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1 Para Claudia Nayar y Alejandro Ariel Steven Spielberg contó con todos los recursos para la realización de I.A. Una vasta y reconocida experiencia en la filmografía de ciencia ficción, a lo largo de la cual recreó de manera verosímil tanto a temibles monstruos prehistóricos como a entrañables extraterrestres. El dinero grande de Hollywood, que avala todas sus superproducciones y que le permite acceder sin límites a los más sofisticados efectos especiales. Además, el momento histórico. No se trata de los años 70 y 80, conocidos como “el invierno de la inteligencia artificial”, en el que cayeron los proyectos de investigación y quebraron varias empresas. Hoy, las aplicaciones de la IA –los llamados sistemas expertos- forman parte de la vida cotidiana. Desde cajeros automáticos hasta complejos sistemas de algoritmos, los avances de la IA son incorporados a los más variados productos con un optimismo sin precedentes. Como lo expresa Gary Layton, un ejecutivo de la empresa tecnológica Computer Associates, en la promoción de su software de negocios InterBiz: “una vez que uno pone a trabajar la aplicación en su entorno, funciona como un chico: aprende todo lo necesario sobre el negocio”. En síntesis, se conjugaban todos los elementos para que el film nos hiciera creíble la idea de un autómata inteligente. Sin embargo, la producción de Spielberg puede ser leída como un manifiesto de la impotencia científica. Puesto ante la empresa de convencernos del prodigio de la inteligencia artificial, Spielberg opta por relatarnos una entrañable historia infantil de fines del siglo XIX. Seguramente mucho tiene que ver la elección con el proyecto inicial, que pertenece a Stanley Kubrick, basado en la novela de Brian Aldiss, Supertoys Last All Summer Long, Pero lo cierto es que I.A. es Pinocho, el célebre cuento de Collodi, maravillosamente ambientado miles y miles de años después. La historia es conocida por todos. Para mitigar su soledad, el viejo Gepetto recibe un leño mágico con el que construye un muñeco parlante. Un madero con destrezas elementales que lo acompañe en la vida. Pero Pinocho resulta desobediente y mentiroso, complicando la vida del viejo Gepetto que se la pasa regañándolo. También el profesor Hobby, a su manera, está solo. Pero él no es carpintero sino ingeniero electrónico y entonces su invento será un chip parlante, un niño robot Mecha destinado a sustraer de la tristeza

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Para Claudia Nayar y Alejandro Ariel

Steven Spielberg contó con todos los recursos para la realización de I.A. Una vasta y reconocida experiencia en la filmografía de ciencia ficción, a lo largo de la cual recreó de manera verosímil tanto a temibles monstruos prehistóricos como a entrañables extraterrestres. El dinero grande de Hollywood, que avala todas sus superproducciones y que le permite acceder sin límites a los más sofisticados efectos especiales.

Además, el momento histórico. No se trata de los años 70 y 80, conocidos como “el invierno de la inteligencia artificial”, en el que cayeron los proyectos de investigación y quebraron varias empresas. Hoy, las aplicaciones de la IA –los llamados sistemas expertos- forman parte de la vida cotidiana. Desde cajeros automáticos hasta complejos sistemas de algoritmos, los avances de la IA son incorporados a los más variados productos con un optimismo sin precedentes. Como lo expresa Gary Layton, un ejecutivo de la empresa tecnológica Computer Associates, en la promoción de su software de negocios InterBiz: “una vez que uno pone a trabajar la aplicación en su entorno, funciona como un chico: aprende todo lo necesario sobre el negocio”.

En síntesis, se conjugaban todos los elementos para que el film nos hiciera creíble la idea de un autómata inteligente. Sin embargo, la producción de Spielberg puede ser leída como un manifiesto de la impotencia científica. Puesto ante la empresa de convencernos del prodigio de la inteligencia artificial, Spielberg opta por relatarnos una entrañable historia infantil de fines del siglo XIX. Seguramente mucho tiene que ver la elección con el proyecto inicial, que pertenece a Stanley Kubrick, basado en la novela de Brian Aldiss,

Supertoys Last All Summer Long,

Pero lo cierto es que I.A. es Pinocho, el célebre cuento de Collodi, maravillosamente ambientado miles y miles de años después.

La historia es conocida por todos. Para mitigar su soledad, el viejo Gepetto recibe un leño mágico con el que construye un muñeco parlante. Un madero con destrezas elementales que lo acompañe en la vida. Pero Pinocho resulta desobediente y mentiroso, complicando la vida del viejo Gepetto que se la pasa regañándolo.

También el profesor Hobby, a su manera, está solo. Pero él no es carpintero sino ingeniero electrónico y entonces su invento será un chip parlante, un niño robot Mecha destinado a sustraer de la tristeza a un matrimonio que ha perdido a un hijo. Es así que, en una transparente analogía, David deviene el Pinocho del film.

Pero el hermanito de David despierta súbitamente del coma irreversible en el que estaba sumido. Y el film deja entrever que los celos ante la aparición de David no son ajenos a su reacción. Como lo anticipara Lacan con San Agustín, la reacción especular de un niño frente a la imagen del semejante puede adquirir una virulencia no siempre comprensible para los padres.

Desbordados por la situación, como Gepetto frente a su travieso muñeco, los padres de David deciden deshacerse del robot. En la ficción de Kubrick-Spielberg, el grillo –la conciencia moral de Pinocho- será Toddy, el superjuguete que acompaña a David a lo largo de sus desventuras.

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Hasta que, como se sabe, en la historia de Collodi ocurre algo maravillosamente inesperado. Pinocho se entera que a Gepetto se lo ha tragado una ballena. Y entonces se lanza a la empresa de rescatar a su padre. Lo busca incansablemente hasta que lo encuentra en el vientre mismo del animal. Gepetto se emociona, pero ha pasado dos años sobreviviendo en las entrañas de la ballena, dos años que parecieron dos siglos. Tan larga fue su espera que ya ha perdido toda esperanza de supervivencia. Pero cuando a su padre ya lo abandonaron las fuerzas, cuando está resignado a esperar el fin para ambos, es Pinocho quién decide buscar la salida.

Conduce a Geppetto a través del interior de la ballena hasta lograr escapar de sus fauces y arrojarse a la incertidumbre de las aguas. Y nada desaforadamente con su padre a cuestas a través del mar calmo. Pero la costa no aparece en el horizonte. Y una vez más, Gepetto se desalienta. Y nuevamente Pinocho inventa una playa inexistente para animarlo. Como lo hace Guido con su hijo Giosué en “La vida es bella”, Pinocho creará una ficción para sustraer a su padre del horror. Y así lo salvará de la muerte.1 [1]

Alejandro Ariel ha enseñado que esta vez Pinocho no acude a la cita por obligación. Lo hace para salvar al padre, más allá de los mandatos que éste le ha impuesto. Por eso ilustra ese momento maravilloso en que un niño deja de ser hablado por sus padres para comenzar a escribir su propio guión en la vida.2 [2]

Exhausto luego del salvataje, se acuesta a dormir y cuando se despierta ha dejador de ser un muñeco. Pinocho es ahora un niño.

Si Gepetto permaneció dos largos años en el vientre de la ballena, David pasará dos mil años en el fondo del mar. Y lo hará junto al mechón de cabello de su madre, amorosamente guardado en el bolsillo de su mascota Toddy, El recuerdo materno será el aliento de su espera. Dos mil años en las fauces de un habitáculo submarino, en las entrañas mismas del mar, son también para él tiempo suficiente.

David decidirá entonces salvar a su madre. Y como Pinocho, no lo hace porque es su obligación hacerlo o porque fue programado para ello. Lo hace por amor. La analogía futurista encuentra un artificio convincente, cuyo sortilegio no adelantaremos aquí.

Digamos, si, que la pretendida inteligencia artificial encuentra por fin su límite. La ciencia no puede formalizar lo sustancial de la condición humana. Así como un niño no deviene tal sino a partir de un movimiento en el que se sustrae del mandato paterno, aun el algoritmo más sofisticado será siempre insuficiente.

Muchos espectadores se desilusionaron con el film. Algunos, porque esperaban ver triunfante a la ciencia del porvenir. Otros, alegando que su final era irremediablemente triste. Para los primeros, no hay remedio. Los segundos, seguramente han olvidado, en los pasillos de la memoria, el desenlace de la fábula. A unos y a otros les recomendamos releer el Pinocho de Collodi. Entenderán 1

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entonces cómo se despertará David luego de la noche de ese único día en compañía de su madre. Se recreará entonces el sortilegio y, retrospectivamente, el final será promisorio.

Mucho se ha bastardeado la relación entre Stanley Kubrick y Steven Spielberg. Pero lo cierto es que cuando ante la inminencia de la muerte, Kubrick legó a Spielberg el proyecto de IA, hizo su propia elección.

No recurrió a la vana tecnología. No hizo congelar su cuerpo para revivir

en algún macabro experimento futurista. Apeló a su storyboard y a las novecientas páginas que pacientemente fue entregando a Spielberg.

¿Reconocería Kubrick al producto como suyo? La pregunta de los críticos es francamente ociosa. Por supuesto que sí. En todo caso, tanto como un padre puede reconocerse, con las naturales semejanzas y diferencias, en un hijo largamente anhelado.

Las Soluciones de Pinocho

Sergio C. Staude

(*) Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis: Buenos Aires; 1995.

"Hoy no es el sexo el que perturba o produce temor, sino el dolor permanente, el cadaver potencial que somos. ¿Quién quiere mirarlo a la cara? La depresión es el secreto (secret), tal vez lo sagrado (sacré) moderno". Julia Kristeva.(1)

La cita de Julia Kristeva me sirve de apólogo a este trabajo sobre la drogadicción que no fué pensado a partir de esa frase, sino como una reflexión sobre una práctica clínica, pero también la incluye. La clínica es la de aquellos que no encuentran otro modo de olvidar que somos seres-para-la muerte, sino es por medio del artificio químico de la droga. Y aún asi, cuando consultan, o cuando promocionan a que nos ocupemos de ellos, nos dicen que ese recurso también puede ser ineficaz. Esto no impide que la droga se ofrezca hoy como uno de los modos mas efectivos para tolerar lo insoportable. Ayuda a apaciguar un dolor o promete un goce allí donde la cultura parece exigir solo privación y renuncia.

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Para este trabajo construí una ficción sobre otra ficción. Imaginé que el recurso a la droga es tanto una de las soluciones que podría haber buscado Pinocho, como la que suele ofrecerse como salida posible cuando el estasis alucinatorio se tranforma en una pesadilla.

Ambas suelen ubicarse como antípodas de la propuesta analítica. Sin embargo es como analistas que se nos torna necesario interrogar la especificidad de estas soluciones.

 

Sobre algunas soluciones

Sin duda, Freud también creyó haber encontrado en la cocaína una verdadera solución. Lo prueba el fervor con que hablaba de ella y la recomendaba. Demostró un interés que fue a la vez personal y científico. Le escribía a Martha, su mujer, "La tomo regularmente en muy pequeñas dosis para combatir la depresión y la mala digestión y esto con el más brillante éxito". Incluso añade con entusiasmo: "sólo ahora me siento médico pues he podido acudir en ayuda de un enfermo y espero socorrer a otros" (2).

Atribuible también a su entusiasmo es el modo en que había reemplazado

el prosaico, y científico, término de dosis para designar la medida de coca que utilizaba. El prefería hablar de un "don" de cocaina (3). No deja de tener resonancias para nosotros la palabra "don", ubicable como aquello que se espera y se otorga en la dimensión del amor. Una solución es un "don" ya que aspira a ser un recurso ante una demanda que nace de la carencia y del dolor, no ajena a la espera de los adictos para quienes la demanda de amor es siempre más importante que la insistencia o la apertura al deseo.

El recurso coquero evidenció en ese momento su fracaso, y fué fuente tanto de desilusión, como de descubrimiento. La evidencia de ese fracaso estuvo dada por constatar los efectos que produjo su uso, pero fue evidente cuando Freud tuvo que inscribir los efectos de la cocaína en una escritura sometida a las exigencias del campo médico en el que se movía. Escribir sobre la cocaína ("Über Coca", de 1884) lo lleva no solo a interperlar por su eficacia sino que lo condujo, en última instancia, a cuestionar la noción de causa sobre la que descansaba su utilización: el significante-amo de la lesión orgánica.

La caida de esa ilusión abre las puertas al descubrimiento Freudiano. El sueño "de la inyección de Irma", sueño inaugural del psicoanálisis, asi lo atestigua. En la lectura que Lacan hace del mismo, concluye que el "No hay otra palabra, otra solución a su problema, que la palabra" (4), marca el giro radical que Freud produce respecto al modo de entender las neurosis y al operar sobre ellas.

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La palabra nace como recurso en la cura y para la cura. El "don"que el analista ofrece es el del espacio de posibilidad para que un cuerpo, apresado en el sufrimiento, sea metaforizado en una palabra que lo nombre y que lo transforme en una trama discursiva. No sólo produce un espacio de posibilidad, también lo implica en una presencia, en un semblant, para que se pueda sostener la ilusión, o la ficción, de que es posible una solución.

A cien años de la invención de este recurso, es nuevamente la problemática ligada al consumo de drogas la que requiere que la "solución de la palabra" encuentre no solo otros modos, otras estrategias y tácticas para mantener su vigencia y sostener ahí una ilusión, sino cómo se oferta ahí el "deseo de analista". No es la única que requiere eso,las psicosis y las diferentes formas de la locura han desafiado desde siempre el recurso de la palabra, aunque sabemos que aquello que las causa, al igual que a las adicciones, está indisolublemente ligado a los efectos de la palabra en el cuerpo, ya sea por la inducción que produce o por su ausencia.

Como ocurre con todo padecimiento siempre encontramos ahí una doble presencia de un sufrir junto a un intento de solución de un problema, de una encrucijada. Es decir que la que podemos definir como "la solución de Pinocho" es al menos dos: la que lo mete en el camino adictivo, tal como yo se lo supongo, y el modo en que intenta salir de ella. Para eso tenemos que hablar, o imaginar, a Pinocho coquero.

 

Un cuerpo de palo: Pinocho coquero (5).

Son muchos los aspectos de este cuento tradicional que me llevan a homologarlo al destino y a la pasión de un adicto. El primero es precisamente con el que subtitulé el apartado: un cuerpo de palo. No solo por lo que en la jerga coquera significa "darse un palo", sino por esa dimensión del cuerpo que queda sustraído del sujeto, ese cuerpo que queda transformado y perturabado de tal modo que se sostiene en una cierta ajenidad respecto del sujeto. Digo una cierta ajenidad, para nombrar esa distorsión que el cuerpo soporta sin llegar a homologarse al cuerpo del psicótico y que está mucho mas cercana a la posición de la locura maníaca. Hay un episodio significativo: Pinocho vuelve de una de sus frecuentes fugas (otro dato paradigmático) cansado, mojado y muerto de frio y se duerme apoyando sus pies en un brasero. Por supuesto sus pies se queman y Gepetto necesita reconstruirlos. No es ajeno a los pies y a los brazos de los adictos en los que las sucesivas y reiteradas "picaduras" los tornan realmente insensibles, de madera. Brazos o cuerpos que a la vez se tatuan para ocultar esta transformación.

La otra característica es que en todo el cuento, Pinocho posee el don de la palabra y dispone de ella, pero no es del todo humano, sino recién en el final. No encontramos un quiebre con la palabra al modo del psicótico. Sin embargo hay un ecapar a su dominio, hay una discordia con la palabra, que abre la

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puerta a la invitación a un goce que luego se transforma en una pesadilla. Es esta discordia lo que lo aleja de otra "solución"que es la del síntoma. El síntoma es siempre una transacción, un arreglo del sujeto con el Otro. Alternativa que va ganando espacio en el cuento sólo a partir del momento en que Pinocho pasa por el riesgo de perder su vida. Esta posición respecto a la palabra, eludida o mortífera, no es ajena a lo que señalé respecto al destino y al padecer del cuerpo.

Hay otras lineas de interés que provienen de los datos del autor, del que se sabe poco, pero lo suficiente como para entreveer que Pinocho no fué sino un recurso que utilizó para historiar sus aventuras o desventuras infantiles y adolescentes; un modo de pasar a la letra un pasado que necesitó tramitar. Carlos Collodi, ya adulto, en su desempeño como periodista y funcionario trabajó mucho sobre el problema de lo que ahora llamamos "los chicos de la calle", y también sobre las condiciones imperantes de la educación en la Italia de su época. Bregó en todo momento contra una educación que no era sino transmisión autoritaria y burocrática de una "letra muerta".

 

A un artículo de Italo Calvino (6) escrito a raiz del centenario del nacimiento de Pinocho, le debo otra dos referencias. La primera es la similitud de Pinocho con la figura y episodios de la infancia de Cristo. Similitudes que llevan, a mi entender, hasta coincidir con la "solución" que ambos encuentran para salir de sus respectivas pesadillas: ambos necesitaron salvar al Padre. Recurso que introduce el tema de la función del sacrificio.

La segunda es que, para Calvino, Pinocho constituye la primera (y durante un tiempo casi única) novela picaresca que tiene la literatura italiana.

La mención a la picaresca no es solo una referencia literaria. Me interesó en la medida en que pone en juego una ética que da cuenta de una particular posición del sujeto frente al Otro, y como consecuencia en su relación al semejante. No es lugar para extenderme en esto, solo menciono lo siguiente: a diferencia del héroe tragico, "en la picaresca la culpa está en el origen secreto de la acción" (7). El engaño, la astucia y la mentira van a jugar un papel preponderante tanto en la relación al Otro, como al otro, sus iguales. Es un modo de restaurar, ilusoriamente, la unidad entre finalidad y acto que siempre quedan escindidos.

La historia de Pinocho trasncurre en el tiempo del inicio de la escolaridad. Tiempo de la formación escolar sistemática y tiempo de socialización. Todo su esfuerzo, que da origen a aventuras y desventuras, apuntan a evitar esa entrada. Para ello se escapa, promete, engaña y miente, invierte el dinero que el padre le brinda para su educación en comprar la ilusión de un goce y una fortuna perdurbles. En su extravío llega a perder su palabra y se convierte en un animal: en un burrito, con el sentido metafórico que este tiene.

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Decía antes que hay dos estrategias que se juegan en Pinocho. La primera es la que lo precipita en sus aventuras y desventuras. A diferencia de lo que ocurre en la película de Walt Dysney donde el grillo-voz-de-la-conciencia, lo acompaña en todo el periplo, el rechazo, la discordia en el cuento es mas drástico y el grillo queda estrellado contra la pared. Libre de esa molestia, de esa voz que lo aconseja pero que no le significa nada -mas que estorbo- acomete su itinerario aventurero. Cuando este adquiere el clima de una pesadilla poco tolerable es cuando apela a su otra "solución": necesita salvar a su padre. Lo salva del estómago de una ballena (o de un tiburón) que se lo ha tragado. Para esta segunda solución Pinocho apela, en el cuento, a su valentía y coraje. En la película de Dysney, utiliza además la astucia.

El final puede entrar en la categoría de alegoría educativa o moral. Sin embargo el dato que se destaca es que a partir de salvar al padre es que Pinocho se transforma en un ser humano. El muñeco de madera recobra, o mas bien adquiere por primera vez, esa categoría en tanto logra tener un cuerpo humanizado. Lo que puede ser tomado como la "solución" religiosa, que es también pensable como la solución edípica, interesa en la medida en que no son pocas las propuestas terapéuticas que se ofrecen en la actualidad y se sostinen en ese recurso, Incluyendo las de corte analítico. De hecho es a veces lo único posible que se puede hacer por alguien. La recuperación de la figura paterna, por via del amor, permite que haya un padre, que ayuda a estabilizar una estructura. Crea la condicón de posibilidad de que haya demanda (8)

Los riesgos, lo sabemos, son: sujetarlo allí en tanto que esa solución sea ofrecida o tomada como la única posible, y donde la apelación a lo imaginario pase de ser una salida a transformarse en algo que anonada al sujeto deseante. Como si ese fuera el único modo de anudar una estructura. De hecho el cuento presenta en acto,y también como metáfora, otra alternativa: cuando Pinocho está en el vientre oscuro de la ballena, el autor señala: que estaba en "una oscuridad tan negra y profunda que le parecía como si hubiese entrado de cabeza en un calamar lleno de tinta" (9). Con Pinocho como lapicera y con esa tinta escribe, Colodi adulto, su historia de Pinocho, es decir de su tribulaciones infantiles. Como Freud con su trabajo sobre la cocaína.

Sin embargo el interés en la alegoría del está también en la posibilidad de pensar esas posiciones subjetivas capaces de producir una ruptura con el con el goce fálico sin producirlo con el significante del Nombre del Padre. Logran así mantener una estabilidad, siempre al borde del naufragio, una condición no-psicótica, aunque tengan episodios locos debidos al efecto del tóxico, y no solo a él. Lo paradojal de esta clínica es que si bien la droga "enloquece", al mismo tiempo sirve de amarre, de anudamiento a la estructura. La droga es capaz de acotar un goce, que suele ser sufrimiento o un temor que no se soporta, y también promete otro allí donde hay ausencia de goce, de aquel que, al decir de Lacan, "su falta haría vana la vida". Promesa de goce capaz de acotar lo indecible de la demanda del Otro.

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Esto permite salir de una situación intolerable; la droga es capaz de vender la ilusión, precaria, de tener ilusiones, y de crear lazos sociales aunque sean inestables, por fuera del circuito endogámico. Crea también el campo de lo "secreto", de lo clandestino, que permite sostener la creencia de un lugar donde escapar y protegerse de la mirada de un Otro omnivoyeur.

El malestar surge en el tiempo de desborde, de desanudamiento.

La búsqueda de una apoyatura simbólica en un atributo del ser: "ser adicto", es con todo mucho mas compleja. Es soporte pero a la vez se convierte en el principal obstáculo para una otra salida posible.

La antesala del síntoma

Se ha señalado ya reiteradas veces que la drogadicción como suplencia o como suplemento reemplaza a una formación sintomática aún no estructurada. Se habla precisamente ahí de formaciones narcisistas en lugar de una formación sintomática. La droga como suplemento brinda un camino para pensar esa extraña condición de un sujeto que sin renegar de la marca paterna evade, por angustiante, la cercanía al goce fálico y su correlato: la angustia de castración. Son sujetos que se mantienen al borde de la diferencia de los sexos y de la carencia constitutiva de todo deseo.

Dos cuestiones para destacar: en un trabajo anterior (10) remarqué que la dificultad en tramitar la angustia de castración estaba relacionada a cuando esta solo se ofrece en su cara negativa como prohibición, sin incluir la dimensión de promesa y de apertura al deseo. Esto hace que el momento de privación no pueda ser tramitado en tanto es una falta sin posibilidad de ser significada. Cuando la clínica de las adicciones se ve así restringida a la sola abstinencia, se transforma en la clínica de la frustración: tanto como alternativa terapéutica ofrecida como por los resultados obtenidos.

La segunda es que el montaje adictivo o la "operación farmakón" (11) apunta a obturar ese instante que se prolonga repitiéndose en el tiempo en el cual la castración aún no fué y la privación es intolerable. Es pura pérdida, es vivir con el cadaver delante de la mirada.

Es por eso que la otra matriz algebraica que Lacan utiliza, la del Seminario de "La angustia" en la que ubica la trilogía freudiana de inhibición síntoma y angustia (12) nos permite también situar este tiempo presintomático. Como señala Lacan en ese Seminario: "El síntoma necesita de la transferencia para ser interpretado, pero en principio no necesita de ustedes, como el acting-out". Este, a diferencia del síntoma, "es el esbozo de la transferencia, es la transferencia salvaje".

Como recordarán Lacan afirma que esos tres términos (inhibición, síntoma y angustia) no son homogeneos y por lo tanto precisa ubicarlos en hileras y columnas diferentes. Yo leo en esto también que el pasaje de una a otra no se

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produce en la continuidad de una serie, sino que implica un salto, un giro. El término de "operación" dado al procedimiento adictivo nombra aquello que se inscribe en la dimensión del actuar, en el doble sentido de acción y de poner en escena, pero sin que podamos designarlo como acto. Pero el término permite ubicar a la adicción en el terreno de ese actuar, ubicando a la inhibición en el inicio de un movimiento que, por la linea de las dificultades o por la linea del movimiento, precipita al sujeto en el instante de la alienación del pasaje al acto o en el tiempo de desconocimiento del acting -out sin pasar por el tiempo del síntoma, tiempo de espera, tiempo de demora, apertura del tiempo de comprender.

El anudamiento entre el impedimento como sinónimo de no poder, o de la impotencia y el de la emoción que nombra al no saber (o no querer saber) pueden empujar a un sujeto a un doble destino: o al sendero de precipitarse al pasaje al acto de la transferencia, en la búsqueda de la causa de su padecer (13) pasando al acto de transferir, buscándose en los desfiladeros del Otro, constituyendo en él el agalma a partir del encuentro con la falta.

O en aquel otro que Lacan señala, en el mismo Seminario, que el lugar de la inhibición puede ser también el lugar de no querer ver (14). No puede situar la falta, por la fascinación de la mirada, en el campo del Otro. Es interesante, porque en esta dimensión de la matriz con que está trabajando, el no ver como equivalente a la inhibición que se produce bajo el predominio de la pulsión escópica (el instante de no-ver) da origen a dos efectos: en el lugar del síntoma Lacan ubica el fantasma de la omipotencia (al cual la droga ayuda a sostener). Al mismo tiempo al ser lo que obtura la falta del Otro en el campo escópico lo transforma en omnividente, del cual hay que huir, ocultarse o bien drogarse para evitar esa mirada siempre presente.

La locura en la que se puede quedar atrapado en ese momento libidinal tiene dos manifestaciones: el de querer "verse" más allá de cualquier representación o significante que lo represente, verse como se es. También el querer ver "la voz" (l5) como aquello que marca el mas allá de la mirada, la escanción, el vacio. Es lo que promete muchas veces la droga, ver aquello que es imposible ver.

Las soluciones de Pinocho

Ya las anticipé. La primera es desoir la voz del grillo-conciencia, el mandato social. Las "soluciones adictivas" implican muchas veces una búsqueda, aunque resulte infructuosa, de escapar a lo intolerable de un exceso de goce. Pero en otras, como parece entreverse en Pinocho, la busqueda en alcanzar un goce posible ya que fué engendrado en un puro deseo paterno, sin madre, que puede representar, en la fábula, el instante de la pura negatividad de un sujeto alienado en el significante. Tiempo que el fantasma de omnipotencia trata de suturar, reemplazando o antecediendo al del síntoma.

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El atrapamiento pesadillesco en la primera "solución", lo lleva a recurrir a la segunda de las salidas, salvar a su padre: ubicar allí un referente y un agalma. El acting-out da paso al duelo', y al comienzo de la estrucuración fantasmática que da sostén al deseo. La identificación al rasgo, el origen del ideal, apoyatura del amor.

Llamativamente los pasos no se cumplen sin antes, en el caso de Pinocho, quedar investido libidinalmente por una mujer: una niña de "cabellos azules" que es a la vez un hada. La primera vez le salva la vida, lo rescata de ser ahorcado. La segunda le permite salvar a su padre y lo transforma en un ser con un cuerpo humanizado.

Les leo, para concluir la escena del primer salvataje, cuando lo rescata de la horca. Llama a dos médicos eminentes para saber si está vivo o muerto: son el Cuervo y el Mochuelo, entre quienes se entabla este diálogo:

- Cuando el muerto llora, es señal de que está en vias de curación ! -dijo solemenemente el Cuervo.

- Lamento contradecir a mi ilustre amigo y colega -intervino el Mochuelo-; para mi, si el muerto llora, es señal de que no le gusta morir (16).

Llamativamente, en esa escena reaparece el grillo.