por los ciclos de los ciclos

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Por los ciclos de los ciclos… Las palabras del lenguaje, el saber exquisito, las piedras, el olvido se lo lleva el río. En la mañana del domingo 15 de enero de 2015, decido emprender un corto viaje de Córdoba a Cabana, lugar de las Sierras Chicas donde he permanecido las últimas tres semanas. Ha llovido toda la madrugada y cerca de las 8 Hs. el cielo se abre dando la oportunidad de salir al exterior. Me espera una parada en el supermercado para comprar provisiones y una caminata de 4 kilómetros. A tan sólo 500 del punto de partida, vuelve a nublarse e inmediatamente comienza una suave llovizna. Este motivo no cambia la idea de almorzar con amigos en Cabana. El viaje demora menos de 2 horas. La pequeña llovizna se transforma en lluvia de mediana intensidad con fuertes ráfagas y rayos. Caminar mojado y con la mochila cargada me trae buenos recuerdos de experiencias de viaje. El camino es una importante avenida de Córdoba. Aunque la zona es demasiada sucia, las constantes precipitaciones lavaron la calle y veredas para pisar descalzo y con confianza. Los últimos 1000 metros de camino se larga el chaparrón. Decido hacer una parada para descansar mis manos (me ayudo con muletas) y esperar el cese de la lluvia. Tengo perfectamente calculado el tiempo y la distancia para tomar el autobús que me lleva a Cabana. Tomo la precaución de salir unos minutos antes para no perder esa chance y también los ánimos. A 100 metros antes de la estación, puedo ver como se retira el anhelado colectivo colorado que va a las sierras.

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El domingo 15 de febrero de 2015 una gran tormenta arrasó en el departamento Colón, provincia de Córdoba. Se registró, como nunca antes, destrozos de viviendas, áreas naturales; muertes y miles de evacuados.

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Por los ciclos de los ciclos…

Las palabras del lenguaje, el saber exquisito,las piedras, el olvido se lo lleva el río.

En la mañana del domingo 15 de enero de 2015, decido emprender un corto viaje de Córdoba a Cabana, lugar de las Sierras Chicas donde he permanecido las últimas tres semanas. Ha llovido toda la madrugada y cerca de las 8 Hs. el cielo se abre dando la oportunidad de salir al exterior. Me espera una parada en el supermercado para comprar provisiones y una caminata de 4 kilómetros. A tan sólo 500 del punto de partida, vuelve a nublarse e inmediatamente comienza una suave llovizna. Este motivo no cambia la idea de almorzar con amigos en Cabana. El viaje demora menos de 2 horas. La pequeña llovizna se transforma en lluvia de mediana intensidad con fuertes ráfagas y rayos. Caminar mojado y con la mochila cargada me trae buenos recuerdos de experiencias de viaje. El camino es una importante avenida de Córdoba. Aunque la zona es demasiada sucia, las constantes precipitaciones lavaron la calle y veredas para pisar descalzo y con confianza.

Los últimos 1000 metros de camino se larga el chaparrón. Decido hacer una parada para descansar mis manos (me ayudo con muletas) y esperar el cese de la lluvia. Tengo perfectamente calculado el tiempo y la distancia para tomar el autobús que me lleva a Cabana. Tomo la precaución de salir unos minutos antes para no perder esa chance y también los ánimos. A 100 metros antes de la estación, puedo ver como se retira el anhelado colectivo colorado que va a las sierras. Mis intentos por alcanzarlo son absurdos. La poca gente empapada mira mi extraña despedida a nadie. Por lo visto, el chofer decidió salir antes. Esto son razones suficientes para quejarme aunque no es la opción elegida ya que decido perseguir mi boleto al objetivo deseado. Freno un taxi y subo inmediatamente, pidiendo al conductor que alcance el autobús colorado que desaparece en la cortina de lluvia. Nunca sabré si el taxista tuvo deseos de realizar una persecución al mejor estilo de película de acción. Las intensas lluvias en la ciudad ya habían lavado el asfalto y el suelo se convertía en una piscina olímpica de varios kilómetros de largo. El autobús parece un catamarán que navega sobre el lago y nosotros, arriba de un auto bote surfeando las olas que iba dejando la embarcación. Después de tres kilómetros de rastreo, frenamos en un semáforo y alcanzando la puerta derecha del conductor. Pregunto si puedo subir. La respuesta positiva fue detonante para explotar hacia la calle inundada. Con la mano izquierda pagaba al taxista, con la derecha rescataba una de mis ojotas que se iba por el

torrente de la banquina. Luego, apoyaba firme el pie derecho en la calle, tomando la mochila, ojotas y muletas para adentrarme en una carrera de corta distancia con un solo pie. Si mal no recuerdo fueron 6 saltos hasta el autobús, tres para subir los escalones y uno para acomodarme en el asiento que está detrás del conductor. El semáforo con la luz verde brillaba más fuerte que nunca y los vehículos que esperaban el paso, obviaban sus bocinas para presenciar la extraña performance que realizaba gratuitamente.

En los ecos de mi mente retumba ¡Estoy vivo! mientras imaginaba el anhelado almuerzo con amigos. Segundos después el pensamiento se volatizaba con el ruido de truenos y la estampadas de lluvia en el parabrisas.

Somos 4 personas arriba del colectivo y ninguno tiene noticia del temporal. El río Suquía es alimentado incansablemente por las calles arroyos. Tiene color café con leche y ocupa el ancho completo de la costanera.

En pocos m{as de media hora cruzamos la mitad de la ciudad en dirección al norte. Hago un cambio de ropa y apoyo los pies en la giba del motor para recuperar el calor corporal. La lluvia no cesa, al contrario, se vuelve más intensa. No es posible distinguir la vereda de la calle. Lo único que se alcanza a ver en la superficie acuosa son los brotes de verdosas aguas que emanaban como fontana de los huecos de alcantarillas. Líquido por todas partes y en todas direcciones: de costado, de arriba hacia abajo y abajo hacia arriba. Parecía los canales de Venecia pero más excrementoso. Al no ver movimiento vehicular de ningún tipo, la sensación de aventura cambió por la de inquietud. Uno de los pasajeros comenta que viene de una fiesta en un pueblo lejano, frustrada por el mismo temporal. ¿Cuál sería la extensión del fenómeno meteorológico? No es la primera vez que se suspenden en esta época del año festivales y carnavales debido a temporales.

El chofer se llama Mario y lo hemos apodado “Capitán”. Ha conducido en varias inundaciones y nunca había visto tanta agua. No tiene información sobre el estado del tiempo y del camino.

Un pasajero se persigna cada vez que llegamos a una esquina y con voz de reto hecha la culpa a todos los mortales. “Esto pasa porque el hombre se porta mal. Algunos, como yo, hacemos las cosas bien pero somos los menos”. Después del sermón, saca una golosina de su bolso, consume el contenido y tira el papel al inconmensurable caudal. Como si mis ojos filmasen en cámara lenta, miro la caída del papel que pasa por arriba de una boca de tormenta. En vez de tragar el papel, lo expulsa con otra basura haciendo gárgaras de torbellino de agua. Al ir a poca velocidad es fácil distinguir las botellas de plástico, troncos y bolsas que obstruyen los desagües. Los vehículos detenidos tienen agua hasta la ventanilla y se amontonan como turba cerca de las viviendas. Entre las cosas flotantes, hay un casco color azul que anticipa un accidente de moto. ¿Quién habrá socorrido a esa persona? El camino no muestra indicios de vida humana. La moto tirada al centro de la calle todavía tiene encendidas las luces del tablero.

Nuestro colectivo parece un toro que ruge con vaporosas aceleradas y desde sus asientos delanteros se puede ver la infatigable compañía de una ola causada por la enorme rueda derecha.

Nos acercamos al mediodía y parece que estuviese por anochecer ocho horas antes. Las primeras presencias humanas son de un grupo pequeño de personas que intentan cavar una zanja por debajo de las vías del tren y así lograr desagotar el agua que inunda sus viviendas. Aún no vemos gente de defensa civil, bomberos, policía o inspectores.

Pasamos por Villa Allende y Mendiolaza sin problemas. El camino está despejado aunque el río Saldán enseña creciente crecientes, movimiento de árboles, piedras y enormes pedazos de asfalto. Las dificultades para avanzar aparecen en Unquillo, más precisamente en la doble avenida del centro. Puedo entender que intentaron celebrar el carnaval porque hay guirnaldas de colores, aerosoles de espuma loca vasos y cotillón flotando. Todos esos colores de artificios se acumulan y mezclan con las monocromáticas piedras y barro de guadal. La caída de gotas sobre el agua parecen infinitas esferas que explotan con sonidos de millones de manos que aplauden.

No cesa de llover y nos quedan 4 kilómetros de camino empinado y sinuoso. Estamos cruzando un alud que se engrandece rápidamente. Las piedras rodantes marcan el camino y los lugares por donde no hay que pasar. A menos de tres kilómetros por llegar, mi consciencia determina el caos de enorme magnitud. Llegamos a Cabana y doy por perdido el almuerzo con amigos. A pocos metros de llegar al vado, un taxista nos informa que es imposible cruzar y nos invita a que contemplemos el río que está a nuestra izquierda. Desde ese costado del camino (río), se podía ver el torrente como si fuese el inmenso torso de un dragón penetrando en la tierra y arrastrando todo lo que se interpone en su camino. El dragón imaginario es de color negro y se alimenta por cientos de afluentes provenientes de las montañas. El cause, causa. Causa miedo y asombro. Es un movimiento hipnótico de destrucción. Se puede observar pedazos de pared, heladeras, árboles enteros, Etc. Los vecinos que construyeron su casa al costado del vado están perdiendo todo rápidamente. La lluvia continúa sin cesar. Antes de girar en el camino abnegado, una vecina sube advirtiendo la gravedad del asunto. En un chaco al costado de la puerta delantera espera su perro que parece una rata gigante mojada. La mascota se llama “tornado”, nombre apropiado para el momento que vivimos. Tornado para ser el único que la pasa bien...

El frío y la humedad penetró nuestros cuerpos. Uno de los pasajeros tiembla, estornuda y se queja desde hace buen rato. Capitán habla por teléfono con sus compañeros y nos dice que es imposible llegar al final de recorrido o regresar por donde vinimos. Estamos aislados literalmente. Las noticias son: algunos de los puentes que cruzamos tapados por agua, dañado o arrancados; partes de la ruta nueva de Mendiolaza

completamente dañadas; Villa Allende inundada; los caminos que conducen a la ruta Pajas Blancas totalmente tapada con agua y material; Unquillo con las calles principales llena de barro. El daño material es incalculable; hay decena de autos, camiones, casas, puentes, veredas, comercios y espacios públicos completamente destruidos.

Nuestro único remedio es esperar en Unquillo hasta que deje de llover. Cosa que no ocurre desde hace 6 horas. Nos refugiamos en una estación de servicio que sirve de puerto para los autobuses y autos. Afortunadamente podemos comer algo caliente y seguimos las noticias. La región está sin luz desde esta mañana. Desde la ventana del frente de la estación se puede ver como algunos autos quedaron enterrados en la calle y como son bordeados por grupos de personas que marchan con bolsas de ropa en la cabeza. Ellos son algunos de los condenados que han perdido su hogar y buscan un lugar alto pare protegerse.

Cada una hora, algún chofer sale en búsqueda de información e intentando encontrar un lugar de salida. Las imágenes en teléfonos celulares muestran zonas terriblemente dañadas. Los lugares por donde pasamos esta mañana ya no son reconocibles. Son zonas de desastre total. Es difícil imaginar como puede subir el nivel del río hasta 9 metros, tapando y/o arrancando enorme estructuras, árboles y todo lo que se interpone a su paso. Estamos en la isla de Unquillo y podemos sentir y reconocer una situación favorable en comparación con otros sitios vecinos. Inmediatamente pienso en todos mis seres queridos que habitan cerca de los ríos, arroyos y canales. El ciclo del agua genera otros ciclos pero de destrucción. Levantar una ciudad cuesta décadas de esfuerzo y la energía de una tormenta puede derrumbado en pocas horas. Estos ciclos ocurren en todas partes y todo el tiempo.

El plan que nos queda es pernoctar arriba de un autobús y seguir esperando. Cerca de las 18 Hs. se detiene la intensa lluvia. Defensa Civil informa que Cabana estará cerrado por 48 horas, que es imposible ingresar a Río Ceballos y que están intentando despejar uno de los vados de Mendiolaza. Cerca de las 22 Hs. subimos a otro autobús, manejado por otro capitán y regresamos a Córdoba. No es posible observar los daños ya que estamos a oscura en todo el Valle. Los lugares con luz son los sectores altos que no han sido afectados.

Cuando llegamos a la ciudad de Córdoba, sigue lloviznando. Hay mucho movimiento de jóvenes desentendido del caos que se vive a pocos kilómetros. Esas caras felices con expulsiones risueñas me generan un fuerte contraste con las miradas de horror que observé horas atrás en el Departamento Colón. No tengo impotencia por los jubilosos jóvenes de Córdoba, ni por no haber llegado a Cabana o de haber quedado aislado en Unquillo. Tengo impotencia por no poder ayudar. Todo esto me resuena en mi cabeza y me hacen pensar bajo la lluvia mientras regreso a casa caminando por el mismo lugar de esta mañana, más encorvado y con otra mente. Las últimas imágenes de la noche son el

craquelado mojado del asfalto que refleja las luces naranja, haciendo de túnel hacia otra dimensión. Al llegar a mi casa estoy extenuado, agobiado y con llagas en los dorsales.

A la mañana siguiente, el ardor del sol genera una inmensa humedad. El calor se hace insoportable. Voy lo más temprano posible a Villa Allende y acompaño a mis amigos Agustín y Cristian a una pequeña donación de colchones, sábanas y ropa. Para hacer llegar la ayuda es preciso costear la ciudad por lugares altos, alejados del arrollo Saldán y el canal Seco. El calor está descomponiendo rápidamente los alimentos perdidos, las plantas y animales muertos. Todo es un caldo de cultivos infeccioso que acapara gran parte de la ciudad. La calle principal está cortada y no podemos ingresar. Miles de vecinos y amigos están colaborando en la limpieza usando palas, carretillas, rastrillos y las propias manos. Este fin de semana, supuestamente se celebraba el “Festival de la Solidaridad”, un evento de música, baile y teatro que se realiza de forma ininterrumpida desde hace más de 20 años. En medio del caos se siente la solidaridad en el más amplio sentido de la palabra y quizás que eso sea lo único rescatable. Las iglesias funcionan como centro de asistencia y de evacuación. Según me informan algunos damnificados, hubo grupos de personas que saquearon cargas de ayuda humanitaria ¿Será que la destrucción expone las grandesas y miserias de ser humano? Pienso que la desesperación obliga a hace cosas impensada. Otra situación particular fue el accionar de partidos políticos. A pocos meses de elecciones, algunas instalaciones de ayuda tenían nombre e insignias políticas. Quizás la solidaridad debe ser incondicional y sin hacer alardes.

Al igual que ayer, lo único que está a mi alcance es pensar. Aún tengo inmensa impotencia por no poder ayudar. Desde la mañana recibimos y enviamos mensajes para saber como están los allegados. Muchos amigos y seres queridos han perdido todas sus pertenencias. Otros, no tendrán la oportunidad de velar a sus difuntos. Este ciclo de ciclo conforma otro ciclo, el de la vida y la muerte. En estas circunstancias los que terminan con el la vida son los más débiles, niños, enfermos y ancianos. Hasta ahora el número de víctimas es de 12 personas. Al día siguiente, me levanto temprano para intentar llegar a Cabana. Villa Allende sigue abnegada. El centro está cortado y la gente continúa con las actividades de limpieza y ayuda. Ahora sí observo maquinaria pesada trabajando. Cruzar por un costado de la ciudad es un gran avance para las familias que necesitan ser evacuadas. El Barrio de “La Costa” quedó devastado. Los paredones de las casas y estancias antiguas fueron arrancados. El calor continúa descomponiendo la materia obstructora. Al llegar a Unquillo, se termina mi recorrido en autobús y comienzo a cruzar a pie (derecho) la doble avenida. Es un enorme estanque de barro que está fraguando. Las personas, al igual que en Villa Allende, están haciendo sus mayores esfuerzos desde hace más de 24 horas para intentar limpiar la zona afectada. Algunos comerciantes apilan la basura y cosas rotas en la vereda. El centro también está cerrado. Sumido al deseo de volver a Cabana, tomo el camino

alternativo y comienzo a caminar por un camino con piedras lavadas. No hay calle que no haya sido un río ni un patio que no haya sido pileta. Me quedan tres vados para cruzar y sé que el río está lo suficientemente lejos como para correr peligros. Desde lo alto y a ciento de metros se escucha el rugido del dragón observado días atrás. Estoy caminando desde hace una hora y media y un persona que pasa en un auto se detiene para acercarme unos metros. Es otro hombre que ha perdido todo. El auto que usa es prestado y llevaba un poco de alimento. El señor agradece de no haber extraviado a sus seres queridos y comenta que un vecino encontró a su hijo muerto en la rama de un árbol. Todas las personas que encuentro han sufrido y están sufriendo las consecuencias del temporal. Otro motivo para pensar y seguir caminando, sin importar las laceraciones debajo de mis axilas.

Al llegar al primer vado, noto que es imposible cruzar en mi condición física. A pocos segundos, una pareja en su camioneta frena para ayudarme y me acerca otro buen trecho. Cada encuentro con extraño son lamentaciones y mucha impotencia. Estoy a pocas cuadras de llegar a mi destino. Las señales del diluvio están presentes por todas partes. Es un sector alto y las casas no han sido afectadas. Mientras abro la puerta de entrada, veo que se condensan nubes gruesas. A las 4 de la tarde, comienza a llover intensamente durante una hora y media. Al día siguiente llueve toda la mañana hasta las dos de la tarde. El ciclo de los ciclo continúa.

Después de donar los colchones, pregunto a mi gran amigo Agustín que es lo que piensa. Su sentencia es: “esto es imposible de evitar. No se puede hacer nada. El fenómeno de las inundaciones azota esta región de las sierras desde hace más de 15 años y el problema se agrava por la construcción desmedida de casas y la falta de permeabilidad del suelo”. Pregunto: “si casa tuviera un aljibes, ¿eso no ayudaría?” Respuesta taxativa de Agustín: “No sirve. Es muy poco porcentaje del agua que precipita”. Insisto esperanzadamente “¿si hicieran más diques y enormes cisternas?” No se puede. Si para reparar una calle están tres años, cuánto pensás que tardaría en hacer esas obras.

Sigo pensando que se puede hacer mucho sin pensar sólo en el dinero. Por ejemplo, un buen sistema de comunicación para advertir y evacuar rápidamente a las personas. Estoy de acuerdo con Agustín sobre la dificultad de hacer enormes inversiones pero también pienso en la falta de conocimientos y compromiso de las personas. Por ejemplo, el caso del pasajero que rezaba arriba del autobús y su “amén” era tirando basura a la calle. Por otra parte, si ya ocurrieron varias inundaciones, por qué sigue muriendo tanta gente. La negligencia es simple de entender en el caso opuesto, la sequía. Muchos vecinos de Córdoba y Villa Allende que han sufrido cortes de agua por varios días, cuidan del bien indispensable pero cuando recuperan el normal funcionamiento del servicio comienzan a regar las calles y paredes. Es como una economía de pensar, sentir y

actuar. El agua que se podría almacenar en las cisternas domiciliares podría aprovecharse para regar cultivos o dispositivos sanitarios. Pero no, parece ser más fácil abrir la canilla para refrescar las paredes ¿? e ir a comprar tomates al supermercado a un precio exorbitante. Lo mismo ocurre con la separación de basura, energía eléctrica, el gas, combustible, Etc. Muchas veces siento que voy en sentido contrario al sistema y en ese momento (como ahora mismo), más convencido estoy de mis elecciones y acciones. Pensar en cambiar ya es un cambio pero no es suficiente. Insisto que es preciso hacer hábito nuestras reflexiones y compartir sin propagandas en el humilde accionar.