presentación del superjardín

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Presentación de Superjardín por Eduardo Mileo Superjardín es una fiesta. En él priman la risa, la primavera y el ágape. Pero es una fiesta muy particular, habitada por los seres de la imaginación y por las palabras del deseo. En esa fiesta conviven personajes de la historia y de la filosofía con otros de la fantasía o de la televisión. En ella orinan angelitos sobre la cara del lector, o los muertos viven como semillas que luego serán árboles, que es como viven, en realidad, los muertos. Nada desafina porque la música es de carcajadas, y nada afina, porque las imágenes chocan, se solapan y se hibridan como fuegos artificiales. El humor es el lenguaje del poema. Y en numerosa irreverencia se desata sobre el amor y la guerra, sobre el que lee, sobre el que escribe, y también sobre el mundo, visto a través de una lluvia benéfica. Y el lenguaje es el humor. Pucheta descubre el lado ridículo de las palabras. Y en esa lengua desafía a la muerte, esa dama que mueve el deseo y nos encuentra siempre. Los temas que anda el libro están unidos por un hilo conductor: el amor, o el deseo de amor, anuda la secuencia, la vuelve real, porque la torna histórica –la ubica en el tiempo–, y religiosa –la religa con la infancia. Pucheta inventa un superjardín porque el jardín convencional es poco real para su lengua, hecha de pasión y demasía, de travesura y pudor. En algún reportaje Pucheta dice que quiere fundar el superromanticismo. No sé si fundará un movimiento, pero funda una mitología. Una mitología popular, pero salida de Nietzsche y Schopenhauer. Este cruce es el que estalla en el humor. El humor de Pucheta es el choque que estas dos culturas producen en el poema, que expresa una irreprimible confianza en el lenguaje o, mejor dicho, en la interminable posibilidad del lenguaje de producir estos choques. La lengua estalla como la cabeza de los muertos, y su fuego ilumina el poema, que ríe de su hazaña.

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Presentación de Superjardínpor Eduardo Mileo

Superjardín es una fiesta. En él priman la risa, la primavera y el ágape. Pero es una fiesta muy particular, habitada por los seres de la imaginación y por las palabras del deseo. En esa fiesta conviven personajes de la historia y de la filosofía con otros de la fantasía o de la televisión. En ella orinan angelitos sobre la cara del lector, o los muertos viven como semillas que luego serán árboles, que es como viven, en realidad, los muertos.Nada desafina porque la música es de carcajadas, y nada afina, porque las imágenes chocan, se solapan y se hibridan como fuegos artificiales.El humor es el lenguaje del poema. Y en numerosa irreverencia se desata sobre el amor y la guerra, sobre el que lee, sobre el que escribe, y también sobre el mundo, visto a través de una lluvia benéfica. Y el lenguaje es el humor. Pucheta descubre el lado ridículo de las palabras. Y en esa lengua desafía a la muerte, esa dama que mueve el deseo y nos encuentra siempre. Los temas que anda el libro están unidos por un hilo conductor: el amor, o el deseo de amor, anuda la secuencia, la vuelve real, porque la torna histórica –la ubica en el tiempo–, y religiosa –la religa con la infancia.Pucheta inventa un superjardín porque el jardín convencional es poco real para su lengua, hecha de pasión y demasía, de travesura y pudor.En algún reportaje Pucheta dice que quiere fundar el superromanticismo. No sé si fundará un movimiento, pero funda una mitología. Una mitología popular, pero salida de Nietzsche y Schopenhauer. Este cruce es el que estalla en el humor. El humor de Pucheta es el choque que estas dos culturas producen en el poema, que expresa una irreprimible confianza en el lenguaje o, mejor dicho, en la interminable posibilidad del lenguaje de producir estos choques. La lengua estalla como la cabeza de los muertos, y su fuego ilumina el poema, que ríe de su hazaña.El humor y el amor son el estilo. Pucheta piensa humorísticamente para no quedar desnudo ante el amor. Su estilo deja desnudo al lector, como el rey (des)vestido con hilos de oro. Esa ficción mueve al libro, y de ese modo oculta el sentido, desvía la atención de la propia angustia.Es el lado oculto de la fiesta: la religión descubre al niño que el poeta es, y lo descubre en su lengua, es decir, en su pecado original, y el niño no tiene otra forma de vivir que siendo dios, caprichoso, adorado y deseado. Pucheta es un chico jugando a los dioses, entrando en el amor como en un paraíso.El amor es el motor de su poesía. El amor embelesado, el que transporta al amante a un mundo personal e irrepetible, un mundo en el que, como quería Hölderlin, “poetizar es la más inocente de todas las ocupaciones”. Pero ese amor es también “un disparate de corona de espinas”, y el poeta también lo sufre como un dios. En él deposita su fe, que barniza todo el libro, y lo traduce como Santo del Beso. Es el amor (el humor) el que le permite reírse de una realidad hostil, transmutarla en ridículo, en escenario bizarro. Es, finalmente, el amor el que “abomba la tumba dura / y vuelve / pólvora las sombras (...) mientras las cruces dilatan / para la yerra de los dioses / el hierro de su relámpago”.Esa pasión lo identifica con el dios sufriente, lo vuelve uno con él, lo penetra de su lenguaje. Pero el poeta invoca al humor en su ayuda. Y el humor, que es su ángel de la guarda, acude con su lanza y lo lanza al vacío, de nuevo en brazos del amor. Y es él quien derrota a la muerte y se vuelve dios, deseoso del mundo, enamorado de su creación.

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