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Pérdidas y duelos 27

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Pérdidas y duelos

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Concepció Poch

Pérdidas y duelos

•Reflexiones y herramientas para identificarlos y afrontarlos

Colección Con vivencias27. Pérdidas y duelos. Reflexiones y herramientas para identificarlos y afrontarlos

Nota: A lo largo del texto, siempre que se utilizan los términos genéricos hijo, lector, etc., se quiere hacer referencia a ambos sexos

Primera edición: diciembre de 2013

© Concepció Poch Avellan

© De esta edición:Ediciones OCTAEDRO, S.L.Bailén, 5, pral. – 08010 BarcelonaTel.: 93 246 40 02 – Fax: 93 231 18 68www.octaedro.com – [email protected]

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-9921-452-8Depósito legal: B. 26.308-2013

Diseño cubierta: Tomàs CapdevilaRealización y producción: Ediciones Octaedro

Impresión: Press Line, S.L.

Impreso en España – Printed in Spain

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s u m a r i o

9 Dedicatoria y agradecimientos

11 Introducción

19 1. Pérdidas personales

49 2. Pérdidas relacionales y materiales

79 3. Pérdidas íntimas (invisibles) y pérdidas ambiguas

103 4. Pérdidas definitivas e irreversibles

129 5. Duelos poliédricos

155 Bibliografía

160 Filmografía comentada

165 Páginas web

167 Epílogo

169 Sobre la autora

171 Índice

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d e d i c a t o r i a y a g r a d e c i m i e n t o s

A la memoria de todos mis queridos difuntos, en especial mi joven hermano Luis y mis padres, Pura y Luis.

A Ramon, Mireia y Laia, la primera familia de mi vida adulta, ahora ampliada a través de ellas y sus esposos, con dos preciosos nietos, Laura y Leo, incesantes transmisores de energía y de sonrisas.

A mi hermana Maite y a Manel, fieles compañeros de ca-mino. Y a las abuelas Maria y Petri, que con sus largos años de vida, son fuente constante de amor y ternura hacia los más pequeños.

A mis entrañables amigas Maria Rivero, Anna Nolla, M.ª José Mallo, M.ª Antònia Bogoñez y Neus Ballesteros, que han aportado consejos e ideas a tareas apasionantes, entre las que cuento la elaboración de esta obra. Y para todas mis amigas y amigos, que me han leído y acompañado con esti-ma a lo largo de muchos años.

A mi fisioterapeuta Elisa por su sólida sabiduría, y por sus expertas manos transmisoras de bienestar y salud.

A las fundaciones Acompanya Ca n’Eva y AVES, que han confiado siempre en mi labor pedagógica y de las cuales he recibido más que aportado.

p é r d i d a s y d u e l o s

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Al Grup d’Ètica i Valors de l’ICE de la UAB, con Joan-Car-les-Mèlich al frente, fuente inagotable de conocimientos y entusiasmos transmitidos por ósmosis y complicidades in-telectuales y personales.

A mis profesores, desde la infancia y adolescencia hasta la universidad, y para mis alumnos de juventud y madurez, por sus preguntas, confidencias, críticas, y sinceros apegos.

Y de un modo especial, a los editores de Octaedro, Juan León y Rosa Bertrán, por su absoluta confianza y trato ex-quisito, y sin los cuales este libro nunca hubiese visto la luz.

Concepció Poch Noviembre de 2013

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i n t r o d u c c i ó n

l a s pé r di da s, l os l í m i t es, a pr e n de r a ace p ta r l os

A Leo no le gusta nada perder. Con sus casi cinco años ad-vierte que si pierde jugando, llorará, y recomienda: «Es mejor que pierdas tú, que no llorarás, ¿vale?». Su prima Laura, me-ses mayor que él, le intenta explicar, sin mucho éxito, que no siempre se gana, y que no hay que llorar por eso.

Confieso que a mí, que ya soy abuela, también me sien-ta fatal perder. Aunque, claro está, ya he tenido tiempo de aprender a encajar muchas pérdidas. ¡Alguna ventaja ofrece cumplir años! Y esta es de las importantes.

He preguntado a diversas personas sobre el antónimo de perder, y la respuesta masiva ha sido ganar. Si sigo en mi investigación, llegan a responder, como segunda opción, encontrar. A veces se gana, otras veces se encuentra o reen-cuentra lo perdido. Depende.

Leo todavía no ha aprendido que la experiencia de la pérdida es inevitable para todo ser humano. Algunas son pérdidas físicas, tangibles; otras son pérdidas psicológicas o simbólicas, intangibles. En general, toda pérdida física comporta pérdidas psicológicas; en cambio, no toda pérdida

p é r d i d a s y d u e l o s

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psicológica comporta pérdidas físicas. En sentido amplio y subjetivo, la pérdida supone dejar de poseer algo valorado que teníamos, o bien esperar algo que deseamos y no nos llega. Puede ser una valoración consciente o inconsciente, y basada en un conjunto de factores racionales, emocionales y socioculturales. La propia valoración nos pone en acción para conseguir lo deseado (por valorado) y, por tanto, nos re-sistimos ante la pérdida.

Nuestra «privilegiada» sociedad occidental está dotada de una gran elocuencia, y a la vez, no encuentra palabras y desconoce actitudes acordes a situaciones de interrelación personal cuando hay sufrimiento. Nos faltan herramientas tanto para afrontar las propias pérdidas como para acompa-ñar a otros que las sufren. Y todavía resulta más difícil cuan-do ese «otro» es un niño o un adolescente.

Perder es dejar de tener, sinónimo de fracaso, desgracia, daño, frustración, destrucción, ruina, fiasco, naufragio, hun-dimiento… Estos «ingredientes» tan poco atractivos generan en nosotros sentimientos que contrastan de manera eviden-te con los ideales que la sociedad actual pretende mantener como horizontes de autorrealización. De acuerdo con Tizón (2004), pensamos que es saludable tener presente que la vida incluye siempre alguno o varios de los «ingredientes» más arriba mencionados.

Lo que no nos es posible evitar, tenemos que aceptarlo.

• William Shakespeare

Es de sentido común reconocer que ni las pérdidas ni las ausencias ni los fracasos ni los límites son valores; es decir,

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i n t r o d u c c i ó n

que no son deseables por sí mismos. Nos hacen daño y en ocasiones tardamos en recuperarnos. Sin embargo, el he-cho de aceptarlos sí que resulta ser una fuente de valores. Aceptar supone admitir la situación y adoptar una actitud cuanto más positiva mejor. Aunque cambiar actitudes no resulte fácil, es posible hacerlo; es el objetivo prioritario de toda acción informativa y formativa que contemple a la vez la dimensión personal y el ámbito profesional. Se trata de potenciar un cambio interior y exterior ante las pérdidas en general, y la muerte en particular.

Va quedando claro que el concepto de pérdida no tiene buena prensa en nuestro entorno. «Gozamos» de una edu-cación que considera la vida sin límites, sin sufrimiento, sin muerte. De este modo surge la imagen del individuo omnipo-tente, veloz y feliz: Carpe diem. Superman, Spiderman… son los nuevos (o no tan nuevos) mitos que representan en nuestro universo simbólico la fuerza, el poder, la interminable capa-cidad de superar cualquier circunstancia por adversa que se presente. «Aparcamos» que las pérdidas y los límites son he-chos vitales, inherentes a la vulnerabilidad humana. Algunas de estas pérdidas dejan profundas huellas, mientras que otras pasan más o menos desapercibidas, e incluso hay quien afir-ma que no recuerda haber tenido nunca ninguna pérdida (es, sobre todo, la gente joven quien explicita esta «realidad»).

La biografía de cada uno de nosotros cuenta con cierto número de pérdidas (que crecen con el paso del calendario), y también de límites personales, que evidencian la fragilidad de la existencia humana. Al sufrir una pérdida significativa o una limitación importante y al margen de cuál sea nuestra edad cronológica, experimentamos una profunda desola-ción en lo más íntimo de nuestro ser. La psicóloga M. Euge-nia Fusté afirma con gran acierto que:

p é r d i d a s y d u e l o s

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[…] algunas pérdidas las olvidaremos y las integraremos sin

dolor ni sufrimiento, pero otras dejarán una huella que no

se borrará en toda nuestra vida, pudiendo provocar, incluso,

auténticas crisis existenciales. Es obvio que un mismo acon-

tecimiento puede tener efectos distintos en las personas: para

unas puede ser el hundimiento moral y para otras el logro de

un nuevo modo de estar en el mundo.

En toda pérdida significativa se despierta en nuestro inte-rior una serie de emociones y sentimientos que van desde la tristeza y el dolor a la rabia y la agresión; desde la protesta a la desesperanza; desde la rivalidad y los celos contra el objeto perdido hasta la envidia hacia él; desde el recuerdo de todo lo bueno que nos proporcionó hasta el resentimiento por el daño que nos ha causado o por lo que dejó de darnos o hacernos.

También el término fracaso tiene, de entrada, connota-ciones negativas. Pocas veces pensamos que para que se dé una ganancia o un éxito ha de darse, necesariamente, la po-sibilidad de fracasar. De hecho, solo se puede perder o fra-casar cuando se está persiguiendo una ganancia o un éxito. Winston Churchill afirmaba que «el éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo». Podría-mos decir lo mismo de las pérdidas y las ganancias.

Los límites personales tienen similitudes con la pérdida. Cada uno de nosotros tenemos carencias «particulares»: se puede ser muy limitado, por ejemplo, en aptitudes musica-les, pero tener —al mismo tiempo— aptitudes y cualidades en otras vertientes: deportes, arte, poesía, cocina… La acep-tación de nuestros límites y pérdidas es el camino más idó-neo para vivir sin angustias innecesarias y, sobre todo, para disfrutar de las aptitudes y cualidades de las que estamos dotados.

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i n t r o d u c c i ó n

El actor y director de cine Albert Espinosa afirma que una de las claves de la felicidad es saber que las pérdidas pueden ser ganancias. De entrada no parece fácil, pero él mismo es un lúcido testimonio de estas palabras: sufrió la amputación de una pierna, siendo adolescente, a causa de un cáncer. Cada pérdida significativa puede ser también una oportu-nidad de transformación creativa, si podemos integrar la extensa gama de factores biopsicosociales implicados en el proceso.

El entorno en que vivimos, la sociedad, la cultura, nos in-ducen a valorar lo que no tenemos y —a la vez— a volver a valorar lo que ya hemos perdido, lo cual nos genera, alternati-vamente, ansiedad o nostalgia. Es lamentable reconocer que muchos niños y adolescentes (también adultos) devalúan in-mediatamente lo que acaban de poseer, ¡ya lo han perdido!

busc a n do se n t i do a l a s pé r di da s

Viktor E. Frankl, médico y prisionero de los nazis en la Se-gunda Guerra Mundial, fue un precursor de un cambio pa-radigmático en la práctica terapéutica, actualmente cada vez más en boga, que pretende pasar de orientarse hacia las carencias a orientarse hacia los recursos. A menudo no sabe-mos qué encierra de bueno algo que nos ha pasado. Pero es bueno saber que todo lo que nos pasa puede tener un sentido.

¿Quién es aquel que más puede perder? Es posible que sea el pobre, aquel que no tiene que lamentar nunca nada. No puede perder nada porque no hay nada para lo que palpi-te su corazón. Es el más pobre de todos nosotros. Aquí el sui-cidio podría ser un no a la pregunta por el sentido. En una vi-sión más positiva del asunto, la espléndida escritora Elisabeth

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Lúkas (discípula de V. E. Frankl) afirma que, contrariamente a las fuentes de energía, el sentido es inagotable. Su maestro habló de ello en muchas de sus obras, y de manera especial en El hombre en busca de sentido. Entre otras de igual interés, no podemos renunciar a estas «citas clave» de este admirado maestro:

Cuando pensamos en el sentido de la vida, en lo que hemos

hecho con ella, surge con frecuencia un miedo negativo produ-

cido no por hechos o acciones puntuales, sino por las oportu-

nidades y ocasiones que le hemos dejado escapar.

No se trata tanto de que la vida de un ser humano sea gustosa o

penosa, sino de que tenga sentido o no, y por ello tiene una im-

portancia secundaria el hecho de que la duración de una vida

humana sea mayor o menor.

La pérdida no era —no debería serlo, no lo podía ser—

un fin en sí mismo. Tenía que significar algo.

Pero encontrar ese significado era como escalar un muro gigantesco.

¿Estaría allí precisamente para que yo lo superara?

• Susana Tamaro

Una de las características de nuestra cultura es que per-sigue la ausencia de dolor. El dolor está prohibido y somos víctimas de una brutal represión de los sentimientos: las lá-

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i n t r o d u c c i ó n

grimas y el llanto son «feos» y deben eliminarse. Es posible que las personas no hayan conseguido elaborar bien el due-lo porque previamente no han trabajado toda una serie de pérdidas cotidianas que se acumulan en el vivir diario. An-tes se estaba preparado para asumir la gran pérdida (muer-te) a base de asumir las pequeñas —o medianas— pérdidas de cada día: un cambio de escuela o instituto, una pelea que rompe una amistad, un cambio de domicilio, una ope-ración quirúrgica importante, migraciones, separaciones, enfermedades, pérdida de fuerzas y aptitudes físicas (au-tonomía), pérdidas afectivas (sujeto biológico, psicológico, social), pérdidas sensoriales y cognitivas… Quizás esperá-bamos un marido, esposa, amigo o hijo perfecto y no los he-mos tenido. Hablaremos de todo ello en estas páginas.

Lya Luft (2005) expone las dificultades naturales para en-frentarse a cualquier pérdida:

◆ Primero, no queremos perder. Es lógico no querer perder. Además, no tendríamos por qué perder nada: ni salud, ni afectos, ni personas amadas. Pero la realidad es otra: ex-perimentamos una alternancia constante de ganancias y pérdidas.

◆ Segundo, realmente duele perder. No hay como escapar del sufrimiento. Es una tontería decir «no sufras, no llo-res». También el duelo y el dolor son importantes, siempre que no nos paralicen demasiado tiempo, frente a todo lo que aún existe a nuestro alrededor.

◆ Tercero, necesitamos recursos internos para afrontar la tragedia y el dolor.

Resulta difícil aprender a abandonar el pensamiento ab-solutamente racional —tipo causa-efecto—, porque a la ma-

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yoría de nosotros se nos ha enseñado a ver el mundo como un lugar que debe ser justo, pero, cuando no lo es, no sabe-mos cómo controlar la arbitrariedad de nuestras propias pérdidas. Los que no se culpan a sí mismos ni a los demás a menudo atribuyen su infortunio a la mala suerte. Sería bue-no entender que no siempre podemos saber por qué pasan las cosas: eso ya es una explicación.

El apoyo de los demás, el abrazo, la escucha y el cariño, incluso la comida en la boca, son relativos y pasajeros. La fuerza decisiva tendrá que salir de nosotros, de donde está depositado nuestro bagaje. Enfrentarse a la pérdida depen-derá de lo que encontremos allí… La tragedia hace surgir fuerzas insospechadas en algunas personas. Para algunos, por más devorador que sea, el sufrimiento que derrumba permite volver a crecer. Para otros, todo es destrucción. En su vacío interior sopla el viento de la rebelión y la amargura. La pérdida los alcanza como una injusticia personal o una traición de la vida. Es muy serio no encontrarle ya sentido a nada.

Es importante aprender y enseñar a los niños a ganar victorias, pero también a reaccionar positivamente cuando esto no sucede así, y saber que tanto los momentos buenos como los dolorosos son pasajeros y que la vida es dinámica y cambiante.

Pero, ¿es posible enseñar que lo más importante no es ga-nar? ¿Y cómo aprenderlo? Laura y Leo ya están en ello. Que tengan suerte, y se apliquen… ¡como nosotros!

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P é R D I D A S P E R S O N A L E S

| P é R D I D A S E V O L U T I V A S |

i n t roducc ióne m p e z a m o s y s e g u i m o s l a v i d a … g a n a n d o y p e r d i e n d o

La evolución se articula a lo largo de diversas fases de cre-cimiento, de la infancia a la vejez. Cada una de estas etapas se caracteriza por contenidos específicos de desarrollo. Al-gunos acontecimientos «críticos» simbolizan el paso de una fase a la siguiente: la entrada en la guardería, la finalización de los estudios, el marchar de casa de los padres, la jubila-ción. Cada fase consta de separaciones y encuentros y cada pérdida y ausencia anuncian un nuevo comienzo.

En cada transición realizamos nuestros rituales, perde-mos algunos bienes y ganamos otros: guardería, escuela, universidad, parejas, matrimonio, hijos, jubilación… algu-nos duramente conquistados. Por ejemplo, el matrimonio marca el comienzo de una vida nueva, pero brota de una separación. Para los padres significa la pérdida de una pre-sencia, de una aportación a la vida familiar: desde ese mo-mento, la vida, para quien se va y para quien se queda, ya no

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será la misma. Si desde la infancia aprendemos a afrontar las pérdidas, a vivirlas, a abandonar la etapa anterior y a iniciar una nueva, estaremos preparados para la pérdida definitiva y el gran duelo que supone la muerte de los seres queridos. Como han dicho diversos pensadores y psicólogos, elaborar una pérdida siempre es una manera de madurar.

Las despedidas y los adioses ya empiezan en la infancia, y se repetirán muchas veces a lo largo de la vida, pero como todos somos distintos —y nuestros vínculos también— estas separaciones las viviremos de diferentes maneras, incluso siendo niños. Hay quienes se entristecen porque las viven como pérdidas, o ausencias, y hay quienes ponen más énfa-sis en haber adquirido una nueva sensación de libertad.

De hecho, cualquier cambio implica una pérdida, del mismo modo que cualquier pérdida es imposible sin el cam-bio. Lo que uno aprende, con el tiempo se pierde, pero no se olvida lo que ha sentido respecto a lo que ha aprendido. Sé-neca ya afirmaba que frente a los acontecimientos externos nosotros poco o nada podemos hacer, en cambio sí está en nuestro poder ser dueños de nuestro ánimo (V. Frank ha de-sarrollado ampliamente esta idea en su espléndida obra). En cierto modo, dedicamos gran parte de nuestra vida a despe-dirnos de ella. ¡Vivir es irse yendo, haciendo y deshaciendo equipajes!

La vida incluye siempre pérdidas, penas, duelos, crecimiento, desarrollo.

• Jorge L. Tizón

| 169 |

s o b r e l a a u t o r a

Concepció Poch Avellan es licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona y máster en Investigación Psicopedagógica por la Universidad Ramon Llull. Ejerció como profesora de Filosofía y ética en secundaria (1968-1998). Desde 1995 pertenece al Grupo de ética y Educación, del Instituto de Ciencias de la Educación (ICE), de la Univer-sidad Autónoma de Barcelona.

Es autora de diversos artículos y libros sobre pedagogía de la vida y la muerte; entre los que destacan: De la vida i de la mort. Reflexions per a la família i l’escola (2.ª ed., Claret, 2006), La muerte y el duelo en el contexto educativo (coautora junto con Olga Herrero, Paidós, 2003), Catorce cartas a la muerte, sin respuesta (Paidós, 2005), La mort (UOC, 2008), La muer-te nunca falla. Un doloroso descubrimiento (Niberta, 2009).

Actualmente coordina e imparte cursos y conferencias sobre «educar en valores éticos», dirigidos a educadores, y sobre pedagogía de la vida y la muerte, dirigidos también a maestros y profesores, padres y madres, estudiantes de se-cundaria y FP, universitarios, profesionales sanitarios, edu-cadores sociales, centros de duelo, entidades religiosas, enti-dades cívicas y culturales, centros para personas mayores…

| 171 |

í n d i c e

Sumario 7

Dedicatoria y agradecimientos 9

Introducción 11

Las pérdidas, los límites, aprender a aceptarlos 11

Buscando sentido a las pérdidas 15

1. Pérdidas personales 19

Pérdidas evolutivas 19

Introducción 19

Empezamos y seguimos la vida… ganando y perdiendo 19

Infancia y adolescencia 21

Madurez y vejez 22

Pérdidas de salud 26

Introducción 26

Enfermedad física o mental 27

Aptitudes físicas (autonomía) 29

Capacidades sensoriales (vista, oído) y cognitivas

(memoria) 34

p é r d i d a s y d u e l o s

| 172 |

Citas 36

Sobre pérdidas evolutivas 36

Sobre la vejez y el paso del tiempo 41

Sobre la salud y la enfermedad 46

2. Pérdidas relacionales y materiales 49

Breve preámbulo 49

Vínculos con seres queridos 50

Separaciones y divorcios 50

Abandonos y abusos (sobre todo en la infancia) 52

Hijos emancipados (nido vacío) 54

Riñas por una herencia (entre hermanos) 55

Amistades y vecinos (malentendidos, discusiones) 56

Confianza en personajes públicos (políticos…) 57

Muerte de animales de compañía 58

Procesos migratorios 59

Internet, ¿cómo vivir sin? 60

El trabajo (despido, paro, jubilación) 64

Del propio hogar 67

Otras pérdidas materiales importantes 70

Algunas pérdidas materiales «menores» 71

Citas 72

Sobre pérdidas relacionales 72

Sobre pérdidas materiales 74

3. Pérdidas íntimas (invisibles) y pérdidas ambiguas 79

Pérdidas íntimas (invisibles) 79

La autoestima 79

La paciencia 80

Los valores éticos 82

El humor 82

El autocontrol 83

| 173 |

í n d i c e

La atención 86

La esperanza 87

La iniciativa, la creatividad… el miedo 88

La libertad interna 89

Pérdidas ambiguas 89

Consideraciones generales 89

Personas desaparecidas 91

Muerte perinatal 92

Suicidio 93

La pérdida de aquello que nunca se ha tenido 95

Citas 96

Sobre pérdidas íntimas 96

Sobre pérdidas ambiguas 99

4. Pérdidas definitivas e irreversibles 103

La muerte de un ser querido 103

La propia muerte 107

Ignorarla 108

Sentirse omnipotente 108

Experimentar miedo 109

Llegar a aceptarla 110

Desear morir 112

Preguntas sin respuesta 113

¿Por qué nos cuesta tanto aceptar la muerte como inevitable?

¿De dónde surge el miedo como actitud ante la

muerte? 113

¿Duál es, pues, la actitud más lúcida que adoptar frente a la

muerte? 114

Ritos y ceremonias 116

Citas 119

p é r d i d a s y d u e l o s

5. Duelos poliédricos 129

Introducción 129

¿En qué consiste el duelo? 131

Elaborar la pérdida: fases del proceso de duelo 133

Fase 1. negación 133

Fase 2. negociación 135

Fase 3. depresión y asimilación 135

Fase 4. aceptación 136

El duelo complicado 137

El duelo adaptativo 141

Los niños, la muerte y el duelo 142

El duelo en los ancianos 147

Citas 149

Bibliografía 155

Narrativa 155

Ensayo 156

Psicología y pedagogía 158

Filmografía comentada 160

Otros títulos filmográficos de interés 163

Páginas web 165

Epílogo 167

Sobre la autora 169