plata y bronce

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PLATA Y BRONCE DE FERNANDO CHAVES (1927) Lujuria, poder, dinero, mentira, maledicencia, amor, abuso, venganza, justicia están presentes en la novela de Chaves. Plata y bronce es más que una novela romántica; es una mirada profunda a la realidad ecuatoriana. Uno de los rasgos más significativos de la novela está dado por el carácter humano de sus personajes, por sus (naturales) contradicciones, por la manera de afrontar sus relaciones con los demás. Plata y bronce dialoga con Raza de bronce (1919), de Alcides Arguedas . En ambas novelas, el personaje principal es una joven y bella mujer, el orgullo de los labriegos. Manuela, la protagonista de Plata, es más humana que Wuata Wuara. La india de Arguedas, es la virtud personificada, el ideal indígena de belleza, bondad y obediencia; de lealtad completa a los suyos a al concepto de raza del autor. Para Wuata Wuara su raza, su amado Agiali, los labriegos, su mundo y sus labores, son lo único que existe. Aun cuando se rebela contra el abuso del patrón, Wuata Wuara, al igual que los demás indios, permanece en su mundo y desde ese contexto se aproxima a la relación con los patrones. Cuando los patrones la violan, la redención de Wuata Wuara —si así puede decirse— está en su muerte: lucha por su integridad (en el sentido completo de la palabra) hasta la muerte. Manuela, en cambio, es marcadamente diferente. Quizá se podría decir que la virtud de Wuata Wuara hace de la humanidad de Manuela una prostituta.

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plata y bronce

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PLATA Y BRONCE

DE FERNANDO CHAVES  (1927)

Lujuria, poder, dinero, mentira, maledicencia, amor, abuso, venganza, justicia están presentes en la novela de Chaves.  Plata y bronce es más que una novela romántica; es una mirada profunda a la realidad ecuatoriana.  Uno de los rasgos más significativos de la novela está dado por el carácter humano de sus personajes, por sus (naturales) contradicciones, por la manera de afrontar sus relaciones con los demás.

Plata y bronce dialoga con Raza de bronce (1919), de Alcides Arguedas. En ambas novelas, el personaje principal es una joven y bella mujer, el orgullo de los labriegos.  Manuela, la protagonista de Plata, es más humana que Wuata Wuara.  La india de Arguedas, es la virtud personificada, el ideal indígena de belleza, bondad y obediencia; de lealtad completa a los suyos a al concepto de raza del autor.  Para Wuata Wuara su raza, su amado Agiali, los labriegos, su mundo y sus labores, son lo único que existe.  Aun cuando se rebela contra el abuso del patrón, Wuata Wuara, al igual que los demás indios, permanece en su mundo y desde ese contexto se aproxima a la relación con los patrones.  Cuando los patrones la violan, la redención de Wuata Wuara —si así puede decirse— está en su muerte: lucha por su integridad (en el sentido completo de la palabra) hasta la muerte.  Manuela, en cambio, es marcadamente diferente.  Quizá se podría decir que la virtud de Wuata Wuara hace de la humanidad de Manuela una prostituta.

Manuela, la muchacha más bella de “El Rosedal,” propiedad de los Covadonga, es acosada por el patrón, el “niño Raúl,” a quien —de palabra y acción, mas no emocionalmente— rechaza constantemente.  Lo que en un principio es solamente una correría más del patrón, cambia: Raúl Covadonga se enamora de Manuela.  El “patrón blanco su mercé” se enfrenta a la cuestión de su amor por una india, una mujer de otra raza, una sierva, una persona a quien no ve como un igual.  Aun cuando desea poseer (sexualmente) a la muchacha, se domina en tanto desea que Manuela se le entregue voluntariamente.  La persecución de Manuela no pasa desapercibida para los demás: su padre, Gregorio, y su novio, Venancio, están disconformes con la situación y juran vengarse en caso de que el patrón abuse de la joven.

El dilema, que enferma a Raúl, no es tal para su primo, Hugo Zamora, quien lo visita de la capital.  Para Hugo, Manuela es simplemente otra india.  Al

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igual que las cholas del pueblo, o aún la maestra, está a su disposición.  Una noche, cuando Raúl y Hugo invitan a dos cholas, Rita y Matilde, y la maestra Celina, a la hacienda.  Celina, quien rechaza los avances amorosos de los dos primos, se va, dejando a las otras dos.  Mientras Hugo, Rita y Matilde comparten su borrachera, Raúl hace llamar a Manuela, a quien viola.  Gregorio, que sospechaba del patrón, ve todo desde la ventana tras la cual espiaba.  Junto con Venancio y otros, traman vengarse.

A la mañana siguiente Raúl busca nuevamente a Manuela, e intenta seducirla prometiéndole llevarla consigo a Quito.  La muchacha, que está enamorada (de antes) del patrón, se enfrenta a los códigos de su raza, a sus propios sentimientos y al abismo que la separa de Raúl.  Su dilema es de corta duración: Raúl le ofrece llevarla como sirvienta-amante, no como su pareja.  Destrozada por el rechazo, obedece las órdenes de su padre y regresa a la choza.

Gregorio y Venancio, humillados por la afrenta a la muchacha (hija y novia, respectivamente) planean tomar venganza.  Tras prohibir/impedir que Manuela de aviso al patrón, se dirigen a la hacienda y, mientras Raúl y Hugo duermen, los asesinan a hachazos.  Tras el asesinato, embolsan ambos cuerpos y se los llevan.  Días después el grupo de rescate dirigido por el hermano de Hugo, gracias a la confesión de uno de los cómplices, encuentra los cadáveres semi descompuestos en la laguna interior de una caverna, donde los habían escondido.  Hallan también, prendido del cadáver de Raúl, a Manuela, quien había descubierto el sitio y muerto de hambre y frío junto a su amado.  Los cuerpos de los tres son velados juntos.

La última escena de Plata y bronce tiene como protagonista a Celina, la maestra (buena, dulce, limpia, pura, educada, idealista) a quien las maledicencias del sacerdote y sus secuaces no habían logrado destruir —a pesar de su intento, frustrado por la intervención oportuna de Raúl y Hugo.  Es Celina quien cierra la novela, proyectando el futuro del Ecuador, destacando no sólo las falencias y los cánceres de la sociedad, sino también mostrando la manera en que el cambio es posible; cambio que Celina reconoce tomará tiempo y esfuerzo.  Es necesario luchar —en su caso, quedarse en el pueblo, a pesar de todo, y continuar con su labor docente— por contribuir a mejorar el país y los habitantes, de adentro —las pequeñas poblaciones del interior, que describía Matto de Turner en el “Proemio” a Aves sin nido— hacia fuera.

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“HUASIPUNGO ” UNA NOVELA SENSACIONAL

POR ENRIQUE S. PORTUGAL P.(DE “LEVIATÁN” DE MADRID)

[Este es uno de dos ensayos acerca de la obra de Icaza escritospor Portugal.  Ambos fueron incluídos en la edición deHuasipungo de 1936.]

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Jorge Icaza, joven y valiente escritor ecuatoriano, acaba de dar una novela real de contornos sensacionales equiparada sólo con “La vorágine” de José Eustasio Rivera.  Se trata, sin duda alguna de la más grande novela indoamericana, escrita en estos últimos tiempos y seguramente en estas últimas décadas.

“Huasipungo” (parcela de tierra donde levantan los indios sus míseras viviendas) es el alarido desgarrador y sangrante de una raza que se debate en los últimos estertores de una agonía interminable.

Terquedad de raza.  La bota, y el fuete del gamonal, primero; luego el diezmo para la

salvación del alma con que el cura roba los míseros centavos ahorrados por el indio; y, por último, la brutalidad del gringo explotador con sus ojos ávidos de oro y de conquista, son los cilicios con que el indio cae crucificado y ahogado en su propia sangre.

“Huasipungo”, a la manera de esa otra gran novela italiana “Fontamara”, de un profundísimo contenido social, nos describe la vida miserable y dantesca de los indios del Ecuador.  Pudo haber ella sido escrita en Colombia, Brasil, Perú o Bolivia.  Las escenas y el crudismo inmenso de la vida de los indios son idénticos.  Cuando he vivido o he visitado estos tres últimos países, “mi furia ha temblado sin saber dónde estrellarse”, y ha terminado por hervir en mis venas a 120 grados.  Y esa misma furia que he visto temblar tantas veces en los ojos rasgados de los indios.[”] “no ha dado tiempo para nada.  El primer planazo del terrateniente ha eclipsado toda súplica”, se ha estrellado sobre las espaldas de los indios, el fuete se ha encargado de rubricar la orden del patrón sobre los torsos, la bota de dejar su presencia sobre las costillas, y las balas dibujar su rosario de cuentas sobre los amplios pechos; los hijos flácidos o las mujeres semidesnudas han sido sus últimos recuerdos.  Y así ha seguido la cadena de sufrimientos. . .

EL HAMBRE

Los indios se han sublevado.  La sangre en ebullición de protesta zumba del corazón al puño y del puño sale hasta los gamonales.  La rebelión del alarido, con su sonido ronco y pausado, está reuniendo a rodos los indios, que brotan como hormigas de la tierra al llamado del pututo.  El sonido es tétrico, aullador, desesperante.  Tiembla el corazón, los nervios adquieren la tensión del pensamiento.  Los puños febriles se apretujan a la espera de algo tétrico: luego se calmarán con la sangre caliente que brotará de bocas y pechos.  Después del combate contra el caciquismo del terrateniente, los indios saciarán su hambre basta el hartazgo; ese hambre de días, de semanas, de meses, de años, de siglos. . .  Porque ya no claman los indios: son el hambre y la humillación quienes claman.  El hambre, el hambre, el hambre. . .

“Por la aldea y el valle cruzan ráfagas de hambre enhebrando casuchas, chozas y huasipungos.

“No es el hambre de los rebeldes que se dejan morir en las cárceles; es el hambre de los esclavos que se dejan matar.

“No es el hambre de las estrellas de cine que conservan la línea; es el hambre de los indios que conservan la robustez de las élites latifundistas.

“No es el hambre de los desocupados: es el hambre de los indios archiocupados hambrientos.

“No es el hambre improductiva: es el hambre que ha engordado los trojes de la sierra,