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1 Alberto Ángel Domenella LATIDO Y RAZÓN poemas y cuentos Rafaela

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Page 1: poemas y cuentos · 3 Decires para un amigo Alberto Ángel Domenella vuelve con su palabra hecha música, afirmando en el primer poema, Legado: “Traigo en las manos mi tiempo,

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Alberto Ángel Domenella

LATIDO Y RAZÓN

poemas y cuentos

Rafaela

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Domenella, Alberto Ángel Latido y razón / Alberto Ángel Domenella - 1a ed. – Rafaela: el autor, 2015. 152 p.: 21 x 15 cm. ISBN 978-987-33-8514-8 1. Narrativa Argentina. I. Título. CDD A860

Alberto Ángel Domenella

José Ingenieros 77

2300 - Rafaela - Provincia de Santa Fe

-República Argentina-

© 2015 Alberto Ángel Domenella

Diseño de tapa: Sebastián Domenella

Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Primera edición: septiembre de 2015

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

Todos los derechos reservados

I.S.B.N.: 978-987-33-8514-8

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Decires para un amigo

Alberto Ángel Domenella vuelve con su palabra hecha música, afirmando

en el primer poema, Legado: “Traigo en las manos mi tiempo, / mis días, / años,

/ distancias. / Camino de espina y flor, / umbrío, / diáfano.”

Va desgranando las motivaciones de la existencia en cauces donde

confluyen emoción y paisaje.

“Y el sol, / piromántico de auroras, / me enciende amaneceres / de color y

pájaros. (...) Cuando un cancel / de sombras me detenga, / junto a la flor / y el

nido / me encontraré / soñando.”

Se hace las eternas preguntas: “¿De dónde viene la música del cielo (...)?

¿Y la quena suplicante de los vientos? / ¿Y el policromo poema de los campos?”

Desgrana sus íntimas realidades y sentimientos:

“Y somos / los días y las noches / en el siempre giro / de la contradicción

y el cambio. (...) Clamamos por la flor / que se nos niega, / oculta entre las púas

de las zarzas.”

“En cada amanecer (...) / recojo la aventura de tu vuelo / y las luces de las

flores de tu alma.”

“La amistad / es como el perfume, / siempre anuncia / a la flor.”

Su voz se hace humildad, pueblo: “Si en pagos donde he nacido / se

aquerencia canto ajeno, / pa‟ que me alumbren las sombras / ya me estoy yendo.

(…) Si triste es llegar a viejo / desalojao de los sueños, / pa‟ que me alumbren

las sombras / ya me estoy yendo.”

Y así expresa el momento de desolación: “Sentí caer la noche / sobre los

lirios blancos. / Con palidez de luna / dormitaban sus pájaros / y en pétalos de

ausencia / se deshojaba el llanto.”

La obra culmina con ingeniosos relatos, tal vez anécdotas reales

vivificadas por el pincel del recuerdo y las travesuras de la imaginación.

Andanzas de músicos matizadas por tramos de pintoresco lenguaje con visos

legales y tentadoras enumeraciones de delicias gastronómicas, como sabrosas

empanadas caseras, bien seleccionados vinos tintos, crocantes achuras adobadas,

dorados costillares, riñoncitos y morcillas, copas de rosado, jugosas costillas

engarzadas en pinches y otras exquisiteces dignas del Jardín de Epicuro.

Todo ello para lograr el condimento justo de un trabajo en que poesía y

narración se suceden y se complementan, como en la vida se despliegan las

facetas diversas que la enriquecen y le otorgan plenitud.

Margarita Oliva

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Músico. Compositor. Poeta. Abogado. Padre. Amigo.

Más allá de estas facetas que conforman la personalidad de Alberto Ángel

Domenella, subyace el profundo hálito de pasión, trabajo, dedicación, talento,

amor, que él siempre puso de manifiesto en el desarrollo de cada una.

Tal vez la música ha sido la primera, y ya indeleble, expresión artística

que habría de prevalecer e identificarlo. Desde los primeros años, cuando una

armónica constituyó el medio más directo e idóneo para demostrar sus

cualidades musicales. La rápida admiración despertada en los docentes,

compañeros de la escuela primaria y todas las personas que por entonces

tuvieron oportunidad de escucharlo en los diversos establecimientos educativos

de la ciudad a los que era invitado, habría de consolidarse y trascender a través

de otro instrumento, el acordeón, al incorporarse a la orquesta de su hermano

Vicente. Luego integró los conjuntos orquestales que dirigían, respectivamente,

los excelentes pianistas Héctor Mastrandrea (Rafaela) y Raimundo Grasso

(Santa Fe). Hasta que, definida plenamente su vocación, y con el deseo de

independizarse, en 1948 creó el Sexteto rojo, un conjunto musical que, además

de dirigir, le permitió dar a conocer sus propias composiciones. El Sexteto rojo

llegó a tener una vigencia estelar durante varios años, en los espectáculos

bailables desarrollados en Rafaela y numerosas localidades de nuestra provincia.

También, por la entusiasta adhesión que logró generar, perdura hasta el presente

en la nostálgica memoria de la comunidad, tanto de las personas que lo

apreciaron en forma personal como de otras que han tomado conocimiento por

transmisión oral. En 1956 cesó la actuación del Sexteto rojo y la de él como

intérprete. Entonces comenzó otra etapa al obtener el título de abogado.

La nueva tarea profesional, cumplida con probidad y merecedora de

unánime estima y respeto, no le impidió continuar su actividad creativa. En la

faz musical, muchas de sus composiciones quedaron plasmadas en varios discos:

algunas piezas compartidas con su hijo Jorge fueron llevadas al disco por el dúo

“Rosa y Jorge” (Revelación Cosquín 1977); creó la letra de composiciones que,

con música del maestro Remo Pignoni, grabaron destacadas intérpretes (solistas

y coros); su tango “Ya no estás” integra Antes del último round, grabado en

2003 por el Mingo Scalenghe Trío con las voces de Osvaldo Bor y Magalí

Fontana; Con el título de una de sus piezas, “Sueño de adoquín”, se editó un

disco en 2003, con la participación, entre otros intérpretes, del Mingo Scalenghe

Trío y las voces de Magalí Fontana y Osvaldo Bor.

Como poeta, sus trabajos han tenido difusión radial y fueron publicados

en diarios y revistas. “Raigal” fue distinguido en 1976 en el concurso Alfonsina

Storni, organizado por la Fundación Givré de Buenos Aires. En 1977 publicó el

libro de poemas Por la senda del pan. “Esperanza” -incluido en este libro- fue

premiado en el concurso literario organizado por el Rotary Club, de Santa Fe, en

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su 75 aniversario, e integra el libro Selección poética, editado en 1980. Con “La

esencia” intervino en el libro colectivo Palabras rafaelinas, editado en 1998 por

E.R.A. (Escritores Rafaelinos Agrupados) y “Finitud” y “Éxtasis” fueron

incluidos en Fotopoemas II, antología publicada en 2011 por E.R.A. y Foto Cine

Club Rafaela.

Todo ello constituye un genuino aporte al acervo cultural de nuestra

ciudad.

Junto a la más reciente producción poética, este libro ofrece algunas

muestras de haiku y diversos relatos y misceláneas que, en una prosa vivaz,

presentan vivencias personales enriquecidas por elementos de la fantasía,

logrando, en perfecta simbiosis, conformar un cúmulo de historias atrayentes, en

las que predomina un fresco y gratificante sentido del humor.

Y sin duda obtendrá el beneplácito y admiración de los lectores, entre los

cuales se encuentran los incontables amigos que ha sabido atesorar en el curso

de su vida al irradiar permanentes expresiones de cariño, nobleza y generosidad.

Ángel Balzarino

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... y ahora, con el cansancio de la luz en mis pupilas y el denuedo asiéndose a los

años, sean estas inquietudes en memoria de Very, mi esposa y madre de mis

hijos, con quien tuve el privilegio de compartir vida, amor y sueños.*

Alberto Ángel Domenella

* Everilda Élida Giurgiovich, Very, falleció el 6.3.2010,

y por lo que fuera su iniciativa y fervoroso impulso

que se concreta esta publicación.

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POEMAS

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A modo de presentación y dedicatoria:

Legado

Traigo en las manos mi tiempo,

mis días,

años,

distancias.

Camino de espina y flor,

umbrío,

diáfano.

Lo transité con amor

para ofrendarlo a mis hijos,

frutos del árbol.

Traigo en las manos mi tiempo,

tal vez les sirva guardarlo.

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Latido y razón

Vengo de la noche,

la noche ignota y transmutante.

Las alas de las sombras,

me elevan al dintel

del tiempo y del espacio,

y el sol,

piromántico de auroras,

me enciende amaneceres

de color y pájaros.

Soy latido y razón

y me conmuevo

buscándome indagante

en abismal silencio

trascendido en canto.

Descenderé en la luz

de la niñez del día

con la canción de cuna sonrosada,

sobre un umbral de pan,

con plegarias de sauce

y humildad de espiga.

Transitaré mi ciclo de burbuja leve

en la espuma viva,

unidas mis manos a otras manos,

sembrado de esperanzas

el camino.

Vengo de la noche,

la noche ignota y transmutante.

Cuando un cancel

de sombras me detenga,

junto a la flor

y el nido

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me encontraré

soñando.

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Raíz

Quemáronse las alas de la tarde

con el último hálito

de luz amortecida.

Sombras ancestrales

derraman sus lirios de distancias

y la noche transita

onírica y pensante.

¿De dónde viene la música del cielo

con lejanos arpegios estelares

en la luna fogonera

con arrullos de guitarras?

¿Y la quena suplicante de los vientos?

¿Y el policromo poema de los campos?

¿De dónde nace el alba primigenia

latiendo en el rocío

ritmado de fragancia?

¿Y la voz acariciante de la flor?

¿Y el místico universo de los pájaros?

Soy sombra de las sombras,

burbuja de la espuma,

un eco esperanzado

que se detiene andando,

mirándose el silencio,

bebiéndose la noche,

soñándose de sol

para alumbrarse.

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Fervor poético

Llévame poeta

por el mundo fascinante

de tus versos,

descuelga tus estrellas,

atrápame la luna,

regálame una lluvia

de ternura

y con alas de amor

tráeme el cielo.

Llévame poeta

a embriagarme en el perfume

de tus flores,

acércame el latido

de tus pájaros,

desata la melena de tus nubes

y tíñeme la piel de amaneceres

con el cándido rocío

de tus sueños.

Llévame poeta

que embriagado de luz

en crisoles de poemas,

transitaré encendido

por la estela refulgente

de la magia de tu genio.

Llévame poeta... llévame.

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El canto

Elevóse de ti

en sublimado vuelo

hacia el vértice frondoso

de latidos.

La luz

se estremeció en las sombras,

y en la piel del color

se encendieron

las mejillas del asombro.

Elevóse de ti,

con la voz alada

de tu mundo mágico,

y en sus ojos alibles

de pájaros y auroras,

aprendimos a ver

la sonrisa en el llanto.

Elevóse de ti

y es nuestro el canto.

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La palabra

Elévanse las alas de la voz

con el tañido luz

de lejanos ecos.

El vuelo es ancestral,

sin limites ni ocasos,

y la palabra asciende

con emoción de auroras

y magnitud de tiempos.

Es arrullo de paloma,

rugido de león,

canto de calandria.

Vínculo perenne

de sonrisa y llanto.

Y sin embargo el hombre,

sobre la cumbre secular

de las distancias,

proclama, desolado,

la amarga incomprensión

de su palabra.

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“En muros / y espacios / indagamos /

por el espejo único / que nos refleje.”

Margarita Oliva

La esencia

Nos sentimos crecer

en los soles de la esencia,

trepados a la historia de los días,

izada la razón

al asta siempre alada de los sueños.

Y nos miramos andar

buscándonos el rostro de la luz

en los mañanas

y el canto del amor

en los latidos nuevos.

Sobre la huella unánime,

los pasos flagelan ecos distantes.

Lánguidos, los ojos,

atisban el ocaso,

y en tímpanos del alma

se hace voz el silencio:

(Tal vez, más allá del horizonte,

anide amaneceres la paloma

en las ramas del viento).

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La senda

Esparce la luz

su vital esencia

en cuentas de distancias,

y somos

los días y las noches

en el siempre giro

de la contradicción y el cambio.

En cada amanecer,

con un impulso nuevo,

emprendemos el vuelo reiterado,

y heridos de penumbras y ya más viejos

volvemos, tras las sombras,

tatuados con honduras en las alas.

Y al reiniciar la senda

en la oración del tiempo,

con la misma y distinta claridad

que nos conmueve,

clamamos por la flor

que se nos niega,

oculta entre las púas de las zarzas.

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Esperanza

Venimos deslizados en el tiempo,

hilados en la rueca de los días

con la fibra plural de un mismo sino.

Nos sentimos andar,

paso a paso,

vida a vida,

tejidos en la urdimbre milenaria

de una siempre igual historia.

Y vamos transitando,

luz y sombra,

risa y llanto,

flor y espina,

mirándonos crecer en los latidos,

tendidas nuestras ansias,

hacia el nuevo amanecer

de cada día.

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Amor

Para Verv, mi esposa y siempre amor.

(En nuestras bodas de oro)

Por siempre verte transitar ternuras

uniéronse mis manos a tus alas,

y desde entonces, mis caricias tienen

la magnitud del cielo de tus pájaros.

En cada amanecer,

cuando el jolgorio de trinos se despierta,

recojo la aventura de tu vuelo

y las luces de las flores de tu alma.

Y en cada atardecer,

cuando el ocaso asciende su nidal de sombras,

enciendes candiles redentores

con esplendente beatitud de alba.

Por siempre verte transitar ternuras

la senda se hizo amor,

y a ese amor

le canto.

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La amistad

Para Ángel Balzarino,

con mi siempre amical afecto.

Me preguntas, amigo,

qué es la amistad.

No logro responder

sin pensar en ti.

La amistad

es como el perfume,

siempre anuncia

a la flor.

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Éxtasis

Acércate a la flor,

escucha el tímido silencio

de sus pétalos

en la ínsita voz

de su belleza,

y eleva

la vehemencia

de tu genio

a la cumbre

de la luz y la palabra.

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Frustración

Sobre el suelo helado

quedó un trino azul

en copos de nieve

y el sol de unas plumas

en nidos de viento.

Collar de las cumbres

- guirnaldas de nubes -

lo incitó a ser cóndor

y lucir de cielo.

Quebraron sus alas,

segóse su canto,

y cayó vencido

de simple canario.

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Causal

Buscamos

la cima de la luz

y no la hallamos.

Transitamos

con un impulso alado,

oscuros laberintos

de párpados caídos

y sendas desgarrantes.

Incógnitas, misterios,

heridas y fracasos.

Lesivas, las palabras,

prorrumpen vaticinios

que horadan la esperanza.

Tendiendo manos trémulas

con máculas de olvido

y nuestros pies exhaustos,

asidos a aquel designio

seguimos transitando.

Tal vez,

allá en la cumbre,

se enciendan las pupilas

con luz que nos abarque.

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El signo

Asciende septiembre

rubor de primavera

en la fronda majestuosa

del lapacho.

Pudor de la tierra

amaneciendo ternuras

con soles de esperanza

en sombras fecundados.

Y mientras tanto el hombre,

con alma desnuda

y pies descalzos,

deambula en su invierno,

ornado de agobios,

sin advertir, siquiera,

el signo esplendoroso

anunciador del cambio.

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Retorno alado

Acariciaba el rostro de la ausencia

con sus manos ardidas de caminos.

Cencerros de fragancia,

con el sonido azul

del paraisal en flor,

lo tornaron jazmín,

gorrión,

trébol.

Escuchó su nombre

en el canto niño

que acuna la aurora,

se sumó a la ronda

del jolgorio cándido,

y lo absorbió el paisaje

con la temprana luz

de la lejana infancia.

Entonces,

vio en sus manos

posar las golondrinas.

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Reencuentro

En su nido de llanura y primavera,

sorprendí a mi amigo.

Sus manos anhelantes

tendiéronse a las mías,

y en la voz del reencuentro

volvieron palabras

de adolescente luz.

Después,

evocación de sendas

transitando vidas,

mirándonos la piel,

buscándonos la aurora del latido.

En el pentagrama vegetal del campo,

el pulso de la tierra

en arrullos de palomas,

profundo destellaba

en clave de fa.

Mi buen amigo, dijo,

y me ofrendó una flor.

Sentí latir sus pétalos

sobre la sien del día,

y en pico colibrí

de lejanías,

libé de aquel reencuentro

su fraternal amor.

En su nido de llanura y primavera

abracé a mi amigo.

Cadencias de jolgorios

posaban en las frondas

su adiós crepuscular.

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Secular

Quizás aquella estrella que nos mira

guarde siglos de luz en su mirada,

y que transida de abarcar la nada

esfumada en su faz, aún suspira.

Tal vez perdure de extinguida pira

con sublime vigencia iluminada,

y que dormite en cada madrugada

con un canto de sol en rubia lira.

En estelar enjambre florecido,

así la humanidad, desde su cielo,

nos rescata sus voces del olvido.

Y de las sombras del sendero andado,

alumbrando de ayer el raudo vuelo,

destellan las vivencias del pasado.

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Silencio iluminado

He visto transitar la noche

con plumas luminosas en las alas.

La he visto deslizarse

tendiéndose en regazos de trigales.

La pensé fecunda,

fecundidad de honduras,

de sombra fecundada.

Capullo de silencio retenido

para encenderse en mariposa y canto.

Y vi la noche madre

venida del arcano,

con un arrullo de nombres

en su sueño

y un beso del ayer para el mañana.

He visto transitar la noche.

Sobre la musa vegetal del sauce,

con un cayado de lirios y palomas

la luna la guiaba.

He visto transitar la noche,

la noche

y la esperanza.

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Aquel adiós

Retuve entre mis manos

la copa del adiós.

Cerré mis ojos yermos

para mirarme el alma

y la encontré yacente,

estremecida, lánguida.

Sentí caer la noche

sobre los lirios blancos.

Con palidez de luna

dormitaban sus pájaros

y en pétalos de ausencia

se deshojaba el llanto.

Entonces, temeroso,

oculto tras mis párpados,

bebí de un solo sorbo

aquel adiós amargo.

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El último caballo

Cuando la tranquera

se fue el último caballo,

un corazón de metal

lo fue arrastrando, arrastrando,

un corazón de metal

con cuatro ruedas girando.

Junto al ombú del estero

se fue durmiendo despacio,

mirando estaba el lucero,

llorando quedaba el campo,

y el viento fue silbo triste

en la cumbrera del rancho.

Cuando abrieron la tranquera

se fue el último caballo,

le llevaron a enterrar

su corazón que era gaucho,

su estampa quedó en los surcos

y su sombra se hizo canto.

Lo vieron soles y lunas

trajinar con el arado,

al viento le puso alas

galopando por el llano,

y hubo un responso de trinos

cuando sus ojos cerraron.

Un corazón de metal

lo fue arrastrando, arrastrando,

un corazón de metal

con cuatro ruedas girando.

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Sueño blanco

Tengo un pedazo de sueño

amanecido en los cerros,

lo fui pialando de a poco

pa‟ que parezca más cierto.

Para abrigarlo en las noches

fui levantando mi rancho,

y pa‟ que sea más fuerte

me dio su sangre el quebracho.

Mis manos se hicieron tierra

nutriendo este sueño blanco,

y fui talando mi cuerpo

pa‟ que creciera su encanto.

Tiene fiereza y ternura,

es sol y luna del cerro,

y cuando duerma mi noche

despierto estará mi sueño.

Con el cauce desbordado

arroyo quiere ser río,

igualito que mi sueño,

quiero seguir en mi niño.

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Pasos Tierra

Por la senda antigua

de aromito y ceibo,

volvió Pasos Tierra

con sólo su perro.

Un eco lejano

de canoa y pesca

golpeaba en su pecho

de litoraleño.

Trinos y colores

de enjambre arco iris

en rejas de sauce

la costa despierta.

Por la senda antigua

volvió Pasos Tierra,

con sus pies desnudos

y sus manos yermas.

Con su piel sol luna

transitando penas

de algodón y obraje

en su pan de ausencia.

Le brotó del pecho

sapucay herido

gritándole al río

su vivir muriendo,

y en la senda antigua

de aromito y ceibo,

se tumbó el costero

abrazado a un perro.

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Ya me estoy yendo

Me estoy yendo atardecido Volveré…

noche adentro. Volveré en sol,

Se me hace cuesta el camino amanecido,

de puro viejo. en cada libro abierto,

Si al zaino me lo han vendido en cada niño,

y llora amargo mi perro, en el fruto labriego,

pa‟ que me alumbren las sombras en pan, en vino,

ya me estoy yendo. en el metal obrero,

en cada nido.

Me estoy yendo atardecido, Y andaré…

noche adentro. Andaré como el viento

Al rancho que fue mi nido en los caminos.

ya no lo tengo. en los valles y cerros,

Si en pagos donde he nacido en cada río,

se aquerencia canto ajeno, en el color del cielo,

pa‟ que me alumbren las sombras en dulces trinos,

ya me estoy yendo. en la voz de mi pueblo:

¡canto argentino!

Si triste es llegar a viejo

desalojao de los sueños,

pa‟ que me alumbren las sombras

ya me estoy yendo.

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Testimonial

Andante humanidad

Voy escalando la vida

por hirsuta y empinada cuesta.

Liado al mundo estructural del hombre,

asido a un acervo de experiencias,

postergo por un día su enrevesado ascenso

calando en las entrañas de nuestra humanidad,

para observarla andar y respirarla en pleno,

tocar su corteza, sus frutos y sus flores,

bebiéndole los poros al futuro,

y buscarle, si es preciso,

la índole a su esencia.

Amanece.

Rojiza luz temprana

vulnera la penumbra en retroceso.

El sol arraiga armonías de trinos y colores

en la perenne piel añosa de la tierra.

Comienza la jornada.

Silenciosos labriegos de esperanzadas manos,

esparcen pan y carne con grávidas semillas

en la fecundidad del surco.

Las aguas transitantes

ofrendan anhelada pesca

y es fuente inagotable de energía

su potencial torrente.

Latidos repetidos en los montes

anuncian la destreza del hachero,

gigantes majestuosos se derrumban

clavada el hacha en corazón madera.

Cavadas las montañas

sucumben al arrojo del minero

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que arranca metálicos tesoros

del insondable y milenario encierro.

Añejada y compacta sangre negra

-impulso maquinal hacía el progreso-

de la profunda y seminal entraña

asciende en verticales vértigos.

¡Feliz y sabia humanidad,

si acoge con conciencia solidaria

la opulencia de nuestra madre tierra!

Fabriles contexturas de cemento

se elevan imponentes.

Mecánicos titanes transmutan la materia,

manantial que en sudorosas manos

prodigase en sustento, herramienta,

vivienda, libro:

destellos esplendentes de ansiada paz familia.

Corazón obrero.

Latido de la tierra

adherido a la vida del hombre

en la vigencia de tiempos sin distancias.

Trabajo creador.

Excelsa conjunción de músculo e intelecto.

En suelo de bonanza,

flores y frutos la tarde madura.

Ofrenda prodigiosa para la humanidad toda,

en uniforme luz vivificante.

Y miro en derredor:

suntuosas mansiones,

cuarteles y templos,

enmarcados con misérrimas moradas.

Desgarrante realidad,

testimonio abominable de injusticias

donde duele la infancia derramada,

y la vida se arrastra con la muerte a cuestas.

Hay quienes impotentes mutilan vocaciones.

El árbol de la ciencia se conmueve

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lacerando con su fronda retenida

al solidario y fraternal mensaje de la tierra.

Y hay otros que desbordan derechos despojados,

trafican con el hambre, el dolor,

la sangre humana,

desatan la barbarie y asesinan la paz

con sus siniestras garras.

Quizás el germen normativo de los hombres

trasunte en estructura de montañas:

erguidas y libres sus cumbres dominantes,

pronunciadas y abruptas sus pendientes,

prisioneras y oscuras sus entrañas.

La tarde languidece.

Crepuscular meditación

absorbe al hombre sumido en su egotismo:

coraza de defensa.

La humanidad se perturba

desviada de su génesis.

Afloran profecías,

agudos consejeros,

cautivantes caudillos

y entidades benéficas con rótulos de ayuda

apremiadas en mitigar falencias persistentes.

Se sigue transitando...

La senda es más agónica,

oscura y hasta horrenda.

Y ahondado en nuestra humanidad,

asido a un nuevo acervo de experiencias,

prosigo escalando la vida

por hirsuta y empinada cuesta.

Sobre las sombras que anidó el ocaso,

se oye fatigosa la voz de la esperanza:

tal vez mañana,

cuando una aurora nueva

encienda las pupilas,

se rompan las cadenas del oprobio

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y estalle jubiloso, en todas las gargantas,

un venturoso y solidario grito.

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El haiku en haikus

Minipoema:

origen japonés

llamado haiku.

Respetaremos

preceptiva poética

para lograrlo.

Sólo tres versos

en diecisiete silabas

impone el haiku.

De cinco sílabas

el primero y tercero,

de siete en medio.

Y aquí mis haikus

llevando el sentimiento

de mi camino.

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Vuelo de haikus

Vuelo de haikus Humana esencia: Nacimos alba

levitando con alas soñar, siempre soñar y en lugar de ser día

de poesía. con un después. somos crepúsculo.

Nos preguntamos ¿Qué es amor? Sólo un orate

qué somos, por qué estamos pregunta la razón ante la inmensidad

y con qué fin. al corazón. se siente grande.

A veces pienso Si los sentidos Toma mi mano,

si la vida es un tránsito descubren realidad, el alba nos espera,

o muero en ella. la razón duda. ya somos dos.

Mirando al cielo La experiencia Vamos, hermano,

preguntamos qué somos. da luz a nuestros pasos que la paloma arrulla

¡Ciencia!, responde. en la penumbra. y el árbol crece.

Frente al misterio, ¿Qué ves en mí? Entonaremos

a logros de la ciencia ¿Una materia andante un canto solidario

recurre el hombre. o sólo imagen? y fraternal.

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Trébol de haikus... (desbordes metafísicos)

Idealismo Materialismo

Todo es idea. La realidad

La realidad en mí, despertará la idea

sólo es imagen. modificante.

Agnosticismo

En soledad

hablo con mi conciencia,

tal vez con Dios.

.... y una flor

Quiero un presente

con besos del ayer

para el mañana.

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CUENTOS

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El cambiazo

Dedicatoria

A mis colegas abogados de la 5ta. Circunscripción Judicial santafesína,

con quienes compartimos ética y respetuosamente, la búsqueda de Justicia en el

ejercicio de la profesión.

Agradecimiento

A Marcos Alcaraz, excelente guitarrista que integrara mi conjunto

orquestal Sexteto Rojo, algunos de cuyos chispeantes dichos criollos se me

grabaron y sirvieron para volcar en las narraciones de don Braulio en este

cuento

Laguna La Verde, al norte. El velocímetro marcaba 90 Kms. y en esa

tarde de enero llevaba seis horas viajando. El sol se ocultaba en occidente y el

ocaso anunciaba la inminente proximidad nocturna. Atrás quedaba la cinta

asfaltada que el espejismo había salpicado con ilusorios bañados, y ya

transitando por polvoriento camino de tierra, la penumbra en avance me imponía

mayor precaución. Encendí los faros y volví a disminuir la velocidad. Pocos

kilómetros más y llegaría a aquel pueblo del norte santafesino que hacía dos

años no visitaba y en el que anteriormente solía pernoctar con cierta asiduidad

dada mi profesión de viajante de comercio y su ubicación en mi trayectoria

hacia el Chaco. Conocía lugar y lugares, personas y personajes, y por tal razón

nada mejor que cenar esa noche en “El Palenque” de don Braulio Acosta y

dormir en el hospedaje “La Torcaza” de los jóvenes esposos Martínez..

Recordé, entonces, cuando en mi último viaje, llegué al pueblo casi a la

misma hora y también en un día domingo. Junto a la plaza, una verdadera

muchedumbre se agolpaba frente a un vetusto pero bien remozado edificio

prolijamente pintado de blanco y donde un largo cartel con luz intermitente

-primicia absoluta en la localidad-, ostentaba la leyenda de HOSPEDAJE LA

TORCAZA. Llevado por la curiosidad, descendí de mi automóvil y me integré

al gentío. Era el día de la inauguración y el matrimonio Martínez saludaba

efusivamente dando la bienvenida a los invitados. Atronadores disparos de

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bombas anunciaban el acontecimiento. El presidente de la Comisión de

Fomento, don Ludovico Batistelli, tijera en mano, tuvo a su cargo cortar la cinta

que cruzaba la entornada puerta de acceso al inmueble, ceremonia que fue

entusiastamente aplaudida. Se le concedió el honor de su apertura al comisario

Don Gumersindo Rolón, quien con henchido pecho, tomado impulso e

imperativa orden de ¡ábrase en nombre de la autoridad constituida!, empujó con

ambas manos la puerta que se abrió violentamente con brusco golpe contra la

pared, cual incuestionable anuncio de exitoso procedimiento. Largo sapucay,

sostenidos aplausos, reiterados vítores y repetidos disparos de bombas, pusieron

ruidoso marco a tan significativo suceso. Ya en el interior del edificio, el

reverendo cura párroco bendijo las distintas dependencias e instó a rogar por el

éxito de la empresa.

Torcacita Páez de Martínez distribuía sonrisas y claveles a espectables

caballeros, mientras que su esposo se inclinaba reverente ante las damas

ofrendando perfumados jazmines. Don Braulio Acosta, especialmente

contratado, invitaba a los asistentes con sabrosas empanadas caseras

acompañadas con un bien seleccionado vino tinto.

La algarabía era total cuando se formularon numerosos e insistentes

pedidos para que hiciera uso de la palabra el licenciado Alejo Contreras Funes.

Brillosos zapatos de charol, elegante traje negro, camisa blanca con dorados

gemelos y ancha corbata roja, conformaban el atuendo de la erguida y espigada

figura de don Alejo Contreras Funes. ¿Quién no lo conocía? Oficialista por

costumbre y conveniente convicción se había desempeñado durante muchos

años como langostero de la Defensa Agrícola, y cuando la extinción del acridio

ya no justificaba su puesto, sus reconocidas dotes de auténtico empleado público

le posibilitaron su designación como secretario rentado de la Comisión de

Fomento, cargo en el que se mantuvo a pesar de los cambios políticos y hasta

que, llevado por lo que él consideraba sentida vocación jurídica con ostensible

predominio de latinazgos en sus parlamentos, obtuvo de su presidente licencia

por tres meses con goce de haberes, para estudiar leyes por correspondencia,

según aviso aparecido en un importante diario capitalino. Al fin y al cabo,

comentó el comisario Gumersindo Rolón, “al pueblo le hace falta un letrao”,

criterio plenamente compartido por conspicuos representantes de las fuerzas

vivas de la población, tales como Don Jacobo Ribiensky y los hermanos Alí.

Semanas después, ya Alejo Contreras Funes exhibía en lugar bien visible

en su Estudio, con paredes cubiertas de impresas máximas en latín, un diploma

con la siguiente leyenda: “INSTITUTO PRIVADO ERGA OMNES.

Certificarnos que Don Alejo Contreras Funes está inscripto en este Instituto en

el curso que por correspondencia y sobre Introducción al Derecho, se dicta

desde el 1 de Enero al 31 de Marzo de 1957. Esta licencia lo habilita para su

debido asesoramiento.” Ilegibles firmas y grandes sellos otorgaban al

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documento rigurosa solemnidad. Y así fue que teniendo en cuenta la licencia

otorgada en su empleo y la expresada en el diploma, don Alejo irrumpió con

titulo de licenciado, que pronto se hizo inseparable a su nombre y apellidos con

respetuoso asentimiento de la población. Con tales antecedentes no podía pasar

inadvertido en la inauguración del hospedaje, y correspondiendo a la insistente

concurrencia, hizo un ademán para imponer silencio y ante general expectativa,

se hizo oír la voz grave y profunda del orador: “Autoridades, señoras y señores:

El tálamus del corpus de este joven y simpático matrimonio, permite hoy gozar a

este pueblo del jus utendi de este tan importante edificio, donde se ofrece el

mejor alojamiento de la zona. Porque, señores, dura lex est lex, las autoridades

sabrán respetar y hacer respetar loables iniciativas como éstas. Brevitatis causa,

sólo me resta recordarles que siempre debemos tener presente un lema que se

me ocurre acertado para esta nueva excelente empresa: Siéntase como en su casa

en Hospedaje La Torcaza. Justitia Est”. Estruendosos aplausos rubricaron las

improvisadas palabras del licenciado, manifestación aprobatoria que fue

creciendo y transformándose en ovación, cuando Torcacita, visiblemente

emocionada, besó sus pálidas mejillas. ¡Cómo habla este crestiano!, exclamó el

comisario Rolón dirigiéndose al reverendo cura párroco, que sólo atinó a decir:

¡Señor, ten piedad de nosotros!, y se persignó.

Las luces del alumbrado público me anunciaba la llegada al pueblo, y

asido a los recuerdos, me encontré de pronto bordeando la plaza y allí, enfrente,

el luminoso cartel de “Hospedaje La Torcaza”, y más allá el rótulo de “El

Palenque”, de don Braulio Acosta. Detuve el automóvil bajo una enorme y

coposa tipa que suplía a inexistente cochera y descendí resueltamente, valija en

mano, dirigiéndome a través de zaguán y vestíbulo al patio del hospedaje, con la

seguridad de encontrar a la joven pareja. Un señor canoso, de unos sesenta años,

cuyo rostro me pareció ya conocido, me saludó cortésmente e imponiéndome de

su carácter de dueño, me hizo presente las exigencias de la casa para las

reservaciones, exigencias que cumplí de inmediato adelantando el pago para

dormir esa noche en pieza solo y con ventana a la calle. Sin hacer ninguna

pregunta por considerarla inoportuna, me retiré a la habitación entendiendo que

la inusitada medida previa, tenía como justificativo la ausencia de los esposos

Martínez, que haría dudar al nuevo propietario de la moral de circunstanciales

huéspedes.

Eran aproximadamente las veintidós y ya me encontraba sentado en el

patio comedor de “El Palenque”, donde don Braulio, asador y mozo, repartía

crocantes achuras bien adobadas, mientras otras entrañas y un costillar se

doraban en la parrilla. ¿Y, don Braulio, parece que “La Torcaza” tiene nuevo

dueño? Conocedor de todos los acontecimientos pueblerinos, a don Braulio

Acosta, una simple insinuación para el relato, constituía suficiente estímulo para

su desbordante verborragia, máxime cuando iba acompañada con la

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intencionada invitación de una copa con el “rosado vino de la casa”. Usté verá.

Hubo cambiazo. Y tras estas palabras vació el contenido del vitrio recipiente, y

haciendo una pausa como para saborear el último sorbo, continuó: Sabe, don,

ando de un lao pa‟ otro como vizcachón que le han tapao la cueva, pero si le

interesa, sirvo estas mollejitas y denseguida le cuento. Al instante, don Braulio,

cual luciferina imagen, pinche y cuchillo en sendas manos, con un delantal

otrora blanco ajustado a su voluminoso abdomen, de espalda a destellantes

brasas parrilleras, proseguía su narración aclaratoria del preanunciado cambiazo:

Risulta que la Torcacíta era l‟admiración de todos. No había quien parara en el

hospedaje que no quedara encantao con la chinita. El marido, muchacho guapo y

atento, como se la pasaba arrullando a su Torcacita, se había ganao el apodo „el

Palomo‟. Figúrese que a poco de más de un año que anduvieron en el hospedaje,

la clientela se había hecho tan grande que era endifícil encontrar pieza

disponible. Pero... Corta don Braulio su relato para remover algunas brasas y

distribuir porciones de riñoncitos y morcillas, en cuyo intervalo volví a llenarle

la copa del rosado. Enseguida apareció con una jugosa costilla engarzada en el

pinche y diciendo pruebe cómo está, extendió su otra mano hacia la estimulante

vínica ración. Tras unos tragos, continuó: Pero un día, se les cayó al hospedaje,

como peludo „e rigalo, nada menos que el Benavide, el de Los Marlos, hombre

maduro y simpaticón que pidió alojamiento a cualquier precio, porque venia

trayendo „el norte unos ochocientos vacunos pa‟ la venta. ¡Si hubiera visto como

lo atendían, de lo mijor, sabe, si hasta lo invitaban a comer en la mesa con ellos!

El Benavide se sentía muy a gusto con el trato y la endulzaba a la Torcacita

rigalándole bombones que ella agradecía como toreándole la osamenta. ¿Usted

se refiere al hacendado don Ramón Ruperto Benavídez?, pregunté. El mesmo.

Don Ramón Ruperto Benavidez era hombre muy conocido. Propietario de la

estancia Los Quirquinchos en Los Marlos, de una extensión de unas diez mil

hectáreas lindantes con el Chaco, había acrecentado su hacienda en unas cuatro

mil cabezas vacunas. Favorecido unos años por copiosas lluvias, contaba con

abundantes aguadas y pastos naturales para el engorde de animales adquiridos

flacos y a bajo precio en zona de sequía que luego vendía con excelentes

ganancias. Trigueño, de mediana estatura, cuidaba hasta en los más mínimos

detalles su distinguido atuendo. Lustrosas y arrugadas botas de media caña,

amplias bombachas negras, ancho cinturón de cuero con labrada hebilla de oro y

gruesos caracteres destacando sus iniciales, pulcra camisa blanca, pañuelo de

seda al cuello, ajustado saco corto, barba bien rasurada, cabellos prolijamente

peinados y un toque de la mejor colonia, lo dotaban de respetuoso halo propicio

a sus maquinaciones amorosas de empedernido solterón, para cuyo fin no

reparaba en tiempo, gastos y regalos. Se justificaba, entonces, el esmerado trato

que se le dispensara, al punto que, si bien el hospedaje no incluía otra cosa que

alojamiento y desayuno, a tan distinguido huésped lo invitara, el joven

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matrimonio, a compartir en su mesa la intimidad de almuerzo y cena. Una

llamarada en el asador reclamó la atención de don Braulio, maestro en su oficio,

quien prontamente, distanciando y acercando brasas apagó el fuego. Aprovechó

el momento para cortar algunos chorizos a punto y distribuirlos entre los

comensales. Al costillar, mientras tanto, lo dejaba como apetecible bocado final

de una sabrosa cena. Tráigame otra botella de rosado, le solicité a don Braulio

que apuró sus pasos hacia la heladera en busca del estimulante vino de la casa.

Aquí tiene, bien helado, y llenó ambas copas como queriendo tomar nuevo

impulso en su relato: Usté sabe, don, el Benavide como engualichao, se la

pasaba festejando a la Torcacita. El Palomo que se lo vichó, lo miraba serio

como contrario „e truco. Pensó que lo mijor era buscarle interesados pa‟ la

compra de los vacunos, pero el Benavide le richazaba cada una de las ofertas

endiciendo que él no tenía por qué rigalar la hacienda. Disesperao, salió

decidido a conseguir un buen comprador como pa‟ que no le ponga riparos.

Como a las tres de esa tarde del mes de noviembre, primavera, sabe, don, se

volvió entusiasmao con una oferta muy importante. Don Benavide, don

Benavide, llamaba el Palomo esperanzao cruzando el zaguán y sólo el silencio le

rispondía. Abrió la puerta que daba al patio como pa‟ llegarse al dormitorio

matrimonial y priguntarle a la Torcacita que estaba siesteando, si lo había visto,

pero se quedó duro, sin habla ni respiro, cuando me lo vio al Benavide en

calzoncillos saliendo agachao y ligerito „el cuarto de la chinita y encarar pa‟ su

habitación. Justito cuando iba a dentrar, el Palomo largó un risuello y rápido

como liebre que le han largao los galgos, se lo alcanzó y como el mesmo

mandinga en persona, lo metió en la pieza y cerró la puerta. Lo hubiera visto,

don, era cosa „e no creer. Don Braulio hizo una pausa bebiendo de una sola vez

el vino que aún le quedaba en la copa y mientras yo volvía a llenarla, entornó los

ojos como para concentrarse y reviviendo la escena, continuó: Y ansina jue

nomás que se lo atropelló al Benavide. Retumbaban los gritos „el Palomo

mientras que al interpelao, mansito, mansito, le salía una vocecita finita como

chorrito „e miel. Endispués de un rato alborotao, se hizo un silencio y

denseguida se escuchó la voz suavecita „el Benavide hablándole como un padre:

calma, amigo, le decía, yo no le niego que ando loco por la Torcacita, pero como

están las cosas me parece mijor que busquemos una solución. Otro silencio y al

ratito nomá, la voz nierviosa y ronca „el Palomo que le decía, le cambio la

Torcacita con “La Torcaza” por lo vacunos con “El Quirquincho”. El Benavide,

asigún las mentas, se lo miró fijo, pensó bastante como pa‟ tomar una decisión,

y por fin le tendió la mano endiciendo: ¡Todo mi vacuno capital a cambio de su

divina mujer!, y el Palomo se la estrechó ritrucando: ¡Toda mi vacuna mujer a

cambio de su divino capital! Denseguida nomá arriglaron los papeles y el

Palomo salió „el pueblo sin rumbo llevándose los vacunos. El cambiazo se había

consumao, pero... Aquí don Braulio hizo un ademán de pausa breve y

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acercándose a la panilla, cortó con verdadera suficiencia trozos del costillar que

luego fue dejando en distintas mesas con la satisfacción de ofrecer un manjar

para el paladar. Se acercó al fin con varias costillas bien doradas y sentándose

me dijo esto lo quiero compartir y lo distribuyó entre ambos. Así, frente a frente,

con asado y vino, don Braulio siguió su narración: Pero claro, la Torcacita ajena

al trato, se encontró con la novedá „el cambiazo y a ella en el riparto sólo le

había tocao al viejo Benavide sin el Quirquincho ni los vacunos. ¿Era justo eso?

Y así fue nomás que endispués de pensarlo bien al asunto, se largó a consultar al

licenciao Contrera Fune, y le llevó como pa‟ dimostrar su verdá, el cinturón con

la hebilla de oro „el Benavide que era lo único que el Palomo no le sacó al

hombre. Y bueno, pal licenciao, asegún le dijo, el caso era medio embarullao

pero pa‟ él estaba clarito, clarito. Que si ella había aportao su cuerpo propio al

matrimonio y el Palomo, su marido, lo había cambiao por el cuerpo „e los

vacunos y el Quirquincho, lo que recibió en pago vendría a ser como si juera el

propio cuerpo de ella, ansí que sin dar más güeltas, tanto los vacunos como el

Quirquincho ocupaban el lugar como si fueran ella mesma, y por lo tanto le

pertenecían a ella como su propio cuerpo. Allí nomá le habló con palabras

medio raras como las del cura en misa, se le quedó con el cinturón, y le escribió

un papel pa‟ que se lo lleve al comesario. Denseguida la Torcacita se jue pa‟ la

comesaría. A don Gumersindo Rolón, que estaba mateando, en cuantito la vio

dentrar, le brillaron loj ojos como gato en la ojcuridá, y le sacudió un chupón a

la bombilla que le hizo temblar el garguero. ¡Dichosos loj ojos que la ven,

Torcacita! ¡Esta autoridá le da la bienvenida!, dijo el comesario y se le prindió

como abrojo pa‟ darle un beso en la mano. Gracias, siempre tan atento,

rispondíó la Torcacita al mesmo tiempo que retiraba la mano haciendo juerza

pa‟ dispegarlo. ¿En qué puedo servirla? Aprovechó, dentonce, para contarle la

injusticia „el cambiazo y pa‟ intregarle el papel que le escribió el licenciao. Ajá,

vamos a ver que dice el letrao, dijo el comesario y se puso a leerlo. Interrumpí

entonces el relato, para interrogar a don Braulio sobre el contenido del escrito

del licenciado Alejo Contreras Funes y como esperando la pregunta, me contestó

con tono firme y resuelto: Vea, don, a lo que yo digo, póngale la firma porque es

la pura verdá. Figúrese que pa‟ asigurarme de las mentas de otros, el mesmo

agente Rudecindo Ibáñez se me tomó la molestia de sacarme copia „el escrito

con la máquina remintona. Claro que mis buenos vinos me costó el asunto, pero

eso sí, estoy bien documentao. Levantóse don Braulio, introdujo sus mayúsculas

y adiposas manos en sendos bolsillos del pantalón y comenzó a vaciar su

variado e insólito contenido hasta que, con gesto de satisfacción, separó dos

viejos y arrugados papeles que revisó detenidamente, y tomando uno de ellos,

me lo entregó diciendo: ¡Pa‟ que vea que no le miento! Sonreí y tras llenarle

nuevamente la copa, me sumergí en la lectura del escrito del licenciado:

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“Referencia: HABEAS VACUNUS CORPUS

Señor Comisario Don Gumersindo Rolón:

Interpongo interdicto de HABEAS VACUNUS CORPUS

contra Jesús Bienvenido Martínez (alias “Palomo”) que ha violado el jus nupcias

del corpus juris civile, en perjuicio del ánimus dóminis de nuestra conocida

Torcacita, su esposa Rosa Isabel Páez. Dura lex est lex y brevitatis causa, esa

autoridad con faculta agendi, deberá dar curso a esta actione legis, ordenando al

susodicho Jesús Bienvenido Martínez (alias “Palomo”), ponga en inmediata

libertad la hacienda recibida a cambio del corpus propio de su mujer y proceda

al restitutio íntegrum del corpus vacunus al ánimus dóminis del jus dominium

del corpus de Rosa Isabel Páez de Martínez (alias “Torcacita”). JUSTITIA

EST.” Hay una firma ilegible, un sello aclaratorio que dice LICENCIADO

ALEJO CONTRERAS FUNES, y un sello ovalado con amplios caracteres con

la leyenda DURA LEX EST LEX.

Don Braulio, ya sentado y sin dejar de mirarme atentamente, esperó que

concluyera la lectura para proseguir: ¡Pero este crestiano se las sabe todas, si

hasta lo interditió al Palomo!, dijo el comesario entusiasmao y tomándole la

mano a la Torcacita le habló suavecito pa‟ consejarla que se vaya tranquila, que

todo seiba a arriglar como la ley manda y la autoridá constituida se lo traería al

desacatao con los vacunos. Torcacita le agradeció con una sonrisa, pero se puso

seria y hasta tuvo que juercear duro para retirar la mano y dispegar al comesario,

que de puro cariñoso y pa‟darle un beso, se le había vuelto a priender como

mamón a la ubre.

Reiterados llamados provenientes de mesas vecinas, impusieron a don

Braulio un nuevo paréntesis a su exposición. Con rápido desplazamiento de su

abultada forma fue acallando los pedidos, y prontamente sentóse a la mesa

bebiendo hasta el final la copa de rosado. ¿Y, Don Braulio?, le dije, mientras

volví a servirle. Risulta, que asigún parece, al Palomo me lo ubicaron p‟al lao

del Sur de La Verde, empilchao a lo fino, como el mesmo Benavide, con un

autazo importao más largo que suspiro „e ánima, y entuavía con unos

cuatrocientos vacunos. Y güeno, enterao el hombre del motivo por el que el

comesario Rolón lo andaba buscando, pensó que lo mijor era consultarlo

primero al licenciao, y ansina jue nomás que pa‟ no ser visto, se largó de noche

pa‟ estos pagos más disimulao que umbligo „e gordo. En cuantito lo vio al

licenciao y le contó el asunto, denseguida le rispondió que el caso era medio

embarullao, pero pa‟ él estaba clarito, clarito. Que a la Torcacita le pudo haber

gustao el daño qu‟ el Benavide le hizo en su cuerpo propio, pero al Palomo no,

porque sintió el dolor adentro del sentimiento mesmo de su persona humana, y

risultaba dintonce, que lo que recibió por el cambiazo, fue como pa‟ un alivio a

su desdicha. Que el Palomo, con lo que recibió, se había cobrao su pena y que

nada tenía que riclamarle la Torcacita, y ahí nomá se le largó con un chorizo de

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palabras de misa. El Palomo, impresionao, le preguntó cómo se las arreglaría

con el comesario que lo andaba buscando. ¿Pa‟ qué estoy yo?, le retrucó el

licenciao, y denseguida le averiguó la cantidá de vacunos que le quedaba de los

que arrió pal sur. Treciento ochenta, dijo el Palomo y le mostró los papeles de

propiedá. ¡Justo lo necesario pa‟ encarar un trabajo tan delicao como éste!,

ripuso el licenciao y más ligero que rejusilo le hizo firmar la transferencia a su

nombre, pa‟ que de paso, no lo encuentre el comesario arriando algún vacuno

entuavía „e su propiedá. Endispués, le sacudió con un escrito pa‟ que al día

siguiente se lo lleve al comesario, porque ésa no era hora pa‟ molestar a la

autoridá. Don Braulio suspendió un instante su relato para devorar con ferviente

devoción canina una larga y carnosa costilla, y luego de dejar al hueso blanco y

reluciente, apuró unos tragos y prosiguió: Pa‟ la mañana siguiente, como a las

die, sabe, el Palomo paró su auto coludo frente a la comesaría. Don Gumersindo

Rolón, que estaba disparramao en su sillón, en cuanto vio al autazo, risorteó pa‟

livantarse y al grito de ¡Su Selencia el Gobernador! se cuadró esperando que

dientre. Al agente Rudecindo Ibáñez qu‟ estaba mateando con un preso en la

pieza d‟al lao, del susto que se agarró se le cayó el mate que estaba tomando y

dentró corriendo en el dispacho con la bombilla en la boca. ¡Guarde ese pito,

animal, y abra la puerta a Su Selencia!, le gritó el comesario y el Rudecindo,

perturbao, casi se tragó la bombilla, y cuando al fin consiguió metérsela en el

bolsillo, tuvo que cuadrarse porque la puerta se abrió. ¡Atención!, gritó el

comesario, y con el Rudecindo se quedaron duros y con el pecho ajuera,

haciendo la veña, pero denseguida se desinflaron y hasta lloraron de la risa

cuando se dieron cuenta qu‟ el que dentraba era el Palomo de lo más apichonao.

¡Pero miralo, che, al desacatao éste!, dijo carcajeando el comesario. Di seguro

que le compró el auto al Gobernador con la plata que sacó „el cambiazo. El

Palomo, que no entendió nada „el asunto, también se rio como pa‟ caer

simpático y no desentonar, pero ni bien se terminaron las risas, el comesario

ordenó: ¡A ver, agente Rudecindo, metameló en el calabozo a este interditeao!

El Palomo quedó arrugao como sobaco „e tortuga y cuando quiso hablar, ya el

Rudecindo lo había inrejao. Lo viera, don, quedó mudo, más asustau que vaca

mirando pasar al tren. En cuanto le volvió la voz, empezó a gritar que quería

hablar con el comisario, y que traía un escrito del licenciao. Ansi siguió gritando

por un rato largo, hasta que el Rudecindo, cumpliendo órdenes del superior, le

abrió la puerta y lo llevó a su presencia. ¿Qué decís, vos? ¡Desembuchá

denseguida! Vea, comesanio, dijo el Palomo, le traigo un escrito del licenciao, y

se lo entregó. ¿Del licenciao? ¡Haberlo dicho ante! Vamos a ver qué dice el

letrao. Iba a preguntarle a don Braulio si tenía copia, pero adelantándose a mi

propósito, sacó del bosillo el otro viejo y arrugado papel que con anterioridad

había separado, y me lo entregó diciendo: Lea, aquí tiene la copia del escrito,

enmientra yo le busco otra botella del rosado porque uste‟ con lo que conviersa

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debe de andar con sé. Gracias, le dije sonriendo y comencé la lectura.

“HABEAS PALOMUS CORPUS

Señor comisario Don Gumersindo Rolón:

Interpongo interdicto de HABEAS PALOMUS CORPUS a favor de don

Jesús Bienvenido Martínez, nuestro conocido Palomo, que se ha quedado sin los

vacunus del pretendido ánimus dóminis del corpus de su mujer Rosa Isabel Páez

(alias Torcacita). El susodicho Jesús Bienvenido Martínez ha sufrido damnun de

adulterium y dura lex est lex fue indemnizado con una dation in sólidum de

vacunus y quirquinchus corpus. In dubio pro reo y brevitatis causa, dispondrá la

inmediata libertad del Palomus corpus de Jesús Bienvenido Martínez, víctima

del maleficio adulterium de su esposa Rosa Isabel Páez (alias Torcacita) contra

quien se hace reserva expresa de judicium de calumniae. JUSTITIA EST.” Hay

una firma ilegible, un largo sello aclaratorio que dice LICENCIADO ALEJO

CONTRERAS FUNES, uno ovalado con la leyenda DURA LEX EST LEX y

otro redondo que expresa IN DUBIO PRO REO.

Regresó en ese momento don Braulio, depositó la botella con vino, sobre

la mesa, y comprobando que había terminado la lectura, volvió a sentarse y

después de unos sorbos del rosado vino de la casa, continuó: ¡Pero este crestiano

ahora se la quiere interditiar a la Torcacita!, gritó el comesario y se rascó la

pelada como pa‟ pensar mijor. Denseguida pegó otro grito: ¡Agente, vayamelá a

buscar a la Torcacita! ¡Le viá a enseñar a ese letrao cómo está autoridá arregla

este asunto! ¡Faltaría más quererla interditiar! El Rudecindo cumplió la orden y

al ratito se apareció con la Torcacita que al verlo al Palomo se largó a llorar y

sin siquiera saludar se le prindió con un beso como ventosa „e gringo. ¡Ahijuna,

gritó el comesario, si ansina es la cosa, les doy die minuto pa‟ que arreglen el

entripao, que de sinó, me los paso pal calabozo pa‟ que se pudran los güesos!

Viera, don, los dos se arrinconaron como piojo en la oreja, de mientras el

comesario, leiba contando los minuto. La Torcacita lo quería convencer al

Palomo que nada había pasao con el Banavide, y le juraba por tuitos los santos,

que esa tarde siestió tranquila y que cuando se livantó se encontró con la novedá

„el cambiazo. Que di seguro, todo fue priparao por el Benavide con la intención

de quedarse con ella y que desdintonce se la había pasao incerrada en la pieza

pa‟ no verlo. ¡Soy inocente!, le decía la Torcacita y volvió a jurarle hasta por el

comesario que nunca le había faltao. ¡A mí no me metás en tus porquerías,

canejo!, le gritó el comesario más caliente que interior de chinchulín. ¡Van sei

minuto!, le rimarcó. Como el Palomo seguía más serio que perro que lo están

bañando, la Torcacita le avirtió lloriqueando, que si él no la quería más, y

pensaba quedarse con el Quirquincho y los vacunos, el licenciao le asiguró

que‟n el cambiazo todo eso le correspondía a ella. ¡Pa‟ que me lo habrá nombrao

al licenciao! El Palomo se livantó como leche hervida y le aclaró que el

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licenciao era su letrao, y que para eso le había pagao con sus buenas vacas y que

le dijo bien claro, que lo que recibió en el cambiazo fue como una riparación a

su pena por lo que ella le había hecho. ¡No, si el licenciao sonso no e‟!, dijo el

comesario y contando los minuto, agregó ¡y van nueve! Y güeno, dijo la

Torcacita, si juera como dijo el licenciao, el daño ya estaría riparao ¿o no?, y se

largó a llorar con todo. El Palomo se quedó pensando en los vacunos que el

licenciao ya le había sacao y en los que entuavía le podía seguir sacando, en que

el daño, según parecía, ya estaba riparao, en el calabozo que asigún el

comesario lo esperaba pa‟ pudrir sus güesos, y enmientra la Torcacita le repetía

¡Te juro Palomo que nunca te he faltao!, el comesario gritó ¡Y van dié! ¿Han

arriglao el entripao o los meto nel calabozo? El Palomo decidido l‟agarró de un

brazo a la Torcacita y lo encaró: Vea, comesario, lo tengo risuelto. Me voy en

auto nuevo pal lao del Quirquincho donde entuavía me queda hacienda y campo,

como pa‟ empezar de nuevo. ¡Ajá!, dijo el comesario, ¿y la Torcacita? Güeno, si

quiere acompañarme, ésas son cosas de ella. La Torcacita lo miró fijo al Palomo,

empilchao como el mesmo Benavide, con sus botas de media caña, bombacha

amplia y saco ajustao, y respirando juerte pa‟ dentro el perfume „e colonia que

l‟alborotaba, se lo abrazó repartiéndole besos en la jeta enmientra le decía ¡Mi

Palomo hacendao! ¿Están seguros de la decisión?, priguntó el comesario como

endudando. ¿Y no lo ve?, rispondió el Palomo. Pa‟ pudrirnos aquí me parece

que salimos ganando. Claro, dijo el comesario, y se volvió a rascar la pelada

enmientra repetía, ganando, ganando. ¡Ya está!, dijo, éste, pal matrimonio, debe

ser un asunto „e gananciales, ¿no estará equivocao el licenciao? Y güeno, el

Palomo y la Torcacita, endispués de saludar y dejar una contribución que asigún

dejaron aclarado era pa‟ la cooperadora „e los milicos, subieron al importao y

salieron bramando p‟al lao „el norte. ¡„Ta güena la chinita!, masculló el

comesario. ¡Lástima „e guampudo que le ha tocao!

Don Braulio vació la copa con evidente placer, y mientras me disponía a

servirle nuevamente el rosado incentivo, pregunté con respecto al señor

Benavidez. El Benavide se cansó de esperar la güelta „e la Torcacita, y

disesperao, entró a dispreocuparse „el hospedaje. La cosas se le impeoraron y

lleno de deudas y acorralao, no tuvo más rimedio que consultarlo al licenciao

pa‟ ver si le conseguía algunos pesos pa‟ conformar a los más cargosos. Y

güeno, el licenciao, ni bien lo anotició el Benavide „el motivo „e su visita, lo

semblanteó y denseguida le rispondió que el caso era medio embarullao, pero

pa‟ él estaba clarito, clarito. Que por intermedio de un amigo de mucha

confianza, con mucho sacrificio y muy en secreto, podía conseguirle la mitá de

lo que decía necesitaba como pa‟ que vaya tirando, pero eso sí, con intereses,

garantía y plazo „e tres meses. El Benavide, más caido que zorongo „e vieja, le

aclaró que lo único que le había quedao era el hospedaje y que nadie leiba a salir

de garantía. ¿Y pa‟ qué más?, dijo el licenciao, si con eso basta y suebra. Y ahí

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nomás le sacudió con un escrito que le hizo firmar al Benavide y enmientra le

intregaba unos billetes que el amigo, asegún le aclaró, le había dejao en depósito

para casos de urgencia como éste, se le largó con una pila de palabras como las

que usa el cura en la misa. El Benavide, asombrao, ni contó la plata, pa‟ que no

se piense que pudiera disconfiarle, y se despidió graciándole la gauchada. ¿Y

cuándo vence el plazo?, pregunté. A ver, a ver... Justo hoy, 16 de enero pa‟ las

veinticuatro. Me expliqué, entonces, el cobro adelantado del alojamiento e

instintivamente miré el reloj que señalaba las 23.30. ¿Un cafecito?, sugirió don

Braulio, a lo que respondí negativamente y levantándome agradecí efusivamente

su cordialidad. Aboné la cena y adelanté el importe de otra botella del rosado

vino para don Braulio y despidiéndome cortésmente, me dirigí al hospedaje. La

noche campesina parecía latir en el fúlgido letrero de HOSPEDAJE LA

TORCAZA, y pensativo, caminé el corto trecho. A mi llegada, el más absoluto

silencio imperaba en el interior del inmueble y a través del zaguán penetré

directamente en mi pieza donde abrí la amplia ventana. Los altos árboles de la

plaza semejaban sombríos duendes gigantes proyectados hacia el cielo por las

luces amortecidas del alumbrado, y junto a mi lecho, voz y gestos de Don

Braulio cual su tangible presencia. Vencido por el cansancio, en un instante

quedé profundamente dormido. Eran las diez de la mañana siguiente cuando

desperté y como en la tarde de ese día debía encontrarme en Villa Ángela,

ciudad del Chaco, me levanté apresuradamente. Cumplidos mis aprestos y

exigido por la hora y el largo viaje que debía emprender, salí resueltamente

hacia la calle. Al trasponer la puerta de acceso, comprobé que estaban

retirando el largo y refulgente cartel de HOSPEDAJE LA TORCAZA. Seguí mi

trayectoria, subí a1 automóvil que puse en marcha, y ya en movimiento, alcancé

a leer los gruesos caracteres negros que sobre el frente del blanco edificio,

conformaban el nuevo rótulo de: HOSPEDAJE “EL CAMBIAZO” de ALEJO

CONTRERAS FUNES.

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Los cuarenta

Dedicatoria

A Lorenzo Rodríguez Chacón, auténtico cordobés y excelente persona, en

recuerdo y gratitud, de quien me he nutrido de acentos, términos y costumbres

regionales que he tratado de volcar en este relato.

Aquel apartado barrio del este de la ciudad de Córdoba a principios de la

década del sesenta, semejaba un pueblito rural. Viviendas humildes, plaza o

iglesia, escuela, salón recreativo, calles angostas bordeadas de árboles, y un

andar de gente sencilla y accesible que denotaba un arraigo provinciano

transigiendo nimiamente con costumbres capitalinas. Ese domingo, de sol

brillante y cálido en tarde invernal, convocaba al esparcimiento en lugares

públicos. Sobre el límite oeste, un extenso baldío contorneado de pinos, álamos

y paraísos, constituía escenario de ineludibles citas para quienes ostentaban

especial predilección hacia el deporte de las bochas, y desde temprano, el lugar

mostraba una concurrencia numerosa de bochófilos y mirones. Clandestinas

apuestas aportaban un marcado interés en cada partido en el que espontáneos

gestos, voces y aplausos, rubricaban la suerte de cada jugada.

Un improvisado despacho de bebidas y venta de empanadas caseras, torta

asada y diversidad de picadas de quesos y chorizos serranos que don Ruperto

Farías instalaba en días no laborables entre baldío y camino, era receptáculo de

los más variados comentarios de destreza y habilidad bochística. Allí, junto a

don Ruperto, nada menos que Cristino Leguizamón, bajo, morocho, robusto,

tranquilo, de prominente tórax, y Ricardo Perales, alto, rubio, delgado, irascible,

de penetrante mirada, conocidos por los respectivos apodos de “Negro Buchón”

y “Flaco Viborita”. Lucían chomba azul, alpargatas y pantalones blancos, pulcro

atuendo que caracterizaba a esa invencible pareja de bien ganado prestigio en

difíciles encuentros donde siempre resultaron victoriosos. Rodeados de

admiradores, insinuaban otorgar ventajas a posibles contrincantes y con evidente

expectativa, retardaban copas a la espera de algún desafío. Mientras tanto,

numerosos partidos se sucedían con bullicioso desarrollo. Con el transcurrir de

los minutos, la impaciencia se hacia más notoria, especialmente en Viborita

cuyas gesticulaciones se reiteraban con acrecentada intensidad, y cuando la

media tarde ya apuntaba su declive solar, un jovencito irrumpió en la carpa de

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don Ruperto trayendo insólita noticia. En el costado sur del terreno, aseguró, un

gitano andariego y solitario, extravagantemente vestido, pretendía distraerse con

un partidito. Carecía de bochas pero afirmaba contar con bastante dinero para

apostar. ¿Será un tapao?, preguntó el Negro Buchón. ¡No!, contestó el jovencito,

si recién le hicieron tirar algunos bochazos y todavía se están riendo, el más

cercano picó a un metro de distancia. ¡Ése no es partido pa‟ nosotro!, sentenció

Viborita acentuando sus gesticulaciones. ¡Probemos, la tarde se nos está yendo!,

replicó Buchón.

Minutos después, el circunstancial emisario traía al desconocido gitano.

Botas negras, bombachas azules, camisa blanca, holgado saco rojo, pañuelo

verde al cuello y aludo sombrero gris, conformaban su colorida indumentaria.

De mediana estatura, sobresalían sus pronunciados rasgos faciales en su

abultada cabeza, cuya nariz y pómulo prominentes contrastaban con la pequeñez

de sus chispeantes ojos claros. Una inevitable sonrisa no pudo ser disimulada

por todos los allí reunidos al contestar el saludo que a viva voz y dando un salto

efectuara el enigmático forastero. Instantes más y el recién llegado ensayaba

algunos arrimes y bochazos que desataron sonoras carcajadas imposibles de

reprimir. ¡Éste no funca!, comentaban con típica tonada cordobesa, convencidos

de la absoluta falta de idoneidad del gitano, mientras algunos, deseosos de

concretar apuestas le insistían con cierta vehemencia: ¿Por qué no le jugai a eso

do? ¿No será cuento de que tenís mucha guita? Los ojitos del gitano se fijaron

en los uniformados bochófilos destellantes de sapiencia. Quedó un momento

pensativo, extrajo de un amplio bolsillo un cúmulo de billetes de variados

colores y distintos valores, los que luego de acomodar volvió a guardarlos

cuidadosamente, y ante expectante silencio, murmuró: ¿Si me dan catorce y

vamos a quince?

Los oídos de Buchón, aguzados por lo que su visual había detectado,

escucharon la propuesta con perfecta exactitud y acercándose al gitano entabló

cordial conversación que pronto culminó en un total acuerdo: El partido se

realizaría a quince puntos, de los cua1es, la invicta pareja, otorgaba ocho de

ventaja. Como tantero, munido de abundante cantidad de ramitas de yuyos,

prolijamente cortadas y de distintas longitudes para la exacta mensura de

arrimes, se desempeñaría el Colorado Mendieta, de reconocida imparcialidad y

solvencia en el oficio, quien, a su vez, sería el receptor de las apuestas, razón por

la cual y en el acto, recibió del gitano mil pesos y sendos quinientos pesos de

Buchón y Viborita.

Al segundo, ya estaban los acicalados contendientes en el baldío, y el

policromo forastero, jugando con bochas lisas, proveídas por don Ruperto, fue

el primero en arrojar el bochín, que con exagerado impulso emprendió larga

trayectoria, deteniéndose en lejanas malezas que apenas lo hacían visible. ¡De

tiro largo el hombre!, comentó Viborita gesticulando.

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Ya iniciado el partido, fue atrayendo la atención de un público cada vez

más numeroso que festejaba los burdos movimientos y absurdas maniobras del

gitano en cada una de sus intervenciones. Pese a su notoria torpeza y ayudado,

tal vez, por extrañas invocaciones que realizaba sacándose el sombrero,

pronunciando palabras ininteligibles y sacudiendo su enorme cabeza en continuo

bamboleo, pudo obtener cuatro puntos a su favor en las dos primeras manos, que

con los ocho ya otorgados de ventaja, sumaron doce contra cero de los

invencibles. ¡Brujerías no!, gritó el Negro Buchón dirigiéndose al tantero, quien

adoptando una actitud ceremoniosa, advirtió al gitano sobre la improcedencia de

prácticas rituales en acontecimientos deportivos.

Hasta ese momento, ninguna apuesta se había efectuado entre los

concurrentes, quizás para no agraviar a la pareja entonces perdidosa y de quien

esperaban un necesario y rápido repunte. En la tercera mano, un certero bochazo

de Viborita le permitió anotar el primer punto con la consiguiente salida de

bochín a conveniente distancia para los invictos De allí en más, el partido

ofreció matices espectaculares. La amplia diferencia fue acortándose gradual y

matemáticamente y el avance numérico de los invencibles, de impecable justeza

en cada jugada, arrancaban aplausos y aclamaciones que aquéllos agradecían

levantando la diestra con íntima satisfacción. Así las cosas, los doce puntos del

gitano asumían carácter de inamovibles y definitivos.

-¡Voy media lucarda a Buchón y Viborita!

Esta primera apuesta venida de un mirón no fue aceptada por nadie, salvo

por el propio gitano que, lejos de sentirse abrumado, parecía gozar del juego en

sí, sin preocuparse por el resultado. Mendieta recogió el dinero apostado. El

partido seguía desarrollándose, y al final de cada mano, el tantero en voz alta

daba á conocer el puntaje. Gitano 12, Buchón y Viborita 9.

-¡Cien contra ochenta!

-¡Bueno! -contestó el Gitano, y nuevamente Mendieta recibió los billetes

de la apuesta.

Las indicaciones de Buchón para el juego de su compañero que ahora

lucía más tranquilo y sin gesticulaciones, denotaban sorprendente precisión:

¡Discartate por aiá y haceme el pique acá! Y el arte bochístico de Viborita

respondía con total acierto. Otras voces era el propio Viborita quien indicaba a

Buchón la forma de jugar, previo minucioso y prolijo estudio del terreno:

¡Negro, arrimá pero no me la livanté, tirala bolita!, y a tal pedido, excelente

ejecución.

-Gitano 12, Buchón y Viborita 12.

-¡Voy una lucarda contra media!, y la respuesta en la voz del gitano:

¡Bueno!

Las apuestas a favor de la invicta pareja se sucedían con acentuado ritmo,

y por supuesto, sólo el gitano las aceptaba. El diligente tantero, apremiado en la

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recepción, para su mejor cometido dispuso la habilitación de un amplio bolso, en

cuyo interior fue depositando el dinero con las consiguientes anotaciones que

iba consignando en un papel.

Los acontecimientos llevaban a los curiosos a sugerir al forastero las más

disparatadas jugadas.

-Chei, gitano getón, soi capá de pegarle si le tirai.

-Chantala, cabezón, ¡dejala mosca!

Desacertados bochazos lanzados con descomunales brincos y picando

siempre a larga distancia del blanco apuntado, eran motivo de estruendosas

carcajadas.

-Gitano 12, Buchón y Viborita 14.

-¡Voy dociento contra cincuenta!

-¡Bueno!

En el oeste, rejas de pinos aprisionaban los últimos vestigios de la tarde y

la penumbra acrecentaba la progresiva oscuridad.

Habrá que usa‟ foforitos pal bochín y la lámpara de don Ruperto pa‟ la

salida, destacó el tantero Mendieta. Pronto el luminoso artefacto fue trasladado

al lugar iluminando con total nitidez la raya marcada en el suelo. Al bochín, que

habla sido lanzado a corta distancia por Viborita, se le colocaron fósforos

encendidos en su parte superior, los que se iban renovando con la urgencia

requerida.

Reglamentarios pasos y formales advertencias de Buchón sobre llanos y

desniveles del piso, precedieron al arrime de Viborita que fue recibido con un:

¡‟Ta mamando!, rubricado con un estruendoso aplauso. Dos gigantescos pasos

del gitano lo permitieron bastante proximidad al improvisado lucerito, y previas

silenciosas y bien disimuladas invocaciones, estiró al máximo su cuerpo hacia

adelante arrojando su bocha al ras del suelo. Tras caprichosa trayectoria,

esquivando y embistiendo yuyos y basura, dio exactamente en pleno bochin que

impulsado por el impacto se desplazó a varios metros de distancia. A escasos

centímetros se detuvo también la bocha embistiente.

¡Le salió de zapaio!, murmuraron. Enseguida se colocaron nuevos

fósforos encendidos, ahora en bochin y bochas en juego. Prefirió Buchón

intentar el quite, reservando a Viborita para posible bochazo a larga distancia.

Efectuadas las convenientes observaciones del suelo y luego de importante

cambio de opiniones con su compañero, lanzó su bocha que en pausado

desplazamiento se acercó a pocos centímetros del bochín. Con expectante

silencio se aguardaba el resultado de la seria tarca del tantero en sus mediciones,

hasta que hizo el anuncio: ¡Gana la raia!

Tocaba su turno al gitano. Favorecido por la ya intensa penumbra,

realizaba grotescos movimientos y contorsiones que advertidos por Viborita,

determinó la seria intervención del colorado Mendieta imponiéndole corrección,

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cordura y respeto. Dos largos pasos, y la bocha arrojada por el gitano fue a

detenerse junto al bochín. ¡Gana y casi al mamo!, señaló el tantero.

Viborita, evidentemente preocupado y ya con rítmicas gesticulaciones, se

vio precisado a intentar un bochazo que pese a la distancia, dio débilmente en el

fosforescente blanco desplazando a la bocha ganadora. Nueva y sorprendente

jugada del gitano le permitió obtener un mejor arrime, confirmado por el tantero

tras prolija y eficiente mensura.

Cundía el asombro en la concurrencia y la nerviosidad en la pareja

invencible era notoria. De pronto, Buchón, consciente de su responsabilidad y

especulando con la ventaja que llevaban al ocasional adversario, maquinó una

jugada que de resultar exitosa culminaría con el triunfo. Detenidamente verificó

desniveles, constató obstáculos, aseguró distancias, exigió más fósforos

iluminando bochín y bochas en juego, y de inmediato se colocó en la raya de

salida. Con henchido pecho y elegante elasticidad, efectuó los dos consabidos

pasos e inclinándose en corto grado hacia el piso, impulsó la bocha en busca de

la meta deseada. La insólita trayectoria del esférico, consecuencia del efecto

otorgado, arrancó ruidosas exclamaciones cuando rozando con suavidad al

bochin, logró desplazarlo levemente alejándolo de la bocha lisa y acercarlo a la

rayada. Las mediciones del tantero concluyeron por señalar que los invictos

contaban con dos puntos. Ambas bochas ganadoras se encontraban separadas

entre sí por escaso centímetro y a cinco del bochín, y apenas un poco más

distantes dos lisas del gitano.

¡Voy por un asao bien rigao pa‟ cuarenta contra uno pa‟ veinte!, fue la

apuesta de don Ruperto, que no podía quedar ausente en la distribución del

importante y seguro botín.

-¡Bueno!

En un marco sombrío, la tenue luminosidad de los fósforos distribuidos

sobre los elementos en juego, otorgaba a la escena un escenario propicio para

exóticas prácticas litúrgicas, y allí el gitano, en continuo movimiento, comenzó a

emitir extraños sonidos guturales, mientras que con sombrero en mano levantaba

sus brazos en evidente actitud imprecatoria.

-¡Gualicho, no!, gritaron al unísono Buchón y Viborita.

-¡Hai de ser brujo!, exclamaban mirones sorprendidos.

La seria y oportuna intervención del colorado Mendieta llamando

enfáticamente la atención al gitano, evitó crecientes manifestaciones de

disconformidad, llevando calma y sosiego entre los asistentes.

Pronto y ante la inminencia del final, se repitieron jocosas indicaciones

para el gitano: ¡Chantala, brujo! ¡Dejala mosca, cabezón! ¡Aprovechá, tenís

chanta a tre!

En el lugar de salida, perfectamente alumbrado, el gitano se aprestaba

para lanzar el bochazo.

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-¡Si vai a chantá, salí de la raia y no hagái pasete! La decidida advertencia

del tantero, imponía someterse estrictamente al reglamento. La bota izquierda

del gitano pisó con firmeza la línea trazada en el sucio, y ante total silencio y

general expectativa, con tomado impulso arrojó el requerido bochazo. Un fuerte

y certero impacto entre ambas bochas rayadas de los invencibles, reemplazadas

en su sitio por la lisa proyectada en perfecta parábola, señaló los tres puntos

faltantes y su indiscutible victoria. Asombro, estupor, desconcierto y

exclamaciones enmarcaron la rápida aparición desde las sombras de un grupo de

gitanos que alzando en andas al vencedor, rodeó al tantero despojándolo del

bolso rebosante del producido de las cuantiosas apuestas.

Dos horas después, la noche plena ocultaba en el baldío la amarga

desventura de dos ídolos, y más allá, en fúlgida carpa de don Ruperto, cuarenta

gitanos, eufóricos y jubilosos, festejaban alborozados con el vencedor, tan

importante triunfo.

Al día siguiente, sorprendió a los habitantes del barrio, la fotografía de

aquel pintoresco personaje inserta en un conocido matutino cordobés con la

siguiente leyenda: “BUSCADO. Se solícita la colaboración de quienes pudieren

aportar algún dato sobre el paradero de Demetrio Romanhof, alias „Cabezón‟ o

„Gitano‟ o „El Brujo‟, ex campeón europeo de bochas en campo abierto, que en

1951 obtuviera el premio „Calo‟ en España y designado „El bochista del año‟,

célebre por sus bochazos a larga distancia, y que en la madrugada de ayer fugara

de un conocido nosocomio de esta ciudad, en el que se encontrara sometido a un

largo tratamiento, afectado de periódicas alteraciones síquicas. De mediana

estatura y cutis trigueño, calza botas negras, viste prendas de llamativos y

variados colores, y un aludo sombrero gris. Si bien no reviste peligrosidad, se

previene de que uno de los principales síntomas de sus desviaciones mentales es

hacer ostentación de gran cantidad de dinero consistente en billetes sin valor

alguno pero muy parecidos a los oficiales, los cuales, como la indumentaria, les

habían sido proveídos por indicación facultativa para estudio de sus reacciones.”

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El antecedente

La cena había concluido y la sobremesa se prolongaba en la atención de

los relatos de don Savino. Su pausada narración, con tono grave y mesurado,

imponía expectante silencio. Eufórico y chispeante, notaba el interés que había

despertado. Deslizó en el asiento levemente y hacia delante su abultada zona

glútea, recostó su amplia y gruesa espalda en el ancho respaldo de la silla en

cómoda actitud expansiva, y entornando nostálgicamente sus ojos, continuó

diciendo: ¡Pollazos como el que comimos nunca me faltaron en Los Maizales!

Gente buena y agradecida sabía reconocer mi delicada función de Juez de Paz

lego en aquella lejana población del noreste santafesino, y sin necesidad de

insinuaciones, mis reservas avícolas aumentaban diariamente sin tener que

recurrir a cluecas ni incubadoras.

Don Savino Gómez de Montalvo había pasado más de treinta años en el

ejercicio de su cargo, y su larga trayectoria en el desempeño de tan importantes

y variadas funciones que ello implicaba, lo convirtieron prontamente en

respetada autoridad. De trato cordial y afable, atendía con verdadera vocación de

juzgador cuanto pleito lugareño se le presentara, y sus conclusiones adquirían

carácter de cosa juzgada. Cierto es que conocía vida y hacienda de todos y cada

uno de los lugareños, y para ello no necesitaba indagar, toda vez que siendo

juez, le competían también las tareas de tablada y del registro civil. Ese cúmulo

de actividades, resultancia de tan alta investidura, lo constituyeron a través de

los años, en el hombre de consulta y consejero de toda la zona y sus palabras

adquirían matices sentenciantes.

Con tales antecedentes y ya jubilado, no podía menos que añorar su larga

permanencia en Los Maizales, y en reuniones con sus amigos en su ciudad natal

del sur santafesino, desgranaba recuerdos imborrables.

¡Hubieran visto al colorado patas amarillas con que se me apareció el

viejo don Otto el día de su casamiento! ¿Cómo no iba a estar contento el alemán

si con sus sesenta y un pirulos se la había conquistado nada menos que a la rubia

Clorinda con apenas veintiséis? Ése fue todo un acontecimiento, y mi despacho

se llenó de parientes, amigos y curiosos que siguieron atentamente la ceremonia.

Estallidos de cohetes, aplausos y largo sapucay, pusieron un sello autóctono a la

tan comentada celebración. ¡Para que festeje con su familia!, me dijo, poniendo

en mis manos al colorado gigante. ¿Y cómo iba a negarme, si al tantearlo le

calculé unos cuatro kilos y me lo imaginé sin plumas ni entrañas, doradito y con

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papas crocantes?

Don Savino hizo una pausa, y acomodándose nuevamente en su silla

mientras aceptaba un cigarro que le ofrecieron, continuó: Otro enorme colorado

patas amarillas, también me lo obsequió el alemán, cuando pasados unos meses

del casorio, se me apareció temprano en la oficina, y sacándose el sombrero en

respetuoso saludo, me dijo: ¡Para que festeje el nacimiento de mi primer hijo!

Sietemesino pero fuerte como si fuera de nueve! Lo llamaremos Bienvenido,

para que cuando grande comprenda con qué alegría lo esperábamos. ¡Así que

me lo anota nomás!

Agradecí la atención mientras le calculé algo más de cuatro kilos. ¿Al

recién nacido?, le preguntaron en la mesa. ¡No, al colorado gigante!, fue su

contundente respuesta y un poco molesto por la interrupción, continuó: Y así fue

nomás, que lo felicité al alemán don Otto, y de inmediato labré acta de estilo en

legal forma y la correspondiente anotación en la libreta de casamiento. En fin...

¡Lindos pollazos criaba ese alemán!

Don Otto había conquistado fama de hombre correcto y bondadoso.

Trabajador incansable, se esmeraba en la atención de una pequeña granja que se

destacaba por la uniformidad de su producción avícola, al punto que sólo criaba

pollos colorados patas amarillas que llamaban la atención por su desmesurado

tamaño, producto, sin duda, de una prolija selección de raza gallinácea, correcta

alimentación, y el riguroso y paciente cuidado que, sólo él, personal y

exclusivamente, tenía a su cargo.

Nueva pausa impuesta por una larga y profunda bocanada de humo del

aromático cigarro, y como viviendo el recuerdo, continuó: Y bueno, las cosas

siguieron normales, hasta que un día don Otto se me apareció entrando

violentamente a mi despacho, evidentemente alterado, dando un fuerte portazo y

sin sacarse el sombrero y sin compañía avícola alguna que anunciara su

sorpresiva presencia, exclamó: ¡Quiero que lo borre al Bienvenido!, y me arrojó

la libreta de casamiento sobre mi escritorio. Inmediatamente me incorporé, e

interpretando lo peor según costumbre, giros y términos pueblerinos, le tendí mi

diestra mientras le daba mis más sentidos pésames. ¡Qué pésames ni qué

pésames! ¡Quiero que me lo borre porque ése no es mi hijo!, gritó enfurecido.

¡No puede ser, don Otto! ¿Cómo lo sabe? Su respuesta fue inmediata y

contundente: ¡Porque de colorados no pueden salir pollos negros, y me ha salido

un hijo que cada día se pone más oscuro, más negro, y Clorinda y yo somos

bien rubios, totalmente rubios!

Me quedé un rato en silencio. Comprendí la enorme amargura del

hombre, y tratando de buscar una solución, le dije: A veces la naturaleza hace

cosas raras que uno no se puede explicar. Sería injusto que a Bienvenido, de ser

su hijo, usted le niegue la paternidad. Véngase esta tarde, como a la hora de la

oración, y tráigamela a Clorinda y a Bienvenido que les voy a hacer un análisis

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de ojo y así sabremos la exacta verdad. Ahora váyase tranquilo a su casa,

descanse, relájese, y después regrese con la seguridad de que el análisis de ojo,

para estos casos, nunca ha fallado. Don Otto quedó perturbado, me miró como

sin comprender, y después de breve silencio, se fue con un “hasta luego”, sin

estar plenamente satisfecho ni convencido.

Hizo otra pausa don Savino, aspiré profundamente el humo de su cigarro

moviéndose en su silla quejumbrosa, y ya acomodado, continuó: Se ocultaba el

sol tras el monte, cuando apareció don Otto trayéndola a Clorinda sollozando

con el bebecito en los brazos. ¡Adelante, adelante, por favor siéntense!, les dije.

Nadie hablaba, sólo el lloriqueo de Clorinda parecía acompasar al silencio

producido, y su rostro pálido hacía resaltar la piel morena de Bienvenido que

dormía profundamente en brazos maternos. ¡Bien morocho el bebecito!, pensé

para mis adentro.

Sentados, frente a mi escritorio, estaban expectantes esperando mi

proceder. ¡Veamos!, dije, y levantándome del sillón, tomé una gruesa lupa que

había conseguido para el caso, lo encaré resueltamente a don Otto acercándole

mi rostro al suyo hasta casi tocarlo con el vidrio aumentativo y lo miré fijamente

a los ojos. ¡Son claros, bien claros!, pensé. La seriedad del alemán imponía

actuar tranquila y pausadamente, mientras tanto, el hombre, inmóvil, parecía no

respirar. En un momento parpadeó. ¿Qué hace?, le dije, ¡mire fijo, con los ojos

bien abiertos, que el análisis no ha concluido! Un instante después, hice lo

propio con Clorinda. ¡A mí no me llore!, le grité, y con mis dedos presionaba los

párpados de sus grandes ojos verdes para que no se cerraran. Sus lágrimas caían

rítmicamente sobre mi camisa blanca, mientras su mirada me suplicaba

comprensión y amparo. ¡Ajá!, ahora quiero verlo al chiquitín. Aseguro que al

bebé ni le alcancé a ver los ojitos, pero fingí mirarlos atentamente. ¡Ya está!,

exclamé. ¡Análisis concluido, antecedente ubicado!, ¡Don Otto, quiero hablar

con usted a solas! Clorinda comprendió, y llevándose a Bienvenido, se retiró de

la oficina, no sin antes dirigirme suplicante mirada.

-¿Y qué me dice, señor Juez?

-Qué voy a decirle. ¡Le salió el antecedente!

-¿De qué antecedente me habla?

-¡De Bienvenido, hombre! ¡Era como lo había pensado!, a veces pasa, y a

usted le ha tocado. Del análisis de sus ojos y los de Clorinda, apareció una

sombra chiquita, muy chiquita, allá en el fondo, que seguro estaba aprisionada y

quería salir a la luz. Y bueno, allí la tiene, en el color de Bienvenido. Es el

antecedente negro de quién sabe cuánto tiempo atrás, tal vez siglos, imposible de

calcular, subsistente en generaciones sucesivas, y que justo en ustedes salió a la

luz. En una de ésas, a Bienvenido y quizás cuándo, le saldrá el antecedente

blanco que le vi bien clarito en sus ojitos. La naturaleza tiene esas rarezas. No se

extrañe don Otto, si en un tiempo no lejano, no se le aparezca en su granja algún

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antecedente de algún gallo o gallina que se anduvo mezclando años atrás con

alguna otra raza. ¿Acaso de la noche no sale el día y del día nace la noche? Don

Otto quedó un rato en silencio, luego caminó hacia la puerta, murmuró algo, tal

vez en alemán, que no entendí, y levantando su mano en señal de despedida

salió a la calle. Afuera lo esperaba Clorinda con su hijo en brazos, y así, juntos,

los vi alejarse confundiéndose pronto con la penumbra crepuscular.

Don Savino Gómez y Montalvo hizo nueva pausa, se incorporó no sin

gran esfuerzo, y ya erguido, invitó a llenar las copas, y levantando su diestra,

evidentemente emocionado, expresó: Amigos, esta tarde tuve la sorpresiva visita

de Clorinda Sutter de Huphesteim, lo hizo acompañada de su hijo Bienvenido,

un hermoso y bien morocho guricito de ocho años. Me trajo los cordiales

saludos de su esposo Otto, y cumpliendo con el deseo del matrimonio, me hizo

entrega de una jaula de madera que contenía un corpulento y gigantesco pollo

con una dedicatoria cuyos términos quiero compartir. Extrajo entonces una

pequeña tarjeta que guardaba en un bolsillo, y leyó: “Para nuestro siempre bien

recordado Juez de Los Maizales, merecedor de nuestra más alta estima y

gratitud, vaya este pollazo negro con patas amarillas aparecido como primer

antecedente en nuestra granja, testimonio indiscutible de su justo y certero

vaticinio. Clorinda y Otto. Febrero de 1977”. Acercó la copa a sus labios y

elevando el tono de su voz, exclamó: ¡Un brindis, por el antecedente... y por

ellos!

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Deportivo Amanecer Argentino

Aquel barrio del sur de esa modesta ciudad santafesina, se encontraba

convulsionado ante la proximidad del acto eleccionario de las autoridades del

Deportivo Amanecer Argentino, club nacido de sus propias entrañas cuando a

mediados de la década del cuarenta, en un lejano baldío, los pibes apuraban un

picadito con una pelota de trapo a puro gol y gambeta. Después de tantos años, a

fines de los sesenta, un coqueto y amplio estadio y una cómoda sede social, eran

testimonios elocuentes de prolija y eficiente administración de una comisión

directiva, que desde su origen y presidida por don Roberto Espaghetini contaba

de general beneplácito. Alto, delgado, prolijamente vestido, simpático y

dicharachero, Espaghetini, apodado cariñosamente “el flaco”, era sin duda su

alma máter, al extremo de que su reelección bienal -lapso estatutariamente

dispuesto-, se producía automáticamente ante la presentación de su sola lista a

elección. Obtenida la personería jurídica y la gran cantidad de socios con que el

club contaba, una nueva lista se presentó al acto eleccionario, de forma tal que,

la presidida por el flaco Espaghetini con el nombre de “Con la de trapo” -en

franca alusión al origen del club-, se convirtió en la oficialista, mientras que

“Con la de cuero” -ávida de una reestructuración y progreso en el área

deportiva-, pasó a ser la opositora. A ésta la encabezaba don Florindo

Mangiacane, el popular carnicero del barrio, bajo, gordo, de abultado y adiposo

abdomen, carismático convocante de la barra del club, a quien proveía de

excelente carne y chorizos con destino a un buen asado y a los riquísimos y

sabrosos choripanes de cada entretiempo en los partidos locales. Los magros

resultados en las confrontaciones futbolísticas que año tras año fueron llevando

al Deportivo Amanecer Argentino al fondo de la tabla de posiciones de la liga

departamental, eran las causales de su postulación, que su propia barra seguidora

traducía con su cántico en la tribuna: “Con la de trapo / la cola para rato / Con la

de cuero / la punta es lo primero”.

Los secretarios de prensa y difusión de ambas listas competían con

ingenio en las respectivas campañas proselitistas. En “Con la de trapo” tal

misión estaba a cargo del “gallego” don Manolo González del Huerto, rubio,

delgado, hábil y astuto comerciante del ramo deportivo, preparador de estribillos

y cánticos para alentar al equipo; y en “Con la de cuero” al “tano” Tonino

Pincirelli, de mediana estatura, con ampulosos anteojos de gruesas lentes

enmarcando su pálido rostro, que sorprendiendo por sus dotes oratorias

matizadas con un acento y tonada propias del norte italiano, era ampliamente

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conocido por sus interesantes tandas publicitarias de importantes marcas de

artículos deportivos, de los cuales obtenía abundante provisión de indumentaria

para las distintas divisiones del club. Y así, para uno u otro bando, las barras

competían con sus cánticos: “Con la de trapo / el domingo gana el flaco”,

“Flaco, ganaremos / a ese gordo choricero”; y la respuesta: “Con el gordo

choricero / el equipo irá primero”, “Gordo / al choripán / que le vamos a ganar”.

Esa puja preelectoral, rebasó ampliamente la frontera del barrio, convirtiéndose

en comentario de toda la ciudad, no sólo por el enfrentamiento de las barras sino

también por el reconocido prestigio de quienes encabezaban ambas listas

postulantes, de forma tal que, por sugerencia de un emisario transmisor de

inquietudes de las autoridades municipales, se reunieron ambos candidatos a

presidente con sus respectivos secretarios de prensa y difusión, y se llegó al

siguiente acuerdo: 1) Se declara la veda electoral a partir de la cero hora del

sábado y hasta la terminación de los comicios a realizarse el domingo a partir de

las 9.00 concluyendo a las 18.00. 2) Se acuerda que ambas listas cerrarán sus

campañas el viernes en la plaza del barrio, estableciéndose para “Con la de

trapo” el horario de inicio las 11.00 y para “Con la de cuero” las 18.00”;

contando a tal fin con el pertinente permiso municipal. 3) Estará a cargo de la

Comisión Directiva actual, proveer el sonido y escenario para los respectivos

oradores”. Ese viernes, en el lado este de la plaza, frente al nacimiento del

principal bulevar de la ciudad, una angosta tarima -facilitada al club por

“lombriz Pimienta”, martillero del barrio y que utilizaba para sus remates-, y los

equipos sonoros de la entidad estratégicamente distribuidos, determinaban el

lugar de realización. Exactamente a las 11.00, ante una verdadera muchedumbre

agolpada frente a la tarima, ascendió a la misma don Manolo González del

Huerto; que en fluida improvisación, destacé las importantes obras realizadas

por la administración de las sucesivas comisiones directivas que siempre

presidió don Roberto Espaghetini, quien no sólo le dio estructura y personalidad

jurídica al club, sino que también un amplio y coqueto estadio y una cómoda

sede, orgullo del barrio que lo vio nacer. Y tras esos elogios, anunció la

presencia del principal orador, candidato a presidente por un nuevo período:

“nuestro querido flaco, el dinámico don Roberto Espaghetini”. Producido el

ascenso de los tres peldaños al piso de la tarima, una verdadera ovación le dio la

bienvenida, mientras la barra acompasaba con bombos el grito de “Flaco /

querido / el pueblo está contigo”. En fervoroso discurso, fue detallando

vicisitudes, aciertos y logros alcanzados en su administración, todo lo cual era

rubricado con estruendosos aplausos de los entusiastas asistentes. Al finalizar el

acto y al grito de “Y ya lo ve, y ya lo ve / gana el flaco otra vez”, la

desconcentración se hizo pacíficamente, dejando una sensación de seguro

triunfo en las elecciones del domingo. El éxito alcanzado en el cierre de

campaña de “Con la de trapo”, fue motivo de elogiosos comentarios en toda la

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ciudad, y un serio compromiso para “Con la de cuero” que lo debía superar o

por lo menos llegar a igualarlo. Y ya antes de la hora programada para el inicio

del acto, un verdadero gentío se fue concentrando en el lugar señalado dentro de

la plaza, cuando siendo exactamente las 18.00, por los altavoces se anunciaba la

iniciación del acto y el inminente uso de la palabra del conocido y talentoso

“tano”, don Tonino Pincirelli. Fue entonces que, irrumpiendo entre la multitud;

dando saltos con agilidad propia de un felino y vestido con los colores del club -

un tenue rosado con trasfondo azul cielo salpicado por punzante amarillo solar-,

cuando apareció el mentado tano que trepándose a la tarima levantó sus brazos

en señal de salutación. Al grito de “Con el tano Tonino/ el equipo está vestido”

le dieron la bienvenida mientras los vítores y aplausos se fueron acallando para

no perder una palabra de su brillante alocución. Se explayó el tano, con su

acentuada pronunciación y tonadita de la alta Italia que lo caracterizaba,

destacando que lo que estaba a la vista en el club, marcaba una brillante

administración propia de una empresa, pero carente del necesario espíritu

deportivo, principal objetivo de la creación del querido Amanecer Argentino.

“Estamos haciendo un gran cuerpo pero nos olvidamos del alma, porque eso es

lo fundamental, el alma es el deporte, el alma es el equipo, el alma son los

muchachos transpirando estos colores que llevo puesto reflejando el nacimiento

de un club deportivo, orgulloso de ser argentino”. Esas palabras hicieron vibrar a

la concurrencia con vítores y aplausos, los que se volvieron a repetir cuando el

tallo hizo la presentación del candidato a la presidencia de “Con la de cuero”, ya

que acercándose al micrófono, respirando profundo y levantando el tono de su

voz para hacerse más audible, expresó: “No quiero seguir entreteniéndolos con

mis simples argumentaciones en pro del voto de la lista que integro, porque ha

llegado el momento de invitarlos a escuchar nada menos que al verbo incisivo,

lacerante, contundente y urticante de nuestro candidato a presidente, don

Florindo Mangiacane”, y bajó apresuradamente los tres peldaños para que aquél

ascendiera. El gordo, que estaba expectante, intentó subir con rapidez, pero tuvo

que desistir y hacerlo lentamente ya que su enorme peso hizo tambalear a la

débil estructura de madera de la tarima. Llegado a la entrada del habitáculo,

quedó perplejo al comprobar que el ancho de su barriga superaba a aquélla, por

lo que se detuvo y en un intento desesperado respiró hondo, contrajo su vientre

al máximo y puesto de perfil, avanzó lentamente hasta alcanzar la firmeza del

suelo de la tarima donde logró ponerse de frente. Una prolongada ovación lo

recibió mientras la barra repetía: “Con la de cuero / la punta es lo primero”,

“Gordo / querido / aquí estamos tus amigos”. Visiblemente emocionado por las

palabras del tano y el recibimiento de los presentes, levantó sus brazos

saludando, se acercó en lo que pudo al micrófono cuyo pie era empujado por su

abultado vientre, y acompañando sus palabras con el impulso de su cuerpo,

empezó diciendo: “Convecinos, amigos, entusiastas socios y simpatizantes de

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nuestro querido club Deportivo Amanecer Argenti...”, y allí, al acentuar al

máximo la i de la última sílaba pronunciada que acompañó con un envión de su

gruesa humanidad, tambaleó hacia delante la estructura de la tarima,

precipitándose al suelo con violenta estridencia ante la mirada azorada de los

concurrentes. Asombro y silencio total. De inmediato, gente tratando de auxiliar

al caído que afortunadamente no tuvo mayores consecuencias, sólo algunos

leves hematomas pero que a viva voz alcanzó a señalar: “¡Esto fue preparado

por la contra poniendo una tarima angosta exclusiva para flacos!”. Minutos más

tarde, la desconcentración, con un sabor amargo traducido en el cántico de la

barra: “Gordo / coraje / que a esos vivos les ganamos / y le damos bruto raje”.

En el matutino del sábado, como portada, la fotografía del gordo Mangiacane

precipitándose con la tarima ante una multitud, y en el comentario, no se

descartaba la posibilidad -señalada por el mismo perjudicado-, de haber sido

urdido por integrantes de la lista contraria con la colaboración del proveedor del

artefacto. Con ese clima hostil, lleno de sospechas y notoriamente tenebroso, se

arribó al domingo. A minutos del inicio de los comicios, ya en las calles se

observaba asociados del club transitando hacia la sede, llamando la atención un

grupo numeroso que se desplazaba en total silencio -respetando la veda

electoral- con paso firme y acelerado. A su frente, enérgico y visiblemente

nervioso lo hacía el gordo Florindo Mangiacane con el tano Tonino Pincirelli, y

junto a ellos los demás miembros de la comisión directiva opositora, a quienes

acompañaban integrantes de su inseparable barra.

Mientras iban arribando a destino, se fueron agregando más asociados, y

ya al llegar, los sorprendió el portal de acceso a la sede herméticamente cerrado

con una leyenda de amplios caracteres. Súbitamente se acercó el tano y en voz

alta leyó: “Visto y considerando los lamentables hechos ocurridos el viernes

ppdo., que son del dominio público y que llenó de congoja no sólo al

damnificado, ilustre candidato a la presidencia de la institución don Florindo

Mangiacane, sino también a todos los asociados de la misma, esta Comisión

Directiva por unanimidad, RESUELVE: 1) Adherir a la congoja del muy

estimado consocio don Florindo Mangiacane y a la masa societaria en general

por el hecho comentado. 2) Consecuente con tal adhesión, se procede a retirar

del acto eleccionario la lista conformada por esta misma comisión para su

reelección rotulada “Con la de trapo”. 3) Atento lo dispuesto por el art. 23 inc.

b) de los estatutos y quedando una única lista postulada con el nombre de “Con

la de cuero”, ésta queda consagrada automáticamente para regir los destinos del

DEPORTIVO AMANECER ARGENTINIO desde el primero de Enero de mil

novecientos sesenta y nueve al 31 de Diciembre de mil novecientos setenta. 4)

Reiterar todo ofrecimiento de colaboración de esta Comisión Directiva saliente a

la nueva, con la seguridad de una fraternal y amistosa convivencia para bien de

la Institución.” Firmado Roberto Espaghetini (Presidente) y siguen las firmas de

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todos los miembros de la comisión. Tras la lectura, un largo silencio, miradas

profundas y una voz lejana que fue subiendo en intensidad hasta convertirse en

vehemente e impetuoso coro de todas las barras del club: “Mejor / mejor / el

gordo con el flaco / un solo corazón”.

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La visita

¡Por fin le taparé la boca a ese agrandado de Jacobo! Así se repetía

Nazareno Cardellino mientras se paseaba impaciente por la espaciosa galería de

su casa, ubicada en la zona rural de aquel pueblo santafesino limítrofe con la

provincia de Córdoba. Y no era para menos, ya que Jacobo Ribienski, aquel

vecino dueño del campo lindante al suyo, que había emigrado a la gran ciudad

cabecera del departamento, le había comunicado por intermedio de su tambero

mediero, que esa tarde lo visitaría. ¡Cinco años de ausencia sin tener noticias y

ahora me anticipa su visita! Para colmo estoy solo, mis familiares salieron para

el pueblo y demorarán en volver. ¡Seguro que algo se trae, enrostrándome su

progreso y poderío económico para que yo piense qué grande es! Siempre fue

igual: para él su hacienda la mejor de la zona, su tambo el más moderno y mejor

equipado, su campo el más fértil y prolijamente cuidado, su tambero y peones

los más diligentes y eficaces, y en cuanto a maquinarias y demás enseres para

las faenas rurales, siempre hacia notar que eran de última generación, de óptimo

rendimiento. Y ni hablar de su automóvil: un cero kilómetro cada dos años,

porque para él, el vehículo particular debe reflejar el dinamismo, prestancia y

modernidad propios de su dueño. Me parece escucharlo: ¡Hay que renovarse!

¡Terminemos con lo viejo, hay que adaptarse a lo moderno, vivir estos nuevos

tiempos! Claro está que Jacobo Ribienski no sólo contaba con los réditos de su

explotación tambera, sino que además su nata predisposición para el comercio,

lo hacia participe de suculentas ganancias que le aportaban las numerosas

acciones de las que era poseedor en distintas sociedades anónimas de reconocido

prestigio. Con tal nivel económico engarzado a su notorio ego, propició al

personaje altivo y soberbio, crítico mordaz y a la vez consejero que, en la

evidente humildad de Nazareno, creaba una especie de resistencia y alerta

defensiva hacia su persona. Por eso, ante su inminente visita, estacionó su

hermoso automóvil de reciente adquisición, usado luciendo a nuevo, cruzándolo

frente a la tranquera de acceso al patio de la casa para que no pasara inadvertido

al visitante, con evidente propósito de anticiparle su modesto progreso sin los

alardeos de superioridad a los que aquél estaba acostumbrado. Y fue en ese

momento de íntimas cavilaciones, cuando el acelerado rugido de un motor le

anunciaba la llegada de Jacobo. Un impecable y lujoso automóvil se detuvo

frente a la tranquera, la que Nazareno abrió mientras su conductor le levantaba

su diestra en efusivo saludo. ¡Me alegro que te estés modernizando!, fueron sus

primeras palabras mientras señalaba al automóvil de Nazareno. Fijate, Naza,

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como son las cosas, estuve en la concesionaria “Canje S.A.” de la que soy

accionista, y allí me enteré que el usado que yo había dejado como parte de la

diferencia de precio por este cero kilómetro que me quedó en pago de mis

dividendos, lo habías comprado vos, por lo que no dudé en traerte

personalmente los papeles de transferencia a tu nombre y felicitarte por tu

flamante adquisición. Ante la sorpresiva novedad del origen de su automóvil,

Nazareno tembló, y mientras recibía los papeles que le entregaba hacía lo

imposible para disimular el impacto emocional producido por esa inesperada

revelación que una vez más alimentaba la megalomanía de Jacobo. Poco tiempo

duré su visita por cuanto éste, aduciendo múltiples compromisos con conocidas

personalidades, se retiró raudamente dejando una espesa estela de polvo como

señal de despedida. Mientras el automóvil de Jacobo se alejaba Nazareno posó

su mirada en el suyo, vio en él la figura de Jacobo, soberbio, arrogante,

inmodesto, altanero, corrió hasta el galpón, buscó un bidón con nafta con la que

lo roció completamente y al grito de ¡No quiero su migaja! prendió un fósforo y

decidido, sin titubeos, se lo arrojó.

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Gran baile gran

Hacía poco tiempo que había cumplido con el servicio militar y desde mi

regreso aún no había pensado integrar algún conjunto musical, Esa tarde de

enero de 1947 me encontraba en una estación de servicio cercana a mi domicilio

en esta ciudad del centro oeste santafesino. De pronto arribó al lugar un ómnibus

mediano con amplios rótulos en ambos costados, con la leyenda “ORQUESTA

TODO RITMO”. Su conductor, hombre joven y dinámico, después de saludar al

empleado y darle las indicaciones sobre el combustible a cargar, averiguó sobre

la distancia al paraje “Ñandú Clueco” en la provincia de Santiago del Estero,

lugar en que esa noche, según dijo, debía actuar la orquesta que transportaba.

“Ñandú Clueco, Ñandú Clueco”, claro, pensé, si en esas gigantescas aves, son

los ejemplares machos los que construyen el nido, incuban y cuidan a los

polluelos. Vea, señor, debe estar a unos 250 Kms. hacia el noroeste, cercano al

limite con la provincia de Santa Fe, por camino de tierra, contestó el empleado,

mientras bajaban del ómnibus integrantes del conjunto, luciendo un colorido y

pulcro uniforme. Ya veo, dijo uno de ellos, evidentemente preocupado,

llegaremos casi sobre la hora de actuación, y para colmo con un músico menos.

¡Se nos viene a descomponer el acordeonista justo a la terminación del baile de

anoche y tuvimos que dejarlo en Rosario para su atención! Y bueno, comentó el

empleado, si de acordeonista se trata, aquí tiene uno que tal vez pueda sacarlos

del apuro. Me miraron como analizándome de píe a cabeza, y como queriendo

entrar en confianza uno de ellos que se presentó como director, se me acercó y

me hizo unas preguntas con la intención de sacar alguna conclusión sobre

idoneidad, repertorio, lectura y posibilidad de reemplazar al ausente por esa sola

noche, agregando que su ropa me quedaría “chanta” y que después de la

actuación volverían a pasar por este mismo lugar y me dejarían. Lo cierto es

que, a la media hora del trato, me encontré en el ómnibus con mi acordeón,

luciendo el uniforme del conjunto y observando las partituras que tendría a mi

cargo en la actuación. Durante el viaje pude alternar con mis ocasionales

compañeros de orquesta, conocer los apodos con que se los identificaban y

algunas de sus anécdotas que por supuesto todos festejábamos. Entre ellos, el

baterista, el más bajito de todos, apodado “Enano eléctrico”, era el más

dicharachero, jovial y movedizo, y que rodeado de todos sus enfundados

instrumentos de percusión, sólo hacía visible su desmesurada cabeza en

continuo movimiento con un chispeante y alegre parloteo. Y fue el mismo

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Enano eléctrico quien adelantó mi apodo de “Parche instantáneo” porque había

tapado urgentemente el agujero que en la orquesta dejó el acordeonista ausente.

Así las cosas, el anochecer nos encontró entrando a la Provincia de Santiago del

Estero, y a unos 50 Kms. del paraje “Nandú Clueco”. ¡Paramos aquí unos

minutos!, dijo el director, mientras el ómnibus entraba en una estación de

servicio. Bajamos y lo primero que vi fue un llamativo afiche, anunciando:

“GRAN BAILE GRAN. En paraje ÑANDÚ CLUECO, PISTA EL

ÑANDUCITO de los Hnos. Argañeraz. El 18 de enero de 1947, desde las 21,

con la actuación estelar del renombrado conjunto orquestal TODO RITMO de la

provincia de Buenos Aires, que dirige el maestro AMÉRICO LUCARDI, con su

cantor ALBERTO HERALDO y el dinámico baterista “ENANO ELECTRICO”.

Habrá venta de tamal, empanada, humita y patay”.

Después de pasar por los sanitarios, el director nos condujo a un pequeño

comedor anexo a la estación, donde comimos algo rápido matizado con alguna

cervecita, y prontamente subimos al ómnibus ya que, dada la hora, distancia y

camino, llegaríamos con el margen justo para la instalación de los equipos

sonoros y todo el instrumental para la actuación. Eran aproximadamente las 20

cuando bajábamos del vehículo frente a una pista cuyo portal estaba cubierto de

leyendas alusivas al baile, y un señor morocho, que dijo llamarse Zenón

Argañeraz, se adelantó para darnos la bienvenida e invitarnos a entrar.

Quedamos sorprendidos por la amplitud del lugar bailable, bordeado de altos

árboles y espacio suficiente para mesas y sillas, todo con perfecta luminosidad.

En la parte media de uno de los costados y a un metro, aproximadamente, de

altura sobre el piso, lucía un improvisado escenario con bastante frente y

profundidad que permitiría una cómoda actuación, y en su costado derecho, una

insólita novedad: un corralito que encerraba a un ñandú de una altura

aproximada de un metro y medio y al que le calculé unos treinta y cinco kilos.

¡Claro, es el símbolo viviente que da nombre al paraje y a la pista!, exclamé. Y

recordando algo sobre fauna argentina que estudié en el secundario, agregué:

Por su color de plumas, gris oscuro, se nota que es un ñandú macho ya adulto,

ave zancuda, corredora, muy veloz, suele ser dócil pero si se la molesta puede

tornarse agresiva y peligrosa. Bueno, bueno, comentó el petiso “Enano

eléctrico”, éste además de parche que tapa el agujero que dejó el ausente, te

sacude el bocho y te pone otro en el vacío que te deja la ignorancia, pero por la

facha de dormido que tiene este bicho patas largas y puro ojos, ¡qué ya a ser

peligroso si pinta más tranquilo que agua de estanque!

Conforme nombre y modalidad de la orquesta se fueron sucediendo toda

clase de ritmos, que incluían pasodobles, corridos, rancheras, milongas, valses,

choritos, sambas, marchiñas, tangos y las infaltables chacareras y zambas que

pañuelo en mano de los bailarines parecían colorear la pista. A mi lado, Enano

eléctrico, verdadera atracción en el espectáculo, fue atrayendo gente frente al

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escenario que aplaudía sus extravagancias rítmicas cada vez más espectaculares.

Ya habla transcurrido más de la mitad del baile que concluiría a las tres de la

mañana, cuando en uno de los finales con vibración de platillos producida por el

fuerte golpe que reciben de palillos, ensayó hacerlo, estirando al máximo sus

brazos contra la cabeza del ñandú que dormitaba en su corralito. Lo hizo con

tanto acierto y exacta puntería, que el ñandú bamboleó su testa, abrió sus

grandes ojos, levantó sus pequeñas alas y con un ronroneo extraño quedó

mirando largamente al inesperado agresor. De allí en más, esa primera

experiencia rubricada con estruendosos aplausos, fue reiterada y ensayada por el

Enano eléctrico en toda oportunidad que el tema musical lo permitía, a punto tal

que, el director, viendo el éxito y aplausos que aquél arrancaba, seleccionaba

composiciones con ritmo movido, ágil y brillante para su lucimiento, ahora con

el agregado de un artefacto rítmico inusual: la testa del ñandú. No olvido,

cuando casi concluyendo el baile, hubo un recitado del cantor en que el enano

debía hacer un largo “rulo in crescendo” con un final de platillo, que el baterista

aprovechó para hacer esa dinámica y veloz repetición y alternancia de golpes

con ambos palillos en sendas manos sobre el redoblante, reemplazando a éste

por la misma cabeza del ñandú que la fue inclinando paulatinamente, soportando

el embate y haciendo perceptible su disconformidad mediante el grave ronroneo

muchas veces reiterado a lo largo del bailable. De más está decir, el éxito

coronado con gritos de aprobación, aplausos y vítores del público al terminar el

espectáculo, con especial lucimiento de su estrella rítmica, el Enano eléctrico,

que adelantándose al frente del escenario se inclinaba agradeciendo mientras con

su diestra señalaba a su colaborador, el indefenso y martirizado ñandú que, preso

en su corral, parecía mirarlo en tinieblas, con un solo ojo abierto y en continuo

ronroneo.

¡Nunca había vivido una experiencia como ésa! Resulta que ya la gente

prácticamente se había retirado, eran como las tres y media. Sólo quedábamos

nosotros guardando los instrumentos y sacando los equipos sonoros, los mozos,

los hermanos Argañeraz, y algún otro personal de limpieza. Por supuesto que el

más retrasado era el petiso con su enorme cantidad de artefactos que llevaba y

que ocupadísimo les iba colocando sus respectivas fundas y apilándolos

cuidadosamente para mejor trasladarlos al ómnibus. De pronto, un ruido

ensordecedor nos hizo mirar hacia el corralito. ¡La puerta se abrió ante la

violencia de dos golpes del pecho del ñandú contra el lugar preciso de su atadura

que saltó hecha pedazos! ¡Cuidado el ñandú!, fue el grito de los allí presentes. Y

cosa de no creer: El bípedo, con descomunales zancadas, sus atrofiadas alas

paraditas y pico entreabierto, lo encaró al enano que viéndolo venir, salió

corriendo como liebre que la corren los galgos y se metió entre las sillas,

mientras el ñandú, en continuo zigzagueo volteaba mesas y sillas en busca de su

presa. Caían mesas, volaban sillas, botellas y copas, y el enano corriendo

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desesperado y el ñandú patas largas persiguiéndolo enfurecido, Zenón

Argañeraz trató de interceptar al bípedo pero lo único que consiguió fue

demorarlo un poco, lo que el enano aprovechó para salir huyendo de la pista y

refugiarse en el ómnibus cercano a la salida que afortunadamente tenía la puerta

sin llave. Detrás de él y ya casi alcanzándolo, el ñandú con sus largas zancadas.

El petiso cerró la puerta, aseguró su cierre, y se sentó en un asiento trasero,

mientras que el ñandú, ante la imposibilidad de entrar, empezó a dar vueltas

alrededor del ómnibus con su cabeza en alto mirando a través de los vidrios de

las ventanillas. Le pareció ver al enano en uno de sus asientos y empezó a

golpear el vidrio con su largo pico, mientras que adentro, el Enano eléctrico

acurrucado invocaba a todos los santos para salvarse. Por fin, entre los hermanos

Argañeraz y un mozo, pudieron contener al ñandú, atarle el pico y patas y

llevarlo nuevamente al corralito donde después de largo rato lograron calmarlo y

liberarlo de sus ataduras. Habrán sido las cinco de la madrugada cuando salimos

de Ñandú Clueco, y durante el trayecto se comentaron todas las alternativas de

la actuación y en especial lo del bípedo zancudo y su reacción ante el castigo.

Enano eléctrico no hablaba, diría que quedó mudo, pensativo. Cuando me

dejaron en la estación de servicio cercana a mi domicilio, los demás integrantes

de la orquesta se despidieron con un “siempre te recordaremos como la noche

del ñandú”. Levanté mis brazos y los estreché sobre mi pecho para mandarles un

abrazo. Ya el ómnibus en movimiento, apareció en la puerta el petiso Enano

eléctrico al grito de: “Parche instantáneo, tenías razón, el ñandú se pone agresivo

y peligroso si lo molestan”. Con una señal de abrazo y apretón de manos, me

alejé pensando en las cosas lindas que uno aprende con esta profesión de músico

y sobre todo, ¡cuántos amigos agregamos para disfrutar la vida!

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Radio clandestina

¡Adiós descanso si Novelita llegara a compartir nuestra pieza! ¡Imposible

soportarlo! ¡No nos dejaría dormir tranquilos! ¿Qué espera el director para

despedirlo? Así razonaban René y Femando esa tarde de enero, mientras se

dirigían al último y muy especial ensayo de la semana previa al viaje. No era

para menos, la orquesta había sido contratada para actuar durante quince días

seguidos en el hotel más lujoso, en plena temperada veraniega, de uno de los

balnearios más concurridos de la costa atlántica. Por fin se habían dado las

circunstancias propicias para esa contratación que imponía sumo cuidado en la

elección de un repertorio adecuado a interpretar durante la cena y otro

exclusivamente bailable para el trasnoche. Los nueve músicos que integraban el

conjunto, incluyendo director y cantor, se habían comprometido a dar lo

máximo de sí toda vez que de tener el éxito esperado, se les abrirían

posibilidades de futuras y bien remuneradas contrataciones, con incursiones

radiales y posibles grabaciones que para una orquesta santafesina, lejana del

centro que posibilita llegar a la fama, constituía, en esa época de fines de la

década del setenta, una inmejorable y brillante oportunidad. Y así fue que el

director, concluido el exigente ensayo y con la satisfacción por el ajuste,

afinación y matices obtenidos en cada una de las interpretaciones, conversó

sobre las cláusulas contractuales y el desempeño esperado de todos los

integrantes del conjunto. Recalcó sobre la modalidad de las actuaciones, sus

horarios y descansos, e hizo especial mención del alojamiento para todos los

integrantes de la orquesta, en tres habitaciones contiguas para tres personas cada

una, con todos los servicios propios de un hotel cinco estrellas. Esta última

acotación, produjo la lógica inquietud de los músicos en saber con quiénes y en

qué pieza se alojaría Cholo Giménez, alias “Novelita”, el baterista, famoso por

permanecer despierto durante horas en su cama repitiendo cuentos y novelas de

diaria transmisión radial, sin dejar descansar a sus compañeros de pieza, todo lo

cual tenían comprobado hasta el hartazgo durante las diversas giras realizadas

por el conjunto. Se optó, entonces, por dejarlo librado a un sorteo, llenando tres

tarjetas con las respectivas letras de A, B y C en alusión a cada una de las piezas

que ya contenían el nombre de dos de los músicos. Se le invitó al mismo

Novelita para la extracción de una de las tarjetas, cosa que hizo y entregó al

director que leyó: “pieza C”. Consecuentemente, sus compañeros de dormitorio

serían el cantor Femando y el pianista René, y en cuanto a las otros dos, se

integraron con cualquiera de los músicos faltantes por cuanto para ellos no había

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reparos en la elección. ¡Estaba escrito, nos viene a tocar justo a nosotros!,

exclamaron Femando y René, nerviosos y fastidiados ante la irónica sonrisa de

los restantes integrantes del conjunto. Despejada esta última inquietud, se

dispuso partir al día siguiente, viernes, muy temprano para cubrir esos casi dos

mil kilómetros de distancia al lugar de llegada, toda vez que el sábado sería la

primera actuación. Todo transcurrió en forma absolutamente normal, hasta se

diría entretenida por los continuos parloteos de Novelita, que durante el viaje, no

dejó de narrar e imitar voces radiales de intérpretes de novelas en boga, con el

consiguiente comentario de algunos integrantes del conjunto que ya

compadecían a Femando y René por lo que les esperaba.

La primera actuación fue muy bien recibida no sólo durante la cena, sino

también en el bailable del trasnoche que resultó todo un éxito. Femando y René

se habían ocupado de insistir ante Novelita de la necesidad de permanecer en

silencio en las horas de descanso, cosa que para ellos venía cumpliendo muy a

pesar suyo. En su desesperación por no poder explayarse a voluntad, Novelita

calculaba el tiempo que demandaría, después de apagada la luz, para que sus

compañeros de pieza quedaran profundamente dormidos, y así comenzar con sus

imitaciones que sólo él se festejaba. Así transcurrió durante la primera semana,

con general beneplácito por las actuaciones brillantes de la orquesta, y por otra

parte, por el elogioso comentario que Femando y René hacían a sus otros

compañeros de orquesta, respecto al acatamiento de Cholo al insistente pedido

de no perturbarles el reparador descanso. El sábado siguiente, el pianista René,

tras el bailable, se sintió un tanto descompuesto pero nada dijo estimando que al

dormirse todo pasaría. Ante tal imprevisto, los cálculos de Novelita fracasaron,

por cuanto al comenzar su parloteo, René estaba todavía despierto. No podía

creer lo que estaba oyendo: el capítulo número nueve del “León de Francia”, una

novela que había sido éxito radial mucho tiempo atrás en una emisora rosarina.

Se mordió la lengua para no hablar, aguantó sorprendido largo rato, y en plena

oscuridad y sin hacer ruidos, intentó acercarse a la cama de Fernando que estaba

profundamente dormido, pero justo en ese momento Novelita se despedía hasta

el capítulo siguiente. Volvió sigilosamente a su cama y sin dejar de pensar en la

manifiesta obsesión narrativa del baterista, paulatinamente pudo conciliar el

sueño. En la mañana del domingo, durante el desayuno, nada dijo sobre lo

ocurrido hasta que, en un aparte con Femando, le comentó la experiencia vivida.

¡No puedo creerlo, esta noche fingiré estar dormido y comprobaré

personalmente lo que decís, pero por ahora nos mantendremos en silencio, como

si nada hubiera pasado!, exclamó Fernando visiblemente nervioso. Las

actuaciones de ese día se sucedieron como de costumbre, exitosas y aplaudidas.

A las cuatro de la mañana del lunes, se apagó la luz en la pieza. René y

Femando fingían dormir, y como a la media hora, Novelita comenzó el capítulo

diez del “León de Francia”. ¡Extraordinario! ¡Sorprendente! Parecía el aparato

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de radio prendido en la pieza. a esa hora de la noche en plena transmisión de la

novela, cuyas voces de los actores resultaban perfectamente imitadas. Por fin se

despidió hasta el capítulo siguiente. Dejaron pasar todo, en consensuado y

absoluto silencio. Durante la mañana cambiaron opiniones sobre la estrategia a

seguir. Lo primero que se impusieron fue no hacer comentarios sobre lo

sucedido para evitar las burlas de los otros compañeros por los reiterados elogios

que les hicieron sobre el acatamiento de Cholo a los insistentes pedidos de

dejarlos reposar tranquilos. En cuanto a lo demás, después de pensarlo y

debatirlo, y antes de tomar una medida drástica, consideraron oportuno hablarle,

hacerle notar que habían descubierto su transmisión a altas horas creyéndolos

dormidos, y que tratando de persuadirlo que desistiera de ese molesto capricho

le impondrían de que se trataba de la última y definitiva advertencia. Así fue

como con suma seriedad y muy tranquilo, Novelita escuchó los airados

reproches de sus compañeros de pieza, ante quienes se comprometió

formalmente no defraudarlos en lo sucesivo y acatar puntualmente todas y cada

una de sus justificadas quejas.

Después de las actuaciones, volvieron a la pieza y tras apagar la luz, René

y Fernando que la noche anterior prácticamente no habían descansado, al poco

tiempo quedaron profundamente dormidos. Cuando despertaron, era la hora del

desayuno y con la tranquilidad de que Cholo, por fin, los había comprendido

dejándolos reposar, se reunieron con todos los integrantes del conjunto.

Osvaldo, el director, se les acercó diciéndoles que después del desayuno quería

hablarles a solas a los tres ocupantes de la pieza. Preocupados, esperaron el

momento y por fin fueron impuestos del motivo de la convocatoria. ¡No puede

ser, que el conserje del hotel, me llamara la atención porque algunos de los

turistas alojados, se le hayan quejado de que en la pieza de ustedes a altas horas

de la noche tengan la radio prendida a todo volumen escuchando transmisión de

novelas, con el agravante de que anoche lo hicieron como a las seis de la

madrugada!, exclamó Osvaldo visiblemente irritado. Sorprendidos Femando y

René quedaron sin palabras, sólo atinaron a mirar fijamente a Novelita que

bajando la vista fingió no sentirse bien, pidió disculpas y se retiró. A solas con el

director, no tuvieron otra alternativa que explicarle todo lo sucedido, agregando

que pondrían en práctica alguna contundente y drástica medida. Osvaldo quedó

en hablar con el conserje para hacerle comprender que no podía ser la radio

transmitiendo novelas a esas horas de la noche, que tal vez se trataba de un

error.

Las actuaciones de ese día fueron matizadas por la curiosidad de los

compañeros de orquesta tratando de averiguar qué había pasado con el director.

Para colmo, un apagón, el tercero desde que llegaron, imponía el encendido de

las luces de emergencia quitándole brillo al espectáculo. Radios clandestinas de

aquella época, adjudicaban el corte del fluido eléctrico a un movimiento

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autollamado de liberación.. Mientras tanto, en la mente de René y Fernando se

estaba gestando las drásticas medidas a tomar contra el ya declarado sedicioso

compañero de pieza. Y fue el ultimátum: 1Si esta noche intentás transmitir el

capítulo del “León de Francia”, vas a sentir el rigor del fuego cruzado! Las

cuatro de la mañana del día miércoles, en la pieza se apagó la luz. Femando y

René, ambos con los zapatos en las manos quedaron bien despiertos para que, a

la primera palabra pronunciada por Novelita, éste recibiera, desde la corta

distancia en que se encontraban las camas en ambos opuestos costados de la

habitación, fuertes y contundentes impactos cruzados lanzados con toda

violencia. Así permanecieron, se diría agazapados, con sus zapatos en posición

de tiro, como esperando al enemigo. De pronto, la voz: ¡Señoras y Señores,

escucharán el capítulo...! El ruido ensordecedor de los impactos, un leve quejido

y luego el más absoluto silencio, fue la inmediata respuesta a aquel intento

subversivo. Pasaron algunos minutos y persistían oscuridad y silencio. Golpeaba

en las conciencias de Femando y René el temor de que Novelita hubiera

quedado desmayado o tal vez mal herido. Esperaron un rato más y René propuso

prender la luz. Iba a hacerlo cuando, desde debajo de la cama, se oyó una voz:

¡Aquí, Cholo Giménez, transmitiendo desde una radio clandestina el capítulo

doce del León de Francia!

Para el desayuno de esa mañana, René y Femando entraron al comedor

silenciosos y preocupados, con la sensación de sentir a flor de piel un aguijón

irónico e inquisidor. Detrás de ellos, como ocultando sus culpas, avanzaba

cabizbajo Novelita que, al ser advertido por los compañeros de orquesta,

irrumpieron con un ¡Bravo Cholo! seguido de un estruendoso aplauso. El

director les había contado todo lo sucedido y lo más sorprendente: el conserje

había destacado el interés de los directivos de la empresa hotelera para

contratarlo como animador de los almuerzos por haber constatado

personalmente esa madrugada, junto a la puerta de acceso a su habitación, sus

brillantes imitaciones de voces radiales en versiones de radioteatro, con el

agregado que tal decisión comprendía la continuidad del contrato de la orquesta

por dos semanas más.

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Las vacaciones

¡Por fin, por fin las vacaciones!, exclamaba aquel abogado santafesino ese

fin de año, agobiado por intensos trabajos saturados de expedientes, audiencias,

entrevistas, consultas y trámites urgentes. Su antigüedad en el ejercicio de la

profesión con bien ganado prestigio, le hizo alcanzar justificada notoriedad con

consecuentes numerosos pleitos que lo contaban como apoderado o patrocinante

de algunas de las partes intervinientes. ¡Por fin, por fin las vacaciones!, repetía,

mientras Norma, su esposa, que también lo asistía como secretaria en su oficina,

terminaba de ultimar los últimos detalles para el viaje. Todo estaba preparado,

perfectamente consensuado por la familia: el matrimonio y los tres hijos

adolescentes Toto, Quelo y Melina, de diecinueve, diecisiete y quince años,

respectivamente. Se alojarían en un confortable hotel de Icho Cruz, localidad

cercana a la ciudad de Villa Carlos Paz, en la serranía cordobesa, a orillas del río

San Antonio. Así, los esposos gozarían del anhelado descanso reparador, lejos

del bullicio, y los adolescentes podrían alternar, si lo desearan, con espectáculos,

excursiones y reuniones de la cercana ciudad que, para ese verano, agregaba a su

conocida atracción turística y con gran difusión, un campeonato internacional de

diferentes disciplinas deportivas. En la madrugada del dos de Enero, después del

cargamento de valijas y demás enseres personales, en un nuevo e impecable

automóvil de reciente adquisición, con el letrado al volante, su esposa y los tres

adolescentes, todos cómodamente sentados, partían rumbo a la apacible meta.

Durante el viaje se sucedían los comentarios, cuando Norma recordó a su esposo

al musculoso Nazareno Surbelli. ¡No me lo nombres a ese italiano levantador de

pesas!, vociferó el letrado. ¡Su asedio fue insoportable! Casi todos los días

pasaba por el estudio a preguntar sobre su bendito juicio. El último día del año,

el 31 de Diciembre, volvió a preguntarme lo de siempre: “Dottore, ¿come va il

mio affare?” Le respondí: después de la feria judicial seguro tendrá noticias.

Esas palabras fueron como acuciantes para increparme la lentitud de los

trámites, aduciendo que en su Italia natal en pocos días y con una sola audiencia

todo se resolvía. Me parece escucharlo: “¡In Italia, i giudici si fanno piu rápido

di qui” ¡Seguro que en el primer día del mes de Febrero, al término de la feria

judicial, lo voy a tener de nuevo en la oficina! ¡Basta con el italiano puro

músculo, basta! En verdad, la fuerza y gravedad del tono de voz del italiano,

acorde con su ampuloso físico, amilanaba e inquietaba de tal forma que el

mismo abogado, a pesar de su experiencia y trato sumamente cortés, no veía la

hora de terminar cuanto antes su juicio y no ver más a ese tremebundo e

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irascible personaje. Es que Nazareno Surbelli, con apenas dos años de estadía en

el país, se había convertido en un sólido prestamista pretendiendo el pago con la

mayor puntualidad, razón por la que la mínima demora en su cumplimiento

propiciaba la promoción del juicio contra el deudor moroso, y en tal caso,

pretendía una rápida, inmediata y drástica solución. Pronto llegaremos,

interrumpió Norma, y estaremos lejos, gozando de estas reparadoras vacaciones

y ni nos acordaremos de pleitos, problemas y hasta de ese bendito italiano que

tanto te fastidia. Y así, se fueron devorando kilómetros y acortando las

distancias hasta que se encontraron atravesando Villa Carlos Paz, tumultuosa y

radiante, con llamativos carteles publicitando espectáculos y en especial el

inminente comienzo de la gran fiesta internacional del deporte. Aquí los chicos

no se van a aburrir, sentencié Norma que, advirtiendo la ansiedad de los

adolescentes, agregó: Toto tendrá la oportunidad de estrenar su carné de

conductor y venir con sus hermanos aprovechando la cercanía a Icho Cruz. Por

supuesto que esas palabras provocaron la sonora aprobación de los hijos, y en

cuanto el padre, que se mantuvo en elocuente silencio, hacía viable y admisible

la aplicación del conocido principio “el que calla otorga”. Mientras el lujoso

automóvil avanzaba por la ciudad, los jovencitos venían apuntando los

atractivos anuncios de importantes boliches bailables -receptáculos convocantes

de entusiastas algarabías nocturnas-, y pocos minutos después, toda la familia ya

se encontraba satisfactoriamente alojada en un confortable hotel de Icho Cruz,

cuyas reservaciones fueron estrictamente cumplidas. Horas más tarde, las

tranquilas aguas del río San Antonio con sus orillas bordeadas de sauces,

chañares, tuscas, talas, tabaquillos, espinillos, y hasta de algunos algarrobos y

aromos, recibían a los nuevos turistas anhelosos de paz y tranquilidad. Desde

parlantes estratégicamente ubicados, se propalaban los espectáculos de la región

con la infaltable cortina musical cuartetera de indiscutible raigambre cordobesa.

Aprovechando la sombra de un sauce llorón, cuyo follaje en verde melena

rozaba el límpido y cristalino curso del río, el abogado hizo suyo un hermoso

lugar orillero, y tendido de espalda sobre el lecho, compartía con su familia la

pasividad lugareña. 1Por fin el descanso, por fin las vacaciones! ¡Esto es paz,

olvido, tranquilidad! Así se sucedieron los primeros cinco días, en pleno goce

del armonioso sosiego de la serranía. Mientras tanto, Toto, que había

conseguido, llave en mano, la libre disposición del automóvil, compartía con sus

hermanos las noches bailanteras de la vecina Carlos Paz, regresando en las

primeras horas de cada madrugada. Cuando en la mañana del sexto día

vacacional, el letrado llegó a la cochera del hotel a retirar el automóvil para

visitar con su esposa otras localidades vecinas, descubrió un grueso rayón que

atravesaba todo su lateral derecho. Fue entonces que, sumamente nervioso e

indignado, despertó a Toto pidiéndole explicaciones, las que no les fueron dadas

toda vez que dijo desconocer tanto al daño como sus causales. Lo mismo

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sostuvieron Quelo y Melina, con el agregado de que tal vez “la penumbra del

lugar en que se encontraba estacionado anoche impidió detectar al bendito

rayón”. Horas después, el matrimonio volvía al río, cuyas aguas relajantes y la

apacible Norma contribuyeron para calmar al angustiado letrado. Tres días

después, Toto obtenía nuevamente de su padre el permiso para la utilización del

automóvil: ¡No podemos privar a los chicos del derecho a divertirse!, y esas

palabras de Norma decidieron la entrega de la llave con los consiguientes

consejos y advertencias. Un segundo rayón, abarcando el lateral izquierdo y que

se profundizaba en el guardabarro delantero del automóvil sorprendió al

abogado cuando en la mañana del undécimo día intentó usarlo. Al grito de

¡Basta, esto se acabó!, irrumpió en la habitación de Toto y su hermano, que

plácidamente dormidos parecían estar ajenos a los acontecimientos. Y otra vez

las mismas explicaciones y el mismo sustento que en el caso anterior. Por su

parte Melina, aportó lo suyo desde la habitación contigua: Hay tanta gente,

argentinos .y extranjeros con eso de la fiesta internacional del deporte, que no se

sabe quién, cómo y cuándo se pudo haber hecho ese nuevo rayón. Por supuesto,

nuevamente la búsqueda de calma y tranquilidad en su ya familiar habitáculo del

río. Por favor, repetía Norma, no te dejes llevar por los nervios, relajate, respirá

profundamente, dejá que el agua acaricie tu piel y te sentirás mejor, sosegado,

placentero. Y a la sombra del sauce llorón, con su dorso sobre el lecho arenoso,

su cabeza apoyada sobre una pequeña piedra, las frescas aguas acariciando

suavemente su cuerpo y su vista abarcando vuelos de pájaros y tránsito de

nubes, sus nervios se fueron aplacando pausadamente. Mientras tanto, desde los

altavoces se propalaban, con cortina musical cuartetera, los espectáculos del día

y los resultados de los certámenes deportivos de la fiesta internacional del

deporte en Villa Carlos Paz. Fue entonces que Norma escuchó claramente: “y en

levantamiento de pesas, el campeonato fue ganado por el italiano Nazareno.

Surbelli”. Asombrada, atónita, estupefacta, no dijo una palabra, y asegurándose

de que su esposo no había alcanzado a oír ese nombre fastidioso e irritante,

dispuso no decirle nada al respecto, pero sí comentárselo a sus hijos con la

intención de que se mantuvieran en silencio. En la tarde siguiente, toda la

familia volvió al río y como los anteriores días, el letrado ocupó su

acostumbrado lugar con su esposa, inmersos en sus aguas, a la sombra del sauce

llorón, mientras los hijos deambulaban por la orilla compartiendo con otros

jóvenes en amena conversación. ¡No les daré la llave del auto y así no tendré

que preocuparme! ¡Todavía siento la amargura que me hicieron pasar! ¡Basta,

una bronca más y todo se acaba! Expresiones como ésas las repetía el letrado en

su habitual posición, tendido en el río. De pronto, Norma no pudo evitar un

comentario: ¡Cuánta gente viene caminando por la orilla del río! Van detrás de

un hombre corpulento que saluda brazos en alto. Desde los parlantes y tras una

cortina musical, se elevó el volumen para anunciar: “Tenemos el alto honor de

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comunicar que nos está visitando nada menos que el campeón mundial de

levantamiento de pesas, que esta vez volvió a revalidar su título en la fiesta

internacional del deporte de Villa Carlos Paz. Saludemos con un estruendoso

aplauso al brillante campeón, el insigne italiano Nazareno Surbelli”. ¡No, no

puede ser! ¡Ya no aguanto más, no quiero que me vea, huyamos! Tras estas

palabras, el abogado se levantó presuroso justo en el momento que por la orilla y

a esa altura avanzaba caminando el grupo con el corpulento personaje del

comentario de Norma. ¡Es él, es él, el italiano puro músculo! Y fue en ese

momento que Nazareno Surbelli vio al recién incorporado y al reconocerlo, no

pudo menos que pararse y con tono grave y arrogante lanzó su frase inquisidora:

Dottore, ¿come va il mio affare? El letrado no pudo contenerse, dejó atrás

cortesía y diplomacia y desde adentro, como un volcán en erupción, estalló: 1Por

qué no te vas a la...! La segunda parte del improperio, la que memora al

maternal ancestro en el momento del alumbramiento, afortunadamente no se

hizo audible, porque el grupo de jóvenes que rodeaba al itálico campeón empezó

a gritar ¡Campeón, campeón! y levantándolo en andas se alejó del lugar. Allí

concluyeron las vacaciones en Icho Cruz. Minutos después, el otrora impecable

automóvil, con el letrado al volante y toda su familia cómodamente sentada,

partía raudamente con vertiginoso y progresivo aumento de su aceleración. A

poco de andar, la policía caminera detuvo su marcha para advertir a su

conductor, que al ser interrogado si estaba huyendo, dados los rayones del

vehículo y velocidad que le imprimía, enfáticamente contestó: ¡Sí señores, huyo

hacia arriba, hacia las altas cumbres cordobesas, donde no exista la mínima

posibilidad de que alguien pueda perturbarme durante los últimos pocos días de

veraneo que todavía me quedan! Y fue en ese preciso momento que el policía,

tras observar detenidamente la patente del vehículo cotejando su numeración

con los datos que figuraban en un comunicado de la repartición, exclamó: ¡No,

señor, usted no se va a ningún lado, usted se queda acá, su automóvil tiene orden

judicial de secuestro por haber motivado una colisión, debiéndose responder por

conducción peligrosa, daños y perjuicios! Esa sorprendente y enérgica

determinación policial, motivó el inmediato requerimiento y la consiguiente

aclaración que el agente no dudó en trasmitírsela: “En horario de avanzada

noche de tres días atrás, su vehículo realizó una brusca maniobra entrando de

contramano por la avenida principal y, rozando a otro automóvil que circulaba

correctamente por esa arteria, lo desvió de su trayectoria haciéndolo colisionar

contra una columna de alumbrado público. El propietario de ese automóvil

alcanzó anotar el número de la patente del rodado embestidor que no se detuvo”.

El letrado, sorprendido, exudando indignación y fuera de sí, sólo alcanzó a

balbucear: ¿Puedo saber quién es el denunciante? La respuesta fue contundente:

¡Nada menos que el actual campeón de levantamiento de pesas don Nazareno

Surbelli!

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Misceláneas

Reunión de músicos, algunos ya alejados de esa actividad, en derredor de

una mesa, entre copa y copa, desgranando recuerdos con los que matizaban

nostálgicamente el emotivo encuentro.

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I - El negro cubano

Vicente bebió unos tragos del cabernet savignon recién servido, y como

reviviendo su época musical, comenzó su relato:

Para esa gira de mediados de 1949 había incorporado a la orquesta al

pianista Tito Villagrán, el “Negro cubano”, que dado el prestigio con que me

fuera presentado, constituía una figura de principal relieve artístico con

figuración destacable en los afiches de actuación del conjunto. Negro alto,

delgado, con cabellos motosos, labios gruesos, nariz y pómulos prominentes,

dedos largos en grandes manos, lucía un pulcro traje blanco que contrastaba y

daba luminosidad a su piel azabache. Era de por sí, un verdadero atractivo que

sabía incrementar con ampulosos y fantásticos movimientos en cada una de sus

interpretaciones suscitando la atención y los consiguientes espontáneos aplausos

de los escuchas.

Esa noche del 25 de Mayo tocábamos en un pueblito del norte de la

provincia de Córdoba, bien cercano al límite con Santiago del Estero, en salón

del Club Social y Deportivo de esa localidad, coincidiendo la fecha patria con un

nuevo aniversario de la institución, razón por la cual se había realizado una

importante publicidad oral y escrita, con afiches distribuidos no sólo en el lugar

sino también en las poblaciones aledañas. Se esperaba un récord de concurrencia

con excelente recaudación, cosa que para la orquesta significaba mayor

beneficio económico dado el porcentaje pactado. Por tal razón, mi representante

quedó en la puerta de acceso al salón controlando las entradas, y en cuanto a otra

puerta lateral que daba a un amplio baldío, se encontraba cerrada. Como me

advirtieron que por ese lugar solían colarse, le solicité amablemente al Negro

cubano que antes de la actuación vigilara esa puerta a lo que no puso reparo

alguno. Su sola presencia con su blanco atuendo, era motivo de expectativa y

comentarios de una concurrencia en vertiginoso aumento que iba colmando la

capacidad del salón. En un momento, el Negro me hizo un ademán señalando la

puerta vigilada por lo que me acerqué. Un ruido como de pasos fuertes, golpes

contra la puerta, respiración agitada y una voz gutural parecida a un ronquido

era demostrativo de un forcejeo con inminente aparición de alguien abriéndola

desde el baldío. El Negro se puso en posición de espera, con sus brazos en alto

como para abrazarlo por el cuello y no dejarlo avanzar, cuando un golpe certero

abrió violentamente la puerta en el preciso momento en que aquél se arrojaba

sobre el intruso al grito de ¡Ande Chico! Un profundo, largo y repetido rebuzno

de un burrito serrano, osado y transgresor, fue la respuesta del animal que quedó

con el pescuezo abrazado por los largos tentáculos del gigantesco negro,

mientras ambas cabezas quedaban unidas cual fraternal y emotivo encuentro. La

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concurrencia, que no entendía lo que estaba pasando, viendo el abrazo del negro

al animal, irrumpió con aplausos y vítores mientras se sucedían los flash de las

tomas fotográficas. Cuando por fin el Negro aflojó la tensión de sus largos y

potentes brazos, el burrito emprendió veloz retirada por el baldío con una

seguidilla de rebuznos anunciadores de su liberación. Aquella puerta fue

nuevamente cerrada, esta vez herméticamente y sin posibilidad de ser abierta

desde el baldío. Eran las 22.00 cuando el locutor dio la bienvenida a la

concurrencia y presentó a la orquesta. Dada la fecha que se conmemoraba, invitó

a la previa entonación del Himno Nacional Argentino. Fue entonces que el

Negro cubano se me acercó y me solicitó que lo dejara ejecutar a él solo como

homenaje del pueblo cubano a nuestra Patria, Le transmití al locutor ese deseo,

quien con verdadera vehemencia hizo pública esa solicitud la que fue recibida

con voces aprobatorias y sostenidos aplausos. Recuerdo la emoción con que el

Negro ejecutaba nuestro himno. Sus manos se deslizaban sobre el teclado

poniendo en cada nota un sentimiento patrio conmovedor. La gente de pie,

coreaba sus estrofas con fervor ciudadano poniendo el corazón en las palabras.

Antes del final, en la parte instrumental que prepara el cierre del himno, las

manos del negro parecían destellar con sus movimientos sobre la blancura del

teclado del piano. A punto tal que empezaron a aplaudirlo mientras cantaban las

últimas estrofas. Y no podía faltar la ocurrencia de un cordobés que cuando se

hizo silencio, a viva voz exclamó: ¡Qué vas a ser de Cuba, negro retinto, vo soi

un cubano argentino y cordobés! De allí en más, la noche fue de Tito Villagrán,

el Negro cubano, de quien después de esa gira no tuve más noticias. Eso sí,

cuando en otra ocasión volví a pasar por ese pueblo, me hicieron llegar un

ejemplar del diario de aquella época en que se comentaba elogiosamente

ocupando varias páginas, lo que fue el festival danzante de ese 25 de Mayo. En

la portada, dos fotos: a la izquierda el burrito cordobés abrazado por el Negro

cubano, y a la derecha el Negro cubano en solo de piano acompañando a la

concurrencia en el Himno Nacional. Debajo de sendas y respectivas fotografías,

un corto comentario: “El abrazo fraternal de un cubano a un símbolo

auténticamente nuestro” y “Un cubano, argentino y cordobés”.

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En recuerdo de Florio Del Signore, carismático,

solidario, convocante de afecto y amistad.

II - El telegrama

Mientras Florio iba agregando a la mesa una picadita de choricitos y

queso provolone recién sacados de la parrilla, tomó la palabra Mingo que, tras

unos sorbos del cabernet sauvignon que le habían servido, empezó su relato:

Habíamos llegado hacía dos días de amenizar los carnavales correntinos.

Nos propusimos reunirnos en la sede sindical en un asado, comentar nuestras

vivencias de todas las actuaciones en Corrientes y aprovechar unos días sin

actividad musical para la familia y el descanso. Por eso, ese martes por la noche,

disfrutando de un buen asado, estábamos conversando animadamente, cuando

surgió una proposición brillante de Tito, colega amigo de otra orquesta: Tengo

un ofrecimiento para alquilar un lindo y amplio chalet en Villa Carlos Paz

durante 15 días que podríamos compartir. La respuesta no se hizo esperar, fue

inmediata como así también lo convenido: Para los primeros cinco días Tito se

adelantaría con su familia, encargándose de recibir todos los elementos que

Florio le iría mandando para abastecernos durante nuestra estadía que

compartiríamos los diez días restantes. En la provisión figuraría en forma

destacada todo lo atinente a comida, en especial carne y chorizos con destino a

parrilla, que el mismo Florio se encargaría personalmente de seleccionar y

posteriormente asar, poniendo de relieve sus reconocidos méritos en la materia.

Se pasó lista de los que se querían adherir, resultando 15 entre músicos y

familiares que con más Tito y su grupo sumábamos 20 que distribuiríamos en

los distintos ambientes del amplio chalet. En razón del interés despertado por

esas mini vacaciones, los que optaron por no viajar pidieron y se aceptó, sea la

sede del gremio el lugar de comunicación y enlace entre los turistas y los que

quedaron, ávidos éstos por enterarse en particular del aprovisionamiento previo

y los consecuentes asados florianos. Así fue que el sábado partió Tito y su

familia. El miércoles recibimos en la sede su primer telegrama: “Llegó camión

frigorífico trayendo abundante provisión vacuna, porcina y caprina punto Agoté

capacidad tres heladeras Tito”. Contestamos: “Viernes en ésa recomendando

Florio tener listo asador Mingo”. Ese viernes al atardecer llegamos a Carlos Paz

y tras los saludos afectuosos, lo primero que hizo Florio fue constatar estado y

capacidad del asador que tuvo su total asentimiento. De inmediato procedió a

verificar la carne recibida que también contó con su aprobación, retirando de

una de las heladeras pecho deshuesado y chorizos como adelantando la materia

prima para su primer asado. El lunes, en la sede sindical se recibió el siguiente

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telegrama: “Primer asado Florio fracasado por hinchamiento pecho Mingo.”

Nunca imaginé la interpretación errónea que le darían a ese texto por cuanto yo

me refería al pecho deshuesado que se hinchó como un globo por el excesivo

calor recibido, mientras acá entendieron que a Florio se le había hinchado el

pecho. El martes recibimos el siguiente telegrama: “Preocupados viajamos

mañana con médico amigo para atender Florio y traerlo si es preciso Sus

amigos”. El miércoles éramos 25 en el chalet, incluyendo al médico, comiendo

sabrosos cabritos serranos asados por Florio, cuando me advirtieron de que

viajarían más amigos. El viernes se recibe en la sede el siguiente telegrama:

“Capacidad chalet agotada punto Los nuevos incorporados decidieron quedarse

hasta terminar provisión frigorífica compartiendo exquisitos asados florianos

Mingo” La respuesta fue lacónica y contundente: “Suerte y buen provecho Los

amigos.” Cuando volvimos, nos esperaban en el sindicato, entramos y en el

patio una amplia leyenda: “Capacidad agotada. Vuelvan otro día. Valor de la

entrada: abundantes cabritos asados por Florio”.

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III - El profesor Julián

Creo ser uno de los más viejos de la reunión, comenzó diciendo Antonio,

así que mi recuerdo data de la década del cuarenta. En aquellos tiempos de

mucho trabajo para los músicos, era mi costumbre concurrir, de lunes a viernes

y ya al atardecer, al barcito de mi amigo Roberto que tenía instalado en la

avenida principal de la ciudad. Fue allí, en día lunes, donde me “descubrió” el

profesor Julián, músico violinista que a pesar de su notoria deficiencia visual,

deambulaba continuamente dando lecciones a domicilio con lo que ganaba su

diario sustento. Se le conocía por su orgullo y altivez, poniendo en su atuendo

extremada atención hasta en los más mínimos e insospechados detalles. Así, por

ejemplo, al hacerse lustrar los zapatos, exigía que abarcara no sólo la parte

superior sino también la suela, de tal forma que al levantar el pie resaltara el

brillo y limpieza de la base del calzado, principio que consideraba elemental

para toda valoración humana. Coherente con ése, su sustento filosófico, al pasar

frente al domicilio del más importante y acaudalado personaje de la ciudad, se

detenía, golpeaba con sus brillosos zapatos la pared del suntuoso edificio y

exclamaba interrogante: ¿Qué sos vos más que yo?, para luego, erguido y con

gesto adusto, continuar su lento y vacilante andar. En aquel primer encuentro,

nuestra conversación se inició en la vereda del bar y como era de esperar

concluyó estando sentados a una mesa tomando chop con abundantes

ingredientes. Cuando llegó el momento de despedirnos, llamé al mozo para

abonar y cuando el profesor hizo un movimiento como para adelantar el pago,

yo ya lo había concretado. El día siguiente, al llegar a la vereda del barcito, ya

estaba el profesor Julián como esperándome. Previos saludos, conversamos un

rato y al instante su invitación: ¿Qué le parece, Antonio, sí tomamos un

chopecito? Bueno, dije. Mesa, chop, conversación y luego el consecuente

llamado del mozo. Nuevamente el profe hizo un movimiento como para el pago,

pero tan lento fue, que otra vez terminé pagando yo. En días sucesivos, y hasta

el viernes inclusive de esa semana, en una forma u otra, la presencia del profe

Julián se hizo repetitiva, y era evidente que su escasa visual le alcanzaba para

localizarme y al momento lanzar su clásica invitación: ¿Qué le parece, Antonio,

si tomamos un chopecito? Por supuesto yo aceptaba esperando verme resarcido,

mediante su pago, aunque sea por una única vez, pero a pesar de mi manifiesta

lentitud en los movimientos intentando ser superados por los de Julián,

prácticamente inexistentes, terminaba siempre pagando yo. Como los sábados y

domingos eran días de actuación de mi conjunto, recién volví al barcito el

atardecer del lunes. En esos días estuve pensando sobre el comportamiento del

profe, que consideré reñido con su fundamento filosófico sustentado como base

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de valores y que evidenciaba mediante el lustre de la suela de sus zapatos. Debía

obligarlo a no eludir su responsabilidad de pago asumida con la invitación que

formulaba, por considerar fundamental para toda convivencia el cumplimiento

de una obligación contraída. Y fue entonces, cuando al ser advertido por éste y

tras su consecuente saludo, que a la invitación de ¿Qué le parece, Antonio, si

tomamos un chopecito?, respondí: Yo le acepto, profesor, pero debo serle

sincero: ¡esta vez me olvidé la cartera y estoy sin un céntimo! Se hizo una pausa

y de pronto exclamó: No se haga problemas, Antonio. ¡Nos quedaremos sin

chopecito!

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IV - El uniforme

Habían distribuido unas crocantes costillas que saboreaban plácidamente,

cuando Victorio empezó su relato: Mi comienzo musical fue en una orquesta

muy popular, allá a mediados de la década del cuarenta, cuando a falta de

salones aptos para bailes, habitualmente se alquilaban pabellones. Se

caracterizaban éstos por ser una gran pista de madera de forma circular que con

un alto mástil en el centro sosteniendo una amplia carpa de lona, la cubría

totalmente. Por ser fácilmente desmontable, permitía su rápida instalación y

consiguiente desarmado en cualquier lugar con suficiente amplitud. Y fue para

un picnic a realizarse un domingo de enero de 1948, que al conjunto lo

contrataron para amenizarlo, en un pequeño pueblo situado al norte de este

departamento, donde el pabellón había sido instalado en un abra de un

pintoresco bosquecito. Para esa actuación estrenábamos un nuevo uniforme,

consistente en blanco y brilloso saco, pantalones negros, camisa roja de satén y

zapatos blancos. Llegamos al lugar a mitad tarde, observamos que, dada la

temperatura, sólo la pista del pabellón se utilizaría (razón por la que no se

levantó la carpa), y que rodeada de árboles, flores y pájaros ofrecía un panorama

exótico, fresco y placentero, ideal para el objetivo convocante. En cuanto al

improvisado escenario, lo habían instalado adyacente a la pista bailable, debajo

de una frondosa tipa, que nos resguardaría de los rayos solares durante las horas

faltantes del día, y por la noche del rocío. Con una numerosa y bulliciosa

concurrencia y en medio de general expectativa, comenzamos nuestra actuación

de la tarde que llenó la pista de entusiastas bailarines, la que se prolongó con el

éxito esperado durante dos horas aproximadamente, hasta que el locutor anunció

el largo intervalo para cenar. Nuestro uniforme había lucido impecable,

provocando el conjunto elogiosos comentarios no sólo por la animación del

bailable, sino también por la prolija presentación de sus integrantes. Siendo las

22.00 reiniciamos nuestra actuación. Allí empezaron nuestras penurias. Algo

caía sobre nosotros y no era precisamente lluvia. Nos fue ensuciando

lentamente, de a poco, se diría rítmicamente. Nuestro tan impecable uniforme se

iba transformando en receptáculo de los más variados excrementos avícolas,

imposible de identificar a qué especie de pájaro correspondían tanto por el color

como por su fétido y repugnante aroma. La tipa nos mandaba su claro mensaje

de desaprobación y repudio a través de sus alados huéspedes. A menos de una

hora, optamos por sacarnos el saco, que ya era un oloroso trapo oscuro. La roja

camisa de satén, brillosa y reluciente, se fue opacando en forma pausada y

gradual, y su directo contacto con la piel, nos hacía sentir el peso del certero

impacto de cada impe cable deposición. Eran las 24.00 y así no se podía seguir.

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El director habló con el presidente de la institución organizadora, y hubo un

acuerdo que de inmediato hizo público el locutor. Los integrantes de la orquesta,

que a esa altura estaban sucios y hediondos, tocarían dos piezas más, dando por

finalizado el picnic. Lo harían sólo con pantalones, con sus dorsos

completamente desnudos. Ya estábamos tocando la última pieza, cuando nos

sorprendió una verdadera nube de flash. Más tarde, los propios miembros de la

comisión nos dieron la siguiente explicación: Como necesitaban fondos,

mandarían las fotografías tomadas al promocionado concurso nacional “Rarezas

sorprendentes” con premios tentadores, presentándolas con la leyenda “Orquesta

aborigen de tribu desconocida actuando en honor a la Pachamama en plena selva

chaqueña”.

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V - Crítico de arte

Tolo apresuró unos sorbos del rico tinto, tomó la palabra y comenzó

diciendo: Nunca podré olvidar a don Gaetano Simonello, aquel pintoresco tano

que hablando con absoluta fluidez nuestra lengua, recaló en esta ciudad a fines

de la década del cuarenta, precedido por justificada fama de “crítico de arte”, al

punto que se lo solía llamar para que integrara jurados de las más variadas

disciplinas, tales como literarias, musicales, pictóricas, folclóricas y hasta

deportivas, con conclusiones justas y copiosamente fundamentadas. De baja

estatura, delgado, lentes de gruesos cristales, cabellos castaños, inquieto y ágil

en sus movimientos, se destacaba por ser absolutamente implacable en sus

juicios, la más de las veces con respuestas contundentes y lacerantes, en especial

al serles requeridos por los mismos interesados. Así, se le recordaba cuando un

joven vocalista solicitó su opinión acerca de una grabación que como prueba

había logrado en disco de acetato. Don Gaetano, que lo escuchó con atención,

dio su concluyente veredicto: ¡Usted debe dejar inmediatamente de cantar! O en

una muestra pictórica, estando el pintor frente a su obra, cuando el corpulento

Antonio, su presentador, se esmeraba por atribuirle los más significativos logros

artísticos, don Gaetano se abrió paso entre los espectadores, se irguió al

máximo, y con su cabeza levantada y en punta de pie, a viva voz exclamó:

Decime, Antonio, ¿Qué le ves a este pan dulce? ¡Si resucitara Miguel Ángel

Buonarroti, viendo a este adefesio se volverla a morir! Ésos y muchos otros

antecedentes le hicieron ganar el apodo de “Ají picante” con que se le

identificaba en círculos cerrados, todo lo cual, por supuesto, él ignoraba. Y fue

entonces, al prepararse el festival del sindicato de músicos para el 22 de

Noviembre, en honor a su patrona Santa Cecilia, en el que se presentarían las

orquestas gigantes de típica y jazz en una amplia sala teatral de la ciudad,

cuando surgió la idea de invitar a Ají picante a que diera su veredicto acerca de

la actuación del cantor Avelino Quiroga en la interpretación del tango “Uno”, de

Discépolo y Mores, composición en boga y muy solicitada. Para evitarle los

consiguientes nervios a Avelino, nada se le diría, tratando de que el crítico

pasara desapercibido entre los asistentes. Y así fue que concretando aquella

aspiración hablamos con don Gaetano, quien se comprometió a asistir y emitir la

opinión requerida. En la noche del festival, como ocurría todos los años, la sala

del teatro estaba colmada, ya no había lugar disponible. Con excepción del

cantor Avelino, todos los músicos estaban enterados de la invitación formulada a

Ají picante, cuya tardía presencia ansiosamente se esperaba. Justo cuando el

presentador tomó el micrófono para anunciar la típica gigante con el cantor

Avelino Quiroga, irrumpió por el pasillo entre las columnas de butacas, la

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enhiesta figura de Ají picante, que deteniéndose en su trayectoria, en el mismo

centro de la sala, cruzó los brazos, entornó sus pequeños ojos pardos y como

transportándose a otra dimensión galáctica, se dispuso a absorber nota por nota,

palabra por palabra, la tan promocionada interpretación. Todos quedamos

expectantes, las miradas fijas en el expresivo rostro del crítico invitado que

permanecía notoriamente concentrado, hasta que, con la última frase del cantor,

la orquesta marcó su final. Antes de los aplausos, volvimos nuevamente la vista

a Ají picante que, saliendo de su letargo, tendió su diestra y como enfatizando su

conclusión, exclamó: ¡Es un perro!, y dando media vuelta, se retiró. Cuando al

día siguiente Avelino nos contó que le pareció haber visto al crítico Gaetano y

preguntarnos si había comentado algo sobre su actuación, le respondimos: Mirá,

algo dijo, que sos un… un... ¡Que sos único en el canto! Bueno, bueno, nos

respondió: ¡Por fin, al maldito Ají picante conseguí taparle la boca!

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VI - Del uno hasta el diez

Estaban terminando de saborear los últimos trozos del rico y suculento

asado, cuando Alcides empezó con el último relato: Hacía poco que me había

integrado a un sexteto característico de esta ciudad, a mediados de la década del

50, época en que se habían puesto de moda los baiones, por lo que en el

repertorio abundaban melodías con ese ritmo. Nos quedaba libre un jueves de

carnaval del año 56, cuando nos propusieron y aceptamos, la animación de un

baile en esa fecha, a realizarse en una localidad cercana, en la pista del club

“Emblema Arábigo”, cuya comisión estaba integrada en su mayoría por

descendientes de árabes. Había sido intermediario para la contratación -en forma

absolutamente desinteresada según recalcó-, el conocido turco Ismael, que

oriundo de aquel pueblo y muy amigo de los organizadores, se había radicado

hacia unos diez años en esta ciudad. ¡Jamás aceptaría recompensa alguna de

ninguna de las dos partes!, enfatizó adelantándose a cualquier insinuación al

respecto. Nosotros veníamos interpretando un repertorio adecuado para fiestas

carnestolendas, a la que agregamos música árabe que adaptábamos al ya popular

ritmo de baión. El mismo turco Ismael, que estuvo presente en los ensayos del

conjunto y que por razones de índole personal, según dijo, no nos podía

acompañar el jueves de la actuación, se entusiasmó tanto con esa novedad en el

repertorio, que se comprometió enseñarle al cantor Alberto contar del uno hasta

el diez en árabe, para que con adecuada entonación rítmica lo repitiera en el

baile, y así obtendría de la colectividad los más fervorosos aplausos. ¡Con qué

entusiasmo Alberto ensayaba, cantando durante el viaje, los números que le

enseñó el turco Ismael! Nos agotó la paciencia y ya casi llegando al pueblo,

exclamamos ¡Basta, estamos podridos!, y Alberto, por fin calló. Eran las 22.00

de ese jueves cuando anunciamos el primer pasodoble con que comenzamos la

actuación ante un público numeroso y divertido. Siguieron los más diversos

ritmos y aproximadamente a las 24 anunciamos esa serie de melodías árabes con

ritmo de baión. Fue entonces que Alberto, caracterizado como un personaje

llegado del mundo árabe, se acercó al micrófono y comenzó a cantar en ese

idioma la tan estudiada primera decena numérica. Sorpresa, seguida por risas y

aplausos, fue la respuesta de la concurrencia. Durante el resto de la actuación y

accediendo a insistentes pedidos se reiteró en varías oportunidades aquella

interpretación, con un Alberto cada vez más seguro y entonado, y un público

riendo y aplaudiéndolo con entusiasmo. Al terminar el baile, la comisión en

pleno se nos acercó. El presidente pagó al director lo convenido y aparte le

entregó un sobre cerrado dirigido al turco Ismael. Vean, muchachos, dijo,

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estuvieron muy bien, sólo que los acá reunidos queremos que sepan, que no

hacia falta que nos traigan un mensaje de Ismael, tipo telegrama de diez

palabras, cantado en árabe y hacerlo público con ritmo de baión. ¿Cómo?,

preguntamos, si lo que cantaba Alberto era contar del uno hasta el diez. ¡No,

señores!, contestó. Lo que el cantor cantaba era esto: “Según convenido va

orquesta no olvidar pagar comisión a Ismael”. ¡Por eso es que en el sobre le

mandamos un cheque intransferible con su bendita comisión!

Apostillas:

- Se comenta que tras ese último relato, el encuentro terminó con un brindis

y el compromiso de seguir repitiéndolo a corto plazo.

- Cuando se retiraban, alguien les recordó que esa noche, aproximadamente

a las 23.00, en un festival organizado por “Amigos de la Música”, iba a

actuar la Orquesta Sinfónica de la Provincia de Santa Fe interpretando

composiciones de Remo Pignoni, quien integraría la misma como pianista

invitado. ¡No lo podemos perder!, dijeron, y allí estuvieron aplaudiendo

entusiastamente cada una de sus interpretaciones.

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Índice

Decires para un amigo ………………………………………………. 3

Poemas: ……………………………………………………………… 7

Legado ……………………………………………………………….. 8

Latido y razón ……………………………………………………….. 9

Raíz ………………………………………………………………….. 11

Fervor poético ……………………………………………………….. 12

El canto ………………………………………………………………. 13

La palabra ……………………………………………………………. 14

La esencia ……………………………………………………………. 15

La senda ……………………………………………………………… 16

Esperanza …………………………………………………………….. 17

Amor …………………………………………………………………. 18

La amistad …………………………………………………………….. 19

Éxtasis ………………………………………………………………… 20

Frustración ……………………………………………………………. 21

Causal …………………………………………………………………. 22

El signo ………………………………………………………………… 23

Retorno alado ………………………………………………………….. 24

Reencuentro …………………………………………………………… 25

Secular …………………………………………………………………. 26

Silencio iluminado ……………………………………………………… 27

Aquel adiós ……………………………………………………………... 28

El último caballo ………………………………………………………... 29

Sueño blanco ………………………………………………………….. 30

Pasos Tierra …………………………………………………………… 31

Ya me estoy yendo ……………………………………………………. 32

Testimonial ……………………………………………………………. 33

El haiku en haikus …………………………………………………….. 37

Vuelo de haikus ……………………………………………………….. 38

Trébol de haikus ………………………………………………………. 39

Cuentos: ……………………………………………………………….. 40

El cambiazo …………………………………………………………… 41

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Los cuarenta …………………………………………………………… 52

El antecedente …………………………………………………………. 58

Deportivo Amanecer Argentino ………………………………………. 62

La visita ……………………………………………………………….. 67

Gran baile gran ………………………………………………………… 69

Radio clandestina ……………………………………………………… 73

Las vacaciones ………………………………………………………… 77

Misceláneas: …………………………………………………………… 81

El negro cubano ……………………………………………………….. 82

El telegrama …………………………………………………………… 84

El profesor Julián ……………………………………………………… 86

El uniforme ……………………………………………………………. 88

Crítico de arte …………………………………………………………. 90

Del uno hasta el diez ………………………………………………….. 92