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Estás aquí: Oración >> El Poder de la Oración El Poder de la Oración - ¿Cuán poderosa es? El poder de la oración no debe ser subestimado. Santiago 5:16-18 declara, “...La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió en la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dió lluvia, y la tierra produjo su fruto.” Dios definitivamente escucha las oraciones, responde a las oraciones y se mueve en respuesta a las oraciones. Jesús enseñó, “...porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá y se pasará; y nada os será imposible.” (Mateo 17:20). 2 Corintios 10:45 nos dice, “porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.” La Biblia nos urge “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.” (Efesios 6:18) El Poder de la Oración - ¿Cómo me aprovecho de él? El poder de la oración no es el resultado de la persona orando. Por el contrario, el poder reside en el Dios a quién oramos. Juan 5:14-15 dice, “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.” No importa quién esté orando, la pasión en la oración, o el propósito de la oración – Dios responde a las peticiones que están de acuerdo con su voluntad. Su repuesta no siempre es sí, pero siempre es en nuestro mejor interés. Cuando nuestros deseos se alinean con Su voluntad, lo entenderemos en su momento. Cuando oramos apasionadamente y con propósito, de acuerdo con la voluntad de Dios, ¡Dios responde poderosamente

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Page 1: Piedra Viva

Estás aquí: Oración >> El Poder de la Oración

El Poder de la Oración - ¿Cuán poderosa es?

El poder de la oración no debe ser subestimado. Santiago 5:16-18 declara, “...La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió en la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dió lluvia, y la tierra produjo su fruto.” Dios definitivamente escucha las oraciones, responde a las oraciones y se mueve en respuesta a las oraciones.

Jesús enseñó, “...porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá y se pasará; y nada os será imposible.” (Mateo 17:20). 2 Corintios 10:45 nos dice, “porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.” La Biblia nos urge “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.” (Efesios 6:18)

El Poder de la Oración - ¿Cómo me aprovecho de él?

El poder de la oración no es el resultado de la persona orando. Por el contrario, el poder reside en el Dios a quién oramos. Juan 5:14-15 dice, “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.” No importa quién esté orando, la pasión en la oración, o el propósito de la oración – Dios responde a las peticiones que están de acuerdo con su voluntad. Su repuesta no siempre es sí, pero siempre es en nuestro mejor interés. Cuando nuestros deseos se alinean con Su voluntad, lo entenderemos en su momento. Cuando oramos apasionadamente y con propósito, de acuerdo con la voluntad de Dios, ¡Dios responde poderosamente

No podemos llegar a la oración poderosa usando “fórmulas mágicas.” La respuesta a nuestras oraciones no depende de la elocuencia de nuestras oraciones. No tenemos que usar ciertas palabras o frases para lograr que Dios conteste nuestras oraciones. De hecho, Jesús rechaza a aquellos que oran usando repeticiones, “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; pues vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.” (Mateo 6:7-8). La oración es una comunicación con Dios. Todo lo que tienes que hacer es pedirle a Dios Su ayuda. El Salmo 107:28-30 nos recuerda, “Entonces claman a Jehová en su angustia, y los libra de sus aflicciones. Calma la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran, por que se apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban.” ¡Hay poder en la oración!

El Poder de la Oración - ¿Por cuáles cosas debo orar?

La ayuda de Dios a través del poder de la oración está disponible para toda clase de pedidos y asuntos. Filipenses 4:6-7 nos dice, “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras

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peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” Si necesitas un ejemplo de cómo orar, lee Mateo 6:9-13. Estos versos se conocen como el Padre Nuestro. El Padre Nuestro no es una oración para memorizarla y simplemente recitársela a Dios. Es solamente un ejemplo de cómo orar y las cosas que deben decirse en una oración – adoración, confianza en Dios, peticiones, confesión, protección, etc. Ora por estas cosas, pero háblale a Dios usando tus propias palabras.

La Palabra de Dios está llena de relatos que describen el poder de la oración en varias situaciones. El poder de la oración ha vencido enemigos (Salmos 6:9-10), conquistado la muerte (2 Reyes 4:3-36), traído sanidad (Santiago 5:14-15), y derrotado demonios (Marcos 9:29). Dios, a través de la oración, abre ojos, cambia corazones, sana heridas, y concede sabiduría (Santiago 1:5). ¡El poder de la oración no debe ser subestimado ya que se sustenta de la gloria y fuerza del infinitamente poderoso Dios del universo! Daniel 4:35 proclama, “Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano y le diga: ¿Qué haces?”

La Roca

Un hombre dormía en su cabaña cuando de repente una luz iluminó la habitación y apareció Dios

El Señor le dijo que tenía un trabajo para él y le enseñó una gran roca frente a la cabaña Le explicó que debía empujar la piedra con todas sus fuerzas El hombre hizo lo que el Señor le pidió, día tras día. Por muchos años, desde que salía el sol hasta el ocaso, el hombre empujaba la fría piedra con todas sus fuerzas… y esta no se movía, todas las noches el hombre regresaba a su cabaña muy cansado y sintiendo que todos sus esfuerzos eran en vano

Como el hombre empezó a sentirse frustrado, Satanás decidió entrar en el juego trayendo pensamientos a su mente :

“Has estado empujando esa roca por mucho tiempo, y no se ha movido” Le dio al hombre la impresión que la tarea que le había sido encomendada era imposible de realizar y que él era un fracaso, estos pensamientos incrementaron su sentimiento de frustración y desilusión

Satanás le dijo: “¿Por qué esforzarte todo el día en esta tarea imposible? Solo haz un mínimo esfuerzo y será suficiente”

El hombre pensó en poner en práctica esto pero antes decidió elevar una oración al Señor y confesarle sus sentimientos:

“Señor, he trabajado duro por mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza para conseguir lo que me pediste, pero aún así, no he podido mover la roca ni un milímetro. ¿Qué pasa?, ¿Por qué he fracasado?”

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El Señor le respondió con compasión: “Querido hijo, cuando te pedí que me sirvieras y tu aceptaste, te dije que tu tarea era empujar contra la roca con todas tus fuerzas, y lo has hecho. Nunca dije que esperaba que la movieras, tu tarea era empujar. Ahora vienes a mi sin fuerzas a decirme que has fracasado, pero, ¿en realidad fracasaste?

Mírate ahora, tus brazos están fuertes y musculosos, tu espalda fuerte y bronceada, tus manos callosas por la constante presión, tus piernas se han vuelto duras.

A pesar de la adversidad has crecido mucho y tus habilidades ahora son mayores que las que tuviste alguna vez. Cierto, no has movido la roca, pero tu misión era ser obediente y empujar para ejercitar tu Fe en mi. Eso lo has conseguido. Ahora, querido amigo, Yo Moveré La Roca”

Algunas veces, cuando escuchamos la palabra del Señor, tratamos de utilizar nuestro intelecto para descifrar su voluntad, cuando en realidad Dios solo nos pide obediencia y Fe en él Debemos ejercitar nuestra fe que mueve montañas, pero conscientes que es Dios quien al final logra moverlas.

Cuando todo parezca ir mal …

Cuando estés agotado por el trabajo …

Cuando la gente no se comporte de la manera que te parece que debería …

Cuando no tienes más dinero para pagar tus cuentas …

Cuando la gente simplemente no te comprende …

Cuando la gente simplemente no te comprende …

Cuando te sientas agotado y sin fuerzas …

SOLO EMPUJA !

En los Momentos difíciles pide ayuda al Señor y eleva una oración a Jesús para que ilumine tu mente y guíe tus pasos. Entrega tus Miedos al Señor y pídele con una oración que Jesús te ayude a encontrar el camino que te conduzca a Él.

Como piedras vivas

Nuestro modelo de piedra viva es Jesucristo, la piedra angular sobre la cual todo el edificio es edificado. El está vivo con la vida de Dios y es nuestra fuente de vida «porque en Él habita toda la plenitud de la divinidad» (Col 2.9). Estamos vivos gracias a la vida que recibimos de Él cuando nacimos de lo alto. Como la vid transmite su vida a todos los renuevos que brotan en ella, así también nosotros tenemos vida si permanecemos en Él como sarmientos en la cepa (Jn 15.4-5).

Nadie es piedra viva para sí mismo, sino para ser utilizado en la edificación de la casa espiritual que Dios está construyendo para morada suya entre los hombres (Ef 2.22). El modelo de su construcción es el que vio Moisés en el espíritu y que sirvió también para el tabernáculo del

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desierto (Ex 26.30) y para el templo que edificó Salomón (Hb 8.5), hecho éste de piedras muertas.

Las piedras con que se construye el nuevo templo espiritual han sido sacadas de la cantera situada en el desierto que es el mundo, morada de búhos y chacales (Is 34.14-15). Cristo nos rescató del reino de las tinieblas y nos trajo al reino de su luz admirable (1 Pe 2.9), al valle florido donde se construye su templo.

Pero, antes de ser utilizados en su edificación, tenemos que ser tallados por Él. Primero a golpes potentes de mazo, luego, a medida que vamos tomando la forma que Él requiere, con cinceles cada vez más finos y golpes cada vez más precisos, hasta que por fin estamos listos para ser colocados en el sitio que Él ha previsto. La piedra no escoge su lugar sino es colocada por el arquitecto de acuerdo a la ubicación prevista en sus planes. Si la piedra se pusiera a discutir y se negara a ser colocada en su sitio, correría el peligro de ser descartada.

Una vez puesta en el lugar destinado, la piedra colabora en el equilibrio de las fuerzas dinámicas que rigen la construcción. La piedra soporta la presión de los bloques que están encima y, a su vez, es soportada por los que están debajo y a sus lados. Así, nosotros colaboramos con el sostenimiento del edificio «soportándonos unos a otros y perdonándonos unos a otros» (Col 3.13), y tratando de no ser un peso excesivo para las piedras que, a su vez, también nos soportan. La piedra debe encajar perfectamente en su sitio. Si no encaja bien hace peligrar la estructura del edificio y tendría que ser desechada. Así también, nosotros, lo seremos igualmente si somos tercos y nos rebelamos contra las presiones que nos toca sobrellevar.

La piedra, una vez puesta en la pared, sufre sin quejarse ni protestar los embates del mal tiempo, del viento, la lluvia y la nieve. Está allí precisamente para eso, para guarecer el interior del templo. ¿Qué sería del edificio si las piedras del muro, asustadas por los embates de la tempestad, quisieran retirarse a un sitio más protegido? No obstante, los bloques de piedra pueden resistir porque han sido «fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad» (Col 1.11). Así como el alfarero nunca fabrica dos cántaros iguales, Dios nunca crea dos piedras iguales. La piedra que está en contacto con el mundo es machucada, golpeada, rayada por los transeúntes, pero, llena del amor de Dios «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13.7). En todo edificio bien construido hay piedras de diversas formas. Así como el alfarero nunca fabrica dos cántaros iguales, Dios nunca crea dos piedras iguales.

Las piedras cumplen, asimismo, diversas funciones de acuerdo a sus distintas formas. Si así no fuera, el edificio no sería «funcional», sino una construcción monótona, amorfa e inútil. «Si todo el cuerpo fuese ojo ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído ¿dónde estaría el olfato?» pregunta Pablo en primera a Corintios (12.17).

Hay piedras que son cimientos: los apóstoles y profetas (Ef 2.20). Hay piedras que son columnas: sostienen las estructuras (Gá 2.9). En la base de las columnas hay piedras cuadradas, sólidas; hay piedras cilíndricas y bien pulidas en la espiga; otras son capiteles, de variadas formas, artísticamente labradas. Ellas alegran y dan vida al conjunto. Hay piedras curvas que forman parte de los arcos, unen una columna con otra, o muro con columna. La

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esbeltez de los arcos parece desafiar las leyes de la mecánica. El trazo de las uniones requiere osadía y firmeza, pero sin ellas el edificio no podría adquirir altura ni amplitud (Hab 3.19).

En los arcos y en las bóvedas hay piedras claves, colocadas en el medio, sin las cuales unos y otros se derrumbarían. Han sido cinceladas con gran precisión y colocadas con todo cuidado para que encajen perfectamente en el centro, sin inclinarse ni a un lado ni al otro. Son como balanzas fieles. Así hay cristianos que son llamados a juzgar entre hermano y hermano y deben hacerlo sin distinción de personas (St 2.9).

En el edificio hay piedras macizas, otras talladas en filigrana. Hay piedras visibles, admiradas por todos; hay piedras ocultas, cuya existencia nadie conoce, pero son las más necesarias. Son los intercesores que se colocan en la brecha por otros (Ez 22.30).

Hay piedras donde resuena la alabanza: son los músicos y cantores (Sal 95.1-3; Sal 150). Hay piedras en los vitrales, por donde entra la luz que ilumina a otros: son los maestros (2 Ti 2.2). Hay piedras en las puertas, por donde entran los convidados a la boda: son los evangelistas (2 Ti 4.5).

Hay piedras en las bóvedas que coronan el edificio, exaltadas (Jb 36.7). Hay piedras humildes, colocadas en el piso, por donde la congregación camina y que todos pisan. En el último día serán las más apreciadas (Lc 13.30).

Pero todas juntas forman el templo que Dios construye para morada suya. Como sus piedras son vivas y no muertas tienen una propiedad maravillosa: no sólo han sido edificadas como casa espiritual, sino también como «sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios» (1 Pe 2.5).