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Origen de la vida Luis miguel

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Origen de la vida

Luis miguel

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Introducción

• El pensamiento indígena antiguo y moderno está lleno de imágenes de respeto a la naturaleza. El profundo respeto por la vida se encuentra bellamente expresado en el amor a la naturaleza. Los indígenas wixaritari consideramos que cada elemento de este territorio (tierra, plantas, animales, etc.) es sagrado. Nunca olvidamos de Wimakame, nuestra Madre Tierra:“Nosotros somos parte de la tierra y la tierra es parte de nosotros. Las flores que aroman en el aire son nuestras hermanas; los desfiladeros, los pastizales húmedos, los animales -como el venado y el águila- forman un todo único”

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• El agua que circula por los ríos y arroyos de nuestro territorio no es solo agua, es también la sangre de nuestros ancestros. Cada planta brillante que está naciendo, cada grano de arena de las playas, cada gota de los ríos y los arroyos; el rocío en la sombra de los bosques; cada colina y hasta el sonido de los insectos son cosas sagradas. Nuestras tierras no están en venta. Ninguna oferta sería suficiente y ninguna se aceptaría. Si vendiéramos nuestra tierra no serla tratada como algo sagrado y a nuestros hijos ya nunca podríamos enseñarles las cosas que se reflejan en el agua cristalina de los lagos. Estamos hermanados con los ríos que sacian nuestra sed, conducen nuestro camino y alimentan a nuestros hijos.

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• Los te+waris (mestizos) no entienden nuestro modo de vida, no conocen las diferencias que hay entre dos colores de piel, no tratan a la tierra como hermana sino como enemiga; conquistan el territorio y luego lo abandonan, dejando allí a sus muertos sin que les importe nada. Tratan a Wimakame y a Tayeu Yuawi (Padre Cielo) como si fueran simples cosas que se compran, como si fueran cuentas de collares que se intercambian por otros objetos. El apetito del Te+wari terminará devorando todo lo que hay en las tierras, hasta convertirlas en desiertos. En nuestra cosmovisión, el mundo es como un todo. Todo es para todos, sin hacer distinciones.

• Nuestro modo de vida es diferente, cuando los teiwari visitan nuestras comunidades y asisten a nuestras ceremonias, nos sentimos avergonzados de no entenderlos, ni ellos a nosotros. Nuestra cultura es diferente de la del mundo moderno; en las poblaciones de los te+wari no hay tranquilidad, no puede oírse el rumor de las hojas primaverales al abrirse, ni el aleteo de los insectos; eso lo descubrimos nosotros, porque somos parte de la naturaleza. El ruido de las poblaciones insulta a nuestros oídos.

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• Por eso en cada pueblo indígena nos esforzamos en conservar la naturaleza. ¿Qué ha sucedido con los animales sagrados y las plantas en otros lugares? ¡han sido destruidos, han desaparecido debido a tantos cambios! En el mundo moderno hay temores y se siente amenazada la sobrevivencia. El «progreso» está acabando con la tierra y los seres vivos porque para los blancos y mestizos es más importante dominar la naturaleza que protegerla.

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La vida no surgió en el Paraíso sino en el Cerro del Quemado • En la sierra de Catorce nació la vida. Ahí fue concebida y parida, entre el Cerro Grande y el Cerro del Quemado. A más de tres mil metros de altura, la vida dio a luz al mundo. Lo iluminó. Y dejó ver la extensión de 140 mil hectáreas de Wirikuta.

• Eso fue en el pasado, en el inicio de los tiempos, según los wixaritari. Según su historia, partieron de San Blas, en Nayarit. Se fueron buscando la luz en épocas donde todo era penumbra. Caminaron, caminaron y caminaron. Casi 550 kilómetros hasta llegar a Wirikuta, siguiendo a Kayau Mari, un personaje mítico, mitad hombre, mitad venado, cuyo espíritu vive en el híkuri (peyote). Subieron por un manantial de nombre Masau Hata y volvieron a caminar hasta que encontraron la primera señal, la del abuelo fuego, en el Cerro Grande y el Cerro del Quemado.

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• Cada año, de los cinco puntos principales: San Blas, en Nayarit; Cerro Gordo, en Durango; Santa Catarina y Chapal, en Jalisco; y Wirikuta, en San Luis Potosí, los huicholes recrean el peregrinaje milenario. A pie.

• Para el común de los mortales, no queda más que el caballo. 60 minutos de trayectoria desde Real de Catorce hacia el Cerro del Quemado. El animal deja atrás los restos de una ciudad pétrea. Se adentra en paisajes terregosos, maleza, matorrales. El sol da a todo lo que da. El viento hace lo mismo. En tiempos de frío las serpientes y los alacranes prefieren quedarse dormidos. En calor, es común que piquen o muerdan a los paseantes.

• El suelo va alzándose. Va creando relieves. La primera parada es el manantial de la mina de San Agustín. De ahí se abastecen de agua los pobladores de la región, dice José, el guía de caballos. Antes, el agua venía desde las alturas. De ojos de agua provenientes de los cerros. Las actividad minera les secó. Las minas desviaron los cauces. Ahora el líquido sale de lo que quedó de ellas. De esos túneles donde salían toneladas de oro y plata, hoy, a duras penas sale agua.

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• Los vestigios de la mina de San Agustín se despiden con una especie de puerta de piedra con acabados árabes; la invasión de los moros a los españoles fue reproducida culturalmente por los últimos en sus conquistas. Real de Catorce no escapó a ello.

• Una brecha estrecha, un barranco. Un caballo experto. Casas, ruinas, piedras, tierra. Cielo y nubes. La entrada al Cerro del Quemado. Han pasado 40 minutos. El cuadrúpedo se detiene. No quiere seguir más. A pie ahora. 20 pesos hay que desembolsar para poder subir. 20 minutos hay que caminar con rumbo al cielo. El corazón late más rápido. El sudor cae por el rostro. El aire refresca. Y unas piedras, en las alturas, dan la bienvenida. En forma de círculo, el templo del Cerro Quemado. Hasta ahí, cada año, los wixaritari llegan con peyote en mano. Lo consumen. Hablan con los dioses: la Madre Tierra, el Abuelo Fuego, el Padre Sol. Piden orientación. Uno imagina lo que sería estar de noche ahí. Entre el fuego, confesiones, rituales, cánticos. Purificación espiritual.