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Poemas y Relatos
© Manuel Darío Gruber
Portada: “Naufragio” de Ivan Aivazovsky, Ucrania 1.854
Coordinación Editorial: Jesús Leal C.
Diagramación: Jesús Leal C.
Producción Digital
Logaton Producciones
e-mail: [email protected], / jotalealc.wordpress.com
Septiembre de 2014
Barinas, Estado Barinas
República Bolivariana de Venezuela
6
BAJO EL SAMAN
Amor y corazón noble son una misma cosa. Dante Alighieri
Aquel árbol parecía
esperarlos. Venían de la playa por
el camino real, de regreso a la
ciudad donde residen. A la vera del
camino, al pie del viejo samán se
detuvieron. Allí muchas veces
habían conciliado sus sueños, luego de largas cuitas y promesas por
cumplir. Eran las cuatro de la tarde y la gran sombra vegetal los
resguardaba del ardiente sol.
Amalia recordaba con tristeza algunas experiencias vividas al
lado de Miguel: su fuga de la casa paterna y la oportuna estancia
donde se habían refugiado de las voces agoreras que gravitaban en
ese pesado ambiente social que caía sobre sus vidas. Una noche
lluviosa decidieron escapar hacia un lugar de la costa oriental, muy
lejos de su tierra.
Miguel, por su parte, atesoraba recuerdos de gratos
momentos compartidos con Amalia. Nuevos instantes bajo el samán
ofrecían nuevas perspectivas en el devenir de sus pasos por aquellas
tierras que ahora los cobijaba. El joven sufría el prejuicio social por
parte de los padres de su compañera, pues su condición rural lo había
colocado al margen de una clase pequeño burguesa que no admitía
sino a sus iguales.
7
Los pasos estaban dados; todo estaba previsto. Así lo
comentaron bajo el samán (y eso los hacía más fuertes). Tenían cerca
de dos meses en aquel hermoso lugar, compartiendo con turistas y
locales. Miguel consiguió un trabajo en el comercio informal con
buenos dividendos.
Por esos días, Amalia había cumplido la mayoría de edad y un
matrimonio relámpago fue la solución a la mano. Se quedaron a vivir
en su paraíso.
Mayo, 2013
8
CANINA
Luego de aquel extraño
incidente en el cual el hombre del
ancho sombrero llevó la peor parte,
la mujer que lo agredió a
dentelladas había desaparecido de
la escena. Una voz en un noticiero local había difundido que se
trataba de una sencilla mujer que había agredido ferozmente a su
marido al calor de una agria discusión por problemas familiares, tal
vez de celos. En el camino al hospital, el hombre decía: “Sálvenme de
las garras de esa loca”.
En los ojos de la enfermera que lo estaba asistiendo, aquel
infeliz descubrió los mismos ojos de su mujer, algo que lo aterró aún
más. “No me negará que es monísima”, le susurró al oído la
enfermera. Entretanto, el chofer y su asistente conversaban y
miraban por la ventanilla de la ambulancia hacia el interior de la
cabina donde se encontraba el herido, el cual estaba exasperado y
dolorido ante la impertinencia de la enfermera y los latidos de su
carne herida.
Pensaba que cómo era posible que su mujer se convirtiera de
la noche a la mañana en una fiera. ¿Qué había tomado, además de
las copas de ajenjo que habían ingerido la noche anterior? ¿Se
trataba, acaso, de alguna brujería o cierto hechizo que la hizo
perversamente canina de un momento a otro? Pensó que, al menos
por los momentos, se encontraba a salvo, protegido como si
estuviera en un vientre a prueba de mordiscos.
9
Barinas, O8- 10- 2012
CANTO 1
Lanzo un grito guerrero
sobre la geografía de tu cuerpo.
Espera, no te levantes
déjame amarte sobre todas las cosas.
Con la insistencia del beduino
tomo el pulso de mi sangre
sobre las candentes arenas.
Espera, no te levantes
déjame amarte en el misterio.
Octubre, 2013
10
CANTO 2
Ha llegado un nuevo tiempo
y con él cambiarás de piel,
como es tu costumbre.
En la cruda estación invernal
atesoramos los recuerdos,
volvemos a ser niños traviesos
Con barquitos de papel
Y añoranzas de viajes con Gulliver,
conectando los felices sueños.
Ahora transitamos nuestros sinos
Con otros equipajes y nuevas utopías,
Jugamos a ser viajeros de la noche
En el trajinar de la ilusión lunar
con amorosa ofrenda a la alborada.
Enero, 2014
11
EL POETA, LA CIUDAD Y EL RIO
I
Alguien me envió a remover los extramuros
de estos furtivos lares que piedra sobre piedra
se esconden los recuerdos del gran pueblo
que otrora cantó sus himnos
y devoró con infinitas ansias su pasado glorioso.
Se me ocurre pensar mirando el horizonte
en qué consisten esos interminables hilos dorados
más allá de las montañas
en qué punto de sol o de luna llena
se vierten en el río las camadas de peces.
Para qué sirve esta espera eternizada
desde la base de los altos muros enfilados
hacia los cielos providenciales
no tengo prisa en obtener la respuesta
al fin y al cabo espero desde siempre.
II
Llegamos a este sitio sin laureles, cantos ni delirios
con la ausencia a cuestas girando en vegetales ondas
cabalgando estos llanos en extraños corceles
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con pedazos de historia ceñidos a las grupas.
Encontramos en los hostiles parajes polvorientos
calaveras calcinadas por golondrinas de sol
y nos quedamos largo tiempo sobre los montes
oteando la soledad de la pampa sin fronteras
y vimos las fundaciones en los valles
de cómo el capitán cara de palo impartía órdenes
y decía que allí sería venerado el gran rey del imperio
que esas serían sus tierras ¡las del Reino de Granada!
este tiempo de conquista que muchos nombran austeros
no pasó de ser un vil escamoteo de glorias.
Esto sucedió a la margen derecha del río.
III
Me urge encontrar la simiente del amor
en estos escombros vástagos del olvido
testigos amatorios de aberrados demonios
cuyas fuerzas doblegaron los eunucos
quienes llegaron silentes a los muros
con rasgadas prendas de violentas rameras.
La ciudad lanza sus gritos al fondo del río...
no dejaré sustraerme por esta crónica infernal
con sus lúbricos tentáculos hendiendo las fisuras
¡Oh demonios y sus voluptuosos acólitos!
ya huirán despavoridos al toque de campanas
que anunciarán la muerte de estas sombras.
la ciudad lanzó sus gritos al fondo del río.
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IV
Por estas laderas mordió polvo el indicio
y enterró las garras de los gavilanes
bravo entre los bravos muriendo con su sangre
cuerpo a cuerpo con altivez guerrera.
Por eso nos quedamos expectantes allá arriba
y no movimos ni un solo músculo
y vimos esa gran contienda en sus raíces
donde los intrusos encendieron sus fogatas
y quemaron pólvora en la piel aborigen.
Permanecimos silenciosos allá arriba
sobre estos montes de mágicas potestades
denominando el valle cruzado por el río.
Después de algún tiempo llegaron más guerreros
allende las montañas se elevaron al cielo
los dorados hilos de la hispánica conquista.
V
Una señal aflora tras los múltiples despojos
con reminiscencias de agitados resplandores
anuncia la llegada de mis nuevos poemas
luminosos abrojos de antiguos sembradíos
que hablan acerca del buitre y el marqués
del lúbrico ritual de fatuos oligarcas
de las excelencias yoístas del señor burgués
de ricos manjares del festín de los baltos
Y como punto final
los fantásticos motivos del lobo terrateniente.
Claro está que mis poemas más recientes
escritos con vehemencia en predios marginales
son sólo un preludio de mis malas intenciones
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porque para concebir nuevos y malditos textos
que vendrán incontenibles sobre la ciudad
tuve que pactar con los eternos condenados.
VI
Una tromba de jinetes retumba en los confines
y un clarín estridente rompe los silencios.
Se le vienen encima con sus largos caballos
sus afiladas lanzas a pulso
abriendo paso hacia la muerte encabritada
sin volver las caras al sol
entre la polvareda que cubre las legiones
que formará barro glorioso a las primeras lluvias
con la tinta-coraje de los bravos caídos.
Así vimos los lanceros sacudirse el yugo
a galope tendido trochando sus victorias
mientras tanto el río hilaba sus caudales
arrastrando vesperales ruidos y el cardumen
por entre las arenas y el pedregal que entraña
desde el génesis hasta los multiplicados panes
y la sangre esparcida en sus riberas.
En este punto crucial de luna llena
que refleja el holocausto de los héroes
se vierten sobre el río las camadas de peces.
VII
Ubico mi presencia despojada de amuletos
en medio de este círculo de hogueras extinguidas
de lo que fue un buen día refugio de poetas
que martillaban sus voces en rocas tornasoles
y escuchaban sus ecos de tribales resonancias.
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Sospecho que me atisban tras esas duras murallas.
en esta hora de oscuras aves clandestinas
suelo visitar los olvidados cementerios
dejar caer de cuando en cuando una triste sonrisa
o una flor que sobreviva al cáustico destello.
Puedo brindar a cada muerte mis cantos vespertinos
extraídos de las ruinas de la ciudad dormida.
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QUERIDA AMIGA lll
Querida amiga:
La tardía señal de agosto vino turbulenta. Estuve a la
expectativa de tu mensaje. Las garzas se alborotan y vuelan
sobre la ciudad. Puntos blancos y escarlatas salpican el
firmamento, forman una red maravillosa. Mis sensores no
marcan su altura, sólo registran los colores. Me asombran sus
planeamientos silenciosos.
Esta larga estación no podría ser más indulgente, todo lo
que nos rodea lo circunda con sus capullos húmedos. Las aguas
corren de prisa por el piedemonte y sus caudales alcanzan
aguas mayores en su punto culminante, llano abajo. El viento
barinés baja de la cordillera y se pierde en lontananza.
Imagino que estás envuelta en uno de los capullos
invernales. Tu voz se pierde en la inmensidad de la sabana y no
puedo acceder a tus dominios. Desde esta ciudad que me
sofoca deslizo mis poemas por sus extramuros. Mucho tiempo
ha transcurrido desde nuestra última cita estival. Este agosto
no nos pertenece… su luna no brilla como en enero.
Barinas, septiembre 2013
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QUERIDA AMIGA IV
Querida amiga:
Marco mis pasos sobre la inmensidad de este desierto;
realizo una travesía circular. Llego al punto de partida en busca
de nuevas imágenes. La memoria me precede. Sucede con
frecuencia cuando excedo movimientos tras la huella de tu
ausencia. La incertidumbre rompe los silencios.
A lo lejos una música. Cascabeles que vibran en la
llanura. No hay un camino cierto, sólo atajos hacia territorios
extraños. Sutiles resonancias de tu risa se esparcen a través del
viento que baja de la montaña. Azules intensos que mueren en
el crepúsculo. Soledades que reinan sobre otras soledades.
Camino al llano. Los silencios persisten y sólo un canto
de paraulata, muy lejano, se aloja en la quietud de la noche.
Luciérnagas que marcan el tiempo de las estaciones. Apenas
una señal en la frontera de mis sueños.
Barinas, septiembre 2013
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QUERIDA AMIGA V
Querida amiga:
Profundamente humano me he sentido en esta travesía.
Algo que tal vez reproches. Es una enraizada costumbre, lo sé,
desde que me asiste la razón: Sensible al nacimiento de la flor y
al toque exploratorio de mis manos sobre tu piel. Así he sido
durante mucho tiempo. Seguiré buscando la llave para abrir la
morada de tus pasiones, abordar las estancias que me niegas.
Soy fruto de la fragilidad de seguir tus pasos sobre el terreno de
la incertidumbre.
Sé que tienes fuego en el alma. Lo has demostrado
algunas veces en nuestros encuentros. Tus ojos y tus palabras
lo hacen ostensible. Pero estás cercada, has decidido una fuga
inexplicable. El silencio es tu refugio. Quizás la actual estación
no te favorece. Romper el capullo que te envuelve sería un gran
esfuerzo de liberación.
El ardor estival volverá con sus aguijones. Somos
vulnerables al paso del tiempo y con él andamos en la
inabordable levedad de nuestras vidas.
Barinas, Septiembre 2013
19
CON TU MIEL QUE ETERNIZÓ
En un lugar del camino
encontraste la palabra,
como cosa del destino
por derroteros del alba.
Nunca estarás cansino
con tu miel que eternizó
dulce memoria del vino.
Que te regaló Leonora
¿Y cómo te llaman ahora
si tu nombre se extravió?
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EL JARDÍN DE XIO
Si alguna vez Xío amaneció radiante fue esa mañana de Julio en que entraba el sol por la puerta principal de su morada. Desde el alba comenzó a inundar de luz aquel jardín primoroso que con tanto esmero cultivaba y resguardaba de las alimañas que por allí merodeaban. Sólo las abejas y los colibríes tenían el privilegio de rondar por estos predios y libar de las hermosas flores.
Xío estaba ese día de cumpleaños. Se aprestó a recibir a sus más cercanos amigos y para ello tenía en su despensa variedad de exquisiteces que sólo ella sabía seleccionar, entre éstas: galletas con sabor a naranja y dulces salpicados de canela y menta; además de un sabroso café de las montañas caldereñas. Ah, y un vino con delicioso bouquet.
A media mañana llegaron los invitados al ágape. Era una celebración de tempranos deleites. Xío tenía todo previsto. Los amigos apartaron compromisos de esas horas matutinas para acudir a la cita, pues era mitad de semana. Diálogos en el jardín, bajo una frondosa viña. Ella abrió la casa para todos. Dijo que la poesía que cultivaba, al igual que su vergel, tenían toda su atención. Recordó muchas relaciones de su vida amorosa. Entre jocoserios comentarios fue pasando la velada al efluvio del vino y la palabra ocurrente.
Xío demostró que es una mujer sincera, no por sus poemas, que son hermosos, sino por el cúmulo de experiencias que dieron paso en su vida a la defenestración de muchos amores. De eso, según dijo, su parcela florida tiene mucho que contar, por eso de las cuitas que ella le confiaba. Cerca de las tres de la tarde dieron por terminada la festiva reunión y, luego de la despedida, Xío retornó feliz al regazo de su edén.
Barinas, 25-07-2013
21
EL ARBOLITO
Crece al arrullo de la noche. Sus raíces se alargan en la
estrechez de la vieja jardinera. Se levanta erguido, lejos del calor
humano, íngrimo.
La maleza lo envuelve. Sus hojas lo definen sobre el entorno.
El pequeño Yagrumo se yergue en busca del sol. Su naturaleza es
enérgica y audaz.
Sueña con una aventura aérea donde las nubes se enreden
en su ramaje. Su destino será desafiar los vientos en tiempos de
tormentas.
Barinas, agosto de 2013
22
EL CAZADOR
Envuelto en la bruma de la
fatalidad, en trance mortal, no podía
concebir el momento en que metió su
brazo derecho en la covacha que servía
de morada a una serpiente. Contaba
con un rosario de exitosas incursiones que, por vari os años, había
realizado en aquel bosque y nunca le había ocurrido este estúpido
percance que ahora estaba soportando. ¡Santo Dios! Aquel brazo se
le estaba deformando, el veneno de la víbora había logrado expandir
su poder y de un momento a otro vendría la parca a reclamar su
cuota. Un error fatal: metió su brazo en un acto involuntario, para
saber si el conejo que perseguía se encontraba allí.
Recordó, moribundo, que la jauría canina se había
adelantado por el sendero que conduce al arroyo. Quedó rezagado y
apuró el paso. De pronto una liebre cruzó rauda entre dos
matorrales. El cazador la siguió, pero a poca distancia, se perdió de su
alcance visual. La buscó con vehemencia. Minutos después se
hallaba frente a un socavón, hecho posiblemente por cachicamos en
labores de resguardo. Sin pensarlo dos veces metió el brazo y su
mano tropezó con el reptil en guardia.
Un aluvión de perros y serpientes pareció asaltarlo en un
instante de su agónica situación, una visión dantesca de pesadilla que
lo llevaría a su definitiva separación de este mundo. Allí estaba, con
el letargo de sus sueños de cazador.
Barinas, Noviembre 2012
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ELLA
A pocos días de finalizar el año, a lo largo de una dilatada cinta de recuerdos en ese amplio espectro de experiencias, me doy a la tarea de recordarla. Ella no se ha ido, permanece en el sitial en que, por mucho tiempo, se ha desplazado en mi ser interior, con esa amalgama de sonrisas, sencillos y simpáticos gestos y el brillo de sus negros ojos, como abarcando más en la movilidad de su cuerpo. De sus pensamientos y pasiones muy poco puedo dar fe. Aquella foto, en que parecemos muy cercanos el uno del otro, está a punto de difuminarse. Uno que otro café, al socaire de aquella cálida estancia como lugar de nuestras citas, daban a nuestro encuentro un especial ambiente, matizando el diálogo sobre la poesía y algunas cosas del acontecer cotidiano. Su cercanía, en ciertas ocasiones, se tornaba en una invitación al amor prohibido, porque su boca, su mirada y sus palabras decían otras cosas que no estaban dentro de su código de mujer comprometida. Sin embargo, ella se mantenía incólume, dando la sensación de querer navegar a la distancia de mis exigencias.
Ella iba y venía al ritmo de los sorbos de café, entrelazando palabras y gestos con felices términos, a veces alucinados y salpicados de un fulgor que sale del pensamiento, volcada en el afán de salir a flote de ese mar de ilusiones en que estaba sumergida. Las citas se dieron con cierta frecuencia, previos mensajes en el celular. Hubo momentos en que ella se alejaba y volvía sobre sus pasos, creando una incertidumbre acerca de sus verdaderas intenciones. Entraba en contradicciones y las disolvía con una amplia sonrisa. ¿Era realmente su intención jugar conmigo, manipular mis sentimientos? Varios amigos también entraron en el juego. Hace pocos días decidí salirme de esa tortuosa relación. Siguió un tiempo de silencio. El humo del café, recién servido en nuestro mismo lugar, arroja volutas sobre esta memoria que quiere emanciparse.
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En la cordillera
Partió de La Puerta,
su lugar de residencia. Su
cuerpo sentía los rigores de
la intemperie en esta cruda
época invernal. Su instinto
era su guía. Contaba con su
experiencia en eso de lidiar
con los avatares de la
estación sobre los montes y
pedregales. Sentía los variados olores que prodigaban las flores del
camino, los golpes helados de la brisa que martillaba sus sienes, la
ruda senda salpicada de guijarros que lo conducía a lo largo de la
montaña, soportando las inclemencias de la travesía. Muy a pesar de
su torpeza para sortear los escollos del camino, el viejo campesino
no cedía ni un centímetro en su avance hacia el objetivo. Adelante
estaba el peñón, a la vera de la cañada, donde él había dejado su
mula, la del infortunado accidente con cargamento y todo. En la
caída había arrollado a su amo, que se fue rodando por el
desfiladero. El rostro del hombre soportó la trilla de las rocas, más
que cualquier parte de su cuerpo. Allí perdió los ojos, los que ahora
busca afanosamente.
01-09.2012
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ESPEJISMO
La urbe donde moraba, luego de dos
décadas de ausencia, le parecía una
alucinación en el que miles de volutas
luminosas flotaban sobre los parques y las
casas. Llegó de incógnito. Veía a su
alrededor caras muy nuevas, lustrosas
unas, como recién emancipadas de la
máscara que las oprimía; otras buscando novedosas fisonomías,
sobre todo rostros de mujer.Una suerte de alquimia existencial se
daba en torno del recién llegado. Algo así como aquel Dublín de
Joyce que cobijaba vivencias de personajes como Stephen Dedalus,
en Ulises.
Sólo venía de visita, para recordar, no para buscar un destino que lo
definiera, que lo marcara. Sin embargo,sus pasos lo conducirían a
presentarse como un personaje que vino desde tierras extrañas. En
efecto, en su entrada a la ciudad, Daniel Ferrer tuvo la sensación de
ser un raro en su propia tierra. Y en realidad sí lo era, o parecía serlo,
pues en su larga ausencia la localidad había borradosus rasgos más
comunes. Los lugares emblemáticos apenas resaltaban entre las
brumas de su memoria. Esa transformación citadina en los albores
del siglo XXIera el resultado de una simbiosis en la que esa sociedad
sentía su desarrollo dentro de los cánones de un crecimiento material
y cultural con una superestructura de raíces legendarias. Extraño
comportamiento. Tal vez inspirados en la antigua Grecia.
Pero nada debía atormentarlo – pensó Daniel durante el trayecto de
la vía que lo llevaría a su antigua residencia en el sector La Carolina.
El taxi lo dejó muy cerca de la muralla que ahora resguardaba la
casa donde hace treinta y cinco años había nacido. Del lugar sólo
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resaltaba una gran fuente en las inmediaciones del parque, lo demás
había sido urbanizado con pequeños edificios de apartamentos y
locales comerciales. Allí estaba solo, con su valija y un paraguas que
había comprado en una tienda cerca del aeropuerto. Decidió, al
término de pocos minutos, pulsar el timbre de la entrada principal de
la residencia. ¡Cómo había cambiado aquel lugar! –dijo para sí, casi al
mismo tiempo que la figura de mujer casi anciana apareció en el
dintel de la puerta. Había comenzado a caer una leve lluvia y se
apresuró a identificarse ante la que parecía ser la encargada del
inmueble.
-¿En qué puedo servirle? Preguntó la señora.
- Buenas tardes, soy Daniel Ferrer, y tu pareces ser mi tía Esther.
-¡No puede ser!, dijo la señora. ¿Tú eres Daniel, el mismo muchacho
que se fue hace veinte años para no sabemos dónde?
-El mismo, dijo el joven, y dio dos pasos hacia el interior de la
vivienda.
- Aquí me tiene de nuevo en mi tierra; pero por poco tiempo, porque
tengo que regresar a Berlín a cumplir con algunos compromisos de
trabajo. Veo que todo el barrio está transformado, si no fuera por el
nombre de la calle y el número de la casa no habría llegado hasta
aquí.
La señora Esther Ferrer, quien es tía paterna de Daniel, le prodigó
atenciones de bienvenida y lo alojó en una cómoda habitación. Eran
las cinco de la tarde y la temperatura había bajado un poco con la
lluvia.
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Recordó que solía visitar con frecuencia aquel paraje que
acostumbraba pasear junto a su padre, lugar muy cercano al río, en el
cual su espíritu se recreaba en la contemplación de una hermosa
flora y la nerviosa carrera de algunos animales como ardillas y
conejos.Pero ahora la realidad era otra. En su visita al parque,
contempló con asombro la alteración del paisaje que algunos
urbanizadores habían sometido al arbitraje de la modernidad. Se
talaron muchos árboles, y eso, para comenzar, era la evidencia de
una barbarie apoltronada en la sede del cabildo local. Vio, con
tristeza, la ausencia de los animales que recordaba; sólo unos
arrendajos habían hecho nido en uno de los pocos apamates que
reinaban sobre el ambiente. De resto, ciertos monumentos al estilo
clásico y una pequeña laguna donde llegan patos silvestres y una que
otra nutria rescatada de la leyenda. Pensó que este tipo de
humanismo pertenece a los nuevos hombres con que cuenta la
ciudad, sacados de la política y con ideas de un diferente
naturalismo.
Daniel se dejó ver por el centro de la población. El caos automotor de
antaño había sido dominado, nuevas vías y atractivas obras con
ornamentos clásicos habían sido incorporadas. El año 2020 tenía en
esa ciudad novedosas formas de ver la vida urbana. Los centros
comerciales y culturales colmaban buena parte de la ciudad. Ningún
transeúnte que le pasó al frente o a los lados lo reconoció.Era otra
gente. No era la misma ciudad en donde había vivido hasta cumplir
los 15 años. En estos momentos estaba flotando sobre el espejismo
que fusiona su presente con su pasado. El eco de una sirena retumbó
en el ambiente y la multitud se apartó para dar paso a una
ambulancia.
Los siguientes días se dio a la tarea de organizar algunas cosas
relacionadas con el legado de sus padres, los cuales habían dejado
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de existir hace pocos años. Al cabo de un mes en la localidad, luego
de una breve despedida, preparó su valija y tomó un taxi para
dirigirse al aeropuerto. Retornaba a Europa tras una insólita
experiencia en su pueblo natal.
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FRENTE AL MAR
La inmensidad del mar lo atraía poderosamente. Tenía en su sangre una gota de esa estirpe marinera. Sus recuerdos recreaban travesías en las que en compañía de su amada se atrevían por las diversas rutas que conducen de su pequeña isla caribeña al Delta del majestuoso Orinoco. Su ubicación territorial en aquel piélago, donde había llegado hace un par de años, le conferían una suerte de reinado sobre todo lo que habita en esos contornos. Estaba solo, a la manera de un lobo estepario. Su amada había cruzado el océano rumbo a otro continente. Ahora se enfrentaba a un naufragio, el de su soledad.
La había conocido en un lugar de Nueva Esparta, a mediados de abril, cinco años atrás, en esa temporada ideal para el inicio de un romance o una amistad imperecedera. Ella, veinteañera, era descendiente de pescadores isleños. Él andaba en los veinticinco y era impenitente buscador de ilusiones marinas. Ambos estudiaban en la Universidad de Oriente. Fue un encuentro pleno de coincidentes expectativas. Al graduarse en ciencias oceanográficas se dieron a la aventura, con afanes investigativos, por diferentes lugares de la geografía costera del país. Rodolfo y Mariana, juntos contra ese mundo de olas y arrecifes, desafiaron vientos y tormentas. Entretanto, el amor crecía en esos peligrosos avatares.
Una beca otorgada a Mariana por medio de la compañía petrolera nacional obligó su viaje a Londres para estudios de especialización, quedando Rodolfo anclado en la isla a pocos kilómetros del Delta, donde cumplía labores de investigación. Quedaron en encontrarse en el término de un par de años.
Bajo el fulgor escarlata de los crepúsculos, él la esperaba frente al mar.
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GARZA AZUL EN SANTA INÉS
A Marielba
Desciende la garza azul sobre el estero
como flecha sutil en la sabana inmensa,
es la secreta señal que con ansia espero
tras la vigilia de una aurora intensa.
Tal vez sean las blancas garzas o las rojas
que a mi corazón le dictan pretensiones;
pero esta garza azul que el cielo arroja
viene a fortalecer mis airadas ilusiones.
Un símbolo que desciende en Santa Inés
con bandera de la patria como emblema
y un canto de amor en la alborada.
Esta luz que ahora nos muestra su revés
es la misma que iluminó la gran escena:
la gesta zamorana, la histórica jornada.
02-12-12
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HOTEL VENDAVAL
Ramiro frenó su vehículo frente
al edificio del hotel que le hospedaría
aquella noche, la que se avecinaba con
algunos relámpagos en el firmamento. Su
carrera desde la costa oriental del lago de
Maracaibo, luego de varios desafortunados encuentros, vino a
ubicarlo dentro de la sencilla aspiración de encontrar algún lugar en
la vía para descansar y meditar acerca de algunos eventos tras la
precipitada fuga de su propia casa.
A esta hora de su llegada a Barinas quiso saber sobre la
posibilidad de conseguir una habitación, luego de muchas horas de
larga travesía.
Se dirigió a la recepción del hotel y allí encontró, con suerte, -pues
era temporada alta en el turismo nacional- su ansiado alojamiento.
Poco después se ubicó en el comedor y se dispuso a cenar.
Le llamó la atención el nombre del hotel: Vendaval. Lo
consideró como una broma de los propietarios de la empresa
hotelera. O, mejor aún, un torbellino de recuerdos en la vida de esos
empresarios que posiblemente son extranjeros y llevan en la
memoria muchos acontecimientos que marcaron su existencia.
Un nombre de mujer, Verónica, pasó por su mente como una
exhalación, seguido de una tormentosa imagen que emergía de sus
pensamientos más profundos. Allí surgió su propio vendaval de
recuerdos.
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Verónica, una triste historia que orbitaba alrededor de su
vida. Una rapaz ensoñación que socava en el ritual inconsciente de
su memoria. Un escabroso fracaso lo hizo huir de aquellas tierras
que bien lo acogieron desde su nacimiento. No hubo tregua a última
hora.
La sinuosa carretera de los Andes se le antojaba una espiral
en la revolución de su pensamiento. Su mujer, que por tantos años le
había acompañado, ahora la veía muy distante. Su deserción
matrimonial causó un terrible cisma y lo obligó a abandonar la casa,
no sin antes establecer su decisión de trasladarse a otra región del
país. Un zarpazo del destino, sin lugar a dudas.
Al día siguiente Ramiro partió muy temprano rumbo a los
llanos, buscando amigos y querencias… algo para olvidar. Más
adelante, en tierras apureñas, habría de conseguir un nuevo rumbo a
su vida. Allí se estableció y, al paso del tiempo, un próspero
comerciante anunció nuevas y radiantes nupcias.
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LA CIUDAD Y EL RIO
Serpentea a lo largo de
la ciudad. Viene de las montañas
andinas con destellos de plata y
se sumerge en la historia de
nuestros antepasados. Sus aguas
se precipitan al encuentro de
casas y habitantes del piedemonte.
Los conquistadores lo nombraron Santo Domingo y así se
quedó hasta nuestros días. En esta hora la ciudad se traslada hacia las
colinas. La urbe, desde hace algunos años, le da la espalda, pero el río
sigue su marcha con la turbulencia de los tiempos invernales y la
pesadumbre de los días estivales.
La multitud camina al compás de la modernidad y no se da
cuenta que la historia gira en torno al río. La ciudad se desplaza hacia
el poniente. Sólo los poetas le cantan.
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LA ÚLTIMA FARRA
No puedo recordar en qué
momento lo conocí. Esto debo
asociarlo a una de mis exclusivas
labores en el terreno de los encuentros
no previstos. Pero debo recalcar que
me causó una honda impresión al
instante de intercambiar las primeras palabras, en ese intento
obstinado de llegar al hueso de las cosas.
Siempre dispuesto a responder mis preguntas como un
caballero a toda prueba. Dijo que venía de una familia asentada
desde hace más de un siglo en un pueblo de la cordillera andina. Su
padre había sido enterrador de difuntos en varios lugares de nuestra
geografía.
Alto, moreno, con el rostro marcado por una cicatriz en la
barbilla, presentaba algunos relieves musculosos. Ágil comunicador,
al que sólo le faltaba la cultura necesaria para saltar hacia otros
espacios mundanos. Poseía el don de la simpatía y nunca mostraba
una mala cara. Intercalaba chistes en los diálogos con amigos y
visitantes. Así lo percibí durante el tiempo que estuve tratándolo.
Siempre en su trabajo de limpieza del cementerio y, con su
ayudante, hoyaba la tierra para el reposo de los caídos.
Aficionado al trago fuerte no le faltaba un cuartico de ron en
el bolsillo trasero de su pantalón -para ayudar a las ánimas, decía-.
Muchas veces se quedaba hasta muy tarde de la noche con sus
muertos, como solía llamarlos con respeto. Allí liquidaba sus
carteritas y daba rienda suelta a sus fantasías. Rebasaba los setenta
años y aún conservaba algo de su fortaleza física, adquirida a través
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de largas faenas en los labrantíos. Trajinaba aquel camposanto como
huerto familiar por más de treinta años.
Un día de esos en que se choca con la realidad, supe de la
muerte de Estanislao Torres, nuestro amigo sepulturero, cuya causa
había sido una fulminante pulmonía al quedarse dormido, una noche
de farra, sobre la fría lápida de la tumba de un desconocido. El viejo
enterrador rindió su tributo al imperio de las sombras.
Octubre, 2013
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LOS OTROS
No en vano
he viajado hasta estas latitudes
en que nuestros semejantes
nos sonríen
aún cuando no nos conocen.
Sólo aspiro ver una mirada
que como saeta de esperanza
se eleve en el firmamento.
Los otros,
los eternos penitentes,
los que siempre sonríen
a pesar de sus infortunios.
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A QUIEN PUEDA INTERESAR
Mala costumbre esa de escribirle poemas a la amada,
pero es un mal que está en la sangre de cada poeta,
es la infeliz manifestación de ir contra el mundo,
tratar de curar con palabras las heridas del alma,
que rechinen más allá de toda comprensión.
En la actualidad casi no se hacen esos poemas
que parecen cantos de tristes golondrinas.
Este siglo veintiuno tiende a suprimir majaderías
que los enamorados lanzan al fuego del amor.
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SOBRE LA MARCHA
Arrojamos a la vera del camino
una que otra flor, para variar,
tal vez una rosa marchita
o una gladiola que está por renacer.
Nunca sabremos en qué punto
se desvaneció la estéril ilusión.
Tal vez este peregrinar sin rumbo,
sin brújula y sorteando cortapisas,
nos lleve a tierras de sortilegios.
Quizás nos depare un nuevo reino
donde domine un corazón acorazado.
Diciembre 2010
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AMATORIO
A través de los días
puedo avizorar algunos lampos
que se deslizan delirantes
sobre la superficie de tu cuerpo.
A flor de piel
como luciérnagas trashumantes
se posan en tus labios
y recorren sigilosos
tu ardorosa geografía.
Entonces,
debemos instalarnos
en el centro de la noche.
Vendrán luego los días
más luminosos.
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CIRCULO VITAL
“Que la vida es sólo sueño
y los sueños, sueños son”
Calderón de la Barca
Apenas una lumbre
que se pierde en lontananza,
fortificada al final de la jornada,
luego de abastecer los dones
del pensamiento, acrisolar la acción,
en esta renovada búsqueda
por las remotas estancias del olvido.
No seremos más los peregrinos
que depositan sus cántaros en la noche
para aliviar la carga de los años
y perseguir los sueños más inútiles.
Queremos -y ya somos muchos-,
desmantelar las amargas experiencias
para fortalecer los renovados sueños.
Barinas, septiembre 10 del 2010
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IDENTIDAD
Somos seres cotidianos
bruñidos por el sol,
a veces, metales mórbidos
de costumbres ancestrales.
Solemos hacer rituales acuáticos
y sacrificios sobre rocas,
la tierra que pisamos
no siempre ha sido fértil.
Buscamos una identidad
entre las algas y los peces,
luego de escudriñar las cavernas
somos solitarios entre multitudes.
Diciembre 2010
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CON LA NIEBLA NOCTURNA
Una niebla se despeja
sobre el pertinaz latido de la noche.
Niebla y noche,
como dos hermanas,
juntas sortean los pasos
y la vigilia
de los tigres y los hombres
que se deslizan en la enramada.
Ambas fijan huellas y registran ruidos
que vienen silenciosos
al tremedal de la carne tórrida.
Sólo huesos que chocan
se percibe en la oquedad de la noche.
Barinas, agosto de 2010
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OTOÑO SOBRE EL PIAVE
Caen las hojas en tus remansos
por la ley del otoño.
Tus riberas se colman de colores
y privan los amarillos y los bermejos;
son pequeñas laminas desprendidas
con la brisa de la tarde.
Ahora las hojas navegan por tus aguas
con febril aventura, hacia la mar.
Entretanto, la ciudad se entretiene
bajo cadencias de humanas travesías
y el ritmo fluvial sigue su curso
lento y sinuoso hacia el final tributo.
Cae la lluvia y la ciudad se recoge
entre las brumas de su rio.
San Donà di Piave, Italia, 09/11/11
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AMOR MATERNAL
Tomado de la mano por su ángel guardián
sus pasos fueron hacia un lugar de ensueño.
Venía de su regazo, era su primer intento
de andar por el mundo, su primera ilusión
en la aventura ritual, sus primeras caídas
por los rudos obstáculos del camino.
Su madre lo guiaba con paciencia.
Era su ángel guardián,
( refulgente luz maternal)
que lo ampararía en su marcha
por las rutas de la existencia.
Sus pasos crecieron sobre el mundo,
también su cuerpo y su mente.
El ángel, siempre a su lado,
acariciando sus sienes, forjando sus ideales,
posando sobre su frente un dulce beso de madre.
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UN ADIOS PARA QUEDARSE
(En torno a Las naves, de J.E. Guédez)
La epifanía que nos ofrece
Jesús Enrique Guédez en su poema Las
naves, sorprende la mirada
retrospectiva del lector ante la
inmersión onírica de su poesía en un
paisaje dominado por la metáfora
sublime de eventos pretéritos en su
lar nativo. Esto se corresponde con la
memoria afectiva del poeta, donde el
río es el protagonista que sirve de tumba a los caídos en tiempos de
intolerancia en el puerto.
“He enterrado tu cuerpo en el fondo limoso del río”, inicia
Guédez su poema, anunciando los espectros que le son familiares y
que por mucho tiempo en vida trajinaron esos espacios. Naves,
naves altísimas, no mercantes, cubren de follaje y eternidad los
lugares consagrados de una memoria colectiva que permanece allí,
en el fondo del río. El poema recrea una historia que subyace en su
memoria. Los reflejos fluviales transitan una y otra vez esos parajes
que guardan mitos y leyendas.
Con efusión lírica, Enriqueta Arvelo Larriva, prologuista de la
primera edición de Las naves, obra que mereció el Premio
Universidades Nacionales, de Poesía (1960), señala que “bien pudiera
ser el libro que ambicioné escribir cuando mi afecto era fresco como
es hoy el de este poeta, cuando mi acento iba solo, inquieto,
anhelante, curioso, aislado.” La poetisa manifiesta plena
identificación con el poema de Jesús Enrique Guédez. Así mismo,
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revela que ese “adiós de quedarse” lo ha sentido profundo, vivo,
rotundo, prometedor, y se colma al navegar por estas aguas
ausentes referidas por el poeta.
Guédez celebra la majestuosidad de esas naves vegetales y
confiere al entorno del puerto, al río que lo baña, ese ritual poético
que lo transfigura y lo coloca en un lugar de entrañables y
enigmáticas proporciones.
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UN DIA EXTRAORDINARIO
Caminaba por el bosque sin rumbo fijo. Aquel lugar con
grandes árboles, señales y caminerías, lo llenaron de júbilo ante la
grandeza que tenía por delante. Desde niño había imaginado que él,
Toño Cárdenas, que venía de los altos arenales de Coro, transitara
por estos predios de frondas exuberantes. Era una experiencia sin
precedentes. Su memoria registraba cardones y un sol intenso sobre
las dunas, allí donde pasó su primera infancia. Su padre había llegado
a estas tierras llevando a su familia: su mujer y dos muchachos. Toño,
el mayor, contaba ahora 12 años. Una parcela de apenas tres
hectáreas logró el padre en el piedemonte barinés, en las
estribaciones de la cordillera andina.
-Cuéntame sobre los médanos, Toño. ¿Son bonitos? Le preguntó su
tía Petra al apenas llegar a la casa donde residían.
- Claro que sí, tía. Por allá no hay árboles como aquí; sólo hay mucha
arena y cardones. Pero, a la salida del sol podemos ver un bello
espectáculo.
- ¿Y, cómo es eso, Toñito?
- Bueno, el sol se refleja en las dunas y nos hace ver mínimas
estrellitas de colores.
Las dunas fueron una constante en su primera infancia; ellas
venían con los vientos alisios desde el mar. Y los cujíes, que
almacenaban tanta arena en sus entornos.
Recordó, con tristeza, el vuelo y el canto del cardenalito
coriano y sus juegos en las dunas corriendo tras los zorros y las
lagartijas que por allí hacían sus incursiones.
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-¿En esta montaña hay muchos animales, tía? Preguntó con mucha
curiosidad.
-Pues sí, Toñito. Por aquí abundaban hace muchos años el tigre
mariposo y los venados y las lapas y los conejos y cachicamos. Pero
ahora ya casi no se ven. Los cazadores han acabado con algunas
especies. Solo entran al bosque para buscar a los animales y darles
muerte. Eso es muy perjudicial para nuestro medio ambiente.
-Y esos cazadores, ¿de dónde salen?
-De todas partes, Toño, de todas partes. Son como una maldición que
le ha caído a nuestra selva. Suben y bajan como demonios. ¡Ni
porque han decretado este lugar como parque nacional respetan
esos depredadores!
Petra Cárdenas, hermana de su padre, es maestra jubilada.
Frisa los sesenta años y vive en el piedemonte desde muy joven. Al
quedar viuda, se estableció en este lugar, llamado San Rafael, con
una granja donde siembra hortalizas y frutales.
Al día siguiente, Toño volvió al gran parque donde grandes
samanes, araguaneyes, jabillos, caobas y otras especies forestales
dominan el ambiente, creando una atmósfera de atracción por la
naturaleza. El contraste entre su tierra de origen y las bondades de la
boscosa terraza piedemontana que ahora frecuenta, le inducen a
nuevas sensaciones y nuevas fábulas al contacto directo con el lugar.
Ese día extraordinario en que se adentró en el bosque, sin
rumbo fijo, sólo caminando, extasiado ante la maravillosa visión de la
floresta y atraído por la magia de su entorno, lo recordaría siempre
en su devenir existencial. Desde entonces juró convertirse en
guardabosques.
Mayo, 2013
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UNA MALA JUGADA
Los ojos de Elisa se humedecieron y sólo alcanzó a dar tres
pasos hacia el umbral de su residencia. La noticia era demasiado
fuerte. Su padre había fallecido en un accidente vial cuando viajaba
hacia la capital. Ella era hija única y ambos solían recrearse en
diversos ambientes que les eran muy familiares. La envolvió el
vértigo. Su madre aún se encontraba en Europa en un tour que
apenas llevaba tres días. Elisa pensó en medio de su turbulencia que
aquella situación por la que atravesaba era un perverso juego del
destino. No podía ser de otra manera. En este momento no
alcanzaba a ver nada más que siluetas imprecisas que la rodeaban.
Dos de la servidumbre y un amigo que la acompañaba la llevaron
desmayada a su habitación.
La noticia era escueta, pero fulminante. No dejaba lugar a
dudas. Un matutino daba cuenta del suceso en primera página con la
mayor fidelidad posible: Don Augusto Reyes Lira, acaudalado
empresario de las Comunicaciones, ha fenecido tras un accidente
automovilístico acaecido en la autopista del centro. Su auto quedó
inservible. Se registró en el tablero de control que hubo exceso de
velocidad, alcanzando los ciento cincuenta kilómetros por hora…
La comunicación inmediata con la madre de Elisa se hizo
imposible, acaso por problemas técnicos. Ella debía estar en España
a esa hora, eso era lo pautado en su itinerario de viaje. Cuando al fin
se hizo contacto con Madrid, la señora de Reyes no estaba en el
hotel donde tenía reservación. ¿Sería posible que no llegara a
tiempo? Pero, ¿y su celular? - Siempre estaba disponible, pensó Elisa
-. En su desesperación por comunicarse, la joven optó por llamar a
sus amigos para que la ayudaran a localizarla. Horas más tarde sonó
el timbre telefónico; una llamada desde Atenas fue lo sorprendente.
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La madre se reportaba desde un hotel de esa ciudad. Dijo que había
llegado allí por invitación de un amigo que viaja con ella, por lo que
se desvió de su ruta española un par de días. La muerte de su marido
la conmocionó y decidió partir de Atenas hacia Caracas en vuelo con
escala en Madrid.
Pero, ¿por qué esa determinación tan repentina de su madre
en desviarse de su ruta y aventurarse en tierras griegas?-pensó Elisa.
Tenía entendido que Elena formaba parte de un grupo de turistas con
itinerario definido.
El sepelio fue demorado hasta la llegada de la viuda. Una
vasta afluencia de familiares, amigos y allegados se dio cita en la
funeraria. Don Augusto era muy apreciado en los círculos sociales por
su sensible condición humana, de costumbres filantrópicas y notables
habilidades productivas. Su muerte fue considerada como pérdida
irreparable para el mundo de las comunicaciones del país.
El extinto frisaba los sesenta años y había comenzado sus
labores en la telefonía a los veinte, siguiendo una tradición familiar.
Su padre fue un español llegado a estas tierras en la diáspora de los
años cincuenta y su madre una caraqueña de clase media. Su mujer
era diez años menor y se caracteriza por un afán aventurero desde
muy joven, conservando sus atractivos en la actualidad. La fortuna de
Augusto le había venido como anillo al dedo. Sus cruceros caribeños
eran frecuentes en épocas de veraneo. Muchas veces se desplazaba
sola o con un grupo de amigas. Gozaba de libertad y confianza
otorgada por su marido, quien en muy pocas ocasiones integraba el
grupo vacacionista cuando sus deberes empresariales lo permitían.
Por su parte, Elisa estudia ingeniería civil en la Universidad
Central. Cultiva las artes plásticas y la jardinería. Es de las que
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prefiere una buena reunión al rescoldo familiar y hablar sobre temas
sociales y culturales, lo que le apasiona. Nunca de acuerdo con la vida
alborozada de su madre, lo que muchas veces ha suscitado serias
discusiones entre ellas. A su padre, por el contrario, le profesaba
mucho amor y admiración. Una mala jugada le hizo el destino con la
súbita desaparición de su progenitor.
Inconsolable, Elisa siguió el curso del acontecer cotidiano
durante varios meses con la pesadumbre de la ausencia paterna, a
pesar de la constante presencia de sus amigos y la compañía de su
madre. Con gran esfuerzo reanudó sus estudios, sólo le faltan dos
semestres para terminar la carrera. Ofelia, su mejor amiga, fue factor
importante para esta decisión: sus consejos la animaron a superar el
difícil trance.
Elena siguió con sus liberales eventos, esta vez se prepara
para un nuevo viaje a Atenas, luego de un año de luctuosas
apariencias. Al parecer, su amigo Stavros le envió una afectiva
invitación. Se trata de un acaudalado armador griego al que había
conocido en su última travesía por Europa. La memoria de Augusto
no parecía preocuparle, seguía su propia agenda. Ya Elisa había
decidido, al graduarse, no seguirle más la corriente a su madre.
Dejaría que se fuera y consiguiera lo que andaba buscando desde
hace algún tiempo: desposarse con el millonario y llevar una vida
holgada y aventurera en tierras europeas, o lo que es lo mismo:
navegar en el circuito de la diosa fortuna.
Fin
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MANUEL DARÍO GRUBER. Periodista
de profesión, poeta, narrador y
promotor cultural. Nació en la ciudad
de Barinas, el 16 de Septiembre de
1941. Tiene en su haber seis
poemarios y dos antologías poéticas.
Entre sus poemas más celebrados y
difundidos se encuentran: Caza-
relámpagos; El poeta, la ciudad y el río
y Caballo de fuego, contentivos éstos
en respectivas ediciones y en dos
antologías.
Se inició como periodista a mediados de los años sesenta y un
poco antes en el cultivo de la poesía. Ha ejercido diferentes cargos
profesionales en el diarismo regional y en la administración pública.
Asimismo, como promotor cultural por muchos años. Ocupó la
Dirección de Cultura del Estado Barinas en el lapso de 1974 al 78.
Actualmente comparte la poesía con la narrativa. Tiene inédito un
libro de poemas y otro de cuentos breves.