de la importancia de los sentidos tácitos y de las imputaciones reservadas para mantener estable el orden social y producir cambio.

Otra manera de examinar estos sentidos sería la de hacer que el actor no aceptase la noción de que sus actos serán comprendidos por otros miembros del grupo. En consecuencia, cada paso que dé exigirá las explicaciones más elaboradas en cuanto a su intención, motivo, finalidad, etc. Además, después de cada afirmación tendrá que preguntarse si los demás lo han comprendido o no. Garfinkel señala que, si los demás se niegan a reconocer los comentarios del sujeto sin pedirle continuamente más explicaciones, surgirá la misma ruptura (confusión) de la

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acción estable concertada.12 Ello podría producirse si las observaciones de los demás sobre cada expresión se acompañasen, por ejemplo, de una petición de definiciones operativas. Las tentativas experimentales de «programar» estas propiedades ofrecerán la base para manifestar, tanto sus rasgos esenciales como los vulgares.

2. Otra propiedad susceptible de estudio experimental es la de las «normas» que rigen la adecuada distancia física durante la interacción social. Garfinkel propone que un «gancho» aborde al sujeto experimental de manera que la distancia física que los separe sea, en realidad, inexistente, haciéndole todo el rato preguntas habituales o «triviales» y llevando una conversación «normal». La distancia física es una característica de toda interacción social. Es una propiedad de todos los intercambios personales, aunque sus variaciones puedan tener una amplia serie de consecuencias en momentos diferentes, o en personas diferentes, en diversas relaciones de posición y en situaciones distintas. El variar experimentalmente la distancia física manifestaría cómo esta propiedad estructura las normas o «reglas» que se entienden como obligatorias para las personas durante la interacción. Esta propiedad informa la definición de la situación por el actor.

3. Otra propiedad que informa la definición de la situación por el actor puede verse en la noción de Goffman de «distancia de papel»,13 que se refiere a la separación entre la propia identificación del actor y el papel social que asume durante la interacción social. Suponiendo que esta propiedad sea una variable de todos los encuentros sociales, será de esperar que las variaciones de la distancia de papel producidas experimentalmente alterarán las normas o «reglas» que rigen los intercambios sociales. El otro papel deducido comprenderá la estimación por el actor de la distancia de papel del otro y de la manera cómo deberá conformarse en consecuencia su propio papel subsiguiente. Las significaciones verbales y no verbales que comunican distancia de papel ofrecen las estructuras de sentido para deducir el grado y tipo de distancia de papel que pretende el otro.

Se dan por supuestas una multitud de propiedades percibidas e interpretadas a la manera vulgar, a menos que sus elementos parezcan falseados a los participantes, que entonces distinguirán lo «inhabitual» de lo «habitual». Cierta conducta se considera «apropiada», por ejemplo, para las personas de una edad cronológica determinada, para las personas que deseen ser consideradas como varones o hembras, para los que quieran manifestar «interés», «preocupación», «felicidad», «desdicha», «frialdad» y semejantes. Muchas de estas propiedades tienen un conjunto indefinible de elementos, que sólo se revelan negativamente cuando se los somete a falseamientos extremados, por ejemplo, del vestido, de los gestos o del lenguaje. Las artes de la interacción cotidiana informan la definición de la situación por el actor y la actividad de asunción de papel que éste ejecuta. Por ello, hay «reglas» y propiedades que obran estructurando lo que el sociólogo llama ordinariamente «normas». Estas «reglas» y propiedades son invariables para el tipo y sustancia real de las «normas» que rigen la acción social en situaciones particulares. El estudio de estas «reglas» y propiedades ofrece un fundamento experimental para medir las estructuras básicas de sentido en todos los hechos sociológicos.

12 GARFINKEL: «Common Sense Knowledge of Social Structures», relación leída en el IV Congreso Internacional de Sociología, de Milán, en 1959. 13 Erving GOFFMAN: Social Encounters (Bobbs-Merrill), Indianápolis, 1961.

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VIII. EL LENGUAJE Y EL SENTIDO

La comunicación humana es tan compleja que, en gran parte, ha de reducirse a conducta automática, a reglas implícitas, a menudo, sin conocimiento consciente y con poco o ningún esfuerzo. En el libro The First Five Minutes1 aparece una de las narraciones más atractivas de cómo entran el lenguaje y el sentido en las situaciones que debe analizar el sociólogo. El análisis que hacen los autores de la conducta lingüística y paralingüística durante los cinco primeros minutos de una entrevista psiquiátrica sirve de modelo excelente para un análisis sociológico de la entrevista o hechos semejantes (por ejemplo, el diálogo en los marcos naturales sobre el terreno), tanto para fines sustantivos, como para estudiar las propiedades invariables de la conducta social. The First Five Minutes plantea cuestiones importantes, como:

¿Qué dice cada participante? ¿Por qué lo dice? ¿Cómo lo dice? ¿Qué efecto produce al otro participante? ¿Cuándo y cómo se introduce nuevo material en el cuadro, y quién lo hace? ¿Qué se comunica sin saberlo? ¿Cómo cambia la orientación de cada participante, conforme sigue el trato, y por qué, y cómo lo sabemos, y cómo lo sabe el otro participante y, si lo sabe, en virtud de qué prueba?2

El conocimiento sobre las pautas de énfasis y cómo deben registrarse durante una entrevista nos puede decir algo sobre un rasgo fundamental de todos los procesos sociales, así como sobre el sentido cultural propuesto por el hablante con respecto a cierta cuestión sustantiva.

Un tema continuo a través de todo el libro ha sido el aserto implícito y explícito de que la medida en sociología en el plano del proceso social no puede ser rigurosa sin resolver los problemas del sentido cultural. Comprender el problema del sentido exige una teoría del lenguaje y de la cultura. En este capítulo esbozaremos algunos elementos del lenguaje y la importancia que tienen para una teoría del sentido o cultura. La exposición será breve, selectiva, proyectada para introducir a los sociólogos en algunos temas y en las obras generales. En este bosquejo de Lamb puede verse un enunciado general y diáfano de la postura que mantienen hoy muchos lingüistas:

Llamamos estratificativa la clasificación que exponemos, porque uno de sus caracteres principales es el de reconocer una serie de estratos o capas estructurales en el lenguaje. El lenguaje, por su naturaleza, relaciona sonidos (o grafías, es decir, signos, por ejemplo, sobre papel) con significados, relación muy compleja que resulta ser analizable según una sede de clasificaciones en forma de clave (code), cada una de las cuales enlaza dos estratos próximos. El estrato estructural superior, el semémico, tiene unidades directamente relacionadas con el significado. Estos sememas pueden entenderse como cifrables (encodable) en unidades del estrato inmediatamente inferior, que, a su vez, pueden cifrarse también, y así sucesivamente, hasta terminar con unidades directamente relacionadas con el habla o la escritura (es decir, con fonemas o grafemas), que, por último, pueden ser dichos o escritos según el caso. La clave que relaciona cada par de estratos próximos es un conjunto de reglas estratificativas, cuya forma explicamos abajo.

La razón de esta gran complejidad de la estructura lingüística es que los sonidos y los significados, por su naturaleza, se tipifican independientemente; tanto los sonidos como los significados tienen su propio conjunto de relaciones estructurales. Los sistemas fonémicos tienen que adaptarse al habla y a los órganos auditivos, mientras que los sistemas semémicos tienen que adaptarse a las pautas de pensamiento. Además, el proceso de cambio lingüístico afecta a estos dos estratos de manera diferente. En consecuencia, sería imposible una estrecha

1 Robert E. PITTENGER, Charles F. HOCKETT y John J. DANEHY: The First Five Minutes (Paul Martineau), Itaca, Nueva York, 1960. 2 Robert E. PITTENGER, Ch. F. HOCKETT y J. J. DANEHY: op. cit., pág. 210. Subrayado en el original.

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correspondencia entre ambos. Lo mismo es cierto respecto de los lenguajes escritos, porque los sistemas de escritura se basan en los lenguajes hablados, de modo que suelen tener estrecha correspondencia con los sistemas fonémicos, pero no con los semémicos.3

Una idea básica y general en la lingüística es que debe intentarse determinar «las propiedades fundamentales de las gramáticas logradas. El último resultado de estas investigaciones debe ser una teoría de la estructura lingüística en que los mecanismos descriptivos utilizados en gramáticas particulares se expongan y estudien en abstracto, sin referencia precisa a lenguajes particulares».4 Chomsky se interesa por un mecanismo que separe la forma gramatical de las secuencias agramaticales de un lenguaje. Con tal mecanismo, según Chomsky, la gramática del lenguaje debe generar únicamente las secuencias gramaticales; y el criterio de la adecuación de la gramática es la aceptación, por un hablante nativo, de las frases que genera.5

Entre ciertos lingüistas, se da la tendencia a preocuparse por los rasgos formales del lenguaje y, únicamente sobre la base de estos rasgos formales, por idear operaciones que asuman las propiedades de un sistema cerrado. Es comprensible, porque pueden lograrse fácilmente propiedades de medida para sistemas cerrados, pudiendo despreciarse el desagradable problema empírico de qué es «aceptable» para un hablante nativo. Chomsky concluye:

A pesar de la importancia y del interés innegable de la semántica y de los estudios estadísticos del lenguaje, parece que no tienen directa pertinencia al problema de determinar o caracterizar el conjunto de expresiones gramaticales, Creo que estamos obligados a concluir que la gramática es autónoma e independiente del significado y que los modelos probabilistas no ofrecen comprensión particular de algunos problemas fundamentales de la estructura sintáctica.6

Es importante observar aquí la postura de Chomsky porque, aun rechazando la noción de que la gramática pueda ser programada enteramente por medio de una máquina o modelos probabilistas, rechaza también que la estructura sintáctica dependa del sentido. «La gramática no nos dice cómo sintetizar una expresión especial; no nos dice cómo analizar una expresión determinada... Cada gramática es, sencillamente, una descripción de cierto conjunto de expresiones, en particular, las que ella genera».7 No obstante, es de esperar que las frases generadas por una gramática sean aceptables para un hablante nativo. Por tanto, la gramática tiene que generar frases aceptables, pero puede haber frases agramaticales que sean «comprensibles» para el hablante nativo, o algunos hablantes nativos, o un conjunto de ellos que constituyan una subcultura, etc. Las formulaciones de Chomsky y Lamb buscan, dondequiera sea posible, las ventajas del sistema matemático cerrado. Prestan poca atención al problema del antropólogo y del sociólogo de enlazar el sonido y las pautas de pensamiento con el sentido cultural y con el lenguaje según se habla y escribe.

Muchos lingüistas se interesan solamente por la correspondencia entre pautas de sonidos, sistemas fonémicos, estructura lingüística, análisis lingüístico y el

3 Sidney M. LAMB: Outline of Stratificational Grammar (Associated Students of the University of California Bookstore), Berkeley, 1962, pág. 3. Subrayado en el original. 4 Noam CHOMSKY: Syntactic Structures (Mouton and Co.), La Haya, 1957, pág. 11. 5 Idem, pág. 13. 6 Idem, pág. 17. 7 Noam CHOMSKY: op. cit., pág. 48. Vid. la clara exposición de Hilary PUTNAM: «Some Issues in the Theory of Grammar», en Proceeding of Symposia in Applied Mathematics, XII (196I), Structure of Language and its Mathematical Aspects, 25-12.

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objetivo general de la descripción gramatical.8 Su interés fundamental es describir el lenguaje en sus propios términos, sin reducirlo a, digamos, la fisiología del habla, la acústica del sonido o los elementos neurológicos que intervienen. El problema del sociólogo (y más obviamente, el problema del antropólogo, pues ha reconocido siempre el valor del lenguaje) es manifestar de un modo u otro la importancia del sentido cultural, así como del gesto, de la entonación y del énfasis para la manera como se percibe e interpreta, se escoge y se transmite el lenguaje durante la acción social. Por tanto, la existencia de frases gramaticalmente correctas en una lengua y su empleo en la investigación sociológica no garantiza que los sujetos entrevistados perciban e interpreten las preguntas de la misma manera que el entrevistador. La adecuación de una teoría del lenguaje se basa en la comprensión y uso del hablante nativo; sin embargo, aunque las «reglas» que rigen la «gramaticidad» puedan ser claras y coherentes, algunos «hablantes nativos» (por ejemplo, los entrevistadores) pueden no ser comprendidos por otros «hablantes nativos» (por ejemplo, los entrevistados). El sociólogo puede pedir consejo a un lingüista que juzgue la gramaticidad de su cuestionario, pero siempre le quedarán sin resolver problemas de sentido, a menos que considere también las diferencias dialectales, de expresiones idiomáticas, énfasis, entonación y gesto. Las «reglas estratificativas» citadas por Lamb suponen un conjunto de sentidos culturales, si considera que todos los estratos diferentes que describe están dentro del terreno de interés para el lingüista. Ahora bien, estos supuestos significados necesarios para la expresión lingüística «aceptable» siguen siendo dudosos, tanto en el estudio del lenguaje, como de la conducta social.9 He aquí un claro enunciado del problema general:

La clave de caracteres empleada por el oyente no agota la información que recibe de los sonidos del mensaje. En la forma del sonido tiene indicios para identificar al emisor. Correlacionando la clave del hablante con su propia clave de caracteres, el oyente puede deducir el origen, el nivel de instrucción y el medio social del emisor. Las propiedades naturales del sonido permiten la identificación del sexo, la edad y el tipo sico-fisiológico del emisor y, por último, la identificación de un conocido.10

En observación de Jakobson y Halle, el lingüista que estudia una lengua desconocida comienza como criptoanalista hasta que puede descubrir poco a poco la clave, pareciéndose cada vez más a un descifrador (decoder) nativo. El sociólogo, por ejemplo, al entrevistar, no puede permitirse tratar su propia lengua desde la perspectiva de un hablante nativo, sino que tiene que tomar la postura de un criptoanalista cuando aborda una lengua extraña.

La estrategia del lingüista es combinar el lenguaje «accidental» y «no accidental»11 (como el habla cotidiana con la poesía y las matemáticas),

8 Vid. LAMB: op. cit., págs. 4-8. 9 Vid. la importante obra de Ludwig WITTGENSTEIN: Philosophical Investigations, trad. por G. E. M. Anscombe (Blackwell), Oxford, 1953; J. L. AUSTIN: Philosophical Papers (ed. por J. O. Urmson y G. J. Warnock, Oxford University Press), Londres, 1961, especialmente el capítulo 3: «Other Minds», y el capítulo 6: «A Plea for Excuses»; y Stanley CAVELI: «Must We Mean What We Say?», Inquiry, I (Autumn 1958), 172-212. 10 Roman JAKOBSON y Morris HALLE: Fundamentals of Language (Mouton and Co.), La Haya, 1956, pág. 11. Vid. también Basil BERNSTEIN: «Some Sociological Determinants of Perception», British J. Sociology, 9 (1958); «A Public Language: Some Sociological Implications of a Linguistic Form», British J. Sociology, 10 (1959); «Language and Social Class», British J. Sociology, 11 (1960); «Linguistic Codes. Hesitation Phenomena and Intelligence», Language and Speech, 5 (enero-marzo 1962); y «Social Class, Linguistic Codes and Grammatical Elements», Language and Speech, 5 (octubre-diciembre 1962). 11 C. F. VOEGELIN: «Causal and Noncausal Utterances within Unified Structure», en Thomas A. SEBEOK (ed.): Style in Language (The Technology Press y Wiley), Nueva York, 1960, págs. 57-68.

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estableciendo una disciplina formal que los unifique estructuralmente antes de examinar los elementos semánticos del lenguaje. Pero esta estrategia, como observa Voegelin, elude el problema de la selección lingüística y lo diferente que puede ser en las expresiones accidentales y en las no accidentales. De modo semejante, Chomsky critica a Lounsbury por tomar en su valor literal las respuestas de los informadores, suponiendo que indican automáticamente «sentido», que lo que se dice es precisamente lo que se quiere decir. El argumento de Chomsky es que, al escribir Lounsbury: «En el análisis lingüístico, definimos operativamente el contraste entre formas por las diferencias de las respuestas significativas», entiende el sentido demasiado en general —como toda respuesta al lenguaje—, especialmente cuando pueden emplearse mecanismos lingüísticos que no dependan de la definición de la situación por el sujeto.12 Una cuestión importante es cómo el análisis semántico puede permitirse tratar como evidentes las maneras (las «reglas») según las cuales los sujetos atribuyen sentido a los hechos. El antropólogo sobre el terreno supone, como el lingüista estructuralista, que comparte y comprende los sentidos vulgares pretendidos por sus sujetos..., incluso en las sociedades iletradas. Muchos de estos supuestos incluyen sentidos que expresan estados de ánimo, como «molestia», «contento» y «amabilidad», transmitidos por la entonación de la voz, la distancia física y el empleo general de sentidos culturales vulgares derivados de la sociedad materna del observador.

Las siguientes consideraciones de Chomsky proponen una estrategia importante para medir los hechos sociales:

Más en general, parece que la noción de «comprender una frase» tiene que ser analizada parcialmente en términos gramaticales. Para comprender una frase, es necesario (aunque, desde luego, no suficiente) reconstruir su representación en cada plano, comprendido el plano transformativo, en el cual las frases medulares en que se basa una frase determinada pueden entenderse, en cierto sentido, como los «elementos de contenido elemental» con los que se construye dicha frase. Con otras palabras, una consecuencia del estudio formal de la estructura gramatical es iluminar una trama sintáctica en que pueda apoyarse el análisis semántico. Convendrá que la explicación del sentido se refiera a esta trama sintáctica fundamental, aunque las sistemáticas consideraciones semánticas no parezcan contribuir a determinarla primeramente. Sin embargo, la noción de «sentido estructural», en oposición a la de «sentido léxico», parece bastante sospechosa y es dudoso que los mecanismos gramaticales del lenguaje se utilicen con la suficiente consecuencia para que se les pueda atribuir directamente sentido. No obstante, sí vemos muchas correlaciones importantes, de modo perfectamente natural, entre la estructura sintáctica y el sentido; o, por decirlo de otra manera, vemos que los mecanismos gramaticales se emplean muy sistemáticamente. Estas correlaciones podrían formar parte de la materia en una teoría más general del lenguaje que se ocupase de las conexiones entre la sintaxis y la semántica.13

La estrategia que propone Chomsky ha obtenido mucho favor entre los lingüistas. Así, Saporta critica «las tentativas de identificar la gramaticidad, como la empleamos aquí, o con la vulgaridad, por una parte, o con la literalidad del sentido, por otra. Según la idea propuesta por Chomsky, y que adoptamos, tales identificaciones parecen injustificadas. Por ejemplo: “La miseria quiere compañía”, aunque al menos tan vulgar, es menos gramatical que la sinónima: “Las personas que son miserables quieren compañía”, debido a las diferentes clases de nombres que representan “miseria” y “personas”. De modo semejante, parecen carecer de importancia las nociones semánticas, pues tanto las expresiones gramaticales como

12 CHOMSKY: op. cit., págs. 97-100. Cfr. Floyd G. LOUNSBURY: «A Semantic Analysis of the Pawnee Kinship Usage», Language, 32 (enero-marzo 1956), 154-194. 13 CHOMSKY: op. cit., págs. 107-108.

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las agramaticales pueden ser igualmente absurdas».14 Instando a que se distingan y midan independientemente la gramaticidad, las nociones estadísticas y las nociones semánticas, Saporta observa su elevada correlación, pero no se interesa por lo decisivo que sea lo que conocemos en un terreno (los sentidos compartidos por los miembros de la misma cultura) para comprender otro terreno (como la gramaticidad). El ejemplo que pone es interesante, porque «la miseria quiere compañía», como versión abreviada de «las personas que son miserables quieren compañía», supone un conjunto tácito bastante elaborado de sentido cultural en cualquier forma de esta expresión. El sentido de una expresión no es totalmente independiente de su gramaticidad, a pesar de las tentativas de crear reglas sobre los grados de gramaticidad, por confiar el lingüista en los sentidos culturales vulgares del hablante nativo. El uso implícito por el lingüista del conocimiento vulgar al construir frases gramaticalmente «correctas», cuyo significado cree que se comprenderá intuitivamente, supone que él y el «hablante nativo» comparten un ancho campo de sentidos vulgares implícitos.

Lo embarazoso de mi argumentación para los sociólogos está en suponer que el lingüista debe consultar al antropólogo y al sociólogo sobre la estructura y dinamismo del sentido cultural. Desgraciadamente, el sociólogo (y el antropólogo) se basa a menudo en el mismo conocimiento vulgar tácito que ha adquirido como cualquier otro miembro de la sociedad. El meollo del problema, tanto para el lingüista como para el sociólogo, puede verse en la distinción entre las pautas de pensamiento y el sentido, según se aprende en una cultura determinada, y las unidades de los lenguajes hablados y escritos (siguiendo la formulación de Lamb) que pueden ser estratificadas. El sociólogo (y el antropólogo) o el lingüista no pueden descartar el problema epistemológico planteado por la hipótesis Sapir-Whorf (como ocurre a veces), independientemente de la coherencia interna que pueda encontrarse en la estructura del lenguaje y en las instituciones sociales, como el parentesco, por ejemplo. La experiencia de los hechos y de los objetos de su medio que tiene el actor, sus pautas de pensamiento y los sentidos con que se enlazan se comunican por medio del lenguaje accidental y no accidental y a través de unidades habladas y escritas. La poca correspondencia entre estos dos sistemas paralelos, el accidental y el no accidental, hace tanto más importantes sus interrelaciones, por cuanto al pasar de una a la otra forma de razonamiento y en la comunicación en general, siempre tenemos un pie, por decirlo así, en el mundo vulgar de la vida cotidiana.15 Las condiciones o «reglas» que nos facilitan pasar de lo accidental a lo no accidental suponen que conocemos la estructura de ambos y, en particular, los detalles de cómo llegan a enlazarse.

EL LENGUAJE Y EL ESTUDIO DEL SENTIDO

El empleo del lenguaje como medio de investigación sociológica tiene que distinguir entre los elementos institutivo e innovativo.16 «Saussure llama al elemento institutivo lengua y, al elemento innovativo, habla; por definición, estos

14 Sol SAPORTA: «The Application of Linguistics to the Study of Poetic Language», en SEBEOK: Style in Language, op. cit., pág. 92. Subrayado en el original. 15 Vid. Alfred SCHUTZ: «Symbol, Reality, and Society», en Lyman BRYSON, Louis FINKELSTEIN, Hudson GOAGLAND y R. M. MACIVER (eds.): Symbols and Society (Harper), Nueva York, esp. págs. 147-189. Las ideas de Schutz sobre el significado se exponen en el capítulo siguiente. 16 Idem, pág. 9.

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dos juntos agotan el lenguaje».17 Esta distinción señala la importancia de saber algo sobre los signos que una persona recibe de otros miembros de la misma comunidad lingüística, y que contribuyen a su competencia como oyente en la conversación cotidiana. La lengua, como sistema, puede estudiarse en cuanto a sus rasgos estructurales y a su potencialidad de razonamiento. Es un depósito regido por reglas que pueden estar muy formalizadas. «Los hablantes nativos (excluidos los estudiosos) ignoran la historia de su propia lengua, lo cual quiere decir que esta historia no es pertinente al sistema, según lo conocen...».18 Ahora bien, la lengua es la base del habla, pero el habla es también la base del cambio del lenguaje, por su uso real en la vida cotidiana. Por tanto, la lengua representa, tanto los conocimientos oficiales (si hay documentos escritos), como los tradicionales que tienen los miembros de la sociedad en que se da la comunicación. El habla es el uso innovativo del lenguaje por medio del cual se crean día tras día nuevas definiciones de la situación. El sociólogo no puede evitar esta distinción al formular un proyecto de investigación, al hacer preguntas y analizar respuestas.

El que las expresiones comprendan palabras con cierta ordenación y con perfiles tonales implica que los actos de definición de la situación y de asunción de papel de un conjunto de actores en la comunicación verbal puedan ser conceptualizados a grandes rasgos y puedan ser sometidos a previa verificación empírica. Diversos actos lingüísticos pueden ser clasificados sintácticamente en «expresiones locativas» y «expresiones de respuesta».19 Las expresiones de respuesta se basan habitualmente en una respuesta a otras expresiones. «En contraste con las expresiones de respuesta, una expresión locativa es la generalmente empleada para iniciar un razonamiento o conversación: “¿Cómo está usted?”, “Le voy a decir una cosa”, “¿Tiene usted libros?”».20 Ziff pasa a describir algunas de las «condiciones» en que las expresiones «locativas» y «respondientes» estructuran las situaciones de la acción social. No es éste el lugar para ensayar un análisis detallado de todos los recursos y conceptos que los lingüistas y semánticos pueden ofrecen a los sociólogos. Sólo quiero indicar posibles estrategias que puede seguir la medida en sociología y la importancia de los estudios lingüísticos para fomentar su desarrollo. Los medios y conceptos del lingüista y del semántico ofrecen posibles procedimientos operativos para desmenuzar el sentido cultural y la estructura de la acción social.21

En las observaciones de Wittgenstein sobre el sentido, puede verse otro punto de vista relacionado: que el sentido de una palabra debe comprenderse por su uso, en que sentido es uso.22 El análisis de Ziff equilibra esta discusión; está de acuerdo con las consideraciones de Chomsky antes citadas. Ziff subraya la importancia, tanto de las estructuras sintácticas, como de las condiciones locativas que alteran 17 Esta distinción se debe a Ferdinand DE SAUSSURE: Cours de Linguistique Générale (ed. por Charles Bally y Albert Sechehaye, Payot), París, 4ª ed., 1949. El empleo que hago de estas nociones de Saussure lo he sacado de Rulon S. WELLS: «De Saussure’s System of Linguistics», en Martin JOOS (ed.): Readings in Linguistics (American Council of Learned Societies), Washington, 1957, páginas 1-18. 18 WELLS, loc. cit., pág. 9. Subrayado en el original. 19 Paul ZIFF: Semantic Analysis (Cornell University Press), Itaca, Nueva York, págs. 79-80. 20 Idem, pág. 80. 21 El lector podrá ver ejemplos precisos en N. CHOMSKY, M. HALLE y Fred LUKOFF: «On Accent and Juncture in English», en M. HALLE y otros (eds.): For Roman Jakobson (Mouton and Co.), La Haya, 1956, págs. 65-80. Además, N. CHOMSKY: Syntactic Structures, op. cit., cap. 7: «Some Transformations in English»; Roger BROWN y Albert GILMAN: «The Pronouns of Power and Solidarity», en SEBEOK: Style in Language, op. cit., págs. 253-276. 22 L. WITTGENSTEIN: Philosophical Investigations, op. cit.

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el sentido. La inclusión del énfasis sintáctico es un argumento importante contra la idea de que el sentido es una ficción locativa porque el uso cambia continuamente.

EL SENTIDO Y LA MEDIDA

Aunque los métodos de los lingüistas estructuralistas facilitan las estrategias de medida para el problema general del sentido, ha habido algunas tentativas especiales de medirlo directamente, que merecen comentario. Vienen a propósito los siguientes párrafos de Lounsbury:

1) Los rasgos semánticos pueden reconocerse de más de una manera en el lenguaje. Algunos pueden reconocerse claramente, con identidades fonémicas independientes, mientras que otros pueden ser reconocidos encubiertos, mezclados con otros rasgos semánticos en diversas identidades fonémicas, compartidas conjunta y simultáneamente.

2) En un solo rasgo semántico se mezclan a veces los dos modos de reconocimiento lingüístico: algunos rasgos aparecen, por decirlo así, en algunos puntos para hallar identidad independiente en la estructura segmentaría de un lenguaje, pero desaparecen en otros puntos, siendo identificables sólo como posible contraste entre varios segmentos ya irreducibles.

3) Hay dos modos posibles de tratar estas categorías «desaparecidas» en la descripción lingüística: a) puede dárseles calidad morfémica, forzando quizá la segmentación tan lejos como se la pueda llevar y recurriendo después a composiciones de imposible segmentación; o b) puede dárseles especial calidad submorfémica, como «componentes»,

4) La descripción de la estructura compositiva de las formas contrastantes es parte importante del análisis lingüístico, tengan o no correlato los contrastes en la estructura segmentaría de las formas.23

Lounsbury se interesa por la «semántica de referencia, más que por las distribuciones lingüísticas; los componentes han de ser rasgos semánticos, más bien que rasgos distributivos».24 Lounsbury muestra la importancia de relacionar el conocimiento sobre la etnografía de un grupo, en su caso, el uso de términos de parentesco y su puesto en las estructuras sociales generales, con la comprensión del sentido de las clasificaciones del parentesco en la sociedad, formulando hipótesis sobre la conducta social que puedan documentarse por la observación. El análisis de los términos de parentesco está informado por cierto conocimiento de los hábitos cotidianos. La estructura manifiesta de los términos puede corresponder a actos conductivos, mientras que las «reglas» abstractas y los sentidos tácitos pueden informar el uso que se les dé.

La idea de aplicar el análisis compositivo a las formas culturales (en oposición a las formas lingüísticas) es la base del interés de Ward Goodenough por «crear una ciencia empírica del sentido»:25

El aspecto del sentido que hay que considerar es la significación, a diferencia de la connotación. En el curso de esta exposición, que dará claro qué se quiere decir con estos términos, Baste decir ahora que el significatum de una forma lingüística está compuesto de aquellos elementos contextuales abstraídos con los que está en perfecta asociación, sin los que no puede darse propiamente. Sus connotata son los elementos conceptuales con los que está asociado frecuentemente, pero menos perfectamente. Los significata son requisitos, mientras que los connotata son probabilidades y posibilidades. Sólo aquéllos tienen valor definitivo.26

23 Floyd G. LOUNSBURY: «A Semantic Analysis of the Pawnee Kinship Usage», op. cit., págs. 161-162. 24 Idem, pág. 162. 25 Ward GOODENOUGH: «Componential Analysis and the Study of Meaning», Language, 32 (enero-marzo 1956), 195-216. 26 Idem, pág. 195.

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Los intereses de Goodenough son directamente pertinentes a problemas importantes de los sociólogos que se ocupan de la acción social como la define Weber. La siguiente descripción muestra cómo puede estudiarse el sentido cultural en situaciones vulgares, al menos en primera aproximación a lo que se practica e impone:

Supongamos ahora que el lenguaje en estudio es un lenguaje escrito y que la notación empleada por los letrados en él es en parte, pero no perfectamente, fonémica. Hay algunos fonemas que se escriben con más de un símbolo y, otros, que se escriben con el mismo símbolo, por ejemplo, los idénticos fonemas del inglés see y sea y los diferentes fonemas del inglés read en las expresiones will read y have read. Supongamos, además, que la labor del lingüista no sólo es determinar cuáles son los fonemas del lenguaje, sino mostrar cómo se relacionan con los símbolos empleados convencionalmente para escribirlo. Para ello, habrá de hacer que un hablante letrado le lea un texto escrito en el alfabeto convencional. Tendrá que registrar ese texto, al ser leído, en notación fonética y derivar los fonemas de la manera prescrita. Tendrá que hacer después una transcripción fonémica del texto, compararla con el texto escrito convencionalmente y comparar ambos con el texto registrado fonéticamente a fin de dar una explicación precisa de cuáles son los elementos fonológicos del lenguaje representados por los símbolos convencionales.

La situación que acabamos de describir es análoga a aquélla con la que se enfrenta el analista semántico. Mirando a encontrar las unidades conceptuales con las que se forman los significados de las expresiones lingüísticas, tiene ya dados los símbolos convencionales del lenguaje que representan más o menos esas unidades (o combinaciones de ellas). Ha de encontrar un informador que sepa cómo utilizar esos símbolos, El procedimiento es anotar qué símbolos lingüísticos usa el informador, en qué contextos y describir al mismo tiempo estos contextos mediante una notación que haga tantas distinciones como sean posibles y oportunas. Tal notación es análoga a la notación fonética del lingüista.27

La obra de Goodenough extiende los métodos aplicados al estudio de las estructuras sintácticas al estudio del sentido, ofreciendo bases potencialmente mensurables a teorías de la organización social que supongan congruencia entre las relaciones de papel y las categorías cotidianas significadas por los términos de parentesco, amistad, religión, etc. La matemática supuesta se asienta en la base de los axiomas de la teoría de conjuntos. Es probable que haya una estrecha correspondencia, especialmente en las sociedades pequeñas, entre la organización social descrita normativamente —esto es, sus rasgos institucionalizados— y los rasgos parejos de los axiomas de la teoría de conjuntos. Así, pues, estos rasgos «formalizados» de la organización social se corresponden con la lengua de Saussure. Pero, como indica Goodenough en la primera página de su artículo, no se interesa por el habla, aunque al recogerse información de personas, se pueden incluir elementos, tanto de la lengua como del habla. Goodenough otorga un papel poco importante en su obra a los rasgos connotativos del significado. Tradicionalmente, el antropólogo describe los sistemas de parentesco en sus aspectos formales, no en su carácter de practicados e impuestos. Con lo cual no se niega una descripción de éste en la etnografía en su conjunto, pero el método de obtener información de un informador importante es en sí, a menudo, un obstáculo para saber qué se practica e impone y, más, para conocer los rasgos innovativos de la organización social y del lenguaje. Goodenough señala, desde luego, que hay otras dimensiones del sentido que él no toca en su artículo, No queremos criticarlo por lo que no ha hecho, sino argüir que estas otras dimensiones, especialmente las de la interacción social, como la apariencia, el gesto (que él cita) y las relaciones de posición que se manifiestan en la interacción (que también cita) no son susceptibles de medida, como se entiende al presente, por los mismos supuestos matemáticos. Además, que los presentes recursos metódicos lingüísticos y semánticos para medir el sentido habrán de 27 Ward GOODENOUGH: op. cit., pág. 196. Subrayado en el original.

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EL LENGUAJE Y EL SENTIDO

reflejar el carácter problemático del habla. El trabajo de Goodenough es sugestivo como guía para descubrir la «lógica natural» del sentido vulgar, aun no siendo aplicables los procedimientos de medida.

Antes de terminar este epígrafe, es importante observar otro método de medir el sentido, que supone, tomándola como evidente, la relación entre la organización social y la lengua. Además, este método elimina los determinantes innovativos o locativos de la organización social y del lenguaje:

El sentido de «sentido», del cual queremos establecer un índice, es sicológico: ese proceso o estado de la conducta de un organismo usuario de signos que se supone es consecuencia necesaria de la recepción de signos-estímulo y antecedente necesario para la producción de signos-respuesta. Dentro del marco general de la teoría del aprendizaje, hemos identificado este estado cognoscitivo, el sentido, con un proceso representativo de mediación, tratando de precisar el estímulo objetivo y las condiciones de respuesta en que tal proceso se desenvuelve.28

El recurso real de medida, el «diferencial semántico», es semejante a las técnicas de escalas de actitudes, y se describe así:

El diferencial semántico es esencialmente una combinación de asociación dirigida y procedimientos de escalas. Damos al sujeto un concepto que diferenciar y un conjunto de escalas adjetivadas bipolares con las que hacerlo, siendo su única misión indicar, para cada punto (emparejamiento de un concepto con una escala), el sentido de su asociación y su intensidad en una escala de siete grados. El quid del método está, naturalmente, en escoger la muestra de términos polares descriptivos.29

El proceso de mediación de Osgood es una idea hipotética. Según ha observado Roger Brown: «Podría ser enteramente externo, sin invalidar las consecuencias conductivas. La teoría no puede juzgarse por las pruebas de respuestas implícitas fragmentarias, sino por la manera como logre predecir la conducta manifiesta (junto con el resto de la teoría del aprendizaje de Osgood). He visto que, al presente, no puede darse a este éxito nada que se acerque a una estimación final... Por último, los significados conductivos se encuentran hombro con hombro con los significados figurativos dentro del organismo: ni se revelan en la acción ni son susceptibles de introspección».30

LA TEORÍA SOCIOLÓGICA Y EL SENTIDO

La exposición del método y la medida ha subrayado la importancia de las condiciones invariables que constituyen la estructura de los actos vulgares. La explicación por Wittgenstein de la semejanza entre el lenguaje y el juego muestra que el aprendizaje de un conjunto de reglas abstractas nos capacita para actuar adecuadamente, a pesar de las contingencias que se producen en la partida.31 Gran parte de la obra de Wittgenstein trata de las «reglas» que rigen la vida cotidiana y su examen de ellas subraya la insistencia de Schutz en que la primera misión de la sociología debe ser estudiar las categorías empleadas por el vulgo. Por ejemplo: «Mirando el ejemplo de S1, podemos tener un atisbo de la gran medida en que esta noción general del sentido de una palabra rodea el funcionamiento del lenguaje con una niebla que hace imposible la visión clara, pues dispersa esta niebla para estudiar los fenómenos del lenguaje en sus tipos primitivos de

28 C. E. OSGOOD, G. J. SUCI y P. H. TANNENBAUM: The Measurement of Meaning (University of Illinois Press), Urbana, Ill., 1957, pág. 9. Subrayado en el original. 29 Idem, pág. 20. 30 Roger BROWN: Words and Things (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1958, pág. 102. 31 WITTGENSTEIN: Philosophical Investigations, op. cit., págs. 15-50.

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aplicación, con los que podemos tener una visión clara de la finalidad y del funcionamiento de las palabras».32 Wittgenstein prosigue con una exposición de los «lenguajes-juego», ofreciendo más base teórica para la noción de actos y «reglas» vulgares. Es de particular importancia lo que dice sobre los «límites»:

Porque, ¿cuáles son los límites del concepto de juego? ¿Cuándo consideramos todavía algo como un juego y cuándo deja de serlo? ¿Podemos indicar el límite? No. Podemos trazarlo; pues hasta ahora no se ha trazado ninguno. (Lo cual, sin embargo, nunca nos ha sido un inconveniente cuando utilizábamos la palabra «juego».)

«Pero, entonces, el uso de esta palabra no está regulado, el “juego” que jugamos con ella no está regulado»... No está circunscrito por reglas por todas partes; pero tampoco hay ninguna regla para lo alto que se eche la pelota en el tenis, ni con qué fuerza y, sin embargo, el tenis es un juego y tiene reglas también... Por repetirlo, podemos trazar un límite..., con una finalidad especial. ¿Quiere decir eso que se hace utilizable el concepto? ¡De ninguna manera! (Excepto para esa finalidad especial).33

Wittgenstein sigue observando que el concepto de «juego» tiene márgenes borrosos y que lo que se necesita a menudo son cuadros o nociones vagos. Es pertinente la idea de Schutz de que el razonamiento en la vida cotidiana está señalado por su carácter de dado por supuesto y, a menudo, ambiguo. Wittgenstein expresa con agudeza la necesidad de poner entre comillas la palabra «regla» cuando la utilizamos para describir actividades de sentido común:

En filosofía, comparamos a menudo el empleo de palabras con juegos y cálculos que tienen reglas fijas, pero no podemos decir que alguien que emplea el lenguaje está jugando a ese juego. Pero, si decimos que nuestros lenguajes sólo se aproximan a esos cálculos, nos ponemos al mismo borde de la confusión. Porque, entonces, podría parecer que estamos hablando de un lenguaje ideal. Como si nuestra lógica fuese, por decirlo así, una lógica del vacío..., cuando la lógica no trata del lenguaje —ni del pensamiento– en el sentido en que la ciencia natural trata del fenómeno natural, y lo más que se puede decir es que construimos lenguajes ideales. Ahora bien, esta palabra, «ideal», puede inducir a engaño, porque suena como si estos lenguajes fuesen mejores, más perfectos, que nuestro lenguaje cotidiano; y como si el lógico, por último, se dedicase a mostrar a la gente cómo debe ser una frase correcta...

¿Y no se da también el caso de que creamos las reglas mientras jugamos? Incluso hay otro en que las alteramos cuando estamos jugando.

He dicho que la aplicación de una palabra no siempre está limitada por reglas. Pero, ¿qué es lo que hace que un juego parezca siempre limitado por reglas, unas reglas que nunca permiten deslizarse una duda, tapando todos los resquicios? ¿No podemos imaginar una regla que determine la aplicación de una regla y una duda que la suprima, y así sucesivamente?

Ahora bien, eso no quiere decir que dudemos porque nos sea posible imaginar la duda. Yo puedo imaginar fácilmente a uno que dude siempre antes de abrir la puerta de su casa por temor a que se abra un averno tras ella y que tome sus precauciones antes de atravesarla (y que a veces pueda tener razón), pero eso no me hace dudar en el mismo caso.

Una regla existe como una señal. ¿No me deja la señal ninguna duda sobre el camino que debo tomar? ¿Muestra qué dirección debo seguir después de pasarla, por la carretera o el sendero o a campo traviesa? Pero, cuando se dice qué camino debo seguir, ¿en la dirección del dedo (p, ej.) o en la contraria? Y si hay, no una señal sola, sino una cadena de ellas, o de marcas en tierra, ¿habrá sólo una manera de interpretarlas? Así, que puedo decir: la señal, después de todo, no deja lugar a la duda. O más bien: a veces, deja lugar a duda y, a veces, no. Y, sin embargo, esto no es ya una proposición filosófica, sino empírica.34

Los comentarios de Wittgenstein sobre la filosofía —que trata de aclarar nuestro empleo de las palabras, por ejemplo, o de aclarar el «estado de la matemática que nos perturba»— son importantes para la sociología, por cuanto

32 Idem, pág. 4. 33 Idem, pág. 33. Subrayado en el original. 34 WITTGENSTEIN: op. cit., págs. 38-40. Subrayado en el original.

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EL LENGUAJE Y EL SENTIDO

parece decir que el lenguaje no está en perfecta correspondencia ni con la lógica formal, ni con el sentido de la vida cotidiana. El lenguaje y el «juego» tienen reglas, pero estas reglas no son precisas, en el sentido de agotar una serie de posibilidades o de determinar una serie de resultados posibles, Según dice, nos enredamos en nuestras propias reglas. Pero eso quiere decir que tenemos «reglas», no reglas, porque queremos saber cómo este enredo y las condiciones que rodean tales actividades originan tanto datos como barreras a la medición precisa. Los rasgos dudosos de la vida cotidiana no pueden ser explicados por la lógica formal ni por ningún sistema isomorfo a sus axiomas. El lenguaje que adoptamos para describir las realidades de la vida corre siempre el riesgo de enredarse con lo que queremos decir. La lógica de las actividades cotidianas en que se enclava el objeto social en estudio tiene que relacionarse con la lógica de la teoría del observador de manera que los dos sistemas sean distintos y, sin embargo, relacionados. Wittgenstein nos dice que nunca pueden ser perfectas las transformaciones que relacionan un sistema con otro y el lenguaje que describe cada sistema aparte y ambos sistemas juntos. Puede haber una consonancia general, pero no una correspondencia perfecta.

Pasando a un terreno más concreto, entre los diversos caracteres de las «reglas» que rigen el lenguaje, observamos uno, el estudio de la formación de modismos, que muestra la imperfección de la estructura sintáctica y del sentido, y que es realmente esencial para toda comprensión de la acción social. «Un modismo es una forma gramatical —morfema singular o forma compuesta—, cuyo significado no es deducible de su estructura».35 Como observa Hockett, continuamente se introducen modismos en todas las lenguas en varias clases de condiciones para su supervivencia. El que los modismos no sean deducibles de su estructura es una clara limitación a la integridad con que puede describirse una lengua, aunque en algunas se favorezcan ciertas pautas.36 Para nuestro interés, es decisivo lo siguiente:

Es notable que un hablante pueda decir algo que nunca ha dicho ni oído a oyentes para quienes esa expresión también es nueva y ser comprendido totalmente, sin embargo, sin que nadie sea consciente de la novedad, De hecho, sucede a diario, La manera como se produce es muy sencilla: la nueva expresión es una forma ocasional, formada con material conocido, según pautas conocidas...

Sin embargo, la mera ocurrencia de una forma ocasional por primera vez no constituye en sí la creación de un nuevo modismo. Hace falta otro elemento: algo más o menos inhabitual, o en la estructura de la nueva forma ocasional producida, o en las circunstancias, o en ambas cosas, que haga a esa forma memorable. Conforme pasamos por la vida, nos vemos constantemente en circunstancias que no son exactamente nada parecidas a nuestras experiencias. Cuando reaccionamos mediante el lenguaje a tales circunstancias parcialmente nuevas, podemos emitir una frase o una expresión que sea comprensible sólo porque quienes la oyen se enfrentan también con esas nuevas circunstancias. Alternativamente, un individuo puede reaccionar a circunstancias habituales con un dicho que sea algo inhabitual, siendo comprendido también por el contexto. Dada una novedad semejante, o de expresión o de circunstancias o de ambas cosas, el hecho introduce un significado especial en la forma lingüística que se emplea, y ésta se convierte en modismo...

Por tanto, el contexto total, lingüístico y no lingüístico, en que una forma ocasional adquiere calidad de modismo es su contexto definitorio.37

35 Charles F. HOCKETT: «Idiom Formation», en M. HALLE y otros (eds.): For Roman Jakobson, op. cit., pág. 222. 36 Idem, pág. 222. V. también HOCKETT: A Course in Modern Linguistics (Macmillan), Nueva York, 1958, caps. 17-19. 37 HOCKETT: «Idiom Formation», loc. cit., pág. 223. Subrayado en el original.

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La formación de modismos y el «nombrar» no son nuevos para ningún investigador sobre el terreno, pero no puede pasarse por alto que, para comprenderlos, hace falta conocer, tanto los rasgos lingüísticos como no lingüísticos que pueden ayudarle a explicar y predecir los hechos sociales. Su significado y su forma lingüística, que pueden abordarse o acometerse directamente con las técnicas ya citadas, son fundamentales para toda comprensión de la interpretación por el actor de un medio de objetos.

El que se empleen sentidos no representados en los datos manifiestos, por ejemplo, en los cuestionarios de entrevista, no quiere decir que hayamos de proponer ideas hipotéticas para explicar su papel en la acción social. Lo que hace falta es conceptualizar explícitamente cómo los actores deducen estos sentidos, obrando en consecuencia en el escenario social.

Al elaborar un modelo del actor suponemos que existen correspondencias imperfectas entre la lengua y el habla, los caracteres institutivo e innovativo del lenguaje; entre la organización social normativa idealizada o formal, y la organización social que se practica e impone; entre la estructura lingüística y el sentido; entre el objeto percibido, el sentido que se le atribuye, los actos por los que se consigue la permanencia del objeto y su descripción física; entre las reglas del juego y las «reglas» de la vida cotidiana y, por último, entre el escenario social, como lo perciben e interpretan sus miembros en algún instante como un mundo dado por supuesto y conocido de manera incuestionable y el mundo que puede hacerse dudoso durante la interacción por causa de contingencias potenciales y reales.

El investigador sociológico tiene que juntar a su metodología la teoría y los métodos necesarios para analizar la «etnografía del habla», si la investigación sobre el terreno y las técnicas experimentales han de reflejar la vida cotidiana.38 Trabajos recientes han mostrado que el análisis del lenguaje, de los gestos y de la presencia física pueden ser importantes medios de investigación para estudiar la solidaridad social, la distancia social, la distancia de papel, las relaciones de autoridad y la organización social general.39

38 Vid. Dell H. HYMES: «The Ethnography of Speaking», en Anthropology and Human Behavior (Anthropological Society of Washington, D. C.), 1962. 39 V., además de los trabajos citados anteriormente: Ch. FERGUSON y J. J. GUMPERZ (eds.): Linguistic Diversity in South Asia (Research Center in Anthropology, Folklore and Linguistics), Bloomington, Indiana, 1960; J. J. GUMPERZ: «Speech Variation and the Study of Indian Civilization», American Anthropologist, 63 (octubre 1961), 976-988; y Gregory P. STONE: «Appearance and the Self», en A. M. ROSE (ed.): Human Behavior and Social Processes (Houghton Mifflin), Boston, 1962, págs. 86-118.

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IX. LOS SUPUESTOS TEÓRICOS

La preocupación por los supuestos teóricos del método y la medida en los primeros capítulos de este libro quizá haya planteado cierto número de cuestiones al lector sobre qué es precisamente lo que he supuesto en cuanto a la teoría sociológica. En este capítulo trataremos de algunos temas teóricos sin tentativa alguna de darles fundamento crítico. Aun creyendo esencial exponer la base de los supuestos teóricos sobre la medición de los hechos socio-culturales, no tratamos de presentar los fundamentos de la teoría sociológica. Supongo una familiaridad general con las dos tradiciones principales de teoría —la idea clásica, que comprende a Comte, Spencer, Marx, Weber y Durkheim, y la idea de sicología social en la tradición de Baldwin, Freud, Cooley, Mead y Thomas— que siguen originando investigación y teorización sociológicas. Supongo, además —como se indica en el excelente artículo de Dennis Wrong1—, que cualesquiera ideas sobre el método y la medida suponen cierto tipo de actor; en consecuencia, ofreceré algunos detalles sobre el tipo de actor que suponen mis ideas. Puesto que mi interés fundamental es por el método y la medida en el plano del proceso social, o de lo que Max Weber llamaba «acción social», creo que el grueso de este capítulo debe atender a la estructura de la acción social y, en particular, a las «reglas» que rigen la conducta social.

EL PROBLEMA

El problema del orden, como lo planteó Hobbes —o, para el sociólogo, el problema del orden social—, sigue siendo una preocupación común para los teóricos clásicos de la sociedad y para los que adoptan la idea de sicología social. Aunque el sociólogo clásico entiende la sociedad como una organización unitaria (que puede ser dividida por instituciones, por ejemplo, la religión y el parentesco) y que las sociedades están relacionadas por sus «fases» de desarrollo, los que adoptan el punto de vista socio-sicológico están preocupados también por el problema del orden en relación con la iniciación, conservación, alteración y ruptura de las relaciones sociales cara a cara. Los sociólogos han solido centrarse en uno u otro plano de análisis, tanto por razones conceptuales como empíricas. Aunque ambos planos de análisis son necesarios, poco se ha hecho por mostrar su relación. Una manera de demostrar su relación es describir los problemas de medida que se plantean cuando las dificultades de investigación y de teoría exigen ambos planos de análisis.

Hobbes, considerando que en la situación humana cada hombre es enemigo de cualquier otro, en que la vida es «solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve»,2 pudo entender la relación entre hombre y hombre en la sociedad a través de la creación y creencia en el contrato social. Es un punto de partida importante el contrato social para considerar, tanto las ideas clásica como sico-sociológica del orden social, porque representa las condiciones formales que deben cumplirse si ha de evitarse el estado de guerra y mantenerse el orden y la seguridad. Precisando los tipos de acción social que predominan en estado de guerra —la falta de contrato social y de autoridad soberana—, Hobbes supone implícitamente cierta forma de acción social que ha de predominar, tanto con la guerra como con el contrato social.

1 Dennis WRONG: «The Oversocialized Conception of Man in Modern Sociology», American Sociological Review, 26 (abril 1961), 183-193. 2 Thomas HOBBES: Leviathan (ed. e introducción por Michael Oakeshott, Blackwell), Oxford, 1960, págs. 82-93.

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Pero la forma de acción social que ha de predominar bajo el contrato social, los necesarios elementos normativos para su conservación efectiva, depende de que se cumplan condiciones explícitas y tácitas. Las condiciones explícitas se explican a menudo por las leyes de una sociedad. Comprender las condiciones tácitas exige resolver el problema del sentido, porque estas condiciones implícitas suponen la percepción e interpretación por el hombre de normas de conducta compartidas con sus semejantes, pero que se siguen e imponen de manera diferente. La distinta interpretación y percepción de las normas de conducta (su carácter de practicadas e impuestas) exige una teoría explícita de la acción social; en que la acción social, como la define Max Weber, está compuesta por «toda conducta humana en tanto el individuo actuante le atribuya un sentido subjetivo... [y] tenga en cuenta la conducta de los demás, orientándose así su rumbo».3 Aunque Weber no precisó su definición de la acción social, su obra se basa quizá en este concepto.

Los teóricos clásicos se oponían a la reducción de la vida social a leyes o explicaciones sicológicas de la conducta humana. Aunque en sus primeros escritos trató del problema de la enajenación, Marx rechazó francamente la reducción de las estructuras jurídicas, políticas y sociales a conceptos sicológicos sobre la naturaleza humana.4 La argumentación de Marx es que la sociedad no puede explicarse refiriéndose a los singulares motivos personales del hombre, a sus esperanzas, temores y necesidades, sino que estos factores son consecuencia de la vida en sociedad. Para Marx, son las condiciones sociales, económicas y políticas de la vida lo que determina las características personales del hombre en la actividad de grupo. Las características y la conducta del hombre pueden estudiarse y explicarse examinando la vida del grupo. Los problemas de la sociedad no pueden reducirse a los de la «naturaleza humana». Freud subrayó también la importancia de las normas para comprender la conducta social general y, en particular, el dominio (control) social, en sus escritos sobre la interiorización de las normas sociales. La evolución del pensamiento de Freud, del énfasis sobre las condiciones biológicas a las sicológicas y a las sociales y culturales, subraya el problema del sentido en el estudio de la acción social.5

Durkheim subrayaba la noción de que la sociedad y la vida social no pueden explicarse por la constitución sicológica del individuo; sino que la sociología tiene su propio plano adecuado de abstracción, que no puede ser reducido al de la sicología individual y ha de estudiarse según los datos de su propio plano. Por tanto, las regularidades que se hallan en la «tasa social de suicidio» suponen la existencia de tendencias colectivas que son «exteriores» al individuo y no pueden explicarse con referencia a la psicología individual. La conducta de cada individuo, sus sentimientos públicos y privados, sus esperanzas y temores son influidos por las formas de la vida colectiva, que trascienden del individuo y que pueden estudiarse y comprenderse sin referencia a la conciencia particular de personas concretas. Todas las formas de vida colectiva (por ejemplo, la religión, el Derecho, la moral, las instituciones políticas, las costumbres y las prácticas de enseñanza) tienen su realidad independiente de la conciencia individual de las personas que cumplen los preceptos que el grupo prescribe y proscribe y, en consecuencia, pueden ser 3 Max WEBER: The Theory of Social and Economic Organization, trad. por A. M. Henderson y Talcott Parsons (Oxford University Press), Nueva York, 1947, pág. 88. 4 Vid. K. R. POPPER: The Open Society and Its Enemies (Routledge and Kegan Paul), Londres, 1957, vol. II, págs. 88-99; y Sidney HOOK: Towards the Understanding of Karl Marx (John Day Co.), Nueva York, 1933, págs. 90-101 y 147-186. 5 Vid. Sigmund FREUD: The Ego and the Id, trad. por Joan Riviere (Hogart Press), Londres, 1950; y Civilization and Its Discontents (Doubleday Anchor), Nueva York, 1958.

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estudiadas independientemente. Pero, como observa Durkheim, no toda conciencia social (en oposición a la conciencia individual) logra exteriorización y materialización. Hay mucha —la mayor parte— difusa y «en libertad». Y nos advierte que no debemos tomar el signo por la cosa significada. En nota de pie de página hace esta importante observación:

No esperamos que después de esta explicación se nos reproche querer sustituir en sociología lo interior por lo exterior. Comenzamos con lo exterior porque es únicamente lo dado de modo directo, pero sólo para alcanzar lo interior. Este procedimiento es, sin duda, complicado; pero no hay otro, a menos de correr el riesgo de que nuestra investigación sea aplicable a nuestras ideas personales sobre el orden de los hechos en estudio, en vez de a su mismo orden real.6

Así, pues, aunque gran parte de la vida colectiva no esté fijada o formulada claramente, digamos, bajo la forma de normas escritas o leyes, el estudio de sus preceptos tiene que considerarlos como externos a «cada individuo medio, tomado singularmente». Aunque podamos obtener información de individuos sobre el funcionamiento «interior» de la conciencia social y nos interesemos por las fuerzas sociales que dan y regulan el sentido de este funcionamiento «interior», lo de interés fundamental para el sociólogo es la manera como obramos bajo la presión de la colectividad.

Durkheim trata de la parte de la vida colectiva no fijada o formulada claramente en reglas escritas y leyes refiriéndose a la solidaridad orgánica y contractual. Observa que las relaciones contractuales se multiplican a medida que se divide el trabajo.7 Critica a Spencer por no ver que al mismo tiempo se desarrollan relaciones no contractuales. Durkheim señala que tenemos una solidaridad precaria cuando las relaciones socio-jurídicas se basan únicamente en los términos acordados de los contratos. Más precisamente:

Nos fuerza a tomar obligaciones que no hemos contraído, en el sentido exacto de esta palabra, pues no las hemos considerado de antemano. Desde luego, el acto inicial siempre es contractual, pero hay consecuencias a veces inmediatas que exceden los límites del contrato. Cooperamos porque queremos, pero nuestra cooperación voluntaria nos crea deberes que no deseábamos.8

Además de las condiciones tácitas de las relaciones contractuales, hay costumbres —reglas no sancionadas por ningún código, pero que, no obstante, nos obligan— que reflejan la experiencia tradicional y pueden ser independientes de las relaciones contractuales.9

En su obra conceptual y empírica sobre el suicidio, Durkheim se refiere continuamente al influjo del estado civil, la religión, la edad, nacionalidad, raza, estación, etc., utilizando claras tabulaciones cruzadas para mostrar de qué manera ha derivado los datos en conceptos explicativos como los de «ideas y prácticas colectivas», «tendencia al suicidio», «viudedad», «soltería», «sentimientos colectivos», la «integración de la sociedad religiosa», la «integración de la sociedad civil», la «integración de la sociedad política» y semejantes. Parsons observa que Durkheim utilizó inicialmente dos conjuntos de hechos sociales en su obra empírica: los

6 Emile DURKHEIM: Suicide, trad. por John A. Spaulding y George Simpson (The Free of Glencoe), Nueva York, 1951, pág. 315. 7 Emile DURKBEIM: The Division of Labor in Society, trad. por George Simpson (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1947, pág. 206. 8 Idem, pág. 214. 9 V. una exposición detallada sobre la importancia de las condiciones tácitas en los contratos sociales, en Talcott PARSONS: The Structure of Social Action (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1949, cap. VIII.

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códigos de Derecho y las estadísticas de suicidio; pero que los hechos sociales quedaron relegados después a lo que Parsons llama «categoría residual» y el esquema conceptual de Durkheim se convirtió en el de una trama cognoscitiva que subrayaba el «conocimiento por el actor de la situación de su acción».10 Parsons afirma que Durkheim confundía planos de abstracción al no discernir entre la «sociedad», los «individuos» y las propiedades nuevas que se forman cuando los elementos se integran en un conjunto. Pero Parsons deja claro que, también para Durkheim, «la sociedad no puede existir en principio, excepto como consecuencia sintética de la asociación de individuos».11

Mi interés por los cambios de postura conceptual y metodológica de Durkheim, según los describe Parsons, es decisivo por su énfasis sobre la acción social para estudiar el problema del orden social. Parsons señala que el sentido de la coacción cambia para Durkheim e indica un cambio de su perspectiva conceptual y metodológica. El problema del dominio (control) social se identifica con la coacción como la autoridad moral de un sistema de normas. La estructura social se convierte en un sistema común de reglas normativas que dependen también de normas o valores morales comunes. La exterioridad de la coacción en sentido cognoscitivo se transforma en la noción de normas que son «internas» al actor. Este, según Durkheim, llega a «identificarse» después con esas normas en el mismo sentido, observa Parsons, como con la noción de Freud de la «introyección» de normas en la formación del superyó.12

La obra de Parsons es importante porque manifiesta una convergencia en el estudio de la acción social en Durkheim y Weber, por ejemplo, la relación entre la legitimidad de los acuerdos y los elementos no contractuales del contrato. Otra conexión importante puede verse, según Parsons, en la interpretación por Durkheim y Weber de la coacción como autoridad moral.13 El interés principal de Parsons es estudiar la aparición de una teoría de la acción social en las obras de Marshall, Pareto, Durkheim y Weber y desarrollar una teoría general de la acción. Y hace una consideración final de la obra de Weber, por creer Parsons que fue el que más se acercó a formular una teoría explícita de la acción, pero con ciertas limitaciones:

Su teorización sistemática explícita tendía a desviarse en un sentido distinto al del actual interés principal, el de una clasificación sistemática de los tipos ideales estructurales de la relación social. Pero, a pesar de estas limitaciones metódicas, ha sido posible descubrir por análisis un esquema preciso de la estructura de una doctrina general de la acción que aparece en los puntos más estratégicos de la obra de Weber y, aunque él no reconoció claramente su carácter lógico, este esquema era absolutamente esencial a las conclusiones propias de Weber, tanto empíricas como teóricas.14

La «teorización de Weber en un sentido diferente» a la preocupación por una teoría general de la acción es importante para comprender el problema de la medida en sociología y para aclarar la teoría subsiguiente sobre la estructura de la acción social. La relación de los tipos sociales ideales con la acción social es lo importante para medir el proceso social y la estructura social. Parsons no se interesaba, desde luego, por los problemas metodológicos de medir la acción social y, por ello, no esperaríamos que se interesase por la relación entre las categorías sociales del observador y del actor, las categorías de medida y la acción social. 10 Talcott PARSONS: op. cit., pág. 366. 11 Idem, págs. 367-368. 12 Idem, págs. 385-389. 13 Idem, págs. 660-662. 14 Talcott PARSONS: op. cit., pág. 716.

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LOS SUPUESTOS TEÓRICOS

Para terminar este epígrafe, quisiera subrayar mi interés por enlazar la medida de la acción social con las deducciones sobre la estructura social. El estudio de la estructura social recogiendo hechos sociales como los nacimientos, fallecimientos, la edad, el estado civil y el divorcio no plantea un problema grave de medida. Por tanto, los demógrafos interesados por mostrar la disminución o aumento de la población pueden hacerlo sin graves problemas de medida. Cuando los sociólogos llegan a interesarse por explicar e interpretar las tendencias de la fecundidad dentro de una cultura y entre culturas, el examen de los hechos sociales per se puede ofrecer datos útiles para aclarar y señalar el camino hacia los tipos de acción social esenciales a un tipo particular de sociedad, por ejemplo, el estudio de las diferencias de fecundidad de familias dentro de lo que Durkheim llama la «sociedad civil». Los problemas de medida para estudiar realidades sociales en relación con la acción social son difíciles, sin embargo, y a menudo no pueden resolverse en nuestro estado presente de conocimientos. Los sociólogos que han dedicado grandes esfuerzos a estudiar empíricamente la acción social han sido llamados habitualmente «psicólogos sociales» por los teóricos que siguen la tradición clásica. El estudio y medición de la acción social implica conceptos como los de actitudes, asunción de papel y normas. Los sociólogos que siguen a los teóricos clásicos, aun aceptando a veces la «sicología social sociológica» como parte integrante de la sociología, considerarán en conjunto el estudio del proceso social según las actitudes, la asunción de papel y las normas como una reducción de la sociología a la psicología.15 El sociólogo que base su obra en el teórico clásico considerará probablemente el estudio de la acción social como aceptable en la medida en que se ponga el énfasis sobre los factores normativos y no normativos,16 particularmente, sobre cómo las condiciones no normativas obran como coacción para los motivos del actor compartidos con el grupo, sobre cómo afectan a sus conocimientos y entran en su asunción de papel en las situaciones de la vida cotidiana y en sus proyectos vitales. Aunque las formas de propiedad y del dominio de los medios productivos puedan considerarse como factores no normativos per se, asumen significación normativa, por cuanto la conducta del actor los tiene en cuenta como

15 Un sociólogo, Paul Lazarsfeld, ha dedicado la mayor parte de su trabajo a estudiar las actitudes en la conducta y, particularmente, a los problemas metódicos que se encuentran en su medida. En artículo inédito («Some Historical Notes on the Study of Action», 1957), arguye explícitamente que, según puede verse en la obra no traducida de Weber, reduce el estudio de las colectividades a la acción de los individuos, considerando que, en realidad, el estudio de la acción social concreta es misión del psicólogo. Analizando cuidadosamente las obras empíricas no traducidas de Weber, Lazarsfeld prueba que trató de mantener apartados su interés por la «sicología empírica» y su obra sociológica. La cuestión decisiva es si el concepto de acción social, tanto conceptual como empíricamente, requiere forzosamente el empleo de conceptos sicológicos como las actitudes (que se equiparan a los impulsos, necesidades, hábitos, etc.). 16 Vid. en David LOCKWOOD: «Some Remarks on “The Social System”», British Journal of Sociology, 7 (junio 1956), 136, una buena exposición sobre la diferencia y la importancia de los factores normativos y no normativos en el estudio del orden social. Lockwood emplea el término de «sustrato» para aludir a las condiciones no normativas que pueden influir la acción social, poniendo el ejemplo de la teoría de Marx sobre la clasificación (stratification) social, basada, según él, en «la diferenciación de los concurrentes grupos de intereses económicos de la sociedad sobre la base de la producción» (pág. 138), y en que se llama condiciones no normativas a la «organización real de la producción y a las consiguientes fuerzas, intereses, conflictos y agrupaciones» (págs. 137-138). La explicación de Lockwood sobre Parsons (de que «toda situación social está integrada por un orden normativo, que es el principal interés de Parsons, y por un orden real, o sustrato. Ambos son “datos” para los individuos; ambos forman parte del mundo social externo y coactivo» [pág. 139]) quizá merecería la aprobación de la mayor parte de los sociólogos, pero no está claro que la obra de Parsons excluya las condiciones no normativas de la acción social, particularmente, en cuanto llegan a formar parte del medio de acción del actor.

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condiciones para entendérselas (bien o mal) con su medio, y por cuanto su aparición, transformaciones y estabilidad constituyen parte del complejo socio-cultural total. La coacción y el conflicto social entre el orden no normativo y los valores y normas predominantes del orden social son empíricamente pertinentes en todos los planos de análisis. Me ha interesado el problema de medir la acción social en cuanto incluye las condiciones, tanto del orden real como del social y los métodos de investigación que han solido emplear los sociólogos para estudiar la acción social.

En el resto del capítulo, esbozaremos brevemente los elementos de la acción social que, es de suponer, tratan de describir y medir los métodos antes expuestos. Entendemos que la definición de Weber de la acción social significa que el sentido cultural (como propiedades compartidas por el grupo) orienta, rige y modifica las relaciones sociales y los intercambios personales durante la interacción directa y las comunicaciones secundarias. Se supone que conceptos como el de asunción de papel pueden estudiarse y explicarse sin referencia a cierto continuo hipotético fundamental de actitudes individuales (como lo define la sicología). Suponemos que la comprensión de la estructura de la acción social empieza y termina con la conceptualización y observación de un escenario de acción definido culturalmente. Por ello, el estudio de la acción social no puede reducirse a los móviles o actitudes sicológicas de los individuos que constituyen cierto grupo o colectividad, sino que la acción social ha de explicarse por las normas, valores o ideologías que son vinculantes para los miembros de un grupo y que rebasan a todo actor particular tomado como ser sicológico. El estudio de la sociedad en el plano de la acción social y el estudio comparado de las estructuras sociales como colectividades toman como punto de partida las condiciones reales y normativas. Estos dos planos de análisis están enlazados, aunque a menudo no explícitamente, por ejemplo, en el estudio sociológico del aumento y disminución de la población, en relación con la acción social, que conduce a un aumento de la fecundidad basado en factores regulados normativamente, como la ilegitimidad, las creencias religiosas sobre el número conveniente de varones en una familia, el desconocimiento de métodos anticonceptivos, etc. Entre otros ejemplos, podrían estar el estudio comparado de la industrialización y de cómo las expectativas culturales y las ideologías influyen la aplicación de la racionalidad en las organizaciones industriales en el plano de la decisión empresarial. Podemos ver otro ejemplo en la explicación por Bendix de la creencia de Marx en la razón. Bendix señala que Marx no «explicó por qué ciertos “ideólogos burgueses se han elevado al plano de comprender la evolución histórica” en conformidad con los principios del socialismo científico, aun chocando con su interés de clase burgués».17 En el plano de la acción social, el conflicto de clase se convierte en el estudio de las diferencias de percepción del medio y de cómo aparecen, logran estabilidad, se alteran o desaparecen las creencias o las ideologías culturales.

ELEMENTOS DE LA ACCIÓN SOCIAL

Trataré ahora de algunos elementos de la acción social supuestos en mis consideraciones anteriores sobre el método y la medida. Aludiré en adelante, a menos que haga otra precisión, a la teoría sociológica y al método y la medida en sociología en sentido general, pero en realidad me propongo utilizarlos en cuanto se

17 Reinhard BENDIX: Social Science and the Distrust of Reason (University of California Publications in Sociology and Social Institutions), Berkeley y Los Angeles, vol. I, núm. 1, 1951, pág. 18.

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refieren al estudio de la acción social. Evitaré, por ello, aludir continuamente a la teoría, al método y a la medida «en el plano de la acción social», pero entendiendo que el lector lo supondrá cada vez.

Un objetivo fundamental de la sociología es la búsqueda y medida de propiedades invariables de la acción social dentro del contexto de un orden social variable. Uno de los primeros en subrayar la importancia de los contactos directos, especialmente en las relaciones sociales íntimas entre personas de «grupos primarios», fue Charles Horton Cooley.18 Haciendo hincapié en el carácter social de la persona, Cooley insistía también en la importancia de las contingencias que surgen en la interacción social directa. Siguiendo la tradición de la obra de Cooley, George Herbert Mead prestó mucha atención a cómo el individuo puede prever la perspectiva del otro durante la comunicación. Observó explícitamente que la comunicación implica la transmisión de sentido.19 La amplia exposición de Mead sobre la asunción de papel atestigua la necesidad de incluir y estudiar la mutua modificación de la acción inherente a la asunción del papel del otro. El concepto de asunción de papel supone la noción de sentido o sentido «subjetivo» como la emplean Weber y Mead. En la investigación sociológica contemporánea se da la tendencia a aceptar como datos la importancia y las propiedades del significado en la asunción de papel, en vez de perfeccionar su conceptualización en la obra de Weber y Mead. Lo cual, tanto como de éstos, es cierto de Parsons. Y también es cierto respecto de la noción de la «persona-espejo» de Cooley y de la «definición de la situación» de Thomas. Todas estas nociones suponen que los significados, su creación, transmisión y comprensión, según cierto conjunto de normas, son cosas que pueden aceptarse como evidentes. Así, para Mead, el significado surge de las series de interacción social en que se encuentra el actor y es parte del escenario de la acción bajo la forma de respuestas y gestos físicos y verbales (y no verbales).20 Aunque está claro que durante la interacción se comunica sentido continuamente, sus propiedades no han sido objeto de estudio sociológico. Sin embargo, está claro que Mead presupone un orden de hechos regido por reglas de conducta («las reglas del juego») que constituyen la noción de la «actitud generalizada» del grupo.21 De un modo u otro, siempre se citan las «reglas del juego» para explicar la manera como los actores estiman recíprocamente su conducta y como se efectúa la asunción de papel. Así, aunque todos los sociólogos concordarán probablemente en que el actor se orienta por reglas de conducta, pocas veces señalarán la estructura de tales «reglas» ni cómo informan al actor sobre el carácter de su medio. Dicho de otra manera, ¿cómo consigue el actor interpretar su medio de manera socialmente aceptable? Cada vez que nos referimos a tomar el papel del otro, a la «definición de la situación» por el actor, al «otro generalizado», al «ser reflexivo», etc., presuponemos una solución al problema del sentido.22

18 C. H. COOLEY: Human Nature and Social Order and Social Organization (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1956. 19 G. H. MEAD: The Philosophy of the Present (Open Court), Chicago, 1932, págs. 83-84. 20 G. H. MEAD: Mind, Self and Society (University of Chicago Press), Chicago, 1934, pág. 78. 21 G. H. MEAD: The Philosophy of the Act (University of Chicago Press), Chicago, 1938, pág. 192. 22 Puede verse una tentativa muy citada de ampliar la obra de Mead, en Ralph H. TURNER: «Role-Taking, Role-Standpoint, and Reference-Group Behavior», American Journal of Sociology, LXI (enero 1956), 316-328. La formulación de Turner trata de descomponer el proceso de asunción de papel de modo que sea más conducente a procedimientos operativos; pero no atribuye calidad de variable al sentido subjetivo. Turner opta por dejar sin explicar la manera cómo el actor llega a atribuir sentido a su medio, prefiriendo tratar de la manera cómo el papel deducido del otro establece las condiciones de ejecución del papel propio. Supone, por tanto, la existencia real de un medio de objetos, de un orden social, que ya está sumamente estructurado, y en el que opta por «basarse» para particulares

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Talcott Parsons, que ha escrito extensamente sobre la conceptualización de la acción social, en sus primeras obras llama elementos de la acción social al actor, las normas, los fines y los medios. Después, precisa estos elementos describiendo al actor como sistema de acción per se (llamado el sistema de personalidad); el sistema social, como una red de relaciones interactivas entre actores; las variables típicas, como rasgos estructurales invariables de la experiencia y de las pautas culturales del actor (la noción de cultura se ha transformado después en sistema de acción).23 Parsons se refiere explícitamente al papel de las expectativas en la interacción del yo y del otro, al carácter contingente de escoger acciones alternativas, a la «estabilidad del sentido» observada por el yo y el otro y al papel de la cultura en ofrecer un sistema simbólico común o «modos de orientación».24

Aunque el empleo de conceptos por Parsons como los de «expectativas», «estabilidad del sentido» y «modos de orientación» pretende tratar del problema del sentido subjetivo, estos conceptos incluyen cierta variedad de reglas interpretativas para atribuir sentido a hechos y objetos. Lo que falta es un modelo del actor que nos permita distinguir entre las posibles reglas interpretativas que emplean el actor y el investigador para decidir la importancia o sentido de los gestos y verbalizaciones (o falta de gestos y verbalizaciones) del otro. El investigador no puede suponer que él y el actor gozan de la misma comunidad de estructuras de sentido subjetivo para atribuir significación cultural a un hecho u otro. Pero, ¿qué es lo que capacita al investigador para rebasar esta comunidad de sentido y atribuir significación científica a las reglas interpretativas empleadas por el actor?25 El primer paso es formular un modelo general que permita al investigador reconocer las posibles diferencias entre cómo atribuye sentido el científico a los hechos y objetos que estudia y cómo cumple los mismos objetivos el actor estudiado. El paso siguiente exige cierta explicación de las «reglas» que orientan la percepción e interpretación del medio por el actor. Será pertinente algún comentario sobre la noción de normas.

Tomando la norma como una «instrucción para la acción», podremos suponer que cierto conjunto de «reglas» o «modelos» constituyen los elementos que identificar. El actor decide en cierto modo lo que se espera o es adecuado percibiendo e interpretando el escenario social que se hace objeto de su interés. Mi exposición no se ocupa de la atribución de sentido a hechos u objetos determinados en situaciones particulares, sino más bien de las propiedades generales o invariables de las que pueda decirse que caracterizan las «reglas» o «modelos» por los que se atribuye sentido a hechos u objetos. Hace falta una explicación más detallada de las normas («reglas» o «modelos»), porque un papel, o el proceso de asunción de papel, está compuesto de normas. fines conceptuales y operativos. Pero éste es un orden social con propiedades no precisadas. Cómo llega el actor a deducir el papel del otro es decisivo, porque este papel del otro facilita la ejecución del papel propio. 23 Talcott PARSONS y Edward A. SHILS (eds.): Toward a General Theory of Action (Harvard University Press), Cambridge, 1951. Talcott PARSONS: The Social System (The Free Press of Glencoe), Nueva York, 1951. La noción de la cultura como sistema de acción está tratada en: PARSONS: «Introduction, Culture and the Social System», en T. PARSONS, E. SHILS, K. D. NAEGELE y J. R. PITTS (eds.): Theories of Society (The Free Press of Glencoe), Nueva York, vol. II, 1961. 24 V. Toward a General Theory of Action, op. cit., págs, 15-16. 25 Alfred Schutz y Harold Garfinkel describen la noción de una comunidad que el investigador debe sobrepasar en cierto modo, si ha de hacer algo más que emplear los mismos conceptos y reglas que el actor. Tomando la obra de Schutz como punto de partida, Garfinkel dice que este problema es el de «ver la sociedad desde dentro», en: «Common Sense Knowledge of Social Structures», relación leída en el IV Congreso Internacional de Sociología, de Milán, en 1959.

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LAS NORMAS Y EL SENTIDO SUBJETIVO

Muchos sociólogos siguen la tradición creada por Sumner en su obra Folkways.26 Una explicación reciente de esta postura se encuentra en el libro de Robert Bierstedt The Social Order.27 Según Bierstedt, las normas se refieren a formas de «hacer», en oposición a las formas de «pensar». Por ello, el orden social llega a equivaler a la existencia de normas. Las normas, para Bierstedt, son reglas o modelos a los que se espera que nos ajustemos. Dirigen nuestra conducta en la sociedad, habitualmente se dan por supuestas y pocas veces somos conscientes de ellas, excepto cuando son violadas.28 El énfasis que pone Bierstedt (y todos los sociólogos) sobre las propiedades de esperadas o «apropiadas» de las normas en situaciones determinadas plantea la siguiente cuestión: ¿cómo podemos decir que el orden social está constituido por normas que se refieren a lo que se espera o es apropiado? Si orden social significa un orden normativo compuesto por modelos compartidos, ¿no se quiere decir que la estabilidad del orden está en la existencia e imposición de ciertas propiedades cuya violación conducirá a perturbaciones temporales o permanentes, desorganización y caos?

Las normas se caracterizan como conjuntos distintos de reglas (modos populares [folkways], costumbres y leyes atravesados por las normas comunitarias —obligatorias para toda la sociedad— y las normas asociativas, aplicables sólo a ciertos grupos), que se espera respeten las personas de una sociedad determinada. Aun reconociendo el carácter constitutivo de las normas para el orden social, Bierstedt afirma explícitamente que incumbe al psicólogo determinar su carácter motivado. Sin embargo, hay dos clases de cultura, la «ideal» y la «real»; en aquélla, las personas se ajustan en el mismo grado, mientras que en ésta hay muchos grados de adaptación real.29 Podemos resumir como sigue la idea de las normas que declaran los seguidores de Sumner (por ejemplo, Bierstedt):

1. Aunque las diferencias de percepción, interpretación y móvil para obedecer a las normas determinan la medida y manera como son obligatorias para las personas en una sociedad determinada, el estudio y conceptualización de tales propiedades es terreno del ppsicólogo.

2. Entendidos como tres conjuntos separados, los modos populares, las costumbres y las leyes se cree que «están ahí» de cierta manera inequívoca y explícita. Sin embargo, hay muchos grupos en la sociedad con normas que difieren o chocan. La adaptación «ideal» y los grados de adaptación «real» parece que pueden conceptualizarse y estudiarse sin ocuparnos de las diferencias de percepción, interpretación y móvil para acomodarse.

Otra idea de las normas, que encontramos en el libro de Robin Williams, American Society,30 comienza por caracterizar la cultura como la base para una red elaborada de «reglas» que orientan al actor en situaciones diversas. Williams señala que en la vida cotidiana las personas pocas veces saben lo que determina su conducta o lo que se derivará de ella y habitualmente sólo se enteran de lo que «ha sucedido» después de haber ocurrido cierta serie de hechos, permaneciendo inconscientes de las «causas» y «consecuencias».31

26 William Graham SUMNER: Folkways (Ginn and Co.), Boston, 1906. 27 R. BIERSTEDT: The Social Order (McGraw-Hill), Nueva York, 1957. 28 Idem, pág. 175. 29 Idem, pág. 199. 30 R. M. WILLIAMS: American Society (Knopf), Nueva York, ed. corr., 1960. 31 Idem, págs. 23-25.

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Las normas culturales (que comprenden los objetivos y los medios para alcanzarlos aprobados por la cultura) son aprendidos y compartidos. van desde los tipos «técnico o cognoscitivo» hasta las normas «morales», pasando por los tipos «convencionales» (la moda y la etiqueta), los modelos «estéticos». Según esta interpretación, todas las normas tienen cierta cualidad prescriptiva o proscriptiva en sí. Williams expone cuatro «dimensiones principales» de las normas: su distribución (conocimiento de ellas, su aceptación o acuerdo y su aplicación a todos o a personas particulares); imposición («externamente», por castigo o recompensa, por instancia ejecutiva o grupo, o comunidad, por la firmeza y origen de la autoridad ejecutiva, o por «interiorización»); transmisión (aprendida en las relaciones primarias o secundarias, pudiendo estas relaciones reforzar lo aprendido) y adaptación (grado de adaptación o desviación, la medida de desviación o inadaptación a ellas).32

Williams observa que las propiedades reales de las normas se deducen del testimonio de personas o, indirectamente, por sus descripciones de la conducta aprobada o desaprobada en las situaciones y por observación de su conducta espontánea en la vida cotidiana. Los modos a posteriori de cerciorarse de la existencia y carácter de las normas, es decir, de preguntar a las personas u observar sus actos, exigen una trama teórica que pueda tener en cuenta, tanto la perspectiva del actor, como la del observador. Lo que puede llegar a ser un problema difícil, si recordamos que el actor, según Williams, habitualmente no sabe lo que ha pasado hasta después, o cuando ha ocurrido el hecho. Esta dificultad se complica al observar que el sentido de la norma puede variar con el tiempo, el lugar, las necesidades emotivas, los intercambios de grupo y personales y una multitud de presiones e intereses locativos.33 Lo que «esté ahí» como norma sólo puede saberse a posteriori y su misma «existencia» puede alterarse de acuerdo con las diversas limitaciones citadas. En resumen, la influencia de la norma que «está ahí» depende de la definición de la situación por el actor. Williams expresa claramente el carácter dudoso de las normas en su explicación sobre «la variación institucional y la evasión de las pautas normativas». Indica explícitamente el papel causal de las condiciones no normativas y de las diferencias individuales en la percepción e interpretación de las normas,34 aseverando además que el sociólogo debe tratar las diferencias de percepción e interpretación como «realidades dadas» y dejar la misión de explicarlas al psicólogo y al psicólogo social. Resumamos a Williams:

1. Las normas son proscriptivas y prescriptivas y se las descubre a posteriori cuando las fuentes de datos son el actor o el observador.

2. Toda norma está sujeta a un número desconocido de contingencias, como la definición de la situación por el actor, el tiempo, el lugar, las «presiones locativas» y semejantes.

3. El actor puede no conocer conscientemente las normas —que pueden estar «interiorizadas»— que intervienen en algún escenario social, pero que, no obstante, son «instrucciones de acción».

4. Hay variación normativa por causa de factores no normativos y de las diferencias individuales de percepción e interpretación. Estas contingencias o

32 Esta clasificación se basa en la primera edición de American Society, de Williams, y en un artículo que incorpora y amplía la formulación original. Cfr. Richard T. MORRIS: «A Tipology of Norms», American Sociological Review, 7 (octubre 1956), 610-613. Vid. WILLIAMS, op. cit., págs. 26-27. 33 WILLIAMS: American Society, op. cit., pág. 34. 34 Idem, pág. 377 y, especialmente, nota 4.

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diferencias no son variables sociológicas, pero han de ser explicadas por la teoría sicológica y socio-sicológica de la percepción.

El concepto de las normas que expresan Bierstedt y Williams plantea un problema importante y decisivo: ¿cómo pueden explicarse las normas o pueden imputarse a un medio de objetos, a menos que hagamos de sus diferencias de percepción e interpretación por el acto y de su definición general de la situación las propiedades fundamentales del concepto? Tratar de investigar las normas consultando a los actores u observando la interacción social supone una realidad social de propiedades estables y uniformes. Los tipos de respuestas pueden facultarnos a deducir la existencia y propiedades sustantivas de las normas, pero estos tipos no nos dicen cómo percibe el actor el papel del otro conformando su propio papel en consecuencia, No explican las diferencias de percepción e interpretación de las normas ni su carácter de practicadas e impuestas en la vida cotidiana. Los conceptos ideales del sociólogo sobre la existencia, estructura y alteraciones de las normas se abstraen de las diferencias de percepción del actor, de su interpretación y de los móviles para obedecerlas a través del tiempo. Es difícil imaginar una exposición de las normas independientemente de los procedimientos de abstracción de los procesos sociales reales. Las normas sociales como conjuntos ideales separados son abstracciones que hace el sociólogo y que documenta el conocimiento vulgar que tiene de ella. Pero si el concepto de Williams de las normas es significativo, se deberá otorgar semejante calidad problemática a los papeles sociales (en cuanto normas). Si la asunción de papel requiere que el actor entienda el papel del otro como condición para conformar su propio papel en la interacción subsiguiente, las diferencias de percepción, interpretación y móvil para ajustarse a papeles definidos normativamente durante la interacción serán variables para decidir de qué está compuesto el medio del actor y cómo este medio estructura la acción social.

Las «reglas» jurídicas formales, las «reglas» de etiqueta y las que rigen las actividades laborales ponen límites a la estructura de la acción social, pero son las condiciones informales y tácitas del contrato, por repetir la noción de Durkheim, lo que constituye el carácter obligatorio de tales «reglas». Por tanto, son las «reglas» tácitas lo que informa al actor sobre cuál es el afecto «apropiado» o «esperado» por parte de los demás y de sí mismo (por ejemplo, la entonación de voz necesaria para transmitir «enfado», «placer», etc., los gestos que deben acompañar a ocasiones particulares, y así sucesivamente). Los conceptos «típicos» y, a menudo, tácitos sobre lo apropiado y esperado proporcionan al actor un modelo implícito para estimar y participar en la conducta normativa (practicada e impuesta). Cuestión empírica que apenas ha tocado la sociología es cómo trata el actor las discrepancias entre las reglas estatuidas formalmente o escritas, sus expectativas de lo que es apropiado o esperado y el carácter de practicadas e impuestas, tanto de las reglas estatuidas como de las tácitas. De esta cuestión depende la precisa identificación de las unidades fundamentales del análisis social y la determinación de sus propiedades de medida.

UN MODELO VIABLE PARA LAS NORMAS

Las diferencias de percepción y el conocimiento por el actor de las reglas de conducta pueden ser de interés para el sociólogo, sin basarnos en los estados neurofisiológicos o sicológicos. Los pensamientos del actor que sean consecuencia de su peculiar constitución sicológica sólo interesan al sociólogo en tanto puedan

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explicarse con referencia a una cultura común; aunque no carecen de importancia para el sociólogo, les atribuye calidad residual. El modelo viable que expondré lo hemos adoptado de las nociones de la teoría del juego. La noción del juego que explica Garfinkel la han utilizado muchos sociólogos de orientación teórica y empírica porque supone un punto de partida conveniente para comprender las «normas» como las describen habitualmente los sociólogos y produce un modelo que evita las discrepancias de los conceptos corrientes.35

Garfinkel opta por trabajar con los juegos como ilustración de situaciones estables porque permiten al investigador describir una sucesión de hechos sociales en que cada jugador tiene cierto tipo o esquema de conocimientos sobre lo que hacen y pretenden él y los demás jugadores. Las reglas básicas del juego indican qué considerarán «normal» los jugadores que traten de cumplirlas.36 Las reglas básicas se definen por tres propiedades, que se llaman «expectativas constitutivas»: 1) las «expectativas constitutivas» trazan una serie de límites dentro de los cuales cada jugador tiene que tomar sus decisiones independientemente de gustos y disgustos personales y de planes y consecuencias para sí mismo y para los demás. Las opciones son independientes del número de jugadores, de las formas de las jugadas y del terreno del juego; 2) cada jugador supone una norma de reciprocidad con respecto a las alternativas que son obligatorias para todos y 3) los jugadores suponen que lo que esperan de los demás se entiende e interpreta de la misma manera.37

Garfinkel observa que las «expectativas constitutivas» pueden atribuirse a un conjunto particular de hechos posibles y no a otros, pudiéndose decir que ofrecen el «signo constitutivo» de este conjunto particular de hechos. El conjunto relacionado de hechos posibles al que se atribuyen las «expectativas constitutivas» recibe el título de «orden constitutivo de los hechos del juego».38 Así, pues, para Garfinkel, el juego se define por sus reglas, a las que se adscriben «expectativas constitutivas». Y observa que es posible crear un juego nuevo eliminando el «signo constitutivo» de un conjunto de hechos posibles, atribuyéndolo a otro conjunto. Además de estas reglas básicas, hay otros dos tipos de reglas que son caracteres decisivos de cualquier juego. Garfinkel las llama las «reglas del juego preferido» y las «condiciones impuestas por el juego».

Las «reglas del juego preferido» se distinguen de las reglas básicas por ser de cumplimiento discrecional para el jugador, que define el «procedimiento correcto» dentro de los límites de las reglas básicas, pero las «reglas preferentes» suelen obrar

35 Me basaré fundamentalmente en la relación de Harold Garfinkel: «A Conception of and Experiment with “Trust” as a Condition of Stable Concerted Action», leída, corregida y ampliada en la reunión anual de la Asociación Estadounidense de Sociología, de Washington, en 1957. Puede verse otra idea atractiva, con muchos caracteres semejantes, en los interesantes artículos de O. K. MOORE y A. R. ANDERSON: «Some Puzzling Aspects of Social Interaction», The Review of Metaphysics, XV (marzo 1962), 409-433; «The Structure of Personality», ibíd., XVI (diciembre 1962), 212-236; y «The Formal Analysis of Normative Concepts», American Sociological Review, 22 (febrero 1957), 9-17. 36 GARFINKEL: «A Conception of and Experiment with “Trust”...», op. cit., pág. 5. El lector observará que la formulación de Garfinkel, en cuanto se me alcanza, no admite explícitamente la posibilidad de un conflicto sostenido en el tiempo, porque en realidad no aborda el conflicto sustancial per se, sino los rasgos estables de las situaciones cotidianas y de juego, que han de regir aun habiendo un conflicto sustancial entre los participantes. Por tanto, se supone que existe cierto orden fundamental o conjunto de reglas, que admiten el conflicto sustancial y la armonía. No elimina el conflicto sustancial (por ejemplo, discusiones y desacuerdo continuos), sino que, simplemente, no es tema del trabajo. 37 Idem, págs. 5-6. 38 Idem, pág. 6. Subrayado en el original.

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independientemente de aquéllas. Esta independencia procede de diversos tipos de juego tradicional, de procedimientos «eficaces», de preferencia estética, y semejantes, que son libres para el jugador.39 Las condiciones impuestas por el juego sirven para explicar finalmente cómo se va a seguir, y se corresponden con cada conjunto de reglas básicas. Las decisiones de los jugadores están limitadas siempre por ellas, y son independientes de la victoria o derrota. Describen las características generales del juego, pero son invariables para cada situación particular del juego, porque siempre entran en cada decisión. Garfinkel ve un buen ejemplo de las condiciones impuestas por el juego en el ajedrez, en que las reglas básicas ofrecen una situación de perfecta información en todo momento. Un juego diferente, con diferentes reglas básicas, puede ofrecer tales condiciones. Así, en el póker, la situación es muy distinta y las condiciones impuestas por el juego son tales que cada decisión incluye un grado diverso de inseguridad.

Este análisis nos facilita distinguir las condiciones variables de juego y precisar qué reglas están «sobre la mesa» en cada situación particular. La noción de reglas básicas como conjunto de propiedades invariables permite al observador describir las pautas que sirvan para definir el juego correcto o «normal». Estas reglas pueden determinarse antes del juego real y facilitan manejar el escenario para predecir las consecuencias para los jugadores que no las cumplan. Ahora bien, las condiciones y reglas del juego, ¿nos ofrecen un modelo adecuado para caracterizar y estudiar las «reglas» de conducta de la vida cotidiana? Como respuesta previa a esta pregunta, convendrá precisar qué es lo que consideramos como las ventajas de emplear el modelo del juego para comprender las normas y la asunción de papel.

1. El modelo del juego capacita al investigador para hablar convincentemente sobre los distintos tipos de «reglas» que respeta el actor en su medio percibido.

2. Comprender las condiciones y reglas del juego permite precisar a priori lo que será «extraño» o «inhabitual» y, en consecuencia, lo que podremos llamar «esperado» y «apropiado».

3. Saber algo sobre las propiedades de las reglas constitutivas permitirá a los sociólogos precisar las propiedades que contribuyen a la estabilidad de la acción social.

4. La capacidad de precisar o identificar las reglas constitutivas y las reglas preferentes facilitará al investigador utilizarlas en experimentos para descubrir el carácter y las consecuencias de tipos determinados de interacción social.

5. La noción de «signo constitutivo» capacita al investigador para entender cómo varía a través del tiempo el escenario social o la definición de la situación.

6. El modelo del juego nos proporciona una base para precisar cómo entiende el actor el papel del otro, según qué «reglas», y cómo conforma su propio papel en consecuencia. Ello exige cierto análisis del problema del sentido cultural en la vida cotidiana y de cómo se atribuye locativamente a los objetos, las realidades y los hechos a través del tiempo.

Garfinkel observa que, extendiendo la noción de propiedades constitutivas a la vida cotidiana, las actuales preocupaciones por la calidad moral de las normas, su calidad jurídica o el uso consuetudinario no serán los problemas decisivos que deberá abordar inicialmente el sociólogo, sino que deberá preocuparse fundamentalmente por cómo las «normas» definen lo que Garfinkel llama los hechos

39 GARFINKEL: op. cit., págs. 7-8.

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«que se entienden normales». Entonces, el sociólogo podrá hablar de «medios organizados normalmente» y de «medios desorganizados socialmente» dentro de la misma textura, es decir, sin juzgarla (negativamente) dentro de un contexto moral. La proposición de Garfinkel de que los hechos percibidos tienen una estructura constitutiva requiere una explicación más detallada.

El concepto medular que emplea Garfinkel para considerar las bases de la acción social en la vida cotidiana es el de la «confianza». Es cuestión fundamental al respecto: ¿cómo perciben e interpretan su vida cotidiana los miembros de un grupo o sociedad? ¿De qué manera llegan a ser considerados los objetos, los hechos y las realidades como «normales», que «tienen sentido» o que son «comprensibles»? La noción de «confianza» explica la obediencia de las personas a un «orden constitutivo de los hechos». Sin embargo, este orden, ni se percibe explícitamente, ni se conoce uniformemente por una población determinada. La ambigüedad de las «reglas», además de las diferencias de percepción, de interpretación y de móvil para obedecerlas señalan que el actor tiene que «confiar» en su medio ante la inseguridad, pero señala también una base del cambio social. Puede haber o no más información que aclare o no el escenario social. La noción de «confianza» significa que el acto ha de «aceptar» y basarse en definiciones de la situación que son posiblemente dudosas y para las que no existen reglas explícitas. Si el «signo constitutivo» respetado por los actores puede precisarse conceptualmente y definirse operativamente en condiciones experimentales, tendremos una base para describir lo que podría «entenderse normal». Un modelo de normas y de asunción de papel tendría que dividir lo «que se entiende normal» en un conjunto de elementos que constituyesen condiciones variables por las que el actor interpreta su medio.

La noción de hechos que se entienden normales dirige la atención del investigador a: 1) la tipicidad de los hechos cotidianos y su probabilidad; 2) el modo como se comparan con los hechos del pasado, indicándose cómo podrían estimarse los hechos futuros; 3) la atribución por el actor de significación causal a los hechos; 4) la manera como los hechos encajan en las relaciones típicas de medios y fines de un actor o sociedad y 5) el modo como los hechos se estiman necesarios para el orden natural o moral de un actor o sociedad.40 La manera como el actor percibe su medio tiene su raíz en un mundo definido culturalmente. Las normas o reglas de conducta practicadas e impuestas variarán por tipicidad, comparabilidad, probabilidad, significación causal, esquema de medios y fines y el carácter del orden natural o moral. La asunción de papel dependerá de las mismas variables. El proceso de asunción de papel obliga al actor a decidir, durante la interacción, el carácter del papel del otro en condiciones de inseguridad. Es difícil encontrar un juego con reglas para todas las posibilidades que puedan o tengan que surgir. Durante la interacción social, los actores acuerdan seguir, a menudo tácitamente, cierto conjunto de reglas explícitas o implícitas. Además, está el problema de que el ritmo de las jugadas, su duración y semejantes no son materias sobre las que el jugador tenga un dominio completo. Sin embargo, todos estos problemas de los juegos resultan rasgos, como muestra Garfinkel, que el sociólogo debe clasificar dentro de una «definición de la situación» más precisa. Propone que la noción de «signo constitutivo» puede ser un rasgo integrante de todas las clases de hechos, desde el juego hasta la ciencia y desde la vida cotidiana hasta el sueño.

Las diferencias entre el juego y la vida cotidiana señalan las dificultades que puede esperar encontrar el sociólogo al tratar de medir los estados conductivos que

40 GARFINKEL: op. cit., pág. 2.

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reflejan normas y de estudiar el proceso de la asunción de papel. Una diferencia decisiva está en que en el juego el ritmo supone un contexto delimitado en que ha de decidirse el éxito y el fracaso, pues la partida hecha es lo que Garfinkel llama un «episodio encapsulado».41 Por tanto, el resultado del juego no depende en absoluto del desarrollo de las situaciones posteriores «externas» a las condiciones de la partida. En los asuntos de la vida cotidiana no se puede decidir para un período indefinido. O hay que volver a decidir una y otra vez. Otra cosa es que induce a error hablar de «reglas» y «normas» de la misma manera que hablamos sobre las reglas básicas y preferentes de un juego. El término «regla», cuando se usa en la vida cotidiana, no tiene la misma precisión y sentido que en el juego. Porque los hechos de la vida cotidiana no tienen las condiciones de límites absolutos que vemos en el juego. Cuando en el juego se viola una regla básica, termina la partida o se perturba su «normalidad» lo suficiente para que el jugador quede confuso, debiendo recurrir a cierta especie de «normalización».42 Sin embargo, en la vida cotidiana es difícil encontrar violaciones de las «reglas» o «normas» que provoquen una inestabilidad claramente mensurable del orden social. Las llamadas «reglas» de la vida cotidiana se violan continuamente, a menudo sistemáticamente, comprendidas las costumbres, sin que podamos mostrar una amenaza precisa e inmediata, o incluso a corto plazo, a la estabilidad del orden social. Solemos decir que si estas transgresiones continúan sistemáticamente a través del tiempo con gran número de participantes, el orden social «se derrumbará»; este argumento, sin embargo, no precisa «por cuánto tiempo», ni «cuántos participantes», ni «cómo será esa inestabilidad». Además, no tenemos manera de conocer qué nuevas formas de orden social aparecerán. La solución de Garfinkel a este problema es concentrarse en las propiedades de los hechos que se entienden normales y del orden constitutivo de tales hechos, no en las «reglas o normas» per se. Las «reglas» o «normas» sociales no tienen los límites de las reglas básicas de un juego; su estructura temporal es básicamente diferente.

Esta diferencia de estructura temporal puede explicarse por las propiedades invariables de las reglas de un juego, en oposición a las de la vida cotidiana. Las reglas básicas de un juego son calculables, por tener límites suficientes para permitir decisiones inequívocas sobre cuándo ha ocurrido algo «extraño», «inhabitual» o enteramente «irregular». En la vida cotidiana se «quebrantan» las leyes, siguiéndose varios procedimientos elaborados para aclarar lo que llega a ser invariablemente un problema ambiguo. Ello es cierto de nuestra determinación de las violaciones de las normas jurídicas; la policía, los testigos, el jurado, el juez, el defensor y el fiscal, la víctima y el acusado pueden tener apreciaciones muy fundadas que, en conjunto y al mismo tiempo, sean contradictorias, superpuestas y vagas. La situación se complica cuando nos enfrentamos con apreciaciones de materias no jurídicas e imprecisas: la estimación del carácter de otro, del estado de ánimo, del atractivo físico, de los objetos artísticos, del cónyuge y semejantes. Quisiera considerar las «reglas» de la vida cotidiana como esencialmente «incalculables», en el sentido de la medición ordinaria, por la discrepancia entre su descripción ideal y su carácter de practicadas e impuestas. Esta «incalculabilidad» no ha de verse meramente en los juicios del actor, sino también en el modelo que de

41 GARFINKEL: op. cit., págs. 27-28. 42 Idem, pág. 23. Garfinkel expone conclusiones de estudios sobre el juego de ceros y cruces que apoyan esta postura. Los resultados más llamativos son los que se obtuvieron con niños de cinco a once años, que quedan confundidos cuando se viola una regla básica. Los adultos suelen cambiar de orientación, considerando que la violación es «divertida», o que se trata de un juego «diferente», o desconfiando de la persona del experimentador.

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él tiene el observador. Lo cual no quiere decir que sea imposible un modelo preciso de los juicios del actor, sino que las medidas ordinarias que encontramos, por ejemplo, en la lógica bivalente, en las escalas ordinales y en la teoría matemática del juez no describen adecuadamente las decisiones cotidianas. Para desarrollar este tema, hemos de examinar con más detalle el proceso de asunción de papel. Hemos de decidir cómo entiende el actor el papel del otro y las propiedades que constituyen la estructura temporal de las decisiones cotidianas.

LA ASUNCIÓN DE PAPEL Y EL SENTIDO

Decir que los límites de las decisiones cotidianas son «incalculables» es una caracterización equívoca de la estructura de las decisiones cotidianas. Afirmo que las medidas existentes no tienen en cuenta los rasgos dudosos de estas decisiones. Para que los tengan en cuenta, habrá que extender las medidas existentes para que incluyan la medición de los juicios sometidos a las contingencias de las definiciones variables de la situación atribuidas al escenario social por el actor. Las dificultades inherentes a este problema conceptual pueden ilustrarse exponiendo el libro de Thomas C. Schelling, The Strategy of Conflict,43 en que se trata de mostrar explícitamente la influencia de lo que se llama conducta «irracional» sobre las opciones en los juegos de estrategia. Lo que Schelling llama «irracional» —un sistema de valores incoherente, un cálculo erróneo, poca comunicación e influencias casuales o fortuitas— es un suceso corriente en la vida cotidiana y, con nuestros presentes conocimientos, no está sujeto a medición precisa con los mecanismos ordinarios. Pero la explicación de Schelling no es lo suficientemente detallada para tratar de los matices del proceso de asunción de papel ni de cómo el actor define la situación y conforma su propio papel. La noción del juego de estrategia, en que cada jugador basa su opción en lo que espera haga el otro, es básica para la asunción de papel, pero no está claro cómo llega a definirse el escenario y se llega a configurar el propio papel en la interacción subsiguiente. Aunque la exposición de Schelling subraya el carácter «incalculable» de los juicios o decisiones cotidianos, empleándose las medidas ordinarias, su obra da por supuestos exactamente aquellos rasgos del sistema social de los cuales el sociólogo ha de dudar. Por ejemplo, al proponer que el experimentador junte a jugadores «cooperantes» y «no cooperantes» y oriente a los jugadores hacia «sistemas coherentes o incoherentes de valores», supone que las normas y los valores son claros y fácilmente precisables, y que el proceso de asunción de papel no está afectado gravemente por sus diferencias de percepción, interpretación y motivos de obediencia.

Pero, ¿cuáles son las dificultades patentes? ¿Qué elementos de la asunción de papel exigen una explicación más precisa si han de aclararse los problemas de medida? Ward Edwards ilustra los rasgos difíciles de la asunción de papel en situaciones experimentales en que el experimentador y el sujeto compartan presumiblemente el mismo lenguaje, empleando términos que se supongan claros e inequívocos. Observa:

Muchas de las instrucciones empleadas más corrientemente en los experimentos sicológicos son, en el mejor de los casos, ambiguas y, en el peor de los casos, internamente contradictorias. Por ejemplo, consideremos una prueba de rapidez mental. Sus instrucciones dicen: «Conteste tantas preguntas como pueda. Tiene diez minutos para esta parte de la prueba.» ¿Qué se espera haga el sujeto? ¿Debe cerciorarse de que cada contestación es

43 Thomas C. SCHELLING: The Strategy of Conflict (Harvard University Press), Cambridge, 1961.

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correcta, reduciendo los errores, pero ocupándose de pocas preguntas, relativamente? ¿Debe contestar tantas preguntas como sea posible, tratando de adivinar las contestaciones que no sepa? ¿O tendrá que adoptar alguna combinación de estas tácticas, y qué combinación? Las instrucciones no lo dicen, De hecho, las instrucciones le hacen cumplir una imposibilidad: dicen que debe contestar a un máximo de preguntas haciendo un mínimo de errores. Son instrucciones incoherentes. Una computadora rechazaría, por no tener solución, un problema que se le presentase con tales instrucciones. Las personas, que son más tratables y menos lógicas, cumplen estas tareas todos los días. La única manera de hacerlo es procurarse cierta especie de instrucciones propias que sustituyan a esas imposibles.44

Edwards señala, además, que surgen los mismos problemas en otras situaciones experimentales en que se incluye el tiempo, el número de respuestas correctas y el número de respuestas incorrectas. Y apunta que las instrucciones incoherentes o ambiguas es «más probable que se den cuando se define como ideal una ejecución perfecta (por ejemplo, todas las preguntas deben contestarse acertadamente), pero sin dar la información que facilite al sujeto estimar la relativa inconveniencia de diversos tipos de desviaciones de la perfección».45 Para evitar la incoherencia y ambigüedad de las instrucciones a los sujetos, Edwards propone que el experimentador explique al sujeto la táctica óptima, aunque los experimentos han demostrado que los sujetos pocas veces siguen esa táctica cuando se les revela. Y supone que la eliminación de contradicciones internas reducirá el error experimental, haciendo más fácil de interpretar el experimento. La parte más interesante del artículo de Edwards está en sus observaciones sobre el papel de los criterios estimativos que siguen el experimentador y el sujeto. Plantea la cuestión de los efectos de las diferencias de criterio entre el experimentador y los sujetos, señalando el obvio problema de decidir la importancia o sentido de los resultados experimentales. Observa que «el dinero quizá sea la dimensión estimativa más utilizada y entendida en general en nuestra cultura; casi todos los sujetos entenderán la afirmación: “Su propósito en este experimento es volver a casa habiendo ganado tanto dinero como pueda”».46 El artículo de Edwards señala inequívocamente el problema de definir la situación de modo que el experimentador conozca las propiedades del medio de objetos que tanto él como los actores en estudio han de percibir e interpretar de la misma manera y ante las cuales se espera que muestren un móvil complementario de obediencia. Se debe informar a los sujetos sobre los criterios estimativos que se espera sigan. Al explicar un experimento o redactar un cuestionario para medir la asunción de papel, el investigador debe tener cierta forma de conceptualizar el medio del actor y su móvil cultural para percibirlo e interpretarlo. Pero la argumentación de Edwards supone que el sentido del criterio estimativo, en su caso el dinero, está bastante claro y regularizado para que la investigación del experimentador no se vea confundida por las variables culturales que son consideraciones necesarias en los experimentos sicológicos. Pero si esto es cierto en cuanto a los experimentos sicológicos, ¿no será cierto también respecto de los experimentos y encuestas sociológicos? ¿Cómo podremos saber qué significan nuestros datos sustantivos si no hemos resuelto el problema de los criterios estimativos planteados por Edwards? Comprender la manera como el actor entiende el papel del otro supone que se ha resuelto el problema de cómo atribuye sentido a su medio. Pero el carácter de esta comprensión del papel del otro es un problema que pocas veces han elaborado los sociólogos. (Por ejemplo, ¿cómo decide el sujeto el sentido de los puntos de un

44 Ward EDWARDS: «Costs and Payoffs are Instructions», Psychological Review, 68 (julio 1961), 275-276. 45 Ward EDWARDS: op. cit., pág. 276. 46 Idem, pág. 281.

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cuestionario?) Tal investigación exigiría que el sociólogo ofreciese de otra manera una solución al problema planteado por Edwards; a saber, determinando cómo atribuye el actor sentidos culturales en la asunción de papel y señalando las propiedades variables e invariables de estos sentidos culturales.

EL SENTIDO Y IA COMUNICACIÓN

Para nuestros fines, supondremos que el sentido se refiere a la interpretación de cierto signo de acuerdo con cierta pauta.47 Siguiendo a Alfred Schutz, las cosas que los signos representan han de decidirse con referencia a cuatro tipos de órdenes.48 Schutz divide las «reglas» o «pautas» indicadas por Kecskemeti en distintos tipos de órdenes o maneras en que los signos pueden ser analizados por el observador. Esto constituye un modelo por el cual el observador puede ordenar el sentido que los sujetos atribuyen a los hechos. En la vida cotidiana, arguye Schutz, tendemos continuamente a sustituir un orden por otro, pero a menudo nos centraremos en un orden, haciendo a los demás discrecionales o contingentes. Lo interesante es que el signo o símbolo importante de algo para algún actor o grupo puede carecer de toda importancia para otro actor o grupo.49 Los tipos diferentes de órdenes por los que se interpretan los objetos, realidades y hechos pueden caracterizarse por cuatro formas básicas de relaciones «representativas» (es decir, de relacionar los signos con las cosas a las que se refieren) que emplea el actor para rebasar el mundo a su alcance. Estas cuatro formas son señales, indicaciones, signos y símbolos. Las tres primeras rebasan el mundo al alcance del actor, pero son relaciones «representativas» que se encuentran en el mundo de la vida cotidiana. La cuarta rebasa el mundo al alcance del actor proporcionándole también la base para rebasar el mundo de la vida cotidiana. Estas cuatro formas de relaciones «representativas» nos ofrecen un modelo para comprender la comunicación entre las personas. Dicho de otra manera, estas relaciones entre el signo y lo signado son ingredientes necesarios de la asunción de papel, pues nos dicen cómo llega el actor a atribuir sentido a los objetos y hechos de su medio.

El actor experimenta el mundo a su alcance como parte de su peculiar situación biográfica, y ello «implica rebasar el aquí y ahora al que pertenece».50 Por eso, el actor aborda la situación de asumir un papel con un fondo de precedentes o ignorancia,51 anterior a sus abstracciones de los objetos y hechos inmediatos de su campo visual. Schutz observa que una manera como encontramos nuestra senda por la vida, especialmente en ocasiones en que volvemos a cierta parte de ella después de haber estado ausentes, es marcar ciertos objetos. La marca, por ejemplo, la anotación al margen de un libro, o el breve comentario en una agenda, sirven de recuerdo subjetivo para el intérprete cuando algún objeto vuelve a su alcance (o vuelve él al alcance del objeto o hecho). Esa marca rebasa el mundo sensible del aquí y ahora del actor, representando una selección arbitraria de

47 Paul KECSKEMETI: Meaning, Communication, and Value (University of Chicago Press), Chicago, 1952, págs. 7-9. 48 Alfred SCHUTZ: «Symbol, Reality, and Society», en L. BRYSON, L. FINKELSTEIN, H. HOAGLAND y R. M. MACIVER (eds.): Symbols and Society (Harper), Nueva York, 1955, que contiene una detallada exposición de cómo ocurren los emparejamientos entre los signos y lo signado. 49 Idem, pág. 150. 50 Alfred SCHUTZ, op. cit., pág. 156. 51 V. el excelente artículo de Louis SCHNEIDER: «The Role of the Category of Ignorance in Sociological Theory: An Exploratory Statement», American Sociological Review, 27 (agosto 1962), 492-508.

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ciertos objetos para recordar algo al actor. La señal del libro se empareja con su sentido alusivo: «observación importante del autor».

Otra forma de emparejar por representación que sirve al actor para rebasar el mundo a su alcance la llama Schutz indicación. Schutz observa que lo que llama indicaciones abarca lo clasificado frecuentemente bajo la expresión «signos naturales».52 La indicación, como la marca, no supone intersubjetividad, y se describe como sigue:

El miembro indicador de la pareja no sólo «atestigua» al indicado, no sólo lo señala, sino que implica el supuesto de que el otro miembro existe, ha existido o existirá. Además, el miembro indicador no se percibe como un «ser», esto es, meramente en el esquema preceptivo, sino que «recuerda» o «pone en juego» representativamente al indicado. Sin embargo, es importante que queda oscuro el carácter particular de la conexión con el móvil. Si hay comprensión clara y suficiente del carácter de la conexión entre los dos elementos, no tenemos que ver con la relación alusiva de la indicación, sino con la deductiva de la demostración. La limitación que impone esta última frase elimina, por ello, la posibilidad de decir que la huella de un tigre (reconocida como tal) es indicación o «signo» de su presencia en la localidad. Pero el halo de la luna indica que va a llover y el humo indica fuego...».53

Para Schutz, un signo designa «objetos, realidades o hechos del mundo exterior, cuya aprehensión representa para el intérprete las cogitaciones de un semejante».54 Los objetos, realidades y hechos interpretados como signos, dice Schutz, tienen que referirse directa o indirectamente a la existencia física de otro actor. El caso más sencillo es el de las relaciones directas, pero están comprendidos también las distancias de tiempo o espacio; no obstante, eso no quiere decir que haga falta una percepción real, pues el actor puede recordar o imaginar el objeto, realidad o hecho. Además, la interpretación de un objeto, realidad o hecho como signo de las cogitaciones de alguien no quiere decir forzosamente que el comunicador destine las cogitaciones a la interpretación de otra parte o de que ese intérprete sea escogido como receptor de las cogitaciones. Por último, los dos actores implicados no tienen que ser conocidos. Estará claro, sin embargo, como observa Schutz, que la comunicación o asunción de papel entre personas exige que compartan un sistema semejante de pertinencias. «Para lograrse, todo proceso comunicativo tiene que implicar, por ello, un conjunto de abstracciones o tipificaciones comunes».55 La base para las abstracciones o tipificaciones comunes la ofrecen el vocabulario y la estructura sintáctica del lenguaje cotidiano. Desgraciadamente, los textos de sociología omiten el lenguaje y el sentido y las teorías de la asunción de papel los tratan como evidentes. Queda sin aclarar la manera como el actor de la vida cotidiana y el sociólogo que lo observa llegan a abstracciones o tipificaciones comunes.

La última forma representativa que expone Schutz son los símbolos. Define la relación simbólica:

Como una relación representativa entre cosas que pertenecen, al menos, a dos ámbitos limitados de sentido, de manera que el símbolo representativo es un elemento de la realidad suprema de la vida cotidiana. (Decimos «al menos, dos» porque hay muchas combinaciones, como lo religioso, el arte, etc., que no podemos estudiar en este artículo).56

Hasta aquí, los miembros representativo y representado de la pareja de toda relación entre signo y signado, así como el intérprete, pertenecen a la realidad de la

52 SCHUTZ, op. cit., pág. 159. 53 SCHUTZ: op. cit., págs. 158-159. Subrayado en el original. 54 Idem, pág. 166. 55 Idem, pág. 170. 56 SCHUTZ: op. cit., pág. 189.

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vida cotidiana, mientras que la representación simbólica rebasa su limitado ámbito de sentido. En las formas simbólicas superiores, sólo el miembro representativo se refiere a la vida cotidiana, mientras que el miembro representado tiene su realidad en otro ámbito de sentido, como el mundo de la ciencia, la fantasía y semejantes.

Los cuatro tipos de parejas que explica Schutz y las marcas, indicaciones, signos y símbolos que expone implican ciertos rasgos fundamentales de la vida cotidiana a los que ha prestado mucha atención. Toda exposición de los elementos analíticos de la interacción social en general y de la asunción de papel en particular requiere referencia explícita a la situación social total en que ocurre la asunción de papel. Los siguientes elementos de la situación social pertinentes a la asunción de papel, aunque no son exhaustivos, se presentan como esenciales al esquema de Schutz:

1. Reciprocidad de las perspectivas. La conexión entre el signo y lo signado supone que: 1) en la vida cotidiana, el actor da por supuesto que él y los demás actores tendrán la misma experiencia si se intercambian los lugares y 2) el actor supone «que las diferencias originales en nuestros sistemas particulares de pertinencias pueden despreciarse para el fin del momento y que él y yo, que “nosotros”, interpretamos los objetos, realidades y hechos actual o potencialmente comunes de manera “realmente idéntica”, es decir, suficiente para todos los fines posibles».57 Nuestros mundos coinciden. «Los dos flujos del tiempo interior, el suyo y el mío, se sincronizan con el hecho del tiempo exterior»,58 permitiendo a nuestros actores una base para comunicarse mutuamente. La reciprocidad de perspectivas nos dice que la fidelidad de la asunción de papel supone experiencias comunes que hacen a tal actividad contingente a las interpretaciones, durante la interacción, que dan a los objetos, hechos y realidades los actores interesados.

2. Los conocimientos del actor. Schutz observa que la mayor parte del conocimiento del actor se deriva socialmente de los demás. El conocimiento está distribuido socialmente y los conocimientos de un actor difieren de los de otros.59 Los actores de la vida cotidiana, a fin de comunicarse sobre materias aprobadas socialmente y dadas por supuestas, tienen que hacer ciertas suposiciones sobre qué conoce su vecino y cómo conocen ambos el «mismo» hecho.60 Los conocimientos del actor llegan a ser, pues, una variable de su entendimiento del papel del otro y de cómo lleva su propio papel.

3. La tipificación. El conocimiento socialmente distribuido que se da por supuesto en la comunicación cotidiana se intercambia en un contexto en que el actor tipifica, tanto su conducta como la del otro.61 En el intercambio de conocimiento socialmente aprobado y distribuido se suponen papeles sociales y expectativas típicas. «El conocimiento socialmente aprobado está compuesto... de un conjunto de instrucciones que sirven a cada miembro del grupo para definir su situación de manera típica en la realidad de la vida cotidiana».62 El lector observará, como lo hace Schutz, que estas consideraciones se remontan explícita o implícitamente a los escritos de Simmel y Durkheim que se ocupan de la conciencia individual y colectiva; de Cooley en su noción de la «persona-espejo» y de G. H. 57 Idem, pág. 163. 58 SCHUTZ: op. cit., págs. 164-165. 59 Vid. SCHNEIDER: «The Role of the Category of Ignorance in Sociological Theory», op. cit. 60 SCHUTZ: «Common-Sense and Scientific Interpretation of Human Action», Philosophy and Phenomenological Research, 14 (septiembre 1953), pág. 10. 61 Ibíd., págs. 11-14. 62 SCHUTZ: «Symbol, Reality, and Society», op. cit., pág. 194.

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Mead en sus conceptos del «otro generalizado», el «yo» y el «mí».63 Sin embargo, lo que falta en sus escritos es la atención precisa y la calidad de variable que Schutz atribuye al mundo de la vida cotidiana como base para nuestro entendimiento de los objetos, realidades y hechos, mostrando los tipos de emparejamientos que enlazan los signos con lo que signan y que las marcas, las indicaciones y los signos son las referencias «representativas» que estructuran este entendimiento. Los símbolos, como formas superiores de referencias representativas, tienen sus raíces en esta realidad de la vida cotidiana, pero estructuran también nuestro entendimiento de los objetos, realidades y hechos que rebasan nuestra experiencia de la vida cotidiana. Las realidades que trascienden de la vida cotidiana, como la ciencia, el arte, la fantasía y la poesía, no pueden entenderse sin referencia a la vida diaria. Schutz observa que el mundo de la vida cotidiana, como conjunto de estructuras de sentido subjetivo aprobadas socialmente y dadas por supuestas, se corresponden con la noción de Thomas de la definición de la situación. El problema del sentido subjetivo requiere, pues, que la comunicación cumplida en el proceso de asunción de papel reciba calidad de variable según las maneras como los actores puedan intercambiarse y se intercambien relaciones de signo y referente. Precisemos:

1. Supóngase que «definición de la situación» quiera decir lo mismo que «signo constitutivo». El signo constitutivo de un conjunto particular de hechos proporciona el «sentido de realidad» que Schutz atribuye a la teoría de William James de muchos subuniversos entendidos como realidades diferentes.

2. El problema del sentido entra en el cuadro inmediatamente, pues:

A fin de liberar a esta importante idea de su marco sicológico, en vez de muchos subuniversos de la realidad, preferimos hablar de ámbitos finitos de sentido, en cada uno de los cuales podemos poner el signo de realidad. Decimos ámbitos de sentido, y no de subuniversos, porque es el sentido de nuestras experiencias, y no la estructura ontológica de los objetos, lo que constituye realidad.64

Un conjunto determinado de experiencias se llama ámbito finito de sentido cuando muestra un «estilo cognoscitivo específico». Un mundo social o una realidad particular, en cuanto ámbito finito de sentido, como la noción de «orden constitutivo de los hechos», capacita al observador para precisar las propiedades del medio de objetos a las que responde el actor.

3. El estilo cognoscitivo, u orden constitutivo de los hechos, o signo de realidad, en cuanto conceptualizado por el observador, es un modelo para decidir cómo interpreta el actor sus experiencias durante la interacción social. Dicho de otra manera, el modelo ofrece una base para decidir, desde el punto de vista del actor, la «extrañeza», los rasgos «habituales» o «normales» de su campo visual y pensamientos particulares, es decir, la base para entender el otro papel.

4. Schutz dice que pasar de un ámbito finito de sentido a otro es un «choque». Por ejemplo:

Hay tan innumerables tipos de distintas experiencias traumáticas como ámbitos finitos de sentido en los que puedo poner el signo de realidad. Algunos ejemplos: el choque de dormirse, como salto al mundo de los sueños; la transformación interior que sufrimos cuando se levanta el telón del teatro, como paso al mundo de la representación; nuestro cambio radical de actitud cuando, ante un cuadro, permitimos que nuestro campo visual se limite a lo que

63 Cfr. SCHUTZ: «Common-Sense and Scientific Interpretation of Human Action», op. cit., págs. 13-14. 64 Alfred SCHUTZ: «On Multiple Realities», Philosophy and Phenomenological Research, V (junio 1945), 551. Subrayado en el original.

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está dentro del marco, como paso al mundo pictórico; nuestra perplejidad, que se relaja en risa, cuando al escuchar un chiste estamos dispuestos por breve plazo a aceptar el mundo ficticio de la chanza como una realidad, en relación con la cual el mundo de nuestra vida cotidiana toma un carácter de necedad; coger el niño su juguete, como transición al mundo del juego; etc.65

Estos distintos ámbitos finitos de sentido —el mundo de los sueños, el arte, la fantasía, la experiencia religiosa, diversos tipos de enfermedad mental, la ciencia, etc.— tienen su peculiar estilo cognoscitivo.

5. Cada estilo cognoscitivo, como las reglas del juego o el orden constitutivo de los hechos está orientado por un conjunto de experiencias, su base para decidir qué es lo que se entiende normal, inhabitual, y semejantes, y ofrece algo así como un conjunto de límites. Schutz supone que el término «finito» quiere transmitir la imposibilidad de pensar en una fórmula de transformación que capacitase al actor a relacionar un ámbito con otro.

6. Según Schutz, «el paso de uno a otro sólo puede darse con un “salto”, como lo llama Kierkegaard, que se manifiesta en la experiencia subjetiva como un choque».66 Ello equivale a una modificación radical de nuestra disposición mental o atención a los objetos y hechos en tomo.

7. El estilo cognoscitivo de todo ámbito finito de sentido u orden constitutivo de los hechos está orientado por un conjunto de «reglas» que ofrecen al actor la base para decidir la disposición mental o actitud apropiadas y necesarias, el tipo de espontaneidad precisa, una perspectiva temporal particular, una forma particular de experimentarse y el tipo del mundo intersubjetivo de comunicación e interacción social en marcha. Para Schutz, la noción de realidades múltiples es una base para producir una tipología de ámbitos finitos de sentido o distintos mundos sociales.

FUNDAMENTO FILOSÓFICO

Mi interpretación de los escritos de Schutz y Garfinkel sobre el carácter de las «reglas» que rigen la conducta de la vida cotidiana y sobre las propiedades de tales «reglas» (o, al menos, de algunas de ellas), recoge varios conceptos tomados de la filosofía de Edmund Husserl. El problema del sentido es esencial en la obra de Husserl y convendrá citar brevemente el movimiento fenomenológico para informar al lector sobre el origen y motivos para escribir este libro.67 En los escritos de Husserl, aparece una variante de la hipótesis Sapir-Whorf al decir que el lenguaje es constitutivo de experiencia y que todo entendimiento de cómo se comunican las personas exige comprender el lenguaje utilizado, pero una comprensión por la cual el analista sólo podrá rebasar el problema de las realidades múltiples en la medida en que trate como objeto de investigación el mundo cotidiano del actor (así como su propio mundo cotidiano y científico). Al mismo tiempo, como observamos en el último capítulo, «sentido cultural» no es sinónimo de «expresión lingüística», sino que exige estudiar las categorías vulgares de la experiencia y su correspondencia lingüística.

65 SCHUTZ: op. cit., pág. 553. 66 SCHUTZ: op. cit., pág. 554. 67 V. un excelente libro básico: Herbert SPIEGELBERG: The Phenomenological Movement. A Historical Introduction (Nijhoff), La Haya, 1960, 2 vols. Se verá otra excelente revisión gneral en: Richard SCHMITT: «In Search of Phenomenology», The Review of Metaphysics, XV (marzo 1962), 450-479.

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Una noción importante es la de intencionalidad, ideada por Husserl, y que explica Aron Gurwitsch:68

Conocer un objeto quiere decir que, en la presente experiencia, conocemos ese objeto como el mismo que conocimos en la experiencia pasada y como el mismo que podemos esperar conocer en una experiencia futura; como el mismo que, hablando en general, podemos conocer en un número indefinido de actos representativos.69

El fenómeno de la permanencia del objeto se refiere, por ello, a los distintos actos perceptivos que el actor toma como idénticos. El sentido de un gesto o conjunto de actos para el actor no puede decidirse por una descripción exacta del objeto como lo percibe un observador «objetivo» que utilice métodos independientes o su propio juicio. La intencionalidad alude a la correspondencia entre la experiencia y conciencia de un objeto y los actos en que ese objeto está incorporado. Esa correspondencia, sin embargo, no es exacta y los mismos estímulos que se utilizan para producir una experiencia y conciencia de cierto objeto en un sujeto no producen forzosamente la misma experiencia y conciencia en otro sujeto. Por ello, la distribución de las respuestas a estímulos idénticos no revela necesariamente el carácter de la permanencia del objeto. No obstante, puede lograrse la permanencia, atribuidos los mismos sentidos, cuando se ofrecen diferentes estímulos a diferentes sujetos. Las condiciones en que se da la permanencia del objeto son decisivas, porque nunca puede lograrse una medición exacta, particularmente, mediante simples procedimientos operativos ligados al supuesto de que idénticos estímulos o actos producen la misma experiencia y conciencia de los objetos en los sujetos. Lo cual quiere decir que la relación entre el lenguaje y el sentido exige una referencia a las contingencias externas a las disposiciones formales o estructurales.

Los procedimientos operativos para medir el sentido han de tener en cuenta que la conciencia y experiencia de un objeto por parte del actor no sólo están determinadas por el objeto físico tal como se expone o indica, sino también por las imputaciones que le atribuye. La noción de intencionalidad y sentido puede aclararse con referencia al concepto de «horizonte».70 Los siguientes comentarios de Kuhn explican la noción de Husserl de «horizonte interno» en relación con la intencionalidad:

El marco de un cuadro, aunque no forma parte de él, sirve para constituir su totalidad. De modo semejante, el horizonte determina lo que enmarca. El estar enmarcado el objeto por un horizonte es importante para su manifestación. Su forma de ser es esencialmente un «ser dentro». Por tanto, el horizonte, como noción orientativa, nos facilita descubrir cómo el medio matiza el sentido del objeto...

«Horizonte» no es más que otro nombre para la totalidad de las organizadas potencialidades seriales encerradas en el objeto como nóema, esto es, como el objeto pretendido de un acto «intencional». El «rayo de la conciencia» ilumina una pequeña esfera central, el sustrato sensorial dado directamente a nuestra percepción visual, auditiva, olfativa o táctil. En torno de este foco hay un halo de percepciones potenciales que difuminan el sentido del centro focal. El núcleo y el horizonte juntos componen lo percibido o, hablando más en general, el «objeto en mente».71

Al «horizonte interno» corresponde un «horizonte externo», lo cual quiere decir que el objeto no está aislado, sino que está relacionado con otros objetos y con los

68 «On the Intentionality of Consciousness», en Marvin FARBER (ed.): Philosophical Essays in Memory of Edmund Husserl (Harvard University Press), Cambridge, 1940, págs. 65-83. 69 Idem, pág. 66. Subrayado en el original. 70 Helmut KUHN: «The Phenomenological Concept of “Horizon”», en M. FARBER, loc. cit., págs. 106-123. 71 Idem, págs. 107-108 y 112. Subrayado en el original.

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sentidos que se les atribuyen y con sentidos más amplios atribuidos a los mismos y relacionados objetos. «Además, tanto el horizonte externo como el interno están estrechísimamente entrelazados con el horizonte temporal. La percepción presente del objeto ante mí es el eslabón de una cadena de percepciones sucesivas, cada una de las cuales tuvo o tendrá presencia propia. En consecuencia, la aprehensión de la cosa señala dos direcciones: al pasado inmediato y remoto, por una parte, y al futuro inmediato y distante, por otra. Los caracteres temporales de la “corriente de conciencia”, la rememoración del pasado, así como la expectativa de las cosas venideras, informan la aprehensión presente».72 Por ello, el actor llega a cada acto social y puede pensarlo según una trama de expectativas dentro de la cual sitúa los elementos típicos de los objetos experimentados.

CONCLUSIÓN

A lo largo de todo el libro, he supuesto que la materia propia de la sociología es el carácter de la vida colectiva —sus instituciones sociales, como el parentesco y la organización burocrática, su disposición ecológica, tanto la distribución zonal de las condiciones de vida (residencia y trabajo), como la distancia física, que determina en parte la formación de relaciones primarias o secundarias y los valores y normas generales que son explícitos—, cuyos límites creemos determinan o enmarcan la conducta social y la vida en general. Pero también es difícil definir gran parte de la vida colectiva, porque su tradición es esencialmente oral y porque aun la escrita, declarada formalmente, está sometida a las diferencias de percepción e interpretación de actores diversamente distribuidos dentro de la estructura social. Así, lo escrito sobre política, ideología, valores, normas e incluso conocimiento científico de los hechos y objetos naturales no describe qué es lo que determina la conducta del actor, por causa de los rasgos dudosos del escenario de acción social. La tradición oral que caracteriza los valores y normas institucionales y las ideologías puede considerarse como afirmaciones políticas que, a veces, se entienden explícitas, pero que a menudo son implícitas y tácitas, aunque puedan explicitarlas la conversación o la acción concreta. Por tanto, las mismas preguntas de cuestionario sobre ideologías, normas y valores implícitos pueden concretar algunas propiedades relativamente amorfas. He atendido a los rasgos tácitos de la acción social, tanto los estables como los dudosos, porque son los más difíciles de medir con los recursos metódicos que tiene el sociólogo. Los caracteres formales y declarados de la vida cotidiana (aun tras suponer que las instituciones sociales y la ordenación ecológica delimitan las formas de la vida colectiva) y, en especial, las condiciones tácitas de la vida cotidiana, al depender su estabilidad de la percepción e interpretación del actor, son lo bastante indeterminados para plantear graves dudas sobre las medidas actuales. He dicho también que quizá nunca puedan medirse con mucha precisión ciertas formas de la vida cotidiana, por causa de los elementos innovativos de la acción social.

Nuestro actor es un tipo ideal, en el sentido de Max Weber. Nos ocupamos de idear un actor y sus tipos, a los que imaginamos dotados de conciencia.73 Ahora bien, esta conciencia se limita precisamente a aquellos rasgos teóricos que esperamos sean pertinentes a los procedimientos operativos y a la confirmación por 72 Idem, pág, 113. V. también la excelente aplicación de los conceptos de Husserl a la crítica literaria: H. D. HIRSCH: «Objective Interpretation», PMLA (Publications of the Modern Language Association), LXXV (septiembre 1960), 463-479. 73 Mi exposición sigue fielmente a la de Alfred SCHUTZ: «Common-Sense and Scientific Interpretation of Human Action», op. cit., págs. 1-38.

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observación. A esta conciencia ficticia, atribuye el observador motivos culturales típicos para realizar una acción futura y motivos culturales típicos imputados a otros para comprender su acción. Además, ideamos lo que Schutz llama «tipos de acción» (es decir, pautas típicas de conducta), que imputamos a otros anónimos que no conocemos. Estos tipos de acción incluyen motivos invariables que, presumiblemente, dirigen la acción de los demás. Schutz continúa:

Sin embargo, estos modelos del actor no son personas que vivan en su situación biográfica en el mundo social de la vida cotidiana. Hablando estrictamente, no tienen ni biografía ni historia y la situación en que están colocados no está definida por ellos, sino por su creador, el sociólogo. Y ha creado estos muñecos y homúnculos con el fin de manejarlos para sus fines. El científico les imputa una conciencia meramente especiosa, ideada de tal manera que sus conocimientos supuestos (comprendidos los atribuidos motivos invariables) hagan subjetivamente comprensibles los actos originados en ellos, supuesto que esos actos sean ejecutados por actores reales del mundo social, Ahora bien, el muñeco y su conciencia artificial no están sometidos a las condiciones ontológicas de las personas. El homúnculo no nace, ni crece, ni muere. No tiene esperanzas y temores; no conoce la inquietud como motivo principal de todos sus actos. No es libre, en el sentido de que su acción pueda violar los límites establecidos por su creador, el sociólogo. Por ello, no puede tener más conflictos de intereses y motivos sino los que le haya atribuido el sociólogo. No puede equivocarse, si no es ése su destino. No puede escoger sino entre las alternativas que le presenta el sociólogo.74

Este modelo del actor esbozado por Schutz facilita al sociólogo explicitar el horizonte interno de la acción social («subjetiva») que define Weber. La explicación de típicos motivos, papeles, indicios, permanencias, sentidos tácitos, etc., permite manejarlos en condiciones experimentales o cuasi-experimentales.

Por eso, el observador sociológico que no conceptualiza los elementos de los actos vulgares de la vida cotidiana utiliza un modelo implícito del actor, enturbiado por el hecho de que sus observaciones e inferencias interactúan de manera desconocida con su propia situación biográfica en el mundo social. Las mismas condiciones de la obtención de datos exigen que utilice típicos motivos, indicios, papeles, etc., y los sentidos típicos que les atribuye, pero las estructuras de estos actos vulgares son nociones que el sociólogo observador da por supuestas, toma como evidentes. Ahora bien, éstas son precisamente las nociones que el sociólogo tiene que analizar y estudiar empíricamente, si quiere una medida rigurosa. Las distribuciones que traza relegan esas nociones a la calidad de dadas por supuestas o a cierto continuo latente. Por ello, las observaciones que van a constituir la distribución de, digamos, tipos de ciudades, de respuestas a preguntas de cuestionado o de categorías de prestigio profesional son sólo la mitad del cuadro. La distribución sólo representa el horizonte «externo» para el que se han proyectado los procedimientos operativos. Sin embargo, el «sentido» de la distribución se basa en el conocimiento vulgar, que comprende la tipificación del mundo por el observador, fundada en su propia situación biográfica y su formalización de la tipificación del actor, que está estrechamente entrelazada con su respuesta. Ambos conjuntos de tipificaciones tienen que ser objeto de la investigación sociológica.

El horizonte interno de las expresiones idiomáticas, los motivos de acción, el lenguaje institutivo e innovativo y semejantes quedan sin aclarar en las distribuciones del sociólogo. Las observaciones que se cifran en dicotomías, tablas cuádruples, escalas ordinales, correlaciones de orden cero y distribuciones en general revelan sólo la mitad del asunto; la «mitad del fondo» se ha dado por supuesta, se ha relegado a «continuo latente», pero informa la descripción y las inferencias del observador sobre la «mitad superior», representada por los

74 Idem, pág. 32.

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mecanismos de medida «rigurosa». Es la falta de conceptualización explícita y observación de la «mitad del fondo» lo que hace metafórica, y no precisa, la medida en sociología. La dificultad ha de hallarse en la falta de adecuada conceptualización y en el empleo de axiomas de medida que no se corresponden con la estructura de la acción social.

Las medidas habituales pueden tener una correspondencia moderada con los rasgos institucionales de la vida cotidiana (a pesar del carácter potencialmente problemático de las diferencias de percepción e interpretación, que son una propiedad fija de las estructuras institucionales). Pero emplear los modelos de medida habituales, con sus supuestos axiomáticos deterministas de las propiedades formales de instituciones como el parentesco y las estructuras jurídicas y empresariales, no quiere decir que la estructura de la acción social deba estudiarse por el mismo modelo. Las fórmulas de la vida cotidiana están compuestas de una sede de analogías constantemente enmascaradas, alteradas y creadas durante la interacción. Queda pendiente el estudio empírico del sentido cultural, con sus propiedades invariables e innovativas. Frecuentemente, nuestros métodos obedecen a los supuestos de las medidas que nos gustaría emplear y a cuya aplicación nos vemos conducidos sin preguntamos si son posibles otras medidas alternativas, e incluso si las hace necesarias la estructura de los hechos en estudio. Después de atravesar un conjunto elaborado de decisiones metodológicas (que contienen cada vez muchos supuestos tácitos), suponemos que las tablas cuádruples o las medidas cuantitativas, en cierto modo, valen por sí mismas, independientemente de los procedimientos por los que se hiciesen. La expresión cuantitativa de los resultados cosifica necesariamente los hechos en estudio, pero nuestras interpretaciones —aun tras las habituales excusas y advertencias formales sobre su generalidad y precisión— se toman como conclusiones positivas que se finge creer válidas y repetibles. Así se viene a hacer de la investigación sociológica algo concluso, en vez de una búsqueda de conocimiento sobre una época determinada.75

75 Vid. Félix KAUFMANN: Methodology of the Social Sciences (Humanities Press), Nueva York, 1958.