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PILAR GONZALBO Buenos cristianos y jóvenes letrados en Santa Cruz de Tlatelolco

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P I L A R G O N Z A L B O

Buenos cristianos y jóvenes letrados en Santa Cruz de Tlatelolco

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I N T R O D U C C I Ó N

Cuando HERNÁN CORTÉS recorría por primera vez la ruta de los volcanes, desde las costas de Veracruz hasta Tenochtitlan, la gran capital azteca, apreciaba los cambios en las costumbres de los diversos pueblos y el respeto generalizado por los mexicas, mezclado con el miedo y el rencor propio de quienes vivían sometidos a ellos. La simplicidad de organización y de gobierno en los pueblos de la costa contrastaba con la complejidad política de otros, como los tlaxcaltecas, al mismo tiempo que con la riqueza y con las complicadas normas de cortesía y expresiones de reverencia propias de los habitantes de los valles centrales. Los conquistadores quedaron deslumhrados cuando entraron en la ciudad que era sede del señorío más poderoso de Mesoamérica. Deseoso de realzar el valor de su hazaña, CORTÉS no regateó elogios al esplendor de los edificios, la habilidad de los artesanos, la capacidad retórica de los sacerdotes y gobernantes, la disciplina de los vasallos, la precisión de sus conocimientos del calendario y de los astros, la técnica de las obras de riego y del aprovechamiento de las zonas lacustres, la gracia de los artistas y malabaristas y el comportamiento cotidiano de hombres y mujeres. Nada de eso podía ser improvisado, todo respondía a un cuidado proceso de educación, universal en cuanto a la incorporación de todos los indi­viduos, pero diferenciado en los métodos, en los valores y en las metas.

Todas las culturas mantienen valores y principios que constituyen la base de la educación, no hay grupos humanos medianamente organizados que no cuenten con criterios acerca de lo bueno y de lo malo, de lo que se debe hacer y de lo que hay que evitar y del modo en que cada quien ha de comportarse, según su edad, sexo y condición. Así, no es extraño que todas las culturas in­dígenas del México prehispánico hayan tenido sistemas de entrenamiento de los jóvenes y normas de comportamiento acordes con el carácter teocrático y autoritario de sus formas de gobierno, pero fueron los mexicas quienes dejaron huella profunda en las prácticas docentes dirigidas a los niños y jóvenes.

La instrucción de los habitantes de zonas rurales siempre se limitó a la en­señanza práctica de los conocimientos agrícolas necesarios y a la interiorización de valores y de rutinas de respeto a los mayores y de colaboración con la comu­nidad. Las ciudades y, en particular, México Tenochtitlan, como la llamaron los españoles en los primeros tiempos, contaban con escuelas separadas para nobles y plebeyos en cada uno de los cuatro barrios en que se dividía la zona urbana. El calmécac se destinaba a la formación de futuros sacerdotes, gober­nantes y administradores, a quienes se exigía obediencia, autocontrol y pureza de costumbres. El telpochcalli, al que debían acudir obligatoriamente todos los jóvenes plebeyos, era un centro de instrucción para la guerra y para el ejercicio

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de tareas comunitarias. Las niñas acudían a centros en que se entrenaban en cantos y bailes rituales y practicaban en su hogar las tareas domésticas. Un anciano de cada sexo se encargaba de pasar por las calles reuniendo a los niños para que asistieran a las respectivas escuelas.

I . E L P R O Y E C T O D E L O S E V A N G E L I Z A D O R E S

Y LA C A T E Q U E S I S E N L O S C O N V E N T O S

La evangelización de los naturales era tarea primordial, encomendada por la Corona y asumida por la Iglesia, como una justificación de la Conquista y como el imperativo de aprovechar una coyuntura providencial para salvar millones de almas antes condenadas al infierno. Las autoridades civiles confiaron a los regulares la tarea de instrucción de los indígenas y no hay duda de que se obe­deció la voluntad real en cuanto a la doctrina cristiana, pero durante más de 200 años los frailes fueron renuentes a enseñar el castellano. En cambio, siempre estuvieron dispuestos a seleccionar algunos niños que aprenderían lectura y escritura. Lo excepcional fue el paso a estudios superiores.

Los frailes mendicantes que llegaron en años sucesivos, poco después de la Conquista, apreciaron la importancia de la tradición educativa que les serviría de antecedente en su labor apostólica. Los primeros franciscanos tuvieron la habilidad de adoptar recursos didácticos variados, como el teatro, la música y el dibujo, y de mantener la continuidad del sistema de asistencia a la escuela y de educación diferenciada que ya había funcionado en la época prehispánica. Los catecismos en imágenes no contenían las palabras de la doctrina, pero sí los conceptos básicos que servían a los neófitos para memorizar los párrafos completos, tal como lo habían hecho con sus códices antiguos. La música que acompañaba a las oraciones tampoco era el canto gregoriano que solemnizaría las funciones litúrgicas, pero servía para que su canturreo repetido impidiera olvidar lo aprendido en los conventos. Las representaciones teatrales sobre temas religiosos impresionaban al auditorio con sus ejemplos realistas de la maldad del pecado, de los rigores del infierno y de los beneficios de la redención.

La enseñanza de la doctrina tenía que alcanzar a todos, pero no era idéntica la instrucción destinada a niños y adultos, nobles y plebeyos. No olvidaron los frailes la instrucción de los hombres y mujeres, a quienes dedicaron manuales especiales y el horario dominical, pero pusieron mayor empeño en el adoctrina­miento de los niños. Diariamente se reunían en los atrios de los conventos todos los niños plebeyos o macehuales del pueblo o de la parroquia para aprender el catecismo. También se establecieron en algunos conventos talleres artesanales en los que los pequeños podían aprender los oficios que les eran desconocidos.

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De los talleres conventuales salieron sastres, pintores, carpinteros, herreros y conocedores de otros oficios.

Para los hijos de los señores, los nobles o pipiltin, se habilitaron los "apo­sentos" en donde podían vivir en régimen de internado. A ellos se les enseñaba a memorizar los textos latinos imprescindibles para asistir al sacerdote en los oficios divinos, a hablar el castellano en algunos casos, a escribir con caracteres latinos, ya fuera en náhuatl o en español, a cantar y a tañer instrumentos musi­cales. Los franciscanos iniciaron este sistema y pronto lo imitaron con algunas variantes los evangelizadores de las otras órdenes mendicantes: dominicos y agustinos. A poco más de diez años de la Conquista, el obispo ZUMÁRRAGA

informaba que "cada convento de los nuestros tiene otra casa junto, para ense­ñar en ella a los niños, donde hay escuela, dormitorio, refectorio y una devota capilla"1. El cronista agustino Fray DIEGO DE BASAI.ENQ.UE expuso la misma distinción, pero ya no con hincapié en el nivel social de los niños sino en sus habilidades especiales: "otros niños, que son más hábiles y están escogidos para tiples por sus voces [...] van cada día a la escuela, que está en el patio de la iglesia a aprender a leer y escribir"2. Pero no sólo dependía de los religiosos la selección de los niños que recibirían una instrucción más completa, sino que durante los primeros años fueron muchos los padres que se resistieron a dejar a sus hijos con los misioneros y los sustituyeron por algunos de sus sirvientes, a quienes enviaron en su lugar.

Durante el siglo xvi la expansión geográfica de las órdenes regulares fue extraordinaria y siempre se consideró fundamental la instrucción de los neófitos, lo que sólo rara vez iba acompañado de la enseñanza de lectura y escritura.

Así fue como la primera generación de niños indígenas nacidos después de la Conquista y habitantes de los valles centrales, donde se inició tempranamente la evangelización, no conocieron más escuelas que las dirigidas por los frailes, aunque sin duda oyeron hablar de los antiguos centros de enseñanza. La me­morización de los textos de la doctrina cristiana debió resultarles extraña por la complejidad de los conceptos de la nueva fe, pero no muy diferente de los ejercicios de interpretación de sus propias historias que requerían simultánea­mente la "lectura" de las imágenes y la repetición de los relatos.

Los pequeños internos, en general de familias nobles, y los mediopensionis-tas que sólo regresaban a sus casas por la noche, aprendieron con avidez cuanto

1 Carta de fray J U A N D E Z U M Á R R A G A al Emperador, en 1 2 de junio de 1 5 3 1 . Reproducida por fray J U A N

D E T O R Q U E M A D A . Monarquía indiana, México, Edición U N A M , VII vols., 1 9 7 5 a 1 9 8 3 , vol. V I , p. 2 2 3 .

2 D I E G O D E B A S A L E N Q U E . O . S . A. Historia de ¡a provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán, del Orden

de N. S. P. San Agustín, edición facsimilar de la de 1 6 7 3 , México, Editorial Jus, 1 9 6 3 , p. 6 3 .

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sus maestros les enseñaban. Convencidos de lo irreversible del dominio español, aprovecharon los recursos de adaptación que la escuela les ofrecía. Algunos llegaron a ser diestros artesanos cuyo trabajo era apreciado por la población española, muchos practicaron la música litúrgica en coros y capillas y lograron obtener recursos adicionales cuando les pagaban por participar en ceremonias y festejos, pero, sobre todo, conseguían el respeto y el prestigio en sus propias comunidades. La lectura y la escritura les interesaron en tal grado que muy pronto aprendieron a comunicarse por carta y buscaron lecturas en sus lenguas para ampliar sus conocimientos. Sus maestros alentaron esa afición y pusieron en sus manos libros impresos y textos manuscritos, piadosos y profanos. Junto a los manuales abreviados destinados a los doctrineros, el franciscano Fray A L O ­

NSO DE MOLINA hizo imprimir un Confesionario bilingüe, en español y náhuatl, dirigido a los indios, tan jóvenes en la fe que necesitaban esa orientación para cumplir con el precepto de la Iglesia, pero suficientemente letrados como para recurrir a la lectura para aclarar sus dudas'. A muchos españoles no les gustaba que hubiera tal cantidad de indios instruidos, de cuyo trabajo no podrían dis­poner con la misma facilidad con que abusaban de los más humildes. Incluso el virrey Don ANTONIO DE MENDOZA ordenó que se cerraran algunas escuelas porque consideraba que había demasiadas.

I I . L A E D U C A C I Ó N S U P E R I O R D E L O S I N D I O S

A C A R G O D E L O S F R A N C I S C A N O S

Los indios instruidos en gramática latina siempre constituyeron excepciones. En estos niños excepcionales se pensó como futuros colaboradores de los es­pañoles y para ellos se abrieron las clases de gramática latina en el colegio de San José de los Naturales, junto al convento de San Francisco de la ciudad de México. Las clases se iniciaron en 1532, con tal éxito que pronto hubo jóvenes indios que hablaban en latín y se pensó en el paso siguiente: erigir para ellos un centro de educación superior.

El obispo Fray JUAN DE ZUMÁRRAGA y el virrey Don ANTONIO DE MENDOZA

aprobaron el proyecto de los frailes menores y así, el 6 de enero de 1536, abrió sus puertas el colegio de Santa Cruz, en la doctrina franciscana del barrio de Santiago de Tlatelolco. El número de alumnos fue superior a 60 e inferior a 80,

3 Fray A L O N S O D E M O L I N A . "Confesionario mayor en la lengua mexicana y castellana", edición facsimilar de la de 1 5 6 9 , en Boletín del Institutp de Investigaciones Bibliográficas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1 9 7 2 .

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De mestizo e india, nace coyote. Dibujo de M \ N U E L I H L A C.'.RL Z , grabado

J U A N D E L A C R U Z , S . f. Grabado, coloreado, sin medidas. México, colección

particular. Tomado de "La pintura de castas", Arles de México, n." 8,

Artes de México y del Mundo, México, 1098, p. a j .

De español c india, mestizo, 1730. Anónimo, escuela mexicana, óleo sobre lienzo,

177 X 106 cm. Museo de América, Madrid. Iberoamérica mestiza. Encuentro íe

pnebhsy culturas. Fundación Santularia, S E A C E X , Consejo Nacional para la Cultura

y las Artes - Instituto Nacional de Antropología e I listoria de México, Madrid,

zoo}, p. 207.

De español y mestiza, produce castizo. J O S É DE LA P Á E Z , grabado por J U A N DE I.A C R U Z , hacia 1780, óleo/tela, sin medidas,

escuela mexicana. Colección particular. Tomado de " L a pintura de castas", Artes de México, n." 8 , Artes de México y del Mundo,

México, 1998, p. 45.

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Santa Rosa de Lima. Pintura de L A U R E A N O

D A V I I . A , siglo xviti. Conservado en el Monasterio

de Santa Rosa, Santiago de Chile.

De español y castiza, español. F R A N C I S C O C L A P E R A ,

siglo xviu. Oleo sobre tela, 5 4 x 4 0 . 5 cm. Colección

particular, Denver, Co., Estados Unidos. Tomado de

Pintura y vida cotidiana en México, / 6 5 0 - / 0 5 0 . Editado

por G U S T A V O C U R I E L , F A U S T O R A M Í R E Z , A N T O N I O R U B I A L

y A N G É L I C A V E I .ÁSQL KZ. Fomento Cultural Banamex,

CONACULTA, IOO.O, p. 4 8 .

Español c india serrana o cafe[t]ada, produce

mestizo. Ca. 1 7 7 0 , óleo sobre lienzo, 1 0 0 x 1 2 5

cm. Museo Nacional de Antropología, Madrid.

Les futidtos del mestizaje del i- irrcy Amal. IAÍ

representación etnográfica en el Peni colttnial,

Ministerio de Educación y Cultura de España,

Museo de Arte de Lima, l.ima, tooo, p. 3 0 .

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De español y negra, produce mulato. Jost: ni. L A

P.\i.z, hacia 17S0, óleo/tela, sin medidas, escuela

mexicana. Colección particular. Tomado de L lI.a

pintura de castas". .Irles ,(e Méxie», n" 8, Artes de-

México y del Mundo, México, io()S. p. 2S.

Juego de niños, manteo. Anónimo, siglo svttl. Oleo sobre-

tela, 167 X 1 Í 6 cm. Colección particular. Tomado de Pintura

y vida cotidiana ai México, / 690 - /950 . Editado por G U S T A V O

O K I I . L . I' u s in R A M Í R E Z , A N T O N I O R U B I A L y A N G É L I C A

V E I - Á S Q U E Z . I'omcnlo Cultural Banamcx, C X J N A C . U I . T A ,

iijqii, p. 100.

Mestizo. Mestiza. Mestiza. Ca. 1770,

óleo sobre lienzo, 100 X 1 2 5 cm.

Museo Nacional de Antropología, Madrid

Los cuadros del mestizaje del Virrey Amat. La

representación etnográfica en el Perú colonial,

Ministerio de Educación y Cultura de España,

Museo de Arte de 1 .ima, Lima, 1991), p. .55.

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Negros bozales de Guinea. Ydcn. Ca. 1770, óleo sobre lienzo,

100 x 125 cm. Musco Nacional de Antropología, Madrid.

Los cuadros del mestizaje ¡leí Virrey Amat. La representación

etnográfica en el Perú colonial. Ministerio de Educación y Cultura

de España, Museo de Arte de Lima, 1 .una, 1000, p. 35.

San Luis Gonzaga. S. J . ,

1568-1501.

Sagrada Familia con San Juanito. Detalle.

Escuela cuzqueña, óleo sobre lienzo,

103.5 * 84.5 cm. Museo de Arte de Lima.

Familia de plantadores. J O H A N N M O R I T Z R U G E N D A S ,

Vtagcm pitoresca alravés i/o Brasil. Editora Itatiana,

Editora de Universidadc de Sao Paulo, Belo Horizonte,

1080.

Mercado de negros. J O H A N N M O R I T Z R U G E N D A S ,

Viagem pitoresca alravés du Brasil, Editora Italiana,

Editora de Universidadc de Sao Paulo, Belo Horizonte,

1080.

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según se deduce de los informes algo confusos y contradictorios de la época. Los primeros alumnos se eligieron entre los más destacados del colegio de San José, donde habían iniciado el estudio del latín, que continuaron en Santa Cruz, al mismo tiempo que iniciaban los estudios de Artes, o facultades menores, con las materias de Lógica y Filosofía.

A ellos deberían sumarse dos niños elegidos por cada señorío o comunidad que contara con su propia autoridad o tlatoani, pero nunca se alcanzó esta meta. Los informes recibidos en la corte fueron tan favorables que la Reina goberna­dora (en ausencia de su esposo el Emperador) recomendó que se diera ayuda económica al colegio "sin daño de nuestra hacienda"4. Nuevos testimonios de los obispos de México, Antequera y Guatemala se referían a los estudiantes, quienes "sin duda saldrán con ello [...] en lo que se ha probado de su ingenio y capacidad ser para más", "y vendrá mucho bien a toda esta tierra, porque de allí se sacarán gramáticos que puedan leer y enseñar a otros obispados, lo cual no pueden hacer de la manera que ellos ningunos lectores que de Castilla vengan, porque les enseñan en su lengua propia"5. Quedaba implícito el pro­yecto de ordenar clérigos indígenas y en ello confiaban los religiosos, aunque no era desdeñable la posibilidad de que hubiera seglares indígenas humanistas y eruditos, que podían enriquecer la cultura criolla en mestizaje con sus propias tradiciones. Don ANTONIO DE MENDOZA apreció este aspecto cuando mantuvo su apoyo al colegio, incluso después de que los concilios provinciales resolvieron excluir a los indígenas del sacerdocio. Insistió en que conocía los progresos de los estudiantes, con quienes frecuentemente hablaba en latín cuando visitaba la institución y logró que el Emperador aceptara ser el patrono de la institución y le concediera las rentas de un "poblezuelo" para sostener el internado y cons­truir un nuevo edificio "de cal y canto" con capacidad para 200 ó 300 internos. El éxito inicial permitió que el colegio de Tlatelolco se asociara al proyecto de universidad, según advertía el Emperador en una Real Cédula, al hacer refe­rencia a los indios escolares en quienes "se halla capacidad y habilidad para aprender ciencia y otra cualquier facultad, e que por esto le parece (al obispo) que convendría mandásemos establecer y fundar en la dicha ciudad de México una universidad en que se lean todas las facultades"6.

4 Real cédula dada enValladolid, el 3 de septiembre de 1 5 3 6 , reproducida por F R A N C I S C O G O N Z Á L E Z D E

C0SSÍ0 en Un cedulario mexicano del siglo xvi, México, Edición del Frente de Afirmación Hispánica,

1 9 7 3 . P- 4 3 -

5 Cartas de fray J U A N D E Z U M Á R R A G A y de los obispos de Antequera y Guatemala.

6 Real cédula, en Toledo, el 2 1 de febrero de 1 5 3 9 , reproducida por F R A N C I S C O G O N Z Á L E Z D E C O S S Í O en

Un cedulario, pp. 9 2 y 9 3 .

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1 1 4 Buenos cristianosy jóvenes letrados en Santa Cruz de Tlaleloico

No se sabe con precisión la edad de ingreso de los colegiales, que nunca estuvo reglamentada, pero, ya que se recibía a quienes habían completado los estudios previos de catecismo, lectura, escritura y rudimentos de latín, no podrían tener menos de 10 u u años. A esto se añade que las clases de Filo­sofía no eran accesibles a niños de corta edad, por lo que en las universidades correspondían a los cursos de facultades menores, para jóvenes desde los 12 ó 13 años. Además, apenas a tres años de la inauguración, ya lamentaban los religiosos que sus alumnos se inclinaban al matrimonio. Era, pues, un colegio destinado a lo que hoy llamaríamos enseñanza media, dirigido a los adolescentes, no a párvulos.

El edificio contaba con un dormitorio común con tarimas de madera sobre las que los niños disponían sus petates y cobijas. También había cajas de madera con su llave para que los niños guardaran sus cortas pertenencias. Un anciano vigilaba el buen comportamiento de los internos y cuidaba de que todos se le­vantaran al sonar la campana del toque de prima, para ir a la capilla a oír misa, después de lo cual comenzaban las clases.

Las clases de latín servían para instruir a quienes no lo dominaban y como repaso para los que ingresaban sabiéndolo. El programa de morfología y sin­taxis se enriquecía con abundantes ejemplos de historia, geografía y ciencias, y la retórica permitía conocer la literatura clásica y la preceptiva literaria. Se impartían clases de música, tan importante para los servicios religiosos, y se es­tablecieron ejercicios para el perfeccionamiento de la escritura, en latín, náhuatl o castellano. Teóricamente era posible que los estudiantes ignoraran la lengua castellana, puesto que sólo debían utilizar el latín; sin embargo, es casi seguro que todos la hablaran tras varios años de convivencia con los franciscanos.

A . A U G E Y D E C A D E N C I A DE L O S E S T U D I O S

Muy pronto, los jóvenes estudiantes pasaron de ser alumnos a maestros, ya que, ante la necesidad de comunicación de los doctrineros con sus feligreses, algunos de los colegiales instruyeron a los misioneros en su lengua. También hubo intercambio de conocimientos en los estudios de medicina, de los que ha quedado testimonio en la obra de los indios MARTÍN DE LA CRUZ, médico del colegio, y JUAN BADIANO, alumno del mismo. El manuscrito elaborado por ambos, Libellus de medicinalibus Indorum kerbis, se conservó manuscrito, en náhuatl y latín, hasta su primera edición hace varias décadas.

Nadie podía ya dudar de la capacidad intelectual de los indios, pero no faltaron quienes vieron una amenaza en su mismo talento. Por aquellos años se pretendía redefinir el proyecto colonial y eran muchos los que consideraban

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que permitir el acceso de los naturales a la instrucción superior era tanto como darles armas con las que defenderse contra la imposición de sus conquistadores. Empleando los argumentos de la lógica y el conocimiento de la filosofía podrían discutir la justicia de la Conquista, además, comparando sus conocimientos con la ignorancia de casi todos los clérigos españoles, dejarían de sentir respeto por ellos, y si llegaban a cuestionarse los principios de la religión cristiana, corrían el riesgo de caer en la herejía y de arrastrar con ellos a sus paisanos. El funcio­nario real JERÓNIMO LÓPEZ se mostró escandalizado después de comprobar que los colegiales podían hablar un latín "tan elegante como el de CICERÓN". Pero el golpe de gracia para el colegio fue la deserción de su más ferviente defensor, el obispo ZUMÁRRAGA, que entre fines de 1537 y comienzos de 1538, apenas dos años después del inicio de los cursos, retiró su apoyo a la obra y asignó a un hospital los bienes que originalmente había destinado a Santa Cruz. Nunca declaró la causa de su cambio de actitud, pero parece probable que se conjuga­ran varias causas como la renuencia al celibato de los estudiantes, a quienes se retiró el hábito de legos franciscanos que se les había concedido; la presión del influyente dominico Fray DOMINGO DE BETANZOS, a quien alarmaba el riesgo de heterodoxia si los indios accedían a estudios superiores, y su propia actitud intransigente en los procesos contra indios que habían sido instruidos por los religiosos (no en Tlatelolco sino en varios conventos) y que terminaron su vida condenados por la Inquisición episcopal, convictos de herejía. En todo caso, se perfilaba una nueva política colonial que prescindía de los señoríos como mediadores, para sustituirlos por los cabildos indígenas.

El monarca recibía simultáneamente los informes de sabios teólogos y ju­ristas y las quejas de funcionarios y encomenderos. Las recomendaciones eran contradictorias. Frente a intereses políticos y ambiciones personales sirvió de poco el dictamen de afamados teólogos en el cual recomendaban "que las gentes de las Indias reciban instrucción respecto a las artes liberales y a las Sagradas Escrituras. Porque ¿quiénes somos nosotros para mostrar una discriminación que Cristo mismo nunca tuvo?". La concesión real de mil pesos mensuales sólo sirvió para retrasar la ya incipiente decadencia del colegio.

El esplendor del colegio de Santa Cruz duró pocos años. Entre 1536 y 1546 vivieron anualmente en el internado unos setenta jóvenes indios. Según la norma general, todos debieron haber pertenecido a familias nobles, pero hubo numerosas excepciones. Ya que los estudios durarían aproximadamente tres años, los jóvenes debieron abandonar el internado poco después de cumplir los 14 ó 1 5 , cuando dados por concluidos sus estudios debían regresar a sus comunidades, pero muchos permanecieron por largo tiempo como allegados al convento. Algunos, pocos, se mantuvieron en régimen de internado, otros,

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la mayor parte, colaboró como maestros y como traductores de gramáticas, vocabularios o sermonarios, en apoyo de los religiosos, pero con residencia en su propio hogar. Además de los muchos traductores y maestros, algunos de los egresados fueron gobernadores en sus comunidades y otros fueron hábiles impresores y encuadernadores al servicio del convento.

En 1546 los franciscanos abandonaron la dirección del colegio. Alegaron su compromiso de acudir a evangelizar en regiones alejadas y decidieron dejar la enseñanza a cargo de los mismos egresados. Los jóvenes indios mantuvieron el colegio en funcionamiento, pero padecieron graves calamidades como la epidemia de matlazáhuatl de 1547, que despobló el internado, y la torpeza o la malicia de los administradores que dejaron perder las rentas.

B . U N R E S U R G I M I E N T O R E A L I S T A

En 1566 los franciscanos se hicieron cargo nuevamente de la institución, a la que dieron una nueva orientación. Se abandonaron los estudios de Artes y se buscaron objetivos más modestos: la enseñanza de lectura y escritura para los alumnos externos, la gramática latina para algunos de los internos y las "bue­nas costumbres" para todos, como base de una buena formación cristiana. Los antiguos alumnos eran por entonces los maestros y los estudios se reducían a "lo que ellos pueden sustentar y leer unos a otros"7. La precaria situación eco­nómica obligó a la venta de algunos libros de autores clásicos, que ya no eran necesarios al bajar el nivel de los estudios.

En 1584 el visitador Fray ALONSO PONCE fue recibido en el colegio con una curiosa ceremonia en la que, en forma de pantomima, varios estudiantes debatieron entre sí, presentando y rebatiendo las objeciones de quienes recha­zaban que los indios recibieran instrucción superior. Pero ya no había quien los defendiera, y menos cuando un año más tarde se reunió el Tercer Concilio Provincial Mexicano, en el que se dictaron las normas que regirían la iglesia novohispana y se determinó que sólo se enseñara a los indios las cuestiones elementales de la fe cristiana y la lengua castellana, cuando se dispusiera de los medios. Esta decisión coincidía con las opiniones expresadas por regulares de las órdenes mendicantes a quienes, en 1572, se consultó acerca de las lec­turas de los indios. Como siempre, los frailes menores fueron más inclinados a apoyarlos y los dominicos fueron los más desconfiados, pero unos y otros

7 Coarta a Su Majestad del Provincial y definidores de San Francisco, en el Códice Mendieta. Documentos

franciscanos, siglos xvi y xvn, publicado por J O A Q U Í N G A R C Í A I C A Z B A U X T A en 2 vols., México, Imprenta

de F R A N C I S C O D Í A Z D E L E Ó N , 1 8 9 2 , vol. 1 , pp. 1 7 6 a 1 8 0 .

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Pilar Conza/bo

manifestaron el peligro de dejar que los indios leyeran cualquier cosa; algunos recomendaron cierta censura y control, pero la opinión más contundente, que influyó en decisiones posteriores, fue la del padre provincial de la orden de Santo Domingo, quien expresó que "todos los libros, de mano (manuscritos) o de molde, sería muy bien que les fuesen quitados a los indios" 8. Poco a poco se cerraban las oportunidades de instrucción a quienes habían aprendido a leer, pero se les prohibía hacerlo. Hasta qué punto afectó esta restricción a los indios alfabetizados se ilustra con una anécdota relatada por dos jesuítas que, pocos años más tarde, hacían misiones en un pueblo de la sierra de Puebla. Contaron que los vecinos les pedían que hablaran más despacio y, una y otra vez, les hacían repetir sus palabras. Intrigados por la situación, pidieron que les explicaran lo que sucedía y les respondieron que estaban copiando su sermón, porque ellos sabían leer pero no tenían libros, de modo que esperaban guardar los sermones para releerlos cuando los misioneros se hubieran ido.

Durante el siglo xvn continuó la decadencia del colegio. Los 250 ó 300 niños del barrio que asistían diariamente a las clases aprendían catecismo y oraciones en castellano, con dos o tres maestros indios que cobraban con retraso las in­significantes cantidades que los frailes les habían asignado. Incluso el edificio estaba en ruinas, cuando se inició una nueva época al destinar el convento a centro de estudios superiores para los religiosos. Se consiguieron donativos, se multiplicaron las rentas y se reconstruyó el edificio, como colegio de San Buenaventura, para frailes y novicios, en el que ya no se tuvo en cuenta la edu­cación de los indios. De lo que fue el colegio de Santa Cruz quedaron ruinas, escombros, algunas paredes en pie, pero sin techo y tan sólo dos salas habilitadas como salones de clase. Los frailes eludieron responder a las acusaciones de que habían usurpado, para destinar a su noviciado, las rentas que correspondían al colegio imperial de indios.

En 1728 la Real Audiencia encargó al juez de colegios y hospitales que elaborara un informe sobre la situación del colegio. En su visita apreció que sólo quedaba en pie un aula, junto a la fachada con las armas del emperador, testimonio de un proyecto frustrado. Puesto que todavía quedaban 300 pesos de rentas, ordenó que se destinaran a educar a los indios. Finalizaba el año cuando el superior del convento aceptó acoger a siete niños hijos de caciques, a quienes se mantendría internos y se les daría ropa, alimento y estudios menores y mayores. Dos años más tarde fueron nueve los becarios indios a quienes debía

8 Parecer de Fray J U A N D E L A C R U Z . Vicario Provincial de la provincia de Santiago de la Orden de Pre­

dicadores, en A C Í N M . Inquisición, t. 4 3 , exp. 4 . Reproducido por F R A N C I S C O F E R N Á N D E Z D E L C A S T I L L O .

Libros y libreros en el siglo xi'i, México, Fondo de Cultura Económica, 1 9 8 2 , pp. 8 1 a 8 4 .

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darse el título de colegiales reales, puesto que no se les había recibido como limosna sino en uso de su derecho**. Por primera vez se redactó un reglamento en que se especificaba que los becarios indígenas tendrían maestros de gramá­tica, doctrina, lectura y escritura. Asistirían a las clases de filosofía y teología junto con los novicios. Los internos saldrían una vez por semana, a visitar a sus familias o "a lavarse", y si no mostraban aptitud para los estudios superiores, se les enseñaría solamente castellano y música. También podrían recibirse pupilos o porcionistas, que pagarían hospedaje y manutención. Pero estas normas quizá nunca se aplicaron porque en 1735, sólo cinco años más tarde, se mencionaban como un antiguo y olvidado proyecto.

En 1750, varios indios nobles elevaron una solicitud al arzobispo en demanda para que se les restituyese su antiguo colegio, pero su petición fue desechada, sin duda, porque a nadie interesaba el proyecto. Los regulares dedicaban su atención al esplendor de sus conventos y prestigio de sus miembros; las autori­dades seculares no habrían querido buscar más motivos de enfrentamiento con los regulares, a quienes tendrían que exigir responsabilidades por el abandono de una fundación real; los españoles peninsulares no reconocían las virtudes de los indios, y los criollos temían que si llegaban a ordenarse clérigos indígenas serían competidores para ocupar los curatos que ellos disfrutaban por el mérito de conocer lenguas indígenas.

C . O T R O S I N T E N T O S D E E S C O L A R I D A D D E L O S I N D I O S

Llegados a la Nueva España en 1572, los jesuítas encontraron gran parte del territorio ocupado por las órdenes mendicantes que los habían precedido. Dispuestos a participar en la obra evangelizadora, se dirigieron a las regiones del noroeste, donde establecieron misiones para los pueblos seminómadas a quienes procuraron mantener alejados de la nefasta influencia de los colonos españoles. Pero tampoco olvidaron a los jóvenes indios de las ciudades en las que establecieron los colegios para criollos. En la ciudad de Pátzcuaro, como en la de San Luis de La Paz, los indios constituían la mayoría de los asistentes a sus escuelas; en la de Oaxaca aceptaron igualmente a niños indios en las clases de primeras letras, y en la capital del virreinato, en el pueblo de Tepotzotlán y en la ciudad de Puebla fundaron colegios para niños indios.

9 Informe del oidor donjuán Manuel Olivan Rebolledo, en Biblioteca Nacional, Fondo Franciscano, caja

8 1 , expediente 1 3 1 3 .

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Pilar Qonzalbo i ig

Los primeros fueron el de San Martín de Tepotzotlán y el de San Gregorio

en la ciudad de México, fundaciones ambas de ñnales del siglo xvi, destinadas

a hijos de caciques, que se mantuvieron en funcionamiento hasta la expulsión

de los jesuítas de los dominios de la Corona española en 1767. En ambos se

enseñaba a niños externos los conocimientos elementales de la doctrina cristiana

y de primeras letras y, durante algún tiempo, se instruyó a los internos en la

lengua latina. Fueron excepcionales los jóvenes que llegaron a incorporarse a

los cursos del colegio Máximo y que se graduaron de bachilleres en Filosofía,

incluso hubo dos hijos de caciques que recibieron órdenes sagradas mediando

el siglo X A T T 1 0 . Pero lo que enorgullecía por igual a todos los colegiales era el

refrendo de su nobleza obtenido con sus estudios. Si bien en un principio el ser

noble era requisito para ingresar en San Gregorio, pasado un tiempo, cuando

los antecedentes de muchos de ellos eran confusos y los maestros confiaban más

en sus virtudes personales que en los nombres de sus antepasados, los exalum­

nos que alardeaban de su origen no se referían a sus supuestos orígenes nobles

sino a su formación como internos en San Gregorio. Finalmente, en 1 7 5 1 , se

fundó en la ciudad de Puebla el colegio de San Francisco Xavier, para internos

y externos indios. Los más destacados realizaban estudios de gramática latina y

algunos pasaron a estudiar Artes. Unos pocos ingresaron a la Universidad, que

siempre estuvo abierta para ellos, pero sin duda fue una minoría inapreciable.

El cierre de todos los colegios de la Compañía de Jesús, en donde pudieron

realizar estudios medios, fue el final de este proyecto.

Si a lo largo de los primeros años de vida colonial hubo discusiones en

torno a la capacidad de los indios para realizar estudios superiores, las dudas

se disiparon pronto, de modo que se mantuvieron alejados de los estudios no

porque se desconfiara de su capacidad sino porque nadie estaba interesado en

apoyarlos. Los niños indios habían demostrado ser tan capaces como los espa­

ñoles, pero estaban destinados a ocultarlo.

B I B L I O G R A F Í A

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1 0 La carta annua de 1 6 3 6 se refiere a la ordenación de estos dos alumnos de la Compañía por el obispo

F R A N C I S C O M A N S O DE Z Ú Ñ I G A . Archivo General de la Nación, México, Ramo Jesuítas, DI, 1 5 .

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