popper contra platón

4
Popper, Platón, la sociedad abierta Karl Popper inicia su Sociedad abierta y sus enemigos con dos epígrafes. Como el epígrafe no es un mero adorno sino la clave que fija el tono de una lectura, vale la pena reproducir estos dos signos. Primero, una cita de Pericles: Si bien sólo unos pocos son capaces de dar orige n a una política, todos nosotros somos capaces de juzgarla. Y, de inmediato, Platón: De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse o comer... sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello. En estas dos citas se contraponen, según Karl Popper, la idea de la sociedad abierta y de la sociedad cerrada. La sociedad abierta y sus enemigos es, sin duda, uno de los grandes libros del pensamiento del siglo xx. Más que una excursión erudita en la filosofía política es un manifiesto liberal que se clava en el corazón del siglo. Pero para hacer su crítica a los modelos totalitarios no se dirige a sus expresiones modernas sino a sus progenitores más antiguos. Es así como llega a Platón: la raíz del totalitarismo. La experiencia de Popper dentro de las filas del comunismo le mostraron dos cosas que lo marcarían. La primera fue la sumisión intelectual, la segunda el desprecio por las vidas. Mis amigos comunistas, recuerda Popper en su autobiografía, eran grandes hombres, inteligentes, simpáticos, vitales. Pero pensaban a través del partido. Lo que decretaba Moscú era para ellos la verdad. ¿Cómo puede renunciarse tan fácilmente a la libertad de pensar? Los comunistas, amantes de la revolución, soñaban al mismo tiempo con la gran conflagración. Si se sacrificaban unas vidas y eso tenía como consecuencia la inflamación de la pasión revolucionaria, mejor. Popper, filósofo de la ciencia y del conocimiento, se lanza primero en contra de la noción del conocimiento en Platón. Hay en Platón un esencialismo metodológico. La ciencia ha de captar la verdadera naturaleza de los objetos que se encuentra en una dimensión oculta. La sociología platónica descansa en estos supuestos. Dice el filósofo austriaco que la sociología de Platón “es una ingeniosa mezcla de especulación y de una aguda observación de los hechos.”[1] Especulación en tanto se fundamenta en su noción de las ideas y las formas; observador en tanto logró capturar la complejidad de fuerzas sociales y políticas que actuan en el mundo griego. El objeto social será más puro en tanto más se acerque a su Forma o Idea. La cercanía con la Idea coincide igualmente con la quietud. En Las leyes Platón lo expone claramente: “Todo cambio, de cualquier índole que sea, salvo la transformación de una cosa vil, es el más grave de los traicioneros peligros que amenazan a un ser, ya sea un cambio de estación, del viento, del régimen del cuerpo o del carácter del alma.” Popper concluye: “Platón enseña que el cambio es el mal y que el reposo es divino.” 1

Upload: malditasmatematicas2859

Post on 08-Jun-2015

3.852 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: Popper Contra Platón

Popper, Platón, la sociedad abierta

Karl Popper inicia su Sociedad abierta y sus enemigos con dos epígrafes. Como el epígrafe no es un mero adorno sino la clave que fija el tono de una lectura, vale la pena reproducir estos dos signos. Primero, una cita de Pericles:

Si bien sólo unos pocos son capaces de dar orige n a una política, todos nosotros somos capaces de juzgarla.

Y, de inmediato, Platón: De todos los principios, el más importante es

que nadie, ya sea hombre o mujer debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse o comer... sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello.

En estas dos citas se contraponen, según Karl Popper, la idea de la sociedad abierta y de la sociedad cerrada. La sociedad abierta y sus enemigos es, sin duda, uno de los grandes libros del pensamiento del siglo xx. Más que una excursión erudita en la filosofía política es un manifiesto liberal que se clava en el corazón del siglo. Pero para hacer su crítica a los modelos totalitarios no se dirige a sus expresiones modernas sino a sus progenitores más antiguos. Es así como llega a Platón: la raíz del totalitarismo.

La experiencia de Popper dentro de las filas del comunismo le mostraron dos cosas que lo marcarían. La primera fue la sumisión intelectual, la segunda el desprecio por las vidas. Mis amigos comunistas, recuerda Popper en su autobiografía, eran grandes hombres, inteligentes, simpáticos, vitales. Pero pensaban a través del partido. Lo que decretaba Moscú era para ellos la verdad. ¿Cómo puede renunciarse tan fácilmente a la libertad de pensar? Los comunistas, amantes de la revolución, soñaban al mismo tiempo con la gran conflagración. Si se sacrificaban unas vidas y eso tenía como consecuencia la inflamación de la pasión revolucionaria, mejor.

Popper, filósofo de la ciencia y del conocimiento, se lanza primero en contra de la noción del conocimiento en Platón. Hay en Platón un esencialismo metodológico. La ciencia ha de captar la verdadera naturaleza de los objetos que se encuentra en una dimensión oculta. La sociología platónica descansa en estos supuestos. Dice el filósofo austriaco que la sociología de Platón “es una ingeniosa mezcla de especulación y de una aguda observación de los hechos.”[1] Especulación en tanto se fundamenta en su noción de las ideas y las formas; observador en tanto logró capturar la complejidad de fuerzas sociales y políticas que actuan en el mundo griego. El objeto social será más puro en tanto más se acerque a su Forma o Idea. La cercanía con la Idea coincide

igualmente con la quietud. En Las leyes Platón lo expone claramente: “Todo cambio, de cualquier índole que sea, salvo la transformación de una cosa vil, es el más grave de los traicioneros peligros que amenazan a un ser, ya sea un cambio de estación, del viento, del régimen del cuerpo o del carácter del alma.” Popper concluye: “Platón enseña que el cambio es el mal y que el reposo es divino.”

Un aspecto fundamental de la filosofía política de Platón es su noción del mundo normativo. Según Popper, Platón está encerrado en el mundo mágico que caracteriza la sociedad cerrada.

Una de las características que definen la actitud mágica de una sociedad ‘cerrada’, primitiva o tribal, es la de que su vida transcurre dentro de un círculo encantado de tabúes inmutables, de normas y costumbres que se reputan tan inevitables como la salida del sol, el ciclo de las estaciones u otras evidentes uniformidades semejantes a la naturaleza. La comprensión teórica de la diferencia que media entre la ‘naturaleza’ y la ‘sociedad’ sólo puede desarrollarse una vez que esa ‘sociedad cerrada’ mágica haya dejado de tener vigencia.[2]

La legalidad no es convención. Ésta la convertiría en un simple capricho. Las reglas de la convivencia han de expresar un orden natural que no debe ser subvertido. Se trata, apunta Popper, de la confusión entre convención y arbitrariedad. El hecho de que las normas sean hechas por el hombre no quiere decir que estas sean arbitrarias. Si el hombre es el creador de un universo cultural es él el responsable de sus instituciones y normas. Bajo la concepción naturalista del orden social, Platón concluye que la justicia es un equilibro natural sobre el cual debe inclinarse el hombre dócilmente. Para el ateniense la justicia es sinónimo de “lo que interesa al estado perfecto.” Una justicia que implica fundamentalmente la correspondencia de las clases sociales a su función. Justo es que el gobernante gobierne, que el trabajador trabaje y que el esclavo obedezca.

Popper analiza a continuación la antipatía platónica por el individualismo. Es necesario colocar los intereses del individuo en un plano inferior de los valores, había escrito Platón. Individualismo puede ser entendido como a) en oposición al colectivismo y b) en oposición al altruismo. Platón no se opone al individualismo para defender el altruismo sino para ensalzar el colectivismo. El individuo es una parte, una función de ese todo espiritual que es la polis.

Nadie atacó jamás con mayor seriedad al individuo, y esta hostilidad se halla profundamente arraigada en el dualismo fundamental de la filosofía de Platón; éste odiaba al individuo y a su libertad exactamente del mismo modo en que odiaba las cambiantes experiencias particulares y la variedad del mudable universo de los objetos sensibles. En el campo de la política, el individuo es para Platón, el mismísimo Diablo.[3]

Terrible operación intelectual la de Platón: sustituye la idea de que la justicia es el interés de fuerte

1

Page 2: Popper Contra Platón

por una teoría igualmente bárbara de que la justicia es la estabilidad y el poderío del Estado. Vuelvo a citar a Popper.

Platón sólo reconoce como patrón fundamental el interés del Estado. Todo aquello que lo favorezca será bueno, virtuoso y justo: todo aquello que lo amenace será malo, perverso e injusto. Las acciones que lo sirven son morales: las que lo ponen en peligro inmorales; en otras palabras, el código moral de Platón es estrictamente utilitario; es, puede decirse, un código de utilitarismo colectivista o político. El criterio de moralidad es el interés del estado. La moralidad no es sino higiene política.[4]

Sigamos el argumento de Popper. Platón ve al Estado como una institución que tiene una misión particular. El Estado no es una mera agrupación convencional que sirve para proteger a los individos. Es una entidad superior a lo humano: un objeto de adoración. De esta manera, los funcionarios serán sagrados y habrán de preocuparse no solamente por defender los derechos de los hombres sino cultivar su moralidad.

Otra crítica popperiana. Platón planteó una pregunta que ha sido terriblemente nociva para el hombre y que ha generado terribles confusiones. Cuando la pregunta es ¿quién debe gobernar? La respuesta es siempre peligrosa. Respóndase el mejor, el más sabio, el más valiente, el enviado de Dios, la voluntad general, la raza superior, la clase obrera, el problema político no se resuelve. La pregunta sensata es muy distinta: “¿En qué forma podemos organizar las instituciones políticas a fin de que los gobernantes malos o incapaces no puedan ocasionar demasiado daño.?” Quienes hacen la primera pregunta suponen que el poder político es esencialmente incontrolable y lo que hay que hacer, por lo tanto es esperar que llegue o se imponga el bueno. Lo único que importa es el depósito de la soberanía, dice Popper. No los conductos de su actuación.

Frente a la teoría de la soberanía que expone Platón y que han continuado los monarquistas y los rousseaunianos, los marxistas y los nacionalistas, es indispensable levantar una teoría del control y el equilibrio. El punto de partida es que los gobernantes --quienes sean: reyes, pueblos, filósofos, asambleas-- no son siempre buenos. Con ese presupuesto hay que levantar las instituciones políticas. Es una locura basar nuestra política en la esperanza que tendremos los mejores gobernantes. De ahí la visión liberal de la democracia de Popper. Incluso la democracia debe ser cautelosa con el soberano. Los mecanismos democráticos --voto, legalidad, gobierno representativo-- son instrumentos para evitar la tiranía. Es por eso que un demócrata no tiene que estar convencido de que la decisión mayoritaria es justa, buena, correcta. Tendrá que aceptar la decisión, pero debe tener plena libertad para cuestionarla y combatirla.

En Platón se encuentran también las claves de lo que Popper llama “ingeniería utópica.” Esta forma de la ingeniería se basa en historicismo. Mario Vargas Llosa, admirador de Popper sintetiza así el credo historicista:

Si usted cree que la historia de los hombres está ‘escrita’ antes de hacerse, que ella es la representación de un libreto preexistente, elaborado por Dios, la naturaleza, por el desarrollo de la razón o por la lucha de clases y las relaciones de producción; si usted cree que la vida es una fuerza o un mecanismo social y económico al que los individuos particulares tienen escaso o nulo poder de alterar; si usted cree que este encaminamiento de la humanidad en el tiempo es racional, coherente y por tanto predecible; si usted, en fin, cree que la historia tiene un sentido secreto que, a pesar de su infinita diversidad episódica, da a toda ella coordinación lógica y la ordena como un rompecabezas a medida que todas las piezas van casando en su lugar, usted es --según Popper-- un ‘historicista’.[5]

Si se ha descubierto el guión de la historia, el político tendrá que imponer a la sociedad el camino que la propia historia señala. Se convertirá entonces en un “ingeniero utópico.” Platón cree que el futuro del hombre debe acomodarse al diseño de la razón. Pero concede la posibilidad de cierta intervención humana. Una intervención, por cierto, más de la razón que de la voluntad. Aceptar las consecuencias de la verdad. El ingeniero utópico traza el fin del hombre: su utopía. El punto de llegada. Lo que nos separa de la utopía es apenas un medio. Al determinar este objetivo final, al tener en manos el plano de la sociedad perfecta llegaremos a fijar los caminos para llegar ahí. La tentativa utópica, sigue Popper, exige un gobierno fuerte y conduce necesariamente a algún tipo de dictadura. Es indispensable silenciar toda crítica, hay que concentrar todos los medios en el gobierno que conoce el plano de la sociedad total.

La ingeniería totalitaria se contrapone con lo que Popper llama la ingeniería gradual. El político que camina con ese paso puede pensar en alguna utopía, puede tener la imagen de una sociedad ideal. Pero sabe que la perfección es siempre remota y que, por tanto, es importante preocuparse del intermedio: del presente. También los vivos tienen derechos. El gradualismo de esta ingeniería busca atacar los problemas más graves, en lugar de dirigirse a la Gran Meta. La ingeniería gradualista aceptará la necesidad de la conciliación de proyectos. Es evidente que la labor del estadista en Platón corresponde a la imagen del ingeniero utópico. Hay muchas indicaciones del radicalismo platónico. El primero es el del lienzo. Se empieza en una hoja en blanco: el artista dibujará en ella sin ninguna consideración por el presente. La metáfora tiene consecuencias terribles: “Todos los ciudadanos de más de diez años deben ser expulsados de la ciudad e internados en algún punto del país, debiendo retenerse sólo a los niños que se hallen libres todavía de la perniciosa influencia de sus padres.” Hay que liquidar el presente

[1] Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Barcelona, Paidos, 1982, p. 48.

[2] Popper, obra citada, p. 67. [3] Misma obra, p. 109. [4] Misma obra, p. 112. [5] Mario Vargas Llosa, “Popper al día,”

Vuelta, num. 184, marzo de 1992.

2

Page 3: Popper Contra Platón

3