por los caminos montemarianos: patrimonio cultural inmaterial de los montes de maría, bolívar

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Recorrido por los siete municipios que conforman los Montes de María y sus manifestaciones culturales

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Patrimonio Cultural Inmaterial de los Montes de María, Bolívar

Por los caminos montemarianos

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Adriana Molano RojasCoordinación

Cecilia Gil Barvo Acompañamiento metodológico

Adriana Molano RojasAna María EspinosaAlfredo Pérez CaballeroRuby Kelly HernándezEquipo de investigación

Adriana Molano RojasContenidos - Fotografía

Daniella Riaño SánchezCoordinación editorial - Fotografía

Félix Santiago Riaño SánchezIlustración - Portada

Editemos SASEdición de textos

© República de Colombia 2011

ISBN978-958-57267-1-0

Se permite la libre utilización de este documento siempre y cuando

se incluya reconocimiento de edición y autores, sin uso comercial y

sin obras derivadas. Material libre para copia y distribución con fines

pedagógicos y culturales.

www.culturainmaterial.com/montesdemariaToda la información del proyecto en:

Alberto Bernal Jiménez Gobernador de Bolívar

Antonio Luis Barrios BarriosSecretario de Educación y Cultura Departamental

Patricia Díaz BáezCoordinadora Unidad de Cultura y Patrimonio

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ContenidoPresentaciónCultura: una apuesta por el desarrollo regional 9Recorrido por el sentir de un pueblo 10Nuestros enlaces municipales 12Los Montes de María: el corazón de Bolívar 14

La identidad montemariana Fogones de los Montes de María 19La cura está en los Montes 25El valor de la palabra en los Montes de María 28El alma musical de los montemarianos 32

Diversidad municipal Atlas cultural de la ZODES Montes de María, Bolívar 38Córdoba 41El Carmen de Bolívar 45El Guamo 51María La Baja 55San Jacinto 59San Juan Nepomuceno 65Zambrano 71Calendario de eventos de la región 76

Vivamos nuestra cultura,expresemos nuestra identidad,valoremos nuestro patrimonio.

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Presentación

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9Presentación

Cultura: una apuesta por el desarrollo regional

Nuestra identidad como bolivarenses está atada a la historia y alimentada por el desarrollo contempo-ráneo. El conjunto de tradiciones, costumbres y formas particulares de interactuar con el entorno nos caracterizan en la región y nos distinguen ante el país y el mundo.

Justamente ese reconocimiento de nuestra identidad es el mismo que nos permite decir con orgullo que hacemos parte del gran departamento de Bolívar, rico por sus tierras fértiles, sus fuentes hídricas, su cul-tura ancestral y su papel en la historia.

El Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) está constituido por las formas como la identidad se manifiesta y nos es posible sentirla y vivirla. Desde la Gobernación de Bolívar estamos trabajando por la identifica-ción, protección y visibilización de esas manifestaciones que nos hacen únicos, razón por la cual adelan-tamos la Implementación del Sistema Nacional de Información Cultural y Levantamiento del Inventario de Patrimonio Cultural Inmaterial en el Departamento de Bolívar, Zona de Desarrollo Económico y Social (ZODES) Montes de María.

Los municipios de San Juan Nepomuceno, María La Baja, El Guamo, Córdoba, San Jacinto, El Carmen de Bolívar y Zambrano fueron el epicentro de un trabajo sin precedentes en la región. Gracias a esta ini-ciativa hoy podemos reconocer y valorar las diversas manifestaciones culturales que perviven a través de sus habitantes y somos un modelo nacional en materia de Inventarios del PCI.

El presente libro hace parte de los resultados del proyecto y alberga en sus páginas la historia y los saberes de los montemarianos, ofreciendo a todos los lectores una mirada hacia el interior de su cotidianidad y su cultura.

Hoy más que nunca valoramos nuestros Montes de María. Las comunidades que habitan en ellos se destacan por su sentido de pertenencia y compromiso frente a su territorio, por eso les damos el lugar sobresaliente que merecen y las invitamos a ellas, y a todos los que tengan la oportunidad de conocerlas, a sentir como propia esta región que nos da ejemplo por su cultura.

Alberto Bernal JiménezGobernador de Bolívar

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Recorrido por el sentir de un pueblo

¡El Patrimonio Cultural cuenta! Esta premisa fue el pilar del equipo de investigación del proyecto que en-marca esta publicación y cuyo trabajo se desarrolló en los Montes de María de Bolívar, recorriendo cada uno de los municipios que lo conforman, y abriendo con su paso cientos de baúles de historias.

El proyecto apoyado por el Ministerio de Cultura y la Gobernación de Bolívar, tuvo como objetivo adelantar el proceso de Inventario del Patrimonio Cultural Inma-terial (PCI) en la ZODES Montes de María para su pos-terior inclusión en el Sistema Nacional de Información Cultural (SINIC), dotando a la región de herramientas que orientan la adecuada identificación, apropiación y salvaguardia de sus manifestaciones culturales.

Los principios rectores para el inventario del PCI están dados desde la Ley General de Cultura y la Conven-ción para la Salvaguardia convocada por la UNESCO en el año 2003. Los fundamentos de su ejecución están atados a la necesidad nacional de reconocernos desde lo local para fortalecernos y enfrentar los desafíos del

mundo contemporáneo sin perder nuestra identi-dad.

El Patrimonio Cultural Inmaterial incluye una serie de componentes que desde su definición lo caracte-rizan y determinan su tratamiento:

• Es colectivo, pertenece o identifica a una comuni-dad particular.

• Se transmite de generación en generación como un legado o parte de la memoria colectiva.

• Tiene un valor simbólico derivado de su signifi-cado social y de su función como referente de tradi-ción e identidad.

• Es dinámico, pese a estar afirmado en la identi-dad y tradición de los pueblos, cambia, se recrea en el tiempo y adquiere particularidades regionales y locales.

«Ley 1185 de 2008. Artículo 8. Patrimonio cultural inmaterial. El patrimonio cultural inmate-rial está constituido, entre otros, por las manifestaciones, prácticas, usos, representaciones, expresiones, conocimientos, técnicas y espacios culturales, que las comunidades y los grupos reconocen como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio genera sentimien-tos de identidad y establece vínculos con la memoria colectiva. Es transmitido y recreado a lo largo del tiempo en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia y contribuye a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana».

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11Presentación

• Es valorado como «bien» que debe ser conservado y protegido.

• Cohesiona a la sociedad, generando unidad en rela-ción con su significado.

El inventario del PCI equivale a la identificación, de manera clasificada y sistemática, de las expresiones de la cultura inmaterial con información documentada a través de fuentes primarias y secundarias. Así, fue nece-sario que el equipo de investigadores no solo recorriera el territorio sino que también generara vínculos con la comunidad y con los portadores de cada tradición para recopilar la información pertinente.

El Ministerio de Cultura utilizó el Proceso de Identi-ficación y Recomendaciones de Salvaguardia (PIRS) hasta el año 2010 como mecanismo para desarrollar los inventarios de PCI en el país. A partir de los resultados obtenidos con esa metodología el Ministerio propuso en 2011 a los investigadores y gestores del país el dise-ño de una nueva herramienta que permitiera la recupe-ración y sistematización de la información acercándose a una visión más amplia de la cultura nacional.

En respuesta a esa invitación, el equipo de trabajo de este proyecto, liderado por especialistas en inventarios y gestión cultural, y conformado por profesionales de las Ciencias Sociales con experiencia en el sector, se dio a la tarea de proponer una nueva metodología que recoge lo mejor del PIRS y lo potencializa a través de la inclusión de fuentes vivas, la construcción de relatos y el reconocimiento de la transversalidad de las manifes-taciones culturales.

De la misma manera, se propone que el SINIC permita un registro dinámico que, sin perder su potencial para la comparación y análisis de la información cultural del país, proporcione una lectura más amplia de las comu-nidades y sus formas de ver y apropiarse del mundo.

Como parte de la implementación del proyecto se de-sarrollaron jornadas de sensibilización y formación sobre PCI y SINIC; identificación de las manifesta-ciones representativas de la región y cada uno de los municipios incluidos en el estudio; consulta de fuentes

documentales y acercamientos a los portadores de la tradición.

La iniciativa permitió que de forma conjunta entre el equipo de investigación y las comunidades se cons-truyera un inventario que contiene las manifestacio-nes representativas de cada población, contando en el equipo de trabajo con el apoyo adicional de Enlaces Municipales que sirvieron de soporte en la producción y desarrollo del proceso.

Los contenidos de esta publicación se derivan de la ejecución piloto de esa nueva herramienta, constitu-yendo una primera aproximación hacia una forma con-sensuada y crítica frente al manejo del PCI en el país. La metodología completa y los resultados detallados se encuentran registrados en el Informe de Investigación que reposa en los archivos de las instituciones vincu-ladas con el desarrollo de este proceso, y circulan en material multimedia que busca facilitar la tarea de los gestores y las instituciones locales para que las comuni-dades pongan en valor su patrimonio, comprendan su importancia y vivan su identidad a través de la cultura.

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Nuestros enlaces municipales

Francisco Osorio (San Juan Nepomuceno), Andrés Paternina (María La Baja), Mercedes Barraza (San Jacinto), Gustavo Cardona (El Guamo), Raimundo Lascarro (El Carmen de Bolívar), Ramiro Meza (Zambrano). Al frente: Octaviano Jaraba (Córdoba)

El aporte de las comunidades es decisivo para adelantar un proceso de Inventario del PCI que refleje sus sabe-res, tradiciones y cotidianidad. En nombre de ellas, los Enlaces Municipales que participaron en el desarrollo del proyecto apoyaron en la logística y la identificación de las manifestaciones locales y sus portadores, aunque sin duda alguna su mayor aporte fue el acercar al equi-po de investigación a las particularidades de la visión de mundo de cada población.

Gestores comprometidos con la recuperación y el for-talecimiento de la cultura de sus municipios fueron los elegidos para acompañar este proceso. Así mismo, las instituciones locales, los representantes de las comuni-dades, los docentes y en general todos los interesados en la cultura fueron convocados y sus aportes abrieron las puertas para iniciar esta travesía por los caminos montemarianos.

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Los Montes de María: el corazón de BolívarContexto histórico, económico y social

Bolívar es una región cargada de historia y tradición. Cartagena fue una de las capitales del Caribe neogra-nadino —actualmente lo es del departamento—, y hoy es reconocida como Patrimonio de la Humanidad. Esta urbe y los distintos municipios que hacen parte de Bolívar son una mezcla entre la historia afro e indígena, las costumbres de antaño y el desarrollo derivado del comercio, que dan como resultado una cultura rica y diversa.

El departamento de Bolívar está ubicado en la región noroccidental del país. Es uno de los siete departamen-tos que conforma la Costa Caribe continental y com-prende una importante extensión de su llanura central a lo largo del río Magdalena. Con un área total de 25.975 km2, representa el 20 por ciento de la Costa Caribe y el 2,3 por ciento del territorio colombiano, siendo el departamento de mayor tamaño de la zona y el séptimo en el contexto nacional. Lo conforman cuarenta y cin-co municipios y limita por el norte con el Mar Caribe y con el departamento del Atlántico, por el oeste con Sucre, Córdoba y Antioquia, por el sur con Antioquia, y por el este con Santander, Cesar y Magdalena.

En su aspecto físico, Bolívar está constituido por tierras bajas y planas, pero parte del territorio se encuentra en-marcado por las estribaciones de las cordilleras central y occidental. En la parte norte sobresalen las colinas bajas de las serranías de los Montes de María, y por el extremo sur se encuentra la serranía de San Lucas, una formación húmeda que acompaña el margen izquierdo del río Cauca.

Al igual que los demás departamentos del país, Bolívar presenta características físicas, económicas y culturales particulares a lo largo de su territorio, que enmarcan a las distintas poblaciones y de manera natural dividen el territorio, hecho que llevó a la conformación adminis-trativa de las Zonas de Desarrollo Económico y Social (ZODES).

La ZODES Montes de María se localiza en el corazón del departamento de Bolívar, limitando al norte con la ZODES Dique, al sur con la ZODES Mojana; al oriente a través del río Magdalena, con el departamen-to del Magdalena, y al occidente con el departamento de Sucre. Con este último integra la región natural de

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15Presentación

Montes de María, conformada por quince municipios y setenta y seis corregimientos repartidos entre los dos departamentos.

Los Montes de María gozan de suelos fértiles, distritos de riego y vocación agroindustrial, ganadera, forestal y artesanal, que fomentan su desarrollo. En años recien-tes se ha venido desarrollando un importante complejo agroindustrial de palma de aceite. La práctica de inicia-tivas de agroexportación de productos para el resto del departamento y las regiones vecinas, así como hacia destinos nacionales e internacionales, ha llevado a la ZODES a posicionarse como abastecedora de la zona.

Atravesada por la troncal de Occidente y articulada a la troncal del Magdalena Medio, los Montes de María son territorio de paso obligado para los comerciantes y turistas que se dirigen desde el centro del país hacia la Costa Caribe, convirtiéndolos en punto de referencia vial, económica y cultural.

El origen social y cultural de los Montes está atado a la tradición indígena Zenú que habitó los territorios desde el periodo prehispánico y que aún hoy pervive en pequeños resguardos afincados principalmente en el departamento de Sucre. El nombre del grupo indí-gena es un derivado de la denominación que daban al río Sinú, y de acuerdo con los cronistas de indias, una de las familias tribales, el grupo Finzenú, se afincó en la serranía de San Jacinto, hoy Montes de María.

El pueblo Zenú es reconocido por su desarrollo agra-rio, gracias a sus sistemas de drenaje que permitían el aprovechamiento de las caudalosas fuentes hídricas que bañaban su territorio. Así mismo, el trabajo arte-sanal en alfarería y orfebrería fue base de los sistemas religiosos y comerciales.

Derivado de la colonización, el pueblo indígena se replegó hacia la Ciénaga de Betancí, en territorio su-creño, aunque no por ello los pobladores de las zonas bolivarenses perdieron su influencia y tradición.

En paralelo, la zona fue habitada por los indígenas Ma-libúes, quienes ocuparon el territorio y mantuvieron estrechas relaciones comerciales y sociales con los ze-núes. A la llegada de los españoles la mayor parte de los municipios que hoy conforman los Montes de María de Bolívar estaban habitados por malibúes que fueron exterminados por los conquistadores.

Los malibúes eran reconocidos por su trabajo en pie-dra. No solo la pulían y tallaban para fabricar utensilios y decoraciones, sino que también la usaban como me-dio de comunicación al grabar en ella petroglifos que aún hoy se pueden visitar en los espacios rurales de San Jacinto y San Juan Nepomuceno.Hoy, en el municipio de San Jacinto, existe el Museo Etnoarqueológico de los Montes de María, que ilustra con sus piezas la existencia de los pueblos indígenas y la herencia que pervive en los habitantes actuales de la región.

El proceso colonizador en los Montes de María está ligado a la exploración fluvial del territorio nacional. Luego de fundada Cartagena, la vía de comunicación más accesible, aunque no por ello la menos complica-

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da, era el río Magdalena. Los conquistadores españoles siguieron el cauce del río, algunos navegando y otros atravesando el territorio montañoso, generando la consecuente fundación de poblaciones sobre los asen-tamientos indígenas de la época.

La zona fue protagonista en el proceso de Independen-cia local y nacional. Simón Bolívar y su ejército pasaron por algunos municipios reclutando soldados dispues-tos a dar su vida por la libertad de la patria.

El posterior proceso de organización de la República permitió no solo la consolidación de Cartagena como capital departamental y de Mompox como eje comer-cial de la región, sino que también incentivó el desarro-llo de las comunidades de nativos y migrantes asenta-das en los municipios de los Montes.

Lo que empezó como caseríos y pequeñas poblaciones de paso obligado para el tránsito de personas y produc-tos, con el tiempo se consolidó como pequeñas pobla-ciones y posibilitó su organización. El mismo tránsito fue causante del flujo de costumbres y tradiciones que aún hoy comparten los montemarianos y que deter-minaron su organización social, política y económica,

para finalmente convertirse en municipios entrado el siglo XX.

La región de los Montes de María se caracterizó en las décadas más recientes por su designación como «zona roja», donde el conflicto armado, latente por la pre-sencia de distintos grupos armados al margen de la ley que invadieron su territorio, afectó de forma colateral los niveles económicos, sociales y políticos, causando desarraigos y en consecuencia transformaciones cultu-rales significativas para la vida de los montemarianos.

El sentimiento de pertenencia junto a las políticas implementadas en los últimos años en materia de dis-tribución equitativa de tierras, desarrollo sostenible y

protección de los derechos huma-nos, han permitido el resurgimiento de los municipios como consecuen-cia del retorno de poblaciones des-plazadas a sus territorios de origen, empoderando así la sociedad civil y brindándole herramientas para ges-tionar su propio desarrollo.

Hoy la ZODES constituye un re-ferente de las tradiciones artísticas y culturales del Caribe Colombia-no. Saberes ancestrales apropiados, adaptados y reinterpretados dan como resultado las diversas manifes-taciones de la gastronomía, alfarería, forja, tejido, ebanistería y música, que unidas a la inmaterialidad de la tradición oral, la medicina tradicio-nal y la lúdica, constituyen la vida actual de los Montes de María.

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La identidad montemariana

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19Cocina tradicional

Cocina tradicional

Fogones de los Montes de María

El sabor de los Montes de María es a la vez suculento y discreto. Probar los platos característicos de cada po-blación es una experiencia que sumerge al paladar en una arqueología del gusto: el fin es identificar las par-ticularidades que hacen tan especial a la comida de la zona.

Nada más significativo para el estómago y el corazón que ser invitado al patio de una casa cualquiera en Zambrano, El Carmen, San Juan Nepomuceno u otro de los municipios montemarianos para conversar al rit-mo del hervor.

La tradición culinaria de los Montes de María es reflejo vivo de la historia regional. Sus raíces datan de la época prehispánica, del mestizaje entre indio, blanco y africa-no que se dio en la región durante la Colonia y de cómo sus pobladores aprovechan los frutos de las montañas, ciénagas y ríos.

Desde el maíz hasta los aguacates hacen parte de la die-ta básica de los montemarianos. Desde las Chepacori-nas hasta los dulces de carambola están en el imagina-rio de la región. La comida es como una historia, en ella hay una trama y un desenlace. Cada golpe al gusto tiene dentro de sí el peso de la tradición.

El comino, los ajíes y el tomate. El ñame, la yuca y el maíz. La res, el cerdo, la gallina y el bocachico. El juego diario en las cocinas locales termina empatado entre los ingredientes y quienes experimentan con prepara-ciones que se han cocido desde siempre.

La tierra fértil de la región provee las despensas loca-les con diversidad de productos. Esta riqueza agríco-la y cultural se traduce en la gastronomía de la región, que en muchas preparaciones es compartida por los pueblos de lo que fue durante el siglo XIX el Bolívar Grande, aquel formado por Sucre, Atlántico, Córdoba

Carmen Villalba, cocinera tradicional, San Jacinto

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y Bolívar, pero que en la zona de los Montes de María asume características propias que le dan un matiz espe-cial a estas recetas.

La cocina y quienes la consumen suelen estar relacio-nados. En los Montes esta relación libra de pretensio-nes a las dos partes. Los comensales esperan los sabores de antaño y los calderos cuecen los tubérculos como lo han hecho desde siempre.

La cocina montemariana es simple, no hay técnicas de cocción que requieran de especialidad alguna ni hay preparaciones que desborden en exuberancia gastronó-mica. Sin embargo, lejos está de carecer de importancia el recetario del corazón de Bolívar. Éste, discreto y de-licado, esconde en sus páginas la riqueza de las cocinas de tres continentes gracias a la herencia prehispánica, europea y africana que entre sus montañas encierra.

Las técnicas y utensilios característicos de la cocina montemariana no han cambiado desde la época preco-lombina y colonial. Aún perviven las cocinas de fogón de leña y cucharón de palo. Es cierto que la gasolina, el gas y hasta la electricidad se han filtrado en los recintos de la culinaria tanto en la región como en el mundo, pero al comparar las preparaciones en fogón de leña frente a las de estufa de gas, es un gusto escuchar a las cocineras tradicionales decir con total certeza que «no queda igual».

«…pero más que todo lo que vienen son los sancochos de pavo, de gallina, los motes de queso que son tradicionales acá, los pasteles, es la fiesta, la fiesta del encuentro, es la fiesta para compartir…» Rafael Hernández, 57 años.

No hace falta ser un sibarita para dis-tinguir el sabor de la leña impregnado en la comida; sin embargo, ese sabor tan particular podría no estar asocia-do únicamente al proceso mismo de cocción sino a las interacciones que supone y a la forma en que en medio del calor del sol calcinante y el provo-cado por la llama viva, el fuego retome su papel ancestral de congregador y nos invita a conversar a su lado, espe-rando que la olla suelte el primer her-vor, momento en el cual nos sabemos próximos a saciar el apetito y el gusto.

Yenis Olivera Anillo, cocinera tradicional, El Carmen de Bolívar

Fábrica de galletas Chepacorinas, El Carmen de Bolívar

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21Cocina tradicional

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Del monte al moteEl mote es uno de los platos por excelencia de la co-cina del Caribe. La sopa obtenida por la reducción de un tubérculo o un grano en agua, espesa, gustosa, cargada del especial sabor que la tierra le da a cada ingrediente es todo lo que se puede esperar para un buen almuerzo.

El más común en los Montes de María es el mote de queso, que a pesar de ser de ñame es reconocido bajo ese nombre. La receta del mote sería una de las más sencillas en un libro de cocina: hervir en agua una generosa porción de ñame hasta que se deshaga y se convierta en una reducción espesa. Agregar cubos de queso al gusto. Servir con una base de tomate y ce-bolla encima.

Lo que no diría el libro es que el mote ha de pre-pararse con ñame espino para que se deshaga; que el queso ha de ser tipo costeño, característicamente salado; que después del primer hervor se deben in-cluir las hojas de bleo que aporten al sabor; ni que el sofrito puede o no llevar comino para aderezar.

¿Y el suero? Los paladares del Caribe están acostum-brados a sus propios motes. En los Montes de María, sobre todo en El Carmen de Bolívar, la característica principal de la cocción es la inclusión de las hojas de bleo, un arbusto nativo que crece en los patios de las casas y que los pobladores descubrieron aporta un sabor especial a su sopa. Así mismo, es habitual que el sofrito de tomate incluya comino para completar el gusto. Algunos le ponen suero al servirlo, otros no.

Pobre la viuda y tan buena que era

Nadie sabe por qué enviudó, nadie sabe por qué es ella y no él, pero lo que todos sí saben es lo gustosa que resulta la combinación de hervir conjuntamente un bocachico con tubérculos y vegetales propios de la región.

Los municipios de los Montes de María tienen una estrecha relación con el río. Siendo vecinos del Magdalena o alguno de sus afluentes, la pesca ocupa uno de los renglones princi-pales de la economía local y en municipios como Córdoba y Zambrano también un lugar especial en la comida diaria.

El bocachico es un pez de agua dulce, de carácter migrato-rio, que habita las ciénagas en temporada de aguas altas ali-mentándose de materia vegetal. También es una exquisitez local preparado en sopas, fritos, guisados y todas las formas imaginables como se puede pasar su cuerpo por el fogón.

La viuda de bocachico es una sorpresa a los ojos y al paladar. Se prepara preferiblemente en fogón de leña, hirvien-do al mismo tiempo los pescados abiertos por la mitad junto a vegetales como zanahoria y pimentón, acompaña-do todo por yuca, ñame y plátano cocido.

Al verla servida la viuda parece engalanada. Con los vegetales sobrepuestos y los tubérculos a su lado, ella es pro-tagonista central de un almuerzo o una cena envidiable. Acompañada de ají con suero, el plato es todo lo que se espera de años de tradición culinaria.

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23Cocina tradicional

Un trifásico por persona

Con solo describir el plato se entiende la mezcla de ansiedad por probarlo y de preocupación por no saber si el estómago aguantará para comer todo lo servido. El sancocho trifásico es tradicional en los Montes de María.

Una sopa surgida del hervor conjunto del ñame, yuca, plátano, ahuyama, mazorca, verduras varias y tres varie-dades de carne produce tanto gusto como lo coloquial de su nombre. El trifásico viene de la mezcla de carne de res salada, cerdo en trozos y presas de gallina criolla, todo servido en un mismo plato, por persona.

En San Jacinto y San Juan la sopa suele acompañarse con arroz blanco. El ají no puede faltar y si todo está servido en una to-tuma mucho mejor. Después de perder la ti-midez causada por el tamaño del plato, para los amantes de las carnes ésta es una forma ideal de consumirlas todas en una prepara-ción que realza el sabor de cada una a la vez que impregna a las demás con un toque del sabor propio.

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Dulces de la montaña

Por fortuna para todos los montemarianos existe el azúcar, y para orgullo de todos ellos existen mujeres capaces de transformarla en exquisitos bocados que endulzan la vida de las poblaciones.

Los dulces de la región son en apariencia tan sencillos como mezclar leche y azúcar hasta que espese y se forme el típico dulce de leche. Así, cambiando la leche por ñame, coco, guandul, mango, papaya o casi cualquier otro fruto de la zona se preparan los más deliciosos postres locales.

Las cocadas de María La Baja son reconocidas por su sabor. Cortadas en pequeños trozos son la delicia de los pequeños al salir de la escuela. En El Guamo es imperdonable no probar el dulce de carambola que hasta en su himno tiene lugar.

Los amasijos también son parte fundamental de la dieta y la tradición regional. Con solo mencionar dos nombres se evocan sus sabores, colores y texturas. La galleta Chepacorina de El Carmen de Bolívar y las María Luisas de San Juan Nepomuceno son las acompañantes ideales de un jugo preparado en las fruteras locales y hoy llevan en ellas no solo harina y huevos, sino también la historia de las comunidades que se las han apropiado como muestra de su identidad.

Francisca Carmona, productora de dulces tradicionales, María La Baja. Vilma Canoles, productora de galletas María Luisa, San Juan Nepomuceno.

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25Medicina tradicional

Medicina tradicional

La cura está en los Montes

¿Qué hacer en caso de ser mordido por una serpien-te? ¿y si se es afectado por el mal de ojo? La respuesta es bien conocida por los campesinos que pueblan los Montes de María: visitar al curandero.

La medicina tradicional es uno de los saberes más sig-nificativos y que aporta mayor jerarquía dentro de una comunidad. Sus orígenes están atados a la tradición mágico religiosa que los pueblos indígenas y las gran-des civilizaciones han tenido desde sus orígenes.

Hombres del común, campesinos, sabedores de los remedios ancestrales son capaces de convertir las ho-jas de una planta, sus semillas, sus tallos y sus flores en elixires curativos de todo tipo de males naturales o so-brenaturales.

Saberes que tienen su base en pruebas ancestrales de cuando se descubrieron las propiedades curativas de una planta o simplemente la ungieron con la facultad de sanar, recubriéndola con el poder de la creencia. En los Montes de María, esos conocimientos evoluciona-ron gracias al proceso de transculturación que vivió el territorio y hoy, pese a la existencia de la medicina moderna, todavía sus portadores son consultados por quien busca el remedio para los dolores locales.

Algunos males exigen una cura inmediata, como las mordeduras de serpiente. El veneno no da espera, si no es tratado a tiempo el paciente además de padecer in-tenso dolor puede perder una parte de su cuerpo o mo-rir. En medio de la montaña, el campesino montema-riano se enfrenta solo contra su designio. La sentencia de la victima está dictada, y lo único que puede salvarlo es reconocer las plantas necesarias para encontrar un antídoto o llegar a tiempo a la casa del médico tradi-cional.

La vida cotidiana, el quehacer, la forma como se resuel-ven los problemas, la toma de decisiones y la visión del mundo hacen parte de la identidad de una población. Si una comunidad encuentra en determinado objeto,

en una planta o en una infusión la forma de curar sus enfermedades, entonces esa solución hace parte de la tradición cultural de ese pueblo.

Los indígenas Zenú que habitan el territorio de los Montes de María son reconocidos por su capacidad sa-nadora valiéndose de las plantas de la región. Al llegar los conquistadores y los esclavos liberados de origen africano, la mezcla de las culturas trajo consigo nuevos conocimientos sobre el uso medicinal de lo botánico, a la vez que abrió la puerta a nuevas enfermedades que en algunos casos arrasaron con la población nativa y en otros sirvieron para que los curanderos locales afinaran sus técnicas y encontraran nuevos remedios.

La medicina tradicional —como manifestación inte-gradora de la apropiación de la naturaleza, los saberes ancestrales y la creencia compartida— es reflejo de la relación del montemariano con su entorno.

El médico tradicional o curandero —generalmente un hombre que ha aprendido de su padre o un maestro que lo ha seleccionado para este fin— actúa con el mis-mo método de cualquier doctor titulado: diagnostica la enfermedad, formula un remedio para su cura y lo aplica. A diferencia del médico occidental, el curande-ro produce sus propias medicinas a partir de su expe-riencia.

Los curanderos de los Montes de María se destacan por conocer los procedimientos necesarios para salvar a la adolorida víctima de la mordedura de una mapa-na, una cascabel o una coya. Sus venenos son mortales. Una vez mordido no queda más que confiar en el mé-dico tradicional y elevar las oraciones para que la cura sea efectiva.

El diagnóstico inicia con la medición de las pulsaciones del enfermo para detectar el tipo de animal que causó

Los males del cuerpo

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la ponzoña. El tabardillo, o enrojecimiento de los ojos, es un signo preocupante, indica que el paciente está en-trando en crisis y existe el riesgo de que tenga hemorra-gias internas y sangre por la boca y los oídos.

En los Montes abundan los animales ponzoñosos: ma-pana prieta, mapana cobaesapo, patopo, patoquilla, cascabel, coyas o arañas velludas, gusanos, alacranes, rayas y ciempiés. Por fortuna, la misma tierra que aloja a estos animales permite que broten plantas con pro-piedades curativas que contrarrestan sus efectos como el malambo, la melliza blanca, el platanito guisado o la matandrea.

La habilidad del médico tradicional se mide al momen-to de tratar no solo humanos sino animales de finca mordidos en el campo. Al igual que con los hombres, el curandero debe identificar los lugares donde se pre-senta coagulación e hinchazón y salvarlos con sus fór-mulas.

Antaño el médico tradicional era tan consultado como el servicio alopático actual. Las listas de fórmulas co-nocidas e impartidas por él eran casi tan extensas como el plan de salud vigente. El cólico de los bebés o las mujeres, los espasmos estomacales, los tendones reco-gidos o la conjuntivitis eran tratadas con igual dedica-ción que los tumores o los problemas renales.

Pomadas, baños, tomas y tintes con ron en los que se hierven distintas plantas suelen ser las fórmulas proce-sadas y entregadas por el sanador local. Los pacientes le confían su vida y el campesino que tiene la capacidad de curar debe poner todo de sí para salvar al vecino y compañero de las jornadas diarias.

Además de las dolencias físicas, los habitantes de las poblaciones montemarianas y en general del territorio nacional, padecen extrañas enfermedades que no enca-jan con el patrón de contagio ni de sintomatología de la medicina occidental y que sin embargo están presentes y son temidas por la población.

Los males del alma

El mal de ojo es una enfermedad catalogada como so-ciocultural, inflingida por una persona capaz de trans-mutar la fuerza de su mirada en un maleficio contra su víctima. Asociada generalmente a envidias nadie está exento de su influjo, desde recién nacidos hasta hom-bres adultos pueden padecerla.

Los españoles llamaban «fascinación» al malestar y es posible que al sumarse a la tradición indígena y afro-descendiente de la región, la enfermedad se haya trans-formado hasta convertirse en el mal de ojo que hoy los curanderos de la zona tratan con baños y riegos.

La tradición señala que quien tiene la capacidad de transmitir el mal de ojo no es consciente de ello, pero aún así con su mirada puede condenar a alguien a estar embebido en su propia mente, a perder peso sin expli-cación o incluso a que se le «reviente la hiel», último caso frecuente en los pequeños recién nacidos.

El curandero de todas las culturas ha estado vinculado a lo religioso y lo divino. Hasta hoy, quienes practican la medicina tradicional refieren el poder de Dios al ha-berlos elegido para ejercer su oficio. Gracias a ese vín-culo con lo sagrado, los curanderos están en capacidad de tratar los males del cuerpo y del alma.

En el caso del mal de ojo, el tratamiento incluye pren-das de vestir rojas, baños de hierbas mezcladas, rezos con oraciones secretas y el consumo frecuente de agua de arroz para evitar que la enfermedad avance en el cuerpo del doliente.

Distinta a la magia y la brujería, la medicina tradicio-nal ofrece ayuda a quienes padecen una enfermedad. Aún en la actualidad muchos habitantes de María La Baja, El Guamo, y en general todas las poblaciones de los Montes, recurren a los médicos tradicionales para sobrellevar y sanar sus males, poniendo toda su fe en la sabiduría ancestral que reposa en las fórmulas de los curanderos.

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27Medicina tradicional

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Tradición oral

El valor de la palabra en los Montes de María

Llegar a los Montes de María es abrir las páginas de un libro que se escribe a medida que cada historia es narrada. Los montemarianos poseen una vocación por contar que los impulsa a exponer sus ideas, narrar los hechos, ofrecer los detalles, incluir su propia interpre-tación y terminar por construir relatos que perdurarán en la memoria de quienes los hayan escuchado.

La tradición oral es el mecanismo ancestral para trans-mitir información valiosa para la comunidad de un grupo, generalmente de mayor edad, a otro menor que tendrá la responsabilidad de mantenerla viva.

En los Montes hay poblaciones cuyo mito fundacio-nal es tan poderoso que hoy es tangible en sus calles y riberas. En otras, las historias circulan en forma de cantos, décimas y versos que acompañan las gaitas y los tambores.

Los saberes tradicionales de los Montes de María están latentes en los portadores que hoy perviven. Existe un grado de emoción difícil de transmitir por otra vía que no sea la oral. Es cierto que los montemarianos tienen vocación literaria y dramática, pero también lo es que los niños antes de saber leer son capaces de entonar canciones ancestrales aprendidas «de oídas» en sus casas.

La tradición oral puede entenderse en una doble vía. En primer lugar está conformada por la serie de can-tos, versos y relatos que integran el patrimonio cultu-ral de la región; se caracterizan por su transmisión de generación en generación a través de la oralidad y se mantienen vivos gracias a las voces que hoy cuentan las historias.

En segundo lugar, la tradición oral es entendida como la herramienta pedagógica mediante la cual se ha he-redado el saber desde tiempos inmemoriales. Las con-versaciones con los maestros gaiteros mientras fabrican sus instrumentos; las historias de vida de las cantaoras de bullerengue que componen versos durante sus la-

bores diarias o la forma como los músicos de acordeón aprenden la técnica del instrumento y el arte de acom-pañarlo con composiciones propias.

Sentarse en el patio de una casa mientras la brisa de la tarde recorre la población y conversar con los sabedo-res de las historias locales es una vivencia que invade los oídos y llena el alma. La particularidad de su acento, su entonación, y el énfasis que recae sobre ciertas par-tes de la historia, configuran un juego de nunca acabar entre quien escucha y quien relata.

En algunos casos hay consenso sobre la importancia del relato, en otros, simplemente se cuenta por contar, por hablar, por vivir. El espíritu montemariano pone una sonrisa en el rostro de quienes son sujetos de una entrevista.

Un buen hablador necesita un buen escucha a su lado. Conversar es un arte bien afinado por los habitantes de la región. Difícilmente se encuentran hombres parcos que se rehúsen a hablar sobre la historia de su pobla-ción o la propia. En los Montes todos son héroes, to-dos han escapado de los espantos, todos han comido un plato y todos han verseado alguna vez.

Héctor Rafael Pérez García, decimero y gaitero, San Jacinto

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29Tradición oral

Vaqueros y decimeros

La agricultura y la ganadería son los oficios que sus-tentan la economía de los Montes de María. Hombres de toda índole trabajan la tierra y pastorean el ganado. En sus largas jornadas, algunas veces solos, otras en pe-queños grupos, los campesinos sienten la necesidad de expresar sus sentimientos y emociones frente a la reali-dad que atraviesan. De ese impulso natural por contar nacen las décimas y los cantos de vaquería.

Con la estructura narrativa heredada de las décimas españolas, las montemarianas son composiciones ri-madas desde el corazón de los locales. Diez versos oc-tosílabos bastan para que estas personas conviertan su realidad, sus amores y desdichas, sus logros y fracasos, en frases que van rimando de forma no secuencial has-ta constituir relatos sobre la vida en la región.

En los Montes el viento que refresca desde las monta-ñas trae consigo el sonido lejano de los vaqueros que cantan sus versos al ganado. Los animales son vistos como el compañero de la jornada. Solo ellos y el cam-pesino permanecen en esos pastos. La necesidad de co-municar lleva al hombre a cantar sus historias y el gana-do, su público, las recibe como señal del mejor camino.

Los campesinos montemarianos tomaron lo aprendi-do de los españoles y las fusiones de los mulatos y zam-bos de la región, transformándolo todo en los cantos que entonan al ganado durante el arreo diario.

“Me precisa contestartu carta querido amigoy mi saludo expresivo te voy a retornar.Con el mío te voy a dartodo el dato que me pidesadmiro lo bien que escribescon inspiración de poeta,con métrica al pie de la letrami abrazo cordial recibes”

Adolfo Pacheco Anillo

«Ahora hay vaqueros, pero no saben cantar la vaquería, yo cuando veo un viaje de ganado me paro a orillas de la vía y les canto» Gabriel Antonio Carmona Tapia, 89 años

Los vaqueros están convencidos de que cantándole al ganado su labor se hace más fácil porque así el rebaño no necesita más guía que el sonido de su voz para saber hacia dónde dirigirse. Los sonidos onomatopéyicos y los versos entonados siguiendo un ritmo particular son todo un espectáculo cuando se encuentra a un hombre cantándole a sus reses.

Estos cantos son producto de la inspiración propia de cada vaquero. Aunque algunos versos son bien co-nocidos por todos, la mayoría prefiere componer sus propias coplas, quintillas o sextillas. La musicalidad del canto está dada por la entonación del campesino. El único instrumento durante el jornal es su voz y valién-dose de ella los montemarianos cantan sus historias.

Gabriel Antonio Carmona Tapia, vaquero, El Guamo

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Espantos, apariciones y encantos

Es habitual escuchar cómo los pobladores de los dis-tintos municipios en los Montes de María bolivarenses hacen alusión a fuerzas sobrenaturales que coexisten en el territorio. Objetos de respeto y temor, la tradición oral ha construido relatos completos sobre la actuación de ciertos personajes a quienes se les atribuyen oscuras desgracias locales.

El río que atraviesa las poblaciones es fuente de ali-mentos y también de historias mitológicas donde per-sonajes como El Mohán hacen de las suyas en contra de los desprevenidos transeúntes

El Mohán es uno de los seres más temidos en la región. Los oriundos de las riberas, especialmente mujeres, evitan permanecer a solas en las orillas de los ríos para prevenir que el tosco personaje las rapte y las lleve a sus cuevas.

Es probable que uno de los relatos más significativos de la tradición oral de la región sea la leyenda del Encanto del Peñón cuyo asiento está en la población de Zam-brano. La historia narra cómo una princesa indígena fue ultrajada por un conquistador español y luego, por la deshonra que su comunidad sufrió, fue condenada a morir de sed. El Encanto, como es conocida la apari-ción, busca el amor de los hombres jóvenes y termina por ahogar a los incautos que se atreven a entrar en sus aguas.

Es tan poderosa la historia en el imaginario colectivo, que en el lugar donde se supone que habita el espanto fue construido un malecón y se instaló una estatua que representa a la bella princesa Rayo de Luz, quien du-rante el día deslumbra por su belleza, pero de la cual es mejor mantenerse alejado para evitar su furia.

Por la misma vía es común encontrar relatos sobre las apariciones de fantasmas e incluso del mismo diablo en cualquier calle de municipios como El Carmen o San Juan. Los niños de arena y los niños en cruz aparecen también de forma sistemática en la región y aunque todos ellos están presentes en las historias del Gran

Caribe, en los Montes de María gozan de sus propias versiones sucedidas a personajes de la población.

Atadas a estas leyendas se mantiene toda una tradición de brujas, de las cuales se conoce su actividad y su ofi-cio pero no se logra identificar con claridad su origen. Gracias a los relatos, son temidas por las comunidades y todos evitan actuar en contra de lo popularmente asociado con los intereses de las brujas para no conver-tirse en receptores de sus maleficios.

Además de identificar a los espantos de la región, la tra-dición popular también ha establecido los contras para ellos. Una de las opciones más conocidas para rescatar a una víctima de El Mohán o El Encanto es la presen-cia de los padrinos de bautismo de la víctima, quienes piden que sea devuelta. Generalmente aparecen los cadáveres y las comunidades atribuyen la muerte a la presencia sobrenatural.

La tradición oral ha conseguido engrandecer a los hé-roes y hacer más temidos a los espantos. El simple he-cho de escuchar las historias reafirmadas sistemática-mente por los miembros de un grupo hace dudar hasta al más incrédulo sobre su existencia.

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31Ritmos tradicionales

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Ritmos tradicionales

El alma musical de los montemarianos

Los Montes llevan la música dentro de sí, de su tierra brota el sonido. Las aguas que los recorren cantan a su paso por las poblaciones ribereñas y le hacen coro a los cantaores cuyas voces se elevan entonando versos de su propia inspiración.

No hay forma de desligar a los Montes de María de su tradición musical. No es posible recorrerlos sin sentir-se invadido por la fuerza de los tambores, las gaitas y los acordeones. Desde El Carmen de Bolívar hasta Ma-ría La Baja el sentir de los pueblos está expresado en sus ritmos, cantos y bailes.

Es fácil identificar a quienes nacieron con la música, algunos cargan con el instrumento como si fuese un apéndice de su cuerpo; en otros la cadencia con que se deslizan por las calles los señalan como portadores de

una tradición. Los músicos parecen serlo por vocación, por convicción, por una necesidad física que los obliga a producir sonidos como forma de expresión.

Hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos, todos en-cuentran en la música una forma de interactuar. Más que sus dejos sonoros al hablar, es la música el lenguaje que les permite comunicarse.

Un simple cambio en el ritmo del tambor llamador de-riva en una transformación completa del aire entona-do, de la conversación entre los instrumentos y el can-taor, y de la respuesta del público frente a ellos. Desde la tristeza profunda asociada a los cantos fúnebres que dieron origen al bullerengue, hasta la alegría máxima cuando se escucha una gaita. Los sonidos de los Mon-tes trascienden sus fronteras y hoy son reconocidos en el país y en el mundo.

Los pequeños montemarianos tienen la fortuna de ha-ber nacido en la misma tierra de donde salieron algu-nos de los grandes. Lucho Bermúdez nos hizo cono-cer El Carmen con sus letras. Eulalia González Puello, Yaya, nos mostró cómo basta una voz para emocionar al público y hacerlo vivir la historia de todo un pueblo.Más que pasear los Montes, lo gratificante para los visi-tantes es sentirlos a través de su música. Conversar con un artesano mientras fabrica una gaita es comprender la forma como generación tras generación los habitan-tes de la región han aprendido a extraer la voz de la ma-dera del cardón.

Tradiciones musicales y dancísticas nacidas en la re-gión o traídas de otros lugares que terminaron asentán-dose y renaciendo en los Montes para convertirse en sus hijas más queridas.

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33Ritmos tradicionales

La expresión del sentir del pueblo sanjacintero cobra forma gracias a las gaitas. Por la boquilla han pasado los grandes amores y las mayores disputas que la región ha presenciado. Toda la zona reconoce su sonido como representativo de su identidad y cada vez despierta más interés la implementación de procesos de formación que eviten su pérdida.

El maestro talla con paciencia la gaita que ale-grará los lugares a donde llegue. Mientras tanto, sus hijos y nietos escuchan embebidos historias de viajes y ruedas; no es posible apartar la mirada de las manos del hábil artesano que desentraña del cardón el sonido de las montañas de María.

De los Montes, las gaitas

La música de gaitas tiene sus orígenes en los pueblos indí-genas que habitaron desde la época prehispánica los terri-torios de los Montes de Ma-ría. Con el paso del tiempo, durante los mercados muni-cipales los indígenas y campe-sinos bajaban de las montañas y en medio de las plazas inter-pretaban una serie de sonidos usando el palo hueco del car-dón.

Con el tiempo y la práctica, los montemarianos, espe-cialmente los sanjacinteros, aprendieron el arte de la gaita, sus aires y sus movi-mientos. Las gaitas, místicas y seductoras, vienen en pareja. Una macho y otra hembra, diferenciadas por la cantidad de orificios de cada una, fueron creadas para que en conjunto generen armonía.

Junto a las gaitas resuenan un llamador, un alegre, una tambora y un par de maracas. La percusión parece te-ner eco en el espacio donde se desarrolla la rueda de gaitas y en el pecho de quien las escucha.

Al ritmo de gaitas, porros y puyas, las voces de los hombres, que alguna vez fueron vaqueros y decimeros, se funden con la melodía formando composiciones que hablan de la vida, el amor y la desdicha.

La pañoleta «cola de gallo», el vestido blanco y el sombrero vueltiao son característicos de un gaitero. Su instrumento y sus amigos de andanzas siempre lo acompañan. Reunidos para celebrar la fiesta patronal o amenizar una reunión, los gaiteros marcan el compás para que los bailarines, en un círculo a su alrededor, aviven sus cuerpos con fuegos de sangre pura, los mis-mos que los hicieron merecedores de premios interna-cionales por su calidad y sensibilidad.

Juan Lara, gaitero, San Jacinto

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El bullerengue es un baile cantado. El ímpetu en la voz de una cantaora solo es comparable con la fuerza de los tambores que repican sin cesar mientras un coro da respuesta a la matrona. Los cantos, de origen africano nacieron de las mujeres como una forma de olvidar su condición de esclavas.

Cargados de dolor, rabia o alegría y pasión, los bulle-rengues hacen parte de la tradición de los Montes de María y cobran vida en el municipio de María La Baja, donde sus habitantes, de ascendencia africana, evocan a sus ancestros y les rinden homenaje a través de soni-dos repetitivos y cadenciosos.

Cantar bullerengue solo exige tener en el alma la briosa necesidad de expresar lo que se siente. Desde allí, las cantaoras crean sus versos mientras realizan las tareas del hogar y en las ruedas de fandango muestran sus ta-lentos vocales y hacen gala de su capacidad de compo-sición e improvisación.

Seguidas de un tambor alegre y un llamador, las voces entonadoras se empeñan en contar una historia y trans-mitir a las personas que las acompañan la necesidad lírica de responderle permanentemente con un verso central, el mismo con el que la cantaora juega durante la interpretación.

El bullerengue es por tradición música femenina. Hoy existen dignos representantes masculinos que sintie-ron el clamor del canto en su pecho y no tuvieron más opción que vocalizarlo en aires de bullerengue senta-do, fandango de lengua y chalupa, cada uno más rápido que el anterior y rico en expresiones vocales, musicales y dancísticas.

Las fiestas patronales solían ser el punto de partida de las ruedas de fandango. El recorrido de los bulleren-gueros iniciaba en la plaza central y atravesaba las calles de la población mientras los músicos recibían tragos y platos de comida. Hoy, la lógica de las ruedas es distin-ta, se limita a las reuniones organizadas con tal fin o a espacios como el Festival del Bullerengue.

Los pies y la cadera acompasados al ritmo de los tam-bores que conversan con la cantaora embrujan a los es-pectadores. Pocos de ellos se quedan quietos y todos repiten el verso indicado por la voz líder. De pronto, otra matrona, imponente y desafiante, lerea y le roba la vocería a la primera. Un nuevo canto inicia, los movi-mientos continúan y la pequeña de seis años que baila frente al tambor se mueve sin parar en medio del frene-sí que provoca el bullerengue en el alma de quienes lo escuchan, lo viven y lo sienten.

Bullerengues del alma

Luis Alfonso Valencia, tambolero desde los cinco años, toca el tambor alegre, acompañado por un joven de María La Baja.

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35Ritmos tradicionales

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Aires de acordeón

El acordeón entró al país por la Costa Caribe y en ella se quedó para escoltar con sus aires la cotidianidad mon-temariana. La música de acordeón es significativa para toda la región, y los viejos intérpretes transmiten en sus sonidos historias comunes para todas las poblaciones.

Sentados a la sombra de un árbol de guamo, justamente en la población que lleva el mismo nombre, se puede encontrar acordeoneros mayores y jóvenes, que desatan sus pasiones contra las teclas de su instrumento.

El Guamo, María La Baja, San Juan Nepomuceno y otros montemarianos comparten el gusto por esta música. Los paseos, merengues, puyas y sones al ritmo del acordeón, la guacharaca y la caja, verseados por sus propios compositores y compartidos en parrandas, hacen las delicias de los amigos convocados por el sonido que el viento enaltece.

Con letras cargadas de sentimientos, el amor, la alegría, la tristeza y hasta la burla encuentran un espacio en los versos que entonan las agrupaciones. No hay día en que se pueda vivir sin el acordeón. Por las calles de cualquier población se escuchan sus sonidos transmitidos por la radio o filtrados desde los patios traseros de las casas, don-de con la brisa fresca de la tarde los juglares cantan.

Alejandro Marqués Teherán, acordeonero de María La Baja, toca su instrumento y enseña a las nuevas generaciones de músicos locales.

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Diversidad municipal

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Atlas cultural de la ZODES Montes de María, Bolívar

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39Diversidad Municipal

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41Córdoba

CórdobaLa tierra de un Cacique que aún se mantiene vivo

La tierra del cacique Tetón alberga hoy un municipio concentrado en la actividad agrícola y ganadera. Fun-dado en 1750 bajo el nombre de San Pablo de Tetón, en homenaje al indígena malibú que gobernaba sobre las tierras, en 1756 fue refundado por el conquistador de la zona, Antonio de la Torre y Miranda.

La población surgió gracias al brazo fluvial que la co-necta con el río Magdalena. La ciénaga le aporta tierras fértiles y pastos adecuados para el alimento del ganado cebú y pardo suizo.

En 1908 el nombre del municipio cambió por el de Córdoba en honor al patriota vencedor en la batalla de Tenerife: José María Córdoba.

Durante el siglo XX la población se consolida como zona agrícola, y la producción de ajonjolí se vuelve vital para la economía local. Un recorrido por el municipio, su malecón y su plaza central es una experiencia inva-dida por el sol abrasador y la quietud de una población sobreviviente del conflicto armado.

Observar la bandera de Córdoba es echar una mirada a las tradiciones del municipio. Un pez representa la actividad de la que aún hoy viven algunos de sus habi-tantes, así como la marcada influencia de este animal en la cocina local. Una rama de algodón simboliza la producción de esta materia prima; y la hoja de tabaco une económica y culturalmente a todos los municipios de los Montes de María.

Los rituales prehispánicos, los decorados traídos por los españoles y los bailarines de hoy demuestran cómo en Córdoba el tiempo no se congeló sino que se quedó contando semillas de ajonjolí.

Los indios mansosLos malibúes eran un pueblo pacífico. No opusieron resistencia durante el proceso de colonización. El caci-que Tetón era reconocido por su temple y buen carác-

ter. Tal vez de ahí surgió parte de la idea de los «indios mansos» que hoy son caracterizados en una danza.

«(La danza de) “Los indios mansos” represen-ta cómo los indios enamorados se ganaban a la india, tenían que disputársela en un baile (…) era un baile muy forzado que terminaba cuando uno de los dos se cansaba» Elisa Ahumada Escobar, portadora de la tradición.

El baile es compartido por hombres y mujeres atavia-dos con lo más exquisito y colorido de los atuendos rituales indígenas. Los petos decorados, los tocados y otros accesorios complementan la imagen de poderío de los hombres que luchan por el amor de la Cacica.

La danza está arraigada en los saberes de la comunidad. Las mujeres mayores y los niños más pequeños reco-nocen la manifestación y aprenden sus movimientos para no dejarla perder.

Los bailarines, organizados en dos filas, forman parejas lideradas por una Cacica y una Capitana, mantienen un paso «saltado» de rutina con el ritmo de tambo-res y semilleros. La comparsa se apodera de las calles del municipio y se mueve formando marchas, rondas, y puentes que junto al vestuario impactan al público que los acompaña durante todo el camino, especialmente en época de carnaval.

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La gloria para el Cacique

Atada a la historia del municipio está la existencia del cacique Tetón, el dirigente que logró un encuentro entre la visión de mundo indígena y los intereses del español conquistador, consiguiendo que su pueblo permaneciera en el territorio y su nombre perviviera hasta hoy.

En su honor, durante el mes de noviembre, el municipio de Córdoba se engalana para el Festival Nacional Folcló-rico y Cultural Cacique Tetón, espacio de integración entre los distintos grupos de danzas del país.

El Festival propicia la presentación de grupos de diversas regiones de Colombia, y genera espacios de interacción entre éstos y los habitantes del municipio, logrando que la comunidad reconozca el valor de la tradición dancística local al ponerla en paralelo frente a las expresiones invitadas.

La danza de los Indios Mansos es protagonista central del Festival y no hay quien al verla por primera vez no sien-ta la emoción de la resurrección del cacique al que le deben el orgullo de ser «tetoneros».

Semillas de tradición

El ajonjolí es el primer producto de exportación local. Grandes extensiones de terreno cordobesas están de-dicadas a su producción. Gracias a ello no es difícil en-contrarlo como ingrediente en las mesas locales.

La cocina tradicional de los Montes de María, pese a ser equivalente en todos los municipios, se diferencia por pequeñas particularidades, como las semillas de ajonjolí.

Usadas como fuente de aceite vegetal o como ingre-diente en distintas preparaciones, después de tostados estos granitos son apetecidos en bolitas de sal para acompañar el ñame o la yuca; o en dulce de base azuca-rada que deleita a los herederos del cacique Tetón.

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43Córdoba

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45El Carmen de Bolívar

El Carmen de BolívarTierra inspiradora, cuna de artistas y epicentro comercial de la región

La población de El Carmen de Bolívar está ubicada a tres horas de Cartagena, bajando por la troncal de Oc-cidente que une la Costa Caribe con el interior del país. Durante el recorrido se atraviesan todos los Montes de María bolivarenses y se percibe el cambio entre la so-ciedad costera y la vida en las montañas y riberas.

La historia de El Carmen se inicia con el recorrido que Pedro y Alonso de Heredia realizaron por el territorio en 1534. La región estaba habitada por indígenas Ma-libúes y desde entonces era centro de comercio con la nación Zenú. Alfonso de Heredia fundó la Villa de Ma-ría La Alta, pero para 1610 solo quedaba el nombre de la población.

Durante la colonia, la zona montañosa, de difícil acce-so, aunque con fuentes hídricas y tierras cultivables, se convirtió en la tierra anhelada por las personas libres que buscaban alejarse del poderío de la corona españo-la y creaban asentamientos en el territorio.

En 1776, Antonio de la Torre y Miranda, comisiona-do por el Gobernador de la Provincia de Cartagena, fundó oficialmente la población de Nuestra Señora del Carmen, reuniendo a todos los habitantes de la zona alrededor de una capilla recién construida.

Luego de participar en las batallas independentistas

luchando a favor del ejército bolivariano, El Carmen recibió el título de «Villa Meritoria». Con el paso del tiempo y gracias a su potencial agrícola, se consolidó y para principios del siglo XX ya era conocida bajo el nombre de «El Carmen de Bolívar».

El Carmen se distingue como un municipio montema-riano, sin embargo comparte condiciones geográficas y de identidad cultural con las llamadas sabanas del viejo Bolívar, relacionandolo poderosamente con munici-pios como Sincelejo, Corozal y Los Palmitos, no solo por razones de vecindad sino de conexiones comercia-les, en la medida que también es sede de un muy movi-do comercio y sirve de punto de reparto para quienes van hacia los departamentos de Sucre, Magdalena y el Sur de Bolívar.

Cercano al río Magdalena, fuerte en tradiciones y valo-res, se le reconoce por grandes proyectos comerciales a partir de su agricultura, se contabiliza su periodo de bonan-za a mediados del siglo XIX gracias a las tabacaleras asentadas en su suelo; así como en épocas actua-les el creciente comercio de pro-ductos agrícolas, del que sobresa-le el aguacate. Producción que le ha dado una connotación regional

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como importante eje del comercio y que determina el menú y el gusto de los carmeros.

La historia reciente de El Carmen está inmersa dentro del conflicto armado que ha azotado la región mon-temariana en las últimas décadas, la cual está siendo superada gracias a la tenacidad de su gente y su fuerte vocación de paz. La comunidad carmera como estrate-gia para superar la violencia se ha agrupado alrededor de procesos organizativos y comunitarios, lo que ha traído consigo el fortalecimiento de la sociedad civil y las apuestas por emprendimientos y por la reactivación del comercio.

Recorrer hoy el municipio es atravesar distintas reali-dades. Su parque central es imponente y la iglesia con-sagrada a la Virgen del Carmen rige los destinos de la población. Los aguacates, producidos en la zona, apor-tan los mayores ingresos mediante su comercialización y acompañan las comidas tradicionales de la región.

El porro y la música de gaitas permanecen como soni-dos de fondo durante los recorridos, y en cada esquina se encuentran puntos de venta de los amasijos que de-leitan e identifican a los carmeros.

Chepacorina, mucho más que una galleta

Decir que se visitó El Carmen es decir que se probó una galleta Chepacorina. El amasijo de forma redonda, producido a base de harina de maíz, queso y azúcar es parte de la dieta básica de los pobladores.

Su sabor y su historia son reconocidas en toda la región, hasta el punto que cualquier carmero puede identificar una Chepacorina «original». La galleta Chepacorina se cocina en los hornos de El Carmen desde los años treinta del siglo pasado.

Josefa Corina Ríos Torres, quien en razón de llamarse Josefa, le aplicaron el diminutivo de Chepa, llegó al mu-nicipio proveniente de Barranquilla junto a su esposo Marcos Rodríguez. En su panadería de la calle Séptima ofrecía panochas y galletas de queso que por su sabor

particular atraparon el gusto de los pobladores.

Josefa le enseñó la receta a su empleada Zaida Núñez Piña, esposa de Francisco Díaz, con quien decidió in-dependizarse y fundar su propio negocio. Zaida regresó a Barranquilla, pero Francisco, tras la muerte de Josefa Corina, abrió su propio negocio y continuó ofreciendo galletas según la receta aprendida: las chepacorinas.

Hasta hoy la receta original no ha sufrido transfor-maciones, aunque otros pobladores del municipio han materializado versiones propias de la galleta que comercializan bajo el mismo nombre. Francisco Díaz decidió hace pocos años marcar sus galletas para iden-tificarlas frente a la competencia. Las letras CH sobre la galleta son un sello de calidad y tradición.

La galleta Chepacorina hace parte de la vida cotidiana del carmero. Al desayuno, las onces o la cena, las galle-tas son imprescindibles en la dieta de El Carmen. En el parque central y la carretera principal, locales y vi-sitantes son acosados por los vendedores de amasijos que ofrecen la tradicional galleta como un símbolo de El Carmen de Bolívar.

Francisco Díaz, fabricante de galletas Chepacorinas

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47El Carmen de Bolívar

«El nombre se lo pusieron acá, porque la gente en el pueblo no lo llaman a uno por el nombre si no por lo que hace, por lo que ven-de, por algo. Aquí estuvo un señor y como por grosería llegó y como estaba tragueado, pidió una “Chepacorina” y la gente que nada más espera un poquito, y se quedó así». Francisco Díaz, 2011, portador de la tradición.

Doblando y fumando

Uno de los principales productos agrícolas de El Carmen es el tabaco. Desde el siglo pasado se expandió su uso artesanal y comercial, e incluso se fundaron tabacaleras que agrupaban a hombres y mujeres en la siembra, procesamiento y doblado.

El gusto por el sabor amargo del tabaco viene de los ancestrales pobladores de los Montes de María. Algunas mujeres conservan el oficio y venden al por menor y por encargo los tabacos que doblan durante las tardes de ocio en sus patios.

Doblar la hojas es un trabajo que requiere de manos ágiles y sensibles capaces de medir el grado de sequedad de la planta. Mientras enrollan, las mujeres conversan con sus familias y piensan en los azares del destino que las han acompañado hasta el presente.

Algunas aún doblan para vender, otras doblan para fumar y compartir con sus cono-cidos y amigos una bocanada del humo que carga el aire de El Carmen.

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El 16 de julio de cada año se celebra la fiesta de la Vir-gen del Carmen, patrona del municipio y protectora de los transportadores. La imagen de la Virgen, tallada en madera en el Taller la Viuda de Raizá de Sevilla, España, fue un encargo especial del párroco de la población.

La imagen tiene la particularidad de no llevar al niño en brazos, sino que éste, en una muestra de sincretismo entre los íconos religiosos, se asemeja a la imagen del Divino Niño de Praga, parado sobre el globo terráqueo y tomado del brazo de su madre.

La celebración combina con igual fuerza la religiosidad y la fiesta popular. En la primera destacan las novenas y procesiones; en la segunda, la música y el juego se apoderan de las calles inundadas por locales y visitan-tes fervorosos de la patrona.

Las novenas a la Virgen se rezan durante los nueve días previos a la fiesta, organizadas por los barrios adonde se transporta la imagen religiosa para ser venerada. La noche del 15 de julio la serenata se dedica a la santi-dad, liderada por grupos musicales y folclóricos de la región.

El 16 de julio desde el amanecer la comunidad se reúne en una alborada musical. La procesión de la imagen

avanza en la tarde por el Barrio Arriba, acompañada de los transportadores y los fieles que agradecen los favo-res recibidos y los que imploran por un milagro. El día siguiente se repite la celebración con destino al Barrio Abajo.

Los votos y promesas a la Virgen son recurrentes. Car-gar la imagen es todo un honor y los penitentes tiene por costumbre cumplir el recorrido descalzos o cami-nando de espaldas sin perder la mirada de la imagen, para que la Virgen los recubra con sus bendiciones. Es habitual encontrar personas semejando el atuendo de la imagen y otros vestidos de ángeles o portando vela-doras blancas que iluminan el recorrido.

En la noche, el espíritu festivo se apodera de la pobla-ción y la música de gaitas y porros no se hace esperar. Bajo su compás se canta y se baila, pero también hay quienes se dedican a los juegos tradicionales como la «bola de candela».

En el marco de la fiesta se realizan actos culturales, de-portivos, folclóricos, gastronómicos, dancísticos, mu-sicales y de juego que sirven de escenario para el en-cuentro, la convivencia y el disfrute.

La Virgen del Carmen, religiosidad y fiesta popular

Llega la fiesta de la patrona,ahí va la chica guapa y morena,

el toro criollo salta a la arenay el más cobarde se enguapetona«Carmen de Bolívar» de Lucho Bermúdez,

compositor carmero

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49El Carmen de Bolívar

Pisos alisados, pisos a mano

Mientras el centro del municipio cuenta con grandes casonas con diseños arquitectónicos inspirados en el Art Deco, los sectores periféricos de la población, y muchos otros de la región de Montes de María, están constituidos por casas de habitación levantadas con bahareque y arcilla.

Sin ser un oficio tradicionalmente femenino, algunas mujeres se han dado a la tarea de arreglar sus viviendas en la medida que sus capacidades económicas se lo permiten. Así, surge la técnica de los alisados de piso.

Los pisos de tierra son comunes y bien conocidas son las dificultades asociadas a su mantenimiento. Las mujeres compactan la tierra cernida de sus casas y la alisan con la palma de sus manos hasta crear pisos de textura y dureza similares a los de cemento.

Los alisados o «batidos» consisten en tomar tierra, ya sea de la misma casa o de la calle, cernirla en un tamiz y remojarla para luego esparcirla con la mano en movimientos circulares hasta que quede uniforme sobre el suelo. En algunos municipios le agregan ceniza o excremento de vaca fresco para evitar que el suelo arcilloso y su capa lisa se quebranten por el calor o a la humedad.

La técnica también es utilizada para emparejar las paredes y fachadas de las viviendas.

Yourleny Salazar alisa el piso de su casa en El Carmen de Bolívar

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51El Guamo

El GuamoRincón de paz, refugio del río Magdalena y voz de los Montes de María

«Tus hijos han vuelto llenos de jolgorio, algo importante en tu gastro-nomía bollito de batata, queso y carambola, ni la violencia esto extin-guiría, son viejas costumbres que todos añoran, tu lomita de Semana

Santa, Farotas y cantos de Pajarito de mi terruño la semblanza. Todo esto llevo en mí, pueblo bonito, aquí en los Montes de María voy a gritar duro que te quiero, que no hay tierra como la mía, orgullo de

todos los guameros» Himno de El Guamo

Fundado en 1750 por Matías Serrano, habitante origi-nario del vecino municipio de San Juan Nepomuceno, quien se trasladó al territorio que hoy ocupa la cabe-cera municipal, El Guamo hizo parte hasta 1857 del sexto cantón de Corozal, cuando pasó a la jurisdicción del distrito de Cartagena adjuntándole el territorio de Nervití y San Agustín.

Pese a la oficialidad de la versión anterior, existen rela-tos que reseñan cómo los indígenas Guabianos habita-ron el territorio desde el periodo prehispánico, luego de llegar a la zona atravesando el río Magdalena.

El Guamo, además de distinguirse con el nombre de un árbol que crece en las márgenes de los arroyos, es una población cálida, fuente hídrica de la región, con tradición de cría de ganado y cantos de vaquería que acompañan a los hombres durante sus jornadas por los Montes.

Las montañas hacen parte de la geografía del munici-pio. Gracias a ellas existe una gran diversidad de zonas de cultivo y nacen arroyos que desembocan en el río Magdalena, cuyo cauce bordea el costado oriental de la población.

Al igual que los otros municipios que conforman los Montes de María, El Guamo fue víctima en las últimas décadas del conflicto armado, lo que causó desplaza-mientos forzosos y pérdida de las tierras. A pesar de ello, los guameros mantienen su fe en la tierra y la culti-van con sus arados y sus cantos.

Mujeres, hombres y farotas

Trece hombres se organizan en dos filas de seis, lidera-dos por uno que porta un fuete como bastón de mando durante la representación. La danza empieza al son de un tambor, una tambora de dos parches y la flauta de millo.

Ellos bailan la Danza de las Farotas, cuya particulari-dad es que la interpretan hombres vestidos de mujeres. El baile representa la venganza de los indígenas Faro-tos, habitantes del territorio montemariano, contra los españoles que abusaban de sus mujeres.

La danza puede ras-trearse desde el siglo XIX y en temporada carnavalesca aparece como remembran-za de la fortaleza de los locales contra las injusticias de los co-lonizadores. La Caci-ca, identificada por el fuete, guía al ejército que a través de los mo-vimientos de la danza protege su honor y re-sulta vencedor lleván-dose como trofeo el fervor, el entusiasmo y la apertura del Car-naval.

Carmen Elena Guzmán Rodríguez, portadora de la tradición de la Danza

de las Farotas

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De la naturaleza a las manos artesanas

Todas las poblaciones de los Montes de María son reconocidas por su producción artística y artesanal. Desde instrumentos musicales has-ta aperos para los caballos, la naturaleza es la materia prima que los montemarianos transforman en objetos decorativos o funcionales.

La relación del hombre con la naturaleza hace parte de la visión del mundo de cada comunidad y por ende es un reflejo de su identidad cultural. En los Montes la inspiración hace de las suyas con la madera, las semillas, las piedras y el cuero.

Es Común encontrar totumas en El Guamo. Artesanías talladas en el fruto seco del árbol del totumo son utilizadas como vasijas para contener líquidos y servir los alimentos.

Versos de diez, historias de miles

«La décima llegó de España, pero se ha quedado en el campesinado, es el campesino el que le da un acompañamiento sin música, es algo extraordinario» Héctor Rafael Pérez García, Decimero

Las décimas son manifestaciones del sentir campesino por excelencia. Con origen español, la poética de los ro-manceros se transformó en cantos que los vaqueros y los agricultores componen y declaman con ritmo musical durante sus jornadas de trabajo.

“En los Montes de Maríase recibe al visitantecon los colores radiantesde la hermosa artesanía.Se vive en la tierra míalas viejas costumbres sanasporque su gente es hermanay se siente esa hermandadcomo el amor que nos dala mujer montemariana”

Rafael Pérez, decimero

La naturaleza, las mujeres, el amor y la cotidianidad en los Montes son los temas recurrentes de las combinaciones métricas de diez ver-sos octosílabos que van rimando, en perfecta armonía y consonan-cia, el primero con el cuarto y el quinto; el segundo con el tercero; el sexto con el séptimo y el décimo; y el octavo con el noveno.

Las décimas son espontáneas, el ritmo está en la sangre de los mon-temarianos y la rima sale de forma natural, aún más en los piques, donde dos o más decimeros compiten por ganarse al público con su agilidad, armonía y humor.

«Nosotros nos reuníamos en la fábrica (un pequeño tra-piche abandonado) y hacíamos piques, si el tipo quería sobresalir yo no me dejaba montar, yo me defendía, si él sacaba un verso para una muchacha bonita yo le sacaba otro» Darío Nicolás Guzmán Barrios, 86 años

En El Guamo es habitual oír a los decimeros recitando versos durante sus conversaciones cotidianas, con lo que reafirman la herencia cultural resultado del sincretismo entre españoles, indígenas y mestizos.

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53El Guamo

La música de acordeón es tradicional en todos los Montes de María. En El Guamo es habitual encontrarse, a la sombra del árbol del mismo nombre, un grupo de amigos que conversan, versean, componen y terminan tocando aires de acordeón.

Es apenas lógico que en este municipio se celebre el Festival de Acordeoneros y Compositores. Desde hace quin-ce años el mes de agosto es el más esperado por los guameros, quienes se preparan para competir y para recibir a los artistas invitados.

La plaza Aquileo Parra del municipio se engalana para los artistas, pero son los patios y terrazas de las casas don-de hospedan a los músicos las que constituyen la verdadera celebración al ritmo de paseos, merengues, puyas y sones.

El concurso se divide en dos categorías. La comercial premia la mejor ejecución del acordeón y la tradicional reconoce el talento de los compositores haciendo énfasis especial en las letras alusivas al municipio.

El Festival abre en la mañana con una serenata que recorre las calles del pueblo, preparando los ánimos para que en la noche los ganadores del año anterior puedan despedirse del público. El segundo día es de parranda animada por los acordeoneros y las composiciones en competencia. El tercer día se cierra el evento con la premiación del ganador y un concierto de música de acordeón.

Aires de acordeón bajo la sombra del guamo

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55María La Baja

María La BajaCantos del alma, fuego en la sangre y en las cocinas

Ciénaga fértil, de gente alegre que baila al compás de los tambores. Los datos sobre la fundación de la pobla-ción no son claros, pero todos coinciden en que Alon-so de Heredia pasó por allí hacia 1535, siendo el primer colonizador en llegar a las tierras del Arroyo Zaimo, ha-bitadas por indígenas.

La población tuvo que ser reubicada debido a las di-ficultades de comunicación y acceso. Los españoles controlaron la zona bajo el sistema de haciendas, es-clavizando a los afrodescendientes. En el siglo XVII, el capitán Antonio de la Torre y Miranda, reagrupó a la comunidad y fundó la Villa de María, que luego se llamaría María La Baja, para diferenciarla de las tierras altas de los Montes.

De tradición africana, los negros, una vez esclavos y ahora habitantes libres de la población, derrocharon toda su cultura sobre María La Baja, invadiéndola con

cantos, músicas y bailes que evocan la anhelada y dis-tante África.

La población se dedica a la agricultura y la ganadería. El cultivo de palma africana, maíz, yuca y plátano son la base de la economía. Así mismo, la cría de ganado vacuno y la pesca en la ciénaga de Maríalabaja aportan ingresos a la comunidad.

Los mariabajeros son tranquilos, asumen la vida con calma, conocen la importancia de aprovechar el tiem-po y lo distribuyen entre las tareas cotidianas y los en-cuentros con amigos en las ruedas de bullerengue.

Recorrer María La Baja es caminar por calles comunes donde se sabe que ocurren sucesos extraordinarios. Re-conocidos por su tradición musical, los mariabajeros se caracterizan por su espíritu multiplicador de saberes.

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alegre, hembra, son suficientes para que el ritmo del bullerengue resuene en los patios de María La Baja.

En los cantos es habitual que los respondedores repi-tan un verso durante toda la interpretación. La cantao-ra abre la canción con una historia que da contexto al verso central, llegado su momento, el coro empieza a responder generando un efecto hipnótico. El pregón de la cantaora suele pisar el coro, es decir, iniciar sobre las últimas sílabas de la frase entonada por el grupo.

Al igual que la mayoría de los ritmos del Caribe, el bu-llerengue permite la improvisación e incluso el duelo entre cantaoras. En una rueda de bullerengue, es nor-mal que varias mujeres compartan la voz líder y con so-nidos onomatopéyicos o lereos se roben entre ellas el canto o se tomen el tiempo necesario para preparar sus improvisaciones.

Las ruedas de fandango son la forma tradicional de transmitir el bullerengue. En ellas, las cantaoras experi-mentadas y los tamboleros de mayor trayectoria, inter-pretan sus cantos mientras los jóvenes de la comunidad aprenden de las técnicas ancestrales encarnadas en los maestros vivos. Así mismo, las ruedas son el espacio donde el cuerpo se libera y sigue los movimientos que el tambor alegre le dicta.

Los movimientos de los bailadores no son frenéticos como en otros ritmos de origen africano. En el bulle-rengue el cuerpo, especialmente los pies y la cadera, se mueven lenta pero cadenciosamente de acuerdo con el aire que esté sonando. Una de las características del bai-le, en particular de la chalupa, es la disputa del hombre contra el tambor por la mujer que danza. Ella, seducida por la percusión baila para el tambor, mientras que su parejo, baila a su alrededor llamando su atención. Así mismo, hay pasos que hacen alusión al embarazo y el parto.

El bullerengue sentado es el sonido más representativo. Su canto incluye frases largas que permite a la cantaora jugar con las entonaciones y todos los recursos expresi-vos que su voz le permita. El fandango de lengua tiene como protagonista a las voces onomatopéyicas y faci-

Música del alma negra

«Vamos a hablar un poco de bullerengue. En-tonces el bullerengue llegó aquí a María La Baja desde África, por los negros africanos. Cuando el bullerengue llegó aquí, se dice que llegó a los palenques. María La Baja era uno de esos palenques. El bullerengue se trans-portó a través de los negros esclavos que tra-jeron los españoles. Ellos hacían unas ruedas, se le llamaban ruedas de fandango. Las rue-das de fandango ellos las hacían en horas de la noche como forma de escapar de la escla-vitud. Nosotros acá hacemos bullerengue por el hecho de defender a los negros. Es algo de nuestras raíces, de nosotros los negros» Luis Alfonso Valencia, tambolero.

Conocer una cantaora de bullerengue es una experien-cia que transciende las fronteras culturales. La fuerza de su voz es simplemente conmovedora. El dolor o la alegría que llenan sus cantos invaden el corazón de quien la escucha. Es difícil escapar del influjo que los sonidos repetitivos causan en el cuerpo, haciéndolo vi-brar al compás dictado por las mujeres.

El ritmo nace del canto femenino. Durante la colonia, las mujeres tenían prohibido hacer música en presen-cia masculina, así, entre ellas, cantaban y bailaban sus alegrías y penas. En los palenques, los negros cimarro-nes incorporaron los tambores a los versos y surgió una manifestación cultural que refleja la identidad del afro-descendiente en la Costa Caribe.

El bullerengue es un baile cantado que en su estructura y narración conserva raíces africanas. Sus sonidos ase-mejan los cantos fúnebres, aunque sus letras se refieren a la vida cotidiana, al amor, la naturaleza y también a la muerte.

Los grupos de bullerengue están conformados por una voz entonadora, la cantaora, y un grupo de responde-dores, el coro, que va siguiendo el ritmo de la música con las palmas, totumas y tablas. Los hombres entran en acción interpretando los tambores que acompañan a la cantaora. Un tambor llamador, macho, y un tambor

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57María La Baja

lita la «conversación» entre la cantaora y los sonidos del tambor alegre. La chalupa es el más festivo de los aires, en ella se acelera el ritmo y la extensión de los versos se reduce.

En la actualidad se encuentran nuevas formas de inter-pretación de estos ritmos, derivadas de la comercia-lización de la música. Los portadores de la tradición hicieron bien al entregarla a los jóvenes mariabajeros, quienes reconocen las diferencias entre los aires nue-vos y los de antaño logrando incursionar en el mercado musical sin que por ello se ponga en riesgo el embrujo del bullerengue ancestral.

Hoy los hombres también han tomado la voz líder y algunos cantaores se han posicionado como maestros del oficio. Empezando como bailaores, respondedores

Historias de azúcar y fuego

Las cocinas de los Montes de María destacan por su sencillez y gusto. Además de los representativos platos de sal, es común encontrar dulces y postres preparados por las abuelas en las casas de toda la región.

En María La Baja, las mujeres conservan la tradición de cocinar dulces para la Semana Santa. Algunas de ellas incluso han convertido sus delicias azucaradas en una forma de obtener ingresos para la familia.

El coco, el ñame, el carambolo, el tamarindo y las de-más frutas de la zona mezcladas con azúcar y pasadas por fuego son convertidas en dulces irresistibles que generan lazos comunes como efecto del sabor compar-tido por todos en la infancia.

o tamboleros, los hombres han comprendido el senti-do de las interpretaciones y conseguido que sus cantos transmitan similar emoción a la de las voces femeninas.

Las fiestas patronales solían ser los espacios para la in-terpretación. En homenaje al santo patrono no solo se participaba de la celebración religiosa, sino que tam-bién se era parte de los recorridos que las agrupacio-nes hacían por las calles del municipio y los corregi-mientos interpretando aires de bullerengue a cambio de comidas y bebidas. En la actualidad, el espacio de interacción con toda la población está unido al Festival del Bullerengue, celebrado anualmente a principios del mes de diciembre.

Durante el Festival es posible encontrar en María La Baja a los máximos exponentes de la música de todo el litoral Caribe. Además de las interpretaciones musica-les, el reinado del bullerengue y el foro bullerenguero se han transformado en espacios de interacción y diálo-go sobre el presente y el futuro de esta música. En para-lelo a la fiesta se celebra la procesión de la Inmaculada Concepción de María, se abre espacio a las artesanías y los dulces típicos. Luego de varios días, el Festival con-cluye con una rueda de fandango donde los mariabaje-ros dejan en alto la tradición de su pueblo.

Chely Valencia Herrera, bailarina de bullerengue, María La Baja

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59San Jacinto

San JacintoEl municipio donde el sonido de las gaitas mece las hamacas

Ubicado a menos de 100 km de Cartagena, siguiendo la troncal de Occidente se llega a San Jacinto, población de tradición artística y artesanal. Cuna de la música de gaitas y portadora de la ancestral costumbre del tejido.

Fundada el 16 de agosto de 1776 bajo el nombre de «El Sitio», la población fue constituida por Antonio de La Torre en 1777 como San Jacinto de Duanga. En su expedición, el delegado del Gobierno Provincial llegó acompañado por un ingeniero, un sacerdote y ochenta y dos familias que sumaban cuatrocientos cuarenta y siete nuevos habitantes de la recién fundada localidad.

Provenientes en su mayoría de San Benito de Abadí y Corozal, trajeron consigo su tradición artesanal y apren-dieron de los indígenas liderados por el cacique Farot, nuevas técnicas y usos de los materiales propios de la región. Así mismo, la comitiva incluyó sesenta esclavos quienes se establecieron formando cuatro palenques: Duanga, Arenas, San Cristóbal y Rastro (Palenquito).

Al igual que hoy, el agua de consumo humano era re-cogida de los arroyos y la lluvia. Gracias al ánimo de comerciar productos con Barranquilla se abrió una tro-cha desde donde sacar carga a partir de La Bodega de Jesús del Río hasta el Magdalena.

El tabaco y el algodón crecen silvestres en la zona. Con la apertura de la trocha se consiguió que un considera-ble flujo de productos y personas se establecieran en San Jacinto, atraídos por las oportunidades mercanti-les. Así, alemanes y norteamericanos se asentaron en el territorio y fundaron ganaderías y curtiembres.

Durante el siglo XX el municipio fue azotado por el con-flicto armado del país. Pese a ello, la vocación artística de la población permaneció intacta e incluso vio cómo un selecto grupo de sanjacinteros fue galardonado con el Premio Grammy Latino por sus interpretaciones de gaita.

Momento de jugar

El ocio, el aprovechamiento del tiempo libre y las actividades lúdicas hacen parte de la tradición de los municipios. Así como en algunas poblaciones es habitual pasar el tiempo en sillas mecedoras ubi-cadas en las aceras de las calles, en otras es común que la gente destine el tiempo para juegos como el dominó y los naipes.

En los Montes de María existe una tradición de rondas y juegos infantiles con los que sus habitan-tes se identifican. Los juegos no solo permiten el desarrollo de habilidades y valores, constituyen un mecanismo de la memoria para evocar la infancia y los momentos felices del pasado.

Juegos como Emiliano, chivito, la sortija, patilla va joroba’, la gallina ciega y el arroz con leche hacen parte de la tradición cultural montemariana; y aún hoy sus niños se divierten con ellas en las tardes soleadas junto al río Magdalena.

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Tejiendo la historia

«A nosotros nos hicieron con el tejido, nos parieron con el tejido»Gladys Madrid, tejedora

«La tierra de la hamaca grande». Esa es San Jacinto, la región reconocida por la calidad y belleza de su trabajo en el telar. Oficio tradicional de las mujeres, aprendido por todas ellas de sus madres y abuelas quienes frente al telar ofrecen las más importantes lecciones de vida.

La hamaca es básicamente una tela de forma rectangu-lar que se guinda en sus dos extremos formando una superficie cómoda y fresca para descansar. Este objeto hace parte de la cotidianidad de los habitantes de la re-gión. Desde una siesta a medio día hasta una propuesta de matrimonio están asociadas a ella.

El telar es la herramienta que permite a las tejedoras enlazar sus ideas y convertirlas en valiosas piezas. Sue-le encontrarse en las viviendas o en talleres artesana-les dedicados a la producción de telas. Un telar común está conformado por dos largueros, dos travesaños (superior e inferior), dos latas (de cabeza y de traba), dos varillas para peine, cuñas delanteras y traseras, una paleta o macana y una lanzadera.

La elaboración de una hamaca tradicional se inicia con la selección de los hilos de algodón cultivado en la zona. Avanza con el teñido usando tintes naturales extraídos de la tierra y las plantas de la región que dejan su marca de colores, fijados con el hervor de un fogón al aire libre.

Los coloridos hilos son secados al sol y enmadejados en el devanador dispuesto con este propósito. Una vez hechas las madejas, las hebras están listas para ser te-jidas. El tradicional tejido de lampazo en color azul y blanco es el clásico de la zona, heredado de los indíge-nas y que aún hoy pervive.

La habilidad de una tejedora se mide al montar los pri-meros hilos de una hamaca. Si éstos no están bien enla-zados no se podrá trenzar. Su tamaño está determinado

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61San Jacinto

por el peso medido de acuerdo a las madejas de hilo utilizadas, las cuales varían entre 10 y 30. Los tejidos sanjacinteros destacan por su colorido y diseño. Des-de siempre han incluido diversos colores y tramas producto de la imaginación de las artesanas, quienes aseguran despertar cada día con una idea clara para sus productos.

Para lograr una hamaca, cada tejedora inicia sin ayu-da el proceso de echado, donde monta los primeros hilos sobre el telar; luego empeina organizando los hilos de modo que produzcan la trama deseada bien sea en líneas, relieves, unicolor, o la que prefiera. La urdimbre es el desarrollo en sí del tejido, cuando se cruza de forma individual cada una de las fibras de algodón que atarán los hilos predispuestos de forma vertical. Lo importante es el «paletiado», es decir, la fuerza que une las hebras y evita que haya orificios en la tela.

Al final se hace el cabezado o remate de las fibras cuando se termina la hamaca tejiendo la «injicada» de donde se colgarán las cuerdas que la sostendrán. Ahora sí se puede llamar a la tela trenzada, hamaca.

La tradición artesanal, venida de los zenúes y apren-dida por los mestizos que colonizaron la región, ha sido no solo una de las fuentes de ingresos más sig-nificativa para los sanjacinteros, sino que también constituye un elemento cohesionador entorno al cual es posible encontrar parte de la identidad del municipio.

El menor peligro que existe es que la tradición se pierda. Los pobladores de San Jacinto tienen pleno conocimiento de la importancia de sus tejidos y dia-riamente se transmite el conocimiento a las nuevas generaciones. El trabajo que antes estaba limitado a las mujeres, hoy en día es también ejecutado por los hombres. Así mismo, existen formas de trabajo aso-ciado que facilitan la comercialización y fundamen-talmente permiten que las tejedoras reconozcan que en sus manos está la identidad de su pueblo.

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De gaitas, Grammys y gaiteros

«Desde su fundación y hasta ahora, ha sido un pueblo que ha parido músicos naturales que despegan con una fuerza descomunal y se hacen escuchar en el mundo entero; artis-tas casi analfabetos ejecutando su música que es un lamento triste que les sale del fondo de su ser, pues cada sanjacintero lleva una gaita en los repliegues de su alma» Presentación oficial del municipio

Abrir la puerta al mundo de las gaitas es como abrir la puerta al corazón de los sanjacinteros. Las gaitas, su música, su baile y sus cantos, son todo un componente cultural de la región de los Montes de María. En Bolí-var, el municipio de San Jacinto es reconocido por la fuerza con que la gaita está asentada.

La historia de la gaita empieza como la mayoría de las tradiciones de la región, venida de los montes. Los in-dígenas que poblaban la zona utilizaban la madera del cardón, un árbol nativo, a manera de flautas con las que componían sonidos de uso cotidiano.

Era común encontrar en San Jacinto, los días de mer-cado, a indígenas provenientes de las montañas que portaban sus instrumentos y eventualmente tocaban para deleitar a su audiencia mestiza, la misma que poco a poco comprendió la lógica de la gaita y aprendió su mística.

Un conjunto de gaitas está conformado por dos de ellas, macho y hembra, diferenciadas por el número de orificios. Acompañan una tambora, un tambor alegre, uno llamador, y las maracas. Las gaitas se fabrican de los palos huecos del cardón. En su extremo superior llevan una cabeza de cera de abejas y una pluma de pa-tomacho. Actualmente la pluma ha sido cambiada por boquillas plásticas de fácil consecución. Los tambores son hechos de madera y forrados con cuero de caimán, venado o chivo, que varían en tamaño y tono. Las ma-racas son sonajas fabricadas con totumos y rellenas con semillas o piedras pequeñas que producen un sonido armónico.

El arte de las gaitas no está solo en interpretarlas, tam-bién en fabricarlas. Maestros artesanos de San Jacinto se han especializado en la producción de instrumentos y también enseñan a sus hijos y discípulos cómo elabo-rarlas e interpretarlas.

La música de gaitas está conformada por distintos rit-mos que varían en su interpretación, particularmente entre los grupos rurales y urbanos. Los primeros, atan los cantos de vaquería y las décimas a la música de gai-tas, dando como resultado composiciones rústicas y sentidas sobre la vida en los Montes.

Existen distintos ritmos interpretados por los grupos de gaitas. El más simple es la gaita misma, donde sobre-sale el sonido de la gaita hembra y el tambor, sin incluir cantos. El porro es cadencioso e incita a bailar. Su so-nido base es el tambor con resonancias que evocan el bullerengue; incluye cantos y variada percusión.

La puya es el ritmo más rápido interpretado por la gai-ta. El golpe del tambor dicta la velocidad de los cantos entonados. La cumbia, con destacadas interpretacio-nes, tiene una ejecución particular en los Montes de María, siguiendo un ritmo melódico. Gracias al ritmo de cumbias, el grupo de “Los Gaiteros de San Jacinto” fue reconocido en el año 2007 con el Premio Grammy Latino en la categoría de Mejor Álbum Folclórico por “Un fuego de sangre pura”.

Tenemos los instrumentos y los ritmos, nos faltan los intérpretes y quien disfrute al compás de la música. Los gaiteros son artistas de nacimiento, la música corre por sus venas y el sonido fluye por sus manos. Tocar un tambor, interpretar la gaita o elevar cantos son cualida-des innatas de los hombres que por tradición confor-man los grupos.

Todos se reúnen en una rueda de gaitas, donde los in-térpretes se sientan en el centro de un círculo y tocan durante toda la noche para animar a los bailarines que danzan a su alrededor, girando en el sentido contrario de las manecillas del reloj.

Las mujeres bailan con sus vestidos de faldas anchas y vivos colores. Los hombres de blanco impecable se

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atan en el cuello un pañuelo rojo llamado «cola de ga-llo», y completan el vestido con un sombrero vueltiao. El inicio del baile se determina por el momento en que el hombre entrega a la mujer un mazo de velas encendi-das que cumple una doble función: iluminar el espacio de baile y mantener una distancia prudencial entre la pareja.

Hoy las ruedas han evolucionado y desde 1988 se ce-lebra en San Jacinto el Festival Nacional Autóctono de Gaitas “Toño Fernández, Nolasco Mejía y Mañe Men-

doza”, en el cual profesionales, aficionados y niños gai-teros compiten en el concurso de Gaita Larga, décimas y parejas bailadoras.

Las gaitas son la expresión máxima del sentir del pue-blo sanjacintero. Gracias a ellas los amores se conquis-tan y las penas se lloran. Por su reconocimiento y la filiación de la población con sus sonidos, cada vez se propaga más su enseñanza asegurando que las nuevas generaciones se apropien de lo que por tradición y fuerza les pertenece.

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65San Juan Nepomuceno

San Juan NepomucenoTierra privilegiada donde cada hombre cuenta la historia a través del arte

Antonio de La Torre y Miranda, expedicionario antes que conquistador, en su agitado recorrido de 1776, después de fundar los poblados de El Carmen y San Jacinto, llegó a las tierras de San Juan el 10 de agosto de ese año y por el poder delegado del Gobernador de Cartagena instauró en el Valle de Carretos a ciento veinte familias provenientes de Pileta y San Benito de Abad.

Las setecientas cincuenta y ocho personas que dieron vida a San Juan Nepomuceno llegaron a la tierra anhe-lada en el corazón de las montañas de María y con el propósito de crear una ciudad próspera. Hasta hoy, el cometido se ha cumplido y al recorrer las calles de la población el progreso es evidente. Hay cubrimiento total de servicios públicos, los espacios de encuentro son funcionales y su gente amable no duda en guiar al forastero en torno al pasado, el presente y el futuro de la población.

Ubicada a poco más de una hora de Cartagena, cuando se llega a San Juan sobreviene la sensación de retornar a un vecindario conocido. Los habitantes saludan respe-

Palabras sanjuaneras

La cultura montemariana y en general la Caribe invita a compartir, por eso la mayoría de sus manifestaciones culturales están ligadas a los espacios abiertos, las danzas grupales o la música de creación colectiva.

San Juan Nepomuceno es reconocido por la producción intelectual de sus habitantes. En sus parques y plazas se encuentran estatuas de los hombres ilustres que se han forjado allí. Derivado de los toques de queda en tiempo de conflicto armado, los sanjuaneros debían resguardarse y limitar su actividad artística. Así, el oficio de la escritura cobró fuerza y en un par de años San Juan superó la producción literaria de toda la región.

Sus escritores, poetas y literatos gozan de reconocimiento regional y nacional. Algunos de ellos han sido merece-dores de premios internacionales y otros, como Diógenes Arrieta, ya cuentan con un lugar privilegiado entre los grandes de las letras latinoamericanas.

tuosamente y la población organizada en paralelo con la troncal de Occidente se despliega en todo su esplen-dor.

A causa del conflicto armado, San Juan Nepomuceno sufrió un estancamiento en su desarrollo económico; sin embargo, la quietud que implicó para sus habitan-tes los constantes toques de queda, sirvió para que la vena artística despertara en ellos y crecieran las cifras en producción literaria, talentos musicales e iniciativas de organización comunitaria.

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No se sabe de dónde salió su nombre, solo se sabe que un día Francisca Arrieta decidió rellenar una galleta de soda con dulce de leche y recubrirla con merengue. En 1965 nacieron las María Luisas, las que servirían de sustento para la familia y que poco a poco conocerían todos los sanjuaneros para terminar prendados de su sabor.

Las galletas redondas, blancas con el rojo irregular so-bre ellas, son las delicias de los sanjuaneros. A pregun-tas sencillas como la mejor merienda o el regalo ideal para llevar desde la población la respuesta siempre será el mismo nombre: María Luisas.

Hoy Vilma Canoles, hija de Francisca y heredera de la tradición, maneja el negocio familiar y con sus propias manos prepara las gustosas acompañantes del jugo de la mañana o el café de la tarde. Vilma entró al negocio familiar siendo apenas una niña. Su misión era ofrecer las galletas recién preparadas por las calles de la pobla-

ción. Con su canasto en la mano y la voz en alto gritan-do el nombre de mujer, la pequeña conseguía vender toda la producción en un corto recorrido.

La empresa ha crecido, pasó de ser la cocina de la casa a tomarse el patio trasero adecuado como panadería, con hornos y mesones, con panaderos y María Luisas. Desde su invención, el único cambio que ha sufrido la receta es la inclusión de azúcar pulverizada en el me-rengue. Tiempo atrás, Francisca por largo tiempo batía con un tenedor la mezcla de huevos y azúcar en grano, hasta que se deshacía y formaba la pasta. Hoy, su hija lo hace de igual forma pero con el polvo endulzante.

Vilma tiene María Luisas por montón y las María Lui-sas tienen a Vilma y a sus hijos que continuarán con la tradición familiar hasta que el último sanjuanero llegue a la puerta de la casa a pedir la galleta que calma los antojos de todo un municipio.

María Luisa, la más querida

«Ellas provocan en cualquier momento, en cualquier momento buscan María Luisa» Vilma Canoles Arrieta

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Al son de los de la lengua roja

Aunque se pudiera pensar que han probado el tinte rojo de las María Luisas, lo cierto es que el grupo de hombres y mujeres recubiertos de negro azabache pin-tan sus lenguas de intenso carmesí como preparación para el carnaval que está por iniciar.

El Son de Negros, conocido en toda la región como el «baile de los negritos» es una manifestación cultural arraigada en San Cayetano, corregimiento de San Juan, donde se asentó mayoritariamente la comunidad afro-descendiente del municipio.

De orígenes africanos y aprendido de los palenques, el Son de Negros es una danza frenética acompasada por la música de tambores, el raspado de la guacharaca y los cantos, algunos entonados en lengua palenquera.

Los «negritos» son reconocidos no solo por el tinte negro que recubre sus cuerpos, sino por la lengua pin-tada de rojo que es exhibida permanentemente duran-te el baile. Los hombres no llevan camisa y completan su vestuario con un colorido sombrero decorado con papeles de colores. Las mujeres lucen vivaces vestidos y cabello recogido.

La mecánica de la danza es dejar que el cuerpo se enar-dezca con el ritmo de la música y sin perder el compás alinearse en dos filas, una de hombres y otra de mu-jeres; luego pasa al frente cada una de las parejas para exhibir sus movimientos de serpiente o el tradicional sube y baja.

Los bailarines interactúan con el público, generalmente mostrando su enrojecida lengua, lo que causa diversas reacciones que van desde el miedo hasta la risa. Mien-tras la pareja central del momento baila al frente, todos los demás no paran de moverse y se elevan los cantos de la «Rama de tamarindo» y «Besos caseros», com-puestos por las cantaoras que con su voces avivan a los negritos, los blanquitos, los indígenas, los mestizos y todo aquel que corra con la suerte de cruzarse con los de las lenguas coloradas.

«…eso se nace, eso es de nacimiento, cuando nosotros nos ponemos a practicar el 20 de enero, para salir a los carnavales aquí en febrero, nos ponemos a practicar en una esquina a tocar y los niñitos de cuatro años pa’lante usted los ve bailan-do. Esto se lleva en la sangre» Agustín Pedroza, director del grupo Son de Negros

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Razones para festejar

Los sanjuaneros además de ser prolíficos en materia intelectual, también lo son en el área del disfrute. En el casco urbano y en los distintos corregimientos han surgido varios festivales con temáticas que van desde el maíz hasta el jaguar y en todas ellas está presente la cultura municipal.

San Pedro Consolado, corregimiento de San Juan, ce-lebra el 30 de noviembre de cada año su fiesta patronal con el Festival del Maíz. El producto base de la econo-mía local y de la dieta de la comunidad se engalana en la multiplicidad de platos que se preparan con él. Bo-llos, arepas, tortas, sopas y cualquier otra receta entra en la mesa del certamen.

«Comenzamos a organizar el festival del maíz para también hacerle un homenaje al produc-to que más se cultiva, un homenaje al cam-pesinado. Porque este festival lo organizan puros campesinos, la junta está organizada por puros campesinos pobres…» Alberto Yépez Buelvas

Desde hace doce años, cuando un grupo de campesi-nos decidió organizar el Festival, se dan cita los más excelsos y dispuestos paladares de la región para com-petir en singulares pruebas como la de desgranar en menor tiempo una mazorca, tomar la mayor cantidad de mazamorra o comer todos los bollos o arepas po-sibles. De lo que no queda duda es que el fermento de maíz, conocido como chicha, es uno de los productos más apetecidos durante las fiestas.

En San Cayetano no se quedan atrás. Si los vecinos ce-lebran al maíz éstos celebran a su principal producto de exportación: el ñame. Desde hace veintitrés años, en el mes de octubre se festeja sin falta un evento que congrega a los sanjuaneros en torno de la cultura del tubérculo insignia regional.

El Festival del Ñame Espino es de origen campesino. Los agricultores de la región, buscando una forma de exhibir y comercializar sus productos inauguraron el Festival y hoy en día sus hijos han heredado las planta-ciones y las tareas en la organización del evento.

«Desde pequeño he cultivado el ñame, mis abuelos han cultivado el ñame, mi papá tam-bién; el niño pequeño ya tiene ocho años y sabe sembrar una mata de ñame. Ya a la edad de cuatro años comenzó a sembrar el ñame… yo a la edad de de ocho años…» Campesino de San Cayetano

Organizados en una fundación, los creadores del even-to desafían a la naturaleza con el concurso del ñame más grande o el consumo de la mayor cantidad de ñame en tiempo récord. Así mismo, incentivan la creatividad premiando los usos más particulares del producto en la cocina y las canciones inéditas compuestas en su ho-nor. Uno de los momentos más significativos del Festi-val es la presentación del Son de Negros, distintivo de la población.

De regreso a San Juan, en busca de fiesta, encontramos una fiera. El Festival del Jaguar realizado por primera vez en diciembre de 2009 surgió en el marco del Plan de Conservación de Felinos del Caribe Colombiano, como una estrategia para la promoción del patrimonio cultural de los territorios nativos del jaguar.

Este Festival no solo ofrece muestras artísticas y cultu-rales de los distintos municipios de la zona, sino que también incluye en su programación talleres creativos y ambientales para impulsar la protección del medio ambiente.

Arraigado en la cultura local, el Festival de Acordeone-ros de San Juan Nepomuceno fue declarado en el 2011 como Patrimonio Artístico y Cultural de la Nación por su aporte a la recuperación de la música de acordeones en la región.

Veintinueve años de tradición pesan sobre el Festival que surgió en 1982 como una idea de jóvenes sanjua-neros asistentes al Festival Bolivarense del Acordeón. Llamado inicialmente «Trino el brujo», en honor a una leyenda local, el Festival se ha caracterizado por incentivar la música de acordeón en todas las formas, además de las tradicionales, que es posible interpre-tarlo: porros, cumbias, chandés, pasobolos, paseaítos, entre otros.

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ZambranoEncantos, pajaritos y gallegos nos dan la bienvenida

El municipio de Zambrano se encuentra a dos horas y media de Cartagena. Es una población ribereña que hace del río Magdalena el motor de su economía, su vida social y su cultura. Fundado en 1770 por don Ál-varo de Zambrano sobre territorios habitados por los indígenas Malibúes.

En 1772 el poblado fue erigido como Villa bajo el nom-bre eclesiástico de San Sebastián de las Playas Blancas, debido a los bancos de arena que se acumulaban en las orillas del río y por casi un siglo perteneció a la provin-cia de Cartagena.

Zambrano jugó un papel relevante durante el proceso independentista, aportando al ejército de Bolívar hom-bres valerosos y comprometidos con la libertad de su pueblo. El General pasó por su territorio y se hospedó con la familia Campillo. Hoy existe en ese lugar la Casa Museo Bolivariana, un espacio cultural que reúne to-das las expresiones artísticas de la población.

La tradición fluvial y portuaria de Zambrano alcanzó su máximo esplendor en la primera mitad del siglo XX. En 1920 atracó en su puerto el vapor Hamburgo, rele-

vante en la historia de la navegación nacional. Asociada al río, la economía del municipio ha tenido su fuerte en el comercio, la pesca y los oficios relacionados con el trabajo en las aguas.

Así mismo, la producción de jabón, cigarrillo y man-tequilla ocuparon renglones importantes entre las ex-portaciones de Zambrano hacia todos los Montes de María, hasta el punto de contar con grandes fábricas dedicadas a su producción.

Los campos no se quedan atrás y la fertilidad de las tie-rras solo es comparable con la calidad del ganado cebú. Guillermo Oeding Arroyo relata en su libro “Zambra-no cuna del cebú” cómo fue que a través de este puerto el ganado cárnico llegó y se apoderó de las sabanas de Bolívar.

La iglesia de la población se ubica cerca al puerto prin-cipal. Encomendados a San Sebastián, los zambraneros festejan cada 20 de enero en honor al santo patrono, y además de las procesiones celebran fiestas de corraleja donde la emoción por los toros se enardece por el cora-je de quienes aceptan el reto de enfrentarlos.

Detrás del telón

Zambrano es un municipio de tradición artística y literaria. Entre las pasiones de sus habitantes está la producción de textos narrativos, poéticos e históricos que en conjunto componen la historia de la población. Tan prolíficos son los escritores zambraneros que dentro del Festival Folclórico cuentan con un espacio anual dedicado exclusi-vamente a la presentación y discusión de sus publicaciones.

Por la misma línea de creación, el arte dramático ha jugado un papel relevante dentro de las prácticas locales. Los grupos de teatro han crecido con el municipio y en los últimos tiempos pervive la costumbre en forma de monó-logos y declamaciones.

La vida cotidiana, el campo, el río y hasta la política son temas recurrentes en los montajes teatrales del munici-pio. Con ingenio y buen humor, los zambraneros alzan su voz en los escenarios para llamar la atención sobre sus historias y necesidades.

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Una mujer dorada, hermosa, de apariencia inofensiva, recibe a quienes se atreven a pasear por el parque del Encanto del Peñón, un corto muelle que desciende unos cuantos metros desde la planicie del municipio hasta la orilla del río Magdalena. Si se es mujer no se corre ningún peligro, pero los hombres, en especial los jóvenes, prefieren abstenerse de pasar por los terrenos del «Encanto».

La Leyenda del Encanto del Peñón corresponde al mito fundacional del municipio de Zambrano. La his-toria es bien conocida en las poblaciones ribereñas ve-cinas, por el temor que infunde la posibilidad de caer en manos de la mujer que habita las aguas.

En tiempos de la Conquista, la princesa Rayo de Luz, hija del cacique Yucatán, líder de los indígenas Malibú que habitaban esas tierras, fue seducida por un español que deslumbrado por la belleza de la joven no solo la cortejó sino que abusó de ella.

El cacique sintió que su hija había traicionado al pue-blo por haber caído en manos de un hombre blanco y la sentenció a permanecer encadenada a un árbol en el extremo de la peña que delimita los terrenos de los in-dígenas con los del río. Pasados tres días desde su con-dena, el dios Juracán se la llevó.

«La castigó a morir de sed atada a un árbol y en ceremonia solemne la ataron a un tronco, prendieron fuego para provocar su sed; le co-locaron una totuma de oro como insignia de su castigo. Tres días y tres noches duraron en un rito de muerte hasta que la bellísima prin-cesa se desplomó. Cambió su color rosa por uno azufrado y fue desapareciendo su cuerpo en una nube de humo. Pasó el tiempo, año tras año en las nuevas generaciones solían oírse los comentarios de la gente que en el Peñón salía un encanto que se había apodera-do de ese lugar, para hacer sus apariciones, es el encanto de la “Princesa Rayo de Luz”» Versión escrita de la leyenda por Daniel Vergara

Pasado cierto tiempo, la princesa parecía regresar a las orillas del río, especialmente junto al peñón donde fue amarrada y, convertida en un encanto de las aguas, busca el amor de los hombres jóvenes, llevándoselos al fondo del Magdalena.

Al espanto, conocido como el «Encanto del Peñón», se le atribuye la desaparición de varios muchachos en distintos momentos de la historia de Zambrano. Da-niel Vergara, quien documentó la leyenda, señala que se trata de un «cuento callejero» que ha pasado de ge-neración en generación cobrando fuerza cada vez que otro joven es arrastrado por las aguas.

Durante los meses de enero y febrero, en simultáneo con las fiestas del santo patrono, el Encanto aparece para cobrar nuevas víctimas en su desesperado afán por ser amado. Tal es la fuerza de la leyenda, que de allí toma su nombre el festival folclórico del Municipio.

De festejos, folclor y encanto

El 12 de octubre de 1982 es una fecha trascendental para la cultura zambranera. El mismo día se fundaron la Casa de la Cultura Manuel Lora Meza, el grupo fol-clórico La Esperanza y el Festival homónimo del cen-tro cultural.

Para el año 1985 el Festival Manuel Lora Meza, que reunía a los folcloristas del municipio, ya había alcan-zado reconocimiento internacional gracias a la labor del grupo La Esperanza. Desde el 2005, con el ánimo de consolidar la celebración y fortalecer la identidad municipal, es renombrado como «Festival Folclórico y Cultural La Leyenda del Encanto del Peñón».

Desde sus inicios fue pensado como un instrumento para fomentar las costumbres, bailes y tradición oral que identifica a la comunidad zambranera. La mani-

El encanto de ZambranoDe la tradición indígena hasta el festival de hoy

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festación se ha constituido en un elemento clave para la cohesión social de la población, ya que tiene la ca-pacidad de convocar y reunir en el mismo evento a la población local y regional.

En el festival es posible encontrar presentaciones de grupos folclóricos, lanzamientos de publicaciones, muestras artísticas y artesanales, pertenecientes a Zam-brano, a los Montes de María y a comitivas invitadas de otras regiones nacionales o internacionales.

Desde el año 1995 se celebra el Concurso de la Can-ción Inédita, creado con el fin de rescatar e incentivar la

tradición musical de la zona. En este evento participan compositores tanto del municipio como de la región.

«Hoy por hoy, después de 25 años de existen-cia de la Casa de la Cultura y de desarrollar-se veintitrés festivales, éste sigue siendo la máxima expresión de la cultura nuestra y un espacio con reconocimiento nacional donde siempre se ha defendido y protegido lo autóc-tono, folclórico y patrimonial» Remberto Monterrosa en “Historias para no olvidar”

Daniel Vergara, artista y escritor de la Leyenda del Encanto del Peñón, Zambrano

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En tiempos de carnaval es habitual que un tigre reco-rra las calles de Zambrano huyendo de un gallego que lo persigue por haber matado sus animales. La historia que sucedió a principios del siglo XX pervive converti-da en danza como parte de las manifestaciones cultura-les del municipio.

La danza del Gallego describe la cacería de un tigre por parte de un español proveniente de Galicia que se afin-có en Zambrano. En ella participan tres personajes: el gallego, quien sale a cazar al tigre; el tigre, que se ha comido los animales del hombre; y el perro, fiel com-pañero de su amo a quien ayuda para que tenga éxito en su cacería.

Según los zambraneros la historia representada a través de la danza tuvo lugar en 1912, cuando un extranjero español se asentó en la zona rural de Zambrano y los felinos lugareños empezaron a alimentarse de los ani-males que criaba el gallego. Con la intención de evitar la pérdida de todos sus animales, el hombre decide ma-tar al tigre y, como prueba de su valor ante los vecinos, ofrece traer los testículos del animal.

El gallego sale y encuentra al tigre haciendo la siesta bajo un árbol después de comerse un burro. El hom-bre intenta darle un garrotazo al animal con tan mala

suerte que golpea un panal de abejas que lo picotean y dejan su rostro desfigurado. Para colmo, el hombre cae debajo del tigre, que empieza a rasguñarle los glúteos, razón por la cual durante la representación el tigre y los espectadores intentan hacer lo mismo. Finalmente el perro Palique, flaco como su nombre, ayuda al gallego y cumplen su misión.

La representación dancística, pese a contar con tan re-ducido número de personajes, involucra a toda la co-munidad en la puesta en escena, de modo que desde horas antes de iniciar su recorrido, la acera de la casa de quien representará al gallego es invadida por niños y jóvenes, curiosos, que se imponen el oficio de acompa-ñar al hombre en su travesía contra el tigre.

Es habitual que durante la jornada los habitantes de las casas por donde pasan los bailarines les ofrezcan be-bidas y alimentos que les permiten mantenerse en pie hasta el final de la representación.

Hoy, la Danza del Gallego está arraigada en la memoria cultural de los zambraneros y por ella son reconocidos en los festivales de toda la región, donde suele ser invi-tado de honor aquel extranjero que con su perro logró acabar con la amenaza del tigre feroz.

Lo que pasa cuando un gallego y su perro encuentran al tigre

La leyenda hecha danza

Eulalio Miguel Ortiz Navarro, gallego tradicional, Zambrano

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A cantar y bailar Pajaritos

Las animadas fiestas de Zambrano, entre cantos y bailes iniciaban con la noche y terminaban pasado el amane-cer de modo que los participantes em-pezaban su día con el canto de los pá-jaros. Los bailes y cantos de Pajaritos constituyen una de las manifestacio-nes culturales del municipio y repre-sentan los movimientos de los pájaros durante el cortejo.

Los Pajaritos se cantan y bailan al rit-mo de corridos, berroches y chalupas corridas que con su percusión incitan al movimiento. Durante la danza las mujeres llevan faldas largas y colori-das, tocados en el pelo y una pañole-ta atada en el cuello que recuerda la usanza de las cantaoras para proteger su voz. Los hombres engalanados con camisas y pantalones blancos coque-tean con sus sombreros concha jobo.

Los cantos tienen sus orígenes en el si-glo XIX derivados de las tonadas que las mujeres elevaban durante sus jornadas en los campos de los Montes de María y en las orillas del río Magdalena. Los bailes están ligados a las celebraciones tradicionales de los indígenas Mali-búes que poblaron la región.

Antaño los bailes eran protagonistas en cualquier cele-bración tradicional, hoy encuentran su espacio en los festivales folclóricos. Relegados por los nuevos ritmos, esta manifestación ha perdido espacio en la vida coti-diana de los montemarianos, aunque en municipios como Zambrano los portadores de la tradición están abriendo nuevos ámbitos para que niños y jóvenes la conozcan y practiquen.

Por tradición las parejas entran con el inicio de la mú-sica. El baile asemeja los movimientos del cortejo de los pájaros y, muchas veces, los cantos dictan los pa-

sos que deben seguir los bailarines, describiendo algún movimiento. En medio de la danza es habitual que el bailarín principal converse con quien canta, en relación con el coqueteo y sus ganas de festejar.

Los bailes y cantos de pajaritos se practicaban durante las fiestas decembrinas y eran ejecutados por un grupo de sabedores de la tradición invitados a las casas fami-liares para animar las fiestas con su representación. El pago habitual era un plato de sancocho y el ron necesa-rio para que los músicos, cantaoras y bailarines sopor-taran la larga jornada hasta que los verdaderos pájaros se levantaran y los acompañaran con su canto.

Bailarina del grupo de la Cruz Roja, Zambrano

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Calendario de eventos de la regiónEnero

Fiestas de San Sebastían y Corralejas,Zambrano20

MayoFestival de acordeoneros,San Juan Nepomuceno16

JulioFiestas de la Virgen del Carmen,El Carmen de Bolívar, Córdoba, Zambrano, San Juan

Nepomuceno, San Jacinto, María La Baja, El Guamo

16

AgostoFestival Nacional Autóctono de Gaitas,San Jacinto

12Festival de Acordeoneros y Compositores, El Guamo

15

OctubreFestival del Ñame Espino,San Juan Nepomuceno

12Festival Folclórico El Encanto del Peñón,Zambrano

15

NoviembreFestival de acordeoneros, San Juan Nepomuceno

11Festival del Cacique Tetón,Córdoba

15Festival del Maíz,San Juan Nepomuceno

30

DiciembreFestival del Bullerengue,María La Baja9Festival del Jaguar,San Juan Nepomuceno

19

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