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MARCELA DEL RÍO REYES
de nuestra portada
pluma o bandera de huelga (segunda parte)
Generalas olvidadas de la Revolución Mexicana
n el periodismo, la mujer desarrolló un papel tan
importante como heroico. El periódico liberal Re-
generación, fundado por los hermanos Flores Ma-
gón publica una nota el 23 de agosto de 1901 en la que
saluda la reaparición del periódico Vésper de Guanajua-
to que dirige una mujer: Juana Belén Gutiérrez de Mendo-
za, añadiendo que ha vuelto a la lucha con más bríos que
antes.
LAS PERIODISTAS: JUANA BELÉN GUTIÉRREZ DE MEN-DOZA Y DOLORES JIMÉNEZ Y MURO
Ella nació en Durango y murió el 13 de julio de 1942.1 Fue
poeta y periodista de combate. Por la pintora y poeta Aurora
Reyes que escribió sobre esta precursora de la Revolución,2
se sabe que Juana fue hija de una india entregada en es-
clavitud al caporal de una hacienda de Santiago Papasquiaro,
la cual en un viaje, quedó desamparada. Su abuelo paterno,
don Justo Gutiérrez, descendiente de chinacos fue fusilado a
causa de sus ideas y actividades liberales:
El periódico Regeneración destaca el valor de esta re-
belde:
«Ahora que muchos hombres flaquean y por cobardía
se retiran de la lucha, por considerarse sin fuerzas para
la reivindicación de nuestras libertades; ahora que
muchos hombres sin vigor retroceden espantados ante
el fantasma de la tiranía y llenos de terror abandonan
la bandera liberal para evitarse las fatigas de una lucha
levantada y noble, aparece la mujer animosa y valien-
te, dispuesta a luchar por nuestros principios, que la
debilidad de muchos hombres ha permitido que se
pisoteen y se les escupa. La señora Juana B. Gutiérrez
de Mendoza acaba de fundar en Guanajuato un periódi-
co liberal, Vésper, destinado a la defensa de las institu-
ciones liberales y democráticas». (Regeneración, citado
por Mendieta 1961, 32)
Un artículo titulado «Dos Ilustres Mexicanas» publica-
do en El Regidor de San Antonio Texas, el 17 de diciembre de
1903, hace un elogio de la obra audaz de Juana llamándola el
puntal femenino de más arraigo en la Revolución Mexicana.
«Un apasionado amor a la justicia y a la libertad fue el
más tenso resorte de su emoción.»3 La tierra, que ella
había conocido en Guanajuato, en Chihuahua y en la
propia ciudad de México, la identificaron con Zapata,
con quien siguió incansablemente su lucha tenaz.
(Mendieta 1961, 33)
Puede deducirse así, que Juana Belén fue una connota-
da antiporfirista, pero hay que destacar que ella no fue la
única periodista rebelde, ni su periódico fue el único que
apareció lanzado por mujeres, otras periodistas también se
lanzaron a la lucha a través del periodismo: Elisa Acuña y
Rossetti, Sara Estela Ramírez, Aurora y Elvira Colín, de Zi-
tácuaro; Adelina Figueroa del pueblo de Odiozola, María
López del pueblo de Cuicatlán, entre otras.
Pero en forma destacada y heroica, figura el nombre
de Dolores Jiménez y Muro. Nacida en Aguascalientes, el 7 de
junio de 1848 se convierte en escritora y periodista, firman-
do con diferentes pseudónimos, frecuentemente masculinos.
Cuando en 1911 el dictador Porfirio Díaz suspende las
garantías constitucionales, surgieron grupos rebeldes de
obreros. Uno de ellos fue integrado por Dolores Jiménez y
E
Muro. Redactó el texto del “Plan Político-Social” que sería
proclamado por los estados de Guerrero, Michoacán, Tlax-
cala, Puebla y el Distrito Federal. Fue firmado por represen-
tantes de cada estado y por ella misma. Y fue ella la encar-
gada de reproducirlo y distribuirlo. Imprimió así diez mil
ejemplares en la imprenta de Antonio Navarrete, situada
en una plaza que hoy lleva el nombre de Aquiles Serdán.
Cuando Emiliano Zapata leyó la proclama exclamó que eso
era por lo que estaban peleando, “porque se devuelvan las
tierras que nos han robado”4 . Zapata entonces escribe una
carta a Dolores Jiménez y Muro invitándola a ella y a su
grupo a incorporarse a sus filas revolucionarias. Sin embar-
go, la carta llega tardíamente, pues Dolores encabezando
una agrupación a la que titularon “Hijas de Cuauhtémoc” se
había enfrentado al régimen de Huerta por lo que ya había
sido encarcelada cuando llegó la carta y no pudo recibirla.
Incluso en la propia prisión había sido aislada e incomuni-
cada, en vista de las desafiantes arengas que lanzaba a sus
compañeras de prisión.
En el periódico El Correo de las Señoras publicado
por José Adrián M. Rico desde 1881, aparece una lista
de las colaboradoras, entre los que se encuentran, junto
a Dolores Jiménez y Muro, las periodistas Isaura V. del
Castillo, Aurora Vallejo, Alicia Palacio y Octavia Obregón,
sin embargo, en la colección que se conserva en la He-
meroteca Nacional no se puede encontrar ningún artículo
firmado por ellas. Esto demuestra que las mujeres utili-
zaban pseudónimos masculinos para conseguir ser leídas
y tomadas en serio.
LAS OBRERAS. Ejemplos: Isabel Díaz de Pensamiento,Dolores Larios, Carmen Cruz, Lucrecia Toriz
Es sabido que una de las rebeliones que preludiaron la revo-
lución fue la huelga de los mineros de Cananea en 1906,
que fue sofocada por Porfirio Díaz y seguida por los obreros
textiles de Puebla y Tlaxcala que fueron salvajemente asesi-
nados. El laudo presidencial había fijado la fecha del 7 de
enero de 1907 para que se reiniciaran las labores en los esta-
dos de Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Jalisco, Oaxaca, Querétaro
y en el Distrito Federal, adonde la huelga se había extendido.
José Mancisidor al narrar los hechos da detalles en los que se
destaca el valor y heroísmo de las mujeres obreras y de las
esposas, hijas o madres de obreros:
“En Río Blanco, un grupo de mujeres, encabezadas por
la colectora Isabel Díaz de Pensamiento, y en el que figu-
raban las obreras Dolores Larios, Carmen Cruz y otras,
desde el día anterior habían formado una brigada de
combate; que se encargó de reunir pedazos de pan viejo,
tortillas duras, con lo que llenaron sus rebozos y desde
temprana hora se instalaron en la puerta de la fábrica,
esperando que alguno se atreviera a romper el movi-
miento de protesta, para lapidarlo con aquellos despojos
simbólicos y crueles. No hubo necesidad de hacer uso de
los proyectiles, puesto que ninguno de los que compo-
nían el numeroso conjunto plantado frente a la puerta,
intentó rendirse a los amos y cuando el último llamado
de la fábrica sonó, la multitud levantó un enorme gri-
to de desafío.” (Mancisidor 1973, 71)
Los resultados de una huelga tan prolongada eran visi-
bles. Las familias obreras estaban hambrientas y enfermas.
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Marcela del Río
Las manifestaciones de protesta se dirigieron a las tiendas de
raya, que les negaban los alimentos.
“Detrás del mostrador los dependientes extranjeros,
miraban los grupos rebeldes y, adivinando su hambre,
se burlaban groseramente de ellos. Una mujer, de ros-
tro macilento, llegó hasta la tienda en solicitud de un
préstamo y recibió como respuesta soez injuria. De
entre los obreros, alguien reclamó al majadero, y el
dependiente, sacando con rapidez la pistola, hizo un
disparo, matando al trabajador…”5
Como se verá después por el relato de la obrera Lucrecia
Toriz, aquélla fue como la señal. Los trabajadores llevados
por la ira, desahogaron su sed de justicia prendiendo fuego a
la tienda de raya que era como el símbolo de la tiranía, su
rencor de tantos años brotó incontenible.
Por supuesto, pronto hicieron acto de presencia las fuer-
zas gobiernistas. El jefe político de Orizaba, Carlos Herrera,
llegó acompañado de un cuerpo de rurales. Los trabajadores
se encontraron frente a los fusiles, sin embargo, no retroce-
dieron. José Mancisidor retrata el momento:
«Iba a sonar la orden de matanza, cuando de entre la
turba, desgreñada, haraposa, en el rostro el gesto de
la rabia, el puño tendido hacia los sicarios y levantando
en alto una bandera roja, una mujer se adelantó, incre-
pando a los soldados. Era la imagen misma de la mi-
seria: Lucrecia Toriz, la hija del pueblo, hija, esposa y
madre de obreros, cuyo hogar no conocía sino el dolor,
surgía de la tragedia como la viva encarnación de aque-
lla hora y avanzaba fatal contra los defensores del
privilegio. La turba misma conmovida, sintiendo la gran-
deza de aquella mujer, calló inmensamente, y el oficial
que mandaba el grupo de soldados, como deslumbrado,
como herido por la verdad que resplandecía en aquel
reto retrocedió gritando ¡Viva México! y frente al batallón
asombrado, frente a aquellos hombres, duros como sus
armas, que se sentían dominados por la mujer grandio-
sa, pasó la turba, erizada de puños, sacudida de gritos
llevando al frente a la heroína.” (Mancisidor 1973, 71-72)
La propia Lucrecia cuenta su versión sobre aquella
rebelión, cuando a la edad de setenta y siete años, publica
un artículo en el magazine: La República:
Cuando llegamos frente a la fábrica de San Lorenzo tro-
pecé con el cuerpo de un trabajador. Lo habían matado las
balas de los serviles de los dueños de la fábrica. Las calles
estaban desiertas, a excepción de un velador, que limpiaba
las lámparas de la calle. Nos dijo, saltándosele los ojos, que
los trabajadores aprehendidos por el jefe político eran tan-
tos que ya no podían retacar uno más en la cárcel.
Me volví a la multitud. Colérica los llamé a libertar a
sus camaradas. ¡Y lo hicieron! Pero es un acto que nos
costó caro.
Cuando nosotros y nuestros compañeros liberados
abandonábamos la cárcel, se presentó el 13 Batallón. Nos
rodeó. Nos impidió escapar. Un oficial cuyo grado nunca ave-
rigüé pero cuyo nombre era Ignacio Dorado, gritó: «¡Péguenle
a esa mujer, pero duro!» Luego, no satisfechos de que yo
estuviera siendo suficientemente golpeada, sacó su espada
de la vaina. Con lo plano de ella me hirió en la frente, y la
cicatriz me dura hasta ahora. En ese momento, envuelta en
la bandera tricolor que llevaba, caí al suelo, y permanecí
inconsciente por la golpiza…6
Como es sabido, aquella rebelión de obreros y obreras tex-
tiles de Río Blanco, tuvo como trágico desenlace una masacre
generalizada y si Lucrecia logró sobrevivir, muchas otras de esas
heroicas y anónimas mujeres fueron algunas de las prime-
ras víctimas de la revolución en ciernes. Se dio como número
aproximado el de cuatrocientos asesinados, entre los que
había obreras y obreros, adultos y niños. (Kaplan 1958, 189)
LAS COMBATIENTES. Ejemplos: la Coronela Alaniz, lasargento Encarnación Mares y Petra [Pedro] Ruiz
Son los hermanos Magón los primeros en reconocer el
valor de las mujeres rebeldes que combatieron en los cam-
pos de batalla.
Hubo algunas que empuñaron las armas en las guerri-
llas, como María García de la Cadena, Carmen Parra
viuda de Alaniz y otras muchas mujeres atrevidas que
dieron su tranquilidad, bienestar y hasta la vida.7
Una de esas mujeres, Carmen Parra viuda de Alaniz mili-
tó en las filas de varios revolucionarios. En el expediente
que hay sobre ella en la “Relación del Personal Femenino del
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Archivo de Veteranos de la Revolución” en la Secretaría de
la Defensa Nacional, se asienta que era originaria de Casas
Grandes, Chihuahua y que militó en las filas de diferentes
jefes revolucionarios, entre ellos: Antonio I. Villarreal, Lázaro
Alaniz, Marcelo Caraveo, el Gral. de División Ávila Sánchez y
que combatió contra orozquistas y huertistas, siendo conoci-
da bajo el nombre de la Coronela Alaniz. En la documenta-
ción familiar conservada por su hija, hay certificados de dife-
rentes generales revolucionarios. El del Gral. de Brigada del
Ejército Nacional, Juan B. Vargas Arreola, a la letra dice:
Me consta que en mi presencia llevaba comunicaciones
del señor Madero en la Junta de Bustillos, Chih., y en
Casas Grandes, del mismo estado, así como con el Gral.
Francisco Villa y don Abraham González en el avance de
Ciudad Juárez, relacionado con informaciones y pertre-
chos de guerra. Me consta también que al estallar la aso-
nada de Pascual Orozco en Chihuahua, la señora Alaniz
anduvo activa con los elementos del Gral. Villa en la reti-
rada de Parral y en la incorporación de nuestros elemen-
tos a las fuerzas leales del señor Madero para los com-
bates de Conejo, Rellano, La Cruz y Bachimba el citado
año de 1912. (…) Recuerdo que vi a dicha señora viuda
de Alaniz, en los combates de Ciudad Juárez del 8 al
10 de mayo de 1911, en la segunda toma del 15 de no-
viembre de 1913; en la batalla de Chihuahua el 8 de di-
ciembre del mismo año; en la toma de Ojinaga el 10 de
enero de 1914, y en el avance sobre Torreón la vi prestan-
do sus servicios en las cruces azules de los servicios sani-
tarios de las líneas de fuego de la División del Norte y
otros hechos que sería largo enumerar que le creó sim-
patías entre los revolucionarios. Se distinguió por sus ac-
tos de valentía con las armas en la mano. (Exp: D/112/1105)
Si bien son las fotografías de las soldaderas, vestidas
con falda y cruzado el pecho con cananas son las que han
quedado para la posteridad, no todas vistieron así. Muchas
de ellas se vistieron de hombre, con pantalones, y el pelo
cortado al modo masculino que acostumbraban los revolu-
cionarios, para no distinguirse de ellos. Algunas incluso no
sólo no eran seguidoras de su “Juan”, sino que fueron ellas
las que tomaron la iniciativa de unirse a las filas revolucio-
narias y los esposos, para no hacer un mal papel, siguiendo
su ejemplo, se alistaron también. Uno de esos casos, para
servir de ejemplo, fue el de Encarnación Mares que se ves-
tía de hombre y engrosaba la voz al hablar. Cuando ella se
dio de alta en el décimo regimiento de caballería de Jesús
Carranza, hermano de don Venustiano, su marido, siguien-
do su ejemplo, se alistó también, llegando a ser capitán pri-
mero. En la batalla de Lampazos ella recibió un balazo, y
por su heroísmo se le nombró «abanderado» ya que anda-
ba de pelo corto y vestida de hombre. Después fue ascendi-
da de cabo a sargento segundo y luego a sargento primero.
Y el suyo no fue el único caso. Mendieta cita el caso de Petra
Ruiz quien después de combatir en el ejército constitucio-
nalista, bajo el nombre de Pedro Ruiz, al pacificarse la con-
tienda, mientras el presidente Carranza pasaba revista al
batallón, un “apuesto oficial” dio un paso al frente y le dijo:
Señor presidente, como ya no hay pelea, quiero pedir-
le mi baja del ejército; pero antes quiero que sepa usted
que una mujer le ha servido como soldado. (Mendieta
1961, 91)
Al comprobarse que efectivamente era mujer, Pedro,
como se hacía llamar, volvió a ser Petra y después de expli-
carle personalmente al presidente que se dio de alta en las
filas revolucionarias porque deseaba enfrentarse a los fede-
rales que tanto daño le habían causado a su pueblo, regre-
só al Estado de Guerrero, que era su lugar de origen.
1Por una conferencia dada por Dolores Eduán, magistrada del Tribunal
Fiscal de la Federación que tuvo lugar en el Anfiteatro Bolívar para honrar la
memoria de la periodista se conocen algunos de los datos biográficos sobre
Juana Belén. La conferenciante incluyó en su conferencia la lectura de un
“Encomio a Juana B. de Gutiérrez de Mendoza” escrito por Santiago R. de la
Vega. La conferencia se publicó en El Universal de la ciudad de México el 1o.
de febrero de 1950.2Puede consultarse a Aurora Reyes en La poesía en la vida de una mujer. 3Palabras de Aurora Reyes citadas por Mendieta Alatorre en p. 33.4Ángeles Mendieta cita a Morales Jiménez, quien en la página 70 de su
Historia de la Revolución Mexicana cita a su vez los Anales Históricos de la
Revolución de Jesús Romero Flores. (Mendieta 1971, 100).5Mancisidor cita a Germán y Armando List Arzubide autores de La huel-
ga de Río Blanco, sin dar dato bibliográfico de ciudad, editorial ni año de publi-
cación. Historia de la Revolución Mexicana, 24 ed. México: Editores Mexicanos
Unidos, 1973 [1957], 70-71.6Lucrecia Toriz, Magazine La República, junio 15, 1949. El artículo lo cita
Enrique Flores Magón en el relato de los acontecimientos que le hace a Samuel
Kaplan en Combatimos la tiranía, Trad. Jesús Amaya Topete. México: Instituto
Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1958, pp. 187-89.7Enrique y Jesús Flores Magón en “Nuestras revolucionarias.” El Uni-
versal, Ags. 20, 1954.
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EVE GIL
La cultura es descubrir la verdad.MLM
lguna vez –principios de los noventa–, escuché,
en medio de un auditorio atestado de El Co-
legio de Sonora, a una escritora de gran fama
–más famosa por entonces– jactarse de ser la primera es-
critora mexicana que creaba un personaje femenino gozo-
so y sexualmente desinhibido. Por lo general, dijo, todas,
desde Rosario Castellanos hasta Inés Arredondo, abordan
la sexualidad desde una perspectiva trágica y sufriente;
auténtico fardo de culpas. No se lo dije entonces, demasia-
do tímida para levantar una mano y contradecirla, pero
María Luisa Mendoza se le había adelantado por amplio
margen. Sin importar que, producto de su primera incur-
sión en el sexo, Ausencia Bautista, la protagonista de De
ausencia hubiera tenido que recurrir a los “trucos de la
abuela” para contrarrestar los efectos indeseables de un
instante de placer: “…los botones envaginados, los saltos
de cama sin cama, el vil mosaico para que me baje a ver si
libro este mes….” (Segunda Serie Lecturas Mexicanas, No.
23, Joaquín Mortiz, SEP, México, 1986).
De ausencia, segunda novela de esta escritora y perio-
dista –la primera fue, de gorostiziano título, Con él, conmi-
go, con nosotros tres (1971)–, y donde a decir de Martha
Robles, “depura su propio exceso”, se publicó en 1974, épo-
ca en que la manifestación erótica femenina era tachada,
sin más, de pornografía, lo cual no impidió se le publicara,
junto con otros grandes clásicos de su tiempo, en la gran
colección Lecturas Mexicanas, coeditada por la SEP y Joa-
quín Mortiz. Novela gozosa y gozable, irreverente y sen-
sual; escatológica y conmovedora, protagonizada por Au-
sencia Bautista, hermosa y cachonda, dolor de cabeza de
un padre viudo y nuevo rico, la que, no obstante pertenecer
a lo más conservador de la sociedad mexicana, exhibe tal
franqueza y desparpajo que resultan asombrosos aún para
nuestro tiempo, “(...) con las rodillas padre, y los muslos
padre, y el pedazo que no tiene nombre, con eso y todo lo
mío, una vez, padre, perdóname ¡ay!”
De Ausencia Bautista ha dicho su propia autora, “(...)
amo a Ausencia Bautista, mi personaje sensacional; quisie-
ra ser ella digo, es un decir, para poder vengarme del amante
cruel torturándolo lentamente al estilo japonés”. No obs-
tante, el carácter hedonista de la mencionada novela –po-
seedora, además, de elementos fantásticos, como la asom-
brosa longevidad de la protagonista, que lo mismo alcanza
lugar en el zeppelín que en el concorde- se centra muy par-
ticularmente en el lenguaje, como en toda la narrativa de
esta autora mexicana –de quien, he dicho siempre, Daniel
Sada es versión masculina–, nacida en la ciudad de Guana-
juato, el 17 de mayo de 1931 –recientemente salió a relu-
cir el año de 1927, –¡ah, eterna vanidad femenina!... ¡y eter-
na necedad de los investigadores empeñados en arruinar la
coquetería de escritoras y algún escritor!-, en el seno de
una familia de ángeles que emprenden vuelos de cristal
cortado y señoritas que fuman a escondidas –como Au-
sencia, como María Luisa misma– y para quien cada pala-
bra es fruta que voluptuosamente se demora en extraer de
su cáscara, anticipando su delicioso sabor. Por lo mismo,
creo, su periodismo resulta doblemente transgresor, por
su crítica acerva a la contradictoria forma de ser del mexi-
cano promedio, desde la intimidad del hogar –que es de la
que se ocupa en sus novelas– hasta la vida pública. Como
ella misma ha alabado en sus tres grandes amigas y cole-
gas –Elvira Vargas, Rosa Castro y Elena Poniatowska– pio-
neras del periodismo en México, introductoras del diligente
chasquido de tacones femeninos en redacciones de diarios
impregnados de humo, experimentan la necesidad de ir más
Homenaje en Puebla a La China Mendoza
A
Arrancarseel sagrado corazón
allá de la nota: de intimar con el lector. Rosa Castro acon-
sejaba a María Luisa, conocida ya como “La China”: “(…)
las mujeres mexicanas están muy tímidas, llenas de pre-
juicios; sólo la experiencia las va liberando… Por eso digo
que el o la periodista debe vivir… y deben tener posición
política, claro que sí…” (“Trío de cuerdas: Elvira Vargas,
Rosa Cas- tro, Elena Poniatowska”, ¡Oiga usted!, Colección
Poliedro de El Búho, Fundación René Avilés Fabila, Ins-
tituto Politécnico Nacional, p. 66). Su feminismo y su irre-
mediable amor por los perros –aunque también ama a los
gatos– tienen, por cierto, un origen común: de cuando se
percató de que ni estos ni las mujeres eran admitidos en las
cantinas. No lo eran tampoco los uniformados, pero en
cuanto a estos la prohibición le resultó razonable, más des-
pués de atestiguar los hechos del 68, que retomaremos más
adelante.
La China considera sin embargo que entre literatura y
periodismo no existe más que un abismo virtual, más aún,
considera que el verdadero escritor –allí está su padrino de
primeras nupcias, Gabriel García Márquez, para constatar-
lo– es capaz de partirse en dos. El novelista, señala, puede
decirlo todo, incluso la verdad que quema, mientras que el
periodista exige quemar la alhóndiga, empezando por la au-
tocensura. Tenemos, pues, que la única diferencia entre no-
velista y periodista, es que el primero despierta conciencias
a través de sutilezas que el lector intuye auténticas y el
segundo muestra al desnudo una realidad que incita, pri-
mero, al repudio unánime de la sociedad contra el poder,
luego, quizá, a la revuelta: “un escritor que no denuncie la
opresión, no es un escritor honrado, menos aún si nació en
Indoamérica. Un escritor que no se indigne, y lo diga (…) no
es escritor.” (“Conferencia en la Sala Manuel M. Ponce”,
¡Oiga usted!, p. 155).
Religiosamente proustiana (Proust, novelista de cabe-
cera de María Luisa, cosa extraña en lo absoluto), su golo-
sa búsqueda de palabras la lleva a revolotear entre anacro-
nismos con olor a naftalina y neologismos de cuño propio
que producen ese “efecto de la madalena” que la caracteri-
za. “Las palabras –escribe en su autobiografía Menguas y
contrafuertes, publicada en la antología Mujeres que cuen-
tan (Ediciones Ariadne, 2000) –son tan vivas que se vuelven
ascuas en el aire”. Luzelena Gutiérrez de Velasco afirma
que, más que escritora, estamos ante una restaurado-
ra “que logra atrapar la riqueza del lenguaje y ponerla a
funcionar a partir del deseo”. Descendiente de una familia
de eminentes políticos, cuyo antepasado más lejano es ni
más ni menos que el escritor Joaquín Fernández de Lizardi,
reencarnado al parecer en su ingeniosa tataranieta, el pri-
mer recuerdo de María Luisa, mejor conocida como “La
China”, dada la oblicuidad de sus brillantes ojos castaños,
son los brazos de su padre, Manuel Mendoza Albarrán, que
la acarreaba en sus campañas proselitistas, aunque no
llegó a la diputación federal pues le robaron las urnas en
Celaya, “como a mí luego me iba a pasar”. En entrevista
con Patricia Rosas Lopátegui, declara: “Soy la clásica niña
de una ciudad recoleta donde la sociedad era única e
impenetrable, vigilante del entorno, guardadora eterna y
celosa de la honra ajena de boca en boca. De allí quizá mi
temor primario a las relaciones y la dificultad para creer de
veras en ser querida, amada, celada, etcétera….” (Excél-
sior, Mayo 17, 2009)
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Iris Aldegani
No tiene empacho en confesar que su primer título uni-
versitario, concedido por la Universidad Femenina de Mé-
xico, la acredita como diseñadora de interiores, aunque
más tarde cursaría Letras Españolas en la UNAM. En reali-
dad, María Luisa no ha dejado de escribir un sólo día de su
vida, ni uno: en pupitres de escuela de monjas, en camas de
hospital, en endebles mesillas de hoteles, en atestadas re-
dacciones de periódicos y revistas, “entre hora y cita y la-
bor.” En más de una ocasión ha declarado – y yo le creo-
que escribe “para no morirse”: “…Padezco de esas manías
persecutorias que da el amor por los detalles: describir una
mano para mí es posibilidad de rápida novela: mano con
montañas, ríos y lagos, escaleras, tumbas de hijos, líneas de
vida y de muerte… muerte… muerte.” (“La vocación”, ¡Oiga
usted!, p. 32.) Siendo jovencita, exhibiendo aún rodillas con
rastros de su manía por treparse lo mismo a árboles de
magnolias que a postes de luz, se inicia como periodista en
El zócalo, y de ahí salta a Cine mundial, Novedades, El Uni-
versal, El sol de México y Excélsior. Fue locutora de radio y
conductora de televisión durante la década de los 70, y a
partir de 1980, titular de un programa de Imevisión que to-
davía muchos recuerdan, Un día un escritor. A través de su
experiencia periodística, concretamente como crítica socio-
política, en que había que ser particularmente selectiva con
esas frutas espinosas que son las palabras, María Luisa, fue
cultivando esa suerte de ironía preciosista emblemática no
sólo de su escritura, sino de su lenguaje cotidiano y carac-
terístico de sus discursos políticos y conferencias, reunidas
varias de ellas en su más reciente libro ¡Oiga usted!, donde
hace gala, sí, de un lenguaje impecable, pero también de un
diestro manejo de la ironía que no perdona a nadie, hom-
bre, mujer o quimera; mucho menos a patriarcas y políticos
(¿cuántos de estos rústicos hombrecillos no se habrán que-
dado con la duda de qué “intentaba decir” la dama?): “El
mexicano –escribe María Luisa– ama disimular. Disimula
desde que nace su miseria, su ignorancia, su angustia, su
soledad, su impotencia, su decadencia, su vejez, su muerte
(…) Por eso le hacemos a la buena educación, por eso “aquí
tiene usted su casa”, “para servirlo” “¿mande usted?”, “ya
sabe que todo lo que se le ofrezca”, “encantado de cono-
cerlo”, etcétera. Por eso “pues ahí pasándola” “así así”, “ahí
nomás”, “¿cómo se llama?”, “¿verdad?”, “digo”, “¡ay sí!, etcé-
tera” (“Como México no hay tres, ¡Oiga usted!, p. p 87 y 88).
A nadie sorprendió, por lo mismo, que se presentara
más tarde a pelear una diputación, la cual obtuvo. Reco-
noce, sin embargo, haberse sentido terriblemente ajena al
quehacer político, aunque la sensación de no pertenencia
le ha sido familiar desde siempre pues “jamás fui niña-
niña, ni estudiante-estudiante, ni casada-casada porque,
carente de hijos existió la pesarosa diferencia (...) en mis
conflictos de muchachita enferma y lectora no me permití
ser mujer por lo que usted quiera y mande”. Desatenderse
tras ser testigo presencial de la matanza de Tlatelolco el
2 de octubre de 1968, desde su cuarto de planchar, inqui-
lina de uno de los edificios situados frente a la Plaza de las
Tres Culturas, escondite que no abandonaría hasta pre-
senciar, vuelta estatua de piedra, cómo los militares, ar-
mados ahora con detergentes, retiraban la sangrienta evi-
dencia de la masacre. La escritora deja asentado su espanto
en un capítulo de su novela Con Él, conmigo, con nosotros
tres (cronovela) (Premio Marga Donato, 1972), que origi-
nalmente se titularía Tiniebla Tlatelolca –ni modo, no eran
tiempos de alborotar al avispero– de los más estremece-
dores que recuerdo haber leído sobre el asunto, aunque se
le cite poco: “(…) Ayer chirrido locomotriz, tránsito de
campanas, humaredas, faro horizontal, aguinaldo de plu-
mas, ronquidos, triquitraques; hoy recuerdos de ayer, pa-
sado de un romance que fue, cuna de sangre, sangre de
buena cuna, muerte sin buena cama, verdes los cerros,
aullidos los vientos. Fríos los mis pies y las mis manos. Sa-
car sangre de las piedras es posible, las de sus manos blancas
hurgando Sagrados Corazones, la su azúcar quemada ¡ma-
má!, ¡papá!, ¡agua! porque ya me voy a morir ¿verdad?, bata-
llón Olimpia, olímpica ilusión, mira el cohete verde como
reverdece, porque ya me voy a morir. Así es Tlatelolco, gue-
rras para qué os quiero. No ha sido una derrota.” (Editorial
Joaquín Mortiz, 1971, 3ª edición, 1975)
María Luisa, la dama de los zapatos lindos… la que tiñe
sus cabellos de barrocas pero hermosísimas tonalidades,
tan particulares como su escritura… la que ni por acciden-
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te se deja ver sin una impecable cubierta naranja u ocre en
sus labios… a la que no se le concibe sin mascotas –sus
actuales compañeros son un perro de nombre Leonardo Da
Vinci alias Francisco Mendoza y un gato llamado Teodoro W.
Adorno en honor a Julio Cortázar, y cuenta, además, con el
mejor ensayo que he leído sobre los perros en la literatura
incluido en ¡Oiga usted!, titulado “Los perros en general”
–fue también de las primeras escritoras latinoamericanas
que se rebeló contra el discurso patriarcal a través de la
parodia del mismo. De ausencia fue un abierto desafío a
los convencionalismos, como también El perro de la escri-
bana (1982), con otra heroína sin pelos en la lengua, Leo-
na Piedecasas, y su elaborada construcción barroca que
aturde al lector pero no lo aleja, al contrario: lo baña
de curiosidad. Pese a la sofisticación de su prosa no exis-
te en ella frivolidad que no sea estrictamente calculada. Ha
recreado su ciudad natal en todos sus libros, particular-
mente el más autobiográfico, Fuimos es mucha gente (Punto
de lectura, 2003), que considero su mejor novela. En ella
recrea una infancia guanajuatense no tan idílica como
pudiera suponerse, en la que los ángeles duermen la mona
cuando la protagonista, la propia China, sufre un intento
de violación a los diez años, a manos de un primo que
consuma sus aviesas intenciones con otra prima más pe-
queña. Y si bien el humor que le caracteriza no se ausen-
ta ni siquiera en momentos traumáticos como éste, la
introducción revela a una autora para quien la madurez
física, emocional e intelectual no es ajena en lo absoluto
al miedo y a la desesperación. Una niña juguetona quien,
inmersa en sus juegos de palabras, se pregunta de pronto
si su compañero de juegos, el lector, estará dispuesto a
seguir jugando, al verla de pronto tan crecida. “¿Conque
ésta es la edad? El miedo, la advertencia atávica, el temor
agazapado de morirse”.
Católica y priista confesa (ni modo: hay cosas que nos
marcan de por vida), María Luisa ha recibido infinidad de
premios, entre ellos el Bernal Díaz del Castillo y el Nacional
de Periodismo. En el 2001 fue galardonada con el José
Rubén Romero por su novela De amor y de lujo (TusQuets,
CONACULTA, 2002), donde mezcla la vida de un personaje inol-
vidable, Lisandra, con las lecturas de ésta, un tanto Quijota
pero de novelas históricas. Afecta al chisme, Lisandra, alias
la Infantita, se obsesiona con la trágica historia de los últi-
mos zares de Rusia, al grado de ya no saber dónde empie-
za su realidad guanajuatense y terminan las pasiones de la
corte de los Romanov. “Lo más acongojante para mí –se
queja Lisandra– es constatar que mi piel va adquiriendo
una inusitada apariencia de papel crepé. Lo descubrí al
estar leyendo en mi cama y elevar el brazo para mover la
pantalla de la lámpara de noche.” (p. 23). Como en todas
las novelas de María Luisa Mendoza, la alta frivolidad
alcanza niveles insospechados al ser recreada con el len-
guaje recobrado de otro tiempo por una escritora eminen-
temente posmoderna en sus planteamientos e ideologías,
“(...) mi creación es ahora el amor (...) No me junto, no me
adhiero, no pertenezco, soy expatriada.”
Esta declaración tiene mucho que ver con una sensa-
ción que persigue a nuestra autora y para la que no le falta
razón: la vida no es la misma de cuando Elvira, Rosa, Elena
y ella taconeaban por terrenos vedados a la mayoría de las
mujeres. El mundo literario en México no sólo no ha deja-
do de ser machista: lo es incluso más que antes, cuando a
los varones los dejaban perplejo el talento y desparpajo de
una China Mendoza. Una serie de jóvenes desconocidos
para el público lector –de a de veras– se han asumido jue-
ces, que no críticos, del devenir cultural mexicano, con el
impulso de un señor Krauze que ocupa –así lo considera
él y quienes lo rodean –el trono de Octavio Paz, sin méritos
reales para suponer semejante cosa, y desprecian ostensi-
blemente a los autores clásicos, particularmente si son mu-
jeres …particularmente si asumieron algún cargo político
dentro del partido de cuyas fuentes se atragantaron durante
años y hoy afirman repudiar. Ante semejante panorama que,
por fortuna, no impide que la buena literatura, la verdadera
literatura llega a quien la busca, a quien sabe reconocerla, no
es raro que nuestra China querida exclame a voz en cuello
ante el micrófono de la prestigiada investigadora Rosas Lo-
pátegui: “¡Estaría loca si no fuera feminista…!”
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FELIPE GALVÁN
i de hablar de María Luisa Mendoza se trata, lo pri-
mero que asalta a la razón es ¿por dónde me acer-
co a tan prolija, variada e inventiva creadora na-
cional? ¿Es sólo nacional? La China es un poliedro de
múltiples caras que, por indescriptibles y falto de líneas
rectas sólidas, parece rugoso, inaprensible, nuboso y volátil.
Podría hablarse desde la María novelista, Luisa la periodista,
Mendoza la cuentista, La China guionista, o ella misma en
cualquiera de sus parcializadas nomenclaturas, la ensayista,
la biógrafa, la antologadora, la escenógrafa, la, la, la, la… y
debo tomar aliento.
Si nos ponemos académicos rigoristas y de amplitud
de escuelas, en una orientación podría definírsele como
creadora polisémica, en otra como ficcionante de signifi-
cantes explosivos que llevan infinitos significados o, derri-
dianamente, una autora que forma símil entre el sentido de
sus textos y las agujetas de los zapatos de Van Gogh. Pero
más allá de lo que escribamos, ella misma se define al ha-
blar de su estilo al que califica como Curvilíneo y reboruja-
do y asoleado y tan solariego. Y nos lleva a interpretar lo
que ni el DRAE define: reborujado. Si ahora y aquí tratára-
mos de definirlo, encontraremos tantos acercamientos di-
ferentes al término como intentos hagamos. Lo que sí es
que no conocemos ningún otro autor que defina su corpus
como tal, lo que nos llevará a una de las múltiples defini-
ciones y, por su origen declarante y original evidencia, de
mayor fuerza; reborujado es una característica particular y,
por lo conocido hasta ahora, exclusiva del corpus literario
de la autora mexicana María Luisa La China Mendoza.
Poco se usa el vocablo en la actualidad, pero en este
variante idioma nuestro, el español mexicano del centro del
país, diferente al español de otras naciones de habla hispa-
na, y distinto también del español mexicano del norte del
país, del sureste, del Golfo centro o del más diferente de to-
dos: el español mexicano de Yucatán. Reborujado se usó
bastante entre los treinta y los sesenta, década en la que
Morten Keller
S
Reborujar las letras, reborujar conlas letras o, simplemente, reborujar
declinó hasta casi desconocerlo actualmente, tanto que ni
Chumacero, Henestrosa, León Portilla, Buxó, Montemayor,
Monsiváis y el resto de nuestros académicos mexicanos co-
rrespondientes a la Academia española y responsables de
asentar los mexicanismos en el DRAE consignaron el verbo
reborujar. ¿Lo conocen o simplemente les ha pasado de
largo? Tengamos respuesta en uno u otro sentido, la obser-
vación abre la posibilidad al planteamiento hipotético co-
rrespondiente: María Luisa La China Mendoza, maneja una
amplitud mayor de mexicanismos que los académicos de la
lengua en México.
La anterior hipótesis, que es sólo eso, una presunción,
es perfectamente comprobable en cuanto al verbo reborujar.
Recuerdo que cuando era niño, en los cincuenta y la pri-
mera mitad de los sesenta, reborujado tenía un uso frecuen-
te y perfectamente entendible, según el caso podía significar
alborotamiento, revoltura, hacerse bolas; de esos significados
me acuerdo y tomo el primero: alborotar sería la acción del
alborotamiento; y eso es, mínimo, lo que las letras de do-
ña María Luisa nos provocan. Leer un texto de ella tiende a
trastornar, a contrariar la linealidad, a mover los sentimien-
tos al confrontarlos con la racionalización, metiendo los
primeros en lo segundo y viceversa, o sea poner sentidos al
pensamiento y pensamiento a los sentidos, alborotando
ambos: reborujando.
El primer ejemplo del reborujamiento chinomendocia-
no lo podemos encontrar en una de las novelas clásicas del
sesentaiocho: Con él, conmigo, con nosotros tres, editada en
1971, es una reflexión desde la cercanía lejana sobre la ma-
tanza diazordacista-echeverrista del 2 de octubre en Tla-
telolco. En esa cercanía lejana empieza el reborujamien-
to, una mujer que desde la ventana del cuarto de planchar
en un piso elevado del edificio Cuauhtémoc, a un costado
del edificio Chihuahua y, como éste, panorámico a la Pla-
za de las tres culturas; mira, observa, se aterroriza y viaja
por su pasado familiar desde su ahora de testigo del geno-
cidio. Y es esa testificación la que la lleva a narrar su propia
novela, que es la novela de la masacre pero es también el
cuento de otros sucesos familiares, que se juntan con lo que
en ese momento mira y vive desde la visión de la galería
familiar, presente en las paredes del departamento donde
plancha y vive.
Tres guerras, contraste con tres culturas o sinonimia
de ellas, pero también juego con un apellido de arquitec-
to, de constructor; es el viaje por la familia en 1871, la década
de los veinte y los treinta en el siglo pasado y las jornadas
anteriores para llegar a ese dos de octubre de 68. En las tres
historias de guerras aparecen personajes entrañables: la
abuela Altagracia en la primera, la prima Natividad en la se-
gunda y el joven Juan en la tercera. La primera se enmarca
en los enfrentamientos por el poder contra Benito Juárez
por el futuro dictador Díaz y otros generales; la segunda
se sitúa en las épocas de enfrentamientos agraristas y la
tercera en el martirologio estudiantil del 2 de octubre del
68; pero si las acciones revelan cuestiones sociales-históri-
cas, cada personaje lucha su guerra personal, particular;
motivadora o razón para involucrarse en el marco. Alta-
gracia está harta de los enfrentamientos, pero más harta de
no ver otra función en su vida que la del parimiento, va por
el hijo doce y ya no quiere dar más vida, ya no quiere inclu-
so más vida para ella misma. En la segunda guerra la llega-
da de los agraristas causa la caída de la cuna de Natividad
bebé, una mujer que quedará mensa por ello, pero que todo
mundo señalará como tal, además de estéril, a causa del
incesto entre primos carnales. En la tercera y última guerra,
Juan, un célibe joven que fracasa en sus deseos carnales
con Lucía y Socorro, encuentra en la tarde del 2 de octubre
la razón de su búsqueda frustrada: al ver la luz verde que
inunda el cielo, llenando toda la visión de verde bengala,
una bala le entra por el vientre llevándolo al éxtasis por la
eyaculación sanguínea que florece por su bragueta, entre el
abdomen y su miembro enhiesto que por fin se siente libe-
rado, plácido, concretado en función de ser, mientras pien-
sa ¿o dice? Me vengo, me voy, los seis puntoooos; para ter-
minar vitalmente con el existir de su vida, de su protesta, de
su deseo siempre insatisfecho antes.
Si bien después vienen otros tres recuerdos, las tres
culturas, nos basta con las guerras para observar el reboru-
jamiento. Los enfrentamientos intestinos de la séptima
década del siglo XIX, los accionares agraristas y la salvaje
represión del poder priísta en 68, son historia, pero no his-
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toria grandilocuente, oficial e inamovible, se trata de ficcio-
nar desde la visión micro que reafirma la verdad de que los
grandes cambios los hacen los seres anónimos de los pue-
blos, y son esas historias íntimas las que finalmente nos dan
identidad; como en este caso le dan identidad a la mujer que
planchaba al iniciar la matanza, pero que viajó tan lejos y tan
necesario que terminó identificándose con su progenie mis-
ma. Al final, meses después y con la historia contada, ella
pasa a formar parte de la historia, incluyendo su imagen en
la galería familiar que fue descrita al principio.
La audacia en la estructura es ya, por sí misma, lo sufi-
cientemente alborotada, revuelta, hecha bolas como para cali-
ficarla de reborujada; sin embargo no lo es todo, entra en
juego la presencia narrativa: el sujeto narra en primera perso-
na, pero luego toma distancia para narrar en la forma clásica
de tercera persona y casi termina con la inclusión de la narra-
ción en segunda persona; escribo casi termina porque la pri-
mera persona, la narradora, se desdobla para dialogar consigo
misma, dando con ello una cuarta variante que por lo plural es
una narración de nosotros, como familia, pero también de
ustedes desde la visión de la narradora que reflexiona sobre su
ayer e incluso desde el ellos, visto con la voz de la narradora y
la narradora misma en el desdoblamiento descrito y la con-
versión del resto de los narradores en los otros grupal.
Con ese sube y baja de narradores intradiegéticos las
texturas son transformadas de guerra a guerra y retorna al
hoy narrativo y regreso a un ayer, dando entonces una va-
riación reborujante, por supuesto con lo curvilíneo, asolea-
do y solariego incluido.
Si de solar se trata bien nos viene un segundo ejemplo
en el que la generosidad de la autora habla denotando el
universalismo solariego. ¿Cómo está usted, señora Garro?
Nota periodística publicada en la primera década del siglo
XXI, describe una mujer de amplitud que habla de y parece
hablarle a otra mujer, contemporánea por varias décadas
de la poblana, la escritora guanajuatense plasma con ver-
dad, continuidad de orgullo y evidente amor, la postal de
una colega que forma parte del solar autoral femenino
mexicano; un solar que bien pudiera arrancar, por lo menos
en cuanto a primer nivel, en el siglo XVII sorjuaniano, y de
doña Elena Garro escribe:
Estamos en pleno homenaje a Elena Garro, de quien,
todos sabemos, es la escritora por antonomasia en nuestro
tiempo mexicano. Mujer profundamente interesante, her-
mosa, dueña de un estilo literario más allá de cualquier
estorbo en la mala escritura,... Elena Garro viene a ser
como el personaje prototípico de una vida en las letras…
escritora de sus diarios y plena de inquietudes por quienes
le rodean, se lanza a experimentar por todos los poros su
viaje a España, país por otro lado tan carnal y cercano, des-
cendiente de españoles como la mayoría somos los mexi-
canos.
Elena Garro pertenece al solar de la autoría femenina
mexicana, pero María Luisa La China Mendoza también, y
es esa deferencia natural, esa identidad, ese orgullo por la
obra y características de su colega, en donde la Mendoza
expone su pertenencia de ser célula o extensión del mismo
cuerpo que habita, también como célula o extensión, la Ga-
rro; eso es conformación, sumisión y declaración de fe a la
misma pertenencia, el solar de la literatura mexicana de gé-
nero. Por supuesto que el señorío, que aquí viene de seño-
ras y no del tradicional señores, brilla ruborizado con su
orgullo implícito por la riqueza literaria y audacia humana
de la descrita y el reconocimiento orgullosos de la que des-
cribe; esta implicación invita a describir las ramas del solar
como ramas sanas, llenas de agua, de sales minerales y de
sol, mucho sol que asolea al solar en la descripción de doña
Elena en la pluma de doña María Luisa. Por supuesto lo cur-
vilíneo incluido, y produce entonces en el receptor un efec-
to que aparentemente no tiene en el primer acercamiento
lector, pero que estalla en la visceralidad del receptor desde
ese primer acercamiento: el corazón, las ideas, la sensibili-
dad toda se reboruja con el acto de amor de María Luisa a
Elena.
Un último ejemplo en este paneo ligero sobre una obra
dispersa pero no por ello carente de espléndida riqueza, lo
tomaré de otra nota periodística aparecida apenas el pasa-
do 5 de septiembre y que en el nombre lleva la intención
manifiesta: A veces descubro que las demás cobraban es un
canto a la tarea definida, asumida y ejercida por toda una
vida a partir de la vocación y el ejemplo humano. Es muy
curiosa la respiración de la vida, es decir, cada día es más
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chico, más corto…, y abre con toda la contundencia posible
la reflexión alrededor del oficio periodístico por vocación,
una variante del ejercicio de las letras por genética, con una
cala profunda que lo mismo escribe de los viejos anteceso-
res de gran dignidad que de otros idos en el tiempo que
cada vez se hace más corto: Todo ha cambiado… el doctor
de la casa ya se fue, tantos amigos: el poeta Becerra, el
dramaturgo Azar, el escritor Garibay, mi mamá y mi papá,
Eduardo el corazonero Cesárman, y tantos más sin fama
pero deshechos en mis manos como mi corazón… Y con sus
recuerdos de vida en la reflexión vespertina antes de leer o
ver televisión, nos deshace el corazón porque está traba-
jando con la característica principal de las letras hechas
literatura por obra y gracia de la imitación de la vida, Aris-
tóteles dixit, que cuando es verdadera en términos estéticos
conduce a la suma de conmiseración y terror, lo que abre la
puerta a la devastadora catarsis.
En principio es imposible suponer siquiera que vas
a envejecer y por ende a necesitar de una jubilación…
¿Enfermarme? ¿De qué hablas? Entonces entregar tu vida
al trabajo, bestia de trabajo, y a andar buscando el amor
como a una canica de agua perdida, así se me fue la vida
realmente vivida. Y no estuvo mal, para nada, pero aho-
ra, que veo a todos absolutamente a todos los que me
rodean, con unas jubilaciones de júbilo, muy tranquilo-
tes, me pregunto si seré aquélla que no sabía que “las
demás cobraban”… Una tonta, burra de carga, Platera
misma, ahí voy, del género asnar, subiendo la cuesta con
los belfos sangrantes y el lomo ulcerado. ¡Cómo me voy
a querer!
Por supuesto que la recepción de esto es catártico, pero
como ese baño del alma o del espíritu deja un pequeño res-
quicio para la reflexión, me queda una pregunta. ¿No será la
catarsis aristotélica una forma distinta en que el maestro de
Alejandro Magno llamara al reborujamiento de La China
Mendoza?
Yo por lo pronto quedo reborujado por dictar esto fren-
te a mi mismísima dicha.
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Lourdes Domínguez
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LUZ GARCÍA MARTÍNEZ
Para Rosario y René Avilés Fabila
swaldo Sagástegui, gran pintor y reconocido ca-
ricaturista político, está sentado en la sala de su
casa, en Lomas de la Herradura, frente a un cua-
dro de la exposición Pugna de realidades, que realizó en el
Museo de Arte Moderno en 1990. A desnivel, un amplio co-
medor en madera se ilumina con la luz del día. Diversos
objetos en plata y flores acompañan tan singular espacio, al
fondo se ve un amplio jardín. Es una cálida mañana de do-
mingo del pasado mes de agosto.
Viste un pantalón gris y una playera amarilla, porta en
su mano izquierda un reloj plateado. Cuenta que al igual
que sus hermanos, de pequeño solía andar en la selva del
Amazonas, desnudo, pintado como un indio aguaruna, ju-
gando a la cacería con arco y flechas. Amable y sonriente
dice: “…De alguna manera sigo siendo un hombre de la
selva escondido viendo al mundo desde un arbusto, ésa es
la percepción que tengo de mí mismo hasta ahora”.
No tiene horario para trabajar, siempre y cuando no
haga calor. “Soy padre de familia, la vida para mí es mucho
más que el arte y que todo en sí, trato de vivir profunda-
mente cada momento como es la visita de mis nietos o via-
jar. He tenido la fortuna de estar en lugares a los que no
tiene acceso ningún turista, como cuando viajaba en las
giras con los Presidentes de México que iban a Pekin…”
Admirador profundo de David Alfaro Siqueiros y gran
amante del cine, Oswaldo Sagástegui nació en el pobla-
do serrano de Llata, Perú en 1936, situado en la vertiente
oriental de la Cordillera de los Andes. Sobre este lugar, el
poeta peruano Rodolfo Hinostrosa refiere: “Llata es una
especie de cornisa de piedra a tres mil metros sobre el nivel
del mar, suspendida sobre un precipicio que anuncia el fin de
la cordillera y el descenso a la selva alta de la inmersa re-
gión amazónica que se extiende a pérdida de vista, como un
océano verde…”
Oswaldo Sagástegui ha dicho que “Ser caricaturista es
ser un poco aventurero”. En 1984 obtiene el Premio Nacio-
nal de Periodismo por su trabajo como caricaturista en el
periódico Excélsior. “Recuerdo una caricatura que hice cuan-
do yo tenía 15 años, que mandé a la sección deportiva del
diario La Crónica, pero no me la pagaron. Era el dibujo de
un futbolista y para mi sorpresa la publicaron, pero mi ape-
llido Sagástegui lo cortaron y solo pusieron “Sagás”, fue
una gran desilusión, recuerdo que esa vez iba caminando
con mis amigos y les dije: “Miren, es mi caricatura” pero no
me quisieron creer y me decían: “¿Por qué no firmaste? ése
no eres tú”. Yo orgulloso de que a los 15 años habían publi-
cado una caricatura –sonríe– y nadie me creyó…”
Graduado en 1959 con Medalla de Oro en la Escuela
Nacional de Bellas Artes, en 1960 viaja a Roma, Italia donde
reside hasta 1968. A finales de los 70, lo contrata la Agencia
Cartoonist & Writers Syndicate de Nueva York. De 1967 a
2001 realiza más de diez mil cartones e ilustraciones para
Excélsior y fue enviado por este diario a las zonas de guerra
del Líbano y Nicaragua, “desde donde les enviaba mis mo-
nos por fax.”
De 1968 a 1984 realizó caricatura política en diarios de
México, Estados Unidos y Europa. En 1985, el Museo de la
Caricatura en Basilea, Suiza, publica el libro Sammlung Ka-
ricaturen & Cartoons, con obras de los mejores caricaturis-
tas del siglo XX, donde incluyen a Oswaldo Sagástegui.
Durante una larga conversación que se inicia cuando
dice: “yo nací para ser pintor”, vemos el espléndido catá-
logo Oswaldo Sagástegui, Antología (HGH Impresores,
México, 2009), que presentará el 1o, de Diciembre en el
Club de Industriales. La obra dividida en seis capítulos, es
un río de imágenes, perspectivas, juegos ópticos, formas
geométricas, texturas y colores con textos de Josu Iturbe,
Alfonso de Neuvillate, Jorge Crespo de la Serna, Juan Acha,
Claudia Refice Taschetta y Rodolfo Hinostrosa.
“Colores que estallan en miles de millones de colores”,
refiere Sagástegui y se materializan en Ensayo cubista, 1956;
Movimiento de masas, 1963; Juego abstracto, 1989; Geometría
y espacios, 1993; Imagen inca, 1996; Recuerdos infantiles,
2006; Atardecer en el Tepozteco, 2007; así como las esplén-
didas caricaturas de Carlos Monsiváis, 1973; David Alfaro
Siqueiros, 1974; José Luis Cuevas, 1974; Rufino Tamayo,
O
Oswaldo Sagástegui“Yo nací para ser pintor”
1987; Juan Rulfo, 1989; Armando Maradona, 2002, Pelé,
2002; Sebastián, 2005; Osama bin Laden, 2005; Juan Pablo
II, 1986 y Barack Obama, 2009.
Alfonso de Neuvillate escribe el 28 de marzo de 1965,
en México en la Cultura de Novedades que “en la pintura de
Sagástegui encuentro un canto a la vida, canto que emplea
el lenguaje conocido de las formas y del experimento cro-
mático que, junto con una idea vital (aquélla de profundizar
en los valores temáticos) resume una forma consciente del
movimiento.” Canto a la vida, canto cromático en su pintu-
ra, del cual Oswaldo Sagástegui hace las siguientes refle-
xiones para los lectores de El Búho.
La selva de la Amazonia Peruana
En el catálogo Oswaldo, Sagástegui, Antología, hay una her-
mosa fotografía donde está el pintor sentado en medio de
sus padres y con sus hermanos Berta y Marino, afuera
de una choza de tablones y techo de paja, en 1939, cuando
habitaban en la selva Amazona Peruana. Una imagen sor-
prendente donde su mamá carga un pequeño chango y un
tucán sobre sus pies…
–Me sorprendió esta fotografía donde está con su fami-
lia en la selva de la Amazonia Peruana.
Ésa fue mi infancia precisamente.
–La fotografía está dañada por el tiempo…
Esto le da un valor particular. Las muchachas que están
atrás, le ayudaban a mi madre, quien les daba pensión y de
comer como a 80 trabajadores en plena selva, durante la
construcción de las primeras carreteras hacia el Amazonas,
era toda una aventura y por eso mi papá quiso que apare-
cieran en la foto. Mi hermana Berta se borró la cara en la
imagen cuando era niña, actualmente vive en Estados Uni-
dos y tiene dos hijas.
Marino, que también estuvo muchos años como cari-
caturista en Excélsior, está en brazos de mi padre, mis otras
dos hermanas aun no habían nacido, es una foto maravillo-
sa que descubrí en Nueva York…
–Su padre era capataz en la carretera de penetración
hacia la selva en la década de los años 30, ¿qué recuerda
Oswaldo niño de esa vida errante?
¡Pero muy errante porque cada tres meses nos cambiá-
bamos de choza! Mi padre era capataz, era el encargado de
que los trabajadores cumplieran las obras de los ingenieros
en las carreteras. Eran los años 30, estamos hablando de la
selva primitiva de la tierra porque está África, pero el Ama-
zonas es la selva más condensada que existe en la tierra
y en esas épocas se hacían cuatro días para atravesar
los Andes y llegar a la selva primitiva, es decir, lejos del
mundo…
–Se dice que los primeros materiales que sus manos
tocaron fueron el barro, el agua, la madera, las hojas de los
árboles…
Cuando se habla de madera es la leña quemada que se
usaba como carbón y a falta de algún elemento que pudie-
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Oswaldo Sagástegui
ra dibujar, utilizaba las cajas de alimentos que mi madre
traía de la ciudad, las dibujaba con leña quemada, ése era
mi entretenimiento. Mi madre se reía de mi habilidad pa-
ra representar lo que yo veía, ¡quién sabe como serían los
dibujos a esa edad, tenía tres o cuatro años…!
–¿Había en sus padres una inclinación por el arte?
Mi padre no tenía la menor idea del arte, pero tocaba
muy bien la guitarra y mi madre no acabó ni siquiera la pri-
maria, ellos eran de origen andino, como la gente que vivía en
la selva. Mi padre era tipo español, de ojos azules y mi madre
que se casó muy joven con él, era de tipo inca, ésa es la par-
te que adoro de mi madre, la parte que nos dio, la raza nues-
tra de gran fortaleza, con un espíritu y una capacidad de lucha
porque en esas circunstancias vivir en el Amazonas, no sabes
qué terrible es la realidad, la naturaleza es demasiado fuerte
más con los que no son de ahí.
Pasaron los años y cuando se acabó la construcción de la
carretera, nos llevaron a la ciudad de Huánuco, donde empe-
zamos nuestros primeros estudios, pero mi padre lamentable-
mente perdió todo lo que habían ahorrado en años de trabajo,
quiso hacer más de lo que sabía, nos quedamos en la calle y
nos la veíamos difícil desde el punto de vista económico.
Empecé a estudiar a los siete años, mi hermano Marino
tenía cinco y nos metieron al mismo tiempo a la escuela. Huá-
nuco es una ciudad andina creada por los españoles en la
Colonia, estaba aislada en el mundo, pero llegaba el cine, en-
tonces por las necesidades económicas mi padre se fue a Lima
a conseguir trabajo, le perdimos la pista y mi madre se dedi-
có a hacer dulces de cacahuate para venderlos, y yo junto con
un primo nos levantábamos en la mañana para repartir perió-
dicos en el pueblo.
Luego vino la magia del cine, primero, porque me dieron
la opción de que en la gayola podía vender dulces, pero lo
maravilloso es que cada día daban una película diferente, eran
películas para adultos y descubrí las maravillas de la vida
moderna a través del cine: ver por primera vez un beso, un
avión, un edificio. Llegaban las películas de los Estados Uni-
dos, y este choque con la nueva forma de vivir a través de las
imágenes me impactó profundamente y quería reproducir lo
que veía…
–Se cuenta que Oswaldo niño pintaba sobre las ban-
quetas hasta que un día alguien lo vio y dijo: “Este niño va a
ser un artista”, ¿qué pintaba en esos momentos, cómo era el
lugar donde dibujaba?
Era el zócalo del pueblo, la catedral estaba a medio
construir y había una explanada que daba hacia la Plaza de
Armas que estaba dividida en un plano de cemento, eran cua-
drículas de un metro cuadrado y la gente se sorprendía que un
niño pudiera hacer el dibujo de un personaje en cuadrículas de
dos metros, algo que no es normal porque un niño dibuja en
chiquito, pero yo quería reproducir lo que veía en el cine.
Siempre fui chaparrito, flaco, tenía ocho años y parecía de
cuatro. Cuando dibujada, de repente estaba rodeado de perso-
nas y había quien daba dinero, Marino que estaba más chiqui-
to, recogía el dinero que buena falta nos hacía, no era la inten-
ción, sólo quería dibujar lo que veía en el cine: los personajes
legendarios del oeste, los caballos, las pistolas, el malo, el bue-
no particularmente, siempre con su pañuelo en el cuello, su
pistola, su sombrero de cowboy y los caballos alimentaban mi
imaginación.
En esa época existía en Estados Unidos una industria del
cine por capítulos que vendían (inclusive México hizo una pelí-
cula con Pedro Armendáriz), eran de 12 ó 15 capítulos, series
del Flecha Verde, la Araña negra, el Capitán maravilla que fue
antes que Superman, La sombra y algo de gángsters. Cada
semana pasaban en el cine tres capítulos, Flash Gordon, fue la
primera película que vi sobre temas espaciales, me impactó
profundamente y lo que hacía era reproducirla, pero no tenía
idea de lo que era el escorzo ni la perspectiva.
Sabía de memoria a los personajes y los dibujaba de per-
fil o de frente, a los cowboys los dibujaba con la pistola con la
mano en el pecho, me empeñaba en querer que se vieran en
escorzo, pero no podía encontrar la solución plástica, es decir,
no había modelo, pasó un tiempo y un día llegó un póster de
una película de Will Rogers, exactamente como quería verlo,
con la pistola de frente, fue el gran descubrimiento del escor-
zo, yo tenía ocho años y desde entonces tuve la preocupación
de buscar alguna solución plástica a las imágenes, el color
todavía no llegaba.
También cierta vez, el director de la escuela en donde
estudiaba, pintaba y un día me llevó a su casa donde vi por pri-
mera vez una pintura al óleo, un pequeño paisaje tipo impre-
sionista y descubrí el color, la textura, ése fue otro gran des-
cubrimiento de mi infancia. El tipo de texturas que tengo
ahora, es un poco entre la obra de Armando Morales y la
textura que vi con mi maestro en el pueblo, el amor que
tengo por las texturas viene de ahí.
En 1946, cuando tenía diez años tuvimos noticias de mi
padre quien nos manda llevar a Lima y fue descubrir una
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ciudad avanzada y ver el mar que nunca habíamos visto,
otra sensación impresionante. En 1952, a los 15 años entré
a la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima, que tenía gran
prestigio, en el día trabajaba de obrero, pintor de paredes,
cargador, y en la noche estudiaba hasta que me independi-
cé y comencé a trabajar realizando caricaturas para un
periódico y la televisión. En la escuela eran ocho años de
estudio, en 1959 me gradué y empezó mi vida profesional.
–¿Esos personajes del cine, influyen después en sus ca-
ricaturas?
Creo que sí, no lo había pensado… También cuando era
joven, mi hermano y yo hacíamos dibujos animados sin
saber técnicamente como se hacían, cuadrito por cuadrito
para algún anuncio, hemos hecho de todo y me encanta que
haya sido así, me siento bendecido por la vida.
–¿Qué significo en su vida el trabajar desde niño?
Es una de las lecciones más bellas de la vida, mi infan-
cia no fue trágica, al contrario, era el héroe de la familia, me
sentía Superman realmente de saber que mientras otros
niños dependían de sus padres, yo era casi independiente y
ayudaba a mis hermanos y la lección más importante fue
que aprendí a ser grande en el sentido de ser autosuficien-
te y me preparó para cuando me fui a Europa sin dinero y
pensé: “si aquí no me morí de hambre, no me pasará allá
tampoco”, eso te da una gran fortaleza.
Cuando tenía 17 años gané el concurso de caricatura
en la revista Loquibambia y empecé a conocer la intelectua-
lidad de entonces, los periodistas, los escritores, los gran-
des artistas, me acuerdo que estaba Mario Vargas Llosa
y nos iniciamos en la misma revista, tenemos la misma
edad, no creo que se acuerde de mí, él era un muchacho
guapo, alto y elegante y muchos personajes de esa revista
están presentes en sus obras de Conversación en la Ca-
tedral, 1969 y La tía Julia y el escribidor, 1977.
Pero mi objetivo era lo pintura y hasta que me voy a
Europa, no tomé conciencia del periodismo, eso lo tomo en
México años después, en donde me enamora el periodismo.
El arte era el único gran objetivo de mi vida, pero viví mo-
mentos brillantes del periodismo de Lima en los años 50,
pero estaba inmerso en la pintura y eso fue el inicio de todo
este proceso, desde luego con los años lo fui dejando por-
que eso es otra cosa que dejé 20 años de pintar…
–¿Cómo ingresa a la revista Extra?
Por ese concurso de caricaturas que te conté anterior-
mente, dos periodistas tenían esa revista social-humorísti-
ca Loquibambia, era una forma de reunir dinero para luego
editar Extra, la gran revista de información política. De to-
dos los dibujantes de Loquibambia que eran como 14, fui el
único al que invitaron a la revista Extra, donde conocí a la
gran intelectualidad de la política y del arte.
–Recuerda algunas de las primeras caricaturas que ha-
cía en Lima…
Ilustraba los textos que me daban, nunca ejercía las
ideas propias y no me importaba, además pagaban bien, de
ganar 105 soles a la semana en una fábrica de botellas don-
de trabajaba, a mil soles de un soóo golpe, diez veces más
pues era fantástico, era una fortuna después de haber vivi-
do todo lo que vivimos y no me interesé en profundizar en
el periodismo.
Su admiración por Armando Morales y el arte abstracto
Oswaldo Sagástegui refiere que en Lima, Perú, en los años
50 sólo tenían referencias de oídas de la pintura abstracta.
“Había información del muralismo mexicano y de la pintu-
ra indigenista en Perú, consecuencia de ese muralismo. En
1955, cuando estudiaba en la Escuela de Bellas Artes, vi un
cuadro europeo de un artista abstracto. En 1958 llegó a
Lima, el nicaragüense Armando Morales con una exposi-
ción de arte abstracto, fue la primera vez que veíamos pin-
tura abstracta, de su obra me impactó la textura y su color,
muchos empezamos a querer pintar un poco como Armando
Morales y la emoción con su obra es latente. Arman-
do Morales es un personaje inolvidable para nuestra gene-
ración, particularmente en los años 50, cuando estábamos
lejos del mundo.”
Su estancia en Roma e Italia
Subraya que mucho de lo que sabe lo aprendió en Italia. La
crítica Claudia Refice Taschetta, escribe en La fiera lettera-
ria, en marzo de 1964 (Roma, Italia), que Sagástegui “en su
interesante pintar la logrado fundir efectos apreciables: lo
íntimo de la tradición de su tierra (vivo, pasional, amante de
los colores encendidos), con aspecto de la pintura italiana:
de un Morlotti o de un Dova, por ejemplo…”
–¿Qué circunstancias hacen que en 1960 parta a Italia
viajando en un barco carguero? ¿Qué imágenes vienen a su
memoria?
Fue un momento difícil porque no sabía que iba a pasar
de mi vida en el futuro, la idea era irme por un año, pero
siempre que voy a un lugar por un tiempo, me quedo, como
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me pasó con México… El barco carguero tenía la obligación
de parte del gobierno italiano, de que a los que quisieran ir
a estudiar en Italia, les asignara el 75 por ciento de des-
cuento en el boleto, entonces juntábamos dinero para pagar
el 25 por ciento del boleto e irnos, eran viajes largos de un
mes, desde Chile venía el barco y llegaba a Nápoles.
Me fui con 150 dólares que había ahorrado, se me aca-
baron en dos meses, y empezó la lucha. El viaje fue angus-
tiante, incertidumbre mezclada con la alegría, con tus sue-
ños y tus metas, ver otro mundo, aprender otro idioma,
parecía que nunca iba a llegar a Europa y al llegar, empezar
la lucha diaria por sobrevivir, recuerda que Italia en los años
60s venía saliendo de la guerra, no era la Italia de ahora,
no había trabajo. Los artistas iban a París donde había más
posibilidades de acción y de trabajo, no te exigían las re-
glas que te exigen ahora para un inmigrante, pero de nada
servía esto si no había trabajo, entonces ¿cómo enfrentar-
me a un mercado para empezar a producir y a vivir? real-
mente fue difícil.
Pasó mucho tiempo hasta que pude hacer mi primera
exposición en Roma que llamó la atención, hicieron comen-
tarios favorables, les gustaba la factura, el concepto pero
decían que acentuaba demasiado el color que sigue siendo
el mismo de ahora. En esa época había otro tipo de con-
ceptos además del arte abstracto, empezó a haber el arte
óptico, matérico, cinético… Sin embargo, no me acomodé a
la escuela europea y traté de asimilar las cosas importantes
del arte moderno sin perder mi esencia que mantengo hasta
el presente.
–¿Cómo logra esa primera exposición?
Roma no era precisamente el gran mercado que es
ahora, lo era Milán, a donde hacíamos viajes para vender
obra, había gente que nos seguía de cerca, finalmente en
1964 en Roma logré hacer una exposición en la Galería
Scorpio en lo que ahora es la famosa Vía Sixtina de Roma,
la calle de la gran moda y aparecieron artículos en las sec-
ciones culturales de los periódicos sobre “un pintor extraño
pero con talento”. Logré vender algunas obras, eso me dio
un respiro maravilloso y en 1965 me invitan a exponer en la
Galería Antonio Souza en la ciudad de México, la más im-
portante de entonces, donde se juntan todos los de la
“Generación de la Ruptura” que rompe con la Escuela Me-
xicana de Pintura, con un éxito inusitado de un pintor que
no sabían de donde había venido.
En la Galería Antonio Souza conozco a Manuel Felgué-
rez, García Ponce, Lilia Carrillo, Arnaldo Cohen apenas esta-
ba empezando, a Cuevas ya lo conocía años atrás, éramos
amigos entonces, todo esto me maravilló de México, estuve
dos meses, era un capítulo más en mi vida, en mi proceso
de pintor y me fui a Perú por razones familiares donde tra-
bajé de maestro durante un año en la Escuela de Bellas Ar-
tes de Lima, Perú, era muy jovencito, mis alumnos eran
más grandes que yo y logré que obtuvieran los premios más
importantes de la escuela.”
Su receso en el arte y su entrada a Excélsior
“Regresé a Italia donde empecé a tener ciertas dudas de tipo
conceptual, qué estaba haciendo, ¿estaba de acuerdo con el
tiempo que vivía? Aparte Italia era un país pobre, vendía
ocasionalmente y no me alcanzaba, tenía un cansancio
mental, el preocuparse por la parte económica desde niño,
se junta con la parte conceptual de la existencia de la pin-
tura, ¡qué sé yo, mil cosas de me vinieron a la cabeza…!”
“En la escuela fui muy buen dibujante, pero cuando te
metes en el arte moderno te olvidas de lo académico y entras
en un mundo convulsionado sobre todo de lo que viene de
los Estados Unidos, todo esto que me gustaba me conmocio-
nó y cuando uno pinta para ver qué es lo que estás haciendo
te alejas del caballete, eso hice, me alejé de mi propia vida y
me fui a Nueva York, allá viven mis padres y mi familia.”
“En 1968 vine a México a ver las olimpiadas y a visitar
a Marino quien ya era famoso y a veces hasta con broma les
decía para que me reconocieran: “soy hermano de Ma-
rino”… Él trabajaba como caricaturista en el periódico
Excélsior y cuando llego empieza la bronca del 2 de octubre
en Tlatelolco que mucho me impactó… Para mí, México era
otra cosa, mis amigos en Europa eran del partido socialista
y comunista y entre ellos México disfrutaba de un gran
prestigio por la revolución y llegas al país y te encuentras
con una realidad diferente, un choque social brutal y por
azahares de la vida me dijo mi hermano: “Oswaldo, eres
buen dibujante, mientras regresas a Italia has unos dibujos
para la sección de sociales y deportes, ahorras y te vas”.
“Así comencé a dibujar con don Manuel Ceide, el redac-
tor deportivo más importante del país que tenía su colum-
na en Excélsior y que bautizó a los futbolistas de México
como “los ratoncitos verdes”, a él le gustaron mis dibujos y
ya estaba en Excélsior, cuando Abel Quezada que era el gran
monumento se va de vacaciones, aunque yo siempre he
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dicho que se fue mañosamente porque en esos momentos
no era fácil salir, entonces Julio Scherer dice: “¿Cómo es
posible que el periódico más importante no sólo en México,
sino uno de los importantes del mundo, no tenga un cari-
caturista suplente?.”
“En la cooperativa de Excélsior había 42 dibujantes, pero
sólo tres caricaturistas que no eran precisamente buenos.
Cualquier caricaturista de México hubiera querido estar en
Excélsior en ese momento, te hablo de los grandes caricaturis-
tas como Naranjo, Helioflores y Rius, pero estaban alejados
del diario y entonces alguien dijo: “Pues ahí está el herma-
no de Marino…”, Julio Scherer me manda llamar y me dice:
“Ya vi sus dibujos, me gustan, así que mañana va a hacer la
caricatura de la página editorial…” y le respondí asombrado:
“¿Yo señor?” y les dijo: “díganle cómo se hace…”.
“Yo ni idea tenía de lo que era política y el humor mexi-
cano, acepté y me pusieron a dos periodistas muy impor-
tantes que me decían el tema y así estuve haciendo la cari-
catura poco a poco y al día siguiente, ver tu firma en la página
más importante de este país, con tu nombre completo, la
gente se preguntaba: “¿Quién es éste”, -sonríe-, me imagi-
no, “reemplazando nada menos que a Abel Quezada”, ése
fue uno de los tantos bellos capítulos que he vivido particu-
larmente en México.”
“Total pasó el tiempo, regresó Abel Quezada, seguí como
cartonista suplente y empecé a entender lo que era esto y me
di cuenta que se abre el mundo maravilloso a través del
periodismo, pero todavía quería regresar a Italia, entonces
me llama Julio Scherer y me dice: “Oye Oswaldo, acabo de
enterarme que se quiere regresar a Italia”, “si –le digo–
mi vida está allá, mis cosas, mis libros, todo” y responde:
“Mire, quédese seis meses, si al sexto mes usted piensa que
se tiene que regresar lo hace, ya no le insisto”, acepté, fue
como una apuesta, seguí trabajando y en el proceso conocí a
la mamá de mis hijos, me enamoré del periodismo y al sexto
mes decidí que me iba a quedar en México.”
“Pero para esto ya no pintaba y al cuarto año que ya
estaba en esto, pensé: “¡Qué hago con la pintura, renuncio
absolutamente!”, quizá fue un mecanismo de defensa negar
lo que había sido mi vida, ya había tenido premios en Italia y
obras en colecciones importantes y todo lo dejé de lado a
pesar de que había nacido para eso, pero tuve la ventaja de
encontrar el periodismo, una aleta maravillosa en donde po-
día estar en un país como México, donde la política es muy
sui generis y empecé a descubrir la vida a través del periodis-
mo, algo que como pintor no hubiera podido lograr.”
“El pintor aunque tenga mucha sensibilidad y curiosi-
dad, su óptica será diferente de alguien que esté metido en
las redes de la noticia, en el núcleo de la política, en el
núcleo del análisis de la investigación de una sociedad en
todos sus aspectos, eso no me lo hubiera dado la pintura y
descubrí que era un mundo maravilloso.”
–¿Qué significó para usted el Premio Nacional de Perio-
dismo que obtuvo en 1984? Aprendí a amar el periodismo a
través de la caricatura y no solamente amarlo, sino ser un
productor de caricaturas de primer nivel, esto me llevó a
publicar en más de 140 periódicos en los Estados Unidos y en
Europa. En 1991, el Museo de la Caricatura de Basilea, Suiza,
hace una selección de los más importantes caricaturistas del
siglo XX, y me incluyen a mí que no había nacido para carica-
turista, cuando vi ese libro pensé en cuántas cosas se pueden
realmente lograr en la vida cuando uno se propone algo.
Cuando me otorgan el Premio Nacional de Periodismo
hice el mismo planteamiento: no pretendía ser un día Pre-
mio Nacional, representó el cierre de una búsqueda de amar
primero la caricatura, técnicamente hacerlo y todo lo que
implica. La caricatura es un arte que desgraciadamente me-
nosprecian y eso es injusto y absurdo porque si el dibujo por
sí mismo es un arte, porqué la caricatura no puede serlo, sí
es tan complicada hacerla o aún más que un dibujo.
Mis caricaturas tienen un planteamiento plástico, la
caricatura es el octavo gran arte de la vida. En Estados Uni-
dos y en Europa, muchos sectores la consideran así, aquí
todavía no, la caricatura es un gran arte y yo logré eso por-
que yo era prácticamente artista y el Premio Nacional de
Periodismo resume esa búsqueda, ese encuentro que tuve
en el periodismo con la caricatura, con elementos que nos
permitían aparentemente ser más que periodísticos, tratan-
do de integrar elementos plásticos.
Siempre he tenido el reconocimiento de mis colegas en
la caricatura y en la pintura, muchos caricaturistas, no los
mejores, decían que yo era mejor pintor que caricaturista y
algunos pintores decían que yo era mejor caricaturista que
pintor, por eso quise hacer un libro en donde ninguno tenga
duda de mi trabajo.
Soy un pintor abstracto que supo dibujar, soy un pintor
abstracto que sabía pintar, soy un caricaturista que sabe
dibujar, soy un dibujante que sabe hacer pintura abstracta,
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no todos los artistas se pueden permitir presentar todas sus
facetas, corren el riesgo de ser malinterpretados, pero segu-
ramente podrá prevalecer en la mayoría que si hay un artis-
ta en todos los sectores en este libro de mi Antología, ése es
el objetivo, este libro es mi vida.
La conjunción estética: el pintor y el caricaturista
En el capítulo intitulado “La conspiración de las figuras”, se
señala que “Tras denodados esfuerzos por preservar la pu-
reza abstracta, la figuración se va instalando en su pintura.
Es ahí entonces donde dos diferentes personalidades se
reúnen y confrontan: el ilustrador y el pintor…”
“Pasaron los años y en 1983 encuentro a Manuel Fel-
guérez en una reunión, me reconoce, me abraza y me
pregunta qué hago en México y le respondo que vivo en este
país. Me pregunta sobre mi pintura y le digo que ya no pinto
y me cuestiona: “¿Por qué dejaste de pintar?, oye por cierto,
en Excélsior hay un caricaturista que se llama igual que tú”
y le digo, “Soy yo”, sonríe, no lo quería creer, nadie lo que-
ría creer. Sabían que no era mexicano, pensaban que vivía
en Italia, en Perú, pero ¿un caricaturista político qué tiene
que ver con el arte que hacíamos entonces?, y me contó
Manuel que le iba muy bien, que vivía como príncipe, y
pensé: “si ellos admiraban lo que hacía yo, qué me pasó,
quién hubiera sido yo a estas alturas” y dije: “¡Voy a volver
a pintar!”…
–Durante ese tiempo que se dedica al periodismo no
añoraba las texturas, el color….
Si, pero fue tal el mecanismo mental que me planteé
para tratar de no sentir, nunca más fui a una galería o a una
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exposición, fue un alejamiento absoluto. De ese encuentro con
Manuel, tuve esta decisión de regresar y empecé a pintar, un
día encontré en la Delegación Contreras, que el IMSS tenía
una academia de pintura para “señoras domingueras” y fui a
aprender de cero otra vez.
Quería pintar con óleo y no podía, había perdido la parte
del oficio, tres veces renuncié y volví otra vez, ¡soy terco, ésa
es mi ventaja! y al año comencé a ver logros con el pastel, hice
cosas conceptuales porque me ayudó a que con más rapidez
mi cerebro y mi mano relacionaran lo artesanal con lo con-
ceptual y durante mucho tiempo hice cosas abstractas al pas-
tel. En el catálogo aparecen algunas obras de gran formato
como Nacimiento de ritmo y Abstracto en fondo rojo, 1987.
Luego descubro el acrílico, lo que yo pretendía de mi
visión sobre la vida moderna, el óleo se tardaba, el acrílico no,
la luminosidad que da el acrílico y la rapidez con que se seca
fue la gran opción, se convierte en mi gran herramienta y sigo
trabajando muchas cosas con acrílico.
Empecé mis primeras exposiciones por los estados de la
República como Sonora, hasta llegar en 1987, al Palacio Le-
gislativo donde Cuevas acababa de tener una exposición y me
dan la oportunidad de exponer 40 obras al pastel con gran
éxito. Recuerdo que llegaron dos mil personas a la inaugura-
ción porque salía un spot promocional de 20 segundos en
todos los canales de televisión y volví a ser conocido ya no
como caricaturista sino como pintor. Y en 1990 soy invitado
a exponer en el Museo de Arte Moderno, con la que cierro el
ciclo del regreso a mi profesión, donde ya no tiene prioridad la
caricatura.
–¿Cómo es su trabajo en la pintura, cómo lo disocia de la
caricatura y a qué retos se enfrenta en ambas disciplinas?
Tú me preguntabas qué significaban los diferentes traba-
jos que hice desde niño y se me olvidó decirte que me conver-
tí en un personaje multifacético: si iba a ser obrero o zapa-
tero, aprender a hacerlo y ser un mejor trabajador en el área
que me tocaba, toda mi vida ha sido así.
Cuando empecé a pintar aprendí a manejar mi cerebro
como un reloj: me levantaba a las seis de la mañana, a las
siete ya era el periodista más informado y hacía mi carica-
tura que entregaba a las doce del día, después de la comida
empezaba a ser pintor. La caricatura no tiene relación con
la pintura abstracta, pero empiezo a meter imágenes en es-
tructuras geométricas, estructuras abstractas, yo no había
visto que alguien se hubiera atrevido a hacer ese tipo de
combinaciones, estaba ya caminando en el espacio virtual,
hacia efectos ópticos de tercera dimensión, todo dictado
por una vida moderna.
Soy un pintor independiente y empecé a mezclar imá-
genes con sentido humorístico, ahí es donde puedo decir
que la vida del caricaturista aporta su granito de arena den-
tro de mi obra con el espíritu lúdico, con la cosa humorísti-
ca y graciosa, no es dramática mi pintura, ésa es la combi-
nación que logro, una combinación que no se ve a primera
vista, una mezcla de sentimientos y poco a poco regreso a
hacer imágenes formales dentro de estructuras abstractas,
ésa ha sido mi lucha prácticamente hasta hoy, es ahí donde
incide la caricatura en el espíritu de ciertas obras.
Un pintor clásico y barroco dentro de un lenguaje
moderno
-¿Qué es el color, qué son las formas y texturas, la geome-
tría, qué le interesa de la pintura, el misterio, la poesía?
La pintura es todo eso y más, el color es un personaje
constante en mi obra, lo traigo desde niño, desde que vi ese
primer cuadro de mi maestro de escuela y ha sido una cons-
tante en mi vida, aunado a la lucidez de los colores vibran-
tes de los Andes, de mi tierra, aunado a esa forma de sentir
de un hombre que ha vivido tanto la selva como los Andes,
porque Lima es una ciudad gris, siempre está llena de nu-
bes, ¡“panza de burro” le dicen los limeños al cielo! y yo
venía de los Andes, de la selva, con otra visión y forma de
sentir del color, eso me ha acompañado básicamente.
Lo abstracto de esa época, lo abstracto lírico, que era
muy poético, el abstracto concreto, el abstracto dinámico,
yo quise dibujar el abstracto y descubrí que podía combinar
lo geométrico con lo informal, que tampoco se han atrevi-
do a hacer, difícilmente los pintores ponen dos o tres natu-
ralezas diferentes en una obra, siempre trato de buscar la
armonía a base de contrastes, en lugar de buscarla a base
de afinidades que es lo lógico, lograr que se armonicen a
base de contrastes: lo feo con bello, lo suave con lo rudo, lo
dinámico con lo quieto.
Habrá obras donde encuentres algún lado poético,
básicamente no tienen color, la composición es un poco
fuerte y otras, donde se pueda descubrir la textura, casi
como escultura en ciertos casos, una textura táctil. También
hay una poesía en la creatividad plástica, he hecho obras
muy sutiles, pero a mí me llena lo fuerte, yo admiro a Si-
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queiros por su fortaleza, por su grandiosidad en las formas
y trato de combinar mi parte agresiva con la parte tersa de
los espacios: siempre busco contrastes y al mismo tiempo
que toda esa serie de elementos que son por naturaleza
diferentes entre sí, puedan convivir dentro de la obra armo-
niosamente.
Ése es el interés que tengo en mi obra, que te puedas
meter y respirar dentro de ella porque hay una atmósfera,
una luz, un efecto óptico, efectos de tercera dimensión, co-
lor, textura, formas poéticas y agresivas, soy todo eso por-
que es lo que siento, ¡quiero ser un pintor clásico en ese
sentido, barroco, dentro de un lenguaje moderno!
Los temas en la pintura en la época antigua eran im-
portantes porque correspondían a una posición religiosa,
social o política. Los pintores del Renacimiento estaban obli-
gados a pintar temas religiosos, era parte del dominio de
esa época, del poder político de la religión, algunas se esca-
paban de eso pero eran pocos, ¿qué lograron hacer para
que trascendiera la obra?: eran grandes artistas plásticos.
Cuando no se tiene capacidad artística el tema se pierde
porque lo que cuenta es la pintura.
La pintura tiene por sí misma un valor intrínseco, lo
que no desmerece los deseos de muchos artistas de querer
trascender con un tema, es válido siempre y cuando esté
bien pintado. Los grandes artistas de México como David
Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, José Clemente Orozco o Ru-
fino Tamayo, eran antes que nada genios de la pintura.
–En la introducción del catálogo Oswaldo Sagástegui,
Antología, narra Josu Iturbe que su reconciliación última con
la pintura “nos sirve para rescatarla también nosotros en su
sentido más iconográfico, recuperar lo pictórico, la factura
de lo pintado.”¿Fue difícil la concepción del catálogo?
Sí, porque mi obra de los años antes de dejar la pintu-
ra desapareció, lamentablemente me robaron un maletín
con las imágenes de ese tiempo y tuve que ir a Perú e Italia,
a fotografiar donde pudiera encontrar algo mío y aparecen
como 14 imágenes. Mi hijo Marco Iván y Adán Careta Her-
nández diseñaron el libro que va acompañado de textos de
Juan Acha, que escribió profundamente sobre mi obra. Tam-
bién busqué gente que pudiera decir lo que yo creo que es
la pintura y creo que lo explica bien en el libro.
Me hubiera gustado caricaturizar a los pintores que
quiero, en color me hubiera gustado pintar a José Luis Cue-
vas, Rufino Tamayo, David Alfaro Siqueiros, a quien hice en
tinta para obras que se iban a publicar, a Manuel Felguérez,
Fernando de Szyslo del Perú y de los grandes artistas que
admiro como el inglés Bacon, pero la vida se va muy rápido
y cada día tengo menos tiempo.
–En el catálogo están las caricaturas de políticos como el
Presidente Felipe Calderón y el gobernador del Estado de
México, Enrique Peña Nieto. ¿Hay una intención especial
en esto?
Son simplemente encargos, durante toda la historia del
arte, algunos pintores han hecho obras por encargo, el pro-
pio Diego Rivera pintaba señoras elegantes y guapas y no es
la pintura que presenta en sus murales. Es un trabajo que
se hace por encargo y cumple su función, pero nada más.
–También aparecen las caricaturas de Pelé y Maradona,
¿le gusta el futbol?
Soy un gran apasionado del futbol aunque no tiene
nada que ver con el resto de mi vida, pero donde nací el fut-
bol era una religión y yo jugaba; en los años 70 que vino la
selección peruana que hizo mucha historia acá, dos de ellos
eran compañeros míos de la infancia. El futbol es apasio-
nante, Cuevas se ríe y dice que es ridículo, pero para mí
tiene su importancia y en esta época desde el punto de vista
social, me pregunto qué hubiera pasado con México al
día siguiente entre el ánimo de la gente si hubiera perdido
México con los Estados Unidos hace unos días, mira no tie-
nen para comer pero van contentos, hay una función social
importante en todo esto que el electorado menosprecia.
¡Qué bueno que no soy intelectual porque yo sí disfruto
todo esto…”
Ha pasado más de una hora, Oswaldo Sagástegui me
pide lo acompañe a buscar el catálogo donde está conside-
rado como uno de los mejores caricaturistas del mundo, pa-
samos a una pequeña estancia donde hay fotografías de su
esposa y de sus hijos, así como una caricatura de Octavio
Paz. Me muestra carpetas con sus obras y las críticas y catá-
logos. Señala que “los murales de Siqueiros y Orozco le
siguen emocionando. Francis Bacon también es un pintor
que me emociona, tiene esa combinación entre lo brutal y
lo poético, una composición sencilla pero bella”.
Finalmente, toma el catálogo que presenta su Antología
y escribe: “Para Luz García Martínez, deseando que este libro
la acompañe siempre en su camino del arte y de la cultura en
general… Y gracias por la plática bella y reedificante que tuvi-
mos de corazón. Oswaldo Sagástegui. Agosto del 2009”.
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MARIO CASASÚS
n entrevista con El Búho, el poeta y editor Juan
Domingo Argüelles (1958), señala los defectos de
la crítica literaria, hace varias propuestas para
extender la lectura y define: “La poesía es, por excelencia,
el género literario más personal. Hay quienes creen, con
muy poca imaginación, que la poesía es ficción y palabre-
ría. Les falta fantasía para comprender que no hay poeta si
no hay autenticidad en lo que se escribe. El poeta habla de
sí mismo porque es la persona a la que más cerca tiene
de sí, pero a la vez habla de todos y con todos cuando acier-
ta. Son los casos, lo mismo de Borges que de Neruda; lo
mismo de Paz que de Sabines. Y el mismo Borges, muy li-
bresco, es siempre autobiográfico en su poesía”
Autor de los libros de poesía: Yo no creo en la muerte
(1982); Poemas de invierno (1983); Merecimiento del alba
(1987); Como el mar que regresa (1990); Canciones de la luz
y la tiniebla (1991); Cruz y ficciones (1992); Agua bajo los
puentes (1993); A la salud de los enfermos (1995); Animales
sin fábula (1996); Piedra maestra (1996); La última balada
de François Villon (1998) y de los libros de ensayo: Quinta-
na Roo una literatura sin pasado (1990); Escribir cansa. Bre-
vísimo diccionario del hastío cultural (1996); Diálogo con la
poesía de Efraín Bartolomé (1997); ¿Qué leen los que no
leen? (2003); Leer es un camino (2004); Historias de lectu-
ras y lectores (2005); Ustedes que leen (2006); Antimanual
para lectores y promotores del libro y la lectura (2008) y Si
quieres... lee. Contra la obligación de leer y otras utopías
lectoras (2009).
Cada año nos encontramos en la Feria Internacional
del Libro de Guadalajara, el 2009 no será la excepción, Juan
Domingo Argüelles trae entre manos su más reciente tra-
bajo editado en España: Si quieres... lee. Contra la obliga-
ción de leer y otras utopías lectoras (2009) y adelanta: “Hace
unas pocas semanas salió en España mi libro La travesía:
Antología ultramarina, 1982-2007, que recoge cinco lustros
de poesía. Lo publicó la Editorial Renacimiento de Sevilla,
en su colección Azul. Estoy feliz con esta edición. Trabajo
también (y siempre lo estoy haciendo) en otro libro sobre
lectura y ética o, para decirlo mejor, la Ética de la lectura. Ya
casi terminé un nuevo libro de poesía, que me ha llevado
más de cuatro años, y no tengo prisa por publicarlo”.
MC.- ¿Cuándo recobraste la conciencia sobre los defec-
tos de la crítica literaria?
JDA.- En realidad, la crítica literaria siempre ha sido un
género bajo sospecha. Stephen Vizinczey, el gran escritor
húngaro de lengua inglesa, la denomina “la política de la
literatura”. Yo siempre me he sentido más un divulgador
literario o un fomentador de la lectura que un crítico litera-
rio. Hago crítica, según el convencionalismo con el que se
conoce a la reseña y al comentario de libros desde una pers-
pectiva de valoración personal, pero mi interés es compar-
tir con los lectores o mi entusiasmo o mi decepción. No
creo que haya otro modo de hacer una crítica que tenga un
cierto sentido de la ética si no es con la sinceridad, que, de
todos modos, tampoco escapa a los prejuicios favorables o
desfavorables respecto de la obra comentada. Lo que sí hay
que evitar es que la crítica se convierta en autoritaria y en
autoritativa, esa especie de rencor profesional de personas
que sin escribir novelas dicen cómo debe escribirse una nove-
la y que sin haber escrito un buen poema en su vida, senten-
cian cómo debe escribirse la poesía. Además, por otra parte,
están, dentro de la política de la literatura, los propagandistas
y publicistas de sus amigos, compadres, cónyuges y parro-
quianos, que sólo hablan bien de sus compinches (indepen-
dientemente de los méritos o fallas de sus obras) e invariable-
mente mal de los autores que no pertenecen a su secta. Todo
esto es muy aburrido y absurdo. Aunque sea tan trillado, el
lugar común es más sabio: son los lectores y el tiempo los
que determinan el valor de una obra. Por muchas reseñas
elogiosas que se le regalen a un libro pésimo, éste no deja-
rá de ser pésimo; por mucho silencio o detracción que se
acumulen sobre un buen libro, esto no conseguirá destruir-
lo. En realidad, los críticos y los que pasan por críticos tan
sólo son lectores que tienen el privilegio de poder poner por
escrito sus opiniones para darlas a conocer en periódicos,
E
una revista, un suplemento o un libro. Críticos realmente
excepcionales, con calidad literaria más allá de las obras
que critican, son tan raros que parecen fenómenos. “No
presten atención a lo que los críticos dicen –sentenció el
compositor Sibelius–. Nunca se ha levantado una estatua a
un crítico”.
MC.- ¿Qué tipo de crítica literaria se hace en Latino-
américa?, ¿evalúas otras tradiciones por encima de la crítica
a la mexicana?
JDA.- Creo que, en general, la crítica es parecida en
todas partes. Hay buenos lectores de literatura que desean
compartir su entusiasmo, y hay una enorme cantidad de
Rubemprés, salidos de las ilusiones perdidas de un medio
literario convenenciero y falso que sólo se dedican a tre-
par (o a lo que ellos creen que es estar “arriba”) mediante
lo que suponen es el máximo caché de la cultura: figurar en
las tertulias y en los medios. La tradición crítica no es dife-
rente en ninguna parte. Los malos críticos han sido abun-
dantes en todo tiempo y lugar: Balzac los retrata; Wilde los
satiriza; Hazlitt los aborrece y Montaigne les tiene compa-
sión. Por eso prefiero hablar de buenos lectores que sean
capaces de entusiasmarse por lo que leen y contagiar ese
entusiasmo, y no de perdonavidas que creen que, con su
agria existencia, le hacen un favor al mundo y a la literatura.
MC.- ¿La poesía es el génesis de todo?, ¿y la lectura es
la biografía de cada uno?
JDA.- La poesía es, por excelencia, el género literario
más personal. Hay quienes creen, con muy poca imagina-
ción, que la poesía es ficción y palabrería. Les falta fantasía
para comprender que no hay poeta si no hay autenticidad
en lo que se escribe. El poeta habla de sí mismo porque es
la persona a la que más cerca tiene de sí, pero a la vez habla
de todos y con todos cuando acierta. Son los casos, lo
mismo de Borges que de Neruda; lo mismo de Paz que de
Sabines. Y el mismo Borges, muy libresco, es siempre auto-
biográfico en su poesía.
“Por otra parte, la lectura es una suerte de re-conoci-
miento en lo que leemos. No leemos nada más un libro; nos
leemos en él, nos re-conocemos, nos identificamos. De otro
modo, más vale tirar el libro a la basura y hacer otra cosa.
Don Quijote nos importa porque nos retrata o nos refracta,
lo mismo Emma Bovary, Aureliano Buendía o el personaje
que agradece las cosas del mundo en el ‘Poema de los do-
nes’. Los libros los escribimos también los lectores de algún
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Alfredo A. López
modo, y esto no quiere decir que dos lectores lean las
mismas cosas en un libro. Los libros de literatura no tie-
nen jamás verdades absolutas ni únicas. Sólo los malos
críticos académicos, autoritarios y autoritativos creen
que los libros tienen respuestas verdaderas únicas: las
suyas”
MC.- Eres autor de los libros: ¿Qué leen los que no leen?
(2003) y del Antimanual para Lectores y Promotores del
Libro y la Lectura (2008); ¿de qué forma afectan al lector,
la eliminación de suplementos literarios y los híbridos de la
Sección Cultura con Espectáculos?
JDA.- En mis libros sobre lectura reflexiono sobre los
cambios de paradigmas del acto de leer o de las múltiples
experiencias de lectura. En realidad, la lectura no sólo es de
libros y no únicamente de letra impresa. Está también
la lectura de las tecnologías electrónicas y, por supuesto, la
lectura diaria de los periódicos impresos, revistas y en red.
Ahora, en relación con la eliminación de suplementos lite-
rarios y de la conversión, en los diarios, de secciones de
Cultura en páginas o secciones Culto-Sociales lamentables,
todo esto demuestra que lo que les interesa en general a los
medios no es la cultura ni la educación de las personas,
sino el dinero sin importar la calidad de lo que se vende. Las
páginas Culto-Sociales están llenas de chismes incluso cuan-
do se refieren a la literatura y al arte. Da lo mismo saber de
un escritor y sus preferencias culinarias que de un actor
de cine y sus problemas con el fisco. Es todo de una memez
repulsiva. Pero todo eso deja mucho dinero que la cultura
no provee.
MC.- En 1987, publicaste una extensa entrevista con
Emmanuel Carballo, ahí noté un desaire al periodismo por
parte del crítico literario; en tu caso ¿planeas las entrevistas
con un perfil periodístico?, ¿por qué permanece tu interés en
editar entrevistas?
JDA.- Yo creo que no debemos caer en ambiciones con-
tradictorias y cómicas. Están los periodistas que quieren
hacer únicamente “Literatura” en los periódicos, y están los
escritores que se esfuerzan por parecer “Periodistas” en sus
libros. Los primeros para sentirse más “Cultos”. Los segun-
dos, para mostrar que ya son “Cultos” pero que se bajan al
nivel de la calle a explotar temas vendibles, aunque no di-
cen jamás que escribieron un libro con tema “periodístico”
porque lo que querían era vender muchos ejemplares y
sacar una buena plata. Yo pienso que cada entrevista tiene
que hacerse en función de la personalidad de los entrevis-
tados. Sigo cultivando la entrevista y pienso que se trata de
un género (el género del diálogo) que lo mismo utiliza he-
rramientas literarias que periodísticas. Yo lamento muchas
veces leer entrevistas a grandes escritores en los que el
entrevistador perdió la oportunidad de preguntar cosas esen-
ciales, sobre la vida y la escritura, a cambio de asediar al
entrevistado con preguntas sobre asuntos coyunturales y
“espectaculares”. Son entrevistadores más interesados en
sacar la “Nota” que en mostrar la humanidad del escritor.
Son los que sueñan tener enfrente a García Márquez y a Var-
gas Llosa para preguntarles por qué se liaron a golpes y por
qué lastimaron su amistad, y el que lo consiga saldrá dando
alaridos de felicidad porque tendrá “Nota” para el escánda-
lo. Yo sigo cultivando el género de la entrevista con aquellos
escritores que me interesan y cuyas palabras me parecen
importantes compartir con los lectores. Recientemente hice
una nueva y extensa entrevista al gran y querido Alí Chu-
macero, en sus 91 años. La anterior data de hace 17 años.
Pronto la publicaré en La Jornada Semanal, y verá el lector
que lo que nos dice Alí es importante para la vida y para la
poesía, y sin ninguna importancia para el chisme culto-
social.
MC.- La Comisión de Libros de Textos Gratuitos publi-
có tu antología: Literatura hablada (2003), ¿has pensado
difundirla en un blog?, ¿cuál es tu postura sobre los e-books?
JDA.- Es un libro que me sigue gustando, obviamente
más por las respuestas de los entrevistados que por las pre-
guntas del entrevistador. Es un libro que pienso ampliar no
sé cuándo exactamente, pero hay ya material para ello.
Admiten la ampliación, y los materiales ya existen, las en-
trevistas con: Alí Chumacero, Emmanuel Carballo, Elena
Poniatowska, Carlos Monsiváis, Álvaro Mutis, Eduardo Li-
zalde, Sergio Pitol, Vicente Leñero, Hernán Lara Zavala,
Efraín Bartolomé, etcétera. Yo converso con los escritores
para conocer mejor su obra, y para compartir con los lecto-
res ese mejor conocimiento; no para darles noticias chis-
mosas espectaculares. Ojalá que pronto pueda animarme
al blog que dices. Hay blogs espléndidos, en medio de un
enorme mar de majaderías. Respecto de los e-books, yo
creo que la lectura no es solamente de impresos o de libros
tradicionales. Los e-books, los blogs y todas las formas de
escritura y lectura que hay en Internet son experiencias
valiosas. Hay que terminar de una buena vez con la falsa
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mitología pseudocultural de que el libro tradicional es un
ente sagrado. Los libros y, en general, los escritos, son
importantes por su contenido, no por su soporte. Un libro
lo mismo soporta a Thomas Mann que a Hitler.
MC.- En Latinoamérica surgió una serie de Editoriales
Cartoneras, donde los niños y pepenadores al confeccionar
sus libros se apropian de la lectura, a bajos costos; ¿has
estudiado la posibilidad de importar un proyecto que ponga
los libros a un precio económico, al tiempo que los niños se
involucren en su reinterpretación?
JDA.- Hay varios proyectos interesantes en América
Latina sobre la apropiación de la lectura en medios depri-
midos o desfavorecidos económica, cultural y educativa-
mente. En mis viajes a Medellín, por ejemplo, he tenido la
oportunidad de conocer algunos con parecidas intenciones
al que tú me describes. Pienso que éste es un terreno poco
explorado en México. La lectura no debería ser simplemen-
te un discurso político (como lo es, en general), sino una
búsqueda de oportunidades para aquellos que jamás han
tenido la oportunidad de leer. Cuando se habla de fomento
y promoción de la lectura, de lo que en realidad se habla
muchas veces es de programas políticos que nos quieren
hacer creer que se hace mucho cuando se hace poquísimo.
Cuando estas políticas están regidas por la OCDE no hay
mucho que se pueda esperar.
MC.- ¿En qué nuevo libro trabajas?, ¿poesía?, ¿crítica?,
¿o debutarás con una voz narrativa?
JDA.- Hace unas pocas semanas salió en España
mi libro La travesía: antología ultramarina, 1982-2007, que
recoge cinco lustros de poesía. Lo publicó la Editorial Re-
nacimiento de Sevilla, en su colección Azul. Estoy feliz con
esta edición. Trabajo también (y siempre lo estoy haciendo)
en otro libro sobre lectura y ética o, para decirlo mejor, la
Ética de la lectura. Ya casi terminé en un nuevo libro de poe-
sía, que me ha llevado más de cuatro años, y no tengo prisa
por publicarlo. Y, respecto de la narrativa, no me atrevería a
ello. Hace años destruí, antes de publicarla, mi primera y
ridícula incursión en la novela. Y no se perdió nada. Algo
habría perdido si la publicaba.
MC.- En tu ensayo, Malísimos buenos poetas (2009),
dices: “Lo que sucede es que los ególatras leídos, los egoís-
tas inteligentes y los bárbaros y zoquetes ilustrados nun-
ca dejan de sorprendernos”. ¿Tiene alguna dedicatoria
implícita?
JDA.- No, no hay dedicatoria ni explícita ni implícita
contra nadie. Hablo incluso de los defectos que yo mismo
padezco o he padecido. En mis orígenes fui muy petulante,
y esa pedantería cultural que tanto me disgusta no me es
ajena. Trato, por supuesto, de evitarla, y creo que lo he con-
seguido en buena medida. La ética para mí es importante
porque no creo que un escritor pueda tener más virtudes
que sus obras. Todos los libros se parecen a sus autores,
porque son parte de su pensamiento y su sentimiento.
Hitler no hubiera podido escribir el “Poema de los dones” y
Borges, por más que se hubiera esforzado, tampoco habría
conseguido escribir: Mi lucha. Lo que sucede es que tam-
bién hay términos medios más o menos confusos y poco
definidos. Los autores sobre los que Elena Poniatowska
dice: “Buenos escritores y malos bichos”. Prefiero una bue-
na persona que no escriba nada a un mal bicho que escriba
más o menos bien o decorosamente. El decoro lo prefie-
ro más en el alma que en la escritura. Y tampoco pierde uno
demasiado con esos malos bichos que tampoco son Dante
o Quevedo, y conste que Quevedo pudo ser un mal bicho.
MC.- Finalmente, aseguras que Neruda es “uno de los
poetas más vitales y uno de los más pródigos lectores y auto-
res de libros”; por otra parte, el 18 de julio de 2004 titulaste
un ensayo: El siglo de Pablo Neruda. ¿Cómo reaccionarías si
te dijera que el copyright de Neruda se invierte con lo peor
del pinochetismo, y que en nombre de Neruda se aplican
Leyes Antiterroristas en contra de comunidades indígenas?
JDA.- Mario, ¿ves por qué te digo que la ética es impor-
tante tanto como la estética? Incluso, una estética sin
ética no sirve para nada, sino para hacer peor el mundo.
Esto que me dices, del uso de Neruda me parece terrible,
y lo leí precisamente en tus reportajes. “¿Oyen los muer-
tos lo que los vivos dicen luego de ellos?”, se pregunta
Luis Cernuda, y él mismo se responde que ojalá nada
oigan, pues ha de ser un alivio ese silencio interminable.
La cultura, la lectura y aun la alta escolaridad no nos sal-
van de ser unos canallas. Y hay que estar atentos todo el
tiempo de lo que somos capaces de hacer en nombre de
nuestra probada cultura y nuestro reconocido prestigio. La
gente no comete delitos y canalladas por no saber leer y
escribir; los comete por una pobreza de espíritu, al igual
que la pueden cometer los pobres de espíritu muy leídos y
escribidos, muy cultos y, presuntamente, muy gentiles. Es
cuanto puedo decir.
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JORGE BRAVO
Eludir los defectos de su nación.
BALTASAR GRACIÁN
¿En qué momento se jodió el Perú?”, se pre-
gunta consternado Santiago Zavala, personaje de
la novela Conversando en la Catedral, que hace
exactamente 40 años (1969) publicara el escritor
peruano-español Mario Vargas Llosa, quien califi-
cara al sistema político mexicano como una “dicta-
dura perfecta”. Ahora es tiempo de que en México
nos hagamos y reflexionemos –con toda seriedad–
esa misma pregunta, ante la evidencia de que, en
tan corto lapso, la situación general del país ha ido
deteriorándose hasta el grado de perder el presti-
gio y liderazgo internacionales que alguna vez tuvi-
mos (cediéndolo a Brasil), arrastrándonos a la vio-
lencia, el desencanto, el subdesarrollo estructural y
el rencor social.
Ahora que está tan de moda celebrar el 20 ani-
versario de la caída del Muro de Berlín, convendría
hacer un parangón entre Alemania y México para
conocer qué ha hecho ella y qué hemos dejado de
hacer nosotros. No se trata, desde luego, de hacer
una comparación arbitraria, clasemediera, de decir
que Europa tiene una mejor situación; mucho me-
nos de sugerir que hay que copiar los modelos o
políticas de otros país, algo que no siempre hemos
hecho de la mejor manera, a diferencia de los japo-
neses o los chinos, quienes después de copiar su-
pieron invertir en educación, ciencia, tecnología y
después innovar para crecer con méritos propios.
Hay que recordar que Alemania padeció dos
guerras mundiales y después una división territo-
rial y moral que devastó buena parte del territorio
teutón. Tras la reunificación formal el 3 de octubre
de 1990, el gobierno del canciller Helmut Kohl im-
puso a los ciudadanos de Alemania occidental un
gravamen de 7 por ciento para reconstruir la extin-
ta República Democrática Alemana (RDA), además
de que aportó enormes recursos e inversiones, bajo
la égida del sistema de mercado (con todos los
defectos que queramos atribuirle). La reunificación
alemana también contribuyó a la integración políti-
ca y monetaria de Europa, nuevamente bajo el lide-
razgo de Kohl (que más tarde se vería envuelto en
un escándalo político porque su partido recibió
fondos ilegales), en lo que hoy conocemos como
la Unión Europea y que en la actualidad enfrenta
enormes desafíos.
Ese impuesto, denominado “suplemento de so-
lidaridad”, que comenzó a recaudarse en 1991, siem-
pre desagradó a los alemanes occidentales, consi-
derándolo excesivo; mientras que los orientales
“
siempre lo consideraron insuficiente para alcanzar
en un corto plazo la recuperación y el crecimiento
del lado Este alemán. Se estima que en 2007 esa
contribución alcanzó 10 mil millones de Euros.
En una nota publicada en el portal de la televi-
sión pública alemana (Deutsche Welle), con motivo
del 16 aniversario de la reunificación alemana, Kohl
consideró que se había cumplido la promesa: “en
muchas partes vemos esos paisajes florecientes.
Nos concebimos como un pueblo y tenemos todas
las oportunidades de triunfar en el futuro como una
sociedad moderna”.
La situación en Alemania aún no puede ser
triunfalista pues los problemas persisten. Se calcu-
la que tomará entre 30 y 40 años para que se nive-
len económicamente las dos regiones, pero el Este
ya cuenta con una infraestructura moderna. Según
una encuesta del instituto Emnid de Bielefeld, 74
por ciento de los habitantes del Este todavía se
sienten como “ciudadanos de segunda clase”. Los
ciudadanos de Alemania orien- tal comenzaron una
migración hacia Alemania occidental en busca de
trabajo, flujo que no se ha interrumpido (incluso se
les paga menos). Buena parte de la industria de la
RDA desapareció o se privatizó y en la actualidad
todavía es escasa para crear los empleos que los
pobladores de esa región requieren.
En fin, en este país europeo con 83 millones de
habitantes también hay desempleo, polarización,
malestar y corrupción; algunos creen que la reuni-
ficación nunca debió ocurrir o que se han cometido
errores graves. Sin embargo, actualmente Alemania
es la tercera economía del mundo (la principal de
Europa) y en los indicadores económicos, sociales,
educativos, políticos, de derechos humanos y tec-
nológicos siempre se ubica por encima de la media
(insisto: perdió dos guerras mundiales). Según la
Organización Mundial del Turismo, en 2008 Ale-
mania fue el noveno país más visitado del mundo,
precisamente por encima de México, con 24.9
millones de llegadas de turistas extranjeros e ingre-
sos por 40 mil millones de dólares; asimismo, por
quinto año consecutivo Alemania es el que ma-
yor gasto genera en turismo internacional debido a
la fortaleza del Euro. México recibió en el mismo
año 22.6 millones de turistas y sólo recaudó 13 mil
289 millones de dólares.
En nuestro país, en cambio, los impuestos no
necesariamente han cumplido sus objetivos: satis-
facer necesidades sociales. Por ejemplo, el Impues-
to al Valor Agregado (IVA) entró en vigor a partir
de 1980 (es bastante reciente) con una tasa de 10
por ciento. Tres años después incrementó a 15 por
ciento (tras la debacle petrolera, la crisis y devaluación
de 1982) y en 1985 Miguel de la Madrid lo ocultó a
los ojos de los consumidores, es decir, no sabemos en
qué productos y servicios sí pagamos impuestos
y cuánto. En la cúspide del poder, en 1991 Carlos
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Guillermo Ceniceros
Salinas redujo el IVA a su tasa original para aliviar
la economía y atraerse el apoyo popular. En 1995 se
volvió a restablecer la cuota de 15 por ciento (con la
famosa roque-señal como recuerdo de la prepoten-
cia), misma cifra que existe en Alemania, y para 2010
el impuesto será de 16 por ciento, en plena crisis
financiera y recaudatoria. Las modificaciones en el
IVA han sido una estrategia de los gobiernos para
enfrentar coyunturas críticas.
El gobierno mexicano obtiene ingresos por el
pago de derechos (petróleo, concesiones), por la
venta de bienes y servicios que provee (luz, agua) y
por la deuda o ingresos por financiamiento, pero su
principal fuente de recursos son los impuestos: el
ISR y el IVA. En un folleto elaborado por varios
investigadores del CIDE, puede leerse que “los im-
puestos reducen el nivel de ingresos de las personas y
aumentan los precios de los bienes y servicios.
Su existencia se justifica porque, en principio, el
Estado le devuelve a la sociedad esa extracción im-
positiva a través de bienes públicos, como la edu-
cación pública, los servicios como la luz, la impar-
tición de justicia y la seguridad”.
El fracaso ha sido la incapacidad del Estado
mexicano para proveer esos bienes públicos con
calidad. Aunque nos han prometido que los im-
puestos se utilizarán para crecer como país o para
ayudar a los más pobres, lo cierto es que entre 2006
y 2009 surgieron 10 millones más de pobres en
México, ¡según cifras del Banco Mundial!, hasta al-
canzar una cifra de 54.8 millones de desposeídos,
más de la mitad de la población.
El problema no es aumentar o cobrar nuevos
impuestos, por más que siempre nos resulten mo-
lestos, sino cómo y para qué se utilizan (como es el
caso del “suplemento de solidaridad” en Alemania
que ha permitido reconstruir el Este). Por eso no es
extraño que México haya descendido en el Índice
de Percepción de Corrupción de la organización
Transparencia Internacional (que tiene su sede en
Alemania), al ubicarse en el sitio 89, con una califi-
cación de 3.3. El país teutón ocupa la posición 14 y
una calificación de 8 (y no es el país menos co-
rrupto, posición de honor que ostenta Nueva
Zelanda con una calificación de 9.4).
A decir del académico Robert I. Rotberg, teórico
de los Estados fallidos (concepto muy en boga en
nuestros días por el desbordamiento de la violencia
en el país), la causa principal por la cual fracasan los
Estados es por la mano del ser humano, es decir, por
los pésimos gobiernos. Y tiene una frase que bien
puede aplicarse a la realidad mexicana y la calidad
de su “clase política”: “metafóricamente, cuantos
más baches ten- gan las carreteras (…), más cerca
estará el Estado de ser un paradigma del fracaso”.
Es obvio que el fracaso es consecuencia de la
agencia humana, pero lo que Rotberg quiere decir es
que es una trampa culpar (exclusivamente) del debi-
litamiento o colapso de los Estados al colonialismo
y su legado, a la Guerra Fría, al neoliberalismo, a la
migración o el carácter multiétnico de los países,
etcétera. Son los gobernantes los culpables y eso lo
sabemos bien en nuestro país.
Si bien México (todavía) no cumple con la ca-
racterización de un Estado fallido como lo explica
Rotberg, sí es posible emitir la señal de alarma para
detener y revertir el deterioro que está padeciendo el
país y que, entonces sí, podría conducirlo a un esta-
do fallido. Por eso no es ocioso preguntarnos: ¿en
qué momento se jodió México?
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