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1 i Jesús Pereira Pereira ([1995] 2008) Dragones y Tigres asiáticos 1 d

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PEREIRA PEREIRA, Jesús ([1995] 2008): "Dragones y tigres asiáticos” / Jesús Pereira Pereira — In-forme Anual 1994 : Caja Caminos, Sociedad Cooperativa de Crédito — [Madrid] : Caja Caminos, So-ciedad Cooperativa de Crédito ; [Campillo-Nevado, S. A., impresor], [1995] — pp. 87-166: il., map. — (Informe Anual ; 1994) — [Edición digital del autor (2008): 38 pp. apaisadas a doble columna ; contiene las estadísticas, mapas, gráficos e imágenes de la publicación original].

SUMARIO

El despertar asiático

Los dragones

Corea del Sur: la península de la dialéctica eterna

Taiwan: la formosa isla de las cosas pequeñas

Hong Kong: un viaje de ida y vuelta

Los tigres

Malasia: la tierra de los sultanes

Tailandia: el tigre en una jaula dorada al borde del mar

Indonesia: el archipiélago de las especias

Filipinas: el viaje más largo

Los NIC en el comercio mundial

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EL DESPERTAR ASIÁTICO

Desde los cigarrillos hasta los más sofisticados artefactos electrónicos, pasando por los pantalones de mahón, el calzado deportivo, las películas de karatecas, los tebeos o los vehículos que los transportan, la producción asiática ha inundado los países occi-dentales en las últimas décadas. En los años 60 y 70 los artículos made in Japan eran los más apetecidos por su calidad, diseño y precio. En los 80 comenzaron a aparecer en las etiquetas nombres más exóticos como Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong o Singa-pur. Y si en los 90 nuestros conocimientos geográficos, por no hablar de los informáti-cos, son puestos a prueba por cachivaches procedentes de Tailandia, Malasia, Indone-sia o Filipinas, en la próxima centuria deberemos prepararnos para no enloquecer con aparatos de origen chino, vietnamita, laosiano o birmano.

En la tradición confuciana China era el gran dragón, así que Corea del Norte, Tai-wan, Hong Kong y Singapur, países cuya población es en su mayoría de origen chino, comenzaron a ser conocidos como los pequeños dragones, aunque el adjetivo se cayó pronto del nombre. Resultaba poco apropiado denominar así a unos territorios cuyo PNB* crecía anualmente entre el 6,4 y el 11,6 por 100 y pasaron a llamarse los cuatro dragones asiáticos. Aquí preferimos por aquello de no ofender al gran dragón —el culto a los antepasados es uno de los principios fundamentales del confucianismo— y por otras razones que luego veremos, caracterizarlos como los cuatro pequeños drago-nes. Siguiendo con los bautizos, si la India es el gran tigre asiático, Tailandia, Malasia, Indonesia y Filipinas serían los cuatro pequeños tigres aunque sus respectivos PNB crezcan, en términos relativos, más que los del gran tigre.

*Tanto el PNB (Producto Nacional Bruto) como el PIB (Producto Interior Bruto) son magnitudes muy similares pero el PNB mide la riqueza y el valor añadido generado por los activos de una nacionalidad, aunque no residan en el país (caso de los trabajadores emigrantes o las inversiones en el extranjero) y excluye el generado por activos de otras nacionalidades. El PIB es la suma de la riqueza y el valor añadido generado por los activos residentes dentro de las fronteras de un país, independientemente de su nacionalidad. En España, al igual que en el conjunto de los países de la OCDE, la contabilidad nacional agregada se hace en términos de PIB más que de PNB.

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Nuestros pequeñuelos también han sido etiquetados por los medios de comunicación y las publicaciones especializadas como los NIC o NPI (New Industrial Countries o, en castellano, Nuevos Países Industrializados) de Asia oriental, siendo su común denomi-nador el crecimiento anual sostenido de su PNB por encima del 5 por 100. Dicho creci-miento ha tenido, y tiene, su origen en la combinación de cuatro razones principales: 1) La deslocalización industrial de las empresas multinacionales mediante el traslado de instalaciones a países con costes de producción más bajos 2) Los reducidos niveles sa-lariales que hacen muy competitivos a sus productos en los mercados internacionales 3) La orientación básica de su producción industrial hacia la exportación 4) La reserva efectiva para los productores nacionales del mercado interior de bienes de consumo, productos intermedios y equipamientos. Los frenos a las importaciones se derivan tan-to de la propia debilidad del mercado doméstico, atribuible a la baja capacidad adquisi-tiva de los consumidores, como del proteccionismo desplegado por los gobiernos con la política arancelaria, el establecimiento de cupos a las importaciones o los tipos de cambio monetarios.

Las diferencias entre los ocho NPI asiáticos son sin embargo bastante significativas. En el terreno económico, ya se atienda al volumen de su PNB bruto y per cápita o a su estructura productiva, se pueden distinguir cuatro grupos. Corea del Sur y Taiwan se configuran como países industriales; Hong Kong y Singapur se han volcado en los ser-vicios comerciales y financieros; Malasia e Indonesia destacan en las actividades ex-tractivas y Tailandia y Filipinas siguen siendo fundamentalmente agrarios. En cuanto al nivel de desarrollo reflejado en el PNB per cápita, si Hong Kong y Singapur se sitú-an a la cabeza de los dragones, Malasia y Tailandia hacen lo propio con los tigres. La política económica llevada a cabo por los respectivos gobiernos también marca una su-til diferencia entre los países que han desarrollado una estrategia descaradamente pro-teccionista de su mercado interior —Corea del Sur y Taiwan— y aquellos otros cuya baja capacidad adquisitiva ha supuesto un freno más efectivo a las importaciones. Es el caso de los tigres, lo que ha llevado a que muchos expertos les consideren un modelo ejemplar del desarrollo derivado de la apertura de mercados y el seguimiento de las di-rectrices teóricas del liberalismo económico.

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Las singularidades no sólo hacen referencia a aspectos económicos sino a cuestiones étnicas, culturales, religiosas, ... Si bien la población de origen chino se halla presente en todas las costas bañadas por ese peculiar Mediterráneo asiático, las características étnicas permiten diferenciar tres grupos de países. El primero estaría constituido por aquéllos en los que destaca el componente chino-mongol (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur), el segundo por los que predomina la población malayo-indo-nésica (Indonesia, Filipinas y Malasia) y el tercero por la presencia de unos pobladores de origen chino-tibetano, los thai (Tailandia). En todos los tigres encontramos además

la existencia de tribus cazadoras y recolectoras, caso de los negritos en Filipinas, los kubu en la isla de Sumatra o los semang en Tailandia y Malasia, mientras en las zonas montañosas de Tailandia los meo, los yao o los khmer practican una agricultura muy primitiva.

Las diferencias religiosas también son marcadas ya que si el budismo en sus distin-tas variantes (Hinayana, Mahayana y Vajrayana) se halla presente en toda Asia orien-tal y es la religión mayoritaria en Tailandia, Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Sin-gapur, el Islam es la confesión predominante de Malasia e Indonesia y lo mismo acon-tece con el cristianismo en Filipinas. El confucianismo y el taoismo tienen a su vez gran predicamento entre la población de origen chino residente en estos países. Ade-más de la religión, la difusión cultural a través de la escritura establece una profunda barrera entre los que utilizan caracteres de origen chino (Corea del Sur, Taiwan y Hong Kong) y aquéllos que han adoptado el alfabeto latino (Tailandia, Malasia, Singapur, In-donesia y Filipinas).

Históricamente nos encontramos con elementos comunes a todos estos países: la existencia desde la antigüedad de una intensa actividad comercial interasiática, la difu-sión del budismo, la presencia de población de origen chino (los Hua Qiao o diáspora china, compuesta en la actualidad por unos 30 millones de personas) o la carencia de un estado propio y su sujección a una potencia colonial hasta tiempos muy recientes (salvo en el caso de Tailandia que nunca fue una colonia, de Hong Kong que aún lo es o de Filipinas que lo ha sido dos veces). Los diferentes procesos de colonización per-miten distinguir entre aquellos países que han estado sometidos a potencias europeas (Filipinas, Indonesia, Malasia, Singapur y Hong Kong) y los que, desde finales del si-glo XIX hasta el término de la Segunda Guerra Mundial, han sido colonias japonesas (Corea y Taiwan). Los europeos buscaban tanto productos exóticos y materias primas para colocar en los mercados occidentales (maderas preciosas, especias, azúcar, tabaco, minerales, caucho, ...) como bases desde las que profundizar en los mercados orienta-les. Los japoneses, por su parte, no se limitaron a articular una economía dependiente de la metrópoli, ya que crearon mercados para sus productos fomentando el desarrollo de sus posesiones mediante el reparto de tierras entre los campesinos, la construcción de infraestructuras y la implantación de algunas actividades industriales. Muchas de las diferencias que se detectan todavía hoy entre los dragones y los tigres remiten a la época colonial.

Tras la Segunda Guerra Mundial la zona se convirtió en el escenario más caliente de la guerra fría. Los expertos norteamericanos en geopolítica hablaban en los años 50 y 60 de la teoría del dominó: si una ficha caía por la presión del comunismo empujaría a las demás. Hoy en día las fichas se deslizan hacia la órbita capitalista, pero en 1945 Corea del Norte ya había caído del lado soviético. En 1950 los norteamericanos sujeta-ron su pieza, Corea del Sur, para evitar la expansión de un movimiento que en 1949

EL BUDISMO: La cuestión es no ser

El budismo deriva de la predicación de Siddhartha Gautama (conocido luego como Buda) en el último tercio del siglo VI a.C. Había nacido en el seno de una familia aristocrática del Norte de la India, muy cerca del Himalaya. A los 29 años, tras abandonar comodidades, esposa e hijo, inició una vida errante en busca del sentido último de la vida. Se entregó a prácticas ascéticas para ir más allá de la experiencia y el saber cotidiano y tras una meditación profunda (49 días) llegó a un estado de trance que le permitió conocer la Verdad Suprema, emprendiendo posteriormente el desarrollo de una filosofía del ser basada en tres elementos tomados de la tradición hindú:

1. El Karma (Acción en sánscrito = el ser): interpretación rigorista del principio de causalidad, según la cual los resultados de una acción cualquiera, por nimia que sea, siempre repercuten sobre quien la ha realizado debido a la naturaleza dinámica de las fuerzas que rigen el universo (la Rueda de la Vida). La idea de la reencarnación encuentra su sustento en este principio: mientras el alma no realiza su Karma, se materializa sucesivamente bajo nuevas formas en la Rueda de la Vida.

2. El Dharma (Ley = el deber ser): son las enseñanzas de Buda, codificadas por sus discípulos a partir del siglo V a.C. aunque no quedarían fijadas hasta el siglo III a.C., cuando el budismo ya se había fragmentado en diversas corrientes. Proponen una forma de vida y un código de conducta que los seguidores de la doctrina deben adoptar para escapar de la Rueda de la Vida siguiendo la Rueda de la Ley.

3. El Nirvana (Extinción = el no ser): es el peculiar “paraíso” de los budistas que se alcanza tras haber pasado por la Rueda de la Vida siguiendo las enseñanzas contenidas en la Rueda de la Ley. Lo realmente significativo del budismo, a diferencia de otras doctrinas, es que cuando se alcanza el estado del Nirvana no se goza de la vida eterna individual, sino de la extinción completa y absoluta del alma, de la conciencia individual disuelta en la nada (o el todo, según se mire).

Las distintas interpretaciones y fijaciones del Dharma derivaron entre los siglos V y III a.C. en la fragmentación del budismo en tres corrientes principales:

1. El Hinayana (Pequeño Vehículo): concepción agnóstica e individualista de la liberación. Es la tendencia predominante en la India, Ceilán, Indochina occidental (Birmania, Tailandia, Camboya, Malasia), Indonesia y Filipinas.

2. El Mahayana (Gran Vehículo): corriente rigorista que enfatiza los aspectos intuitivos y místicos del budismo para la unión del hombre con el universo. Es la concepción predominante en Indochina oriental (Laos, Vietnam), China, Taiwan, Corea y Japón (donde daría origen, ya en la Edad Media, a la variante zen).

3. El Vajrayana (Vehículo del Diamante o Tantrismo): deriva del Mahayana, pero a diferencia de éste pone el énfasis en los ritos exotéricos, las prácticas reveladas en los Tantra (textos sagrados) y el yoga. Es la corriente budista más “continental”, pues se halla implantada en el Tibet, Noroeste de China, Mongolia, Sur de Siberia y Norte de la India, Pakistán y Afganistán.

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había puesto patas arriba al seis doble (China). El choque coreano acabó en tablas en 1953 y las fichas comenzaron a caer hacia un lado (Vietnam del Norte, Laos, Cambo-ya) u otro (Taiwan, Filipinas, Vietnam del Sur, Tailandia, Malasia, Filipinas), mientras Indonesia y Birmania oscilaban. En Indochina acabarían triunfando los comunistas (1954-1975), Indonesia se inclinó hacia el lado norteamericano tras el golpe de estado de Suharto (1965) y Birmania continúa oscilando.

La teoría del dominó ponía el énfasis en la estrategia desplegada por las grandes po-tencias, pero se basaba en que la posición de los países venía determinada por sus con-diciones internas. Para evitar que la pobreza, las desigualdades, las cuestiones agrarias y otros problemas sociales se dieran la mano con unos partidos comunistas bien orga-

nizados y apoyados, se promovieron desde los Estados Unidos una serie de medidas encaminadas a 1) formar cuadros militares, políticos y técnicos proclives a la adminis-tración norteamericana 2) potenciar el papel político de las fuerzas armadas para garan-tizar el control de la población y el territorio 3) incrementar la ayuda y la presencia mi-litar norteamericana en la zona 4) impulsar la reforma agraria y el reparto de tierras para reducir el apoyo rural a los comunistas 5) invertir en la construcción de infraes-tructuras para potenciar el desarrollo del territorio y, sobre todo, facilitar los movi-mientos de tropas y equipos militares a larga distancia 6) establecer bases de apoyo lo-gístico y tropas de reserva en los países limítrofes 7) intervenir directamente en el con-flicto cuando resultara imprescindible. En esta confrontación, Estados Unidos también sacaría partido del alejamiento chino de la Unión Soviética y de esta manera —divide y vencerás— restar apoyos a los comunistas prosoviéticos en Indochina.

Estas medidas no evitaron sin embargo que Vietnam del Sur, Laos y Camboya se in-clinaran del lado comunista en 1975 pero consiguieron detener el movimiento a las puertas de Tailandia. El papel político atribuido al ejército en la contención del comu-nismo sigue siendo importante en algunos países del Sudeste asiático. Basta con obser-var la composición de los gobiernos de Tailandia, Indonesia o Filipinas. El “peligro rojo” parece haber remitido en la región, pero la desigualdad social sigue siendo una característica endémica y las inversiones extranjeras no buscan clientes democráticos sino deudores rentables y seguros, esto es, maximizar los beneficios y minimizar los riesgos. Lo primero se consigue con bajos salarios y la deslocalización de actividades intensivas en trabajo; lo segundo eliminando la protesta y la disidencia mediante el control férreo de la población. La represión de los movimientos populares y la implan-tación de la pena de muerte para delitos insignificantes no es exclusiva de los antiguos países comunistas de Europa oriental, los regímenes islámicos o la China de Den Xiao-ping, sino también de la exótica Tailandia, la Indonesia de Suharto o, con algunos ma-tices, del civilizado Singapur.

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LOS DRAGONES

COREA DEL SUR: la península de la dialéctica eterna

La bandera de Corea del Sur lleva en su interior el círculo del yin y el yang sobre fondo blanco. Dicho símbolo, desarrollado por la filosofía china en el siglo II de nues-tra era, representa una concepción dual del cosmos que se concibe como un sistema formado por dos principios opuestos que se influyen recíprocamente, el yin, femenino y negativo, y el yang, masculino y positivo. Uno es pasivo, quieto, frío, oscuro y fértil (yin); el otro activo, cálido, luminoso y procreador (yang). Cada uno de dichos princi-pios ocupa la mitad elicoidal de un círculo (símbolo del universo) y lleva en su interior otro pequeño círculo con el color y las características del principio opuesto. Esos em-briones se expanden con el paso del tiempo y acaban convirtiendo el área del principio negativo en zona positiva y viceversa, mientras que en su interior vuelve a surgir un núcleo del principio antagónico de forma que ninguno de ellos puede hacerse con todo el área del círculo, esto es, con el dominio del universo.

Más acá de la filosofía, tal dualidad ejemplifica a la perfección las constantes histó-ricas de la península coreana, situada a caballo entre la China y el Japón o dividida en dos territorios antagónicos, capitalista el Sur y comunista el Norte.

Desde la antigüedad la península ha sido un puente privilegiado entre China y Japón (por allí pasaron al archipiélago nipón el budismo, la escritura o la organización impe-rial del estado) y su territorio sometido a uno u otro. Durante la dominación japonesa, iniciada a finales del siglo XIX y consolidada en 1910 con la instalación de un gobier-no militar cuya autoridad se mantuvo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, el país se convirtió en proveedor de materias primas (carbón, hierro, ...) y mano de obra barata para los campos de Manchuria y las fábricas niponas. El papel de los inmigran-tes coreanos en Japón guarda un gran paralelismo con el que tuvieron los irlandeses en Inglaterra a finales del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, ya que sus bajos sa-larios y escaso arraigo les convirtió en el objetivo de las iras de los trabajadores locales en momentos de crisis. Tras el terremoto de Tokio en 1923 se desató la xenofobia con-tra los coreanos, y muchos de ellos fueron asesinados. También en Manchuria se gana-ron la enemistad de los campesinos, circunstancia hábilmente utilizada por el gobierno

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japonés en 1931 para, con el pretexto de proteger a los aparceros y jornaleros coreanos, invadir Manchuria y penetrar en China. El dominio japonés sobre Corea culminaría en 1944 cuando los coreanos fueron movilizados por el ejército nipón mediante levas for-zosas en las fábricas. Por entonces no le iban muy bien las cosas al imperio del sol na-ciente en el Pacífico y en las selvas birmanas.

En agosto de 1945, tras el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, los soviéticos ocuparon Manchuria, Corea y las islas Sajalín y Kuriles, quedando la penín-sula coreana —una superficie equivalente a la de media España— dividida en dos mi-tades irreconciliables, el Norte prosoviético y el Sur proestadounidense. La fragmenta-ción del país se consolidó con el calentamiento de la guerra fría en la guerra de Corea (1950-1953). El Sur y el Norte sobrevivieron como estados independientes divididos por el paralelo 38 en virtud de la intervención norteamericana en un caso y china en el otro. No está claro cuál de ambas mitades se corresponde con el yin y el yang, pero no cabe duda que en las dos germinan las semillas de su oponente (mayor papel del mer-cado en un lado y de los sindicatos obreros en el otro) y que ninguna de ellas acabará cerrando el círculo aunque éste amplíe su diámetro.

Cuando finalizó la contienda peninsular, Corea del Sur se alistó en el desarrollo eco-nómico de los dragones asiáticos, caracterizado por los bajos salarios, industrias orien-tadas hacia la exportación, deslocalización industrial y proteccionismo. Tras un proce-so de reforma agraria, que atrajo el apoyo campesino al régimen y liberó mano de obra hacia la industria, el país se lanzó a la producción de textiles, calzado y juguetes para los mercados internacionales. Luego vendría el montaje de automóviles y electrodo-mésticos con piezas y tecnología procedente sobre todo del Japón. Finalmente comen-zó a fabricar en su territorio esos componentes y a desarrollar una tecnología y unos modelos propios. Hoy en día, cuando algunas empresas coreanas están estableciéndose en otras zonas (los tigres asiáticos, Europa Oriental, España, ...) el país parece haberse hecho dueño de su destino, pero sigue dependiendo en buena parte del exterior para una cuestión vital, la inversión. Aproximadamente el 20 por 100 de las acciones de las empresas coreanas están en manos de grupos financieros japoneses, y su línea produc-tiva más que competir con la industria nipona la complementa.

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La singularidad de Corea en el conjunto de los dragones reside en su estructura em-presarial, compuesta por grandes conglomerados de empresas (los chaebol), semejan-tes a los de la industria japonesa (los zaibatsu), que producen la más variada gama de productos (desde cemento, acero y componentes electrónicos hasta automóviles, bar-cos u ordenadores), controlan todas las fases de fabricación y comercialización de un producto y disponen de su propio grupo financiero. En 1992 once empresas coreanas figuraban entre las 500 mayores del mundo y entre las 100 primeras se encontraban 5 chaebol (Hyundai, Samsung, Daewo, SunkYong y SsangYong). El volumen de nego-cios de alguna de ellas supera al de algunas empresas emblemáticas europeas y japone-sas. El grupo Hyundai (primer productor mundial de buques y equipos de transporte)

con unas ventas por encima de los 53.000 millones de dólares (¡más del 17 por 100 del PNB coreano!) se sitúa al nivel de Volkswagen y dobla a Renault, mientras que Sam-sung con cerca de 50.000 millones de dólares sobrepasa ampliamente a otras multina-cionales de su sector como la holandesa Philips o a la japonesa Sony. Para hacerse una idea más precisa, en 1992 las principales empresas industriales españolas, el grupo INI y Repsol con un volumen de negocios de 21.654 y 18.618 millones de dólares respecti-vamente, se encontraban muy por detrás de los combinados coreanos.

No cabe duda de que estamos ante unos gigantes empresariales, pero “Gargantúa” Hyundai y “Pantagruel” Samsung moran en una tierra de enanos. Más allá de este con-junto de grandes firmas, cuyo peso transciende lo meramente económico y anega el te-rreno político, queda poco. Los 11 chaebol suman un volumen de negocios superior a los dos tercios del PNB coreano pero sólo proporcionan empleo al 10 por 100 de los trabajadores. El resto realiza tareas subsidiarias para estas compañías, proporciona ser-vicios a sus trabajadores y directivos en aquellas actividades que, como la hostelería o el servicio doméstico, no controlan directamente los chaebol; tampoco faltan los que continúan trabajando a cambio de salarios muy bajos en la industria textil (que en 1992 aún suponía el 20 por 100 de las exportaciones coreanas) o siguen cultivando arrozales. En líneas generales nos encontramos en presencia de un mercado interior relativamente débil y muy protegido, esto es, reservado a los productores nacionales. Tampoco hay duda de que los coreanos son vendedores agresivos y competitivos en los mercados in-ternacionales, pero no resultan tan buenos compradores ya que el núcleo de sus impor-taciones está constituido por alimentos, materias primas, productos energéticos o com-ponentes que sus empresas elaboran en otros países. Sus clientes suelen encontrarse muy lejos de las costas coreanas mientras que sus proveedores se localizan preferente-mente en Asia oriental: los alimentos, materias primas y productos energéticos en el sureste asiático, China, Mongolia y Siberia; el capital y los servicios financieros en Singapur, Hong Kong y sobre todo en Japón.

El éxito económico del país ha tenido un conexión muy estrecha con los frenos al desarrollo político. Tras finalizar la guerra de Corea, las tropas estadounidenses perma-necieron en Corea del Sur como avanzada de sus intereses en el Pacífico, mientras la masiva ayuda económica y militar convertía al país en el escudo anticomunista de EE.UU. En el interior se dejaron las manos libres al presidente y déspota Syngman Rhee, que caería en 1960 después de una oleada de manifestaciones de intelectuales y estudiantes. La nueva república democrática sólo duró nueve meses ya que fue barrida por un golpe de estado en mayo de 1961.

El nuevo hombre fuerte del país, el general Park Chung-hee —apoyado por la KCIA o policía secreta—, se propuso modernizar el país desde arriba. Para ganarse el respal-do de Estados Unidos envió tropas a Vietnam y para alimentar su dictadura “desarro-llista” normalizó sus relaciones con Japón. Dada la escasez de recursos naturales y su

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débil mercado interno, el objetivo se cifraba en promocionar la exportación de manu-facturas a partir del entendimiento entre el estado representado por los tecnócratas, los contratistas-compradores y el capital extranjero (no en forma de inversiones sino de créditos). Esta triple alianza, con el lema “orden y eficacia ante todo”, se apoyaba en una mano de obra abundante y barata, el férreo control del movimiento obrero y la re-presión draconiana de toda crítica u oposición política. La aparente renovación plantea-da con el llamado “sistema Yushin” en 1972 no hizo sino ratificar todo esto. Aún más, el capitalismo de estado “a la coreana” vino acompañado de una discriminación regio-nal y el enquistamiento de los militares en las altas esferas del poder.

El general Park fue asesinado en octubre de 1979 por el jefe de la KCIA. La salida de la crisis, en la que la nueva camarilla de jóvenes militares se dedicó a masacrar a la oposición, llevó a la presidencia a Chun Doo-hwan, otro general que contó con el apo-yo de los campeones de la “guerra fría”, Reagan en los Estados Unidos y Nakasone en

Japón. En 1981 la economía coreana reemprendería su “marcha hacia la madurez”, cuyo reconocimiento no fue ajeno a la concesión de sede de los juegos asiáticos (1986) y olímpicos (1988). Pese a estos logros proseguía la oposición política, intelectual y es-tudiantil, contestada por el gobierno con represión, limpieza militar y discriminación regional, sus tres formas de asegurarse el poder.

En medio de fuertes divisiones políticas y con escaso apoyo parlamentario, en di-ciembre de 1987 llega a la presidencia Roh Tae-woo, otro general amigo del anterior. Durante los cinco años de su mandato se mostró menos brutal que sus predecesores y más hábil en la manipulación de las élites militares, la fusión de los partidos políticos proclives al régimen y en sacar provecho a la discriminación regional. El periodo, sin embargo, se iba a caracterizar por la vía libre a todo tipo de corruptelas mientras que, contra todas las previsiones, la economía entraba en una fase recesiva tras los juegos

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olímpicos y las reivindicaciones obreras irrumpían de forma virulenta en la escena po-lítica.

Tales son los retos a los que ha tenido que hacer frente el presidente elegido en di-ciembre de 1992, Kim Dae-jung, primer civil que asume la jefatura del Estado en mu-chos años. Pero aún queda el problema de las dos Coreas. Una zona “desmilitarizada” de 250 km. de larga y 4 km. de ancha las separa y un millón de soldados se vigilan. Esta división —que desde 1950 ha supuesto más de tres millones de muertos y heridos— fue impuesta desde el exterior y eliminó de un plumazo cuatro milenios de homoge-neidad étnica, lingüística y cultural. Como sintetiza el especialista en geopolítica Yves Lacoste, la guerra fría intercoreana ha estado salpicada de actos violentos pero también de tentativas de conciliación bajo dos vías diferentes: Corea del Norte propone un acer-camiento “político” de cara a formar una República Federal que se encargaría de la política exterior y la defensa, mientras los asuntos internos serían competencia de un gobierno socialista en el Norte y otro capitalista en el Sur. Corea del Sur, por su lado, es partidaria de un acercamiento “funcionalista” que promueva los cambios intercore-anos en los terrenos no políticos, para así alimentar una confianza mutua que, luego, permita abordar los problemas político-militares.

TAIWAN: la formosa isla de las cosas pequeñas

Todo es pequeño en Taiwan salvo su ejército y las montañas que acarician el cielo a casi 4.000 metros de altitud. Desde la superficie isleña, aproximadamente la misma que Cataluña, hasta el carácter liliputiense de sus empresas, pasando por el tamaño mi-núsculo de las explotaciones agrarias (el 85 por 100 tienen menos de 3 hectáreas), su especialización en los componentes microelectrónicos o la propiedad de la tecnología del ratón informático (la patente del mouse system les pertenece), todo apunta a que si no escribieran con caracteres chinos las mayúsculas habrían desaparecido de su alfabe-to. Es cierto que cerca de Taipei o Kaohsiung, las principales ciudades del país, encon-tramos grandes instalaciones siderúrgicas, astilleros, cadenas de montaje de automóvi-les o laboratorios químicos, pero la mayor empresa de la isla, la Taiwan Power, se de-dica a la producción y distribución de energía eléctrica y su volumen de negocios (unos 7.000 millones de dólares en 1992, cuando los de su equivalente española, Iberdrola, se situaban por encima de los 9.000) se halla muy lejos de los chaebol coreanos. Los artí-culos emblemáticos de la industria taiwanesa no son coches o barcos sino peluches, muñecas, juguetes electrónicos, ordenadores personales, la industria editorial o las za-patillas Nike. Pequeños en tamaño pero grandes en ventas: el 10 por 100 de los ordena-dores personales comercializados en el mundo son made in Taiwan y su participación en el mercado de monitores y ratones informáticos es aún mayor. Nos está demostran-

do que “lo grande es poderoso” es un concepto discutible, pues “lo pequeño” ha con-ducido paradójicamente a un desarrollo mayor, en términos per cápita, que el gigantis-mo coreano, si bien la vulnerabilidad frente a direcciones productivas adoptadas fuera de sus fronteras es también mayor.

Todo esto resulta sorprendente en una isla que hasta finales de 1683, cuando fue de-finitivamente sometida por China, no era más que una base de piratas portugueses, ho-landeses, filipinos, chinos o japoneses. Su territorio fue, sin embargo, una de las prime-ras zonas de China en la que lograron introducirse los occidentales tras las guerras del Opio a mediados del siglo XIX. Allí estuvieron hasta que en 1895 la isla pasó a ocupar un lugar central en la órbita del imperio japonés, permaneciendo en sus manos hasta 1945. Fueron los nipones quienes dieron importancia al apoyo social que se deriva de las cosas pequeñas y bien hechas iniciando el reparto de tierras entre los campesinos, mientras en Indonesia, Malasia, Indochina o Filipinas los terratenientes nativos y forá-neos se volcaban en las grandes plantaciones de caucho, tabaco o caña de azúcar. Fue-

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ron también los hijos del sol naciente quienes construyeron el embrión de las actuales infraestructuras de la isla (ferrocarriles, carreteras, tendido eléctrico, instalaciones por-tuarias, ...). Cuando Formosa fue incorporada a China en 1945 muchos taiwaneses echaron de menos la etapa colonial japonesa.

Tras el triunfo de la revolución comunista en la China continental en 1949, los “na-cionalistas” chinos encabezados por Chiang Kai-Chek (el Kuomintang) se refugiaron en Taiwan y constituyeron la Republica Nacionalista de China con el apoyo económico y militar de Estados Unidos. El Kuomintang se consideraba a sí mismo como el único gobierno chino legítimo y así se reconoció internacionalmente hasta que en 1971, tras la política de apertura hacia la República Popular China iniciada en esas fechas por Ri-chard Nixon, las Naciones Unidas reconocieron al gobierno de Pekín como el único re-presentante de los chinos ante su Asamblea General y la República Nacionalista fue

expulsada de la ONU. Incluso Estados Unidos rompió formalmente —no en la práctica— sus relaciones diplomáticas con Taiwan.

Cuando el gobierno nacionalista se instaló en Formosa trató de evitar la oposición entre los isleños. Una de las medidas adoptadas fue consolidar la reforma agraria ini-ciada por los japoneses, repartiendo entre los campesinos las tierras que aún quedaban en manos de grandes propietarios. El apoyo a los dirigentes del Kuomintang y su im-plantación social se vio fortalecido además por el desembarco continuo en la isla de los boat people que huían de la República Popular. En la actualidad el 20 por 100 de la po-blación taiwanesa tiene su origen en los chinos continentales (akkas) que llegaron tras el triunfo de la revolución. La militancia activa frente a la China Popular y el miedo a la invasión comunista llevó a la creación de un ejército sobredimensionado para el ta-maño, población y recursos del país (llegó a tener movilizados más de 500.000 hom-bres). Tras la distensión de las relaciones con China continental en los años 80, sus efectivos se han reducido a 360.000 hombres, al tiempo que su carga sobre el presupes-to estatal se ha rebajado.

Las relaciones económicas tienden a unir lo que las políticas han separado. En la ac-tualidad el 22 por 100 de las exportaciones de Formosa se dirigen hacia la China conti-nental (componentes) y Hong Kong (manufacturas para la reexportación) y muchos akkas insulares regresan temporalmente a la provincia china de Fujian, situada a unos 135 km. de la costa occidental de Taiwan, convertida en segunda residencia. Pese al afianzamiento de sus lazos con el continente, EE.UU. y Japón siguen siendo sus princi-pales clientes y proveedores, con el 48,1 y 11,3 por 100 de sus exportaciones y el 23,6 y 27,6 por 100 de las importaciones respectivamente.

Lo más significativo en el conjunto de la industria taiwanesa es la ausencia de gran-des empresas y marcas propias. La mayor parte de ellas no tienen más de 10 operarios y se hallan instaladas en áreas rurales donde se dedican al montaje de ordenadores, te-léfonos móviles, aparatos de aire acondicionado, calzado deportivo o libros, cuyas pa-tentes, tecnología, redes de distribución e incluso componentes principales pertenecen a otros países (sobre todo EE.UU. y Japón). Así, las zapatillas Nike son diseñadas por la casa matriz en Oregón; mediante cable telefónico se remiten las características técni-cas del producto a la factoría instalada en Taiwan desde donde, una vez embalado, se distribuye a los puntos señalados por los patronos norteamericanos. Cuando llegan a las tiendas e hipermercados del otro lado del Pacífico, el Golfo Pérsico o Europa Occi-dental se comercializan a precios made in U.S.A. aunque han sido producidas a un cos-te mucho menor que en la madre patria. Los beneficios, como es lógico, son mayores para quien tiene la propiedad de la marca y controla su distribución que para quien hace las zapatillas.

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Frente a esta situación los taiwaneses, avispados ellos, han reaccionado de dos ma-neras. En primer lugar haciéndose con marcas propias mediante la adquisición de pa-tentes: han comprado a diferentes países la propiedad de la tecnología relacionada con el Mouse System y se aprovechan del bajo coste de la mano de obra en China continen-tal para montar allí los ratones. En segundo lugar colocando en bazares ultramarinos artículos marca “El Pato” (por ejemplo, zapatillas Noke, cámaras Nokin, ordenadores Ibeme o televisores Sonya) de características similares a los de firmas prestigiosas con una buena cuota de mercado; en muchos casos son elaborados con los mismos compo-nentes originales o a partir de los mismos patrones pero con otras etiquetas y colores, que finalmente llegan a las manos del consumidor a un precio sensiblemente inferior,

más ajustado a los costes reales de producción. Esta estrategia roza abiertamente con los límites de la legalidad pero no es menor el atropello de las multinacionales cuando trasladan su producción a otros países con salarios aún más bajos. El problema de las grandes firmas es que le crecen sus enanos y, el de sus enanos, que son muchos y fácil-mente sustituibles si no espabilan.

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Como colofón habría que añadir que Taiwan se ha convertido en uno de los princi-pales detentadores de divisas del mundo con 84.000 millones de dólares en 1992. Es, por tanto, el terreno económico el que ha fortalecido su situación y del que ha extraído el argumento para robustecer su principio de que representan el poder legal en el con-junto de China y para adherirse a la política de los tres no a la República Popular: “no a los contactos, no a las negociaciones, no a los compromisos”.

La realidad, sin embargo, es que ni los propios taiwaneses creen ser el símbolo de la unidad nacional ni se niegan a hablar con China. Son cada vez más conscientes de su débil legitimidad y así viene avalado por su cronología política: en 1975 moría Chang Kai-Chek y le sucedía su hijo Chiang Chingguo quien, ante el aislamiento internacio-nal, se vio obligado a buscar apoyos en el interior y a emprender algunas reformas que se estrellaron ante la resistencia de la vieja guardia del Kuomintang en el poder. Pero en 1987 se abolía la ley marcial que, junto a la movilización armada de la isla, había creado un clima de ciudadela sitiada desde 1949. En los últimos tiempos han emergido algunas fuerzas políticas, la más importante el Partido Demócrata Progresista fundado en 1986 y que ha hecho del tema de un Taiwan independiente su eje electoral, rom-piendo un tabú cuya sola mención suponía ir a prisión; en 1992 obtuvo el 30 por 100 de los votos.

El nuevo presidente Lee Tenghui tiene el reto de solventar la asimetría entre taiwa-neses y continentales, el aislamiento internacional y el problema de la reunificación. Arduas cuestiones incluso para una isla cuyo producto interior bruto per cápita se alista entre los países desarrollados. Cabe añadir que los propios taiwaneses son sabedores de que toda esta realidad no es tan “formosa” como pensaron los portugueses al bautizar a la isla. Ellos conocen que su significado es algo más modesto: Taiwan quiere decir simplemente “bahía rodeada de un relieve en terrazas”.

HONG KONG: un viaje de ida y vuelta

La colonia británica de Hong Kong ha sido destinada por la historia a ser un territo-rio con fecha de caducidad: el 1 de julio de 1997 la soberanía retornará a China tras ha-berse agotado el plazo de 99 años estipulado en la Segunda Conferencia de Pekín en junio de 1898. Hong Kong es algo más que una ciudad y algo menos que un país. So-bre una extensión equivalente a la mitad de la provincia de Guipúzcoa vive una pobla-ción de 5,8 millones de habitantes y cuyo nivel de vida es uno de los más elevados de Asia oriental. En contra de la creencia muy extendida, la colonia no se reduce a una ciudad, como en el caso de Gibraltar, pues comprende un área metropolitana compleja formada por una serie de enclaves que los británicos arrancaron de la soberanía china a golpe de cañón durante la segunda mitad del siglo XIX: la isla de Hong Kong (1842),

la península de Kowloon (1860), los llamados Nuevos Territorios y un conjunto de 235 islas e islotes (1898). Incluso la colonia portuguesa de Macao, situada a menos de 40 km. al Oeste, también forma parte de este área metropolitana; y el dólar de Hong Kong (cuya cotización se ha situado invariablemente en 7,8 dólares de Hong Kong por cada dólar de EE.UU. en los últimos años) también tiene curso legal en Macao, aunque la colonia portuguesa tiene su propia moneda —la pataca— con una cotización más fluc-tuante pero con un valor parecido.

Por su ubicación estratégica en el centro geográfico de los mares de la China, Hong Kong constituye el punto nodal del sistema de transportes y comunicaciones entre los países del Norte (Corea, Japón y Taiwan) y los del Sur (Vietnam, Tailandia, Malasia, Singapur, Indonesia y Filipinas). Esto ha contribuido a que los servicios comerciales y financieros, montados sobre el eje Tokio - Hong Kong - Singapur y dominados por el yen (las operaciones, sin embargo, se evalúan en dólares de EE.UU), jueguen un papel cada vez más importante en la vida económica del territorio. El sector terciario desem-peña asimismo una función relevante en Macao, aunque el enclave portugués —más complementario que competitivo con la colonia británica—, no es un gran bazar o un impresionante centro de negocios sino un inmenso casino. Ocurre, así, que lo que se gana en un sitio puede perderse fácilmente en el otro. Si la mayor empresa que opera

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desde Hong Kong es la “Jardine Matheson”, dedicada a los servicios comerciales y fi-nancieros, con una facturación que rondaba los 8.500 millones de dólares en 1993, la más importante de la colonia portuguesa es la “Sociedade de Turismo e Deversoes de Macau” (cuyos ingresos en 1992 fueron de unos 1.800 millones de dólares), dirigida por el Go Lao (Gran Jefe) Stanley Ho, más conocido como “King” Ho.

Desde muy pronto (allá por 1842), la colonia británica se convirtió en el principal enclave comercial del Imperio de Su Graciosa Majestad en la China continental. Es más, ese era su principal cometido ya que si por una puerta entraba el opio de la India, los tejidos del Lancashire o las letras de cambio de la “city” londinense, por la otra sa-lía el té, las baratijas o los trabajadores chinos. La reexportación del té, bisutería y otras mercancías exóticas resultaba anecdótica al lado de lo que ha sido, hasta fechas muy recientes, el primer artículo exportable made in China: la mano de obra. A partir de la segunda mitad del siglo XIX los emigrantes de las provincias meridionales de Guangdong y Fujian eran contratados y embarcados en Hong Kong por las autoridades coloniales con destino a las plantaciones y mansiones del Sudeste asiático, donde hoy en día residen más del 85 por 100 de los Hua Qiao (la diáspora china). Así, en apenas 25 años, desde 1876 hasta 1901, unos 5 millones de chinos habían abandonado el país de los mandarines; hacia 1930 eran ya más de 8 millones los que se buscaban la vida lejos de los “señores de la guerra” y el “Orden Nuevo” de la República Nacionalista de Chang Kai-chek; medio siglo después, en 1979, cerca de 20 millones de chinos conocí-an la existencia de la “Revolución Cultural” por la prensa o el testimonio de los recién llegados.

A comienzos del siglo XX Hong Kong dejaría de ser un mero puerto de embarque para los Hua Qiao pues cada vez eran más los que optaban por echar el ancla en la co-lonia. Ya en los años 20 los edificios de hormigón comenzaron a sustituir a las casonas de madera en el centro urbano, mientras la periferia se plagaba de chabolas en tierra firme y juncos destartalados en el litoral. Finalizada la Segunda Guerra Mundial y la ocupación japonesa (1941-1945), la población de la colonia superaba los 400.000 habi-tantes. Seis años más tarde, al tiempo que la ciudad se convertía en el principal escapa-rate anticomunista de Asia Oriental, 2,5 millones de personas se habían establecido allí. Se estima que entre 1952 y 1984 se han instalado anualmente en Hong Kong un promedio de 20.000 chinos, destacando la cifra récord de 1979, con más de 170.000 emigrantes, tras la muerte del “Gran Timonel” del inmenso junco comunista (Mao Tse-tung) y la política de puertas abiertas inaugurada por sus sucesores.

No era difícil encontrar trabajo en la colonia. El ritmo frenético de la construcción inmobiliaria y los pequeños negocios (el 67 por 100 de las empresas tienen menos de 10 empleados) volcados en la manufactura y exportación de textiles, juguetes, relojes, pequeños electrodomésticos y artilugios electrónicos demandaban mano de obra barata y bien disciplinada. Como buenos chinos y siguiendo los principios budistas, de la mis-

ma forma que en Taiwan también en Hong Kong parecen amar las cosas pequeñas, lo cual comienza como es de rigor por los salarios.

Buena parte del mercado de trabajo en la colonia está monopolizado por un sindica-to peculiar: las tríadas de la mafia china. Apenas una docena de ellas, con nombres tan inocentes como “Las Águilas Volantes” o la “14 K”, movilizan directamente unas 100.000 personas en Hong Kong, desde donde controlan la extorsión, las drogas, el juego, la prostitución, la falsificación de pasaportes o el tráfico clandestino de mano de obra del Sudeste asiático. En Estados Unidos o en Amsterdam otras tríadas gemelas, con nombres no menos pintorescos —los “Dragones Voladores” o los “Fantasmas de la Sombra”— hacen lo propio en estrecha conexión con sus hermanas. La Asian Co-nection moviliza en todo el mundo unas 300.000 personas distribuidas en unas 60 or-ganizaciones. Como puede adivinarse, no siempre lo “pequeño” es característico de lo chino, sobre todo cuando se trata de efectivos humanos.

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En los últimos años, tras la apertura de China a la economía de mercado, con el acuerdo de 1984 entre la República Popular y Gran Bretaña para la devolución del te-rritorio de Hong Kong y después de los trágicos acontecimientos de la plaza de Tianan-men en junio de 1989, la colonia ha pasado de receptora neta de emigrantes a emisora de los mismos. Lo cual tiene un comentario doble.

Por una parte son cada vez menos los chinos que abandonan el país ante las oportu-nidades ofrecidas en las llamadas “zonas especiales” de desarrollo; en la provincia de Guangdong, por ejemplo, se han instalado muchas actividades productivas localizadas en Hong Kong atraídas por los bajos salarios: 75 dolares mensuales frente a los 400 de la colonia. Esta deslocalización ha tenido como resultado que la población activa in-dustrial en Hong Kong haya caído del 29 al 23 por 100 entre 1990 y 1993. Simultánea-mente, la colonia se ha convertido en el principal acreedor de la República Popular (el

60 por 100 de las inversiones extranjeras en China tienen su origen en Hong Kong). El viaje sin embargo no deja de ser de ida y vuelta, pues la “bisutería” producida en Can-tón por unos 3 millones de trabajadores es reexportada desde Hong Kong (renglón que equivale al 25 por 100 de su PNB), mientras el Banco de China, con sede en el rasca-cielos más alto de la colonia, había invertido en ella unos 12.000 millones de dólares en 1992.

De otro lado, la incertidumbre ante el futuro de Hong Kong tras su devolución a China en 1997 ha empujado a 152.000 personas a abandonar el territorio desde 1989 hasta 1991 y se calcula que entre 1992 y 1996 otras 275.000 seguirán sus pasos. Su destino ya no es el Sudeste asiático, como antaño, pues aunque Singapur les sigue atra-yendo, prefieren convertirse en ciudadanos de Australia, Estados Unidos o Canadá. Otro rasgo inédito de los nuevos Hua Qiao es su elevada cualificación: el 25 por 100 son profesionales liberales, ejecutivos, técnicos o personal administrativo cualificado y el 15 por 100 posee un título universitario (frente al 3,6 por 100 con tales credenciales en el conjunto de la población de la colonia). En muchos casos su nivel de vida ha caí-do de forma notable tras el traslado, pues el personal cualificado está bien pagado en Hong Kong: un ejecutivo medio viene a ganar unos 50.000 dólares netos al año. El go-bierno colonial intenta evitar la fuga de cerebros, cuadros y técnicos prooccidentales concediéndoles ventajas fiscales (el tipo impositivo máximo sobre la renta es del 17 por 100), estimulando el acceso a la propiedad de la vivienda y facilitando la vuelta de aquellos que ya han conseguido su peculiar póliza de seguros —la ciudadanía de otro país— antes de que la colonia retorne a la soberanía china.

No hay duda de que Hong Kong ha jugado un papel intermediario esencial de China con el resto del mundo, y que, durante muchos años, hasta el 40 por 100 de las divisas chinas ha provenido de los cambios con Hong Kong. Este papel de pulmón es lo que ha hecho que incluso la China maoísta de la Revolución Cultural tolerara una colonia y un estatuto colonial tan anacrónico. Una situación que nunca se tradujo para los hong-koneses en un sistema político representativo, ya que si a Inglaterra no le convenía (hu-biera dado el poder a los chinos que son el 98 por 100) a China tampoco pues temía la contaminación de las ideas democráticas capitalistas.

Queda la pregunta clave ¿Respetará Pekín las peculiaridades económicas, sociales y políticas de Hong Kong, es decir, el principio, firmado, de “un Estado, dos sistemas”? Al decir de los sinólogos, el modelo de retorno a la “madre patria” no sólo será trans-cendental para el futuro de Hong Kong sino que servirá de ejemplo para Taiwan, pues el respeto a dicho principio condicionará la integración de la isla al continente.

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SINGAPUR: la ciudad aséptica

Los amantes de las diapositivas deberían abstenerse de visitar Singapur, sobre todo aquéllos que gusten de los paisajes exóticos, el bucolismo rural o los contrastes que se esconden en el llamado Tercer Mundo. Y es que frente a la “alegría” de ciudades como Bombay, Singapur rezuma opulencia pero también tristeza y asepsia urbana. Cierta-mente, en los alrededores de la refinería de Bakum se pueden obtener imágenes de un paisaje impregnado de las manchas de petróleo o el humo de las chimeneas. Puede que con suerte veamos algo parecido al campo si nuestro olfato se deja llevar por el olor a ajo (el 10 por 100 de la escasa superficie cultivada) y es capaz de seguirle el rastro sin que nuestros ojos se detengan a cada paso asombrados por el frenesí laboral, una cierta pluralidad étnica, la uniformidad de los cortes de pelo o la estética de la arquitectura minimalista o postmoderna.

Sobre una superficie similar a la del municipio madrileño, la isla de Singapur se configuró desde la tercera década del siglo XIX como un microcosmos del imperio bri-tánico en Asia oriental, aunque el tono amarillo de los Hua Qiao siempre dominaría la paleta de colores. En la actualidad el 76 por 100 de los habitantes son de origen chino frente a un 15 por 100 malayo, el 7 por 100 son pakistaníes, indios y filipinos y un 2 por 100 europeos, sobre todo ingleses. Cuando en 1819 sir Thomas Stamford Raffles adquirió al sultán de Johore la isla situada en el extremo meridional de la península de Malaca debió pensar que se hallaba ante uno de los “solares” mejor situados del plane-ta, sobre todo si consideraba que cuando los británicos completaran el control de los enclaves de Penang (1786), Singapur (1819) y Malaca (1824), tendrían en sus manos las llaves de Asia oriental. El hecho de que la mayor parte de los habitantes de la isla no sean malayos, como hubiera sido lógico, fue algo buscado por los ingleses, tanto por su necesidad de mano de obra barata y sin raíces en el territorio, como por su deseo de aislar —con algo más que un canal natural, el Selat Johore— a Singapur de la pe-

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nínsula de Malaca. Ya en 1824, los 150 pescadores malayos que encontró sir Thomas en la isla se habían convertido en 10.000 habitantes de origen variopinto.

En la segunda mitad del siglo XIX los llamados Establecimientos de los Estrechos y sobre todo Singapur, que contaba con más de 50.000 habitantes en 1850, fueron la base desde la que los hijos de la Gran Bretaña levantaron sus “protectorados” en Malasia y ahumaron la costa china con andanadas de artillería naval, con las caladas de los fuma-dores de opio y el vapor de la marina mercante. La situación estratégica de la colonia se acentuó tras la apertura del canal de Suez en 1867 lo que, junto al arranque de las exportaciones de estaño y caucho malayo y la llegada masiva de inmigrantes chinos, elevó la población isleña a 200.000 habitantes en 1890 y 400.000 en 1920; desde en-tonces se ha duplicado cada 20 años.

Después de la ocupación japonesa (1942-1945), la importancia estratégica de la co-lonia quedaría refrendada por el nuevo orden internacional salido de la guerra fría. El

predominio del componente chino entre la población singapureña, además de alentar algunas revueltas duramente reprimidas, sirvió para justificar la ambigua política britá-nica en el territorio insular durante el proceso descolonizador de los años 50, descolo-nización animada en todo el mundo colonial por el nacionalismo y auspiciada desde las Naciones Unidas. Atendiendo al descontento creciente de los isleños, la metrópoli ini-ció en 1955 una tímida reforma de la administración colonial mediante la creación de una Asamblea Legislativa compuesta por 32 diputados (25 de ellos elegidos por sufra-gio universal), aunque el gobernador tenía derecho de veto sobre sus decisiones y con-tinuaba a la cabeza del poder ejecutivo. Cuando la Federación de la “Pequeña Malasia” (sultanatos y gobernaciones malayos situados en la península de Malaca) accedió a la independencia en 1957, Gran Bretaña intentó mantener a toda costa el control sobre la penúltima perla del Imperio, Singapur, aludiendo a su singularidad como ciudad “chi-na” frente al carácter islámico y malayo dominante en el resto de la Federación.

En 1959 tras la victoria electoral del Partido de la Acción del Pueblo (PAP), dirigido por el abogado singapureño de origen chino Lee Kuan Yew y con una orientación so-cialista, la colonia obtuvo la independencia. La diplomacia británica se orientó enton-ces hacia la integración de Singapur en la Federación de la “Gran Malasia”, que estaría compuesta por la isla, los territorios de la “Pequeña Malasia”, el sultanato de Brunei y las gobernaciones británicas de Sarawak y Sabah en la isla de Borneo. El objetivo era evitar que Singapur se transformara en “una colonia de Pekín”. En 1963 nacía la nueva Federación de Malasia, en la que se integra Singapur pero de la que se desmarca el sul-tanato de Brunei para conservar el control de sus recursos petrolíferos. Singapur per-maneció en la Federación hasta 1965 cuando, tras la aprobación de una nueva Consti-tución el territorio insular proclamó su independencia. Los británicos no pusieron repa-ros en este momento a la secesión, pues si por un lado veían alejarse el hipotético “her-manamiento” de la isla con la República Popular China tras la derechización del PAP y la perpetuación en el poder de Lee Kuan Yew (el Primer Ministro eterno hasta su jubi-lación en 1990), por el otro conservaban en sus manos la base aeronaval que tenían en la isla.

A comienzos de los 70 los ingleses abandonaron la base debido a la distensión de las relaciones occidentales con la China de Mao y a la crisis energética que obligó a redu-cir gastos. La marcha de la Royal Navy supuso la pérdida de cerca de 50.000 puestos de trabajo directos, pero tales efectos fueron rápidamente compensados por la pujanza industrial, comercial y financiera de la isla en el mundo asiático. Al margen de su pa-pel fundamental en la organización del sistema de transportes y comunicaciones, la economía de Singapur había estado desde siempre relacionada con la de sus vecinos (malayos, pero también indonesios, tailandeses e incluso indochinos) mediante la ex-portación y transformación del estaño, el caucho y el petróleo, materias primas impres-cindibles para la “nueva ola” industrial iniciada a comienzos del siglo XX y vinculada al desarrollo de la electrificación y los motores de combustión.

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Las reexportaciones siempre han jugado un papel muy importante en la economía de un territorio insular cuyo único recurso relevante, aunque eso sí a gran escala, es su si-tuación geográfica. Incluso hoy en día, cuando Singapur constituye el mayor enclave financiero del Sudeste asiático y su bolsa es la más importante del continente después de la de Tokio, sólo la actividad reexportadora permite explicar por qué tanto las ex-portaciones como las importaciones rebasan ampliamente el total de su PNB ( el 28 por 100 en las primeras y cerca del 59 por 100 las importaciones segundas). En general se estima que el 55 por 100 de su comercio exterior corresponde a reexportaciones. En unos casos se trata de telas, neumáticos, automóviles u ordenadores elaborados en los países vecinos y reexportados hacia el Japón, los Estados Unidos o la Unión Europea; en otros se importan piezas, componentes y maquinaria japonesa, coreana, norteameri-cana o alemana, y petróleo saudí o indonesio que luego se reexportan hacia otros paí-ses del área. Su posición de lugar de tránsito hace que, además de disponer del cuarto puerto del mundo, se incorpore valor añadido a muchas de estas mercancías antes de su reexportación. Así, productos no acreditados en origen son etiquetados y embalados en Singapur tras comprobar que su calidad se ajusta al patrón de la isla (países como Ale-

mania, Francia o Italia hacen lo propio con artículos españoles), mientras el petróleo importado es tratado en la gigantesca refinería estatal de la isla de Bakum, una de las más importantes del mundo, antes de ser consumido por los automóviles tailandeses o las fábricas de plástico filipinas.

En los últimos años la industria está perdiendo importancia comparativa con la acti-vidad financiera. Y es que si los singapureños tienen el record mundial en capacidad de ahorro interior (47 por 100 del PNB), los norteamericanos han apostado fuerte por el territorio con el 40 por 100 de las inversiones extranjeras que allí se realizan. Las principales entidades bancarias europeas y norteamericanas han desembarcado a sus brokers en la bolsa de Singapur y la han convertido en la cabeza de puente occidental para los mercados financieros asiáticos. Algunas entidades han llegado incluso a aho-garse con los números en el transcurso del desembarco; baste recordar la quiebra de la banca británica Barings en los meses de enero y febrero de 1995, tras el fracaso de las operaciones realizadas por la sucursal de Singapur en el mercado financiero japonés, con unas pérdidas superiores a los 275.000 millones de pesetas. Todo parecía ir bien mientras se cumplió la primera máxima capitalista —maximizar beneficios—, pero las

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cosas comenzaron a empeorar para los inversores cuando se puso de manifiesto el ca-rácter puramente especulativo de las operaciones realizadas y se le perdió el respeto al segundo principio: minimizar riesgos. Nick Lesson, joven y agresivo operador de la oficina de Singapur, fue considerado el único responsable de la quiebra y consecuente-mente anatematizado por sus antiguos compañeros de risas y fe en el libre mercado.

Junto a las finanzas, el turismo ha sido la actividad que más se ha desarrollado en los años 80 (cerca de 3 millones de visitantes en 1983), y aunque los amantes de las diapo-sitivas pintorescas tienden a decaer ante la desaparición progresiva del exotismo, es posible que suba la lista con los coleccionistas de las emociones fuertes que, a falta de juegos de guerra (el mejor sitio Camboya) o rápidos para la práctica del raffting (se re-comienda Nueva Zelanda), pueden encontrar un terreno abonado para la especulación bursátil, la transgresión suave de la ley (mascar chicle, arrojar colillas al suelo o llevar el pelo largo se castiga con unas 80.000 pts. de multa, el salario medio de un isleño), el gamberrismo masoquista (arañar la carrocería de un coche y otras gracias por el estilo se castigan con azotes) o jugarse la vida actuando de correos del narcotráfico. La pena de muerte está garantizada para toda persona mayor de 18 años hallada en posesión de más de 15 gramos de heroína, 30 de morfina ó 500 de cannabis. La ejecución de narco-traficantes es moneda corriente en el territorio y según Amnistía Internacional, en 1994 fueron ahorcadas 32 personas acusadas por tal delito y no siempre con las debidas ga-rantías procesales. Claro que el hecho de que la pena capital no se aplique a los meno-res de 18 años hace que en muchos casos sean niños los que actúen como correos para los narcotraficantes.

No es extraño que una de las singularidades de Singapur —bastión anticomunista en el Sudesde de Asia y con gran influencia política en la ASEAN— sea presumir de un aparato del estado omnipresente y omnisciente, que si por un lado condiciona la docili-dad a niveles fuera de lo corriente, por otro ejerce un control draconiano sobre la inmi-gración.

Muchos arquitectos y urbanistas han propuesto a Singapur como el modelo urbano del siglo XXI. Un modelo en el que las continuas remodelaciones del espacio urbano configuran un entorno amable pero cambiante y efímero; en el que se hace tabla rasa sin complejos “arqueologizantes” de la historia de la ciudad, una historia a la que ya no se accede caminando por calles y plazas sino a través de librerías y videotiendas. El frenesí de la piqueta, las perforadoras, las hormigoneras, las grúas y los equipos de sol-dadura hace que los especialistas en demoliciones y los creadores de estructuras tengan trabajo garantizado en la isla; que el parque inmobiliario y el viario público se renue-ven continuamente; que la ciudad se convierta en un catálogo actualizado de la nueva arquitectura aséptica y que algunos coleccionistas de diapositivas puedan seguir encon-trando razones para un viaje. Sin embargo han desaparecido del entorno urbano la es-pontaneidad, la frescura de la improvisación o la tolerancia de las ciudades cosmopoli-

tas. De seguir el modelo de Singapur, la teórica ciudad del futuro puede que llegue a ser algo parecido a un gigantesco parque de atracciones edificado en un campo de con-centración o, en palabras del arquitecto holandés Rem Koolhaas aplicadas a Singapur, una “Disneylandia con pena de muerte”.

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LOS TIGRES

MALASIA: la tierra de los sultanes

Con Malasia abandonamos el territorio de los dragones industriales y entramos en el de los tigres. También en este país la industria electrónica, alimentaria, petroquímica y de automoción ha crecido de manera espectacular en los últimos años. En 1992, sin embargo, su incidencia en el PNB continuaba por debajo de la aportación conjunta de la agricultura (caucho, aceite de palma) y las actividades extractivas (estaño, petróleo), mientras el 48 por 100 de la población activa seguía ocupada en el sector agrario. Tam-bién es cierto que cada vez es menos indigente —en 1973 lo era el 50 por 100 de los malayos por sólo el 17 por 100 en 1993— y dispone de una reserva de mano de obra para aguantar la competencia salarial de Tailandia, Indonesia, Filipinas o China. Pero su desarrollo está muy por debajo de los dragones (3.000 dólares de PNB frente a los 7.500 de Corea del Sur o los de Singapur) aunque supera con holgura a los demás ti-gres.

Políticamente Malasia es un caso único en el mundo. La Federación, con una exten-sión equivalente a las dos terceras partes de la española, está integrada por nueve sulta-natos enclavados en la península de Malaca (Johore, Kedah, Kelantan, Negeri, Sembi-lan, Pahang, Perak, Perlis, Selangor y Terengannu) y cuatro gobernaciones: las anti-guas posesiones británicas de Malaca, la isla de Penang y los territorios de Sabah y Sa-rawak, éstos últimos en el Norte de Borneo. Cada cinco años los nueve sultanes se reú-nen en el “Consejo de Gobernantes” para elegir a uno de ellos como Yang di Pertuang Agong, es decir “el más prominente”. Este monarca designa a los miembros de los tri-bunales superiores de justicia, es el jefe de las fuerzas armadas, nombra a los goberna-dores de las cuatro gobernaciones y es el “guardián del Islam”, religión oficial de la Federación. Sin embargo, el primer ministro es designado por el Parlamento (180 dipu-tados elegidos cada cinco años por sufragio universal) y en los últimos años se ha eli-minado la prerrogativa del Yang di Pertuang de vetar las leyes parlamentarias (1983) y restringido su capacidad de nombrar las autoridades locales (1993). Claro que este sis-tema de rey y sultanes, mantenido para conservar los privilegios de la élite tradicional malaya y cargado de connotaciones honoríficas, sigue saliendo por un ojo de la cara al Tesoro público.

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La explicación de esta peculiar monarquía parlamentaria y electiva se encuentra en la colonización británica. Si hasta el siglo XVIII la región peninsular de Malasia estu-vo poblada por aborígenes islamizados y agrupados en sultanatos, la llegada de los in-gleses cambió las cosas. Su ocupación de Penang en 1786, Singapur en 1819 y Malaca en 1824 (a la que seguirían Sarawak y Sabah) constituyó la base para intervenir en los sultanatos e imponer sus intereses económicos y estratégicos, lo que en Inglaterra dio en llamarse pax britannica. Antes de 1914, la metrópoli sellaría múltiples tratados con los sultanes para “proteger” Malasia y las rutas comerciales: los soberanos locales se comprometían a aceptar al “Residente” británico, cuyas indicaciones seguirían al pie de la letra excepto en materia de religión y costumbres. A cambio recibirían protección frente a otras potencias europeas, los piratas de Borneo o los disturbios del interior. De esta manera, la soberanía aparente continuaba en manos de los sultanes pero el poder político y la administración eran controlados por el “Residente” y la burocracia británi-ca.

A medida que avanza el siglo XIX, los intereses ingleses en Malasia ya no se cifra-ban en asegurar la ruta hacia China sino en la explotación del caucho, el estaño y el aceite de palma, convertidos en mercancías más preciosas que el opio o el té. Para tra-

bajar en las plantaciones, las fábricas de caucho, la minería y el servicio doméstico, los ingleses trajeron mano de obra china y en menor medida hindú, mientras los mala-yos continuaban aferrados a una agricultura de subsistencia. Este reparto étnico del tra-bajo se vio acompañado de otro: las actividades urbanas y comerciales quedaban para los chinos, los puestos en la función pública y la fuerza policial y militar se fueron de-cantando hacia los malayos. Este contraste entre chinos (ciudad, sector privado) y ma-layos (campo, sector público) tendría violentas repercusiones. Por el momento, si las exportaciones malayas eran fundamentales para Gran Bretaña —un informe del British Survey reconoció en 1952 que proporcionaban a la metrópoli más divisas que las de su propia industria— no lo eran menos para los sultanes las cargas con que gravaba al campesinado. De esta guisa, se ha llegado a la actualidad en que más de la mitad de la población es de origen foráneo (48 por 100 de malayos, 34 por 100 de chinos, 9 por 100 de indo-paquistaníes y el resto de otras nacionalidades) proporción que aún es ma-yor entre la burguesía y la clase obrera.

Paradójicamente el nacionalismo malayo no nacería hasta después de la independen-cia del territorio; y lo hizo más como una reacción frente a los Hua Qiao chinos que como una respuesta antibritánica. No existía una burguesía ni una “intelligentsia” ca-paces de cimentar una identidad nacional. Es más, los malayos de pura cepa o bumipu-tra (hijos del suelo) no se consideraban explotados por los sultanes, sus amos naturales y guardianes de la fe en el Islam, ni por unos británicos que no hacían demasiados alar-des fuera de sus ciudades y plantaciones. Sentían fobia por los chinos a los que solici-taban préstamos para pagar tributos a los caciques locales; un sentimiento parecido inspiraban los hindúes o los grandes propietarios malayos. Unos y otros les expropia-ban sus tierras y cerraban el acceso al mercado de trabajo.

No fueron los bumiputra sino los Hua Qiao quienes crearon el Partido Comunista Malayo en 1930, protagonizaron las huelgas salvajes en las plantaciones y fábricas de caucho en 1936-37, organizaron la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial con el Malayan Peopl's Anti-Japanese Army (MPAJA) y obligaron a Gran Bretaña a movi-lizar más de 400.000 hombres para sofocar la rebelión que sacudió el territorio desde 1948 hasta 1954. En estos sucesos los ingleses adoptaron una medida de gran transcen-dencia (“plan Briggs”), consistente en cortar los contactos entre los insurgentes de los bosques del interior y los trabajadores de las plantaciones y zonas agrícolas que opera-ban en la periferia. Este cordón, auténtica frontera interior, dio sus frutos ya que los co-munistas dejaron de amenazar seriamente al poder central; es más, el viejo jefe Chin Peng, acosado también desde Tailandia, terminaría rindiéndose en 1989. El plan Briggs, sin embargo, contribuyó a un reparto espacial de la población y —no menos importante— a reforzar los contrastes étnicos. Esta estrategia abrió una brecha que se-ría agrandada por las políticas de desarrollo agrario e industrial de los años 60 y conso-lidaría otro contraste: una costa Este más malaya, más rural y menos desarrollada, y una costa Oeste más china, más urbanizada y con mejores infraestructuras. En los últi-

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mos años esta polarización tiende a reducirse, merced a la explotación de los yacimien-tos de petróleo y gas situados al Este y al crecimiento de la población y los poderes en la capital federal (Kuala-Lumpur), nutrido sobre todo con efectivos malayos.

El presente de Malasia viene, en fin, marcado por los hitos de la Independencia y la creación de la Federación. A partir de ambos acontecimientos, el país ha tenido que en-frentarse a amenazas externas (Indonesia y Filipinas) y a divisiones internas (territorial y étnica). Ambas cuestiones tienen demasiado que ver con la nueva política económica y la conversión exitosa de Malaya en un tigre capaz de aprovechar sus importantes re-cursos.

La independencia fue más una concesión británica que una demanda de los malayos. Entre 1946 y 1948 se creó la Unión Malaya —los nueve sultanatos y las dos goberna-ciones— accedió a la independencia en 1957 dentro de la Commonwealth. Los ingleses mantuvieron intactas la posición económica, las bases militares y la defensa exterior de

la nueva Federación. Por el momento, Singapur fue deliberadamente excluida ya que los británicos no querían que la ciudad mejor comunicada del Sudeste asiático —pero también la más china e izquierdista por aquel entonces— se convirtiera en la capital de la Federación. En 1958, otra vez por iniciativa de Gran Bretaña, nacía la idea de la Gran Malasia que englobaría la región peninsular e islas adyacentes, los territorios in-gleses de Borneo y Singapur. Por un lado se quería hacer frente a las pretensiones de la Indonesia de Sukarno sobre toda la isla Borneo (Kalimantan para los indonesios) y por otro se creía posible neutralizar el peso chino de Singapur con nuevos aportes mala-yos. En 1963 se recreaba la definitiva Federación de Malasia con la incorporación de Sabah y Sarawak y del Singapur ya derechizado de Lee Kuan Yew. Sukarno definió el nuevo estado como una “creación neocolonialista” e inició una serie de enfrentamien-tos armados que no finalizaron hasta 1966, tras el golpe de estado de Suharto en Indo-nesia. También la Filipinas de Marcos puso obstáculos a la nueva Federación, invocan-do la antigua soberanía de un sultán filipino sobre Sabah. Singapur, por donde pasaba el 40 por 100 del comercio exterior malayo, abandonó la Federación en 1965. Brunei, cuyo sultán era y es uno de los hombres más ricos del planeta, no llegó a integrarse en la Federación (deseaba controlar los recursos petrolíferos) y el territorio continuó vin-culado a Gran Bretaña hasta 1984 en que alcanzó la independencia.

Los peligros internos se cifraban en el reparto de poderes entre las etnias cuyos cho-ques raciales culminaron en mayo de 1969. No es extraño que los objetivos primordia-les de la NPE (Nueva Política Económica) se volcaran en eliminar la pobreza y reducir la especialización de las etnias. Se trataba, por tanto, de cuestionar la herencia colonial según la cual las palancas económicas estaban en manos chinas y el poder político en los malayos. La reestructuración consistía en favorecer por todos los medios a éstos, lo que ha llevado a un nuevo reparto económico. Por ejemplo, las minorías no malayas fueron discriminadas en temas como la posesión de acciones, titularidad de empresas, concesión de contratos oficiales, promoción de cuadros y mandos militares, etc. Por el contrario, los bumiputra que en 1970 sólo controlaban el 2 por 100 de la riqueza nacio-nal, en la actualidad alcanzan el 25 por 100.

A pesar de los ambiciosos planes gubernamentales de los años 70 vinculados a la NPE, el crecimiento económico de la Federación es muy reciente. Si entre 1990-93 el PNB ha crecido cada año por encima del 8 por 100, a mediados de los 80 no llegaba a la cuarta parte. Como en los dragones, el éxito del tigre malayo se puede atribuir a los bajos salarios y a la orientación exportadora de su industria. Claro que, a diferencia de los dragones, Malasia es un país rico en recursos ya que al aceite de palma y el caucho (50 y 30 por 100 de la producción mundial, respectivamente) se suma la riqueza de sus bosques y los yacimientos de petróleo y gas natural. La producción de hidrocarburos, intensificada en los años 80, ha venido acompañada de facilidades para instalar indus-trias muy contaminantes y de la implantación de un sistema ultraliberal, caracterizado por la participación extranjera en las empresas malayas y la repatriación de sus benefi-

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cios. Aunque no nos encontramos ante el proteccionismo de Corea del Sur o Taiwan —estamos ante un mercado de baja capacidad adquisitiva pero superior al resto de los tigres— el gobierno ha recurrido con alguna frecuencia a la manipulación de los tipos de cambio: dumping monetario para hacer más competitivas sus exportaciones que las de otros países del área con una mano de obra todavía más barata. Aunque indirecta-mente esta política monetaria también ha servido para proteger el mercado interno, sin tener que recurrir a los denostados aranceles, lo más importante es que apunta hacia una guerra comercial entre los países del Sureste asiático. Pero su frente no se sitúa en los mercados interiores, como en los países desarrollados, sino en las cuotas de las ex-portaciones en los mercados internacionales.

La gestión de todos estos recursos económicos, en suma, descansa en un juego de compromisos políticos, cuya manifestación más palpable se encuentra en la UMNO (United Malays' National Organisation u Organización Nacional de los Malayos Uni-

dos). Esta alianza de partidos viene ejerciendo el poder desde 1957, y si en su “debe” ha dado lugar a un extenso tráfico de influencias, en su “haber” figura el alivio de las tensiones internas y el diálogo con los integristas musulmanes. Y es que si Malasia es la tierra de los sultanes, también es el país de los compromisos, un arte que comienza en la propia Constitución malaya que permite la cohabitación de un rey y nueve sulta-nes.

TAILANDIA: el tigre en una jaula dorada al borde del mar

El coleccionista de diapositivas puede tener buenas razones para visitar el antiguo reino de Siam —comenzó a llamarse Tailandia en 1938— único país del Sudeste asiá-tico que nunca estuvo bajo la soberanía de una potencia colonial. Le darán la bienveni-da en el aeropuerto internacional de Bangkok, el más importante de Asia sudoriental tras la adaptación de unas pistas de las que, a finales de los 60 y comienzos de los 70, despegaban los B-52 cargados con fuegos artificiales que alumbraban la noche laosia-na o norvietnamita y ensordecieron para siempre a sus gentes. Cuando tras el usual atasco de tráfico consiga llegar a la ciudad, dejar las maletas en el hotel y echarse una siestecilla, podrá conocer in situ lo que significa un tailandés o lo que esconden los nu-merosos eunucos del barrio chino —la zona comercial más importante de la ciudad—. Luego, si se da el caso, puede arrepentirse de haber accedido a tal sabiduría en los mo-nasterios budistas de Jetavanarama —el más grande de Tailandia—, la Excelente Mo-rada o el Quinto Rey, con una impresionante colección de Budas meditabundos. Una visita al Gran Palacio de Bangkok permitirá comprender por qué el actual rey, Bumibol Adulyadej ó Rama IX, es el hombre más rico de Tailandia, aunque allí no se vean algu-nas fuentes de su riqueza, como la propiedad del 40 por 100 de la industria cementera o una docena de empresas de construcción y obras públicas.

Otra ojeada a la sede del Banco de Bangkok, el más importante del Sudeste asiático, aclara al visitante por qué el área metropolitana de la capital es considerada el centro económico de la “península dorada”, entre la costa vietnamita y el litoral birmano. Sin embargo, tras haber examinado algunas cifras, el viajero avispado se dará cuenta de que no es oro todo lo que reluce. Al banco más grande le toca bailar con la capacidad de ahorro más pequeña (el 13 por 100 del PNB frente al 47 de Singapur) y pencar con una balanza comercial y de pagos crónicamente deficitaria. Probablemente el turista no lo sabe, pero los dólares que se deja en el país proporcionan el 60 por 100 de los ingre-sos del sector servicios y constituyen, junto con la venta de arroz y mandioca —primer exportador mundial en ambos casos—, la principal fuente de divisas del país. En los últimos años la manufactura de tejidos, calzado, juguetes, informática ... ha elevado su cuota en las exportaciones tailandesas —76 por 100 en 1991 frente al 55 por 100 en

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1986—, aunque dicha actividad ha sido también la responsable de buena parte de las importaciones (componentes, petróleo) y de un déficit de la balanza de pagos (repatria-ción de beneficios, servicio de la deuda) que las inversiones exteriores no consiguen compensar.

Antes de acostarse, si quedan ganas, el coleccionista de paisajes puede presenciar en el mismo hotel un espectáculo de danza tailandesa y, tal vez, comprender por qué la holandesa Mata Hari volvía locos a los generales franceses en la Guerra del 14. Aun-que si ha conseguido enterarse bien de los principios budistas en Jetavanarama deberá olvidarse de los placeres de la Rueda de la Vida y seguir el mandato de la Rueda de la Ley. Al menos podrá optar, algo que no han podido hacer los habitantes de un país cuyo consenso sobre lo “políticamente correcto” se ha basado hasta anteayer en la mo-narquía, el budismo, el liberalismo económico, el proamericanismo y el anticomunis-

mo. Si en 1932 un golpe de estado militar derrocó a la monarquía absoluta, seis años más tarde el general Pibun Songgram anunciaba la creación de un “Orden Nuevo”, mientras bautizaba el país con otro nombre, se asociaba a los japoneses y declaraba la guerra a los aliados. Desde entonces los militares se han mantenido invariablemente en el poder, con la excepción de breves paréntesis “democráticos” en 1945-1947, 1955-1958 y 1973-1976; y aunque lo abandonaron formalmente tras las elecciones de 1992 no han dejado de vigilarlo.

Cuando el visitante deja la capital y se dirige hacia el interior descubre que Tailan-dia, con una extensión que es prácticamente la misma que España, sigue siendo un país agrario con un tigre industrial encerrado en Bangkok y su Seabord (área costera). Mientras el 80 por 100 de los siameses continúan residiendo en el campo y la mayoría de ellos —el 59 por 100 de la población activa— vive aún del trabajo agrario, en la ca-pital se hacinan 8,6 millones de personas atraídas por el reclamo desarrollista que ha

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instalado allí al 80 por 100 de la industria nacional. El contraste entre Bangkok y su área metropolitana con el resto del país se pone asimismo de manifiesto en que los ca-pitalinos tienen que compartir la superficie y la atmósfera de la ciudad con más de 7 millones de vehículos allí matriculados, mientras que los campesinos sólo disponen de sus manos y la capacidad de tiro de los búfalos para cosechar los arrozales que cubren el 41 por 100 de la superficie cultivada del país.

Los moradores de chabolas y saipanes destartalados de la capital consideran que allí se vive mejor que en las chozas de sus compatriotas agrarios del Nordeste —unos 20 millones de habitantes—, cuyo nivel de vida experimenta regularmente una caída anual del 3 por 100. Sin duda los campesinos tienen más de una razón para emigrar a la ciudad cuando pueden hacerlo, aunque su falta de preparación —sólo el 19 por 100 de los niños acceden a la enseñanza secundaria frente al 59 por 100 en Malasia— no faci-lita la obtención de trabajo y los chamizos de la capital se pagan a precio de oro. Tam-poco hay que pensar que todos viven mal en el campo, pues los capos del narcotráfico del “triángulo dorado” (Laos-Norte de Tailandia-Birmania), los funcionarios y policías

sobornables, los terratenientes nativos o los usureros de origen chino —que controlan más del 80 por 100 de crédito agrario—, no tienen nada que envidiar a los militares de alto rango o a los NICmen (u hombresNPI) de la capital; pueden, además, permitirse el lujo de adoptar un patrón de consumo derrochador, olvidándose de sus paisanos salvo para emplearlos en el servicio doméstico. Muchos de estos personajes han llegado a in-vertir más en Hong Kong o Singapur que en su propio país.

La miseria rural es un rasgo endémico del país y el miedo a la rebelión campesina se ha escrito con tinta indeleble en la piel de los militares tailandeses, aunque lo han ocul-tado a base de mano dura. Sabían perfectamente lo que había significado la revolución comunista en China y cuál había sido su base social. Además se lo recordaba todos los días el general Li Wen-huan, Go Lao del llamado Tercer Ejército del Kuomintang esta-blecido en el Norte del Tailandia tras haber huir de China en 1949. Aún continúa recor-dándoselo hoy en día, mientras sus tropas dotadas de armamento pesado controlan la principal zona productora de estupefacientes en Asia sudoriental, el llamado “triángulo dorado”, y las triadas de Hong Kong distribuyen su mercancía por todo el mundo.

También los norteamericanos conocían todo esto. En 1950 ya habían olvidado las veleidades projaponesas de Pibun Songgram y establecieron un programa de ayuda técnica, económica y militar, a cambio del cual los tailandeses, además de enviar tro-pas a Corea y luego a Vietnam, permitieron el establecimiento de bases militares esta-dounidenses en su territorio. Si Siam conservó su independencia en la segunda mitad del siglo XIX al actuar de cojín entre los intereses de británicos y franceses en Indochi-na, durante la guerra fría se convertiría en pieza clave del dominó norteamericano. Los EE.UU. cerraban los ojos mientras los militares aplicaban la rueda de la ley militar a los tailandeses y mantenían pacificada la retaguardia de la Indochina anticomunista. En los años 60 los estadounidenses instalaban unos 50.000 hombres en Tailandia, y Bang-kok se convertía en un paraíso para el reposo de sus guerreros. Al mismo tiempo, de las bases tailandesas partían los B-52 que machacaban Laos y Vietnam del Norte, y de ellas salían los estupefacientes que encontraban sus mejores clientes entre los 300.000 soldados norteamericanos que combatían al Este del Mekong.

El problema agrario sigue muy presente en la agenda de los políticos y militares. Eliminada la izquierda de la escena política —aunque sobreviven grupos de guerrille-ros— la discusión se ha planteado entre los partidarios de que Tailandia siga el modelo NPI (Nuevo País Industrializado) de los dragones y los que sostienen que debe enca-minar su futuro hacia una Nueva Potencia Agraria (NPA). Los medios financieros que representan los intereses de unos centenares de familias —el grupo más beneficiado por el crecimiento de las exportaciones industriales en los últimos años— y los tecnó-cratas en el poder desde 1992 se muestran partidarios de la primera solución. Conside-ran que el modelo de desarrollo representado por Bangkok y su Eastern Seabord, que mira al mar por el que salen las exportaciones y llega el gas natural de los yacimientos

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próximos a la costa, se puede extender a otras zonas del país. Se apoyan en que la par-ticipación de Tailandia en su propia su propia industria era sólo del 39 por 100 en 1970, mientras en 1980 había sobrepasado el 62 por 100. Olvidan, sin embargo, que entretanto se había producido una crisis económica que estimuló la repatriación de la inversión exterior y que la citada participación industrial sólo pertenece a unos pocos tailandeses. La existencia de unos 20 conglomerados empresariales —cada uno contro-la alrededor de 300 empresas—, ha hecho que algunos especialistas laven la cara a la concentración del capital en unas pocas manos calificándolos como embriones de zai-batsu japoneses o chaebol coreanos. Los militares, más conscientes de la potencialidad energética de los territorios del interior y de la bomba de relojería social que se oculta en los arrozales, son partidarios de que el estado invierta en el desarrollo de actividades agrarias orientadas a la exportación (arroz, mandioca, caucho, azúcar ...) y facilite cré-

ditos a los campesinos para mejorar sus explotaciones, es decir, comenzar el “despe-gue” por la reforma agraria. Una parte de la élite intelectual, de la que está empezando a surgir una nueva izquierda, se inclina asimismo por la vía del desarrollo agrario ante el temor de que la industrialización salvaje conduzca a la deforestación masiva del país (los 20,8 millones de hectáreas de bosque que había en 1972 se han reducido a menos de 14 en 1991), la sobreexplotación de sus recursos energéticos, la implantación de in-dustrias muy contaminantes y la destrucción de sus parajes naturales.

Tras las elecciones de 1992, Chuán Keepkai, lider del Prachatipat (Partido Demó-crata) y primer ministro ha lanzado un ambicioso programa con el que se propone con-tentar a todos: 1) reducir y reformar el ejército 2) realizar elecciones en la administra-ción local 3) descentralizar la administración 4) desarrollar el campo 5) construir infra-estructuras y 6) favorecer la industrialización de otras zonas del país a expensas de Bangkok. ¿Seguirá adelante en estos objetivos y le permitirán llevarlos a cabo? Difi-cultades no le han de faltar, pues a las presiones internas se suma el problema de los mercados internacionales, con competidores estables en Malasia, Vietnam o China y unos dragones que ya están avasallando a otros países del área.

INDONESIA: el archipiélago de las especias

Durante mucho tiempo el “eslabón perdido” entre el hombre y el mono fue un indo-nesio. Allá por 1890 un médico militar holandés, E. Dubois, siguiendo las teorías de Darwin pensaba que el Paraíso primigenio debía de localizarse en las regiones donde vivían los primates de mayor tamaño y la selva se abría a los espacios abiertos que per-miten andar por el suelo. Nuestro doctor disponía, entre las colonias de su país natal en el sudeste asiático, de algunos enclaves apropiados para comprobar tal teoría. Tras una estancia poco fructífera en la isla de Sumatra, se trasladó a la de Java y ... ¡eureka!. Cerca de la localidad de Trinil, junto al río Solo, descubrió una bóveda craneana que, por sus 900 cc. de capacidad, frente huidiza y fuertes arcos superciliares, no correspon-día a la de un primate pero tampoco llegaba a ser la de un humano. Bautizó a su parti-cular Adán como Pitecanthropus erectus y lo fechó en el Plioceno (más de 2 millones de años). Hallazgos africanos posteriores han rejuvenecido un millón y medio de años los restos del que ahora se conoce como Meganthropus paleojavanicus.

Los actuales indonesios tienen poco que ver con los paleojavanicus. Es cierto que, como él, se concentran sobre todo en la isla de Java, donde viven unos 130 millones, pero los javaneses tendrían graves problemas si tuvieran que compartir su espacio, si-milar al de la actual Grecia, con el “hombre gigante” de la prehistoria. Tal densidad —casi mil habitantes por kilómetro cuadrado— parece inconcebible en el territorio de un archipiélago inmenso, que se extiende a lo largo de 5.000 km. desde el Índico hasta el

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Pacífico. Es cierto que las más de 14.000 islas indonesias configuran un territorio equi-valente al de México, pero apenas la quinta parte están habitadas.

En lineas generales se pueden distinguir dos grandes grupos de pobladores entre los indonesios, los paleomalayos y los neomalayos. Los primeros conservan formas de vida antiguas, practican una agricultura y caza primitivas y tienen creencias animistas. Suelen vivir en comunidades colectivistas en las que una gran cabaña se reserva a los casados y otra a los solteros. Destacan los dayaks, los murutes, y los dusunes de Bor-neo, los batakes de Sumatra, los toradios de Célebes y los alfures de Molucas. Los ne-omalayos se caracterizan por su dependencia exclusiva de la agricultura, las chozas fa-miliares, el habla malaya y la fe islámica. El Islam comenzó a implantarse en el archi-piélago en el siglo XVI y arraigó en las islas occidentales. De los 195 millones de in-donesios, ochenta y tres de cada cien miran cinco veces al día hacia la Meca y configu-ran el país musulmán más poblado del planeta. Hay también algunos grupos muy pri-mitivos de melanesios en la isla de Sumatra (alas, gajos, kubus), mientras que, entre los papúas de Nueva Guinea pertenecientes a otra familia étnica, algunas tribus practi-can la antropofagia. De los extranjeros el grupo más numeroso lo constituyen, cómo no, los más de 2,5 millones de chinos, seguidos por 175.000 indios y 100.000 árabes.

Y es que Indonesia es un país de contrastes. Tan sólo un estrecho brazo de mar sepa-ra a Java, corazón demográfico, económico y político del estado, de la isla de Bali, “Meca” del turismo exótico. La agricultura itinerante (ladang) de las islas orientales, basada en la quema y roturación de amplias zonas de la selva que luego se cultivan hasta que se agota el suelo y se reemprende el proceso en otro lugar, coexiste con plan-taciones de caucho, el cultivo intensivo de arroz o mandioca y la experimentación agraria en las islas occidentales. La confección de pantalones vaqueros comparte acera en el polígono industrial con los laboratorios de quinina (90 por 100 de la producción mundial) o la industria aeronáutica. Desde las plataformas petrolíferas se envía el cru-do hacia Yakarta, Singapur, Tokio o Roterdam, mientras los aborígenes de Borneo continúan calentando la comida con paja, leña y boñigos. En Yakarta, la capital del país y la ciudad más poblada del Sudeste asiático —10,9 millones de habitantes—, la skyline (linea de rascacielos) y las calles asfaltadas del centro de negocios y las zonas residenciales de la élite militar, los tecnócratas y los NICmen, contrastan con la ciudad de tablas y latón o los callejones embarrados de los barrios populares.

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Tal conglomerado étnico y cultural ha intentado definir sus señas de identidad como nación a partir de la confesión predominante, el Islam, la lengua mayoritaria, el bahasa indonesia (similar al malayo y con la misma grafía en caracteres latinos desde los años 60) y un territorio, el que estuvo bajo soberanía holandesa en el Sudeste asiático desde el siglo XVII hasta mediados del XX. Java fue la principal base de la colonización ho-landesa. Desde su capital, Batavia (como era llamada Yakarta), exportaban a Europa las especias (pimienta, clavo, canela ...) que obtenían como tributo en las Molucas y otras islas orientales. A mediados del siglo XIX iniciaron el desarrollo de las plantacio-nes de caña de azúcar y caucho, expropiando a los campesinos musulmanes y exclu-yéndolos de los cultivos comerciales mediante un impuesto discriminatorio sobre su producción de goma de caucho. Fue también en esta época cuando arrancó la explota-ción masiva de las minas de carbón y estaño. Estas últimas, que comenzaron a ser ex-plotadas por empresas chinas, tuvieron en las compañías holandesas a sus principales beneficiarios.

Tras la independencia, proclamada en 1945 y consumada en 1956, la agricultura y las actividades extractivas han continuado desempeñando un papel destacado en su co-mercio exterior. Pese al desarrollo de la producción industrial en los últimos años, en 1992 el balance comercial agrario tenía un excedente de unos 5.400 millones de dóla-res (4,4 % del PNB) y los hidrocarburos constituían más del 50 por 100 de las exporta-ciones indonesias.

El desarrollo industrial, que permite incluir a Indonesia entre los tigres, se ha basado en la abundancia de materias primas y mano de obra muy barata. En un primer mo-mento, durante la época de Sukarno (1945-1965), la industrialización intentó seguir el modelo de la planificación soviética, con la aprobación de planes quinquenales a partir de 1950, pero sustituyendo la contabilidad en términos físicos (cantidad de producto), propia de la antigua URSS, por la contabilidad monetaria (precio del producto). Los éxitos industrializadores de la Unión Soviética y la fuerza política del Partido Comu-nista Indonesio (el más importante de Asia tras el chino) que apoyaba al líder naciona-lista, empujaban hacia la planificación económica. Sus mayores éxitos no se produje-ron paradójicamente en la industria sino en las actividades agrarias, sustituyendo una parte de los cultivos orientados hacia el mercado exterior por alimentos destinados a mantener a una población creciente que tendía a concentrarse en las ciudades. El “abandono” de los cultivos de exportación condujo a que uno de los problemas más importantes de la época de Sukarno fuera la falta de capitales para invertir en la indus-tria. La política de no-alineamiento seguida por el líder nacionalista en el contexto de la guerra fría, y su pretensión de construir un Tercer Bloque con los países subdesarro-llados (en abril de 1955 se celebró en la ciudad javanesa de Bandung la Conferencia Afroasiática que lanzó el Movimiento de los Países No Alineados encabezado por Nas-ser, Nehru y Sukarno), no le facilitó la obtención de ayuda a ambos lados del telón de acero.

El régimen de Sukarno fue derribado por el sangriento golpe de Estado (más de me-dio millón de muertos) que llevó al poder al general Suharto en 1965 e inauguró una nueva etapa en la historia del país. Con el apoyo del ejército, Suharto desarrolló una política abiertamente prooccidental, anticomunista y antichina, mientras implantaba en el archipiélago un liberalismo económico indiscriminado que abrió las puertas a la pe-netración de capital norteamericano y japonés. Las inversiones y créditos procedentes del exterior condujeron a un cierto despegue industrial mientras el país se endeudaba hasta las cejas (el monto de la deuda exterior suponía en 1992 el 64,6 por 100 del PNB). El capital foráneo se ha dirigido hacia la minería, los productos energéticos, la explotación forestal o las actividades intensivas en mano de obra —cada año se incor-poran alrededor de 2,5 millones de jóvenes al mercado de trabajo—, como la confec-ción textil o el montaje de componentes electrónicos, mientras el estado se empeñaba en el desarrollo de infraestructuras y el fomento de la industria pesada (siderurgia y pe-troquímica).

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En los últimos años, tras la pérdida progresiva de apoyo entre algunos sectores del ejército, Suharto ha empezado a coquetear con los islamistas mientras cambiaba la orientación de su política económica. Los tecnócratas ultraliberales formados en las universidades norteamericanas y partidarios de que el país desarrolle aquellos sectores en los que dispone de ventajas comparativas, sobre todo el bajo coste de la mano de obra, han sido desplazados paulatinamente de los ministerios por tecnócratas neomer-cantilistas que quieren fomentar el desarrollo de la industria punta, como la aeronáutica o la biotecnología, pero cuyos costes hacen prohibitiva su colocación en los mercados internacionales.

El giro copernicano del régimen de Suharto parece apuntar en la dirección abando-nada tras la caída de Sukarno, aunque ahora el apoyo político y la base social del régi-men ya no se busque en los comunistas —borrados del mapa— sino entre los islamis-tas. Esta huida hacia adelante no se puede entender al margen de unas condiciones eco

nómicas y sociales explosivas. El problema de la deuda ha podido ser conjurado hasta el momento con la exportación de petróleo y manufacturas intensivas en trabajo. Pero el petróleo se acaba y aparecen cada vez más competidores en el punto fuerte del país, los bajos salarios. Indonesia comienza a ser consciente de los problemas que planteará el agotamiento de las reservas petrolíferas (caída de las exportaciones, dependencia energética, ...) y está comenzando a desarrollar la producción de metano mientras sube considerablemente en el interior el precio de los carburantes. Una mayor presión sobre los salarios no es aconsejable y la conflictividad laboral ya no puede contenerse a base exclusivamente de palos —en 1993 el movimiento social obligó al gobierno a subir el salario mínimo un 13 por 100—. El crecimiento de los costes energéticos y laborales ha espantado a una parte de la inversión extranjera —los 10.000 millones de dólares invertidos en 1992 bajaron a unos 7.000 en 1993— que ha encontrado terrenos más acogedores en China, Vietnam e, incluso, Filipinas.

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FILIPINAS: el viaje más largo

Cuando los nacionalistas filipinos llamaron a la puerta del tío Sam en 1897 para que les ayudara a librarse de más de 300 años de presencia española en el archipiélago, no pensaban que le fuera a gustar tanto el clima tropical y decidiera quedarse en el país convirtiendo en un largo viaje el camino hacia su definitiva independencia. Los mari-nes que desembarcaron en Luzón, la isla más grande y poblada del archipiélago —en la actualidad viven en ella la mitad de los filipinos—, expulsaron a los españoles en un tiempo récord. Conocidas las verdaderas intenciones de sus “libertadores”, los nacio-nalistas mantuvieron la lucha contra los gringos durante tres años más. EE.UU. no lo-gró la pacificación completa del territorio hasta 1914, cuando eliminó la resistencia de Mindanao, la isla más islamizada y en la que reside la quinta parte de los isleños; acto seguido, creó una policía local (la Philippine Constabulary) mientras acometía el tras-lado en masa de campesinos a aldeas estratégicas.

Los españoles dejaron en Filipinas la toponimia, la onomástica, el catolicismo —el 75 por 100 de los filipinos de hoy en día—, las bases de la gran propiedad agraria y el caciquismo. Para favorecer su implantación en el territorio los norteamericanos fortale-cieron el poder de los “principales” —las familias de la oligarquía agraria—, sustitu-yeron el castellano por el inglés en las escuelas y arrinconaron el tágalo, el cebuano y otras lenguas locales. Los caciques estaban encantados con la nueva ola colonizadora pues, además de una política de desarrollo agrario favorable a sus intereses, Estados Unidos eliminó los aranceles de entrada para el azúcar, la nuez de coco y la madera de sus haciendas. Dicha franquicia era vista con malos ojos por los productores norteame-ricanos de remolacha azucarera y plantas oleaginosas y por los trusts que operaban en Cuba. A partir de 1934 los productos filipinos fueron sometidos de forma gradual a los aranceles vigentes en EE.UU.

Los campesinos filipinos no soportaron estoicamente la explotación de los terrate-nientes locales y las compañías norteamericanas, por lo que protagonizaron varias re-vueltas contra los “principales” y las nuevas autoridades coloniales. Tras la ocupación japonesa de Manila en 1942 los grandes propietarios colaboraban activamente con los invasores para mantener sus privilegios. Comunistas y socialistas, por el contrario, or-ganizaron la resistencia en el centro de la isla de Luzón, foco permanente de la agita-ción agraria, por medio del movimiento de los huks (abreviatura de Hukbalahap o “Ejército Popular Antijaponés”). Al mismo tiempo que luchaban contra los nipones, los huks iban sentando las bases de una nueva organización política y de la reforma agraria en los territorios liberados. Cuando el general MacArthur regresó a Filipinas en 1944 los huks le causaron tal pavor que exculpó a los colaboracionistas y prometió la independencia al país, al mismo tiempo que se lanzaba militarmente contra los comba-tientes campesinos.

En 1946 la nueva República de Filipinas accedió formalmente a una independencia que consagraba en el terreno económico su total dependencia de los EE.UU. Mientras las mercancías norteamericanas entraban libres de aranceles, sus ciudadanos gozaban de los mismos derechos que los filipinos en la explotación de los recursos del archipié-lago —cláusula de paridad introducida con subterfugios en la Constitución filipina—. El establecimiento de un tipo de cambio fijo entre el peso y el dólar —dos por uno— y la libre transferencia de capitales con EE.UU. impidió a los filipinos desarrollar una política monetaria autónoma y favoreció la evasión de capital de las islas. Estas cláusu-las, fijadas por la Bell Trade Act en 1946, no fueron revisadas hasta finales de los años 50.

El sometimiento de la nueva República quedó consolidado con el establecimiento de 23 bases militares. El archipiélago, con una superficie similar a la Italiana y 26.000 km. de costa repartidos en unas 7.100 islas de las que sólo 2.770 tienen nombre y 150

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están permanentemente habitadas, se convirtió en el principal portaviones y la mayor base naval norteamericana en el continente asiático.

Protegida con este paraguas, la oligarquía agraria y financiera —de origen chino esta última— continuaba repartiendo la tarta en las islas para lo que se apoyaba, a nivel lo-cal, en clientelas distribuidas por las 74 provincias que configuran la división adminis-trativa de la República. La manipulación de las urnas era moneda corriente en todas las elecciones. Con frecuencia el número de votos emitidos superaba ampliamente al de electores y, aunque no cabe duda de que el crecimiento demográfico era y es impresio-nante, a la luz de los escrutinios de algunos distritos, además de los niños también “vo-taron los pájaros, las abejas y las flores”. Para asegurar su poder los “principales” montaron un sistema de partido único dividido en dos facciones, el Partido Liberal y el Nacionalista: una parodia de alternancia política en la que los dirigentes de cada grupo buscaban rápidamente en el ropero la chaqueta del otro si resultaba vencedor en las ur-nas.

Cuando Fernando E. Marcos fue elegido presidente en 1965 estableció un sistema personalista, dictatorial, se hizo innecesaria la simulación de la alternancia, siendo ree-legido de forma automática en 1969, 1973, 1977 y 1981. Mientras estuvo vigente la ley marcial —entre 1972 y 1981—, resultó más positivo tener en la familia un uniforme con galones, pero lo que realmente fascinó a la alta sociedad filipina durante este pe-riodo, fueron los zapatos, imitando en esto el afán coleccionista de la primera dama.

La implantación de la ley marcial no era un mero capricho de Marcos, ya que si unos filipinos se enrolaban en la marina mercante, otros emigraban a países más prós-peros —en 1994 residían en Singapur unas 75.000 criadas filipinas— y muchos más se hacinaban en Manila (10,8 millones de habitantes en 1994), los campesinos heredaron los fusiles de los huks y se apuntaron a las filas de la guerrilla comunista en Luzón o de la musulmana en Mindanao. La reforma agraria sigue siendo la asignatura pendiente de Filipinas. Apenas un millar de individuos y sociedades controlan la mayor parte de la tierra, mientras los campesinos trabajan pequeñas parcelas —la mitad no supera las 2 hectáreas— situadas alrededor de los latifundios. La mayoría no son propietarios de esos terrones en los que cultivan arroz o maíz ya que los tienen en arriendo o aparcería, situación que les obliga a trabajar en los latifundios por un salario miserable o de balde —como algunos aparceros— para poder alimentar a sus familias y seguir conservando su miserable explotación. Ha habido intentos de reforma agraria (1948, 1954, 1963, 1972 y el último de 1988 aún está en marcha) que no han conseguido hasta el momento resultados palpables, lo cual suelen atribuir a los costes que se derivan de las expropia-ciones y la mejora de las explotaciones. Por lo demás, la productividad agraria es muy baja y los cultivos destinados a la exportación (azúcar, aceite de coco) resultan castiga-dos con precios decrecientes en los mercados internacionales y unos circuitos de co-mercialización que aún controla EE.UU.

Si por su proceso de colonización Filipinas es el menos asiático de los tigres, tam-bién es el menos industrial de todos ellos. Dispone de mano de obra barata y de una buena localización geográfica cara a los mercados asiáticos y transpacíficos, pero la nula protección histórica de su industria frente a la norteamericana, la evasión crónica de capitales, el grave problema de la deuda exterior —cuyo servicio se lleva más del 50 por 100 de los beneficios de las exportaciones— y la falta de estabilidad social y política han impedido la industrialización del archipiélago. Pese a la gran potencialidad geotérmica del territorio insular y ser, junto con Austria, el único país en el mundo que se ha negado a poner en marcha la central nuclear de Bataan, la dependencia energética —más del 66 por 100 del consumo— favorece la salida de divisas e impide la forma-ción de capital en la industria. En la actualidad los sectores más importantes son la ali-mentación, petroquímica, confección textil y el ensamblaje de componentes electróni-cos.

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Dentro de los servicios, además del ya tradicional trabajo doméstico, destacan las empresas que subcontratan la introducción y el procesamiento de datos contables de compañías de otros países, algo en lo que también se ha especializado la India y algún monasterio español. En el terreno artístico, hace ya un par de décadas que los editores de tebeos norteamericanos comenzaron a sustituir los dibujantes de las agencias barce-lonesas por filipinos de similar calidad, más dóciles y mucho más baratos.

Durante los años 60 y 70 los músicos filipinos interpretaban temas norteamericanos en las bases militares de las islas, los casinos de Macao y en tugurios de Asia oriental. En los 80, con la difusión del karaoke, los contratos artísticos comenzaron a escasear y muchos cambiaron la guitarra por un trabajo detrás de la barra de un bar. Claro que en 1986 en las emisoras de FM de Manila ya no sonaban los acordes de Begin to begin, American pie (“Volver a empezar”, “Pastel americano”), sino un tema del grupo local Dean´s December titulado It doesn't snow in Manila (“No nieva en Manila”) en el que denunciaban la colonización cultural estadounidense. Mientras acudía a los mítines en apoyo de Corazón Aquino, la generación criada en la ley marcial escuchaba a estos jó-venes intérpretes y creadores de una música que busca su inspiración en la tradición lo-cal y deja entrar al tagalo en sus letras. Lo tienen difícil para competir con Michael Jackson, el ídolo de Singapur, pero hay quien dice son la alternativa regional al tecno-pop y al bacalao japonés y, al igual que algunos rockeros australianos, pueden llegar a pegar con fuerza en Europa. Después de todo cantan en inglés, tienen un ritmo cálido y una buena formación musical.

El elevado número de parados en el archipiélago —sólo comparable con el español— hace que los salarios se mantengan bajos y empuja a emigrar. La principal fuente de divisas y acumulación de capital en el país la constituyen las remesas de los emigran-tes, unos 10.000 millones de dólares en 1994. Mientras otros tigres movilizan la mano de obra barata dentro de sus territorios, Filipinas lo hace fuera de sus fronteras. Este renglón constituye la principal exportación filipina: criadas a Singapur, Riad y Madrid, camareros a Taipei, Tokyo o San Francisco, dibujantes, boxeadores y prostitutas a Los Angeles o Nueva York, músicos a Hong Kong, Seul, Kuala Lumpur y Bangkok, mari-neros a Nueva Orleans, Rotterdam y Barcelona o trabajadores a las plataformas petrolí-feras de las costas de Sarawak y autopistas del Golfo Pérsico.

Cory Aquino llegó al poder desde el exilio en 1986, algo a fin de cuentas muy pare-cido a la emigración. Contó con el apoyo de la curiosa y efímera alianza de las grandes familias —enfrentadas a un Marcos cuyo poder se basaba sobre todo en el ejército— y del movimiento popular de las camisetas y las gorras amarillas, mientras las guerrillas renunciaban a la lucha armada. Varios intentos de golpe de estado y la presión de los “principales” sobre la presidenta condujeron a la elevación en un 60 por 100 del sala-rio de los militares y a la marginación de la izquierda del poder político. En las presi-denciales de 1992 el general Fidel “Eddie” Ramos, brazo derecho de Aquino, ganó las elecciones mientras EE.UU. abandonaba las bases de Clark y Subic Bay que le queda-ban en el archipiélago. Tras el regreso a casa de los últimos de Filipinas norteamerica-nos, desaparecieron bastantes empleos, los padres de algunos niños y la confianza de unos cuantos inversores en el futuro del país. El Fidel asiático lanzó entonces un pro-grama de liberalización de los intercambios comerciales, suavizó los controles y aban-donó el sistema de cuotas a las importaciones establecido en los 80, mientras promo-cionaba las exportaciones filipinas, concedía facilidades a los inversores extranjeros,

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visitaba los países del área, negociaba con la guerrilla y los militares golpistas y se adhería al Movimiento de Países No Alineados para hacer patente la libertad de Filipi-nas frente a los EE.UU. La conversión de la antigua base de Subic Bay —que ocupa una extensión mayor que la isla de Singapur— en un enclave puntero para la inversión industrial en Filipinas es su proyecto más ambicioso. Su consolidación tal vez llegue a significar que los filipinos han culminado un largo viaje hacia la plena independencia, que comenzó a mediados del siglo XIX contra los españoles y puede finalizar a finales del siglo XX frente a los norteamericanos.

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Los NIC en el comercio internacional

Frente a una Europa que engloba el mayor mercado intrarregional del mundo y una Norteamérica ensimismada en el mercado interior de EE.UU., la “marea amarilla” ha sustituido al “peligro rojo” en el “ranking” de las preocupaciones occidentales. El én-fasis que se ponía en el terreno político se diluyó con la caída del muro de Berlín para desplazarse a la economía internacional. Es cierto que se han buscado nuevos demo-nios políticos que exorcizar, caso del fundamentalismo islámico o el nacionalismo, pero pocos dudan que, identidades colectivas aparte, las relaciones del siglo XXI gira-rán en torno a la pugna de los tres grandes bloques económicos de Europa occidental, Norteamérica y Asia oriental, mientras el resto del mundo constituirá el despojo de sus peculiares batallas.

Las alianzas políticas y militares de la guerra fría han sido sustituidas paulatinamen-te por ententes económicas. El ejemplo paradigmático es la Unión Europea y los países del afín Espacio Económico Europeo (EEE que incluye, los países de la UE más Islan-dia y Noruega). Este modelo ha sido imitado por la North American Free Trade Agree-ment (NAFTA, formada por Canadá, Estados Unidos y México) y la peculiar Asia Pa-cificic Economic Cooperation (APEC, integrada por Australia, Brunei, China, Corea del Sur, Filipinas, Hong Kong, Indonesia, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Papúa Nue-va Guinea, Singapur, Taiwan y Tailandia, además de los países de la NAFTA). La APEC, abierta a Norteamérica y las potencias “blancas” del Pacífico, Australia y Nue-va Zelanda, surgió por iniciativa de Estados Unidos en 1989 para evitar la constitución de un bloque económico asiático específico dominado por Japón. La APEC se institu-cionalizó en 1992, teniendo a Singapur como sede de sus oficinas centrales, mientras algunos países asiáticos comenzaban a formar el llamado East Asia Economic Caucus (EAEC). Frente a la Unión Europea, el bloque asiático no ha constituido una burocra-cia específica y su forma de operar consiste en el establecimiento de unas directrices generales que se llevan a la práctica mediante acuerdos bilaterales o trilaterales. La constitución de un bloque autónomo respecto a EE.UU. no es sólo el resultado de una opción política, sino de un criterio pragmático, pues los responsables de las finanzas en muchos países asiáticos han llegado a propugnar la adopción del yen japonés como pa-trón monetario más estable y fiable que el fluctuante dólar norteamericano.

La competitividad de las exportaciones de los países asiáticos de la APEC y el “cie-rre” de su mercado interior a las importaciones ha sembrado la alarma entre los pro-ductores europeos, aunque los estadounidenses la han expresado con mayor crudeza. No hay razones sin embargo para tal pánico, pues competitividad e impermeabilidad son el resultado de su atraso económico, social y político, mucho más que de una estra-tegia económica a largo plazo. Es cierto que los países de Asia oriental compran menos que los de Europa occidental, pero los europeos se compran sobre todo a sí mismos y los miembros de la NAFTA son aún peores clientes que los asiáticos. Su competitivi-dad será sólo una baza importante mientras permanezcan a la zaga del desarrollo eco-nómico —el PNB de la APEC/Asia se situaba en 1991 en 4.785 millones de dólares, la NAFTA llegaba a los 5.809 millones y el EEE a 7.150—, para, luego, ser un mercado más aunque, eso sí, impresionante. Es en el reparto de ese mercado potencial donde ra-dica en estos momentos el problema. Da igual que hoy vendan más de lo que compran, lo realmente importante es lo que harán mañana. Europa occidental no está en condi-

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ciones de dar consejos ya que el 71,9 por 100 de su comercio exterior, en 1992, no sa-lió de las fronteras del EEE; tampoco la NAFTA tampoco se puede considerar como un modelo de mercado abierto por cuanto el 33,4 por 100 de su comercio exterior se lo guisan y comen ellos mismos, por no hablar del monstruoso mercado interior de los Estados Unidos.

Es lógico además que los costes de producción asiáticos sean más bajos que los oc-cidentales, pues sus efectivos demográficos (1.690 millones de habitantes en la APEC/Asia frente a 363 en la NAFTA y 378 en la EEE), y la exuberancia de su naturaleza les permiten derrochar a espuertas mano de obra y recursos naturales. Pocos europeos o estadounidenses estarían dispuestos a trabajar por los salarios que se pagan en Seul, Kuala Lumpur o Manila, pero mientras no podrían vivir con ellos en Detroit o Madrid, si lo podrían hacer en las ciudades asiáticas. También pocos serían los dispuestos a aceptar la deforestación salvaje, vivir al lado de un vertedero o permitir la instalación de una industria contaminante en el vecindario, aunque sus abuelos y, algo menos, sus padres lo hayan hecho hasta tiempos muy recientes.

La explotación de las personas y de los recursos no puede mantenerse en un contex-to generalizado de crecimiento de la riqueza. Los trabajadores de los NIC comienzan a exigir una porción mayor de tarta y algunos recursos naturales están agotándose. La “eficacia” económica tiene que dar paso a los bienes de consumo, por no hablar de la justicia social, si quiere seguir manteniendo el “orden”; y la industria, acostumbrada a combustibles baratos, debe preparase para cuando se agoten los odres pretrolíferos. Sus

costes no dejan así de subir, mientras el crecimiento de la productividad y el abandono de los procesos industriales intensivos en mano de obra los reducen simultáneamente en Europa y Norteamérica. Los problemas con otros países llegan cuando, una vez constituido el mercado de consumo interior, persisten las actitudes proteccionistas y se inicia la guerra comercial con los países desarrollados. Tenemos ejemplos recientes de conflicto económico candente entre EE.UU. y Japón.

En una perspectiva de mercados abiertos las exportaciones sólo se podrán mantener mejorando la productividad, esto es, mediante la innovación tecnológica y el abandono de la producción intensiva en trabajo. Ello dejará a muchos en la cuneta del paro o del subempleo, como sucede ahora en Occidente, y obligará, para mantener la estabilidad social y política, a desarrollar un sistema de seguros sociales que evite la marginación creciente de los que no accedan a puestos de trabajo cualificado y bien remunerado. Pero la mayoría de los países asiáticos, salvo Japón y Singapur (Hong Kong no es un país), están lejos aún de llegar a tal situación.

Las perspectivas de crecimiento pasan en la actualidad por trasladar la experiencia de los dragones a los tigres. Así, mientras Corea del Sur y Taiwan están a punto de en-trar en el selecto grupo de los países ricos —Corea del Sur será admitida en breve pla-zo dentro de la OCDE—, Malasia y algunos vecinos en el Sudeste asiático hacen méri-tos con sus exportaciones para, tal vez, llegar a hacerlo algún día.

La experiencia de los llamados triángulos de desarrollo, como el SiJoRi (Singapur-Johore-Riau) o el de China Meridional (Taiwan-Hong Kong-Guangdong) han consti-tuido modelos a imitar. En el mar Amarillo, la China septentrional, se ha desarrollado un nuevo triángulo entre Corea, el Sur de Japón y Shangai, basado en el transporte y el desarrollo de la industria pesada. Tailandia, Malasia e Indonesia se han empeñado en crear un polo de desarrollo en el mar de Andamán al que trasladar algunas plantas ma-layas de montaje de productos electrónicos —en busca de los salarios más bajos de Tailandia e Indonesia—, mientras se tecnifica y diversifica su producción agraria (ba-sada ahora en el caucho y el aceite de coco) y se potencia la biotecnología. En el Norte de Asia oriental está prevista asimismo la creación de un nuevo triángulo en la cuenca del río Tumen, —en la convergencia de las fronteras de Corea del Norte, China y Ru-sia—, que se centraría en la preparación y transporte de recursos naturales siberianos y mongoles con destino a Japón. Los gobiernos de Filipinas, Malasia, Brunei e Indonesia se han puesto de acuerdo para proyectar un espacio económico que uniría la isla de Mindanao con el Norte de Borneo y Sulawesi (Célebes) mediante la potenciación del transportes, la acuicultura y el turismo. En el Norte de Tailandia, de consumarse el pro-yecto del “rombo dorado” (Birmania-Tailandia-Laos-provincia china de Yunan) desa-parecería definitivamente el famoso “triangulo dorado” del narcotráfico y ya se han co-menzado a construir algunas infraestructuras para ello.

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La moda de lo geoeconómico no consigue, sin embargo, que se consiga olvidar aquella más añeja de lo geopolítico. La pregunta es sencilla y a la vez complicada ¿Cuál será el centro hegemónico de Asia oriental en el siglo XXI? En líneas generales se considera que la región tendrá que decidir entre un modelo hanseático y otro pru-siano. El primero, al igual que las ciudades medievales de la Hansa alemana en el Bál-tico, se centraría en un control comercial y económico sin pretensiones territoriales, si-tuándose su centro en el Japón. El segundo, al igual que la Prusia que consiguió some-ter a las ciudades hanseáticas en la época moderna, se centraría en el control territorial y político, correspondiendo aquí el papel hegemónico a China. No cabe duda que es di-

fícil poner puertas al mar y que el modelo hanseático parece el destinado a prevalecer en los archipiélagos y penínsulas que pueblan este peculiar Mediterráneo. Pero no olvi-demos que los principales mares de la región son conocidos como los mares de la Chi-na y la República Popular no renuncia a su control. Ya ha conseguido arrebatar las is-las Paracels al control vietnamita; en la actualidad discute la soberanía del archipiélago de las Spratly (a más de 1.000 km. de la costa China) con Taiwan (aún más lejos), Vietnam (a unos 500 km.), y con Brunei y Filipinas que están a menos de 400 km. en ambos casos. Las Spratly, poco más que unos peñascos desiertos, disponen de unos re-cursos pesqueros importantes, pero lo que las hace realmente apetecibles es la poten-cialidad petrolífera de las aguas del archipiélago. Los conflictos internacionales del si-glo XXI, sean virulentos o no, se vertebraran sobre el control de los hombres y la pose-sión de los recursos naturales. Ahora bien, cuando los mercados o los acuerdos no per-mitan acceder a ellos ¿se dudará en utilizar las armas?.

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