perfil - entrevista altamirano sobre intelectuales

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HTTP://WWW.DIARIOPERFIL.COM.AR/EDIMP/0289/ARTICULO.PHP? ART=9366&ED=0289 PERFIL CULTURA ENTREVISTA CON CARLOS ALTAMIRANO Una historia de las ideas El prestigioso investigador, autor de libros como “Peronismo y cultura de izquierda”, dirigió la reciente “Historia de los intelectuales en América Latina”, una obra colectiva en dos volúmenes que indaga en la genealogía del intelectual del continente americano. De los tiempos de la colonia hasta la contemporaneidad, de José Enrique Rodó a Beatriz Sarlo, un estudio pormenorizado de una figura tan discutida como necesaria en la composición de las sociedades contemporáneas. Por Alejandro Bellotti Adentro y afuera. “Los intelectuales deben, ciertas veces, desempeñar el papel de ideólogos de cierto orden. Y en otros contextos, al contrario, promoverse como críticos de ese mismo orden”, señala. El primer plano que captura –siempre– la versión fotográfica de Carlos Altamirano lo muestra en un gesto intimidante. Qué va: su rostro padece un severísimo entredicho. El plano abierto, ya no mediado por la lente, exhibe a un tipo inmenso, sí, con un torso ancho y dos piernas tan largas que lo estiran dos metros, también. Pero ya no hay que temer. Esa estampa de mastodonte maorí se desgarra por la amabilidad de un tipo desbordante de sonrisas y guiños complacientes. Entonces dialogar con Altamirano es un placer y los personajes en su departamento ocupan sus roles: la inmensa biblioteca, la chimenea, la pareja de siameses, el café y su aroma. Altamirano ostenta una trayectoria voluminosa que nutre buena parte de la producción intelectual de los últimos años. Literatura/sociedad (1983) y Ensayos argentinos: de Sarmiento a la vanguardia (1997), en colaboración con Beatriz Sarlo; Peronismo y cultura de izquierda (2001), Bajo el signo de las masas, 1943-1973 (2001) e Intelectuales. Notas de investigación (2006), son algunos de los títulos de su autoría. Recientemente, y como desprendimiento casi natural del programa que dirige en la Universidad de Quilmes, acaba de publicar Historia de los intelectuales en América Latina (Katz), una obra colectiva sin precedentes, que amenaza con convertirse en un texto sustancial de las ciencias sociales. Propaganda o resistencia, el intelectual al desnudo. —¿Dónde nace su interés por el intelectual como objeto de estudio? —Creo que fui influenciado por Pierre Bourdieu en esto de preguntarme quién es esta gente que habla de este modo, por qué se cree autorizada para hablar así y por qué se le consulta para que hable de ese forma. —Ya escribió varias obras al respecto, pero en ésta se zambulle en la genealogía del intelectual latinoamericano. Sin dudas, el vector que hilvana toda la obra es la tensión que provoca en esos hombres el comportarse como meros reproductores de corrientes europeas o promoverse como arquitectos de un discurso original. —Muy cierto, y esa tensión aparece de manera temprana como la afirmación de dos cosas: las luces vienen de allá, pero hay que pensar las realidades de acá. Esta es la formulación de Esteban Echeverría: los dos ojos del romanticismo, uno puesto en la sociedad europea, que marca la dirección de la marcha, e interrogar esas realidades en el contorno local. Esta tensión llega hasta quien da la formulación más

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Carlos Altamirano.

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Page 1: Perfil - Entrevista Altamirano Sobre Intelectuales

HTTP://WWW.DIARIOPERFIL.COM.AR/EDIMP/0289/ARTICULO.PHP?ART=9366&ED=0289

PERFIL

CULTURA ENTREVISTA CON CARLOS ALTAMIRANO

Una historia de las ideas

El prestigioso investigador, autor de libros como “Peronismo y cultura de izquierda”, dirigió la reciente “Historia de los intelectuales en América Latina”, una obra colectiva en dos volúmenes que indaga en la genealogía del intelectual del continente americano. De los tiempos de la colonia hasta la contemporaneidad, de José Enrique Rodó a Beatriz Sarlo, un estudio pormenorizado de una figura tan discutida como necesaria en la composición de las sociedades contemporáneas.

Por Alejandro Bellotti

Adentro y afuera. “Los intelectuales deben, ciertas veces, desempeñar el papel de ideólogos de cierto orden. Y en otros contextos, al contrario, promoverse como críticos de ese mismo orden”, señala.

El primer plano que captura –siempre– la versión fotográfica de Carlos Altamirano lo muestra en un gesto intimidante. Qué va: su rostro padece un severísimo entredicho. El plano abierto, ya no mediado por la lente, exhibe a un tipo inmenso, sí, con un torso ancho y dos piernas tan largas que lo estiran dos metros, también. Pero ya no hay que temer. Esa estampa de mastodonte maorí se desgarra por la amabilidad de un tipo desbordante de sonrisas y guiños complacientes. Entonces dialogar con Altamirano es un placer y los personajes en su departamento ocupan sus roles: la inmensa biblioteca, la chimenea, la pareja de siameses, el café y su aroma. Altamirano ostenta una trayectoria voluminosa que nutre buena parte de la producción intelectual de los últimos años. Literatura/sociedad (1983) y Ensayos argentinos: de Sarmiento a la vanguardia (1997), en colaboración con Beatriz Sarlo; Peronismo y cultura de izquierda (2001), Bajo el signo de las masas, 1943-1973 (2001) e Intelectuales. Notas de investigación (2006), son algunos de los títulos de su autoría. Recientemente, y como desprendimiento casi natural del programa que dirige en la Universidad de Quilmes, acaba de publicar Historia de los intelectuales en América Latina (Katz), una obra colectiva sin precedentes, que amenaza con convertirse en un texto sustancial de las ciencias sociales. Propaganda o resistencia, el intelectual al desnudo.

—¿Dónde nace su interés por el intelectual como objeto de estudio?

—Creo que fui influenciado por Pierre Bourdieu en esto de preguntarme quién es esta gente que habla de este modo, por qué se cree autorizada para hablar así y por qué se le consulta para que hable de ese forma.

—Ya escribió varias obras al respecto, pero en ésta se zambulle en la genealogía del intelectual latinoamericano. Sin dudas, el vector que hilvana toda la obra es la tensión que provoca en esos hombres el comportarse como meros reproductores de corrientes europeas o promoverse como arquitectos de un discurso original.

—Muy cierto, y esa tensión aparece de manera temprana como la afirmación de dos cosas: las luces vienen de allá, pero hay que pensar las realidades de acá. Esta es la formulación de Esteban Echeverría: los dos ojos del romanticismo, uno puesto en la sociedad europea, que marca la dirección de la marcha, e interrogar esas realidades en el contorno local. Esta tensión llega hasta quien da la formulación más desenvuelta del tema, que es Borges en El escritor argentino y la tradición, una tesis que retoma algo que había formulado Pedro Enrique Sureña; éste decía que si hay una tradición cultural de prácticas y creaciones culturales que tiene un estilo propio en nuestros países es el que procede del mundo cultural indígena y de la mezcla de lo indígena con lo hispano.

—Por eso el trabajo comienza con el período colonial. Pero usted hace una advertencia: el intelectual es patrimonio de las sociedades seculares.

—Uno podría decir que el intelectual es una figura que corresponde a culturas que no se ordenan en torno al libro, se trate de la Biblia u otro texto que funcione como depósito sagrado de lo que se puede decir o hacer. Por eso sería anacrónico pensar en intelectuales en la Edad Media, más allá de que ése sea el momento en donde se crea la universidad, el gran productor de intelectuales, y la ciudad, que es el ámbito por excelencia de los intelectuales. Están también otros elementos, que son la esfera pública y la prensa. Porque si uno hace una historia de los intelectuales no puede hacerse sin referencia a la prensa y a los periodistas. Ya en el texto en que se pretende la revisión del caso Dreyfus, en 1898, muchos de los intelectuales que firman en apoyo son periodistas.

—Ahí tocó un punto medular. En el caso Dreyfus sobresalen figuras como Emile Zola y Anatole France, quienes encarnan al intelectual que podríamos denominar “denuncista”. Sin embargo, la tipología desborda esa concepción.

—Desde ya. Ese es uno de los roles; el intelectual que se posiciona en el lugar de crítica es un tipo de intelectual, pero hay otros. Ser un auxiliar en la construcción del Estado nacional, por ejemplo; o ser mediador entre poder y sociedad.

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—Está claro: un intelectual que varía según las tradiciones. Y esto se refleja en el libro cuando se hace la diferencia entre el intelectual del siglo XIX, promotor del discurso oficial, y el del siglo XX, donde emerge un intelectual contestatario de la oficialidad.

—Así es. En el siglo XIX uno encuentra que estas minorías que tienen el monopolio del conocimiento letrado funcionan como intelectuales legisladores, los que trazan el mapa de cómo debe organizarse el Estado, cuál debe ser el estatuto legal que rija; a veces en sociedad con los caudillos, otras en rivalidad.

—Sarmiento.

—Exacto. Es decir, reclamar para el hombre del saber el derecho de regir la vida pública de los países. Esto tiene un nombre: progreso. ¿Cómo se cristalizaba esto? Constitución liberal, economía capitalista –aunque no se hablaba en estos términos–, incorporación de estos Estados y sus economías al mundo civilizado, blanco y cristiano. En el siglo XX aparece una figura más asimilable a la que se encuentra en otras regiones europeas. Muy tempranamente aparece en el lenguaje español el vocablo intelectual, casi en paralelo con el caso Dreyfus.

—El texto de Rodó.

—En agosto de 1900 Rodó le envía una carta a un colega venezolano anunciando la inminente aparición de Ariel, y ahí escribe que su obra será “para los intelectuales de América”. Esa fecha, dos años después de la guerra española-norteamericana, es un momento de clivaje importante. Y la tradición intelectual americanista halla en Rodó a quien pone la primera piedra.

—Todavía estamos a mitad de camino. Porque si bien sabemos que el papel del intelectual es producir y transmitir enunciados sobre el mundo, esto no basta. Entonces: ¿qué necesita un hombre de ideas para constituirse en intelectual?

—El intelectual vendría a ser aquella persona que es competente en algún ámbito del conocimiento simbólico y que de tanto en tanto toma la palabra para ocuparse de cuestiones de orden público, a veces desempeñando el papel de ideólogo de cierto orden, otras promoviéndose como crítico de ese orden.

—¿Y por qué necesitamos conferirle a una cierta clase de personas la autoridad ética de juzgar patrones de conducta?

—Porque la dimensión simbólica es una parte importante de la vida social y estos diestros aparecen produciendo una actividad que suscita respeto, interés, admiración... La ciencia, por ejemplo, tiene respeto; entonces cuando un científico abandona su laboratorio para dialogar en la esfera pública, interesa.

—Bien, ya sabemos qué es un intelectual moderno, pero ¿asistiremos al surgimiento de un intelectual de nuevo tipo? Me refiero a las transformaciones que puedan suscitar en su figura los vertiginosos cambios tecnológicos, las nuevas herramientas y métodos de trabajo.

—Si estas transformaciones que están operando en el mundo de la tecnología dan nacimiento a nueva forma de actividad intelectual, seguro; ahora, si darán nacimiento a una nueva figura del intelectual, no lo sé. Hasta ahora uno podría afirmar que el intelectual es una especie urbana que transmite sus conocimientos a través del impreso. ¿Qué pasa con este otro mundo? Bueno, es otro capítulo, aquella vieja figura tal vez esté en trance de extinción. Eso no implica que las cuestiones relativas al debate sobre lo que es justo y legítimo se hallan agotado, aunque tal vez tome otras formas. Habrá que ver.

La génesis de un proyecto

—Esta es una obra en colaboración con investigadores de las más variadas disciplinas. ¿Cómo surgió la idea?

—En principio y en comunicación con otros estudiosos latinoamericanos, veía que los que trabajaban sobre América latina lo hacían desde Europa. También pasó que durante dos o tres seminarios trabajé sobre el tema de los intelectuales, escribí hace dos años un librito llamado Intelectuales, y ahí se unieron las dos cosas: América latina y los intelectuales. Decidí entonces buscar la colaboración de estudiosos de diversas especialidades: de la literatura, de la antropología, etc. Esto tenía que ver con el concepto de “hibriedad”. Esta primera idea comencé a discutirla con amigos y colegas. La primera persona que lo supo fue Ricardo Piglia, ya que habíamos alquilado una quinta juntos en el verano de 2005, y entonces discutíamos mucho sobre el tema. Luego fui a un coloquio en México y hablé con otros investigadores latinoamericanos, y finalmente lo desarrollé con otros colegas de la Universidad de Quilmes.

Edición Impresa

Domingo 24 de Agosto de 2008Año III Nº 0289Buenos Aires, Argentina