peter kohsimo guía al mundo de los sueños

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Page 2: Peter Kohsimo Guía al Mundo de los Sueños

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Peter Kohsimo

GUIA AL MUNDO DE LOS SUEÑOS

PLAZA & JANES, S. A Editores

Page 3: Peter Kohsimo Guía al Mundo de los Sueños

Título original:

GUIDA AL MONDO DEI SOGNI

Traducción de

DOMINGO PRUNA

Primera edición: Setiembre, 1973

© Copyright by Edizioni Mediterranee — Roma. © 1973, PLAZA & JANES, S. A., Editores

Virgen de Guadalupe, 21-33. Esplugas de Llobregat (Barcelona)

Este libro se ha publicado originalmente en italiano con el título de GUIDA AL MONDO DEI SOGNI

Printed in Spain — Impreso en España

ISBN: 84-01-31046-6 — Depósito Legal: B. 35.114 -1973

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Í N D I C E

Page 4: Peter Kohsimo Guía al Mundo de los Sueños

PRIMERA PARTE

LA CLAVE DEL COMPENDIO

I. VIAJE EN UNA DIMENSIÓN DESCONOCIDA . . 13 Con un tictac ahondamos en lo ignoto, 15. — El hom-bre que vivió en menos de un segundo, 18.

II. DINOSAURIOS EN NUESTROS SUEÑOS . . . 24 Cuando veamos caer la Luna, 25. — Las impresiones de los niños nonatos, 29.

III. TODAS LAS NOCHES VOLVEMOS AL PASADO . . 32 He aquí cuáles son las funciones del sueño, 35. — Los policías de nuestra conciencia, 38.

IV. UN MUNDO HECHO DE INSTINTOS Y DE RE-CUERDOS 42 Jamás podremos soñar la realidad, 45. — Recorramos hacia atrás las sendas de la vida, 48.

V. BAJO LAS TIJERAS DE LA AUTOCENSURA . . 52 Charlie Chan, y el broche de la abuela, 57. — «Profun-dos como el mar, fríos como el hielo», 60.

VI. LOS SÍMBOLOS DE NUESTROS DESEOS SE-CRETOS 63 La anatomía revisada y corregida, 66. — ¿Somos todos

VIL ...Y SOBRE LA ALMOHADA UNA VARITA MÁGICA 72 La «asociación», un mecanismo-príncipe, 74. — Transfor-maciones de personas en otras personas, 75. — Trans-formaciones de personas en animales o cosas, 76. — Transformaciones de cosas en personas o animales, 77. — Traducción de ideas abstractas en personas, animales, cosas y lugares, 79.

VIII. NOSOTROS, PERSONAJES DE CIENCIAFICCIÓN . 81 Condensación y_ superposición, 82. — Una parte para el todo, 84. — Alejamiento, 87. — Mimetización, 89. — Tras-posición, 91. — Deformación y desdoblamiento, 93.

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SEGUNDA PARTE

LOS SUEÑOS Y LA PERSONALIDAD

I. NO TE ASUSTES SI «MATAMOS» A PAPA . . . 91 Una zarabanda de luces y de colores, 99. — Del acostum-brado Edipo a Buffalo Bill, 103. — Desnuda en los peñas-cos gritaba horrorizada, 107.

II. EL INFIERNO ESPERA A LOS HIJOS DE LA AN-GUSTIA 110 El mensaje de los «resucitados», 112. — Los grandes pe-ligros de los juegos prohibidos, 115. — Cambiamos de sexo por desesperación, 119.

III. TAMBIÉN MANDRAKE FABRICA «COMPLEJOS» . 124 Se sienten solos en los bancos de la escuela, 126. — No envidiéis a quien ve el mundo color de rosa, 128. — Lo que ella quisiera ocultar, 134.

IV. LOS MITOS ACABAN TRASTORNANDO LA VIDA . 136 Del arca de Noé a los jardines de Alá, 137. — Visiones fan-tásticas en el umbral decisivo, 141. — Los primeros es-pectros de los hambrientos de amor, 144.

V. UNA VENTANA ABIERTA SOBRE EL MUNDO . . 148 ¿Y si os ocurriese telefonearos a vosotros mismos?, 150. Algunas gatas y muchos celos, 152. — Los turbios espejos de las perversiones, 155.

PRIMERA PARTE

LA CLAVE DEL COMPENDIO

TERCERA PARTE

LOS MISTERIOS DEL SUEÑO

I. LOS VAGABUNDOS DE LA NOCHE . . , s , 161 Los sueños pueden matar, 163.

II. OBRAS MAESTRAS EN LAS TINIEBLAS . -. * . 167 Quien duerme atrapa peces, 169.

III. CRÓNICAS DE LO INCREÍBLE . » , , - , . 173 En las ondas del pensamiento, 177.

IV. LA MIRADA DE RAYOS X . . . 4 * . . . 181 Se proyectaba más allá del océano, 184.

V. UN RADAR EN EL CENTRO . , -, t s t , 188 Encantamientos escandinavos, 191.

CUARTA PARTE

LA CABALA DEL PSICOANALISTA

LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS DICCIONARIO ONíRICO. , , . , . .

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VIAJE EN UNA DIMENSIÓN DESCONOCIDA

Una dimensión desconocida, un universo increíble, esto es el sueño. Es un viaje que hace aparecer mezquina hasta la más apa-sionante obra maestra de la cienciaficción, que anula el tiempo y el espacio y se mofa de la realidad. En sueños nos es dado trans-ferirnos a la más remota antigüedad, hablar con personajes que existieron siglos, milenios antes de nuestra Era, con protagonis-tas de leyendas y de fábulas que no existieron nunca. En sueños, podemos llegar instantáneamente a Nueva York, Tokio, Singapur, la cumbre del Everest y a las utópicas ciudades marcianas.

Morfeo borra las dimensiones que conocemos y las sustituye con otras en que las cosas más absurdas se convierten en natura-les. Dentro de sus límites podemos desdoblarnos, multiplicarnos, encontrarnos a nosotros mismos. Alucinante y muy significativo es el sueño de aquel joven autor dramático que se vio sentado en la platea presenciando la representación de una obra suya y, simul-táneamente, en el escenario, personificando a todos los protagonis-tas. De repente se levantó, miró atrás y se dio cuenta de que el teatro estaba Heno de centenares y centenares de individuos idén-ticos a él.

Los muertos reviven en sueños y los vivos pueden morir de una muerte efímera. La inmortalidad puede sernos asegurada en las vi-siones que quizá muchas otras personas tendrán en el futuro. ¿Qué no podemos hacer en sueños? Podemos volar, hundirnos en las entrañas de la tierra, comprender a los animales y las cosas y

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ser comprendidos por ellos. Podemos, desde luego (prodigio no menor que los otros), «romper con nosotros mismos», con nuestra conciencia, perpetrar crímenes, llevar a cabo acciones que no come-teríamos siquiera —nos dicen los estudiosos— en estado de hip-nosis.

El insigne psicólogo alemán Werner Kemper escribe:

En sueños, podemos desarrollar cualidades que despiertos nos son del todo ajenas; podemos transformarnos en monstruos con apariencia humana por afán de poder, por envidia, por deseo de venganza, por odio; podemos matar a la persona que más quere­mos de manera muy cruel, a sangre fría, como podemos, por el contrario, reconciliarnos con nuestro peor enemigo. En sueños, nos volvemos capaces de todos los delitos, de todas las perversidades sexuales. ¿Acaso no tenía razón Freud cuando, en su Interpretación de los sueños, pronosticó: «Acheronta movebo», es decir, «Desen­cadenaré el infierno?

¿Acaso no hemos experimentado, en sueños, una intensidad de sentimientos que nos es desconocida en la vida consciente? ¿Acaso no hemos visto extenderse ante nosotros paisajes tan encantado-res como para transmitirnos una sensación de inefable serenidad, de sosiego? ¿No hemos conocido situaciones que nos han permitido gozar de una felicidad profunda, total, de una alegría sobrenatu-ral? ¿No hemos sentido la voluptuosidad de la explotación de po-sibilidades nunca imaginadas, adormecidas en quién sabe qué re-coveco de nuestro ser?

Cuanto más nos adentramos en el reino de Morfeo, más mi-lagrosos se nos antojan los fantasmas que lo pueblan. Podemos revivir en sueños, hasta en los menores detalles, escenas de un tiempo pasado que pensábamos haber olvidado completamente. Re-cibimos, a veces, la inspiración para resolver problemas que hasta la noche precedente nos parecían insolubles, e incluso logramos captar mensajes telepáticos o, al menos, así nos lo parece. Cuida-do, sin embargo. Los sueños también pueden engañar, conducir por caminos falsos, inducir a errores colosales.

¿Cómo orientarnos, entonces, en un mundo tan lleno de con-tradicciones, tan caótico? ¿Cómo comprender ese calidoscopio de fantasías sensatas e insensatas, serias y ridiculas, profundas y ton-tas? Detengámonos a meditar, y casi llegaremos a decir con el poeta y filósofo chino Chuang Tsé:

Esta noche he soñado que era una mariposa. Pero, ¿cómo puedo saber si soy un hombre que ha soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora está soñando ser un hombre?

GUÍA AL MUNDO DE LOS SUEÑOS» .15

Con un tictac ahondamos en lo ignoto

Soñar —es obvio— es consecuencia del sueño. Ahora, ¿por qué mecanismos pasamos del estado de vigilia, o de conciencia, al estado de sueño, que es, teóricamente, un estado de inconsciencia?

Las teorías al respecto son numerosísimas. Algunos estudiosos se apoyan en la influencia de los residuos de los procesos de re-cambio, otros en la acción de determinadas sustancias (el profesor Kroll creyó haberlas aislado, pero sus experimentos sólo tuvieron un éxito parcial) y otros hablan francamente de una «hormona del sueño».

El profesor R. L. Müller ve la causa del relajamiento tras el trabajo y de la frescura tras el reposo en mutaciones eléctricas que se producirían en las células y en la sangre, diciéndonos que el or-ganismo es semejante a un acumulador, que se descarga por la fatiga y vuelve a cargarse durante el sueño.

Sin embargo, ya en 1917 pudo establecerse la existencia de un «centro del sueño» cerebral. Posteriormente, el fisiólogo suizo Hess logró provocar, con solicitaciones eléctricas en el cerebro, un estado de somnolencia en los gatos, y el hecho de que los animales no se durmiesen de golpe, sino después de varias manifestaciones de cansancio, lo indujo a pensar en dicho centro no como en un «in-terruptor», sino como en un órgano de coordinación que se com-portaría del mismo modo, adaptándose así al reposo.

El filósofo soviético Iván Petrovich Pávlov, premio Nobel de Medicina, después de haber efectuado largos experimentos con pe-rros, observó que también los animales más descansados llegaban a dormirse cuando eran sometidos a estímulos uniformes. Asimis-mo nosotros, por lo demás, estamos sujetos al mismo fenómeno; podemos habernos levantado de la cama en plena forma, pero si nada interviene en distraernos y oímos, por ejemplo, el rítmico tic-tac de un reloj, el tamborileo de la lluvia en los cristales o el tra-queteo amortiguado de un tren, no tardamos en someternos al po-der soporífero de estos ruidos. Pávlov dedujo de ello que el sueño sobreviene cuando nuestro pensamiento deja de seguir varias di-recciones y es desviado por un solo camino. Así concentrado, sólo fatiga un punto del cerebro y acaba por bloquearlo. Pronto el blo-queo se extiende a toda nuestra mente, lo mismo que un atasco de carretera en determinada zona puede provocar la paralización del tránsito en un radio de varios kilómetros.

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Pávlov no logró descubrir la «zona cerebral» responsable de este fenómeno. El empeño dio resultado al profesor Giuseppe Mo-ruzzi, de Pisa, que anunció en 1958, durante la «Semana neurofi-siológica» de París, la localización del centro del sueño, situado en la base del cerebro. Se dice que el insigne científico llegó a la conclusión de sus investigaciones observando los efectos produci-dos por una canción de cuna, un «somnífero musical» por exce-lencia.

Con todo, el «mapa del sueño» sigue presentando más regiones misteriosas que zonas exploradas. El tema es fascinante, pero, des-de luego, no podemos profundizarlo aquí. A los efectos de nues-tro trabajo, lo que nos interesa es comprobar tan sólo, con los par-tidarios de todas las teorías que hemos mencionado, que el sueño no sobreviene nunca repentinamente. Si nos observamos a noso-tros mismos, notamos que, cuando estamos fatigados, nos es di-fícil fijar la atención. Los párpados se vuelven pesados, las reaccio-nes ya no son inmediatas, poco a poco se amortiguan las sensacio-nes visuales, oímos cada vez peor y nos sentimos envueltos en una niebla que, al hacerse cada vez más densa, nos aleja del mundo de los despiertos. Y estos procesos se producen aunque creamos dor-mirnos de golpe, si bien sus «tempos» sean entonces considerable-mente acelerados. Tenemos, en sustancia, una fase que llamaremos presueño, seguida por el sueño verdadero.

Hemos hablado de inconsciencia «teórica», porque la auténtica, la total, sólo es dada por la muerte. El sueño no impide que nues-tros órganos continúen funcionando y que las «centrales de la conciencia» sigan desarrollando su actividad. Pero esta actividad ya no es guiada y coordinada, no tiene ya contacto directo con los objetos y los sucesos reales.

Así, por lo tanto, quién más quién menos, todos llegamos a so-ñar. Pese a sostener diversas teorías, los estudiosos del reino de Morfeo hacía tiempo que estaban perfectamente de acuerdo so-bre un punto: sobre la afirmación de que todos soñamos, aunque no siempre guardemos el recuerdo de las visiones nocturnas. Ya lo había comprobado el psicoanálisis haciendo recordar a numero-sísimos sujetos que declaraban, convencidos, no haber soñado en absoluto. La ciencia experimental lo confirmó posteriormente, pero recientemente lo rebatieron tres fisiólogos americanos, el profesor Nathaniel Kleitmann y los doctores Aserinski y Dement, los cuales llegaron, con sus investigaciones, a una conclusión tan asombrosa como importante.

Observando a un niño dormido, Kleitmann y Aserinski vieron que sus ojos efectuaban algunos movimientos, delatados por los párpados cerrados y, remitiéndose a una teoría suya, pusieron ta-les movimientos en relación con la actividad onírica. Esto les in-

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dujo a efectuar una serie de experimentos llevados a cabo con pleno éxito. Unos minúsculos hilos de plomo fijados en las proxi-midades de los ojos permiten controlar los movimientos de las pu-pilas, registrando en un aparato adecuado las tensiones de los músculos interesados. Valiéndose de ese instrumento, los dos estu-diosos observaron a varios sujetos sumidos en el sueño despertán-dolos cada vez que sus pupilas se movían y preguntándoles si en aquel momento estaban soñando. Cerciorados de que así era real-mente, los investigadores llegaron a la conclusión lógica de que cuando soñamos, nuestros ojos siguen la escena como si se desa-rrollase en una pantalla panorámica.

Gracias a aquellos experimentos, los dos fisiólogos afirmaron que cada persona sueña en una noche lo menos 90 minutos en total, pero no consecutivos, período que se divide en cinco sueños.

Kleitmann y su ayudante, el doctor Dement, comprobaron ade-más que algunos sueños pueden tener lugar aunque no se produzca el movimiento de los ojos. Se trata de los llamados «sueños del pensamiento», en los cuales no aparecen personas o cosas que se muevan. Típicos son los de los ciegos de nacimiento, que sueñan voces, ruidos, impresiones táctiles e ideas.

Los estudiosos trataron de establecer, por consiguiente, qué ocurre cuando un individuo no puede soñar, despertando en el momento debido a sus pacientes. Y se dieron cuenta de que, pro-cediendo así, la necesidad de soñar aumentaba. Es significativo el caso del señor H. S., que durante la primera noche intentó soñar siete veces, pero al cabo de seis noches sin sueños tuvo que ser despertado veinticuatro veces para impedir que su cerebro desa-rrollase esta actividad. Al cabo de siete noches, el doctor Dement le permitió descansar tranquilo. Su «período de sueño» total au-mentó en una hora y veintiún minutos: H. S. recuperaba los sue-ños perdidos.

¿Qué les pasa a las personas a las cuales se les impide soñar? Nos lo demuestra el experimento llevado a cabo por los científi-cos mencionados con el señor A., hombre cortés, sumiso, un poco tímido. Despertándole entre sueño y sueño, comprobaron que no pasaba nada en absoluto. El señor A. volvía a dormirse y se des-pertaba de excelente humor. La interrupción del sueño, por lo tanto, no le causaba ninguna molestia. La cosa cambió cuando el sujeto fue despertado al principio de cada sueño. Ello se hizo du-rante catorce días seguidos, tras lo cual los científicos, horrorizados, hubieron de interrumpir las pruebas: El señor había cambiado to-talmente: manifestaba sin recato el deseo de darse a la orgía, acometía a doctoras y enfermeras soltando carcajadas, las agarra-ba brutalmente y pretendía que se desnudaran delante de él. Su personalidad daba muestras de profundo desequilibrio: a una gran

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excitación seguían graves estados de depresión, el colapso psíquico parecía inminente.

Con ello se demostró que ningún individuo puede mantenerse en el terreno de la normalidad cuando se ve privado de su serie de cinco sueños por noche; es más, si esto ocurre durante un es-pacio de tiempo considerable, sobrevienen primero la locura, luego la muerte.

¿Por qué? Podemos responder con lo que el psicoanálisis había establecido unos lustros antes. Tínicamente a través de los sueños el hombre puede «descargar» sus aspiraciones irrealizables, sus deseos a veces inconfesables (deseos que, al no poderse revelar en el sueño, rompen la barrera psíquica, manifestándose en la reali-dad, como hemos visto en el caso del señor A.), sus frustraciones, sus temores, sus «complejos», la formidable tensión que de todo ello se deriva. Desde luego, no quiere decirse que basten las visio-nes nocturnas, pero sin esta «válvula de seguridad la falta de equi-librio psíquico se haría sentir bastante antes, y en forma mucho más grave. «Todos nosotros, resumamos con Berger, estamos en-fermos de algo. A veces, basta una medicina ligera como un sueño para curarnos. Pero aunque por sí sola sea insuficiente, siempre puede conducirnos por la vía de la curación.»

Otra cosa además. Los somníferos se han mostrado muy perju-diciales respecto a la materia que estamos tratando, -al igual que muchos tranquilizantes. Sería bueno, por lo tanto, evitar aquéllos y recurrir a éstos sólo en caso de necesidad, descartando aquéllos cuyo uso hace transcurrir la noche sin sueños. Porque, como hemos visto, un «sueño de plomo» no basta. «Matando» los sueños pone-mos en peligro tanto nuestro sistema nervioso como nuestra sa-lud mental.

Los «cinco sueños de Dement» representan el mínimo indis-pensable de nuestra ración nocturna, que, sin embargo, suele ser mucho más copiosa, formada a veces por una cadena o por una sucesión irregular de sueños, cuya duración varía de una fracción de segundo a un período del cual aún no se ha podido establecer el máximo, pero que seguramente es considerable.

El hombre que vivió en menos de un segundo

¿Cómo se «concretan» nuestras visiones nocturnas? El verbo es impropio, pero nos servirá para comprender mejor el fenómeno, que aquí queremos comparar con la construcción de una ciudad.

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Haciéndolo, diremos que las materias primas nos son proporciona-das por la memoria.

Nuestra mente, en efecto, registra todo cuanto hemos visto y sentido, siquiera fugazmente. Los recuerdos —nos explica el profe-sor americano Gerard— son constantemente almacenados por las sinapsis, que son por decirlo así los centros de enlace de las células nerviosas. Al meditar acerca de una cosa determinada, no haremos, pues, más que apretar la palanca de un teclado ilimitado y liberar así del casillero de las sinapsis el recuerdo deseado, más o menos marcado según la intensidad con que el suceso en cuestión haya sido vivido.

El canadiense doctor Wilder-Penfield compara nuestro centro de la memoria, una zona no mayor que una pitillera, con una colec-ción de infinitos filmes y bandas sonoras. Pero, ¡ de qué modo cu-rioso y admirable funciona esa cinefonoteca nuestra! Tocando con un electrodo más fino que un cabello determinada región cere-bral, el profesor americano despierta, en un sujeto sumido en el sueño, el recuerdo de una melodía, que el paciente se pone a cantar con la exactitud de un disco. Si el contacto eléctrico es in-terrumpido y luego reanudado, el sujeto empieza de nuevo a en-tonar el motivo, pero no desde el punto en que lo dejó, sino desde el principio, como si la invisible banda hubiese vuelto a ser en-rollada.

El centro de la memoria acumula mucho más material de lo que nos parece. Si, por ejemplo, estando de visita en casa de un amigo, echamos una fugaz ojeada a los libros de su biblioteca, poco después nos parecerá haber olvidado completamente los títu-los que hemos leído, pero en estado de hipnosis o bajo los elec-trodos del doctor Wilder-Penfield, repetiremos con absoluta exac-titud de veinte a cuarenta títulos de aquéllos. Y las sorpresas no terminan aquí: los mismos electrodos tienen el poder de desper-tar, en cada sujeto, minuciosos, exactísimos, todos los recuerdos de su vida, empezando desde la más tierna infancia.

Los estudios del fisiólogo canadiense no tienen un valor pura-mente teórico: conducen a la comprobación de que no existe una auténtica pérdida de la memoria. En la mente de quienes olvidan fácilmente no ha desaparecido el «material de archivo», sino tan sólo la facultad de acceder a él, lo cual puede suceder por diver-sos motivos que la ciencia trata incesantemente de profundizar.

En sueños, esta facultad resulta agudizada, si bien de un modo que nos parecería absolutamente irracional. Diríase que el cerebro, no controlado ya, abre por sí solo los cajones del recuerdo, saca algunos al azar, forma, con elementos extraídos de épocas y luga-res muy diversos, un nuevo cuadro, precisamente nuestra fabulo-sa ciudad del sueño.

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Pero en la disposición de los diferenes edificios, a veces en la iniciación del proyecto arquitectónico, pueden influir factores ex-ternos u orgánicos. Una mala digestión o la dificultad de respi-ración, por ejemplo, dan lugar con frecuencia a sueños angustio-sos, que pueden ser producidos también por cualquier presión ejercida sobre el cuerpo del durmiente. Ha sido comprobado hace tiempo que varios perfumes dan una determinada dirección a las visiones nocturnas y es archisabida la acción de los ruidos. Una racha de viento repondrá en escena el huracán visto en un filme, las gotas que caen de un grifo mal cerrado se transformarán en el ruido de pasos de un terrible gigante que juraríamos no haber ima-ginado nunca, pero que en realidad la mente ha sacado de un pol-voriento escondrijo de recuerdos de cuentos de hadas cerrado desde los días infantiles.

Observemos a un sujeto postrado por un esfuerzo considerable. Aunque parezca estar despierto, no ve ni oye bien a quienes le rodean. Sin embargo, parece ver y oír otra cosa, hablar consigo mismo, seguir sus propias ideas. Aun antes de dormir o, mejor di-cho, haber empezado a dormir. Sueña; ha entrado en la fase de presueño de la cual hemos hablado. Y ha entrado en ella con la mente impregnada de imágenes, de voces, de sonidos que no per-tenecen ya al ámbito real. El abuso del alcohol y el uso de estupe-facientes producen el mismo fenómeno. Es una cosa lógica, ya que su acción sobre los centros nerviosos es similar a la ejercida por la fatiga; se junta tan sólo la exaltación de los centros cere-brales que, en vez de apartar la atención del ambiente, provoca el delirio. Los lectores quizás hayan tenido ocasión de oír los desa-tinos de algún borrachín que trata en vano de luchar contra los efectos del alcohol y vacila, hasta con el pensamiento, entre la rea-lidad y la irrealidad, hasta que la inconsciencia hace presa en él.

El estado de cansancio que nos conduce al presueño contiene, pues, elementos susceptibles de contribuir a la formación dé los sueños. El hecho de que estemos ya ausentes del mundo que nos ro-dea indica que no podemos seguir valiéndonos con lucidez de la mente, que debemos dejarla proceder por su cuenta, distorsionar las impresiones externas, resumir viejos pensamientos, trasponer-los, mezclarlos. Es a menudo en la fase del presueño, en sustan-cia, cuando se esbozan nuestras visiones nocturnas.

De diez minutos a media hora. Ésta es en promedio, según los estudiosos americanos, la duración de las visiones. Como hemos dicho, sin embargo, hay sueños que no duran más que escasos minutos, a veces muy pocos segundos. La ciencia ha reunido una documentación enorme al respecto. Repasándola, nos encon-traremos ante muchos hechos curiosos que —idénticos o bien con

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variantes en sustancia insignificantes— nos han ocurrido también a nosotros.

Un fisiólogo y psicólogo escandinavo, Bergstrom, relata lo ocu-rrido a un colega suyo que muy a menudo se amodorraba tras una pesada jornada de trabajo y tenía sueños extrañísimos. Una no-che Bergstrom estaba hablando con él de un ginecólogo alemán encarcelado por haber practicado la esterilización a unas muje-res que, después de haber traído al mundo varios hijos, no que-rían seguir teniéndolos. Concluyó defendiendo el proceder de aquel facultativo, y pidió su parecer al interlocutor. Y éste, des-pertando de golpe, jadeó: «¿Por qué has venido aquí? ¡Vuelve en seguida a África, o acabarás en prisión seis años!»

Como de costumbre, el médico estaba amodorrado. Había so-ñado que Bergstrom se dedicaba a practicar y a propagar la es-terilización, que había sido denunciado, detenido, procesado y con-denado a seis años de trabajos forzados y finalmente, con ayuda de algunos amigos, había logrado fugarse, esconderse unas cuantas semanas y, tras una larga y dramática caza del hombre, había sa-lido del paso embarcando para África, a donde llegó sano y salvo y se dedicó a difundir la esterilización entre los indígenas.

Y todo ello en el tiempo empleado por Bergstrom para decir: «Yo, si fuese el juez alemán, le absolvería. ¿A ti qué te parece?» ¡El oyente se había dormido inmediatamente antes del «yo» y despertó cuando el «te parece»!

Un caso análogo fue descrito en 1868 por Alfred Maury. El profesor de Meaux contó que había soñado un sucedido que duró muchísimos días y que se había visto finalmente arrastrado ante un tribunal revolucionario francés y condenado a muerte. Ade-más, el viaje en la carreta que transportaba, a través de toda la capital, a los delincuentes al patíbulo fue interminable como los preparativos para la ejecución. Luego, cayó la cuchilla de la gui-llotina... y en aquel instante Maury despertó, bañado en sudor, y vio que se había desprendido un barrote del testero de su cama y le había golpeado en el cuello. Una fracción de segundo, la trans-currida entre la caída del barrote y el completo despertar, había bastado para producir aquel sueño. El psicólogo Pierre Real nos dice:

Por ejemplo, se dispara un escopetazo cerca de un durmiente, que despierta en seguida. Sin embargo, nos contará el sueño que acaba de tener. Se ha encontrado con algunos amigos en el bar, ha habido una juerga general y todo ha terminado con un tiroteo. Ese hombre tiene, pues, la impresión de haber tenido un largo sueño, siendo así que había transcurrido poquísimo tiempo entre la explosión del escopetazo y el despertar.