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La influencia de Don Miguel Primo de Rivera en el pensamiento de su hijo José Antonio, fundador de Falange Española. La concepción de la Unión Patriótica y su relativa semejanza a Falange Española de las JONS.

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PRIMO DE RIVERA, FRENTE A FRENTE (publicado en No Importa nº 72. pp. 9-10. Madrid: Revista No Importa, abril 2003)

Iván García Vázquez

Arqueólogo e Historiador Este año de 2003 que despedimos, ha dejado tras de sí el centenario del nacimiento de José Antonio,

y el octogésimo aniversario del golpe de Estado del general don Miguel Primo de Rivera, que ha

pasado de puntillas por los medios académicos y divulgativos. Si José Antonio entra en política es

para defender la memoria paterna. Por ello, intentaremos acercarnos en lo posible a la génesis de la

Falange, en su relación con el Directorio.

El orbitante problema de España

Es conocido por todos aquellos estudiosos de la Falange como fenómeno, que los Primo de Rivera son una familia estrechamente vinculada al estamento militar, al menos durante la contemporaneidad. Don Fernando, tío del general golpista, fue militar destinado en Filipinas; su hermano Rafael era gobernador de Puerto Rico, y el propio general Don Miguel había servido en Cuba primero, y en Marruecos después, distinguiéndose por su acción en el combate.

España resulta problemática en la Restauración. Epígono de la decadente época decimonónica, España como comunidad de destino histórico se ve enfrentada a varios poderosos enemigos, nacidos a finales del siglo XIX, pero que hacia los años veinte se habían fortalecido, y habían puesto en jaque la esencia de una nación. España se veía sacudida por diferentes desastres: Cuba y Filipinas no vinieron sino a abrir los ojos a la opinión pública española, adormecida pocas décadas antes, cuando España ve amputada de su ser diferentes territorios americanos y asiáticos. No es el 98 el fin del Imperio español, esto había comenzado ya en el siglo XVIII. La crisis finisecular es la constatación de un proceso que finalizará no en el siglo XIX, sino en la segunda mitad del siglo XX. Entonces la desventura se torna hacia África, el continente desconocido, cauce natural de expansión española.

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Por otro lado, España aún conmocionada por la crisis de identidad en que vive, no es capaz de

digerir los nacientes movimientos regionalistas. Los años de apatía se cobrarán la costosa factura de los nacionalismos periféricos. Además, en una época de opulencia de los que tienen, y de famélicas muertes de losmenos, la conflictividad laboral, la acción directa reivindicativa del anarquismo, y la sangría que supone Marruecos, cuyas víctimas son reclutadas entre los sectores más desfavorecidos de la sociedad, hace que el pueblo español se hastíe de política de salón. Lo que España necesita, siguiendo la estela de los intelectuales regeneracionistas finiseculares, es un cirujano de hierro, que cure las heridas de la Patria, que llene los estómagos vacíos, para después, poder llenar los espíritus.

Nueva y Vieja Política

Nuestro cirujano de hierro iba a ser un general bonachón, de corte liberal pero paternalista, curtido en las últimas guerras americanas, pero también en las nuevas luchas africanas. Don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, segundo marqués de Estella, era este cirujano de hierro.

El 13 de septiembre daba un golpe de Estado, al que se fueron adhiriendo las diferentes Capitanías Generales, formando un gabinete de crisis. En pocos días, ayuntamientos, diputaciones y los comités de las grandes empresas quedaban suspendidos, así como los ministerios, que serían sustituidos por ponencias presididas por militares. Daba comienzo el llamado Directorio Militar.

La vieja política, el turno de partidos, el parlamentarismo, los muñidores de los pueblos y los pucherazos debían ser eliminados. El turno de partidos y la política maurista de las primeras décadas del siglo deberían dejar paso a una política firme, de excepción, que acabara con los problemas que asolaban al país.

La problemática del constitucionalismo

El general Primo de Rivera había suspendido la constitución vigente en los años ve inte: la Constitución de 1876. Pero quedaba suspendida, no anulada, por lo que el dictador definía a su régimen como dictadura constitucionalista. La liga de hombres de orden: Unión Patriótica, Somatén y Falange

El joven José Antonio había conocido de primera mano la institución instaurada por su padre, el Somatén. Era esta una milicia cívica, una liga de hombres honrados, armados, que defendían el bien, la propiedad, la religión, y que representaban no el cuerpo de choque del primorriverismo, sino un elemento accesorio del régimen que le servía de apoyo en las manifestaciones públicas de la Unión Patriótica.

José Antonio, tal vez inspirado en cierto grado por esta milicia, se decide a fundar la Falange años después, pero con notables diferencias. Aquel cuerpo propio de la restauración sería ahora una milicia revolucionaria, que buscaba destruir los pilares del capitalismo para edificar sobre ellos un justo sistema económico, social, político y moral. Con respecto a la Unión Patriótica, y en relación con la institucionalización forzosa que sufrió la Falange años después, es conveniente señalar que la Falange es un medio humano, no un fin, para hacer triunfar la revolución sindicalista y nacional. El problema de la Unión patriótica primero, y del Movimiento después, fue que se instauraron como Partido ünico al más puro estilo fascista. No comprendieron que su misión quedaba reducida a la comparsa de los dictados superiores. Eran organizaciones accesorias, faltas de dinamismo y de iniciativa. La falange, por el contrario, mostraba un carácter combativo, juvenil, rallante en lo clandestino (no por gusto propio, sino por las imperiosas necesidades y arbitrios de la época).

Hacia un Movimiento Nacional: La Unión Patriótica y la Asamblea Nacional Consultiva

Una de las aspiraciones de don Miguel y que compartiría años después el propio José Antonio,

era la superación de las luchas políticas encarnadas en los partidos. Para el General, era paso previo para darle a España la modernidad que merecía, superar el viejo sistema parlamentario, en el que la

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corrupción, los negocios privados y la consolidación de linajes políticos campaban a sus anchas por la Cámara. Para ello, tras disolver los partidos políticos mediante decreto y esperar un tiempo prudencial de dos años (no olvidemos que el directorio militar era transicional y respondía únicamente a un periodo de crisis), el general inició su obra política. En primer lugar, volvió a instaurar los ministerios, que habían sido sustituidos anteriormente por ponencias, dio paso al gobierno civil que daba nombre al periodo, e instauró la Asamblea Nacional Consultiva, un órgano de gobierno que pretendía superar las disputas partidistas. En ella estaba representada todos los sectores de la sociedad: universidad, empresa. Obreros, Iglesia… peo fue un mecanismo inoperante que no cuajó debido fundamentalmente al carácter caciquil de sus componentes, actitud que precisamente se quería eliminar. No obstante, y a pesar de sus limitaciones, fue un intento (eso sí, frustrado) de llevar a cabo una democracia orgánica. No se quiere con esto decir, que la Falange buscaba un sistema análogo de representación, pero sí parecido. José Antonio había previsto en la unidad municipal, la unidad familiar y la unidad sindical, los cauces participativos en política. La agrupación de estos representantes en Cámaras. Las relaciones entre capital y trabajo

Las relaciones entre capital y trabajo, eje doctrinario fundamental en la Falange, han servido a

politicistas e historiadores para diferenciar entre sí a diversos modelos políticos en su faceta económica. Durante la dictadura de Primo de rivera, se incorporaron al sistema laboral español las corporaciones. Su funcionamiento era imitativo de las corporaciones italianas. Un sistema de arbitraje paritario entre patronos y obreros, con la mediación del estado. El capital se mantenía en manos de los empresarios, los trabajadores mantenían el régimen de asalariados, y las estructuras laborales mantenían su misma operancia, debiendo incentivar su actividad mediante la promoción de obras públicas (tanto en España como en Italia), al margen de que estas obras fueran necesarias.

José Antonio había criticado duramente este sistema. En el discurso del Cine Mercantil ataca la armonización entre capital y trabajo. “El capital…es instrumento económico que tiene que servir a la

economía total y que no puede ser, por tanto, el instrumento de ventaja y de privilegio de unos pocos que

tuvieron la suerte de llegar antes. De manera que cuando decimos que hay que armonizar el capital con

el trabajo no decimos –no dicen, porque yo nunca digo estas cosas- que hay que armonizaros a vosotros

con vuestros obreros (¿es que vosotros no trabajáis también?...) No, cuando se habla de armonizar el

capital con el trabajo lo que se intenta es seguir nutriendo una insignificante minoría de privilegiados

con el esfuerzo de todos, con el esfuerzo de obreros y patronos… ¡Vaya una manera de arreglar la

cuestión económica y de entender la justicia social!

A esto añade José Antonio otra furibunda crítica sobre el régimen corporativo. “Esto del sistema

corporativo es otro buñuelo de viento. Mussolini, que tiene alguna idea de lo que es el Estado

corporativo, cunado instaló las veintidós corporaciones hace unos meses pronunció un discurso en el que

dijo: Esto no es más que un punto de partida, no es un punto de llegada… pues con estas vaguedades de

una organización corporativa del Estado, y del Estado fuerte, y de armonizar capital y trabajo, se creen

los representantes de partidos de derecha que han resuelto la cuestión social y han adoptado la posición

política más moderna y justa.”

José Antonio, que había dicho que esta armonización “no podía ser la solución definitiva porque

mantiene intacta la relación de trabajo en los términos en que la configura la economía capitalista;

subsiste la posición del que da el trabajo y la posición del que arrienda su trabajo para vivir…” formuló un novedoso sistema sindical, que daba la vuelta a todo este viejo sistema. Mediante un sistema de sindicatos verticales agrupados por ramas de producción, en los que se agrupaba a los productores, que eran a la vez patronos y obreros, ya que ellos serían socios cooperativistas de cada empresa, y en ellos recaería el beneficio de la producción. Como puede apreciarse de esta formulación, tampoco en el franquismo hubo sindicalismo vertical. El asalto a la política

El 30 de enero de 1930 moría Don Miguel en un pobre hotel de París. Rápidamente la maquinaria del Estado comienza a funcionar para hacer leña del árbol caído. No se valorar su sentido patriótico que le movió a sacrificar su futuro (y aun su familia) en pro de un país sumido en la pobreza y en la enfermedad. No se le valora su positiva gestión ocio-económica en un sexenio difícil

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internacionalmente. Nadie se acuerda ya de lo que supuso la pacificación de Marruecos. Ahora todo el mundo ataca la figura de Dictador. Pocas voces, algunos de sus antiguos ministros, serán las que luchen contra la injusticia. El primogénito Primo de Rivera, apartado de la política hasta ese momento, será una de ellas.

José Antonio, como es bien conocido, entra de este modo en política: por un deber filial de defensa de la memoria paterna. Su acción se circunscribe tan sólo a la obra administrativa de la dictadura, evidenciando que no puede defender la obra socio-económica de ésta, porque se halla en desacuerdo con ella. Como dejó escrito, en un artículo para la edición sevillana de ABC: “Sólo para eso (sin que por ello

descuide todos los deberes que sabré cumplir, para con Madrid y para con mis electores) quiero ir a las

Cortes Constituyentes: para defender la memoria sagrada de mi padre. (…) quiero ir a defenderle con

mis argumentos y con muchas pruebas que nadie tiene más que yo. Necesito defenderle. Aunque caiga

extenuado en el cumplimiento de este deber, no cejaré mientras no llegue al pueblo la prueba de que el

general Primo de Rivera merece su gratitud.”

Entre las acusaciones que se formulaban desde el comité de Garantías Constitucionales de la II República se encontraban los de alta traición del Jefe del Estado, secuestro de soberanía, persecuciones, corrupción… la mayor parte de estas acusaciones eran infundadas, sin ningún tipo de base acusatoria, y fueron desestimadas al iniciarse el proceso, en el que aparecían algunos prohombres de la Dictadura implicados como militares o ministros como Galo Ponte, que sería defendido por el propio José Antonio.

“Para que cayese la Dictadura sólo era ya preciso un poco de agitación. No se encargó de ella

el pueblo. El pueblo –nunca me cansaré de repetirlo- no estuvo jamás contra la Dictadura. No es que la

Dictadura hubiese vencido los intentos populares de rebelión: es que no se dio en los seis años un intento

popular contra ella”.