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Hay personas que esperan toda lavida para encontrar a su alma gemela,pero ese no es el caso de Holly yGerry. Se conocían desde elinstituto, y sentían como si siemprehubiesen estado juntos. Podíanacabar las frases del otro, e inclusocuando discutían lo hacían riendo.Holly pensaba que no podría vivirsin Gerry. Pero tres meses después desu muerte, recibe un misteriosopaquete. Él le ha dejado una serie decartas, en las que con ternura,sabiduría y humor, la anima a seguiradelante.

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Título original: PS: I love youCecelia Ahern, 2008.

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Holly hundió la nariz en el suéterazul de algodón y un olor familiar lagolpeó de inmediato: un abrumadordesconsuelo le cerró el estómago y lepartió el corazón. Le subió unhormigueo por el cogote y un nudoen la garganta amenazó conasfixiarla. Le entró el pánico. Apartedel leve murmullo del frigorífico y delos ocasionales gemidos de lastuberías, en la casa reinaba elsilencio. Estaba sola. Tuvo unaarcada de bilis y corrió al cuarto debaño, donde cayó de rodillas ante el

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retrete.Gerry se había ido y jamás

regresaría. Ésa era la realidad. Nuncavolvería a acariciar la suavidad de supelo, a intercambiar en secreto unabroma con él durante una cena conamigos, a lloriquearle al llegar a casatras una dura jornada en el trabajoporque necesitaba algo tan simplecomo un abrazo; nunca volvería acompartir la cama con él, ni ladespertarían cada mañana susataques de estornudos, ni reiría conél hasta dolerle la barriga, nuncavolverían a discutir sobre a quién letocaba levantarse para apagar la luz

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del dormitorio. Lo único que lequedaba eran un puñado derecuerdos y una imagen de su rostro,que día tras día iba haciéndose másvaga.

Su plan había sido muy sencillo:pasar juntos el resto de sus vidas. Unplan que todo su círculo consideró delo más factible. Nadie dudaba de quefueran grandes amigos, amantes yalmas gemelas destinadas a estarjuntas. Pero dio la casualidad de queun día el destino cambió de parecer.

El final había llegado demasiadopronto. Después de quejarse de unamigraña durante varios días, Gerry se

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avino a seguir el consejo de Holly yfue a ver a su médico. Lo hizo unmiércoles, aprovechando la hora delalmuerzo. El médico pensó que eldolor de cabeza se debía al estrés o alcansancio y aventuró que en el peorde los casos quizá necesitase usargafas. A Gerry no le gustó nadaaquello.

Le molestaba la idea de tener queusar gafas. No debería habersepreocupado, pues resultó que suproblema no residía en los ojos, sinoen el tumor que estaba creciendo ensu cerebro.

Holly tiró de la cadena del retrete

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y, temblando por lo frías que estabanlas baldosas del suelo, se puso de pie.Gerry sólo tenía treinta años. Nimucho menos había sido el hombremás sano de la Tierra, pero habíagozado de suficiente salud para…bueno, para llevar una vida normal.Cuando ya estaba muy enfermo,bromeaba a propósito de haber vividocon demasiada prudencia. Deberíahaber tomado drogas, haber bebido yviajado más, tendría que habersaltado de aviones y depilarse laspiernas en plena caída.

La lista seguía. Aunque él se rierade todo eso, Holly veía pesar y

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arrepentimiento en sus ojos.Arrepentimiento por las cosas paralas que nunca había sabido tenertiempo, los lugares que nunca habíavisitado, y pesar por la pérdida deexperiencias futuras. ¿Acasolamentaba la vida que había llevadocon ella? Holly jamás dudó de que laamara, pero temía que tuviera laimpresión de haber desperdiciado untiempo precioso.

Hacerse mayor se convirtió enalgo que Gerry deseabadesesperadamente lograr, dejando asíde ser un hecho inevitable y temido.¡Qué presuntuosos habían sido

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ambos al no considerar nunca quehacerse mayor constituyese un logroy un desafío! Los dos habían queridoevitar envejecer a toda costa.

Holly vagaba de una habitación aotra mientras sorbía lagrimonessalados. Tenía los ojos enrojecidos eirritados y la noche parecía no tenerfin. Ningún lugar en la casa leproporcionaba el menor consuelo.Los muebles que contemplaba sólo ledevolvían inhóspitos silencios.Anheló que el sofá tendiera losbrazos hacia ella, pero tampoco éstese dio por aludido.

A Gerry no le hubiese gustado

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nada esto, pensó. Exhaló un hondosuspiro, se enjugó las lágrimas yprocuró recobrar un poco de sentidocomún. No, a Gerry no le hubiesegustado en absoluto.

Igual que cada noche durante lasúltimas semanas, Holly se sumió enun profundo sueño poco antes delalba. Cada día despertabaincómodamente repantingada en unlugar distinto; hoy le tocó el turno alsofá. Una vez más, fue la llamadatelefónica de un familiar o un amigopreocupado la que la despertó.Probablemente pensaran que nohacía más que dormir. ¿Por qué no la

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llamaban mientras vagaba condesgana por la casa como un zombi,registrando las habitaciones en buscade… de qué? ¿Qué esperabaencontrar?

—¿Diga? —contestó adormilada.Tenía la voz ronca de tanto llorar,pero ya hacía bastante tiempo queno se molestaba en disimular. Sumejor amigo se había ido parasiempre y nadie parecía comprenderque ninguna cantidad de maquillaje,de aire fresco o de compras iba allenar el vacío de su corazón.

—Oh, perdona, cariño, ¿te hedespertado? —preguntó la voz

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inquieta de su madre a través de lalínea.

Siempre la misma conversación.Cada mañana su madre llamaba paraver si había sobrevivido a la noche ensoledad. Siempre temerosa dedespertarla no obstante, aliviada aloírla respirar; a salvo al constatar quesu hija se había enfrentado a losfantasmas nocturnos.

—No, sólo estaba echando unacabezada, no te preocupes. Siemprela misma respuesta.

—Tu padre y Decían han salido yestaba pensando en ti, cielo.

¿Por qué aquella voz

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tranquilizadora y comprensivaconseguía siempre que se le saltaranlas lágrimas? Imaginaba el rostropreocupado de su madre, el ceñofruncido, la frente arrugada por lainquietud. Pero eso no sosegaba aHolly. En realidad hacía querecordara por qué estabanpreocupados y que no deberíanestarlo. Todo tendría que ser normal.Gerry debería estar allí junto a ella,poniendo los ojos en blanco eintentando hacerla reír mientras sumadre le daba a la sinhueso. Unsinfín de veces Holly había tenidoque pasarle el teléfono a Gerry,

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incapaz de contener el ataque de risa.Entonces él seguía la charla,ignorando a Holly mientras ésta dababrincos alrededor de la cama,haciendo muecas y bailesestrafalarios para captar su atención,cosa que rara vez conseguía.

Siguió toda la conversacióncontestando casi con monosílabos,oyendo sin escuchar una solapalabra.

—Hace un día precioso, Holly.Te sentaría la mar de bien salir a darun paseo. Respirar un poco de airefresco.

—Sí… Supongo que sí. —Otra vez

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el aire fresco, la presunta solución asus problemas.

—Igual paso por ahí más tarde ycharlamos un rato.

—No, gracias, mamá. Estoy bien.Silencio.—Bueno, pues nada… Llámame si

cambias de idea. Estoy libre todo eldía.

—De acuerdo. Otro silencio. —Gracias de todos modos —agregóHolly.

—De nada. En fin… Cuídate,cariño.

—Lo haré.Holly estaba a punto de colgar el

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auricular pero volvió a oír la voz desu madre.

—Ah, Holly, por poco me olvido.Ese sobre sigue aquí, ya sabes, eseque te comenté. Está en la mesa de lacocina. Lo digo por si quieresrecogerlo. Lleva aquí semanas ypuede que sea importante.

—Lo dudo mucho. Lo másprobable es que sea otra tarjeta depésame.

—No, me parece que no lo es,cariño. La carta va dirigida a ti yencima de tu nombre pone… Espera,no cuelgues, que voy a buscarla…

Holly oyó el golpe seco del

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auricular, el ruido de los taconessobre las baldosas alejándose hacia lamesa, el chirrido de una sillaarrastrada por el suelo, pasos cada vezmás fuertes y por fin la voz de sumadre al coger de nuevo el teléfono.

—¿Sigues ahí?—Sí.—Muy bien, en la parte superior

pone «la lista». No sé muy bien quésignifica, cariño. Valdría la pena quele echaras…

Holly dejó caer el teléfono.

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—¡Gerry, apaga la luz!Holly reía tontamente mientras

miraba a su marido desnudarsedelante de ella. Éste bailaba por lahabitación haciendo un striptease,desabrochándose lentamente lacamisa blanca de algodón con susdedos de pianista. Arqueó la cejaizquierda hacia Holly y dejó que lacamisa le resbalara por los hombros,la cogió al vuelo con la mano derechay la hizo girar por encima de lacabeza. Holly rió otra vez.

—¿Que apague la luz? ¡Qué

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dices! ¿Y perderte todo esto?Gerry sonrió con picardía

mientras flexionaba los músculos.No era un hombre vanidoso aunquetenía mucho de lo que presumir,pensó Holly. Tenía el cuerpo fuertey estaba en plena forma, las piernaslargas y musculosas gracias a lashoras que pasaba haciendo ejercicioen el gimnasio. Su metro ochenta ycinco de estatura bastaba para queHolly se sintiera segura cuando éladoptaba una actitud protectorajunto a su cuerpo de metro setenta ysiete. No obstante, lo que más legustaba era que al abrazarlo podía

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apoyar la cabeza justo debajo delmentón, de modo que notase el levesoplido de su aliento en el pelohaciéndole cosquillas.

El corazón le dio un brincocuando se bajó los calzoncillos, losatrapó con la punta del pie y loslanzó hacia ella, aterrizando en sucabeza.

—Bueno, al menos aquí debajoestá más oscuro. —Holly se echó areír.

Siempre se las arreglaba parahacerla reír. Cuando llegaba a casa,cansada y enojada después deltrabajo, él se mostraba comprensivo

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y escuchaba sus lamentos. Rara vezdiscutían, y cuando lo hacían era porestupideces que luego les hacían reír,como quién había dejado encendidala luz del porche todo el día o quiénse había olvidado de conectar laalarma por la noche.

Gerry terminó su striptease y sezambulló en la cama. Se acurrucó asu lado, metiendo los pies congeladosdebajo de sus piernas para entrar encalor. —¡Aaay! ¡Gerry, tienes los piescomo cubitos de hielo! —Holly sabíaque aquella postura significaba queno tenía intención de moverse uncentímetro—. Gerry…

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—Holly.. —la imitó él.—¿No te estás olvidando de algo?—Creo que no —contestó Gerry

con picardía.—La luz.—Ah, sí, la luz —dijo con voz

soñolienta, y soltó un falso ronquido.—¡Gerry!—Anoche tuve que levantarme a

apagarla, si no recuerdo mal —arguyó Gerry.

—Sí, ¡pero estabas de pie justo allado del interruptor hace un segundo!

—Sí… hace un segundo —repitióél con voz soñolienta.

Holly suspiró. Detestaba tener

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que levantarse cuando ya estabacómoda y calentita en la cama, pisarel suelo frío de madera y luegoregresar a tientas y a ciegas por lahabitación a oscuras. Chasqueó lalengua en señal de desaprobación.

—No puedo hacerlo siempre yo,¿sabes, Hol? Quizás algún día yo noesté aquí y… ¿qué harás entonces?

—Pediré a mi nuevo marido quelo haga —contestó enfurruñada,tratando de apartar a patadas sus piesfríos.

—¡Ja—O me acordaré de hacerlo yo

misma antes de acostarme —añadió

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Holly.Gerry soltó un bufido.—Dudo mucho que así sea, amor

mío. Tendré que dejarte un mensajeal lado del interruptor antes de irmepara que no se te olvide.

—Muy amable de tu parte,aunque preferiría que te limitaras adejarme tu dinero —replicó Holly.

—Y una nota en la caldera de lacalefacción —prosiguió Gerry. —Ja,ja.

—Y en el cartón de la leche.—Eres muy gracioso, Gerry.—Ah, y también en las ventanas,

para que no las abras y se dispare la

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alarma por las mañanas.—Oye, si crees que sin ti seré tan

incompetente, ¿por qué no me dejasen tu testamento una lista de lascosas que tengo que hacer?

—No es mala idea —dijo Gerry, yse echó a reír.

—Muy bien, entonces ya apagoyo la maldita luz.

Holly se levantó de la cama aregañadientes, hizo una mueca alpisar el gélido suelo y apagó la luz.Tendió los brazos en la oscuridad yavanzó lentamente de regreso a lacama.

—¿Hola? Holly, ¿te has perdido?

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¿Hay alguien ahí? ¿O ahí? ¿O ahí? —vociferó Gerry a la habitación aoscuras.

—Sí, estoy… ¡Ay! —gritó Holly algolpearse un dedo del pie contra lapata de la cama—. ¡Mierda, mierda,mierda! ¡Que te jodan, gilipollas!Gerry soltó una risa burlona debajodel edredón.

—Número dos de mi lista:cuidado con la pata de la cama…

—Oh, cállate, Gerry, y deja deponerte morboso —le espetó Holly,tocándose el pie con la mano.

—¿Quieres que te lo cure con unbeso? —preguntó Gerry.

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—No, ya está bien —respondióHolly con impostada tristeza—.Bastará con que los meta aquí paracalentarlos…

—¡Aaah! ¡Jesús, están helados!Holly rió de nuevo.

Así fue como surgió la broma dela lista. Era una idea simple y tontaque no tardaron en compartir con susamigos más íntimos, Sharon y JohnMcCarthy. Era John quien habíaabordado a Holly en el pasillo delcolegio cuando sólo tenían catorceaños para farfullar la frase famosa:«Mi colega quiere saber si saldríascon él.» Tras días de incesante

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debate y reuniones de urgencia consus amigas, Holly finalmenteaccedió. «Oh, venga, Holly—lahabía apremiado Sharon—, estácomo un tren, y al menos no tiene lacara llena de granos como John.»

Cuánto envidiaba Holly a Sharonahora mismo. Sharon y John secasaron el mismo año que ella yGerry. Con veintitrés años, Holly erala benjamina del grupo; el resto teníaveinticuatro. Alguien dijo que erademasiado joven y la sermoneóinsistiendo en que, a su edad, deberíaver mundo y disfrutar de la vida. Envez de eso, Gerry y Holly recorrieron

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juntos el mundo. Tenía mucho mássentido hacerlo así, ya que cuando noestaban… juntos, Holly sentía comosi a su cuerpo le faltara un órganovital.

El día de la boda distó mucho deser el mejor de su vida. Como casitodas las niñas, había soñado con unaboda de cuento de hadas, con unvestido de princesa y un hermoso díasoleado en un lugar romántico,rodeada de sus seres queridos.Imaginaba que la recepción sería lamejor noche de su vida y se veíabailando con todos sus amigos,siendo la admiración de la

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concurrencia y sintiéndose alguienespecial. La realidad fue bastantedistinta.

Despertó en el hogar familiar alos gritos de «¡No encuentro lacorbata!» (su padre) y «¡Tengo elpelo hecho un asco!» (su madre). Yel mejor de todos: «¡Parezco una vacalechera!' ¡Cómo voy a asistir a estapuñetera boda con este aspecto! ¡Memoriría de vergüenza! ¡Mamá, miracómo estoy! Holly ya puede irbuscándose otra dama de honorporque, lo que es yo, no piensomoverme de casa. ¡Jack, devuélvemeel puto secador, que aún no he

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terminado!» (Esta inolvidabledeclaración salió de la boca de suhermana menor, Ciara, a quien cadados por tres le daba un berrinche y senegaba a salir de la casa, alegandoque no tenía nada que ponerse, pesea que su armario ropero estabasiempre atestado. En la actualidadvivía en algún lugar de Australia conunos desconocidos y la únicacomunicación que la familiamantenía con ella se reducía a un e—mail cada tantas semanas.) La familiade Holly pasó el resto de la mañanaintentando convencer a Ciara de queera la mujer más guapa del mundo.

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Mientras tanto, Holly fuevistiéndose en silencio, sintiéndosepeor que mal. Finalmente, Claraaceptó salir de la casa cuando elpadre de Holly, un hombre detalante tranquilo, gritó a plenopulmón para gran asombro de todos:

—¡Ciara, hoy es el puñetero díade Holly, no el tuyo! ¡Y vas a ir a laboda y vas a pasarlo bien, y cuandoHolly baje por esa escalera le dirás loguapa que está, y no quiero oírterechistar más en todo el día!

De modo que cuando Holly bajótodos exclamaron embelesados,mientras Ciara, que parecía una cría

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de diez años que acabara de recibiruna azotaina, la miró con ojosempañados y labios temblorosos ydijo:

—Estás preciosa, Holly.Los siete se hacinaron en la

limusina: Holly, sus padres, sus treshermanos y Ciara, todos guardandoun aterrado silencio durante eltrayecto hasta la iglesia. Aquellajornada era ya un vago recuerdo.Apenas había tenido tiempo dehablar con Gerry, pues ambos eranreclamados sin tregua en direccionesdistintas para saludar a la tía abuelaBetty, surgida de no se sabía dónde, y

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a la que no había vuelto a ver desdesu bautizo, y al tío abuelo Toby deAmérica, a quien nadie habíamencionado hasta la fecha, pero quede repente se había convertido en unmiembro muy importante de lafamilia.

Desde luego, nadie la habíaprevenido de lo agotador que sería.Al final de la noche le dolían lasmejillas de tanto sonreír para lasfotografías y tenía los piesdestrozados después de andar todo eldía de aquí para allá calzada conunos ridículos zapatitos que noestaban hechos para caminar. Se

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moría de ganas de sentarse a la mesagrande que habían dispuesto para susamigos, quienes habían estadopartiéndose el pecho de risa durantetoda la velada, pasándolo en grande.En fin, al menos alguien habíadisfrutado del acontecimiento, pensóentonces. Ahora bien, en cuantopuso un pie en la suite nupcial conGerry, las preocupaciones del día sedesvanecieron y todo quedó claro.

Las lágrimas corrían de nuevo porel rostro de Holly, que de prontocayó en la cuenta de que habíavuelto a soñar despierta. Seguíasentada inmóvil en el sofá con el

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auricular del teléfono aún en lamano. Últimamente perdía amenudo la noción del tiempo y nosabía qué hora ni qué día era. Parecíacomo si viviera fuera de su cuerpo,ajena a todo salvo al dolor de sucorazón, de los huesos, de la cabeza.Estaba tan cansada… Las tripas letemblaron y se dio cuenta de que norecordaba cuándo había comido porúltima vez. ¿Había sido ayer?

Fue hasta la cocina arrastrandolos pies, envuelta en el batín deGerry y calzada con las zapatillas«Disco Diva» de color rosa, susfavoritas, las que Gerry le había

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regalado la Navidad anterior. Ella erasu Disco Diva, solía decirle. Siemprela primera en lanzarse a la pista,siempre la última en salir del club.¿Dónde estaba esa chica ahora?Abrió la nevera y contempló losestantes vacíos. Sólo verduras y unyogur que llevaba siglos caducado yapestaba. No había nada que comer.Agitó el cartón de leche con unamago de sonrisa. Vacío. Lo terceroen la lista…

En la Navidad de hacía dos añosHolly había salido con Sharon acomprar un vestido para el baileanual al que solían asistir en el Hotel

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Burlington. Ir de compras conSharon siempre entrañaba peligro, yJohn y Gerry habían bromeado sobrecómo tendrían que volver a sufrir unaNavidad sin regalos por culpa de lasalocadas compras de las chicas. Y nose equivocaron de mucho. Pobresmaridos desatendidos, los llamabansiempre ellas.

Aquella Navidad Holly gastóuna cantidad vergonzosa de dinero enBrown Thomas para adquirir elvestido blanco más bonito que habíavisto en la vida.

—Mierda, Sharon, esto dejará unagujero tremendo en mi bolsillo —

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dijo Holly con aire de culpabilidad,mordiéndose el labio y acariciando lasuave tela con la yema de los dedos.

—Bah, no te preocupes, deja queGerry lo zurza —repuso Sharon, ysoltó una de sus típicas risassocarronas—. Y deja de llamarme«mierda, Sharon», por favor. Cadavez que salimos de compras te dirigesa mí así. Sé más cuidadosa oempezaré a ofenderme. Compra elpuñetero vestido, Holly. Al fin y alcabo, estamos en Navidad, es laépoca de los regalos y la generosidad.

—Por Dios, mira que eres mala,Sharon. No volveré a ir de compras

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contigo. Esto equivale a la mitad demi paga mensual. ¿Qué voy a hacerel resto del mes?

—Vamos a ver, Holly. ¿Quéprefieres?, ¿comer o estar fabulosa?¿Acaso era preciso pensarlo dosveces?

—Me lo quedo —dijo Holly conentusiasmo a la dependienta.

El vestido era muy escotado, porlo que mostraba perfectamente elpecho menudo pero bien formado deHolly, y tenía un corte hasta elmuslo que exhibía sus piernasesbeltas. Gerry no había podidoquitarle el ojo de encima. Aunque no

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fue por lo guapa que estaba, sinoporque no acertaba a comprendercómo diablos era posible que aquelpedazo de tela minúsculo pudiera sertan caro. Una vez en el baile, laseñorita Disco Diva se excedió en elconsumo de bebidas alcohólicas yconsiguió destrozar su vestido,derramando una copa de vino tintoen la parte delantera. Holly intentósin éxito contener el llanto mientraslos hombres de la mesa informaban asus parejas, arrastrando las palabras,de que el número cincuenta y cuatrode la lista prohibía beber vino tintosi llevaban un vestido caro de color

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blanco. Entonces decidieron que laleche era la bebida preferida, puestoque no resultaría visible si sederramaba sobre un vestido caro decolor blanco.

Poco después, cuando Gerryvolcó su jarra de cerveza, haciendoque chorreara por el borde de la mesahasta el regazo de Holly, éstaanunció llorosa pero muy seria a lamesa (y a algunas de las mesasvecinas):

—Regla cincuenta y cinco de lalista: nunca jamás compres unvestido caro de color blanco.

Y así se acordó, y Sharon

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despertó de su coma en algún lugarde debajo de la mesa para aplaudir lamoción y ofrecer apoyo moral.Hicieron un brindis (después de queel desconcertado camarero leshubiese servido una bandeja llena devasos de leche) por Holly y su sabiaaportación a la lista.

—Siento lo de tu vestido caro decolor blanco, Holly—había dichoJohn, hipando antes de caer del taxiy llevarse a Sharon a rastras hacia sucasa.

¿Era posible que Gerry hubiesecumplido su palabra, escribiendo unalista para ella antes de morir? Holly

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había pasado a su lado cada minutode cada día hasta que falleció, y ni élla mencionó nunca ni ella había vistoindicios de que la hubiese escrito.«No, Holly, cálmate y no seasestúpida.» Deseaba tanardientemente que volviera queestaba imaginando toda clase delocuras. Gerry no habría hecho algosemejante. ¿O sí?

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Holly caminaba por un pradocuajado de lirios tigrados. Soplabauna amable brisa que hacía que lospétalos sedosos le hicieran cosquillasen la punta de los dedos mientrasavanzaba entre los altos tallos deintenso y brillante verde. Notaba elterreno blando y mullido bajo suspies descalzos y sentía el cuerpo tanliviano que casi le parecía estarflotando justo por encima de lasuperficie de tierra esponjosa.Alrededor los pájaros entonabanmelodías alegres mientras atendían

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sus quehaceres. El sol brillaba con talintensidad en el cielo despejado quetenía que protegerse los ojos, y concada ráfaga de viento que leacariciaba el rostro el dulce aroma delos lirios le llenaba la nariz. Era tan…feliz, tan libre. Una sensación que leresultaba del todo ajenaúltimamente.

De pronto el cielo oscureciócuando el sol caribeño se escondiótras una enorme nube gris. La brisaarreció y enfrió el aire. Los pétalos delos lirios tigrados corríanalocadamente llevados por el viento,dificultando la visibilidad. El suelo

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mullido se convirtió en un lecho deafilados guijarros que le arañaban lospies a cada paso. Los pájaros habíandejado de cantar y estaban posadosen las ramas mirándolo todo. Algoiba mal y tuvo miedo. Delante deella, a cierta distancia, una piedragris se erguía visible en medio de lahierba alta. Quería correr de regresoal hermoso lecho de flores, peronecesitaba averiguar qué había allídelante.

Cuando estuvo más cerca oyóunos golpes: ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!Apretó el paso y acabó corriendosobre los guijarros, entre la hierba de

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afilados tallos que le arañaban brazosy piernas. Cayó de rodillas delante dela losa gris y soltó un alarido de doloral descubrir lo que era: la tumba deGerry. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Estabaintentando salir! ¡Estaba llamándola,oía su voz!

Holly despertó del sueño y oyóque alguien aporreaba su puerta. —¡Holly! ¡Holly! ¡Sé que estás ahí!¡Déjame entrar, por favor!

Confusa y medio dormida, fue aabrir la puerta y encontró a Sharonen un estado frenético.

—¡Por Dios! ¿Qué estabashaciendo? ¡Llevo siglos llamando a la

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puerta! Holly echó un vistazo alexterior, aún adormilada. Brillaba elsol y hacía un poco de frío, debía deser por la mañana, muy pronto.

—Bueno, ¿no vas a dejarmeentrar?

—Sí, claro, Sharon. Perdona. Mehabía quedado dormida en el sofá.

—¡Jesús! Tienes un aspectohorrible, Hol.

Sharon escrutó su semblanteantes de darle un fuerte abrazo.

—Vaya, gracias —dijo Holly, quepuso los ojos en blanco y se volviópara cerrar la puerta.

Sharon no era de las que se

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andaban con rodeos, pero por eso laquería tanto, por su sinceridad.Aunque ése era también el motivopor el que no había ido a verla desdehacía más de un mes. No quería oírla verdad. No quería que le dijeranque tenía que seguir adelante con suvida; sólo quería… En realidad nosabía lo que quería. Era felizsintiéndose desdichada. Le parecía lomás apropiado. —Dios, aquí falta elaire. ¿Cuánto hace que no abres unaventana? Sharon recorrióresueltamente la casa, abriendoventanas y recogiendo tazas y platosvacíos. Los llevó a la cocina, los

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metió en el fregadero y se dispuso alavarlos.

—Oh, no tienes por qué hacerlo,Sharon —protestó HollydébilmenteYa lo haré yo…

—¿Cuándo? ¿El año que viene?No quiero que vivas miserablementemientras el resto de nosotros finge nodarse cuenta. ¿Por qué no vas arribay te das una buena ducha? Cuandobajes, tomaremos una taza de té.

Una ducha. ¿Cuándo se habíasiquiera lavado la cara por últimavez? Sharon tenía razón, debía depresentar un aspecto lamentable conel pelo grasiento, las raíces oscuras y

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el batín sucio. El batín de Gerry.Aunque eso era algo que no tenía lamenor intención de lavar. Queríaconservarlo exactamente tal como éllo había dejado. Por desgracia, suolor estaba empezando a disiparse,dando paso al inconfundible hedor desu propia piel.

—De acuerdo, pero no hay leche—le advirtió Holly—. No he ido a…De pronto se sintió avergonzada antelo mucho que había descuidado lacasa y a sí misma.

De ningún modo iba a permitirque su amiga mirara dentro de lanevera o, de lo contrario, ésta la

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pondría en un serio aprieto.—¡Tachín'. —entonó Sharon,

alzando una bolsa que Holly nohabía visto al recibirla—. No tepreocupes, ya me he encargado deeso. Al parecer, llevas semanas sincomer.

—Gracias. Sharon. —Se le hizoun nudo en la garganta y las lágrimasle asomaron a los ojos. Su amiga seestaba portando demasiado bien conella. —¡No lo hagas! ¡Hoy nada delágrimas! Sólo buen rollo, risas yfelicidad, querida amiga. Y ahora, ala ducha. ¡Deprisa!

Holly se sentía casi un ser

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humano cuando volvió a bajar. Sehabía puesto un chándal azul yllevaba su larga melena rubia(marrón en las raíces) suelta sobre loshombros. Todas las ventanas de abajoestaban abiertas de par en par y labrisa fresca le despejó la mente. Fuecomo desprenderse de sus malospensamientos y temores. Rió alcontemplar la posibilidad de que, afin de cuentas, su madre tuvierarazón. Cuando por fin salió deltrance, Holly se quedó atónita al vercómo estaba la casa. No podía haberpasado más de media hora, peroSharon había ordenado y limpiado,

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había pasado la aspiradora yahuecado los cojines, los suelosestaban fregados y todas lashabitaciones olían a ambientador.Oyó ruidos en la cocina, dondeencontró a Sharon sacando brillo alos quemadores. Los mostradoresestaban relucientes, los grifosplateados y el escurridero delfregadero resplandecían.

—¡Sharon, eres un ángel! ¡Esincreíble que hayas hecho todo esto!¡Y en tan poco rato'.

—Pero si has estado arriba más deuna hora. Estaba empezando a pensarque te habías colado por el desagüe.

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Lo cual no sería de extrañar,teniendo en cuenta lo flaca que estás.—Miró a Holly de arriba abajo.

¿Una hora? Una vez más lasensoñaciones de Holly se habíanapoderado de su mente.

—En fin, he comprado un pocode fruta y verdura, hay queso yyogures y también leche, pordescontado. No sé dónde guardas lapasta y la comida envasada, de modoque las he dejado ahí encima. Ah, yhe metido unos cuantos platosprecocinados en el congelador. Notienes más que calentarlos en elmicroondas. Con todo esto puedes

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apañártelas una temporadita, aunquea juzgar por tu aspecto te durará almenos un año. ¿Cuánto peso hasperdido?

Holly se miró el cuerpo. Elchándal le hacía bolsas en el traseroy, aunque se había anudado elcordón de la cintura al máximo, lecaía hasta las caderas.

Hasta entonces no se había dadocuenta de lo mucho que habíaadelgazado. La voz de Sharon la hizoregresar de nuevo a la realidad.

—Hay unas cuantas galletas quepuedes tomar con el té. JammyDodgers, tus favoritas.

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Aquello fue demasiado paraHolly. Las Jammy Dodgers fueron lagota que colmó el vaso. Notó que losojos se le llenaban de lágrimas.

—Oh, Sharon —susurró—,muchas gracias. Has sido muy buenaconmigo mientras que yo me heportado como la peor de las amigas.—Se sentó a la mesa y cogió la manode Sharon—. No sé qué haría sin ti.

Sharon se sentó frente a ella ensilencio, dejándola continuar. Eso eralo que más había horrorizado aHolly, venirse abajo delante de lagente en cualquier momento. Perono se sentía avergonzada. Sharon se

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limitaba a beber sorbos de té vsostenerle la mano como si fuese lomás normal. Finalmente las lágrimasdejaron de brotar.

—Gracias.—Soy tu mejor amiga, Hol. Si no

te ayudo yo, ¿quién va a hacerlo? —dijo Sharon, estrechándole la mano yesbozando una sonrisa alentadora.

—Supongo que debería valermepor mí misma —aventuró Holly.

—¡Bah! —espetó Sharon,restándole importancia con unademán—. Lo harás cuando estéspreparada. No hagas caso a la genteque te diga que deberías volver a la

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normalidad en un par de meses.Además, llorar la pérdida que hassufrido forma parte del proceso derecuperación.

Siempre decía lo más apropiadoen cada momento.

—Sí, bueno, pero, sea comofuere, llevo mucho tiempohaciéndolo. Ya he llorado todo loque tenía que llorar ——dijo Holly.

—¡Eso es imposible! —replicóSharon, con una mueca de disgusto—. Sólo hace dos meses queenterraste a tu marido.

—¡Oh, basta! La gente no pararáde decirme cosas por el estilo,

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¿verdad? —Probablemente, pero queles jodan. Hay peores pecados en elmundo que aprender a ser feliz denuevo.

—Supongo que tienes razón —concedió Holly. —Prométeme quecomerás—ordenó Sharon. —Loprometo.

—Gracias por venir a verme,Sharon. De verdad que he disfrutadocon la charla —dijo Holly, abrazandoagradecida a su amiga, que habíapedido el día libre en el trabajo parahacerle compañía—. Ya me sientomucho mejor.

—Como ves, te conviene estar

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con gente, Hol. Los amigos y lafamilia podemos ayudarte. Bueno, enrealidad, pensándolo dos veces, quizátu familia no pueda—bromeó Sharon—, pero al menos el resto de nosotrossí.

—Sí, lo sé, ahora me doy cuenta.Es sólo que creía que sabría manejarla situación por mí misma, y estáclaro que no es así.

—Prométeme que irás a verme. Oal menos que saldrás de casa de vezen cuando.

—Prometido. —Holly puso losojos en blanco—. Estás empezando aparecerte a mi madre.

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—Bueno, todos estamospendientes de ti. En fin, hasta pronto—dijo Sharon, y le dio un beso en lamejilla—. iY come! —insistiópinchándole las costillas.

Holly se despidió de Sharon conla mano cuando el coche arrancó. Eracasi de noche. Habían pasado el díariendo y bromeando sobre los viejostiempos, luego llorando, para mástarde volver a reír y al cabo llorarotra vez. La visita de Sharon tambiénle sirvió para ver las cosas de formamás objetiva. Holly ni siquiera habíareparado que Sharon y John habíanperdido a su mejor amigo, que sus

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padres habían perdido a su yerno ylos de Gerry a su único hijo. Habíaestado demasiado ocupada pensandoen sí misma. No obstante, le habíasentado muy bien volver a sentirseentre los vivos en lugar de andaralicaída entre los fantasmas de supasado. Mañana sería un nuevo día,estaba dispuesta a iniciarlo yendo arecoger el sobre que le guardaba sumadre.

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La mañana del viernes comenzó conbuen pie, levantándose temprano.No obstante, aunque se había metidoen la cama llena de optimismo yentusiasmada con las perspectivasque le aguardaban, el miedo la asaltóde nuevo ante la cruda realidad de lodifícil que le resultaría mantener laentereza a cada instante. Una vezmás, despertó en una cama vacíadentro de una casa silenciosa, si biense produjo un pequeño avance. Porprimera vez desde hacía más de dosmeses se había despertado sin la

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ayuda de una llamada telefónica.Amoldó su mente, tal como hacíacada mañana, al hecho de que lossueños de Gerry y ella juntos quehabían vivido en su cabeza durantelas últimas diez horas no eran másque eso: sueños.

Se duchó y se vistió con ropacómoda, echando mano de sustejanos favoritos, zapatillas dedeporte y una camiseta rosa claro.Sharon tenía toda la razón en cuantoa lo del peso, pues los tejanos, quesolían irle ajustados, sólo semantenían en su sitio con la ayudade un cinturón. Dedicó una mueca a

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su reflejo en el espejo. Estaba fea.Tenía ojeras, los labios agrietados yel pelo hecho un desastre. Lo primeroque debía hacer era ir a su peluqueríay rezar para que pudieran atenderla.

—¡Jesús, Holly! —exclamó Leo,su peluquero, al verla—. Pero ¿hasvisto cómo estás? ¡Por favor, abranpaso! ¡Abran paso! ¡Llevo a unamujer en estado crítico! —Le guiñóel ojo y comenzó a apartar gente desu camino. Luego le ofreció una sillay la obligó a sentarse.

—Gracias, Leo. Ahora sí que mesiento atractiva —masculló Holly,procurando ocultar el rubor de su

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rostro.—Pues no deberías porque estás

hecha cisco. Sandra, prepárame lamezcla de costumbre; Colin, trae elpapel de aluminio; Tania, necesitomi bolsita mágica, que está arriba.¡Ah, y dile a Paul que se vayaolvidando de almorzar porque cogeráa mi clienta de las doce!

Leo fue dando órdenes a diestro ysiniestro sin dejar de agitar los brazosdesaforadamente, como si sedispusiera a efectuar una operaciónquirúrgica de urgencia. Y es quequizá fuera así.

—Oh, lo siento, Leo, no

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pretendía estropearte el día —seexcusó Holly.

—No me vengas con ésas,encanto. De no ser así, ¿por quéhabrías de presentarte aquí derepente un viernes a la hora delalmuerzo sin tener una citaconcertada? ¿Para contribuir a la pazmundial?

Holly se mordió el labio con airede culpabilidad.

—En fin, te aseguro que no loharía por nadie más que por ti,cariño. —Gracias.

—¿Cómo lo llevas?Leo apoyó su pequeño trasero en

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el mostrador de delante de Holly.Tenía cincuenta años cumplidos y,no obstante, presentaba una piel tanperfecta y, por descontado, el pelotan bien cortado que nadie le hubieseechado más de treinta y cinco. Suscabellos de color miel realzaban latersura de su tez, y siempre vestía deforma impecable. Su mera presenciabastaba para que cualquier mujer sesintiera horrenda.

—Fatal —admitió Holly.—Ya. Se te nota.—Gracias.—Bueno, al menos para cuando

salgas de aquí habrás resuelto una

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cosa. Yo me dedico al pelo, no alcorazón.

Holly sonrió agradecida por supeculiar manera de demostrar que laentendía.

—Pero por el amor de Dios,Holly, cuando has entrado por esapuerta, ¿te has fijado en si ponía«mago» o «peluquero» en el rótulode la entrada? Tendrías que habervisto el aspecto que traía una mujerque ha venido esta mañana. Unaanciana vestida de jovencita. Lefaltaba poco para cumplir lossesenta, diría yo. Y va y me pasa unarevista con Jennifer Aniston en la

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portada. «Quiero tener este aspecto»,me dice, muy resuelta.

Holly rió con la imitación. Leogesticulaba con la cara y las manos almismo tiempo.

—«¡Jesús!», le digo yo, «soypeluquero, no cirujano plástico. Loúnico que se me ocurre para quetenga este aspecto es que recorte lafoto y se la grape a la cabeza».

—¡No! ¡Leo! ¡No le habrás dichoeso! La sorpresa dejó a Holly atónita.

—¡Pues claro que sí! Esa mujernecesitaba que alguien le abriera losojos. ¿Acaso no le he hecho un favor?Ha entrado pavoneándose como una

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adolescente. ¡Era para verla!—¿Y qué te ha contestado ella?Holly lloraba de risa y se enjugó

las lágrimas. Hacía meses que no reíaasí. —He ido pasando las páginas dela revista hasta que he dado con unafoto maravillosa de Joan Collins. Lehe dicho que esa imagen era idealpara ella y me ha parecido que sequedaba bastante contenta con eso.

—¡Leo, lo más probable es queestuviera demasiado aterrada paradecirte que la encontraba horrible!

—Bah, y qué más da. Amigas nome faltan.

—Pues no sé por qué será —

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bromeó Holly.—No te muevas —ordenó Leo.

De repente se había puesto muyserio y apretaba los labios con gestode concentración mientras separabael pelo de Holly preparándolo paraaplicarle el tinte. Aquello bastó paraque ella volviera a desternillarse.

—Oh, vamos, Holly—dijo Leo,exasperado.

—No puedo evitarlo, Leo. ¡Túhas empezado y ahora no puedoparar! Leo dejó lo que estabahaciendo y la observó con airedivertido. —Siempre he pensado queestabas como un cencerro. No sé por

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qué nadie me escucha nunca.Holly rió con más ganas aún.—Oh, lo siento, Leo. No sé qué

me pasa, pero no puedo dejar de reír.A Holly ya le dolía la barriga de

tanto reír y era consciente de lasmiradas curiosas que estabaatrayendo hacia sí, pero no podíahacer nada para evitarlo. Era como sitodo lo que no había reído durantelos últimos dos meses le saliera degolpe.

Leo dejó de trabajar y volvió asituarse entre Holly y el espejo,apoyándose en el mostrador paramirarla.

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—No tienes por qué disculparte,Holly. Ríe todo lo que quieras, dicenque la risa es buena para el corazón.

—Oh, es que hacía siglos que nome reía así —contestó Holly con unarisilla nerviosa.

—Bueno, supongo que no hastenido mucho de lo que reírte —dijoLeo, sonriendo con tristeza. Éltambién quería a Gerry. Cada vezque coincidían se burlaban el uno delotro, pero ambos sabían quebromeaban y en el fondo se teníanmucho aprecio. Leo apartó talespensamientos, despeinójuguetonamente a Holly y le dio un

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beso en lo alto de la cabeza—. Prontoestarás bien, Holly Kennedy —leaseguró.

—Gracias, Leo —dijo Hollyserenándose, conmovida por supreocupación. Leo reanudó eltrabajo, adoptando de nuevo sudivertida mueca de concentración.Holly volvió a reír.

—Vale, ahora ríete, Holly, peroespera a que sin querer te deje lacabeza a rayas. Ya veremos quién esel que ríe entonces.

—¿Cómo está Jamie? —preguntóHolly, deseosa de cambiar de temapara no tener que avergonzarse de

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nuevo.—Me abandonó —dijo Leo,

pisando agresivamente la palancaelevadora del sillón. Holly comenzóa ascender mientras Leo lazarandeaba de mala manera.

—Va … ya, Le … o, looo sien…tomuuu…cho. Coooon la bueee…napareee…ja que hacííí…ais.

Leo dejó la palanca e hizo unapausa.

—Sí, bueno, pues ahora ya nohacemos tan bueee…na pareee…ja,señorita. Me parece que sale conotro. Muy bien. Voy a ponerte dostonos de rubio, uno dorado y el que

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llevabas antes. De lo contrario tequedará de ese color tan ordinarioque está reservado sólo para lasprostitutas.

—Oye, Leo, de verdad que losiento. Si tiene dos dedos de frente sedará cuenta de lo que se estáperdiendo.

—Creo que no los tiene.Rompimos hace dos meses y todavíano se ha dado cuenta. O quizá lostenga y esté encantado de la vida.Estoy harto, no quiero saber nadamás de ningún hombre. He decididovolverme hetero.

—Vamos, Leo. Eso es la estupidez

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más grande que he oído en mi vida…Holly salió del salón de belleza

pletórica de alegría. Sin la presenciade Gerry a su lado, algunos hombresla siguieron con la mirada, lo cual leresultaba extraño e incómodo, demodo que apretó el paso hastaalcanzar la seguridad que le brindabael coche y se preparó para la visita acasa de sus padres. De momento lajornada iba bien. Había sido unacierto ir a ver a Leo. A pesar de sudesengaño amoroso se habíaesforzado por hacerla reír. Tomóbuena nota de ello.

Echó el freno de mano frente a la

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casa de sus padres en Portmarnock yrespiró hondo. Para gran sorpresa desu madre, Holly le había llamado aprimera hora de la mañana paraacordar una cita con ella. Ahora eranlas tres y media, v Holly permanecíasentada en el coche presa delnerviosismo. Aparte de las visitas quesus padres le habían hecho a lo largode los últimos dos meses, apenashabía dedicado tiempo a su familia.No quería ser el centro de atención,no quería ser el blanco incesante depreguntas impertinentes sobre cómose sentía y qué planes tenía. Noobstante, ya iba siendo hora de

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aparcar ese temor. Ellos eran sufamilia.

La casa de sus padres estabasituada en pleno paseo marítimo antela plava de Portmarnock, cuyabandera azul daba fe de su limpieza.Aparcó el coche y contempló el maral otro lado del paseo. Había vividoallí desde el día que nació hasta el díaen que se mudó para vivir con Gerry.Siempre le había encantado oír elrumor del mar batiendo las rocas ylos vehementes chillidos de lasgaviotas al despertar por las mañanas.Resultaba maravilloso tener la playaa modo de jardín delantero, sobre

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todo durante el verano. Sharon habíavivido a la vuelta de la esquina, y enlos días más calurosos del año lasniñas se aventuraban a cruzar elpaseo luciendo sus mejores prendasveraniegas y aguzando la vista enbusca de los muchachos más guapos.Holly y Sharon eran la antítesis unade otra. Sharon tenía el pelo castaño,la piel clara y el pecho prominente.Holly era rubia, de piel cetrina y másbien plana. Sharon era vocinglera,gritaba a los chicos para captar suatención. Por su parte, Holly era másdada a guardar silencio y flirtear conla mirada, contemplando a su

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muchacho predilecto hasta que éstese daba por aludido. Lo cierto era queninguna de las dos había cambiadomucho desde entonces.

No tenía intención de quedarsemucho tiempo, sólo el necesario paracharlar un poco y recoger el sobreque había decidido que quizá sí fuesede Gerry. Estaba cansada defustigarse a sí misma preguntándosesobre el posible contenido, de modoque había resuelto poner fin a esesilencioso tormento. Tomó aire,llamó al timbre y esbozó una sonrisapara causar buena impresión.

—¡Hola, cariño! ¡Entra, entra! —

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dijo su madre con aquellaencantadora expresión de bienvenidaque hacía que Holly tuviera ganas debesarla cada vez que la veía.

—Hola, mamá. ¿Cómo va todo?—Holly entró en la casa y deinmediato sintió el reconfortante yfamiliar olor de su viejo hogar—.¿Estás sola?

—Sí, tu padre ha salido conDeclan a comprar pintura para suhabitación. —No me digas que tú ypapá seguís pagando sus gastos…

—Bueno, tu padre puede que sí,pero desde luego yo no. Ahoratrabaja por las noches, de modo que

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al menos tiene dinero para sus gastospersonales, aunque no contribuyecon un solo penique en los gastos dela casa.

Rió entre dientes y llevó a Hollyhasta la cocina, donde puso agua acalentar.

Declan era el hermano menor deHolly y el benjamín de la familia, demodo que sus padres aún se sentíaninclinados a mimarlo. Tendríais quever a su «niño»: Declan era unchaval de veintidós años queestudiaba produccióncinematográfica y que siemprellevaba una cámara de vídeo en la

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mano.—¿Qué empleo tiene ahora?Su madre puso los ojos en blanco.—Se ha incorporado a un grupo

de música. The Orgasmic Fish, creoque se hacen llamar, o algo por elestilo. Estoy hasta la coronilla deoírle hablar de eso, Holly. Comovuelva a contarme una vez más quiénha acudido al último concierto y haprometido ficharlos y lo famosos quevan a ser, me volveré loca.

—Ay, pobre Deco. No tepreocupes, tarde o tempranoencontrará algo.

—Ya lo sé, y es curioso, porque

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de todos vosotros, mis queridos hijos,es el que menos me preocupa. Yaencontrará su camino.

Se llevaron los tazones al salón yse acomodaron frente al televisor. —Tienes muy buen aspecto, cariño, meencanta cómo llevas el pelo. ¿Creesque Leo se dignaría cortármelo a mío ya soy demasiado vieja para formarparte de su clientela?

—Bueno, mientras no le pidasque te haga un corte al estilo deJennifer Aniston, no creo que tengainconveniente.

Holly le refirió la anéCD ota de lamujer en el salón de belleza y ambas

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se echaron a reír.—En fin, lo último que quiero es

parecerme a Joan Collins, así que memantendré alejada de él.

—Quizá sea lo más sensato —convino Holly.

—¿Ha habido suerte en cuanto altrabajo? —preguntó su madre comode pasada, aunque Holly advirtió quese moría por saberlo.

—No, todavía no, mamá. A decirverdad, ni siquiera he comenzado abuscar. No tengo claro qué quierohacer.

—Haces bien, hija —opinó sumadre, asintiendo con la cabeza—.

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Tómate el tiempo que sea necesariopara decidir qué te gustaría, de locontrario acabarás aceptando conprisas un empleo que odiarás, talcomo hiciste la última vez.

Holly se sorprendió al oír esto.Aunque su familia siempre la habíaapoyado a lo largo de los años, sesintió abrumada y conmovida ante lagenerosidad de su amor.

El último empleo que Hollyhabía tenido había sido de secretariade un canalla implacable en unbufete de abogados. Se había vistoobligada a dejar el trabajo cuando elmuy asqueroso fue incapaz de

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comprender que necesitabaausentarse del despacho para atendera su marido agonizante. Ahora teníaque buscar uno nuevo. Un trabajonuevo, por supuesto. Por el momentole parecía inimaginable ir a trabajarpor las mañanas.

Mientras se relajaban, Holly y sumadre fueron desgranando una largaconversación durante horas, hastaque por fin Holly se armó de valor ypreguntó por el sobre.

—Oh, por supuesto, cariño, lohabía olvidado por completo. Confíoen que no sea nada importante, llevaaquí un montón de tiempo.

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—No tardaré en averiguarlo.Sentada en el montículo de

hierba desde el que se dominaba laplaya dorada y el mar, Holly estuvoun rato toqueteando el sobre cerrado.Su madre no lo había descrito muybien, pues en realidad no se tratabade un sobre sino de un gruesopaquete marrón. La direcciónfiguraba mecanografiada en unaetiqueta, por lo que era imposiblesaber quién la había escrito. Yencima de la dirección había dospalabras escritas en negrita: LA

LISTA.

Se le revolvió el estómago. Si no

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era de Gerry Holly finalmentedebería aceptar el hecho de que sehabía ido, que había desaparecido desu vida por completo, y tendría quecomenzar a pensar en existir sin él.Si era de él, se vería enfrentada almismo futuro, pero al menos podríaagarrarse a un recuerdo reciente. Unrecuerdo que tendría que durarletoda una vida.

Con dedos temblorosos desgarróel precinto del paquete. Lo pusoboca abajo y lo sacudió para vaciarlo.Cayeron diez sobres diminutos, delos que suelen encontrarse en unramo de flores, cada cual con el

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nombre de un mes escrito en elanverso. El corazón le dio un vuelcocuando reconoció la letra que llenabala hoja suelta que acompañaba a lossobres.

Era la letra de Gerry.

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Holly contuvo el aliento y, con losojos bañados en lágrimas y el corazónpalpitante, leyó la carta manuscrita,sabiendo que la persona que se habíasentado a redactarla nunca podríavolver a hacerlo. Acarició laspalabras con la yema de los dedos,consciente que la última persona quehabía tocado la hoja de papel era él.

Querida Holly:No sé dónde estarás ni en

qué momento exacto vas a leer

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esto. Sólo espero que mi carta tehaya encontrado sana y salva.No hace mucho me susurrasteque no podrías seguir adelantesola, y quiero decirte que sípuedes, Holly.

Eres fuerte y valiente ypodrás superar este trance.Hemos compartido algunosmomentos preciosos y has hechoque mi vida… Has sido mi vida.No tengo nada de lo quearrepentirme. Pero yo sólo soy uncapítulo de tu vida, y habrámuchos más. Conserva nuestrosmaravillosos recuerdos, pero, por

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favor, no tengas miedo de crearotros distintos.

Gracias por hacerme el honorde ser mi esposa. Por todo, tequedo eternamente agradecido.

Quiero que sepas quesiempre que me necesites estarécontigo. Te querré siempre.

Tu marido y mejor amigo,GERRY

Posdata: te prometí una lista,de modo que aquí la tienes. Lossobres adjuntos deben abrirseexactamente cuando corresponday deben ser obedecidos. Yrecuerda, te estaré vigilando, así

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que sabré…

Holly se vino abajo, abatida porla tristeza. Sin embargo, al mismotiempo se sintió aliviada, pues encierto modo Gerry seguiría a su ladodurante un poco más de tiempo. Fuepasando los pequeños sobres blancosy ordenándolos por meses. Ahora seencontraba en el de abril. Se habíasaltado el de marzo, v decidió abrirloel primero. Dentro había una tarjetaescrita con letra de Gerrv. Rezaba así:

¡Ahórrate los golpes ycompra una lámpara para la

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mesita de noche! Posdata: tequiero…

¡El llanto se convirtió en risa alconstatar que Gerry había vuelto!

Leyó y releyó la carta una y otravez, como si intentara hacerleregresar de nuevo a su vida.Finalmente, cuando las lágrimas yano le dejaron ver las palabras,contempló el mar. El mar siempre lehabía resultado muy relajante, eincluso de niña corría a cruzar elpaseo hasta la playa cuando sedisgustaba por lo que fuera ynecesitaba pensar. Sus padres sabían

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que si la echaban de menos en casa laencontrarían junto a la orilla del mar.

Cerró los ojos y se concentró,respirando al compás del suavemurmullo de las olas. Era como si elmar estuviera respirando hondo,absorbiendo el agua al inhalar ydevolviéndola a la arena al exhalar.Por fin notó que las pulsacionesdisminuían a medida que se serenaba.Pensó en cómo solía tenderse al ladode Gerry en sus últimos días paraescuchar el sonido de su respiración.Le aterrorizaba apartarse de él para ira abrir la puerta, prepararle algo decomida o ir al cuarto de baño, por si

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decidía abandonarla justo en esemomento. Al regresar junto a lacama, se sentaba inmóvil guardandoun aterrado silencio mientrasaguzaba el oído, hasta que le oíarespirar y observaba su pecho paraver si se movía.

Pero él siempre se las arreglabapara seguir adelante. Su fuerza y sudeterminación para seguir viviendohabían desconcertado a los médicos;Gerry no estuvo dispuesto a dejarsevencer sin presentar batalla.Conservó el buen humor hasta elfinal. Estaba muy débil y hablaba envoz muy baja, pero Holly aprendió a

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descifrar su nuevo lenguaje tal comolo hace una madre con los balbuceosde un hijo que está empezando aaprender a hablar. Reían juntos hastabien entrada la noche, y otras vecesse abrazaban y lloraban. Hollyaguantó el tipo ante él en todomomento, pues su nuevo trabajo pasóa ser el de estar a su lado siempre quela necesitara. Ahora comprendía queen realidad le había necesitado másque él a ella. Había necesitado que lanecesitara para no tener la sensaciónde estar cruzada de brazos,absolutamente inútil.

El 2 de febrero, a las cuatro de la

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madrugada, Holly asió con fuerza lamano de Gerry y le sonrióalentadoramente mientras ésteexhalaba el último suspiro y cerrabalos ojos. No quiso que tuviera miedo,ni que sintiera que ella estabaasustada, ya que en aquel momentono era así. Más bien sentía alivio,alivio por ver que dejaba de sufrir ypor haber estado allí con él para sertestigo de la paz de su defunción. Sesintió aliviada por haberle conocido,por haberle amado y haber sidoamada por él, y también porque laúltima cosa que Gerry vio en estemundo fue su rostro sonriéndole,

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alentándolo y asegurándole quehacía bien en dejarse llevar.

Los días siguientes permanecíanborrosos en su memoria. Habíaestado ocupada con los preparativosdel funeral, conociendo y recibiendoa parientes y viejos amigos delcolegio a quienes no había vistodesde hacía años. Si logró mostrarsetan firme y serena fue porque sentíaque por fin podía pensar conclaridad. Estaba agradecida de queaquellos meses de sufrimientohubiesen tocado a su fin. Ni siquierase le pasó por la cabeza sentir la rabiay la amargura que ahora sentía por la

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vida que le habían arrebatado. Esesentimiento no llegó hasta que fue arecoger el certificado de defunciónde su marido.

Y ese sentimiento hizo unaentrada triunfal.

Mientras permanecía sentada enla atestada sala de espera del centromédico, se preguntó por qué motivoa Gerry le había tocado el turnocuando aún le quedaba tanto porvivir. Ocupaba un asiento entre unapareja de jóvenes y otra de ancianos.La imagen de lo que ella y Gerryhabían sido una vez y una visión delfuturo que podrían haber tenido.

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Todo le pareció de lo más injusto. Sevio aplastada entre los hombros de supasado y los de su futuro perdido, yse sintió asfixiada. Se dio cuenta deque no le correspondía estar allí.

Ninguno de sus amigos debíaestar allí. Ninguno de sus parientesdebía estar allí.

De hecho, la mayoría de lapoblación del mundo no tenía queencontrarse en la posición en la queella se encontraba ahora. No parecíajusto. Porque no era justo.

Tras presentar la prueba oficialde la defunción de su marido adirectores de banco y compañías de

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seguros, como si el aspecto de surostro no fuese prueba suficiente,Holly regresó a casa y, alejándose delresto del mundo, se encerró en sunido, que contenía cientos derecuerdos de la vida que antaño habíatenido. La vida que tan feliz la habíahecho. ¿Por qué le habían dado otra,pero mucho peor que la anterior?

Habían pasado dos meses desdeentonces y no había salido de la casahasta hoy. Menudo recibimiento lehabían dispensado, pensó, mirandocon una sonrisa los sobres. Gerryhabía regresado.

Apenas capaz de contener su

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excitación, Holly marcófuriosamente el número de Sharoncon mano temblorosa. Tras llamar avarios números equivocados, trató deserenarse y concentrarse en marcar elnúmero correcto.

—¡Sharon! —vociferó en cuantodescolgaron el auricular—. ¡Noimaginas qué ha ocurrido! ¡Oh, Diosmío, no puedo creerlo!

—Oye, no… Soy John, pero te lapaso ahora mismo.

Muy preocupado, John fuecorriendo en busca de Sharon.

—¿Qué, qué, qué? —dijo Sharon,jadeando y casi sin aliento—. ¿Qué

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ha ocurrido? ¿Estás bien?—¡Sí, estoy la mar de bien!Holly soltó una risilla histérica,

sin saber si reír o llorar, de repenteolvidándose por completo de cómoconstruir una frase.

John observó a Sharon mientrasésta se sentaba a la mesa de la cocinay, con expresión confusa, procurabasacar algo en claro de lasdivagaciones de Holly al otro lado dela línea. Era algo sobre la señoraKennedy entregando a Holly unsobre marrón con una lámpara demesita de noche dentro. Lo cierto esque resultaba harto preocupante.

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—¡Basta! —exclamó Sharon,sobresaltando a Holly y a John—.No entiendo una palabra de lo queestás diciendo, así que hazme el favor—dijo Sharon parsimoniosamente—de respirar hondo y volver a empezardesde el principio, a ser posibleempleando palabras coherentes.

De repente oyó unos débilessollozos en el auricular.

—Oh, Sharon —musitó Hollycon voz quebrada—, me ha escritouna lista. Gerry me ha escrito unalista.

Sharon se quedó atónita en lasilla mientras procesaba esta

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información. John vio que su esposaabría los ojos con asombro y cogióuna silla y se sentó a su lado,acercando la cabeza al teléfono paraoír qué estaba pasando.

—Muy bien, Holly, quiero quevengas aquí de inmediato peroconduciendo con suma prudencia. —Hizo otra pausa y apartó la cabeza deJohn como si fuera una mosca, parapoder concentrarse en lo que acababade oír—, ¿Yeso son… buenas noticias?

John se levantó con aire ofendidoy echó a caminar por la cocina,tratando de adivinar de qué estabanhablando.

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—Pues claro, Sharon —susurróHolly—. Claro que lo son. —Muybien, ven a verme y hablaremos.

—De acuerdo.Sharon colgó el auricular y

guardó silencio —¿Qué? ¿Qué pasa?—inquirió John, incapaz de soportarque le dejaran al margen de lo que atodas luces era un acontecimientoimportante.

—Oh, perdona, amor. Hollyviene hacia aquí. Creo que… diceque…

—¿Qué? ¡Por el amor de Dios!—Dice que Gerryy le ha escrito

una lista.

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John la miró de hito en hito,escrutó su rostro y trató de decidir sihablaba en serio. Los ojos azules deSharon le devolvieron una mirada depreocupación y comprendió que sí.Fue a sentarse a su lado y ambosguardaron silencio con la vista fija enla pared, sumidos en suspensamientos.

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¡Vaya!!!, fue todo cuanto Sharon yJohn pudieron decir mientras los tresestaban sentados a la mesa de lacocina, contemplando en silencio elcontenido del paquete que Hollyhabía vaciado a modo de prueba. Laconversación mantenida durante losúltimos minutos había sido mínima,puesto que todos estaban tratando deaveriguar cómo se sentían. Fue algoasí:

—Pero ¿cómo se las arreglaríapara…?

—¿Y cómo no nos dimos cuenta

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de que…? Bueno… Dios.—¿Cuándo creéis que…? En fin,

supongo que pasó algunos ratos asolas… Holly y Sharon se limitaron amirarse mientras John balbuceaba ytartamudeaba, tratando de establecercuándo, dónde y cómo su amigoagonizante se las había arregladopara llevar a cabo aquella idea a solassin que nadie lo supiese.

—Vaya —repitió finalmente, trasllegar a la conclusión de que enefecto Gerry lo había llevado a caboa solas.

—Sí —convino Holly—.Entonces, ¿ninguno de vosotros dos

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tenía la menor idea?—Bueno, no sé cómo lo verás tú,

Holly, pero para mí está bastanteclaro que John fue el cerebro queplaneó y organizó todo esto —dijoSharon con sarcasmo.

—En fin, sea como fuere,cumplió con su palabra, ¿no? —dijoJohn secamente, y miró a las chicascon una tierna sonrisa.

—No cabe duda —susurró Holly.—¿Te encuentras bien, Holly?

Quiero decir, ¿cómo te hace sentiresta situación? Tiene que ser…extraño —dijo Sharon, obviamentepreocupada. —Estoy bien —contestó

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Holly, meditabunda—. En realidad,¡creo que es lo mejor que podríahaber sucedido en este momento!Aunque no deja de ser curioso queestemos tan asombrados si tenemosen cuenta lo mucho que hablamossobre esta lista. Quiero decir quedebería haberlo esperado.

—En parte sí, pero lo cierto esque nunca contamos con queninguno de nosotros llegara a hacerlo—dijo John.

—Pero ¿por qué no? —inquirióHolly—. Para empezar, éste era elúnico sentido que tenía. Servir deapoyo a tus seres queridos cuando

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uno de nosotros se hubiese ido.—Me parece que Gerry fue el

único que se lo tomó realmente enserio —terció Sharon.

—Sharon, Gerry es el único quese ha ido, ¿quién sabe cómo se lohabría tomado cualquier otro?

Se hizo el silencio.—Bien, estudiemos esto con más

detalle, si os parece—propuso John,de repente disfrutando con el asunto—. ¿Cuántos sobres hay?

—Hay… diez —contó Sharon,sumándose al espíritu de la nuevatarea.

—De acuerdo, y qué meses

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tenemos aquí? —preguntó John.Holly fue ordenando el montón

de sobres.—Está el de marzo, que es el de la

lámpara y que ya he abierto, abril,mayo, junio, agosto, septiembre,octubre, noviembre y diciembre.

—Eso significa un mensaje paracada uno de los meses que quedanhasta terminar el año —dijo Sharonlentamente con aire reflexivo.

Los tres estaban pensando en lomismo: Gerry lo había planeadosabiendo que no viviría más allá defebrero. Todos reflexionaron unmomento sobre aquello, hasta que

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finalmente Holly miró a sus amigosradiante de felicidad. Fuera lo quefuese lo que Gerry hubiese preparadopara ella, iba a ser interesante, yademás ya había conseguido quevolviera a sentirse una mujer casinormal. Mientras reía y escuchaba aJohn y Sharon especular acerca de loque contendrían los demás sobres,fue como si él todavía estuviera conellos.

—¡Un momento! —exclamó Johnmuy serio. —¿Qué pasa? —preguntóHolly.

Los ojos de John brillaron.—Ahora estamos en abril y

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todavía no has abierto el sobrecorrespondiente.

—¡Oh, lo había olvidado! Oh, no,¿tengo que hacerlo ahora?

—Adelante —la alentó Sharon.Holly cogió el sobre y comenzó a

abrirlo lentamente. Sólo quedabanocho más por abrir después de aquély quería atesorar cada instante antesde que se convirtiera en otrorecuerdo. Sacó la tarjeta.

Una Disco Diva siempretiene que ir guapa. Ve acomprarte un conjunto, ¡pues elmes que viene vas a necesitarlo!

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Posdata: te quiero…

—¡Uau! —entonaron John ySharon con entusiasmo—. ¡Se estáponiendo enigmático!

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77

Holly estaba tendida en la camacomo una demente, encendiendo yapagando la lámpara sin dejar desonreír. Había ido a comprarla conSharon a la tienda Bed Knobs andBroomsticks de Malahide, yfinalmente ambas se decidieron poraquel pie de madera bellamentetallada y la pantalla color crema,pues combinaban con los tonospredominantes en la decoración deldormitorio principal (pordescontado, habían elegido la másestrafalariamente cara, ya que habría

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sido una lástima romper con latradición). Y si bien Gerry no habíaestado materialmente presentemientras la compraba, tenía laimpresión de haberla comprado conél.

Había corrido las cortinas deldormitorio para probar la nuevaadquisición. La lámpara de la mesitade noche surtía un efecto sedante enla habitación, llenándola de calidez.Con qué facilidad habría puestopunto final a las discusiones de todaslas noches, aunque tal vez ningunode los dos había querido que seacabaran. De hecho, se habían

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convertido en una rutina, algoconsabido que les hacía sentir másunidos. Ahora daría cualquier cosacon tal de tener una de aquellaspequeñas disputas. Con sumo gustosaldría de la acogedora cama por él,con sumo gusto pisaría el fríoentarimado del suelo y estaríaencantada de golpearse con la pata dela cama al regresar a tientas y aciegas hasta el lecho conyugal. Peroaquellos tiempos ya eran historia.Lamelodía de I Will Survive de GloriaGaynor la devolvió de improviso alpresente al darse cuenta de que suteléfono móvil estaba sonando.

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—¿Diga?—Buenos días, hermana. ¡Estoy

en caaaasa! —exclamó una vozconocida. —¡Dios mío, Ciara! ¡Nosabía que ibas a venir!

—¡Bueno, la verdad es que yotampoco, pero me quedé sin blanca ydecidí sorprenderos a todos!

—Vaya, apuesto a que mamá ypapá se llevaron una buena sorpresa.

—Bueno, a papá se le cayó latoalla del susto cuando salió de laducha y me vio.

Holly se tapó la cara con lamano.

—¡Oh, Ciara, dime que no! —

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rogó Holly.—¡Nada de abrazos para papi

cuando le vi! —Ciara se echó a reír.—¡Puaj, puaj, puaj! Cambio de tema,estoy teniendo visiones —bromeóHolly.

—De acuerdo. Verás, te llamabapara decirte que estoy en casa,obviamente, y que mamá estáorganizando una cena esta nochepara celebrarlo.

—¿Celebrar qué?—Que estoy viva.—Ah, vale. Creí que quizá tenías

que anunciarnos algo.—Que estoy viva.

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—Muy… bien. ¿Quién irá?—La familia en pleno.—¿Te he comentado que tengo

hora con el dentista para que mearranque todos los dientes? Lo siento,no podré asistir.

—Ya lo sé, ya lo sé, es lo mismoque le dije a mamá, pero no hemosestado todos juntos desde hace siglos.A ver, dime, ¿cuándo fue la últimavez que viste a Richard y Meredith?—preguntó Ciara.

—Ah, el bueno de Díck. Le vimuy espabilado en el funeral. Teníaun montón de cosas sensatas yreconfortantes que decirme, como

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«¿Has considerado la posibilidad dedonar su cerebro a la cienciamédica?». Sí, no cabe duda de que esun hermano fantástico —dijo Hollycon sarcasmo.

—Vaya, Holly, lo siento. Mehabía olvidado del funeral. —La vozde su hermana cambió—. Lamentono haber asistido.

—Ciara, no seas tonta. Entre lasdos decidimos que era mejor que noviníeras —dijo Holly con firmeza—.Sale demasiado caro un vuelo de iday vuelta desde Australia, así que nolo mencionemos más, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —convino Ciara

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aliviada.Holly cambió de tema enseguida.—Veamos, cuando dices la

familia en pleno, ¿te refieres a…?—Sí, Richard y Meredith traerán

a nuestros adorables sobrinos. Y tegustará saber que Jack y Abbeytambién estarán presentes. Declan loestará el cuerpo aunqueprobablemente no en alma. Mamá,papá y yo, por supuesto y tambiéntú.

Holly refunfuñó. Por más que sequejara de su familia, mantenía unamagnífica relación con su hermanoJack. Sólo era dos años mayor que

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ella y siempre habían estado muyunidos; además, Jack tenía unaactitud muy protectora para conHolly. Su madre solía llamarlos «losdos geníecillos» porque siempreandaban haciendo diabluras por lacasa (diabluras que por lo generaltenían como blanco a su hermanomayor, Richard). Jack se parecía aHolly tanto en aspecto como enpersonalidad, y ella lo consideraba elmás normal de sus hermanos.También contribuía a su buenarelación el hecho de que Holly sellevara de maravilla con la que era sucónyuge desde hacía siete años,

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Abbey, y cuando Gerry vivía, confrecuencia salían los cuatro a cenar yde copas. Cuando Gerry vivía… Dios,qué mal sonaba aquello.

Ciara era harina de otro costal, uncaso totalmente aparte. Jack y Hollyestaban convencidos de que proveníadel planeta Ciara, población: Ciara separecía a su padre: piernas largas ypelo oscuro. También lucía variostatuajes y piercings en el cuerpocomo resultado de sus viajesalrededor del mundo. Un tatuaje porcada país, solía bromear su padre. Untatuaje por cada hombre, pensabanHolly y Jack.

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Por supuesto, este asunto estabamuy mal visto por el mayor de lafamilia, Richard (o Dick, como lellamaban Holly y Jack). Richardnació con la grave enfermedad de sereternamente viejo. Toda su vidagiraba en torno a reglas, normas yobediencias. De pequeño tuvo unamigo con el que se peleó a los diezaños y, después de esa riña, Holly norecordaba que hubiese vuelto a llevara nadie a casa, que hubiese tenidonovias ni ninguna otra cíase de tratosocial. Ella y Jack se preguntabanmaravillados dónde habría conocido asu igualmente sombría esposa,

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Meredith. Probablemente en unaconvención antifelicidad.

No era que Holly tuviese la peorfamilia del mundo, sino queconstituían una mezcla muy extrañade personas. Aquellos tremendoschoques entre personalidades solíandesembocar en peleas que estallabanen las ocasiones menos apropiadas o,como los padres de Holly preferíanllamarlas, en «acaloradasdiscusiones». Podían llevarse bien,pero sólo cuando todos ellos seesforzaban de veras en mostrar elmejor comportamiento posible.

Holly y Jack solían reunirse para

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almorzar o tomar unas copas con laúnica finalidad de mantenerse alcorriente de sus respectivas vidas; seinteresaban el uno por la otra. Elladisfrutaba con su compañía y leconsideraba no sólo un hermano, sinoun verdadero amigo. Últimamenteno se habían visto mucho. Noobstante, Jack conocía bien a Hollyy sabía cuándo necesitaba querespetaran su espacio vital.

Las únicas ocasiones en que seponía más o menos al día de la vidade su hermano menor, Declan, eracuando llamaba a casa para hablarcon sus padres V él contestaba el

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teléfono. Declan no era un granconversador. Era un «niño» deveintidós años que todavía noterminaba de sentirse a gusto encompañía de adultos, así que enrealidad Holly nunca acababa desaber gran cosa acerca de él. Era unbuen muchacho, sólo que solía tenerla cabeza en las nubes.

Ciara, su hermana menor deveinticuatro años, llevaba fuera unaño entero y Holly la había echadode menos. Nunca fueron la clase dehermanas que intercambian ropa ycotillean sobre los chicos, pues susgustos diferían bastante. Ahora bien,

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al ser las dos únicas chicas en unafamilia de hermanos, se había creadoun vínculo entre ellas. Aun así, Ciaraestaba más unida a Declan, puesambos eran unos soñadores. Jack yHolly siempre habían sidoinseparables de niños y amigos deadultos. Eso dejaba a Richarddesparejado. Era el único que iba porsu cuenta, aunque Holly sospechabaque a su hermano mavor le gustabaesa sensación de estar separado delresto de una familia a la que noacababa de comprender. A Holly ledaban pavor sus sermones sobre todaclase de cosas aburridas, su falta de

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tacto cuando la interrogaba acerca desu vida y la frustración que causaríansus comentarios durante la cena. Perose trataba de una cena de bienvenidapara Ciara y Jack estaría presente.Holly podía contar con él.

Así pues, ¿le apetecía la velada ?Decididamente no.

Holly llamó con renuencia a lapuerta del hogar familiar y deinmediato oyó las pisadas de unospiececitos que corrían hacia laentrada seguidos por una voz que noparecía pertenecer a un niño.

—¡Mami! ¡Papi! ¡Es tía Holly, estía Holly!

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Era su sobrino Timothy, cuyafelicidad se vio aplastada de golpepor una voz severa. Sin duda erainusual que el pequeño se alegrasepor su llegada, pero el ambientedebía de ser de lo más aburrido allídentro.

—¡Timothy! ¿Qué te he dichosobre lo de correr por la casa? Podríascaerte y hacerte daño. Ahora ve alrincón y piensa en lo que te hedicho. ¿He hablado claro?

—Sí, mami.—Oh, vamos, Meredith, ¿crees

que se hará daño con la alfombra o latapicería acolchada del sofá?

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Holly rió para sus adentros, nohabía duda de que Ciara estaba encasa. Justo cuando Holly comenzabaa pensar en huir, Meredith abrió lapuerta de par en par. Parecía másavinagrada y antipática que decostumbre.

—Holly.La saludó con una breve

inclinación de la cabeza.—Meredith —la imitó Holly.Una vez en la sala de estar, Holly

buscó a Jack con la mirada, perocomprobó desilusionada que suhermano preferido no estabapresente. Richard se hallaba de pie

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delante de la chimenea vestido conun suéter de coloressorprendentemente vistosos, quizásiba a soltarse el pelo esa noche. Conlas manos en los bolsillos, sebalanceaba atrás y adelante, de lostalones a la punta de los pies, comoun hombre dispuesto a soltar unaconferencia. La conferencia ibadirigida a su pobre padre, Frank, queestaba sentado incómodamente en susillón predilecto y parecía un escolarrecibiendo una reprimenda. Richardestaba tan concentrado en su relatoque no vio entrar a Holly. Ésta lemandó un beso a su pobre padre a

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través de la sala, para no verseenvuelta en la conversación. Elhombre le sonrió e hizo ademán deatrapar el beso al vuelo.

Declan estaba repantingado en elsofá con sus tejanos raídos y unacamiseta de South Park, dandofuriosas caladas a un cigarrillomientras Meredith invadía su espaciovital y le advertía sobre los peligrosde fumar.

—¿De verdad? No lo sabía —dijoDeclan, mostrando preocupación einterés mientras apagaba elcigarrillo. El rostro de Meredithirradió satisfacción, hasta que Declan

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le guiñó el ojo a Holly, alcanzó lacajetilla y acto seguido encendió otropitillo—. Cuéntame más, por favor,me muero por saberlo todo.

Meredith le miró indignada.Ciara estaba escondida detrás del

sofá arrojando palomitas de maíz alcogote del pobre Timothy, quepermanecía de pie de cara a la pareden un rincón y tenía demasiadomiedo como para volverse. Abbeyestaba inmovilizada contra el suelo,sometida a las despóticas órdenes deEmily, la sobrinita de cinco años,una muñeca de expresión malvada.Hizo señas a Holly y movió los

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labios en silencio, articulando lapalabra «socorro».

—Hola, Ciara. —Holly se acercóa su hermana, que se puso de pie deun salto y le dio un gran abrazo,estrechándola con un poco más defuerza de la habitual—. Bonito pelo.

—¿Te gusta?—Sí, el rosa te sienta como anillo

al dedo. Ciara se mostró complacida.—Eso es lo que he intentado

decirles —aseguró, entornando losojos para mirar a Richard y Meredith—. Eh, ¿cómo está mi hermanamayor? —preguntó Ciara en vozbaja, frotando el brazo de Holly

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afectuosamente.—Bueno, ya puedes imaginarlo.

—Holly esbozó una sonrisa—. Voytirando.

—Jack está en la cocina ayudandoa tu madre a preparar la cena, si esque le estás buscando, Holly —anunció Abbey, abriendodesorbitadamente los ojos y pidiendode nuevo «socorro» en silencio.

Holly miró a Abbey y arqueó lascejas.

—¿De verdad? Vaya, ¿no esestupendo que le esté echando unamano a mamá?

—Vamos, Holly, no me digas que

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no sabes lo mucho que le gusta aJack cocinar. Le encanta, es algo delo que nunca se cansa —dijo Abbeycon sarcasmo.

El padre de Holly rió entredientes, lo cual interrumpió aRichard. —¿Qué te hace tanta gracia,padre?

Frank se movió nerviosamente enel asiento.

—Me parece sorprendente quetodo eso ocurra dentro de uno de esostubitos de ensayo —dijo Frank confingido interés.

Richard exhaló un suspiro dedesaprobación ante la estupidez de su

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padre. —Sí, claro, pero debescomprender que te hablo de cosasminúsculas, padre. Resulta bastantefascinante. Los organismos secombinan con… —Y siguió con laperorata mientras su padre volvía aarrellanarse en el sillón, esforzándosepor no mirar a Holly.

Holly entró de puntillas en lacocina, donde encontró a su hermanosentado a la mesa con los piesapoyados en una silla, masticandoalgo.

—¡Ajá, ahí está, el gran chef encarne y hueso! —exclamó Holly.Jack sonrió y se levantó de la silla.

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—Y aquí llega mi hermanafavorita. —Arrugó la nariz—. Veoque a ti también te han enredadopara asistir al evento. —Se acercó aella y tendió los brazos para darleuno de sus grandes abrazos de oso—.¿Cómo estás? —le preguntó al oído.

—Muy bien, gracias. —Hollysonrió con tristeza y le besó en lamejilla antes de volverse hacia sumadre—. Querida madre, he venido aofrecerte mis servicios en estemomento tan extremadamenteestresante de tu vida —dijo Holly,depositando un beso en la mejillacolorada de su madre.

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—Vaya, ¿no soy la mujer másafortunada del mundo al tener unoshijos tan bien dispuestos comovosotros dos? —preguntó Elizabethcon sarcasmo—, Bueno, ya puedes irescurriendo esas patatas que hay ahí.

—Mamá, háblanos de cuandoeras una niña durante la hambruna yno había ni patatas para comer —dijoJack, con exagerado acento irlandés.Elizabeth le golpeó juguetonamentela cabeza con un trapo.

—Oye, eso pasó muchos añosantes de mi época, hijo.

—Pero ¿serás coqueta?—Pero ¿serás grosero? —intervino

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Holly.—¿Queréis dejar de marearme? —

pidió su madre, y se echó a reír.Holly se reunió con su hermano en lamesa.

—Espero que no os dé por tramarninguna diablura esta noche. Megustaría que, para variar, hoy nuestracasa fuese zona neutral.

—Mamá, me asombra que tehaya pasado esa idea por la cabeza —contestó Jack, guiñándole el ojo aHolly.

—Perfecto —dijo la mujer conescepticismo—. Bueno, lo siento,chicos, pero aquí ya no hay nada más

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que hacer. La cena estará lista dentrode un momento.

—Vaya —se lamentó Holly.Elizabeth se sentó con sus hijos a

la mesa y los tres miraron hacia lapuerta, pensando exactamente lomismo.

—¡No, Abbey! —protestó Emily,gritando—. No estás haciendo lo quete he dicho. —Y rompió a llorar.

Acto seguido se oyó una grancarcajada de Richard. Sin dudaacababa de contar un chiste, ya queera el único que se reía.

—Aunque supongo que no estaráde más que nos quedemos aquí a

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vigilar el punto de cocción —agregóElizabeth.

—Todo el mundo a la mesa. Lacena ya está lista —anuncióElizabeth, y todos se dirigieron alcomedor.

Se produjo un momento un tantoincómodo, como cuando en unafiesta de cumpleaños infantil todos seapresuran a sentarse al lado de susmejores amigos. Finalmente, Hollyse dio por satisfecha con su sitio en lamesa y se sentó con su madre a laizquierda, en una cabecera de lamesa, y Jack a su derecha. Abbey sesentó con cara de pocos amigos entre

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Jack y Richard. Jack tendría quehacer las paces con ella cuandoregresaran a casa. Declan se situódelante de Holly, y a su lado quedóel asiento vacío donde debería haberestado Thimothy luego Emily yMeredith, y por último Ciara. Pordesgracia, al padre de Holly le tocóocupar la otra cabecera de la mesa,entre Richard y Ciara, aunqueteniendo en cuenta su talantesosegado era el mejor preparado paramediar entre ellos.

Todos soltaron exclamaciones deentusiasmo cuando Elizabeth llevólas bandejas de comida y los aromas

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llenaron la estancia. A Holly leencantaban la, habilidades culinariasde su madre, quien siempre se atrevíaa experimentar con nuevos sabores yrecetas, rasgo que no había heredadoninguna de sus hijas.

—Eh, el pobre Timmy se estarámuriendo de hambre en ese rincón —dijo Ciara a Richard—. Supongo quecon el rato que lleva ahí ya habrácumplido su condena.

Sabía de sobra que pisaba terrenoresbaladizo, pero le encantaba correrese peligro y, además, disfrutabacomo una loca incordiando aRichard. Al fin Y al cabo, tenía que

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recuperar el tiempo perdido, pueshabía estado un año fuera.

—Ciara, es muy importante queTimothy sepa cuándo ha hecho algomalo—explicó Richard.

—Sí, ya, pero ¿no bastaría conque se lo dijeras?

El resto de la familia tuvo quehacer un gran esfuerzo para noecharse a reír.

—Es preciso que sepa que susactos le acarrearán gravesconsecuencias para que no los repita—insistió Richard.

—Ah, bueno —dijo Ciara,alzando la voz—. Pero se está

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perdiendo toda esta comida tan rica.Mmmm… —agregó, relamiéndose.

—Basta, Ciara —la interrumpióbruscamente Elizabeth.

—O tendrás que ponerte de cara ala pared —concluyó Jack conimpostada severidad.

La mesa en pleno estalló encarcajadas, con la excepción deRichard y Meredith, por supuesto.

—A ver, Ciara, cuéntanos tusaventuras en Australia —se apresuróa sugerir Frank.

—Oh, ha sido alucinante, papá—dijo Ciara con un brillo intenso en lamirada—. No dudaría en recomendar

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a cualquiera un viaje a ese país. —Noobstante, el vuelo es espantosamentelargo —intervino Richard.

—Sí que lo es, pero merece lapena con creces —replicó Ciara.

—¿Te has hecho más tatuajes? —preguntó Holly.

—Sí, mira. —Ciara se levantó dela mesa y se bajó los pantalones,mostrando la mariposa que llevabaen el trasero.

Su madre, su padre, Richard yMeredith protestaron indignadosmientras los demás no podían pararde reír. La situación se prolongó unbuen rato. Finalmente, cuando Clara

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se hubo disculpado y Meredith dejóde tapar los ojos de Emily con unamano, la mesa recobró la calma.

—Esas cosas son repugnantes —opinó Richard con acritud.

—A mí las mariposas me parecenbonitas, papá —dijo Emily coninocencia.

—Sí, algunas mariposas sonbonitas, Emily, pero me estoyrefiriendo a los tatuajes. Puedencausarte toda clase de enfermedadesy problemas.

La sonrisa de Emily sedesvaneció.

—Oye, no me hice esto

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precisamente en un antro inmundocompartiendo agujas con traficantesde drogas, ¿sabes? Era un sitioperfectamente limpio —se excusóCiara.

—Vaya, si eso no es un oxímorones que nunca he oído uno —soltóMered¡th.

—¿Has estado en algunoúltimamente, Meredith? —preguntóClara con una contundencia un tantoexcesiva.

—Bueno, yo… no —farfulló sucuñada—. No, nunca he estado en unsitio de ésos, gracias, pero estoysegura de que son así. —Se volvió

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hacia Emily—. Son lugares sucios yhorribles, Emily, a los que sólo vagente peligrosa.

—¿Tía Ciara es peligrosa, mamá?—Sólo para las niñitas pelirrojas

de cinco años —dijo Clara,masticando a dos carrillos.

Emily se quedó perpleja.—Richard, cariño, ¿crees que

Timmy quizá querría venir a comeralgo ahora? —preguntóeducadamente Elizabeth.

—Se llama Timothy —puntualizó Meredith.

—Sí, madre, creo que estaría bienque viniera —dijo Richard.

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Muy disgustado, Timothy entrólentamente en el comedor con lacabeza gacha y, en silencio, ocupó susitio al lado de Declan. El corazón deHolly saltó en defensa de su sobrino.Qué crueldad tratar así a un niño,qué crueldad impedirle ser un niño…De pronto sus compasivospensamientos se esfumaron al notarque el pequeño le arreaba una patadaen la espinilla por debajo de la mesa.Deberían haberlo dejado un rato másde cara a la pared.

—Vamos, Ciara, cuéntanos más.¿Hiciste alguna maravillosa locura delas tuyas? ¿Alguna aventura? —quiso

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saber Holly.—¡Pues claro! Lo más

impresionante fue mi salto depuenting. Bueno, en realidad hiceunos cuantos. Tengo una foto. Sellevó la mano al bolsillo trasero ytodos apartaron la vista por si teníaintención de mostrarles más partes desu anatomía. Afortunadamente, selintitó a sacar la cartera. Hizocircular la foto por la mesa y siguióhablando. —El primero que hice fuedesde un viaducto encima de un río yllegué a tocar el agua con la cabezaal caer…

—Oh, Ciara, eso parece muy

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peligroso —dijo su madre, tapándosela cara con las manos.

—Qué va, no tuvo nada depeligroso —la tranquilizó Ciara.

Cuando la fotografía llegó aHolly, ésta y Jack se echaron a reír.Ciara colgaba boca abajo de unacuerda, el rostro contraído en plenogrito de puro terror. El pelo (queentonces llevaba teñido de azul) lesalía disparado en todas direcciones,como si la hubiesen electrocutado.

—Estás muy atractiva, Ciara.Mamá, tienes que enmarcarla yponerla encima de la chimenea—bromeó Holly.

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—¡Eso! —Los ojos de Ciara seiluminaron al oír la propuesta—. Esuna idea estupenda.

—Por supuesto, querida, quitaréla de tu primera comunión y lasustituiré por ésta —ironizóElizabeth.

—La verdad es que no sé cuál delas dos da más miedo —dijo Declan.

—Holly, ¿qué vas a hacer para tucumpleaños? —preguntó Abbey,inclinándose hacia ella. Estaba claroque ansiaba librarse de laconversación que mantenía conRichard.

—¡Oh, es verdad! —exclamó

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Ciara—. ¡Vas a cumplir treintadentro de pocas semanas!

—No pienso hacer nadaimportante —advirtió Holly a todos—. No quiero ninguna fiesta sorpresani nada por el estilo, por favor.

—¿Qué? Pero tienes quecelebrarlo…

—No, no tiene que celebrarlo sino tiene ganas de hacerlo —intervinosu padre, guiñándole el ojo a Hollyen señal de apoyo.

—Gracias, papá. Como mucho,saldré con unas amigas a bailar.

Richard chasqueó la lengua enseñal de desaprobación cuando le

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llegó la foto y se la pasó a su padre,que rió entre dientes al ver el aspectode Ciara. —Sí, estoy de acuerdocontigo, Holly —terció Richard—.Esas celebraciones de cumpleañossiempre acaban siendo un tantovergonzosas. Adultos hechos yderechos portándose como niños,bailando la conga y bebiendo más dela cuenta. Tienes toda la razón.

—Bueno, el caso es que enrealidad me gustan bastante esasfiestas, Richard —replicó Holly—.Lo que pasa es que este año no estoyde humor para celebraciones, eso estodo.

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Tras unos segundos de silencio,Ciara dijo: —Una velada entreamigas, pues.

—¿Puedo seguiros con la cámara?—preguntó Declan.

—¿Para qué?—Para tener unas secuencias de

clubes y todo eso en clase.—Bueno, si va a servirte de algo…

pero que sepas que no vamos a ir aningún sitio moderno de los que tegustan a ti.

—No, me da igual adónde vay..¡Ay! —exclamó Declan, y fulminó aTimothy con la mirada.

Timmy le sacó la lengua y la

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conversación prosiguió. Cuandohubieron dado buena cuenta delsegundo plato, Ciara abandonó elcomedor y regresó con una granbolsa.

—¡Regalos! —anunció.Timmy y Emily gritaron con

entusiasmo. Holly esperó que Ciarase hubiese acordado de traerles algo.

Su padre recibió un bumeránmulticolor que fingió arrojar a suesposa; Richard una camiseta con elmapa de Australia que enseguidaextendió sobre la mesa para enseñargeografía a Timmy y Emily;Meredith no tuvo regalo, cosa que

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tuvo su gracia; Jack y Declanrecibieron sendas camisetas conilustraciones obscenas y una leyendaque rezaba ~He estado en el monte»;la madre de Holly se quedóencantada con un compendio deantiguas recetas aborígenes, y lapropia Holly se emocionó con sutrampa para sueños hecha con palitosy plumas de vivos colores.

—Para que todos tus sueños sehagan realidad —le susurró Ciara aloído antes de darle un beso en lamejilla.

Por suerte, Ciara había traídocaramelos para Timmy y Emily,

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aunque guardaban un extrañoparecido con los que vendían en latienda de la esquina. Éstos les fueronbruscamente arrebatados por Richardy Meredith, alegando que iban acariarles los dientes.

—Pues entonces devolvédmelos,que a mí no me da miedo la cariesexigió Ciara.

Timmy y Emily miraron contristeza los regalos de los demás yRichard los reprendió de inmediatopor no concentrarse en el mapa deAustralia. Timmy le hizo un pucheroa Holly y de nuevo un sentimientode afecto le llenó el corazón. En la

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medida en que los críos siguieranportándose de modo que merecieranel severo trato del que eran objeto, aHolly le resultaría más fácilaguantarlo. De hecho, quizás hasta lehabría gustado ver cómo les dabanuna buena azotaina.

—Muy bien, más vale quevayamos tirando, Richard, o los niñoscaerán dormidos encima de la mesaanunció Meredith, aunque lospequeños estaban bien despiertos yno paraban de dar patadas a Holly yDeclan por debajo de la mesa.

—Un momento, antes de quetodos desaparezcáis —dijo el padre de

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Holly, levantando la voz por encimade las conversaciones. Se hizo elsilencio—. Me gustaría proponer unbrindis por nuestra guapa hija Ciara,ya que ésta es su cena de bienvenida.—Sonrió a su hija, complacida alconvertirse en el centro de atención—. Te hemos echado de menos,cariño, y nos alegramos de que hayasvuelto a casa sana y salva —concluyóFrank, y alzó su copa¡Por Ciara!

—¡Por Ciara! —repitieron todos,y apuraron el contenido de las copas.

En cuanto la puerta se cerró trasRichard y Meredith, los demásfueron marchándose uno tras otro.

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Holly salió al aire frío y caminó solahasta el coche. Sus padres habíansalido a despedirla con la mano desdela puerta, pero aun así se sentía muysola. Normalmente se marchaba delas cenas en compañía de Gerry y,cuando no lo hacía con él, sabía quelo encontraría en casa. Mas no seríaasí esta noche, ni la noche siguienteni ninguna otra.

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Holly se situó delante del espejo decuerpo entero y contempló sureflejo. Obedeciendo las órdenes deGerry, se había comprado unconjunto nuevo. Para qué, no losabía, pero varias veces al día teníaque hacer un gran esfuerzo para noabrir el sobre correspondiente al mesde mayo. Sólo faltaban dos días paraque pudiera hacerlo, y la expectativano le dejaba pensar en nada más.

Se había decidido por unconjunto negro, acorde con su estadode ánimo actual. Los pantalones

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negros le hacían más esbeltas laspiernas, y estaban cortados a laperfección para que terminaran justosobre sus botas negras. Un corsénegro que le realzaba el bustocompletaba el conjunto a las milmaravillas. Leo había hecho unextraordinario trabajo con su pelo,recogiéndoselo en lo alto y dejandoque unos cuantos mechones cayeransueltos sobre los hombros. Holly seretocó el pelo y sonrió al recordar laúltima visita a su peluquero. Habíallegado al salón de belleza con elrostro enrojecido y sin aliento.

—Lo siento mucho, Leo, me he

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quedado colgada al teléfono sindarme cuenta de la hora que era.

—No te preocupes, encanto,tengo al personal entrenado para quecada vez que llames pidiendo unacita la anote media hora más tarde.¡Colin! —vocíferó, chasqueando losdedos en el aire.

Colin dejó lo que estaba haciendoy se alejó.

—Dios —prosiguió Leo—, ¿acasotomas tranquilizantes para caballos oalgo por el estilo? Mira qué largotienes ya el pelo, y apenas hace unassemanas que te lo corté.

Pisó vigorosamente la palanca del

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sillón, elevando a Holly.—¿Haces algo especial esta

noche? —preguntó Leo, sin dejar debregar ,on el artefacto.

—El gran tres cero —contestóHolly, mordiéndose el labio.

—Y eso qué es? —inquirió Leo—.¿El número del autobús que va hastacu barrio?

—¡No! —protestó Holly—. ¡Sonlos años que cumplo!

—,Crees que no lo sé, cariño?¡Colin! —bramó otra vez,chasqueando los dedos.

Al oír la señal, Colin salió de latrastienda con un pastel en la mano,

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seguido por una fila de peluquerosque entonaron junto a Leo elCumpleaños Feliz. Holly se quedóatónita.

—¡Leo! —fue cuanto pudo decir.Trató de contener las lágrimas que lellenaban los ojos, pero fracasó demanera lamentable. A esas alturastodo el personal se había sumado alcoro, y se sintió abrumada anteaquella muestra de afecto. Cuandoterminaron de cantar, todosaplaudieron y volvieron a susquehaceres.

Holle estaba sin habla.—¡Dios Todopoderoso, Holly, un

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día estás aquí riéndote tanto que porpoco te caes del sillón y al siguientete echas a llorar!

—Oh, pero es que esto ha sidoincreíble, Leo. Muchas gracias —dijoHolly, enjugándose los ojos antes dedarle un fuerte abrazo y un beso.

—Verás, tenía que vengarme de tidespués de la vergüenza.que mehiciste pasar —dijo Leo, incómodoante el sentimentalismo de su amigay clienta. Holly rió al recordar lafiesta sorpresa del quincuagésimocumpleaños de Leo. El tema habíasido «plumas y encaje». Holly llevóun precioso vestido ceñido de encaje

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y Gerry siempre dispuesto a pasarlobien, se puso una boa de plumas ajuego con la corbata y la camisarosas. Leo sostuvo que le habíanhecho pasar un bochorno horrible,aunque todos sabían que en el fondodisfrutó de lo lindo con tantasatenciones. Al día siguiente Leollamó a los invitados que habíanasistido a la fiesta y dejó un mensajeamenazador en sus contestadoresautomáticos. Durante semanas, aHolly le dio pavor concertar una citacon Leo por si éste decidía tratar deasesinarla. Corrió el rumor de que elpeluquero tuvo muy poca clientela

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durante aquella semana.—Bueno, de todos modos no me

negarás que el chico que hizo elstriptease te gustó —bromeó Holly.

—¿Que si me gustó? Salí con éldurante un mes después de aquello.El muy cabrón…

Cada cliente recibió un pedazo depastel y todos se volvieron para darlelas gracias a Holly.

—No sé por qué te dan las graciasa ti —murmuró Leo entre dientes—.Soy yo quien ha comprado estapuñetera tarta.

—No te preocupes, Leo, measeguraré de dejar una propina que

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cubra los gastos —dijo Holly.—¿Te has vuelto loca? Tu

propina no cubriría ni el precio delbillete de autobús hasta mi casa—replicó Leo.

—Leo, vives en la puerta de allado. —¡Precisamente!

Holly hizo un mohín y fingióenfurruñarse. Leo se echó a reír.

—Treinta años y siguescomportándote como una cría.¿Adónde vas a ir esta noche? —inquirió Leo.

—Oh, no pienso hacer ningunalocura. Sólo quiero pasar una veladatranquila con mis amigas.

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—Eso fue lo que yo dije cuandocumplí los cincuenta. ¿Quiénesseréis?

—Sharon, Ciara, Abbey yDenise; hace siglos que no la veo —contestó Holly.

—Ciara está aquí? —preguntóLeo.

—Sí, y lleva el pelo teñido derosa.

—¡Dios nos asista! Se mantendráalejada de mí si sabe lo que leconviene. Muy bien, doña Holly,estás fabulosa, serás la reina de lafiesta. ¡Pásalo bien!

Holly salió de su ensoñación y

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volvió la vista hacia su reflejo en elespejo del dormitorio. No se sentíacomo una treíntañera. Aunque adecir verdad, ¿cómo se suponía quedebía sentirse una a los treinta?Cuando era más joven, los treinta leparecían muy remotos, pensaba queuna mujer de esa edad sería sabia ysensata, que estaría bien establecidaen la vida con un marido, hijos y unaprofesión. Ella no tenía ninguna deesas cosas. Seguía sintiéndose tandespistada como cuando tenía veinteaños, sólo que con unas cuantascanas más y patas de gallo alrededorde los ojos. Se sentó en el borde de la

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cama y siguió contemplándose. Noacababa de ver nada especial en elhecho de cumplir treinta años quemereciera ser celebrado.

Sonó el timbre de la puerta yacertó a oír el parloteo y las risas delas chicas en la calle. Intentóanimarse, respiró hondo y pegó unasonrisa a su rostro.

—¡Felicidades! —gritaron todas alunísono.

Al ver sus rostros alegres, deinmediato le contagiaron suentusiasmo. Las hizo pasar al salón ysaludó con la mano a la cámara quesostenía Declan.

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—¡No, Holly, tienes que hacercomo si él no estuviera! —le advirtióDeclan entre dientes, asiendo aHolly del brazo para llevarla hasta elsofá, donde todas la rodearon y lepresentaron sus regalos.

—¡Abre el mío primero! —exclamó Ciara, apartando a Sharonde un empujón tan fuerte que éstaperdió el equilibrio y se cayó delsofá. Horrorizada e inmóvil, Sharonno supo cómo reaccionar, hasta quepor fin se echó a reír.

—Muy bien, un poco de calma,chicas —dijo la voz de la razón(Abbey), procurando aplacar la

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histeria de Sharon—. Creo queprimero habría que abrir las burbujasy luego los regalos.

—Vale, pero sólo si abre el míoprimero —insistió Ciara con unmohín.

—Ciara, prometo abrir el tuyoprimero —le aseguró Holly como sise estuviera dirigiendo a una niña.

Abbey echó a correr hacia lacocina y regresó con una bandejallena de copas de champán.

—¿Quién quiere un poco dechampán, queridas?

Las copas eran un regalo de boday una de ellas llevaba grabados los

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nombres de Gerry y Holly, peroAbbey tuvo la delicadeza de noincluirla en la bandeja. —Venga,Holly, haz los honores —propusoAbbey, tendiéndole la botella. Todascorrieron a buscar refugioagachándose detrás del sofá mientrasHolly comenzaba a sacar el corcho.

—¡Eh, que no lo hago tan mal! —protestó Holly.

—Claro, a estas alturas ya es unaprofesional consumada —dijo Sharoncon sarcasmo, asomándose desdedetrás del sofá con un cojín en lacabeza. Cuando saltó el tapón, laschicas gritaron entusiasmadas y

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salieron a gatas de sus escondites.—Esto es música celestial —dijo

Denise de manera histriónicallevándose una mano al corazón.

—¡Venga, ahora abre mi regalo!—volvió a exclamar Ciara.

—¡Ciara! —gritaron las demás.—Después del brindis —agregó

Sharon. Todas alzaron su copa.—Bien, por la mejor amiga del

mundo entero, que ha pasado un añodifícil pero que en todo momento hademostrado ser la persona másvaliente y fuerte que he conocidojamás. Es una inspiración para todasnosotras. ¡Que sea feliz los próximos

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treinta años de su vida! ¡Por Holly!—¡Por Holly! —corearon todas,

los ojos llenos de lágrimas mientrastomaban un sorbo de champán, aexcepción de Ciara, por supuesto,que se bebió la copa de un trago ensu afán por dar su regalo a Holly laprimera.

—Primero tienes que ponerte estadiadema porque esta noche eresnuestra princesa y, segundo, ¡aquítienes mi regalo!

Las chicas ayudaron a Holly aponerse la centelleante diadema que,por fortuna, combinaba de perlas consu reluciente corsé negro. En ese

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momento, rodeada por sus amigas,efectivamente se sintió como unaprincesa.

Holly retiró con cuidado elcelofán del paquete primorosamenteenvuelto.

—¡Oh, rompe el papel de una vez!—la instó Abbey para sorpresa de lasdemás.

Holly miró la caja que habíadentro, un tanto confusa. —¿Qué es?—preguntó.

—¡Léelo! —exclamó Ciara connerviosismo. Holly comenzó a leer loque ponía en la caja.

—Veamos, funciona con pilas y

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es… ¡Oh, Dios mío! ¡Ciara! ¡Eres unasinvergüenza!

Holly y sus amigas se echaron areír como histéricas.

—Bueno, desde luego voy anecesitarlo —bromeó Holly,levantando la caja para mostrarla a lacámara.

Declan pareció a punto devomitar.

—¿Te gusta? —preguntó Ciara,ansiando su aprobación—. Queríadártelo en la cena de bienvenida,pero luego pensé que no era el mejormomento… —¡Pues menos mal que loguardaste hasta hoy! —dijo Holly,

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abrazando a su hermana.—Muy bien, ahora el mío —

decidió Abbey, poniendo su paqueteen el regazo de Holly—. Es de partemía y de Jack, ¡así que no esperesnada parecido al de Ciara!

—La verdad es que mepreocuparía si Jack me regalara algocomo eso —dijo Holly, abriendo elregalo de Abbey—. ¡Oh, Abbey, esprecioso! —exclamó, alzando elmagnífico álbum de fotos con lastapas plateadas.

—Para tus nuevos recuerdos —susurró Abbey.

—Oh, es perfecto —dijo Holly,

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rodeando a Abbey con el brazo yestrechándola.

—Bueno, el mío no es tansentimental, pero como mujeres quesomos estoy convencida de quesabrás apreciarlo —dijo Denise,tendiéndole un sobre. —¡Fantástico!Siempre he querido ir allí ——exclamó Holly al abrirlo—. «¡Un finde semana de mimos en la clínicabalneario Haveds!»

—Por Dios, parece que te hayanpropuesto una cita a ciegas —bromeóSharon.

—Avísanos cuando tengasintención de ir. Es válido durante un

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año, así que todas podríamos haceruna reserva para las mismas fechas.¡Será como ir de vacaciones! —propuso Denise.

—¡Qué buena idea, Denise,gracias!

—Por último, pero no por esomenos importante, aquí tienes el mío—dijo Sharon.

Holly le guiñó el ojo. Sharonjugueteó con las manos mientrasescrutaba el rostro de Holly para versu reacción. Era un gran marco deplata con una fotografía de Sharon,Denise y Holly en el baile deNavidad de hacía dos años. —¡Llevo

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puesto mi vestido caro de colorblanco! —bromeó Holly. —Antes deque se echara a perder —puntualizóSharon.

—¡Dios, ni siquiera recuerdo quenos hiciéramos fotos! —confesóHolly.

—Pues yo ni siquiera recuerdohaber estado allí —murmuró Denise.Holly siguió contemplando lafotografía con expresión tristemientras se acercaba a la chimenea.

Aquél había sido el último baileal que habían ido ella y Gerry, pueséste ya estaba demasiado enfermopara asistir al del año pasado.

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—Bueno, esto va a ocupar ellugar de honor—anunció Holly,poniendo el retrato sobre la repisa dela chimenea junto a la foto de suboda. —¡Venga, chicas, ya es hora debeber como Dios manda! —vociferóCiara, y todas se apresuraron denuevo a esconderse para protegersedel siguiente tapón.

Dos botellas de champán y variasbotellas de vino tinto más tarde, laschicas salieron a trompicones de lacasa y se metieron en un taxi. Entrerisas y gritos, alguien se las arreglópara explicar al conductor adóndeiban. Holly insistió en sentarse en el

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asiento delantero y mantener unacharla íntima con John, el taxista,quien probablemente deseabamatarla para cuando llegaron a sudestino.

—¡Adiós, John! —gritaron todas asu nuevo mejor amigo antes deapearse en una acera del centro deDublín, desde donde le observaronpartir a toda velocidad. Habíandecidido (mientras bebían la tercerabotella de tinto) probar suerte en elclub más elegante de Dublín, elBoudoir. Era un lugar reservado sólopara ricos y famosos, y todo elmundo sabía que, si no eras rico y

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famoso, necesitabas un carnet desocio para ser admitido. Denise seencaminó hacia la puerta,exhibiendo con total descaro sutarjeta de socia del videoclub ante losrostros de los gorilas que custodiabanla entrada. Y aunque cueste creerlo,no la dejaron pasar.Los únicos rostrosfamosos que vieron adelantarlas paraentrar en el club mientras intentabanconvencer a los porteros de que lesfranquearan el paso, fueron los deunos presentadores de informativosde la televisión nacional a quienesDenise sonrió y dio las «buenasnoches» muy seria. Fue para

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desternillarse de risa. Por desgracia,después de eso Holly no recordabanada más.

Holly despertó con una horriblejaqueca. Tenía la boca más seca queuna sandalia de Gandhi y problemasde vista. Se apoyó en un codo eintentó abrir los ojos, que de unmodo u otro se le habían pegado.Echó un vistazo a la habitación conlos ojos entornados. Había luz,mucha luz, y la habitación parecíadar vueltas. Algo muy extraño estabaocurriendo. Se vio en el espejo y seasustó. ¿Había sufrido un accidentela noche anterior? Exhausta, volvió a

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desplomarse en la cama. De repente,la alarma de la casa comenzó aulular. Holly levantó un poco lacabeza de la almohada y abrió unojo. «Oh, podéis llevaros lo quequeráis —pensó—, siempre y cuandome traigáis un vaso de agua antes delargaros.» Al cabo de un rato, se diocuenta de que no se trataba de laalarma sino del teléfono, que estabasonando junto a la cama.

—¿Diga? —contestó con vozronca.

—Menos mal que no soy la única—dijo una voz gravemente enfermaal otro extremo de la línea.

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—¿Quién eres? —gruñó Hollyotra vez.

—Me llamo Sharon, creo —fue larespuesta—, pero no me preguntesquién es esa Sharon porque no tengoni idea. El hombre que está a mi ladoen la cama parece creer que leconozco.

Holly oyó a John reír con ganas.—Sharon, ¿qué sucedió anoche?

Explícamelo, por favor.—Alcohol es lo que sucedió

anoche —dijo Sharon, amodorrada—.Litros y litros de alcohol.

—¿Algún otro dato? —inquirióHolly.

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—No.—¿Sabes qué hora es?—Las dos —informó Sharon.—¿Por qué me llamas a estas

horas de la madrugada? —Son las dosde la tarde, Holly.

—Vaya. ¿Cómo es posible?—Tiene que ver con la gravedad o

algo por el estilo. Ese día no fui aclase —bromeó Sharon.

—Oh, Dios, creo que me estoymuriendo. —Yo también.

—Voy a dormir un rato más, a versi cuando despierte el suelo ha dejadode moverse—dijo Holly.

—Buena idea. Ah, Holly,

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bienvenida al club de los treinta.—Este comienzo no significa que

vaya a seguir así —repuso Holly—. Apartir de ahora seré una mujersensata y madura de treinta años.

—Sí, es justo lo que dije yo.Buenas noches. —Buenas noches.

Instantes después Holly estabadormida. Se despertó varias veces a lolargo del día para contestar alteléfono, entablando conversacionesque parecían formar parte de unsueño. También realizó variasexcursiones a la cocina parahidratarse.

Finalmente, a las nueve de la

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noche Holly sucumbió a los quejidosde su estómago, reclamandoalimento. Como de costumbre, nohabía nada en la nevera, así quedecidió obsequiarse con una cenachina servida a domicilio. Seacurrucó en el sofá en pijama paraver lo mejor de la televisión delsábado por la noche mientras sehartaba de comer. Después deltrauma de pasar sin Gerry sucumpleaños el día anterior, sesorprendió al constatar que estabacontenta consigo misma. Era laprimera vez desde su muerte que sesentía a gusto sin más compañía.

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Quizá cabía la posibilidad de que alfinal supiera apañarse sin él.

Más tarde, esa misma noche Jackla llamó al móvil. —Hola, hermanita,¿qué estás haciendo?

—Veo la tele y engullo comidachina —dijo Holly.

—Vaya, parece que estás enforma. No como mi pobre novia, aquien tengo aquí, a mi lado,sufriendo las consecuencias devuestros excesos de anoche. Jamásvolveré a salir contigo, Holly —oyógimotear a Abbey al fondo. —Tú ytus amigas le habéis pervertido lamente —bromeó Jack.

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—A mí no me culpes. Hastadonde recuerdo, se lo montaba la marde bien ella solita.

—Dice que no se acuerda denada.

—Yo tampoco. Igual es algo queocurre en cuanto cumples los treinta,nunca me había pasado algo así —dijo Holly.

—O quizás es un plan maléficoque habéis urdido entre todas para notener que contarnos qué diabloshicisteis —replicó Jack.

—Ojalá lo fuese… Ah, por cierto,gracias por el regalo, es unapreciosidad. —Me alegro de que te

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guste. Me llevó siglos encontrar elque buscaba.

—Mentiroso.Jack rió y luego dijo:—En fin, te llamaba para saber si

irás al concierto de Declan mañanapor la noche.

—¿Dónde es?—En el pub Hogan's.—Ni hablar. Nunca más voy a

poner un pie en un pub, y menos aúnpara oír a una banda de rock durocon guitarras estridentes y bateríasruidosas —dijo Holly.

—Vaya, es la vieja excusa de«nunca volveré a beber», ¿verdad?

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Bien, pues no bebas. Pero por favor,Holly, ven. Declan está muyentusiasmado y no va a ir nadie más.

—Ja! Así que soy tu últimorecurso, ¿eh? Es muy agradable saberque me tienes en tan alta estima.

—No, no lo eres. A Decían leencantará verte allí y tú y yo apenastuvimos ocasión de charlar en lacena. Hace siglos que no salimos —suplicó Jack. —Dudo mucho quepodamos mantener una charla íntimacon los Orgasmic Fish atronando consus canciones —dijo Hollysarcásticamente.

—Bueno, en realidad ahora se

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llaman Black Strawberries, lo cualsuena bastante más dulce, diría yo.Jack se echó a reír.

Holly apoyó la cabeza en lasmanos y susurró: —Oh, por favor, nome obligues a ir, Jack.

—Irás.—De acuerdo, pero no me

quedaré hasta el final —puntualizóHolly. —Eso ya lo discutiremoscuando estemos allí. Declan sepondrá loco de alegría cuando se lodiga. La familia no suele ir a estossitios.

—Muy bien. ¿Hacia las ocho?—Perfecto.

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Holly colgó y siguió tumbada enel sofá unas horas. Estaba tan hartaque no podía moverse. Después detodo, quizá la comida china no habíasido una idea tan buena.

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99

Holly llegó al pub Hogan's bastantemás relajada que el día anterior,aunque sus reflejos seguían siendo unpoco más lentos de lo habitual. Susresacas parecían empeorar a medidaque iba haciéndose mayor, y la deayer merecía la medalla de oro a lapeor de las resacas. Aquella mañana,había ido a dar un largo paseo por lacosta, desde Malahide hastaPortmarnock, y la brisa fría vvigorizante la ayudó a aclarar suconfusión mental. Luego había ido aalmorzar a casa de sus padres,

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quienes le regalaron un hermosojarrón de cristal \ áterford por sucumpleaños. La visita resultómaravillosamente relajante y tuvoque hacer un gran esfuerzo paralevantarse del confortable sofá ydirigirse al Hogan's.

El Hogan's era un pub de tresplantas muy concurrido situado en elcentro de la ciudad, e incluso endomingo estaba atestado. El primerpiso era un local nocturno muymoderno donde siempre sonaba lomás nuevo de las listas de éxitos. Allíiba la gente joven a lucir sus últimosmodelitos. La planta baja era un pub

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irlandés tradicional destinado a unpúblico más maduro (solía estar llenode hombres mayores encaramados asus taburetes y encorvados sobre susjarras de cerveza, viendo la vidapasar). Unas pocas noches porsemana actuaba una banda de músicatradicional irlandesa, que gozaba denotable popularidad tanto entre losjóvenes como entre los mayores. Elsótano, oscuro y lúgubre, era el lugarreservado a los grupos de rock. Suclientela estaba formadaexclusivamente por estudiantes, ysaltaba a la vista que Holly era lapersona más mayor del lugar. El bar

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consistía en una diminuta barrasituada en un rincón del alargadolocal, rodeada por una multituddesaliñada de estudiantes con tejanosy camisetas raídas que se empujabansin miramientos para conseguir susbebidas. Los camareros tambiénpresentaban aspecto de universitariosy se afanaban de un lado a otro conel rostro bañado en sudor.

El ambiente del sótano estabamuy cargado, puesto que no habíaventilación ni aire acondicionado, y aHolly le costaba respirar en aquellaatmósfera tan viciada. Al parecer,prácticamente todos cuantos la

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rodeaban fumaban cigarrillos, y losojos comenzaban a escocerle. Tratóde no pensar en cómo sería lasituación dentro de una hora, aunquetodo indicaba que era la únicapersona a quien eso le preocupaba.Saludó a Declan con la mano parahacerle saber que había llegado perodecidió no acercarse hasta él, ya queestaba rodeado por un grupo dechicas. Lo último que deseaba eracortarle las alas. Holly se habíaperdido por completo el ambienteestudiantil cuando era más joven.Había decidido no matricularse en launiversidad después del instituto,

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optando por un trabajo de secretaria,lo cual la llevó a cambiar de empleocada pocos meses, hasta acabar en laespantosa oficina que dejó parapoder dedicar tiempo a Gerrydurante su enfermedad. De todosmodos, dudaba que hubiesepermanecido allí mucho más. Gerryhabía estudiado marketing en laUniversidad de Dublín, pero nuncatuvo demasiado trato social con losamigos de la facultad. De hecho,prefería salir con Holly, Sharon yJohn, Denise y su pareja de turno. Ala vista de lo que tenía delante,Holly se dijo que no se había perdido

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gran cosa.Cuando finalmente Declan

consiguió deshacerse de susadmiradoras, se reunió con Holly.

—Hola, señor Éxito. Es todo unhonor que te hayas dignado hablarconmigo —saludó Holly.

Las chicas dieron un buen repasoa Holly, preguntándose qué diablosvería Declan en aquella mujermayor.

Declan rió y se frotó las manoscon picardía.

—¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé! Este asuntode la música es genial. Me pareceque tendré un poco de acción esta

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noche —dijo con petulancia.—Como hermana tuya que soy,

siempre es un placer que meinformes de esas cosas —ironizó ella.Era imposible mantener unaconversación con Declan, pues éstese negaba a mirarla a los ojos,dedicándose a inspeccionar a laconcurrencia—. Vamos, Declan, ve aflirtear con esas bellezas en lugar dequedarte pegado a tu hermana mayor—instó Holly.

—No, no, no es eso —replicóDeclan a la defensiva—. Es que noshan dicho que esta noche quizávendrá un tipo de una discográfica a

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vernos actuar. —¡Fantástico!Holly se alegró por su hermano.

Era obvio que aquello significabamucho para él y se sintió culpablepor no haberse interesado nuncahasta entonces. Miró alrededor paraver si localizaba a algún tipo conpinta de trabajar en una discográfica.¿Qué aspecto tendría? Tampoco erade esperar que estuviera senrado enun rincón, tomando notasfrenéticamente en un bloc. Por finreparó en un hombre mucho mayorque el resto del público. Iba vestidocon una chaqueta negra de piel,pantalones negros de sport y

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camiseta del mismo color. Estaba depie con los brazos en jarras, mirandofijamente hacia el escenario. Sí, sinduda era el tipo de la discográfica,pues iba sin afeitar y daba laimpresión de no haberse acostado envarios días. Seguro que llevaba todala semana pasando las noches en velapara asistir a conciertos y bolos yprobablemente dormía de día.También era muy probable queoliera fatal. No obstante, quizá sólofuera un bicho raro a quien legustaba frecuentar el ambienteestudiantil para comerse con los ojosa las jovencitas. No dejaba de ser una

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posibilidad.—¡Está allí, Deco! —exclamó

Holly, levantando la voz por encimadel ruido y señalando hacia elhombre.

Declan se mostró excitado ydirigió la mirada hacia donde leindicaba Holly. Su sonrisa sedesvaneció, evidenciando queconocía al sujeto en cuestión. —¡No,ése es Danny! —gritó Declan, y silbópara atraer su atención. Dannyvolvió la cabeza varias veces tratandode averiguar quién le llamaba, asintióal localizar a Declan y se dirigióhacia ellos.

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—Qué pasa, tío —dijo Declan,dándole la mano.

—Hola, Declan. ¿Está todo listo?—preguntó el hombre, un tantoinquieto.

—Sí, tranquilo —contestóDeclan con aire indiferente. Sinduda alguien le había dicho que paraestar en la onda debía actuar como sinada importara.

—,La prueba de sonido ha idobien? —insistió Danny, ávido deinformación.

—Ha habido algún problemilla,pero lo hemos resuelto. —Entonces,¿todo está en solfa?

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—Claro.—Bien. —Su expresión se relajó

y se volvió para saludar a Holly—.Perdona que no te haya hecho casoantes. Soy Daniel.

—Encantada. Yo soy Holly.—Oh, lo.siento—interrumpió

Declan—. Holly, el propietario;Daniel, mi hermana.

—¿Hermana? Vaya, no osparecéis en nada.

—Gracias a Dios —dijo Holly aDaniel, procurando que Declan no laoyera. Daniel se rió.

—¡Eh, Deco, empezamos! —legritó un chaval con el pelo azul. —

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Hasta luego —se despidió Declan, yse encaminó al escenario.

—¡Buena suerte! —le deseó Holly—. Así que eres un Hogan —dijo,volviéndose hacia Daniel.

—Verás, en realidad soy unConnolly. —Sonrió y añadió—: Mequedé con el negocio hace unassemanas.

—Vaya, no sabía que lo hubiesenvendido —dijo Holly sorprendida—.¿Y vas a cambiarle el nombre por elde Connolly's?

—No me caben tantas letras en lafachada. Es un poco largo. Holly seechó a reír.

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—Bueno, todo el mundo conoceeste sitio como Hogan's.Probablemente sería una estupidezcambiarle el nombre —observóHolly.

Daniel asintió.—En realidad, ésa es la verdadera

razón para no hacerlo. De prontoHolly vio a Jack en la entrada y lehizo señas.

—Siento mucho llegar tarde —seexcusó Jack—. ¿Me he perdido algo?—preguntó, dándole un abrazo y unbeso.

—No, van a comenzar ahora.Jack, te presento a Daníel, el

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propietario. –Encantado de conocerte—dijo

Daniel, estrechándole la mano. —¿Sabes si son buenos? —preguntóJack, señalando con el mentón haciael escenario.

—A decir verdad, nunca les heoído tocar—respondió Daniel no sincierta preocupación.

—¡Muy valiente por tu parte! —bromeó Jack.

—Espero que no demasiado —dijo Daniel, volviéndose hacia elescenario que los músicos ya habíanocupado.

—Reconozco algunas caras —dijo

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Jack a Holly, paseando la miradaentre el público—. La mayoría no hacumplido los dieciocho.

Una jovencita vestida con tejanosrotos y una camiseta que no letapaba el ombligo pasó junto a Jack,sonriendo insegura. Se llevó un dedoa los labios como para indicarle quese callara. Jack también sonrió yasintió con la cabeza. Holly miró aJack inquisitivamente.

—¿A qué venía eso? —preguntó.—Es alumna mía de inglés. Sólo

tiene dieciséis o diecisiete. Pero esuna buena chica. Jack la observómientras se alejaba—. Aunque más le

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vale no lle tarde a clase mañana.Holly vio a la muchacha apurar

una jarra de cerveza con sus amigos ydeseó haber tenido un profesor comoJack en el instituto. Todos losestudiantes parecían adorarlo. Y erafácil entender por qué; Jack era deesa clase de personas que se hacenquerer.

—Mejor será que no le digas queson menores —sugirió Holly entrediences, señalando con la cabezahacia Daniel.

El público aplaudió y vitoreó alos artistas, y Declan adoptó un airetaciturno mientras se colgaba la

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guitarra al hombro. En cuantoempezaron a cucar, fue imposiblemantener ninguna clase deconversación. El público comenzó apegar saltos, y continuamente Hollyrecibía un pisotón. Jack la miraba vse reía, divertido por su evidenteincomodidad.

—¿Puedo invitaros a un trago? —vociferó Daniel, haciendo un gestode beber con la mano.

Jack le pidió una jarra deBudweiser y Holly optó por un 7UPObservaron a Daniel abrirse pasoentre el gentío y saltar al interior dela barra para preparar las bebidas.

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Regresó poco después con las bebidasy un taburete para Holly. Volvierona fijar su atención en el escenariopara ver la actuación de su hermano.La música no era exactamente delestilo predilecto de Holly, y sonabatan fuerte y atronadora que leresultaba difícil saber si tenía algo debuena. Estaba a años luz de losrelajantes sonidos de su CD favoritode Westlife, de modo que quizá nose hallara en condiciones de juzgar alos Black Strawberries. Aunque enrealidad el nombre del grupo ya lodecía todo.

Después de cuatro canciones,

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Holly ya no pudo más. Se despidióde Jack con un abrazo y un beso.

—¡Dile a Declan que me hequedado hasta el final! —gritó—.¡Encantada de conocerte, Daniel!¡Gracias por la bebida! —Yemprendió el camino de regreso a lacivilización y el aire fresco. Los oídossiguieron zumbándole durante eltrayecto de regreso a su casa encoche. Cuando llegó, eran más de lasdiez. Sólo faltaban dos horas paraque ya fuese mayo. Y eso significabaque podría abrir otro sobre.

Holly estaba sentada a la mesa dela cocina tamborileando

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nerviosamente con los dedos sobre lamadera. Bebió de un trago su tercerataza de café y estiró las piernas.Aguantar despierta durante dos horasmás le resultó bastante máscomplicado de lo que había supuesto,era obvio que aún estaba cansada porhaberse pasado de rosca en su fiesta.Repiqueteó con los pies debajo de lamesa sin seguir ningún ritmo enconcreto y luego volvió a cruzar laspiernas. Eran las once y media. Teníael sobre encima de la mesa delante deella, casi podía ver cómo le sacaba lalengua y le decía: «Toma, toma.»

Lo cogió y empezó a manosearlo.

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¿Quién se enteraría si lo abría antesde hora? Sharon y Johnprobablemente ni se acordarían deque había un sobre para el mes demayo, y Denise seguro que estaríadurmiendo como un tronco despuésdel estrés de sus dos días de resaca.Además, lo tenía muy fácil para deciruna mentira suponiendo que lepreguntasen si había hecho trampas,aunque lo más plausible era que noles importase nada. Nadie lo sabría ya nadie le importaría.

Pero eso no era del todo cierto.Gerry lo sabría.

Cada vez que Holly sostenía los

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sobres con la mano sentía una fuerteconexión con él. Al abrir los últimosdos sobres, había notado como siGerry estuviera sentado justo a sulado, riéndose de sus reacciones.Sentía como si participaran juntos deun juego, a pesar de encontrarse endos mundos distintos. Sentía supresencia, y si hacía trampas él losabría, sabría si se saltaba las reglasde su juego en común.

Después de otra taza de café,Holly estaba histérica. La manecillahoraria del reloj parecía dar unaaudición para conseguir un papel en«Los vigilantes de la playa», con su

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carrera a cámara lenta alrededor de laesfera, pero por fin llegó lamedianoche. Una vez más, volviólentamente al sobre y atesoró cadainstante del proceso. Gerry estabasentado a la mesa frente a ella.

—¡Venga, ábrelo!Rasgó con cuidado la solapa y la

rozó con los dedos, consciente de quelo último que había tocado era lalengua de Gerry. Por fin, sacó latarjeta del interior y la abrió.

¡Adelante, Disco Diva!Enfréntate a tu miedo al karaokeen el Club Diva este mes y,

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quién sabe, quizá seasrecompensada…

Posdata: te quiero…

Notó la mirada de Gerry, suslabios se torcieron en una sonrisa yterminó echándose a reír. Hollyrepetía «¡ni hablar!» cada vez querecobraba el aliento. Por fin seserenó y anunció a la habitación:

—¡Gerry, cabrón! ¡De ninguna delas maneras voy a pasar por esto!

Gerry se rió con ganas.—Esto no tiene nada de divertido.

Sabes muy bien lo que pienso alrespecto y me niego a hacerlo. No.

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Ni hablar. No lo haré.—Tienes que hacerlo y lo sabes

—dijo Gerry, sonriendo. —¡No tengopor qué hacer esto!

—Hazlo por mí.—No voy a hacerlo por ti, ni por

mí, ni por la paz mundial. ¡Odio elkaraoke!

—Hazlo por mí —repitió Gerry.El timbre del teléfono hizo que

Holly pegara un brinco en la silla.Era Sharon.

—Venga, son las doce y cinco.¿Qué ponía? ¡John y yo nos morimosde vanas de saberlo!

—¿Qué te hace suponer que lo he

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abierto? —preguntó Holly.—¡Oh, vamos! —soltó Sharon—.

Veinte años de amistad me otorganel rítulo de experta en ti. Y ahoradéjate de zarandajas, dinos qué pone.

—No pienso hacerlo —repusoHolly rotundamente.

—¿Qué? ¿No vas a decírnoslo?—No, no voy a hacer lo que

quiere que haga.—¿Por qué? ¿De qué se trata? —

preguntó Sharon.—Oh, no es más que un patético

intento de hacerse el gracioso —espetó Holly al techo.

—Ahora sí que estoy intrigada —

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dijo Sharon—. Suéltalo.—Holly, descubre el pastel. ¿De

qué se trata? —inquirió John desdeun teléfonosupletorio.

—Vale… Gerry quiere que… canteen un karaoke —soltó Holly decorrido. –

—Qué? Holly, no hemosentendido una sola palabra de lo quehas dicho —protestó Sharon.

—Yo sí —aseguró John—. Creoque he oído algo acerca de unkaraoke. ¿Tengo razón?

—Sí —respondió Holly como unaniña traviesa.

—¿Y tienes que cantar? —

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inquirió Sharon.—Sí —confesó Holly con voz

queda. Quizá si no lo decía, notendría por qué pasar.

Sharon y John rieron tan fuerteque Holly tuvo que apartar elauricular de su oreja.

—Volved a llamar cuando se oshaya pasado —dijo enojada, y colgó.Al cabo de un momento volvieron allamarle.

Holly oyó a Sharon resoplar,incapaz de reprimir otro ataque derisa. La línea volvió a enmudecer.

Diez minutos después llamó denuevo.

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—¿Sí?—De acuerdo. —Esta vez Sharon

habló con decisión y con un tonoexcesivamente serio—. Perdona lo deantes, ahora estoy bien. No memires, John —rogó, apartándose delteléfono—. Lo siento, Holly, pero esque no dejo de pensar en la últimavez que tú…

—Ya, ya, ya —la interrumpióHolly—. No hace falta que lo saquesa relucir. Fue el día más embarazosode mi vida, así que me acuerdo muybien. Por eso no voy a hacerlo.

—¡Vamos, Holly, no puedespermitir que una tontería como ésa

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te desanime!—¡Mira, quien no se desanime

por una cosa así es que está loco deremate! —arguyó Holly.

—Holly, no fue más que unapequeña caída… —insistió Sharon.

—¡No me digas! Me acuerdoperfectamente, ¿sabes? Además, nisiquiera sé cantar, Sharon. ¡Creíahaber dejado claro este aspecto laúltima vez! Sharon guardó silencio.

—¿Sharon? Silencio absoluto. —Sharon, ¿sigues ahí? No obtuvorespuesta. —Sharon, ¿te estás riendo?—inquirió Holly. Oyó algo parecidoa un chillido y se cortó la línea.

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—¡Qué maravilloso apoyo meprestan mis amigos! —murmuróentre dientes—. ¡Oh, Gerry! Creíaque tenías intención de ayudarme yen vez de eso me pones los nervios depunta.

Aquella noche, durmió poco ymal.

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1010

—¡Feliz cumpleaños, Holly! ¿Odebería decir feliz cumpleaños conretraso? —Richard rió nerviosamente.Holly se quedó perpleja al ver a suhermano en el umbral. No era algoque ocurriera con frecuencia. Dehecho, quizá Fuese la primera vez.Abría y cerraba la boca como unpececito de estanque, sin saber ni porasomo qué decir—. Te he traído unaorquídea phalaenopsis enana —agregó Richard, pasándole unamaceta con la planta—. Acaban dellegar. Está echando brotes y no

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tardará en florecer.Richard parecía un anuncio.

Holly se quedó aún más aturdida alverle acariciar con la punta de losdedos los diminutos brotes de colorrosa.

—¡Vaya, Richard, las orquídeasson mis favoritas!

—Bueno, aquí tienes un hermosojardín, grande y… —Carraspeó yañadió—: Verde. Un pocoabandonado, aunque… —Seinterrumpió para balancearse sobrelos pies de aquella forma tan suya ytan molesta.

—¿Quieres entrar o sólo estás de

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paso? —«Por favor di que no, porfavor di que no.» Pese a loconsiderado del regalo, Holly noestaba de humor para aguantar lacompañía de Richard.

—Bueno, puedo quedarme unratito.

Se limpió las suelas de los zapatosen el felpudo durante dos minutosenteros antes de entrar en la casa. Alverlo vestido con una chaquetamarrón de punto y pantalonesmarrones que terminaban justoencima de unos impecablesmocasines del mismo color, Holly seacordó del viejo profesor de

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matemáticas.No tenía un solo pelo fuera de

lugar en toda la cabeza y llevaba lasuñas limpias y con una manicuraperfecta. Holly lo imaginómidiéndolas cada noche con unapequeña regla para comprobar queno sobrepasaran el estándar europeoestablecido para la longitud de uñas,si tal cosa existía.

Richard siempre daba laimpresión de no estar a gusto.Parecía que el apretado nudo de lacorbata (marrón por supuesto)estuviera estrangulándolo, y siemprecaminaba como si llevara un palo de

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escoba en la espalda. Rara vez sonreíay, cuando lo hacía, la sonrisa apenasle cambiaba la expresión. Era elsargento de instrucción de su propiocuerpo, gritándose y castigándosecada vez que pasaba a modo humano.Pero se lo hacía él mismo y lo mástriste era que pensaba que eso leconvertía en alguien superior a losdemás. Holly lo condujo a la sala deestar y de momento dejó la maceta decerámica encima del televisor.

—No, no, Holly—dijo Richard,señalándola con el dedo como sifuese una niña traviesa—. No debesponerla ahí. Necesita estar en un

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sitio fresco y sin corrientes de aire,apartada del sol directo y de losradiadores.

—Oh, por supuesto.Holly volvió a coger la maceta y,

presa de pánico, buscó un lugarapropiado por toda la habitación.¿Qué había dicho Richard? ¿Unrincón caldeado y sin corrientes deaire? ¿Cómo se las arreglaba para quesiempre se sintiera como unachiquilla incompetente?

—¿Qué te parece esa mesita decentro? Creo que ahí estará a salvo —sugirió Richard.

Holly obedeció y puso la maceta

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en la mesa, casi esperando que ledijera «buena chica».Afortunadamente no fue así.

Richard adoptó su posturafavorita junto a la chimenea einspeccionó la habitación.

—Tienes la casa muy limpia ——comentó. —Gracias, acabo de…limpiarla —contestó Holly. Richardasintió como si ya lo supiera.

—¿Te sirvo un té o un café? —ofreció Holly, confiando en queRichard rehusara.

—Sí, estupendo —dijo Richard,dando una palmada—. Un té seríaespléndido. Sólo leche, sin azúcar.

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Holly regresó de la cocina condos tazas de té que dejó en la mesitade centro. Esperó que el vapor quesubía de las tazas no asesinara a lapobre planta. —Sólo tienes queregarla regularmente y abonarladurante los meses de primavera. —Richard seguía hablando de la planta.

Holly asintió con la cabeza,consciente de que no haría ningunade las dos cosas.

—No sabía que se te dieran tanbien las plantas, Richard —dijoHolly, procurando relajar la tensión.

—Sólo cuando las dibujo con losniños. Al menos eso es lo que dice

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Meredith. —Rió como si hubiesecontado un chiste.

—¿Dedicas mucho tiempo a tujardín? —Holly se esforzaba pormantener viva la conversación. Comola casa estaba tan silenciosa, cadasilencio entre ellos se amplificaba.

—Oh sí, me encanta trabajar enel jardín. —Se le iluminaron los ojos—. Los sábados son mi día de jardín—añadió sonriendo a su taza de té.

Holly tenía la impresión de estarsentada junto a un perfectodesconocido. Se dio cuenta de quesabía muy poco acerca de Richard yde que a éste le sucedía lo mismo con

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ella. Pero así era como Richard habíaquerido que fueran las cosas, siemprese había distanciado del resto de lafamilia, incluso cuando eran másjóvenes. Nunca les daba noticiasexcitantes. Ni siquiera contaba cómole había ido la jornada. Sólo estaballeno de hechos, hechos y máshechos. La primera vez que la familiasupo de la existencia de Meredithfue el día que la llevó a cenar a casapara anunciar el compromiso. Pordesgracia, a esas alturas ya fuedemasiado tarde para convencerlo deque no se casara con aquella dragonade ojos verdes y pelo refulgente.

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Aunque, de todos modos, tampocolos habría escuchado.

—Muy bien —dijo Holly en voztan alta que la sala casi le devolvió eleco—, ¿ocurre algo extraño oalarmante? ¿Por qué has venido?

—No, no, nada extraño. Vamostirando, como de costumbre. —Bebióun sorbo de té y, al cabo de un rato,agregó—: Nada alarmante, ya que lopreguntas. Simplemente estaba en lazona y se me ocurrió pasar a saludar.

—Vaya, no deja de ser raro vertepor esta parte de la ciudad. —Hollysonrió—. ¿Qué te trae por el mundooscuro y peligroso de la zona norte?

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—Bueno, ya sabes, asuntos detrabajo —farfulló Richard—.¡Aunque mi coche está aparcado alotro lado del río Liffey, pordescontado!

Holly sonrió forzadamente.—Es una broma, claro —agregó

Richard—. Está justo delante de lacasa… Estará seguro, ¿verdad? —preguntó en serio.

—Yo diría que sí —contestóHolly, y añadió con sarcasmo—: Hoyno he visto a nadie sospechosomerodear por la calle a plena luz deldía. —Richard no captó la ironía—.¿Cómo están Emily y Timmy? Lo

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siento, quiero decir Timothy.Por una vez la equivocación fue

espontánea. Los ojos de Richard seiluminaron.

—Oh, están bien, Holly, muybien. Aunque me tienen preocupado.Richard desvió la mirada y siguióinspeccionando la sala de estar.

—¿A qué te refieres? —preguntóHolly, pensando que quizá Richardse abriera a ella.

—Bueno, no se trata de nada enconcreto, Holly. Los hijos son unapreocupación en general. —Se ajustóla montura de las gafas en lo alto dela nariz y la miró a los ojos—.

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Aunque supongo que estaráscontenta de no tener quepreocuparte de todas estas tonteríasde los hijos —dijo Richard,sonriendo.

Se produjo un grave silencio.Holly se sentía como si le

hubiesen dado una patada en elestómago. —¿Ya has encontradotrabajo? —continuó Richard.

Atónita, Holly permanecióinmóvil en el asiento. No podía creerque hu. biese tenido la osadía dedecirle aquello. Se sentía ofendida ydolida, y quería que se largara de sucasa. Lo cierto era que no estaba de

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humor para seguir mos. trándosecortés con su hermano y, desdeluego, no iba a molestarse enexplicas a alguien tan estrecho demiras que ni siquiera habíacomenzado a buscar ur, empleo, yaque todavía estaba llorando la muertede su marido. «Tonterías>

que él no tendría que soportardurante los próximos cincuenta años.

—No —le espetó.—¿Y qué haces para conseguir

dinero? ¿Te has apuntado al paro?—No, Richard—dijo Holly,

procurando no perder los estribos—.No me he apuntado al paro. Recibo

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una pensión por viudedad.—Ah, eso está bien. Muy

oportuno, ¿no?—Oportuno no es exactamente la

palabra que yo emplearía. No,sumamente deprimente se ajustamás.

La tensión crecía por momentos.De repente, Richard se dio unapalmada en el muslo, dando porterminada la conversación.

—Bueno, más vale que me pongaen marcha y vuelva al trabajo —anunció. Se levantó y se estiróexageradamente, como si llevarahoras sentado.

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—Muy bien. —Holly se relajó—.Mejor será que te marches mientrastu coche sigue ahí fuera.

Una vez más, Richard no captó labroma. Fue a mirar por la ventana para comprobar que seguía allí.

—Tienes razón. Sigue ahí, graciasa Dios. En fin, me he alegrado deverte, y gracias por el té —dijo,mirando a un punto de la paredsituado por encima de la cabeza deHolly.

—De nada. Y gracias por laorquídea —dijo Holly entre dientes.Richard avanzó a grandes zancadaspor el sendero del jardín y se detuvo

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a medio camino para echarle unvistazo. Meneó la cabeza con unademán de desaprobación le gritó:

—¡De verdad que tienes quehacer que alguien arregle esto unpoco! Luego se marchó conduciendosu coche familiar marrón.

Holly estaba furiosa mientrasobservaba cómo se alejaba. Cerródando un portazo. Aquel hombre lasacaba tanto de quicio que leentraban ganas de ggolpearlo.Simplemente no se enteraba… denada.

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1111

—Oh, Sharon, le odio —se lamentóHolly a su amiga aquella noche porteléfono.

—No le hagas caso, Holly. Nopuede evitarlo, es un idiota —contestó Sharon, molesta.

—Eso es lo que más me fastidia.Todo el mundo dice que no puedeevitarlo, que no es culpa suya. Es unhombre adulto, Sharon. Tienetreinta y seis años. Debería sabercuándo mantener la boca cerrada.Dice esas cosas deliberadamente —insistió Holly, irritada.

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—Me resisto a creer que lo haga apropósito, Holly—dijo Sharon convoz tranquilizadora—. Creosinceramente que fue a verte paradesearte un feliz cumpleaños…

—¡Claro! ¿Y a santo de qué? —vociferó Holly—. ¿Desde cuándoviene a mi casa a darme regalos decumpleaños? ¡Nunca! ¡No lo habíahecho ni una sola vez!

—Bueno, cumplir treinta es másimportante que…

—¡Para él no! Hasta lo dijodurante una cena hace unas semanas.Si no recuerdo mal, sus palabrasexactas fueron… —Hizo una pausa y

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añadió imitando su voz—: «No meparecen bien estas celebracionesestúpidas bla bla bla, soy un infelizbla bla bla.» Es un auténtico plasta.

Sharon rió ante la bufonada de suamiga.

—Vale, ¡es un monstruo malignoque merece arder en el infierno!

—Bueno, yo no iría tan lejos,Sharon… Sharon volvió a reír y luegodijo:

—Veo que no hay forma detranquilizarte, ¿verdad?

ºHolly esbozó una sonrisa. Gerrysabría exactamente cómo se sentía,sabría exactamente qué decir y qué

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hacer. Le daría uno de sus famososabrazos todos los problemas seesfumarían. Agarró una almohada dela cama y !a abrazó con fuerza. Norecordaba la última vez que habíaabrazado a alguien, abrazado aalguien de verdad. Y lo másdeprimente era que no se imaginabaabrazando de nuevo a nadie de lamisma manera.

—¿Holaaa? Planeta Tierrallamando a Holly. ¿Sigues ahí oestoy hablando sola otra vez?

—Perdona, Sharon. ¿Qué decías?—Decía si habías vuelto a pensar

en el asunto ese del karaoke.

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—¡Sharon! —exclamó Holly—.¡No hay nada más que pensar sobreese yema!

—¡Bueno, bueno! ¡Cálmate,mujer! Sólo estaba pensando quepodríamos alquilar una máquina dekaraoke y montarla en tu sala deestar. ¡Así harías lo que él deseaahorrándote la vergüenza! ¿Qué teparece?

—No, Sharon, es una gran ideapero no dará resultado. Él quiere quelo haga en el Club Diva, dondequieraque esté.

—¡Ay, qué tierno! ¿Eso es porquetú eres su Disco Diva? —Creo que

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ésa era la idea—admitió Holly,desconsolada.

—Pues me parece una ideaencantadora. Pero ¿Club Diva?Nunca lo he oído.

—Por eso no hay más que hablar.Si nadie sabe dónde está,simplemente no puedo hacerlo,¿verdad? —dijo Holly, satisfecha dehaber encontrado una escapatoria.

Ambas se despidieron y, encuanto Holly colgó, volvió a sonar elteléfono.

—Hola, mi vida.—¡Mamá! —exclamó Holly con

tono acusador. —Dios mío, ¿qué he

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hecho esta vez?—Hoy he recibido una visita de

tu hijo malvado y no estoy muycontenta. —Vaya. Lo siento, querida.Intenté llamarte antes para avisartede que iba de camino, pero no parabade salirme ese puñetero contestador.¿Alguna vez contestas al teléfono?

—Ésa no es la cuestión, mamá.—Ya lo sé, perdona. Dime, ¿qué

ha hecho?—Ha abierto su bocaza. Ahí

radica el problema.—Oh, no, estaba muy

entusiasmado con la idea de hacerteun regalo.

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—Bueno, no niego que el regaloera muy bonito y considerado ycodas esas

cosas maravillosas, ¡pero me hahablado de forma insultante sinpestañear! —¿Quieres que hable conél?

—No, no pasa nada. Ya somosniños y niñas mayores. Pero graciasde todos modos. Dime, ¿qué estáshaciendo?

—Ciara y yo estamos viendo unapelícula de Denzel Washington.Ciara cree que algún día se casarácon él. —Elizabeth rió.

—¡Y lo haré! —exclamó Ciara al

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fondo.—Bueno, siento romperle la

burbuja, pero resulta que ya estácasado.

—Está casado, cielo —dijoElizabeth a Ciara.

—Esas bodas de Hollywood… —farfulló Ciara. —¿Estáis solas? —preguntó Holly.

—Frank ha ido al pub y Declanestá en la facultad.

—¿En la facultad? ¡Pero si son lasdiez de la noche!

Lo más probable era que Declanhubiese salido a hacer algo ilegalsirviéndose de la facultad como

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excusa. Holly no pensaba que sumadre fuese tan crédula como paracreerle, sobre todo habiendo criado aotros cuatro hijos.

—Es muy trabajador cuando seaplica, Holly. Está enfrascado en nosé qué proyecto. No sé de qué setrata, la mitad de las veces no prestoatención a lo que me cuenta.

—Mmm… —susurró Holly sincreer una sola palabra.

—Además, mi futuro yernovuelve a estar en la tele, así quetengo que colgar —bromeó Elizabeth—. ¿Te apetece venir a ver la películacon nosotras?

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—No, gracias. Estoy bien aquí.—Como quieras, cariño, pero si

cambias de Idea, ya sabes dóndeestamos. Adiós, mi vida.

De vuelta a la casa vacía ysilenciosa.

A la mañana siguiente Hollydespertó completamente vestidaencima de la cama. Advirtió queestaba volviendo a caer en sus viejoshábitos. Los pensamientos positivosde las últimas semanas ibandesvaneciéndose poco a poco cadadía. Resultaba tan enojosamenteagotador intentar estar contenta todoel rato que ya apenas le quedaban

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energías. ¿A quién le importaba quela casa estuviera hecha una pocilga?Nadie más iba a verlo, y desde luegoa ella le traía sin cuidado. ¿A quiénle importaba que llevara una semanasin lavarse la cara ni maquillarse? Porsupuesto, no tenía la menorintención de impresionar a nadie. Elúnico chico a quien veíaregularmente era el repartidor depizza, y tenía que darle una propinasi quería verle sonreír. ¿A quiénpuñetas le importaba? El teléfonovibró a su lado, anunciando unmensaje. Era de Sharon.

CLUB DIVA N 36700700

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PIÉNSALO. SERIA DIVER. ¿LOHARÁS X GERRY?

Gerry está muerto y enterrado,tuvo ganas de contestar. Sinembargo, desde que habíacomenzado a abrir los sobres ya notenía la sensación de que estuviesemuerto. Era como si simplemente sehubiese marchado de vacaciones yestuviera mandándole cartas, así queen realidad no se había ido. En fin, lomenos que podía hacer era llamar alclub y tantear la situación. Eso no lacomprometía a nada.

Marcó el número y contestó unhombre. No supo qué decir y volvió

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a colgar de inmediato. «Oh, vamos,Holly—se dijo—, en realidad no estan complicado. Di que una amigatiene ganas de cantar.»

Holly se preparó y pulsó el botónde rellamada. Contestó la misma voz:

—Club Diva.—Hola, quería saber si organizan

veladas de karaoke.—Pues sí, en efecto. Son los… —

Holly le oyó pasar páginas—. Sí.Perdón, son los jueves.

—¿Los jueves?—Espere, no cuelgue… —Volvió a

pasar unas cuantas páginas—. No,son los martes por la noche.

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—¿Está seguro?—Sí, definitivamente son los

martes.—Muy bien. Bueno, me

preguntaba si… —Holly respiróhondo y empezó la frase de nuevo—.Verá, una amiga mía quizá tendríainterés en cantar y, le gustaría saberqué tiene que hacer.

Hubo una larga pausa al otrolado.

—¿Oiga?—¿Estaba hablando con un

estúpido?—Sí, lo siento, el caso es que en

realidad no soy quien organiza las

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veladas de karaoke, de modo que…—Vale. —Holly estaba a punto

de perder los estribos. Le habíacostado mucho armarse de valor paraefectuar aquella llamada y no estabadispuesta a que un inútil atontadoechara a perder tanto esfuerzo—.Veamos, ¿hay alguien ahí que puedadarme alguna pista?

—Eh, no, no hay nadie más. Enrealidad el club aún no está abierto aesta hora de la mañana —lerespondió sarcásticamente.

—Pues nada, muchísimas gracias.Me ha sido de gran ayuda —dijoHolly, devolviéndole el sarcasmo.

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—Disculpe, si tiene la bondad deesperar un momento, intentaréaveriguarlo.

Holly aguardó, viéndose obligadaa escuchar a los Greensleeves durantelos cinco minutos siguientes.

—¿Hola? ¿Sigue ahí?—Por poco —contestó enojada.—Bien, lamento mucho el

retraso, pero he tenido que hacer unallamada. ¿Cómo se llama su amiga?

Holly se quedó pasmada, aquellono lo había previsto. Bueno, tal vezpodía dar su nombre y hacer que «suamiga» volviera a llamar paracancelar la reserva si cambiaba de

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parecer.—Se llama… Holly Kennedy.—Muy bien. Verá, en realidad es

un concurso de karaoke lo quecelebramos los martes. Dura un mes,y cada semana se eligen a dospersonas entre seis hasta la últimasemana del mes, que es cuando estasseis vuelven a cantar en la final.Holly tragó saliva. No estabadispuesta a hacerlo.

—Pero por desgracia—continuóel tipo del club—, los nombres ya seinscribieron con unos meses deantelación, de modo que puededecirle a su amiga que si quiere

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cantar tendrá que ser en la edición deNavidad, cuando se celebra elpróximo concurso.

—Ah, muy bien.—Por cierto, el nombre de Holly

Kennedy me suena. No será lahermana de Declan Kennedy,¿verdad?

—Pues sí. ¿Por qué? ¿La conoce?—dijo Holly, impresionada.

—Tanto como conocerla no, perosu hermano me la presentó la otranoche. ¿Acaso Declan iba por ahípresentando a chicas como suhermana? El muy retorcido yenfermizo… No, imposible. ¿Qué

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demonios estaba pasando? —¿Declandio un concierto en el Club Diva? —preguntó Holly.

—No, no. —El tipo del teléfonorió. Luego aclaró—: Tocó con sugrupo abajo, en el sótano.

Holly intentó digerir deprisa lainformación, hasta que por fin loentendió.

—¿El Club Diva está en Hogan's?Él rió otra vez.—Sí, está en el piso de arriba.

¡Quizá tendría que anunciarlo más!—¿Eres Daniel? —soltó Holly,

para de inmediato maldecirse por sertan tonta.

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—Sí. ¿Te conozco? —preguntóDaniel.

—¡No, no, qué va! Holly temencionó en una conversación, esoes todo. —Entonces se dio cuenta delo que aquello podía dar a entender—. Sólo de pasada —agregó—. Dijoque le habías dado un taburete.

Holly comenzó a darse cabezazoscontra la pared. Daniel volvió a reír.

—Oh, vaya, pues dile que, siquiere cantar en el karaoke porNavidad, puedo anotar su nombreahora mismo. No imaginas lacantidad de gente que quiereinscribirse.

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—¿En serio? dijo Holly con unhilo de voz, sintiéndoserematadamente estúpida.

—Ah, por cierto, ¿con quiénestoy hablando? —inquirió Daniel.Holly iba de un lado a otro deldormitorio.

—Bueno, con… Sharon. Sí, soy suamiga Sharon.

—Encantado, Sharon. En fin,como tengo tu número en elidentificador de llamadas, ya teavisaré si alguien se echa atrás.

—Vale, muchas gracias. Danielcolgó.

Holly saltó a la cama y se tapó la

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cara con el edredón al notar queestaba ruborizándose de vergüenza.Se escondió debajo de las mantas,maldiciéndose por ser tan mema.Haciendo caso omiso al timbre delteléfono, trató de convencerse de queno había quedado como unaverdadera idiota. Finalmente, una vezpersuadida de que sería capaz devolver a mostrarse en público (lellevó un buen rato), salió de la camay pulsó el botón del contestador.

—Hola, Sharon, seguro queacabas de salir. Soy Daniel, del ClubDiva. —Hizo una pausa y agregó—:En Hogan's. Verás, estaba echando

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un vistazo a la lista de inscripcionesy, al parecer, alguien ya apuntó elnombre de Holly hace unas semanas.En realidad, es una de las primerasinscripciones. A no ser que haya otraHolly Kennedy… —Se interrumpió—. En fin, llámame cuando tengas unmomento para ver si lo aclaramos.Gracias.

Holly se quedó anonadada. Sesentó en el borde de la cama, incapazde moverse durante horas.

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1212

Sharon, Denise y Holly ocupabanuna mesa del Café Bewley's junto ala ventana que daba a Grafton Street.Solían reunirse allí para ver elmundo pasar. Sharon siempre decíaque era la mejor manera de ir detiendas puesto que veía a vuelo depájaro todas sus favoritas.

—¡No puedo creer que Gerryorganizara todo esto! —le dijoasombrada Denise al enterarse de lasnovedades. Se echó su larga melenamorena detrás de los hombros y susojos azules brillaron con entusiasmo

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al mirar a Holly.—Será muy divertido —dijo

Sharon impaciente.—Oh, Dios. —Holly se ponía

nerviosa sólo de pensarlo—. Deverdad, de verdad que sigo sin quererhacerlo, pero tengo la impresión deque debo terminar lo que Gerrycomenzó.

—¡Ése es el espíritu que hay quetener, Hol! —exclamó Denise—. ¡Ytodos estaremos allí para darteánimos!

—Espera un momento, Denise —dijo Holly, con tono menos festivo—.Sólo quiero que estéis presentes tú y

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Sharon, nadie más. No quieroconvertir esto en un acontecimiento.Que quede entre nosotras.

—¡Pero Holly! —protestó Sharon—. ¡Es que es un acontecimiento!Nadie espera que vuelvas a cantar enun karaoke después de la última vez…—¡Sharon! —la interrumpió Holly—.Una no debe hablar de esas cosas.Una sigue estando marcada poraquella experiencia.

—Ya, pues en mi opinión una esuna idiota si aún no lo ha superado—replicó Sharon.

—¿Cuándo es la gran noche? —preguntó Denise para cambiar de

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tema al percibir malas vibraciones.—El próximo martes —rezongó

Holly. Se inclinó hacia delante hastagolpear la mesa con la cabeza. Losclientes de las otras mesas la miraroncon curiosidad.

—Sólo tiene permiso de un día —anunció Sharon a la sala, señalando aHolly.

—No te preocupes, Holly. Eso teda siete días exactos paratransformarte en Mariah Carey. Nohay ningún problema —añadióDenise, sonriendo a Sharon.

—Oh, por favor, tendríamos másprobabilidades de éxito enseñando

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ballet clásico a Lennox Lewis —dijoSharon.

Holly dejó de golpearse la cabezay levantó la vista. —Vaya, eso sí quees dar ánimos, Sharon.

—¡Uau, pero imaginaos a LennoxLewis con mallas! Ese culito prietohaciendo piruetas… —dijo Denisecon voz soñadora.

Holly y Sharon miraron a suamiga al unísono. —Has perdido elhilo, Denise.

—¿Qué? —dijo Denise, siguiendocon su fantasía—. Imaginaos esosmuslos grandes y musculosos…

—Que te partirían el cuello en

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dos si te acercaras a él —concluyóSharon por ella.

—Qué buena idea —dijo Denise,abriendo los ojos desorbitadamente.—Ya lo estoy viendo —terció Hollycon la mirada perdida—. Las páginasde sucesos dirían: «DeniseHennessey falleció trágicamenteestrujada por un par de muslosformidables después de haberentrevisto brevemente el cielo…»

—Me gusta —convino Denise—.¡Uau, menuda manera de morir!¡Dadme un pedazo de ese cielo!

—Oye —interrumpió Sharon,señalando a Denise con el dedo—,

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haz el favor de guardar tus sórdidasfantasías para ti. Y tú —señaló aHolly—, deja ya de intentar cambiarde tema.

—Oh, vamos, Sharon, estáscelosa, porque tu marido no partiríani un palillo con esos muslos tanflacuchos que tiene —se burlóDenise. —Perdona, bonita, pero losmuslos de John están la mar de bien.Ojalá los míos se parecieran a lossuyos —replicó Sharon.

—¡Oye, tú! —Denise señaló aSharon y la imitó—. Guarda tussórdidas fantasías para ti.

—¡Chicas, chicas! —Holly

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chasqueó los dedos—. Centrémonosen mí. Centrémonos en mí.

Hizo un gracioso ademán con lasmanos llevándoselas al pecho. —Muy bien, doña Egoísta, ¿qué tienesprevisto cantar?

—No tengo idea, por eso heconvocado esta reunión de urgencia.—Mientes, me dijiste que querías irde compras —aseguró Sharon.

—¿En serio? —dijo Denise,mirando a Sharon y arqueando unaceja—. Creía que veníais a almorzarconmigo.

—Ambas tenéis razón —afirmóHolly—. Quiero comprar ideas y os

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necesito a las dos.—Buena respuesta —convinieron

ambas por una vez.—¡Un momento, un momento! —

exclamó Sharon, excitada—. Creoque tengo una idea. ¿Cuál era esacanción pegadiza que cantábamos sinparar durante las dos semanas quepasamos en España y que acabó porsacarnos de quicio?

Holly se encogió de hombros. Silas sacaba de quicio, no podía sermuy buena elección.

—No lo sé. Yo no fui invitada aesas vacaciones —repuso Denise. —¡Venga, seguro que te acuerdas,

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Holly! —insistió Sharon. —No meacuerdo.

—¡Tienes que acordarte!—Sharon, me parece que no se

acuerda —dijo Denise molesta.—¿Cuál era? —Impaciente,

Sharon, se tapó la cara con las manos—. ¡Ya lo tengo! —anunció muycontenta, y se puso a cantar a voz engrito en plena cafetería—: Quierohacer el amor en la playa…

—Vamos, mueve tu cuerpo —cantó Denise.

Una vez más, los ocupantes de lasmesas vecinas las miraron, algunoscon simpatía pero la mayoría con

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desdén, mientras Denise y Sharonhacían gorgoritos al cantar. Cuandoestaban a punto de entonar elestribillo por cuarta vez (ninguna delas dos recordaba la letra), Holly lashizo callar.

—¡Chicas, no puedo cantar esacanción! ¡Además, la letra la rapea untío! —Bueno, así al menos no tendrásque cantar mucho. —Denise se echóa reír.

—¡Ni hablar! ¡No pienso rapearen un concurso de karaoke! —Estábien —aceptó Sharon.

—Veamos, ¿qué CD estásescuchando en este momento? —

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preguntó Denise, poniéndose seriaotra vez.

—Westlife —contestó Holly,mirándolas esperanzada.

—Pues entonces canta unacanción de Westlife —la alentóSharon—. Así al menos te sabrás todala letra.

Sharon y Denise rompieron a reírcomo histéricas.

—Quizá no te salga bien lamelodía… —dijo Sharon entrecarcajadas. —¡Pero al menos te sabrásla letra! —consiguió terminar Deniseantes de que ambas se doblaranencima de la mesa.

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Al principio Holly se enojó, peroal verlas en aquel estado, sujetándosela barriga en pleno ataque de risa, nopudo por menos de sumarse a ellas.Tenían razón, ella carecía de oídomusical, las notas no le entraban enla cabeza. Encontrar una canción quepudiera cantar bien iba a resultar unamisión imposible. Finalmente,cuando las chicas se serenaron,Denise miró la hora y se quejó deque tenía que volver al trabajo. Asípues, para alivio de los demásparroquianos, salieron de Bewley's.

—Seguro que ahora estosmuermos montan una fiesta—

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murmuró Sharon al pasar entre lasmesas.

Las tres muchachas se cogierondel brazo y enfilaron Grafton Streetabajo, dirigiéndose a la tienda deropa donde Denise trabajaba deencargada. El día era soleado yapenas hacía frío. Como decostumbre, Grafton Street estabaconcurrida. Los empleados iban yvenían de almorzar mientras la genteque había salido de comprasdeambulaba lentamente por la acera,aprovechando que no llovía. En cadatramo de calle había un músicocallejero esforzándose por captar la

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atención de la multitud y Denise ySharon ejecutaron de formalamentable una breve danza irlandesaal pasar por delante de un hombreque tocaba el violín. El músico leshizo un guiño y las chicas echaronunas monedas al sombrero de tweedque había puesto en el suelo.

—Muy bien, señoritas ociosas,más vale que vuelva al trabajo —dijoDenise, empujando la puerta de sutienda. En cuanto las dependientas lavieron, dejaron de cotillear en elmostrador para acto seguido ponersea ordenar las prendas de loscolgadores. Holly y Sharon

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procuraron no reír. Se despidieron deDenise y se encaminaron haciaStephen's Green para recoger loscoches.

—Quiero hacer el amar en laplaya… —canturreó Holly para sí—.¡Oh, mierda, Sharon! Ya me hasmetido esa estúpida canción en lacabeza —se lamentó.

—Lo ves? Ya estás otra vez con lamanía del «mierda, Sharon». Eresmuy negativa, Holly.

Sharon comenzó a tararear lacanción.

—¡Oh, cállate! —le espetó Holly,sonriendo y dándole un golpe en el

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brazo.

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1313

Eran ya más de las cuatro cuandofinalmente Holly salió de la ciudadpara dirigirse a su casa en Swords.Después de todo, la incorregibleSharon la había convencido para irde compras, lo que tuvo comoresultado que gastara un dineral enun ridículo top que ya no tenía edadde ponerse. Realmente necesitabacontrolar sus gastos a partir de ahora;sus ahorros estaban menguando ypuesto que no contaba con unosingresos regulares, preveía que seavecinaban tiempos difíciles. Debía

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empezar a pensar en buscar trabajo,pero teniendo en cuenta lo muchoque le costaba levantarse de la camapor las mañanas, otro deprimenteempleo de nueve a cinco no iba aayudarla a mejorar la situación. Noobstante, le serviría para pagar lasfacturas. Holly suspiró sonoramenteante el montón de asuntos que teníaque resolver por sí misma. Sólo depensarlo se deprimía, y el problemaera que pasaba demasiado tiempo asolas pensando en ello. Necesitabaestar rodeada de gente como Denisey Sharon, quienes siempreconseguían que dejara de dar vueltas

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a los problemas. Telefoneó a sumadre para preguntarle si le iba bienque fuera a visitarla.

—Claro que sí, mi vida, aquísiempre eres bienvenida. —Luegobajó la voz para susurrar—: Pero tenen cuenta que Richard está aquí.

¡Jesús! ¿A qué venían todas esasvisitas sorpresas?

Al oírlo, Holly había consideradola posibilidad de ir directamente acasa, pero se convenció de que erauna estupidez. Por más pesado quefuera, Richard era su hermano y nopodía seguir evitándolo toda la vida.Llegó a una casa extremadamente

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ruidosa y concurrida que le hizopensar en los viejos tiempos, pues seoían chillidos y gritos en todas lashabitaciones. Su madre estabaponiendo un cubierto más en la mesacuando entró.

—Oh, mamá, tendrías quehaberme dicho que ibais a cenar—dijo Holly, dandole un abrazo y unbeso.

—Por qué, es que ya has cenado?—No, en realidad me muero de

hambre, pero espero no habertecomplicado la vida.

—No es ninguna complicación,cariño. Sólo significa que el pobre

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Declan hoy se queda sin comer y yaestá —dijo Elizabeth tomando el peloa su hijo, que se estaba sentando a lamesa. Declan le hizo una mueca.

El ambiente era mucho másdistendido esta vez, o quizás Hollyhabía estado muy nerviosa durante laúltima cena familiar.

—Dime, don Alumno Aplicado,¿cómo es que no estás en la facultad?—inquirió Holly con sarcasmo.

—He estado en clase toda lamañana —contestó Declan, poniendomala cara—. Y vuelvo a entrar a lasocho.

—Eso es muy tarde —dijo su

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padre, sirviéndose abundante salsa.Siempre acababa con más salsa quecomida en el plato.

—Ya, pero era la única hora queestaba disponible la sala de edición—explicó Declan.

—¿Sólo hay una sala de edición,Declan? —saltó Richard.

—Sí —contestó el granconversador.

—¿Y cuántos estudiantes hay?—Es una clase pequeña, sólo

somos doce.—¿No tienen recursos para más?—¿Para más estudiantes? —

bromeó Declan.

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—No, para otra sala de edición.—No, es una facultad pequeña,

Richard.—Supongo que las universidades

grandes estarán mejor preparadaspara esa clase de cosas. En generalson mejores.

Y ahí estaba la pulla que todosesperaban.

—No, yo no diría eso. Lasinstalaciones que tenemos son decategoría, es sólo que hay menosgente y por consiguiente menosequipos. Y los profesores no sonpeores que los de una granuniversidad, tienen un valor añadido

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porque trabajan en la industriaademás de dar clases. O sea quepractican lo que predican. No selimitan a impartir materia de libro detexto.

Bien dicho, Declan, pensó, y leguiñó el ojo desde el otro lado de lamesa.

—Supongo que no les pagaránmuy bien haciendo eso, así queprobable—mente no tienen másremedio que también dar clases —prosiguió Richard, —Richard,trabajar en el mundo del cine es muyrentable. Estás hablando de personasque han pasado años en la

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universidad para sacarse licenciaturasy másters…

—Vaya, ¿te dan una licenciaturapor eso? —Richard se quedó atónito—. Creía que estabas haciendo uncursillo.

Declan dejó de comer y miró aHolly pasmado. Era curioso que laignorancia de Richard siguieraasombrándolos a todos.

—¿Quién crees que hace todosesos programas de jardinería que ves,Richard? —terció Holly—. No setrata de un grupo de gente que estásiguiendo un cursillo.

La expresión de Richard puso de

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manifiesto que nunca se le habíapasado por la cabeza que aquellorequiriera conocimientosespecializados. —Son unosprogramas fantásticos —convino.

—¿Sobre qué va tu proyecto,Declan? —preguntó Frank. Decíanterminó de masticar antes de hablar.

—Bueno, es un poco complejopara contarlo con detalle, perobásicamente es sobre la vidanocturna de Dublín.

—¡Uau! ¿Y vamos a salir en tupelícula? —preguntó Ciara,rompiendo el atípico silencio queguardaba.

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—Sí, puede que aparezca tucogote o algo por el estilo—bromeóDeclan. —Pues me muero de ganasde verlo —dijo Hollyalentadoramente.

—Gracias. —Declan dejó loscubiertos y se echó a reír. Luegoañadió—: Oye,¿qué es eso de que vasa cantar en un concurso de karaoke lasemana que viene?

—¿Qué? —exclamó Ciara,abriendo los ojos desorbitadamente.Holly fingió no saber de qué leestaba hablando.

—¡Vamos, Holly! —insistióDecían—. ¡Danny me lo ha contado!

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—Se volvió hacia los otros y explicó—: Danny es el propietario del localdonde di el concierto la otra noche yme ha dicho que Holly se haapuntado a un concurso de karaokeque organizan en el club del piso dearriba.

Todos comentaron lo maravillosoque era. Holly se negó a darse porvencida.

—Declan, Daniel te está tomandoel pelo. ¡Todo el mundo sabe que soyuna cantante pésima! Hablo en serio—dijo dirigiéndose al resto de la mesa—. Sinceramente, si fuese a cantar enun concurso de karaoke, ¿creéis que

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no os lo diría? —Rió como si la ideafuese absurda. En realidad, era muyabsurda.

—¡Holly! —exclamó Declan,sonriendo—. ¡He visto tu nombre enla lista! ¡No mientas!

Holly dejó los cubiertos. Derepente no tenía hambre.

—Holly, ¿por qué no nos hasdicho que vas a cantar en unconcurso? —preguntó su madre.

— Porque no sé cantar!—¿Pues por qué lo haces

entonces? —Ciara se echó a reír.Tal vez debía contárselo, se dijo

Holly; de lo contrario Declan la

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sonsacaria v no le gustaba mentir asus padres. Lástima que Richardtambién tuviera que enterarse.

—Muy bien, el asunto esbastante complicado, pero enresumidas cuentas Gerry me apuntóhace meses porque tenía muchasganas de que lo hiciera y, por másque yo no quiera, siento que debopasar por ello. Es una tontería, ya losé. Clara dejó de reír de golpe.

Con toda la familia observándola,Holly se sintió como una paranoica.Se remetió el pelo detrás de las orejascon nerviosismo.

—Me parece una idea maravillosa

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—anunció su padre de súbito.—Sí —agregó su madre—, y todos

iremos para apoyarte.—No, mamá, de verdad que no

tenéis por qué ir. Es una tontería.—Es imposible que mi hermana

cante en un concurso sin que yo estépresente—declaró Ciara.

—Oye, oye —dijo Richard—, quenosotros también iremos. Nunca hepuesto los pies en un karaoke, perodebe de ser… —hurgó en su cerebroen busca de la palabra adecuada—divertido.

Holly resopló y cerró los ojos,deseando haber ido directamente a su

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casa al regresar del centro. Declan sedesternillaba de risa.

—¡Sí, Holly, será…! —dijo,rascándose la barbilla—. ¡Divertido!

—¿Cuándo es la función? —preguntó Richard, sacando suagenda.

—El sábado —mintió Holly, yRichard procedió a anotarlo.

—¡No es verdad! —saltó Declan—. ¡Es el martes que viene,mentirosa!

—¡Mierda! —maldijo Richard,para gran sorpresa de todos—.¿Alguien tiene un Tipp—Ex?

Holly no podía dejar de ir al

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cuarto de baño. Estaba nerviosa yprácticamente no había dormido lanoche anterior. Presentaba unaspecto acorde a su estado de ánimo.Tenía unas ojeras enormes debajo delos ojos enrojecidos y los labioscortados. El gran día había llegado,su peor pesadilla: cantar en público.

Holly era una de esas personasincapaces de cantar ni en la duchapor miedo a romper los espejos. Peroel caso es que ese día apenas salía delcuarto de baño. No había mejorlaxante que el miedo, y tenía laimpresión de haber perdido cincokilos en un solo día. Como siempre,

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sus amigos y la familia le habíandado todo su apoyo y le habíanenviado tarjetas de buena suerte.Sharon y John hasta le habíanmandado un ramo de flores queHolly colocó en la mesa de café sincorrientes de aire ni radiadoresamenazantes, junto a la orquídeaagonizante de Richard. Denise habíaremitido una «hilarante» tarjeta depésame.

Holly no dejó de maldecir aGerry mientras se ponía el conjuntoque Gerry le había dicho que secomprara en abril. Había cosasmucho más importantes de las que

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preocuparse en aquel momento comopara reparar en pequeños detallesirrelevantes como qué aspecto tenía.Se dejó el pelo suelto para que letapara el rostro todo lo posible y sepuso toneladas de rímel resistente alagua, como si eso fuera a impedir quellorara. Preveía que la veladaacabaría con lágrimas. Tendía a lospoderes psíquicos cuando le tocabaenfrentarse a los días más asquerososde su vida.

John y Sharon fueron en taxi arecogerla y ella se negó a hablarles,maldiciendo a todo el mundo porobligarla a hacer aquello. Estaba

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mareada y no podía dejar de moverseen el asiento. Cada vez que el taxi sedetenía en un semáforo en rojoconsideraba la posibilidad de apearsey huir corriendo, pero para cuandoreunía el coraje necesario parahacerlo el semáforo cambiaba otravez a verde. Movía con nerviosismolas manos todo el rato ycontinuamente abría y cerraba elbolso para mantenerse ocupada,fingiendo ante Sharon que estababuscando algo.

—Cálmate, Holly —dijo Sharoncon tono tranquilizador—. Todo irábien.

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—Que te jodan —le espetó.Continuaron en silencio el resto

del trayecto, ni siquiera el taxistaabrió la boca. Finalmente llegaron aHogan's, y John y Sharon se lasvieron y desearon para que dejara dedespotricar (algo acerca de preferirtirarse al río Liffey) y convencerla deque entrara. Horrorizada, Hollycomprobó que el club estabaatestado, por lo que tuvo que abrirsepaso a empujones para reunirse consu familia, que ocupaba una mesareservada con antelación (justo allado del lavabo tal como habíanpedido).

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Richard estaba sentado con airedesgarbado en un taburete,enfundado en su traje como gallinaen corral ajeno.

—Cuéntame en qué consisten lasreglas, padre. ¿Qué tiene que hacerHolly?

El padre de Holly explicó las«reglas» a Richard, con lo que Hollyse puso aún más nerviosa.

—¡Cáspitas! Esto es fenomenal,¿eh? —dijo Richard, echando unvistazo al club con cara de pasmo.

Holly pensó que seguramente erala primera vez que entraba en unclub nocturno.

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La visión del escenario teníaaterrada a Holly. Era mucho másgrande de lo que esperaba y habíauna pantalla enorme en la pared,para que el público siquiera la letrade las canciones. Jack estaba sentadocon el brazo apoyado en los hombrosde Abbey; ambos le dedicaron unasonrisa de aliento. Holly puso ceño yapartó la vista.

—Holly, hace un rato ha pasadoalgo increíble —dijo Jack,sonriendo¿Te acuerdas de aquel tío,Daniel, que conocimos la semanapasada?

Holly se limitaba a mirarlo

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fijamente, pendiente del movimientode sus labios pero obviando porcompleto lo que le estaba diciendo.

—Verás, Abbey y yo hemosllegado los primeros para guardar lamesa y nos estábamos besandocuando tu hombre se acerca y mesusurra al oído que esta noche ibas avenir. ¡Creía que yo salía contigo yque te estaba poniendo los cuernos!

Jack y Abbey se partían de risa.—Pues a mí eso me parece

vergonzoso —dijo Holly, y se volvió.—No —intentó explicar Jack—,

él no sabía que somos hermanos.Tuve que explicarle que… —Se

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interrumpió porque Sharon le lanzóuna mirada de advertencia.

—Hola, Holly —saludó Daniel,acercándose a ella con un cuadernoen la mano—. Veamos, el orden deesta noche es el siguiente: la primeraen salir es una chica que se llamaMargaret, luego un chico llamadoKeith y después de él sales tú. ¿Deacuerdo?

—Entonces voy la tercera.—Sí, después de…—Me basta con saber eso —soltó

Holly con acritud. Sólo quería salirde aquel estúpido club y deseaba quetodos dejaran de molestarla y

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quedarse a solas para maldecirlos.Quería que el suelo se abriera y se latragara, que ocurriera un desastrenatural y todo el mundo tuviera queevacuar el edificio. De hecho,aquélla era una buena idea: buscódesesperadamente alrededor unbotón para conectar la alarma contraincendios, pero Daniel seguíahablando.

—Holly, lamento molestarte otravez, pero ¿podrías decirme cuál detus amigas es Sharon?

Daniel parecía temer que Hollyfuera a cortarle la cabeza a mordiscosen cualquier momento. Y bien que

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hacía, pensó ella entornando los ojos.—Es aquella de ahí. —Holly

señaló a Sharon—. Un momento,¿por qué lo preguntas?

—Oh, sólo quería disculparmepor la última vez que hablamos.Echó a andar hacia Sharon.

—¿Por qué? —preguntó Hollyhorrorizada, haciendo que Daniel sevolviera otra vez.

—Tuvimos un pequeñomalentendido por teléfono la semanapasada. La miró sorprendido, ya queno entendía por qué tenía que darleexplicaciones a ella.

—Verás, en realidad no tienes por

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qué hacerlo. Lo más probable es quea estas alturas lo haya olvidado porcompleto —balbució Holly. Sólo lefaltaba aquello.

—Ya, pero aun así me gustaríadisculparme.

Por fin se encaminó hacia Sharony Holly saltó del taburete.

—Sharon, hola, soy Daniel. Sóloquería disculparme por la confusióncuando hablamos por teléfono lasemana pasada.

Sharon lo miró como si tuvieradiez cabezas. —¿Confusión?

—Sí, mujer, por teléfono.John cogió a Sharon por la

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cintura con ademán protector. —¿Porteléfono?

—Eh… sí, por teléfono. —Danielasintió con la cabeza.

—¿Cómo has dicho que tellamas?

—Pues… Daniel.—¿Y hablamos por teléfono? —

preguntó Sharon, sonriendo.Holly le hacía señas como una

loca desde detrás de Daniel. Éstecarraspeó, un tanto nervioso.

—Sí, la semana pasada llamaste alclub y contesté yo. ¿Te suena?

—No, encanto, te equivocas dechica —dijo Sharon con tono alegre.

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John fulminó a Sharon con la miradapor haberle llamado encanto. Si porél hubiese sido, habría enviado aDaniel al diablo. Atónito, Daniel setocó el pelo y se volvió hacia Holly.

Holly asentía frenéticamente conla cabeza a Sharon.

—Ah… —dijo Sharon, fingiendoque por fin se acordaba—. ¡Ahoracaigo, Daniel! —exclamó con unentusiasmo excesivo—. Dios, cuántolo siento, creo que mis neuronas seestán desconectando. —Rió comouna loca y luego agregó—: Será quehe tomado demasiado de esto. —Alzósu copa.

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Daniel pareció aliviado.—¡Menos mal, por un momento

creí que estaba volviéndome loco!Bien, ¿entonces recuerdas quemantuvimos esa conversación porteléfono?

—Ah, esa conversación. Oye, note preocupes, en serio —dijo Sharon,restándole importancia con un gestode la mano.

—Es que sólo hace unas semanasque estoy a cargo de esto y no teníamuy claro cómo estaba organizada lavelada de esta noche.

—No pasa nada… Todosnecesitamos tiempo… para

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adaptarnos… a las cosas… Ya se sabe.Sharon miró a Holly para ver si

había dicho lo correcto o no.—Bueno, encantado de conocerte

en persona… por fin —dijo Daniel¿Tetraigo un taburete o alguna otracosa? —agregó, intentando resultargracioso.

Sharon y John se sentaron en sustaburetes y lo miraron en silencio sinsaber qué decir a aquel hombre tanextraño.

John observó con recelo a Danielmientras éste se alejaba.

—¿De qué iba todo esto? —preguntó Sharon a Holly en cuanto

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Daniel estuvo lo bastante lejos parano oírla.

—Ya te lo explicaré después —dijo Holly volviéndose hacia elescenario. El presentador de la veladade karaoke estaba subiendo a él.

—¡Buenas noches, damas ycaballeros! —saludó. —¡Buenasnoches! —gritó Richard,entusiasmado. Holly puso los ojos enblanco.

—Tenemos por delante unavelada de lo más excitante… —continuó el presentadorinterminablemente con su voz delocutor, mientras Holly bailaba

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nerviosa de un pie al otro. Volvió atener ganas de ir al lavabo—. Para laprimera actuación de esta nochetenemos a Margaret, de Tallaght,que va a cantar el tema de Titanic,My Heart Will Go On, de CelineDion. ¡Por favor, recibamos con unaplauso a la maravillosa Margaret!

El público enloqueció, al igualque el corazón de Holly. La canciónmás difícil de cantar del mundo,típico.

Cuando Margaret comenzó acantar, la sala se sumió en un silenciotan absoluto que si un alfiler hubiesecaído al suelo se habría oído. Holly

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echó un vistazo a la sala observandolos rostros del público. Todosmiraban a Margaret con arrobo,hasta la familia de Holly, los muytraidores. Margaret mantenía los ojoscerrados y cantaba con tanta pasiónque parecía estar viviendo cada frasede la canción. Holly la odió yconsideró la posibilidad de echarle lazancadilla cuando regresara a su sitio.

—¿No ha sido increíble? —dijo elpresentador. El público la vitoreó yHolly se preparó para soportar unareacción muy distinta después de suactuación—. A continuacióntenemos a Keith, a quien muchos

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recordarán como el ganador del añopasado, que va a cantar Coming toAmerica, de Neil Diamond. ¡Unaplauso para Keith!

Holly no necesitaba oír nada másy echó a correr hacia el lavabo.Caminaba de un lado a otro dellavabo procurando serenarse. Lasrodillas le temblaban, notó que se leformaba un nudo en el estómago ysintió una arcada que le subió a laboca. Se miró al espejo e intentórespirar hondo. Fue inútil, pues sóloconsiguió marearse más. Fuera, elpúblico aplaudía y Holly se quedóinmóvil. Ella era la siguiente.

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—Este Keith es un fenómeno.¿No es cierto, damas y caballeros?Otra ovación.

—A lo mejor Keith quiere lograrel récord de ganar dos años seguidospero aún está por ver si sube el listón.

El listón iba a bajar, y mucho.—A continuación tenemos a una

concursante nueva. Se llama Holly yva a cantar…

Holly entró corriendo en unretrete y se encerró. No iban asacarla de allí por nada del mundo.

—¡Damas y caballeros, recibamoscon un fuerte aplauso a Holly! Elpúblico aplaudió entusiasmado.

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1414

Tres años antes Holly había subidoal escenario para hacer su debutcomo intérprete de karaoke.Casualmente, había transcurrido esetiempo desde la última vez que habíapisado un escenario.

Un montón de amigos se habíacongregado en el pub que solíanfrecuentar en Swords para celebrar eltrigésimo cumpleaños de uno de loschicos. Holly estaba terriblementecansada ya que llevaba dos semanashaciendo horas extras en el trabajo.Lo cierto es que no estaba de humor

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para salir de fiesta. Lo único quequería era ir a casa, tomar un buenbaño, ponerse el pijama menos sexyque encontrara, comer kilos dechocolate y acurrucarse en el sofádelante de la tele con Gerry.

Después de viajar de pie en untren atestado desde Blackrock hastaSutton Station, Hollydefinitivamente no estaba de humorpara pasar por un suplicio semejanteen un pub abarrotado y con elambiente cargado. En el tren lamitad de la cara le quedó aplastadacontra la ventanilla; la otra mitad,medio hundida en el sobaco de un

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hombre muy poco dado a la higienepersonal. Justo detrás de ella otrohombre respiraba sonoramente gasesalcohólicos contra su cogote. Paraacabar de arreglarlo, cada vez que eltren se balanceaba el sujeto encuestión apretaba «sin querer» suenorme panza contra su espalda.Holly había padecido aquellahumillación cada día al ir a trabajar yal volver a casa durante dos semanasy ya no lo aguantaba más. Quería supijama.

Por fin llegaron a Sutton Stationy las mentes privilegiadas de los queaguardaban allí decidieron que era

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una gran idea subir en tropel al trenmientras los viajeros intentaban salir.Tardó tanto en abrirse paso aempujones entre el gentío para bajardel tren que cuando llegó al andénvio cómo arrancaba su autobús llenode personitas que le sonreían desdedentro. Y puesto que ya eran más delas seis, la cafetería estaba cerrada ytuvo que aguardar de pie muerta defrío durante media hora hasta quellegó el siguiente autobús. Aquellaexperiencia no hizo más que reforzarsu deseo de acurrucarse delante de latele. Pero no le esperaba una felizvelada hogareña. Su amado marido

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tenía otros planes. Al llegar a casa,exhausta y muy cabreada, Holly seencontró con que estaba llena degente y con la música a todovolumen. Personas que ni siquieraconocía deambulaban por su sala deestar con latas de cerveza en la mano,dejándose caer en el sofá en el queella había previsto pasar las próximashoras de su vida. Gerry estaba juntoal reproductor de CD , haciendo depinchadiscos y dándoselas de estar enla onda. En realidad, Holly nunca lohabía visto menos en la onda que enaquel preciso instante.

—¿Qué te pasa? —preguntó

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Gerry al verla subir hecha una furiahacia el dormitorio.

—Gerry, estoy cansada, estoycabreada, no estoy de humor parasalir esta noche y tú ni siquiera mehas preguntado si me parecía bieninvitar a toda esa gente. Por cierto,¿quiénes son? —vociferó Holly.

—Son amigos de Connor y, porcierto, ¡ésta también es mi casa! —contestó Gerry, alzando igualmentela voz.

Holly se llevó los dedos a lassienes y comenzó a darse un masaje.Le dolía mucho la cabeza y la músicala estaba volviendo loca.

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—Gerry —susurró al cabo,procurando mantener la calma—, noestoy diciendo que no puedas invitara quien quieras. No pasaría nada si lohubieses planeado con antelación yme hubieses avisado. En ese caso nome importaría, pero hoy he tenidoun día de perros y estoy hecha polvo.—Fue bajando la voz a cada palabra—. Sólo quería relajarme en mipropia casa.

—Holly, cada día me vienes conlo mismo —le soltó Gerry—. Nuncatienes ganas de hacer nada. Cadanoche la misma historia. ¡Llegas acasa malhumorada y no haces más

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que quejarte de todo!Holly se quedó perpleja.—¡Perdona, he estado trabajando

como una negra!—Y yo también, pero en cambio

no me has visto saltarte al cuello cadavez que no me salgo con la mía.

—Gerry, no se trata de que mesalga con la mía o no, sino de que hasinvitado a toda la calle a nuestra…

92—¡Es viernes! —exclamó Gerry,

haciéndola callar—. ¡Fin de semana!;Cuándo fue la última vez quesaliste? Podrías olvidarte del trabajoy soltarte el pelo para variar. ¡Deja de

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comportarte como una abuelita!Y salió del dormitorio dando un

portazo.Después de pasar un buen rato en

el dormitorio odiando a Gerry ysoñando con el divorcio, consiguióserenarse y pensar racionalmentesobre lo que él le había dicho. Teníarazón. De acuerdo, la forma deexpresarlo no había sido muycorrecta, pero ella había estadomalhumorada y de mala leche codoel mes, y lo sabía.

Holly era de esas personas queterminaban de trabajar a las cinco dela tarde v que, un minuto después, ya

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había apagado el ordenador y lasluces y corría hacia la estación, tantosi a sus jefes les parecía bien como sino. Nunca se llevaba trabajo a casani se estresaba por el futuro de laempresa porque, a decir verdad, leimportaba un comino. Solía llamarpara decir que estaba enterma tantoslunes por la mañana como fueraposible sin correr el riesgo de que ladespidieran. No obstante, debido auna momentánea falta deconcentración mientras buscabaempleo, se había encontradoaceptando un trabajo administrativoque la obligaba a llevarse papeleo a

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casa, a aceptar un montón de horasextras y a preocuparse por la marchadel negocio, lo cual le desagradaba.Que hubiese sido capaz de aguantaren aquel puesto un mes entero era unmisterio sin resolver, pero eso noimpedía que Gerry tuviera razón. Dehecho, hasta le dolía pensarlo. Hacíasemanas que no salía con él ni consus amigas, y cada noche se quedabadormida en cuanto apoyaba la cabezaen la almohada. Ahora que lopensaba, probablemente aquél era elprincipal problema para Gerry,aparte del mal genio.

Pero aquella noche iba a ser

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distinta. Iba a demostrar a susabandonados amigos y a su maridoque seguía siendo la irresponsable,divertida y frívola Holly, capaz debeber hasta que todos perdían elsentido y aun así arreglárselas pararegresar a casa sin tambalearse. Elfestival de travesuras comenzó con lapreparación de cócteles caseros quesólo Dios sabía lo que contenían peroque surtieron el efecto mágicodeseado y, a eso de las once, todosiban bailando por la calle camino delpub donde habían programado unasesión de karaoke. Holly exigió ser laprimera en subir al escenario y no

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paró de interrumpir al presentadorhasta que se salió con la suya. El pubestaba abarrotado de un públicopendenciero formado básicamentepor hombres con ganas de correrseuna buena juerga. Era como si unequipo de rodaje hubiese llegadohoras antes y hubiese trabajado conahínco para preparar la escena deldesastre. No podrían haberlo hechomejor.

El presentador cantó lasalabanzas de Holly después detragarse la mentira de que era unacantante profesional. Gerry perdió elhabla y la vista de tanto reír, pero

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ella estaba decidida a demostrarleque todavía sabía desmelenarse. Aúnno era preciso hacer planes dedivorcio. Holly decidió cantar Like aVirgin y dedicarla al hombre conquien supuestamente iba a casarse aldía siguiente. En cuanto comenzó acantar, Holly comprobó que nohabía oído tantos abucheos en todasu vida ni tan ensordecedores. Peroestaba tan borracha que no leimportó y siguió cantando para sumarido, quien al parecer era el únicoque no ponía mala cara.

Finalmente, cuando la gentecomenzó a arrojar cosas al escenario

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y el propio presentador alentaba losabucheos del público, Hollyconsideró que había cumplido con sucometido. Cuando le devolvió elmicrófono, se produjo una ovacióntan atronadora que la clientela delpub vecino fue corriendo. No podíahaber más gente reunida para vercómo Holly tropezaba en la escaleracon sus tacones de aguja y se caía debruces al suelo. Todos los ojosestaban pendientes de ella mientrasla falda le voló hasta la cabezadejando al descubierto unas bragasviejas que un día habían sido blancasy ahora grises y que no se había

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molestado en cambiar cuando llegó acasa desde el trabajo.

Tuvieron que llevarla al hospitalcon la nariz rota.

Gerry se quedó afónico de tantoreír, mientras que Denise y Sharonremataron la faena sacando fotos dela escena del crimen, que despuésDenise empleó como anverso de lasinvitaciones para su fiesta deNavidad añadiendo comoencabezamiento «¡Viva elcachondeo!».

Holly juró que nunca volvería aun karaoke.

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—Holly Kennedy? ¿Estás aquí? —resonó la voz del presentador.

El aplauso del público se diluyóen un murmullo mientras todo elmundo miraba alrededor en busca deHolly. Iban a pasar un buen ratobuscando, pensó ella mientras bajabala tapa del retrete para sentarse aesperar que el alboroto remitiera ypasaran a su siguiente víctima. Cerrólos ojos, apoyó la cabeza en lasmanos y rezó para que aquelmomento pasara. Ojalá al abrirlosapareciera sana y salva en su casa una

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semana después. Contó hasta diez,rogando que se obrara el milagro, yluego abrió los ojos lentamente.

Seguía estando en el lavabo.¿Por qué no podía, al menos por

una vez, descubrir que tenía poderesmágicos? No era justo, a las chicasamericanas de las películas siempreles ocurría… Sin embargo, en elfondo había sabido que aquello iba asuceder. Desde el instante en queabrió aquel sobre y leyó la terceracarta de Gerry, supo que habríalágrimas y humillación. Su pesadillase había hecho realidad.

Fuera, en el local, apenas se oía

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ruido y la invadió una sensación decalma al caer en la cuenta de queiban a pasar al cantante siguiente.Relajó los hombros y abrió los puños,dejó de apretar los dientes y el airefluyó más fácilmente hasta suspulmones. El pánico había pasado,pero decidió aguardar hasta que elsiguiente intérprete comenzara sucanción antes de escapar. Ni siquierapodía saltar por la ventana, porqueno estaba en una planta baja, amenos que quisiera morirdesplomada. Otra cosa que su amigaamericana habría podido hacer.

Desde el retrete Holly oyó que la

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puerta del lavabo se abría y cerrabade golpe. Venían a buscarla.Quienquiera que fuese.

—¿Holly? Era Sharon. —Holly,sé que estás ahí dentro, así queescúchame, ¿vale? Holly se sorbió laslágrimas que comenzaban aasomarle.

—Muy bien, me consta que estoes una pesadilla terrible para ti y quetienes fobia a esta clase de cosas, perodebes calmarte, ¿de acuerdo?

La voz de Sharon sonaba tantranquilizadora que Holly volvió arelajar los hombros.

—Holly, odio a los ratones, lo

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sabes de sobra.Holly frunció el entrecejo

preguntándose adónde pretendíallegar su amiga, —Y mi peorpesadilla sería salir de aquí parameterme en una habitación llena deratones. ¿Te lo imaginas?

Holly sonrió ante la idea yrecordó que en una ocasión Sharonhabía ido a pasar dos semanas conella y Gerry después de haber cazadoun ratón en su casa. Por descontado,a John le concedieron permiso paraefectuar visitas conyugales.

—Bien, pues estaría exactamentedonde estás tú ahora y nadie ni nada

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me haría salir. —Sharon hizo unapausa.

—¿Cómo? —dijo la voz delpresentador antes de echarse a reír—.Damas y caballeros, según parecenuestra cantante está en el lavaboahora mismo. La sala entera estallóen carcajadas.

—¡Sharon! —dijo Hollytemblando de miedo.

Se sentía como si la airadamultitud estuviera a punto a derribarla puerta, arrancarle la ropa y llevarlaen volandas hasta el escenario paraejecutarla. Le entró el pánico portercera vez. Sharon se apresuró a

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seguir hablando.—En fin, Holly, lo único que

quiero decir es que no tienes por quéhacer esto si no lo deseas. Nadie teestá obligando…

—Damas y caballeros, ¡hagamosque Holly se entere de que es lasiguiente! —vociferó el presentador—. ¡Venga!

El respetable se puso a patear elsuelo y a corear su nombre.

—Bueno, al menos ninguno delos que te apreciamos te estamosobligando a hacerlo —farfullóSharon, bajo la presión del gentío—.Pero si no lo haces, me consta que

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nunca te lo perdonarás. Por algúnmotivo Gerry quería que lo hicieras.

¡HOLLY! ¡HOLLY! ¡HOLLY!—¡Oh, Sharon! —repitió Holly,

dejándose llevar por el pánico. Derepente tuvo la sensación de que lasparedes del retrete comenzaban aestrecharse para aplastarla. Unasgotas de sudor le perlaron la frente.Tenía que salir de allí. Abrió lapuerta. Sharon quedó atónita al verla expresión consternada de suamiga, que parecía que acabara dever un fantasma. Tenía los ojosenrojecidos e hinchados y el rímelbajándole por la cara (esos productos

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resistentes al agua nunca dan buenresultado), las lágrimas le habíanestropeado el maquillaje.

—No les hagas caso, Holly —dijoSharon con voz serena—. No puedenobligarte a hacer algo que no quierashacer. El labio inferior de Hollycomenzó a temblar.

—¡No! —exclamó Sharon,agarrándola por los hombros ymirándola a los ojos—. ¡Ni se teocurra!

El labio dejó de temblarle, perono el resto del cuerpo. FinalmenteHolly rompió su silencio.

—No sé cantar, Sharon —susurró

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horrorizada.—¡Ya lo sé! —contestó Sharon—.

¡Y tu familia también! ¡Que se vayana la mierda los demás! ¡Nunca másvolverás a ver la jeta de ninguno deesos idiotas! ¿A quién le importa loque piensen? A mí no. ¿Y a ti?

Holly pareció meditar larespuesta y luego susurró: —No.

—No te he oído. ¿Qué has dicho?¿Te importa lo que piensen?

—No —dijo Holly, con voz unpoco más firme.

—¡Más alto! —Sharon la sacudiópor los hombros.

—¡No! —gritó.

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—¡Más alto!—¡Nooo! ¡No me importa lo que

piensen! —exclamó Holly tan altoque el público de la sala comenzó acallar.

Sharon parecía impresionada,quizás estaba medio sorda, ypermaneció un momento inmóvil.De pronto ambas sonrieron y luegose echaron a reír de su estupidez.

—Vamos, haz que esto sea otra delas famosas veladas de la loca deHolly para que podamos reírnosdurante unos meses —le suplicóSharon.

Holly echó un último vistazo a la

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imagen que le devolvía el espejo, selavó las marcas de rímel corrido,suspiró y se abalanzó sobre la puertacomo una mujer en misión decombate. La abrió para enfrentarse asus enloquecidos admiradores, queestaban todos de cara a ella coreandosu nombre. En cuanto la vieron,estallaron los vítores y una fuerteovación, de modo que Holly lesdedicó una reverencia de lo másteatral y se encaminó al escenarioentre risas y aplausos, mientrasSharon la alentaba al grito de «¡Jódelos!».

Le gustara o no, Holly contaba

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con la atención de todo el mundo. Deno haberse escondido en el lavabo, lagente que había coreado su nombreen el fondo del club probablementeno se hubiese enterado de quiéncantaba, pero ahora todos estabanpendientes de ella.

Intimidada, Holly se plantó enmedio del escenario con los brazoscruzados y miró fijamente al público.La música comenzó sin que se dieracuenta y se le pasaron las primerasfrases de la canción. El pinchadiscosinterrumpió el tema y volvió aponerlo desde el principio.

Se hizo el silencio. Holly

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carraspeó y el sonido retumbó portoda la sala. Luego bajó la vista haciaDenise y Sharon pidiendo ayuda, ytodos levantaron los pulgares paradarle ánimos. De ordinario Holly sehabría reído al verlos reaccionar deforma tan cursi, pero en aquelmomento le resultó muyreconfortante. Cuando la músicacomenzó de nuevo, Holly agarró elmicrófono apretándolo con lasmanos. Por fin, con vozextremadamente temblorosa y tímidacantó:

Qué harías si desafinara al cantar? ¿Te levantarías y te marcharías? Denise

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y Sharon aullaron de risa ante tanacertada elección y aplaudieroncomo locas. Holly siguióesforzándose, cantandohorriblemente y dando la impresiónde estar a punto de echarse a llorar.Justo cuando esperaba los primerosabucheos, su familia y amigos sesumaron al estribillo.

—Oh, lo superaré con ayuda de misamigos, sí, lo superaré con ayuda de misamigos.

El público miró hacia la mesa delos familiares y amigos y tambiénrió, caldeando un poco el ambiente.Holly se preparó para la nota alta

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que se avecinaba y gritó a plenopulmón:

—¿Necesitas a alguien?Hasta ella misma se sorprendió

del volumen y unas cuantas personasla ayudaron a cantar el versosiguiente.

—Sólo alguien a quien amar.—¿Necesitas a alguien? —repitió

Holly, dirigiendo el micrófono alpúblico para animarlos a cantar, y asílo hicieron—: I need somebody tolove. —Y se dedicaron a sí mismosuna salva de aplausos.

Algo menos nerviosa, Holly sedefendió como buenamente pudo

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hasta el final de la canción. La gentedel fondo de la sala reanudó sucháchara, los camareros siguieronsirviendo bebidas y rompiendo vasoshasta que Holly tuvo la impresión deser la única que se estabaescuchando.

Cuando por fin terminó decantar, los gentiles ocupantes de unasmesas cercanas al escenario y los desu propia mesa fueron los únicos queaplaudieron con ciertaespontaneidad. El presentador learrebató el micrófono de la mano y,entre risas, se las arregló para decir:

—¡Por favor, un aplauso para la

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increíble valentía de Holly Kennedy!Esta vez su familia y sus amigosfueron los únicos que respondieron.Denise y Sharon fueron a suencuentro, las mejillas mojadas delágrimas provocadas por la risa.

—¡Estoy tan orgullosa de ti! —dijo Sharon, rodeando el cuello deHolly con los brazos—. ¡Ha sidoespantoso!

—Gracias por ayudarme, Sharon—dijo Holly abrazada a su amiga.Jack y Abbey la vitorearon y Jackgritó:

—¡Lamentable! ¡Absolutamentelamentable!

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La madre de Holly le sonrióalentadoramente, consciente de quesu hija había heredado su talentopara el canto, mientras que su padreapenas podía mirarla a los ojos detanto reír. Por su parte, Ciara nodejaba de repetir una y otra vez:

—Nunca creí que alguienpudiera hacerlo tan mal.

Declan la saludó con el brazodesde el otro extremo de la sala conuna cámara en la mano y le hizo unaseña de fiasco señalando el suelo conel dedo pulgar. Holly se escondió enel rincón de la mesa y empezó abeber sorbos de agua mientras

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escuchaba las felicitaciones porhaberlo hecho tan increíblementemal. No recordaba la última vez quese había sentido tan orgullosa. Johnse encaminó parsimoniosamentehacia ella y se apoyó contra la pareda su lado, desde donde vio lasiguiente actuación en silencio.Finalmente se armó de valor y dijo:

—Es probable que Gerry estéaquí, ¿sabes? —Y la miró con ojosllorosos. Pobre John, él tambiénechaba de menos a su mejor amigo.Holly sonrió y echó un vistazo a lasala. John tenía razón. Tambiénpodía sentir la presencia de Gerry.

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Sentía cómo la rodeaba con susbrazos y le daba uno de aquellosabrazos que tanto echaba de menos.

Al cabo de una hora, loscantantes por fin acabaron susactuaciones y Daniel y elpresentador se marcharon para hacerel recuento de votos. Todos losasistentes habían recibido unapapeleta para votar al pagar laentrada en la puerta. Holly no se viocon ánimos de escribir su nombre enla suya, de modo que se la dio aSharon. Estaba bastante claro queella no iba a ganar, pero ésa no habíasido su intención en ningún

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momento. Y si por casualidadganaba, temblaba sólo de pensar entener que volver a padecer aquelsuplicio al cabo de dos semanas. Nohabía aprendido nada con aquellaexperiencia, salvo que odiaba elkaraoke aún más que antes. Elvencedor del año anterior, Keith,había traído consigo a no menos detreinta amigos, lo que significabaque era el principal favorito, y Hollydudó mucho que los «admiradores»que tenía entre el público votaranpor ella.

El pinchadiscos puso un patéticoCD de redobles de tambor cuando

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iban a anunciar los nombres de losganadores. Daniel subió al escenariocon su uniforme de chaqueta negrade piel y pantalones negros y fuerecibido por los silbidos y loschillidos de las chicas. Para mayorinquietud de Holly, la que masgritaba era Ciara. Richard parecíaentusiasmado y cruzó los dedos,sonriendo a Holly. Un gesto muytierno pero increíblemente ingenuo,pensó ella; saltaba a la vista que nohabía entendido bien las «reglas».

Se produjo un momento debochorno cuando el disco del redoblese encalló y el pinchadiscos corrió a

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su equipo para apagarlo. Losganadores se anunciaron sin apenashistrionismo, en medio de un silencioabsoluto.

—Bien, quiero dar las gracias atodos los que han participado en elconcurso de esta noche. Nos habéisbrindado un espectáculo fantástico.—La última frase iba dirigida aHolly que, muerta de vergüenza, seescurrió en el asiento—. Atención,los dos concursantes que van a pasara la final son… —Daniel hizo unapausa para conseguir un efectodramático—: KKeith y Samantha!Holly saltó de alegría y bailó

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abrazada a Denise y Sharon. No sehabía sentido tan aliviada en toda lavida. Richard se mostró muy confusoy el resto de la familia la felicitó porsu victorioso fracaso.

—Yo he votado a la rubia —anunció Declan, decepcionado.

—Sólo lo has hecho porque tienelas tetas grandes —se mofó Holly.

—Bueno, cada cual tiene eltalento que tiene —convino Declan.

Al sentarse de nuevo, Holly sepreguntó cuál tenía ella. Debía de seruna sensación maravillosa ganar algo,saber que tenías talento. Holly nohabía ganado nada en toda su vida;

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no practicaba deportes, no tocabaningún instrumento y, ahora que sedetenía a pensarlo, no tenía ningúnhobby ni afición especial. ¿Quépondría en su currículo cuandollegara el momento de salir a buscartrabajo? «Me gusta beber e ir decompras», no quedaría muy bien.Tomó un sorbo de su bebida con airepensativo. A lo largo de su vida elúnico interés de Holly había sidoGerry. En realidad, lo único quehabía hecho era ser su pareja. ¿Quétenía ahora? No tenía trabajo, notenía marido y ni siquiera era capazde cantar bien en un concurso de

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karaoke, y mucho menos ganarlo.Sharon y John parecían

enfrascados en una discusiónacalorada, como de costumbre Abbeyy Jack se miraban a los ojos con elarrobo de dos adolescentesenamorados, Ciara se estabaarrimando a Daniel y Denise estaba…Vaya, ¿dónde estaba Denise?

Holly echó un vistazo alrededor yla localizó sentada en el escenario,balanceando las piernas y haciendoposes provocativas para elpresentador del karaoke. Los padresde Holly se habían marchado cogidosde la mano poco después de que su

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nombre no fuese anunciado comouno de los ganadores, con lo cual sóloquedaba… Richard. Richard estabasentado en cuclillas al lado de Ciaray Daniel, contemplando la sala comoun cachorro perdido y bebiendosorbos de su copa cada pocossegundos como un paranoico. Hollyse dijo que ella debía de haberpresentado el mismo aspecto que él…una perdedora nata. Pero al menosaquel perdedor tenía una esposa ydos hijos que lo esperaban en casa, adiferencia de ella, que tenía una citacon un plato de comida preparadapara calentar en un horno de

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microondas.Holly se acercó y ocupó un

taburete enfrente de Richard paratrabar conversación con él.

—Lo estás pasando bien?Richard levantó la vista de su

copa, sorprendido de que alguien lehablara.

—Sí, gracias. Me estoydivirtiendo mucho, Holly.

Si cuando lo pasaba bien hacíaaquella pinta, Holly prefería nosaber qué aspecto tendría cuando seaburriera.

—Me ha sorprendido quevinieras, la verdad. Creía que éste no

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era tu ambiente.—Bueno, ya sabes… Hay que

apoyar a la familia—se excusóRichard, agitando su copa.

—¿Y dónde está Meredith estanoche?

—Emily y Timothy—contestóRichard, como si aquello lo explicaratodo. –

—¿Trabajas mañana? —preguntóHolly.

—Sí —dijo bruscamente, y apuróla copa de un trago—. Será mejorque me marche. Has demostrado ungran espíritu deportivo esta noche,Holly. Miró torciendo el gesto a su

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familia, preguntándose si debíainterrumpirlos para decirles adiós.Finalmente decidió que no. Sedespidió de Holly con unainclinación de la cabeza y se largó,mezclándose entre el gentío.

Holly volvió a quedarse sola. Pesea lo mucho que deseaba coger elbolso y. marcharse a casa, sabía quetenía que resistir. En el futuro habríaun montón de ocasiones en las queestaría sola de aquel modo, siendo laúnica soltera en compañía de parejas,y necesitaba adaptarse. No obstantese sentía fatal y enojada con losdemás porque no le hacían caso. Se

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maldijo a sí misma por ser tan pueril.Sus amigos y la familia le habíanbrindado un apoyo formidable. Sepreguntó si ésa había sido laintención de Gerry. ¿Pensó que leconvenía pasar por una situacióncomo aquélla? ¿Pensó que esto laayudaría? Quizá tuviera razón, puesdesde luego era una prueba muydura. La obligaba a ser más valienteen más de un aspecto. Había subido aun escenario a cantar delante decientos de personas, y ahora estabasola en un club lleno de parejas. Larodeaban por todas partes. Fuera cualfuese el plan de Gerry, estaba

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viéndose obligada a ser más valientesin contar con él. «Así que resiste»,se dijo.

Sonrió al ver a su hermanacotorrear con Daniel. Clara no separecía a ella en nada, era muydespreocupada y segura de sí misma,nunca daba muestras de preocuparsepor nada. Que Holly recordase, Ciaranunca había conseguido conservar unempleo o un novio, su mente siempreestaba en otra parte, perdida en elsueño de visitar otro país lejano.Deseó parecerse a Ciara, pero ella erauna persona muy hogareña, incapazde imaginarse alejándose de su

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familia y sus amigos y abandonandola vida que se había erigido allí. Almenos nunca podría abandonar lavida que tuvo una vez.

Centró su atención en Jack, queseguía perdido en un mundo apartecon Abbey. También deseó ser unpoco más como él. Jack adoraba sutrabajo como profesor de escuelasecundaria. Era el típico profesorenrollado de inglés que todos losadolescentes respetaban, y cada vezque Holly y Jack se topaban con unode sus alumnos por la calle, éstossiempre lo saludaban con una gransonrisa y un «¡Hola, profe!». Las

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chicas estaban prendadas y todos loschicos querían ser como él cuandofuesen mayores. Holly suspirósonoramente y apuró su bebida.Estaba empezando a aburrirse.

Daniel la miró.—Holly, ¿puedo invitarte a una

copa?—Eh, no, gracias, Daniel. Me iré

a casa enseguida.—¡Vamos, Hol! —protestó Ciara

—. ¡No puedes marcharte tan pronto!¡Es tu noche!

A Holly no le parecía queaquélla fuese su noche. Más bientenía la impresión de haberse colado

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en una fiesta en la que no conocía anadie.

—No, estoy bien, gracias —aseguró a Daniel de nuevo.

—Ni hablar, te quedas un rato —insistió Ciara—. Tráele un vodka conCoca—Cola y para mí lo mismo deantes —ordenó a Daniel.

—¡Ciara! —exclamó Holly,avergonzada ante la grosería de suhermana.

—¡Eh, no pasa nada! —tercióDaniel—. Yo me he ofrecido. —Y sedirigió a la barra.

—Clara, has sido muy grosera —dijo Holly.

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—¿Qué? Pero si no tiene quepagar, es el dueño de este puñeterositio —contestó Ciara a la defensiva.

—Eso no significa que tengasderecho a exigirle copas gratis…

—¿Dónde está Richard? —interrumpió Ciara.

—Se ha ido a casa.—¡Mierda! ¿Hace mucho rato? —

Ciara saltó del taburete alarmada.—No lo sé, unos cinco minutos.

¿Por qué?—¡Habíamos quedado en que me

llevaría a casa!Ciara amontonó los abrigos de los

demás en el suelo en busca de su

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bolso.—Ciara, no podrás alcanzarlo.

Hace demasiado que ha salido.—No. Verás como lo pillo. Ha

aparcado muy lejos y tendrá quevolver a pasar por esta calle para ir asu casa. Lo interceptaré por elcamino. —Por fin encontró el bolso yechó a correr hacia la salida gritando—: ¡Adiós, Holly! ¡Has estado depena! —Y desapareció por la puerta.

Holly se quedó otra vez sola.Genial, pensó al ver que Danielregresaba a la mesa con tres bebidas,ahora no tendría más remedio quedarle conversación.

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—¿Dónde está Ciara? —preguntóDaniel mientras dejaba los vasos enla mesa y se sentaba delante deHolly.

—Me ha pedido que te dijera quelo sentía mucho, pero que tenía quedar caza a mi hermano para que lallevara a casa. —Holly se mordió ellabio. Se sentía culpable porquesabía de sobras que Ciara no habíapensado en Daniel ni por un segundomientras salía despavorida hacia lapuerta—. Perdona que antes yotambién haya sido tan groseracontigo. —De pronto se echó a reír.Luego añadió—: Dios, pensarás que

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somos la familia más grosera delmundo. Ciara es un poco bocazas, lamayoría de las veces no sabe lo quedice.

—¿Y tú sí? —replicó Daniel,sonriendo.

—Si lo dices por lo de antes, sí. —Y volvió a reír.

—Eh, no te preocupes, sólosignifica que ahora hay más bebidapara ti —dijo Daniel deslizando unvaso de chupito hasta su lado de lamesa.

—¿Qué es esto? —Holly arrugó lanariz al olerlo.

Daniel la miró con una simpática

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sonrisa.—Se llama un Bj. Deberías haber

visto la cara del camarero cuando selo he pedido. ¡Me parece que nosabía qué era!

—Oh, Dios —dijo Holly—. ¿Quéhace Ciara bebiendo esto? ¡Huelefatal! —Según ella, es fácil de tragar.

Ahora fue Daniel quien se echó areír.

—Lo siento, Daniel, la verdad esque a veces se comporta de formaabsurda. —Negó con la cabeza comodando a su hermana por imposible.Daniel miró más allá del hombro deHolly con aire divertido.

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—Vaya, parece que tu amiga loestá pasando bien esta noche.

Holly se volvió y vio a Denise yal pinchadiscos abrazados junto alescenario. Saltaba a la vista que susgestos provocativos habían surtido elefecto deseado.

—Oh, no, es ese horrible tipo queme obligó a salir del lavabo —refunfuñó Holly.

—Es Tim O'Connor de DublínFM —explicó Daniel—. Somosamigos. Holly se tapó la caraavergonzada.

—Esta noche trabaja aquí porqueel karaoke se ha emitido en directo

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en la radio —agregó Daniel, muyserio.

—¿Qué?A Holly por poco le dio un

infarto por vigésima vez en la mismavelada. Daniel esbozó una ampliasonrisa y dijo:

—Es broma. Sólo quería ver quécara ponías.

—Dios mío. No me des estossustos —rogó Holly llevándose unamano al corazón—. Bastante horribleha sido tener a toda esta gente aquíescuchándome, sólo faltaba queademás me hubiese oído la ciudadentera.

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Holly aguardó a que el corazónvolviera a latir con normalidadmientras Daniel la miraba conpicardía.

—Perdona que te lo preguntepero, si tanto lo detestas, ¿por qué teinscribiste? —preguntó con airevacilante.

—Verás, es que a mi marido se leocurrió, con su increíble sentido delhumor, que sería divertido'inscribir asu esposa, que es una negada para lamúsica, en un concurso de canto.

Daniel rió.—¡Tampoco los has hecho tan

mal! ¿Está aquí tu marido? —

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preguntó mirando alrededor—. Noquiero que piense que estoyintentando envenenar a su esposa coneste brebaje repugnante —agregóseñalando el chupito con la barbilla.

Holly se volvió hacia la sala ysonrió.

—Sí, seguro que está aquí… Enalguna parte.

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1616

Holly sujetó con una pinza la sábanaque estaba tendiendo y pensó encómo había ido trastabillandodurante el resto del mes de mayo,tratando de poner un poco de ordenen su vida. Había días en los que sesentía feliz y contenta, segura de quelas cosas le irían bien, cuando desúbito, tan deprisa como habíallegado, la dicha desaparecía y ellavolvía a sumirse en la más absolutatristeza. Procuró establecer unarutina en la que dejarse atrapar debuen grado para volver a sentir que

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pertenecía a su cuerpo y su cuerpo ala vida, en lugar de deambular porahí como una zombi observandocómo los demás disfrutaban de susvidas mientras ella aguardaba a quela suya acabara. Por desgracia, larutina no resultó ser exactamentecomo esperaba. Se encontró a símisma inmóvil durante horas en lasala de estar reviviendo cada uno delos recuerdos que conservaba de suvida con Gerry. Lo más triste de todoera que pasaba la mayor parte de esetiempo rememorando todas y cadauna de las peleas que habían tenido,deseando poder borrarlas, poder

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retirar todo lo desagradable que lehabía dicho, presa del enojo, y queen absoluto reflejaba sus verdaderossentimientos. Se atormentaba por loegoísta que había sido en ocasiones,saliendo de juerga con las amigascuando se enfadaba con él en vez dequedarse en casa y deshacer elentuerto. Se reprendía por haberseapartado de él cuando deberíahaberlo abrazado, por haberleguardado rencor durante días enlugar de perdonarlo, por haberse idoa dormir sin cenar en lugar de hacerleel amor. Deseaba borrar todas lasocasiones en las que le constaba que

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Gerry se había enfadado con ella y lahabía odiado. Deseaba que todos susrecuerdos fuesen de buenosmomentos, pero los malos no dejabande perseguirla hasta obsesionarla. Yéstos habían sido una absolutapérdida de tiempo.

Y nadie les había advertido queandaban escasos de tiempo.

Luego venían los días felices enlos que iba de aquí para allá con unasonrisa pintada en el rostro,sorprendiéndose a sí misma riendomientras paseaba por la calle alasaltarle el recuerdo de una de sustípicas bromas. Ésa era su rutina. Se

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hundía en días de una profunda ylóbrega depresión, hasta que por finrecobraba las fuerzas para ser máspositiva y cambiar de estado deánimo durante otros tantos días.Ahora bien, cualquier nimiedadbastaba para desencadenar el llantootra vez. Era un proceso agotador ylas más de las veces le daba perezabatallar contra su mente, mucho másfuerte que cualquier músculo de sucuerpo.

Los familiares y los amigos iban yvenían, unas veces para consolarla yotras para hacerla reír. Pero inclusoen su risa se echaba algo en falta.

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Nunca parecía estar verdaderamentecontenta, daba la impresión de matarel tiempo mientras aguardaba algunaotra cosa. Estaba harta de limitarse aexistir; quería vivir. Pero ¿quésentido tenía vivir cuando no sesentía viva? Se hizo las mismaspreguntas una y mil veces, hasta quefinalmente prefirió no despertar desus sueños; éstos eran lo único que leparecía real.

En el fondo sabía que era normalsentirse así, tampoco es que pensaraque estaba perdiendo la cabeza.Sabía que la gente decía que un díavolvería a ser feliz y que aquella

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sensación sólo sería un recuerdolejano. Sin embargo, alcanzar ese díaera la parte difícil.

Leyó y releyó la primera carta deGerry una y otra vez, analizandocada palabra y cada frase, y cada díahallaba un nuevo significado. Perono podía quedarse sentada allí hastael día del juicio final, intentando leerentre líneas para adivinar el mensajeoculto. La verdad era que en realidadnunca sabría exactamente qué habíaquerido decirle puesto que jamásvolvería a hablar con él. Aquellaconclusión era sin duda la másdolorosa y difícil de aceptar, y la

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estaba matando.Mayo había quedado atrás y

junio había traído consigo largosatardeceres luminosos y las hermosasmañanas que los acompañaban. Losradiantes días soleados del nuevo mesle brindaron la claridad. Se acabó elencerrarse en casa en cuantooscurecía y el quedarse en la camahasta la tarde. Irlanda parecía haberdespertado súbitamente del letargoinvernal, desperezándose ybostezando para volver a la vida. Erahora de abrir las ventanas y airear lacasa, de librarla de los fantasmas delinvierno y los días oscuros, era hora

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de levantarse temprano con los trinosde los pájaros y salir a pasear y mirara la gente a los ojos, sonreír y saludaren vez de esconderse bajo variascapas de ropa, la mirada clavada en elsuelo mientras corría de un lado aotro haciendo caso omiso del mundo.Era hora, en fin, de abandonar laoscuridad y levantar la cabeza bienalta para enfrentarse cara a cara conla verdad.

junio también trajo otra carta deGerry.

Holly se había sentado fuera paradisfrutar del sol, deleitándose enaquella renovada alegría de vivir.

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Nerviosa y entusiasmada al mismotiempo, leyó la cuarta carta. Seembelesó con el tacto de la tarjeta yde los contornos de la caligrafía deGerry cuando acarició la tinta secacon la yema de los dedos. Dentro, supulcra caligrafía presentaba unlistado de artículos que lepertenecían y que seguían en la casay, al lado de cada una de susposesiones, explicaba qué quería queHolly hiciera con ellas y dóndedeseaba que las hiciera llegar. Alfinal ponía:

Posdata: te quiero, Holly, y

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sé que tú me amas. No necesitasmis pertenencias para acordartede mí, no necesitas conservarlascomo prueba de que he existido ode que aún existo en tu mente.No necesitas ponerte un suétermío para sentirme cerca de ti; yaestoy ahí… estrechándote siempreentre mis brazos.

A Holly le costó mucho aceptaraquello. Casi deseó que le hubiesepedido que volviera a cantar en unkaraoke. Habría saltado desde unavión por él, o corrido dos milkilómetros, cualquier cosa excepto

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vaciar sus armarios y desprenderse desu presencia en la casa. Pero sabíaque Gerry tenía razón. No podíaaferrarse a sus pertenencias parasiempre. No podía engañarsepensando que él regresaría pararecogerlas. El Gerry de carne y huesose había ido; no necesitaba su ropa.

La experiencia resultó agotadoradesde el punto de vista emocional.Tardó días en concluirla. Revivió unmillón de recuerdos con cada prendade ropa y cada pedazo de papel quemetió en bolsas. Sostenía cerca deella cada artículo antes de decirleadiós. Cada vez que sus dedos se

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desprendían de un objeto era como sise despidiera de una parte de Gerryotra vez. Era difícil, muy difícil. Aveces demasiado difícil.

Informó a su familia y sus amigosde lo que estaba haciendo y, aunquetodos le ofrecieron ayuda y apoyoreiteradamente, Holly sabía quetenía que hacerlo sola. Necesitabatomarse su tiempo para despedirsecomo era debido puesto que novolvería a ver ninguna de aquellascosas. Al igual que el propio Gerry,sus pertenencias tampoco podríanregresar. Pese al deseo de Holly deestar a solas, Jack se había presentado

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en su casa varias veces para brindarlesu apoyo fraterno y ella lo habíaagradecido. Cada objeto tenía unahistoria, y conversaban y reían apropósito de los recuerdos que lessuscitaba. Jack estaba a su ladocuando lloraba y también cuandodaba una palmada para sacudirse elpolvo de las manos. No era una tareafácil, pero tenía que hacerse y laayuda de Gerry la hacía másllevadera. Holly no debíapreocuparse de tomar grandesdecisiones, Gerry las había tomadopor ella. Sí, la estaba ayudando y,por una vez, Holly sintió que ella

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también estaba ayudándolo a él.Rió al meter en la bolsa las

polvorientas casetes del que fue sugrupo de rock favorito cuando iba alcolegio. Al menos una vez al añoGerry encontraba la vieja caja dezapatos mientras se esforzaba porponer un poco de orden en elcreciente caos de su armario.Entonces hacía sonar aquella músicaheavy metal a todo volumen en todoslos altavoces de la casa, para torturara Holly con los estridentes chirridosde las guitarras y la pésima calidad dela grabación. Ella siempre le decíaque se moría de ganas de perder de

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vista aquellas cintas. Ahora, sinembargo, no la invadió el alivio queantaño había esperado sentir.

Sus ojos repararon en una prendaarrugada que había en un rincón delfondo del armario ropero: la camisetade fútbol de Gerry, su amuleto. Aúnestaba sucia de manchas de hierba ybarro, tal como la dejó después de suúltimo día victorioso en el campo. Sela llevó a la cara e inhalóprofundamente; el olor a cerveza ysudor era débil, pero seguía allí. Laapartó para lavarla y dársela a John.

Tantos objetos, tantos recuerdos.Todos iban siendo etiquetados y

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empaquetados, al tiempo que losarchivaba en la mente. Los guardaríaen un sitio al que pudiera apelarcuando necesitara enseñanzas yayuda en la vida futura. Objetos queuna vez estuvieron llenos de vida eimportancia, pero que ahora yacíaninertes en el suelo. Sin él sólo erancosas.

El esmoquin que llevó Gerry enla boda, los trajes, las camisas ycorbatas que cada mañana lamentabatener que ponerse para ir a trabajar.Las modas de años pasados, trajesllamativos de los ochenta y un fardode chándales; unas gafas de buceo de

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la primera vez que fueron a hacersubmarinismo, una concha querecogió del fondo del mar diez añosatrás, su colección de posavasos decerveza de todos los pubs de todos lospaíses que habían visitado; cartas yfelicitaciones de cumpleaños deamigos y familiares recibidas a lolargo de los años; las tarjetas de SanValentín que le había enviado Holly;muñecos y peluches de la infanciaapartados para enviárselos a suspadres; carpetas de facturas, sus palosde golf para John, libros para Sharon,recuerdos, lágrimas y risas paraHolly.

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La vida entera de Gerry metidaen veinte bolsas de basura. Losrecuerdos de ambos guardados en lamente de Holly.

Cada artículo desenterraba polvo,lágrimas, risas y recuerdos. Metió losartículos en bolsas, quitó el polvo, seenjugó los ojos y archivó losrecuerdos.

El móvil de Holly comenzó asonar. Dejó caer la canasta de lacolada y entró corriendo en la cocinapor la puerta del patio para contestaral teléfono. —¿Diga?

—¡Voy a convertirte en unaestrella! —exclamó Declan medio

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histérico al otro lado de la línea,antes de que le entrara una risaincontenible.

Holly aguardó a que se serenaramientras se estrujaba el cerebrointentando entender de qué estabahablando.

—¿Estás borracho, Decían?—Puede que un poco pero eso es

completamente irrelevante —dijoDeclan, hipando.

—¡Declan, son las diez de lamañana! —Rió y luego preguntó—:¿Aún no te has acostado?

—¡Nooo! —Volvió a hipar—.Estoy en el tren de vuelta a casa y me

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acostaré dentro de más o menos unastres horas.

—¡Tres horas! ¿Dónde estás? —Holly volvió a reír. Estabadisfrutando con aquella charla, yaque se acordaba de las ocasiones enlas que ella solía llamar a Jack acualquier hora de la mañana desdetoda clase de sitios tras haberseportado mal una noche de juerga.

—Estoy en Galway. Los premiosfueron anoche —dijo como si suhermana tuviera que saber a qué serefería.

—Perdona mi ignorancia, pero¿de qué premios hablas?

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—¡Te lo conté!—No, a mí no me has contado

nada.—Le dije a Jack que te lo contara.

Será cabrón… —farfulló,trabándosele la lengua.

—Pues no lo hizo —interrumpióHolly—. Así que tendrás que hacerlotú.

—¡Los premios de los estudiantesde periodismo se entregaron anochey he ganado! —gritó Declan, y aHolly le pareció que el vagón enpleno lo celebraba. Se alegró muchopor él—. ¡Y el premio consiste enque van a emitirlo en Channel 4 la

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semana que viene! ¿No es increíble?—Hubo nuevos vítores y Hollyapenas entendía lo que Declan leestaba diciendo—. ¡Vas a ser famosa,hermanita!

—Fue ló último que oyó antes deque se cortara la comunicación. ¿Quéera aquella extraña sensación quenotaba recorriéndole el cuerpo?¿Acaso era…? No, imposible… Nopodía creer que estuvieraexperimentando una sensación defelicidad.

Llamó a su familia para divulgarla noticia, pero descubrió que todoshabían recibido llamadas semejantes.

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Ciara se había pegado al teléfonodurante horas charlando como unacolegiala excitada sobre cómo iban aaparecer en la tele, por supuesto suhistoria culminaba con sumatrimonio con DenzelWashington. Acordaron que toda lafamilia se reuniría en el pub Hogan'sel miércoles siguiente para ver laemisión del documental. Danielhabía tenido la amabilidad de ofrecerel Club Diva para que pudieran verloen la pantalla gigante. Holly estabaentusiasmada con el logro de suhermano y telefoneó a Sharon y aDenise para darles la buena noticia.

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—¡Vaya, es fantástico, Holly! —susurró, Sharon muy contenta.

—¿Por qué hablas tan bajito? —susurró Holly a su vez—. Ah,entiendo, no voy a entretenertemucho rato. Sólo quería decirte quevamos a ir todos a Hogan's elpróximo miércoles para verlo y queestáis invitados.

—Ajá… perfecto. —Sharon fingióanotar sus datos. —Estupendo, serádivertido. Sharon, ¿qué me pongo? —Hummm… ¿Nuevo o de segundamano?

—No, no puedo permitirmecomprar nada nuevo. Aunque me

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obligaras a comprar ese top haceunas semanas, me niego a ponérmelo:ya no tengo dieciocho años. Así quetendrá que ser algo viejo.

—Muy bien… Rojo.—¿El top rojo que me puse en tu

cumpleaños?—Sí, exacto.—Bueno, tal vez.—¿Cuál es tu situación laboral

actualmente?—La verdad es que aún no he

empezado a buscar. —Holly semordió el interior de la mejilla yfrunció el entrecejo.

—Fecha de nacimiento?

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—Oh, vamos, cierra el pico,chismosa.

—Lo siento, pero sólo abrimospólizas de automóvil a conductoresmayores de veinticuatro años. Metemo que eres demasiado joven.

—Ojalá. Vale, ya hablaremosdespués.

—Gracias por llamar.Holly se sentó a la mesa de la

cocina, preguntándose qué sepondría para ir a Hogan's la semanasiguiente. Tenía ganas de estar guapay sexy para variar, estaba harta de suropa vieja. Quizá Denise tendría algoen su tienda. Estaba a punto de

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llamarla cuando recibió un mensajede texto de Sharon.

ARPÍA ESPÍA T LLAMO +TARDE BSOS

Holly descolgó el auricular yllamó a Denise al trabajo. —Casuals,buenos días —contestó Denise, muyeducada.

—Hola, Casuals, soy Holly. Yasé que no tengo que llamarte altrabajo, pero sólo quería decirte queel documental de Declan ha ganadono sé qué premio universitario y quevan a emitirlo el miércoles por lanoche.

—¡Qué guay, Holly! ¿Y nosotras

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salimos? —preguntó entusiasmada.—Creo que sí. Vamos a ir todas a

Hogan's a verlo. ¿Te apuntas?—¡Uau, por supuesto! Igual llevo

a mi novio nuevo —agregó Denise,sonriendo con picardía.

—¿Qué novio nuevo es ése? —preguntó Holly. —¡Tom!

—¿El tío del karaoke?—Holly no daba crédito.—¡Pues claro! Oh, Holly, estoy

tan enamorada… —Y se echó a reírcomo una chiquilla.

—¿Enamorada? ¡Pero si sólo haceunas semanas que lo conoces!

—¿Y qué más da? Desde el

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primer instante… como dice lacanción.

—Vaya, Denise… ¡No sé quédecir!

—¡Dime que es maravilloso!—Sí… O sea… no hay duda de que

es una buena noticia.—Oye, no te entusiasmes tanto,

Holly —dijo Denise con sarcasmo.De todos modos, me muero de ganasde que lo conozcas. Te encantará.Bueno, no tanto como a mí, peroestoy segura de que te caerá bien. —Y comenzó a divagar sobre lofantástico que era Tom.

—Denise, ¿no recuerdas que ya lo

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conozco? —la interrumpió Holly enmedio de una historia sobre cómoTom había salvado a un niño deahogarse.

—Sí, ya lo sé, pero prefiero quele veas cuando no estés portándotecomo una demente que se esconde enlos lavabos y grita por losmicrófonos. —Supongo que tienesrazón…

—Pues claro, mujer. ¡Lopasaremos bomba! ¡Será la primeravez que vaya a mi propio estreno! —dijo excitada.

Holly puso los ojos en blancoante el histrionismo de su amiga y se

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despidió de ella.Holly apenas hizo ninguna de las

tareas domésticas que se habíapropuesto, ya que estuvo casi toda lamañana hablando por teléfono. Elmóvil sonaba sin cesar y acabóprovocándole dolor de cabeza. Seestremeció al pensarlo. Cada vez quele dolía la cabeza se acordaba deGerry. Detestaba que sus allegados sequejaran de jaquecas y migrañas y,cuando lo hacían, los atosigaba conadvertencias sobre el peligro quecorrían y los instaba a tomárselo másen serio e ir a ver al médico. Acabópor aterrorizar a todo el mundo con

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sus historias, y finalmente optaronpor no decirle nada cuando seencontraban mal.

Suspiró sonoramente. Se estabavolviendo tan hipocondríaca quehasta su doctora estaba harta deverla. Corría a la consulta presa depánico por cualquier nimiedad,aunque fuera un dolor en la pierna oretortijones en el estómago. Lasemana anterior, se convenció de quele ocurría algo en los pies; los dedosno acababan de tener buen aspecto.La doctora los examinó con seriedady acto seguido se puso a garabatearuna receta mientras Holly la

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observaba horrorizada. Por fin leentregó el trozo de papel y, con esacaligrafía indescifrable típica de losmédicos, leyó: «Compra zapatos másgrandes.»

Tal vez tuviera su gracia, pero labroma le costó cuarenta euros.

Holly había pasado los últimosminutos al teléfono, escuchando aJack despotricar contra Richard. Porlo visto Richard también le habíahecho una visita. Holly se preguntósi simplemente estaría tratando deestablecer lazos afectivos con sushermanos después de años deesconderse de ellos. Bien, pues al

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parecer era demasiado tarde. Desdeluego, resultaba muy difícilmantener tina conversación conalguien que todavía no dominaba elarte de la buena educación. ¡Oh,basta, basta, basta!, se gritó ensilencio. Tenía que dejar depreocuparse, dejar de pensar, dejar deestrujarse los sesos y, sobre todo,dejar de hablar consigo misma. Seestaba volviendo loca.

Finalmente acabó de tender lacolada con más de dos horas deretraso y metió otra carga de ropa enla lavadora y la conectó. Encendió laradio de la cocina, puso el televisor a

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todo volumen en la sala de estar yreanudó la faena. Quizás así sofocaríala vocecilla interior que no paraba delloriquear.

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1717

Holly llegó a Hogan's y se abrió pasoentre la clientela de hombresmayores del pub para subir al ClubDiva. La banda de música tradicionaltocaba muy animada y el públicocoreaba sus canciones irlandesasfavoritas. Sólo eran las siete y mediade la tarde, así que el Club Diva aúnno estaba abierto oficialmente. Echóun vistazo al local vacío y le pareciómuy distinto de aquel en el quehabía estado aterrorizada unas pocassemanas antes. Fue la primera enllegar Y ocupó una mesa justo

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enfrente de la pantalla gigante paratener una visión perfecta deldocumental de su hermano, si bienno era de esperar que acudiese tantagente como para que alguien seplantara entre las mesas y la pantalla.

El ruido de un vaso al romperse lasobresaltó y Holly se volvió para verquién había entrado en la sala.Daniel salió de detrás de la barra conuna escoba y un recogedor.

—Vaya, hola, Holly. No mehabía dado cuenta de que habíaentrado alguien —dijo Daniel,mirándola sorprendido.

—Sólo soy yo, he venido

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temprano para variar.Holly se dirigió a la barra para

saludarlo. Daniel presentaba unaspecto distinto aquella noche, pensóella mientras le pasaba revista.

—Temprano es poco —dijoDaniel, mirando la hora en su relojde pulsera—. Los demás empezarán allegar dentro de una hora más omenos.

Un tanto confusa, Holly tambiénconsultó la hora.

—Pero si son las siete y media.¿No empieza a las ocho el programa?

Daniel puso ceño.—No, a mí me dijeron a las

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nueve, pero igual lo entendí mal… —Cogió un periódico del día y buscó lapágina con la programación detelevisión—. Sí, nueve en punto,Channel 4.

Holly puso los ojos en blanco.—Oh, no. Lo siento, iré a dar un

paseo por la ciudad y regresaré mástarde —dijo Holly, saltando deltaburete.

—Eh, no seas tonta. —Esbozó unaradiante sonrisa—. Las tiendas hancerrado a esta hora y puedes hacermecompañía, siempre que no teimporte…

—Bueno, no me importa si a ti no

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te importa…—No me importa —aseguró

Daniel con firmeza.—Muy bien, pues entonces me

quedo —dijo Holly, encaramándosede nuevo al taburete, llena de alegría.

Daniel apoyó las manos sobre elsurtidor de cerveza en una pose típicade camarero.

—Y ahora que ya estamos deacuerdo, ¿qué puedo servirte? —inquirió sonriendo.

—Vaya, es fantástico esto de notener que hacer cola ni pedir labebida a gritos —bromeó Holly—.Tomaré un agua con gas, por favor.

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—¿No quieres algo más fuerte?—Daniel arqueó las cejas. Su sonrisaera contagiosa.

—No, más vale que no o estaréborracha cuando lleguen los demás.

—Bien pensado —convinoDaniel, y se volvió hacia la neveraque tenía detrás para sacar el botellínde agua. Holly cayó en la cuenta dequé era lo que le confería un aspectotan distinto: no iba de negro como decostumbre. Vestía tejanos gastados ycamisa azul celeste desabrochada,con una camiseta blanca debajo quehacía que sus ojos azules centellearanmás de lo habitual. Iba arremangado

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hasta justo debajo de los codos.Holly se fijó en sus músculos a travésde la tela fina. Apartó la vistaenseguida cuando Daniel le sirvió elvaso de agua.

—¿Puedo invitarte a algo? —preguntó Holly.

—No, gracias. Ésta corre de micuenta.

—No, por favor—insistió Holly—. Me has invitado a un montón debebidas. Ahora me toca a mí.

—Muy bien, pues entoncestomaré una Budweiser, gracias.Daniel se apoyó en la barra sinquitarle el ojo de encima.

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—¿Cómo? ¿Quieres que la sirvayo? —preguntó Holly. Saltó deltaburete y rodeó la barra. Daniel seapartó y la observó con aire divertido—. Cuando era pequeña, siemprequise trabajar detrás de una barra —dijo Holly, cogiendo una jarra decerveza y abriendo el tirador. Loestaba pasando muy bien. —Pueshay un puesto vacante si andasbuscando trabajo —dijo Daniel,observándola trabajar condetenimiento.

—No, gracias. Me parece quetrabajo mejor al otro lado de la barra—bromeó Holly, llenando la jarra de

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cerveza.—Bueno, pero si alguna vez

buscas empleo, ya sabes dónde tienesuno —dijo Daniel, y bebió un sorbode cerveza—. Lo has hecho muybien.

—Hombre, tampoco esneurocirugía. —Sonrió y regresó alotro lado de la barra. Cogió el bolso yle dio unos billetes—. Quédate con elcambio.

—Se echó a reír.—Gracias —aceptó Daniel,

sonriendo. Se volvió para abrir la cajaregistradora y Holly se despreció porfijarse en su trasero. Aunque lo

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encontró bonito y firme, no era comoel de Gerry, decidió—. ¿Tu maridoha vuelto a abandonarte esta noche?—preguntó Daniel en bromamientras rodeaba la barra parareunirse con ella.

Holly se mordió el labio y sepreguntó qué debía responder. Noera el mejor momento para hablar dealgo tan deprimente con alguien quesólo pretendía ser amable, pero noquería que Daniel siguierapreguntándole por él cada vez que laviera. Tarde o temprano descubriríala verdad y el pobre se vería en unasituación embarazosa.

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—Daniel —susurró—, no quisieraincomodarte, pero mi maridofalleció. Daniel se paró en seco y seruborizó levemente.

—Oh, Holly, lo siento. No losabía —dijo con sinceridad.

—No pasa nada, sé que no losabías. —Sonrió para demostrarleque todo iba bien.

—La otra noche no llegué aconocerle, pero si alguien me lohubiese dicho habría ido al funeral apresentar mis respetos. —Se sentó enel taburete contiguo al de Holly.

—No, no. Gerry murió enfebrero. No estaba aquí la otra

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noche, Daniel. —Pero creía quehabías dicho que estaba aquí… —susurró pensando que quizá setrataba de un malentendido.

—Y lo hice. —Holly se miró lospies avergonzada—. Verás, él noestaba aquí —dijo mirando alrededor— pero sí aquí —concluyó llevándoseuna mano al corazón.

—Comprendo —dijo Daniel alcabo—. En ese caso, la otra nocheaún fuiste más valiente de lo quecreía, teniendo en cuenta lascircunstancias —agregó conamabilidad.

A Holly le sorprendió que Daniel

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no diera muestras de incomodarse.Normalmente la gente balbuceaba ytartamudeaba al recibir la noticia y,o bien divagaba, o bien cambiaba detema. En cambio, se sentía a gusto enpresencia de Daniel, como si pudierahablarle con franqueza y sin miedo allorar. Holly sonrió, negando con lacabeza, y le refirió sucintamente lahistoria de la lista.

—Por eso salí corriendo despuésdel concierto de Declan aquellanoche —dijo Holly.

—¿Seguro que no fue por lo malque lo hicieron? —bromeó Daniel.Se quedó absorto un momento y

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luego añadió—: Ah, claro, es verdad.Era el trece de abril.

—Sí, no podía esperar más paraabrirla —explicó Holly.

—¿Cuándo toca la próxima?—En julio—contestó Holly,

excitada.—Así que no voy a verte el trece

de julio —dijo Daniel secamente.—Veo que lo vas captando. —

Holly sonrió.—¡Ya estoy aquí! —anunció

Denise a la sala vacía, mientrasentraba pavoneándose emperifolladade punta en blanco con el vestidoque había lucido en el baile del año

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anterior. Tom la seguía con airedespreocupado, riendo y negándose aapartar los ojos de ella.

—Vas hecha un figurín —comentó Holly, mirando a su amigade arriba abajo. Ella había decididoponerse tejanos, botas negras y untop negro muy sencillo. Lo cierto esque no estaba de humor paraarreglarse mucho, sobre todoteniendo en cuenta que el planconsistía en sentarse en un clubvacío. En fin, Denise no parecíahaber captado ese detalle.

—Bueno, una no va cada día a supropio estreno, verdad?—bromeó

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Denise. Tom y Daniel se saludarondándose un abrazo.

—Nena, éste es Daniel, mi mejoramigo —dijo Tom, presentándola aDaniel.

Daniel y Holly se miraronarqueando las cejas, sonriendo alreparar en el uso de la palabra«nena».

—Hola, Tom. —Holly leestrechó la mano cuando Denie lahubo presentado y él la besó en lamejilla—. Lamento lo de la primeravez que nos vimos, no estaba muycuerda aquella noche. —Holly seruborizó al recordar la escena del

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karaoke.—Oh, no hay problema. —Tom

esbozó una amable sonrisa—. Si nohubieses participado no habríaconocido a Denise, así que me alegrode que lo hicieras —agregó,volviéndose hacia Denise. Daniel yHolly, contentos por sus amigos,intercambiaron de nuevo una mirada.Holly se sentó en el taburete,sintiéndose muy a gusto en compañíade aquellos dos hombres.

Al cabo de un rato, Hollydescubrió que estaba disfrutando. Nosólo fingía reír o encontrar divertidoslos comentarios, estaba contenta. El

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hecho de pnsarlo la alegró aún más,así como el constatar que Denise porfin había encontrado a alguien aquien amaba de veras.

Minutos después llegó el resto dela familia Kennedy junto con Sharony John. Holly corrió a recibir a susamigos.

—Hola, preciosa—dijo Sharon,dándole un abrazo—. ¿Hace muchoque has llegado?

Holly se echó a reír.—Pensaba que la emisión era a

las ocho, así que he venido a las sietey media.

—Oh, no —dijo Sharon con aire

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preocupado.—No te preocupes, no pasa nada.

Daniel me ha hecho compañía —dijoHolly, señalando hacia él.

—¿Él? —dijo John enojado—.Ándate con cuidado con ese tío,Holly, es un bicho raro. Deberíashaber oído lo que le dijo a Sharon laotra noche. Holly rió para susadentros y enseguida se disculpó parair a reunirse con su familia.

—¿No has traído a Meredith? —preguntó con descaro a Richard.

—Pues no —contestó élbruscamente antes de dirigirse a labarra.

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—¿Por qué se molesta siquiera envenir a estos sitios? —se lamentóHolly

a Jack mientras éste apoyaba lacabeza de su hermana en su pecho yle acariciaba el pelo, fingiendoconsolarla.

—¡Atención todos! —Declanestaba de pie encima de un taburetey anunció—: Puesto que Ciara nosabía qué ponerse esta noche, todoshemos llegado tarde y mi documentalva a empezar de un momento a otro.Así que os agradeceré que toméisasiento y cerréis el pico.

—Oh, Declan —lo reprendió su

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madre por ser tan grosero.Holly buscó a Ciara por la sala y

la vio junto a Daniel en la barra.Sonrió y se acomodó para ver eldocumental. En cuanto elpresentador lo anunció, todo elmundo aplaudió y soltó vítores, peroDeclan los hizo callar de inmediatocon expresión enojada, ya que noquería que perdieran detalle.

Las palabras «Las chicas y laciudad» aparecieron sobre unhermoso plano nocturno de la ciudadde Dublín, y Holly se puso nerviosa.El título destacaba sobre un fondonegro que fundió a un plano de

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Sharon, Denise, Abbey y Ciarahacinadas en el asiento trasero de untaxi. Sharon estaba hablando:

«¡Hola! Soy Sharon y éstas sonAbbey, Denise y Ciara.»

Las chicas posaban por turnospara sus respectivos planos cortos depresentación.

«Vamos a casa de nuestra mejoramiga, Holly, porque hoy es sucumpleaños…»

La escena cambiaba a la de laschicas sorprendiendo a Holly congritos de «feliz cumpleaños» en lapuerta delantera de su casa. Luegovolvía a salir Sharon en el taxi.

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«Esta noche es nuestra noche ysaldremos SIN hombres…»

La escena siguiente mostraba aHolly abriendo los regalos yenseñando el vibrador a la cámara algrito de: «¡Bueno, está claro que voya necesitar esto!» Luego volvía aSharon en el taxi diciendo:

«Vamos a beber hasta perder elsentido…»

Ahora Holly estaba abriendo elchampán, luego las chicas bebíanchupitos en el Boudoir y finalmentesalía Holly con la diadema torcida enla cabeza, bebiendo directamente deuna botella de champán con una

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pajita.«Vamos a ir de bares…»Entonces venía un plano de las

chicas en Boudoir contoneándose deforma un tanto vergonzosa en la pistade baile. A continuación aparecíaSharon hablando sinceramente.

«¡Pero sin pasarnos de la raya!¡Esta noche nos portaremos bien!»

En la escena siguiente aparecíanprotestando enloquecidas, mientrastres gorilas las acompañaban hasta lasalida del club.

Holly miró asombrada a Sharon,que parecía tan sorprendida comoella. Los hombres se desternillaban

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de risa y daban palmadas a loshombros a Declan, felicitándolo porponer en evidencia a sus compañeras.Holly, Sharon, Denise, Abbey yhasta Ciara se hundieronmortificadas en sus asientos.

¿Qué demonios había hechoDeclan?

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1818

Reinaba un silencio absoluto en elclub mientras todos los presentesmiraban fijamente la pantalla conexpectación. Holly aguantaba larespiración, nerviosa al pensar en loque iba a aparecer a continuación.Quizá les recordaría a las chicas conexactitud lo que todas ellas habíanconseguido olvidar tanconvenientemente acerca de aquellanoche. La verdad la aterrorizaba. Alfin y al cabo, se habíanemborrachado hasta el punto deolvidar por completo los

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acontecimientos de la velada. A noser que alguien estuviera mintiendo,en cuyo caso aún deberían estar másnerviosas. Holly echó un vistazo a laschicas. Todas se estaban mordiendolas uñas. Holly cruzó los dedos.

Un nuevo título apareció enpantalla: «Los regalos».

«Abre el mío primero», vociferóCiara desde el televisor, entregandosu regalo a Holly y erfipujando aSharon en el sofá hasta tirarla alsuelo. En el club todos se echaron areír al ver a Abbey arrastrando a unahorrorizada Sharon por los pies.Ciara se apartó de Daniel y fue a

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reunirse con el resto de las chicas enbusca de seguridad. Todos soltaronexclamaciones mientras los regalosde Holly iban apareciendo uno trasotro. A Holly se le hizo un nudo enla garganta cuando la cámara realizóun zoom sobre las dos fotografíasencima en la repisa de la chimeneamientras hacían el brindis de Sharon.

De pronto un nuevo título ocupóla pantalla, «Viaje a la ciudad», yaparecieron las chicas peleando parasubir al taxi de siete plazas. Eraevidente que ya iban muy entonadas.Holly quedó impresionada, puescreía que en esa etapa aún estaban

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bastante sobrias.—«Oh, John —se lamentaba

Holly al taxista, arrastrando laspalabras—. Hoy cumplo treinta años.¿Puedes creerlo?»

John el taxista, a quien no podíaimportarle menos la edad quetuviera, le echó un vistazo y rió.

«Te aseguro que sigues siendouna muchachita, Holly», dijo convoz grave y seria. La cámara seaproximó al rostro de Holly, y ésta seencogió al verse a sí misma en lapantalla. Parecía muy borracha ytriste.

«Pero ¿qué voy a hacer, John? —

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insistió Holly—. ¡Cumplo treintaaños! ¡No tengo trabajo ni marido nihijos y cumplo treinta años! ¿Ya telo había dicho?», preguntó,inclinándose hacia él. Detrás de ellaSharon soltó una carcajada. Holly ledio un golpe.

De fondo se oía a las chicashablar a la vez, muy excitadas. Enrealidad ninguna parecía escuchar alas demás; costaba seguir el hilo dealguna conversación coherente.

«Venga, pásalo bien esta noche,Holly. No te dejes atrapar poremociones tontas el día de tucumpleaños. Preocúpate de toda esa

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mierda mañana, encanto.» Johnparecía tan atento que Holly tomónota de llamarlo para darle lasgracias.

La cámara se quedó con Hollymientras ésta apoyaba la cabezacontra la ventanilla y guardabasilencio, sumida en sus pensamientosdurante el resto del viaje. No le gustóverse así. Avergonzada, echó unvistazo a la sala y se cruzó con lamirada de Daniel, que le hizo unguiño de aliento. Se dijo que todosdebían de estar pensando lo mismo.Le sonrió débilmente y se volvió denuevo hacia la pantalla, justo a

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tiempo para verse gritando a lasdemás en O'Connell Street.

«Muy bien, chicas. Esta nochevamos a ir a Boudoir y nadie va aimpedirnos entrar, sobre todo ningúnestúpido gorila que se crea el amo dellugar.» Y se dirigió resueltamentehacia la entrada, en aquel momentopensando que en línea recta. Lasdemás aclamaron la decisión y fuerontras ella.

La escena siguiente mostraba alos dos gorilas que custodiaban lapuerta del Boudoir negando con lacabeza.

«Esta noche, no, chicas. Lo

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siento», dijo uno de los tipos, quelucía bigote.

La familia de Holly no podíaparar de reír.

«Pero es que no lo entienden —dijo Denise con voz serena—. ¿Sabenquiénes somos?»

«No», contestaron ambosporteros y miraron por encima de suscabezas, ignorándolas.

«¡Vaya! —Denise puso los brazosen jarras y señaló a Holly—. Puesella es la archiconocida y famosa…princesa Holly, de la casa real de…Finlandia.» Holly puso ceño aDenise y miró a la cámara. Su

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familia volvió a estallar encarcajadas.

—Imposible escribir un guiónmejor que esto —dijo Declan entrerisas. «Oh, ¿pertenece a la realeza?»El portero con bigote sonrió consuficiencia. «Por supuesto», aseguróDenise muy seria.

«¿Finlandia tiene familia real,Paul?», preguntó el Bigotes a Paul.«Creo que no, jefe», fue la respuestade Paul.

Holly se ajustó la diadematorcida en la cabeza y los saludó conun gesto mayestático.

«¿Lo ven? —dijo Denise,

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satisfecha—. Van a encontrarse enuna situación muy embarazosa si nola dejan entrar.»

«Suponiendo que la dejemosentrar, usted tendrá que aguardarfuera», dijo el Bigotes mientras hacíauna seña a la gente que tenían detráspara que entrara en el club. Holly lesrepitió el saludo.

«Ah, no, no, no, no. —Denise rió,y luego agregó—: No lo entienden.Yo soy su… dama de honor, de modoque no puedo separarme de ella ni uninstante.»

«En ese caso no le importaráhacerle el honor de aguardar a que

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salga cuando llegue la hora decierre», dijo Paul con una sonrisasocarrona.

Tom, Jack y John se echaron areír, mientras que Denise se hundióaún más en el asiento.

Finalmente Holly habló.«Oh, nos debemos tomar una

copa. Nos estamos espantosamentesedienta.» Paul y el Bigotes bufarony procuraron reprimir la risamientras seguían mirando porencima de las cabezas de las chicas.

«No, de verdad, chicas. Estanoche no, hay que ser miembro.»

«¡Pero yo soy miembro de la

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familia real! —exclamó Holly conseveridad—. ¡Que os corten lacabeza!», ordenó señalándolos.

Denise se apresuró a bajar por lafuerza el brazo de Holly.

«Caballeros, ahora en serio, laprincesa y yo no vamos a causarlesningún problema, sólo pretendemostomar unas copas», suplicó.

El Bigotes las miró y luegolevantó la vista al cielo. «De acuerdo,adelante», dijo haciéndose a un lado.«Dios le bendiga», dijo Holly,haciéndole la señal de la cruz alpasar.

«¿En qué quedamos, es princesa o

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sacerdote?», ironizó Paul mientrasHolly entraba en el club.

«Está como una cuba —añadió elBigotes—, pero es la mejor excusaque he oído desde que me dedico aesto.» Y ambos rieron por lo bajo.Recobraron la compostura en cuantoCiara y su corte se aproximaron a lapuerta.

«¿Hay algún inconveniente enque mi equipo de rodaje entreconmigo?», preguntó Ciara con unlogradísimo acento australiano.

«Espere un momento. Tengo queconsultarlo con el encargado. —Paulse volvió y habló por el walkie—

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talkie—. No hay problema,adelante», dijo, sosteniendo la puertaabierta para que pasara.

«Es esa cantante australiana,¿verdad?», dijo el Bigotes a Paul. «Sí.Me gusta esa canción.»

«Di a los chicos de dentro que nopierdan de vista a la princesa y sudama —dijo el Bigotes—. Noqueremos que molesten a la cantantede pelo rosa.» El padre de Holly porpoco se atragantó con su bebida alecharse a reír y Elizabeth le frotó laespalda, incapaz de contenerse a suvez.

Mientras Holly observaba la

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imagen del interior de Boudoir en lapantalla recordó que el club la habíadecepcionado. Aquel espacio míticosiempre había estado rodeado demisterio. Las chicas habían leído enuna revista que había un montajeacuático al que Madonna habíasaltado una noche. Holly se habíaimaginado una enorme catarata quecaía por la pared del club y queseguía fluyendo en pequeñosriachuelos burbujeantes por todo ellocal, a cuyas orillas se sentabanfascinantes personajes que de vez encuando sumergían su copa en lacorriente para llenarla con más

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champán. Pero en vez de su cascadade champán, Holly se encontró conuna gigantesca pecera presidiendo labarra circular y no entendió a quévenía aquello. Sus sueños se hicieronpedazos. La sala tampoco era tangrande como había pensado, y estabadecorada con opulentos rojos ydorados. En el extremo opuesto a laentrada había una enorme cortinadorada que dividía el local y queestaba protegida por otro gorila deaspecto amenazador.

En la parte más alta la principalatracción consistía en una gran camade matrimonio dispuesta encima de

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una plataforma inclinada hacia elresto del club. Sobre las sábanasdoradas de seda había dos modelosmuy flacas con el cuerpoembadurnado de pintura dorada yunos tangas minúsculos tambiéndorados. El efecto general era másbien chabacano.

«¡Mira el tamaño de esos tangas!—exclamó Denise, indignada—. Latirita que llevo en el meñique es másgrande.»

junto a ella en el Club Diva, Tomrió entre dientes y comenzó amordisquear el meñique de Denise.Holly apartó la vista y volvió a mirar

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hacia la pantalla.«Buenas noches y bienvenidos al

informativo de las doce, soy SharonMcCarthy.»

Sharon estaba delante de lacámara agarrando una botella a modode micrófono y Declan había situadola cámara de modo que en elencuadre apareciera el locutor deinformativos más famoso de Irlanda.

«En el día del cumpleaños de laprincesa Holly de Finlandia, sualteza y su dama de honor finalmentehan conseguido que les franquearanel acceso al famoso nido decelebridades Boudoir. Entre los

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asistentes también está presenteCiara, la estrella emergente del rockaustraliano, con su equipo de rodajey… —Se llevó un dedo a la orejacomo si estuviera recibiendo másinformación—. Tenemos una noticiade última hora. Al parecer el locutorde informativos favorito de Irlanda,Tony Walsh, ha sido visto sonriendohace unos instantes. Tengo aquí a milado a una de las testigos del hecho.Bienvenida, Denise. —Denise posóseductoramente ante la cámara—.Cuéntanos, Denise, ¿dónde estabascuando ese suceso se ha producido?»

«Bueno, estaba justo allí, al lado

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de su mesa cuando he visto quesucedía.» Denise metió los mofletesy sonrió a la cámara.

«¿Puedes explicarnos loocurrido?»

«Bueno, yo estaba de pie allíenfrascada en mis cosas, cuando elseñor Walsh ha tomado un sorbo desu bebida y poco después hasonreído.» «Caramba, Denise, ésta síque es una noticia fascinante. ¿Estássegura de que ha sido una sonrisa?»

«Bueno, podría ser que tuvieragases e hiciera una mueca, pero lagente que había alrededor tambiénha pensado que era una sonrisa.»

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«¿Entonces ha habido más testigospresenciales?»

«Sí, la princesa Holly estaba a milado y lo ha visto todo.»

La cámara hacía una panorámicahasta Holly, que bebía de unabotella de champán con una pajita.

«Dinos, Holly, ¿fueron gases ouna sonrisa?»

Holly se mostró confusa y pusolos ojos en blanco. Luego dijo: «Oh,gases… Lo siento, creo que es culpade este champán.»

El Club Diva se llenó decarcajadas. Como de costumbre Jackfue el que rió más fuerte. Holly

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escondió el rostro, avergonzada.«Muy bien, pues… —dijo Sharon,

procurando no reír—. Hasta aquínuestra primicia. La noche en que elpresentador más adusto de Irlandafue visto sonriendo. Devolvemos laconexión a nuestros estudios.»

La sonrisa de Sharon sedesvaneció cuando ésta levantó lavista y vio a Tony Walsh de pie a sulado y, cosa nada sorprendente, sinasomo de sonrisa en los labios.

Sharon tragó saliva, dijo «buenasnoches» y la cámara se desconectó.Todos los presentes en el club reíancon ganas, incluidas las chicas. Por su

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parte, a Holly aquello le resultabatan ridículo que tampoco pudo evitarreír.

La cámara volvió a la vida, estavez enfocando el espejo del lavabo deseñoras. Decían filmaba desde fuera através de una ranura en la puerta ylos reflejos de Sharon y Denise seveían claramente.

«¡Sólo estaba bromeando!»,vociferaba Sharon mientras sepintaba los labios.

«Olvídate ya de ese canalla,Sharon. Lo único que pasa es que noquiere una cámara delante de su caratoda la noche, y menos aún en su día

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libre. La verdad es que yo lecomprendo.»

«O sea que estás de su parte»,dijo Sharon, contrariada. «Ah, cierrael pico, puta vieja llorona», le espetóDenise. «¿Dónde está Holly?»,preguntó Sharon, cambiando detema.

«No lo sé, la última vez que la hevisto estaba bailando en la pista»,dijo Denise. Se miraron la una a laotra y rompieron a reír.

«Ay… nuestra Disco Diva.Pobrecilla… —dijo Sharon contristeza—. Espero que esta nocheencuentre a un tío guapísimo y se

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pegue el lote.»«Sí —convino Denise—. Vamos,

vayamos a buscarle un hombre»,sugirió, guardando el maquillaje enel bolso.

Justo después de que las chicassalieran del lavabo, se oyó quealguien tiraba de la cadena en unretrete. La puerta se abrió y salióHolly. Su amplia sonrisa sedesvaneció al ver su rostro en lapantalla. A través de la rendija de lapuerta se veía su reflejo en el espejo,los ojos enrojecidos de llorar. Se sonóy, con aire abatido, se miró fijamenteal espejo durante un rato. Luego

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respiró hondo, abrió la puerta y bajópor la escalera en pos de sus amigas.Holly no recordaba haber lloradoaquella noche; de hecho, creía quehabía superado la velada bastantebien. Se frotó la cara, preocupadapor si a continuación iban a salirotras cosas que tampoco recordara.

Finalmente la escena cambió yaparecieron las palabras «OperaciónCortina Dorada».

—¡Oh, Dios mío! ¡Declan, eres uncabrón! —gritó Denise al ver el títuloen la pantalla, y salió disparada haciael lavabo.

Obviamente acababa de acordarse

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de algo. Decían rió entre dientes yencendió un cigarrillo.

«Muy bien, chicas —estabaanunciando Denise—. Ha llegado lahora de la Operación CortinaDorada.»

«¿Cómo?», musitaron Sharon yHolly, medio groguis, desde el sofáen el que se habían desplomadosumidas en un sopor etílico.

«¡Operación Cortina Dorada! —exclamó Denise con entusiasmo,intentando ponerlas de pie—. ¡Eshora de infiltrarse en el bar VIP !»

«¿Quieres decir que éste no loes?», preguntó Sharon

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sarcásticamente, echando un vistazoal club.

«¡No! ¡Allí es donde van losverdaderos famosos!», explicó Deniseexcitada, señalando hacia la cortinadorada que custodiaba quienprobablemente fuese el hombre másalto y fornido del planeta.

«Me importa un bledo dónde semetan los famosos, la verdad, Denise—soltó Holly—. Aquí estoy la marde bien.» Y se acurrucó en elcómodo sofá.

Denise resopló y puso los ojos enblanco.

«¡Chicas! Abbey y Ciara están

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ahí dentro. ¿Por qué nosotras no?»Jack miró con curiosidad a su

novia. Abbey se encogió un poco dehombros y se tapó el rostro con lamano. Nada de aquello estabadespertando los recuerdos de nadiesalvo los de Denise, que se habíaescabullido de la habitación. Derepente Jack dejó de sonreír, se cruzóde brazos y se hundió en el asiento.Al parecer no tenía inconveniente enque su hermana hiciera locuras, perocuando se trataba de su novia lascosas cambiaban. Jack apoyó los piesen la silla de delante y guardósilencio hasta el final del

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documental.En cuanto Sharon y Holly se

enteraron de que Abbey y Ciaraestaban en el bar VIP , seincorporaron y escucharonatentamente el plan de Denise.«¡Muy bien, chicas, esto es lo quevamos a hacer!»

Holly apartó la vista de lapantalla y dio un ligero codazo aSharon. Holly no recordaba haberdicho y hecho ninguna de aquellascosas. Comenzaba a sospechar queDeclan había contratado a unasactrices, que eran prácticamente susdobles, para gastarles una broma

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espantosa. Preocupada, Sharon sevolvió hacia ella abriendodesorbitadamente los ojos y seencogió de hombros. No, ellatampoco había estado allí la noche deautos. La cámara siguió a las treschicas mientras éstas se aproximabande un modo muy sospechoso a lacortina dorada y merodeaban delantede ella como unas idiotas. Sharon porfin se armó de valor para llamar laatención del gigantón dándole unapalmadita en el hombro,consiguiendo así que se volviera ydiera a Denise el tiempo suficientepara escapar por debajo de la cortina.

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Luego se puso a gatas y asomó lacabeza al bar VIP , mientras el traseroy las piernas sobresalían por el otrolado de la cortina.

Holly le dio una patada en elculo para que se apresurara.

«¡Ya las veo! —dijo Denise entredientes en voz muy alta—. ¡Oh, Diosmío! ¡Están hablando con ese actor deHollywood!»

Volvió a sacar la cabeza dedebajo de la cortina y miró a Hollyentusiasmada. Por desgracia, Sharonya no sabía qué más decirle al gorilagigante y éste se volvió justo atiempo para atrapar a Denise.

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«¡No, no, no, no, no! —dijoDenise con suma calma una vez más—. ¡No lo entiende! ¡Ella es laprincesa Holly de Suecia!»

«Finlandia», la corrigió Sharon.«Perdón, de Finlandia—dijo

Denise, aún de rodillas—. Estoyhaciéndole una reverencia. ¡Usteddebería hacer lo mismo!»

Sharon también se arrodilló yambas se pusieron a adorar los pies deHolly. Ésta miraba incómodaalrededor, ya que el club enteroestaba pendiente de ella y, una vezmás, dedicó a su público un saludomayestático. Nadie dio muestras de

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impresionarse.—¡Oh, Holly! —exclamó su

madre, tratando de recobrar elaliento después de tanto reír.

El fornido gorila se volvió y hablópor el walkie—talkie. «Chicos,tenemos un problema con la princesay la dama.»

Presa de pánico, Denise miró asus amigas y movió los labiosdiciendo «escondeos». Las chicas sepusieron de pie y huyeron. Lacámara las buscó entre laconcurrencia, pero no dio con ellas.

En su asiento en el Club Diva,Holly se llevó las manos a la cabeza

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cuando por Fin recordó lo que estabaa punto de ocurrir.

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1919

Paul y el Bigotes corrieron escalerasarriba hasta el club y se reunieroncon el gorila gigante delante de lacortina dorada.

«¿Qué está pasando?», preguntóel Bigotes.

«Esas chicas que me dijiste quevigilara han intentado colarse a gatasal otro lado», dijo el hombretón muyserio. Bastaba verle para adivinar quesu empleo anterior conllevaba elasesinato de personas que intentabancolarse a gatas al otro lado. Se estabatomando muy en serio aquel

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atentado contra la seguridad dellocal.

«Dónde están?», preguntó elBigotes. El gigantón carraspeó yapartó la vista. «Se han escondido,jefe.»

El Bigotes puso los ojos enblanco. «¿Se han escondido?»

«Sí, jefe.»«¿Dónde? ¿En el club?» «Creo

que sí, jefe.» «¿Crees que sí?»«Bueno, no nos hemos cruzado

con ellas al entrar, así que todavíatienen que estar aquí», terció Paul.

«Muy bien. —El Bigotes suspiró—. Pues empecemos a buscarlas. Que

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alguien se quede aquí y no le quiteojo a la cortina.»

La cámara seguía en secreto a lostres gorilas mientras éstospatrullaban el club, mirando detrásde los sofás, debajo de las mesas ydetrás de las cortinas. Hasta enviarona alguien a inspeccionar el lavabo. Lafamilia de Holly se desternillaba derisa ante la escena que se desarrollabaen la pantalla.

Se produjo cierto revuelo en laparte alta del club y los gorilas seencaminaron hacia allí para ver quéocurría. Estaba empezando aformarse un corro. Las dos bailarinas

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cubiertas de pintura dorada habíandejado de bailar y miraban la camacon cara de horror. La cámara hizouna panorámica hasta la cama dematrimonio inclinada para que seviera mejor. Bajo las sábanas doradasde seda parecía que hubiera trescerdos en plena pelea. Sharon,Denise y Holly se revolcaban entrechillidos intentando ponerse tanplanas como podían para pasarinadvertidas. El gentío se agolpó anteel lecho y, en un momento dado, dejóde sonar música. Los tres bultos de lacama dejaron de retorcerse y sequedaron inmóviles, sin saber qué

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estaba sucediendo fuera.Los gorilas contaron hasta tres y

retiraron el cobertor de la cama. Tresmuchachas muy asustadas, queparecían ciervos sorprendidos por losfaros de un coche, los mirabanfijamente tendidas boca arriba, losbrazos pegados al cuerpo.

«Nos teníamos que lograrcuarenta guiños antes demarcharnos», dijo Holly con suacento mayestático, y las otras dos seecharon a reír.

«Vamos, princesa, se acabó ladiversión», dijo Paul.

Los tres hombres acompañaron a

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las chicas hasta la salida y lesaseguraron que nunca más volveríana poner los pies en el club.

«¿Puedo decir a mis amigas quenos marchamos?», preguntó Sharon.Los hombres chasquearon la lengua ydesviaron la mirada.

«Disculpe. ¿Estoy hablando sola?Le he preguntado si puedo ir a decira mis amigas que tenemos queirnos.»

«Mirad, basta de juegos, chicas—dijo el Bigotes, enojado—.Vuestras amigas no están aquí. Asíque ahora largo, ya es hora de irse ala cama.» «Perdone —insistió Sharon

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—, tengo dos amigas en el bar VIP

Una de ellas lleva el pelo rosa y laotra…»

«Chicas! —advirtió el Bigotes,alzando la voz—. No quiere quenadie la moleste. Es tan amigavuestra como el primer hombre quefue a la Luna. Y ahora largo de aquí,antes de que os metáis en másproblemas.»

En el club todos aullaban de risa.La escena cambió a «El largo

regreso a casa», en la que las chicasaparecían a bordo de un taxi. Abbeyiba sentada como un perro, sacandola cabeza por la ventanilla abierta

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por orden del taxista.«No vas a vomitar en mi taxi. O

sacas la cabeza por la ventanilla ovuelves a casa caminando.»

El rostro de Abbey estabaamoratado y le castañeteaban losdientes, pero no iba a caminar todo eltrayecto hasta su casa. Cíara, cruzadade brazos y en silencio, estabaenojada con las chicas por haberlaobligado a marcharse del club tantemprano, pero sobre todo porhaberla puesto en evidencia aldesmontarle la farsa de ser unafamosa cantante de rock. Sharon yDenise se habían dormido y

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apoyaban la cabeza la una en la otra.La cámara volvió a enfocar a

Holly, que ocupaba de nuevo elasiento del pasajero, sólo que esta vezno estaba taladrándole el oído altaxista. Apoyaba la cabeza en elrespaldo del asiento y mirabafijamente al frente hacia la nocheoscura. Holly supo lo que estabapensando cuando se vio a sí misma enla imagen. Había llegado la hora deregresar sola una vez más a aquellacasa grande y vacía.

«Feliz cumpleaños, Holly», dijoAbbey con un hilo de voztemblorosa. Holly se volvió para

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sonreírle y quedó de cara a la cámara.«¿Todavía estás filmando con esa

cosa? íApágala!»Y dio un manotazo a la cámara,

que cayó de las manos de Declan.Fin.Mientras Daniel iba a encender

las luces del club, Holly se escabullórápidamente del grupo y huyó por laprimera puerta que encontró.Necesitaba ordenar sus ideas antes deque todos comenzaran a hablar deldocumental. Se encontró en unalmacén diminuto rodeada defregonas, cubos y barriles de cervezavacíos. «Qué sitio tan estúpido para

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esconderse», pensó. Se sentó en unbarril y meditó sobre lo que acababade ver. Estaba conmocionada. Sesentía confusa y enojada con Declan.Éste le había dicho que estabahaciendo un documental sobre lavida nocturna. Recordabaperfectamente que no habíamencionado nada de hacer unprograma sobre ella y sus amigas. Sinembargo las había convertidoliteralmente en un espectáculo. Sihubiera pedido permisoeducadamente para hacerlo hubiesesido distinto. Aunque lo cierto es queno lo habría autorizado.

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No obstante, lo último quedeseaba en ese momento era gritarlea Declan delante de los demás.Aparte del hecho de que eldocumental la había humillado porcompleto, lo cierto era que Declan lohabía filmado y editado muy bien. Sihubiese aparecido en pantallacualquier otra persona que no fueseella, Holly lo habría consideradomerecedor del premio. Pero era ella,de modo que no merecía ganar…Debía admitir que algunas parteseran divertidas, y no le importabantanto los planos en los que ella y susamigas hacían tonterías, cuanto los

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taimados fragmentos que mostrabansu desdicha.

Gruesas lágrimas saladas lerodaban por las mejillas y se abrazó así misma para consolarse. Latelevisión le había mostrado cómo sesentía en realidad. Perdida y sola.Lloró por Gerry, lloró por ella mismacon sollozos convulsivos que lehacían daño en las costillas cada vezque intentaba recobrar el aliento. Noquería seguir estando sola, nitampoco que su familia viera lomucho que le costaba disimular. Sóloquería que Gerry volviera, lo demásle traía sin cuidado. No le importaba

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que si regresaba discutieran cada día,no le importaba si se quedaban sinblanca y no tenían ni casa. Sólo lequería a él. Oyó que la puerta seabría detrás de ella y notó que unosbrazos grandes y fuertes rodeaban sucuerpo frágil. Lloródesconsoladamente, liberando degolpe la angustia acumulada durantemeses.

—¿Qué le pasa? ¿No le hagustado? —oyó que Declanpreguntaba, preocupado.

—Déjala tranquila, hijo —susurrósu madre, y la puerta se cerró detrásde ellos mientras Daniel le acariciaba

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el pelo y la mecía tiernamente.Finalmente, tras llorar lo que le

parecieron todas las lágrimas delmundo, Holly se serenó y se soltó deDaniel.

—Perdona —dijo secándose lacara con las mangas del top.

—No hay nada que perdonar —contestó Daniel, apartándole condelicadeza la mano de la cara ydándole un pañuelo.

Holly se sentó en silencio,procurando recobrar la compostura.

—Si estás disgustada por eldocumental, conste que no tienesmotivo —dijo Daniel, sentándose en

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una caja de vasos delante de ella.—Sí, ya—replicó Holly con

sarcasmo, volviendo a enjugarse laslágrimas.

—Hablo en serio—dijo Danielsinceramente—. A mí me ha parecidomuy divertido. Todas dais laimpresión de estar pasándolo bomba.—Le sonrió.

—Lástima que en mi caso nofuese así —respondió Holly con vozqueda.

—Es posible, Holly, pero lacámara no capta sentimientos.

—No tienes por qué intentar queme sienta mejor —dijo Holly,

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avergonzada de que estuvieraconsolándola un desconocido.

—No estoy intentando que tesientas mejor, sólo digo cómo son lascosas. Nadie más que tú se ha dadocuenta de lo que te ha disgustado. Yono he visto nada, así que ¿por quéiban a verlo los demás?

Holly se sintió un poco mejor. —¿Estás seguro?

—Claro que sí —dijo Daniel,sonriendo—. Venga, deja ya deesconderte en las habitaciones de miclub o me lo tomaré como algopersonal —agregó, y se echó a reír.

—¿Están bien las chicas?—

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preguntó Holly, confiando en ser laúnica que estuviera portándose comouna tonta. Fuera se oyeron risas.

—Están bien, como puedes oír —dijo Daniel, señalando hacia lapuerta con la cabeza—. Ciara estáencantada porque toda Irlandapensará que es una estrella, Denisepor fin ha salido del baño y Sharonno puede parar de reír. Aunque Jackse las está haciendo pasar canutas aAbbey por el episodio de los vómitosmientras regresabais a casa.

Al oírlo Holly esbozó unasonrisa.

—Como ves, nadie se ha fijado en

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lo que tú has visto.—Gracias, Daniel. —Holly

suspiró y volvió a sonreír.—¿Estás lista para enfrentarte a

tu público? —preguntó Daniel.—Creo que sí.Holly salió a la sala donde

resonaban las risas. Las luces estabanencendidas y todos se hallabansentados alrededor de una mesa,contándose bromas y chistes. Hollyse sumó a ellos sentándose al lado desu madre, que la rodeó con un brazoy la besó en la mejilla.

—Bueno, creo que ha sidofantástico —anunció Jack,

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entusiasmado—. Si consiguiéramosque Declan acompañara a las chicascada vez que salen solas, al menossabríamos qué travesuras hacen, ¿eh,John? —Guiñó un ojo al marido deSharon.

—Oye, puedo aseguraros que loque habéis visto no es una denuestras salidas típicas —aclaróAbbey.

Los chicos no se lo tragaron.—¿Entonces está todo bien? —

preguntó Declan a Holly, temerosode haber ofendido a su hermana.

Holly lo fulminó con la mirada.—Creí que te gustaría, Hol —dijo

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Declan, preocupado.—Quizá me habría gustado si

hubiese sabido lo que estabashaciendo —le espetó Holly.

—Pero quería que fuese unasorpresa —explicó Declan consinceridad.

—Odio las sorpresas —replicóHolly frotándose los ojos irritados.

—Que te sirva de lección, hijo —advirtió Frank a su hijo—. Nodeberías ir por ahí filmando a lagente sin que sepa lo que estáshaciendo. Es ilegal. Apuesto a que eljurado que le dio el premio no losabía —intervino Elizabeth.

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—No irás a contárselo, ¿verdad,Holly? —preguntó Declan coninquietud.

—No si te portas bien conmigodurante los próximos meses —dijoHolly, enroscándose maliciosamenteun mechón de pelo con el dedo.Declan hizo una mueca. Estabaatrapado y lo sabía.

—Por descontado —aseguró éstecon retintín.

—Si quieres que te diga laverdad, Holly, tengo que reconocerque me ha parecido muy divertido —dijo Sharon, sonriendo—. Tú y tuOperación Cortina Dorada… —

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Golpeó en broma a Denise en lapierna.

Denise puso los ojos en blanco yluego sentenció:

—Ah, una cosa sí que os digo, yes que nunca más volveré a beber.Todo el mundo rió y Tom le rodeólos hombros con el brazo. —¿Quépasa? —dijo inocentemente—. Habloen serio.

—Por cierto, ¿a alguien leapetece beber algo? —Daniel selevantó de la silla—¿Jack?

—Sí, una Budweiser, gracias.—¿Abbey?—Mmm… vino blanco, por favor

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—contestó educadamente.—¿Frank?—Una Guinness, gracias, Daniel.—Para mí lo mismo —dijo Johrn.—¿Sharon?—Sólo una Coca—Cola, por

favor. Holly, ¿tú también quieres? —dijo mirando a su amiga. Hollyasintió con la cabeza.

—¿Tom?—JD y Coca—Cola, por favor.—Yo también —dijo Declan.—¿Denise? —Daniel procuró

disimular su sonrisa.—Yo… tomaré… un gin tonic, por

favor.

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Una vez más, todos se echaron areír.

—¿Qué pasa? —Se encogió dehombros como si no le importara—.Una copa tampoco va a matarme…

Holly estaba en la cocinaarremangada hasta los codos fregandolos cacharros cuando oyó una vozfamiliar.

—Hola, cariño.Levantó la vista y lo vio de pie en

el umbral de la puerta del patio.—Hola. —Le sonrió.—¿Me echas de menos?—Por supuesto.—¿Ya has encontrado a ese nuevo

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marido?—Pues claro, está arriba

durmiendo. —Holly rió secándose lasmanos. Gerry negó con la cabeza ychasqueó la lengua.

—¿Subo y lo asfixio por dormiren nuestra cama?

—Hombre, podrías concederleuna hora más —bromeó Holly,consultando el reloj de pulsera—.Necesita descansar.

Gerry parecía contento, pensóHolly, con la cara recién lavada y tanguapo como lo recordaba. Llevabapuesta su camiseta azul favorita, unaque ella misma le había regalado una

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Navidad. Sus grandes ojos castaños lacontemplaban a través de sus largaspestañas.

—¿Vas a entrar? —preguntóHolly, sonriendo.

—No, sólo quería asomarme paraver cómo estabas. ¿Va todo bien?Gerry se apoyó contra el umbral conlas manos en los bolsillos.

—Así, así —dijo Holly, moviendolas manos en el aire—. Podría irmejor. —Tengo entendido que ahoraeres una estrella de televisión —dijoGerry, esbozando una amplia sonrisa.

—Muy a mi pesar —respondióHolly.

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—Habrá un montón de hombresque caerán rendidos ante tusencantos —le aseguró Gerry.

—Que caigan rendidos está bien—convino Holly—. El problema esque ninguno hace diana —agregóseñalándose el corazón. Gerry rió—.Te echo de menos, Gerry.

—No ando muy lejos —susurró.—¿Vuelves a dejarme sola?—Por el momento.—Hasta pronto —se despidió

Holly, sonriendo. Gerry le guiñó elojo y desapareció.

Holly despertó con una sonrisaen los labios y la sensación de haber

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dormido varios días seguidos.—Buenos días, Gerry—dijo,

mirando hacia el techo. El teléfonosonó a su lado.

—¿Diga?—Oh, Dios mío, Holly. Echa un

vistazo a los diarios del fin de semana—dijo Sharon, horrorizada.

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2020

Holly saltó de inmediato de la cama,se puso un chándal y fue en cochehasta el quiosco más cercano. Alllegar, comenzó a hojear losperiódicos en busca de lo que habíahecho que Sharon pusiera el grito enel cielo. El hombre de detrás delmostrador tosió significativamente yHolly levantó la vista hacia él. —Esto no es una biblioteca, señorita.Si quiere leerlo, tiene que comprarlo—dijo el quiosquero, señalando eldiario con el mentón.

—Ya lo sé —replicó Holly,

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molesta por su grosería. La verdad,¿cómo demonios iba nadie a saberqué periódico quería comprar sitampoco sabía en cuál de ellosaparecía lo que uno estaba buscando?Terminó por coger un ejemplar decada uno de los diarios del expository tiró el montón sobre el mostrador,sonriendo con dulzura.

El hombre se quedó perplejo ycomenzó a pasarlos uno por uno porel escáner de la caja registradora.Detrás de Holly empezó a formarseuna cola. Holly contempló laselección de chocolatinas expuestadelante de ella y echó un vistazo

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alrededor para ver si alguien estabamirándola. Todo el mundo la estabamirando. Se volvió de nuevo hacia elmostrador. Finalmente levantó unbrazo y cogió dos tabletas dechocolate de tamaño extragrande delestante más cercano, pero como lascogió de la parte inferior del montón,el resto de las tabletas comenzó acaer al suelo. El adolescente quetenía detrás resopló y miró hacia otrolado mientras, ruborizándose, Hollyse agachaba y comenzaba arecogerlas. Habían caído tantas quetuvo que agacharse y levantarsevarias veces. La tienda estaba en

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silencio, aparte de algunos tosidosprocedentes de la impaciente colaque se había formado. Añadió ahurtadillas unos cuantos paquetes degolosinas a su montón.

—Para los críos —dijo en voz altaal quiosquero para que la gente de lacola también la oyera.

El quiosquero se limitó a gruñir ysiguió pasando artículos por elescáner. Entonces Holly recordó quenecesitaba leche, de modo que saliócorriendo de la cola hasta el otroextremo de la tienda para coger uncartón de leche de la nevera. Variasmujeres chasquearon la lengua

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mientras regresaba al principio de lacola, donde añadió la leche a sumontón. El quiosquero dejó de pasarartículos por el escáner para mirarla.Holly le sostuvo la mirada conexpresión confusa.

—¡Mark! —gritó el quiosquero.Un adolescente con la cara llena

de granos surgió de uno de lospasillos de la tienda con una pistolade etiquetar en la mano.

—¿Sí? —dijo malhumorado.—Abre la otra caja, ¿quieres,

hijo? Creo que aquí tenemos pararato. —Fulminó a Holly con lamirada y ella le hizo una mueca.

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Mark se encaminóparsimoniosamente hasta la segundacaja sin quitarle el ojo de encima aHolly. «¿Qué pasa? —se preguntóella a la defensiva—. No me culpespor tener que hacer tu trabajo.» Elchaval ocupó su puesto detrás de lacaja y toda la cola se desplazó deinmediato. Satisfecha de que ya nohubiera nadie observándola, Hollycogió unas cuantas bolsas de patatasfritas de debajo del mostrador y lasañadió a sus compras.

—Fiesta de cumpleaños —masculló.

En la otra cola el adolescente que

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iba detrás de Holly pidió un paquetede cigarrillos en voz baja.

—Tienes algún documento deidentidad? —le preguntó Mark envoz muy alta.

El adolescente miró alrededor,avergonzado. Al igual que él antes,Holly resopló y miró hacia otro lado.

—¿Algo más? —preguntó elquiosquero con sarcasmo.

—No, gracias, esto es todo —dijoHolly, apretando los dientes. Pagó enefectivo y se las vio y deseó parameter todo el cambio en elmonedero.

—Siguiente —dijo el quiosquero,

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señalando con el mentón al clienteque iba detrás de Holly.

—Hola, quisiera un paquete deBenson y…

—Disculpe —le interrumpióHolly—. ¿Podría darme una bolsa,por favor? —pidió eduéadamente,mirando el enorme montón decomestibles que había encima delmostrador.

—Espere un momento —respondió el quiosquero con acritud—. Antes atenderé a este caballero.Diga, señor, ¿cigarrillos, pues?

—Sí, por favor—respondió elcliente mirando a Holly con aire de

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disculpa. —Bien —dijo el quiosquero— ¿Qué me pedía?

—Una bolsa. —Holly apretó lamandíbula. —Son veinte céntimos,por favor.

Holly suspiró ostensiblemente yvolvió a abrir el bolso para buscar elmonedero. Otra vez se formó unacola a sus espaldas.

—Mark, vuelve a abrir la caja,¿quieres? —pidió el quiosqueroinsidioso. Holly sacó la moneda delmonedero, la puso en el mostradordando un golpe y comenzó a llenar labolsa con sus compras.

—Siguiente —dijo el quiosquero,

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mirando por encima del hombro deHolly. Ésta sintió que la presionabanpara que se apartara y terminó dellenar la bolsa precipitadamente.

—Aguardaré a que la señora hayaterminado —decidió el cliente muycortés. Holly le sonrió agradecida yse volvió para salir de la tienda. Sedirigió hacia la puerta refunfuñandopara sí misma hasta que Mark, elchico de la segunda caja, la asustó algritarle:

—¡Eh, te conozco! ¡Eres la chicade la tele!

Sorprendida, Holly se volvió y elasa de plástico se rompió por el peso

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de los periódicos. Todo el contenidode la bolsa se desparramó por elsuelo; las chocolatinas, los caramelosy las patatas salieron despedidos entodas direcciones.

El cliente simpático se arrodillópara ayudarla a recoger suspertenencias, mientras el resto de lospresentes observaba, divertidos y sepreguntaban quién era la chica de latele.

—Eres tú, ¿verdad? —El chavalrió. Holly le sonrió débilmente desdeel suelo. —¡Lo sabía! —Dio unapalmada, entusiasmado—. ¡Eresincreíble!

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Sí, Holly se sentía realmenteincreíble de rodillas en el suelo deuna tienda recogiendo tabletas dechocolate. Se sonrojó y carraspeónerviosamente. Luego dijo:

—Perdone… ¿podría darme otrabolsa, por favor?

—Sí, cuesta…—Ahí tiene —le interrumpió el

cliente simpático, dejando unamoneda de veinte céntimos sobre elmostrador. El quiosquero se mostróperplejo y continuó atendiendo a losdemás clientes.

—Me llamo Rob —dijo elhombre, ayudándola a meter la

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compra otra vez en la bolsa, y letendió la mano.

—Y yo Holly —contestó ella,estrechándole la mano, un tantoviolenta por su exceso de simpatía—.Y soy adicta al chocolate.

Rob se echó a reír.—Gracias por ayudarme erijo

Holly, poniéndose de pie.—De nada.Rob le abrió la puerta. Era

atractivo, pensó Holly, pocos añosmayor que ella y con un color de ojosrarísimo, una especie de gris verdoso.Holly entornó los ojos y lo miró conmás detenimiento.

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Rob carraspeó.Holly se ruborizó al darse cuenta

de que había estado observándolocomo una tonta. Fue hasta su coche ydejó la voluminosa bolsa en elasiento trasero. Rob acudió a suencuentro. A Holly el corazón le dioun brinco.

—Hola de nuevo —saludó Rob—.Verás, me preguntaba si… te gustaríair a tomar una copa. —Se echó a reír,mirando su reloj—. En realidad es unpoco temprano para eso, pero ¿quéme dices de un café?

Parecía muy seguro de sí mismo yse apoyó con total desenfado en el

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coche contiguo al de Holly. Llevabalas manos en los bolsillos con lospulgares por fuera y aquellosextraños ojos no dejaban de mirarla.Sin embargo, Holly no se sentíaincómoda. En realidad se comportabacon mucha serenidad, como si invitara una desconocida a tomar café fuesela cosa más natural del mundo. ¿Eraeso lo que la gente hacía en laactualidad?

—Bueno, yo… —musitó Holly,vacilante. ¿Qué mal podía hacerletomar un café con un hombre quehabía sido tan cortés con ella? Elhecho de que fuera guapísimo

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también ayudaba, claro, pero almargen de eso, lo cierto era queHolly ansiaba un poco de compañíay aquel hombre parecía una buenapersona con quien conversar. Sharony Denise estaban trabajando y ellano podía seguir llamando a su madrecontinuamente, ya que Elizabethtambién tenía cosas que hacer.Realmente necesitaba empezar aconocer gente nueva. Gerry habíaconocido a muchos de sus amigoscomunes en el trabajo y en otrasactividades sociales, pero una vez queél había fallecido, la mayoría de elloshabía dejado de frecuentar su casa.

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Al menos ahora sabía quiénes eransus verdaderos amigos.

Estaba a punto de aceptar lainvitación de Rob cuando éste reparóen el anillo de casada de Holly y susonrisa se desvaneció.

—Oh, perdona, ni me había dadocuenta…

Rob se apartó de ella con torpeza,como si Holly tuviera unaenfermedad contagiosa.

—De todos modos tengo prisa. —Sonrió con nerviosismo y se alejócalle abajo.

Holly se quedó mirándolo,atónita. ¿Había dicho algo

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inoportuno? ¿Había tardadodemasiado en decidirse? ¿Había rotouna de las reglas tácitas de este nuevojuego para conocer personas? Bajó lamirada a la mano que habíaprovocado la huida de Rob y laalianza le contestó con un destello.Suspiró y se frotó la cara con gestocansino.

En aquel momento el adolescentede la tienda pasó junto a ella con unapandilla de amigos y un cigarrillo enlos labios y le soltó un resoplido.Holly no podía ganar.

Cerró el coche dando un portazoy miró alrededor. No estaba de

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humor para ir a casa. Se habíahartado de mirar las paredes todo eldía y de hablar consigo misma. Sóloeran las diez de la mañana y el solbrillante templaba el aire. Al otrolado de la calle, en Greasy Spoon, lacafetería del barrio, estabanmontando la terraza. El estómago letembló. Un buen desayuno irlandésera exactamente lo que necesitaba.Sacó las gafas de sol de la guantera,cogió los periódicos con ambasmanos y cruzó la calleparsimoniosamente. Una señorarolliza estaba limpiando las mesas.Llevaba el pelo recogido en un moño

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grande y un impecable delantal acuadros rojos y blancos cubría elestampado de flores de su vestido.Holly tuvo la impresión de entrar enuna cocina campestre.

—Hacía tiempo que estas mesasno veían el sol —dijo la camareraalegremente cuando vio llegar aHolly.

—Sí, hace un día precioso —convino Holly, y ambas alzaron lamirada hacia el cielo azul. Resultabacurioso constatar hasta qué punto enIrlanda el buen tiempo se convertíasiempre en el tema de conversacióndel día. Era tan infrecuente que,

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cuando por fin llegaba, todo elmundo lo vivía como una bendición.

—¿Quieres sentarte aquí fuera,guapa?

—Pues sí, así lo aprovecharé almáximo. Dudo mucho que dure másde una hora. —Holly sonrió y tomóasiento.

—Deberías ser más positiva, chica—le aconsejó la camarera mientrasacababa su tarea—. Ya está, ahora tetraigo el menú —dijo, y se volviópara dirigirse al café.

—No, no hace falta—la avisóHolly, levantando la voz—. Ya séqué quiero. Tomaré el desayuno

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irlandés.—Muy bien, guapa. —La

camarera sonrió y pareciósorprenderse al ver el montón dediarios encima de la mesa—. ¿Estáspensando en abrir tu propio quiosco?—preguntó, y chasqueó la lengua.

Holly bajó la vista y rió al ver elArab Leader encima de la pila. Habíacogido todos y cada uno de losperiódicos sin fijarse en cuáles eran.Dudaba mucho que el Arab Leaderpublicara algún artículo sobre eldocumental.

—Bueno, si quieres que te diga laverdad, guapa —añadió la camarera,

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limpiando la mesa contigua a la deHolly—, nos harías un favor a todossi obligaras a cerrar a ese miserablecabrón.

Lanzó una mirada iracunda a latienda de la acera de enfrente. Hollyaún reía cuando la mujer entró en elcafé.

Holly se quedó un rato sin hacermás que ver la vida pasar. Leencantaba pescar retazos de lasconversaciones, era como husmear aescondidas en las vidas de los demás.Lo pasaba en grande imaginandocómo se ganaban la vida, adónde sedirigían tan apresurados, dónde

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vivían, si eran casados o solteros…Ella y Sharon compartían estaafición y les gustaba muchopracticarla en el Café Bewley's deGrafton Street, ya que era el mejorsitio para ver gente variopinta.

En esas ocasiones creabanpequeños guiones para matar el rato,aunque últimamente Holly quizásestaba empezando a hacerlo condemasiada frecuencia. Unademostración más de que tenía lamente absorta en las vidas ajenas envez de centrada en la suya. Porejemplo, la nueva historia que estabainventando sobre el hombre que en

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aquel momento se acercaba por laacera cogido de la mano de su esposa.Holly decidió que nadie sabía queera gay, y que el hombre que iba acruzarse con ellos era su amante.Observó sus rostros mientras seaproximaban, preguntándose si seatreverían a mirarse a los ojos.Hicieron mucho más que eso, y ellatuvo que reprimir la risa cuando lostres se detuvieron delante de su mesa.

—Disculpe. ¿Podrían decirmequé hora es? —preguntó el amante algay encubierto y su esposa.

—Sí, son las diez y cuarto —lecontestó el gay encubierto, mirando

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su reloj. —Muchas gracias —dijo elamante, tocándole el brazo antes deseguir su camino.

Para Holly, estaba más claro queel agua que aquellos hombres habíanempleado un código secreto paraacordar una cita. Siguió observando alos peatones, hasta que finalmente seaburrió y decidió vivir su propia vidapara variar.

Pasó las páginas de los tabloides yencontró un artículo breve en lasección de críticas que le llamó laatención:

LAS CHICAS Y LACIUDAD», GRAN ÉXITO DE

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AUDIENCIApor Tracey ColemanA todos aquellos de ustedes que

tuvieron la mala suerte de perderse eldesternillante documental detelevisión «Las chicas y la ciudad»emitido el miércoles pasado, les digo:no desesperen, pues no tardaremos envolver a tenerlo en nuestras pantallas.

Este divertidísimo documental,dirigido por el irlandés DeclanKennedy, sigue a cinco chicas deDublín que salen de copas en suciudad. Las chicas destapan elmisterioso mundo de la vida de losfamosos en Boudoir, el club de moda,

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y nos proporcionan treinta minutospara partirnos de risa. El programademostró ser un éxito cuando seemitió por primera vez en Channel 4el pasado miércoles, dado que losúltimos índices de audienciarevelaron que cuatro millones depersonas lo sintonizaron en el ReinoUnido. La próxima emisión será eldomingo a las once de la noche enChannel 4. Esto es televisión de labuena. ¡No se lo pierdan!

Holly procuró mantener la calmamientras leía el artículo. Sin duda,era una noticia magnífica paraDeclan, aunque desastrosa para ella.

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Bastante malo había sido ya queemitieran el documental una vez;sólo le faltaba que ahora lorepitieran. Desde luego se haríanecesario mantener una charla seriacon Declan. La otra noche, apenas lohabía reprendido porque lo vio muyentusiasmado y no quería montaruna escena, pero a estas alturas yatenía bastantes problemas entremanos como para encima tener quepreocuparse de aquello.

Siguió ojeando los diarios ycomprendió por qué se habíaalarmado tanto Sharon. Todos lostabloides sin excepción publicaban

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un artículo sobre el documental y enuno de ellos aparecía una fotografíade ellas tres unos años atrás. Cómo lahabían conseguido era un misterio.Gracias a Dios, los periódicos serioscontenían algunas noticiasimportantes, pues de lo contrarioHolly se habría preocupado por lamarcha del mundo. Sin embargo, noacababa de gustarle el uso depalabras como «enloquecidas» o«borrachas», ni tampoco laexplicación que daba un articulistasobre lo «bien dispuestas» queestaban. ¿Qué diablos insinuaba?

Por fin llegó el desayuno y Holly

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se quedó mirándolo, pasmada,preguntándose si sería capaz deengullir todo aquello.

—Con esto engordarás un poco,guapa —dijo la señora rolliza al dejarel plato en la mesa—. Te falta unpoco de carne en los huesos, estásdemasiado flacucha —le advirtióantes de retirarse caminando comoun pato.

Holly agradeció el cumplido.En el plato había salchichas,

tocino, huevos, patatas y cebollasdoradas en sartén, pudín, alubias,champiñones, tomates y cincotostadas. Abochornada, Holly miró

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alrededor, esperando que nadiepensara que era una glotona de tomoy lomo. Vío que el adolescente tanplasta se acercaba otra vez con supandilla de amigos, por lo que cogióel plato y entró a toda prisa en elcafé. No había tenido mucho apetitoúltimamente, pero por fin estabahambrienta y no iba a permitir queun adolescente estúpido y lleno degranos le arruinara el festín.

Debía de haber permanecido enla cafetería Greasy Spoon muchomás tiempo del que pensaba porquecuando llegó a casa de sus padres, enPortmarnock, ya eran casi las dos.

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Contra el pronóstico de Holly, eltiempo no había empeorado y el solseguía luciendo en lo alto del cieloazul. Contempló la atestada playa dedelante de la casa y le costódistinguir dónde acababa el mar ycomenzaba el cielo. Los autobusesdescargaban pasajeros sin cesar alotro lado de la calle y un agradablearoma a loción bronceadora flotabaen el aire. Por la zona de hierbavagaban pandillas de adolescentesprovistos de reproductores de CD aun volumen atronador con losúltimos éxitos. Los sonidos y losolores devolvieron a Holly los

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recuerdos felices de su infancia.Llamó al timbre por cuarta vez

sin que nadie le abriera. Sabía quehabía alguien en casa, puesto que lasventanas de los dormitorios de arribaestaban abiertas de par en par. Suspadres siempre las cerraban cuandosalían de casa, y más aún con unamultitud de desconocidosdeambulando por el vecindario.Avanzó por el césped hasta laventana del salón y pegó la cara alcristal para ver si había algún signode vida. justo cuando estaba a puntode darse por vencida y bajar a dar unpaseo por la playa oyó una discusión

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a gritos entre Declan y Ciara. –¡CIARA, ABRE LA MALDITA

PUERTA!—¡TE HE DICHO QUE NO!

¡ESTOY OCUPADA!Holly volvió a llamar al timbre

para añadir leña al fuego. —¡DECLAN! —Aquél fue un gritoespeluznante. —¡ÁBRELA TÚ,PEREZOSA!

—¡jA! ¿QUE YO SOYPEREZOSA? Holly sacó el móvil yllamó a la casa.

—¡CIARA, CONTESTA ALTELÉFONO! —¡NO!

—Oh, por el amor de Dios —rogó

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Holly en voz alta antes de colgar.Marcó el número del móvil deDeclan.

—¿Sí?—Declan, abre la maldita puerta

de una puta vez o la derribo de unapatada —ordenó Holly.

—Oh, lo siento, Holly, creía quehabía abierto Ciara —mintió.

Declan abrió la puerta encalzoncillos y Holly entró hecha unafuria. —¡Jesús! Espero que nomontéis este número cada vez quesuena el timbre. Declan se encogióde hombros sin comprometerse.

—Papá y mamá han salido —dijo

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dirigiéndose hacia la escalera. —Eh,¿adónde crees que vas?

—Vuelvo a la cama.—Te equivocas —dijo Holly con

voz serena—. Vas a sentarte aquíconmigo y vamos a tener una largacharla sobre «Las chicas y laciudad».

—No —replicó Declan—. ¿Tieneque ser ahora? Estoy muy cansado.Se frotó los ojos con los puños. Hollyno se apiadó.

—Declan, son las dos de la tarde.¿Cómo es posible que aún estéscansado? —Porque sólo hace unashoras que he vuelto a casa —contestó

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Declan descaradamente, guiñándoleun ojo. Ahora sí que Holly no sintióla más mínima compasión, estabasimple y llanamente celosa.

—¡Siéntate! —le ordenó,señalando el sofá.

Declan arrastró su agotadocuerpo hasta el sofá. Se desplomó yse tendió ocupándolo por entero, sindejarle sitio a Holly. Ésta puso losojos en blanco y acercó el sillón de supadre hacia el sofá de Declan.

—Es como si estuviera en elloquero. —Declan se echó a reír,cruzando los brazos debajo de lacabeza y levantando la vista hacia

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ella desde el sofá.—Estupendo, porque pienso

ametrallarte los sesos.Declan volvió a quejarse.—Venga, Holly, ¿es necesario?

Ya hablamos sobre esto la otranoche.

—¿De verdad creíste que aquelloera todo lo que tenía que decir? «Ay,lo siento, Declan, pero no me hagustado la manera en que nos hashumillado públicamente a mí y a misamigas, ¿nos vemos la semana queviene?»

—Es obvio que no.—Vamos, Declan —agregó

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Holly, suavizando el tono—. Sóloquiero comprender por qué pensasteque sería tan buena idea no decirmeque nos estabas filmando.

—Pero si ya lo sabías —dijoDeclan a la defensiva.

—¡Para un documental sobre lavida nocturna de Dublín! —replicóHolly, alzando la voz contrariada consu hermano.

—Y fue sobre la vida nocturna —se burló Declan.

—Vaya, veo que te crees muylisto —le espetó Holly, y Declandejó de reír. Holly contó hasta diez yrespiró lentamente para dominar los

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deseos de sacudirle—. Ahora en serio,Declan —prosiguió en un susurro—,¿no crees que ya tengo bastante conlo que estoy pasando ahora mismocomo para preocuparme de estotambién? ¿Y sin siquierapreguntármelo? ¡Te juro por mi vidaque no entiendo por qué lo hashecho!

Declan se sentó en el sofá y, paravariar, se puso serio.

—Ya lo sé, Holly, ya sé que haspasado por un infierno, pero penséque esto te animaría. No mentícuando dije que iba a filmar el club,porque eso era lo que tenía planeado

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hacer. Pero cuando llevé las cintas ala facultad para editarlas, todosdijeron que era tan divertido que nopodía dejar de mostrárselo a la gente.

—Ya, pero es que salió portelevisión, Declan.

—No sabía que ése era el premio,de verdad —dijo Declan, abriendo losojos desorbitadamente—. ¡Nadie losabía, ni siquiera mis profesores!¿Cómo iba a negarme después deganar?

Holly se dio por vencida y semesó el pelo.

—De verdad que creí que tegustaría. —Declan sonrió—. Incluso

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lo consulté con Ciara y hasta elladijo que te gustaría. Siento haberteofendido —murmuró finalmente.

Holly no paró de asentir con lacabeza mientras Declan le dabaexplicaciones, comprendiendo quesus intenciones habían sido buenasaunque equivocadas. De pronto dejóde moverse. ¿Qué acababa de decir?Se irguió en el asiento con expresiónalerta.

—Declan, ¿has dicho que Ciarasabía lo que había en la cinta?

Declan se quedó inmóvil y sedevanó los sesos, buscando la manerade deshacer el entuerto. Como no se

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le ocurrió nada, volvió a tirarse en elsofá y se tapó la cabeza con un cojín,consciente de que acababa dedesencadenar la Tercera GuerraMundial.

—¡No le digas nada, Holly! ¡Mematará! —musitó desde debajo delcojín. Holly saltó del sillón y subióecha una furia por la escalera,pisando con fuerza los escalones paraque Ciara supiera que estaba muyenfadada. Mientras subía, fuegritándole y aporreó la puerta de sudormitorio.

—¡No entres! —suplicó Ciaradesde dentro.

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—¡Te has metido en un buen lío,Ciara! —exclamó Holly. Abrió lapuerta e irrumpió en la habitacióncon expresión aterradora.

—¡Te he dicho que no entraras!—gimoteó Ciara.

Holly se disponía a gritar todaclase de insultos a su hermana, perose contuvo al ver a Ciara sentada enel suelo con lo que le pareció unálbum de fotos en el regazo ylágrimas rodándole por las mejillas.

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2121

—¿Qué te pasa, Ciara? —preguntóHolly con dulzura a su hermanamenor. Holly estaba preocupada, norecordaba la última vez que la habíavisto llorar. En realidad, ni siquierasabía que Ciara fuese capaz de llorar.Fuera cual fuese el motivo que habíahecho que a su hermana se le saltaranlas lágrimas, tenía que tratarse dealgo grave.

—No me pasa nada —dijo Ciara,cerrando de golpe el álbum de fotos ymetiéndolo debajo de la cama.Parecía avergonzada de que la

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hubiesen sorprendido llorando y seenjugó la cara de cualquier manera,procurando dar la impresión de queno le importaba.

En el salón, Declan sacó lacabeza de debajo del cojín. Reinabaun silencio inquietante en el piso dearriba; confió en que no hubiesencometido alguna estupidez. Subió depuntillas y escuchó detrás de lapuerta.

—Claro que te pasa algo —replicó Holly, cruzando lahabitación para sentarse junto a suhermana en el suelo. No estabasegura de cómo manejar aquella

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situación. Se trataba de unintercambio de papeles, pues desdeniñas siempre era Holly la quelloraba. Se suponía que Ciara era lafuerte.

—Estoy bien —insistió Ciara.—Vale —dijo Holly, mirando

alrededor—, pero si hay algo que tepreocupa, sabes que puedescontármelo, ¿verdad?

Ciara se negó a mirarla y asintiócon la cabeza. Holly comenzó alevantarse para dejar a su hermana enpaz cuando de súbito ésta rompió allorar de nuevo.

Holly volvió a sentarse a su lado

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y la abrazó con gesto protector.Acarició el sedoso pelo rosa de Ciaramientras ésta lloraba en silencio. —¿Quieres contarme qué ha pasado? —preguntó Holly en voz baja. Ciaramasculló una especie de respuesta yse irguió para sacar el álbum de fotosde debajo de la cama. Lo abrió conmanos temblorosas y pasó unascuantas páginas.

—Es por él—dijo con tristeza,señalando una fotografía en la queella aparecía con un chico que Hollyno reconoció. De hecho, también suhermana estaba casi irreconocible. Lafotografía había sido tomada un día

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de sol a bordo de una barca, con laSydney Opera House de fondo.Ciara estaba sentada en las rodillasdel muchacho, rodeándole el cuellocon el brazo mientras él lacontemplaba sonriendo. Holly nosalía de su asombro ante el aspecto deCiara. Tenía el pelo rubio, color queHolly jamás había visto llevar a suhermana, y sonreía llena de dicha.Sus rasgos parecían mucho mássuaves y, para variar, no daba laimpresión de estar a punto de darleun mordisco al primero que secruzara en su camino.

—¿Es tu novio? —preguntó Holly

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con cautela.—Era —musitó Ciara, y una

lágrima cayó en la página.—¿Por eso volviste a casa? —

preguntó Holly, enjugando unalágrima del rostro de su hermana.

Ciara asintió con la cabeza.—¿Te apetece contarme lo que

ocurrió? Ciara tomó aire.—Nos peleamos.—Te… —Holly eligió las palabras

con cuidado—. No te haría daño ninada por el estilo, ¿verdad?

Ciara negó con la cabeza.—No —farfulló—. Fue por una

verdadera tontería, le dije que me iría

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y me dijo que se alegraba…Volvió a sollozar. Holly la

estrechó entre sus brazos y aguardó aque Ciara estuviera en condicionesde hablar otra vez.

—Ni siquiera fue al aeropuerto adespedirme —continuó Ciara.

Holly le frotó la espalda conternura como si fuese un bebé queacabara de tomarse el biberón.Confió en que Ciara no fuera avomitarle encima. —¿Ha vuelto allamar desde entonces?

—No, y ya llevo dos meses encasa, Holly —se lamentó. Miró a suhermana mayor con ojos tan tristes

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que faltó poco para que Hollytambién se echara a llorar. Detestabaaquel tipo que hacía sufrir a suhermana. Holly le sonrióalentadoramente.

—¿Y no crees que quizá no es lapersona adecuada para ti? Entrelágrimas, Ciara respondió.

—Pero amo a Mathew, Holly, ysólo fue una pelea estúpida. Reservéel billete porque estaba enfadada,creía que no me dejaría marchar…Contempló un buen rato lafotografía.

Las ventanas del dormitorio deCiara estaban abiertas de par en par

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y Holly escuchó el familiar rumor delas olas y las risas que llegaban de laplaya. Las dos habían compartidoaquella habitación mientras crecíany una curiosa sensación de consuelola reconfortó al percibir los mismosolores y los mismos sonidos queentonces.

—Perdona, Hol —dijo Ciara, algomás tranquila.

—No hay nada que perdonar —susurró Holly, apretándole la mano—. Deberías haberme contado todoesto en cuanto llegaste a casa en vezde guardártelo dentro.

—Pero si es una chiquillada,

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comparado con lo que te ha pasado ati. Me siento como una tonta hastapor haber llorado.

Se enjugó las lágrimas, enojadaconsigo misma. Holly estabaimpresionada.

—Ciara, lo que te ha ocurrido esimportante. Perder a alguien queamas siempre es duro, tanto si estávivo como… —Se le quebró la voz—.Puedes contarme lo que sea.

—Has sido tan valiente, Holly.No sé cómo lo has conseguido. Y yoaquí llorando por un estúpido noviocon el que sólo salí unos meses.

—¿Valiente yo? —Holly rió, y

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luego exclamó—: ¡Ojalá!—Sí que lo eres —insistió Ciara

—. Todo el mundo lo dice. Has sidomuy fuerte mientras pasabas poresto. Si me hubiese ocurrido a mí,creo que estaría en una fosa.

—No me des ideas, Ciara —advirtió Holly, sonriendo ypreguntándose quién demonios lahabía llamado valiente.

—Aunque ahora estás bien,¿verdad? —preguntó Ciarapreocupada, estudiándole elsemblante.

Holly se miró las manos y se pusoa mover la alianza a lo largo del dedo.

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Meditó un rato sobre aquellapregunta y ambas muchachasquedaron sumidas en suspensamientos. Ciara, súbitamentemás serena que nunca, aguardó conpaciencia la respuesta de Holly.

—¿Estoy bien? —Holly repitió lapregunta en voz alta. Tenía la miradaperdida en la colección de osos depeluche y muñecas que sus padres sehabían negado a tirar—. Estoymuchas cosas, Ciara —explicó sindejar de dar vueltas al anillo en eldedo—. Estoy sola, estoy cansada,estoy triste, estoy contenta, soyafortunada, soy desdichada; estoy un

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millón de cosas cada día de lasemana. Pero supongo que estan bienes una de ellas.

Miró a su hermana y le sonriócon tristeza.

—Y eres valiente —agregó Ciara—. Sabes controlarte y mantener lacalma. Y también eres organizada.

Holly negó lentamente con lacabeza.

—No, Ciara, no soy valiente. Lavaliente eres tú. Siempre lo has sido.Y en cuanto a tener la situación bajocontrol, nunca sé qué voy hacer deun día para otro.

Ciara puso ceño al negar

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enérgicamente con la cabeza. —No,yo no soy nada valiente, Holly.

—Claro que sí —insistió Holly—.Todas esas cosas que haces, comosaltar de aviones y arrojarte porprecipicios en snowboard… —Hollyse interrumpió mientras intentabarecordar otras locuras de las quehacía su hermana pequeña. Ciarahizo una mueca de protesta.

—Qué va, querida hermana. Esono es ser valiente, es ser idiota.Cualquiera puede hacer puenting.Hasta tú —dijo señalándola con elmentón. Holly dio un respingo,aterrada de sólo pensarlo, y negó con

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la cabeza. Ciara bajó la voz.—Oh, vamos, si tuvieras que

hacerlo lo harías, Holly. Créeme, noes ninguna proeza.

Holly miró a su hermana e imitósu tono de voz.

—Sí, y si tu marido muriera,también lo sobrellevarías. Tampocoes una proeza. No tienes opción.

Ambas se miraron a los ojos,conscientes de la batalla que librabacada una de ellas.

Ciara fue la primera en hablar.—Bueno, supongo que tú y yo

nos parecemos más de lo quepensábamos. —Sonrió a su hermana

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y Holly la rodeó con los abrazos,estrechando su menudo cuerpo confuerza.

—Quién iba a decirlo, ¿verdad?Holly pensó que su hermana

parecía una chiquilla, con aquellosgrandes e inocentes ojos azules. Sesintió como si ambas volvieran a serniñas, sentadas en el suelo dondesolían jugar juntas durante lainfancia y donde cotilleaban cuandoeran adolescentes.

Se quedaron un rato sentadas ensilencio, escuchando los ruidos delexterior.

—¿Ibas a echarme una bronca por

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algo hace un rato? —preguntó Ciaracon tono aún más infantil.

Holly no pudo evitar reír al verque su hermana intentabaaprovecharse de la situación.

—No, olvídalo, era una tontería—aseguró Holly, mirando el cielopor la ventana.

Al otro lado de la puerta Declanse pasó la mano por la frente ysuspiró aliviado, se había librado deuna buena. Regresó de puntillas a suhabitación y saltó a la cama.Quienquiera que fuese Mathew, ledebía una. Su móvil pitó indicandoun mensaje y Declan frunció el

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entrecejo al leerlo. ¿Quién diablosera Sandra? Por fin una pícarasonrisa le iluminó el rostro alrecordar la noche anterior.

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2222

Eran más de las ocho cuando Hollypor fin aparcó frente a su casa. Aúnhabía luz. Sonrió. El mundo era unlugar mucho menos deprimentecuando hacía sol. Había pasado latarde con Ciara charlando sobre susaventuras en Australia. Su hermanahabía cambiado de parecer al menosveinte veces en cuestión de horasacerca de si debía o no llamar aMathew a Australia. Para cuandoHolly se marchó, finalmente habíadecidido de forma irrevocable quenunca más volvería a hablar con él, lo

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que con toda probabilidadsignificaba que ya le habría llamado.

Recorrió el camino de entradahasta la puerta principal,contemplando el jardín concuriosidad. ¿Eran imaginacionessuyas o estaba un poco másarreglado? Todavía se veíaabandonado, lleno de malezas ymatas que crecían por todas partes,pero algo había cambiado.

El ruido de un cortacéspedsobresaltó a Holly, que se volvió yvio a su vecino trabajando en eljardín. Holly le hizo una seña deagradecimiento, ya que supuso que

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había sido él quien le había echadoun cable, y el hombre lecorrespondió levantando la mano.

El jardín siempre había sido tareade Gerry. No es que fuese unjardinero entusiasta, sólo que Hollyaborrecía la jardinería y alguientenía que hacer el trabajo sucio.Habían acordado que por nada delmundo ella iba a desperdiciar sus díasde fiesta deslomándose en la tierra.Como resultado, su jardín era muysimple, poco más que un rectángulode hierba con unos cuantos setos yflores. Dado que Gerry sabía muypoco de plantas, solía plantar flores

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durante la estación menos indicada osituarlas donde no debía, por lo queal final se morían. Pero ahora hastasu pedazo de césped y arbustosparecía un campo abandonado.Cuando Gerry murió, el jardín muriócon él.

Aquella idea hizo que Holly seacordara de la orquídea que tenía encasa. Entró corriendo, llenó una jarracon agua y la vertió sobre la plantasedienta. Desde luego, no presentabaun aspecto muy saludable y Holly seprometió que no permitiría quemuriera mientras estuviera bajo sututela. Metió un pollo al curry en el

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microondas y aguardó a que secalentara, sentada a la mesa de lacocina. Fuera aún se oía a los críosjugando felices en la calle. Siemprele habían encantado los largosatardeceres que anunciaban elverano. Sus padres los dejaban jugarhasta más tarde de lo habitual, placerque Holly y sus hermanosdisfrutaban con gusto. Holly repasólo que había hecho durante lajornada y decidió que había pasadoun buen día, salvo por un incidenteaislado…

Volvió a contemplar la alianzaque lucía en el dedo anular y de

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inmediato se sintió culpable. Cuandoaquel hombre se había alejado deella, Holly se había sentido fatal. Lahabía mirado como si estuviera apunto de iniciar una aventura,cuando en realidad era lo último queella haría jamás. Se sintió culpablehasta por haber considerado laposibilidad de aceptar su invitación atomar café. Si hubiese abandonado asu marido por estar harta de él,comprendería que fuese capaz desentirse atraída por otro hombre alcabo de un tiempo. Pero Gerry habíamuerto cuando ambos aún estabanmuy enamorados, y no concebía

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olvidarse de él sólo porque ya noestuviera allí. Todavía se sentíacasada, e ir a tomar un café con unextraño habría sido como traicionar asu marido. La mera idea la asqueaba.Su corazón, su alma y su mentetodavía pertenecían a Gerry.

Holly seguía dando vueltas alanillo en el dedo. ¿En qué momentodebería quitarse la alianza? Hacíacasi cinco meses que Gerry se habíaido. Así pues, ¿cuándo seríaapropiado que se quitara el anillo yse dijera que ya no estaba casada?¿Dónde estaba el reglamento paraviudas que explicara exactamente

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cuándo debía quitarse la alianza? Yluego, ¿dónde la guardaría, dóndedebía ponerla? ¿Al lado de la camapara que le recordara a él cada día?¿En el cubo de la basura? Seatormentó con una pregunta trasotra. No, todavía no estaba dispuestaa renunciar a Gerry. Por lo que a ellase refería, él seguía estando vivo.

La campanilla del microondasanunció que la cena estaba lista.Holly sacó la bandeja y la tiródirectamente a la basura. Ya no teníahambre. Aquella noche, Denise lallamó hecha un manojo de nervios.

—¡Pon la radio en Dublín FM,

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deprisa! Holly corrió a la radio y laencendió.

«SoyTom O'Connor y estáisescuchando Dublín FM. Por siacabáis de sintonizarnos, os recuerdoque estamos hablando de gorilas.Visto el alarde de persuasión del quetuvieron que hacer gala lasmuchachas de "Las chicas y laciudad" para ser admitidas en el ClubBoudoir, queremos saber qué opináisacerca de los gorilas. ¿Os gustan?¿No os gustan? ¿Estáis de acuerdo ocomprendéis por qué son como son?¿O son demasiado estrictos?Esperamos vuestras llamadas al

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número…»Atónita, Holly volvió a coger el

teléfono. Había olvidado que Deniseaguardaba al otro lado de la línea.

—¿Y bien? —inquirió Denise,sonriendo. —¿Qué demonios hemosiniciado, Denise?

—Sí, es una locura. —Se echó areír. Era evidente que estabapasándolo en grande—. ¿Has visto losdiarios de hoy?

—Sí, y todo esto me parece unatontería, la verdad. Vale que eldocumental fuera bueno, pero lo quehan publicado es una estupidez—dijoHolly.

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—¡Qué dices, querida, a mí meencanta! ¡Y aún me encanta másporque salgo yo!

—No me extraña —respondióHolly.

Ambas guardaron silenciomientras escuchaban la radio. Un tíoestaba despotricando contra losgorilas y Tom procuraba calmarlo.

—Oh, escucha a mi chico —dijoDenise—. ¿No tiene una voz sexy?—Mmm… sí—masculló Holly—.Deduzco que seguís saliendo.

—Por supuesto —contestóDenise, mostrándose ofendida—.¿Por qué no iba a ser así?

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—Bueno, ya ha pasado algúntiempo, Denise, eso es todo. —Hollyse apresuró a dar una explicaciónpara no herir los sentimientos de suamiga¡Y tú siempre has dicho quenunca saldrías con un hombre más deuna semana seguida! No paras dedecir cuánto detestas sentirte atada auna persona.

—Sí, bueno, he dicho que nopodría estar con un hombre durantemás de una semana, pero nunca hedicho que no lo haría. Tom esdistinto, Holly —añadió con vozentrecortada.

A Holly la sorprendió oír aquello

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en boca de su amiga, la chica quequería quedarse soltera el resto de suvida.

—Oye, ¿y qué hace tan distinto aTom?

Holly sujetó el teléfono con elhombro y la oreja y se sentó ainspeccionarse las uñas.

—Verás, hay una especie deconexión entre nosotros. Es como sifuera mi alma gemela. Es muyatento, siempre me sorprende conpequeños regalos y me lleva a cenarfuera, y no para de consentirme. Mehace reír continuamente y meencanta estar con él. Además, no me

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he hartado como me pasaba con losotros tíos. Y por si fuera poco esatractivo.

Holly reprimió un bostezo.Denise solía decir todo aquello de susnuevos novios después de salir conellos la primera semana, pero luegono tardaba en cambiar de opinión.No obstante, quizás esta vez hablaraen serio, ya que al fin y al cabollevaban varias semanas saliendojuntos.

—Me alegro mucho por ti —agregó Holly con sinceridad.

Las dos chicas se pusieron aescuchar a un gorila que hablaba con

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Tom en la radio.«Bien, ante todo quiero

advertiros que estas últimas nocheshemos tenido no sé cuántas princesasy damas de honor haciendo cola ennuestra puerta. Desde que se emitióese maldito programa ¡parece que lagente cree que vamos

a dejarla entrar si pertenece a larealeza! Y sólo quiero dejaros unacosa bien clara, chicas, eso no volveráa dar resultado, ¡así que no osmolestéis en probarlo!» Tom noparaba de reír mientras procurabarecobrar la compostura. Holly apagóla radio.

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—Denise —dijo Holly muy seria—, el mundo se está volviendo loco.

Al día siguiente Holly se obligó alevantarse de la cama para ir a dar unpaseo por el parque. Necesitabahacer un poco de ejercicio paracombatir la dejadez y también ibasiendo hora de comenzar a pensar enbuscar trabajo. Allí donde ibaintentaba imaginarse a sí mismatrabajando. Había descartadodefinitivamente las tiendas de ropa(la posibilidad de tener una jefacomo Denise bastó para disuadirla),los restaurantes, los hoteles y lospubs y, por descontado, no quería

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otro empleo administrativo de nuevea cinco, con lo cual le quedaba…nada. Así pues, decidió que queríaser como la mujer de la película quehabía visto la noche anterior, deseabatrabajar en el FBI para ir de un lado aotro resolviendo crímenes einterrogando a gente y finalmenteenamorarse de su compañero defatigas, a quien por supuesto habíadetestado nada más conocerlo. Sinembargo, ya que no residía enEstados Unidos ni contaba conninguna formación policial, lasprobabilidades de que tal cosaocurriera no eran muy prometedoras.

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Quizás hubiese un circo por ahí alque pudiera incorporarse…

Se sentó en un banco del parquedelante de la zona de juegosinfantiles y escuchó a los niños gritarde deleite. Ojalá pudiera ir a jugar enel tobogán y los columpios en vez dequedarse sentada mirando. ¿Por quétenían que crecer las personas? Depronto se dio cuenta de que llevabatodo el fin de semana soñando conregresar a la infancia.

Deseaba ser irresponsable,deseaba que la cuidaran, que ledijeran que no tenía que preocuparsede nada y que alguien se encargase

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de todo. Qué fácil resultaría la vidasin tener que preocuparse de losproblemas de los adultos. Y entoncespodría volver a crecer y a conocer denuevo a Gerry, y lo obligaría a ir almédico meses antes y así ahoraestaría sentada junto a él en aquelbanco, viendo jugar a su hijo. Y si, ysi, y si…

Pensó en el desagradablecomentario de Richard acerca de notener que preocuparse de todasaquellas tonterías de los hijos. Seenojó sólo de recordarlo.

Ahora mismo daría cualquiercosa con tal de preocuparse de todas

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aquellas tonterías de los hijos. Ojalátuviera un pequeño Gerry corriendopor el parque mientras ella le gritabaque anduviera con cuidado y hacíaotras cosas propias de las madres,como escupir en un pañuelo paralimpiarle la carita rolliza.

Holly y Gerry habían comenzadoa hablar de tener hijos unos mesesantes de recibir el diagnóstico. Seentusiasmaban con la idea y pasabanhoras tendidos en la cama, tratandode decidir qué nombres les pondríany montándose películas de cómosería su vida cuando fueran padres.Holly sonrió ante la idea de Gerry

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ejerciendo de padre (lo habría hechode miedo). Se lo imaginaba siendoinfinitamente paciente mientrasayudaba a sus hijos a hacer losdeberes en la mesa de la cocina. Loimaginaba celosamente protector sisu hija llevaba un chico a casa.Imagínate si, imagínate si, imagínatesi… Por Dios, debía dejar de vivir suvida en la cabeza, recordando viejosrecuerdos y soñando sueñosimposibles. Así no iría a ningunaparte.

Por cierto, hablando del rey deRoma, pensó Holly al ver a Richardsalir de la zona de juegos con Emily

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y Timmy. Parecía muy relajado, sedijo mientras observaba sorprendidacómo perseguía a los niños por elparque. Holly se irguió en el banco yse dispuso a mostrarse insensible a lascríticas ante la inminenteconversación con su hermano.

—¡Hola, Holly! —saludóalegremente Richard, aproximándosea ella por el césped.

—¡Hola! —dijo Holly a los niñosque corrieron a su encuentro y ledieron un fuerte abrazo. Qué cambiotan agradable, pensó—. Estáis lejosde casa —dijo a Richard—. ¿Qué ostrae por aquí?

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—He llevado a los niños a ver alabuelo y la abuela, ¿verdad? —contestó Richard, revolviendo el pelode Timmy.

Además hemos ido a MCD

onald's —dijo Timmy excitado, yEmily aplaudió con entusiasmo.

—¡Mmmmm… qué rico! —dijoHolly, relamiéndose—. Qué suertetenéis. ¿A que vuestro padre es elmejor? —agregó sonriendo. Richardse mostró complacido

—. ¿Comida basura? —cuestionóluego a su hermano.

—¡Bah! —Richard restóimportancia al asunto con un

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ademán y se sentó a su lado—. Todocon moderación, ¿no es así, Emily?

Emily asintió como si a sus cincoaños hubiese comprendidoperfectamente a su padre. Lo hizoabriendo mucho sus grandes ojosverdes y el gesto agitó sus rizosrubios rojizos. Se parecíaespantosamente a su madre y Hollytuvo que apartar la vista. Deinmediato se sintió culpable y volvióa mirarla sonriendo… para desviarlade nuevo. Había algo en aquel pelo yaquellos ojos que la asustaba.

—Bueno, una comida en MCD

onald's tampoco va a matarlos —

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convino Holly.Timmy se agarró el cuello y

fingió que se asfixiaba. Su rostroenrojeció mientras fingía vomitar, sedesplomó sobre la hierba y quedóinmóvil. Richard y Holly rieron.Emily hizo pucheros como si fuera allorar.

—¡Vaya por Dios! —bromeóRichard—. Creo que nos hemosequivocado, Holly, la hamburguesade MCD onald's ha matado a Timmy.

Holly miró asombrada a suhermano al oír que llamaba Timmy asu hijo, pero optó por no hacerningún comentario, pues sin duda se

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trataba de un lapsus. Richard selevantó y cargó a Timmy en elhombro.

—En fin, tendremos queenterrarlo y celebrar un funeral.Timmy rió colgado boca abajo delhombro de su padre.

—¡Oh, está vivo! —exclamóRichard.

—No, no lo estoy —protestóTimmy.

Holly contemplaba complacidaaquella escena de vida en familia.Hacía tiempo que no veía algo así.Ninguna de sus amigas tenía hijos yella rara vez se relacionaba con niños.

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Se dijo que algo raro le estabapasando si tanto adoraba a los hijosde Richard. Y desde luego no podíadecirse que fuese una sabia decisiónpermitir que le despertaran elinstinto maternal cuando no habíaun hombre en su vida.

—Bien, es hora de irse—dijoRichard—. Adiós, Holly.

—Adiós, Holly —repitieron losniños, felices y afectuosos. Observó aRichard alejarse con Timmycolgando de su hombro derecho,mientras Emily brincaba y bailabaagarrada a la mano de su padre.

Holly contempló a aquel extraño

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que se marchaba del parque con susdos hijos. ¿Quién era ese hombre queafirmaba ser su hermano? Desdeluego, se dijo que nunca había visto aaquel hombre hasta entonces.

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2323

Barbara terminó de atender a susclientes y en cuanto éstos salieronpor la puerta corrió al cuarto delpersonal y encendió un cigarrillo. Laagencia de viajes había estado muyconcurrida todo el día y había tenidoque trabajar sin descanso, saltándosela pausa para almorzar. Melissa, sucompañera, había llamado a primerahora para informar de que estabaenferma, aunque Barbara sabía desobra que había salido de marcha lanoche anterior y que si se encontrabamal la culpa era sólo suya. Por eso

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había tenido que pasar sola toda lajornada en aquel empleo tanaburrido. Y para colmo no habíantenido un día de tanto trabajo desdehacía siglos. En cuanto noviembretraía las noches oscuras, horribles ydeprimentes, las mañanasencapotadas, los vientos cortantes yla lluvia a cántaros, todo el mundoentraba corriendo a la agencia parareservar unas vacaciones en bellospaíses cálidos y soleados. Barbara seestremeció al oír el vientorepiquetear en las ventanas y tomónota de buscar alguna oferta especialpara sus propias vacaciones.

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Ahora que su jefe por fin habíasalido a hacer unos recados, Barbarase moría de ganas de fumar unpitillo. Pero claro, para variar, justoentonces sonó la campanilla de lapuerta y Barbara maldijo al clienteque entraba en la agencia por echar aperder su tan ansiada pausa. Dio unasfuriosas caladas al cigarrillo, por loque casi se mareó, se retocó los labiosy echó ambientador por lahabitación para que su jefe no notarael humo. Salió del cuarto de losempleados esperando encontrar a uncliente sentado detrás del mostrador,pero en cambio el anciano aún estaba

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avanzando lentamente hacia losasientos. Barbara procuró no mirarloy se puso de cara a la pantalla delordenador, pulsando teclas al azar.

—Disculpe —oyó que lareclamaba una voz débil. i —Buenastardes, caballero, ¿qué desea? —dijoBarbara por enésima vez aquel día.No quería resultar grosera mirándolomás de la cuenta, pero se sorprendióal ver lo joven que era aquel hombreen realidad. De lejos, su maltrechafigura hacía que pareciera mayor.Caminaba encorvado y daba laimpresión de que si no llevara bastónpodría desplomarse delante de ella en

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cualquier momento. Estaba muypálido, como si hiciera años que noviera la luz del sol, pero sus grandesojos castaños parecían sonreírle.Barbara no pudo por menos dedevolverle la sonrisa.

—Me gustaría reservar unasvacaciones —susurró el hombre—, yme preguntaba si usted podríaayudarme a elegir dónde.

Normalmente Barbara habríagritado en silencio al cliente porobligarla a efectuar una tarea deltodo imposible. La mayoría de susclientes eran tan quisquillosos que amenudo se pasaba horas enteras

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sentada con ellos estudiandocatálogos y tratando de convencerlosde que fueran a tal o cual sitiocuando en realidad le importaba unbledo adónde fueran. Pero aquelhombre parecía agradable y Barbarase dio cuenta de que le apetecíaecharle una mano, cosa que lasorprendió.

—No faltaría más, señor. Si tienela bondad de sentarse, consultaremosunos cuantos folletos.

Le indicó la silla y desvió lamirada otra vez para no ver losesfuerzos que tenía que hacer parasentarse.

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—Veamos —prosiguió Barbaracon la mejor de sus sonrisas—. ¿Hayalgún país en concreto al que legustaría ir?

—Sí… España… Lanzarote, creo.Barbara se alegró, aquello iba a

ser mucho más fácil de lo que habíapensado.

—¿Y serían unas vacaciones deverano? Él asintió con la cabeza.

Compararon las ofertas dedistintos catálogos y finalmente elhombre encontró un lugar que legustó. Barbara se sintió complacidade que tomara en consideración susconsejos a diferencia de algunos de

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sus clientes, quienes simplementeobviaban cualquier informacióncontrastada que tuviera a bienfacilitarles. Esa actitud siempre lasacaba de quicio, pues al fin y alcabo parte de su trabajo consistía ensaber qué era lo mejor para ellos.

—Muy bien, ¿qué mes prefiere?—preguntó Barbara, estudiando lalista de precios.

—¿Agosto? —aventuró él, y susgrandes ojos castaños penetraron enel alma de Barbara, que sintió elimpulso de saltar el mostrador y darleun fuerte abrazo.

—Agosto es un mes fantástico —

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convino Barbara—. ¿Le gustaríatener vistas al mar o la piscina? Lasvistas al mar tienen un suplementode treinta euros —agregó enseguida.

Con la mirada perdida, el hombresonrió como si ya estuviera allí. —Con vistas al mar, por favor.

—Buena elección. ¿Puede darmesu nombre y dirección, por favor?

—Verá, en realidad no es paramí… Es una sorpresa para mi esposa ysus amigas.

De pronto aquellos ojos castañosreflejaron tristeza. Barbara carraspeónerviosa.

—Vaya, es todo un detalle por su

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parte, señor —comentó sin sabermuy bien por qué—. ¿Me daentonces sus nombres, por favor?

Barbara terminó de anotar losdatos y emitió la factura. Comenzó aimprimir la documentación desde elordenador para entregársela.

—¿Sería posible que ustedguardara aquí la documentación?Quiero sorprender a mi esposa y meda miedo guardar papeles en casa, novaya a ser que los encuentre.

Barbara sonrió; su esposa era unamujer muy afortunada.

—No le diré nada hasta julio.¿Cree que podemos mantenerlo en

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secreto hasta entonces?—No hay ningún problema,

señor. Normalmente los horarios delos vuelos no se confirman hasta unassemanas antes de la fecha, de modoque no deberíamos tener ningunarazón para llamarla. Daréinstrucciones estrictas al resto delpersonal de no llamar a su casa.

—Muchas gracias por sucolaboración, Barbara erijo él,sonriendo con tristeza.

—Ha sido un placer, señor…¿Clarke? —Gerry.

—Pues ha sido un placer, Gerry.Estoy segura de que su esposa lo

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pasará de maravilla. Una amiga míaestuvo allí el año pasado y leencantó. —Por algún motivo, lepareció necesario asegurarle que suesposa estaría bien.

—En fin, mejor será que vuelva acasa antes de que piensen que mehan secuestrado. Se supone que nisiquiera debería levantarme de lacama, ¿sabe?

Gerry volvió a sonreír y a Barbarase le hizo un nudo en la garganta. Lamuchacha se apresuró a levantarse ysalió de detrás del mostrador paraabrirle la puerta. Gerry sonrióagradecido al pasar junto a ella.

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Barbara se quedó observando cómosubía trabajosamente al taxi quehabía estado esperándolo.; Justocuando Barbara comenzaba a cerrarla puerta entró su jefe y se dio ungolpe en la cabeza. Barbara miró denuevo a Gerry, que aún esperaba aque el taxi arrancara y que, riendo, lehizo una seña levantando el pulgar.

El jefe lanzó una miradafuribunda a Barbara por dejardesatendido el mostrador y se dirigióresueltamente al cuarto del personal.

—Barbara —gritó—, ¿has vuelto afumar aquí dentro? Barbara puso losojos en blanco y se volvió hacia él.

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—Dios santo, ¿qué te pasa?Parece que estés a punto de echarte allorar.

Era 1 de julio y Barbara estabasentada, hecha una furia, detrás delmostrador de la agencia de viajesSwords Travel Agents. Todos los díasde aquel verano habían sidoespléndidos, excepto sus dos días defiesta, que había llovido a mares.Para variar, hoy volvía a hacer buentiempo. De hecho, era el día máscaluroso del año, como sus clientes sejactaban de recordarle al entrar en laagencia vestidos con pantalonescortos y camisetas ajustadas y

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apestando a loción solar de coco.Barbara se retorcía en la silla,incómoda con aquel uniforme quepicaba tanto. Tenía la sensación deestar otra vez en la escuela. Elventilador se paró una vez más yBarbara le arreó un buen golpe.

—Déjalo estar, Barbara —sequejó Melissa—. Así sóloconseguirás estropearlo del todo.

—Como si eso fuese posible —masculló Barbara, y giró la silla parasituarse de nuevo frente al ordenadory comenzar a teclear sin ton ni son.—¿Qué te pasa? —preguntó Melissa.

—Nada ——dijo Barbara,

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apretando los dientes—, sólo que esel día más caluroso del año y estamosaquí atrapadas en este trabajo demierda, en este ambiente tan cargadosin aire acondicionado y con estosuniformes que pícan —dijo, alzandola voz hacia el despacho del jefe paraque la oyera—. Eso es todo. Melissarió por lo bajo.

—Oye, ¿por qué no sales fuera unrato a que te dé el aire? Ya atenderéyo al próximo cliente —dijoseñalando con el mentón a la mujerque estaba a punto de entrar.

—Gracias, Mel —respondióBarbara aliviada de poder escapar.

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Cogió los cigarrillos—. Bien, voy atomar un poco de aire fresco.

Melissa miró la mano de Barbaray puso los ojos en blanco. —Buenosdías, ¿qué desea? —saludó Melissa,sonriente.

—Verá, me gustaría saber siBarbara sigue trabajando aquí.

Barbara se paró en seco justoantes de abrir la puerta y dudó entresalir corriendo o regresar al trabajo.Finalmente suspiró y volvió a supuesto. Miró a la mujer del otro ladodel mostrador. Era guapa, decidió,pero los ojos parecían a punto desalírsele de las órbitas mientras los

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miraba alternativamente. —Sí, yosoy Barbara.

—¡Ah, bien! —Al oírlo, la mujerse mostró aliviada y se dejó caer en lasilla—. Temía que ya no trabajaraaquí.

—Eso quisiera ella—murmuróMelissa entre dientes, y Barbara ledio un codazo en la barriga.

—¿Qué desea?—Oh, espero que pueda

ayudarme —dijo la señora un tantohistérica mientras revolvía en subolso. Barbara arqueó las cejas ymiró a Melissa. Ambas se esforzaronpor aguantarse la risa.

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—Verá —dijo la clienta cuandopor fin sacó un sobre arrugado delbolso—, hoy he recibido esto departe de mi marido y me preguntabasi usted podría explicármelo.

Barbara frunció el entrecejo almirar el trozo de papel arrugado quela señora dejó encima del mostrador.Alguien había arrancado una páginade un folleto de vacaciones y habíaescrito las palabras: «Swords TravelAgents. Attn: Barbara.»

Barbara volvió a poner ceño yobservó la página con mayordetenimiento. —Una amiga míaestuvo ahí de vacaciones hace dos

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años pero aparte de eso no sé quédecirle. ¿No tiene más información?

La señora negó enérgicamentecon la cabeza.

—Bueno, ¿y no puede pedirle asu marido que se lo aclare? —inquirió Barbara un tanto confusa.

—No, ya no está aquí —dijo lamujer con tristeza, y los ojos se lellenaron de lágrimas. A Barbara leentró el pánico; si su jefe veía queestaba haciendo llorar a una clienta,no dudaría en despedirla. Ya le habíaadvertido que estaba hasta lacoronilla de ella.

—Bien, pues tenga la bondad de

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darme su nombre a ver si aparecealgo en el ordenador.

—Me llamo Holly Kennedy—dijo con voz temblorosa.

—Holly Kennedy, HollyKennedy —repitió Melissa, queestaba pendiente de la conversación—. Este nombre me suena. Ah,espere un momento. ¡Iba a llamarlaesta semana! ¡Qué curioso! No sé porqué, pero Barbara me dioinstrucciones estrictas de no llamarlahasta julio…

—¡Claro! —interrumpió Barbara,cayendo por fin en la cuenta de loque estaba pasando—. ¿Es la esposa

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de Gerry? —preguntó esperanzada.—¡Sí! —Impresionada, Holly se

llevó las manos al rostro—. ¿Estuvoaquí?

—Sí, en efecto. —Barbara sonrióalentadoramente—. Era un hombreencantador —añadió, estrechando lamano que Holly apoyó encima delmostrador.

Melissa las miró perpleja, sinentender qué estaba ocurriendo. Elcorazón de Barbara latió con fuerza.Aquella mujer tan joven parecíaestar pasándolo mal… Por otra parte,ella se alegraba de ser portadora debuenas noticias.

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—Melissa, ¿puedes darle unospañuelos a Holly, por favor, mientrasle explico a qué vino exactamente sumarido? —Miró a Holly con unasonrisa radiante, le soltó la mano y sepuso a teclear en el ordenadormientras su compañera buscaba unacaja de pañuelos—. Muy bien, Holly—susurró—. Gerry encargó unasvacaciones de una semana enLanzarote para usted, SharonMcCarthy y Denise Hennessey;salida el 28 de julio y regreso el 3 deagosto. Holly se tapó la boca con lasmanos, incapaz de contener el llanto.

—Estaba empeñado en encontrar

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el lugar perfecto para usted —prosiguió Barbara, encantada con sunuevo papel. Se sentía como una deesas presentadoras de televisión quedan sorpresas a sus invitados—. Aquíes adonde van a ir —dijo dandogolpecitos a la página arrugada queHolly había traído—. Lo pasarán engrande, créame. Como ya le he dicho,una amiga mía estuvo allí hace dosaños y volvió encantada. Hay unmontón de bares y restaurantes en lazona y… —Se interrumpió al advertirque quizás a Holly le importaba unbledo si iba a pasarlo bien o no.

—¿Cuándo vino? —preguntó

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Holly, todavía aturdida.Barbara, dispuesta a seguir

colaborando, pulsó unas cuantasteclas en el ordenador.

—La reserva fue hecha el 28 denoviembre.

—¿Noviembre? —musitó Holly—. ¡Pero si entonces no podía nilevantarse de la cama! ¿Vino solo?

—Sí, aunque había un taxiesperándolo fuera todo el rato.

—¿Qué hora era? —preguntóHolly de súbito.

—Lo siento, pero la verdad es queno me acuerdo. Ha pasado bastantetiempo y…

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—Sí, claro, perdone —lainterrumpió Holly.

Barbara la comprendióperfectamente. Si se tratara de sumarido (si algún día conocía aalguien digno de casarse con ella,claro), también querría saber todoslos pormenores. Así pues, le contótodo cuanto recordaba, hasta que aHolly ya no se le ocurrieron máspreguntas que hacer.

—Oh, Barbara, gracias, muchasgracias.

Holly se acercó al mostrador y ledio un fuerte abrazo.

—No hay de qué —contestó

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Barbara, satisfecha de su buena obradel día—. Vuelva algún día acontarnos cómo le va —propuso conuna sonrisa—. Aquí tiene sudocumentación.

Le entregó un sobre grueso y lasiguió con la mirada hasta que salióde la agencia. Suspiró diciéndoseque, después de todo, aquel trabajode mierda quizá no fuera tandesagradable.

—¿De qué diablos iba todo esto?—preguntó Melissa, intrigada.Barbara comenzó a referirle lahistoria.

—Bien, chicas, salgo a almorzar.

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Barbara, nada de fumar en el cuartodel personal. —Su jefe cerró conllave la puerta del despacho y sevolvió hacia ellas—. Dios bendito,¿por qué estáis llorando?

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2424

Cuando finalmente Holly llegó a sucasa, saludó con la mano a Sharon yDenise, que estaban sentadas en elmuro del jardín tomando el sol. Encuanto la vieron, se pusieron de piede un salto y corrieron a suencuentro.

—Veo que os habéis dado prisaen venir —dijo Holly, procurandoimprimir energía a su voz. Se sentíaexhausta y no estaba de humor paraexplicárselo todo a las chicas enaquel momento aunque sabía quetendría que hacerlo.

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—Sharon salió del trabajo pocodespués de que la llamaras y pasó porel centro a recogerme —explicóDenise, estudiando el rostro de Hollye intentando formarse un juicio sobrela gravedad de la situación.

—Tampoco había para tanto —replicó Holly, mientras metía la llaveen la cerradura.

—Oye, ¿has estado trabajando enel jardín? —preguntó Sharon,mirando alrededor e intentandosuavizar la tensión.

—No. Creo que ha sido mivecino.

Holly sacó la llave de la cerradura

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y buscó la correcta entre el resto delmanojo.

—¿Crees? —preguntó Denisepara que no decayera la conversaciónmientras Holly forcejeaba con otrallave.

—Bueno, si no es mi vecino, seráel duende que vive en el fondo deljardín —espetó Holly, frustrada conlas llaves. Denise y Sharon semiraron, preguntándose qué hacer.Se hicieron señas para no decir nada,ya que era evidente que Holly estabanerviosa e incluso le costaba trabajorecordar cuál era la llave que abría lapuerta de su casa—. ¡Joder! —gritó

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Holly, y tiró las llaves al suelo.Denise dio un salto hacia atrás,evitando justo a tiempo que elpesado manojo le diera en el tobillo.Sharon recogió las llaves.

—Vamos, cielo, no te pongas así—dijo con desenfado—. A mí mepasa continuamente. Te juro que lasmalditas llaves cambian de sitioadrede en el llavero sólo parafastidiar.

Holly se obligó a sonreír,agradecida de que alguien cogiera lasriendas por un rato. Sharon fueprobando las llaves sin prisa,hablándole con calma y voz alegre

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como si estuviese dirigiéndose a unaniña. Por fin la puerta se abrió yHolly entró corriendo paradesconectar la alarma.Afortunadamente se acordaba delnúmero: el año en que conoció aGerry y el año en que se casaron.

—Bien, ¿por qué no os ponéiscómodas en la sala? Yo vuelvo dentrode un momento.

Sharon y Denise obedecieron sinrechistar mientras Holly iba alcuarto de baño a refrescarse la cara.Necesitaba librarse de aquel sopor,recuperar el control de su cuerpo yentusiasmarse con las vacaciones, tal

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como Gerry hubiese esperado.Cuando se sintió un poco más viva, sereunió con ellas en la sala de estar.

Acercó el escabel al sofá y sesentó delante de sus amigas.

—Venga, esta vez no me haré laremolona. Hoy he abierto el sobre dejulio y esto es lo que ponía.

Hurgó en el bolso en busca de latarjeta que había estado pegada alfolleto y se la pasó a las chicas.Rezaba así:

¡Felices vacaciones! Posdata: tequiero…

—¿Ya está? —Denise arrugó lanariz, un tanto decepcionada. Sharon

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le dio un codazo en las costillas—.¡Au!

—Bueno, Holly, a mí me pareceuna nota encantadora —mintióSharon—. Es todo un detalle.

Holly no pudo reprimir unarisita. Sabía que Sharon estabamintiendo porque siempre arrugabala nariz cuando no decía la verdad.

—¡No, tonta! —exclamó Holly,arrojándole un cojín a la cabeza.Sharon se echó a reír.

—Menos mal, porque por unmomento estaba empezando apreocuparme.

—Ay, Sharon, ¡siempre eres tan

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positiva que a veces me sacas dequicio! —bromeó Holly—. Estotambién estaba dentro del sobre.

Les pasó la página arrancada delfolleto.

Holly observó con aire divertidomientras sus amigas intentabandescifrar la caligrafía de Gerry.Finalmente Denise se tapó la bocacon una mano. —¡Oh, Dios mío! —musitó, sentándose en el borde delsofá.

—¿Qué, qué, qué? —inquirióSharon, inclinándose hacia delantecon expresión expectante—. ¿Es queGerry te reservó unas vacaciones?

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—No. —Holly negó muy seriacon la cabeza.

—¡Oh!Decepcionadas, Sharop y Denise

se apoyaron contra el respaldo delsofá. Holly dejó que se produjera unsilencio incómodo entre ellas antesde volver a hablar.

—Chicas —dijo mientras unasonrisa le iluminaba el rostro—,¡Gerry nos reservó unas vacaciones!

Abrieron una botella de vino.—¡Esto es increíble! —exclamó

Denise cuando hubo asimilado lanoticia—. Gerry es un encanto.

Holly asintió con la cabeza,

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sintiéndose orgullosa de su marido,quien se las había ingeniado parasorprenderlas a todas.

—¿Y has conocido a esta talBarbara en persona? —preguntóSharon.

—Sí, y ha sido amabilísimaconmigo. —Sonrió y agregó—: Se hapasado siglos sentada conmigocontándome la conversación quetuvieron ella y Gerry el día que fue ala agencia.

—Qué gentil. —Denise bebió unsorbo de vino—. ¿Y cuándo fue, porcierto?

—A finales de noviembre.

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—¿Noviembre? —repitió Sharoncon aire pensativo—. Entonces fuedespués de la segunda operación.

Holly asintió con la cabeza.—Barbara me ha dicho que lo vio

muy débil cuando estuvo allí.—¿No es curioso que ninguno de

nosotros tuviera la más remota idea?—dijo Sharon sin salir de su asombro.

Las tres asintieron en silencio.—¡Bueno, pues parece que nos

vamos a Lanzarote! —exclamóDenise, y levantó la copa—. ¡PorGerry!

—¡Por Gerry! —la secundaronHolly y Sharon.

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—¿Seguro que a Tom y John noles importará? —preguntó Holly alrecordar que sus amigas teníanparejas en quienes pensar.

—¡A John desde luego no! —Sharon rió y luego exclamó—: ¡Lomás probable es que esté encantadode librarse de mí durante unasemana!

—Sí, y Tom y yo podemos irdonde sea otra semana, lo cual meviene de perlas —convino Denise—.¡Así tengo excusa para no pasar dossemanas seguidas con él en nuestrasprimeras vacaciones juntos! —Seechó a reír.

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—¡Pero si casi estáis viviendojuntos! —dijo Sharon, dándole unligero codazo.

Denise sonrió pero no contestó yambas aparcaron el tema, lo cualmolestó a Holly, porque siemprehacían lo mismo. Quería saber cómoles iba a sus amigas en sus relaciones,pero nunca le contaban ningúncotilleo jugoso por miedo a herir sussentimientos. Todos parecían temercontarle lo felices que eran, así comolas buenas noticias que les alegrabanla vida. Asimismo, también senegaban a quejarse de las cosasdesagradables. De modo que en lugar

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de estar informada de lo querealmente ocurría en las vidas de susamigos, tenía que conformarse conaquella charla mediocre acerca de…nada, y estaba empezando a hartarse.No podía mantenerse al margen de lafelicidad ajena para siempre. ¿Québien iba a hacerle?

—Debo decir que el duende estáhaciendo un gran trabajo en tujardín, Holly —bromeó Denise,interrumpiendo sus pensamientos almirar por la ventana.

Holly se ruborizó.—Es verdad. Perdona que antes

me haya puesto tan borde, Denise —

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se disculpó Holly—. Supongo que enrealidad debería ir a su casa y darlelas gracias como es debido.

Cuando Denise y Sharon sehubieron marchado, Holly cogió unabotella de vino de la despensa y sedirigió a la casa del vecino. Llamó altimbre y aguardó.

—Hola, Holly—dijo Derek alabrir la puerta—. Pasa, por favor.

Holly miró detrás de él y vio atoda la familia sentada a la mesa de lacocina. Habían decidido cenartemprano. Instintivamente se apartóun poco de la puerta.

—No, no quiero molestar, sólo he

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venido para darte esto. —Le tendió labotella de vino—. Una muestra de miagradecimiento.

—Vaya, Holly, todo un detallede tu parte —dijo Derek, leyendo laetiqueta. Luego levantó la vista conaire vacilante—. Aunque ¿gracias porqué, si no te importa que lopregunte?

—Oh, por arreglar mi jardín —contestó Holly, sonrojándose—.Seguro que la urbanización enterame estaba maldiciendo por afear elaspecto de la calle —agregósonriendo.

—Holly, nadie ha hecho ningún

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reproche a propósito de tu jardín.Todos lo comprendemos, perolamento decir que yo no lo hearreglado.

—Oh. —Holly carraspeó,avergonzada—. Creía que habías sidotú.

—Pues no —confirmó Derek,negando con la cabeza.

—¿Y no sabes quién ha sido, porcasualidad? —preguntó Holly,sintiéndose estúpida.

—No, no tengo idea —contestóDerek, igualmente confuso—.Francamente, creía que estabasarreglándolo tú. Qué raro.

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Holly no supo muy bien qué,decir.

—Así que quizá quieras llevarteesto otra vez —dijo Derek,tendiéndole la botella.

—No, no, está bien. —Holly rióde nuevo—. Quédatela comoagradecimiento por… por no ser unvecino pesado. En fin, me voy, queestáis cenando.

Se marchó a toda prisa por elcamino de entrada, muerta devergüenza. ¿Qué clase de loca nosabía quién le estaba arreglando eljardín?

Llamó a unas cuantas puertas más

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del vecindario y para mayorbochorno de Holly, nadie diomuestras de saber de qué les hablaba.Al parecer todos tenían trabajo y unavida propia y, cosa sorprendente, nose pasaban el día controlando sujardín. Volvió a casa aún másconfundida. Al abrir la puerta, oyóque el teléfono sonaba y corrió acontestar.

—Diga?—¿Qué estabas haciendo, correr

una maratón?—No, estaba cazando duendes —

explicó Holly.—¡Qué guay!

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Lo más extraño fue que Ciara nisiquiera lo puso en duda. —Dentrode dos semanas es mi cumpleaños.

Holly lo había olvidado porcompleto. —Ya lo sé —dijo connaturalidad.

—Verás, papá y mamá quierenque vayamos a cenar fuera la familiaal completo…

Holly soltó un bufido.—Exacto —convino Ciara, y gritó

apartando el auricular—: ¡Papá,Holly dice lo mismo que yo!

Holly rió por lo bajo al oír a supadre maldecir a lo lejos. Ciaraañadió en voz muy alta para que su

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padre la oyera:—Bien, mi idea es que sigamos

adelante con la cena familiar, peroque también invitemos a unoscuantos amigos para que realmentesea una velada agradable. ¿Quéopinas?

—Suena bien —convino Holly.Ciara volvió a gritar:

—¡Papá, Holly está de acuerdocon mi plan!

—Me parece muy bien —oyóHolly que vociferaba su padre—,pero no pienso pagar la cena de todaesa gente.

—Tiene razón —agregó Holly—.

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Escucha, ¿por qué no organizamosuna barbacoa? Así papá estará en susalsa y no resultará tan caro.

—¡Es una idea genial! —Ciaradespegó el auricular una vez más—.Papá, ¿y si montamos una barbacoa?

Silencio.—Le encanta la idea. —Ciara se

echó a reír—. Don Superchef volveráa cocinar para las masas.

Holly también rió al pensarlo. Supadre se entusiasmaba como un críocuando hacían barbacoas, se lotomaba muy en serio y permanecíacontinuamente al lado de la barbacoasin quitar ojo a sus maravillosas

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creaciones. Gerry se comportabaigual. ¿Qué les ocurría a los hombrescon las barbacoas? Probablementeera lo único que ambos sabíancocinar en realidad, o eso o eranpirómanos frustrados.

—Estupendo. Entonces ¿avisas túa Sharon y John, y a Denise y sunovio locutor? ¿Puedes pedirle a esetío, Daniel, que también venga? ¡Estápara comérselo! —Ciara soltó unarisa histérica.

—Ciara, apenas lo conozco. Dilea Declan que lo invite, se ven muy amenudo.

—No, prefiero que le digas

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sutilmente que lo amo y que quieroser la madre de sus hijos. No sé porqué, pero tengo la impresión de queDeclan se vería en un aprietohaciendo eso.

Holly chasqueó la lengua.—¡Basta! —soltó Ciara—. ¡Es mi

capricho de cumpleaños!—De acuerdo —dijo Holly,

dándose por vencida—. Pero dimeuna cosa. ¿Por qué quieres que vayanmis amigos, qué pasa con los tuyos?

—Holly, he perdido contacto contodo el mundo, he pasado muchotiempo fuera. Mis demás amigosestán en Australia y los muy

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cabrones no se han molestado enllamar ni una sola vez —concluyóenfurruñada.

Holly sabía muy bien a quién serefería.

—Pero ¿no crees que ésta seríauna gran oportunidad para ponerte aldía con tus viejas amistades? Yasabes, los invitas a una barbacoa, esun ambiente distendido y agradable.

—Sí, claro, ¿y qué les digocuando empiecen a hacermepreguntas? ¿Tienes trabajo? Mmm…no. ¿Tienes novio? Mmm… no.¿Dónde vives? Bueno… en realidadtodavía vivo con mis padres. ¿No

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resultaría patética?Holly se dio por vencida.—Como quieras… De todas

formas, llamaré a los demás y.. Ciaraya había colgado.

Holly decidió quitarse de enmedio la llamada más incómodacuanto antes y marcó el número deHogan's.

—Hogan's, buenas noches.—Hola, ¿podría hablar con

Daniel Connelly, por favor?—Sí, no cuelgue. —La dejaron en

espera y de pronto comenzó a sonarmúsica de los Greensleeves.

—Diga?

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—Hola. ¿Daniel?—Sí. ¿Con quién hablo?—Soy Holly Kennedy. —

Deambuló nerviosa por lahabitación, esperando quereconociera su nombre.

—¿Quién? —gritó Daniel, pues elruido de fondo aumentó de volumen.Holly se dejó caer en la cama, untanto violenta.

—Soy Holly Kennedy. Lahermana de Declan.

—Ah, Holly, qué tal. Espera unmomento, que voy a un sitio mástranquilo.

Holly se quedó escuchando a los

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Greensleeves otra vez, se puso de piey comenzó a cantar en voz alta.

—Perdona, Holly —dijo Daniel,sonriendo al coger de nuevo elauricular—. ¿Te gustan losGreensleeves?

Holly se ruborizó y se dio ungolpe en la cabeza.

—Bueno… no, no mucho. —Nosupo qué más decir y de pronto seacordó del motivo de su llamada—.Sólo te llamaba para invitarte a unabarbacoa.

—Vaya, qué bien. Sí, meencantará ir.

—Dentro de dos viernes es el

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cumpleaños de Ciara. ¿Te acuerdasde mi hermana Ciara?

—Eh… sí, la del pelo rosa.—Exacto. Ha sido una pregunta

estúpida. Todo el mundo conoce aCiara. En fin, me ha pedido que teinvitara a la barbacoa y que te dijerasutilmente que quiere casarsecontigo y ser la madre de tus hijos.

Daniel se echó a reír.—Sí, desde luego has sido muy

sutil.Holly se preguntó si estaría

interesado en su hermana, si sería sutipo.

—Cumple veinticinco —agregó

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sin saber muy bien por qué.—Ah… muy bien.—Bueno, Denise y tu amigo Tom

también irán, y Declan estará allícon su grupo, por supuesto, así queconocerás a un montón de gente.

—Tú irás?—¡Claro!—Estupendo. Así aún conoceré a

más gente, ¿no? —bromeó Daniel.—Qué bien. Ciara estará

encantada de que vayas.—Sería muy grosero por mi parte

no aceptar la invitación de unaprincesa. Al principio Holly pensóque estaba flirteando con ella, pero

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entonces cayó en la cuenta de que serefería al documental, de modo quefarfulló una respuesta ininteligible.Justo cuando Daniel se disponía acolgar el auricular a Holly la asaltóuna idea.

—Ah, una cosa más.—Dime.—¿Sigue vacante ese puesto

detrás de la barra?

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2525

Menos mal que era un día precioso,pensó Holly mientras cerraba elcoche y se dirigía al jardín trasero decasa de sus padres. El tiempo habíacambiado drásticamente aquellasemana y había llovido sin cesar.Ciara estaba histérica por lo que ibaa pasar con su barbacoa y habíaestado de un humor insoportabletoda la semana. Afortunadamentepara el bienestar de todos, el tiempohabía recuperado su anterioresplendor. Holly estaba bastantemorena, ya que llevaba un mes

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tomando mucho el sol (una de lasventajas de no tener trabajo) y leapetecía lucir su bronceado. Por esose había puesto una falda tejana muycorta que había comprado en lasrebajas de verano y una camisetablanca muy simple pero ceñida, queresaltaba aún más el moreno.

Estaba orgullosa del regalo que lehabía comprado a Ciara, pues sabíaque le encantaría. Era un aro para elombligo con forma de mariposa quetenía un cristal rosa en cada ala. Lohabía elegido para que combinaracon la mariposa que su hermana sehabía tatuado hacía poco, y con el

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rosa de su pelo, por descontado.Siguió el sonido de las risas y sealegró al ver el jardín lleno defamiliares y amigos. Denise ya habíallegado con Tom y Daniel y los tresse habían tumbado en el césped.Sharon había llegado sola y estabasentada junto a la madre de Hollyenfrascada en una conversación, sinduda comentando los progresos deésta en la vida. Bueno, había salidode casa, ¿no? Aquello era un milagroen sí mismo.

Holly puso ceño al advertir que,una vez mas, Jack no estaba presente.Desde que la había ayudado a vaciar

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y limpiar el armario ropero de Gerry,se había mostrado inusualmentedistante. Incluso de niños, Jacksiempre había comprendido mejorque nadie las necesidades y lossentimientos de Holly sin que éstatuviera que manifestarlos, perocuando le dijo que necesitaba unpoco de espacio después de la muertede Gerry no se refería a que desearaverse completamente ignorada yaislada. Era impropio del carácter deJack que llevara tanto tiempo sinponerse en contacto con ella. Losnervios le provocaron un retortijónde tripas y rezó para que su hermano

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preferido estuviera bien.Ciara se hallaba en mitad del

jardín gritando a diestro y siniestro,encantada de ser el centro deatención. Lucía un biquini rosa ajuego con el pelo y unos pantalonescortos vaqueros.

Holly se acercó a ella con suregalo, que le fue arrebatado deinmediato y abierto sin miramientos.No debería haberse molestado enenvolverlo tan cuidadosamente.

—¡Oh, Holly, me encanta! —exclamó Ciara, y abrazó a suhermana.

—Pensé que te gustaría—dijo

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Holly, feliz de haber acertado en laelección, ya que de lo contrario suquerida hermana sin duda se lohabría hecho saber.

—Voy a ponérmelo ahora mismo—dijo Ciara, arrancándose el aro quellevaba en el ombligo y clavando lamariposa en su piel.

—¡Oh …! —Holly se estremeció—. No me hacía ninguna falta veresto, muchas gracias.

Flotaba un delicioso aroma acarne asada en el aire y a Holly se lehizo la boca agua. No se sorprendióal ver a los hombres apiñadosalrededor de la barbacoa, su padre

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ocupando el sitio de honor. Loscazadores tenían que proporcionaralimento a sus mujeres.

Holly divisó a Richard y sedirigió resueltamente hacia él.Haciendo caso omiso de la charlasobre temas triviales arremetiódirectamente.

—Richard, ¿has arreglado tú mijardín?

Richard levantó la vista de labarbacoa con expresión dedesconcierto.

—Perdona, ¿que si he hecho qué?Los demás hombres dejaron de

hablar para escuchar, expectantes.

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—¿Has arreglado mi jardín? —repitió Holly, los brazos en jarras.No sabía por qué se comportabacomo si estuviera enojada con él.Quizás era la fuerza de la costumbre,pues si Richard lo había arreglado, lehabía hecho un inmenso favor. Sóloque resultaba molesto ver otra partedel jardín limpia y despejada cadavez que llegaba a casa y no saberquién estaba haciéndolo.

—¿Cuándo? —Richard echó unvistazo a los demás, agobiado como silo hubiesen acusado de asesinato.

—Yo qué sé —le espetó Holly—.Durante estas últimas semanas.

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—No, Holly—replicó Richard—.Algunos de nosotros trabajamos,¿sabes? Holly lo fulminó con lamirada y su padre decidió intervenir.

—¿Qué ocurre cariño? ¿Alguienestá trabajando en tu jardín?

—Sí, pero no sé quién —murmuró Holly, frotándose la frentey tratando de pensar con calma—.¿Eres tú, papá?

Frank negó rotundamente con lacabeza esperando que su hija nohubiese perdido el juicio.

—¿Has sido tú, Decían?—Tú qué crees, Holly?—¿Has sido tú? —preguntó a un

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desconocido que estaba al lado de supadre.

—Yo… no. Acabo de llegar aDublín… para pasar… el fin desemana —farfulló con acento inglés.

Ciara se echó a reír.—Deja que te ayude, Holly.

Alguno de los presentes estátrabajando en el jardín de Holly? —gritó a los demás. Todosinterrumpieron lo que estabanhaciendo y negaron con la cabezaperplejos—. ¿No ha sido mucho másfácil? —Ciara rió socarronamente.

Holly miró a su hermana conexpresión de asombro y se reunió con

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Denise, Tom y Daniel en el otroextremo del jardín.

—Hola, Daniel.Holly se agachó para saludar a

Daniel con un beso en la mejilla.—Hola, Holly, cuánto tiempo sin

verte.Le tendió una lata de las que

tenía a su lado.—¿Todavía no has encontrado a

ese duende? —preguntó Denise,sonriendo.

—No —dijo Holly estirando laspiernas delante de ella y apoyándoseen los codos—. ¡Y resulta tanextraño!

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Explicó lo ocurrido a Tom yDaniel.

—¿No es posible que loorganizara tu marido? —soltó Tom, yDaniel lanzó una mirada a su amigo.

—No —repuso Holly apartandola vista, enojada de que undesconocido conociera sus asuntosprivados—. No forma parte de eso.

Puso mala cara a Denise porhabérselo contado a Tom.

Denise hizo un ademán deimpotencia con las manos y seencogió de hombros. Holly se volvióhacia Daniel, ignorando a los otrosdos.

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—Gracias por venir, Daniel.—No hay de qué, me alegro de

estar aquí.Era raro verlo vestido sin ropa de

invierno. Llevaba una camiseta azulmarino y un pantalón corto deexplorador, también azul marino,que le llegaba por debajo de lasrodillas con un par de zapatillas dedeporte del mismo color. Holly lesorprendió que estuviera tan enforma.

—Estás muy moreno —comentóHolly, improvisando una excusa trashaber sido sorprendida admirando susbíceps.

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—Y tú también —dijo Daniel,mirándole intencionadamente laspiernas. Holly rió y dobló la piernas.

—Es gracias al paro. ¿Cuál es tuexcusa?

—Estuve en Miami el mespasado. —¡Uau, qué suerte! ¿Lopasaste bien?

—Disfruté mucho —respondióDaniel sin dejar de sonreír—. ¿Hasestado allí alguna vez?

Holly negó con la cabeza.—Al menos las chicas nos vamos

a España la semana que viene. Memuero de ganas. —Se frotó las manoscon entusiasmo.

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Daniel volvió a sonreírentornando un poco los ojos.

—Sí, ya me he enterado. Menudasorpresa os habréis llevado.

—Y que lo digas. —Holly meneóla cabeza, como si no acabara decreérselo. Siguieron charlando unrato sobre las vacaciones de Daniel ysus vidas en general. Holly renuncióa comer su hamburguesa delante deél, ya que aún no había descubiertola manera de hacerlo sin derramarketchup y mayonesa por la boca cadavez que la abría para hablar.

—Confío en que no fueras aMiami con una mujer, o la pobre

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Ciara no lo superará —bromeó, y deinmediato lamentó haber sido tanentrometida.

—Qué va—contestó Daniel conseriedad—. Rompimos hace unosmeses.

—Vaya, lo siento —dijo Hollysinceramente—. ¿Llevabais juntosmucho tiempo?

—Siete años.—Eso es mucho tiempo.—Sí.Daniel desvió la mirada y Holly

comprendió que no se sentía cómodohablando del asunto, por lo que seapresuró a cambiar de tema.

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—Por cierto, Daniel —prosiguióHolly casi en un susurro haciendoque él inclinara la cabeza—, queríadarte las gracias por cuidar de mícomo lo hiciste después de la emisióndel documental. Casi todos loshombres salen despavoridos cuandoven llorar a una chica. Tú no lohiciste, y te lo agradezco. —Holly lesonrió.

—No hay nada que agradecer,Holly. No me gusta verte disgustada.Daniel le devolvió la sonrisa.

—Eres un buen amigo —dijoHolly pensando en voz alta.

—¿Por qué no salimos todos de

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copas o a cenar antes de que osmarchéis? —sugirió Daniel.

—Hombre, quizás así consigasaber tanto acerca de ti como túsabes de mí. —bromeó—. Creo que aestas alturas estás al corriente de lahistoria de mi vida.

—Sí, eso estaría bien —convinoDaniel, y acordaron la fecha.

—Oye, por cierto, ¿ya le has dadoa Ciara tu regalo de cumpleaños? —preguntó Holly, nerviosa.

—No. Ha estado muy… ocupada.Holly se volvió y vio a su

hermana flirtear con uno de losamigos de Declan, para mayor

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disgusto de éste. No pudo evitarreírse de su hermana. Sobre todo porquerer tener hijos con Daniel…

—Voy a llamarla, ¿te parece?—Por mí, adelante —dijo Daniel.—¡Ciara! —gritó Holly—. ¡Tengo

otro regalo para ti!—¡Uau! —exclamó Ciara, y de

inmediato abandonó al decepcionadomuchacho—. ¿Qué es? —Se arrodillóen la hierba junto a ellos.

Holly señaló a Daniel con elmentón. —Es su regalo.

—Me preguntaba si te gustaríatrabajar detrás de la barra en el ClubDiva. Ciara se tapó la boca con las

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manos.—¡Oh, Daniel, eso sería genial! —

¿Alguna vez has trabajado en un bar?—Claro, montones de veces —

aseguró quitándole importancia conun ademán.

Daniel arqueó las cejas, buscabauna información un poco másconcreta.

—He trabajado en bares en casitodos los países que he visitado. ¡Deverdad! —dijo excitada.

Daniel sonrió e inquirió:—¿Entonces crees que serás capaz

de hacerlo bien?—¡Faltaría más! —vociferó Ciara,

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y lo rodeó con los brazos.«Cualquier excusa le sirve»,

pensó Holly al ver cómo su hermanacasi estrangulaba a Daniel, cuyorostro enrojeció e hizo muecas de«sálvame» a Holly.

—Venga, venga, ya está bien,Ciara —dijo Holly apartándola deDa¡el— No querrás matar a tu nuevojefe, ¿verdad?

—Lo siento —dijo Ciararetirándose—. ¡Esto es tan guay!¡Tengo traba, Holly!

—Sí, ya lo he oído —dijo Holly.De repente el jardín quedó

sumido en un silencio casi absoluto y

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Holly echó un vistazo para ver quéestaba ocurriendo. Todo el mundomiraba hacia el invernadero y lospadres de Holly aparecieron en lapuerta sosteniendo un gran pastel decumpleaños y cantando Cumpleañosfeliz. Los invitados se pusieron acantar con ellos y Ciara se levantó deun salto, disfrutando con suprotagonismo. Cuando sus padressalieron al jardín, Holly se fijó enque alguien los seguía con unenorme ramo de flores. Caminaronhasta Ciara y dejaron el pastelencima de la mesa delante de ella.Entonces el desconocido apartó

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lentamente el ramo que le tapaba lacara.

—¡Mathew! —exclamó Ciara.Holly estrechó la mano de Ciara

al ver que ésta palidecía.—Perdona que haya sido tan

estúpido, Ciara. —El acentoaustraliano de Mathew resonó portodo el jardín. Algunos de los amigosde Declan sonrieron, obviamenteincómodos ante aquella exhibiciónde sentimientos. Mathew parecíauna escena de un serial australiano,pero lo cierto es que el dramatismosolía dar resultado con Ciara—. ¡Tequiero! ¡Por favor, acéptame otra vez!

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—suplicó Mathew, y todos lospresentes se volvieron hacia Ciarapara ver qué contestaba.

Su labio inferior comenzó atemblar. De pronto corrió hastaMathew y saltó encima de él,agarrándolo con las piernas por lacintura y con los brazos por el cuello.

Abrumada por la emoción, losojos de Holly se llenaron de lágrimasal ver a su hermana reconciliada conel hombre que amaba. Declan cogiósu cámara y se puso a filmar.

Daniel rodeó con el brazo loshombros de Holly y la estrechóalentadoramente.

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—Lo siento, Daniel —susurróHolly, enjugándose las lágrimas—,pero me parece que acaban deplantarte.

—Descuida —dijo Daniel—. Detodos modos nunca es bueno mezclarel placer con el trabajo —añadiócomo si se sintiera aliviado.

Holly siguió observando mientrasMathew hacía girar a Ciarasosteniéndola en brazos.

—¡Ya vale, largaos a unahabitación! —exclamó Declanindignado, y todo el mundo se echó areír.

Holly sonrió al conjunto de jazz

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al pasar y buscó a Denise por el bar.Se habían citado en el bar favorito delas chicas, Juicy, conocido por suextensa carta de cócteles y su músicarelajada. Holly no tenía intención deemborracharse aquella noche, ya quequería estar en condiciones dedisfrutar de las vacaciones tantocomo pudiera a partir del díasiguiente. Se había propuesto estarllena de vida y energía durante lasemana de relax que le habíabrindado Gerry. Vio a Deniseacurrucada junto a Tom en unconfortable sofá de piel negra situadoen la zona acristalada que daba al río

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Liffey. Dublín estaba iluminada ytodos sus colores se reflejaban en elagua. Daniel estaba sentado delantede Denise y Tom, sorbiendoávidamente un daiquiri de fresamientras vigilaba el local. Paravariar, Tom y Denise hacían el vacíoa todo el mundo.

—Siento llegar tarde —sedisculpó Holly, acercándose a susamigos—. Quería terminar depreparar la maleta antes de salir.

—No estás perdonada —lesusurró Daniel al oído, dándole labienvenida con un abrazo y un beso.

Denise miró a Holly y sonrió,

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Tom la saludó con la mano y ambosvolvieron a quedar embelesados.

—No entiendo por qué semolestan en invitar a otras personas asalir. Se pasan todo el rato sentadosahí, mirándose a los ojos e ignorandoa los demás. ¡Ni siquiera hablanentre sí! Y si intentas entablarconversación, te hacen sentir como silos hubieses interrumpido. Ahídonde los ves, parece que secomunican telepáticamente —dijoDaniel, sentándose de nuevo. Bebióotro sorbo de su copa e hizo unamueca de asco—. Y además necesitouna cerveza.

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—O sea que estás pasando unavelada fantástica —se mofó Holly.

—Perdona —se disculpó Daniel—. Es que hace tanto tiempo que nohablo con otro ser humano que heolvidado mis modales.

Holly rió tontamente. Luegodijo:

—Bueno, he venido a rescatarte.—Cogió la carta y estudió la lista deombinados. Eligió el que conteníamenos alcohol y se arrellanó en elasiento. Podría quedarme dormida eneste sillón —comentó, retrepándosemás.

Daniel arqueó las cejas.

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—Entonces sí que realmente melo tomaría como algo personal.

—No te preocupes que no lo haré—le aseguró Holly—. Veamos, señoronnelly, tú lo sabes absolutamentetodo acerca de mí. Esta noche tengola misión de averiguar cuanto puedasobre ti, así que prepárate para miinterrogatorio.

Daniel sonrió.—Muy bien, estoy listo.Holly meditó la primera

pregunta. —¿De dónde eres?—Nací y me crié en Dublín. —

Tomó un sorbo de su cóctel rojo yvolvió a hacer una mueca—. Y si

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alguna de las personas con las quecrecí me vieran bebiendo este jarabey escuchando jazz tendría seriosproblemas.

Holly volvió a reír.—Cuando acabé el instituto, me

alisté en el ejército —prosiguió.Holly levantó la vista, impresionada.

—¿Por qué lo hiciste?Daniel no tuvo que pensar la

respuesta.—Porque no tenía idea de lo que

quería hacer con mi vida y la pagaera buena.

—Y después hablan de salvarvidas inocentes —ironizó Holly.

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—Sólo estuve unos años en elejército.

—¿Por qué lo dejaste?Holly bebió un trago de su cóctel

de lima favorito.—Porque me di cuenta de que

tenía ganas de tomar cócteles yescuchar jazz, y eso no iban apermitirlo en los barracones delejército —explicó Daniel. Hollysoltó una risita.

—Di la verdad, Daniel. Danielsonrió.

—Perdona, simplemente no ibaconmigo. Mis padres se habíanmudado a Galway para llevar un pub

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y la idea me atrajo. Así que me mudéa Galway para trabajar allí. Con eltiempo, mis padres se jubilaron yyome hice cargo del pub. Hace unosaños decidí que quería ser dueño demi propio local, trabajé duro, ahorrédinero, me embarqué en la mayorhipoteca de todos los tiempos, memudé de nuevo a Dublín y compré elHogan's. Y aquí estoy, hablandocontigo. Holly sonrió.

—Vaya, tu biografía esmaravillosa, Daniel.

—Nada del otro mundo, pero unavida al fin y al cabo. Daniel ledevolvió la sonrisa.

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—¿Y dónde encaja tu ex en todoesto? —preguntó Holly.

—Justo entre mis tiempos deencargado del pub de Galway y mimudanza a Dublín.

—Oh, entiendo. —Holly asintiócon aire pensativo. Apuró su copa ycogió la carta otra vez—. Creo quequiero «Sexo en la playa».

—¿Cuándo? ¿Durante lasvacaciones? —bromeó Daniel.

Holly le golpeó el brazojuguetonamente. Ni en un millón deaños.

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2626

—¡Nos vamos de vacaciones deverano! —cantaban las chicas en elcoche camino del aeropuerto. John sehabía ofrecido a acompañarlas alaeropuerto, pero ya se estabaarrepintiendo. Se estabancomportando como si nunca anteshubiesen salido del país. Holly norecordaba la última vez que habíaestado tan excitada. Se sentía comosi estuviera otra vez en la escuela yhubiesen salido de excursión.Llevaba el bolso lleno de paquetes decaramelos, chocolainas y revistas, y

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las tres amigas no podían parar decantar canciones horteras en elasiento trasero del coche. El vuelo nosalía hasta las nueve de la noche, demodo que no llegarían a sualojamiento hasta bien entrada lamadrugada.

Llegaron al aeropuerto y saltarondel coche mientras John sacaba susmaletas del maletero. Denise atravesóla calle y entró corriendo en elvestíbulo de salidas, como si asípudiera llegar antes. En cambio,Holly se apartó un poco el coche yesperó a Sharon, que se estabadespidiendo de su marido.

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—Tendréis cuidado, verdad? —preguntó John, preocupado—. Nohagáis ninguna tontería mientrasestéis allí.

—John, claro que tendremoscuidado. Él no la escuchaba.

—Porque una cosa es hacer elindio aquí, pero uno no puedeportarse de este modo cuando está enotro país.

—John —dijo Sharon, rodeándoleel cuello con los brazos—, sólo voy apasar una semana de relax, no tienesque preocuparte por mí.

—John le susurró algo al oído yella asintió.

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—Lo sé, lo sé.Se dieron un interminable beso

de despedida y Holly contempló elabrazo de sus amigos de toda la vida.Palpó el bolsillo delantero del bolsopara asegurarse de que llevaba lacarta de Gerry correspondiente almes de agosto. Dentro de unos díaspodría abrirla tumbada en la playa.Menudo lujo. El sol, la arena, el mary Gerry, todo el mismo día.

—Holly, ¿querrás vigilar a miquerida esposa por mí? —preguntóJohn, interrumpiendo lospensamientos de Holly.

—Así lo haré, John. Aunque sólo

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estaremos fuera una semana. Hollyrió y le dio un abrazo.

—Ya lo sé, pero después de verlas locuras que hacéis cuando salís denoche, es normal que me preocupeun poco. —Sonrió—. Disfrutamucho, Holle, te mereces un buendescanso.

John las siguió con la miradamientras cruzaban la calzadaarrastrando las maletas y entraban enel vestíbulo de salidas.

Holly se detuvo un momento alcruzar la puerta y respiró hondo. Leencantaban los aeropuertos. Leencantaba el olor, el ruido y la

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atmósfera en general, con todo aquelgentío que iba de un lado a otroportando equipajes, deseosos decomenzar las vacaciones o regresandoa casa. Le encantaba presenciar elentusiasmo con que eran recibidoslos recién llegados por sus familiaresy observar la emoción con que seabrazaban. Era un lugar perfectopara ver gente. El aeropuerto leprovocaba siempre una sensación deexpectativa en la boca del estómago,como si se dispusiera a hacer algoespecial y asombroso. Haciendo colaen la puerta de embarque, se sentía laemoción infantil de estar aguardando

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para subir a la montaña rusa de unparque de atracciones.

Holly siguió a Sharon y ambas sereunieron con Denise hacia la mitadde la larguísima cola de facturación.

—Os dije que teníamos que venirantes —se quejó Denise.

—Ya, pero entonces tendríamosque esperar el mismo rato en lapuerta de embarque —razonó Holly.

—Sí, pero al menos allí hay unbar —explicó Denise—, y es el únicositio en todo este estúpido edificiodonde los monstruos fumadores comoyo podemos fumar —murmuró.

—Eso es verdad —convino Holly.

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—Bueno, me gustaría dejarosbien claro a las dos una cosa antes desalir, no pienso dedicarme a bebercomo una loca ni a salir todas lasnoches hasta las tantas. Lo único quequiero es descansar al borde de lapiscina o en la playa con mis libros,disfrutar de la comida y acostarmetemprano —dijo Sharon, muy seria.

Denise miró a Holly con cara depasmo.

—¿Es demasiado tarde parainvitar a otra persona, Hol? ¿Quéopinas? Las maletas de Sharon aúnno se han facturado y John no puedeandar lejos.

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—No, esta vez estoy de acuerdocon Sharon —dijo Holly—. Sóloquiero descansar y no hacer nadademasiado estresante.

Denise hizo pucheros como unachiquilla.

—No te preocupes, cielo —susurró Sharon con dulzura—.Seguro que habrá otros niños de tuedad con quienes podrás jugar.

Denise la amenazó con el dedoíndice.

—Oye, si al llegar allí mepreguntan si tengo algo que declarar,diré a todo el mundo que mis dosamigas son unas viejas cascarrabias.

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Sharon y Holly rieron condisimulo.

Tras media hora de cola, por finfacturaron el equipaje y Denise saliódespavorida hacia la tienda, dondecompró un cargamento de cigarrillospara toda una vida.

—¿Por qué me mira tanto esachica? —preguntó Denise entredientes, observando a una muchachaque había en el otro extremo del bar.

—Probablemente porque no lequitas el ojo de encima—respondióSharon, y comprobó la hora en sureloj—. Sólo faltan quince minutos.

—No, en serio, chicas. —Denise

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se volvió hacia ellas—. No sonparanoias, os aseguro que no para demirarnos.

—¿Y por qué no vas y lepreguntas qué quiere? —bromeóHolly con picardía, y Sharon soltóuna risita.

—¡Viene hacia aquí! —susurróDenise, alarmada, dando la espalda ala desconocida.

Holly alzó la mirada y vio a unachica rubia muy delgada, de grandestetas postizas, que se dirigía haciaellas.

—Más vale que te pongas lasnudilleras de metal, Denise, parece

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bastante peligrosa —se mofó Holly,y Sharon, que estaba bebiendo, seatragantó.

—¡Hola, qué tal! —saludó lamuchacha.

—Hola —dijo Sharon,procurando no reír.

—Perdona si he sido groseramirando de esta manera, pero es quetenía que acercarme para ver sirealmente eras tú.

—Desde luego que soy yo —dijoSharon con sarcasmo—, en carne yhueso. —¡Ay, lo sabía! —exclamó lamuchacha, y se puso a saltar deemoción. Como era de prever, los

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pechos apenas se movieron—. ¡Misamigas no paraban de decirme queme equivocaba, pero sabía que erastú! Son aquellas de allí. —Se volvió yseñaló hacia el final de la barra,donde otras cuatro spicegir/ssaludaron con la mano—. Me llamoCindy..

Sharon volvió a atragantarse conel agua.

—¡Y soy vuestra fan número uno!—gritó excitada—. Adoro eseprograma en el que trabajáis. ¡Lo hevisto más de mil veces! Tú haces deprincesa Holly, ¿verdad? —dijoapuntando a la cara de Holly con

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una uña impecable.Holly abrió la boca para

contestar pero Cindy siguióhablando.

—¡Y tú interpretas a la dama dehonor! —exclamó señalando a Denise—. ¡Y tú! —agregó todavía másfuerte, señalando a Sharon—. ¡Túeras la amiga de la estrella de rockaustraliana!

Las chicas intercambiaronmiradas de inquietud al ver que suadmiradora acercaba una silla y sesentaba a su mesa.

—Veréis, yo también soy actriz…Denise puso los ojos en blanco.

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—… y me encantaría trabajar enun programa como el vuestro.¿Cuándo grabáis el próximo?

Holly abrió la boca paraexplicarle que en realidad no eranactrices, pero Denise se le adelantó.

—Bueno, aún estamos en la fasede negociaciones de nuestro próximoproyecto —mintió.

—¡Eso es fantástico! —vociferóCindy dando una palmada—. ¿Sobrequé será?

—De momento no podemos decirnada. Tendremos que ir a Hollywooda grabar.

Cindy parecía a punto de sufrir

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un ataque cardíaco. —¡Oh, Dios mío!¿Quién es vuestro agente?

—Frankie —intervino Sharon—.Así que Frankie se vendrá connosotras a Hollywood.

Holly no pudo reprimir por mástiempo la risa.

—No le hagas caso, Cindy. Estámuy nerviosa —explicó Denise.

—¡No me extraña! —Cindy sefijó en la tarjeta de embarque deDenise, que estaba encima de lamesa, y le dio un vuelco el corazón—. ¡Uau, chicas! Nosotras tambiénvais a Lanzarote?

Denise cogió la tarjeta de

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embarque y la metió en el bolso,como si eso fuera a servir de algo.

—Yo voy con mis amigas. Estánallí. —Se volvió y las saludólevantando

a mano otra vez, y ellas ledevolvieron el saludo—. Nosalojamos en un hotel llamado CostaPalma Palace. ¿Y vosotras?

A Holly se le cayó el alma a lospies.

—Ahora no me acuerdo—mintióHolly—. ¿Vosotras os acordáis,chicas?

—Miró a Sharon y Deniseabriendo los ojos desorbitadamente.

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Ambas se apresuraron a negarcon la cabeza.

—Bah, no importa. —Cindy seencogió de hombros alegremente—.¡Os veré cuando aterricemos de todosmodos! ¡Más vale que vaya aembarcar, no me gustaría que elavión despegara sin mí!

Hablaba tan fuerte que losocupantes de las mesas vecinas sevolvieron para mirarla. Dio un fuerteabrazo a cada una de las chicas y fuea reunirse de nuevo con sus amigas.

—Creo que sí necesitábamos esasnudilleras de metal —comentóHolly, abatida.

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—No tiene importancia —aseguró Sharon, tan optimista comosiempre—. Basta con que no lehagamos caso.

Se levantaron para dirigirse a lapuerta de embarque. Mientras seabrían paso hacia sus asientos, aHolly volvió a caerle el alma a lospies y de inmediato ocupó el asientomás alejado del pasillo. Sharon sesentó a su lado y el rostro de Denisepalideció cuando se dio cuenta dequién le tocaba a su vera.

—¡Oh, fabuloso! ¡Vas a sentarte ami lado! —exclamó Cindy.

Denise lanzó una mirada asesina

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a sus amigas y se desplomó al lado deCindy.

—¿Lo ves? Ya te dije queencontrarías amiguitos con los quejugar—susurró Sharon a Denise.

Sharon y Holly sufrieron unataque de risa.

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Cuatro horas después el avión sedeslizó por encima del mar y aterrizóen el aeropuerto de Lanzarote,haciendo que todo el pasaje gritaravítores y aplaudiera. Dentro delavión no había nadie tan aliviadocomo Denise.

—Tengo un dolor de cabezaespantoso —se lamentó mientras sedirigían a recoger el equipaje—. Esamaldita cría no ha dejado de hablarni un instante en todo el trayecto.

Se masajeó las sienes y cerró losojos para relajarse.

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Al ver que Cindy y sus secuacesse dirigían hacia ellas, Sharon yHolly se escabulleron entre elgentío, dejando sola a Denise con losojos cerrados. Buscaron un lugarentre la multitud que les permitieraver bien los equipajes. El grueso delos pasajeros pensó que sería unagran idea esperar pegados a la cintatranspórtadora inclinados haciadelante, de modo que sus vecinos nopudieran ver las maletas que seaproximaban. Tuvieron que esperarcasi media hora antes de que la cintacomenzara a moverse, y otra mediahora más tarde aún esperaban sus

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maletas mientras la mayoría de lospasajeros ya había salido hacia susrespectivos autobuses.

—Sois unas brujas —les espetóDenise, acercándose a ellas tirandode su maleta—. ¿Aún estáisesperando?

—No, simplemente me encantaestar aquí de pie viendo pasar lasmismas bolsas abandonadas una yotra vez. Si quieres ir hacia elautobús, me quedaré un rato más adisfrutar del espectáculo —dijoSharon con sarcasmo.

—Espero que hayan perdido tumaleta —replicó Denise—. O aún

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mejor, espero que se te abra y quetodas tus bragas y sostenes quedendesparramados por la cinta a la vistade los curiosos.

Holly miró a Denise con airedivertido. —¿Ya te encuentrasmejor?

—No hasta que fume uncigarrillo —contestó Denise, que aunasí se las arregló para sonreír.

—¡Vaya, ahí llega mi maleta! —dijo Sharon, contenta. La cogió de lacinta transportadora de un tirón,golpeando a Holly en la espinilla.

—¡Au!—Perdona, pero tenía que salvar

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mi ropa.—Como me hayan perdido la

maleta los demando —dijo Holly,enojada. A aquellas alturas los demáspasajeros ya se habían marchado yeran las únicas que seguíanesperando—. ¿Por qué me tocasiempre ser la última en la recogidade equipajes? —preguntó a susamigas.

—Es la ley de Murphy —explicóSharon—. Ah, ahí está.

Cogió la maleta y volvió agolpear la maltrecha espinilla deHolly. —¡Ay, ay, ay! —gritó Holly—. Al menos podrías cogerla hacia el

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otro lado. —Perdona —dijo Sharon,contrita—, sólo sé hacerlo hacia unlado. Las tres fueron en busca de laresponsable de su grupo.

—¡Suelta, Gary! ¡Déjame en paz!—oyeron gritar a una voz al doblaruna esquina.

Siguieron el sonido y localizarona una mujer vestida con un uniformerojo de responsable de grupo deturistas, que estaba siendo acosadapor un muchacho que llevaba elmismo uniforme. Al aproximarse, lamujer se puso erguida.

—¿Kennedy, McCarthy yHennessey? —preguntó con marcado

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acento londinense.Las chicas asintieron con la

cabeza.—Hola, me llamo Victoria y seré

la responsable de su estancia enLanzarote durante la próximasemana. —Esbozó una sonrisaforzada—. Síganme, las acompañaréa su autobús.

Le guiñó el ojo con descaro aGary y condujo a las chicas alexterior. Eran las dos de lamadrugada y, sin embargo, unacálida brisa les dio la bienvenida encuanto salieron al aire libre. Hollysonrió a sus amigas, que también

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habían notado el cambio de clima.Ahora sí que estaban de vacaciones.Al subir al autobús todo el mundogritó con entusiasmo y Holly losmaldijo en silencio, esperando queaquello no fuese el principio de unasespantosas vacaciones del tipo«seamos amigos».

—¡Eo, eo! —coreó Cindy,dirigiéndose a ellas. Estaba de piehaciéndoles señas desde el fondo delautobús—. ¡Os he guardado sitio aquídetrás! Denise suspiró, pegada a laespalda de Holly, y las trescaminaron con dificultad hasta laúltima fila de asientos del autobús.

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Holly tuvo la suerte de sentarsejunto a la ventanilla, donde podríaignorar a los demás. Esperó queCindy comprendiera que deseabaque la dejaran en paz, ya que lehabía dado una pista bien clara al nohacerle caso desde el principio,cuando se aproximó a ellas en el bar.

Tres cuartos de hora despuésllegaron a Costa Palma Palace yHolly se reanimó. Una larga avenidacon altas palmeras alineadas en elcentro se internaba en el recinto.Frente a la entrada principal habíauna gran fuente iluminada con focosazules y, para su enojo, los pasajeros

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del autobús volvieron a vitorearlascuando ellas se apearon las últimas.Las chicas ocuparon un apartamentode dimensiones razonablescompuesto por un dormitorio con doscamas, una cocina pequeña, una zonade estar con un sofá cama, un cuartode baño, por supuesto, y una terraza.Holly salió a la terraza y miró haciael mar. Aunque estaba demasiadooscuro para ver nada, oyó el susurrodel agua lamiendo suavemente laarena. Cerró los ojos y escuchó.

—Un cigarrillo, un cigarrillo,tengo que fumarme un cigarrillo. —Denise se reunió con ella y abrió un

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paquete de cigarrillos, encendió unoy dio una honda calada—. ¡Ah, estoestá mucho mejor! Ya no tengo ganasde matar a nadie. Holly sonrió; leapetecía mucho pasar tanto tiemposeguido con sus amigas.

—Hol, ¿te importa que duermaen el sofá cama? Así podré fumar…

—¡Sólo si dejas la puerta abierta,Denise! —soltó Sharon desde elinterior—. No quiero levantarmecada mañana apestando a tabaco.

—Gracias —dijo Denise,encantada.

A las nueve de la mañana Hollyse despertó al oír los movimientos de

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Sharon. Ésta le susurró que bajaba ala piscina para reservar unastumbonas. Un cuarto de horadespués, Sharon regresó alapartamento.

—Los alemanes han ocupadotodas las tumbonas erijo contrariada—. Estaré en la playa si me buscáis.

Holly murmuró una respuestacon voz soñolienta y volvió adormirse. A las diez Denise saltó dela cama y ambas decidieron reunirseen la playa con Sharon.

La arena estaba muy caliente ytenían que moverse sin cesar para noquemarse la planta de los pies. Pese a

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lo orgullosa que había estado Hollyde su bronceado en Irlanda, saltaba ala vista que acababan de llegar a laisla, pues eran las personas másblancas que había en la playa.Localizaron a Sharon sentada debajode una sombrilla, leyendo un libro.

—Esto es precioso, ¿verdad? —dijo Denise, sonriendo mientrascontemplaba el panorama.

Sharon levantó la vista de su libroy sonrió. —Es el paraíso.

Holly miró alrededor para ver siGerry estaba allí. No, no había rastrode él. La playa estaba llena deparejas: parejas poniéndose

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mutuamente crema solar, parejaspaseando cogidas de la mano por laorilla, parejas jugando a palas y,justo delante de su tumbona, unapareja tomaba el sol acurrucada.Holly no tuvo tiempo de deprimirse,ya que Denise se había quitado elvestido de tirantes y daba brincos porla arena caliente, luciendo unbrevísimo tanga de piel de leopardo.

—¿Alguna de vosotras mepondría bronceador solar?

Sharon dejó el libro a un lado yla miró por encima de la montura desus gafas de leer.

—Yo misma, pero el trasero y las

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tetas te los embadurnas tú solita.—Maldita sea —bromeó Denise

—. No te preocupes, ya encontraré aalguien para eso. —Se sentó en lapunta de la tumbona de Sharon yésta comenzó a aplicarle la crema—.¿Sabes qué, Sharon?

—¿Qué?—Te quedará una marca

espantosa si no te quitas ese pareo.Sharon se miró el cuerpo y se bajóun poco más la faldita.

—¿Qué marca? Nunca me pongomorena. Tengo una piel irlandesa deprimera calidad, Denise. ¿No te hasenterado de que el color azul es lo

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último en bronceado?Holly y Denise rieron. Por más

que Sharon había intentadobroncearse año tras año, siempreterminaba quemándose y pelándose.Finalmente había renunciado aponerse morena, aceptando lainevitable palidez de su piel.

—Además, últimamente estoyhecha una foca y no me gustaríaespantar al personal.

Holly miró a su amiga confastidio por lo que acababa de decir.Había ganado un poco de peso, peroen absoluto estaba gorda.

—¿Pues entonces por qué no vas

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a la piscina y espantas a todos esosalemanes? —bromeó Denise.

—Ay, sí. Mañana tenemos quelevantarnos más temprano para cogersitio en la piscina. La playa resultaaburrida al cabo de un rato —sugirióHolly. —No te preocupes.Venceremos a los alemanes —aseguró Sharon, imitando el acentoalemán.

Pasaron el resto del díadescansando en la playa,zambulléndose de vez en cuando enel mar para refrescarse. Almorzaronen el bar de la playa y, tal comohabían planeado, se dedicaron a

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holgazanear. Poco a poco Holly notócómo el estrés y la tensión ibanabandonando sus músculos y duranteunas horas se sintió libre.

Aquella noche se las ingeniaronpara evitar a la Brigada Barbie ydisfrutaron de la cena en uno de losnumerosos restaurantes quejalonaban una concurrida callecercana al complejo residencial.

—No puedo creer que sean lasdiez y que estemos regresando alapartamento —dijo Denise, mirandocon avidez la gran variedad de baresque las rodeaba. Los locales y lasterrazas estaban atestados de gente y

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la música vibraba en todos losestablecimientos, mezclándose hastaformar un inusual sonido ecléctico.Holly casi sentía el suelo latir bajosus pies. Paseaban en silencio,absortas en las visiones, los sonidos ylos olores que les llegaban de todaspartes. Las luces de neónparpadeaban y zumbabanreclamando la atención de posiblesclientes. En la calle los dueños de losbares competían entre sí paraconvencer a los transeúntesofreciendo folletos, copas gratis ydescuentos.

Cuerpos jóvenes y bronceados se

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agrupaban en las mesas exteriores,paseando con seguridad por la calle eimpregnando el aire de olor a cremasolar de coco. Al ver el promedio deedad de la concurrencia, Holly sesintió vieja.

—Bueno, podemos ir a un bar atomar una copa, si quieres —dijoHoliy con escaso entusiasmo,observando a unos jovencitos quebailaban en la calle. Denise se detuvoy recorrió los bares con la miradapara elegir uno.

—Hola, preciosa. —Un hombremuy atractivo se paró ante Denise ysonrió para mostrar sus impecables

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dientes blancos. Hablaba con acentoinglés—. ¿Te vienes a tomar algoconmigo? —propuso indicando unbar.

Denise contempló al hombre unmomento, sumida en suspensamientos. Sharon y Hollysonrieron con complicidad alconstatar que, después de todo,Denise no se acostaría temprano. Dehecho, conociéndola, quizá no seacostaría en toda la noche.

Finalmente Denise salió de sutrance.

—No, gracias, ¡tengo novio y lequiero! —anunció orgullosa—.

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¡Vámonos, chicas! —dijo a Holly ySharon, dirigiéndose hacia el hotel.

Las dos permanecieron inmóvilesen medio de la calle, atónitas.Tuvieron que correr para alcanzarla.

—¿Qué hacíais ahíboquiabiertas? —inquirió Denise conpicardía.

—¿Quién eres tú y qué has hechocon mi amiga devoradora dehombres? —preguntó Sharon a suvez, muy impresionada.

—Vale. —Denise levantó lasmanos y sonrió—. Puede quequedarse soltera no sea tan buenocomo lo pintan.

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—Desde luego que no», se dijoHolly. Bajó la mirada y fue dandopatadas a una piedra por el caminomientras volvían al apartamento.

—Te felicito, Denise —dijoSharon, cogiendo a su amiga por lacintura. Se produjo un silencio untanto incómodo y Holly oyó lamúsica que iba alejándoselentamente, dejando sólo el ritmosordo del bajo en la distancia. —Esacalle me ha hecho sentir vieja —dijoSharon de pronto.

—¡A mí también! —convinoDenise con expresión de asombro—.¿Desde cuándo sale de copas la gente

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tan joven?Sharon se echó a reír.—Denise, no es que la gente sea

más joven, somos nosotras las que noshacemos mayores.

Denise meditó un instante yluego dijo:

—Bueno, tampoco es que seamosviejas, por el amor de Dios. Aún nonos ha llegado el momento de colgarlas zapatillas de baile y coger elbastón. Podríamos pasar toda lanoche de parranda si nos apeteciera,es sólo que… estamos cansadas.Hemos tenido un día muy largo…Oh, Dios, parezco una anciana.

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Denise se quedó sola divagando,puesto que Sharon estaba pendientede Holly que, cabizbaja, seguíadando patadas a la misma piedra porel camino.

—Holly, ¿estás bien? Hace ratoque no abres la boca.

Sharon estaba preocupada.—Sí, sólo estaba pensando —

susurró Holly sin levantar la cabeza.—¿Pensando en qué? —preguntó

Sharon en voz baja.Holly levantó la cabeza de golpe

y respondió: —En Gerry. Estabapensando en Gerry.

—Bajemos a la playa —propuso

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Denise, y se quitaron los zapatospara hundir los pies en la arena fría.

El cielo estaba despejado y se veíanegro azabache. Un millón deestrellas titilaba en el firmamentocomo si alguien hubiese arrojadopurpurina sobre un inmenso telónnegro. La luna llena descansabaapoyada en el horizonte, reflejandosu luz en el agua y mostrando lafrontera entre el cielo y el mar. Lastres se sentaron en la orilla. El aguachapaleaba a sus pies, serenándolas,relajándolas. El aire tibio mezcladocon una brisa fresca pasó rozando aHolly poniéndole el vello de punta.

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Cerró los ojos y respiró hondo parallenar los pulmones de aire fresco.

—Por eso te hizo venir aquí,¿sabes? erijo Sharon, observandocómo se relajaba su amiga.

Holly mantuvo los ojos cerradosy sonrió.

—Hablas muy poco de él, Holly—añadió Denise con voz serenamientras con el dedo hacía dibujos enla arena.

Holly abrió los ojos lentamente.Su voz sonó baja pero afectuosa yaterciopelada.

—Ya lo sé.Denise levantó la vista de los

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círculos dibujados en la arena. —¿Porqué?

La mirada de Holly se perdió enla negrura del mar.

—No sé cómo hacerlo. —Vacilóun momento—. Nunca sé si decir«Gerry era» o «Gerry es». No sé siestar triste o contenta cuando hablode él con otras personas. Creo que siestoy contenta, ciertas personas mejuzgan y esperan que me eche allorar. Y si me pongo triste al hablarde él la gente se incomoda. —Siguiócontemplando el mar oscuro quebrillaba a lo lejos bajo la Luna y,cuando volvió a hablar, lo hizo en

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voz aún más baja—. En unaconversación no puedo reírme de élcomo hacía antes porque resulta feo.No puedo hablar sobre las cosas queme contó en confianza porque noquiero revelar sus secretos, ya quepor algo eran sus secretos. La verdades que no sé cómo referirme a surecuerdo cuando charlamos. Y eso nosignifica que no me acuerde de élaquí —dijo dándose unos golpecitosen la sien.

Las tres amigas estaban sentadasen la arena con las piernas cruzadas.John y yo hablamos de Gerrycontinuamente. —Sharon miró a

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Holly con los ojos brillantes—.Comentamos las ocasiones en quenos hizo reír, que fueron muchas. —Las tres rieron al recordarlo—.Incluso hablamos de las veces en quenos peleamos. Cosas que nosgustaban de él y cosas que realmentenos fastidiaban —prosiguió Sharon—. Porque para nosotros Gerry eraasí. No todo era bueno. Lorecordamos todo de él, y no hayabsolutamente nada de malo en ello.Tras unos segundos de silencio,Denise dijo con voz temblorosa: —Ojalá mi Tom hubiese conocido aGerry.

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Holly la miró sorprendida.—Gerry también era mi amigo —

dijo Denise con los ojos llenos delágrimas—. Y Tom ni siquiera loconoció. Así que a menudo le cuentocosas sobre Gerry para que sepa que,no hace mucho, uno de los hombresmás buenos de este planeta era miamigo, y que pienso que todo elmundo debería haberle conocido. —El labio le tembló y se lo mordió confuerza—. Me cuesta creer quealguien a quien quiero tanto y que losabe todo sobre mí no conozca a unamigo a quien quise durante más dediez años.

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Una lágrima rodó por la mejillade Holly, que se acercó a Denise y laabrazó. —Pues entonces, Denise,tendremos que seguir contándolecosas de Gerry a Tom, ¿verdad?

A la mañana siguiente no semolestaron en acudir a la reunióncon la responsable de las vacaciones,puesto que no tenían intención deapuntarse a ninguna excursión ni departicipar en ninguna estúpidacompetición deportiva. En su lugar,se levantaron temprano yparticiparon en el baile de latumbona, corriendo alrededor de lapiscina para arrojar las toallas con la

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intención de asegurarse un sitio parala jornada. Por desgracia, noconsiguieron madrugar lo suficiente.(«¿Es que nunca duermen estosmalditos alemanes?», soltó Sharon.)Finalmente, después de que Sharonapartara a hurtadillas unas cuantastoallas de tumbonas que nadievigilaba, consiguieron tres tumbonascontiguas.

Justo cuando Holly se estabaquedando dormida oyó unos gritosensordecedores y vio que la multitudcorría junto a ella. Por algunainexplicable razón, a Gary, uno delos empleados del operador turístico,

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se le había ocurrido que sería muydivertido vestirse de drag queen yque Victoria lo persiguiera alrededorde la piscina. Toda la gente de lapiscina los alentaba a gritos mientraslas chicas ponían los ojos en blanco.Al final Victoria alcanzó a Gary yambos se las ingeniaron para caerjuntos al agua con gran estrépito.

Todo el mundo aplaudió.Poco después, mientras Holly

nadaba tranquilamente, una mujeranunció a través de un micrófonoinalámbrico que llevaba colgado dela cabeza que dentro de cincominutos iba a dar comienzo la sesión

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de aeróbic acuático. Victoria y Gary,con la inestimable cooperación de laBrigada Barbie, fueron de tumbonaen tumbona obligando a todo elmundo a levantarse para participar.—¡A ver cuándo dejáis de incordiar!—oyó Holly que Sharon gritaba a unmiembro de la Brigada Barbie quepretendía tirarla a la piscina. Hollyno tardó en verse obligada a salir delagua ante la llegada de un rebaño dehipopótamos que se disponía azambullirse para su sesión de aeróbicacuático. Las tres amigaspermanecieron sentadas durante unainterminable sesión de media hora de

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aeróbic acuático, mientras lainstructora dirigía los movimientos avoz en grito por megafonía. Cuandopor fin terminó, anunciaron queestaba a punto de comenzar el torneode waterpolo. Así pues las chicas sepusieron de pie de inmediato y sedirigieron a la playa en busca de pazy tranquilidad.

—¿Has vuelto a tener noticias delos padres de Gerry Holly? —preguntó Sharon. Ambas estabantumbadas en sendas colchonetashinchables, flotando a la deriva cercade la orilla.

—Sí, me mandan una postal cada

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tantas semanas para decirme dóndeestán y cómo les va.

—¿Todavía están en ese crucero?—Sí.—¿Los echas de menos?—Si quieres que te diga la

verdad, me parece que ya no meconsideran parte de su vida. Su hijose ha ido y no tienen nietos, así queno creo que sientan que seguimossiendo familia.

—No digas tonterías, Holly.Estabas casada con su hijo y eso teconvierte en su nuera. Es un vínculomuy fuerte.

—Qué quieres que te diga —

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musitó Holly—. Me parece que coneso no les basta.

—Son un poco reticentes,¿verdad?

—Sí, mucho. No soportaban queGerry y yo viviéramos «en pecado»,como solían decir. Se morían deganas de que nos casáramos. ¡Y luegotodavía fue peor! Nuncacomprendieron que no quisieracambiarme el apellido.

—Es verdad. Ya me acuerdo —dijo Sharon—. Su madre me estuvodando la lata con eso el día de laboda. Decía que la mujer tenía eldeber de cambiarse el apellido como

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señal de respeto al marido. ¿Teimaginas? ¡Qué cara! Holly se echó areír.

—En fin, estás mucho mejor sinellos —aseguró Sharon.

—Hola, chicas —saludó Denise,acercándose en su colchoneta.

—¡Oye! ¿Dónde te habíasmetido? —preguntó Holly.

—Ah, estaba charlando con untipo de Miami. Muy majo, porcierto. —¿Miami? Ahí es donde fueDaniel de vacaciones —dijo Holly,sumergiendo los dedos en el aguaazul claro.

—Hummm… —terció Sharon—.

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Daniel sí que es majo, ¿verdad?—Sí, es muy agradable —convino

Holly—. Da gusto hablar con él. —Tom me contó que lo pasó muy malno hace mucho —dijo Denise,volviéndose para ponerse panzaarriba.

Sharon aguzó el oído al detectarun posible cotilleo. —¿Y eso?

—Creo que iba a casarse con sunovia y resultó que la muy zorra seacostaba con otro. Por eso se mudó aDublín y compró el pub, paraalejarse de ella.

—Ya lo sabía, es espantoso, ¿no?—dijo Holly, apenada.

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—¿Por qué, dónde vivía antes? —preguntó Sharon.

—En Galway. Era encargado deun pub de allí —explicó Holly.

—Vaya —dijo Sharon,sorprendida—. No tiene acento deGalway.

—Bueno, se crió en Dublín y sealistó en el ejército, luego lo dejó yse mudó a Galway, donde su familiatenía un pub; después conoció aLaura, estuvieron juntos siete años yse prometieron en matrimonio, peroella le ponía los cuernos, así querompieron y él regresó a Dublín ycompró el Hogan's…

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—Holly se quedó sin aliento.—Ya veo que apenas sabes nada

sobre su vida —se burló Denise. —Mira, si tú y Tom nos hubieseisprestado un poquito más de atenciónla otra noche en el pub ahora tal vezno sabría tantas cosas sobre él —replicó Holly con buen humor.

Denise exhaló un hondo suspiro.Jesús, cuánto echo de menos a

Tom —susurró apenada.—¿Ya se lo has dicho a ese tipo

de Miami? —Sharon sonrió.—No, sólo estábamos, charlando

—aseguró Denise a la defensiva—. Adecir verdad, no me interesa radie

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más. Es muy extraño, es como si nisiquiera pudiera ver a los demáshombres. Me refiero a que nisiquiera me fijo en ellos. Y dado queestamos rodeadas por cientos de tíosmedio desnudos, creo que eso es decirmucho.

—He oído que a eso lo llamanamor, Denise —contestó Sharon,esbozando una sonrisa.

—Bueno, sea lo que sea, nuncahabía sentido nada parecido.

—Es una sensación estupenda —agregó Holly.

Guardaron silencio un rato,sumidas en sus pensamientos,

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dejándose acunar por el suavebalanceo de las olas.

—¡Joder! —exclamó Denise derepente, asustando a las otras dos—.¡Mirad qué lejos estamos!

Holly se incorporó de inmediatoy miró alrededor. Estaban tanalejadas de la orilla que la gente de laplaya parecían hormiguitas.

—¡Mierda! —exclamó Sharonasustada, y Holly comprendió quetenían un problema.

—¡Todas a nadar, deprisa! —gritóDenise, y las tres se tumbaron bocaabajo y comenzaron a remar contodas sus fuerzas. Al cabo de unos

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minutos, se dieron por vencidas.Estaban agotadas. Para su horror,constataron que estaban aún máslejos que antes.

De nada servía remar, la corrienteera demasiado intensa y las olasdemasiado altas.

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—¡Socorro! —gritaba Denise a plenopulmón, agitando los brazosdesesperadamente.

—No creo que puedan oírnos —dijo Holly, los ojos llenos delágrimas.

—¿Cómo hemos podido ser tanestúpidas? —soltó Sharon, y siguiódivagando sobre los peligros de lascolchonetas en el mar.

—Oh, déjalo ya, Sharon —leespetó Denise—. Ahora estamosaquí, así que vamos a gritar a la vez aver si así nos oyen.

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Las tres se aclararon la garganta yse incorporaron todo lo que pudieronsin hundir las colchonetas más de lacuenta.

—Muy bien, uno, dos, tres…¡Socorro! —gritaron al unísono, yagitaron los brazos frenéticamente.

Finalmente dejaron de gritar ycontemplaron en silencio lospuntitos de la playa para ver sihabían conseguido algo. Nopercibieron ningún movimientoalentador.

—Por favor, decidme que no hayningún tiburón por aquí —gimoteóDenise.

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—Oh, venga, Denise —le espetóSharon con enojo—. justo lo quenecesitábamos que nos recordaras.

Holly tragó saliva y miró el agua,la misma que ahora se habíaoscurecido. Saltó de la colchonetapara ver lo profunda que era y,cuando se sumergió, el corazóncomenzó a latirle con fuerza. Lasituación era delicada. Sharon yHolly intentaron nadar arrastrandolas colchonetas, mientras Deniseseguía soltando alaridosespeluznantes.

—Por Dios, Denise —rogóSharon—, lo único que va a contestar

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a eso será un delfín.—No es por nada, guapa, pero

será mejor que dejéis de nadar de unavez. Lleváis no sé cuánto ratodándole y no os habéis movido de milado.

Holly paró de nadar y levantó lavista. Denise estaba mirándola.

—¡Oh! —Holly procuró contenerel llanto—. Sharon, más vale queparemos y conservemos las fuerzas.

Sharon obedeció, las tres seacurrucaron en sus respectivascolchonetas y lloraron. Lo cierto eraque poco más podían hacer, pensóHolly, sintiendo auténtico pánico.

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Habían intentado pedir ayuda, peroel viento se llevaba sus voces en ladirección opuesta; habían intentadonadar, lo que también habíaresultado del todo inútil, ya que lacorriente era demasiado fuerte.Empezaba a hacer frío y el mar seveía cada vez más oscuro yamenazador. En menuda situaciónestúpida se habían metido. Pese almiedo y la preocupación, Holly sesorprendió al sentirse completamentehumillada.

No sabía si reír o llorar, y unainusual combinación de ambas cosascomenzó a salir de su boca, haciendo

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que Sharon y Denise dejaran dellorar y la miraran como si tuvieradiez cabezas.

—Al menos sacaremos algobueno de esto —aseguró Holly,medio riendo medio llorando.

—¿Hay algo bueno? —preguntóSharon enjugándose las lágrimas.

—Las tres siempre hemos habladode ir a África. —Rió como una loca yluego agregó—: Por el cariz queestán tomando las cosas, diría que yaestamos a medio camino.

Las chicas otearon el horizonteen dirección a su nuevo destino. —Desde luego es un medio de

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transporte barato —secundó Sharon.Denise las miraba como si hubiesenperdido el juicio, y a ellas les bastóverla tendida en mitad del océano,desnuda salvo por el minúsculo tangade piel de leopardo y con los labiosmorados, para que les entrara unataque de risa.

—¿Qué pasa? —inquirió Denise,abriendo mucho los ojos.

—Diría que tenemos unproblema muy muy profundo ahoramismo —farfulló Sharon entre risas.

—Y que lo digas —convinoHolly—. Nos sobrepasa de largo.

Siguieron riendo y llorando

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durante un rato, hasta que el ruido deuna lancha que se acercaba hizo queDenise se incorporase y volviera ahacer señas frenéticamente. Sharon yHolly rieron aún más al ver el pechode Denise agitándose arriba y abajomientras saludaba a los socorristas.

—Es como cualquiera de nuestrasnoches de parranda se mofó Sharon,sin dejar de mirar a su amiga mediodesnuda en brazos de un socorristamusculoso que la subía a la lancha.

—Me parece que sufren un shock—dijo un socorrista al otro mientrassubían a las otras dos chicashistéricas a la lancha.

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—¡Rápido, salvemos lascolchonetas! —consiguió gritarHolly en pleno ataque de risa.

—¡Colchoneta al agua! —vociferóSharon.

Los socorristas cruzaron unamirada de preocupación mientras lasenvolvían con mantas y regresaban atoda prisa a la orilla.

Al aproximarse a la playa, vieronque se congregaba una multitud. Laschicas se miraron entre sí y rieronaún con más ganas. Cuando lasbajaron de la lancha, hubo una gransalva de aplausos. Denise se volvió ehizo una reverencia.

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—Ahora aplauden, pero ¿dóndeestaban cuando los necesitábamos?—les espetó Sharon.

—Traidores. —Holly se echó areír.

—¡Están allí! —Oyeron elconocido alarido de Cindy, que seabría paso entre el gentío al frente dela Brigada Barbie—. ¡Oh, Dios mío!—gritó—. Lo he visto todo con misprismáticos y he avisado a lossocorristas. ¿Estáis bien? —preguntómirándolas con inquietud.

—Muy bien, gracias —dijoSharon con suma seriedad—. Hemostenido mucha suerte. Las pobres

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colchonetas no pueden decir lomismo.

Al oír esto, Holly y Deniserompieron a reír y tuvieron quellevárselas medio en volandas a quelas viera un médico.

Cuando por la noche se dieroncuenta de la gravedad de lo que leshabía ocurrido, su humor cambióradicalmente. Guardaron silenciodurante casi toda la cena, pensandoen la suerte que habían tenido al serrescatadas y odiándose por ser tandescuidadas. Denise se retorcíaincómoda en la silla y Holly se fijóen que apenas había probado la

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comida.—¿Qué te pasa? —preguntó

Sharon tras sorber un espagueti quele manchó de salsa toda la cara.

—Nada —contestó Denise,llenando tranquilamente el vaso deagua. Volvieron a guardar silencio.

—Perdonad, tengo que ir al baño.Denise se levantó y fue hacia los

lavabos caminando con torpeza.Sharon y Holly se miraron y

fruncieron el entrecejo. —¿Qué creesque le pasa? —preguntó Holly.Sharon se encogió de hombros.

—Bueno, se ha bebido unos diezlitros de agua durante la cena, así que

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no es de extrañar que no pare de ir allavabo —exageró.

—Quizás está enfadada connosotras por haber perdido un pocoel control esta mañana.

Sharon volvió a encogerse dehombros y siguieron comiendo ensilencio. Holly había reaccionado deforma un tanto extraña en el mar y lefastidiaba pensar por qué lo habíahecho. Tras el pánico inicial alpensar que iba a morir, le habíaentrado un vértigo febril al darsecuenta de que, si en efecto moría,creía sinceramente que se reuniríacon Gerry. La irritaba pensar que no

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le había importado morir. Era unaidea egoísta. Necesitaba cambiar laperspectiva que tenía de la vida.

Denise hizo una mueca alsentarse.

—¿Se puede saber qué te pasa,Denise? —preguntó Holly.

—No pienso decíroslo porque osreiréis de mí —contestó Denise demanera un tanto pueril.

—Vamos, mujer, somos tusamigas, no nos reiremos —aseguróHolly, intentando reprimir unasonrisa.

—He dicho que no —replicóDenise, llenando el vaso de agua otra

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vez. —Venga, Denise, sabes quepuedes contarnos lo que sea.Prometemos no reír.

Sharon habló con tal seriedadque Holly se sintió mal por sonreír.Denise observó sus rostros, tratandode decidir si eran de fiar. —Está bien—dijo al fin, y murmuró algo en vozmuy baja.

—¿Qué? —inquirió Holly,acercándose.

—No te hemos oído, cariño. Lohas dicho muy bajo —dijo Sharon,arrimando más su silla.

Denise inspeccionó el restaurantepara asegurarse de que no había

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nadie escuchando e inclinó la cabezahacia delante.

—He dicho que se me haquemado el trasero de estar tantorato tendida en el mar.

—Oh —musitó Sharon,apoyándose bruscamente contra elrespaldo de la silla.

Holly apartó la vista para nocruzar una mirada con Sharon y sepuso a contar los panecillos de lapanera, procurando no pensar en loque acababa de decir Denise. Seprodujo un prolongado silencio.

—¿Lo veis? Ya os he dicho que osreiríais—dijo Denise, enojada. —

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Oye, no nos estamos riendo —replicóSharon con voz temblorosa. Hubootro silencio.

Holly no pudo contenerse.—Asegúrate de ponerte mucha

crema para que no se te pele. Fue lagota que colmó el vaso. Sharon yHolly rompieron a reír.

Denise se limitó a asentir con lacabeza mientras aguardaba a queterminaran de reír. Tuvo que esperarun buen rato. De hecho, horas mástarde, mientras estaba tendida en elsofá cama intentando conciliar elsueño, seguía aguardando. Lo últimoque oyó antes de caer dormida fue un

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agudo comentario de Holly:—Asegúrate de dormir boca

abajo, Denise. A lo que siguieronmás risas.

—Oye, Holly —susurró Sharoncuando por fin se serenaron—, ¿estásnerviosa por lo de mañana?

—¿Qué quieres decir? —preguntóHolly, bostezando.

—¡La carta! —replicó Sharon,sorprendida de que Holly no lorecordara de inmediato—. No medigas que te habías olvidado.

Holly metió la mano debajo de laalmohada y palpó hasta encontrar lacarta. Dentro de una hora podría

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abrir la sexta carta de Gerry. Claroque lo recordaba.

A la mañana siguiente las arcadasde Sharon vomitando en el cuarto debaño despertaron a Holly. Fue a suencuentro y le frotó la espalda y leretiró el pelo de la cara.

—¿Estás bien? —preguntópreocupada cuando Sharon por finterminó.

—Sí, son los malditos sueños quehe tenido toda la noche. He soñadoque estaba en una barca, en unacolchoneta y en toda clase de objetosflotantes. Me parece que al final mehe mareado.

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—Yo también he soñado con eso.Menudo susto nos llevamos ayer,¿eh? Sharon asintió con la cabeza.

—No pienso bañarme nunca máscon una colchoneta—dijo sonriendodébilmente.

Denise se presentó en la puertadel lavabo con el biquini ya puesto.Había tomado prestado uno de lospareos de Sharon para taparse eltrasero quemado y Holly tuvo quemorderse la lengua para no tomarleel pelo otra vez, puesto que estabamuy claro que le molestaba mucho.

Cuando bajaron a la piscina,Sharon y Denise se reunieron con la

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Brigada Barbie. Era lo menos quepodían hacer, ya que habían sidoellas quienes habían avisado a lossocorristas. Holly no comprendíacómo había sido capaz de dormirseantes de medianoche. Habíaplaneado levantarse sin hacer ruidopara no despertar a las otras y salir ala terraza a leer la carta. Aún no seexplicaba cómo era posible que sehubiese dormido a pesar de laexpectativa, pero en cualquier casono se veía con fuerzas para charlarcon la Brigada Barbie. Antes de verseatrapada en una conversación Hollyavisó con señas a Sharon de que se

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marchaba y ésta le guiñó el ojoalentadoramente, ya que sabía porqué se escabullía su amiga. Holly seanudó el pareo a la cintura y se llevóconsigo el bolso que contenía laimportantísima carta.

Buscó un sitio alejado de losgritos entusiastas de los niños yadultos que jugaban en la playa y losaltavoces que vomitaban los últimoséxitos de las listas. Encontró unrincón bastante tranquilo y seacomodó encima de la toalla para notocar más la arena ardiente. Las olasrompían y se desplomaban. Lasgaviotas intercambiaban chillidos en

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el cielo azul, volaban en picado y sezambullían para capturar sudesayuno. Aunque era temprano, elsol ya calentaba.

Holly sacó cuidadosamente lacarta del bolso, como si fuera elobjeto más delicado del mundo.Acarició con la punta de los dedos lapalabra «Agosto» escrita con muybuena letra. Absorbiendo los sonidosy olores que la rodeaban, rasgó condelicadeza el sobre y leyó el sextomensaje de Gerry.

Hola, Holly:Espero que estés pasando

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unas vacaciones maravillosas.¡Estás muy guapa con esebiquini, por cierto! Espero haberacertado al elegir el sitio, es elmismo al que casi fuimos tú y yode luna de miel, ¿recuerdas?Bueno, me alegro de quefinalmente tú lo hayas visto…

Según parece, si vas hastalas rocas que hay al final de laplaya hacia la izquierda desde tuhotel y miras al otro lado, verásun faro. Me han dicho que allí esdonde se reúnen los delfines… yque muy poca gente lo sabe.Como sé que adoras a los

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delfines… salúdalos de miparte…

Posdata: te quiero, Holly..

Con manos temblorosas, Hollymetió la carta en el sobre y lo guardóen un bolsillo con cremallera de subolso. Sentía la mirada de Gerrysobre ella mientras se levantaba ydoblaba la toalla. Sentía supresencia. Se encaminó hasta el finalde la playa, que quedabainterrumpida por un acantilado. Secalzó las zapatillas de deporte ycomenzó a trepar por las rocas paraver qué había al otro lado.

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Y allí estaba.Exactamente donde Gerry lo

había descrito, el faro se erguía comosi fuese una especie de linternaapuntando hacia el cielo. Descendiócon cuidado entre las rocas y seadentró en la pequeña cala. Ahoraestaba a solas. Era como estar en unaplaya privada. Y entonces los oyó.Chillidos de delfines jugando cercade la orilla, ajenos a la presencia delos turistas que había en las playasvecinas. Holly se dejó caer en laarena para ver cómo jugaban yhablaban entre sí.

Gerry se sentó a su lado.

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Puede que incluso le estrechara lamano.

Holly estaba bastante contentade regresar a Dublín, relajada ymorena. Justo lo que el médico habíaprescrito. Aunque eso no impidióque chasqueara la lengua cuando elavión aterrizó en el aeropuerto deDublín bajo una intensa lluvia. Estavez los pasajeros no aplaudieron nisoltaron vítores y el aeropuertoparecía un lugar muy distinto delque habían visto una semana antes.Una vez más, Holly fue el últimopasajero en recibir su equipaje y unahora después salieron, apenadas y

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melancólicas, en busca de John, quelas esperaba en el coche.

—Vaya, al parecer el duende noha trabajado más en tu jardínmientras estabas fuera —dijo Denise,mirando el jardín cuando Johndetuvo el coche delante de casa deHolly.

Holly se despidió de sus amigascon un abrazo y un beso y se dirigióa la casa, grande y silenciosa. Dentroreinaba un espantoso olor a humedady fue hasta la puerta de la cocina quedaba el patio para abrirla y quecirculara el aire.

Mientras giraba la llave en la

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cerradura miró hacia fuera y sequedó atónita.

El jardín trasero estabaimpecable.

El césped cortado. Ni una malahierba. Los muebles pulidos ybarnizados. Una mano reciente depintura relucía en las tapias. Habíaflores nuevas plantadas y en elrincón, bajo la sombra del roble, unbanco de madera. Holly no salía desu asombro. ¿Quién demonios estabadetrás de aquello?

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2929

Los días siguientes a su regreso deLanzarote, Holly trató de no llamarla atención. Tanto a ella como aDenise y Sharon les apetecía pasaruna temporadita sin verse. No eraalgo que hubiesen acordado, perodespués de pasar juntas una semanaentera Holly estaba convencida deque sus amigas coincidirían en quesería saludable desconectar un poco.Era imposible dar con Ciara, puescuando no estaba trabajando duro enel club de Daniel estaba por ahí conMathew. Jack estaba pasando sus

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últimas semanas de asueto veraniegoen Cork, instalado en casa de lospadres de Abbey antes de regresar alcolegio, y Declan estaba… Bueno,¿quién sabía dónde estaba Declan?

Ahora que volvía a estar en casano se sentía exactamente aburrida dela vida pero tampoco rebosante dealegría. Su vida le parecía… vacía ysin sentido. Las vacaciones le habíanservido de meta, pero ahora noacababa de ver ningún motivo depeso para levantarse de la cama por lamañana. Y puesto que estabatomándose un descanso de las amigas,lo cierto era que no tenía con quién

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hablar. Sólo le quedaba laconversación que pudiera mantenercon sus padres. Comparado con elcalor sofocante de Lanzarote, eltiempo en Dublín era húmedo y feo,lo que significaba que ni siquierapodía dedicarse a mantener suhermoso bronceado ni a disfrutar desu nuevo jardín trasero.

Algunos días ni siquiera selevantaba de la cama, conformándosecon ver la televisión y aguardar…Aguardaba el próximo sobre deGerry, preguntándose en qué viaje laembarcaría esta vez. Sabía que susamigas no aprobarían aquella actitud

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después de haberse mostrado tanpositiva durante las vacaciones, perocuando Gerry estaba vivo ella vivíapara él y ahora que se había ido vivíapara sus mensajes. Todo giraba entorno a él. Creía sinceramente que susino había sido conocer a Gerry ydisfrutar del privilegio de estar juntoshasta el fin de sus días. ¿Cuál era sudestino ahora? Sin duda tendríaalguno, a no ser que en las alturashubiesen cometido un erroradministrativo.

Lo único que se le ocurrió que sípodía hacer era atrapar al duende.Después de interrogar de nuevo a los

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vecinos seguía sin saber nada sobre sumisterioso jardinero, e inclusocomenzaba a pensar que el asuntoobedecía a un lamentable error.Finalmente se convenció de que unjardinero se había confundído yhabía trabajado en el jardínequivocado, de modo que cada díaabría el buzón esperando encontraruna factura que se negaría a pagar.Pero no llegó ninguna factura, almenos no de esa clase. De hecho,recibía montones de ellas por otrosconceptos, y el dinero se habíaconvertido en un problema. Estabade créditos hasta las cejas, facturas de

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luz, facturas de teléfono, facturas deseguros… todo lo que llegaba a travésde la puerta eran malditas facturas yno tenía idea de cómo iba a seguirpagándolas. Aunque tampoco leimportaba demasiado: se había vueltoimpermeable a los problemasirrelevantes de la vida. Sólo soñabacon imposibles.

Un buen día, Holly advirtió queel duende no había vuelto a lasandadas. Sólo cuidaba del jardíncuando ella no estaba en casa. Demodo que se levantó temprano y fueen coche hasta la vuelta de laesquina. Regresó a pie y se instaló en

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la cama, dispuesta a presenciar laaparición del jardinero misterioso. Alcabo de tres días de repetir estaestrategia, por fin dejó de llover y elsol comenzó a brillar de nuevo.Holly estaba a punto de perder laesperanza de resolver el misteriocuando de súbito oyó que alguien seaproximaba por el jardín. Saltó de lacama, asustada, sin saber qué debíahacer, a pesar de haber pasado variosdías planeándolo. Espió por elalféizar de la ventana y vio a un niñode unos doce años que avanzaba porel sendero tirando de un cortacésped.Se puso el batín de Gerry aunque le

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iba muy holgado y corrió escalerasabajo sin importarle el aspecto quetenía.

Abrió la puerta de golpe y elniño se llevó un buen susto. Sequedó boquiabierto con el brazoparalizado, el dedo a punto de pulsarel timbre.

—¡Ajá! —exclamó Holly,encantada—. ¡Creo que he atrapado ami duendecillo!

El niño boqueaba como un pezen un acuario. Era evidente que nosabía qué decir. Finalmente hizo unamueca como si fuese a romper allorar y gritó: —¡Papá!

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Holly recorrió la calle con lamirada en busca del padre y decidiósonsacar al niño toda la informaciónque pudiera antes de que llegara eladulto. —Así pues, eres tú quien haestado trabajando en mi jardín.

Holly cruzó los brazos sobre elpecho. El niño negó enérgicamentecon la cabeza y tragó saliva.

—No tienes por qué negarlo —agregó Holly con más amabilidad—,ya te he pillado. —Señaló elcortacésped con el mentón.

El niño se volvió para mirar lamáquina y gritó de nuevo: —¡Papá!

El padre cerró con un portazo su

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furgoneta y se encaminó a la casa. —¿Qué te pasa, hijo?

Apoyó el brazo en los hombrosdel niño y miró a Holly comopidiendo una explicación.

Holly no iba a caer en aquellatrampa.

—Le estaba preguntando a suhijo sobre el asunto que usted se traeentre manos.

—¿Qué asunto? —inquirió elhombre, enojado.

—El de trabajar en mi jardín sinpermiso, confiando en que luego lepagaré. Estoy al corriente de estaclase de cosas.

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Holly puso los brazos en jarras,dispuesta a dejar claro que no iban atomarle el pelo tan fácilmente.

El hombre se mostró confuso.—Perdone, pero no sé de qué me

está hablando, señora. Nosotrosnunca hemos trabajado en su jardín.

Echó un vistazo al descuidadojardín delantero pensando queaquella mujer debía de estar loca.

—No me refiero a este jardín,sino a los arreglos de mi jardíntrasero. —Sonrió y arqueó las cejas,pensando que lo había atrapado.

El hombre rió y luego dijo:—¿Arreglos? ¿Está loca, señora?

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Nosotros sólo cortamos césped. ¿Veesto? Es una máquina cortacésped,nada más. Lo único que hace escortar el puñetero césped.

Holly bajó las manos de lascaderas y poco a poco las metió enlos bolsillos del batín. Quizásestuvieran diciendo la verdad.

—¿Seguro que nunca ha estadoantes en mi jardín? —preguntóentornando los ojos.

—Señora, ni siquiera hetrabajado en esta calle hasta ahora, ymucho menos en su jardín, y leaseguro que no pienso hacerlo en elfuturo.

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—Pero yo pensaba… —musitóHolly.

—Me importa un bledo lo quepensara —la interrumpió el hombre—. En adelante, procure tener lascosas más claras antes de aterrorizar ami hijo. Holly miró al niño y vio quetenía los ojos llenos de lágrimas. Setapó la boca con las manos,avergonzada.

—Lo siento mucho —se disculpó—. Espere un momento.

Corrió al interior de la casa paracoger el bolso y metió su últimobillete de cinco en la mano rollizadel niño, a quien se le iluminó el

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semblante. —Muy bien, vámonos —dijo su padre, cogiendo a su hijo porlos hombros antes de marcharse porel sendero.

—Papá, no quiero volver a hacereste trabajo —se quejó el niñomientras ,e dirigían a la casa de allado.

—Bah, no te preocupes, hijo. Note encontrarás con muchas locascomo la de la bata.

Holly cerró la puerta y observó laimagen que le devolvía el espejo.Aquel hombre tenía razón, parecíauna loca. Ahora sólo le faltaba tenerla casa llena de gatos. El timbre del

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teléfono hizo que Holly apartara lavista del espejo. Diga?

—¡Hola! ¿Cómo estás? —preguntó Denise con voz alegre.

—Oh, más contenta que unaspascuas —contestó Holly consarcasmo.

—¡Yo también!—¿De verdad? ¿Y por qué estás

tan contenta?—Nada especial, sólo la vida en

general.Por supuesto, sólo la vida. La

hermosa y maravillosa vida. Vayapregunta más tonta.

—¿Y qué hay de nuevo? —

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preguntó Holly.—Llamaba para invitarte a cenar

fuera mañana. Ya sé que es un pocoprecipitado, así que si estás ocupada…¡cancela los planes que tengas!

—Espera un momento queconsulto la agenda —dijo Hollysarcásticamente.

—De acuerdo —dijo Denise enserio, y guardó silencio mientrasesperaba. Holly puso los ojos enblanco.

—¡Vaya, mira por dónde! Creoque estoy libre mañana por la noche.

—¡Qué bien! —exclamó Denise,encantada—. Hemos quedado todos

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en Chang's a las ocho.—¿Quiénes son todos?—Irán Sharon y John y también

algunos amigos de Tom. Hace siglosque no salimos juntos. ¡Serádivertido!

—De acuerdo, pues hasta mañanaentonces.

Holly colgó muy enojada. ¿AcasoDenise había olvidado por completoque ella seguía siendo una viuda enpleno luto y que la vida ya no leparecía nada divertida? Subió aldormitorio hecha una furia y abrió elarmario ropero. ¿Qué trapo viejo yasqueroso se pondría la noche

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siguiente y cómo demonios se lasarreglaría para pagar una cena cara?Apenas podía permitirse mantener elcoche en la calle. Fue lanzando todala ropa al otro extremo de lahabitación gritando como unaposesa, hasta que recobró la cordura.Quizás al día siguiente compraríaesos gatos.

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3030

Holly llegó al restaurante a las ochoy veinte, ya que había pasado horasprobándose distintos conjuntos.Finalmente escogió lo que Gerry lehabía indicado que se pusiera el díadel karaoke, para así sentirse máspróxima a él. Las últimas semanas nohabían sido fáciles, los momentosmalos habían prevalecido sobre losbuenos y le estaba costando trabajorecobrar la entereza. Mientras sedirigía a la mesa del restaurante elcorazón le dio un brinco. Vivan lasparejas.

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Se detuvo a medio camino y sehizo a un lado, ocultándose tras lapared. No estaba segura de poderenfrentarse con aquello. Le faltabanfuerzas para mantener a raya sussentimientos. Echó un vistazoalrededor en busca de la mejor vía deescape; desde luego no podíamarcharse por donde había entrado,ya que sin duda la verían. Vio unasalida de emergencia al lado de lapuerta de la cocina, la habían dejadoabierta para mejorar la ventilacióndel local. En cuanto respiró airefresco, se sintió libre otra vez.Atravesó el aparcamiento pensando

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qué excusa daría a Sharon y Denise.—Hola, Holly.Se quedó de una pieza y se volvió

lentamente al comprender que lahabían sorprendido in fraganti. Vio aDaniel apoyado contra un coche,fumando un cigarrillo.

—Qué tal, Daniel.—Fue a su encuentro—. No sabía

que fumaras.—Sólo cuando estoy nervioso.—¿Estás nervioso? —Se dieron un

abrazo.—Me estaba armando de valor

para reunirme ahí dentro con elSindicato de Parejas Felices.

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Daniel señaló hacia el restaurantecon el mentón. Holly sonrió.

—¿Tú también? Daniel se echó areír.

—Bueno, si quieres no les diréque te he visto.

—¿Vas a entrar?—De vez en cuando hay que

apechugar —dijo Daniel, aplastandola colilla del cigarrillo con el pie.

—Supongo que tienes razón —convino Holly con aire reflexivo.

—No tienes que entrar si no teapetece. No quiero ser el causante deque pases una mala velada.

—Al contrario, será agradable

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contar con la compañía de otrocorazón solitario. Somos muy pocoslos que quedamos de nuestra especie.

Daniel rió y le ofreció el brazo.—¿Vamos?

Holly se apoyó en su brazo yentraron lentamente en elrestaurante. Resultaba reconfortantesaber que no era la única que sesentía sola.

—Por cierto, tengo intención delargarme en cuanto terminemos elsegundo plato —aclaró Daniel.

—Traidor —contestó Holly,dándole un codazo en broma—. Enfin, yo también tengo que

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marcharme pronto si no quieroperder el último autobús. —Hacíaunos días que no tenía dinerosuficiente para llenar el depósito delcoche.

—Pues entonces tenemos laexcusa perfecta. Diré que tengo queirme pronto porque te acompaño acasa y que tienes que estar de vueltaa… ¿qué hora?

—¿Las once y media? —A lasdoce tenía previsto abrir el sobre deseptiembre.

—Perfecto.Daniel sonrió y se adentraron en

el comedor, sintiéndose más valientes

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gracias a su complicidad.—¡Aquí llegan! —anunció Denise

cuando se aproximaron a la mesa.Holly se sentó al lado de Daniel,pegándose como una lapa a sucoartada. —Perdonad el retraso —sedisculpó.

—Holly, éstos son CatherineyThomas, Meter y Sue, Joanne yPaul, Tracey y Bryan, a John ySharon ya los conoces, Geoffrey ySamantha y, por último pero no porello menos importantes, éstos sonDes y Simon.

Holly sonrió y saludó con lacabeza a todos.

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—Hola, somos Daniel y Holly —parodió Daniel con agudeza, y Hollytuvo que aguantarse la risa.

—Ya hemos pedido, espero queno os importe—explicó Denise—.Pero traerán un montón de platosdistintos que podemos compartir.¿Os parece bien?

Holly y Daniel asintieron con lacabeza.

La mujer de al lado de Holly,cuyo nombre no recordaba, se volvióhacia ella y le habló en voz muy alta.

—Dime, Holly, ¿tú qué haces?Daniel arqueó las cejas mirando a

Holly.

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—Perdona, ¿qué hago cuándo? —contestó Holly con seriedad.Detestaba a la gente entrometida.Detestaba las conversaciones quegiraban en torno a lo que la gentehacía para ganarse la vida, sobre todocuando se trataba de perfectosdesconocidos que acababan depresentarle. Advirtió que Danieltemblaba de risa a su lado.

—¿Qué haces para ganarte lavida? —preguntó la mujer otra vez.

Holly se había propuesto darleuna respuesta ingeniosa y un tantogrosera, pero de pronto cambió deidea al ver que las demás

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conversaciones se apagaban y todosse fijaban en ella. Miró alrededor untanto incómoda y carraspeó connerviosismo.

—Yo… bueno… ahora mismoestoy sin trabajo —confesó con voztemblorosa.

La mujer torció la boca y se quitóuna miga de entre los dientes con ungesto de lo mas vulgar.

—¿Y tú qué haces? —preguntóDaniel, levantando la voz pararomper el silencio.

—Oh, Geoffrey dirige su propionegocio —contestó la mujer,volviéndose con orgullo hacia su

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marido.—Estupendo, pero ¿qué haces tú

? —insistió Daniel.La señora se mostró

desconcertada al ver que Daniel no sedaba por satisfecho con su respuesta.

—Bueno, ando todo el díaocupada haciendo un montón decosas distintas. Cariño, ¿por qué noles cuentas lo que hacéis en laempresa?

Se volvió otra vez hacia su maridopara apartar la atención de ella. Elmarido se inclinó hacia delante.

—No es más que un pequeñonegocio.

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Dio un mordisco a su panecillo,masticó lentamente y todosaguardaron hasta que se lo tragó parapoder proseguir.

—Pequeño pero exitoso —agregósu esposa por él. Geoffrey por finacabó de comerse el bocado de pan.—Hacemos parabrisas de coche y losvendemos a los mayoristas.

—Uau, qué interesante—dijoDaniel secamente.

—¿Y tú a qué te dedicas,Dermot? —preguntó la mujer,dirigiéndose a Daniel.

—Perdona, pero me llamoDaniel. Tengo un pub.

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—Ya. —Asintió con la cabeza ymiró hacia otra parte—. Qué tiempotan malo estamos teniendo estos días,¿verdad? —preguntó a la mesa.

Todos reanudaron susconversaciones y Daniel se volvióhacia Holly. —¿Qué tal lasvacaciones?

—Oh, lo pasé de maravilla—contestó Holly—. Nos lo tomamoscon calma y no hicimos más quedescansar, nada de desenfrenos nilocuras. Justo lo que necesitabas —convino Daniel, sonriendo—. Meenteré de vuestra aventura marina.

Holly puso los ojos en blanco.

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Apuesto a que te lo contó Denise.Daniel asintió riendo.

—Bueno, seguro que te dio unaversión exagerada.

—No tanto, la verdad, sólo mecontó que estabais rodeadas detiburones y que tuvieron que sacarondel mar con un helicóptero.

—¡No puede ser!—Claro que no —dijo Daniel, y

soltó una carcajada—. Aun así,¡debíais de estar enfrascadas en unaconversación muy jugosa para nodaros cuenta de que ibais maradentro a la deriva!

Holly se ruborizó un poco al

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recordar que habían estado hablandode él. —Atención todos —llamóDenise—. Probablemente os estaréispreguntando por qué Tom y yo oshemos invitado aquí esta noche.

—El eufemismo del año —murmuró Daniel, haciendo reír aHolly. —Bien, tenemos queanunciaron una cosa.

Miró a los presentes y sonrió. —¡Una servidora y Tom vamos Hollyse tapó la boca con las manos.

—A casarnos! —chilló Denise.Perpleja, Aquello la había cogidodesprevenida.

—¡Oh, Denise! —exclamó con un

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grito ahogado, y rodeó la mesa paraabrazarlos—. ¡Qué maravillosanoticia! ¡Felicidades!

Holly miró el rostro de Daniel.Estaba blanco como la nieve.Descorcharon una botella dechampán y todos levantaron la copamientras Jemina y Jim o Samantha ySam, o como quiera que se llamaran,proponían un brindis.

—¡Un momento! ¡Un momento!—Denise los detuvo justo antes deque empezaran—. Sharon, ¿no tienescopa?

Todos miraron a Sharon, quesostenía un vaso de zumo de naranja

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en la mano.Aquí tienes —dijo Tom,

llenándole una copa. —¡No, no, no!No beberé, gracias —dijo Sharon.

—¿Por qué no? —vociferóDenise, disgustada porque su amigano quería celebrar su compromiso.

John y Sharon se miraron a losojos y sonrieron.

—Bueno, no queríamos decirnada porque ésta es la noche de Tomy Denise…

Todos la instaron a desembuchar.—Bien… ¡Estoy embarazada!

¡John y yo vamos a tener un hijo!A John se le humedecieron los

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ojos y Holly permaneció inmóvil ensu silla. Aquello tampoco lo habíaprevisto. Con los ojos llenos delágrimas, fue a felicitar a Sharon yJohn. Luego volvió a sentarse yrespiró hondo. Todo aquello eraexcesivo.

—¡Pues brindemos por elcompromiso de Tom y Denise y porel bebé de Sharon y John!

Brindaron y Holly pasó el restode la cena en silencio, sin apenasprobar bocado.

—¿Quieres que adelantemos laretirada a las once? —propuso Danielen un susurro. Holly asintió en

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silencio.Después de la cena Holly y

Daniel se excusaron por marcharsetan pronto, aunque en realidad nadieintentó convencerlos de que sequedaran un rato más. —¿Cuántodejo para la cuenta? —preguntóHolly a Denise.

—Nada, no te preocupes —contestó Denise, restándoleimportancia con un ademán.

—No seas tonta, no voy a dejarque pagues mi parte. ¿Cuánto es?

La mujer que tenía al lado cogióla carta y se puso a sumar los preciosde los platos que habían pedido. Eran

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un montón y Holly apenas habíacomido. –

Bien, sale a unos cincuenta porcabeza, contando el vino y lasbotellas de champán. Holly tragósaliva y miró los treinta euros quellevaba en la mano. En aquelmomento, Daniel le cogió la mano ytiró de ella para que se pusiera depie.

—Venga, vámonos, Holly.Holly fue a disculparse por no

llevar consigo tanto dinero comocreía, pero al abrir la palma de lamano vio que había un nuevo billetede veinte. Sonrió agradecida a Daniel

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y ambos se dirigieron al coche.Circularon en silencio, cada uno

sumido en sus pensamientos sobre loocurrido durante la cena. Hollyquería alegrarse por sus amigas, lodeseaba de veras, pero no podía evitarsentir que estaban dejándola atrás.Las vidas de todos progresaban y lasuya no.

Daniel detuvo el coche delante dela casa de Holly. —¿Te apeteceentrar a tomar un té o lo que sea?

Holly estaba segura de que diríaque no, por lo que se sorprendió alver que Daniel se desabrochaba elcinturón de seguridad y aceptaba su

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ofrecimiento. Daniel le caía muybien, era muy atento y siempre sedivertía con él, pero en aquelmomento deseaba estar a solas.

—Menuda nochecita, ¿eh? —dijoDaniel tras beber un sorbo de café.Holly meneó la cabeza conescepticismo.

—Daniel, conozco a esas chicasprácticamente de toda la vida y teaseguro que no esperaba nada deesto.

—Bueno, si te sirve de consuelo,yo hace años que conozco a Tom yno me había dicho ni pío.

—Aunque ahora que lo pienso,

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Sharon no bebió nada mientrasestuvimos fuera. —No habíaescuchado ni una palabra de lo que leacababa de decir Daniel—. Y vomitóalgunas mañanas, aunque dijo que sedebía al mareo… —Se interrumpiómientras iba encajando las piezasmentalmente.

—¿El mareo? —preguntó Daniel,confuso.

—Sí, después de nuestra aventuraen el mar —explicó Holly. —Ah,claro.

Esta vez ninguno de los dos rió.—Qué curioso —dijo Daniel,

acomodándose en el sofá. «Oh, no»,

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pensó Holly, aquello significaba queno tenía intención de marcharseenseguida—. Mis colegas siempredecían que Laura y yo seríamos losprimeros en casarnos —prosiguióDaniel—. Nunca se me ocurrió queLaura lo haría antes que yo. —¿Va acasarse? —preguntó Holly condelicadeza.

Daniel asintió con la cabeza ydesvió la mirada.

—Él también había sido amigomío en otros tiempos. —Sonrió concierta amargura.

—Obviamente ya no lo es.—No. —Daniel negó con la

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cabeza—. Obviamente no.—Lo siento.—En fin, a todos nos toca nuestra

justa ración de mala suerte. Tú losabes mejor que nadie, Holly.

—Sí, nuestra justa ración.—Ya lo sé, no tiene nada de justa,

pero no te preocupes. También nosllegará la buena suerte —aseguróDaniel.

—¿Tú crees?—Eso espero.Guardaron silencio un rato y

Holly miró la hora en su reloj. Eranlas doce y cinco. Necesitaba queDaniel se marchara para poder abrir

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el sobre. Daniel le leyó elpensamiento.

—¿Cómo te va con los mensajesde las alturas?

Holly se sentó en el borde delsillón y dejó el tazón en la mesa. —Bueno, la verdad es que tengo otropara abrir esta noche. Así que…

—De acuerdo —dijo Daniel,incorporándose. Se puso de pie sinmás dilación y dejó la taza en la mesa—. Mejor no te hago esperar más.

Holly se mordió el labiosintiéndose culpable por haber sidotan brusca, aunque también aliviadade que por fin se marchara.

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—Muchas gracias poracompañarme, Daniel —dijoconduciéndole a la entrada.

—No hay de qué.Cogió la chaqueta y se dirigió a

la puerta. Se despidieron con unbreve abrazo.

—Hasta pronto —dijo Holly,sintiéndose como una auténticabruja, y observó cómo iba hasta elcoche bajo la lluvia. Se despidió conla mano y la culpabilidad se esfumóen cuanto cerró la puerta—. Muybien, Gerry —dijo encaminándose ala cocina donde cogió el sobre deencima de la mesa—. ¿Qué me tienes

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reservado para este mes?

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3131

Holly sostuvo con fuerza el pequeñosobre con ambas manos y echó unvistazo al reloj de la pared de lacocina. Eran las doce y cuarto.Normalmente Sharon y Denise ya lahabrían llamado para entonces,expectantes por enterarse delcontenido del sobre. Pero demomento ninguna de las dos habíadado señales de vida. Al parecer lanoticia de un compromiso y unembarazo había vencido a la de unmensaje de Gerry. Holly se despreciópor estar tan amargada. Deseaba

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alegrarse por sus amigas, estar denuevo en el restaurante celebrandolas buenas noticias con ellas, talcomo hubiese hecho la Holly deantes. Pero no tenía fuerzas ni parasonreír.

De hecho, estaba celosa de subuena suerte y se sentía enojada conlas dos por seguir adelante sin ella.Incluso en compañía de amigos, enuna habitación con mil personas, sesentiría sola. Sin embargo, nadaparecido a la soledad que sentíacuando vagaba por las habitacionesde su casa silenciosa.

No recordaba la última vez que

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había sido verdaderamente feliz, laúltima vez que alguien o algo lahabía hecho reír hasta que ledolieran la barriga y la mandíbula.Echaba de menos acostarse por lanoche sin tener nada en la cabeza,echaba de menos disfrutar de lacomida en lugar de ingerirla paramantenerse con vida, odiaba losretortijones de estómago cada vezque se acordaba de Gerry. Anhelabadisfrutar viendo sus programasfavoritos de televisión en lugar demirarlos sin prestar atención sólopara matar el tiempo. Detestabasentir que no tenía ningún motivo

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para despertarse por la mañana.Odiaba la sensación de no estarilusionada ni tener ganas de hacernada. Añoraba sentirse amada, saberque Gerry la miraba mientras veía latelevisión o cenaba. Deseaba sentirde nuevo su mirada al entrar en unahabitación; echaba de menos suscaricias, sus abrazos, sus consejos, suspalabras de amor.

Detestaba contar los días quefaltaban para leer el siguientemensaje de Gerry porque éstos eranlo único que él le había dejado y,después de aquél, sólo quedaríanotros tres. Odiaba pensar cómo sería

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su vida cuando ya no hubiera másGerry Los recuerdos estaban muybien, pero no podías tocarlos, olerlosni abrazarlos. Nunca eranexactamente como había sido elmomento recordado y se desvanecíancon el tiempo.

Así que maldijo en silencio aSharon.y Denise, que disfrutarancuanto quisieran de sus vidas felices,pero durante los próximos mesestodo cuanto ella tenía era a Gerry. Seenjugó una lágrima del rostro (laslágrimas se habían convertido en unrasgo muy habitual en su rostrodurante los últimos meses) y poco a

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poco abrió el séptimo sobre.

Apunta a la Luna y, sifallas, al menos estarás entre lasestrellas. ¡Prométeme que estavez buscarás un trabajo que teguste! Posdata: te quiero…

Holly leyó y releyó la carta,intentando descubrir quésentimientos le provocaba. Llevabamucho tiempo asustada ante la ideade tener que volver a trabajar, muchotiempo creyendo que no estabapreparada para seguir adelante, queera demasiado pronto. Pero había

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llegado el momento. Y si Gerry decíaque tenía que ser, sería. Holly sonrió.

—Te lo prometo, Gerry—dijocontenta.

En fin, no eran unas vacacionesen Lanzarote, pero sí un pasoadelante para volver a encarrilar suvida. Estudió la caligrafía de Gerryun buen rato después de leer elmensaje, como siempre hacía, ycuando estuvo convencida de haberanalizado cada palabra, corrió alcajón de la cocina, sacó un bloc y unbolígrafo y comenzó a redactar unalista de posibles empleos.

LISTA DE EMPLEOS

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POSIBLES1. Agente del FBI — No soy

estadounidense. No quiero vivir enEstados Unidos. No tengoexperiencia policial.

2. Abogado — Odié la escuela.Odié estudiar. No quiero ir a launiversidad diez millones de años.

3. Médico — Ughh.4. Enfermera — Uniformes poco

favorecedores.5. Camarera — Me comería toda

la comida.6. Mirona profesional — Buena

idea, pero nadie me pagaría.7. Esteticista — Me muerdo las

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uñas y me depilo lo menos posible.No quiero ver según qué partesajenas.

8. Peluquera — No me gustaríatener un jefe como Leo.

9. Dependienta — No megustaría tener una jefa como Denise.

10. Secretaria — NUNCA MÁS.11. Periodista — No se vastante

cartografía. Ja, ja, debería ser cómica.12. Cómica — Releer el chiste

anterior. No tiene gracia.13. Actriz — No lograría superar

mi maravillosa actuación en laaclamada producción «Las chicas yla ciudad».

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14. Modelo — Demasiado baja,demasiado gorda, demasiado vieja.

15. Cantante — Revisar la idea decómica (número 12).

16. Mujer emprendedora dueñade su vida — Hmm… Debo comenzara buscar mañana…

Holly por fin cayó rendida en lacama a las tres de la madrugada ysoñó que era un as de la publicidadrealizando una presentación ante unainterminable mesa de reuniones en elúltimo piso de un rascacielos quedominaba Grafton Street. Bueno,Gerry había dicho que apuntara a laLuna… Aquella mañana, despertó

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temprano entusiasmada con sussueños de éxito, se duchó deprisa, searregló y fue caminando hasta labiblioteca del barrio para buscarempleos en Internet.

Sus tacones hacían mucho ruidoen el suelo de madera mientrascruzaba la sala hasta el mostrador dela bibliotecaria, lo que provocó quevarias personas levantaran la vista desu libro para mirarla. Siguiótaconeando a través de la enormesala, y se sonrojó al darse cuenta deque todo el mundo estaba mirándola.Aminoró el paso de inmediato ycomenzó a caminar de puntillas para

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no llamar tanto la atención. Se sintiócomo uno de esos personajes de losdibujos animados de la tele queexageraban mucho el gesto decaminar de puntillas y se ruborizóaún más al darse cuenta de que debíade parecer tonta de remate. Dosescolares vestidos de uniforme, quesin duda estaban haciendo novillos,rieron por lo bajo cuando pasó juntoa su mesa. Por fin dejó de caminar deaquella forma tan extraña y sedetuvo a medio camino entre lapuerta y el mostrador de labibliotecaria, sin saber qué hacer acontinuación. —iShhh!

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La bibliotecaria miró con acrituda los escolares. Más gente levantó lavista de su libro para observar a lamujer que estaba de pie en medio dela sala. Holly decidió seguircaminando y aligeró el paso. Sustacones sonaban fuerte en el suelo yla bóveda de la sala devolvía un ecocada vez más frecuente mientrascorría hacia el mostrador para ponerfin a aquella humillación.

La bibliotecaria alzó la mirada ysonrió fingiendo sorprenderse de vera alguien delante del mostrador,como si no hubiese oído a Hollycruzar toda la sala.

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—Hola —susurró Holly muybajo—. Quisiera saber si puedo haceruna consulta en Internet.

—¿Perdón?La bibliotecaria habló

normalmente y acercó la cabeza aHolly para oírla mejor.

—Oh. —Holly carraspeó,preguntándose qué había sido de lavieja costumbre de susurrar en lasbibliotecas—. Quisiera saber sipuedo hacer una consulta enInternet.

—Por supuesto, los ordenadoresestán allí —dijo la bibliotecaria conuna sonrisa, señalando hacia la hilera

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de ordenadores del otro extremo de lasala—. Son cinco euros por cadaveinte minutos de conexión.

Holly le entregó sus últimos diezeuros. Era todo lo que habíaconseguido sacar de su cuentaaquella mañana. Había formado unalarga cola detrás de ella en el cajeroautomático mientras iba reduciendola cifra solicitada de cien euros adiez, dado que el cajero rechazabacada intento con un bochornosopitido para hacerle saber que nodisponía de suficiente saldo. Se habíaresistido a creer que aquello fuesetodo cuanto le quedaba, pero el

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incidente le dio una razón más paraponerse a buscar trabajo deinmediato.

—No, no —dijo la bibliotecaria,devolviéndole el dinero—, puedepagar cuando termine.

Holly observó la distancia que laseparaba de los ordenadores. Tendríaque volver a hacer ruido para llegarhasta allí. Respiró hondo y avanzócon aire resuelto, pasando filas y másfilas de mesas. Faltó poco para que seechara a reír al ver a tanta gentemirándola, eran como fichas dedominó que iban levantando lacabeza para observarla a medida que

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avanzaba por el pasillo. Finalmentellegó a los ordenadores y resultó queno había ninguno libre. Se sintiócomo si acabara de perder en el juegode la silla y todos se estuvieranriendo de ella. Aquello comenzaba aser ridículo. Levantó las manos hacialos mirones como diciendo «¿Quédiablos miráis?», y acto seguidotodos enterraron la cabeza en suslibros otra vez.

Holly aguardó de pie entre lasfilas de mesas y los ordenadores,tamborileando en su bolso con losdedos y mirando alrededor. Los ojospor poco se le salieron de las órbitas

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cuando vio a Richard teclear en unode los ordenadores. Fue de puntillashasta él y le tocó el hombro. Richarddio un respingo y giró la silla.

—Hola —susurró Holly.—Ah, hola, Holly. ¿Qué estas

haciendo aquí?—preguntó un tantoincómodo, como si lo hubiesesorprendido haciendo algo que nodebía.

—Espero que quede libre unordenador —contestó Holly—. Porfin me he decidido a buscar trabajo—agregó orgullosa. Hasta el merohecho de decirlo hacía que se sintieramenos como un vegetal.

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—Muy bien. —Richard se volvióhacia el ordenador y apagó lapantalla—. Puedes usar éste.

—¡No, no tengas prisa por mí! —se apresuró a decir Holly.

—Es todo tuyo. Sólo estabahaciendo unas consultas para eltrabajo. Se levantó y se hizo a unlado para que Holly se sentara.

—¿Tan lejos? —preguntósorprendida—. ¿No tienenordenadores en Blackrock? —bromeó.No sabía con exactitud qué hacíaRichard para ganarse la vida y lepareció que sería una groseríapreguntárselo ahora, dado que

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llevaba más de diez años en la mismaempresa. Sabía que tenía algo quever con llevar una bata blanca ydeambular por un laboratoriovertiendo sustancias de colores entubos de ensayo. Ella y Jack siemprehabían dicho que estaba preparandouna poción secreta para erradicar lafelicidad de la faz de la Tierra. Ahorase sintió mal por haber dichoaquello. Si bien no concebía estarverdaderamente unida a Ríchard, yaque quizá siempre acabaría sacándolade quicio, estaba comenzando areparar en sus buenas cualidades.Como cederle su sitio en el ordenador

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de la biblioteca, por ejemplo.—Mi trabajo me lleva de un lado

a otro —bromeó Richard con torpeza.—iShhh! —dijo la bibliotecaria,

haciéndose oír.El público de Holly volvió a

levantar la vista de sus libros. Vaya,así que ahora sí que tenía quesusurrar, pensó Holly, enojada.

Richard se despidió deprisa, sedirigió al mostrador para pagar ysalió sigilosamente de la sala.

Holly se sentó delante delordenador y el hombre que tenía allado le dedicó una extraña sonrisa.Ella le sonrió a su vez y echó un

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vistazo entrometido a su pantalla.Apartó la mirada en el acto y casi levino una arcada al ver una imagenporno. El sujeto siguió mirándolafijamente con su horrible sonrisa,pese a que Holly no le hizo ningúncaso y se enfrascó en su búsqueda deempleo. Cuarenta minutos despuésapagó el ordenador la mar decontenta, fue hasta la bibliotecaria ypuso el dinero encima del mostrador.La mujer tecleó en su ordenador sinprestar atención al billete.

—Son quince euros, por favor.Holly tragó saliva, mirando elbillete. —Creía que había dicho que

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eran cinco por cada veinte minutos.—Y así es —contestó la bibliotecaria,sonriendo.

—Pero si sólo he estadoconectada cuarenta minutos.

—En realidad ha estado cuarentay cuatro minutos, con lo cual entraen la siguiente fracción de veinteminutos —replicó la bibliotecaria,consultando el ordenador.

Holly soltó una risita nerviosa.—Sólo son unos minutos de más.

No puede decirse que valgan cincoeuros.

La bibliotecaria siguió sonriendoimpertérrita.

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—¿Espera que los pague? —preguntó Holly, sorprendida.

—Sí, es la tarifa.Holly bajó la voz y acercó la

cabeza a la mujer.—Mire, esto es muy bochornoso,

pero lo cierto es que sólo llevo diezeuros encima. ¿Tendríainconveniente en que volviera mástarde con el resto?

La bibliotecaria negó con lacabeza.

—Lo siento, pero no puedopermitirlo. Tiene que pagar la sumaentera.

—Pero es que no tengo la suma

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entera —protestó Holly.La mujer permaneció impávida.—Muy bien —vociferó Holly,

sacando el móvil del bolso.—Lo siento, pero no puede usar

eso aquí dentro —dijo labibliotecaria, y señaló el cartel queprohibía el uso de móviles.

Holly levantó la vista hacia ella ycontó mentalmente hasta diez.

—Si no me permite usar elteléfono, está claro que no puedollamar a nadie para que me ayude. Sino puedo llamar a nadie, esimposible que me traigan el dineroque falta. Si no me traen el dinero

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que falta, está claro que no puedopagar. De modo que tenemos unpequeño problema, ¿no le parece? —concluyó alzando la voz.

La bibliotecaria se revolviónerviosa en el asiento. —¿Puedo salirfuera a llamar por teléfono?

La mujer meditó aquel dilema.—Bueno, normalmente no

permitimos que nadie salga delrecinto sin pagar, pero supongo quepuedo hacer una excepción. —Sonrióy se apresuró a añadir—: Siempre ycuando se quede justo delante de laentrada.

—¿Donde usted pueda verme? —

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inquirió Holly, sarcástica.La bibliotecaria se puso a

revolver papeles debajo delmostrador, fingiendo que seguíatrabajando.

Holly se plantó delante de lapuerta y pensó a quién llaman Nopodía llamar a Denise ni a Sharon.Aunque sin duda saldrían del trabajoen cualquier momen.. to para echarleun cable, no quería que se enterarande sus fracasos en la vida ahora queambas eran tan dichosamente felices.Tampoco podía llamar a Ciaraporque estaba haciendo el turno dedía en Hogan's y, puesto que Holly

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ya le debía veinte euros a Daniel, nole parecía prudente pedir a suhermana que se ausentara del trabajopor culpa de cinco euros. Jack volvíaa dar clases en el colegio, igual queAbbey, Declan estaba en la facultady Richard ni siquiera era una opción.

Las lágrimas le rodaban por lasmejillas mientras hacía avanzar lalista de nombres en la pantalla delmóvil. La mayoría de las personasque figuraban en el teléfono no lahabían llamado ni una sola vez desdeque Gerry había fallecido, lo quesignificaba que no tenía más amigosa los que llamar. Dio la espalda a la

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bibliotecaria para que no la viera enaquel estado. ¿Qué podía hacer? Quésituación tan vergonzosa tener quellamar a alguien para pedirle cincoeuros. Aunque aún resultaba máshumillante no tener a quién llamar.Pero tenía que hacerlo o de locontrario aquella bibliotecariaaltanera probablemente avisaría a lapolicía. Marcó el primer número quele pasó por la cabeza.

—Hola, soy Gerry. Por favor,deja un mensaje después de la señal yte llamaré en cuanto pueda.

—Gerry —dijo Holly entresollozos—, te necesito…

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Holly estuvo un buen ratoesperando frente a la puerta de labiblioteca. La bibliotecaria no lequitaba el ojo de encima por si acasose escapaba. —Estúpida bruja —gruñó Holly.

Finalmente el coche de su madrese detuvo un momento delante deella y Holly procuró aparentarnormalidad. Ver el rostro feliz de sumadre al volante mientras aparcabael coche le trajo recuerdos de lainfancia. Su madre solía recogerla enel colegio cada día y Holly siempresentía un inmenso alivio al veraparecer su coche para rescatarla

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después de un día infernal en laescuela. Siempre había detestado laescuela, bueno, al menos hasta queconoció a Gerry. A partir deentonces tuvo ganas de ir para podersentarse a su lado y flirtear en laúltima fila de la clase.

Los ojos de Holly volvieron ahumedecerse y Elizabeth corrió a suencuentro y abrazó a su niña.

218—Oh, mi pobre Holly, ¿qué ha

sucedido? —dijo tocándole el pelo, ylanzó miradas asesinas a labibliotecaria mientras su hija lecontaba lo ocurrido. —Muy bien,

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cariño. ¿Por qué no esperas en elcoche mientras yo entro a resolveresto?

Holly obedeció y subió al coche,donde estuvo cambiando de emisorade radio mientras su madre seenfrentaba con la matona delcolegio. —Menuda idiota —refunfuñó Elizabeth al subir alcoche. Miró a su hija y la vioensimismada—. ¿Qué tal si nosvamos a casa y nos relajamos unpoco?

Holly sonrió agradecida y unalágrima rodó por su mejilla. A casa.Le gustaba cómo sonaba.

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Holly se acurrucó en el sofá consu madre en la casa familiar dePortmarnock. Se sentía como sivolviera a ser una adolescente. Enaquellos tiempos su madre y ellasolían abrazarse en el sofá paracontarse todos los chismes. Ojaláahora pudiera tener las mismasconversaciones con ella queentonces. De pronto Elizabethirrumpió en sus pensamientos.

—Anoche te llamé a casa.¿Dónde estabas? Tomó un sorbo deté.

Ah, las maravillas del mágico té.La respuesta a todos los pequeños

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problemas de la vida. Tenías uncotilleo y preparabas una taza de té,te despedían del trabajo y tomabasuna taza de té, tu marido te decía quetenía un tumor cerebral y tomabasuna taza de té…

—Salí a cenar con las chicas yunas cien personas más que noconocía de nada. —Holly se frotó losojos. Estaba cansada.

—¿Cómo están las chicas? —preguntó Elizabeth con sincerointerés. Siempre se había llevadobien con las amigas de Holly, adiferencia de las de Ciara, que ledaban miedo.

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Holly tomó otro sorbo de té.—Sharon está embarazada y

Denise se ha comprometido —contestó con la mirada perdida.

—Oh —musitó Elizabeth sinsaber cómo reaccionar ante suafligida hija—. ¿Cómo te lo hastomado? —preguntó en voz bajaapartando un cabello del rostro deHolly.

Holly se miró las manos y tratóde recobrar la compostura. No loconsiguió y los hombros comenzarona temblarle mientras intentabaocultar la cara detrás del pelo.

—Oh, Holly erijo Elizabeth

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apenada, dejando la taza en la mesa yacercándose a su hija—. Es normalque te sientas así.

Holly ni siquiera era capaz dearticular palabra.

La puerta principal se cerró de unportazo y Ciara anunció a la casa quehabía llegado:

—¡Estamos en caaaaaasa!—Fantástico —sollozó Holly,

apoyando la cabeza en el pecho de sumadre. —¿Dónde está todo elmundo? —gritó Ciara, abriendo ycerrando puertas por toda la casa.

—Espera un momento, cielo —dijo Elizabeth, molesta porque le

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echaran a perder aquel momento deintimidad con Holly.

—¡Traigo noticias! —La voz deCiara sonaba más fuerte a medidaque se acercaba. Mathew abrió lapuerta de golpe, sosteniendo a Ciaraen brazos—. ¡Mathew y yo nosvamos a Australia! —gritó radiantede felicidad. Se quedó atónita al ver asu hermana llorando abrazada a sumadre. Saltó de los brazos deMathew, lo sacó de la habitación ycerró la puerta sin hacer ruido.

—Y ahora Ciara también se va,mamá —musitó Holly desesperada, yElizabeth lloró en silencio por su

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hija.Holly siguió hablando con su

madre hasta bien entrada la nocheacerca de todo lo que le había pasadoa lo largo de los últimos meses. Ypese a que Elizabeth le ofreció todaclase de argumentos paratranquilizarla, siguió sintiéndose tanatrapada como antes. Aquella noche,durmió en el cuarto de los huéspedesy a la mañana siguiente despertó enuna casa llena de ruidos. Hollysonrió ante la familiaridad delalboroto que armaban sus hermanosvociferando que llegaban tarde aclase y al trabajo, seguido por los

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gruñidos de su padre metiéndolesprisa, y las amables súplicas de sumadre para que no hicieran tantoruido, ya que iban a despertar aHolly. El mundo seguía girando, eratan simple como eso, y no habíaninguna burbuja lo bastante grandecomo para protegerla.

Antes de almorzar, su padre laacompañó a casa y le entregó uncheque por valor de cinco mil euros.

—Oh, papá, no puedo aceptarlo—dijo Holly, abrumada por laemoción. —Cógelo —insistióapartándole la mano con suavidad—.Deja que te ayudemos, cielo.

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—Os devolveré hasta el últimocéntimo —dijo Holly, abrazándolocon fuerza.

Holly se detuvo en la puerta,despidió a su padre con la mano y sequedó mirando cómo se alejaba calleabajo. Bajó la vista al cheque y fuecomo si le quitaran un gran peso deencima. Se le ocurrieron más deveinte cosas que hacer con aqueldinero y, por una vez, ninguna deellas fue ir a comprar ropa. Aldirigirse a la cocina, advirtió que laluz roja del contestador parpadeabaen la mesa de la entrada. Se sentó alpie de la escalera y pulsó el botón.

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Tenía cinco mensajes.Uno era de Sharon, que llamaba

para ver si estaba bien puesto que nohabía sabido de ella en todo el día. Elsegundo era de Denise, que llamabapara ver si estaba bien puesto que nohabía sabido de ella en todo el día.Era evidente que habían habladoentre sí. El tercero era de Sharon, elcuarto de Denise y el quinto dealguien que había colgado. Hollypulsó el botón de borrar y subió aldormitorio para cambiarse de ropa.Todavía no estaba preparada parahablar con Sharon y Denise; antestenía que poner su vida en orden si

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quería servirles de apoyo.Se sentó delante del ordenador en

el cuarto habilitado como estudio ycomenzó a redactar un currículo. Sehabía convertido en toda unaprofesional de aquella tarea, ya quecambiaba de empleo con muchafrecuencia. No obstante, hacíatiempo que no había tenido quepreocuparse por hacer entrevistas. Ysi conseguía una entrevista, ¿quiénquerría contratar a una persona quellevaba un año entero sin trabajar?

Tardó dos horas en lograrimprimir algo que considerasemedianamente aceptable. En realidad

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estaba muy satisfecha, pues se lashabía ingeniado para parecerinteligente y con experiencia. Soltóuna carcajada con la esperanza deenredar a sus futuros patronos paraque creyeran que era una trabajadoracapacitada. Al releer el currículodecidió que hasta ella se contrataría así misma. Se puso ropa formal y fueal centro del barrio en el coche cuyodepósito por fin había llenado.Aparcó delante de la oficina deempleo y se pintó los labiosmirándose en el retrovisor. No habíamás tiempo que perder. Si Gerrydecía que buscara trabajo, ella iba a

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encontrar uno.

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Un par de días después Holly estabasentada en su nuevo jardín trasero,tomando una copa de vino yescuchando la música de lascampanillas mecidas por la brisa.Contempló los trabajos efectuados enel jardín y decidió que quienquieraque fuese el que estaba trabajando enél tenía que ser un profesional.Inspiró el aire y se dejó embriagarpor la fragancia de las flores. Eran lasocho y ya comenzaba a oscurecer.Los luminosos atardeceres tocaban asu fin y todo el mundo se preparaba

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una vez más para hibernar durantelos meses de invierno.

Pensó en el mensaje que habíaencontrado en el contestadorautomático. Era de la oficina deempleo y se quedó impresionada altener noticias tan pronto. La mujerdel teléfono decía que su currículohabía tenido muy buena acogida yya le habían concertado dosentrevistas de trabajo. Esta vez sesentía distinta; le entusiasmaba laidea de volver a trabajar y probaralgo nuevo. Su primera entrevista erapara vender espacio publicitario parauna revista que circulaba por todo

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Dublín. Carecía de experiencia enaquel campo, pero estaba dispuesta aaprender porque la idea le resultabamucho más interesante quecualquiera de sus empleos anteriores,los cuales consistían mayormente encontestar el teléfono, tomar nota derecados y archivar documentos.Cualquier cosa que no tuviera nadaque ver con aquellas tareas era unpaso adelante.

La segunda entrevista era parauna agencia de publicidad irlandesade renombre y sabía que no tenía lamás remota posibilidad de conseguirel empleo. Pero Gerry le había dicho

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que apuntara a la Luna…Holly también meditó sobre la

llamada telefónica que acababa derecibir de Denise. Ésta estaba tannerviosa que no parecía molesta porel hecho de que Holly no se hubiesepuesto en contacto con ella desdeque habían salido a cenar. Hollypensó que ni siquiera se había dadocuenta de que no le había devuelto lallamada. Denise había hablado sinparar sobre la boda, divagandodurante más de una hora sobre quéclase de vestido debería llevar, quéflores debía elegir y dónde seríamejor celebrar el banquete.

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Comenzaba una frase y luego seolvidaba de terminarla porquecambiaba de tema sin cesar. Lo únicoque Holly tenía que hacer era emitiralgún sonido de vez en cuando paraque Denise supiera que laescuchaba… aunque no fuese así. Loúnico que había sacado en claro eraque Denise tenía intención decelebrar la boda la víspera de AñoNuevo y, a juzgar por cómo locontaba, Tom no iba a tener voz nivoto sobre los planes que ella estabahaciendo. Holly se sorprendió alenterarse de que habían fijado unafecha tan cercana, había dado por

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sentado que el suyo sería uno de esosnoviazgos que se prolongabandurante años, sobre todo teniendo encuenta que Tom y Denise sólo hacíaunos meses que formaban pareja.Pero la Holly actual no se preocupótanto como lo hubiese hecho laHolly de antes. Ahora estaba suscritaa la revista del «encuentra a tu amory aférrate a él para siempre». Denisey Tom hacían bien en no perdertiempo preocupándose por lo quepensara la gente si en el fondo de suscorazones tenían claro que se tratabade la decisión correcta.

Por su parte, Sharon no la había

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llamado desde el día después deanunciar su embarazo y a Holly leconstaba que pronto tendría quetelefonear a su amiga, pues de locontrario los días irían pasando y alfinal quizá sería demasiado tarde.

Sharon estaba viviendo una etapaimportante de su vida y Holly sabíaque debía prestarle su apoyo, perosimplemente no podía hacerlo.Estaba portándose como una amigacelosa, amargada e increíblementeegoísta, pero lo cierto es quenecesitaba ser egoísta en aquellosmomentos para sobrevivir. Todavíadebía quitarse de la cabeza la idea de

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que Sharon y John estaban en vías deconseguir algo que todo el mundosiempre había supuesto que Holly yGerry harían los primeros. Sharonsiempre decía que detestaba a losniños, pensó Holly enojada. En fin,llamaría a su amiga cuando se lehubiese pasado el berrinche.

Comenzó a hacer frío y Holly sellevó la copa de vino al interiorcaldeado de la casa, donde volvió allenarla. Lo único que podía hacerdurante los dos próximos días eraaguardar las entrevistas de trabajo yrezar para tener suerte. Fue a la salade estar, puso el CD de canciones de

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amor favorito de ella y Gerry y seacurrucó eñ el sofá con la copa devino. Cerró los ojos e imaginó quebailaban juntos por la habitación.

Al día siguiente la despertó elruido de un coche al entrar por elsendero del jardín. Saltó de la cama yse puso el batín de Gerry suponiendoque le devolvían el coche que habíallevado al taller. Asomó la nariz entrelas cortinas e instintivamente se echóhacia atrás al ver a Richard bajar desu coche. Esperó que no la hubiesevisto, ya que desde luego no estabade humor para una de sus visitas.Anduvo de un lado a otro de la

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habitación sintiéndose culpable,mientras hacía caso omiso del timbrepor segunda vez. Sabía que suactitud era intolerable, pero nosoportaba la idea de sentarse con él ymantener una de aquellasconversaciones tan estrafalarias. Locierto era que no tenía nada quecontar, nada había cambiado en suvida, no tenía noticias excitantes, nisiquiera noticias normales ycorrientes que comentar con nadie, ymucho menos con Richard.

Suspiró aliviada al oír que suspasos se alejaban y se cerraba laportezuela del coche. Se metió en la

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ducha, dejó que el agua caliente lecorriera por el rostro y volvió aabstraerse en su mundo particular.Veinte minutos más tarde bajó sinhacer ruido con sus zapatillas deDisco Diva. Oyó como si alguienrascara algo fuera y se quedó inmóvila media escalera. Aguzó el oído yescuchó con más atención, tratandode identificar el ruido. Ahí estabaotra vez. Un ruido de rascar y unsusurro, como si hubiera alguien enel jardín… Abrió los ojosdesorbitadamente al caer en lacuenta de que el duende estabatrabajando en su jardín. Se quedó

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quieta, sin saber qué hacer acontinuación.

Entró sigilosamente en la sala deestar, pensando como una tonta quequien estaba fuera la oiría deambularpor la casa. Así pues, se arrodilló, seasomó al alféizar de la ventana ysoltó un grito ahogado al ver que elcoche de Richard seguía aparcado enel sendero de entrada. Pero aún lesorprendió más ver al propio Richarda gatas con una herramienta dejardinería en la mano, cavando latierra y plantando flores. Se apartóde la ventana sin levantarse y sesentó en la alfombra, absolutamente

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pasmada. El ruido de su cocheaparcando frente a la casa volvió aponerla en alerta y la mente se ledisparó para decidir si abrir almecánico o no. Por alguna extrañarazón, Richard no quería que ellasupiera que estaba trabajando en sujardín y decidió que iba a respetarese deseo… por el momento.

Se escondió detrás del sofá al verque el mecánico se acercaba a lapuerta, y no pudo evitar echarse areír ante lo ridículo de la situación.Soltó una risita nerviosa cuando sonóel timbre y se arrastró hasta la puntadel sofá al ver que el mecánico se

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dirigía a la ventana para ver si habíaalguien dentro. El corazón le latíacon fuerza y se sintió como siestuviera haciendo algo ilegal. Setapó la boca para sofocar la risa.Aquello era como volver a ser niña.Siempre había sido un desastrejugando al escondite. Cada vez quepensaba que iban a descubrirla leentraba un ataque de risa y, enefecto, la descubrían. Luego letocaba parar el resto del día.Entonces ya no reía, pues todo elmundo sabía que aquélla era la parteaburrida del juego, que por logeneral le tocaba al más pequeño del

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grupo. Pero por fin estabacompensando los fracasos deentonces, ya que tras lograr burlar aRichard y a su mecánico, rodó por laalfombra riéndose de sí misma al oírque éste arrojaba las llaves al suelopor el buzón y se alejaba de lapuerta.

Al cabo de unos minutos, sacó lacabeza de detrás del sofá y comprobósi era seguro salir. Se puso de pie y sesacudió el polvo, diciéndose que yaera demasiado mayor para jugar ahacer tonterías. Volvió a mirarapartando un poco la cortina y vioque Richard estaba recogiendo las

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herramientas.Pensándolo bien, aquellas

tonterías eran divertidas y no teníaotra cosa que hacer. Holly se quitólas zapatillas de andar por casa y sepuso las de deporte. En cuanto vioque Richard enfilaba la calle, salióafuera y subió al coche. Iba a darcaza al duende.

Como en las películas, consiguiómantenerse a tres coches de distanciade Richard todo el camino y aminoróla marcha al ver que se detenía.Richard aparcó, fue al quiosco yregresó con un periódico en la mano.Holly se puso las gafas de sol, bajó la

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visera de su gorra de béisbol y espió asu hermano, tapándose la cara con suejemplar atrasado del Arab Leader.Se rió de sí misma cuando vio sureflejo en el retrovisor. Parecía lapersona más sospechosa del mundo.Richard cruzó la calle y entró en laGreasy Spoon. Holly se sintió unpoco decepcionada, había esperadouna aventura más jugosa.

Se quedó un rato sentada en elcoche intentando trazar un nuevoplan y, asustada, dio un brincocuando un agente de tráfico golpeóla ventanilla. —No puede parar aquíerijo señalando hacia el

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aparcamiento.Holly le sonrió y puso los ojos en

blanco mientras retrocedía paraaparcar. Seguro que Cagney y Laceynunca tuvieron aquel problema.Finalmente la niña que llevabadentro se fue a dormir una siesta y laHolly adulta se quitó la gorra y lasgafas y las lanzó al asiento delpasajero, sintiéndose estúpida. Bastade tonterías. La vida real volvía aempezar.

Cruzó la calle y buscó a suhermano dentro de la cafetería.Estaba sentado de espaldas a ella,encorvado sobre el periódico

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tomando una taza de té. Fue a suencuentro sonriendo alegremente.

—Richard, ¿alguna vez vas atrabajar? —bromeó alzando la voz yhaciendo que Richard se llevara unbuen sobresalto. Iba a añadir algomás, pero su hermano levantó la vistahacia ella con lágrimas en los ojos ysus hombros comenzaron a temblar.

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Holly miró alrededor para ver sialgún otro cliente de la cafetería losestaba observando. Luego cogió unasilla y se sentó al lado de Richard.¿Acaso había dicho algoinconveniente? Miró asombrada elrostro de su hermano sin saber quéhacer ni decir. Lo único que teníaclaro era que nunca antes se habíavisto en una situación semejante. Laslágrimas rodaban por el rostro deRichard, por más que éste seesforzara en contener el llanto.

—¿Qué sucede, Richard? —

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preguntó Holly, sorprendida. Posó lamano en el brazo de su hermano y ledio unas palmaditas, un tantoincómoda. Richard seguía llorandoen silencio.

La camarera rolliza, que esta vezllevaba un delantal amarillo canario,salió de detrás de la barra y dejó unacaja de pañuelos en la mesa al lado deHolly. —Toma —dijo Holly,tendiendo un pañuelo a Richard.

Éste se secó los ojos y se sonó lanariz ruidosamente, con un gestopropio de su edad, y Holly tuvo quedisimular una sonrisa.

—Perdona que llore —dijo

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Richard, avergonzado y evitandomirarla a los ojos.

—Eh —susurró Holly, apoyandola mano en su brazo—, no tiene nadade malo llorar. De un tiempo a estaparte se ha convertido en mi hobby,así que no lo critiques.

Richard sonrió débilmente.—Es como si todo se estuviera

yendo a pique, Holly—dijo contristeza, enjugando una lágrima conel pañuelo antes de que le cayera dela mejilla.

—¿Y eso? —preguntó Holly,preocupada ante la transformaciónde su hermano en alguien a quien no

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conocía. Pensándolo bien, enrealidad nunca había conocido alauténtico Richard. Durante losúltimos meses había descubiertoalgunas facetas de él que la tenían untanto desconcertada.

Richard suspiró y se terminó elté. Holly miró a la mujer de detrás dela barra y encargó otra tetera.

—Richard, últimamente heaprendido que hablar ayuda a aclararlas ideas —dijo Holly con delicadeza—. Y, tratándose de mí, es toda unarevelación, ya que solía mantener laboca cerrada pensando que era unasupermujer, capaz de guardarme

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todos los sentimientos. —Sonrióalentadoramente—. ¿Por qué no mecuentas qué ocurre?

Richard titubeó.—No me reiré, no diré nada si eso

es lo que quieres. No le contaré anadie lo que me cuentes, sólo teescucharé—le aseguró Holly.

Richard apartó la vista de suhermana, se concentró en el salero yel pimentero que había en medio dela mesa y susurró:

—No tengo trabajo.Holly guardó silencio y esperó a

que añadiera algo más. Al cabo de unrato, viendo que ella no decía nada,

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Richard la miró.—Eso no es tan grave, Richard —

dijo Holly al fin, sonriéndole—. Séque te encantaba tu trabajo, pero yaencontrarás otro. Y si te sirve deconsuelo, durante un tiempo perdíun empleo tras otro…

—Me quedé sin trabajo en abril,Holly—la interrumpió Richard, yagregó enojado—: Estamos enseptiembre. No hay nada para mí…Nada relacionado con mi profesión…—Bajó la mirada.

—Vaya. —Holly no supo quédecir. Tras un tenso silencio,prosiguióPero al menos Meredith

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sigue trabajando, de modo quecontáis con unos ingresos fijos.Tómate el tiempo que necesites paraencontrar el empleo adecuado… Ya séque ahora mismo no te parecerá unaopción razonable, pero…

—Meredith me dejó el mespasado —volvió a interrumpirRichard, esta vez con voz más débil.

Holly se tapó la boca con lasmanos. Pobre Richard. A ella nuncale había caído bien la bruja de sucuñada, pero él la adoraba.

—¿Y los niños? —preguntóHolly.

—Viven con ella —contestó

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Richard, y se le quebró la voz.—Oh, Richard, lo siento mucho

—dijo Holly, toqueteándose lasmanos sin saber qué hacer con ellas.¿Debía abrazarlo o era mejor dejarloen paz?

—Yo también lo siento —dijoRichard con voz lastimera, la miradafija en el salero y el pimentero.

—No ha sido culpa tuya,Richard, así que no te atormentesdiciéndote que lo es —protestó Hollyenérgicamente.

—¿No lo es?—cuestionó Richardcon voz un tanto temblorosa—. Medijo que soy un hombre patético que

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ni siquiera es capaz de cuidar de supropia familia. —Se vino abajo otravez.

—Bah, no hagas caso a esa brujaloca—repuso Holly, enojada—. Eresun padre excelente y un marido leal—agregó con firmeza, advirtiendoque lo decía en serio—. Timmy yEmily te quieren porque eresfantástico con ellos, así que no hagascaso a lo que diga esa. demente.

Abrazó a Richard y dejó que sedesahogara llorando. Estaba tanenojada que le entraron ganas de iren busca de Meredith y darle unpuñetazo en la cara. De hecho,

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siempre había deseado hacerlo, sóloque ahora tenía una excusa.

Richard por fin dejó de llorar, seapartó de Holly y cogió otropañuelo. Holly tenía el corazónpartido. Su hermano mayor siemprese había esforzado por ser perfecto yformar una familia perfecta, pero lascosas no habían salido según susplanes. Parecía estar realmenteabatido.

—¿Dónde te alojas? —lepreguntó al caer en la cuenta de quehacía semanas que Richard no teníacasa.

—En una pensión cerca de aquí.

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Es un sitio agradable. Son buenagente —contestó sirviéndose otrataza de té. «Tu esposa te abandona yte tomas una taza de té…»

—Richard, no puedes quedarteahí —objetó Holly—. ¿Por qué nonos lo has contado a ninguno denosotros?

—Porque creía que las cosas searreglarían, pero está visto que noserá así… Ella no dará su brazo atorcer.

Por más que Holly desearainvitarlo a que se instalara en su casano podía hacerlo. Tenía mucho queresolver en su propia vida y estaba

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segura de que Richard lo entendería.—¿Por qué no hablas con papá y

mamá? —preguntó—. Estaránencantados de echarte una mano.

Richard negó con la cabeza.—No, ahora tienen a Ciara y

Declan en casa. No quisiera quetuvieran que cargar conmigotambién. Ya soy un hombre hecho yderecho.

—Vamos, Richard, no digastonterías. —Holly hizo una mueca—.Está la habitación de los invitados,que antes era la tuya. Seguro que terecibirán con los brazos abiertos. —Trataba de ser convincente—. Yo

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misma dormí allí hace unas noches.Richard levantó la vista de la

mesa.—No tiene absolutamente nada

de malo que de vez en cuandoregreses a la casa donde te criaste. Esbueno para el alma—agregó con unasonrisa.

—No me parece que… sea muybuena idea, Holly —dijo Richard,vacilante.

—Si lo que te preocupa es Ciara,olvídalo. Se marcha otra vez aAustralia dentro de unas semanas, asíque la casa estará… menos ajetreada.

El rostro de Richard se relajó un

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poco. Holly sonrió.—¿Qué te parece? Venga, es una

gran idea y además así no tirarás eldinero en un agujero apestoso, pormás que digas que los dueños sonbuena gente.

Richard esbozó una débil sonrisa.—Me veo incapaz de pedir algo

así a papá y mamá. Holly.. no sabríapor dónde empezar.

—Te acompañaré —prometióHolly—. Ya hablaré yo con ellos. Deverdad, Richard, estarán encantadosde ayudarte. Eres su hijo y tequieren. Todos te queremos —agregó, apoyando una mano en lá de

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él.—De acuerdo —convino por fin,

y salieron a la calle cogidos delbrazo.

—Por cierto, Richard, gracias porel jardín. —Le sonrió y luego le dioun beso en la mejilla.

—¿Lo sabías? —preguntóRichard, sorprendido. Ella asintiócon la cabeza.

—Tienes mucho talento y voy apagarte hasta el último penique quevale lo que has hecho en cuantoconsiga trabajo.

El rostro de su hermano se relajóy sonrió con timidez.

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Subieron a sus respectivos cochesy se dirigieron a la casa dePortmarnock en la que habíancrecido juntos.

Dos días después, Holly semiraba al espejo del lavabo en eledificio de oficinas donde iba adesarrollarse su primera entrevista detrabajo. Había perdido tanto pesodesde la última vez que se habíapuesto uno de sus trajes que se habíavisto obligada a comprar uno nuevoque realzaba su esbelta figura. Lachaqueta, larga hasta las rodillas,abrochaba con un solo botón a laaltura de la cintura. Los pantalones

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le quedaban muy bien y caíanperfectamente hasta los botines. Eltraje era negro con finas rayas rosas ylo había combinado con una blusatambién rosa. Se sentía como unaemprendedora ejecutiva publicitariadueña de su vida, y ahora lo únicoque tenía que hacer era expresarsecomo tal. Se aplicó una capa más depintalabios rosa y se mesó el peloensortijado que había decidido dejarsuelto para que le cayese sobre loshombros. Suspiró y salió de nuevo ala sala de espera.

Volvió a sentarse en su sitio yechó un vistazo a los demás

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aspirantes al empleo. Aparentabanser bastante más jóvenes que ella y,por lo visto, todos llevaban unagruesa carpeta apoyada en el regazo.Miró alrededor y comenzó a entrarleel pánico… sí, desde luego todostenían una de aquellas carpetas.Volvió a levantarse y se dirigió a lamesa de la secretaria.

—Disculpe —dijo procurandoatraer su atención. La mujer levantóla vista y sonrió.

—¿Qué desea?—Verá, acabo de ir al lavabo y

me parece que he estado ausentemientras repartían las carpetas. —

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Sonrió educadamente.La secretaria puso ceño,

mostrándose confusa. —Perdone, ¿aqué carpetas se refiere?

Holly se volvió, señaló lascarpetas apoyadas en los regazos delos demás aspirantes y miró de nuevoa la secretaria.

Ésta sonrió y moviendo el dedo leindicó que se acercara. Holly seremetió el pelo detrás de las orejas yse aproximó. —¿Sí?

—Lo siento, cariño, pero enrealidad son carpetas de trabajos quehan traído consigo —susurró paraque Holly no se violentara.

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El rostro de Holly palideció.—Oh. ¿Debería haber traído una?—Bueno, ¿la tienes? —preguntó

la secretaria con una sonrisa. Hollynegó con la cabeza.

—Pues entonces no te preocupes.No es ningún requisito, la gente lastrae para presumir—le susurró, yHolly soltó una risita nerviosa.

Holly regresó a su asiento sindejar de estar preocupada. Nadie lehabía dicho nada acerca de esasestúpidas carpetas. ¿Por qué erasiempre la última en enterarse detodo? Se puso a dar golpecitos conlos pies mientras paseaba la vista por

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la oficina. Aquel lugar le causabauna sensación agradable, los coloreseran cálidos y acogedores, la luzentraba a raudales por los grandesventanales georgianos. Los techosaltos daban una encantadorasensación de espacio. De hecho,podría pasarse todo el día sentada allípensando. De pronto estaba tanrelajada que no se sobresaltó lo másmínimo cuando la llamaron. Caminósegura de sí misma hacia el despachodonde se celebraban las entrevistas yla secretaria le guiñó el ojo paradesearle buena suerte. Hollyrespondió con una sonrisa. Por

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alguna inexplicable razón ya sesentía parte del equipo. Se detuvo uninstante ante la puerta del despachoy exhalo un hondo suspiro.

«Apunta a la Luna—se recordó—.Apunta a la Luna.»

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Holly llamo suevemente a la puertay una voz grave y aspera le ordenoque entrara. El corazon le dio unbrinco al oir aquella voz que le trajorecuerdos de cuando la mandaban aldespacho del director de la escuela. seseco las manos sudorosas con el trajey entró en el despacho.

—Hola— dijo con mas confianzade la que sentía.

Cruzó la pequeña habitacion yestrecho la mano del hombre que sehabia levantado del sillon y le estabatendiendo la suya. Éste la recibió con

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una gran sonrisa y un calurosoapretón. su rostro no se correspondiacon su vozarron, gracias a Dios.Holly se serenó un poco al verlo yaque le recordó a su padre. Daba laimpresion de que pronto cumplirialos sesenta, presentaba un físicocomo de oso de peluche, y Hollytuvo que contenerse para no saltarpor encima del escritorio y darle unfuerte abrazo. llevaba el pelo muybien cortado, de un tono plateadocasi brillante y Holly supuso quehabía sido un hombreextremadamente atractivo en sujuventud.

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—Holly Kennedy ¿cierto?— dijotomando asiento y echando unvistazo a curriculum que teniadelante de él.

Holly se sentó en la silla deenfrente y se obligó a relajarse.Había leído cuantos manuales detécnicas para entrevistas habíancaído en sus manos durante losultimos dias e intentaba poner todossus conocimientos en práctica, desdeel modo de entrar en el despachohasta la forma de dar la mano,pasando por la amnera de sentarse enla silla. queria mostrarse como unamujer con experiencia, inteligente y

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muy segura de sí misma. Aunque ibaa necesitar algo más que un firmeapretón de manos para conseguirdemostrarlo.

—En efecto —contestó dejando elbolso en el suelo y apoyando lasmanos sudorosas en el regazo.

Él se ajustó las gafas en la puntade la nariz y leyó por encima elcurrículo en silencio. Holly tenía lamirada fija en él e intentaba descifrarsu expresión. No le resultó fácil, yaque era una de esas personas quefruncían el entrecejo al leer. Bueno,o eso o quizá no se sentíaimpresionado por lo que estaba

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viendo. Holly echó un vistazo alescritorio mientras aguardaba que elentrevistador volviera a dirigirle lapalabra. Entonces reparó en unafotografía enmarcada de tres chicasmuy guapas, de su edad que sonreíana la cámara y, cuando levantó lavista, se dio cuenta de que él habíadejado el currículo encima delescritorio y estaba observándola.Holly sonrió y procuró adoptar unaexpresión más formal.

—Antes de que comencemos ahablar sobre usted, voy a explicarleexactamente quién soy y en quéconsiste el trabajo —anunció el

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entrevistador. Holly asintió con lacabeza, dispuesta a demostrar interés.

—Me llamo Chris Feeney y soyel fundador y editor de la revista, o eljefe, como gustan de llamarme todoslos que trabajan aquí. —Rió entredientes y Holly quedó prendada desus brillantes ojos azules—. Verá,fundamentalmente estamos buscandouna persona que se encargue de todolo relacionado con la publicidad de larevista. Como bien sabrá, la buenamarcha de una revista o de cualquierotro medio de comunicación dependeen buena medida de las insercionespublicitarias. Necesitamos ese dinero

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para publicar la revista, de modo quese trata de un trabajo de sumaimportancia. Por desgracia, elhombre que ocupaba ese puesto tuvoque dejarnos de improviso y por esobusco a alguien que pueda ponersemanos a la obra casi de inmediato.¿Qué puede decirme a ese respecto?

Holly asintió con la cabeza.—Eso no constituye ningún

problema. De hecho, estoyimpaciente por comenzar a trabajarcuanto antes.

El señor Feeney asintió con lacabeza y volvió a mirar el currículo.—Veo que lleva cosa de un año sin

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trabajar. ¿Estoy en lo cierto? —preguntó mirándola por encima de lamontura de las gafas.

—Sí, así es —contestó Holly,asintiendo con la cabeza—. Y puedogarantizarle que ha sido así pordecisión propia. Mi marido enfermóde gravedad y tuve que renunciar ami empleo para dedicarme a él.

Holly tragó saliva, consciente deque aquel asunto llamaría laatención decualquier posiblepatrono. Nadie deseaba contratar auna persona que había estado ociosadurante el último año.

—Entiendo —dijo el señor

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Feeney, levantando la vista haciaHolly—. Bueno, espero que hayarecobrado la salud —agregósonriendo con afecto. Holly dudó desi aquello era una pregunta o no, ytampoco tuvo muy claro si debíaseguir hablando sobre ello. ¿Acasoquería saber más sobre su vidaprivada? Él seguía mirándola y Hollycomprendió que esperaba unarespuesta. Carraspeó.

—Pues en realidad no, señorFeeney. Desgraciadamente falleció elpasado mes de febrero… Tenía untumor cerebral. Por eso me parecióimportante dejar de trabajar.

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—Vaya. —El señor Feeney dejóel currículo en el escritorio y se quitólas gafas—. Lo comprendoperfectamente. Lamento mucho loque le ha sucedido —dijo consinceridad—. Debe de haber sidomuy duro para usted siendo tanjoven… —Bajó la vista al escritorio unmomento y luego volvió a mirarla alos ojos—. Mi esposa murió de uncáncer de mama hace ahora un año,así que puedo entender lo que siente—dijo amablemente.

—Lo siento mucho —respondióHolly con tristeza, mirando alhombre que estaba al otro lado de la

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mesa.—Dicen que con el tiempo se

hace más llevadero —añadió él,sonriendo.

—Eso dicen —convino Holly congravedad—. Al parecer el truco estáen beber litros y litros de té.

El señor Feeney se echó a reírsoltando una sonora carcajada.

—¡Sí! Eso también me lo handicho, y mis hijas insisten en que elaire fresco todo lo cura.

Holly rió.—Uy, sí, el mágico aire fresco…

Obra milagros con el corazón. ¿Sonsus hijas? —preguntó Holly, mirando

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sonriente la fotografía.—En efecto —contestó el señor

Feeney, sonriendo a su vez—. Son lastres médicas que intentanmantenerme con vida—volvió a reír—. Aunque es una pena que el jardínya no tenga ese aspecto—agregó,refiriéndose a la fotografía.

—¡Uau! ¿Es su jardín? —dijoHolly, asombrada—. Es precioso.Creí que era el jardín botánico oalgún lugar por el estilo.

—Ésa era la especialidad deMaureen. Yo soy incapaz de salir dela oficina el tiempo suficiente paraarreglar ese desorden.

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—No me hable de jardines —dijoHolly, poniendo los ojos en blanco—. Las plantas no son mi fuerteprecisamente, y mi jardín estáempezando a parecer una jungla. —Definitivamente era una jungla,pensó.

Siguieron mirándose y sonriendo,y a Holly la confortó escuchar unahistoria semejante a la suya. Tanto siconseguía el empleo como si no, almenos tendría el consuelo de saberque no estaba totalmente sola.

—En fin, volvamos a la entrevista—dijo el señor Feeney—. ¿Tienealguna experiencia en trabajos

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relacionados con medios decomunicación?

A Holly no le gustó la manera enque dijo «alguna», significaba quehabía leído el currículo sin verningún indicio de experiencia que lahiciera digna del empleo.

—Pues en realidad sí. —Retomóuna actitud formal y se esforzó porimpresionarlo—. Una vez trabajé enuna agencia inmobiliaria donde erala responsable de tratar con losmedios para anunciar las nuevaspropiedades que teníamos en venta.Puede decirse que estaba al otro ladode lo que este empleo conlleva, de

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modo que sé cómo tratar con lasempresas que desean contratarespacio para publicidad.

El señor Feeney fue asintiendocon la cabeza.

—Pero en realidad nunca hatrabajado en una revista o periódico oalgo por el estilo…

Holly también asintió,devanándose los sesos en busca dealgo que decir.

—Durante un tiempo meencargué de publicar un boletíninformativo para la empresa en laque trabajaba… —Siguió divagandoun buen rato, aferrándose a cualquier

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cosa más o menos relacionada conaquel ámbito de trabajo, y se diocuenta de que estaba resultandobastante patética.

El señor Feeney fue demasiadocortés como para interrumpirlamientras le refería todos los trabajosque había tenido y exagerabacualquier detalle que pudieraguardar alguna relación con lapublicidad o los medios decomunicación. Finalmente dejó dehablar, harta de oír su propia voz, yentrecruzó los dedos nerviosamenteen el regazo. No estaba cualificadapara el empleo y lo sabía, pero

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también sabía que sería capaz dehacerlo bien si él le daba laoportunidad.

El señor Feeney se quitó lasgafas.

—Entendido. Bien, Holly, veoque cuenta con una dilatadaexperiencia en muy diversos campos,pero también he advertido que nuncaha permanecido en un mismo puestodurante mas de nueve meses…

—Estaba buscando el empleoadecuado para mí —interrumpióHolly con su seguridad hecha añicos.

—¿Y cómo sé que no va aabandonarme dentro de unos meses?

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—preguntó sonriente, aunque Hollytuvo claro que hablaba en serio.

—Porque este empleo esadecuado para mí —dijo muy seria.Holly suspiró al percibir que susprobabilidades de éxito se le estabanescapando entre los dedos, aunque noestaba dispuesta a darse por vencidatan fácilmente—. Señor Feeney —dijo adelantándose hasta el borde dela silla—, soy una trabajadoraaplicada. Cuando algo me gusta, meentrego al cien por cien y mecomprometo sin reservas. Soy unapersona capaz y estoy más quedispuesta a aprender lo que no sé, de

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modo que pueda dar lo mejor de mímisma en beneficio mío, suyo y de laempresa. Si deposita su confianza enmí, le prometo que no le defraudaré.—Se detuvo justo antes de ponerse derodillas y suplicar por el malditoempleo. Se ruborizó al darse cuentade lo que había estado a punto dehacer.

—Muy bien, creo que es un buencomentario con el que dar porconcluida la entrevista—dijo el señorFeeney, sonriéndole. Se puso de piey le tendió la mano—. Le agradezcomucho que haya venido. No tardaráen tener noticias nuestras.

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Holly le estrechó la mano y ledio las gracias en voz baja, recogió elbolso del suelo y notó que el señorFeeney la miraba mientras se dirigíaa la puerta. justo antes de cruzar elumbral se volvió hacia él y dijo:

—Señor Feeney, me aseguraré deque su secretaria le traiga una buenataza de té recién hecho. Le harámucho bien.

Sonrió y cerró la puerta,amortiguando las carcajadas del señorFeeney. La secretaria simpáticaenarcó las cejas cuando Holly pasópor delante de ella y los demásaspirantes se preguntaron qué habría

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dicho aquella señora para que elentrevistador se riera de aquel modo.Holly sonrió al oír que el señorFeeney seguía riendo y salió al airefresco de la calle.

Holly decidió pasar a ver a Ciaraen el trabajo, donde podría almorzaralgo. Dobló la esquina, entró en elpub Hogan's y buscó una mesa libre.El pub estaba atestado de genteelegantemente vestida que habíaacudido a almorzar desde el trabajo eincluso había quien se tomaba unascervezas a hurtadillas antes deregresar a la oficina. Holly encontróuna mesa pequeña en un rincón y se

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sentó.—¡Perdone! —llamó levantando

la voz y chasqueando los dedos enalto—. ¿Es posible que alguien meatienda, por favor?

Los ocupantes de las mesasvecinas la miraron con desdén por sertan grosera con el servicio, peroHolly siguió chasqueando los dedos.

—¡Eh, aquí! —gritó.Ciara se volvió con cara de pocos

amigos y sonrió al ver a su hermana.Jesús, he estado a punto de darte unbofetón. —Se acercó a la mesa,sonriendo.

—Espero que no les digas esas

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cosas a todos tus clientes —bromeóHolly.

—A todos no —contestó Ciaramuy seria—. ¿Vas a almorzar aquíhoy? Holly asintió con la cabeza.

—Mamá me contó que trabajabasa la hora del almuerzo. Pensaba queestarías en el club de arriba.

Ciara puso los ojos en blanco.—Ese hombre me hace trabajar

de sol a sol, me trata como a unaesclava —protestó Ciara.

—¿He oído mencionar minombre? —Daniel apareció riendodetrás de ella.

El rostro de Ciara palideció al

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darse cuenta de que la había oído.—No, qué va… Estaba hablando

de Mathew —balbuceó—. Me tienedespierta toda la noche, soy como suesclava sexual… —Se interrumpió yse dirigió a la barra en busca de unbloc y un bolígrafo.

—Siento haber preguntado —dijoDaniel, mirando a Ciara un tantoapabullado—. ¿Te importa que mesiente? —preguntó a Holly.

—Sí —bromeó Holly, y le ofrecióun taburete—. Veamos, ¿qué sepuede comer aquí? —preguntóechando un vistazo a la cartamientras Ciara regresaba con el

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bolígrafo. Ésta movió los labiosarticulando la palabra «nada» detrásde Daniel, y Holly soltó una risita.

—Tostado especial es misándwich favorito —sugirió Daniel, yCiara negó enérgicamente con lacabeza. Saltaba a la vista que a Ciarano le gustaba mucho el tostadoespecial—. ¿Qué pretendes, Ciara? —le preguntó Daniel, sorprendiéndolade nuevo infraganti.

—Oh, es que… Holly es alérgica ala cebolla —farfulló Ciara. Aquellofue una novedad para la propiaHolly.

—Sí… hace que la cabeza… se me

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hinche—improvisó Holly, e hinchólos carrillos—. Las cebollas son algoterrible. Fatal, de hecho. Cualquierdía me matarán.

Ciara puso los ojos en blanco yfulminó a su hermana con la miradaporque, para variar, sacaba las cosasde quicio.

—Muy bien, pues entoncestómalo sin cebolla —sugirió Daniel,y Holly aceptó.

Ciara se metió los dedos en laboca y fingió que vomitaba mientrasse alejaba.

—Vas muy elegante —comentóDaniel, fijándose en su atuendo.

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—Sí, bueno, ésa es la impresiónque quería dar. Acabo de tener unaentrevista de trabajo —dijo Holly, ytorció el gesto al recordarlo.

—Ah, claro. —Daniel sonrió ehizo una mueca—. ¿Acaso no ha idobien? Holly negó con la cabeza.

—Bueno, digamos que tengo quecomprarme un traje más elegante.No cuento con que me llamenpronto.

—No te preocupes, mujer—dijoDaniel, sonriendo—. Tendrás unmontón de oportunidades. Aún tengolibre el puesto de arriba si te interesa.—Creía que le habías dado ese

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trabajo a Ciara. ¿Por qué estátrabajando aquí abajo ahora? —preguntó Holly.

Daniel hizo una mueca.—Holly, ya conoces a ta

hermana. Tuvimos un problemilla.—¡Dios mío! —dijo Holly—.

¿Qué ha hecho esta vez?—Un tipo le dijo algo en la barra

que no le gustó, así que le sirvió lajarra de cerveza y acto seguido se lavació en la cabeza.

—¡Oh, no! —exclamó Holly conun grito ahogado—. ¡Me sorprendeque no la despidieras!

—No podía hacerle algo así a un

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miembro de la familia Kennedy, ¿nocrees? —Sonrió—. Además, ¿cómoiba yo a ser capaz de mirarte otra veza la cara?

—Exacto —dijo Holly, sonriendo—. Puede que seas mi amigo pero«tienes que respetar a la familia».

Ciara puso ceño a su hermana alllegar con el plato de comida.

—Es la peor imitación delPadrino que he oído en mi vida. Bonappétit —agregó con sarcasmo,dejando el plato en la mesabruscamente antes de girar enredondo.

—¡Oye! —la llamó Daniel, y

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apartó el plato de Holly paraexaminar el sándwich.

—¿Qué pasa? —inquirió Holly.—Lleva cebolla——contestó

Daniel, enojado—. Seguro que Ciaraha vuelto a equivocarse de pedido.

—No, no, está bien. —Hollysalió en defensa de su hermana y lecogió el plato de las manos—. Sólosoy alérgica a la cebolla roja —improvisó. Daniel torció el gesto.

—Qué raro. No sabía que fuesentan distintas.

—Oh, ya lo creo. —Holly asintiócon la cabeza y fingió ser unaexperta—. Aunque sean de la misma

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familia, la cebolla roja contiene…unas toxinas específicas…

—¿Toxinas? —repitió Danielincrédulo.

—Bueno, al menos para mí sontóxicas, ¿no? —farfulló Holly, ehincó el diente en el sándwich paracallarse. Le costó trabajo comerse elsándwich bajo la mirada hostil deDaniel sin sentirse como una cerda,de modo que Finalmente desistió ydejó el resto en el plato.

—¿No te gusta? —preguntóDaniel, preocupado.

—No, no es eso. Me encanta,pero es que he desayunado mucho —

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mintió Holly dándose unaspalmaditas en el estómago vacío.

—Dime, ¿ha habido suerte en lacaza del duende? —bromeó Daniel.

—¡Bueno, lo cieno es que lodescubrí! —Holly rió secándose lasmanos grasientas con la servilleta.

—¿De veras? ¿Quién era?—¿Puedes creer que era mi

hermano Richard? —Holly volvió areír. —¡Anda ya! ¿Y por qué no te lodijo? ¿Quería darte una sorpresa oalgo por el estilo?

—Algo por el estilo, supongo.—Richard es un buen tipo —

aseguró Daniel con aire

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meditabundo.—¿Tú crees? —preguntó Holly,

sorprendida.—Sí, es un hombre inofensivo.

Buena gente.Holly asintió con la cabeza

mientras intentaba digerir aquellainformación. Daniel interrumpió suspensamientos.

—¿Has hablado con Denise oSharon últimamente?

—Sólo con Denise —contestóHolly, apartando la vista—. ¿Y tú?

—Tom me tiene hasta lacoronilla con tanta cháchara sobre laboda. Quiere que sea su padrino. La

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verdad es que no esperaba que loplanearan todo para tan pronto.

—Yo tampoco —convino Holly—. ¿Cómo te sientes acerca de esoahora?

—¡Bah! —Daniel suspiró—. Mealegro por él… de una manera untanto egoísta y amarga.

—Sé lo que sientes —dijo Holly,asintiendo con la cabeza—. ¿No hashablado con tu ex últimamente?

—¿Con quién, con Laura? —dijoDaniel, que no esperaba aquellapregunta—. No quiero volver a ver aesa mujer.

—¿Es amiga de Tom?

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—No tanto como antes, gracias aDios.

—¿Entonces no estará invitada ala boda?

—¿Sabes que ni siquiera se mehabía ocurrido? —aseguró abriendolos ojos desorbitadamente—. Dios,espero que no. Tom sabe lo que leespera si se atreve a invitarla.

Guardaron silencio mientrasDaniel contemplaba aquellaposibilidad. —Si te apetece salir,creo que voy a verme con Tom yDenise mañana para comentar losplanes de boda —dijo Daniel.

Holly puso los ojos en blanco.

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—Muchas gracias, hombre, esosuena de lo más divertido. Daniel seechó a reír. Luego dijo:

—Lo sé, por eso no quiero ir solo.De todas formas llámame si teanimas. Holly asintió.

—Bien, aquí tienes la cuenta—dijo Ciara. Dejó un trozo de papel enla mesa y volvió a marcharse como sital cosa. Daniel la siguió con lamirada y negó con la cabeza.

—No te preocupes, Daniel. Notendrás que aguantarla por muchomás tiempo —aseguró Holly.

—¿Por qué no? —preguntósorprendido.

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Holly comprendió que Ciara nole había dicho que se mudaba.

—Por nada —murmuró,revolviendo el bolso en busca delmonedero.

—No, en serio, ¿qué quieresdecir? —insistió Daniel.

—Quiero decir que su turno debede estar a punto de terminar —dijoHolly, sacando el monedero del bolsoy mirando la hora.

—Oye… no te preocupes por lacuenta, ¿vale?

—No, no pienso permitirlo —dijoHolly, rebuscando entre los recibos ydemás papeles del bolso—. Lo cual

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me recuerda que te debo veinte. —Dejó el dinero encima de la mesa.

—Olvídalo. —Daniel hizo unademán como para restarleimportancia. —¿Vas a permitir quepague algo? —bromeó Holly—.Pienso dejarlo en la mesa de todosmodos, así que tendrás que cogerlo.

Ciara regresó a la mesa y tendióla mano para cobrar. —Cárgalo a micuenta, Ciara —ordenó Daniel.

Ciara miró a su hermanaarqueando las cejas y le guiñó el ojo.Luego echó un vistazo a la mesa y vioel billete de veinte euros.

—¡Uau, gracias, hermanita! No

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sabía que fueras tan generosa con laspropinas.

Se metió el dinero en el bolsillo yfue a servir otra mesa.

—No te preocupes. —Danielsonrió al ver que Holly se quedabapasmada—. Se lo descontaré delsalario.

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3535

El corazón de Holly comenzó a latircon fuerza cuando vio el coche deSharon aparcado delante de su casa.Hacía mucho tiempo que no hablabacon ella y en el fondo estabaavergonzada. Contempló laposibilidad de dar media vuelta ylargarse por donde había venido, perose contuvo. Tarde o temprano tendríaque enfrentarse a la situación si noquería perder a su mejor amiga. Esosi ya no era demasiado tarde.

Holly detuvo el coche en elsendero del jardín y suspiró antes de

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apearse. Sabía que debería haber sidoella quien fuera a visitar a Sharon yahora la situación sería aún másincómoda. Se encaminó hacia elcoche de su amiga y se sorprendió alver que quien bajaba era John. Ellano estaba. El corazón le dio unbrinco, confió en que Sharonestuviera bien.

—Hola, Holly —saludó John,muy serio, cerrando el coche con unportazo.

—¡John! ¿Dónde está Sharon? —preguntó Holly.

—Acabo de dejarla en el hospital—dijo John, caminando despacio

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hacia Holly.Holly se tapó la boca con las

manos y los ojos se le llenaron delágrimas.

—¡Oh, Dios mío! ¿Está bien?—Sí, sólo se trata de una revisión

—contestó John, sorprendido por lapregunta—. Iré a recogerla cuandosalga de aquí.

Holly dejó caer las manos a loslados. —Ah —musitó sintiéndoseestúpida.

—Oye, si tan preocupada estáspor ella, deberías llamarla.

John mantenía la cabeza alta ysus gélidos ojos azules la miraban de

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hito en hito. Holly se fijó en cómoapretaba la mandíbula. Le sostuvo lamirada hasta que la intensidad de lade John la venció. Se mordió el labiosintiéndose culpable.

—Sí, ya lo sé. ¿Por qué noentramos y preparo una taza de té?

En cualquier otra ocasión sehubiese reído de sí misma por decireso, se estaba convirtiendo en uno deellos.

Pulsó el interruptor de la teteraeléctrica y preparó el servicio de témientras John se sentaba a la mesa.

—Sharon no sabe que estoy aquí.Te agradecería que no le dijeras

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nada. Holly se sintió aún másdisgustada. Sharon no lo habíaenviado en su busca. Ni siquieraquería verla, seguro que ya daba porperdida su amistad.

—Te echa de menos, ¿sabes?John seguía mirándola fijamente

y sin pestañear. Holly llevó las tazasa la mesa y se sentó.

—Yo también.—Ha pasado mucho tiempo,

Holly, y sabes tan bien como yo queantes hablabais casi a diario.

John cogió la taza que le tendía yla dejó delante de él.

—Las cosas eran muy distintas

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entonces, John —dijo Holly,enojada. ¿Nadie comprendía lo quesentía? ¿Acaso era la única personacuerda que quedaba en el mundo?

—Oye, todos sabemos por lo quehas pasado… —comenzó John.

—Ya sé que todos sabéis por loque he pasado, John. Eso estáclarísimo. ¡Pero nadie parececomprender que todavía estoypasando por ello!

Se hizo el silencio.—Eso no es verdad —repuso John

en voz más baja, y fijó la vista en lataza que hacía girar encima de lamesa.

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—Sí que lo es. No puedo seguiradelante con mi vida como hacéisvosotros y fingir que no ha pasadonada.

—¿Eso es lo que crees queestamos haciendo?

—Bueno, si quieres, echemos unvistazo a las pruebas —dijo Hollysarcásticamente—. Sharon va a tenerun bebé y Denise va a casarse…

—Holly, eso se llama vivir —lainterrumpió John, y levantó la vistade la mesa—Al parecer has olvidadoen qué consiste. Mira, sé que esto esdifícil para ti porque también sé lodifícil que me resulta a mí. Yo

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también echo de menos a Gerry. Erami mejor amigo. Fuimos vecinos todala vida. Fui al parvulario con él, porDios bendito. Fuimos juntos a laescuela primaria y a la escuelasecundaria, y jugamos en el mismoequipo de fútbol. ¡Fui su padrino deboda y él el mío! Cada vez que teníaun problema acudía a Gerry, cadavez que tenía ganas de divertirmeacudía a Gerry. Le conté algunascosas que jamás le hubiese contado aSharon y él me contó otras que jamáste hubiese contado a ti. Que noestuviera casado con él no significaque no me sienta tan mal como tú.

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Pero el hecho de que haya muerto nosignifica que yo también tenga quedejar de vivir.

Holly se quedó anonadada. Johnhizo girar su silla para situarse decara a ella. Las patas de la sillachirriaron rompiendo el silencio.John respiró hondo antes de seguirhablando.

—Sí, es difícil. Sí, es horrible. Sí,es lo peor que ha ocurrido en toda mivida. Pero no puedo darme porvencido. No puedo dejar de ir al pubsólo porque habrá dos tíos riendo ybromeando en los taburetes quesolíamos ocupar Gerry y yo, y no

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puedo dejar de ir al fútbol sóloporque sea algo que solíamos hacerjuntos. Lo recuerdo todoperfectamente y sonrío, pero nopuedo dejar de ir. Los ojos de Hollyse humedecieron.

—Sharon sabe que estás dolida ylo comprende, pero tú debes deentender que éste es un momentotremendamente importante de suvida y que necesita que su mejoramiga la ayude a superarlo —añadióJohn—. Necesita tu ayuda tantocomo tú la suya.

—Lo intento, John —musitóHolly, incapaz de contener el llanto.

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—Ya sé que lo haces. —Seinclinó hacia delante y le cogió lasmanos—. Pero Sharon te necesita.Evitar la situación no va a ayudar anadie ni a nada.

—Hoy he ido a una entrevista detrabajo —dijo Holly, haciendopucheros como una niña.

John procuró disimular susonrisa.

—Eso sí que es una buenanoticia, Holly. ¿Y cómo te ha ido?

—Fatal —contestó tratando deserenarse.

John se echó a reír. Guardó unossegundos de silencio antes de volver a

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hablar.—Está embarazada de casi cinco

meses.—¿Qué? —Holly levantó la vista,

sorprendida—. ¡No me lo habíadicho!

—Tenía miedo de hacerlo —dijoJohn con delicadeza—. Pensó quequizá te enfadarías con ella y novolverías a dirigirle la palabra.

—Menuda estupidez por su partepensar algo así —replicó Holly,enjugándose las lágrimas conbrusquedad.

—¿Ah, sí? —John enarcó las cejas—. ¿Y qué estás haciendo ahora si

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no? Holly desvió la mirada.—Tenía intención de llamarla, de

verdad. Cada día descolgaba elteléfono, pero me veía incapaz dehacerlo. Entonces me decía que lallamaría al día siguiente y al díasiguiente estaba atareada… Oh, losiento, John. De verdad que mealegro por vosotros dos.

—Gracias, pero no soy yo quiennecesita oír esto.

—¡Ya lo sé, pero me he portadode forma espantosa! ¡Nunca me loperdonará!

—Venga, no seas tonta, Holly.Estamos hablando de Sharon. Lo

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olvidará todo de un día para otro.Holly arqueó las cejas,

esperanzada.—Bueno, quizá no de un día para

otro. Tal vez al cabo de un año… Y telo hará pagar caro, pero con eltiempo te perdonará…

Sus ojos gélidos se suavizaron ybrillaron con afecto.

—¡Basta! —exclamó Holly,sonriendo y dándole un golpe en elbrazo¿Puedo ir a verla contigo?

Holly se puso muy nerviosacuando se detuvieron delante delhospital. Vio que Sharon estaba solafuera, mirando alrededor en espera de

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que fueran a recogerla. Estaba tanguapa que Holly no pudo por menosde sonreír al ver a su amiga. Sharoniba a ser madre. Le costaba creer queya estuviera embarazada de cincomeses. ¡Aquello significaba queestaba de tres meses cuando semarcharon de vacaciones y. no habíadicho una palabra! Y, aún másimportante, Holly no podía creerque hubiese sido tan estúpida comopara no percatarse de los cambios ensu amiga. Por supuesto, no iba atener barriga a los tres meses deembarazo pero ahora, al verla vestidacon un polo y unos tejanos, ya se

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notaba un pequeño bulto. Y lequedaba bien. Holly se apeó delcoche y Sharon se paralizó.

Oh, no, Sharon iba a gritarle. Ibaa decirle que la odiaba, que nuncamás quería volver a verla y que erauna mala amiga y que…

Sharon sonrió y le tendió losbrazos.

—Ven aquí y dame un abrazo,tontaina —dijo dulcemente.

Holly corrió a su encuentro.Mientras su amiga la abrazaba confuerza, se le saltaron las lágrimas denuevo.

—Oh, Sharon, perdóname, soy

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detestable. Lo siento mucho muchomucho, por favor, perdóname. Enningún momento he tenidointención de…

—Cállate, quejica, y abrázame.Sharon también lloró, la voz en

suspense, y ambas permanecieronestrechamente abrazadas mientrasJohn las miraba.

John carraspeó sonoramente.—Tú, ven aquí —le ordenó Holly

sonriendo, y lo incluyó en el abrazo.—Supongo que esto ha sido ideatuya—dijo Sharon, mirando a sumarido.

—Qué va—contestó John, y le

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guiñó el ojo a Holly, me encontrécon ella por la calle y me ofrecí aacompañarla…

—Sí, claro —ironizó Sharon,cogiendo del brazo para dirigirsehacia el coche—. Bueno, desde luegome has traído compañía, dijosoriendo.

—¿Qué te han dicho? —preguntóHolly, inclinándose al asiento desdela parte trasera del coche como unaniña excitada. ¡Qué es?

—Bueno, no vas a creerlo, Holly.—Sharon se volvió tan nerviosa comosu amiga—. El doctor me ha dicho… yle … Según parece es uno de los

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mejores… En fin, me ha dicho…—¡Venga! —la apremió Holly,

ansiosa por saberlo.—¡Dice que es un bebé!Holly puso los ojos en blanco.—Oh, vamos. Lo que quiero saber

es si es niño o niña!!!—De momento es ello. Todavía

no están seguros.—Pero querrás saber qué será

«ello» cuando pueda verlo. Sharonarrugó la nariz.

—No lo sé, la verdad.Sharon miró a John y ambos

sonrieron con complicidad.Holly sintió una previsible

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punzada de envidia y se quedó sindecir nada para que se le pasara. Lostres fueron a casa. Holly y Sharon noestaban dispuestas a separarseenseguida después habersereconciliado.Tenían mucho quecontarse. Sentadas a la mesa deHolly, recuperaron el tiempoperdido.

—Sharon, hoy Holly ha ido a unaentrevista de trabajo, dijo Johncuando por fin le dejaron hablar.

—¿En serio? ¡No sabía que yaestuvieras buscando

—Es la nueva misión que me haencomendado Gerry, dijo Holly

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sonriendo.—Vaya, ¿ése el mensaje de este

mes? ¡Me moría de ganas¡ ¿y cómo teha ido?

Holly torció el gesto y apoyó lacabeza en las manos. —Ha sidohorrible, Sharon. He hecho unridículo

—¿De verdad? —Sharon sonrió—.¿En qué consistía?

—Vender espacio publicitariopara la revista X.

—¡Uau, es muy buena! En eltrabajo todos la leemos.

—A mí no me suena. ¿Qué clasede revista es? —preguntó,

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Oh, hay un poco de todo: moda,deporte, cultura. De todo, enrealidad.

— Y anuncios— bromeo hollyiliana…..Tener la conciencia

limpia es síntoma de mala memoria!!!dice:

—Bueno, no van a tener anunciosmuy buenos si Holly Kennedy notrabaja para ellos— dijo Sharon congentileza

—Gracias, pero me temo que novoy a trabajar ahi.

—¿Porqué? ¿en qué te hasequivocado durante la entrevista? nopuedes haberlo hecho tan mal

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Sharon la miró intrigada mientrascogía la tetera

—Qué quieres que te diga, meparece lamentable que cuando elentrevistador te pregunta si hastrabajado en una revista o unperiodico le digas que una vezpublicaste un boletín informativopara una empresa de mierda.— Hollyapoyó la cabeza en la mesa.

Sharon rompió a reir—¿Un boletín informativo?

espero que no te refieras a aquellaporquería de olleto que imprimisteen tu ordenador para anunciar aqueldesastre de empresa.

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John y Sharon se partían de larisa

—Al fin y al cabo, servía paraanunciar la empresa…

Holly se sumó a las risassintiendose un tanto avergonzada

—¿Te acuerdas? !nos hiciste salira repartirlos por los buzones de lascasas cuando llovía y hacía un frio demiedo! ¡tardamos dias endistribuirlos!

—Yo si me acuerdo— dijo John siparar de reir— ¡recuerdas que unanoche nos mandaste a Gerry y a mi arepartir cientos de folletos!

— Si.. —contesto Holly,

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temerosa de lo que iba a añadir John.— Bueno, pues terminaron en el

contenedor que hay detras del pub deBob y entramos a tomar unascervezas— volvió a reir al alrecordarlo y holly se quedo atónita

—¡Vaya par de cabrones!—exclamó— ¡por vuestra culpa laempresa quebró y me quedé sintrabajo!

—Yo mas bien diria que quebróen cuanto la gente vio aquellosfolletos Holly— tercio Sharon,tomándole el pelo— de todos modos,aquel sitio era un antro, te quejabastodos los dias

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—Como si fuese el unico empleodel que se ha quejado Holly—bromeo John, sin falta de razon

—Si ya, pero no me habriaquejado de este— dijo Holly contristeza

—Hay un monton de empleos ahiafuera— le aseguro Sharon, solo tefalta coger un poco de soltura en lasentrevistas

Holly clavó la cucharilla en elazucarero. Se quedaron callados unrato. —Publicaste un boletíninformativo —repitió John al cabo deunos minutos, echándose a reír otravez.

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—Cierra el pico —replicó Holly,avergonzada—. Oye, ¿qué otras cosashicisteis tú y Gerry sin que yo meenterara? —inquirió.

—Ah, un verdadero amigo nuncarevela secretos —bromeó John, y susojos brillaron con nostalgia.

Pero ya se había abierto unabrecha. Y después de que Holly ySharon amenazaran con torturarlohasta sonsacarle alguna anéCD ota,aquella noche Holly se enteró de máscosas sobre su marido de las quejamás hubiese imaginado. Porprimera vez desde que Gerry habíafallecido, los tres pasaron la noche

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juntos riendo y Holly por finaprendió a hablar sin reparo de sumarido. Antaño solían reunirse loscuatro: Holly, Gerry Sharon y John.En aquella ocasión sólo tres de ellosestaban juntos, recordando a quienhabían perdido. Y gracias a suconversación estuvo vivo para ellostoda la noche. Pronto volverían a sercuatro, cuando llegara el bebé deSharon y John.

La vida continuaba.

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3636

Aquel domingo, Richard fue a visitara Holly con los niños. Ella le habíadicho que podía llevarlos a su casacualquier día que le tocara verlos.Jugaban en el jardín mientrasRichard y Holly terminaban de cenary los vigilaban por la puerta delpatio.

—Parecen realmente contentos,Richard —dijo Holly, observándolosjugar.

—Sí, es verdad. —Richard sonrióy miró cómo se perseguían—. Quieroque todo sea lo más normal posible

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para ellos. No acaban de comprenderlo que está pasando y resulta difícilexplicárselo.

—¿Qué les has dicho?—Pues que mamá y papá ya no se

quieren y que me he mudado paraque podamos ser más felices. Algo enesta línea.

—¿Y se han conformado?Su hermano asintió

parsimoniosamente.—Timothy está bien pero a

Emily le preocupa que dejemos dequererla porque entonces tambiéntendrá que mudarse. —Miró a Hollycon ojos tristes.

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Pobre Emily, pensó Holly, alverla saltar de un lado a otro aferradaa su horrible muñeca. No podía creerque estuviera manteniendo aquellaconversación con su hermano. De untiempo a esta parte parecía unapersona completamente distinta. Oquizá fuese ella la que habíacambiado; ahora se mostraba mástolerante con él y le resultaba másfácil pasar por alto sus comentariosdesafortunados, que seguían siendofrecuentes. Pero, por otra parte,ahora tenían algo en común. Ambossabían de primera mano lo que erasentirse solo e inseguro de uno

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mismo.—¿Cómo van las cosas en casa de

papá y mamá?Richard tragó un bocado de

patata y asintió con la cabeza. —Bien. Están siendo muy generosos.

—¿Ciara te molesta más de lacuenta?

Holly se sentía como si estuvierainterrogando a su hijo tras regresar acasa después del primer día decolegio, deseosa por saber si losdemás niños lo habían Intimidado olo habían tratado bien. Pero lo ciertoera que últimamente se sentía laprotectora de Richard. Ayudarlo le

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sentaba bien. La fortalecía.—Ciara es… Ciara. —Richard

sonrió—. Hay un montón de cosas enlas que no coincidimos.

—Bueno, yo no me preocuparíapor eso —dijo Holly, intentandopinchar un trozo de tocino con eltenedor—. La mayoría de la gentetampoco coincide con ella.

El tenedor por fin pinchó eltocino, que salió despedido del platoy cruzó la cocina hasta aterrizar en elmostrador del otro extremo.

—Para que luego digan que loscerdos no vuelan —comentó Richardmientras Holly iba a recoger el trozo

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de carne.Holly rió.—¡Oye, Richard, has hecho un

chiste! Richard se mostrócomplacido.

—También tengo mis buenosmomentos, supongo —dijoencogiéndose de hombros—. Aunqueseguro que crees que no abundan.

Holly volvió a sentarse, tratandode decidir cómo exponer lo que iba adecir.

—Todos somos distintos, Richard.Ciara es un poco excéntrica, Declanes un soñador, Jack es un bromista,yo… Bueno, yo no sé qué soy. Pero tú

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siempre has sido muy mesurado.Convencional y serio. No esforzosamente algo malo,simplemente somos distintos.

—Eres muy considerada —dijoRichard tras un prolongado silencio.

—¿Qué? —preguntó Holly, untanto confusa. Para disimular suincomodidad se llenó la boca conotro bocado.

—Siempre he pensado que erasmuy considerada —repitió Richard.

—¿Cuándo? —preguntó Holly,incrédula, con la boca llena.

—Bueno, no estaría sentado aquícenando mientras los niños lo pasan

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en grande jugando en el jardín si nofueras considerada, pero en realidadme estaba refiriendo a cuando éramospequeños.

—Me parece que te equivocas,Richard —dijo Holly, negando con lacabeza—. Jack y yo siempreandábamos haciéndote trastadas,éramos malvados —agregó en unsusurro.

—Tú no eras siempre malvada,Holly. —Esbozó una sonrisa—. Detodos modos, para eso están loshermanos, para hacerse la vida lo másdifícil posible unos a otros mientrascrecen. Te da una buena base para la

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vida, te hace más fuerte. Sea comofuere, yo era el hermano mayormandón.

—¿Y eso me hace considerada? —preguntó Holly con la impresión dehaber perdido el hilo.

—Tú idolatrabas a Jack. Ibas trasél todo el rato y hacías exactamentelo que te ordenaba. —Se echó a reír—. Yo solía oír cómo te decía lo quetenías que decirme y tú corrías a mihabitación aterrorizada, lo soltabas ysalías pitando otra vez.

Holly miraba su plato, muerta devergüenza. Ella y Jack siempre lomortificaban.

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—Pero luego siempre regresabas—prosiguió Richard—. Siemprevolvías a colarte en mi cuarto ensilencio y me observabas mientrastrabajaba en mi escritorio, y yo sabíaque ésa era tu manera de disculparte.—Volvió a sonreír—. Y eso teconvierte en una personaconsiderada. Ninguno de nuestroshermanos tenía conciencia enaquella casa de locos. Ni siquiera yo.Tú eras la única que demostrabatener un poco de sensibilidad.

Richard siguió comiendo y Hollyguardó silencio, tratando de asimilarla información que su hermano

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acababa de darle. No recordabahaber idolatrado a Jack, pero alpensar en ello supuso que Richardtenía razón. Jack era el hermanomayor divertido, enrollado y guapo,que tenía montones de amigos, yHolly solía suplicarle que la dejarajugar con ellos. Se dijo que quizátodavía sentía lo mismo por él (si lallamara en aquel momento parainvitarla a salir, seguro que lo dejaríatodo e iría, y no se había dado cuentade ello hasta ahora). Sin embargo,últimamente pasaba mucho mástiempo con Richard que con Jack,que siempre había sido su hermano

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favorito. Gerry se había llevadomejor con él que con los demás. Era aJack, y no a Richard, a quien Gerryllamaba para salir a tomar algodurante la semana, e insistía ensentarse a su lado en las reunionesfamiliares. No obstante, Gerry sehabía ido y aunque Jack la llamabade vez en cuando, no lo veía contanta frecuencia como antes. ¿AcasoHolly había puesto a Jack en unpedestal? De pronto cayó en lacuenta de que había estadodisculpándolo cada vez que no iba avisitarla o no la llamaba tras haberdicho que lo haría. En realidad, había

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estado excusándolo desde la muertede Gerry.

Sin embargo, Richard se las habíaingeniado para proporcionarle dosisregulares de temas de reflexión. Loobservó quitarse la servilleta delcuello y no perdió detalle mientras ladoblaba, formando un pequeñocuadrado con ángulos rectosperfectos. Richard solía ordenarobsesivamente cuanto hubiera en lamesa, de modo que todo quedaradispuesto según dictaban loscánones. Pese a todas sus buenascualidades, que ahora habíadescubierto, sabía que sería incapaz

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de vivir con un hombre como él.Ambos se sobresaltaron al oír un

golpe sordo fuera y ver a la pequeñaEmily tendida en el suelo hecha unmar de lágrimas ante la miradaasustada de Timmy. Richard selevantó de inmediato y saliócorriendo.

—¡Se ha caído sola, papá, yo nohe hecho nada! —oyó Holly quedecía Timmy. Pobre Timmy. Hollypuso los ojos en blanco cuando vioque Richard lo arrastraba cogido delbrazo y le ordenaba que se quedaraen un rincón y que reflexionarasobre lo que había hecho. Algunas

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personas nunca cambiarían deverdad, pensó con ironía.

Al día siguiente Holly saltaba dealegría por la casa, presa de unarrebato de éxtasis, mientras poníapor tercera vez el mensaje grabado enel contestador automático.

«Hola, Holly—decía un vozarróngrave—. Soy Chris Feeney de larevista X. Sólo llamaba para decirteque quedé muy impresionado con tuentrevista. Em… —Hizo una pausa—.En fin, normalmente no le diría estoa un contestador automático, perosin duda te alegrará saber que hedecidido darte la bienvenida como

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nuevo miembro del equipo. Meencantaría que comenzaras cuantoantes, así que llámame al número desiempre cuando tengas un momentoy lo comentamos con más calma.Em… Adiós.»

Holly rodó por la cama, radiantede felicidad, y pulsó otra vez el botónde PLAY. Había apuntado a laLuna… ¡y había aterrizado en ella!

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Holly contempló el alto edificio deestilo georgiano y se estremeció deemoción. Era su primer día de trabajoy presentía que se avecinaban buenostiempos en aquel edificio. Estabasituado en el centro de la ciudad y lasajetreadas oficinas de la revista X seencontraban en la segunda planta,encima de un pequeño café. Hollyhabía dormido muy poco la nocheanterior debido a una mezcla denervios y excitación; sin embargo, nosentía el mismo horror que antaño seapoderaba de ella antes de comenzar

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un nuevo trabajo. Había devuelto lallamada del señor Feeney deinmediato (después de escuchar sumensaje grabado otras tres veces) yluego había comunicado la noticia asus familiares y amigos. Todos sealegraron muchísimo al enterarse y,justo antes de salir de casa aquellamañana, había recibido un hermosoramo de flores de parte de sus padresfelicitándola y deseándole suerte ensu primer día.

Se sentía como si fuese el primerdía de colegio y hubiese ido acomprar bolígrafos nuevos, unalibreta nueva, una carpeta y una

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cartera nueva que le dieran aspectode ser supeinteligente. Pero si bienhabía rebosado entusiasmo cuando sesentó a desayunar también se habíasentido triste. Triste porque Gerryno estuviera allí para compartir aquelcomienzo. Solían realizar unpequeño ritual cada vez que Hollyestrenaba empleo, cosa que sucedíacon notable frecuencia. Gerry ladespertaba llevándole el desayuno ala cama y luego preparaba su bolsocon bocadillos de jamón y queso, unamanzana, una bolsa de patatas fritasy una tableta de chocolate. Despuésla llevaba en coche al trabajo, la

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telefoneaba a la hora del almuerzopara ver si los demás niños de laoficina la trataban bien y pasaba arecogerla al final de la jornada paraacompañarla a casa. Entonces sesentaban a cenar y Gerry escuchabay reía mientras ella describía a lospersonajes de la nueva oficina yvolvía a refunfuñar sobre lo muchoque detestaba tener que ir a trabajar.Ahora bien, sólo hacían eso el primerdía de trabajo, los demás díassaltaban de la cama tarde como decostumbre, hacían carreras para verquién se duchaba antes y luegovagaban por la cocina medio

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dormidos, mientras tomabanpresurosamente una taza de café queles ayudara a espabilarse. Sedespedían con un beso y cada cual seiba por su lado a cumplir con susobligaciones. Y al día siguiente trescuartos de lo mismo. Si Hollyhubiese sabido que les quedaba tanpoco tiempo, no se habría molestadoen seguir aquella tediosa rutina díatras día…

Aquella mañana, sin embargo, elpanorama había sido bien distinto.Despertó en una cama vacía, dentrode una casa vacía sin que nadie lepreparara el desayuno. No tuvo que

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competir para ser la primera enutilizar la ducha y la cocina estabaen silencio, sin el ruido de losataques de estornudos matutinos deGerry. Holly se había permitidoimaginar que, cuando despertara,Gerry estaría allí por obra de unmilagro para acompañarla tal comomandaba la tradición, puesto que undía tan especial no sería completo sinél. Pero con la muerte no habíaexcepciones que valieran. Idosignificaba ido.

Antes de entrar en la oficina,Holly se miró para comprobar queno llevaba la bragueta abierta, que la

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chaqueta no se le hubiese remetidoen los pantalones y que los botonesde la blusa estuvieran bienabrochados. Satisfecha al ver que ibapresentable, subió por la escalera demadera hasta su nueva oficina. Entróa la sala de espera y la secretaria, aquien reconoció del día de laentrevista, se levantó de su escritoriopara recibirla.

—Hola, Holly —la saludóalegremente, dándole la mano—.Bienvenida a nuestra humildemorada.

Levantó las manos para mostrarlela sala. A Holly le había caído bien

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aquella mujer desde el primermomento. Aproximadamente de lamisma edad que ella, tenía el pelorubio y largo y un rostro que alparecer siempre estaba alegre ysonriente.

—Por cierto, me llamo Alice, ytrabajo aquí fuera, en recepción,como bien sabes. Bueno, ahoramismo te acompaño a ver al jefe. Teestá esperando.

—Dios, no he llegado tarde,¿verdad? —preguntó Holly, mirandocon preocupación la hora. Habíasalido de casa temprano para evitarlos atascos, dándose un buen margen

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de tiempo para no llegar tarde elprimer día.

—No, ni mucho menos —dijoAlice, conduciéndola al despacho delseñor Feeney—. No hagas caso deChris ni del resto de la tropa, son unatajo de adictos al trabajo. Los pobresno tienen vida personal. Te aseguroque a mí no me verás por aquídespués de las seis.

Holly rió, pensando que Alice lerecordaba a su ser anterior.

—Y no te sientas obligada aentrar temprano y quedarte hastatarde sólo porque ellos lo hagan.Creo que en realidad Chris vive en su

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despacho, así que es inútil queintentes competir con él. Estehombre no es normal —agregó en vozalta mientras llamaba a la puerta y lainvitaba a pasar.

—¿Quién no es normal? —preguntó el señor Feeney conbrusquedad, levantándose del sillón yestirándose.

—Usted.Alice sonrió y cerró la puerta a

sus espaldas.—¿Has visto cómo me trata mi

personal? —El señor Feeney sonrió yse acercó a Holly, tendiéndole lamano para saludarla. Su apretón

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volvió a ser afectuoso y cordial.A Holly le gustó la atmósfera

que reinaba entre los empleados.—Gracias por contratarme, señor

Feeney—dijo Holly sinceramente. —Puedes llamarme Chris, y no tienesque agradecerme nada. Bien, si meacompañas, te mostraré el lugar.

Chris pasó delante camino delvestíbulo. Las paredes estabancubiertas por las portadasenmarcadas de todos los números deXque se habían publicado durantelos últimos veinte años.

—En realidad no hay gran cosaque mostrar. Aquí tenemos la oficina

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de nuestras hormiguitas. —Abrió lapuerta y Holly echó un vistazo a laenorme oficina. Había unos diezescritorios y la habitación estaballena de personas sentadas delante desus ordenadores hablando porteléfono. Levantaron la vista ysaludaron cortésmente con la mano.Holly les sonrió, recordando loimportantes que eran las primerasimpresiones—. Éstos son losmaravillosos periodistas que meayudan a pagar las facturas —explicóChris—. Éste es John Paul, elredactor jefe de moda; Mary, nuestraexperta en gastronomía, y Brian,

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Steven, Gordon, Áishling y Tracey.No es preciso que sepas lo quehacen, son unos vagos.

Rió y uno de los hombres le hizoun gesto obsceno con el dedo sindejar de hablar por teléfono. Hollysupuso que era uno de los hombresacusados de ser un vago.

—¡Atención todos, ésta es Holly!—gritó Chris, y todos sonrieron,volvieron a saludar con la mano ysiguieron hablando por teléfono—.Los demás periodistas trabajan porcuenta propia, de modo que los veráspoco por esta

oficina —explicó Chris mientras

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la conducía a la habitación siguiente—. Aquí es donde se esconden losgansos de la informática. Te presentoa Dermot y Wayne, que están acargo de la maquetación y el diseño,de modo que trabajarás codo concodo con ellos y los mantendrásinformados sobre dónde va cadaanuncio. Chicos, ésta es Holly.

—Hola, Holly.Ambos se levantaron, le

estrecharon la mano y siguierontrabajando con los ordenadores.

—Los tengo bien entrenados —bromeó Chris, y volvió a dirigirse alvestíbulo—. Allí al fondo está la sala

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de juntas. Nos reunimos cadamañana a las nueve menos cuarto.

Holly iba asintiendo a todo loque le decía y procuró recordar losnombres de las personas que lepresentaba.

—Bajando esta escalera están loslavabos, y ahora te mostraré tudespacho. Regresaron por dondehabían venido y Holly le siguió,mirando entusiasmada las paredes.Aquello no se parecía a nada quehubiese vivido antes. —Aquí tienestu despacho —dijo Chris, abriendo lapuerta y dejándola entrar primero.

Holly no pudo evitar sonreír al

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ver la pequeña habitación. Era laprimera vez que tenía despachopropio. Había el espacio justo paraque cupieran un escritorio y unarchivador. Encima del escritoriohabía un ordenador y montones decarpetas y, frente al mismo, unalibrería abarrotada con más libros,carpetas y pilas de númerosatrasados. La enorme ventanageorgiana cubría prácticamente todala pared de detrás del escritorio y,pese a que fuera hacía frío y viento,la habitación se veía espaciosa yaireada.

—Es perfecto —le dijo a Chris,

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dejando el maletín encima delescritorio y mirando alrededor.

—Bien —dijo Chris—. El últimotipo que trabajó aquí eraextremadamente organizado y entodas esas carpetas encontrarásexactamente lo que tienes que hacer.Si tienes algún problema o algunapregunta sobre lo que sea, no dudesen preguntarme. Estoy en la puertade al lado. —Golpeó con los nudillosel tabique que separaba susrespectivos despachos—. No esperoningún milagro de ti, ya sé que eresnueva en esto, por eso cuento conque me hagas montones de

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preguntas. Nuestro próximo númerosale la semana que viene, ya que losacamos el primer día de cada mes.

Holly abrió los ojosdesorbitadamente. Tenía una semanapara llenar una revista entera.

—No te preocupes. —Chrissonrió otra vez—. Quiero que teconcentres en el número denoviembre. Familiarízate con lamaqueta de la revista, seguimos lamisma pauta todos los meses, de estemodo sabrás qué tipo de anunciosvan en cada clase de páginas. Es unmontón de trabajo, pero si eresorganizada y trabajas bien con el

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resto del equipo todo irá como unaseda. Insisto, te pido que hables conDermot y Wayne, ellos te pondránal corriente de cómo es la maquetaestándar, y si necesitas que te haganalgo, pídeselo a Alice. Está ahí paraayudar a todo el mundo. —Hizo unapausa y miró alrededor—. Esto es loque hay. ¿Alguna pregunta?

Holly negó con la cabeza.—De momento no, creo que me

lo ha contado todo.—Muy bien, pues te dejo con lo

tuyo.Cerró la puerta al salir y Holly se

sentó a su nuevo escritorio en su

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nuevo despacho. Se sentía un tantointimidada ante su nueva vida. Aquélera el empleo más importante quejamás había tenido y a juzgar por loque había visto tendría mucho quehacer, pero eso la alegraba.Necesitaba mantener la menteocupada. Sin embargo, le habíaresultado imposible memorizar losnombres de todo el mundo, de modoque sacó su libreta y el bolígrafo yanotó los que recordaba. Abrió laprimera carpeta y se puso manos a laobra.

Se enfrascó tanto en la lecturaque al cabo de un buen rato se dio

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cuenta de que había olvidado porcompleto la pausa para almorzar. Alparecer nadie en la oficina habíaabandonado su puesto. En otrosempleos, Holly solía dejar de trabajaral menos media hora antes delalmuerzo para pensar qué iba acomer. Luego se marchaba con uncuarto de hora de antelación yregresaba con quince minutos deretraso debido al «tráfico», aunqueen realidad fuese a almorzar a lavuelta de la esquina. Pasaba la mayorparte de la jornada soñandodespierta, haciendo llamadaspersonales, sobre todo al extranjero,

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ya que no tenía que pagarlas, ysiempre era la primera en la cola pararecoger el cheque del salariomensual, que por lo general gastabaen cuestión de dos semanas.

Sí, aquél era muy distinto de susempleos anteriores, pero lo cierto eraque lo disfrutaba minuto a minuto.

—Vamos a ver, Ciara, ¿seguroque llevas el pasaporte? —preguntóla madre de Holly a su hija menorpor tercera vez desde que habíansalido de casa.

—Sí, mamá —respondió Ciara—.Te lo he dicho un millón de veces, lollevo aquí.

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—Enséñamelo —ordenóElizabeth, volviéndose en el asientodel pasajero.

—¡No! No pienso enseñártelo.Tendrías que aceptar mi palabra, yano soy una niña, ¿sabes?

Declan soltó un bufido y Ciara learreó un codazo en las costillas. —Túcállate.

—Ciara, enséñale el pasaporte amamá para que se quede tranquila —dijo Holly cansinamente.

—¡Muy bien! —vociferó Ciara,poniéndose el bolso en el regazo—.Aquí está. Mira, mamá… No, espera,en realidad no está aquí… No, en

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realidad puede que lo metiera aquí…¡Oh, mierda!

—Cielo santo, Clara —gruñó elpadre de Holly, frenando en secopara dar media vuelta.

—¿Qué pasa? —replicó Ciara a ladefensiva—. Lo metí aquí, papá,alguien tiene que haberlo cogido —refunfuñó vaciando el contenido delbolso. Joder, Ciara —se quejó Hollyal caerle unas bragas en la cara. —Bah, cállate de una vez —le espetóClara— No vas a tener queaguantarme durante mucho tiempo.

Todos los ocupantes del cocheguardaron silencio al darse cuenta de

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que era verdad. Sólo Dios sabíacuánto tiempo estaría Ciara enAustralia y sin duda iban a echarlade menos, por más escandalosa eirritante que fuera.

Holly iba apretujada contra laventanilla del asiento trasero juntocon Declan y Ciara. Richard llevabaa Mathew y a Jack (haciendo casoomiso de las protestas de éste) yprobablemente ya habían llegado alaeropuerto a aquellas alturas. Era lasegunda vez que regresaban a casa,dado que Clara había olvidado el arode la suerte que se colgaba en lanariz y había exigido a su padre que

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diera media vuelta.Finalmente llegaron al

aeropuerto una hora después dehaber salido cuando el trayecto nosolía llevar más de veinte minutos.

—Por Dios, ¿qué os ha retrasadotanto? —se quejó Jack a Hollycuando por fin entraron en elaeropuerto con cara de pocos amigos—. He pasado todo este rato a solascon Dick.

—Corta el rollo, Jack —dijoHolly—, tampoco hay para tanto.

—Vaya, veo que has cambiado deonda —bromeó Jack, fingiéndosesorprendido.

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—En absoluto, es sólo que cantasla canción que no toca—replicóHolly, y fue a reunirse con Richardque estaba solo viendo la vida pasar.

—Cielo, ponte en contacto más amenudo esta vez, ¿de acuerdo? —pidió Elizabeth a su hija,abrazándola llorosa.

—Claro que sí, mamá. No llores,por favor, que no quiero llorar yotambién.

A Holly se le hizo un nudo en lagarganta y tuvo que esforzarse paracontener las lágrimas. Ciara le habíahecho mucha compañía durante losúltimos meses y siempre había

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conseguido animarla cuando pensabaque su vida no podía ir peor.Añoraría a su hermana, perocomprendía que Ciara tenía que estarcon Mathew. Era un buen tipo y sealegraba de que se hubiesenencontrado.

—Cuida de mi hermana—dijoHolly, poniéndose de puntillas paraabrazar al imponente Mathew.

—No te preocupes, está enbuenas manos—contestó Mathew,sonriendo.

—Te ocuparás de ella, ¿verdad? —Frank le dio una palmada en elhombro y sonrió. Mathew era lo

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bastante inteligente como para darsecuenta de que aquello era más unaadvertencia que una pregunta y lecontestó de forma muy convincente.

—Adiós, Richard —dijo Ciara,dándole un fuerte abrazo—.Mantente alejado de la bruja deMeredith. Eres demasiado buenopara ella. —Clara se volvió haciaDeclan—. Ven a vernos cuandoquieras, Dec. Podrás hacer unapelícula o lo que sea sobre mí —dijomuy seria al benjamín de la familia,y le dio un fuerte abrazo.

—Jack, cuida de mi hermanamayor—dijo sonriendo a Holly—.

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Uuuuy, cuánto voy a echarte demenos. —Apenada estrechó a Hollycon fuerza.

—Yo también —respondió Hollycon voz temblorosa.

—Bueno, me largo antes de queme contagiéis la depresión y me echea llorar —dijo tratando de parecercontenta.

—No sigas haciendo esos saltoscon cuerda, Ciara. Son muypeligrosos —dijo Frank con airepreocupado.

—¡Se llama puenting, papá! —Ciara rió y besó a sus padres en lamejilla una vez más—. Descuida,

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seguro que descubro algo nuevo paraprobar —bromeó.

Holly guardó silencio junto a sufamilia, observando a Ciara yMathew mientras éstos se alejabancogidos de la mano. Incluso Declantenía los ojos llorosos, aunque fingióque se debía a un estornudo.

—Levanta la vista a las luces,Declan. —Jack cogió a su hermanopor los hombros—. Dicen que esoayuda a estornudar.

Declan levantó la vista al techo yasí evitó ver cómo se marchaba suhermana. Frank cogió a su mujer porla cintura mientras ésta se despedía

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con la mano sin cesar, las mejillasbañadas en lágrimas.

Todos rompieron a reír aldispararse la alarma cuando Ciarapasó el control de seguridad y leordenaron que vaciara los bolsillosantes de cachearla.

—Cada puñetera vez —bromeóJack—. Es asombroso que lepermitieran entrar en el país.

Volvieron a despedirse con lamano mientras Ciara y Mathew sealejaban hasta que el pelo rosa seperdió de vista entre la multitud.

—Muy bien —dijo Elizabeth,enjugándose las lágrimas—. ¿Por qué

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el resto de mis hijos no se viene acasa y almorzamos todos juntos?

Todos aceptaron al ver lo alteradaque estaba su madre.

—Esta vez te dejo ir con Richard—dijo Jack con picardía a Holly y semarchó con el resto de la familia,dejándolos allí, un tantodesconcertados.

—¿Qué tal tu primera semana enel trabajo, cariño? —preguntóElizabeth a Holly mientras todosalmorzaban en la casa familiar.

—Me encanta, mamá —dijoHolly y sus ojos se iluminaron—. Esmucho más interesante y motivador

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que cualquiera de los otros empleosque he tenido, y todo el personal esmuy simpático. Hay muy buenambiente —agregó llena de felicidad.

—A la larga eso es lo másimportante, ¿verdad? —dijo Frank,complacido—. ¿Cómo es tu jefe?

—Un encanto. Me recuerdamucho a ti, papá. Cada vez que loveo me vienen ganas de darle unabrazo y un beso.

—Eso suena a acoso sexual en eltrabajo —bromeó Declan, y Jack serió por lo bajo.

Holly puso los ojos en blanco.—Vas a hacer otro documental

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este año, Declan? —preguntó Jack.—Sí, sobre la falta de vivienda—

contestó él con la boca llena. —Declan —reconvino Elizabeth,arrugando la nariz—, no hables conla boca llena.

—Perdón —dijo Declan y escupióla comida al plato.

Jack rompió a reír y por poco seatraganta con la comida mientras elresto de la familia apartó la vista deDeclan con asco.

—¿Qué has dicho que estabashaciendo, hijo? —preguntó Frankpara evitar una discusión familiar.

—Estoy haciendo un documental

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sobre las personas sin techo para lafacultad.

—Ah, muy bien —respondióantes de retirarse a su universoparticular. —¿A qué miembro de lafamilia vas a usar como sujeto estavez? A Richard? —inquirió Jackmaliciosamente.

Holly golpeó el plato con loscubiertos.

—Eso no tiene gracia, tío —dijoDeclan con tono muy serio,sorprendiendo a Holly.

—¿Por qué estáis todos tansusceptibles últimamente? —preguntó Jack, mirando alrededor—.

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Sólo ha sido una broma.—Muy poco graciosa, Jack—dijo

Elizabeth severamente.—¿Qué ha dicho? —preguntó

Frank a su esposa tras salir de sutrance. Elizabeth negó con la cabezay Frank comprendió que más valía novolver a preguntar.

Holly observó a Richard, queestaba sentado a la cabecera de lafinesa comiendo en silencio. Se lepartió el corazón. No se merecíaaquello, y o bien Jack estaba siendomás cruel que de costumbre o, por elcontrario, aquello era la norma y ellahabía sido una estúpida por

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encontrarlo divertido hasta entonces.—Perdona, Richard. Sólo era una

broma —se excusó Jack.—No pasa nada, Jack.—¿Ya has encontrado trabajo?—No, todavía no.—Es una lástima —dijo Jack

secamente y Holly lo fulminó con lamirada. ¿Qué demonios le pasaba?

Elizabeth recogió con calma suscubiertos y el plato y se fue ensilencio a la sala de estar, dondeencendió el televisor y terminó decomer en paz. Sus «dos geniecillos»ya no conseguían hacerla reír.

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Holly tamborileaba con los dedossobre el escritorio y miraba por laventana. La semana le estaba pasandovolando en el trabajo. No sabía quefuese posible disfrutar tantotrabajando. Había permanecido en eldespacho a la hora de almorzar eincluso se había quedado hasta tardealgunos días, y por el momento aúnno tenía ganas de dar un puñetazo enlos morros a ninguno de suscompañeros. Aunque sólo llevabatres semanas allí, había que darletiempo. Lo mejor de todo era que se

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encontraba muy a gusto con suscolegas. Las únicas personas conquienes tenía verdadero contactoeran Dermot y Wayne, los tipos demaquetación y diseño. En la oficinareinaba un ambiente desenfadado y amenudo oía a unos y otros gritarsebromas de un despacho a otro.Siempre lo hacían de buen humor yHolly estaba encantada.

También le encantaba sentirseparte del equipo, como siverdaderamente estuviera haciendoalgo que tuviera un impacto real enel producto acabado. Pensaba enGerry a diario. Cada vez que cerraba

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un trato le daba las gracias, leagradecía que la hubiese empujadohasta la cima. Aun así, todavía teníadías horribles en los que no se sentíamerecedora de levantarse de la cama.Pero el entusiasmo que le suscitabael trabajo la estimulaba para seguiradelante.

Oyó que Chris conectaba la radioen el despacho contiguo y sonrió. Acada hora en punto sintonizaba lasnoticias. Y todas ellas se filtraban enel cerebro de Holly, que no se habíasentido tan inteligente en toda suvida.

—¡Eh! —gritó Holly, golpeando

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la pared—. ¡Apaga eso! ¡Algunos denosotros estamos intentando trabajar!

Le oyó reír y sonrió. Volvió aconcentrarse en su trabajo; uncolaborador había escrito un artículosobre el viaje que había realizado portoda Irlanda en busca de la jarra decerveza más barata del país y locierto era que tenía gracia. Quedabaun hueco muy grande a pie de páginay era tarea de Holly llenarlo.Comenzó a hojear la libreta decontactos y de repente tuvo una idea.Cogió el teléfono y marcó unnúmero.

—Hogan's.

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—Hola, con Daniel Connelly,por favor. —Un momento.

Los malditos Greensleeves otravez. Bailó por la habitación al ritmode la música mientras aguardaba.Chris entró, le echó un vistazo yvolvió a cerrar la puerta. Hollysonrió.

—Diga?—¿Daniel?—Sí.—Hola, soy Holly.—¿Cómo estás, Holly?—Estupendamente, gracias. ¿Y

tú?—No podría estar mejor.

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—Eso es una bonita queja. Danielrió e inquirió: —¿Cómo te va en tuflamante empleo?

—Bueno, en realidad por eso tellamo —confesó Holly con tono deculpa.

—¡Oh, no! —exclamó Daniel—.La nueva política de la casacomprende el no contratar a ningúnKennedy más.

Holly rió tontamente.—Joder, con las ganas que tenía

de arrojar bebidas a los clientes.Daniel rió y luego dijo:

—En fin, ¿qué te cuentas?—¿Es posible que una vez te

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oyera decir que tenías que anunciarmás el Club Diva?

Bueno, en realidad él creía que selo estaba diciendo a Sharon, peroHolly supuso que no recordaría esedetalle.

—Recuerdo haberlo dicho, sí.—¿Y no te gustaría anunciarlo en

la revista X?—¿Es la revista para la que

trabajas?—No, simplemente se me ha

ocurrido que sería una preguntainteresante, eso es todo —bromeóHolly—. ¡Claro que es donde trabajo!

—¡Ah, por supuesto, lo había

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olvidado, es esa revista que tiene lasoficinas justo a la vuelta de laesquina! —dijo Daniel con sarcasmo—. La que hace que pases por delantede mi puerta cada día sin que aún tehayas dignado entrar. ¿Por quénunca te veo a la hora del almuerzo?—agregó irónicamente—. Acaso mipub no es lo bastante bueno para ti?

—Es que aquí todos almuerzan ensus despachos —explicó Holly—.¿Qué te parece?

—Me parece que sois una pandade aburridos.

—No, me refiero a lo delanuncio.

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—Sí, claro, es una buena idea.—Perfecto. Lo pondré en el

número de noviembre. Te gustaríapublicarlo mensualmente?

—Te importaría decirme cuántome costaría? —inquirió Daniel.Holly hizo sus cálculos y le dijo unacantidad.

—Hmmm… —musitó Daniel,meditando—. Tendré que pensarlopero para el número de noviembreseguro.

—¡Fantástico! Te harásmillonario cuando lo imprimamos.

—Eso espero. —Daniel rió—. Porcierto, la semana que viene

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montamos una fiesta para ellanzamiento de una nueva bebida.¿Puedo apuntarte en la lista deinvitados?

—Sí, te lo agradezco. ¿Québebida es ésa?

—Se llama Blue Rock. Es unnuevo refresco de la casa Alco que alparecer será un bombazo. Tiene unsabor asqueroso, pero será gratis todala noche, así que yo invito a lasrondas.

—Vaya, a eso lo llamo hacerbuena propaganda—dijo Holly—.¿Cuándo será? —Sacó la agenda paraanotarlo—. Perfecto, puedo ir

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directamente cuando salga deltrabajo.

—Pues en ese caso llévate elbiquini a la oficina. —¿Que me llevequé?

—El biquini —repitió Daniel—.Será una fiesta playera.

—Estás chiflado. ¡Si es plenoinvierno!

—Oye, que la idea no es mía. Eleslogan dice «Blue Rock, la nuevabebida rompehielos».

—Joder, menuda horterada —rezongó Holly.

—Y menudo follón. Vamos acubrir todo el suelo con arena. Será

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una pesadilla limpiarlo después. Enfin, ahora tengo que volver altrabajo, esto está de bote en botehoy.

—De acuerdo. Muchas gracias,Daniel. Piensa lo que quieres quediga el anuncio y llámame.

—Así lo haré.Holly colgó y se quedó

reflexionando un momento.Finalmente se levanró y fue aldespacho de Chris con una idea enmente.

—¿Ya has terminado de bailar? —preguntó Chris, riendo entre dientes.

—Sí, me he inventado unos pasos.

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He venido a enseñártelos —bromeóHolly.

—¿Cuál es el problema? —dijoChris mientras terminaba lo queestaba escribiendo y se quitaba lasgafas.

—No es un problema, sino unaidea. —Siéntate.

Indicó la silla con el mentón.Hacía sólo tres semanas que se habíasentado para la entrevista y ahora allíestaba proponiendo ideas a su nuevojefe. Resultaba curioso que la vidacambiara tan rápido, aunque por otraparte eso ya lo había aprendido…

—¿De qué se trata?

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—Veamos, ¿conoces el pubHogan's que está a la vuelta de laesquina?

Chris asintió con la cabeza.—Bien, acabo de hablar con el

propietario y va poner un anuncio enla revista.

—Eso está muy bien, pero esperoque no vengas a informarme cada vezque llenes un hueco… Podríamospasarnos un año aquí dentro.

Holly hizo una mueca.—No es eso, Chris. El caso es que

me ha contado que van a celebraruna fiesta para lanzar una nuevabebida llamada Blue Rock. Un

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refresco de la casa Alto. Será unafiesta playera, todo el personal irá enbiquini y cosas por el estilo.

—¿En pleno invierno? —Chrisarqueó las cejas. —Al parecer es lanueva bebida rompehielos. Chrispuso los ojos en blanco.

—Hortera. Holly sonrió.—Es lo mismo que yo he dicho.

Pero aun así se me ha ocurrido quequizá valdría la pena informarse ycubrir el evento. Ya sé que las ideashay que proponerlas en lasreuniones, pero esto va a ser muypronto.

—Comprendo. Es una gran idea,

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Holly. Pondré a uno de losmuchachos a trabajar en ello.

Holly esbozó una sonrisa y selevantó de la silla. —Por cierto, ¿yate han arreglado el jardín? Chrisfrunció el entrecejo.

—Han ido a verlo unas diezpersonas distintas. Dicen que mecostará unos seis mil.

—¡Uau, seis mil! Eso es muchodinero.

—Bueno, es un jardín muygrande, así que supongo que no seequivocan. ——¿A cuánto sube elpresupuesto más bajo?

—Cinco quinientos. ¿Por qué?

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—Porque mi hermano te lo haríapor cinco —dijo de sopetón.

—¿Cinco? —Los ojos casi se lesalieron de las órbitas—. Es lo másbarato que he oído hasta ahora. ¿Esbueno?

—¿Recuerdas que te dije que mijardín era una jungla? Chris asintiócon la cabeza.

—Bien, pues ya no lo es. Hahecho un trabajo excelente. La únicapega es que trabaja solo y, porconsiguiente, le lleva más tiempo.

—Por ese precio me da igual loque tarde. ¿Tienes su tarjeta porcasualidad?

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—Eh… sí. Enseguida te la traigo.Cogió una cartulina de la mejor

calidad del despacho de Alice,escribió el nombre y el número demóvil de Richard con una tipografíaelegante y la imprimió. La cortó conforma de rectángulo para quepareciera una tarjeta.

—Estupendo —dijo Chris,leyéndola—. Creo que voy a llamarloahora mismo.

—No, no —se apresuró a decirHolly—. Te será más fácilencontrarlo mañana. Hoy está hastalas cejas.

—Como tú digas. Gracias, Holly.

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—Holly se dirigió hacia la puerta yse detuvo al oír que Chris le decía—:Por cierto, ¿qué tal escribes?

—Es una de las cosas que aprendíen el colegio. Chris se echó a reír.

—¿Aún estás a ese nivel?—Bueno, siempre podría comprar

un diccionario de ideas afines—Bien,porque necesito que cubras esa fiestade lanzamiento del martes.

—¿YO???!!!—¿Qué?—No puedo mandar a ninguno

de los chicos con tan poca antelacióny tampoco puedo hacerlo, así quetengo que confiar en ti. —Revolvió

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unos papeles de encima del escritorio—. Enviaré a uno de los fotógrafoscontigo, que saque unas cuantasfotos de la arena y los biquinis.

—Oh… muy bien. —El corazónde Holly latió con fuerza. —¿Qué teparecen ochocientas palabras?

Imposible, pensó. Que ellasupiera, su vocabulario constaba deunas cincuenta palabras.

—Perfecto —contestó conseguridad, y salió del despacho.Mierda, mierda, mierda, mierda, sedijo. ¿Cómo diablos iba a lograrlo? Sini siquiera dominaba la ortografía.

Cogió el teléfono y pulsó el

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botón de rellamada. —Hogan's.—Con Daniel Connelly, por

favor. —Un momento.—No me ponga… —Comenzaron

a sonar los Greensleeves—. En espera.—Diga?—Daniel, soy yo —dijo con

premura.—¿Alguna vez me dejarás en paz?

—Inquirió Daniel, tomándole elpelo.

—No. Necesito ayuda.—Ya lo sé, pero no estoy

cualificado para eso.—Hablo en serio. He comentado

lo de ese lanzamiento con mi editor y

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quiere que lo cubra yo.—Fabuloso. ¡Entonces ya puedes

olvidarte del anuncio! —bromeóDaniel.

—No, de fabuloso nada. Quiereque lo escriba yo.

—Me alegro por ti, Holly.—¿No lo entiendes, Daniel? ¡No

sé escribir!—¿De veras? Era una de las

asignaturas más importantes en micolegio. —Daniel, por favor, que estova en serio…

—De acuerdo. ¿Qué quieres quehaga?

—Necesito que me cuentes

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absolutamente todo lo que sepassobre esa bebida y el lanzamiento,para que pueda comenzar a escribirenseguida y así tener unos días demargen para preparar el artículo.

—¡Sí, un momento, señor! —gritóDaniel, apartándose del teléfono—.Oye, Holly, ahora no puedoentretenerme.

—Por favor —lloriqueó Holly. —Escucha, ¿a qué hora sales detrabajar? —A las seis. —Cruzó losdedos y rezó para que la ayudara.

—De acuerdo, ¿por qué no tepasas por aquí a las seis y te llevo acenar a alguna parte?

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—Oh, muchísimas gracias,Daniel. —Se puso a dar brincos dealegría por el despacho—. Eres uncielo!

Colgó el teléfono y suspiróaliviada. Después de todo quizás aúntuviera una oportunidad de redactarel artículo y de paso conservar elempleo.

De repente se quedó inmóvil alrepasar mentalmente la conversación.¿Acababa de aceptar una cita conDaniel?

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3939

Holly no logró concentrarse durantela última hora de trabajo. Miraba elreloj continuamente, deseosa de queel tiempo pasara más despacio. Poruna vez ocurría exactamente locontrario. ¿Por qué no iba así derápido cuando aguardaba para abriruno de los mensajes de Gerry? Porenésima vez aquel día, abrió el bolsopara comprobar de nuevo que elmensaje siguiera bien guardado en elbolsillo interior. Como era el últimodía del mes había decidido llevarse elsobre de octubre a la oficina. No

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sabía muy bien por qué, pues notenía intención de trabajar hastamedianoche, y lo normal hubiesesido esperar a volver a casa paraabrirlo. Sin embargo, cuando por lamañana se fue a trabajar estaba tannerviosa que no se vio con ánimos dedejarlo en la mesa de la cocina.Aquel sobre la intrigaba aún más quelos anteriores porque era un pocomás abultado. Además, de este modosentía a Gerry más cerca de ella. Sólofaltaban unas horas para volver areunirse con él y, si bien deseaba queel reloj avanzara más deprisa parapoder leerlo, también le daba pavor

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la cena con Daniel.A las seis en punto oyó que Alice

desconectaba su ordenador y bajabataconeando por la escalera de maderahacia la libertad. Holly sonrió alrecordar que aquello eraexactamente lo que ella solía hacerantaño. Aunque las cosas eran muydistintas cuando tenías un maridoguapo esperando en casa. Si ella aúntuviera a Gerry, estaría corriendo conAlice hacia la puerta.

Oyó a algunos otros recoger suscosas y rezó para que Chris entrara adejar un montón de trabajo sobre suescritorio que la obligara a trabajar

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hasta tarde y cancelar la cena conDaniel. Ella y Daniel habían salidojuntos millones de veces, así que ¿porqué estaba tan preocupada ahora?Sin embargo, había algo que lainquietaba en el fondo de su mente,sentía algo extraño en el estómagocuando oía la voz de Daniel porteléfono, lo que hacía que laincomodara la idea de verlo. Se sentíatan culpable y avergonzada por salircon él que trató de convencerse deque sólo se trataba de una cena detrabajo. En realidad, cuanto más lopensaba más se concienciaba de queno era más que eso. Pensó en cómo se

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había convertido en una de esaspersonas que comentan asuntos detrabajo durante una cena.Usualmente, los únicos asuntos quecomentaba durante una cena eran loshombres y la vida en general conSharon y Denise, o sea asuntos dechicas.

Apagó sin prisas el ordenador yguardó lo preciso en su maletín consuma meticulosidad. Todo lo hacíacon parsimonia, como si así pudieraevitar cenar con Daniel. Se golpeó lacabeza… era una cena de trabajo.

—Eh, sea lo que sea, seguro queno hay para tanto —dijo Alice,

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asomándose a su puerta. Holly sesobresaltó.

Jesús, Alice, no te había visto. —¿Va todo bien?

—Sí —contestó Holly con tonovacilante—. Es sólo que tengo quehacer algo que en realidad no quierohacer. Aunque en cierto modo síquiero, lo que no hace más quereafirmarme que no quiero hacerloporque parece que esté mal aunqueen realidad está bien. ¿Entiendes?

Miró a Alice, que lógicamenteestaba perpleja.

—Y yo que creía que me pasabade la raya al analizar las cosas.

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—No me hagas caso. —Holly sereanimó—. Estoy perdiendo el juicio.

—Pasa en las mejores familias —apuntó Alice, sonriendo.

—Qué haces otra vez aquí? —peguntó Holly al recordar que lahabía oído marcharse un rato antes—. ¿Es que no te atrae la libertad?

—Olvidé que tenemos unareunión a las seis —dijo Alice,poniendo los ojos en blanco.

—Vaya. —Holly se sintió untanto decepcionada. Nadie la habíaavisado de aquella reunión, aunquetampoco era tan extraño, puesto queno asistía a todas. Sin embargo, sí era

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raro que Alice asistiera a una sin quela invitaran a ella.

—¿Es sobre algo interesante? —Fisgoneó procurando fingirdesinterés mientras acababa deordenar el escritorio.

—Es la reunión de astrología.—¿Reunión de astrología? —Sí, la

celebramos cada mes.—Ah, ¿y se supone que debo

asistir o no estoy invitada?Intentó no parecer frustrada pero

fracasó estrepitosamente, lo que nohizo sino aumentar su vergüenza.

Alice rió.—Claro que estás invitada, Holly.

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Iba a pedirte que vinieras, por esoestoy en la puerta de tu despacho.

Holly soltó el maletínsintiéndose estúpida y siguió a Alicehasta la sala de juntas, donde el restodel personal aguardaba sentado.

—Atención todos, ésta es laprimera región de astrología a la queacude Holly, así que démosle labienvenida —anunció Alice.

Holly tomó asiento mientras losdemás aplaudían en broma laincorporación de un nuevo miembroa la mesa. Chris se dirigió a Holly:

—Holly, sólo quiero que sepasque no tengo absolutamente nada

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que ver con esta tontería y medisculpo de antemano porque te veasenvuelta en ella. —Corta el rollo,Chris.

Tracey hizo un ademán a su jefey, provista de un bloc de notas y unbolígrafo, se sentó a la cabecera de lamesa.

—Muy bien, ¿quién quiereempezar este mes? —Empecemos porHolly erijo Alice con generosidad.Holly miró alrededor, desconcertada.

—Pero Holly no tiene idea de loque estamos haciendo. —Veamos,¿cuál es tu signo del zodiaco?

—Tauro —contestó Holly.

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Todos se deshicieron enexclamaciones y Chris apoyó lacabeza en las manos fingiendo queno se divertía.

—Fantástico —dijo Tracey muycontenta—. Nunca habíamos tenidoun Tauro hasta ahora. Bien, ¿estáscasada o sales con alguien o vivessola?

Holly se sonrojó al ver que Brianle guiñaba el ojo y que Chris lesonreía alentadoramente. Su jefe erael único de la mesa que sabía lo deGerry. De pronto reparó en que erala primera vez que tenía queresponder a aquella pregunta desde

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que Gerry había muerto y se sintióun tanto insegura.

—Bueno… no, en realidad nosalgo con nadie, pero…

—Perfecto —dijo Tracey,comenzando a escribir—. Este mesTauro deberá buscar a alguien alto,moreno y guapo y… —Se encogió dehombros y levantó la vista—.¿Alguna idea?

—Porque tendrá un gran impactosobre su futuro —terció Alice.

Brian volvió a guiñarle el ojo.Obviamente le divertía que éltambién fuese alto y moreno, yobviamente estaba ciego si creía que

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era guapo. Holly se estremeció ydesvió la mirada.

—Bien, la cuestión profesional esfácil —prosiguió Tracey—. Tauroestará ocupada y satisfecha con lacantidad de trabajo que se le avecina.El día de la suerte será… —Lo pensóun momento—. Un martes, y, elcolor de la suerte… el azul —decidiótras fijarse en el color de la blusa deHolly—. ¿Quién es el siguiente?

—Espera un momento —interrumpió Holly—. ¿Esto es mihoróscopo para el próximo mes? —preguntó impresionada.

Todos los presentes se echaron a

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reír.—¿Hemos hecho pedazos tus

sueños? —bromeó Gordon.—Por completo —admitió Holly,

decepcionada—. Me encanta leer loshoróscopos. Decidme que todas lasrevistas no lo hacen así, por favor—suplicó. Chris negó con la cabeza.

—No, no todas las revistas lohacen así, Holly. Algunas se limitana contratar personas con el talentopreciso para inventárselo por sucuenta sin implicar al resto de laoficina. —Fulminó con la mirada aTracey.

—Ja, ja, Chris —dijo Tracey

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secamente.—¿Entonces no eres vidente,

Tracey? —preguntó Holly, apenada.Tracey negó con la cabeza.

—No, no soy vidente, pero se medan bien los consultoriossentimentales y los crucigramas,muchas gracias.

Tracey miró con acritud a Chris,que respondió moviendo los labiospara que leyera la palabra «uau».

—Vaya, pues me he quedado sinhoróscopos —bromeó Holly, y seretrepó en la silla, un tanto abatida.

—Muy bien, Chris, te toca. Estemes Géminis trabajará más de la

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cuenta, nunca saldrá de la oficina yse alimentará de comida basura. Espreciso que busque cierto equilibrioen su vida.

Chris miró hacia el techo.—Escribes lo mismo cada mes,

Tracey—le reprochó.—Bueno, mientras no cambies de

estilo de vida no puedo cambiar loque hará Géminis, ¿no? Además, nohe recibido ninguna queja hastaahora. —¡Yo me estoy quejando! —exclamó Chris.

—Pero tú no cuentas porque nocrees en los signos del zodiaco. —Yme pregunto por qué. —Chris se

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echó a reír.Siguieron con los signos

zodiacales de los demás y finalmenteTracey se rindió a las exigencias deBrian de que Leo fuera deseado porel sexo opuesto todo el mes y letocara la lotería. Cuál sería el signode Brian? Holly miró la hora y vioque llegaba tarde a su cita de trabajocon Daniel.

—Vaya, perdonadme pero tengoque marcharme —dijo excusándose.—Tu hombre alto, moreno y guapote espera —dijo Alice con una risita—. Mándamelo a mí si tú no loquieres.

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Holly salió a la calle y el corazónle dio un brinco al ver que Danielvenía a su encuentro. Los mesesfrescos de otoño habían llegado yDaniel volvía a llevar su chaquetanegra de piel y pantalones tejanos.Tenía el pelo negro revuelto y unasombra de barba le cubría el mentón,así que presentaba aquel aspecto tancaracterístico de acabar de levantarsede la cama. Holly tuvo un retortijónde estómago y miró hacia otra parte.

—¡Te lo dije! —exclamó Traceyal salir del edificio a espaldas deHolly, y se dirigió presurosa y felizcalle abajo.

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—Lo siento mucho, Daniel —sedisculpó Holly—. Estaba en unareunión y no podía llamar—mintió.

—No te preocupes, seguro queera importante. —Daniel le sonrió yHolly se sintió culpable al instante.Aquél era Daniel, su amigo, no untipo al que tuviera que evitar. ¿Quédemonios le estaba pasando?

—¿Dónde te gustaría ir? —preguntó Daniel.

—¿Qué tal aquí mismo? —dijoHolly, mirando a la cafetería de laplanta baja del edificio dondetrabajaba. Quería ir al lugar menosíntimo y más informal posible.

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Daniel arrugó la nariz.—Estoy demasiado hambriento

para eso, si no te importa. No heprobado bocado en todo el día.

Fueron paseando y Hollypropuso todas las cafeterías queencontraron a su paso sin que Danielse decidiera a entrar en ninguna deellas. Finalmente se conformó con unrestaurante italiano al que Holly nopudo negarse. No porque leapeteciera entrar, sino porque noquedaba ningún otro sitio al que irdespués de que ella hubiesedesestimado todos los demásrestaurantes oscuros de ambiente

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romántico y Daniel se hubiesenegado a comer en ninguna de lascafeterías informales y bieniluminadas.

Dentro reinaba un ambientetranquilo, con sólo unas pocas mesasocupadas por parejas que se mirabanencandiladas a los ojos a la luz de lasvelas. Cuando Daniel se levantó paraquitarse la chaqueta, Hollyaprovechó para apagar la vela de sumesa. Daniel llevaba una camisa azuloscuro que hacía que sus ojosparecieran brillar en la penumbra delrestaurante.

—Te ponen enferma, ¿verdad? —

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preguntó Daniel, siguiendo la miradade Holly hasta una pareja del otroextremo de la sala que se estababesando por encima de la mesa.

—En realidad no —dijo Hollycon aire pensativo—. Me ponentriste. Daniel no reparó en elcomentario, ya que estaba leyendo elmenú.

—¿Qué vas a tomar?—Tomaré una ensalada César.—Las mujeres y vuestras

ensaladas César… —bromeó Daniel—.¿No tienes hambre?

—No mucha. —Negó con lacabeza y se sonrojó porque su

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estómago tembló sonoramente.—Creo que ahí abajo hay alguien

que no está de acuerdo contigo.—Daniel rió—. Parece que nunca

comas, Holly Kennedy.«Eso es cuando estoy contigo»,

pensó Holly, que no obstante dijo: —Lo único que pasa es que no tengomucho apetito.

—Ya, bueno, he visto conejosque comen más que tú —bromeóDaniel. Holly procuró encauzar laconversación a terreno seguro ypasaron la velada charlando sobre lafiesta de lanzamiento. No estaba dehumor para hablar de sus

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sentimientos y pensamientos íntimosaquella noche; ni siquiera estabasegura de cuáles eran en aquelmomento. Daniel había tenido laamabilidad de llevarle una copia delcomunicado de prensa para que ellalo leyera con antelación y pudieraponerse a trabajar lo antes posible.También le dio una lista de númerosde teléfono de las personas quetrabajaban en Blue Rock, de modoque Holly pudiera incluir algunasdeclaraciones. Su ayuda fue muyvaliosa, ya que le aconsejó cómoenfocar el evento y con quién debíahablar para recabar más información.

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Holly salió del restaurante muchomás tranquila ante la idea de escribirel artículo. Sin embargo, la asustabael hecho de sentirse tan incómoda encompañía de un hombre al queconsideraba únicamente su amigo.Para colmo, seguía muerta de hambretras haber comido unas pocas hojasde lechuga.

Salió a la calle a tomar el frescomientras Daniel pagaba la cuentacon la caballerosidad de costumbre.Sin duda era un hombre muygeneroso, y Holly se alegraba de sersu amiga. Lo que ocurría era que nole parecía apropiado cenar en un

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pequeño restaurante íntimo conalguien que no fuese Gerry. La hacíasentir mal. En aquel instante deberíaestar en casa sentada a la mesa de lacocina, esperando a que dieran lasdoce para abrir la carta de Gerrycorrespondiente al mes de octubre.

Se quedó atónita e intentóocultar el rostro al descubrir a unapareja a quien no quería veravanzando hacia ella por la acera. Seagachó para fing¡r que se ataba elcordón del zapato, pero resultó quellevaba puestas sus botas decremallera y terminó alisando losbajos del pantalón, sumamente

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avergonzada.—¿Holly, eres tú? —oyó

preguntar a una voz conocida.Miró los dos pares de zapatos que

tenía delante y levantó poco a pocola vista hasta mirarlos a los ojos.

—¡Hola! —procuró mostrarsesorprendida mientras se incorporaba.—¿Cómo estás? —preguntó la mujer,dándole un abrazo cortés—. ¿Quéhaces aquí fuera con este frío?

Holly rezó para que Daniel sedemorara un rato más en el interior.—Bueno… acabo de comer algo aquí—musitó con una sonrisa vacilante, yseñaló el restaurante.

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—Vaya, nosotros vamos a entrarahora —dijo el hombre,sonriendoLástima que no hayamosllegado antes, podríamos habercenado juntos.

—Sí, es una lástima…—Bueno, te felicito de todos

modos erijo la mujer, dándole unaspalmaditas en la espalda—. Es buenoque salgas y hagas cosas por tucuenta.

—Verás, en realidad… —Miróotra vez hacia la puerta, rogando queno se abriera—. Sí, es agradable…

—¡Por fin te encuentro! —exclamó Daniel, sonriendo al salir

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del restaurante—.Ya creía que te habías escapado.

—Apoyó el brazo en los hombros deHolly.

Holly trató de sonreír y se volvióhacia la pareja. —Oh, perdón, no leshabía visto —se disculpó Daniel. Lapareja lo miró impávida.

—Eh… Daniel, ellos son Judith yCharles. Los padres de Gerry.

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Holly apretó con fuerza el claxon desu coche y maldijo al conductor quetenía delante. Estaba hecha unafuria. La sacaba de quicio que lahubiesen sorprendido en aquellasituación supuestamentecomprometida. Pero aún estaba másenojada consigo misma por sentirque en el fondo sí lo era, puesto queen realidad había disfrutado muchoen compañía de Daniel durante todala velada. Y no debía haberdisfrutado con algo que no le parecíabien, aunque en aquel momento no

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fuese consciente de ello.Se llevó la mano a la cabeza y se

dio un masaje en las sienes. Teníajaqueca y volvía a dar vueltas a lascosas más de la cuenta. Por si fuerapoco, el maldito tráfico estabavolviéndola loca mientras conducíade regreso a casa. Pobre Daniel,pensó apenada. Los padres de Gerryhabían sido muy groseros con él.Habían dado por zanjada laconversación al instante, entrando enel restaurante con aire resuelto sinmirarla a los ojos. ¿Por qué habíantenido que aparecer cuando por unavez estaba contenta? Podrían haber

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ido a visitarla a su casa cualquier díade la semana y constatar lodesdichada que se sentía guardandoel luto de la viuda perfecta. Así sehabrían dado por satisfechos. Pero nolo habían hecho, y ahoraprobablemente pensarían que seestaba dando la gran vida sin su hijo.«Bueno, que los zurzan», pensóenojada, tocando de nuevo el claxon.¿Por qué la gente siempre tardabacinco minutos en arrancar cuando elsemáforo se ponía verde?

Tuvo que parar en todos y cadauno de los semáforos que cruzó, y loúnico que deseaba era llegar a casa y

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permitirse un berrinche en laintimidad de u hogar. Sacó el móvildel bolso y llamó a Sharon, segura deque la comprendería.

—¿Diga?—Hola, John, soy Holly. ¿Puedo

hablar con Sharon?—Lo siento, Holly. Está

durmiendo. Si quieres la despierto,pero estaba agotada y..

—No, no te preocupes —interrumpió Holly—. La llamarémañana. —¿Es importante? —preguntó John preocupado.

—No —contestó Holly en vozbaja—. No tiene ninguna

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importancia. Colgó y acto seguidomarcó el número de Denise.

—¿Diga? —erijo Denise, muyrisueña. —Hola —dijo Holly.

—¿Estás bien? —Denise soltóotra risita—. ¡Para, Tom! —susurró,Y Holly se dio cuenta enseguida deque llamaba en mal momento.

—Sí, estoy bien. Sólo llamabapara charlar, pero ya veo que estásocupada. —Rió forzadamente.

—Vale. Te llamo mañana, Hol.—Volvió a sofocar la risa.

—Vale, pero…Holly ni siquiera terminó la

frase, puesto que Denise ya había

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colgado. Se quedó sentada en elsemáforo sumida en suspensamientos, hasta que las bocinasde los coches que tenía detrás lehicieron recobrar la conciencia ypisó a fondo el acelerador.

Decidió ir a casa de sus padres yhablar con Ciara, quien siempreconseguía animarla. Justo al frenardelante de la casa recordó que Ciaraya no estaba allí y los ojos se lellenaron de lágrimas. Una vez más,no tenía a nadie. Llamó al timbre yDeclan abrió.

—¿Qué te pasa?—Nada —contestó Holly,

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sintiendo lástima de sí misma—.¿Dónde está mamá?

—En la cocina, hablando conpapá y Richard. Yo de ti los dejaría asolas un rato.

—Oh… entiendo… —Se sentíaperdida—. ¿Qué estás haciendo?

—Estaba viendo lo que hefilmado hoy.

—¿Es para el documental sobrelos sin hogar?

—Sí. ¿Te apetece verlo?—Sí.Holly sonrió agradecida y se

sentó en el sofá. Al cabo de unosminutos, estaba hecha un mar de

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lágrimas, pero por una vez no llorabapor ella. Declan había realizado unaentrevista incisiva y desgarradora aun hombre extraordinario que vivíaen las calles de Dublín. Holly se diocuenta de que había gente que loestaba pasando mucho peor, y elhecho de preocuparse porque lospadres de Gerry se hubiesen topadocon ella y Daniel en la puerta de unrestaurante le pareció una estupidez.

—Declan, es un trabajo excelente—dijo secándose los ojos cuando elvídeo terminó.

—Gracias —contestó Declan enun susurro mientras sacaba la cinta

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del reproductor y la metía en sumochila.

—¿No estás contento?Declan se encogió de hombros.—Cuando pasas el día con

personas como él, no es fácil estarcontento, ya que lo que tiene quedecir es tan malo que puedeconvertirse en un gran documental.Por consiguiente, cuanto peor levaya a él mejor me va a mí. Holly leescuchaba con interés.

—No, no estoy de acuerdo,Declan. Creo que el hecho de que túfilmes eso supondrá una diferenciapara él. La gente lo verá y, querrá

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ayudar. Declan se encogió dehombros otra vez.

—Quizás. En fin, me voy adormir, estoy hecho polvo.

Cogió la mochila y le dio un besoen la coronilla al pasar junto a ella,lo cual conmovió a Holly. Suhermano se estaba haciendo mayor.

Holly echó un vistazo al reloj dela repisa de la chimenea y vio queeran casi las doce. Cogió el bolso ysacó el sobre de Gerrycorrespondiente a octubre. Le dabamiedo pensar qué ocurriría cuandono hubiera más sobres. Al fin y alcabo, sólo quedaban dos después de

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aquél. Como de costumbre, loacarició con las puntas de los dedos ylo abrió. Luego sacó la tarjeta delsobre y una flor seca le cayó alregazo. Su favorita, un girasol. Juntoa la flor, cayó una bolsita. La observócon curiosidad y advirtió que era unpaquete de semillas de girasol. Lasmanos le temblaron al tocar losdelicados pétalos, temerosa de que sedeshicieran entre sus dedos. Elmensaje rezaba:

Un girasol para mi girasol.Para alumbrar los oscuros díasde octubre que tanto detestas.

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Planta unos cuantos y ten lacerteza de que el verano cálido yluminoso te aguarda.

Posdata: te quiero…Posdata: ¿puedes pasarle esta

tarjeta a John?

Holly cogió la segunda tarjetaque había caído en su regazo y laleyó, riendo y llorando al mismotiempo:

Para John,Feliz 32.° cumpleaños. Te

estás haciendo viejo, amigo mío,pero espero que celebres muchos

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cumpleaños más. Disfruta de lavida y cuida de Sharon y de mimujer. ¡Ahora tú eres el hombre!

Te quiere, tu amigo Gerry.Posdata: te dije que

cumpliría mi promesa.

Como siempre, Holly leyó yreleyó cada una de las palabras queGerry había escrito. Se quedósentada en aquel sofá durante lo queparecieron horas, pensando en lomucho que se alegraría John alrecibir noticias de su amigo. Meditósobre los importantes cambios que sehabían producido en su vida a lo

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largo de los últimos meses. Su vidalaboral había mejoradosignificativamente y estaba orgullosade ello (le encantaba la sensación desatisfacción que la llenaba cada díacuando apagaba el ordenador pararegresar a casa). Gerry la habíainstado a ser valiente, la habíaalentado a desear un empleo quesignificara algo más que un salario.No obstante, no hubiese tenidonecesidad de buscar nada si Gerrytodavía estuviera con ella. La vida sinél estaba más vacía, dejaba más sitioa su propio ser. Aun así, lo cambiaríatodo sin dudarlo por tener a Gerry de

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vuelta.Aquello no era una opción.

Necesitaba empezar a pensar en símisma y en su futuro, pues ya nohabía nadie más con quien compartirlas responsabilidades.

Se enjugó las lágrimas y selevantó del sofá. Se sintió llena devida y sonrió, muy a su pesar. Llamósuavemente a la puerta de la cocina.

—Adelante —dijo Elizabeth.Holle entró y miró a sus padres y

a Richard sentados a la mesa de lacocina con sus respectivas tazas de té.

—Oh, hola, cariño —saludó sumadre, levantándose para darle un

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abrazo y un beso—. No te he oídollegar.

—Llevo aquí más de una hora. Heestado viendo el documental deDeclan. —Sonrió a su familia y tuvoganas de abrazarlos a todos.

—Es genial, ¿verdad? —dijoFrank, y también se levantó pararecibir a su hija con un abrazo y unbeso.

Holle asintió con la cabeza y sesentó con ellos a la mesa. —;Hasencontrado trabajo? —preguntó aRichard.

Éste negó can apenado con lacabeza que parecía a punto de

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echarse a llorar.—Pues yo sí.La miró dísguscado de que dijera

algo así.—Bueno, ya sé que tú sí.—No, Ríchard —aclaró Holly,

sonriendo—. Quiero decir que te heencontrado trabajo.

Levantó la vista, asombrado. —¿Qué?

—Me has oído perfectamente. —Holly sonrió—. Mi jefe te llamarámañana.

Richard se mostró abatido.—Holly, sin duda es muy amable

de tu parte, pero no me interesa la

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publicidad. Me interesa la ciencia.—Y la jardinería.—Sí, me gusta la jardinería —

convino Richard, confuso.—Y para eso te llamará mi jefe.

Para pedirte que le arregles el jardín.Le he dicho que lo harías por cincomil. Espero que te parezca bien. —Sonrió al ver a su hermano atónito.Se había quedado sin habla, de modoque Holly añadió—: Y éstas son tustarjetas. —Le entregó un montón detarjetas que había preparado en laoficina.

Richard y sus padres cogieron lastarjetas y las leyeron en silencio.

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De repente Richard se echó a reír,se puso de pie de un salto y comenzóa bailar con Holly por la cocina, antela mirada feliz de sus padres.

—Por cierto —dijo Richardcuando se serenó y volvió a leer latarjeta—, has escrito mal«jardínería». Veo que siguesolvidando los acentos…

Holly dejó de bailar y suspirófrustrada.

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—¡Venga, éste es el último, chicas, loprometo! —gritó Denise mientras susujetador salía volando por encima dela puerta del probador. Contrariadas,Sharon y Holly volvieron adesplomarse en sus sillas. —Hace unahora dijiste lo mismo —se lamentóSharon, quitándose los zapatos ydándose un masaje en los tobilloshinchados.

—Ya, pero esta vez lo digo enserio. Tengo un buen presentimientocon este vestido —dijo Denise, llenade entusiasmo.

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—También dijiste eso hace unahora —le recordó Holly apoyando lacabeza en el respaldo y cerrando losojos.

—Ahora no vayas a quedartedormida —advirtió Sharon, y Hollyabrió de inmediato los ojos.

Denise las había arrastrado atodas las tiendas de vestidos de noviadel centro y Sharon y Holly estabanagotadas, irritadas y hartas. Ya no lesquedaba nada del entusiasmo quehabían sentido por Denise y su bodadespués de que ésta se probara unvestido tras otro a lo largo de toda lamañana. Y si Holly volvía a oír los

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irritantes chillidos de Denise una vezmás…

—¡Uuy, me encanta! —gritóDenise.

—Tengo un plan —susurróSharon a Holly—. Si cuando salga deahí dentro parece un merenguesentado en una mancha de bicicleta,le diremos que está preciosa.

Holly sofocó la risa.—¡Venga, Sharon, no podemos

hacer eso!—¡Ahora veréis! —vociferó

Denise otra vez.—Aunque pensándolo bien… —

Holly miró a Sharon con

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abatimiento.—Vale. ¿Estáis listas?—Sí —contestó Sharon sin

entusiasmo.—¡Sorpresa! —Denise salió del

probador y Holly abrió los ojosdesorbitadamente.

—¡Oh, le queda de maravilla! —exclamó la dependienta,deshaciéndose en elogios.

—¡Oh, vamos! —protestó Denise—. ¡No me está ayudando nada! Lehan gustado todos lo que me hepuesto.

Holly miró a Sharon con airevacilante y procuró no reír al ver su

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expresión; parecía que estuvieraoliendo un tufillo.

Sharon puso los ojos en blanco ysusurró:

—Acaso Denise nunca ha oídohablar de eso que llaman comisión?

—Qué andáis cuchicheandovosotras dos? —preguntó Denise.

—Sólo comentaba lo guapa queestás.

Holly frunció el entrecejo.—Ah, ¿te gusta? —gritó Denise,

y Holly hizo una mueca.—Sí —dijo Sharon con poco

entusiasmo.—¿Estás segura?

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—Sí.—¿Crees que Tom se pondrá

contento cuando mire hacia el pasilloy me vea caminando hacia él? —Denise incluso dio unos pasos paraque las chicas pudieran imaginarlo.

—Sí —repitió Sharon.—Pero ¿estás segura?—Sí.—¿Crees que vale lo que cuesta?—Sí.—¿En serio?—Sí.—Quedará mejor si me bronceo

un poco, ¿verdad?—Sí.

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—Oh, ¿no se me ve un culoenorme?

—Sí..Holly miró a Sharon sobresaltada

y comprendió que ni siquiera estabaescuchando las preguntas.

—Vaya, ¿estás segura? —continuó Denise, que obviamentetampoco escuchaba las respuestas.

—Sí.—Así pues, ¿me lo quedo?Holly pensó que la dependienta

se pondría a saltar de alegría gritando«¡Sí!», pero en cambio logró

contenerse.—¡No! —interrumpió Hólly

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antes de que Sharon volviera a decirque sí. —¿No? —preguntó Denise.

—No —corroboró Holly.—¿No te gusta?—No.—¿Es porque me hace gorda?—No.—¿Crees que a Tom le gustará?—No.—Pero ¿crees que vale lo que

piden por él?—No.—Oh. —Se volvió hacia Sharon

—. ¿Estás de acuerdo con Holly?—Sí.La dependienta puso los ojos en

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blanco y fue a atender a otra clienta,confiando tener más suerte con ella.

—Muy bien, me fío de vosotras—dijo Denise, mirándose apenada alespejo una vez más—. La verdad esque a mí tampoco acababa deconvencerme. Sharon suspiró yvolvió a ponerse los zapatos.

—Oye, Denise, has dicho que erael último. Vayamos a comer algo odesfalleceré.

—No, me refería a que era elúltimo vestido que me probaría enesta tienda. Aún quedan montonesde tiendas por ver.

—¡Ni hablar! —protestó Holly—.

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Denise, estoy muerta de hambre y aestas alturas todos los vestidosempiezan a parecerme iguales.Necesito un respiro.

—¡Pero se trata de mi boda,Holly!

—Sí, y… —Holly buscó unaexcusa—. Pero Sharon estáembarazada.

—Ah, entonces vale, vayamos acomer algo —aceptó Denise,desilusionada, y se metió en elprobador.

Sharon dio un codazo a Holly enlas costillas. —Oye, que no estoyenferma, sólo embarazada.

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—Es lo único que se me haocurrido —dijo Holly con airecansino.

Las tres amigas se encaminaronlentamente hasta el Bevley's Café yconsiguieron ocupar su mesapreferida junto a la ventana que dabaa Grafton Street. —Odio ir decompras los sábados —se quejó Hollyal ver a la gente chocar y apretujarseen la calle.

—Se acabó el ir de compras entresemana, ya has dejado de ser unadama ociosa—bromeó Sharon, ycogió un pedazo de sándwich y,comenzó a comer.

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–Ya lo sé, y estoy muy cansada,pero esta vez tengo la impresión dehaberme ganado el cansancio. Nocomo antes, cuando lo único quehacía era acostarme a las tantasdespués de ver teleinsomne —dijoHolly con tono alegre.

—Cuéntanos el incidente con lospadres de Gerry —dijo Sharon con laboca llena.

Holly puso los ojos en blanco.—Fueron muy groseros con el

pobre Daniel.—Lástima que estuviera

durmiendo cuando llamaste. Seguroque si John hubiese sabido que se

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trataba de eso me habría despertado—se disculpó Sharon.

—No digas tonterías, tampocofue para tanto. Aunque en aquelmomento me lo pareciera.

—Desde luego. No tienenderecho a decirte con quién puedessalir y con quién no —sentencióSharon.

—Sharon, no estoy saliendo conél. —Holly intentó dejar las cosasclaras—. No tengo intención de salircon nadie por lo menos en lospróximos veinte años. Sólo fue unacena de trabajo.

—Uuuuu, una cena de trabajo! —

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exclamaron sus amigas al unísono.—Sí, ni más ni menos, aunque

fue agradable tener un poco decompañía. —Holly sonrió—. Y no osestoy criticando —se apresuró aagregar antes de que tuvieran ocasiónde defenderse—. Lo único que digoes que cuando los demás estánocupados resulta agradable tener aalguien con quien charlar. Sobretodo si se trata de compañíamasculina, ¿sabéis? Y con él es fácilentenderse y hace que me sienta muya gusto. Eso es todo.

—Sí, lo entiendo —dijo Sharon,asintiendo con la cabeza—. De todos

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modos te conviene salir y conocergente nueva.

—¿Y averiguaste algo más sobresu vida? —Denise se inclinó con losojos brillantes, ávida de nuevoscotilleos—. Es un tanto esquivo eseDaniel. Quizás oculta un enormesecreto. Quizá los fantasmas de supasado en el ejército estén volviendopara atormentarlo —bromeó.

—Eh… no, Denise, no lo creo. —Holly rió y añadió—: A no ser quesacar brillo a las botas en elcampamento de reclutas fuera unaexperiencia trauinática. No tuvotiempo de hacer mucho más —

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explicó.—Le encantan los soldados erijo

Denise con aire soñador.—Y los pinchadiscos —agregó

Sharon.—Oh, y los pinchadiscos, por

supuesto —contestó Denise,sonriendo. —Bueno, sea como fuerele conté mi opinión acerca delejército —dijo Holly con una sonrisapícara.

—¡No puede ser! —exclamóSharon.

—¿De qué va esto? —preguntóDenise.

—Y qué te dijo? —Sharon hizo

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caso omiso de Denise.—Se rió.—¿De qué va esto? —volvió a

preguntar Denise.—De la teoría de Holly sobre el

ejército —explicó Sharon.—Y cuál es? —preguntó Denise,

intrigada.—Pues que luchar por la paz es

como follar por la virginidad. Las tresrompieron a reír.

—Sí, pero puedes pasarlo bien unmontón de horas mientras lo intentas—dijo Denise, haciendo un chiste.

—¿Aún no le habéis cogido eltranquillo? —preguntó Sharon.

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—No, pero en cuanto se presentauna ocasión lo intentamos, ¿sabes? —contestó Denise, y las tres volvierona reír—. En fin, Holly, me alegro deque os llevéis bien porque vas a tenerque bailar con él en la boda.

—¿Por qué? —Miró a Denise,confusa.

—Porque es tradición que elpadrino baile con la dama de honoren la boda —respondió Denise conlos ojos brillantes.

Holly soltó un grito ahogado. —¿Quieres que sea tu dama de honor?Denise asintió entusiasmada con lacabeza.

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—No te preocupes, ya se lo hepreguntado a Sharon y no le importa—le aseguró Denise.

—¡Me encantaría! —exclamóHolly, muy contenta—. Pero,Sharon, ¿seguro que no te importa?

—No te preocupes por mí, meconformo con ser la dama hinchada.—¡No estarás hinchada! —Holly rió.

—Claro que sí, estaré embarazadade ocho meses. ¡Tendré que pedirprestada a Denise la marquesina desu tienda para ponérmela de vestido!–

—Espero que no te pongas departo durante la boda —dijo Denise

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abriendo mucho los ojos.—No te preocupes, Denise, no

acapararé la atención del público entu día.

—Sharon sonrió—. No saldré decuentas hasta finales de enero y esoserá semanas después.

Denise se mostró aliviada.—¡Por cierto, se me olvidaba

enseñaron la foto del bebé! —añadióSharon con nerviosismo, rebuscandoen el bolso. Finalmente sacó unapequeña fotografía de la ecografía.

—¿Dónde está? —preguntóDenise con ceño.

—Ahí —dijo Sharon, señalando.

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—¡Uau! Es todo un muchachote—exclamó Denise, acercándose laimagen a la cara.

Sharon puso los o¡os en blanco.—Denise, eso es una pierna,

tonta. Todavía no sabemos el sexo.—Oh. —Denise se sonrojó—.

Bueno, felicidades, Sharon. Pareceque vas a tener un alienígenaprecioso.

—Ya vale, Denise —intervinoHolly—. Es una foto preciosa.

—Me alegro de oírlo. —Sharonsonrió y miró a Denise, que asintiócon la cabeza—. Porque quieropedirte una cosa.

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—¿Qué? —dijo Holly conexpresión preocupada.

—Verás, a John y a mí nosencantaría que fueras la madrina denuestro bebé.

Holly volvió a ahogar un grito ylos ojos se le llenaron de lágrimas.

—¡Oye, no has llorado cuando tehe pedido que fueras mi dama dehonor! —vociferó Denise.

—¡Oh, Sharon, será un honor! —dijo Holly, dando un fuerte abrazo asu amiga—. ¡Gracias por pedírmelo!

—¡Gracias por aceptar! ¡John sealegrará mucho!

—Venga, no os echéis a llorar las

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dos ahora —se quejó Denise, peroSharon y Holly no le hicieronningún caso y siguieron abrazadas—.¡Eh! —exclamó de prontoconsiguiendo que dejaran deabrazarse.

—¿Qué?Denise señaló a través de la

ventana.—¡No puedo creer que nunca me

haya fijado en esa tienda de novias deahí enfrente! Apurad las bebidas quenos vamos ahora mismo —dijoentusiasmada mientras ibarecorriendo el escaparate con lamirada.

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Sharon suspiró y fingió que sedesmayaba. —No puedo, Denise,estoy embarazada…

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4242

—Oye, Holly, he estado pensando —dijo Alice mientras se retocaban elmaquillaje en los lavabos de laoficina antes de dar por concluida lajornada.

—Oh, no. ¿Te ha dolido? —bromeó Holly.

—Ja, ja —musitó Alice secamente—. No, en serio, he estado pensandosobre el horóscopo del número deeste mes y creo que, aunque resulteinquietante, puede que Tracey hayaacertado.

—¿Por qué? —inquirió Holly con

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escepticismo Álice soltó elpintalabios y se volvió hacia Holly.

—Bien, primero está lo delhombre alto, moreno y guapo con elque has empezado a salir…

—No estoy saliendo con él, sólosomos amigos —puntualizó Hollypor enésima vez.

Alce puso los ojos en blanco. —Lo que tú digas. En fin, luego…

—No salgo con él —repitióHolly.

—Ya, ya —dijo Alce, incrédula—. Da igual, luego… Holly arrojó subolsa de pinturas contra el lavabo.

—Alice, no estoy saliendo con

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Daniel.—Vale, vale. —Alice levantó las

manos a la defensiva—. ¡Ya lo hepillado! ¡No sales con él pero porfavor deja de interrumpirme yescucha! —Aguardó a que Holly seserenara. Luego añadió—: Bien,también dijo que tu día de suertesería un martes y hoy es martes…

—Uau, Alice, me parece que ahísí que das en el clavo —dijo Hollycon sarcasmo mientras se aplicabaperfilador de labios.

—¡Escúchame! —exclamó Alicecon impaciencia y Holly se calló—.Y aseguró que el azul era tu color de

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la suerte. Y resulta que hoy, martes,te ha invitado un hombre alto,moreno y guapo al lanzamiento deBlue Rock.

Alice se mostró complacida consus conclusiones. —¿Y qué? —respondió Holly, nada impresionada.

—Que es una señal.—Una señal de que la blusa que

llevaba aquel día era azul, motivo porel que Tracey eligió este color enconcreto, y resulta que la llevabaporque mis otras blusas estabansucias. Y eligió el día de la semana alazar. No significa nada, Alice.

Alice suspiró. —Mujer de poca

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fe. Holly se echó a reír.—Bueno, si tengo que creerme tu

teoría aunque sea una chorrada,entonces no hay duda de que a Brianva a tocarle la lotería y que ademásserá el objeto de deseo de todas lasmujeres del planeta.

Alice se mordió el labio y la mirócon aire inocente.

—¿Qué? —preguntó Holly,consciente de que Alice estabatramando algo. —Verás, hoy Brianha ganado cuatro euros en el rasca—rasca.

—¡No me digas! —se mofó Holly—. Bueno, aún nos queda por

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resolver el grave problema de que almenos un ser humano lo encuentreatractivo. Alice guardó silencio.

—¿Y ahora qué pasa? —inquirióHolly.

—Nada. —Alice se encogió dehombros y sonrió.

—¡No es posible! —exclamóHolly, estupefacta.

—¿Qué no es posible? —El rostrode Alice se iluminó.

—Te gusta, ¿verdad? ¡No puedocreerlo!

Alice se encogió de hombros. —Es simpático.

—¡Oh, no! —Holly se tapó la cara

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con las manos—. Estás llevando estodemasiado lejos sólo parademostrarme que tienes razón.

—No estoy intentando demostrarnada.

—Pues entonces, ¡no puedo creerque te guste!

—¿A quién le gusta quién? —preguntó Tracey al entrar en ellavabo.

Alice negó enérgicamente con lacabeza a Holly, rogándole que no selo dijera.

—A nadie —murmuró Holly,mirando a Alice con cara de pasmo.¿Cómo era posible que a Alice le

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gustara el más canalla de loscanallas?

—Eh, ¿os habéis enterado de queBrian ha ganado dinero en el rasca—rasca? —preguntó Tracey desde elretrete.

—Es lo que estábamoscomentando —dijo Alice, sonriendo.

—A ver si al final resultará quetengo poderes paranormales, Holly.Tracey rió y tiró de la cadena. Alicele guiñó el ojo a Holly en el espejo yésta se dirigió a la salida.

—Venga, Alice, más vale quevayamos tirando no vaya a ser que elfotógrafo se enoje si tiene que

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esperarnos.—Está aquí —explicó Alice,

aplicándose rímel. —No lo he visto.—En todo caso no la has visto. Es

una chica.—Muy bien, pero ¿dónde está?—¡Sorpresa! —anunció Alice,

sacando una cámara del bolso.—¿Tú eres la fotógrafa? —Holly

rió—. En fin, al menos perderemosjuntas el empleo cuando se publiqueel artículo —dijo por encima delhombro mientras se dirigía hacia sudespacho.

Holly y Alice se abrieron paso aempujones entre el gentío que

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abarrotaba el pub Hogan's ysubieron al Club Diva. Holly soltóun grito ahogado al acercarse a lapuerta. Un grupo de muchachosmusculosos en traje de baño tocabanunos tambores hawaianos para dar labienvenida a los invitados. Junto aellos, unas modelos muy delgadasque lucían biquinis minúsculosrecibieron a las chicas en la entradacolgándoles collares de floresmulticolores.

—Esto es como estar en Hawai —dijo Alice mientras sacabainstantáneas con su cámara—. ¡Oh,Dios mío! —exclamó al entrar en el

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club. Holly apenas reconoció ellocal, lo habían transformado porcompleto. Una fuente enormepresidía la entrada. El agua de colorazul discurría entre unas rocas,creando la ilusión de una cascada enminiatura.

—¡Mira, esto es Blue Rock! —exclamó Alice, y se echo a reír—.Muy ingenioso.

Holly sonrió, menudas dotes deobservación periodística las suyas.No había caído en que el agua era enrealidad la bebida. Entonces le entróel pánico. Daniel no le había contadonada de todo aquello, lo que

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significaba que tendría que adaptarel artículo para poder entregárselo aChris al día siguiente. Echó unvistazo por el club en busca deDenise y Tom y localizó a su amigaposando con su novio para unfotógrafo, mostrando orgullosa suanillo de compromiso a la cámara.Holly no pudo evitar reír al ver queactuaban como una pareja defamosos.

El personal del bar también lucíabañadores y biquinis y formaba unafila en la entrada sosteniendobandejas con bebidas azules. Hollycogió una copa de una bandeja y

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bebió un sorbo. Procuró no torcer elgesto al notar el sabor dulzón, ya queun fotógrafo estaba inmortalizandoel momento de probar la nuevabebida rompehíelos. Tal como habíadicho Daniel, el suelo estabacubierto de arena para recrear elambiente de una fiesta en la playa.En cada mesa habían plantado unaenorme sombrilla de bambú, lostaburetes de la barra eran timbalesaltos y por todas partes flotaba undelicioso aroma a barbacoa. A Hollyse le hizo la boca agua en cuanto vioa los camareros que distribuían carneasada por las mesas. De inmediato se

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dirigió hacia la mesa más cercana, sesirvió un pincho y le hincó el dientecon gusto.

—Así pues, era verdad que comes.Holly se encontró delante de

Daniel. Masticó valientemente ytragó lo que tenía en la boca.

—Hola. No he probado bocadoen todo el día, de modo que estoydesfallecida. Oye, esto es genial —dijo mirando alrededor para desviar laatención de Daniel.

—Sí, la verdad es que ha quedadobien.

Daniel estaba complacido. Noiba vestido como los miembros de su

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personal, llevaba tejanos descoloridosy una camisa hawaiana azul congrandes flores amarillas y rosas. Aúnno se había afeitado y Holly sepreguntó cuán doloroso sería besarlocon aquella barba de tres días. Porsupuesto, no es que ella desearahacerlo. Alguna otra quizá, peroella… De pronto se sintió molesta alplantearse aquella cuestión.

—¡Eh, Holly, deja que os hagauna foto a ti y al hombre alto,moreno y guapo! —gritó Alice,corriendo hacia ella con la cámara.

Al oírlo, Holly creyó morir devergüenza. Daniel se echó a reír y

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luego comentó:—Deberías traer a tus amigas por

aquí más a menudo.—No es mi amiga—repuso Holly

entre dientes, y posó al lado deDaniel para la foto.

—Un momento —dijo Daniel,tapando el objetivo de la cámara conla mano. Cogió una servilleta de lamesa y limpió la grasa y la salsabarbacoa de la cara de Holly, quesintió un hormigueo en la pielmientras una oleada de calor lerecorría el cuerpo. Se convenció deque se debía al hecho de haberseruborizado.

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—Listos —dijo Daniel,sonriéndole. Le rodeó los hombroscon el brazo y miró a la cámara.

Luego Alice se esfumó sacandofotos a diestro y siniestro. Holly sevolvió hacia Daniel.

—Daniel, quería pedirte perdónotra vez por lo que ocurrió la otranoche. Los padres de Gerry fueronmuy groseros contigo y siento muchoque te incomodaran.

—No tienes por qué disculparteotra vez, Holly. De hecho, no haynada que perdonar. Si me incomodé,fue sólo por ti. No deberían atreversea decirte con quién debes o no debes

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salir. En cualquier caso, si estabaspreocupada por mí, olvídalo.

Sonrió y apoyó las manos en loshombros de Holly como si fuese aañadir algo más, pero alguien lollamó desde el bar y se marchó aresolver el problema.

—Pero no estoy saliendo contigo—masculló Holly.

Si también debía convencer aDaniel de aquello, entoncesrealmente tenían un problema.Confiaba en que él no diera a la cenamás importancia de la que tenía. Lahabía llamado casi a diario desdeentonces y ella advirtió que esperaba

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el momento con ilusión. Volvía atener aquella inquietud en unrecoveco de la mente. Se encaminócon aire distraído hacia Denise y sesentó a su lado en la tumbona dondeésta bebía sorbos del brebaje azul.

—Mira, Holly, he reservado estopara ti. —Señaló hacia la colchonetahinchable que había en el rincón yambas se echaron a reír al recordar lagran aventura vivida en el marcuando fueron de vacaciones.

—¿Qué opinas de la nuevabebida? —preguntó Holly, indicandola botella.

—Hortera —contestó con

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indiferencia—. Sólo he tomado unaspocas y la cabeza ya me da vueltas.

Alice llegó corriendo hasta ellasarrastrando a un hombre muymusculoso cubierto con unminúsculo bañador. Uno de susbíceps era del tamaño de la cinturade Alice. Ésta le pasó la cámara aHolly.

—Sácanos una foto, ¿quieres?Holly pensó que aquélla no era la

clase de fotos que Chris esperaríapara el artículo, pero no dudó encomplacer a Alice.

—Es para el salvapantallas delordenador de la oficina —explicó

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Alice a Denise.Holly disfrutó de la velada

charlando y riendo con Denise yTom, mientras Alice corría de aquípara allá sacando fotos a todos losmodelos semidesnudos. Holly aún sesentía culpable por habersemolestado con Tom durante elconcurso de karaoke de hacía ya unoscuantos meses. Era un hombre muytierno y él y Denise formaban unapareja encantadora. Por otro lado,apenas tuvo ocasión de hablar conDaniel, pues estaba demasiadoocupado atendiendo sus obligaciones.Observó que cuando daba órdenes a

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sus empleados éstos se ponían manosa la obra de inmediato. Saltaba a lavista que inspiraba un gran respeto alpersonal. Conseguía que todofuncionara. Cada vez que lo veíadirigirse hacia ellos alguien lodetenía para entrevistarlo osimplemente para charlar. Lamayoría de las veces lo interceptabanmuchachas delgadas en biquini. Esomolestaba a Holly, que miraba haciaotra parte.

—No sé cómo me las arreglarépara escribir este artículo —dijoHolly a Alice al salir del local.

—No te preocupes, Holly, lo

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harás bien. Sólo son ochocientaspalabras, no?

—Sí, sólo —replicó Hollysarcásticamente—. El caso es quehace unos días escribí un borradordel artículo gracias a la informaciónque me dio Daniel. Pero después dever todo esto, tendré que cambiarlode cabo a rabo. Y sudé tinta paraescribir la primera versión.

—Te tiene muy preocupada,¿verdad? Holly suspiró.

—No sé escribir, Alice. Nunca seme ha dado bien poner las cosas porescrito ni describir cómo sonexactamente.

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—¿Tienes el artículo en laoficina? —inquirió Alice con airereflexivo.

Holly asintió con la cabeza.—Por qué no vamos ahora? Le

echaré un vistazo y si es necesario leharé un par de retoques.

—¡Oh, Alice, muchas gracias! —dijo Holly, abrazándola aliviada.

A la mañana siguiente Holly sesentó delante de Chris y lo observó,nerviosa, mientras él leía el artículocon cara de pocos amigos. Alice nohabía efectuado sólo unos pocoscambios en el artículo, lo habíarescrito de arriba abajo y, en opinión

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de Holly, el resultado era increíble.Ameno al tiempo que informativo,también explicaba la velada tal comohabía sido, cosa que Holly hubiesesido incapaz de hacer. Alice era unaescritora de mucho talento y Hollyno comprendía por qué trabajaba enla recepción de una revista en lugarde escribir para la publicación.Finalmente Chris terminó de leer, sequitó las gafas lentamente y miró aHolly. Ésta se retorcía las manos enel regazo, sintiéndose como sihubiese copiado en un examen delcolegio.

—Holly, no sé qué estás haciendo

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vendiendo publicidad —dijo Chris—.Eres una escritora fantástica, ¡meencanta! Es pícaro y divertido, y sinembargo expone lo esencial. Esfabuloso.

Holly esbozó una débil sonrisa.—Eh… gracias.

—Tienes un talento maravilloso.Me cuesta creer que quisierasocultármelo.

Holly mantuvo la misma sonrisaimportada.

—¿Qué te parecería escribir paranosotros de vez en cuando? El rostrode Holly palideció.

—Verás, Chris, en realidad me

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interesa mucho más la publicidad.—Sí, por supuesto, y también te

pagaré más por eso. Pero si algunavez volvemos a quedar colapsados, almenos sé que cuento con otroescritor de talento en el equipo.Buen trabajo, Holly. —Sonrió y letendió la mano.

—Gracias —repitió Holly,estrechándola con escaso aplomo—.Será mejor que vuelva al trabajo.

Se levantó de la silla y salió deldespacho.

—¿Qué? ¿Le ha gustado? —preguntó Alice, levantando la voz alcruzarse con ella en el pasillo.

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—Eh… sí, le ha encantado. Quiereque escriba más.

Holly se mordió el labio,sintiéndose culpable por acaparartodo el mérito.

—Oh. —Alice apartó la vista—.Vaya, para que luego digas que notienes suerte. —Y siguió caminandohacia su escritorio.

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4343

Denise cerró el cajón de la cajaregistradora con un golpe de cadera yentregó el recibo a la clienta queaguardaba al otro lado del mostrador.—Gracias —dijo, y su sonrisa sedesvaneció en cuanto la clienta sevolvió. Suspiró sonoramente mirandola larga fila que se estaba formandodelante de la caja. Tendría quequedarse clavada allí toda la jornaday se moría de ganas de hacer unapausa para fumar un cigarrillo. Peroiba a serle imposible escabullirse, demodo que cogió con gesto

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malhumorado la prenda de lasiguiente clienta, le quitó laetiqueta, la pasó por el escáner y laenvolvió.

—Disculpe, ¿es usted DeniseHennessey? —oyó que preguntabauna voz grave, y alzó la mirada paraver de dónde procedía aquel sonidotan sexy. Puso ceño al encontrarsecon un agente de policía delante deella.

Titubeó mientras pensaba sihabía hecho algo ilegal durante losúltimos días y cuando se convencióde no haber cometido ningún crimensonrió. —Sí, la misma.

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—Soy el agente Ryan y mepreguntaba si tendría la bondad deacompañarme a comisaría, por favor.

Fue más una orden que unapregunta y Denise apenas pudoreaccionar de la impresión. Aquelhombre dejó de ser un agente sexypara convertirse en uno del tipo «teencerraré por mala en una celdadiminuta con un mono naranjafosforito y chancletas ruidosas sinagua caliente ni maquillaje». Denisetragó saliva y tuvo una visión de símisma siendo apaleada en el patio dela prisión por una banda de rudasmujeres enojadas que no sabían qué

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era el rímel, mientras los carceleroscontemplaban el espectáculo ycruzaban apuestas. Volvió a tragarsaliva.

—Para qué?—Si hace lo que le digo, recibirá

las explicaciones en comisaría.El agente comenzó a rodear el

mostrador y Denise retrocediódespacio, nurando impotente a la filade clientas. Todas observaban conaire divertido el espectáculo que sedesarrollaba ante sus ojos.

—¡Dile que se identifique, guapa!—gritó una de las clientas desde elfinal de la cola.

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La voz le tembló al pedirle que seidentificara, lo que sin duda iba a serdel codo inútil puesto que no habíavisto una placa de identificación ensu vida y, por consiguiente, no teníaidea del aspecto que debía depresentar una auténrica. Sostuvo laplaca con mano temblorosa y laobservó de cerca, aunque sin leernada. Estaba demasiado intimidadapor la multitud de clientas yempleadas que se habían congregadopara mirarla con indignación. Todaspensaban lo mismo: era una criminal.

Aun así, Denise se afianzó en sudecisión de presentar batalla. —Me

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niego a acompañarlo si no me dice dequé se trata.

El agente se aproximó más.—Señorita Hennessey, si

colabora conmigo no habrá necesidadde utilizar esto. —Se sacó unasesposas del pantalón—. Nomontemos una escena.

—¡Pero yo no he hecho nada! —protestó Denise, empezando aasustarse de veras.

—Bueno, eso ya lo discutiremosen comisaría—respondió el policía,que comenzaba a perder la paciencia.

Denise retrocedió, dispuesta adejar claro ante sus clientas y

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empleadas que no había hecho nadamalo. No iba a acompañar a aquelhombre a la comisaría hasta que leexplicara qué delito se suponía quehabía cometido. Se detuvo y se cruzóde brazos para demostrar que eradura de pelar.

—He dicho que no iré a ningunaparte con usted hasta que me diga dequé se trata.

—Como quiera —dijo el agenteencogiéndose de hombros yavanzando hacia ella—. Si insiste…

Denise abrió la boca para replicarpero soltó un chillido al notar el fríometal de las esposas inmovilizándole

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las muñecas. No era precisamente laprimera vez que le ponían unasesposas, de modo que no lesorprendió el tacto, pero la impresiónla dejó sin habla. Se limitó a mirarlas expresiones de asombro de todo elmundo mientras el policía la sacabade la tienda arrastrándola del brazo.

—Buena suerte, guapa —vociferóla misma clienta de antes mientrasrecorría la cola—. Si te mandan aMount Jolly, saluda a Orla de miparte y dile que iré a verla porNavidad.

Denise abrió los ojosdesorbitadamente y la asaltaron

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imágenes de ella misma dandovueltas por la celda que compartíacon una psicópata asesina. Quizásencontraría un pajarillo con un alarota y lo curaría, le enseñaría a volarpara matar el rato durante los añosque estaría encerrada…

Se ruborizó al salir a GraftonStreet. El gentío se dispersaba alinstante en cuanto veía a un agenteacompañado de una criminalesposada. Denise mantuvo la vistafija en el suelo y rezó para queningún conocido viera cómo laarrestaban. El corazón le latía confuerza y por un instante pensó en

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escapar. Echó un vistazo alrededortratando de hallar una vía de escape,pero no era buena corredora. Notardaron en llegar a una furgoneta untanto destartalada del habitual colorazul de la policía con los cristalesahumados. Denise se sentó en laprimera fila de asientos de la partetrasera y, aunque notó la presenciade otras personas detrás de ella,permaneció inmóvil en el asiento,demasiado aterrada como paravolverse a mirar a los demás reos.Apoyó la cabeza contra la ventanillay se despidió de la libertad.

—¿Adónde nos llevan? —

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preguntó cuando vio que pasabanpor delante de la comisaría. La mujerpolicía que conducía la furgoneta yel agente Ryan no le hicieron caso ymantuvieron la vista al frente—. ¡Eh!—exclamó—. ¡Creía que había dichoque me llevaba a la comisaría!

Siguieron sin prestarle atención.—¡Oiga! ¿Adónde vamos?

No respondieron.—¡Yo no he hecho nada malo!

Siguieron sin responder.—¡Soy inocente, maldita sea!

¡Inocente!Denise comenzó a dar patadas al

asiento delantero tratando de atraer

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su atención. La sangre le hirvió en lasvenas al ver que la mujer policíametía una cinta en el radiocasete y loencendía. Denise abrió los ojos conasombro al oír la canción.

El agente Ryan se volvió,esbozando una amplia sonrisa. —Denise, has sido una niña muy mala.

Se levantó y se plantó delante deella. Denise tragó saliva al ver que elagente Ryan comenzaba a mover lascaderas al ritmo de Hot Stuff.

Estaba a punto de propinarle unapatada en la entrepierna cuando oyórisas y gritos ahogados en la partetrasera de la furgoneta. Se volvió y

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vio que sus hermanas, Holly, Sharony otras cinco amigas se estabanlevantando del suelo. Se habíaasustado tanto que no había reparadoen ellas al subir al vehículo. Por fincomprendió lo que en realidad estabaocurriendo cuando una de sushermanas le encasquetó un velo algrito de «¡Feliz despedida desoltera!». Ésa fue la pista definitiva.

—¡Sois unas brujas! —les espetóDenise, que procedió a soltarimproperios y maldecir hasta agotartodos los insultos y tacos inventados,llegando incluso a acuñar unoscuantos de cosecha propia.

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Las chicas se sujetaban la barriga,muertas de risa.

—¡Y tú tienes mucha suerte deque no te haya arreado en las pelotas!—gritó Denise al agente bailarín.

—Denise, te presento a Paul —dijo su hermana Fiona entre risas—,y es tu stripper particular.

Denise entornó los ojos y siguióinsultándolas.

—¡Por poco me da un infarto!Creía que me llevaban a la cárcel.¡Oh, Dios mío! ¿Qué van a pensarmis clientas? ¡Y las empleadas! Oh,Dios mío, creerán que soy unacriminal. —Cerró los ojos con

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expresión de dolor.—Las avisamos la semana pasada

—dijo Sharon, sonriendo—. No hanhecho más que seguir el juego.

—¡Serán brujas! —repitió Denise—. En cuanto vuelva al trabajopienso despedirlas a todas. Pero quépasará con las clientas? —preguntóde nuevo presa de pánico.

—No te preocupes —dijo suhermana—. El personal teníainstrucciones de informar a lasclientas de que era tu despedida desoltera en cuanto salieras de latienda.

Denise puso los ojos en blanco.

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—Conociéndolas como lasconozco, apuesto a que no lo habránhecho y, en ese caso, lloverán quejasy si hay quejas, yo también estarédespedida.

—¡Denise, deja de preocuparte!No pensarás que habríamos hechoalgo así sin consultarlo previamentecon tus jefes, ¿verdad? ¡Todo está enorden! —explicó Fiona—. Les parecióla mar de divertido, así que ahorarelájate y disfruta del fin de semana.

— Fin de semana? ¿Quédemonios tenéis intención dehacerme? ¿Dónde pasaremos el fin desemana? —Miró asustada a sus

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amigas.—Nos vamos a Galway y eso es

cuanto necesitas saber —dijo Sharoncon aire misterioso.

—Si no llevara estas malditasesposas, os daría un bofetón a cadauna —las amenazó Denise.

Las chicas gritaron de entusiasmoal ver que Paul se quitaba eluniforme y se echaba loción parabebés por el cuerpo para que Denisele masajeara la piel.

Sharon abrió las esposas de unaperpleja Denise.

—Los hombres uniformados estánmucho mejor sin uniforme… —

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farfulló Denise, frotándose lasmuñecas mientras observaba a Paulexhibir su musculatura.

—Tienes suerte de que estécomprometida, Paul. ¡De lo contrarioestarías metido en un buen lío! —bromearon las chicas.

—Ya lo veo —masculló Denise,contemplando atónita cómo Paul sedesprendía del resto de la ropa—.¡Oh, chicas! ¡Muchísimas gracias! —exclamó entre risitas con un tono devoz muy distinto al de antes.

—¿Estás bien, Holly? Apenas hasabierto la boca desde que nosmontamos en esta furgoneta —dijo

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Sharon, tendiéndole una copa dechampán tras llenar un vaso de zumode naranja para ella. Holly se volviópara mirar por la ventanilla loscampos verdes que iban dejandoatrás. Las colinas estaban salpicadasde manchas blancas que no eran sinoovejas que subían por ellas ajenas alas maravillosas vistas. Prolijos murosde piedra separaban un campo deotro y las líneas grises que dibujabanparecían los contornos de las piezasde un rompecabezas que se extendíahasta el infinito, conectando unfragmento de tierra con el siguiente.A Holly aún le faltaban piezas para

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completar el rompecabezas de supropia mente.

—Sí —musitó—. Estoy bien.—¡Tengo que llamar a Tom, de

verdad! —susurró Denise,desplomándose en la cama dematrimonio que compartía conHolly en la habitación del hotel.Sharon dormía como un tronco en lacama supletoria tras negarse aescuchar la divertidísima idea deDenise de que ella debía ocupar lacama doble debido al tamaño de subarriga. Se había acostado muchomás temprano que las demás, despuésde acabar por aburrirse con su

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comportamiento en estado deembriaguez.

—Tengo órdenes estrictas de nodejarte llamar a Tom —dijo Holly,bostezando—. Este fin de semana essólo para chicas.

—Por favor—suplicó Denise. —No. Y voy a confiscarte el teléfono.Le arrebató el móvil de la mano y loescondió en el armario ropero.

Denise parecía a punto deecharse a llorar. Al ver que Holly setumbaba en la cama y cerraba losojos, se dispuso a urdir un plan.Esperaría hasta que Holly sedurmiera y entonces llamaría aTom.

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Holly había estado tan callada todoel día que Denise se sentía un pocomolesta. Cada vez que le hacía unapregunta, Holly le contestaba conmonosílabos y todos los intentos portrabar conversación habían sido enbalde. Resultaba obvio que Holly noestaba divirtiéndose mucho fiero loque realmente irritaba a Denise eraque ni siquiera lo intentara o que almenos fingiera pasarlo bien.Entendía que Holly estuviera triste yque tenía que hacer frente a unmontón de cosas en su vida, pero setrataba de su despedida de soltera yno podía evitar sentir que Holly

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estaba aguando un poco la fiesta.La habitación seguía dándole

vueltas. Pese a tener los ojos cerrados,Holly no podía dormir. Eran lascinco de la madrugada, lo quesignificaba que había estadobebiendo durante casi doce horasseguidas. Le dolía la cabeza. Sharonse había rendido mucho antes yhabía tenido la sensatez de acostarserelativamente temprano. Las paredesgiraban sin parar y a Holly se lerevolvía el estómago. Se sentó en lacama e intentó mantener los ojosabiertos para evitar la sensación demareo.

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Se volvió hacia Denise parahablar con ella, pero los ronquidos desu amiga abortaron cualquier intentode comunicación entre ambas. Hollysuspiró y echó un vistazo a lahabitación. Habría dado cualquiercosa con tal de estar en su casa ydormir en su propia cama rodeada deolores y ruidos conocidos. Buscó atientas el mando a distancia por elcubrecama y conectó el televisor. Lapantalla se iluminó con anunciospublicitarios. Observó atentamentela demostración de un nuevo cuchillopara cortar naranjas sin salpicarte elrostro de jugo. Vio los asombrosos

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calcetines que nunca se perdíandurante la colada y que siemprepermanecían emparejados.

Denise soltó un ronquido muyfuerte y dio una patada a Holly en laespinilla al cambiar de postura.Holly hizo una mueca y se frotó lapierna mientras observaba consimpatía los vanos esfuerzos deSharon por tumbarse boca abajo.Finalmente ésta logró acomodarse decostado y Holly fue corriendo alcuarto de baño y asomó la cara alretrete, preparada para lo quepudiera venir. Deseó no haber bebidotanto, pero con tanta cháchara sobre

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bodas, maridos y matrimonios feliceshabía necesitado todo el vino del barpara no gritar a las chicas quecerraran el pico. Le daba miedopensar cómo serían los dos días quetenía por delante. Las amigas deDenise eran el doble de malas que lapropia Denise. Escandalosas yextremadas, se comportabanexactamente como debíancomportarse las chicas en unadespedida de soltera, pero a Holly lefaltaban energías para seguirles elritmo. Al menos Sharon tenía laexcusa de estar embarazada. Podíafingir que no se encontraba bien o

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que estaba cansada. En cambio, ellano tenía ninguna excusa, aparte delhecho de haberse convertido en unaverdadera pelmaza, y estabareservando esa excusa para cuandorealmente la necesitara.

Parecía que fuese ayer cuandoHolly celebró su despedida desoltera, pero en realidad habíantranscurrido más de siete años. Sehabía ido a Londres con un grupo dediez chicas a pasar un fin de semanade juerga sin tregua, pero terminóañorando tanto a Gerry que teníaque hablar con él por teléfono a cadahora. Por aquel entonces la

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dominaba un gran entusiasmo por loque le aguardaba, y el futuro parecíade lo más prometedor.

Iba a casarse con el hombre desus sueños y a vivir y envejecer con élhasta el fin de sus días. Durante todoel fin de semana que estuvo fueracontó las horas que faltaban pararegresar a casa y el vuelo a Dublín lallenó de entusiasmo. Aunque sólo sehabía ausentado unos días, a Holly leparecieron una eternidad. Gerry laesperaba en el vestíbulo de llegadassosteniendo un gran cartel querezaba: MI FUTURA ESPOSA. Alverlo soltó las maletas, corrió a su

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encuentro y lo abrazó con todas susfuerzas. De haber sido por ella, aúnseguiría abrazada a él. La gente nosabía el lujo que era poder abrazar asu ser querido cuando le venía engana. La escena del aeropuerto ahoraparecía sacada de una película, perohabía sido real: sentimientos reales,emociones reales y amor real porquese trataba de la vida real. La mismavida que se había convertido en unapesadilla para ella.

Sí, finalmente se las habíaarreglado para levantarse de la camatodas las mañanas. Sí, incluso habíaconseguido vestirse casi todos los

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días. Sí, había logrado encontrar unempleo en el que había conocido agente nueva y sí, por fin, habíavuelto a comprar comida y aalimentarse como era debido. Sinembargo, ninguna de aquellas cosasla llenaba de euforia. Eran merasformalidades, algo más que borrar dela lista de «cosas que hace la gentenormal». Ninguna de aquellas cosascolmaba el vacío de su corazón; eracomo si su cuerpo se hubieseconvertido en un inmensorompecabezas, igual que los camposverdes con sus hermosos muros depiedra gris que conectaban toda

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Irlanda. Había comenzado a trabajarpor las esquinas y los bordes de surompecabezas porque eran las partesfáciles y ahora que ya tenía el marcocompleto le quedaba pendiente laparte más complicada, llenar elinterior. Pero nada de lo que habíahecho hasta entonces lograba llenarel vacío de su corazón, aún no habíaencontrado aquella pieza delrompecabezas.

Holly carraspeó ruidosamente yfingió un acceso de ros para ver sialguna de las chicas despertaba yhablaba con ella. Necesitaba hablar,necesitaba llorar Y, airear todas las

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frustraciones y desilusiones de suvida. Ahora bien, ¿qué más podíacontar a Sharon y Denise que no leshubiese contado antes? ¿Qué otroconsejo podían darle que no lehubiesen dado ya? Holly les repetíalas mismas preocupaciones una yotra vez. A veces sus amigasconseguían hacerse entender y ellaadoptaba una actitud más positiva yconfiada que apenas le duraba unosdías, transcurridos los cuales volvía asumirse en la desesperación.

Al cabo de un rato, cansada demirar las cuatro paredes, Holly sepuso el chándal y bajó al bar del

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hotel.Charlie soltó un bufido de

frustración al oír que los ocupantesde la mesa del fondo del bar reían acarcajadas una vez más. Siguiófregando la barra y echó un vistazo asu reloj. Las cinco y media y allíestaba él, trabajando sin podermarcharse a casa. Había pensado queera un hombre con suerte al ver quelas chicas de la despedida de solteradecidían acostarse antes de lo queesperaba, pero justo cuando estabaacabando de recoger llegó al hotelotro grupo procedente de un clubnocturno del centro de Galway que

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ya había cerrado. Y allí seguían. Enrealidad hubiese preferido atender alas chicas en lugar de a aquellapandilla de arrogantes que se habíainstalado al fondo del bar. Aunque nisiquiera eran huéspedes del hotel notenía más remedio que servirlospuesto que una de sus integrantes erala hija del dueño del hotel, que habíatenido la brillante idea de llevar atodos sus amigos al bar. Ella y suarrogante novio, a quienes no podíaver ni en pintura.

—¡No me digas que vuelves a porotra! —bromeó el camarero cuandouna de las mujeres de la despedida de

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soltera entró en el bar. La vio chocarcontra la pared varias veces caminode los taburetes de la barra. Charliese aguantó la risa.

—Sólo quiero un vaso de agua —dijo Holly, hipando—. Oh, Dios mío—se lamentó al ver su imagen en elespejo que había detrás de la barra.Charlie tuvo que admitir quepresentaba un aspecto un tantochocante, le recordó un poco alespantapájaros de la granja de supadre. El pelo parecía de paja y lollevaba revuelto, el contorno de losojos estaba tiznado de rímel corrido ytenía los dientes manchados de vino

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tinto.—Aquí tienes —dijo Charlie,

sirviéndole un vaso de agua.—Gracias. —Mojó el dedo en el

agua y se limpió el rímel de la cara yel vino de los dientes.

Charlie comenzó a reír y Hollyentornó los ojos para leer el nombrede su etiqueta de identificación.

—¿De qué te ríes, Charlie?—Pensaba que estabas sedienta.

Podría haberte dado una toallita sime la hubieses pedido —dijo riendoentre dientes.

La mujer también rió y suavizósu expresión. —Creo que el hielo y el

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limón le van bien a mi cutis.—Vaya, eso sí que es una

novedad. —Charlie volvió a reír ysiguió limpiando la barra—. ¿Oshabéis divertido esta noche?

Holly suspiró. —Supongo.«Divertirse» no era una palabra

que usara a menudo de un tiempo aesta parte. Se había reído de lasbromas toda la noche y se habíaentusiasmado por Denise, pero eraconsciente de no estar del todopresente. Se sentía como la típicaniña tímida del colegio que siempreestá ahí pero nunca dice nada ninadie se dirige a ella. No reconocía a

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la persona en la que se habíaconvertido; ansiaba ser capaz de dejarde mirar el reloj cada vez que salía,esperando que la velada terminarapronto para poder regresar a casa ymeterse en su cama. Quería dejar dedesear que el tiempo pasara deprisa yvolver a disfrutar del momento. Sí, lecostaba trabajo disfrutar de losmomentos.

—¿Estás bien?Charlie dejó de limpiar la barra y

la observó. Tuvo la horriblesensación de que iba a echarse allorar, aunque estaba acostumbrado atales situaciones. Mucha gente se

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ponía melancólica cuando bebía.—Echo de menos a mi marido —

susurró Holly, y los hombros letemblaron.

Charlie esbozó una sonrisa.—¿Qué tiene de gracioso? —

preguntó Holly mirándolo enojada.—¿Cuánto tiempo estaréis aquí?—El fin de semana —contestó

Holly, enrollando un pañuelo usadoen el dedo.

Charlie rió y luego preguntó:—¿Nunca has pasado un fin de

semana sin él? Vio que la mujerfruncía el entrecejo.

—Sólo una vez —contestó

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finalmente—. Y fue en mi propiadespedida de soltera.

—¿Cuánto hace de eso?—Siete años. —Una lágrima rodó

por su mejilla. Charlie negó con lacabeza.

—Eso es mucho tiempo. Aunquesi lo hiciste una vez, podrás hacerlootra —dijo sonriendo—. El siete es elnúmero de la suerte, como sueledecirse. Holly soltó un bufido. ¿Dequé hablaba aquel tipo?

—No te preocupes —añadióCharlie con tono amable—. Seguroque tu marido estará muy deprimidosin ti.

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—Por Dios, espero que no —contestó Holly, abriendo mucho losojos.

—¿Lo ves? Apuesto a quetambién espera que no estésdeprimida sin él. Deberías disfrutarde la vida.

—Tienes razón —dijo Holly,tratando de animarse—. No legustaría verme infeliz.

—Ése es el espíritu que hay quetener.

Charlie sonrió y dio un brinco alver que la hija del dueño se dirigíahacia la barra fulminándolo con lamirada.

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—,Oye, Charlie, hace siglos queintento avisarte! —exclamó—. Quizási dejaras de hablar con los clientesde la barra y estuvieras más por lalabor, mis amigos y yo no estaríamostan sedientos —dijo maliciosamente.

Holly se quedó perpleja. Aquellamujer tenía que ser una descaradapara dirigirse a Charlie así, y ademássu perfume era tan intenso queHolly empezó a toser.

—Perdona ate pasa algo? —preguntó la mujer mirando a Hollyde arriba abajo.

—Pues sí, ya que lo preguntas —dijo Holly arrastrando las palabras, y

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bebió un sorbo de agua—. Tuperfume es repugnante y me estáprovocando náuseas.

Charlie se puso en cuclillas detrásde la barra fingiendo que buscaba unlimón y se echó a reír. Tratando derecobrar la compostura, procuróapartar de su mente las voces deambas mujeres discutiendo.

—¿A qué viene tanto retraso? —preguntó una voz grave. Charlie sepuso de pie de un salto al identificarla voz del novio, que era aún peor—.¿Por qué no te sientas, cariño? Yallevaré yo las copas —dijo.

—De acuerdo, al menos queda

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una persona educada en este lugar —soltó airada, repasando de nuevo aHolly con la mirada antes de alejarseecha una furia hacia la mesa.

Holly se fijó en el exageradobamboleo de sus caderas. Debía deser modelo o algo por el estilo,decidió. Eso explicaría sus malosmodales. —¿Cómo estás? —preguntóa Holly el hombre que tenía al lado,mirándole el busto.

Charlie tuvo que morderse lalengua para no decir nada mientrasservía una jarra de Guinness depresión y luego la dejaba reposar enla barra. De todos modos, algo le

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decía que la mujer de la barra nosucumbiría a los encantos de Stevie,sobre todo teniendo en cuenta lo locaque estaba por su marido. Charlietenía ganas de ver cómo plantabanceremoniosamente a Stevie.

—Estoy bien —contestó Holly demanera cortante, evitando mirarlo alos ojos.

—Me llamo Stevie —dijotendiéndole la mano.

—Yo Holly —masculló ella, y leestrechó la mano ya que no queríapasarse de grosera.

—Holly, qué nombre tan bonito.Stevie retuvo su mano más

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tiempo del debido y Holly se vioobligada a mirarlo a los ojos. Teníaunos ojazos azules muy brillantes.

—Eh… gracias —musitó incómodapor el cumplido, y se ruborizó.Charlie suspiró, resignado. Hasta ellahabía caído en sus garras. Su únicaesperanza de satisfacción paraaquella noche se había ido al traste.

—¿Me permites invitarte a unacopa, Holly? —preguntó Stevie convoz melosa.

—No, gracias, ya estoy servida.—Y bebió un sorbo de agua.

—Muy bien, ahora voy a llevarestas copas a mi mesa y luego volveré

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para invitar a la encantadora Holly auna copa.

Le dedicó una sonrisa repulsivaantes de marcharse. Charlie puso losojos en blanco en cuanto le dio laespalda.

—¿Quién es ese gilipollas? —preguntó Holly, perpleja, y Charlierió, encantado de que no se hubiesetragado el anzuelo. Era una damasensata pese a que estuviera llorandopor su marido tras un solo día deseparación. Charlíe bajó la voz.

—Es Stevie, sale con esa brujarubia que ha venido hace unmomento. Su padre es el dueño del

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hotel, así que no puedo decirle a lasclaras adónde me gustaría mandarla,aunque me muero de ganas. Pero nomerece la pena perder el empleo porculpa de ella.

—En mi opinión sí merecería lapena —dijo Holly, observando a lachica y pensando cosas desagradables—. En fin, buenas noches, Charlie.

—¿Te vas a dormir?Holly asintió con la cabeza.—Ya va siendo hora; son más de

las seis ——dijo dando unos toques asu reloj—. Espero que puedasmarcharte pronto a casa—agregósonriendo.

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—Yo no apostaría por ello —contestó Charlie, y la siguió con lamirada mientras salía del bar.

Stevie fue tras ella y Charlie, aquien tal maniobra le resultósospechosa, se aproximó a la puertapara asegurarse de que todo iba bien.La rubia, al percatarse de la súbitapartida de su novio, se levantó de lamesa y llegó a la puerta al mismotiempo que Charlie. Ambos seasomaron al pasillo y vieron a Hollyy Stevie. La rubia soltó un gritoahogado y se tapó la boca con lasmanos.

—¡Eh! —exclamó Charlie,

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enojado al observar cómo Hollyapartaba a empujones al borracho deStevie. Holly se limpió la boca,asqueada por el beso que habíaintentado darle—. Me parece que tehas equivocado, Stevie. Vuelve al barcon tu novia.

Stevie trastabilló y poco a pocose volvió hacia su novia y un airadoCharlie. —¡Stevie! —gritó la rubia—.¿Cómo has podido?

Salió corriendo del hotel hechaun mar de lágrimas. Stevie la seguíade cerca protestando.

—¡Qué asco! —dijo Holly conrepugnancia a Charlie—. Es lo

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último que quería.—No te preocupes, te creo —

aseguró Charlie, apoyando una manoen su hombro para reconfortarla—.He visto lo que ha pasado desde lapuerta.

—Vaya, hombre, ¡muchas graciaspor venir a rescatarme! —se lamentóHolly.

—He llegado demasiado tarde, losiento. Aunque debo admitir que hedisfrutado presenciando la escena. —Rió pensando en la rubia y se mordióel labio, sintiéndose culpable.

Holly sonrió al mirar al fondo delpasillo y ver a Stevie y a su frenética

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novia discutir a gritos en la calle.—Vaya —murmuró con

complicidad a Charlie.Holly chocó con todo cuanto

había en la habitación al intentarllegar hasta la cama en la oscuridad.

—¡Au! —protestó al golpearse elmeñique contra la pata de la cama.—¡Shhh! —dijo Sharon adormilada, yHolly refunfuñó hasta que llegó a lacama. Se puso a dar golpecitos en elhombro a Denise hasta que ladespertó.

—¿Qué? ¿Qué? —musitó Denise,medio dormida.

—Toma. —Holly apretó el móvil

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contra la cara de Denise—. Llama atu futuro marido, dile que le quieresy que no se enteren las chicas.

Al día siguiente Holly y Sharonfueron a dar un largo paseo por laplaya justo en las afueras de Galway.Aunque era octubre, soplaba unabrisa cálida y Holly no necesitó elabrigo. De pie en la arena, con unablusa de manga larga, escuchaba elchapoteo del agua en la orilla. Elresto de las chicas habían optado porun almuerzo líquido, pero elestómago de Holly no estabapreparado para eso.

—¿Estás bien, Holly?

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Sharon se le acercó por detrás yle rodeó los hombros con el brazo.Holly suspiró.

—Cada vez que alguien me haceesa pregunta digo lo mismo, Sharon,«estoy bien, gracias», pero si quieresque te sea sincera, no lo estoy.¿Acaso la gente realmente quieresaber cómo te sientes cuando tepregunta cómo estás? ¿O sólo intentaser educada? —Holly sonrió—. Lapróxima vez que mi vecina mepregunte «cómo estás?» le diré:«Bueno, la verdad es que no estoynada bien, gracias. Me siento unpoco deprimida y sola. Estoy

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cabreada con el mundo. Envidiosa deti y de tu familia perfecta aunque noespecialmente envidiosa de tumarido, ya que tiene que vivircontígo.» Y luego le contaré que hecomenzado a trabajar en un sitionuevo, que he conocido a un montónde gente nueva y que me esfuerzomucho por recobrar el ánimo, peroque en el fondo sigo perdida porqueno sé qué más hacer. También lecontaré cuánto me molesta que medigan continuamente que el tiempolo cura todo aunque la ausencia haceque aumente el cariño, lo cual meconfunde, porque significa que

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cuanto más tiempo pase desde que sefue mas voy a quererle. Le contaréque no hay nada que cure esa pena yque cuando me despierto por lasmañanas en la cama vacía es como síme echaran sal a una herida abierta.—Holly exhaló un hondo suspiro—.Y luego le contaré cuánto añoro a mimarido y lo fútil que me parece lavida; lo poco que me interesa hacercosas y la sensación que tengo deestar aguardando a que mi vida seacabe para poder reunirme con él. Yella probablemente dirá: «Ah, muybien», como hace siempre, dará unbeso de despedida a su marido, subirá

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al coche y acompañará a los niños alcolegio, irá a trabajar, preparará lacena y cenará en familia, se acostarácon su marido y asunto resuelto,mientras que yo seguiré intentandodecidir el color de la blusa que voy aponerme para ir a trabajar. ¿Qué teparece? —Holly se volvió haciaSharon.

—¡Uuuuuu! —Sharon dio unbrinco y retiró el brazo de loshombros de Holly.

—¿Uuuuuu? —repitió Holly,ceñuda—. ¿Te digo todo esto y sólose te ocurre decir «Uuuuuu»?

Sharon se llevó la mano al vientre

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y rió. —No, tonta, ¡el bebé me hadado una patada! Holly abrió laboca, perpleja.

—¡Tócalo! —instó Sharon,sonriendo.

Holly puso su mano en la barrigahinchada de Sharon y notó lapatadita. Los ojos se le llenaron delágrimas.

—Oh, Sharon, si cada minuto demi vida estuviera lleno de momentosperfectos como éste, nunca másvolvería a quejarme.

—Pero, Holly, nadie tiene la vidallena de momentos perfectos. Y sifuera así, dejarían de ser perfectos.

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Serían normales. ¿Cómo conoceríasla felicidad si nunca experimentarasbajones?

—¡Uuu! —exclamaron al unísonocuando el bebé dio otra patada. —¡Creo que este niño va a serfutbolista como su padre! —Sharonrió.

—¿Niño? —Holly soltó un gritoahogado—. ¿Vas a tener un niño?Sharon asintió y los ojos le brillaronde emoción.

—Holly, te presento al pequeñoGerry. Gerry ésta es tu madrina,Holly.

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4444

—Hola, Alice —dijo Holly,inclinándose hacia ella. Llevaba unrato de pie frente a su escritorio yAlice no había abierto la boca.

—Hola —se limitó a contestarAlice, evitando mirarla. Hollysuspiró e inquirió:

—¿Estás enfadada conmigo?—No —replicó con la misma

brusquedad—. Chris te espera en sudespacho.

—Quiere que escribas otroartículo.

—¿Otro artículo? —Holly dio un

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respingo.—Eso es lo que ha dicho.—Alice, ¿por qué no lo escribes

tú? —preguntó Holly en un susurro—. Eres una escritora fantástica.Seguro que si Chris supiera lo bienque lo haces no dudaría…

—Lo sabe —la interrumpió Alice.—¿Qué? —Holly se mostró

confusa—. ¿Sabe que escribes?—Hace cinco años pedí trabajo

como redactora, pero éste era elúnico puesto vacante. Chris me dijoque si esperaba un poco quizá saldríaalgo. Holly no estaba acostumbradaa ver a la siempre alegre Alice tan…

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la palabra molesta no bastaba paradescribirla. Estaba claramenteenojada.

Holly respiró hondo y se dirigióal despacho de Chris. Algo le decíaque tendría que escribir el próximoella sola. Holly sonreía al pasar laspáginas del número de noviembre enel que había trabajado. Estaría en lastiendas al día siguiente y se sentíaentusiasmada. Su primera revistaestaría en los estantes y tambiénpodría abrir la carta de noviembre deGerry. Sería un gran día.

Aunque ella sólo había vendidolos espacios para publicidad, se sentía

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muy orgullosa de formar parte de unequipo que conseguía producir algocon una apariencia tan profesional.Estaba a años luz de aquel patéticofolleto que había impreso años atrás,y rió al recordar haberlo mencionadoen la entrevista. Como si eso pudieraimpresionar a Chris. Pero pese a todosentía que rea!mente habíademostrado su valía. Había cogido lasriendas de su trabajo y lo habíaconducido hasta el éxito.

—Da gusto verte tan contenta —le espetó Alice con aspereza,entrando en el despacho de Holly ytirando dos trocitos de papel al

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escritorio—. Has tenido dos llamadasmientras estabas fuera. Una deSharon y otra de Denise. Por favor,di a tus amigas que te llamen a lahora del almuerzo, que yo no estoypara que me hagan perder el tiempo.

—Muy bien, gracias—dijo Holly,echando un vistazo a los mensajes.Alice había garabateado algocompletamente ilegible, casi seguro apropósito—. ¡Oye, Alice! —la llamóen cuanto Alice salió dando unportazo.

—¿Qué? —replicó tras abrir lapuerta de nuevo.

—¿Has leído el artículo de la

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fiesta? ¡Las fotos han quedadofantásticas! Estoy muy orgullosa. —Esbozó una amplia sonrisa.

—¡No, no lo he leído! erijo Alice,y volvió a dar un portazo.

Holly se echó a reír y salió deldespacho tras ella con la revista aúnen la mano.

—¡Pero échale un vistazo, Alice!¡Es muy bueno! ¡Daniel se pondrámuy contento!

—Pues me alegro por ti y porDaniel —soltó Álice, revolviendo lospapeles de su escritorio como siestuviera muy ocupada.

Holly puso los ojos en blanco.

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—¡Oye, deja de portarte comouna cría y lee el puñetero artículo!

—¡No! —replicó Alice.—Muy bien, pues te vas a perder

la foto donde sales con ese pedazo dehombre semidesnudo…

Holly se volvió y comenzó aalejarse lentamente. —¡Dame eso!

Alice le arrebató la revista de lamano y fue pasando páginas. Alllegar a la del lanzamiento de BlueRock se quedó atónita. En lo alto dela página ponía «Atice en el país delas maravillas» junto a la foto queHolly le había sacado con el modelomusculoso.

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—Lee en voz alta —ordenóHolly.

La voz de Alice temblaba cuandocomenzó a leer:

—«Una nueva bebida deAlco hasalido al mercado y nuestracorresponsal de fiestas, AliceGoodyear, fue a averiguar si el nuevorefresco era tal como…» —Se quedósin habla y se tapó la boca,impresionada—. ¿Corresponsal defiestas?

Holly fue a buscar a Chris y éstesalió muy sonriente del despacho. —Buen trabajo, Alice; escribiste unartículo fantástico. Es muy ameno —

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le dijo dándole una palmada en elhombro—. De modo que he creadouna nueva página llamada «Alice enel país de las maravillas», para quecada mes escribas sobre alguno deesos eventos raros y maravillosos a losque tanto te gusta asistir.

Alice soltó un grito ahogado ybalbuceó: —Pero Holly…

—Holly no sabe escribir. —Chrisrió—. Tú, en cambio, eres una granescritora. Debería haber aprovechadotu talento hace tiempo. Lo sientomucho, Atice.

—¡Oh, Dios mío! —exclamóhaciéndole caso omiso—. ¡Muchas

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gracias, Holly!Le echó los brazos al cuello y la

estrechó con tanta fuerza que Hollyapenas podía respirar. Cuando porfin se zafó del abrazo, jadeó pararecobrar el aliento y dijo:

—¡Alice, ha sido el secreto másdifícil de guardar del mundo!

—¡Lo supongo! ¿Cómo diablos nome habré dado cuenta? —Atice miróa Holly, perpleja, y luego se volvióhacia Chris—. Cinco años, Chris —dijo acusadoramente.

Chris hizo una mueca y asintiócon la cabeza.

—He esperado cinco años para

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esto —añadió Alice.—Lo sé, lo sé —admitió Chris,

rascándose el hombro como uncolegial al que estuvieranreprendiendo—. ¿Por qué no te pasaspor mi despacho y lo hablamostranquilamente?

—Supongo que podría hacerlo —replicó Alice, muy seria aunqueincapaz de disimular el brillo dealegría de sus ojos.

Chris se encaminó a su despachoy Alice se volvió hacia Holly y leguiñó el ojo antes de seguirlo.

Holly se dirigió a su despacho.Debía ponerse a trabajar en el

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número de diciembre.—¿Qué demonios…? —exclamó al

tropezar con un montón de bolsosque había ante su puerta—. ¿Qué estodo esto?

Chris hizo una mueca al salir desu despacho para preparar una tazade té para Alice.

—Oh, son los bolsos de JohnPaul.

—¿Los bolsos de John Paul? —repitió Holly con una risita.

—Para el artículo que estápreparando sobre los bolsos de estatemporada o alguna otra tontería porel estilo —explicó Chris, fingiendo

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no tener el menor interés.—Vaya, pues son fantásticos —

dijo Holly, agachándose para cogeruno. —Bonitos, ¿verdad? —dijo JohnPaul, apoyándose en el marco de lapuerta de su despacho.

—Sí, éste me encanta—dijo y selo colgó del hombro—. ¿Me quedabien? Chris hizo otra mueca.

—¿Cómo quieres que un bolso nole quede bien a alguien? ¡Es un bolso,por el amor de Dios!

—Tendrás que leer el artículoque estoy escribiendo para el mesque viene —le advirtió John Paul,señalando a su jefe con el dedo—. No

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todos los bolsos le sientan bien a todoel mundo, ¿sabes? —Se volvió haciaHolly—. Puedes quedártelo siquieres.

—¿Para siempre? —dijo ahogandoun grito—. Debe de costar cientos. —Sí, pero tengo un montón, tendríasque ver la cantidad de cosas que medio el diseñador. ¡Quería comprarmecon sus regalos, el muy descarado!John Paul fingió estar ofendido.

—Apuesto a que le dio resultado—dijo Holly.

—Por supuesto, la primera frasedel artículo será: «¡Que todo elmundo salga a comprar uno, son

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fabulosos!» —John Paul rió.—¿Qué más tienes? —preguntó

Holly, tratando de mirar al interiordel despacho.

—Estoy preparando un artículosobre qué hay que llevar en lasfiestas navideñas que están al caer.Hoy me han llegado unos cuantosvestidos. De hecho —miró a Holly dearriba abajo y ella escondió la barriga—, hay uno que te quedaría defábula. Ven y te lo pruebas.

—¡Qué bien! —exclamó Hollyriendo—. Aunque sólo echaré unvistazo, John Paul, porque la verdades que este año no voy a necesitar

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ningún vestido de fiesta.Chris, que estaba escuchando la

conversación, negó con la cabeza yvociferó desde su despacho:

—¿Es que nadie trabaja nunca enesta puñetera oficina?

—¡Sí! —replicó Tracey, gritandoa su vez—. Así que cállate y no nosdistraigas más.

Todo el personal de la revista rióy Holly hubiese jurado que vio aChris sonreír antes de dar un portazopara conseguir un efecto dramático.

Después de inspeccionar lacolección de John Paul, Hollyreanudó el trabajo y al cabo de un

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rato devolvió la llamada a Denise.—¿Diga? Aquí la tienda de ropa

anticuada, fea y ridículamente cara.Encargada de mala uva al habla.¿Qué desea?

—¡Denise! —exclamó Holly—.¡No puedes contestar al teléfono así!Denise rió.

—Bah, no te preocupes, tengoidentificador de llamadas. Ya sabíaque eras tú.

—Hmmm… —Holly desconfiaba;le extrañaba que Denise tuviera¡dentificador de llamadas en elteléfono del trabajo—. Me hanpasado un recado de que me habías

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llamado.—Ah, sí, sólo llamaba para

confirmar que asistirías al baile. Tomva a reservar mesa para el de este año.

—¿Qué baile?—El baile de Navidad al que

vamos todos los años, tonta.—Ah, sí, el baile de Navidad… —

Holly rió—. Lo siento, pero este añono puedo ir.

—¿Cómo que no puedes ir?—Estaremos de cierre… —mintió.

Bueno, desde luego tenía una fechade cierre pero la revista ya estabaterminada, lo que significaba que enrealidad no tenía ninguna necesidad

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de trabajar ese día hasta tan tarde.—Pero si no tenemos que estar

allí hasta después de las ocho —insistió Denise, tratando deconvencerla—. Podrías presentarte alas nueve si así te va mejor, sólo teperderías las copas del aperitivo. Esun viernes por la noche, Holly, nopueden esperar que trabajes unviernes por la noche…

—Oye, Denise, lo siento —dijoHolly con firmeza—. Estoydemasiado ocupada.

—Eso es toda una novedad —musitó Denise.

—¿Qué has dicho? —preguntó

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Holly, un tanto enojada.—Nada —replicó Denise.—Te he oído. Has dicho que eso

era toda una novedad, ¿me equivoco?—Pues verás, resulta que me

tomo el trabajo muy en serio,Denise, y no tengo intención deperder mi empleo por culpa de unbaile estúpido.

—Muy bien —rezongó Denise—.Pues no vayas.

—¡No iré!—¡Estupendo!—Bueno, pues me alegro de que

te parezca bien, Denise.—Holly no pudo evitar sonreír

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ante el diálogo tan estúpido quemantenían.

—Me alegro de que te alegre —agregó Denise, enojada.

—Oh, no seas tan infantil,Denise. —Holly puso los ojos enblanco—. Tengo que trabajar, es tansimple como eso.

—Bueno, no me sorprende, es loúnico que haces últimamente —replicó—. Nunca quieres salir. Cadavez que te llamo resulta que estásocupada haciendo algo al parecermucho más importante, comotrabajar. Durante mi despedida desoltera parecía que estuvieras

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pasando el peor fin de semana de tuvida y ni siquiera te dignaste salir lasegunda noche. En realidad, no sé porqué te molestaste en ir. Si tienesalgún problema conmigo, Holly,¡preferiría que me lo dijeras a la caraen lugar de portarte como unapelmaza!

Holly se quedó perpleja y miró elteléfono. No podía creer que Denisedijera aquellas cosas. Le parecíamentira que Denise fuese tanestúpida y egoísta como para pensarque todo aquello tenía que ver conella y no con las preocupacionesíntimas de Holly. No obstante, no

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era de extrañar que creyera estarperdiendo el j uicio cuando una desus mejores amigas era incapaz decomprenderla.

—Nunca había oído uncomentario más egoísta que ése. —Holly procuró controlar la voz, peronotó que el enojo salpicaba suspalabras.

—¿Que soy egoísta? —chillóDenise—. ¡Fuiste tú quien seescondió en la habitación durante midespedida de soltera! ¡Y era midespedida de soltera! ¡Se supone queeres mi dama de honor!

—Estaba en la habitación con

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Sharon, ¡lo sabes de sobra! —sedefendió Holly.

—¡Tonterías! Sharon nonecesitaba que nadie le hicieracompañía. Está embarazada, noagonizante. ¡No es preciso que estésa su lado veinticuatro horas al día!

Hizo una pausa al darse cuentade lo que acababa de decir.

Furiosa, Holly dijo con voz cadavez más temblorosa a medida quehablaba:

—Y aún te extraña que no quierasalir contigo. Pues es por esta clasede comentarios estúpidos einsensibles. ¿Alguna vez te has

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parado a pensar lo duro que resultapara mí? Os pasáis el día hablando devuestros malditos preparativos deboda, de lo felices que sois y loentusiasmadas que estáis y de lasganas que tienes de pasar el resto detu vida compartiendo con Tom ladicha conyugal. Por si no te has dadocuenta, Denise, yo no tuve esaoportunidad porque mi maridomurió. Aunque me alegro mucho porti, de verdad. Me encanta que seasfeliz y no pido ningún trato especial,lo único que pido es un poco depaciencia para comprender que ¡nolo habré superado hasta dentro de

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unos meses! En cuanto al baile, notengo la menor intención de ir a unsitio que frecuenté con Gerrydurante los diez años que estuvimosjuntos. Puede que no lo comprendas,Denise, pero por curioso que parezcame resultaría un poco difícil, paradecirlo suavemente. ¡Así que no mereservéis un cubierto, estaré muybien quedándome en casa! —gritó ycolgó el auricular de golpe. Rompió allorar y apoyó la cabeza en elescritorio sin dejar de sollozar. Sesentía perdida. Ni siquiera su mejoramiga la comprendía. Quizásestuviera volviéndose loca. Quizá ya

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debería haber superado la pérdida deGerry. Quizás aquello era lo quehacía la gente normal cuandofallecían sus seres queridos. Una vezmás pensó que tendría que habercomprado el manual para viudas paraver el tiempo recomendado de luto,dejando así de ser una lata para susfamiliares y amigos.

Finalmente el llanto dio paso aunos débiles sollozos y advirtió elsilencio que reinaba en la oficina.Comprendió que todo el mundo lahabría oído y sintió tanta vergüenzaque no se atrevió a salir al cuarto debaño en busca de un pañuelo de

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papel. Le ardía la cabeza y tenía losojos hinchados de tanto llorar. Sesecó las lágrimas con la manga de lablusa.

—¡Mierda! —farfulló tirandounos papeles de encima del escritorioal darse cuenta de que habíamanchado de base de maquillaje,rímel y pintalabios la manga de sublusa blanca. Se incorporó en elasiento al oír que llamaban a supuerta.

—Adelante —dijo con un hilo devoz.

Chris entró en el despacho condos tazas de té.

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—¿Té? —propuso arqueando lascejas, y Holly le sonrió débilmente alrecordar la broma del día de laentrevista. Chris dejó una tazadelante de ella y se sentó en la sillade enfrente—. ¿Estás pasando un maldía? —preguntó con toda laamabilidad de la que era capaz suimponente voz.

Holly asintió con la cabeza y denuevo se le saltaron las lágrimas. —Perdona, Chris. —Hizo un gesto conla mano mientras intentaba recobrarla compostura—. No afectará a mitrabajo —dijo entrecortadamente.

—Holly, eso no me preocupa lo

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más mínimo, eres una grantrabajadora —dijo Chris, restándoleimportancia.

Holly sonrió, agradecida por elcumplido. Al menos estaba haciendouna cosa bien.

—¿Quieres marcharte a casa mástemprano?

—No, gracias, el trabajo memantiene la mente ocupada.Apenado, Chris negó con la cabeza.

—Ésa no es forma desolucionarlo, Holly. Nadie lo sabetan bien como yo. Me he encerradoentre estas cuatro paredes y de pocome ha servido. Al menos a la larga.

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—Pero tú pareces feliz—musitóHolly con voz temblorosa.

—Ser y parecer algo no es lomismo. Me consta que lo sabes.Holly asintió, desolada.

—No tienes que hacerte lavaliente todo el tiempo, sabes? —Letendió un pañuelo de papel.

—De valiente no tengo nada —replicó Holly, y se sonó.

—¿Alguna vez has oído eso deque hay que tener miedo para servaliente?

Holly meditó un instante.—Pero no me siento valiente, sólo

tengo miedo.

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—Bah, todos tenemos miedo enalgún momento. No hay nada demalo en ello y llegará un día en quedejarás de tener miedo. ¡Mira todo loque has hecho! —Chris levantó lasmanos como abarcando el despacho—. ¡Y mira esto! —Pasó las páginasde una revista—. Éste es el trabajo deuna persona muy valiente. Hollesonrió.

—Me encanta el trabajo.—¡Y eso está muy bien! Pero

debes aprender a disfrutar de otrascosas que no sean el trabajo.

Holly frunció el entrecejo.Esperó que aquello no fuera a

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convertirse en una charla entreperdedores desdichados.

—Me refiero a aprender aquererte a ti misma, a disfrutar de tunueva vida. No permitas que toda tuvida gire en torno a tu empleo. Túeres más que eso. Holly levantó lascejas. «Dijo la sartén al cazo: retírateque me manchas», pensó.

—Ya sé que no puedo ponermecomo ejemplo. —Chris hizo un gestode asentimiento con la cabeza—.Pero también voy aprendiendo… —Apoyó una mano en la mesa ycomenzó a apartar migas imaginariasmientras pensaba en lo que iba a

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decir a continuación—. Me heenterado de que no quieres asistir aese baile.

Holly creyó morir de vergüenzaal comprender que había oído laconversación.

Chris prosiguió:—Había un millón de sitios a los

que me negaba a ir cuando Maureenmurió —dijo con voz triste—. Losdomingos solíamos ir a pasear aljardín botánico y simplemente mesentía incapaz de regresar allídespués de perderla. Había un sinfínde recuerdos contenidos en cada flory cada árbol que crecía allí. El banco

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donde solíamos sentarnos, su árbolpredilecto, su rosa favorita, cualquierdetalle del parque me recordaba aella.

—¿Volviste a ir? —preguntóHolly. Tomó un sorbo de té y notósu reconfortante calor.

—Hace unos meses —dijo Chris—. Me costó mucho pero lo hice, yahora voy cada domingo. Tienes quehacer frente a las cosas, Holly, ypensar en ellas positivamente. Amenudo me repito: en este lugarsolíamos reír, llorar o discutir, ycuando vas al sitio y recuerdas todosesos momentos que atesoras en la

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memoria, te sientes más cerca de lapersona amada. Puedes celebrar elamor que compartiste en lugar deesconderte de él. —Se echó haciadelante y la miró de hito en hito—.Hay personas que pasan por la vidabuscando y nunca encuentran a sualma gemela. Nunca. Tú y yo laencontramos, sólo que las tuvimospor un período más corto delhabitual. Es triste, pero así es la vida.Así que ve a ese baile, Holly, yacepta el hecho de que tuviste aalguien a quien amaste y que tecorrespondió.

Las lágrimas bañaron el rostro de

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Holly al comprender que Chris teníarazón. Necesitaba recordar a Gerry yalegrarse por el amor que habíancompartido y el que todavía seguíasintiendo, pero no para llorar porellos, no para anhelar los años vividosjuntos que ya no estaban a sualcance. Pensó en la frase que habíaescrito en su última carta para ella:«Recuerda nuestros momentosfelices, pero por favor no tengasmiedo de crear nuevos recuerdos.»Necesitaba alejar al fantasma deGerry para mantener vivo surecuerdo.

Después de su muerte, aún había

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vida para ella.

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—Lo siento, Denise —se disculpóHolly. Estaban sentadas en el cuartode los empleados de la tienda deDenise, rodeadas de cajas llenas deperchas, ropa, bolsos y accesorios queestaban esparcidos sin orden niconcierto por toda la habitación. Enel ambiente se percibía un fuerteolor a moho procedente del polvoque se había acumulado en lasprendas colgadas en rieles desde Diossabía cuándo. Una cámara deseguridad atornillada a la pared lasobservaba y gravaba su conversación.

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Holly observaba el rostro deDenise a la espera de una reacción yvio que su amiga apretaba los labiosy asentía enérgicamente con lacabeza, como para dar a entender quetodo iba bien.

—No, no está bien. —Holly sesentó en el borde de la silla, tratandode mantener una conversación seria—. Perdí los estribos sin querermientras hablábamos por teléfono.Que tenga los nervios a flor de pielno me da derecho a tomarla contigo.

Denise se armó de valor antes dehablar. —No, tenías razón, Holly..

Holly negó con la cabeza e

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intentó manifestar sudisconformidad, pero Denise siguióhablando.

—He estado tan nerviosa con lode la boda que no he pensado en loque debías de sentir tú.

Miró con afecto a su amiga, cuyorostro se veía muy pálido sobre lachaqueta oscura. Holly lo estabahaciendo tan bien que resultaba fácilolvidar que aún tenía que librarse dealgunos fantasmas.

—Pero es normal que estésnerviosa —insistió Holly.

—Y también lo es que tú estésdisgustada —repuso Denise con

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firmeza—. No lo pensé, simplementeno lo pensé. —Se llevó las manos alas mejillas mientras negaba con lacabeza—. No vayas al baile si no vasa estar a gusto. Todos locomprenderemos. —Cogió la manode Holly.

Ésta se sintió confusa. Chrishabía conseguido convencerla de quefuera al baile y ahora su mejor amigale estaba diciendo que le parecíacorrecto que no fuera. Le dolía lacabeza y los dolores de cabeza laasustaban. Se despidió de Denise conun abrazo y le prometió que llamaríamás tarde para comunicarle su

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decisión.Emprendió el regreso a la oficina

sintiéndose aún más insegura queantes. Quizá Denise tuviera razón,no era más que un baile estúpido yno tenía por qué ir si no le apetecía.Sin embargo, aquel estúpido bailetambién era sumamenterepresentativo del tiempo que habíanpasado juntos ella y Gerry. Era unavelada que ambos habían disfrutado,una velada que compartían con susamigos y una oportunidad para bailaral son de sus canciones favoritas. Siacudía sin él, rompería la tradición ysustituiría sus recuerdos felices por

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otros completamente distintos. Noquería hacerlo. Quería aferrarse acada retazo de recuerdo de Gerry yella juntos. La asustaba constatar queempezaba a olvidar su rostro. Cuandosoñaba con él, siempre se le aparecíacomo otra persona; alguien que habíainventado con un rostro y una vozdistintos.

De vez en cuando llamaba a suteléfono móvil sólo para oír su voz enel contestador. Había pagado lafactura del teléfono cada mes paramantener activa la línea. Su olor sehabía desvanecido de la casa, su ropahabía desaparecido tiempo atrás por

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voluntad expresa de él. Su imageniba desdibujándose en su mente yella se aferraba a cualquier cosa quemantuviera vivo su recuerdo. Cadanoche dedicaba un rato a pensar enGerry antes de acostarse para ver siasí soñaba con él. Hasta compraba suloción para después del afeitadofavorita y rociaba la casa con ellapara no sentirse tan sola. A vecesestaba por ahí y un olor familiar ouna canción la transportaban hastaotro tiempo y lugar. Un tiempo másfeliz.

En ocasiones lo entreveíacaminando por la calle o

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conduciendo un coche y entonces loperseguía durante kilómetros hastaconstatar que no era él, sino sóloalguien parecido. Le costabadesprenderse. Le costaba porque enel fondo no quería hacerlo, ya queera lo único que tenía. Pero enrealidad no le tenía, de modo que sesentía perdida y confusa.

Justo antes de llegar a la oficinase asomó al Hogan's. Últimamenteestaba muy a gusto con Daniel.Desde aquella cena en la que sehabía sentido tan incómoda en sucompañía se había dado cuenta deque su comportamiento era ridículo.

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Ahora comprendía el motivo. Antes,la única amistad que había tenidocon un hombre era la de Gerry, y ésaera una relación romántica. La ideade intimar tanto con Daniel leresultaba extraña e inusual. Desdeentonces Holly se había convencidode que no era necesario que hubieraun vínculo romántico para ser amigade un hombre soltero y sincompromiso, aunque éste fueraapuesto.

Y la grata compañía pronto sehabía convertido en un sentimientode camaradería. De hecho, habíasentido aquello desde el momento en

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que lo conoció. Podían hablardurante horas sobre sus sentimientosy sus vidas, y Holly tenía claro quetenían un enemigo común: lasoledad. Sabía que él padecía unaclase de dolor distinta y se ayudabanmutuamente en los momentosdifíciles, cuando uno u otranecesitaban que alguien losescuchara o les hiciera reír. Y esosdías eran muy frecuentes.

—¿Y bien? —dijo Daniel,saliendo de detrás de la barra—. ¿Iráal baile Cenicienta?

Holly sonrió y arrugó la nariz.Iba a decirle que no asistiría, pero se

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contuvo.—¿Vas a ir tú?Daniel sonrió y también arrugó

la nariz. Holly rió.—Bueno, será otro caso de «vivan

las parejas». Creo que no seré capazde aguantar otra velada con Sam ySamantha y Robert y Roberta.

Acercó un taburete a Holly yésta se sentó.

—Hombre, siempre podemos sergroseros y no hacerles el menor caso.—¿Y entonces qué sentido tiene ir?—Daniel se sentó a su lado y apoyóuna de sus botas de piel en eltravesaño del taburete de Holly—.

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No esperarás que te dé conversacióntoda la noche, ¿verdad? Ya nos lohemos contado todo a estas alturas,quizá me estoy cansando de ti.

—¡Pues muy bien! —Holly fingióofenderse—. De todos modos teníaplaneado ignorarte.

—¡Bufl —Daniel se pasó la manopor la frente haciendo un gesto dealivio—. En ese caso seguro que voy.

Holly se puso seria y dijo:—Me parece que realmente

tengo que ir. Daniel dejó de reír.—Pues entonces vayamos.Holly le sonrió.—Creo que a ti también te

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sentará bien, Daniel —susurró.Daniel dejó caer el pie que

apoyaba en el taburete de Holly yvolvió la cabeza, fingiendo queechaba un vistazo al local.

—Holly, estoy bien —dijo demodo poco convincente.

Holly se puso de pie de un salto,lo cogió por las mejillas y le dio unbeso en la frente.

—Daniel Connelly, deja deintentar hacerte el macho y el duro.A mí no me engañas.

Se despidieron con un abrazo yHolly se dirigió a la oficina,dispuesta a no volver a cambiar de

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opinión. Subió taconeando por laescalera de madera y pasó sindetenerse por delante del escritoriode Alice, que seguía contemplandoembelesada su artículo.

—¡John Paul! —exclamó Holly—. ¡Necesito un vestido enseguida!

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Holly se estaba retrasando mientrasiba de un lado a otro de sudormitorio, intentando vestirse parael baile. Había pasado las dos últimashoras maquillándose, llorando hastaestropear el maquillaje y empezandode nuevo. Se aplicó rímel en laspestañas por cuarta vez consecutiva,rezando para que el lagrimal se lehubiera secado al menos por lo quequedaba de noche. Una perspectivade lo más improbable, pero una chicanunca debía perder la esperanza.

—¡Cenicienta, tu príncipe ha

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llegado! —gritó Sharon desde el piede la escalera.

El corazón de Holly se aceleró,necesitaba más tiempo. Necesitabasentarse y replantearse la idea deasistir al baile una vez más, ya quehabía olvidado por completo lasrazones que tenía para ir. Ahora sólole acudían a la mente los motivospara no hacerlo.

Razones para no ir: no leapetecía, se pasaría la nochellorando, estaría sentada a una mesallena de supuestos amigos que nohabían hablado con ella desde queGerry murió, se sentía fatal, se veía

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fatal y Gerry no estaría allí.Razones para ir: tenía la

abrumadora sensación de que debíaasistir. Respiró lentamente,procurando evitar que volvieran asaltársele las lágrimas.

—Holly, sé fuerte, puedeshacerlo —susurró a su reflejo en elespejoTienes que hacerlo, será por tubien, te hará más fuerte. Fuerepitiendo el mismo conjuro hastaque el gozne de la puerta chirrió y lasobresaltó.

—Perdona —se disculpó Sharon,apareciendo detrás de la puerta—.¡Oh, Holly, estás preciosa! —

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exclamó.—Doy pena —masculló Holly.—Bah, deja de decir tonterías —le

espetó Sharon, enojada—. Yoparezco un globo y ¿acaso oyes queme queje? ¡Tienes que admitir queestás hecha un bombón! —Le sonrióen el espejo—. Todo irá bien.

—Quiero quedarme en casa estanoche, Sharon. Tengo que abrir elúltimo mensaje de Gerry.

Holly no podía creer que hubiesellegado aquel momento. Pasadomañana ya no habría más palabrasafectuosas de Gerry y ella seguíanecesitándolas. Desde el mes de abril

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anterior había aguardado conimpaciencia que pasaran las semanaspara poder abrir los sobres y leeraquella caligrafía perfecta, pero eltiempo había pasado volando y ahoratocaba a su fin. Quería quedarse encasa para saborear aquel últimomomento especial.

—Lo sé —dijo Sharon,comprensiva—. Pero eso puedeesperar unas horas, ¿no crees?

Holly se disponía a replicarcuando John gritó desde la escalera:—¡Vamos, chicas! ¡El taxi espera!¡Aún tenemos que recoger a Tom yDenise!

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Antes de seguir a Sharon, Hollyabrió el cajón de su tocador y sacó lacarta de Gerry del mes de noviembreque había abierto unas semanas atrás.Necesitaba sus palabras de alientopara recobrar el ánimo. Acarició latinta con la punta de los dedos y se loimaginó escribiendo. Imaginó la caraque hacía al escribir y que ellasiempre aprovechaba para tomarle elpelo. Era una cara de puraconcentración, hasta sacaba la lenguaentre los labios al escribir. Hollyadoraba aquella cara. Añorabaaquella cara. Sacó la tarjeta delsobre. Necesitaba que la carta le

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diera fuerzas y sabría que sería así.Leyó una vez más:

Cenicienta tiene que ir albaile este mes. Y estaráfascinante y preciosa y se lopasará en grande como siempre…Aunque nada de vestidos blancoseste año…

Posdata: te quiero…Holly suspiró y siguió a Sharon

escaleras abajo.—¡Uau! —exclamó Daniel,

atónito—. Estás fabulosa, Holly.—Estoy que doy pena —masculló

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Holly, y Sharon la fulminó con lamirada—. Pero gracias de todosmodos —agregó enseguida. John Paulla había ayudado a elegir un vestidonegro sin espalda con una aberturahasta el muslo justo en medio. Nadade vestidos blancos este año.

Montaron todos en el taxifurgoneta y al acercarse al primersemáforo, Holly rezó para que sepusiera rojo. No hubo suerte. Poruna vez apenas había tráfico en lascalles de Dublín y después de recogeraTom y Denise llegaron al hotel entiempo récord. A pesar de susoraciones, no hubo ningún

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corrimiento de tierras en los MontesDublín ni ningún volcán entró enerupción. El infierno también senegó a congelarse.

Se acercaron al mostrador quehabía junto a la entrada del salóndonde se celebraba la recepción yHolly miró al suelo al notar quetodas las mujeres los miraban,ansiosas por ver cómo iban vestidoslos recién llegados. Cuando hubieroncomprobado que seguían siendo laspersonas más guapas de la fiesta, sevolvieron y reanudaron susconversaciones. La mujer que estabadetrás del mostrador los recibió con

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una sonrisa.—Hola, Sharon. Hola, John.

Hola, Denise… ¡Vaya!—Su rostro quizá podría haber

palidecido más bajo el bronceadopostizo que lucía, aunque Holly noestuvo muy segura—. Hola, Holly,me alegro de que hayas venidoteniendo en cuenta… —Seinterrumpió enseguida y repasó lalista de invitados para tachar susnombres.

—Vayamos al bar —sugirióDenise, cogiendo a Holly del brazo yarrastrándola lejos de aquella mujer.

Mientras cruzaban la sala en

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dirección al bar, una mujer conquien Holly no había hablado desdehacía meses la abordó.

—Holly, sentí mucho enterarmede lo de Gerry. Era un hombreencantador.

—Gracias.Holly sonrió y Denise volvió a

tirar de ella. Finalmente llegaron albar.

—Hola, Holly—dijo una vozconocida a sus espaldas.

—Oh, hola, Paul —dijo Holly,volviéndose hacia el corpulentohombre de negocios que patrocinabaaquella obra benéfica. Era alto,

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estaba muy gordo y tenía elsemblante muy rojo probablementedebido al estrés de dirigir una de lasempresas más rentables de Irlanda. Aeso y al hecho de beber más de lacuenta. Daba la impresión de que lapajarita le estaba asfixiando y tiró deella con expresión de incomodidad.Los botones del esmoquin parecían apunto de salir disparados encualquier momento. Holly no loconocía mucho, era una de tantaspersonas con las que coincidía en elbaile año tras año.

—Estás tan encantadora comosiempre. —Le dio un beso en la

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mejilla ¿Puedo invitarte a una copa?—preguntó levantando la mano parallamar la atención del camarero.

—Oh, no, gracias —contestóHolly sonriendo.

—Vamos, no me la rehúses —dijoél, sacándose una abultada cartera delbolsillo—. ;Qué vas a tomar?

Holly se dio por vencida.—Ya que insistes, una copa de

vino blanco, por favor.—Quizá también debería invitar

a ese miserable que tienes pormarido. —Rió—. ¿Qué está tomando?—preguntó buscándolo por la sala.

—No está aquí, Paul —dijo

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Holly, incómoda.—¿Y por qué no? Será canalla.

¿Dónde se ha escondido? —preguntóPaul, levantando la voz.

—Falleció a principios de año,Paul —dijo Holly con delicadezaesperando no violentarlo.

—Oh. —Paul se sonrojó aún másy carraspeó con nerviosismo. Bajó lavista a la barra—. Lo lamento mucho—balbuceó, y miró hacia otra parte.Volvió a tirarse de la pajarita.

—Gracias —dijo Holly, y se pusoa contar mentalmente los segundosque tardaría en darle una excusa paraponer fin a la conversación. Se

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marchó al cabo de tres segundos, trasasegurar que tenía que llevar unacopa a su esposa. Holly se quedó solaen la barra, ya que Denise habíaregresado junto a su grupo con lasbebidas. Cogió la copa de vinoblanco y se dirigió hacia ellos. –

Hola, Holly.Se volvió para ver quién la había

llamado. —Ah, hola, Jennifer.Se encontró delante de otra

mujer a quien sólo conocía de asistira aquel baile. Llevaba un vestido debaile increíble, iba cubierta de joyascaras y sostenía una copa dechampán entre el pulgar y el índice

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de su mano enguantada. Tenía elcabello rubio casi blanco; la piel,oscura y áspera por el exceso de sol.

—¿Cómo estás? ¡Te ves de fábula,y el vestido también! —Bebió unsorbo de champán y miró a Holly dearriba abajo.

—Estoy bien, gracias. ¿Y tú?—Simplemente de fábula,

gracias. ¿No has venido con Gerryesta noche? —Echó un vistazo alsalón.

—No, falleció en febrero —repitió Holly amablemente.

—Oh, cielo, lo siento mucho. —Dejó la copa de champán en la mesa

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que tenían al lado y se llevó lasmanos al rostro, poniendo ceño conaire de preocupación—. No teníaidea. ¿Cómo lo estás llevando,pobrecita mía? —Apoyó una manoen el brazo de Holly.

—Muy bien, gracias —repitióHolly, sonriendo para noensombrecer el ambiente.

—Oh, pobrecita mía. —Jenniferbajó la voz y la miró con compasión.Debes de estar destrozada.

—Bueno, sí, es duro, pero lo voysuperando. Intento ser positiva,¿sabes?

—No sé cómo puedes, es una

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noticia espantosa. —No apartaba losojos de Holly, y ahora parecíanmirarla de otra manera. Holly asintióy deseó que aquella mujer dejara dedecirle lo que ya sabía de sobra.

—¿Y estuvo enfermo? —indagóJennifer.

—Sí, tuvo un tumor cerebral —explicó Holly.

—Oh, cariño, eso es espantoso. Ysiendo tan joven…

—Cada palabra que pronunciabase convertía en un agudo chirrido.

—Sí que lo era… pero juntostuvimos una vida muy feliz, Jennifer.

Una vez más procuró no

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enrarecer el ambiente mostrándosepositiva. aunque dudaba mucho deque aquella mujer fuera capaz deentender aquel concepto.

—Claro que sí, qué lástima queno fuera una vida en común máslarga. Tiene que ser devastador parati, absolutamente espantoso einjusto. Debes de sentirte fatal. ¿Ypor qué diablos has venido estanoche? ¡Esto está lleno de parejas! —Echó un vistazo a las parejas quetenían alrededor corno si de repentehubiese percibido un mal olor.

—Bueno, hay que aprender aseguir adelante —dijo Holly,

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sonriendo.—Por supuesto. Pero tiene que

ser muy difícil. Oh, qué horror.—Volvió a taparse la cara con las

manos, mostrándose consternada.Holly sonrió y masculló:—Sí, es difícil, pero, como ya te

he dicho, tengo que ser positiva yseguir adelante. Por cierto, hablandode seguir adelante, más vale que vayaa reunirme con mis amigos —dijocortésmente y se dirigió hacia ellos.

—¿Estás bien? —le preguntóDaniel cuando se reunió con elgrupo.

—Sí, muy bien, gracias —repitió

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Holly por enésima vez aquellanoche. Miró a Jennifer, que se habíareunido con sus amigas y hablaba sinquitar ojo a Holly y Daniel.

—¡Ya estoy aquí! —anunció unavoz desde la puerta. Holly se volvió yvio a Jamie, el juerguista, plantadoen la entrada con los brazos en alto—. ¡He vuelto a ponerme mi traje depingüino y estoy listo para la fiesta!—Dio unos pasos de baile antes deunirse al grupo, atrayendo lasmiradas de todo el mundo. Justo loque deseaba. Hizo su ronda desaludos estrechando la mano de loshombres y dando un beso en la

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mejilla a las mujeres, aunque seequivocó «cómicamente» de gesto enun par de ocasiones. Al llegar aHolly, hizo una pausa y su miradavaciló un par de veces entre ella yDaniel. Por fin estrechó con frialdadla mano de Daniel, besó rápidamentea Holly en la mejilla, como siestuviera enferma, y se alejócorriendo. Holly, muy enojada,intentó tragarse el nudo que se lehabía hecho en la garganta. Habíasido muy grosero.

Su esposa, Helen, sonriótímidamente a Holly desde el otrolado del grupo pero no se aproximó.

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A Holly no le sorprendió. Era obvioque les había costado demasiadoconducir diez minutos calle abajopara visitarla después de la muerte deGerry, así que tampoco esperaba queHelen diera los diez pasos que laseparaban de ella para saludarla.Ignoró a la pareja y se puso a charlarcon sus verdaderos amigos, aquellosque la habían apoyado durante elúltimo año.

Holly se estaba riendo con una delas anéCD otas de Sharon cuandonotó que alguien le daba unosgolpecitos en el hombro. Se volvióaún riendo y se encontró con Helen,

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que parecía apenada.—Hola, Helen —saludó con tono

alegre.—¿Cómo estás? —preguntó

Helen en un susurro tocando a Hollyen el brazo.

—Oh, muy bien —le respondióasintiendo con la cabeza—. Deberíasescuchar esta historia, es muydivertida. —Sonrió y siguiópendiente de Sharon. Helen dejó lamano apoyada en el brazo de Holly yal cabo de un rato volvió a darle ungolpe en el hombro.

—Quiero decir que cómo estásdesde que Gerry.. Holle renunció a

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escuchar a Sharon.—¿Desde que Gerry murió?Comprendía que la gente a veces

se incomodara en aquellassituaciones. A Holly también leocurría de vez en cuando, peroconsideraba que si eran ellos quienessacaban el rema lo menos que podíanhacer era ser lo bastante adultoscomo para mantener unaconversación normal.

Helen hizo una mueca ante lapregunta de Holly. —Bueno, sí, perono quería decir…

—No pasa nada, Helen. Heaceptado que eso es lo que ocurrió.

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—¿En serio?—Por supuesto —dijo Holly,

frunciendo el entrecejo.—Es que como hacía tanto que

no te veía estaba comenzando apreocuparme…

Holly rió.—Helen, sigo viviendo a la vuelta

de la esquina de tu casa, mi númerode teléfono sigue siendo el mismo yel de mi móvil también. Si tanpreocupada estabas, podrías habermelocalizado fácilmente.

—Sí, ya, pero no queríaentrometerme… —Se interrumpiócomo si aquello explicara que no

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hubiese visto a Holly desde elfuneral.

—Los amigos no se entrometen,Helen —puntualizó Hollycortésmente, aunque esperando queel mensaje hubiese llegado a sudestinataria.

Las mejillas de Helen seruborizaron levemente y Holly sealejó para contestar a Sharon.

—Guárdame un sitio a tu lado,¿quieres? Tengo que ir al baño unmomento otra vez —dijo Sharon.

—¿Otra vez? —soltó Denise—.¡Acabas de ir hace cinco minutos! —Verás, esto suele pasar cuando tienes

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a un bebé de siete meses apretandotela vejiga —explicó antes de dirigirseal lavabo caminando torpemente.

—En realidad no tiene sietemeses, ¿verdad? —dijo Denise,torciendo el gesto—. Técnicamentetiene menos dos meses, porque de locontrario significaría que el bebétendría nueve meses al nacer yentonces celebrarían su primercumpleaños al cabo de tres meses. Ynormalmente los bebés ya caminancuando cumplen el año.

Holly la miró con ceño.—Denise, ;por qué te torturas con

pensamientos como ése? Denise se

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volvió hacia Tom e inquirió:—Pero tengo razón, ¿verdad?—Sí, cielo —contestó Tom,

sonriendo con dulzura. —Gallina —dijo Holly en broma a Tom.

Sonó un timbre anunciando queera hora de sentarse en el comedor yla multitud comenzó a dirigirse hacialas mesas. Holly se sentó y puso subolso nuevo en la silla de al lado paraguardarle el sitio a Sharon. En aquelmomento Helen se acercó dispuesta asentarse.

—Perdona, Helen, pero Sharonme ha pedido que le guardara estesitio —explicó Holly educadamente.

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—Bah, seguro que a Sharon no leimporta—repuso Helen restándoleimportancia, y al sentarse en la sillaaplastó el bolso nuevo de Holly.Sharon se dirigió a la mesa y semordió el labio, un tanto molesta.Holly se disculpó señalando a Helen.Sharon puso los ojos en blanco, semetió dos dedos en la boca y fingióvomitar. Holly rió.

—Vaya, veo que estás animada —comentó Jamie a Holly, mostrándosemuy poco impresionado.

—¿Por qué no iba a estarlo? —replicó Holly con aspereza.

Jamie contestó con una respuesta

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ingeniosa que algunos comensales lerieron porque era «muy divertida», yHolly les hizo caso omiso. Ya no leparecía nada divertido, pese a queella y Gerry habían sido de los que lereían todas las gracias. Ahora nohacía más que decir estupideces.

—¿Estás bien? —preguntó Danielen voz baja desde el otro lado.

—Sí, muy bien, gracias —contestó Holly, y bebió un sorbo devino.

—Oye, no tienes por quécontestarme de esa manera, Holly.Soy yo. —Daniel rió.

—Todo el mundo está siendo

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muy atento dándome suscondolencias —se lamentó Holly, ybajó la voz hasta un susurro para queHelen no alcanzara a oírla—, perome siento como si volviera a estar ensu funeral, teniendo que fingir quesoy toda fuerza y entereza pese a quealgunos de ellos lo único que quierenes verme hecha polvo. Es algoespantoso. —Imitó a Jennifer y pusolos ojos en blanco—. Y luego estánlos que no se han enterado de losucedido, y desde luego éste no es elmejor sitio para contárselo.

Daniel la escuchabapacientemente. Asintió con la cabeza

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cuando por fin dejó de hablar.—Entiendo lo que dices. Cuando

Laura y yo rompimos, tuve laimpresión de que fuera donde fuesesiempre tenía que contárselo a lagente. Pero lo bueno es que al finalse corre la voz y dejas de tener esasconversaciones tan incómodas.

—¿Has tenido noticias de Laura,por cierto? —preguntó Holly.Disfrutaba criticando a Lauraaunque no la conociera. Leencantaba que Daniel le contarahistorias de ella y luego pasar lanoche hablando de lo mucho que laodiaban. Era un buen pasatiempo, y

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ahora Holly necesitaba cualquierpretexto que le evitara tener quehablar con la pesada de Helen.

—Pues sí, en realidad tengo unbuen cotilleo —contestó Daniel conpicardía.

—Fantástico, me encantan loscotilleos —dijo Holly, frotándose lasmanos con deleite.

—Bien, un amigo mío, que sellama Charlie y que trabaja decamarero en el hotel del padre deLaura, me contó que su novio intentópropasarse con una huésped del hotely que Laura lo sorprendió, de modoque han roto. —Rió con malicia y los

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ojos le brillaron. Estaba encantado deque le hubieran partido el corazón.

Holly se quedó atónita porqueaquella historia le resultaba familiar.

—Oye, Daniel, ¿cuál es el hotelde su padre?

—El Galway Inn. No es nada delotro mundo, pero está en una buenazona, en el paseo marítimo.

—Oh —musitó Holly, abriendolos ojos desorbitadamente.

—Sí. —Daniel rió—. Genial, ¿eh?Si alguna vez conozco a la mujer queles ha hecho romper, le compraré labotella de champán más cara queexista. Holly esbozó una sonrisa e

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inquirió:—No me digas?Más le valía comenzar a ahorrar.

Holly estudió el rostro de Daniel concuriosidad, preguntándose cómodiablos era posible que Danielalguna vez hubiese estado interesadopor Laura. Holly habría apostadotodo su dinero contra ellos dos comopareja, pues le parecía que ella no erasu tipo, aunque en realidad no teníaidea de cuál era tal «tipo». Danielera muy simpático y amable,mientras que Laura era… Bueno,Laura era una bruja. No se le ocurríauna palabra mejor para describirla.

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—Oye, Daniel. —Holly seremetió el pelo detrás de las orejascon ademán nervioso, preparándosepara interrogar a Daniel sobre laclase de mujer que le gustaba. Él lesonrió con los ojos aún brillantes porla noticia de la separación de su exnovia y su ex amigo.

—Dime, Holly.—Verás, me estaba preguntando

una cosa. Laura da la impresión deser un poco… En fin, una bruja, siquieres que te diga la verdad. —Semordió el labio v observóatentamente la reacción de Danielpara ver si lo había ofendido. Él

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siguió mirando impertérrito las velasdel centro de mesa—. Bueno —prosiguió Holly, consciente de quedebía andar con pies de plomo paraabordar el tema puesto que sabía desobra que Laura había partido elcorazón de Daniel—, lo querealmente quería preguntarte es quéviste en ella ;Cómo es posible quealguna vez estuvierais enamorados?Sois muy diferentes. Al menos, porlo que cuentas, parecéis muydiferentes —corrigió enseguida alrecordar que se suponía que ellanunca había visto a Laura.

Daniel permaneció en silencio un

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momento y Holly temió haberpisado terreno resbaladizo. Por finapartó la vista de las velas y la miró.Sonrió con tristeza y dijo:

—En realidad Laura no es unabruja, Holly. Bueno, lo fue cuandome dejó por uno de mis mejoresamigos… pero como persona, cuandoestábamos juntos, nunca se comportócomo una bruja. Dramática, sí. Unabruja, no. —Volvió a sonreír ycambió de postura para mirarle a lacara—. Verás, a mí me encantaba eldrama de nuestra relación. Meparecía excitante, Laura mecautivaba. —Su rostro se animó al

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explicar su relación y fue hablandocada vez más deprisa a medida querecordaba el amor perdido—. Meencantaba levantarme por la mañanay preguntarme de qué humor estaríaella ese día, me encantaban nuestraspeleas, me encantaba la pasión quehabía en ellas y la manera en quehacíamos el amor al reconciliarnos.—Los ojos le brillaban—. Hacíamuchos aspavientos por casi todo,pero supongo que eso era lo que meresultaba diferente y atractivo deella. Yo solía decirme que mientrashiciera tantos aspavientos a propósitode nuestra relación no tenía por qué

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preocuparme. Si hubiese dejado dehacerlos, quizás habría dejado demerecer la pena. Me encantaba eldrama —repitió creyendo en suspalabras—. Nuestros temperamentoseran opuestos, pero formábamos unbuen equipo. Ya sabes lo que dicensobre que los opuestos se atraen… —Miró a los ojos de su nueva amiga yla vio preocupada—. No me tratabamal, Holly. No era una bruja en esesentido… —Sonrió y agregó—: Erasólo…

—Dramática —concluyó Hollypor él, comprendiéndolo al fin.Daniel asintió con la cabeza.

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Holly contempló su rostromientras él se perdía en otrorecuerdo. Supuso que era posible quecualquiera amara a cualquiera. Ésaera la mayor grandeza del amor, quese presentaba en todas las formas,tamaños y temperamentos.

—La echas de menos —afirmóHolly con ternura, apoyando unamano en su brazo.

Daniel despertó de su ensoñacióny miró a Holly de hito en hito. Unestremecimiento recorrió la columnavertebral de ésta y el vello se le erizó.Daniel soltó una risotada y volvió asentarse de cara a la mesa.

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—Te equivocas de nuevo, HollyKennedy. —Asintió con la cabeza ypuso ceño, como si Holly hubiesedicho la cosa más rara del mundo—.Estás completamente equivocada.

Cogió los cubiertos y comenzó acomer el entrante de salmón. Hollyse bebió media copa de agua fresca yprestó atención al plato que leestaban sirviendo.

Después de la cena y de unascuantas botellas de vino, Helenencontró a Holly, que habíaescapado al lado de la mesa dondeestaban Sharon y Denise. Le dio unfuerte abrazo y, emocionada, se

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disculpó por no haber permanecidoen contacto.

—No pasa nada, Helen. Sharon,Denise y John me brindaron todo suapoyo, así que no he estado sola.

—Oh, pero es que me siento fatal—dijo Helen, arrastrando laspalabras.

—Pues no debes —repuso Holly,ansiosa por seguir hablando con laschicas.

Pero Helen insistió en hablar delos viejos tiempos, cuando Gerryestaba vivo y todo era de color derosa. Rememoró los momentos quehabía compartido con él, que eran

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recuerdos en los que Holly no estabaparticularmente interesada.Finalmente Holly se hartó dellloriqueo de Helen y advirtió quetodos sus amigos se habían levantadoy estaban divirtiéndose en la pista debaile.

—Helen, basta, por favor—lainterrumpió por fin—. Nocomprendo por qué tienes quecomentarme todo esto precisamenteesta noche, cuando estoy intentandodivertirme y distraerme un poco,aunque salta a la vista que te sientesculpable por no haberte mantenidoen contacto conmigo. Si quieres que

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re sea sincera, creo que de no haberasistido a este baile esta noche nohabría tenido noticias de ti duranteotros diez meses o más. Y ésa no es laclase de amiga que necesito en mivida. Así que deja de llorarme en elhombro y permite que me divierta.

Holly tuvo la impresión dehaberse expresado de formarazonable, pero Helen puso la mismacara que si le acabaran de dar unabofetada. Una pequeña dosis de loque Holly había sentido durante elúltimo año. Daniel apareció derepente, cogió a Holly de la mano yse la llevó a la pista de baile, donde

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estaban sus amigos. En cuantollegaron a la pista, se terminó lacanción y comenzó WonderfulTonight, de Eric Clapton. La pistafue vaciándose salvo por unas pocasparejas, y Holly se encontró frente aDaniel. Tragó saliva. Aquello noestaba previsto. Esa canción sólo lahabía bailado con Gerry.

Daniel apoyó una manosuavemente en su cintura, le tomó laotra con delicadeza y comenzaron abailar. Holly estaba rígida. Bailarcon otro hombre le parecía mal.Sintió un cosquilleo en la columnavertebral y se estremeció. Daniel

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debió de pensar que tenía frío y laatrajo hacia sí como para darle calor.Holly se dejó llevar por la pista comoen trance hasta el final de la cancióny entonces se disculpó alegando quetenía que ir al cuarto de baño. Seencerró en un retrete y se apoyócontra la puerta, respirando hondo.Lo había llevado muy bien hastaahora. Pese a que todo el mundo lepreguntaba por Gerry, habíaconservado la calma. Pero el baile lahabía trastornado. Quizá sería mejorque regresara a casa antes de que lavelada se echara a perder. Se disponíaa abrir el pestillo cuando oyó que

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fuera una voz mencionaba sunombre.

—¿Habéis visto a Holly Kennedybailando con ese hombre? —preguntó una voz. El inconfundiblegañido de Jennifer.

—¡Desde luego! —respondió otravoz con tono indignado—. ¡Y sumarido aún no está frío en la tumba!

—Bah, dejadla en paz —tercióotra mujer con más desenfado—.Puede que sólo sean amigos.

«Gracias», pensó Holly.—Aunque lo dudo —agregó la

misma mujer, y las tres rieron conpicardía.

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—¿No os habéis fijado en cómose abrazaban? Yo no bailo así conmis amigos —dijo Jennifer.

—Es una vergüenza —dijo otramujer—. Alardear de tu nuevohombre en un sitio al que solías ircon tu marido delante de todos susamigos. Es repugnante.

Las mujeres chasquearon lalengua en señal de desaprobación yse oyó la cisterna del retrete contiguoal de Holly. Ésta permanecióinmóvil, apabullada por lo queestaba oyendo y avergonzada de queotras personas también pudieranoírlo.

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La puerta del retrete se abrió ylas mujeres se callaron.

—¿Por qué no os metéis envuestros asuntos, viejas brujaschismosas? —vociferó Sharon—. ¡Loque mi mejor amiga haga o deje dehacer no es de vuestra incumbencia!Si tu vida es tan cochinamenteperfecta, Jennifer, ¿qué coño hacesflirteando con el marido de Pauline?

Holly oyó que alguien ahogabaun grito. Probablemente fuesePauline. Holly se tapó la boca paracontener la risa.

—¡Muy bien, pues meted lasnarices en vuestros propios asuntos y

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que os jodan a todas! —concluyóSharon.

Cuando Holly creyó que ya sehabían marchado, abrió la puerta ysalió del retrete. Sharon levantó lavista del lavabo, asustada.

—Gracias, Sharon.—Oh, Holly, lamento que

tuvieras que oír eso —dijo Sharon,abrazando a su amiga.

—No te preocupes, me importaun bledo lo que piensen —aseguróHolly con valentía—. ¡Lo que meparece increíble es que Jennifertenga una aventura con el marido dePauline! —agregó asombrada.

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Sharon se encogió de hombros.—No la tiene, pero así tendrán

con qué entretenerse durante unosmeses. Se echaron a reír.

—De todos modos, creo que mevoy a ir a casa —dijo Holly, echandoun vistazo al reloj y pensando en elúltimo mensaje de Gerry. Se lepartió el corazón.

—Buena idea —convino Sharon—. No era consciente de lo aburridosque son estos bailes cuando estássobria.

Holle sonrió.—Además, has estado genial esta

noche, Holly. Has venido, has

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triunfado y ahora te vas a casa yabres el mensaje de Gerry Llámamepara contarme lo que pone. —Volvióa abrazar a su amiga.

—Es el último—dijo Holly,apenada.

—Lo sé, así que disfrútalo —respondió Sharon, sonriendo—. Losrecuerdos duran toda la vida, no loolvides.

Holle regresó a la mesa paradespedirse de todos y Daniel selevantó, dispuesto a acompañarla.

—No vas a dejarme aquí solo —bromeó—. Podemos compartir untaxi. Holly se molestó un poco

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cuando Daniel bajó del taxi v lasiguió hasta su casa, pues teníamuchas ganas de abrir el sobre deGerry. Eran las doce menos cuarto,así que sólo le quedaban quinceminutos. Calculó que para entoncesDaniel ya se habría tomado la taza deté de rigor y se habría marchado.Incluso llamó a otro taxi para quefuera a recogerlo al cabo de mediahora, sólo para hacerle saber que nopodía quedarse mucho rato.

—Vaya, así que éste es el famososobre —dijo Daniel, cogiéndolo deencima de la mesa.

Holly abrió mucho los ojos.

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Sentía una especie de afán protectorhacia aquel sobre y no le gustó queDaniel lo tocara, como si eso fuera aborrar el rastro de Gerry.

—Diciembre —musitó Daniel,leyendo y acariciando la caligrafíacon la punta de los dedos. Holly tuvoganas de decirle que lo dejara en lamesa, pero no quería parecer unapsicótica. Por fin Daniel dejó elsobre, Holly suspiró aliviada y siguióllenando de agua la tetera—.¿Cuántos sobres más quedan? —preguntó Daniel, quitándose elabrigo antes de reunirse con Hollyjunto al mostrador de la cocina.

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—Éste es el último —dijo Hollycon voz ronca, y carraspeó. —¿Y quévas a hacer después?

—,Qué quieres decir? —preguntóHolly, confusa.

—Bueno, por lo que veo, esa listacontiene tus diez mandamientos. Enlo que a tu vida atañe, lo que dice lalista va a misa. Así que ¿qué haráscuando no tengas más mensajes?

Holly lo miró a la cara para ver siestaba tomándole el pelo, pero susojos azules brillaron con inocencia.

—Vivir mi vida —contestó y sevolvió para conectar la teteraeléctrica.

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—¿Serás capaz de hacerlo?Daniel se acercó a Holly y ella

olió su loción para después delafeitado. Aquel aroma era puroDaniel.

—Supongo que sí —contestóincómoda por sus preguntas.

—Lo digo porque entoncestendrás que tomar tus propiasdecisiones —agregó Daniel en unsusurro.

—Ya lo sé —replicó Holly a ladefensiva, evitando mirarlo a los ojos.

—¿Y crees que serás capaz dehacerlo?

Holly se frotó la cara con

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expresión de cansancio. —Daniel, ¿aqué viene todo esto?

Daniel tragó saliva y se acomodódelante de ella.

—Te lo pregunto porque ahoravoy a decirte algo y tú tendrás quetomar una decisión.

—La miró a los ojos y el corazónde Holly latió con fuerza—. Nohabrá ninguna lista, ningunadirectriz, tendrás que guiarte por tupropio corazón.

Holly retrocedió un poco. Elmiedo le atenazó el corazón y confióen que no fuera a decirle lo quepensaba que iba a decirle.

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—Daniel. No creo que éste sea…el mejor momento para… ¿Nodeberíamos hablar de…?

—Es un momento perfecto —dijoDaniel muy serio—. Sabes muy bienlo que voy a decirte, Holly, y meconsta que también sabes lo quesiento por ti.

Holly se quedó atónita y echó unvistazo al reloj. Eran las doce enpunto.

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Gerry tocó la nariz de Holly y sonrióal ver cómo la arrugaba, todavíadorm¡da. Le encantaba observarlamientras dormía; parecía unaprincesa, tan hermosa y tranquila.

Volvió a hacerle cosquillas en lanariz y sonrió cuando empezó a abrirlos ojos.

—Buenos días, dormilona. Hollyle sonrió.

—Buenos días, guapo. —Seacurrucó junto a él y apoyó la cabezaen su pecho—. ¿Cómo te encuentrashoy?

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—Listo para correr la maratón deLondres —bromeó Gerry.

—Eso es lo que yo llamo unapronta recuperación —contestóHolly, sonriendo. Levantó la cabezay le dio un beso en la boca—. ¿Quéquieres para desayunar?

—A ti —dijo Gerry, mordiéndolela nariz. Holly rió.

—Es una pena, pero no estoy enel menú de hoy. ¿Qué te parece unhuevo frito?

—No —repuso Gerry con ceño—.Es demasiado pesado. —Se sintiódesfallecer al ver la cara de decepciónde Holly—. ¡Pero me encantaría

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tomar un helado de vainillagigantesco!

—¡Helado! —exclamó Holly—.¿Para desayunar?

—Sí. —Gerry esbozó una ampliasonrisa—. De niño siempre queríaeso para desayunar y mi queridamadre nunca me dejaba tomarlo.Pero ahora no tengo que obedecerla.—Volvió a sonreír.

—Pues tendrás tu helado devainilla —dijo Holly alegremente,saltando de la cama—. ¿Te importaque me ponga esto? —preguntócogiendo su batín.

—Cariño, puedes ponerte lo que

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quieras.Gerry sonrió viéndola desfilar por

la habitación ajustándose aquellaprenda que le iba tan holgada.

—Mmmm… huele a ti —dijoHolly—. No volveré a quitármelo.Bueno, enseguida vuelvo.

Gerry la oyó bajar por la escaleraa la carrera y taconear por la cocina.De un tiempo a esta parte se habíafijado en que siempre tenía prisacuando se apartaba de él, como sitemiera dejarlo demasiado rato asolas y sabía muy bien lo que esosignificaba. Malas noticias. Habíaterminado la radioterapia con la que

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esperaban eliminar el tumor residual.No había sido así, y ahora lo únicoque podía hacer era pasar el díatendido, ya que casi nunca teníafuerzas para levantarse. La situaciónle parecía absurda, pues ni siquierapodía fingir que esperara recobrarse.El corazón le latía con fuerza alpensarlo. Tenía miedo, miedo de loque le esperaba, miedo de lo que leestaba ocurriendo y miedo porHolly. Ella era la única persona quesabía qué decirle exactamente paraserenarlo y aliviarle el dolor. Hollyera muy fuerte; era su roca y noconcebía su vida sin ella. Estaba

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enojado, triste, celoso y asustado porella. Deseaba quedarse a su lado yrealizar todos los deseos y laspromesas que se habían hechomutuamente, y estaba luchando porese derecho. Pero sabía que era unabatalla perdida. Después de dosoperaciones, el tumor habíareaparecido y estaba creciendodeprisa dentro de él. Quería abrirse lacabeza y arrancar la enfermedad queestaba destruyendo su vida, pero ésaera otra de las cosas sobre las que noejercía ningún control.

Durante los últimos meses él yHolly se habían unido incluso más

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que antes, y aunque sabía que no leharía ningún bien a Holly, nosoportaba distanciarse de ella.Disfrutaba de las charlas que seprolongaban hasta las primeras lucesdel alba y le encantaba cuando sesorprendían riendo como cuandoeran adolescentes. Aunque eso sólosucedía en los días buenos.

También tenían sus días malos.No iba a pensar en ellos ahora, su

terapeuta no paraba de decirle que«proporcionara a su cuerpo unentorno positivo en los ámbitossocial, emocional, nutritivo yespiritual».

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Y con su nuevo proyecto estabaconsiguiéndolo. Lo manteníaocupado y le hacía sentir que podíahacer algo más que pasar el díatumbado en la cama. Su mente sedistraía mientras elaboraba el planpara permanecer junto a Hollyincluso cuando se hubiese ido.También le servía para cumplir unapromesa que le había hecho añosatrás. Al menos había una que podíallevar a cábo por ella. Lástima quefuera precisamente aquélla.

Oyó que Holly subía por laescalera pisando con fuerza y sonrió;su plan estaba dando resultado.

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—Cielo, no queda helado —dijoapenada—. ¿Te apetece alguna otracosa?

—No —negó con la cabeza—.Sólo helado, por favor.

—Pero tendré que ir a buscarlo ala tienda —objetó Holly.

—No te preocupes, cariño, no meimporta esperar un ratito —aseguróGerry.

Holly lo miró con aire vacilante.—La verdad es que preferiría

quedarme, no hay nadie más aquí.—No seas tonta—dijo Gerry

sonriendo, y cogió el móvil de lamesita de noche y se lo puso en el

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pecho—. Si surge algún problema,cosa que no va a pasar, te llamaré.

—De acuerdo. —Holly se mordióel labio—. Sólo serán cinco minutos.;Seguro gire estarás bien?

—Seguro. —Vale, pues.Se quitó el batín lentamente y se

puso el chándal. Gerry vio que elplan no acababa de convencerla.

—Holly, estaré bien —dijo Gerrycon firmeza.

—De acuerdo.Holly le dio un beso antes de

dirigirse hacia las escaleras, correrhasta el coche y arrancar a todapastilla.

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En cuanto Gerry consideró queestaba a salvo, apartó las mantas y selevantó de la cama trabajosamente.Se quedó un rato sentado al bordedel colchón esperando a que se lepasara el mareo y luego fue hasta elarmario ropero. Sacó tina vieja cajade zapatos del estante superior que,entre otras cosas acumuladas a lolargo de los últimos años, conteníalos nueve sobres. Cogió el décimosobre vacío y escribió «Diciembre»con pulcritud en el anverso. Era 1 dediciembre y pensó que dentro de unaño él ya no estaría allí. Imaginó aHolly como un genio del karaoke,

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relajada después de sus vacaciones enEspaña, sin moratones gracias a lalámpara de la mesilla de noche y, conun poco de suerte, contenta con unnuevo empleo que le encantaba.

La imaginó al cabo de un añoexacto, posiblemente sentada en lacama justo donde ahora estabasentado él, leyendo la última entradade la lista, y pensó detenida ydenodadamente en lo que iba aescribir. Los ojos se le llenaron delágrimas al poner el punto al final dela frase. Luego besó la tarjeta, lametió en el sobre y lo escondió en lacaja de zapatos. Enviaría los sobres

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por correo a casa de los padres deHolly en Portmarnock, donde leconstaba que el paquete estaría enbuenas manos hasta que ellaestuviera preparada para abrirlo. Seenjugó las lágrimas de los ojos yvolvió a meterse en la cama, donde elteléfono estaba sonando encima delcolchón.

—Diga? —contestó procurandodominar la voz, y sonrió al oír la vozmás dulce del mundo al otro lado—.Yo también te quiero, Holly…

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—No, Daniel, esto no está bien —dijo Holly, molesta, zafándose de suabrazo.

—Pero por qué no está bien? —suplicó Daniel mirándola con susbrillantes ojos azules.

—Es demasiado pronto —respondió Holly, pasándose unamano por la cara como si de repenteestuviera muy cansada y confusa. Lascosas parecían ir de mal en peor.

—Demasiado pronto porque es loque dice la gente o demasiado prontoporque es lo que te dice el corazón?

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—¡No lo sé, Daniel! —contestóHolly, y echó a caminar por lacocina—. Estoy muy confundida.¡Por favor, deja de hacerme tantaspreguntas!

El corazón le latía con fuerza y lacabeza le daba vueltas, todo sucuerpo le indicaba que se encontrabaen una situación peliaguda. Suorganismo sentía pánico por ella,mostrándole el peligro que teníadelante. Aquello estaba mal, todoestaba mal.

—¡No puedo, Daniel, estoycasada! ¡Amo a Gerry! —dijo presa depánico.

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—¿A Gerry? —preguntó Daniel,que abrió los ojos desorbitadamentemientras se acercaba a la mesa ycogía el sobre sin miramientos—.¡Esto es Gerry! ¡Esto es con lo queestoy compitiendo! Es un pedazo depapel, Holly. Es una lista. Una listaque has permitido que rija tu vidadurante el año pasado sin tener quepensar por ti misma ni vivir tu propiavida. Y ya va siendo hora de quepienses por ti misma. Gerry se ha ido—añadió con ternura, acercándose aella—. Gerry se ha ido y yo estoyaquí. No me refiero a que puedaocupar su lugar, pero al menos danos

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la oportunidad de estar juntos.Holly le cogió el sobre de la

mano y se lo llevó al corazónmientras las lágrimas le rodaban porlas mejillas.

—Gerry no se ha ido —musitó—.Está aquí, cada vez que abro uno deestos sobres está aquí.

Se hizo el silencio y Daniel laobservó llorar. Parecía tan perdida eimpotente que sólo tenía ganas deabrazarla.

—Es un trozo de papel —insistióarrimándose a ella otra vez.

—Gerry no es un trozo de papel—replicó Holly, hecha un mar de

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lágrimas— Era un ser humano decarne y hueso a quien yo amaba.Gerry es el hombre que consumió mivida durante quince años. Es unmillón de recuerdos felices, no untrozo de papel —repitió.

—¿Y qué soy yo? —preguntóDaniel en un susurro.

Holly rezó para que no se echaraa llorar, ya que no creía que pudierasoportarlo. Exhaló un hondo suspiroy dijo:

—Tú eres un amigo amable,cariñoso e increíblementeconsiderado a quien respeto yaprecio…

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—Pero no soy Gerry —lainterrumpió.

—No quiero que seas Gerry —insistió Holly—. Quiero que seasDaniel.

—¿Qué sientes por mí? —preguntó Daniel con voz temblorosa.

—Acabo de decirte lo que sientopor ti —contestó Holly, y se sorbióla nariz.

—No. ¿Qué sientes por mí?Holly miró al suelo.

—Te quiero mucho, Daniel, peronecesito tiempo… —Hizo unapausaMucho tiempo.

—Entonces esperaré.

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Daniel sonrió con tristeza y rodeócon sus brazos el frágil cuerpo deHolly. En aquel momento sonó eltimbre de la puerta y Holly suspiróaliviada.

—Es tu taxi —dijo con voztemblorosa.

—Te llamaré mañana, Holly—musitó Daniel. Le dio un beso en lacoronilla y se encaminó a la puertaprincipal. Holly se quedó de pie enmedio de la cocina, repitiendomentalmente la escena que acababade producirse. Estuvo así un buenrato, estrechando con fuerza el sobrearrugado contra el corazón.

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Finalmente, aún conmocionada,subió al dormitorio. Se quitó elvestido y se envolvió con el batín deGerry. Su olor había desaparecido.Trepó despacio a la cama como unachiquilla, se arrebujó bajo las mantasy encendió la lámpara de la mesillade noche. Miró fijamente el sobredurante un buen rato, pensando en loque Daniel había dicho.

En efecto, la lista se habíaconvertido en una especie de Bibliapara ella. Obedecía las reglas, vivíaateniéndose a ellas y nunca rompíaninguna. Cuando Gerry decía salta,ella saltaba. Pero la lista la había

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ayudado. La había ayudado alevantarse de la cama por la mañanay a iniciar una nueva vida en unmomento en que lo único quedeseaba era hacerse un ovillo y morir.Sí, Gerry la había ayudado y ella nolamentaba una sola cosa de las quehabía hecho durante el último año.No lamentaba su nuevo empleo nitener nuevos amigos, no sereprochaba ningún pensamiento osentimiento que hubiese desarrolladoa solas sin contar con la opinión deGerry. Pero aquélla era la últimaentrada de la lista. Aquél era sudécimo mandamiento, tal como

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había dicho Daniel. No habría más.Daniel tenía razón; tendría quecomenzar a tomar decisiones por sucuenta, llevar una vida que lasatisficiera sin preguntarse si Gerryestaría o no de acuerdo con ella.Bueno, siempre podría preguntárselopero no debía permitir que ladetuviera.

Cuando Gerry vivía, ella habíavivido a través de él y ahora queestaba muerto seguía haciendo lomismo. Por fin se daba cuenta. Erauna forma de sentirse segura, peroahora estaba sola y tenía que servaliente.

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Descolgó el teléfono ydesconectó el móvil. No quería quela molestaran. Tenía que saborearaquel momento final sininterrupciones. Tenía que despedirsedel contacto que había mantenidocon Gerry. Ahora estaba sola y debíapensar por su cuenta.

Desgarró lentamente el sobre ysacó la tarjeta con cuidado de noromperla.

No tengas miedo de volver aenamorarte. Abre tu corazón ysíguelo adonde te lleve… yrecuerda, apunta a la Luna…

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Posdata: siempre te amaré…

—Oh, Gerry—musitó al leer latarjeta, y los hombros le temblaronmientras se echaba a llorarconvulsivamente.

Apenas durmió aquella noche, yen los momentos en que lo hizo soñócon oscuras imágenes en las que semezclaban los rostros y cuerpos deGerry y Daniel. Despertó empapadaen sudor a las seis de la mañana ydecidió levantarse y salir a dar unpaseo para aclararse la mente. Elcorazón le pesaba mientras recorríael sendero del parque del barrio. Se

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había abrigado bien para protegersedel frío cortante que le azotaba lasorejas y le entumecía el semblante.Sin

embargo, notaba la cabezacaliente. Caliente de tanto llorar,caliente porque le dolía, por elsobreesfuerzo al que sometía a sucerebro.

Los árboles estaban desnudos yparecían esqueletos alineados en losmárgenes del sendero. Las hojasbailaban en círculos alrededor de suspies como duendecillos malvados queamenazaran con hacerla tropezar. Elparque estaba desierto, la gente

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volvía a hibernar, demasiado cobardepara enfrentarse a los elementosinvernales. Holly no era valiente niestaba disfrutando del paseo. Parecíaun castigo estar fuera con aquel fríoglacial.

¿Cómo diablos se había metidoen aquella situación? Justo cuandoestaba a punto de terminar derecoger los fragmentos de su vidadespedazada, volvía a dejarlos caer yse le desparramaban. Pensaba quehabía encontrado un amigo, alguienen quien confiar. No pretendía verseenvuelta en un absurdo triánguloamoroso. Y era absurdo porque la

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tercera persona ni siquiera estabapresente.

Ni siquiera era un candidatoposible. Por supuesto que pensabamucho en Daniel, pero también enSharon y Denise, y desde luego noestaba enamorada de ellas. Lo quesentía por Daniel era algocompletamente distinto a lo quehabía sentido por Gerry. Así que talvez no estuviera enamorada deDaniel. Pero si realmente lo estaba,¿no sería la primera en darse cuentaen vez de pedir unos días para«pensarlo»? Ahora bien, entonces¿por qué no podía olvidarse del

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asunto? Si no lo amaba, debía serfranca y decírselo claramente, peroen cambio allí estaba, pensando…cuando de hecho era una cuestiónfácil de responder con un simple sí oun no. Qué rara era la vida.

¿Y por qué Gerry la instaba aencontrar un nuevo amor? ¿En quépensaba cuando escribió aquelmensaje? ¿Acaso ya habíarenunciado a ella antes de morir?Tan fácil le había resultadodesprenderse de ella y resignarse aque conociera a otra persona?Preguntas, preguntas, preguntas. Ynunca sabría las respuestas.

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Tras atormentarse con másincógnitas durante horas, enfiló elcamino de regreso a su casa sintiendoel frío en la piel. Mientras caminabapor la urbanización oyó unas risasque le hicieron levantar la mirada delsuelo. Sus vecinos estaban decorandoel árbol de su jardín con lucecitas deNavidad.

—Hola, Holly —saludó la vecinaentre risas, asomándose desde detrásdel árbol con las muñecas envueltasen bombillas.

—Estoy decorando a Jessica —bromeó su compañero mientras leenredaba los cables a las piernas—.

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Creo que quedará muy bien comognomo de jardín.

Al verlos reír, Holly sonrió contristeza y dijo con aire pensativo: —Otra vez Navidad.

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—Muy bien, ¿dónde quieres que loponga? —preguntó Richard,jadeando mientras acarreaba el árbolde Navidad por la sala de estar deHolly. Un rastro de agujas de pinoatravesaba el salón, bajaba alvestíbulo, cruzaba la puerta principaly seguía hasta el coche. Hollysuspiró, tendría que volver a pasar laaspiradora por la casa para arreglaraquel desaguisado y miró al árbolcon desdén. Olían muy bien, pero loensuciaban todo—. ¡Holly! —exclamó Richard, sacándola de su

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marasmo.—Pareces un árbol parlante,

Richard —dijo Holly, sonriendo.Sólo le veía los zapatos asomando pordebajo de la maceta, que parecía unpequeño tocón marrón.

—Holly —gruñó a punto deperder el equilibrio por el peso delárbol.

—Perdona —dijo Holly, al darsecuenta de que Richard estaba apunto de desfallecer—. Al lado de laventana.

Se mordió el labio e hizo unamueca mientras Richard ibatropezando con todo lo que

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encontraba a su paso hasta llegarjunto a la ventana.

—Aquí lo tienes —dijosacudiéndose las manos mientrasretrocedía un poco para contemplarsu trabajo.

—Se ve un poco desnudo, ¿no teparece? —inquirió Holly con ceño.

—Bueno, tendrás que decorarlo,por supuesto.

—Eso ya lo sé, Richard, pero merefería a que apenas le quedan unascínco ramas. Está medio pelado —protestó Holly.

—Te dije que compraras el árbolantes, Holly, que no esperaras hasta

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la víspera de Navidad. De todosmodos, éste es el mejor de un lotemalo, los buenos los vendí hacesemanas.

—Supongo que tienes razón —convino Holly, frunciendo elentrecejo. En realidad no queríacomprar árbol de Navidad. Noestaba de humor para celebrar nada ytampoco tenía hijos a los quecomplacer llenando la casa deadornos. No obstante, Richard habíainsistido, y Holly se sintió obligada acontribuir con su modestaadquisición al éxito de su nuevaempresa de venta de árboles de

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Navidad, negocio con el quecomplementaba su actividad dejardinero paisajista. Pero el árbol eraespantoso y seguiría siéndolo por másguirnaldas y oropeles que le colgara.Al verlo en la sala de su casa, deseóhaberlo comprado semanas antes.Entonces al menos habría parecidoun árbol de verdad en lugar de unposte con unas cuantas agujascolgando.

No podía creer que ya fueseNochebuena. Había pasado lasúltimas semanas haciendo horasextra a fin de tener listo el númerode enero de la revista antes de las

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vacaciones de Navidad. Finalmenteconsiguieron terminar el día anteriory cuando Alice propuso que todosfueran al pub Hogan's a tomar unacopa para celebrarlo, rehusócortésmente la invitación. Todavíano había hablado con Daniel. Habíaignorado sus llamadas, evitaba elHogan's como si fuese un localapestado y había dado instruccionesa Alice de que le dijera que estabareunida si alguna vez llamaba a laoficina. Daniel había llamado casi adiario.

No quería ser grosera, peronecesitaba más tiempo para

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reflexionar. De acuerdo, tampoco eraque le hubiera propuestomatrimonio, pero casi tenía lasensación de estar meditando sobreuna decisión de ese calibre. Lamirada insistente de Richard ladevolvió a la realidad.

—Perdona, ¿qué has dicho?—Que si quieres que te ayude a

decorarlo.Se sintió abatida. Aquélla era

tarea suya y de Gerry, de nadie más.Cada año sin falta ponían el CD deNavidad, descorchaban una botellade vino y decoraban el árbol…

—Eh… no, gracias, Richard. Ya lo

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haré yo. Seguro que tienes cosasmejores que hacer ahora mismo.

—Bueno, la verdad es que meapetece bastante hacerlo —insistiócon entusiasmo—. Normalmente lohacía con Meredith y los niños, peroeste año me lo he perdido…

—Oh. —Holly no había reparadoen que Richard también estabapasando una Navidad difícil. Habíavuelto a quedar egoístamenteatrapada en sus propios recuerdos—.Está bien, ¿por qué no?

Richard sonrió con el deleitepropio de un niño.

—Lo que pasa es que no sé muy

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bien dónde tengo los adornos. Gerrysiempre los guardaba en el desván…

—No te preocupes —dijoRichard, sonriendo alentado ramente—. Yo también solía encargarme deeso. Los encontraré.

Se encaminó a las escaleras parasubir al desván.

Holly abrió una botella de vinotinto y puso en marcha elreproductor de CD . De fondocomenzó a sonar »¡The Christmasinterpretada por Bing Crosby.Richard regresó con una bolsa negracolgada del hombro y un gorro deSanta Claus en la cabeza.

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—¡Ho—ho—ho!Holly rió y le ofreció una copa de

vino.—No, no —rehusó con un

ademán—. Tengo que conducir.—Una copa no es nada, Richard

—insistió Holly, decepcionada.—No, no —repitió Richard—.

Nunca bebo cuando conduzco.Holly levantó la mirada hacia el

techo y apuró la copa de Richardantes de beberse la suya. Cuando suhermano se marchó, ella ya se habíatomado la botella entera. Se disponíaa abrir otra cuando reparó en la luzroja intermitente del contestador.

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Esperando que la llamada no fuese dequien pensaba que sería, pulsó latecla PLAY.

«Hola, Sharon, soy DanielConnelly. Perdona que te moleste,pero tenía tu número de cuandollamaste al club hace meses para lainscripción de Holly en el karaoke.Eh… bueno, en realidad esperaba quepudieras darle un mensaje de miparte. Denise ha estado tan ocupadacon los preparativos de la boda queme consta que sería fácil que loolvidara… —Rió un poco y carraspeó—. En fin, quería pedirte si notendrías inconveniente en decirle a

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Holly que pasaré la Navidad enGalway con mi familia. Me marchomañana. No he logrado localizarla enel móvil, sé que está de vacaciones yno tengo el número de su casa… demodo que si tú…»

El mensaje se cortó y Hollyaguardó al siguiente.

«Sí, perdona Sharon, soy yo otravez. Eh… Daniel, quiero decir. Se meha cortado. Bueno, si puedes, dile aHolly que estaré en Galway duranteunos días y que tendré el móvilconectado por si quiere llamarme. Séque tiene cosas en las que pensar y…—Hizo una pausa—. Da igual, más

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vale que cuelgue antes de que esto secorte otra vez. Nos vemos en la bodala semana que viene. Bueno, gracias…Adiós.»

El tercer mensaje era de Denise,que llamaba para decirle que Danielestaba buscándola; el cuarto, de suhermano Declan, informando de lomismo; y el quinto mensaje, de unavieja compañera del colegio a quienHolly no veía desde hacía años, quehabía llamado para comentarle quehabía conocido en un pub a unamigo de ella llamado Daniel, lo cualle había hecho pensar en Holly, puesel tal Daniel estaba buscándola y

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quería que lo llamara. El últimomensaje era de Daniel otra vez.

«Hola, Holly, soy Daniel. Tuhermano Declan me ha dado estenúmero. No puedo creer quehayamos sido amigos durante tantotiempo y que nunca me hayas dadoel número de tu casa, aunque tengola leve sospecha de que lo he tenidodesde el principio sin saberlo… —Hizo una pausa mientras suspiraba—. En fin, necesito hablar contigo,Holly, de verdad. Creo que lo mejorsería hacerlo en persona y a poder serantes de que nos veamos en la bodade Tom y Denise. Por favor, Holly,

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contesta mis llamadas, te lo ruego.No ,de qué otra manera ponerme encontacto contigo. —Silencio, otroprofundo suspiro—. Bueno, esto estodo. Adiós.»

Holly pulsó otra vez la teclaPLAY, sumida en sus pensamientos.

Se sentó en la sala de estar,contemplando el árbol de Navidad yescuchando villancicos. Lloró. Llorópor Gerry y por su arbolito calvo.

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—¡Feliz Navidad, guapa! —Frankabrió la puerta a Holly, que tiritabade frío en el umbral.

—Feliz Navidad, papá. —Sonrióy le dio un gran abrazo. Olisqueómientras deambulaba por la casa. Eldelicioso aroma a pino mezclado conel del vino y el de la cena que seestaba cociendo le provocó unapunzada de soledad. La Navidad lerecordaba a Gerry. Gerry era laNavidad. Un paréntesis quedisfrutaban juntos dejando al margenla tensión del trabajo y que

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dedicaban a recibir a parientes yamigos, así como a gozar de suintimidad. Lo echó tanto de menosque se le revolvió el estómago.

Aquella mañana, había visitadosu tumba para desearle una felizNavidad. Era la primera vez quehabía estado allí desde el funeral.Había sido una mañana triste.Ningún paquete debajo del árbolpara ella, ningún desayuno en lacama, ningún ruido, nada. Gerryhabía expresado su volutad de que loincinerasen, lo que significaba queHolly se encontró frente a una pareden la que figuraba grabado su

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nombre. Y lo cierto era que se sintiócomo si estuviera hablando con unapared. Sin embargo, le contó cómohabía pasado el año y los planes quetenía para aquel día, que Sharon yJohn estaban esperando un niño yque tenían previsto llamarle Gerry.Le contó que sería su madrina y quetambién la dama de honor en la bodade Denise. Le explicó cómo era Tom,ya que Gerry no lo conocía, y lehabló de su nuevo trabajo. Nomencionó a Daniel. Había tenidouna sensación extraña, allí de piehablando consigo misma.

Deseó que la embargara un

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sentimiento profundamenteespiritual que le revelara que Gerryestaba allí con ella escuchando suvoz, pero a decir verdad lo único quesintió fue que estaba hablando conuna pared gris.

Tratándose del día de Navidad, susituación no tenía nada deextraordinaria. El cementerio estaballeno de visitantes, familias quellevaban a sus ancianos padres ymadres a visitar a sus cónyugesfallecidos, mujeres jóvenes como elladeambulando a solas, hombres…Observó a una joven madre que seechó a llorar ante una lápida,

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mientras sus dos asustados hijos lamiraban sin saber qué hacer. Elmenor no podía tener más de tresaños. La mujer se había enjugadoenseguida las lágrimas para protegera sus hijos. Holly se alegró de poderpermitirse ser egoísta y preocuparsesólo de sí misma. La maravilló queaquella mujer tuviera la fuerzanecesaria para salir adelante teniendodos críos de los que preocuparse, y surecuerdo la asaltó varias veces a lolargo del día. En general no habíasido un gran día.

—¡Vaya, feliz Navidad, cielo! —la saludó Elizabeth, saliendo de la

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cocina con los brazos abiertos paraabrazar a su hija.

Holly se echó a llorar. Se sentíacomo el niño del cementerio.Todavía necesitaba a su madre.Elizabeth tenía el rostro enrojecidodel calor de la cocina y la calidez desu cuerpo reconfortó el corazón deHolly.

—Perdona —dijo Holly,enjugándose las lágrimas—. Noquería hacer una escena.

—No pasa nada —susurróElizabeth con voz tranquilizadora,estrechándola con más fuerza. No erapreciso que dijera nada más, su mera

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presencia bastaba.Presa de pánico, Holly había ido

a visitar a su madre la semanaanterior al verse incapaz de resolverla situación con Daniel. Elizabeth,una madre poco dada a hacerpasteles, estaba en plena faenapreparando la tarta de Navidad parala semana siguiente. Tenía rastros deharina en la cara y el pelo y llevabael suéter arremangado por encima delos codos. El mostrador de la cocinaestaba lleno de pasas y cerezasdesperdigadas. Harina, masa, fuentesde hornear y papel de plata cubríanlas superficies. La cocina estaba

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decorada con adornos de coloresbrillantes y un maravilloso aromafestivo llenaba el aire.

En cuanto Elizabeth vio el rostrode su hija, ésta supo que su madreadivinaba que algo iba mal. Sesentaron a la mesa de la cocina,dispuesta con servilletas navideñasverdes y rojas con dibujos de SantaClaus, renos y árboles de Navidad.Había cajas y cajas de galletas deNavidad listas para que la familia selas disputara, bizcochos de chocolate,cerveza y vino, el lote completo… Lospadres de Holly se habían abastecidobien para recibir a la familia

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Kennedy.—¿Qué te ronda por la cabeza,

hija? —preguntó su madre,tendiéndole una fuente de bizcochosde chocolate.

A Holly le tembló el estómagopero no se vio con ánimos de comer.Había vuelto a perder el apetito.Respiró hondo y explicó a su madrelo que había sucedido entre ella yDaniel, planteándole la decisión a laque se enfrentaba. Elizabeth laescuchó atentamente.

—¿Y tú qué sientes por él? —preguntó Elizabeth, estudiando elrostro de su hija.

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Holly se encogió de hombros conimpotencia.

—Me gusta, mamá. De verdadque me gusta, pero… —Volvió aencogerse de hombros y se calló.

—¿Es porque todavía no te vespreparada para iniciar otra relación?—preguntó su madre con delicadeza.

Holly se frotó la frente.—No lo sé, mamá. Tengo la

impresión de no saber nada. —Meditó un momento y añadió—:Daniel es un amigo fantástico.Siempre está ahí cuando le necesito,siempre me hace reír, logra que mesienta bien conmigo misma… —

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Cogió un bizcocho y se puso aapartar las migas—. Pero no sé sialguna vez estaré preparada para otrarelación, mamá. Puede que sí, puedeque no; puede que nunca vaya a estarmás preparada que ahora. Daniel noes Gerry pero tampoco espero que losea. Lo que ahora siento es algodistinto, aunque también sea bueno.—Hizo una pausa para pensar en ello—. No sé si alguna vez volveré aamar de la misma manera. Me cuestatrabajo creer que eso vaya a pasar,pero resulta agradable pensar quealguna vez ocurrirá. —Sonrió contristeza a su madre.

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—Bueno, no sabrás si puedeshasta que lo intentes —dijoElizabeth, tratando de alentarla—.Lo importante es no precipitarse,Holly. Sé que ya lo sabes, pero loúnico que quiero es que seas feliz. Telo mereces. Y que esa felicidad seacon Daniel, con el hombre de laLuna o sin compañía es lo de menos,sólo quiero verte feliz.

—Gracias, mamá. —Holly sonriódébilmente y apoyó la cabeza en elmullido hombro de su madre—. Elcaso es que aún no sé cuál de esascosas me hará feliz.

Por más reconfortante que fuera

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su madre aquel día, le resultabaimposible tomar una decisión. Antesdebía pasar el día de Navidad sinGerry.

El resto de la familia, salvo Ciaraque seguía en Australia, se unió aellos en la sala de estar y uno por unola felicitaron con calurosos abrazos ybesos. Se reunieron junto al árbolpara repartir los regalos y Holly sepermitió llorar sin reparos. Le faltabaenergía para reprimir el llanto eincluso para preocuparse por eso. Sinembargo, aquellas lágrimas fueronuna extraña mezcla de alegría ytristeza, una peculiar sensación de

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sentirse sola pero amada.Holly se escabulló del salón para

disfrutar de un momento deintimidad. Tenía la cabeza hecha unlío y necesitaba ordenar sus ideas. Seencontró en su antiguo dormitoriomirando por la ventana el oscuro díaborrascoso. El mar embravecido yproceloso la hizo estremecer. —Asíque aquí es donde te has escondido.

Holly se volvió y vio a Jack,mirándola desde el umbral de lapuerta. Esbozó una débil sonrisa y sevolvió de nuevo hacia el mar,indiferente a su hermano y su faltade apoyo en los últimos tiempos.

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Escuchó el oleaje y observó cómo elagua negra se tragaba el aguanieveque había comenzado a caer. Oyó unprofundo suspiro de Jack y notó subrazo en los hombros. —Perdona —susurró Jack.

Holly arqueó las cejas conindiferencia y siguió mirando alfrente. Jack asintióparsimoniosamente con la cabeza ydijo:

—Tienes derecho a tratarme así,Holly. Últimamente me he portadocomo un perfecto idiota. Y lo sientomucho.

Holly se volvió para mirarlo a los

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ojos y le espetó: —Me dejaste tirada,Jack.

Jack cerró los ojos como si lamera idea le doliera.

—Lo sé. No he sabido manejar lasituación, Holly. Me resultaba muyduro enfrentarme a Gerry.. Yasabes…

—Muerto —concluyó Holly.—Sí. —Jack apretó los dientes y

dio la impresión de haberlo aceptadoal fin.

—Tampoco fue nada fácil paramí, ¿sabes, Jack? —Se hizo el silencioentre ellos—. Pero me ayudaste aembalar sus cosas. Seleccionaste sus

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pertenencias conmigo y conseguisteque me resultara mucho másllevadero —añadió Holly, confusa—.Me echaste una mano y te loagradecí. Pero ¿por qué desaparecistede repente?

—Dios mío, aquello fue muyduro —dijo Jack, negandoapesadumbrado con la cabeza—. Túeras tan fuerte, Holly.. Eres fuerte —se corrigió. Deshacernos de sus cosasme dejó hecho polvo, ir a tu casa sinque él estuviera allí… fue demasiado.Y además me di cuenta de queestabas haciendo buenas migas conRichard, así que supuse que no

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habría problema si yo pasaba asegundo plano porque le tenías a él…—Se encogió de hombros y sesonrojó, sintiéndose ridículo alexponer sus sentimientos.

—Eres tonto, Jack—dijo Holly,dándole un leve puñetazo en labarriga.— Como si Richard pudierasustituirte.

Jack sonrió.—No sé, no sé, se os ve muy

amiguetes últimamente. Holly volvióa ponerse seria.

—Richard me ha dado todo suapoyo a lo largo de este último año ycréeme si te digo que la gente no ha

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dejado de sorprenderme durante estaexperiencia —agregó dándole uncodazo—. Dale una oportunidad,Jack.

Jack dirigió la mirada hacia elmar y asintió lentamente, asimilandolo que Holly acababa de decir.

Holly lo rodeó con los brazos yagradeció el reconfortante abrazo desu hermano. Estrechándola aún conmás fuerza, Jack dijo:

—Ahora estoy a tu lado. Dejaréde ser egoísta y cuidaré de mihermana pequeña.

—Oye, que a tu hermanapequeña le está yendo muy bien por

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su cuenta, gracias —contestó Holly,observando cómo el mar se estrellabacon violencia contra las rocas y losrociones de espuma besaban la Luna.

Se sentaron a cenar y a Holly sele hizo la boca agua ante elespléndido festín. —Hoy he recibidoun e—mail de Ciara —anuncióDeclan.

Todos exclamaron conentusiasmo.

—Ha enviado esta foto —agregópasando la fotografía que habíaimpreso. Holly sonrió al ver a suhermana tendida en la playa,celebrando la Nochebuena con una

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barbacoa en compañía de Mathew.Tenía el pelo rubio y la pielbronceada y ambos parecían muyfelices. Contempló un rato laimagen, sintiéndose orgullosa de quesu hermana hubiese encontrado sulugar. Después de recorrer el mundobuscando sin tregua, todo indicabaque Ciara por fin había encontradola dicha. Holly confió en que tarde otemprano a ella le sucediera lomismo. Pasó la foto a Jack, quesonrió al mirarla.

—Han dicho que hoy quizánevará —anunció Holly, sirviéndoseotra ración de asado. Ya había tenido

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que desabrocharse el botón delpantalón, pero al fin y al cabo eraNavidad, época de regalos y..festines…

—No, no nevará —repusoRichard, chupando un hueso—. Hacedemasiado frío.

Holly puso ceño y preguntó:—Richard, ¿cómo puede hacer

demasiado frío para que nieve?Richard se lamió los dedos y los

limpió con la servilleta que llevabasujeta al cuello, y Holly contuvo larisa al darse cuenta de que se habíapuesto un chaleco de lana con eldibujo de un gran árbol de Navidad.

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—Tiene que hacer menos fríopara que nieve —insistió. Holly rió.

—Richard, en la Antártida están amenos un millón y sin embargonieva. Y eso no es poco frío.

Abbey también se echó a reír.Luego dijo con toda naturalidad: —Así es como funciona.

—Lo que tú digas —concedióHolly, poniendo los ojos en blanco.

—En realidad Richard tiene razón—terció Jack al cabo de un rato, ytodos dejaron de masticar paramirarlo. Aquélla no era una frase queoyeran con frecuencia. Jack se puso aexplicar por qué nevaba y Richard le

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echó una mano con los detallescientíficos. Ambos intercambiaronsonrisas y se mostraron muysatisfechos de su condición desabelotodo. Abbey arqueó las cejas alcruzar con Holly una mirada secretade asombro.

—¿Quieres un poco de verduracon la salsa, papá? —preguntóDeclan, ofreciéndole con seriedadimpostada un cuenco de brócoli.

Todos miraron el plato de Franky rieron. Una vez más, era unaut¿núco mar de salsa.

—Ja, ja—se mofó Frank, cogiendoel cuenco que le ofrecía su hijo—. De

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todos modos vivimos demasiado cercadel mar para conseguirla —agregó.

—¿Conseguir qué? ¿Salsa? —bromeó Holly, y los demás rieron denuevo.

—Nieve, tonta—dijo Frank,cogiéndole la nariz como solía hacercuando era niña.

—Bueno, pues yo apuesto unmillón de libras a que hoy nieva —insistió Declan, mirando desafiante asus hermanos.

—Muy bien, pero más vale queempieces a ahorrar, Declan, porquesi tus hermanos dicen que no, es queno —bromeó Holly.

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—Pues ya estáis pagando, chicos.—Declan se frotó las manos conavaricia, señalando hacia la ventanacon el mentón.

—¡Oh, Dios mío! —exclamóHolly, levantándose de golpe de lasilla ¡Está nevando!

—Menuda teoría la nuestra —dijo Jack a Richard, y ambos seecharon a reír mientras miraban loscopos blancos que caían del cielo.

Todos abandonaron la mesa, sepusieron los abrigos y salieronafuera, excitados como niños. Al finy al cabo, eran exactamente eso.Holly echó un vistazo a los demás

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jardines de la calle y comprobó quelas familias de todas las casas habíansalido a ver la nevada.

Elizabeth rodeó los hombros desu hija y la estrechó con fuerza.

—Vaya, parece que Denisetendrá unas navidades blancas parasu boda —dijo sonriente.

El corazón de Holly latió confuerza al pensar en la boda deDenise. Dentro de muy pocos díastendría que enfrentarse a Daniel. Sumadre le preguntó en voz baja, comosi le hubiese leído el pensamiento:

—¿Ya has pensado que vas adecirle a Daniel?

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Holly alzó la mirada hacia losbrillantes copos de nieve que caíandel negro cielo estrellado. Fue uninstante mágico y justo entoncestomó su decisión final.

—Sí. —Sonrió, y exhaló unhondo suspiro.

—Bien. —Elizabeth la besó en lamejilla—. Y recuerda, Dios te guía yte acompaña.

Holle sonrió.—Más vale que así sea, porque

voy a necesitarlo mucho durante untiempo.

—¡Sharon, no cojas esa maleta,pesa demasiado! —gritó John a su

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esposa y Sharon dejó caer la bolsa,enojada.

—John, no soy una inválida.¡Estoy embarazada! —le espetóSharon, mientras John se alejabahecho una furia.

Holly cerró el maletero conestrépito. Estaba harta de las rabietasde John y Sharon; los había oídodiscutir en el coche todo el trayectohasta Wicklow. Ahora sólo teníaganas de entrar en el hotel y que ladejaran descansar en paz ytranquilidad. También empezaba atemer un poco a Sharon, su nivel devoz había subido considerablemente

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en las dos últimas horas y daba laimpresión de estar a punto deestallar. En realidad, viendo eltamaño de su vientre de embarazada,Holly temía que en efecto estallaríay no quería estar presente cuando esosucediera.

Holly cogió su bolsa y echó unvistazo al hotel, que más bien era uncastillo. Era el lugar que Tom yDenise habían elegido para celebrarsu boda de Año Nuevo y no podíanhaber encontrado un entorno másbello. El edificio estaba cubierto dehiedra verde que trepaba por susviejos muros y una fuente enorme

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presidía el patio delantero. Variashectáreas de exuberantes jardinesperfectamente cuidados se extendíanalrededor del hotel. Así pues, Deniseno iba a tener un decorado denavidades blancas para su boda, yaque la nieve no había cuajado. Aunasí, la nevada fue un hermosomomento que compartir con sufamilia el día de Navidad y habíaconseguido levantarle un poco elánimo. Ahora sólo quería encontrarsu habitación y mimarse. Ni siquieraestaba segura de que el vestido dedama de honor aún le sentara biendespués de la comilona navideña,

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pero no iba a comunicar a Denise sustemores va que probablemente ledaría un infarto. Quizá no resultaríatan complicado, hacer unosarreglillos…

Tampoco osaba decirle a Sharonque estaba preocupada por eso.depués de haberla oído gritar que nisiquiera le cabía la ropa que se habíaprobado el día anterior, por no hablarde un vestido que había compradomeses atrás.

Holly arrastraba su maleta por elpatio adoquinado cuando de repentesalió despedida hacia delante.Alguien había tropezado con su

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equipaje.—Perdón —oyó decir a una voz

cantarina, y se volvió enojada paraver quién había estado a punto deromperle el cuello. Se quedómirando a una rubia muy alta quebamboleaba las caderas mientras sedirigía a la entrada del hotel. Hollyfrunció el entrecejo, aquellos andaresle resultaban familiares. Sabía queaquella mujer le sonaba de algo,pero… Oh, oh.

Laura.«¡Oh, no —pensó horrorizada—.

Al final Tom y Denise han invitadoa Laura!» Tenía que encontrar a

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Daniel enseguida y advertirle.Seguro que se llevaría un disgustocuando se enterara de que la habíaninvitado. Y de paso, si el momentoera oportuno, concluiría la charlaque tenía pendiente con él. I:so siaún quería dirigirle la palabra; al finy al cabo había transcurrido casi unmes desde la última vez que habíanhablado. Cruzó los dedos con fuerzaen la espalda y se encaminópresurosa hacia la recepción.

La recibió un tumulto.La zona de recepción estaba

atestada de maletas y gente enojada.Holly reconoció al instante la voz de

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Denise por encima del barullo.—¡Escuche, no me importa que

haya cometido un error! ¡Arréglelo!¡Reservé cincuenta habitaciones hacemeses para los invitados a mi boda!¿Me ha oído bien? ¡Mi boda! Así queahora no pienso mandar a diez deellos a una pensión barata de lacarretera. ¡Soluciónelo!

Un recepcionista con cara deespanto tragó saliva, asintióenérgicamente y trató de explicar lasituación.

Denise levantó la mano hasta sucara.

—¡No quiero oír más excusas!

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¡Limítese a conseguir diezhabitaciones más para mis invitados!

Holly localizó a Tom, queparecía perplejo, y fue a suencuentro. —¡Tom! –

Se abrió paso a codazos entre lamultitud.

—Hola, Holly—dijo Tom conaire distraído.

—¿En qué habitación estáDaniel? —preguntó de inmediato.

—¿Daniel? —repitió Tom,confuso.

—¡Sí, Daniel! El padrino… Esdecir, tu padrino —corrigió.

—Ah, pues no lo sé, Holly —dijo

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Tom, volviéndose para agarrar por lasolapa a un empleado del hotel.

Holly dio un salto para situarsedelante de él e impedirle ver alempleado.

—¡Tom, necesito saberloenseguida! —suplicó horrorizada.

—Mira, Holly, de verdad que nolo sé. Pregunta a Denise —masculló,y echó a correr por el pasillo paraalcanzar al empleado.

Holly miró a Denise y tragósaliva. Denise parecía una posesa, yno tenía intención de preguntarlenada en aquel estado. Se puso al finalde la cola de invitados y veinte

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minutos después, tras colarse un parde veces, llegó al mostrador.

—Hola, quisiera saber en quéhabitación se aloja el señor DanielConnelly, por favor —preguntóenseguida.

El recepcionista negó con lacabeza.

—Lo siento, no podemos facilitarel número de habitación de nuestroshuéspedes.

Holly puso los ojos en blanco.—Oiga, si soy amiga suya —

explicó sonriendo con dulzura. Elhombre le devolvió la sonrisa y volvióa negar con la cabeza. —Lo siento,

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pero es contrario a la política faci…—¡Escúcheme! —vociferó Holly,

y hasta Denise dejó de gritar a sulado—. ¡Es muy importante que melo diga!

El hombre tragó saliva ylentamente hizo un gesto denegación con la cabeza, al parecerdemasiado asustado para abrir laboca. Por fin dijo:

—Lo siento pero…—iAaagghh! —exclamó Holly

con frustración, interrumpiéndolootra vez.

—Holly—dijo Denise,apoyándole una mano en el brazo—,

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¿qué sucede?—¡Necesito saber en qué

habitación se aloja Daniel! —gritó, yDenise se quedó perpleja.

—Está en la tres cuatro dos —farfulló.

—¡Gracias! —soltó Holly,enojada, sin saber por qué seguíagritando y echó a correr hacia losascensores.

Holly recorrió a toda prisa elpasillo, arrastrando la maletamientras comprobaba los números delas puercas. Cuando llegó a lahabitación de Daniel, llamófuriosamente a la puerta y al oír unos

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pasos que se acercaban advirtió queno había pensado qué iba a decirle.Respiró hondo y la puerta se abrió.

Holly contuvo el aliento.Era Laura.—Quién es, cariño? —oyó

preguntar a Daniel, y luego lo viosalir del cuarto de baño con unatoalla diminuta enrollada a su cuerpodesnudo.

—¡Tú! —exclamó Laura.

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5151

Holly permaneció de pie ante lapuerta del dormitorio, mirandoalternativamente a Laura y a Daniel.Por su semidesnudez, dedujo queDaniel ya sabía que Laura asistiría ala boda. También supuso que nohabía informado de ello a Tom ni aDenise, ya que éstos no la habíanavisado a ella. Pero aunque lohubiesen sabido no habríanconsiderado importante decírselo, yaque no había contado a ninguna desus amigas lo que Daniel le habíadicho antes de Navidad. Mientras

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Holly contemplaba aquellahabitación de hotel, comprendió queno tenía absolutamente ningunarazón para estar allí en aquel precisomomento.

Inmóvil, Daniel se anudó latoalla. Su rostro era la viva imagendel desconcierto; el de Lauraanunciaba tormenta. Holly se habíaquedado atónita. Nadie dijo nadadurante un rato. Holly casi podía oírel tictac de sus tres cerebros.Finalmente alguien habló, y, Hollydeseó que no hubiese sido esapersona en concreto.

—Qué estás haciendo tú aquí? —

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masculló Laura.Holly boqueó como un pez en un

acuario, mientras que Daniel pusoceño con expresión confusa sin dejarde mirar a las chicas.

—¿Vosotras dos…? —Seinterrumpió como si la idea fueraabsurda, pero lo pensó mejor ydecidió preguntar de todos modos—.¿Vosotras dos os conocéis?

Holly tragó saliva.—Ja. —Laura torció el gesto con

desdén—. ¡Desde luego no es amigamía! ¡Sorprendí a esta bruja besandoa mi novio! —soltó, y se calló degolpe al darse cuenta de lo que había

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dicho.—¿Tu novio? —exclamó Daniel,

cruzando la habitación para reunirsecon ellas junto a la puerta.

—Perdón… ex novio —puntualizóLaura mirando al suelo.

Un amago de sonrisa apareció enlos labios de Holly, feliz de queLaura se hubiese puesto en evidencia.

—Sí, Stevie, ¿no? Un buen amigode Daniel, si no recuerdo mal.

El rostro de Daniel enrojeciómientras las contemplaba atónito.Laura m¡ró a Daniel, preguntándosemuy enojada cómo era posible queaquella mujer conociera a su novio…

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a su novio actual, por supuesto.—Daniel es un buen amigo mío

—explicó Holly, cruzándose debrazos.

—¿Y también has venido arobármelo? —Inquirió Laura conacritud.

—Por favor, mira quién fue ahablar —le espetó Holly, y Laura sesonrojó.

—¿Le diste un beso a Stevie? —preguntó Daniel, que comenzaba aseguir el hilo del asunto. Parecíaenojado.

—No, no le di ningún beso aStevie. —Holly puso los ojos en

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blanco.—¡No poco! —gritó Laura como

una cría.—Por qué no te callas de una vez?

—dijo Holly, y se echó a reír—.Además, ¿a ti qué te importa? Veoque vuelves a estar con Daniel, asíque al final todo te ha salido a pedirde boca. —Se volvió hacia Daniel yañadió—: No, Daniel. No le di unbeso a Stevie. Fuimos a Galway acelebrar la despedida de soltera deDenise y Stevie estaba borracho eintentó besarme —explico conserenidad.

—Menuda mentirosa está hecha

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—dijo Laura amargamente—. Yo lovi todo.

—Y Charlie también. —Hollyhizo caso omiso de Laura y siguiómirando a Daniel—. Si no me crees,puedes preguntárselo, aunque enrealidad tampoco me importa que mecreas o no —agregó—. En fin, veníapara charlar un rato contigo, pero esevidente que estás ocupado. —Echóun vistazo a la pequeña toalla quellevaba anudada a la cintura—. Asíque ya os veré a los dos en la boda.

Luego se volvió y se alejó por elpasillo a grandes zancadas,arrastrando su maleta. Se volvió un

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momento para mirar a Daniel, queaún estaba asomado a la puerta, ysiguió caminando hasta doblar laesquina. Se paró en seco al ver quepor allí no había salida. Losascensores estaban en la otradirección. Anduvo hasta el final delpasillo para no pasar otra vez pordelante de la habitación y quedarcomo una tonta de remate. Esperó unrato al final del pasillo, hasta queoyó que Daniel cerraba la puerta.Entonces por fin se encaminó depuntillas hacia los ascensores.

Pulsó el botón y suspiró aliviada,cerrando los ojos. No estaba

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enfadada con Daniel. En realidad, deun modo un tanto infantil, sealegraba de que él hubiera hechoalgo que les impidiera mantener laconversación que tenían pendiente.La había plantado y no al revés,como tenía previsto. Aunque Danielno podía estar muy enamorado deella, se dijo, si había sido capaz deolvidzrla tan pronto para caer denuevo en los brazos de Laura. En fin,al menos no había herido sussentimientos… aunque seguíapensando que estaba loco si volvíacon Laura…

—¿Piensas entrar o qué?

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Holly abrió los ojos de golpe. Nisiquiera había oído abrirse laspuertas del ascensor.

—¡Leo! —exclamó sonriente.Entró y le dio un abrazo—. ¡No sabíaque venías!

—Hay que arreglarle el pelo a lamandamás —bromeó Leo,refiriéndose a Denise.

—¿Tan grave es? —Holly hizouna mueca.

—Está nerviosa porque Tom la havisto el día de su boda. Cree que letraerá mala suerte.

—Bueno, sólo será mala suerte sipiensa que lo es —dijo Holly,

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sonriendo.—Hacía siglos que no te veía —

dijo Leo, mirando de forma elocuenteel pelo de Holly.

—Tienes razón —admitió ellatapándose las raíces con una mano—.He estado tan ocupada en el trabajoeste mes que no he tenido tiempo denada. Leo arqueó las cejas y adoptóuna expresión simpática.

—Nunca pensé que alguna vez teoiría decir algo así sobre el trabajo.Eres una mujer nueva.

Holly sonrió agradecida.—Sí, creo que realmente lo soy.—Venga, pues —dijo Leo,

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saliendo del ascensor en su piso—.Aún faltan unas horas para queempiece la boda. Voy a atarte el pelopara cubrir esas raíces tan espantosas.

—¿Seguro que no te importa? —preguntó Holly, mordiéndose ellabio con picardía.

—No, no me importa lo másmínimo. —Leo restó importancia alasunto con un ademán—. Nopodemos permitir que eches a perderlas fotos de la boda de Denise con esacabeza que llevas, ¿no crees?

Holly sonrió y fue tras él con lamaleta. Aquel último comentario eramás propio de él. Por un instante se

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había pasado de amable.Nerviosa, Denise miró a Holly

desde la mesa presidencial del salónde banquetes del hotel mientrasalguien golpeaba una copa con unacuchara para indicar quecomenzaban los discursos. Holly noparó de retorcerse los dedos en elregazo, repitiendo mentalmente sudiscurso por enésima vez sin prestaratención a lo que decían los demásoradores.

Debería haberlo escrito, puesahora estaba tan nerviosa que no seacordaba del principio. El corazón lelatió con fuerza cuando Daniel se

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sentó y todos aplaudieron. Era lasiguiente y esta vez no podíaesconderse en el cuarto de baño.Sharon le apretó su temblorosa manoy le dijo que lo haría muy bien. Ellarespondió con una sonrisa vacilante,ya que no lo tenía muy claro. Elpadre de Denise anunció que Hollyiba a hablar y la concurrencia sevolvió hacia ella. Lo único que veíaHolly era un mar de rostros con losojos puestos en ella. Se levantólentamente de la silla y miró aDaniel en busca de aliento. Inste leguiñó el ojo. Holly sonrió y suspulsaciones disminuyeron. Todos sus

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amigos estaban allí. Echó un vistazoal salón y localizó a John sentado auna mesa con amigos suyos y deGerry. John le hizo una señalevantando el pulgar y el discurso deHolly saltó por los aires mientrasotro nuevo tomaba forma en sucabeza. Carraspeó.

—Por favor, perdonadme sí mepongo un poco sentimental mientrashablo, pero es que hoy estoy muycontenta por Denise. Es mi mejoramiga… —Hizo una pausa y lanzóuna mirada a Sharon—. Bueno, unade ellas.

El público rió.

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—Hoy me siento muy orgullosade ella y me encanta que hayaencontrado el amor junto a unhombre tan maravilloso como Tom.—Sonrió al ver que a Denise se lesaltaban las lágrimas. La mujer quenunca lloraba—. Encontrar a alguiena quien amas y que te corresponda esuna experiencia maravillosa. Peroencontrar una verdadera alma gemelaes aún mejor si cabe. Un almagemela es alguien que te entiendecomo nadie, que te ama como nadie,que estará a tu lado siempre, pase loque pase. Dicen que nada dura parasiempre, pero tengo una fe

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inquebrantable en que a veces elamor sigue vivo incluso cuandodejamos de existir. Sé un par de cosassobre lo que significa conocer aalguien así, y me consta que Deniseha encontrado a su alma gemela enTom.

Denise, me alegro de decirte queun vínculo así nunca muere.

—A Holly se le hizo un nudo enla garganta y se tomó un momentopara recobrar la entereza—. Estoytan honrada como sorprendida de queDenise me haya pedido que hablarahoy.

Todo el mundo volvió a reír.

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—Pero también me sientoorgullosa de que me hayan pedidoque comparta este día tan hermosocon Tom y Denise, y desde aquí lesdeseo que pasen muchos días más tanfelices como éste.

Los invitados lanzaron vítores yalzaron sus copas.

—¡No obstante! —Holly levantóla voz por encima del griterío y alzóla mano para acallarlo. El ruido cesóy todas las miradas volvieron a estarpendientes de ella—. No obstante,algunos de los invitados aquípresentes estarán al corriente decierta lista que ideó un hombre

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maravilloso. —Sonrió y dirigió lamirada hacia la mesa de John; Sharony Denise gritaron entusiasmadas—.Y una de las reglas de esa lista era noponerse jamás un vestido blancocaro.

Holly se echó a reír mientras lamesa de John enloquecía y Denise seponía histérica al recodar la fatídicanoche en que aquella regla se agregóa la lista.

—Así que en nombre de Gerry —prosiguió Holly—, voy a perdonartepor romper esa regla sólo porqueestás guapísima y os pido a todos quebrindéis conmigo por Tom y Denise

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y su vestido blanco carísimo, pues meconsta que lo es porque ¡me herecorrido todas las tiendas de noviasde Irlanda! Todos los invitadosalzaron sus copas y repitieron alunísono: —¡Por Tom y Denise y suvestido blanco carísimo!

Holly volvió a su asiento ySharon la abrazó con lágrimas en losojos. —Ha sido perfecto, Holly.

El rostro de Holly se iluminócuando todos los de la mesa de Johnlevantaron la copa hacia ella y lavitorearon. Y entonces comenzó lafiesta.

Los ojos de Holly se llenaron de

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lágrimas al ver a Tom y Denise bailarjuntos por primera vez como maridoy mujer, y recordó aquella sensación.Una sensación de entusiasmo, deesperanza, de pura felicidad yorgullo, una sensación de no saber loque el futuro deparaba y al mismotiempo estar preparado para hacerfrente a lo que fuera. Aquelpensamiento la alegró. No iba allorar por eso, iba a aceptarlo. Habíadisfrutado con cada segundo de suvida con Gerry, pero ahora tenía queseguir adelante. Avanzar hacia elsiguiente capítulo de su vida,llevándose consigo maravillosos

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recuerdos y experiencias que leenseñarían y la ayudarían a moldearsu futuro. Sin duda sería difícil,había aprendido que nada era nuncafácil. Pero no le parecía tan difícilcomo unos meses atrás, y supuso quea medida que pasara el tiempo aún leresultaría menos complicado.

Había recibido un regalomaravilloso: la vida. A veces ésta eraarrebatada cruelmente demasiadopronto, pero lo que contaba era loque hacías con ella, no cuántoduraba.

—¿Me concedes este baile?Una mano apareció delante de

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ella y, al levantar la vista, vio aDaniel sonriéndole.

—Claro. —Sonrió y tomó sumano.

—Puedo decirte que estáspreciosa esta noche?

—Puedes —dijo Holly sin dejarde sonreír. Estaba satisfecha de suaspecto, Denise había elegido paraella un hermoso vestido de colorvioleta con un corsé que disimulabasu barriga navideña y un corte en elcostado. Leo había hecho maravillascon su pelo, recogiéndolo de modoque le cayeran unos rizos sueltoshasta los hombros. Se sentía bella. Se

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sentía como la princesa Holly y riópara sus adentros al pensarlo.

—Tu discurso ha sido encantador—dijo Daniel—. Sé que lo que te dijefue muy egoísta de mi parte. Dijisteque no estabas preparada y no teescuché —se disculpó.

—No te preocupes, Daniel. Creoque no estaré preparada hasta dentrode mucho, mucho tiempo. Y graciaspor olvidarte de mí tan deprisa —dijoHolly, sonriendo y señalando con elmentón a Laura, que estaba sentadasola y malhumorada a su mesa.

Daniel se mordió el labio.—Entiendo que te parezca una

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locura, pero como no contestabas amis llamadas hasta yo capté laindirecta de que no estabas preparadapara una relación. Y cuando fui acasa a pasar las vacaciones y meencontré con Laura, la vieja llamavolvió a encenderse. Tenías razón, enrealidad no había renunciado a ella.Créeme, si no hubiese sabido de todocorazón que no estabas enamorada demí, jamás la habría traído a la boda.

Holly sonrió y dijo:—Perdona que haya sido tan

esquiva todo el mes. Necesitaba unpoco de tiempo para mí. Pero sigopensando que estás loco.

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Negó con la cabeza al ver queLaura ponía cara de pocos amigos.Daniel suspiró.

Sé que ella y yo tenemos muchode que hablar y mi intención es quenos tomemos las cosas con muchacalma pero, tal como has dicho, aveces el amor sigue vivo.

Holly alzó la mirada y dijo:—Oh, vamos, no consiento que

me cites. —Sonrió—. En fin, sóloespero que seas feliz. Aunque no sécómo vas a conseguirlo. —Suspiróhistriónicamente y Daniel rió.

—Soy feliz, Holly, supongo quesimplemente no puedo vivir sin el

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drama.—Echó un vistazo a Laura y la

mirada se le enterneció—. Necesito aalguien que se apasione por mí y,para bien o para mal, Laura esapasionada. ¿Y tú qué? ¿Eres feliz?—Observó el rostro de Hollymientras ella meditaba.

—Esta noche soy feliz. Ya meocuparé del mañana cuando llegue.Pero sigo adelante…

Holly se sumó al corro deSharon, John, Denise y Tom yaguardó la cuenta atrás.

—¡Cinco… cuatro… tres… dos…uno! ¡FELIZ AÑO NUEVO!

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Todo el mundo soltó vítores yaplaudió mientras globosmulticolores caían del techo delsalón de banquetes y rebotaban enlas cabezas de la concurrencia.

Holly abrazó a sus amigos conlágrimas de felicidad en los ojos.

—Feliz Año Nuevo —le deseóSharon estrujándola con fuerza y labesó en la mejilla.

Holly puso la mano en el vientrede Sharon y estrechó la mano deDenise. —¡Feliz Año Nuevo paratodos nosotros!

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EpílogoEpílogo

Holly hojeaba los periódicos para vercuál contenía una foto de Denise yTom el día de su boda. No ocurríacada día que el locutor más famosode Irlanda se casara con una de lasprotagonistas de «Las chicas y laciudad». Al menos eso era lo que aDenise le gustaba pensar.

—¡Oiga! —le espetó elquiosquero gruñón—. Esto no es unabiblioteca. O lo compra o lo deja.

Holly suspiró y comenzó a cogerun ejemplar de cada periódico comola otra vez. Tuvo que hacer dos viajes

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hasta el mostrador debido al peso delos diarios y al hombre ni siquiera sele ocurrió echarle una mano.Tampoco es que ella hubieseaceptado gustosa su ayuda. Una vezmás, se formó una cola frente a lacaja. Holly sonrió y se tomó sutiempo. La culpa era de él, si lehubiese permitido hojear losperiódicos no lo habría retenido. Fuehasta el principio de la cola con elúltimo lote de diarios y comenzó aañadir tabletas de chocolate ypaquetes de caramelos al montón.

—Ah, y también necesitaré unabolsa, por favor. —Pestañeó

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afectadamente y sonrió con dulzura.El hombre la miró por encima de

la montura de sus gafas como si fueseuna colegiala traviesa.

—¡Mark! —gritó enojado.El adolescente de los granos

surgió de un pasillo con la máquinade etiquetar igual que la otra vez.

—Abre la otra caja, hijo —leordenó su padre, y Mark se encaminóhacia la caja.

La mitad de la cola que habíadetrás de Holly pasó a la otra caja. —Gracias.

Holly sonrió y se dirigió a lapuerta. Justo cuando iba a tirar de

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ella alguien la empujó desde elexterior, haciendo que sus comprascayeran al suelo otra vez.

—Lo siento mucho—dijo elhombre, agachándose para ayudarla.

—No pasa nada —contestó Hollyeducadamente. Procuró no volversepara no ver la mirada burlona delquiosquero que notaba en el cogote.

—¡Vaya, eres tú! ¡La adicta alchocolate! —exclamó la voz, y Hollelevantó la vista, sorprendida.

Era el cliente simpático depeculiares ojos verdes que la habíaayudado en la ocasión anterior.

Holle rió.

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—Volvemos a encontrarnos.—Te llamas Holly, ;verdad? —

preguntó él, entregándole unastabletas de chocolate de tamañofamiliar.

—En efecto. Y tú Rob, ¿no? —contestó Holle.

—Tienes buena memoria —dijoRob, sonriendo. —Igual que tú.

Volvió a meterlo todo en la bolsa,sumida en sus pensamientos, y sepuso de pie.

—Bueno, seguro que no tardaréen tropezarme de nuevo contigo. Robsonrió y se dirigió a la cola.

Holle se quedó mirándolo como

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si estuviera en las nubes. Finalmentese aproximó a él.

—Rob, ,hay alguna posibilidad deque te apetezca ir a tomar ese caféhoy? Si no puedes, no pasa nada… —Se mordió el labio.

Rob sonrió y miró con inquietudel anillo de Holly.

—Oh, no debes preocuparte poresto —dijo mostrando la mano—.Ahora sólo representa toda una vidade recuerdos felices.

Rob asintió con la cabeza. —Puesen ese caso, encantado. Cruzaron lacalle y se dirigieron a la GreasySpoon.

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—Por cierto, perdona que salierahuyendo la última vez —se disculpó,mirándola a los ojos.

—No te preocupes. Yo sueloescaparme por la ventana del lavabodespués de la primera copa —bromeóHolly. Rob rió de buena gana.

Holly sonrió mientras se sentabaa la mesa y aguardaba a que élregresara con los cafés. Parecía untipo agradable. Se retrepó en elasiento v miró por la ventana al fríodía de enero. El viento agitaba conviolencia los árboles. Pensó en lo quehabía aprendido, en quién era antes yen quién se había convertido. Era

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una mujer que había recibidoconsejo de un hombre al que amaba,que lo había seguido y se habíaesforzado al máximo para curar susheridas. Ahora tenía un trabajo quele encantaba y se sentía segura de símisma para alcanzar lo que sepropusiera.

Era una mujer que cometíaerrores, que a veces lloraba un lunespor la mañana o por la noche en lacama. Era una mujer que a menudose aburría de su vida y le costabamucho levantarse para ir a trabajar.Era una mujer que con frecuenciatenía un mal día, se miraba al espejo

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y se preguntaba por qué no iba más amenudo al gimnasio. Era una mujerque a veces detestaba su empleo ~secuestionaba por qué razón tenía quevivir en este planeta. Era, en fin, unamujer que a veces entendía mal lascosas.

Por otra parte, también era unamujer con un millón de recuerdosfelices, que conocía el significado delamor verdadero y que estabadispuesta a gozar de la vida, del amory a crear nuevos recuerdos. Tanto sitardaba diez meses como diez años,Holly obedecería el mensaje final deGerry. Fuera lo que fuese lo que le

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aguardaba, sabía que abriría sucorazón y lo seguiría allí donde éstela llevara.

Mientras tanto, simplementeviviría.

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CECELIA AHERN, La hija de 22años de Bertie Ahern, primerministro de Irlanda, estabaestudiando un master encinematografía cuando abandonó launiversidad para escribir «Posdata: tequiero», su primera novela. Losderechos de traducción se hanvendido en 14 países, y los derechos

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cinematográficos fueron adquiridospor Warner Brothers por un millónde dólares.Cecelia Ahern vive en Dublín, dondeha terminado su tercera novela. Haganado el Weltbild Readers Prize FurImmer Veilleicht. También enseptiembre de 2005, Cecelia recibióel premio Irish Post Award forLiterature.