prieto amo- esclavo
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Ricardo PrietoTRANSCRIPT
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Introduccin
n la Potica, Aristteles sostiene que
las representaciones mimticas, pre-
dominantemente la tragedia, purifi-
can el alma humana a travs de la catarsis. Freud,
por su parte, en Ttem y Tab afirma que algu-
nos de los deseos reprimidos del espectador que
no puede satisfacer en su realidad cotidiana, sea
porque son riesgosos para su integridad fsica y/
o moral o porque transgreden normas sociales,
pueden ser vividos impunemente a travs del tea-
tro.
Ambas perspectivas conducen a reforzar la
idea de que el teatro, si bien siempre ha jugado
un rol destacado en la construccin de la con-
ciencia cvica, ocupa un lugar central en la vida
social en pocas en que regmenes polticos
Helena Modzelewski
La dialctica del amo y el esclavo comoclave interpretativa del teatro emergenteen la dictadura uruguaya de los aos 70
The master-slave dialectic as a key for understanding the emergent theatreduring the Uruguayan dictatorship of the 70s
Resumen: La dialctica del amo y el esclavo como clave interpretativa del teatro emergente en la
dictadura uruguaya de los aos 70.
Aristteles y Freud, entre otros, apoyaron la idea de que el teatro, a travs de la catarsis o la posibilidad de purgar
deseos reprimidos, ocupa un lugar central en la vida social, especialmente cuando regmenes totalitarios suspenden
las libertades fundamentales. Sin embargo, en el microsistema teatral emergente en el Uruguay de la dictadura aparece
un hroe degradado, sometido a la violencia. Cmo lograba el receptor su catarsis al observar a un anti-hroe que
perpetuaba la realidad opresiva? La respuesta se encuentra en Hegel y su dialctica del amo y el esclavo. Veremos cmo
puede aplicarse esta hiptesis a dos ejemplos del microsistema mencionado.
Palabras clave: autoritarismo, reconocimiento, teatro.
Abstract: The master-slave dialectic as a key for understanding the emergent theatre during the
Uruguayan dictatorship of the 70s.
Aristotle and Freud, among others, supported the idea that drama plays a central role in social life, through catharsis
or the possibility of purging repressed desires, particularly when totalitarian regimes suspend fundamental freedoms.
However, in the theatrical microsystem emerging during the Uruguayan dictatorship (1973-1984), the kind of hero that
arose was humiliated, subjected to violence. How did the spectator reach his/her catharsis by observing an anti-hero
that perpetuated the countrys reality on stage? The answer to this question lies in Hegel and his dialectic of master and
slave. This paper shall look into the way in which this hypothesis can be applied to two examples of the microsystem
mentioned above.
Key words: autoritarism, reconnaissance, theater.
tirnicos suspenden las garantas individuales y se
ve afectada sobre todo la libertad de expresin.
A travs de una obra de teatro, adems de puri-
ficar su alma, el espectador puede hacer suyos
riesgos que ms all del espacio dramtico sera
imposible asumir.
Sin embargo, en el microsistema teatral emer-
gente en el Uruguay de la dictadura se da una
modificacin importante en la concepcin del
hroe; aparece un hroe degradado, un persona-
je sometido a la violencia, a abusos ante los cua-
les no reacciona, y que es sacrificado al final. La
pregunta que surge es cmo el receptor lograba
su catarsis al observar a un anti-hroe que no
llevaba adelante sus deseos reprimidos de rebe-
lin, sino que en definitiva perpetuaba la realidad
opresiva. La respuesta, un poco ms compleja
que la sola apelacin a la catarsis aristotlica, se
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encuentra en Hegel y su dialctica del amo y el
esclavo.
El presente trabajo se dividir entonces en las
siguientes partes: en primer lugar, presentaremos
brevemente una resea sobre la dictadura uru-
guaya y la censura del perodo, que es el dispa-
rador para la aparicin de este microsistema tea-
tral. En segundo lugar, desarrollaremos el con-
cepto aristotlico de catarsis y su necesidad en
una poca de silencio y censura. Luego haremos
un anlisis de las caractersticas del hroe degra-
dado que predomina en el microsistema, plan-
teando las dificultades inherentes a este tipo de
protagonista para disparar la catarsis del espec-
tador. Entonces, siguiendo a Hegel, presentaremos
la dialctica del amo y el esclavo, mostrando
cmo su aplicacin al teatro y su cooperacin con
el concepto de catarsis podra ser la solucin a
la apora surgida de las dificultades planteadas en
el punto inmediatamente anterior. Por ltimo,
veremos cmo puede darse la aplicacin de nues-
tra hiptesis a dos ejemplos de obras del micro-
sistema: El Husped Vaco y Pater Noster.
I) Marco terico
I.1) La dictadura uruguaya y la censuraEn la dictadura cvico-militar de los 70 y 80
en el Uruguay, la prctica de la censura en los
medios de informacin colectiva y los modos de
expresin artstica determin un cambio radical
en el comportamiento ciudadano. Ya desde 1965
se aplicaron las medidas de seguridad contem-
pladas en la Constitucin de la Repblica para
la conservacin del orden y tranquilidad en lo
interior y la seguridad en lo exterior en varias
oportunidades, con motivo de paros y huelgas
generalizadas sobre las que expresamente se
prohiba dar informacin a la poblacin (Gabay,
M., 1988:9). Este proceso fue agravndose, hasta
desembocar el 27 de junio de 1973 en la instau-
racin de una dictadura cvico-militar que se ex-
tendi hasta 1984, ao en que se retomaron las
elecciones democrticas. Durante esos once aos,
con perodos de claro recrudecimiento, se vio-
laron los derechos humanos, los ciudadanos se
vieron privados de sus libertades bsicas, mu-
chos eran torturados en interrogatorios, y otros
fueron desaparecidos. Todo esto constituy,
como es claro, una situacin traumtica para el
pas que, para peor, no poda denunciarse, ya
que en primer lugar, como es evidente, no ha-
ba autoridades ante quienes denunciarlo, y tam-
bin porque
Con las leyes, decretos y resoluciones
mencionados y otras medidas se echaron
las bases legales para intervenir medios
de informacin, libreras, bibliotecas, tea-
tros, cine, la enseanza, la Universidad, or-
ganizaciones obreras y estudiantiles, insti-
tutos culturales y religiosos, telfonos, tele-
gramas, correspondencia, etc. [...] (Ibdem:
10).
Y adems porque de acuerdo a la manipula-
cin de la opinin pblica que el rgimen pre-
tenda hacer, no se podra haber denunciado lo
que no exista, ya que haba una serie de pala-
bras prohibidas como tirana, dictadura, tor-
tura entre otras. Al anularse el lenguaje a travs
del cual expresar los abusos, dejaba de ser posi-
ble hablar de ello a nivel oficial, por lo cual,
administrativamente, nada de eso exista.
Esta imposibilidad de recurrir a la justicia, esta
condena a tener que presenciar la infamia sin
poder hacer o decir nada, es lo que Maren y
Marcelo Viar llaman el terror no metabolizado
que corre el peligro de convertirse en complici-
dad perversa con la impunidad (Viar, M, y
M.,1993:13-14), y no se necesita mayor explicacin
para saber de la presin psicolgica de los ciu-
dadanos conscientes que atravesaron esa poca,
y de la necesidad de alguna vlvula de escape para
canalizar el dolor y la indignacin.
Aqu es donde entra en juego el teatro, que
se convirti en
un espacio de comunicacin alternati-
va (junto con el canto popular) frente al
discurso ideolgico dominante, donde un
sector de la sociedad poda exteriorizar a
travs de un ritual comunitario su rechazo
al rgimen como forma de recuperacin
de cierta iniciativa en la construccin y re-
elaboracin del imaginario social, en mo-
mentos en que esa proyeccin imaginaria
colectiva tan importante para el autorre-
conocimiento de una colectividad haba
sido severamente mutilada (Mirza,
R.,1995: 126).
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A travs de la ficcin, que utilizaba alusiones
y metforas ante la imposibilidad de la denuncia
abierta, el pblico encontraba la catarsis libera-
dora necesaria en un momento en que todos los
canales de expresin estaban bajo vigilancia. Aqu
es donde entra en juego el papel de la catarsis,
concepto introducido en el mbito del drama por
Aristteles.
I.2) La catarsis aristotlicaEn sus escritos de historia natural, Aristte-
les utiliz el trmino en su significado mdico de
purificacin y purga. Pero tambin lo ampli y lo
aplic a un fenmeno esttico, es decir, a una
especie de liberacin o sosiego que el hombre
siente a travs del arte.
Es, as, la tragedia imitacin de una
accin elevada y perfecta, de una determi-
nada extensin, con un lenguaje diversa-
mente ornado en cada parte, por medio de
la accin y no de la narracin, que condu-
ce, a travs de la compasin y del temor, a
la purificacin de estas pasiones. (Aristte-
les: 1991:1449 b24 y ss).
Como Aristteles no da una definicin ms
detallada de la catarsis en la tragedia, ha de en-
tenderse que adopta aqu la palabra en el senti-
do general corriente de depuracin, limpieza,
purificacin, y tambin aclaracin (en el senti-
do de remocin de impurezas) (Garca Gual, C.,
en Conill J. y Crocker D., 2003:17). Esa depura-
cin se da a travs de la alienacin de los pro-
pios impulsos del espectador, que a travs de la
observacin de los actos desmesurados del hroe
de la tragedia, tanto en el error inicial que pro-
voca la tragedia como en su lucha contra el in-
fortunio, alcanza una liberacin de sus propios
deseos de actuar de esa manera y obtiene,
inocuamente, protegido por su propio papel de
espectador, una evidencia de las posibles conse-
cuencias, de all la otra concepcin de catarsis
como aclaracin. Puede decirse que para Aris-
tteles, entonces, la catarsis involucra cierta cla-
se de aprendizaje intelectual y/o emocional (Aris-
tteles, 1991: 1453a50). Aparte de eso, la Potica
dice muy poco sobre la catarsis, ese concepto tan
central y sin embargo tan oscuro.
Martha Nussbaum desarrolla la catarsis si-
guiendo la Retrica, y diciendo que la catarsis
aristotlica involucra educacin emocional y acla-
racin intelectual en lo que respecta a quines
somos y qu valoramos (Nussbaum, M., en
Oksemberg Rorty, A. 1992:261-290). Segn la lec-
tura de Nussbaum, la catarsis abarca no slo
sentimientos, sino tambin la realizacin de los
juicios intelectuales apropiados acerca de las si-
tuaciones representadas en las tragedias. Por
ejemplo, la piedad requiere el juicio de que una
persona est sufriendo inmerecidos infortunios,
y el temor tiene que ver con el juicio de que una
persona semejante a nosotros (Aristteles,
1991:1453a50) sufre una dolorosa desavenencia.
De esa manera, dice Nussbaum, por medio de
nuestras respuestas emocionales a los persona-
jes trgicos, aprendemos y aclaramos nuestros
juicios acerca de nuestras propias posibilidades
relacionadas al caso. Por su parte Stephen
Halliwell va ms lejos, diciendo que la tragedia
incluso hace a los espectadores cuestionarse y
criticar los preconceptos que usan para darle
sentido a las representaciones trgicas (Halliwell,
S., en Oksenberg Rorty, A., 1992: 241-260).
Pero para propiciar la catarsis junto con el
mencionado aprendizaje, la tragedia debe de te-
ner una serie de caractersticas, necesarias inclu-
so para ser considerada tragedia, de las que ha-
blaremos a continuacin.
En primer lugar, como ya se dijo ms arriba,
para que una accin sea trgica, debe incorporar
rasgos capaces de provocar piedad y temor para
que la audiencia realice la catarsis. Estos dos sen-
timientos llaman a un reconocimiento de algn
tipo de afinidad entre la audiencia y los persona-
jes que sufren porque la audiencia debe suponer
que ellos tambin son vulnerables al destino, re-
curriendo al sentido que tiene la audiencia de que
comparten la humanidad con el personaje (Aris-
tteles: 1991: 1453a). De esa manera, la tragedia
apela a una esencia universal de la naturaleza hu-
mana.
En segundo lugar, en el captulo 14 de la Po-
tica, Aristteles puntualiza qu tipos de intriga
suscitan piedad y temor. All introduce la idea del
error o hamartia del personaje trgico como
forma de explicar su cada en el infortunio (Ib-
dem: 1453b). Las mejores intrigas o argumentos,
dice, muestran un dao que les ocurre o est por
ocurrir a los seres queridos (philia) del persona-
je principal, debido a su ignorancia de lo que est
haciendo. En esto consiste el hamartia. Sin em-
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bargo la responsabilidad del hroe es, de acuer-
do a las caractersticas del hamartia, excusable,
ya que no hay en l malas intenciones.
Siguiendo estos rasgos de la catarsis y de una
tragedia propiamente dicha, llegaremos a la con-
clusin, como veremos ms adelante a raz del
anlisis de textos especficos, que muchas obras
suscitadas durante la dictadura en el Uruguay
pueden considerarse tragedias, ya que provocan
temor y piedad en el espectador por esos perso-
najes que son comunes y corrientes como el re-
ceptor, que debido a su error o hamartia no son
completamente responsables del mal que los
aqueja y que, varias veces, llega a afectar a sus
seres queridos o philia. Cumplidos estos requisi-
tos, entonces, sera de esperar que la catarsis deba
darse. Mucho ms si adems tomamos a Freud,
quien retomando a Aristteles observa que a tra-
vs de la identificacin con el hroe, el especta-
dor realiza sus sueos de trasvasar sus lmites sin
tener que pagar las consecuencias, y seala tam-
bin que el espectador a travs del drama realiza
algunos de sus deseos reprimidos que no puede
satisfacer en su vida cotidiana debido a normas
sociales, religiosas o polticas (Freud, S., 1978: 177).
Es el hroe, tanto a travs de su error como en
su enfrentamiento a la desgracia, el que lleva a
cabo la burla a estas normas que el espectador
no se atreve a romper, y es el hroe tambin
quien paga la culpa por estos actos (Freud, S.,
1978: 156), por lo tanto lo reprimido del especta-
dor puede ser liberado inofensivamente por la
representacin en escena.
En el caso particular del perodo del gobier-
no de facto en el Uruguay, dijimos que era
esperable la ocurrencia de catarsis, debido a las
circunstancias sociales que imperaban, es decir,
la imposibilidad tanto de referir a la realidad cir-
cundante como de expresar los sentimientos cau-
sados por ella. Los espectadores estaban eviden-
temente necesitados de una catarsis a travs de
un hroe que en lugar de ellos desafiara al poder
dspota que los oprima. Sin embargo, y aqu est
nuestro principal problema, el protagonista de la
mayor parte de las obras uruguayas del micro-
sistema es un anti-hroe.
I.3) El hroe degradadoEl repertorio teatral de la poca est pobla-
do de anti-hroes: personajes sometidos a la vio-
lencia, a abusos ante los cuales no reaccionan,
sacrificados al final. Ejemplos son el hroe humi-
llado y su progresivo sometimiento en la lucha por
la posesin de un constreido espacio en la obra
La relacin de Alfredo de la Pea (Teatro El Tin-
glado, 1978), la derrota e inmolacin del hroe en
los espacios hermticos de Pater Noster de
Jacobo Langsner (Teatro Alianza, 1979) o El Hus-
ped Vaco de Ricardo Prieto (Teatro Alianza Fran-
cesa, 1980), y la disolucin del sujeto y con l de
su lenguaje en el siniestro espacio de Alfonso y
Clotilde de Carlos Manuel Varela (Teatro del Cen-
tro, 1980).
Las caractersticas que comparten son, como
hemos dicho, la humillacin, la derrota ante un
poder ilegtimo e irracional, y tambin el manejo
del espacio en escena, que toma un fuerte valor
simblico, alusivo, como el tema de la casa ocu-
pada, invadida, convertida en prisin, cuando la
casa como smbolo universal representa un espa-
cio de proteccin y seguridad, transmitiendo as
subliminalmente la sensacin de la penetracin
del peligro hasta en los espacios ms ntimos, la
contaminacin del universo completo (Mirza, R.,
en Pelletieri, O.:1995:256).
Algo similar sucede con la utilizacin del es-
pacio, que apunta alusivamente a provocar sen-
saciones en el espectador que tienen que ver con
la psicologa del espacio. Abraham A. Moles, en
su artculo Economa espacial de las acciones y
estructura teatral (Moles, A., 1984: 88-96), hace un
interesante resumen de lo que significa la psico-
loga del comportamiento en el espacio, destacn-
dose para nuestro inters el espacio plano del
hombre de pie, dentro del cual Moles distingue
tres categoras: a) el volumen del cuerpo, que es
incomprimible y ocupa una superficie en el sue-
lo de aproximadamente 35 por 40 cm., b) la es-
fera personal del individuo, que es el espacio que
rodea a la persona y se considera intuitivamente
de su dominio exclusivo y c) el campo de influen-
cia, que es de dimensiones ms imprecisas, pero
que abarca todo sobre lo que se considera que
el individuo tiene autoridad socialmente conferi-
da, como el dormitorio propio, mi taza, mi si-
lla. Dice Moles:
Este dominio espacial es por cierto el
ms manipulable, es el que se desliza en
los corredores, se extiende por los dormito-
rios y los living rooms, que se expande en
las oficinas de los directorios y crea conflic-
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tos en los cuartos de bao familiares (Ib-
dem: 91)
Es en este campo de influencia en el que,
sutilmente, se revelan sensaciones invasivas, de
violacin, en este teatro uruguayo bajo vigilancia,
lleno de alusiones. Es, justamente, de las tres ca-
tegoras mencionadas, la de menor precisin, por
lo que su ruptura en escena no se convierte en
algo tan evidente como para dejar de ser una
metfora, pero no deja de hacer sentir al espec-
tador lo que se pretende que sienta. De esta
manera encontramos en Pater Noster una serie
de eventos francamente invasivos como la pareja
de huspedes requisando las revistas pornogrfi-
cas del dormitorio del anfitrin, aunque tambin
algunos mucho menos evidentes pero igualmen-
te molestos como la inquilina pasando por la sala
hacia el bao en la noche cuando el dueo de
casa est despidiendo discretamente a su aman-
te, o incluso a la pareja utilizando diariamente la
cocina, el bao del propietario y hasta sentndo-
se a la misma mesa con l. No en vano el asesi-
nato del dueo de casa no se da en la sala co-
mn, sino dentro de su propia habitacin.
Del mismo modo en El Husped Vaco, por
una exigencia de los inquilinos la familia debe
deshacerse de los pjaros, las plantas, incluso el
gato, que son, como se mencion antes, elemen-
tos del campo de influencia que entran dentro de
la misma categora que mi taza o mi silla. Tam-
poco pueden hacerse ruidos en el living de la
casa, que se entiende desde un primer momento
como el espacio comn. Incluso en el altillo, que
es el actual dormitorio del hijo, apartado, en la
altura, aparentemente inmune a la invasin, el
husped se toma el atrevimiento de golpear la
puerta y exigir que la novia se retire. Los paque-
tes con las compras que hizo el padre son abier-
tos por el inquilino para criticar el color de las
corbatas que ha comprado, entendindose las
corbatas como una intimidad de cada hombre,
que las elige cuidadosamente al comprarlas y
combinarlas con otras prendas; de esta manera,
el husped es percibido como violando lugares
verdaderamente privados.
As vemos, en estas dos obras que hemos
elegido para desarrollar en detalle en el ltimo
apartado de este trabajo, ejemplos de ese uso
alusivo del espacio que, sin mencionarlo, no puede
dejar de conmover al espectador.
Sin embargo no debemos olvidar que estos
hroes son personajes que no se rebelan como
sera de esperarse ante el invasor, y la pregunta
que evidentemente surge es cmo el receptor
hara una catarsis al observar a un anti-hroe que
no llevaba a cabo sus deseos reprimidos, sino que
perpetuaba la realidad opresora.
La respuesta, un poco ms compleja que la
sola apelacin a la catarsis aristotlica, es la que
exploraremos en el siguiente apartado, y se en-
cuentra en Hegel y su dialctica del amo y el
esclavo.
I.4) La dialctica del amo y el esclavoEn la Fenomenologa del Espritu, Hegel pre-
tende explicar el desarrollo de la humanidad. En
ese desarrollo, asume un rol central el concepto
de alienacin. Este concepto surge a partir de la
idea de que la vida en sociedad provoca un so-
metimiento no buscado del hombre a las prcti-
cas sociales, las cuales no llega a conocer tal cual
son y en consecuencia es incapaz de controlar.
La alienacin implica justamente eso, las accio-
nes del hombre como producto humano que sin
embargo toman vida propia fuera de l y son
vistas como realidades no controlables.
De acuerdo a lo anterior, puede sostenerse
que el ncleo del desarrollo de la humanidad para
Hegel consiste en actividades que implican su
alienacin y su posterior superacin. As, en un
primer momento el hombre genera inintencional-
mente una sociedad de cuyas prcticas llega a
sentirse alienado al percibirla como un objeto
independiente, ajeno, con vida y reglas propias.
Pero en un segundo momento, al entender la
sociedad como su propio producto, aprende a
controlarla, de esa forma liberndose.
Ahora bien, la importancia que la sociedad
tiene para el desarrollo de la propia autoconciencia
es ineludible, porque slo comprendiendo que la
sociedad es un producto humano que ha creado
l mismo junto a otros seres humanos es que el
hombre se vuelve autoconsciente; slo compren-
diendo cmo piensan y sienten otros hombres es
que se puede comprender cmo se piensa o se
siente acerca de s mismo. Es decir, la identidad
humana se constituye dialgicamente, en respues-
ta a nuestras relaciones con otros donde se los
reconoce a travs de una interiorizacin de sus
posiciones normativas. Esto permite al sujeto
concebirse como un miembro aceptado por es-
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tos otros y ah funda su dignidad debido a que a
esta experiencia del reconocimiento le corres-
ponde un modo de autorreferencia prctica, en
el que el individuo puede estar seguro del valor
social de su identidad (Honneth, A., 1997:100).
Me focalizar ahora en los momentos de la
Fenomenologa del Espritu en que Hegel presenta
al reconocimiento como una necesidad peculiar-
mente humana. Esto es as porque para Hegel la
particularidad de un ser racional, autoconscien-
te, consiste en que no se complace exclusivamen-
te con la satisfaccin de sus apetitos biolgicos,
sino que debe ser reconocido por otros seres de
su misma clase, confirmndole a travs de su
comportamiento el sentido de su propio valor. De
ah que todo ser racional, en tanto que autocons-
ciente, es decir, consciente de s mismo en sus ac-
ciones y por ende capaz de controlarlas, deman-
da reconocimiento.
Tal demanda de reconocimiento, segn
Hegel, se genera a partir de la apetencia de la
autoconciencia, es decir, del impulso a salir de s
misma y aprehender otros objetos por medio del
conocimiento. La apetencia no es en realidad un
impulso elevado del espritu, integrador, sino que
es el deseo macrfago de anular la independen-
cia de objetos fuera de ella como forma de afir-
macin.
[...] la autoconciencia slo est cierta
de s misma mediante la superacin de
este otro, que aparece ante ella como vida
independiente; es una apetencia. Cierta de
la nulidad de este otro, pone para s esta
nulidad como su verdad, aniquila el objeto
independiente [...] (Hegel, G.W.F., 1987:111)
De esta manera, el conocimiento se convier-
te en algo de lo que se ha adueado, y que es
aniquilado en tanto que independiente para pa-
sar a formar parte de la conciencia. El problema
de la apetencia se presenta en el autoconocimien-
to, ya que si conocer es anular el objeto, enton-
ces la conciencia, vuelta sobre s misma y dado
su carcter negativo, se aniquilara a s misma; es
por esta razn que necesita otra autoconciencia
ante la cual verse como objeto, ya que si fuera el
objeto de s misma, se anulara. Ser entonces a
travs de la forma en que otra autoconciencia la
ve, que una autoconciencia adquiere el conoci-
miento de s misma.
Aqu es donde entra en juego la necesidad de
reconocimiento. La autoconciencia es tal cuando
se la reconoce, cuando hay otra autoconciencia
conocindola. La auto-reflexividad requerida para
efectuar la transicin desde conciencia a autocon-
ciencia encuentra su fuente en el reconocimien-
to de otro como una subjetividad conociente. El
proceso de mutuo reconocimiento involucra dos
conciencias, cada una de las cuales, a travs del
proceso de reconocimiento, llega a ver a la otra,
a la vez que a s misma como autoconciencia.
Hegel escribe:
Hay en esto una doble significacin;
en primer lugar, la autoconciencia se ha
perdido a s misma, pues se encuentra en
otra esencia; en segundo lugar, con ello ha
superado a lo otro, pues no ve tampoco a
lo otro como esencia, sino que se ve a s
misma en lo otro. (Ibdem: 113)
Es decir, se identifica con el otro. El recono-
cimiento de otro es condicin de todo reconoci-
miento, incluyendo el auto-reconocimiento.
Es justamente por esto que un ser racional,
autoconsciente, al no poder conocerse por s
mismo necesita a otros seres humanos a travs
de los cuales conocerse, como en un espejo. Por
lo tanto, el hombre necesita obtener lo que se le
debe como ser humano para ser tal, y se siente
rebajado ante sus propios ojos si no lo consigue;
solamente se convierte en una persona en la
medida que ve el reconocimiento en otras per-
sonas.
Es por eso que se da la lucha de las auto-
conciencias contrapuestas; ambas autoconciencias
buscan arrancar una a la otra ese reconocimien-
to, porque esa es la manera de incorporar el
conocimiento de s mismas, en forma especular.
Y deben entablar esta lucha, pues deben elevar
la certeza de s misma de ser para s a la verdad
en la otra y en ella misma (Ibdem: 116). Sin
embargo, si bien la lucha de las autoconciencias
es esencial, stas no deben realmente anularse, ya
que al desaparecer uno de los extremos del vn-
culo de reconocimiento, el reconocimiento des-
aparece tambin: se convierten uno o ambos ex-
tremos en cosas en s y de esta manera dejan de
reflejarse. Al ser una o ambas autoconciencias
anuladas,
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[...] desaparece del juego [...] el mo-
mento esencial, consistente en desintegrar-
se en extremos de determinabilidades con-
trapuestas [...] y los dos extremos no se
entregan ni se recuperan el uno al otro,
mutuamente, por medio de la conciencia,
sino que guardan el uno con respecto al
otro la libertad de la indiferencia, como co-
sas.( (Idem)
Por eso mantener vivo este juego sin la anula-
cin de ninguno de los extremos es tan importan-
te para la autoconciencia; es parte de su esencia.
Hay entonces en este proceso dos aspectos
esenciales: uno de ellos es la conciencia, que es
en s y para otro que la conoce como a una cosa
y por lo tanto es dependiente, y el otro aspecto
es la autoconciencia pura, para s y que busca
verse en el otro y anularlo en la lucha de las
autoconciencias para hacerse independiente.
Ambos momentos son esenciales; pero,
como son, al comienzo, desiguales y opues-
tos y su reflexin en la unidad no se ha
logrado an, tenemos que estos dos mo-
mentos son como dos figuras contrapues-
tas de la conciencia: una es la conciencia
independiente que tiene por esencia el ser
para s, otra la conciencia dependiente,
cuya esencia es la vida o el ser para otro;
la primera es el seor, la segunda el siervo.
(Ibdem: 117)
En cuanto a relaciones interpersonales, podra
decirse que lo que hace quien cumple el papel
de seor es buscar ser reconocido por la otra
conciencia, el siervo, sin brindarle a su vez el re-
conocimiento. El esclavo slo se presta para ser-
virle de espejo al seor, sin entregarse a la lucha
de autoconciencias.
Pero, para el reconocimiento en senti-
do estricto falta otro momento: el de que
lo que el seor hace contra el otro lo haga
tambin contra s mismo y lo que el siervo
hace contra s lo haga tambin contra el
otro. Se ha producido solamente, por tanto,
un reconocimiento unilateral y desigual.
(Ibdem: 118).
El error de esto est en que para tener la
certeza del ser para s, el seor necesita otra
autoconciencia independiente y el devenir a tra-
vs de la lucha de las autoconciencias. Sin em-
bargo, al no tratar al esclavo como una con-
ciencia independiente sino como una depen-
diente, es decir, una cosa, el seor no logra la
certeza del ser para s. En consecuencia, la
esencia del seor termina siendo lo inverso de
aquello que quiere ser porque al negar la hu-
manidad del siervo, el amo niega su propia hu-
manidad.
Cmo se aplica esta dialctica a nuestra
hiptesis acerca de la realizacin de la catarsis
en el teatro uruguayo durante la dictadura? El
hroe degradado es invariablemente cosificado
por el victimario, que intenta obtener el reco-
nocimiento de quien pretende dominar. Sin em-
bargo, al ser nuestro anti-hroe privado de su
propio reconocimiento, el espectador, aunque
ajeno a estos conceptos filosficos, intuye que
el reconocimiento que busca el que quiere con-
vertirse en amo no es logrado. Por ejemplo, en
El Husped Vaco el reconocimiento aparente-
mente se da, pero en un espejo que no es dig-
no de la imagen que el victimario desea de s
mismo. Por otra parte, al haberles negado el re-
conocimiento, el protagonista de Pater Noster es
asesinado, y con eso se da el fracaso perpetuo
de los opresores, quienes se quedan sin el es-
pejo al que buscaban forzar a devolverles la
imagen de personas morales que se empeaban
en exigir.
En definitiva, la catarsis no se da en los ac-
tos arrojados del hroe, como en la tragedia grie-
ga, pero s en la frustracin de las pretensiones
del invasor.
Veremos en el prximo apartado el anlisis
de algunos fragmentos de las obras mencionadas,
donde intentaremos demostrar nuestra hiptesis.
II) Dos ejemplos prcticos
Tanto Pater Noster de Jacobo Langsner1 (es-
trenada en 1979) como El Husped Vaco (1980)
de Ricardo Prieto (Prieto, R., 1992: 941-1011) sur-
gen en el renovado auge del teatro uruguayo que
se dio a partir de 1979. Un renacimiento que
1 J. Langsner, Pater Noster, manuscrito facilitado por el autor, indito, estrenado en Montevideo, Teatro Alianza,
1979.
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pareci brotar de la conciencia de la necesidad
de un teatro nacional, propio, que nos ayudara a
elaborar en comn la experiencia traumatizante
de la dictadura. El principal promotor de este flo-
recimiento fue el Teatro Circular de Montevideo,
no slo por el concurso de dramaturgia convo-
cado en 1978, cuyos seleccionados comenzaran
a ser puestos en escena en 1979, sino tambin por
la reapertura de su escuela de arte dramtico y
su taller de escritura teatral, que propiciaron el
apogeo de las obras de autor nacional, no slo
en la proliferacin de su produccin sino en la
entusiasta recepcin.
Ambas obras forman parte, entonces, de un
mismo impulso. Atendiendo a nuestra finalidad de
mostrar la relacin de la dialctica del amo y el
esclavo con la catarsis que tales obras pretenden
disparar en el receptor, las estudiaremos en el
orden inverso al cual fueron histricamente es-
trenadas, siguiendo en cambio un orden de com-
plejidad. Porque si bien en El Husped Vaco la
calidad de esclavo del hroe degradado es evi-
dente, el anti-hroe de Pater Noster presenta al-
gunos rasgos de lucha que no lo hacen tan fcil-
mente encasillable.
II.1) El Husped VacoEsta obra de Ricardo Prieto transcurre, como
se dice en el propio texto, en cualquier lugar del
mundo, en el comedor de una vivienda de fami-
lia humilde, como lo sealan los muebles, que
son viejos, el nico sof sobreviviente del jue-
go de living que indica que tambin es viejo y
que las piezas que lo acompaaban probablemen-
te se rompieron y no fueron sustituidas, y enci-
ma del aparador, varias porcelanas de mal gusto
que le suman a la carencia econmica la falta de
refinamiento cultural. En esta situacin econmi-
ca, el padre, jubilado frustrado porque el dinero
no le alcanza para satisfacer decorosamente a su
familia, accede a alquilar una pieza de la casa a
cambio de una renta extraordinaria. As llegan a
la casa Fergodlivio, el inquilino, junto con Clara,
su mujer invisible, cuyos caprichos los miembros
de la familia deben obedecer sin poner en cues-
tin, con el afn de conseguir el dinero. De esa
manera, el padre es sometido y busca a su vez
tambin someter a su familia al despotismo de
esta pareja inaudita.
El anlisis de este texto puede hacerse en tres
etapas.
a) La primera puede referirse a la relacin
amo-esclavo que se desarrolla entre el padre y
Fergodlivio. A este respecto se destaca el uso del
imperativo. Son ejemplos: Srvale agua, por fa-
vor, Acrquese. Colquese aqu, donde Clara
pueda verlo mejor., No delibere tanto. Obedez-
ca.
Adems pueden sealarse los requerimientos
que Fergodlivio impone sobre la familia, insigni-
ficantes algunos, ultrajantes otros, pero todos
invasivos, marcando el fin del dominio de la casa
por parte de la familia: as nos encontramos con
la exigencia de que se apaguen todas las luces a
las ocho de la noche, la desaparicin de las plan-
tas, los pjaros, el gato y el mate. Tambin est
la exhortacin de que caminen descalzos para
evitar los ruidos de pasos, de que la novia del hijo
se vaya de la casa, de que el padre tire a la basu-
ra una corbata y un par de zapatos nuevos que
ha comprado porque no son del agrado de
Fergodlivio, y, casi al final y como uno de los
puntos de ms alta tensin, que el padre golpee
a la madre por haber intentado expulsar a
Fergodlivio de la casa. Se evidencia en Fergodlivio
una ausencia de reconocimiento de los miembros
de la familia como dueos de la casa en primer
lugar, pero tambin, y sobre todas las cosas, como
personas que tienen derecho a decidir sobre sus
propios actos.
Por su parte, el padre se acopla perfectamen-
te con los intentos de seoro de Fergodlivio,
cediendo todo reconocimiento, claudicando a ser
tratado como persona. Si bien en un principio la
causa de este doblegarse es la cantidad exorbi-
tante de dinero ofrecida por Fergodlivio, existen
ciertos lmites cabales a las humillaciones permi-
tidas que s ponen el hijo y la madre, quienes
abandonan la casa, pero que no sabe poner el
padre.
b) La segunda etapa puede referirse a ciertas
nociones que maneja Fergodlivio y que casi sin
pretenderlo parecen estar introduciendo, explci-
tamente, este tipo de relacin que se da en la
lucha de autoconciencias, apoyando de esta ma-
nera nuestra hiptesis.
El personaje de Fergodlivio parece tender l-
neas de conexin entre el espectador y la idea
subyacente de la obra, sobre todo cuando se re-
fiere al amor. Llama la atencin su parlamento en
la Escena II:
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Yo slo amo a Clara. (Con angustia).
Pero a veces cuando quiere escapar de
mi cadena (Castiga a Clara). cuando
quiere ser ms que mi cadena, ms que
mi mano, ms que mi sangre tambin la
odio a ella. (Breve silencio). Pero eso no
ocurre casi nunca.
De esa manera Fergodlivio seala que el
amor que l es capaz de sentir es hacia alguien
que se presenta como esclavo, nunca cuando lu-
cha por ser un igual, cuando exige de l el reco-
nocimiento debido a cada persona. Esta idea se
ve reforzada por el siguiente parlamento de
Fergodlivio, en los ltimos minutos de la obra:
Tambin cree en el respeto, Clara. No
sabe que slo respetamos lo que nos es
indiferente (Con angustia y fervor). Dile
que slo amamos cuando queremos des-
truir lo que amamos, Clara.
Es llamativa la similitud de este parlamento y
la lucha de las autoconciencias de la que habla-
mos cuando nos referamos a Hegel. Esa dialc-
tica entre el amor y el odio se da, como ya se ha
dicho, por el deseo y la necesidad de verse refle-
jado en el otro con una imagen que nos sea fa-
vorable, es decir, obtener el reconocimiento en un
par, pero a la vez, como todo deseo de conoci-
miento nace de la apetencia de destruir al objeto
para apoderarse de l, esa otra autoconciencia, en
la que deseamos vernos reflejados, es a la vez
nuestro objeto del deseo de anulacin e incorpo-
racin.
Si el equilibrio en la lucha de las autoconcien-
cias se mantiene, estamos frente a una relacin
no patolgica. Si el equilibrio se rompe y una
autoconciencia pasa a dominar a la otra, destru-
yndola, se trata de una relacin amo-esclavo. Sin
embargo, como ya mencionamos y veremos en
el prximo apartado, la reduccin del otro a es-
clavo destruye la posibilidad del amo de verse en
la magnitud que deseaba.
Por eso, tal vez, Clara es invisible. Porque tam-
bin es esclavizada por Fergodlivio como hemos
visto, pero a la vez la presenta como su par, su
interlocutora durante toda la obra (no en vano su
nombre es el vocativo que ms veces aparece), lo
cual el autor parece querer demostrar es im-
posible en una relacin con una persona real.
c) La tercera etapa consiste en el fracaso de
Fergodlivio, dando lugar a la catarsis.
Fergodlivio muestra a lo largo de la obra una
avidez colosal por obtener el reconocimiento. Lo
pide en diferentes formas, desde el respeto (Me
pide respeto a m? A m? Que pago para que me
respeten.), hasta la abyeccin (Tendr que or-
me! Tendr que obedecerme!). Lo obtiene. No
de la madre ni del hijo, pero s del padre, que
permanece bajo su yugo hasta el final de la obra.
Sin embargo el propio Fergodlivio, esclavizan-
do al padre, cosificndolo y logrando de l que
se convierta en un ser abyecto, entregado a su
dominio, anula la posibilidad de un reconocimien-
to vlido.
Fergodlivio mismo en varios momentos des-
truye la vala de la autoconciencia que est dis-
puesta a reconocerlo. En la ltima escena, por
ejemplo, a punto de terminar la obra, le niega
explcitamente al padre su condicin humana,
reducindolo a un animal, a una cosa nfima:
Pobrecito, Clara. Mralo ovillarse en el suelo y
sollozar como un animal Recin ahora es l
mismo. Por eso sufre. Jams podr llegar a que-
rer esa nfima cosa que es.
De esta manera el padre queda aniquilado. Ni
siquiera es un hombre; es un animal, una cosa.
Podra decirse, entonces, que Fergodlivio ha triun-
fado. Nuestro hroe ha sido derrotado. Pero as
como en un espejo vemos a la otra imagen ha-
cer lo mismo que nosotros mismos hacemos,
Fergodlivio ha sido vencido tambin. Porque el
ser que reconoce su supremaca no es digno de
la imagen que l haba querido ver reflejada.
All es donde se da la catarsis en el especta-
dor. Existe un sentimiento de revancha porque,
si bien ajeno a los conceptos hegelianos, el es-
pectador intuye que el verdadero propsito de
Fergodlivio no era tener el reconocimiento de una
cosa o un animal, sino de un ser humano cabal
que admitiera su superioridad. Y esto es lo que
se le hace imposible, porque en su afn de verse
reflejado, hace aicos el espejo. Era una manera
de decirle a los dictadores que podan tener en
silencio a la poblacin por medio del terrorismo
de Estado, pero que nunca obtendran su reco-
nocimiento legtimo.
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II.2) Pater Noster
Esta obra de Jacobo Langsner se desarrolla
en un lugar muy similar a donde se sita El Hus-
ped Vaco. De hecho, el autor tambin emplaza
la accin en cualquier lugar segn lo dispone
previo al primer cuadro, y toda la obra acontece
dentro de una misma casa, la casa de Nstor. Si
bien no hay descripcin de la casa en cuanto se
refiere a muebles, buen gusto o no, como suce-
de en El Husped Vaco, es evidente que es una
casa austera, con lo esencial para la vida doms-
tica, una mesa, sillas, un televisor, un bao y una
cocina a los que aparentemente, por las activida-
des que se dan en la casa a lo largo de la obra,
no les falta nada.
A esta casa, donde vive el joven Nstor acom-
paado nicamente por los ruidos que vienen de
casas vecinas, llegan Bernardo y Amalia, una pa-
reja de mediana edad a alquilar una pieza. En este
aspecto nuevamente se comprueba la similitud
con El Husped Vaco.
Progresivamente, la inicial cortesa y discre-
cin de los inquilinos ante la tosquedad de Nstor,
que hace que en el comienzo el espectador sien-
ta simpata por ellos y no por el dueo de casa,
comienza a revertirse. La voluntad de la pareja
de reeducar las costumbres de Nstor se con-
vierte en agresividad, y la moral de stos se evi-
dencia como intolerancia y despotismo.
Si en el caso de El Husped Vaco el dueo
de casa terminaba sometido y degradado, esta
obra va un paso ms all, y concluye con el ase-
sinato de Nstor. Las razones de esto no estn
simplemente en una mayor osada del autor, sino
en esenciales diferencias entre los anti-hroes de
ambas obras, a primera vista similares pero pro-
fundamente dismiles, lo que provoca una reac-
cin distinta por parte de los agresores. Porque
es una lucha atpica la que se da entre Nstor y
los huspedes. Hemos visto que en la autocon-
ciencia existe un impulso que Hegel llama ape-
tencia, por el cual sta tiende a salir de s misma
buscando conocer los objetos fuera de ella y, al
conocerlos, aniquilarlos, devorarlos, hacerlos for-
mar parte de ella misma. Al encontrarse dos au-
toconciencias, lo que normalmente sucede es que
la apetencia de ambas las lleva a reclamar el re-
conocimiento de parte de la otra, para obtener
una imagen de s misma digna de lo que desea
ser. En este caso, sin embargo, Nstor no recla-
ma reconocimiento alguno. Por el contrario, su
indiferencia consiste en no interferir en nada con
la pareja, respondiendo con desdn cuando ellos
intentan dar a conocer detalles de su vida:
BERNARDO: Estamos compartiendo un
departamento con una hermana casada,
pero es muy chico y
NESTOR: Esas son cosas suyas.
De esta manera, parecera que Nstor no
entra en la lucha de autoconciencias. No parece
haber apetencia en l, segn la nocin hegeliana.
Pero s la hay. En realidad, esa indiferencia que
tantas veces se acerca a la afrenta es su forma
de reclamar el reconocimiento, un reconocimien-
to peculiar que no se basa en la creencia de los
dems de que l posee tales o cuales cualidades,
sino en mantenerlos a distancia, respetando no
slo su campo de influencia segn definicin que
ya mencionamos de Moles, sino su privacidad
completa, como si sonrer o responder amable-
mente significara ceder un espacio de su domi-
nio. El reconocimiento que busca no es ser tra-
tado como persona, sino dejar marcado su terri-
torio de dominio y, como un ermitao, no ser
tratado en absoluto.
Por su parte, lo buscado en esta particular
lucha de autoconciencias por la pareja de inqui-
linos es que sean reconocidas su amabilidad y la
discrecin que recorre los primeros cuadros de
la obra, como cualidades meritorias.
Al comienzo de la obra, su demanda de re-
conocimiento se hace espontneamente; casi po-
dra decirse que no exigen nada, sino que se
manifiesta su manera de ser de forma natural.
Pero ya en el cuarto cuadro comienzan a reac-
cionar ante la indiferencia impa de Nstor. En
estos trminos es que se da la lucha de autocon-
ciencias: demanda de reconocimiento de las vir-
tudes de unos contra la indolencia que es una
exigencia de privacidad total del otro.
Cmo se llega al asesinato? Si no hay forma
de conseguir su reconocimiento por va alguna,
entonces la nica salida es darle muerte.
Al igual que en El Husped Vaco, estas rela-
ciones humanas vistas bajo la luz hegeliana traen
consigo una fuerte catarsis para el espectador.
En primer lugar, en esta obra, a diferencia de
El Husped Vaco, se da una inmediata catarsis ya
que el personaje de Nstor nunca se somete, lo
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cual lleva a los inquilinos a la desesperacin. Pue-
de decirse que Nstor, contrariamente a la for-
ma en que normalmente se lo clasifica, no es un
anti-hroe, porque su indiferencia, como hemos
visto, no significa entrega sino que es su modo
de enfrentamiento.
Pero la muerte de Nstor suscita otra catar-
sis, si bien mediatizada, ms potente. Tratando la
obra en clave hegeliana sabemos, como ya diji-
mos respecto de El Husped Vaco, que al matar
a Nstor los inquilinos en realidad estn destru-
yendo el espejo donde anhelaban verse reflejados,
reconocidos como personas de bien. La desapa-
ricin de Nstor es la confirmacin de que ese
reconocimiento no ser concedido. En definitiva
no han ganado nada, sino que se han quedado
con las manos vacas de una posible autoestima
que Nstor podra haberles dado. Pero el final de
la obra, a diferencia de El Husped Vaco donde
queda abierta sin saber si el padre seguir cedien-
do o se detendr en algn momento, aqu cierra
por completo con la muerte, no dejando duda
alguna de que el reconocimiento jams podr ser
obtenido de Nstor.
Seguramente se era el mensaje subliminal
que se les intentaba transmitir a los integrantes
del gobierno de facto.
Conclusiones
Hemos recorrido varias etapas antes de lle-
gar a estas conclusiones. En primer lugar, nos
hemos referido brevemente a la dictadura uru-
guaya y las caractersticas de su censura que, no
permitiendo utilizar el lenguaje en ninguno de sus
mbitos ni las vas legales como vlvulas de es-
cape a la angustia de lo que estaba sucediendo,
propici la comunicacin en un mbito inespe-
rado: el teatro.
En segundo lugar hemos analizado la catar-
sis, concepto introducido por Aristteles, que a
travs de la purga de los sentimientos que se
realiza al ver el sufrimiento de los hroes trgi-
cos, provoca un alivio y a la vez una aclaracin
de la propia situacin. Dijimos que ciertamente
es de esta manera que el teatro uruguayo fun-
cionaba durante la dictadura, dndole al espec-
tador una oportunidad para realizar su catarsis.
Esa idea se ve enriquecida por Freud, quien sos-
tiene que a travs de los personajes dramticos
el espectador vive sin peligro sus deseos reprimi-
dos, lo cual tambin parece aplicarse al micro-
sistema que tratamos.
Sin embargo, analizando en tercer lugar el
tipo de hroe caracterstico del microsistema, que
consiste en un anti-hroe que es degradado a lo
largo de la obra, se plante un problema: cmo
el espectador puede vivir sus deseos reprimidos
y liberar sus pasiones si el hroe a travs del cual
va a hacerlo no tiene ninguna clase de triunfo
sobre el escenario, ni siquiera el goce de la rebe-
lin.
Eso nos orient a encontrar la respuesta en
la dialctica hegeliana del amo y el esclavo. Se-
gn esta dialctica, un ser humano slo se cons-
tituye como tal cuando es reconocido por otro
ser humano libre e igualmente reconocido por l.
En la cosificacin del otro, en su esclavizacin,
por lo tanto, est implcita la negacin de la pro-
pia humanidad. Las obras de teatro de este mi-
crosistema, al mostrar un hroe que es privado
de sus atributos de persona, estn tcitamente
despojando al opresor de su tan anhelado reco-
nocimiento, como se ha visto en los casos de El
Husped Vaco y Pater Noster.
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