placeres hija del embajadro:paulette · anteriormente publicó las novelas el seductor y la rica...

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Ediciones Irreverentes

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En Los placeres de la hija del embajador nosencontramos con Nanami (nombre cuyosignificado es belleza), la adolescente hija deun embajador recién destinado a un feraz ycálido país Hispanoamericano. Ha crecido enun hogar muy estricto y religioso por lo queen materia sexual su inocencia es inmensa.Pero ni el severo control de sus padreslogrará evitar que una condiscípula primero, ydespués un entorno lleno de vicios, ladespierten a los placeres carnales. El autorha expuesto con placentero detalle lasprácticas eróticas que llevará a cabo la recién

despierta adolescente. Compañeras de clase, chicos inocentes, hombres cercanos a sufamilia e incluso un torero se disputarán los placeres de una muchacha que encontramosen el momento en que se abre a los goces adultos, incluso los más pecaminosos. El autorha buscado una descarnada franqueza, en un mundo idílico en el que todo goce esbienvenido.  Los placeres de la hija del embajador es una obra que pone al descubierto lahipocresía de una sociedad que presume de abierta, tolerante y vanguardista y que sóloacepta los propios desvaríos, no los de los demás.

Andrés Fornells vive en la Costa del Sol. Ha publicado numerosos relatos cortos enEEUU y en España. Su última novela publicada es La muerte tenía figura de mujer hermosa,con la que repitió el éxito tenido con Jazmín significa amor voluptuoso, ambas en EdicionesIrreverentes. Anteriormente publicó las novelas El seductor y la rica heredera, A la busca dela magia perdida, Never love a foreigner, La magia del amamaya y La seductora modelo deCibeles. Ha aparecido en diversas antologías de narrativa, entre las que destacan SextoContinente, Antología del Relato Negro I, Antología del relato negro II, Antología del relatonegro III, Microantología del microrrelato, Microantología del microrrelato II, El sabor de tupiel, Las estratagemas del amor, Yo también escuchaba el parte de RNE, y en Hiroshima,Truman. Ha colaborado en el periódico literario Irreverentes. Es el ganador del II PremioIncontinentes de Novela con Los placeres de la hija del embajador.

EdicionesIrreverentes

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LOSPLACERESDELAHIJADELEMBAJADOR

ANDRÉSFORNELLS

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ISBN 978-84-96959-83-5

9 7 8 8 4 9 6 9 5 9 8 3 5

COLECCIÓN INCONT INENTESMiguel Mihura El chalet de Madame RenardRamón de España Europa mon amourÁlvaro Díaz Escobedo El mentalistaMiguel Ángel de Rus Putas de fin de sigloAndrés Fornells Jazmín significa amor

voluptuosoPaloma del Palacio Quiero que me quierasVizcondes de Saint-Luc Acerca del matrimonio

de PauletteCavafis, Gómes Rufo y otros Eros de Europa y América

COLECCIÓN RA RA AVISKonrad Lorenz El anillo del rey SalomónLuis Alberto de Cuenca De Gilgamés a Francisco NievaMiguel Ángel de Rus Perlas del pensamiento

misóginoAurelia María Romero La libertad de expresión...Ramiro Cristóbal La homosexualidad en el cine

CO L E CCIÓ N A QUE RO NT EAntonio López Alonso Carlos II, El HechizadoStendhal Vida de MozartAurelia María Romero Goya, el ocaso de los sueños

NO V ÍS IM A BIBL IOT E CAJohari Gautier Carmona El Rey del MamboSantiago Gª Tirado Todas las tardes caféEva Mª Cabellos El sueño de EgiptoJosé Vázquez Romero La costilla del faraón

CO L E CCIÓ N DE T E A T ROFrancisco Nieva Catalina del demonioLourdes Ortiz La GuaridaJ. L. Alonso de Santos Amor líquidoRoger Rueff El pez gordoJ.L. Alonso de Santos Fuera de quicio

CO L E CCIÓ N CE RCA NÍA SVázquez-Rial, Savater,Canabal, de Rus Cuatro negrasCésar Strawberry Destino ZoqueteLeguina, SlawomirMrozek y otros Microantología del

Microrrelato I

COLECCIÓN DE NA RRAT IVA

Miguel Ángel de Rus Europa se hundeAna María Matute En el trenFrancisco Umbral Diccionario para pobresAugusto Monterroso Amores que matanMiguel Ángel de Rus MalditosFernando Savater Episodios PasionalesMario Benedetti Del amor y del exilioFernando Savater El dialecto de la vidaFrancisco Nieva Manuscrito encontrado

en ZaragozaRamón de España La vida mataFrancisco Umbral Carta abierta a una

chica progreMiguel Ángel de Rus EvasPío Baroja SusanaMarcel Proust La raza de los malditosFrancisco Nieva La mutación del primo

mentirosoHenryk Sienkiewicz LilianaMiguel Ángel de Rus Bäsle, mi sangre, mi almaFernando Savater Último desembarcoHoracio Vázquez Rial La isla inútilAntonio Gómez Rufo El señor de CheshireMiguel Ángel de Rus Donde no llegan

los sueñosManuel Cortés Blanco Mi planeta de chocolateChejov, Saki, Lovecraft y otros 250 años de terrorLovecraft, Anatole France,Gómez Rufo y otros Antología del relato

negro IAntonio López Alonso La rebelión de los vagabundosJesús Gaspar BruxariaJosé Melero Maldito tiovivoJosé M. Fernández Argüelles La gasolinera de coloresAntología El sabor de tu pielConan Doyle, Bierce,Wilkie Collins y otros Antología del relato

negro IIJoaquín Leguina Historias de la calle CádizLuis Mateo Díez, Savater,María Zaragoza y otros Microantología del

Microrrelato IIÁlvaro Díaz Escobedo El mundo entero en

una calleEduardo Galeano,Jorge Majfud y otros Hiroshima, Truman

M. Cuenca Sandoval,Mª Zaragoza, Leguina y otros Antología del Relato Negro III

www.edicionesirreverentes.com

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por

cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su

contenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor.

De la obra: © Andrés Fornells

De la edición: © Ediciones Irreverentes S.L.

De la foto de portada: © Saher Li - Fotolia

Junio 2011

Ediciones Irreverentes S.L.

http://www.edicionesirreverentes.com

ISBN: 978-84-96959-83-5

Depósito legal:

Diseño de la colección: Absurda Fábula

Maquetación: Dos Dimensiones, s.l.

Imprime: Publidisa

Impreso en España.

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DEDICATORIA:A las mujeres que no me amaron y amé.A las mujeres que me amaron y no amé.A las mujeres que me amaron y yo amé.

Infinitas gracias a todas ellas, desdelo más hondo de mi corazón, por

toda la belleza, el placer, eldolor y la felicidad conque llenaron mi vida

vacía antes de conocerlas.

Esta novela es una obra de ficción. Nombres, personajes, lugares e inci-dentes son producto de la imaginación del autor o se emplean comoficción. Cualquier parecido con sucesos, situaciones o personajes reales,vivos o muertos, es pura coincidencia.

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Lo primero que debes hacer, Lela, es tratar de conocer bien tu propio cuerpo. Si loconoces mal nunca podrás comunicar a otra persona lo que a ti te gusta o no te

gusta. Es una buena práctica empezar acariciándote las zonas menos sensibles eir progresando a las que lo son más. El cuerpo humano es una extraordinaria

maravilla que cuenta con un enorme número de zonas erógenas. Pero son multi-tud las personas que pasan por la vida sin conocer la existencia de la gran

mayoría de ellas y se pierden, por ignorancia, lo mejor que ellas poseen y tam-bién se lo pierden las personas que las tratan íntimamente. La sensualidad esun arte que convierte en artista a quien sabe utilizarla bien. Hay que saber

transmitirla a los hombres tanto con la mirada como con el cuerpo. Ellos se exci-tan bastante más que nosotras por la estimulación visual. Por eso muchos hom-bres prefieren hacer el amor con la luz encendida, y nosotras con ella apagada

que, por otra parte nos resulta como más romántico.

Gema a su hermana Lela, en la novela Jazmín significa amor voluptuoso

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CAPÍTULO I

En japonés, Nanami significa belleza. Y es este nombre el que el emba-jador Alejandro de Menduza y Magallones y su señora, la duquesa Sofíade Cañomayor y Cifontes, le pusieron a su hija. Nombre muy apropiadopara esta afortunada criatura cuya belleza, desde su venida al mundo,han admirado propios y extraños. Nanami ha heredado de su madre losrubios cabellos, los ojos azules y la elegancia, y de su padre una insacia-ble curiosidad y una natural predisposición a correr riesgos. Debido a loscambios de destino, el embajador y su familia han vivido en varios paí-ses muy diferentes en lengua y cultura. Alejandro de Menduza desdehace tres semanas tiene a su cargo la embajada de un importante país sud-americano, en el que los medios de comunicación no se cansan de aire-ar su brillante historial diplomático, la notable belleza de su esposa y desu joven hija unigénita. Y hoy, sábado por la noche, el señor embajadorva a dar una primera recepción que, por exceso de trabajo ha estadoretrasando.

Dentro de la lujosa vivienda que ocupa la familia Menduza, Nanami,tras pedirle permiso, entra en el dormitorio de su madre a la que halla cepi-llando delante del tocador su dorada y sedosa cabellera. La duquesaSofía lleva puesto un ligero salto de cama que permite entrever su exqui-sita ropa interior.

—¿Qué quieres, nena?— pregunta sin apartar su mirada del granespejo donde contempla la aduladora imagen de su hermosura todavíaesplendorosa.

—Ver cómo te arreglas, mamá.—Curiosa— afecto en el tono de su agradable voz.—Estás guapísima, mamá. Eclipsarás a la totalidad de mujeres que

asistirán a la recepción. —¿Tú crees?— halagada, convencida de que será así.

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—Y tú también lo crees, mamá. No disimules —riendo. —Mamá,¿por qué muchos hombres nos miran a las mujeres como si quisieran qui-tarnos la ropa que llevamos puesta?

La duquesa Sofía le regala su distinguida, condescendiente, risita. —Los hombres miran a todas las mujeres bellas como si quisieran

dejarnos sin ropa. Es su forma de mostrarnos que nuestra belleza lesdespierta admiración y deseo. Y hay que aceptarlo así porque estas dos for-tísimas pasiones masculinas son las que a nosotras nos permiten dominara los hombres y conseguir de ellos lo que nos interesa y conviene.

—¡Qué lista eres, mamá! Tengo tanto que aprender de ti. Mamá,¿yo tengo curvas?

La duquesa Sofía da por terminado su cepillado de pelo. La pregun-ta de su hija la hace sonreír.

—Claro que tienes curvas, bobita. De unos pocos meses para acá, seha venido realizando en ti un notable desarrollo. ¿Acaso no has notadoel aumento de volumen de tus senos, de tus caderas y el torneado detus largas piernas?

Un sonrojo de complacencia tiñe las tersas mejillas de la ado-lescente.

—Claro que lo he notado, mamá. Y especialmente ese fastidiosovello púbico.

—Que te asustó al principio y tuve que enseñarte el mío para demos-trarte que es muy normal tenerlo.

—Tú tienes muchísimo más vello que yo, mamá. —Con el tiempo tú también lo tendrás. Nos parecemos en tantas

cosas…—Mamá, ¿qué edad tenías cuando perdiste la virginidad?Esta comprometedora, indiscreta pregunta coge por sorpresa a su

madre. Considera conveniente mentir. No ha tenido a su niña siempremetida en colegios de monjas y educado en la inocencia para anular conuna confesión sincera e imprudente el firme propósito, suyo y de sumarido, de procurarle una estricta educación religiosa.

—Oh, por supuesto la conservé hasta casarme con papá.

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Nanami queda pensativa. Su madre se casó a los veintidós años, y esoconsiderando la edad que ella tiene ahora, es demasiado tiempo sin cono-cer qué se experimenta practicando el sexo. ¿Será ella capaz de aguantartanto? ¡Por supuesto que sí! Lo contrario sería pecar. ¡Qué horror! ¡Eso,nunca! Su madre se pone con cuidado las finas medias negras. Ni varicesni venillas han marcado aún su sedosa piel blanca.

—Qué piernas tan bonitas tienes, mamá.La duquesa Sofía guarda silencio. La actitud de su hija empieza a

resultarle un tanto embarazosa. Se recomienda paciencia. Es natural quesu niña, llegada a la adolescencia, se le despierte la curiosidad sexual. Sequita rápido el salto de cama y se pone el ajustado y elegante vestidoque ha cogido del armario.

—Ayúdame con la cremallera, nena.La muchacha coge el piñón de la cremallera y lo lleva hasta lo más

alto, el comienzo del esbelto cuello de su madre. A continuación laduquesa Sofía toma asiento en el borde de la cama y se calza los pre-ciosos zapatos de reluciente piel, adornados con pedrería.

—Ojala me parezca a ti en todo, mamá. Cuando entro de improvi-so y te pillo en la ducha y te veo desnuda, quedo alelada de admiración.Eres tan increíblemente hermosa... ¿Crees que yo llegaré algún día a sertan hermosa como tú?

—Lo serás, nena. Serás incluso más bella que yo, y eso tiene su ladomuy bueno y su lado muy molesto.

—¿Cuál es su lado muy bueno y cual su lado muy molesto?— encan-tada con la conversación que están manteniendo.

—El lado muy bueno es que los hombres te admirarán y eso te hala-gará, y el lado molesto es que te desearán muchísimos hombres que tú nodesearás que te deseen.

—Eso no lo entiendo muy bien, mamá.—Lo entenderás en su momento, cielo. No es conveniente forzar las

cosas. Todas las olas, grandes o chicas, terminan alcanzando la playa.Suenan en ese momento unos golpes discretos en la puerta del dor-

mitorio.

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—Estoy en un segundo, cariño. Bueno, mi cielo, hasta luego —diri-ge estas últimas palabras a su hija—. Papá se impacienta enseguida.

La duquesa examina en el valioso espejo veneciano, durante algunossegundos, su rostro bien maquillado, y finalmente esboza un mohín decomplacencia. Ella y su hija salen juntas del dormitorio, cogidas por la cin-tura. Ambas poseen parecida estatura y esbeltez. Nanami abraza y besaa su padre, que siempre protector y precavido, le recomienda:

—Si nos necesitas para algo serio, nena, tienes los números de nues-tros móviles. Y otra cosa más, mañana tienes cole, no te acuestes dema-siado tarde.

—Le doy un repaso a la Lengua, y me acuesto, papá. Que lo paséismuy, muy bien.

—Lo procuraremos. Hasta luego, cielo.La adolescente se queda parada en el centro del salón. Sus padres le

hacen con la mano un simpático gesto de despedida antes de cerrar lapuerta de la estancia. Nanami se desplaza hasta la ventana y desde allí pue-de seguirlos con la vista gracias a la excelente iluminación procedente delas farolas que bordean el empedrado camino que lleva al garaje. Aspiracon fruición las moléculas que todavía flotan en el aire del embriaga-dor perfume que han dejado sus maravillosos padres. Cuando escucha elruido del motor del coche oficial, se tumba en el sofá y con el mando adistancia comienza a zapear. Escoge un canal que emite una película deDisney en inglés, uno de los cuatro idiomas extranjeros que ella domina.Las imágenes no consiguen despertar su interés. Repasa mentalmente laúltima conversación que ha mantenido con su madre. Claro que ella hanotado, y muchísimo, los extraordinarios cambios que recientemente sehan producido y se siguen produciendo en su cuerpo. Son realmentenotables. Los mismos cambios por desarrollo físico que se habrán pro-ducido en los cuerpos de muchas de sus compañeras del colegio demonjas al que ha entrado y que, al igual que ella, llevan ya tres o cuatroaños sufriendo la engorrosa y condenada menstruación. Las manos se levan a los senos, y los encierra dentro. Es una de las partes de su anato-mía que más se ha desarrollado últimamente. Tienen ahora una bonita

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forma de pera con pezones puntiagudos rodeados de grandes areolas.Desea vérselos. La fascinan. Entra dentro del dormitorio de sus padres,tras encender la potente lámpara que cuelga del techo. Una de las puer-tas del enorme armario ropero cuenta con un gran espejo en el que sumadre suele mirarse de cuerpo entero. Nanami se quita la blusa y la suel-ta encima de la cama. Ha quedado desnuda de cintura para arriba. Sólose pone el sujetador cuando sale a la calle y, sobre todo cuando asiste alcolegio pues las severas, estrictas monjas así se lo exigen a todas susalumnas incluidas las que apenas tienen senos aún.

Nanami, obrando contra las enseñanzas religiosas que le han incul-cado en las que es pecado cualquier pensamiento narcisista o impuro,empieza a tocarse los pezones, cuya inmediata reacción es ponerse tie-sos y transmitirle pequeñas, deliciosas, oleadas de placer. Placer pecami-noso según las represoras siervas del Señor. Comienza a suspirar y amorderse los labios. Su excitación crece y no tarda en realizar una prác-tica, altamente condenable, que ella aprendió de Fátima, su mejor ami-ga y condiscípula musulmana del colegio al que asistió en el país árabedonde su padre estuvo anteriormente de embajador. La práctica consis-te en coger los elásticos de las braguitas por los lados, juntar la tela en elcentro y acto seguido, ejerciendo presión, restregar el tejido por el vér-tice de las piernas donde se halla la parte más íntima y sensible del cuer-po femenino, parte que todas las chicas buenas creyentes debenmantener intacta hasta el día en que se unan en sagrado matrimonio. Loterrible de esta pecaminosa práctica (Nanami reconoce con mala con-ciencia) es que después de haber probado el deleite que procura, no sepuede renunciar a ella. Unos pocos minutos del ejercicio impuro la lle-van a un creciente, violento oleaje que la zarandea y revuelca dentrode un inmenso remolino de placer que la convulsiona, mata y resucitadurante algunos gloriosos momentos. Nada conocido por ella la trans-porta, la extasía tanto. Tras esta arrolladora experiencia se adueña de ellauna dulce, adormecedora lasitud. Nanami tarda todavía un poco enbajarse la falda, pues le produce cierto morbo contemplar su rajita hin-chada y levemente enrojecida.

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—A pesar de que pareces muy poca cosa, conchita, y de que cada mesde tu interior salen cositas que son todo lo contrario a sublimes, muchos,muchos hombres enloquecerán por poseerte. Por poseer la conchita demamá, papá cometió infinidad de locuras: conducir durante montones dehoras para poder estar con ella, poner su carrera en peligro innumerablesveces o arruinarse haciéndole regalos carísimos. Mamá tiene razón cuan-do dice que las mujeres somos los seres más perfectos y maravillososde este mundo. Y yo me siento muy, pero que muy orgullosa de sermujer.

Le asalta una idea responsable. Al día siguiente la espera un examende Lengua y debe prepararse. Se arregla las bragas para que no le rocenmás la pequeña hendidura que ahora le duele un poco por lo bruta queha sido con este órgano tan delicado y sensible. Se baja la falda hastalas rodillas. No las tiene tan perfectas como su madre. Jugando al jockeyse cayó, se hizo un corte y le ha quedado una pequeña cicatriz. Su mamále ha dicho que desaparecerá con el tiempo. El tiempo, esa maldiciónpara todo el que espera algo que ansía muchísimo obtener inmediatamen-te. Estira el cobertor que arrugó mientras sentada al borde de la cama seprocuraba el gran gozo. Marcha a su cuarto y durante casi media horarepasa, memoriza la lección. Después abandona el libro encima de suescritorio y se arroja de bruces sobre su lecho. El duro colchón apenasse hunde bajo su peso. A ella le gusta así. ¡Qué bien huele la almohada!La doncella, siguiendo las órdenes de su mamá, cambia la ropa de lacama todos los días. ¿Qué puede hacer ahora? Debería darles también unrepaso a las Matemáticas. Siente pereza. ¡Los números son tan antipáti-cos, exigen tanto esfuerzo mental! La severa sor Asunción lleva dos díasindispuesta. ¡Cuánto se rieron cuando Yolanda dijo, en clase, que la indis-posición de esta monja podía deberse a que había visto reflejada en unespejo su cara feísima! Yolanda es muy graciosa y desvergonzada. Desus compañeras del colegio al que ahora asiste es con la que mejor ha con-geniado, aunque la asusta un poco lo muy atrevida que es. Un enormebostezo abre su boca todo lo que da de sí. Consulta su reloj de pulsera.Marca las once y treinta y cinco minutos. Buena hora para entregarse al

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sueño. Descarta darse una ducha. Se siente cansada. Se duchará por lamañana. De lo que nunca pasa es de cepillarse los dientes. Las pocasveces que se le ha olvidado realizar esta operación higiénica se despertócon muy mal sabor de boca. ¡Vaya, otro bostezo descomunal!

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CAPÍTULO II

Entre las asignaturas que no entusiasman a Nanami se encuentra la Filo-sofía. Juzga, por las fotos que de los filósofos de la antigüedad aparecenen sus libros de texto, que eran hombres viejos, barbudos y feos. Cogi-to, ergo sum (pienso, luego existo). Una idiotez grande como una cate-dral. Si uno no existe no puede pensar, ni hacer cosa alguna. ¡De cajón,vamos! Después de unos minutos de hacerse la remolona, decide meter-le mano a los deberes escolares. Con evidente desgana abre la cremalle-ra de la mochila; mochila que todas sus compañeras de estudios laenvidian porque les significa una rareza, pues lleva escrita, en bonitasletras árabes, una poesía de un gran poeta iraní. Contrario a lo que pien-san a este respecto sus condiscípulas, las monjas ya le han insinuadovarias veces que apreciarían, por su parte, el loable detalle de que la cam-biase por otra mochila menos exótica. Ella, por pura rebeldía, de momen-to se está resistiendo a complacerlas. La musiquita de su móvil le rompela cadena de las reflexiones. Reconoce al instante el número que ha apa-recido en la pantallita del pequeño artilugio. Siente un ramalazo de ale-gría. Es Yolanda, su actual mejor amiga, quién a menudo también lamira como si quisiera quitarle la ropa.

—Hi, Yolanda. ¿Qué te cuentas de bueno?—Guay del Paraguay. ¿Qué estás haciendo ahora, Nanami?—Algo horroroso. Iba a empezar los deberes.—¡Qué muermo, chica! Déjalo para más tarde. ¿Puedo venir ahora

a tu casa? Muero de ganas de estar contigo. Mis ojos tienen hambre,mucha, de ti.

—¡Pues dales de comer! ¡Ven!— impulsiva.Intercambian carcajadas ruidosas, locas.—¡Guau! Voy para allá. En mi casa me tienen loca. Está llena de

gente. Una multitud. Mis abuelos, mis padres y mis hermanos que son lo

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peorcito de este mundo. Puri, mi hermana chica, hablando todo el tiem-po con su muñeca Alexis. Mi hermano Chema y compañeros de Institu-to, que están tan colgados como él, están armando un ruido infernal enel salón con ese espanto que ellos llaman música heavy. Y por el pasillomi hermana Lucía declama a voz en grito el papel que la compañía deactores aficionados le ha asignado en una obra de Shakespeare.

—¿Qué obra ensaya tu hermana?— Nanami ahogada en risa.—¿Lleva una calavera en sus manos?

—No. Y tampoco creo que le hayan asignado el papel de Julieta,por lo fea que es la pobre, claro.

—¡Malvada!—Te lo juro, Nana—Todo el mundo en el colegio, incluidas las

monjas, le recortan así el nombre. —Estoy pensando muy seriamente enemigrar, perderlos de vista a todos ellos.

—Emigra a China y sabrás lo que es compartir un metro cuadradocon mil chinos.

—Bueno, entonces puedo venir a tu casa, ¿no? Me muero de ganasde ver cómo vives. Desde fuera tu casa parece un palacio.

—A tanto no llega, pero es una casa grande y bonita. Aligera, teespero.

—¡Guau! Cojo la bici y vuelo hacia ti.—Si quieres venir volando, te aconsejo que cojas un avión y no una

bici. Y no olvides el paracaídas.—¡Smart cunt!—Eso tú, guarrilla.Amplia sonrisa en el rostro todavía aniñado de Nanami. Coloca su

móvil en el cajón de su escritorio y devuelve a la mochila el libro reciénsacado. Abandona la cómoda silla giratoria y se acerca a la ventana de sudormitorio. Un brillo apreciativo aparece en sus ojos al posarlos en lasgrandes palmeras, los setos, las zonas cubiertas de grama tan bien cuida-da y cortada que parece una gran alfombra verde y los parterres llenos deflores de los más variados colores. Está precioso el jardín. El viejo jardi-nero que lo tiene a su cargo, conoce muy bien su oficio. Un nieto suyo,

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un poco mayor que ella, viene de vez en cuando a ayudarle. Es muy tími-do y se ha turbado muchísimo el par de ocasiones en que ella le ha diri-gido la palabra.

En el extremo derecho de la extensa propiedad puede entrever mediooculto por el follaje parte del edificio perteneciente a los establos. Elencargado de ellos se llama Rafael; es un gigantón de casi dos metros deestatura cuyo simiesco, cejijunto rostro, le recuerda a los cavernícolasvistos en algún libro de arqueología prehistórica. Este hombre hablapoco y cuando lo hace, la mayoría de las veces resulta ininteligible. Acasi nadie le cae bien, pero Alejandro de Menduza cuenta con él porquecuida maravillosamente de los dos caballos que un rico hacendado leregaló en reconocimiento por cierto favor recibido. Los equinos sonbellos y extremadamente dóciles. Y Rafael los mantiene siempre tan lim-pios y bien cepillados, que su pelaje resplandece. Nanami y su mamá losmontan de tarde en tarde. La práctica excesiva de la equitación, opina laduquesa Sofía, termina deformando las piernas, algo que en absolutodesea para ella y para su hija.

A pesar de caerle muy mal el caballerizo, hay otra persona que aNanami le cae aún peor. Se trata de Seve, el chófer, un hombre de color,joven y corpulento que, cuando su madre no lo ve, la desnuda con sumirada lasciva. Se lo contó una vez a ella, pero su mamá respondió condesdén:

—Ni caso, nena. La mirada del asno no ofende, da lástima.Nanami espera a su amiga frente al gran ventanal del salón. Lugar des-

de el que domina la puerta de entrada a la propiedad. Ha de aguardar algomás de un cuarto de hora y por fin Yolanda aparece subida en su moun-tain-bike. El vigilante de la puerta mueve en sentido negativo la cabeza,lo cual significa que no va a dejarla entrar. Nanami corre inmediatamen-te hacía la verja de la entrada y pide al guardián:

—Por favor, Marcelo, es una compañera del colegio que viene averme.

El hombre uniformado se vuelve a mirarla. En su boca grande unasonrisa de lobo feroz. También él desnuda a las mujeres con la vista

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aunque con mayor discreción que el chófer. ¡Estos incorregibles surame-ricanos de sangre caliente! Las jóvenes se dan besitos en las mejillas.

—Deja la bici ahí, Yolanda. No la tocará nadie. Siguiendo su indicación la recién llegada la coloca contra la pared del

garaje.—¡Qué casa tan grande tenéis, chica!— admira. —Demasiado grande quizás. Estoy contentísima de que hayas veni-

do, ¿sabes?—Y yo de estar aquí.Entran en el salón cogidas de la cintura. Yolanda se detiene boquia-

bierta de admiración. Sus bonitos ojos castaños, cargados de curiosi-dad, recorren todo su entorno: cuadros, figuritas valiosas, estatuas,muebles lujosos, cortinas.

—¡Qué maravilla, chica!— reconoce. —Esto es un palacio. —Sí, es una casa preciosa. Pero debías haber visto la que teníamos

en los Emiratos Árabes. Esa sí era como un palacio de las mil y unanoches.

—Que cambio tan grande habéis hecho, ¿verdad, Nana? Pasar de unpaís donde las mujeres van tapadas de la cabeza a los pies, al país nuestrodonde llevamos poca ropa y muy ligera. Yo me pongo el sujetador sólo cuan-do voy al maldito colegio. Veo que tú tampoco lo llevas puesto ahora.

—Sí. Yo hago lo mismo que tú con ese engorro. El sujetador teaprieta los pechos y te da mucho calor.

—Muy cierto.Con repentino atrevimiento Yolanda pellizca a Nanami un pezón, que

se marca notoriamente en la delgada tela de su vestido veraniego. —Quieta, descarada— más sorprendida que enojada, apartándose de

ella. La acusada de descaro da un paso adelante, coloca sus manos alre-

dedor de la estrecha cintura de la hija del embajador y mirándola al fon-do de los ojos desafía:

—Confiesa, te lo exijo, que te ha gustado que te pellizcara la fresita.Se te ha puesto tiesa, tiesa.

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—Lo que has hecho no está nada bien— trata Nanami de marcarcensura.

—Claro que está bien. Leí, no recuerdo en que libro de un psiquia-tra muy famoso, que reprimir nuestros naturales deseos tiene la culpa deque la mayoría de las personas de este mundo no sean felices y vivanamargadas.

—Se lo habrás leído a ese psiquiatra loco, a Sigmund Freud. En elcolegio lo dimos en Filosofía. ¿Tienes sed?—Nanami cambiando detema, turbada, después de darle un cachete a la atrevida mano de su con-discípula que acaba de pellizcarle el otro pezón.

—Sí, tengo sed, y estoy toda sudada. ¿Te ofende el olor de mi sudor?—levanta el brazo y acerca a la cara de la hija del embajador el sobacohúmedo de su camiseta.

—No hueles precisamente a rosas, pero no me ofende tu sudor. A Nanami la desinhibida actitud de su compañera de estudios la

está produciendo cierta involuntaria excitación. Echa a andar en direccióna la cocina. Yolanda se retrasa a propósito.

—Tienes un culo precioso, Nana— aprecia. —¿No te lo ha dichonadie?

—No. Es que nunca antes había conocido a una chica tan desvergon-zada como tú. Y quita esa mano de mi nalga o te arreo una bofetada —simu-lando más enfado del que realmente siente.

—Desagradecida— burlona, pero retirando su mano del duro y redon-do glúteo que estaba apretando. Se asombra viendo el atiborrado interior delfrigorífico. —Chica, tenéis aquí más cosas de comer y de beber que en unsupermercado.

Nanami le ofrece una lata de Coca-cola y cogiendo otra para ella dice: —Vamos a mi cuarto. Escucharemos música. Tengo el último CD del

grupo Los Infiernos. Lo ha dicho porque acaba de pasar la gobernanta con un ramo de flo-

res en sus manos y le ha dirigido una mirada curiosa a su amiga recien-te, de la que Nanami teme alguna nueva osadía. Abren las latas y andandotoman un primer sorbo.

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—¡Que espacioso es tu dormitorio, y todo para ti sola! —envidiaYolanda dejándose caer de espaldas sobre la cama. Su falda con maripo-sas estampadas se le ha quedado subida, expresamente, hasta lo másalto de los muslos. ¡Su postura resulta tan sensual que atrae la miradade Nanami! Yolanda se da cuenta y esbozando una sonrisa maliciosalevanta su falda hasta las ingles dejando al descubierto el tanga amarilloque lleva puesto, y que es de un tejido tan fino que transparenta el negrorde su abundante vello púbico, abundancia bastante habitual en muchasmujeres hispanoamericanas. Yolanda es muy morena. Su larga y laciamelena casi azulada de tan negra se ha desparramado sobre la almohada.

—¿A que tengo las piernas muy bonitas, eh, Nana?—Sí, las tienes bonitas —apartando, azorada sus ojos.—Nana, ¿de qué color tienes los pelitos del chichi? ¿Rubios como los

de tu cabeza?—¡Yolanda! —severa la entonación—. Eres increíblemente obsce-

na, ¿lo sabes? Tápate, por favor.—¿Es que acaso te excito? —perversa.—Que te cubras, te pido. —No quiero. Soy narcisista. Y me encanta serlo. Mira lo que hago.Con lentitud, luego de meter ambas manos en los elásticos de su

fina prenda, Yolanda comienza a deslizarla centímetro a centímetro haciaabajo, estudiando con atención, los ojos cargados de picardía la reac-ción que aparece en el rostro de la otra colegiala. Nanami, fascinadamuy a su pesar, no es capaz de apartar de ella su mirada. El tanga vadescendiendo lentamente, abandona las contundentes nalgas y llega alrizado triangulo tan poblado que oculta por completo su vulva. Yolan-da ha conseguido su propósito que es lograr con su osadía que su com-pañera de estudios no pueda apartar los ojos de ella. Yolanda siempre conigual perversa lentitud continúa bajándose la exigua prenda. Supera losmuslos, las rodillas, las pantorrillas, los tobillos y cuando llega a los pieslevanta las piernas de forma que Nanami pueda admirar su raja casi porcompleto oculta por unos espesos vellos que llegan hasta el punto estria-do que separa sus voluptuosos glúteos.

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—¿A qué te gusta muchísimo lo que estás viendo?—desafiante. —Sí, sí te gusta. Tus ojos no saben mentir, Nana.

—Tápate, cochina impúdica— pide blandamente. —Tienes ahímuchísimo más pelo que yo —tímida, señala con su mano extendía.

—Es que me lo afeité una vez y me creció muchísimo.—¿Y por qué te lo afeitaste?— curiosa.—Me lo pidió mi primo Ronaldo.—¿Dejaste que tu primo te viera la chichi?— escandalizada, incré-

dula.—Claro. Él y yo nos gustamos desde que éramos niños. Y me puso

esa condición si quería que él me la comiera.—¿Te comiera qué?— creyendo haber entendido mal.—La chichi, boba.—¿Pero qué locuras dices?—Ay, Nana, Nana, tal como me figuraba nada conoces de las cosas

ricas que las chicas y los chicos podemos hacer juntos. Ven, siéntate aquía mi lado y te revelaré algunas de las cosas más importantes de la vida.

Ahora Yolanda ya con las piernas bajadas y entreabiertas da unosgolpes con la mano plana en el cubre de la cama indicándole a Nanamique tome asiento. Dominada por la curiosidad que la otra chica ha sabi-do despertarle, la hija del embajador obedece aunque en su interior milvoces represoras le aconsejan que no lo haga y que no escuche.

—¿Qué cosas son esas que, según tú debo conocer yo, desvergonza-da? —impaciente debido al repentino silencio que ahora guarda Yolan-da, que con las manos detrás de la nuca la observa con evidente cinismo.

—Cosas por las que me estarás agradecida el resto de tu vida, ¡gua-písima! Porque mira que Dios te parió guapa— con vehemente admira-ción. —Pero antes de que te haga estas importantísimas revelacioneshas de comprometerte a obedecerme en todo lo que yo te pida— vien-do que su compañera de estudios duda, Yolanda apremia. —Venga,decídete que la vida es corta y hay que aprovechar bien el tiempo.

Nanami reflexiona, duda. La insólita situación que está viviendochoca contra la totalidad de principios cristianos que le han inculcado

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