pedro r. monge rafuls

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Sepulcros blanqueados Amago de Auto Sacramental de Pedro R. Monge Rafuls Copyright©2011, Pedro R. Monge Rafuls RESERVADO TODOS LOS DERECHOS. Prohibido cualquier uso que se le quiera dar a esta obra, incluyendo la reproducción total o parcial de la misma, sin el consentimiento escrito del autor. Para el permiso o cualquier información, escribir a: Pedro R. Monge Rafuls al e-mail: [email protected] This play, being fully protected under the copyright law of the United States of America, is subject to license and royalties. All rights are strictly reserved. Inquiries regarding the play should be addressed to the author: [email protected] Pedro R. Monge Rafuls Corona, New York, 2011

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Page 1: Pedro R. Monge Rafuls

Sepulcros blanqueados Amago de Auto Sacramental de

Pedro R. Monge Rafuls

Copyright©2011, Pedro R. Monge Rafuls

RESERVADO TODOS LOS DERECHOS. Prohibido cualquier uso que se le quiera dar a esta obra, incluyendo la reproducción total o parcial de la misma, sin el consentimiento escrito del autor. Para el permiso o cualquier información, escribir a: Pedro R. Monge Rafuls al e-mail: [email protected] This play, being fully protected under the copyright law of the United States of America, is subject to license and royalties. All rights are strictly reserved. Inquiries regarding the play should be addressed to the author: [email protected] Pedro R. Monge Rafuls Corona, New York, 2011

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(…) sois semejantes a sepulcros blanqueados, ---El Evangelio según San Mateo XXIII. 27.

PERSONAJES

Cardenal

Padre Edgardo

Raymond, el seminarista

Monseñor Darían Mumera

Ángel

San Ignacio de Loyola

San Francisco de Asís

Viuda Magdalena Triana

Tres soldados, (que también personifican a los Periodistas, al Nuncio y a su Secretario, a los Testaferros I y II.)

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La acción tiene lugar en Medellín, Colombia, u otra importante ciudad de cualquier país de América Latina. La acción es continua y las escenas deben enlazarse una con otra sin interrupciones, y menos apagones, salvo los marcados. Los personajes entran y salen de las escenas sin preocuparse por encontrar un pretexto para la acción. En el espacio del escenario se mezcla indiscriminadamente una pequeña capilla con un palacio arzobispal. No sabemos dónde termina el estudio-iglesia y comienzan las habitaciones del palacio arzobispal, pero sí podemos darnos cuenta de la diferencia entre ellos. Aparte está la casa de la Viuda Triana. En un lugar visible de la pequeña capilla hay dos nichos. En uno está San Ignacio de Loyola, y San Francisco de Asís en el otro. El Ángel solo es visible para el Padre Edgardo; igual los dos santos, cuando cobran vida, mientras tanto, estarán en los nichos. Hay un caballete de pintor. Antes de comenzar la acción, en los pasillos de la sala, vemos pasar un sacerdote, rezando el breviario, y un grupo de seminaristas, vestidos con alba, entonando cantos religiosos o las letanías. Se perderán en los recovecos de la escenografía mencionada. Habrá cantos religiosos o las letanías durante momentos de la obra, según el montaje.

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PERDONA MIS PECADOS

El Cardenal está solo, en silencio. Entra Raymond, el seminarista. Al mismo tiempo, sin que crucen palabras, ambos se quitan sus sotanas, se quitan las camisas. El Cardenal, desnudo, se arrodilla, con los brazos en cruz y con un crucifijo en una mano. Raymond saca un látigo pequeño de algún lugar y comienza a flagelar al Cardenal en la espalda.

CARDENAL. Perdona mis pecados, perdona mis pecados. No soy digno de tu amor. CARDENAL RAYMOND

¡Perdóname! ¡Perdónalo Señor! ¡Perdónalo Señor!

El Cardenal se abraza a las piernas de Raymond, que le castiga más fuerte. El abrazo confunde, no entendemos si está rodeado de erotismo o es un castigo corporal por sus pecados.

CARDENAL. RAYMOND. Sí, Sí. ¡Pégame, ay! ¡Perdona a este pecador, Señor! ¡Perdónanos!

CARDENAL RAYMOND ¡Ay, sí! ¡Pégame! Perdónalo Señor! ¡Perdónanos!

La escena va esfumándose, mientras aparece la siguiente.

ÁNGELUS DÓMINI

En la pequeña capilla, El P. Edgardo pinta sobre un lienzo, sin que veamos lo que pinta. San Ignacio y San Francisco de Asís bajan de sus nichos y se dirigen hacia el Padre Edgardo que deja de pintar. Los tres comienzan a rezar el Ángelus Dómini. Todos los cantos y rezos deben ser entonados de acuerdo a la liturgia católica.

P. EDGARDO. Ángelus Dómini nuntiávit Maríae.

(El Ángel del Señor anunció a María) S. IGNACIO y S. FRANCISCO. Et concépit de Spíritu Sancto.

(Y concibió por obra del Espíritu Santo) P. EDGARDO. Ecce Ancílla Dómini. (He aquí la esclava del Señor)

S. FRANCISCO y S. IGNACIO. Fiat mihi secúndum verbum tu um. (Hágase en mí según tu palabra)

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S. FRANCISCO. Et Verbum caro factum est. (Y el Verbo se hizo carne)

P. EDGARDO y S. IGNACIO. Et habitávit in nobis.

(Y habitó entre nosotros)

Los tres se persignan. S. IGNACIO. (Directamente al Padre Edgardo.) ¡Viene el Cardenal!

San Francisco y San Ignacio regresan a sus nichos.

EL ANUNCIO DE LA VISITA

El Cardenal se dirige a los fieles. Alrededor del altar se encuentra el Nuncio-Arzobispo y a su lado, en un asiento más bajo, o aun lado, se encuentra Monseñor Mumera, como corresponde a la categoría eclesiástica. Al mismo tiempo, el Padre Edgardo está frente al caballete, pintando. El Ángel, un personaje impreciso, nunca lucirá real, se mueve de un lado a otro, pero sin perjudicar la acción, parece que está en todas partes, siempre observando. Un Ángel es imprescindible en una obra como esta y debe buscársele su significación en la trama. La acción comienza en el mismo momento en que El Cardenal, acompañado del seminarista Raymond, vestido de diácono, rompiendo la cuarta pared, se dirige a la audiencia/los fieles.

CARDENAL. Queridos hijos e hijas en Nuestro Señor Jesucristo; hoy les traigo una

nueva buena. Nuestro querido Nuncio, aquí presente, (Lo señala.) nos ha traído una noticia importante para todos nosotros en forma de una carta que nos envió el Santo Padre y Su Excelencia me ha pedido que les comunique la decisión papal. (Enseña la carta.) Todos los que vivimos en esta querida arquidiócesis sabemos del amor y la deferencia que el Sumo Pontífice ha mostrado hacia nosotros. Yo, el primero, vuestro humilde y fiel servidor, al que la providencia divina ha colocado al frente de este rebaño, soy el primero en agradecer los gestos de bondad del Santo Padre hacia nosotros. A mí, al que sin mérito alguno, seleccionó para ser parte del colegio cardenalicio para, junto con los otros hermanos cardenales, ayudarlo e incluso, ¡tremenda responsabilidad!, buscarle un sucesor. ¡Que Dios, nuestro Padre, le dé muchos años de vida para el bien de su Santa Iglesia! Nosotros debemos obediencia absoluta al sucesor directo de Simón Pedro por mandato divino. Hijos e hijas míos; el mismo Dios ha escogido a nuestro país, porque nuestro Papa (Es decisión de la dirección mencionar el nombre del Papa actual.) ha escogido nuevamente a nuestro país,

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más aún, a esta ciudad, y, sin importarle su edad ni sus enfermedades, el Papa vendrá a bendecir el nuevo seminario, nido de futuros sacerdotes, y vendrá a inaugurar la Conferencia Mundial de Religiosos y Laicos que se celebrará muy pronto en nuestra ciudad; otra señal de la importancia de nuestra arquidiócesis para la Iglesia universal y del amor que Dios nos muestra. Ésa es la buena nueva, queridos hijos e hijas. ¡Alabemos al Señor!

VOCES. ¡Alabemos al Señor!

Todos los personajes que participaban en esta escena se esfuman, mientras el Cardenal entra sigilosamente al espacio donde se encuentra pintando el P. Edgardo.

EXISTE UNA CARTA

El Cardenal, a la defensiva, mientras el Padre Edgardo se levanta tranquilo. CARDENAL. ¿Qué estás pintando? P. EDGARDO. No esperaba tu visita... CARDENAL. No tengo porqué anunciar mi visita a los curas de mi arquidiócesis. Ni me

gusta que me tutees... (Vuelve a caminar hacia el lienzo, pero no lo mira.) ¿Qué estás pintando?

P. EDGARDO. Puedes verlo. CARDENAL. ¡Contéstame cuando te pregunto! P. EDGARDO. ¡Pinto un ángel! CARDENAL. (Nunca mira la pintura.) No me gusta lo que pintas... P. EDGARDO. Serás muy príncipe de la Iglesia, pero te perderías entre toda la maravilla

que se ha acumulado en las iglesias del mundo...en la Basílica de San Pedro ni se diga.

CARDENAL. Me molesta tu prepotencia. P. EDGARDO. Tu incultura no es mi culpa. CARDENAL. ¡No me tutees!

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P. EDGARDO. Te aburrirías contemplando tanto arte. CARDENAL. Gracias a mí pintaste aquellos cuadros que tanto han gustado. P. EDGARDO. Obligado por ti hice aquellas copias de los grandes maestros que estaban

en nuestras iglesias antiguas y luego supe que los regalabas a los otros cardenales como si fueran originales.

CARDENAL. (Divertido.) Para difundir nuestro patrimonio artístico. . P. EDGARDO. Para comprarte el papado. Eres la peor rata que he conocido. CARDENAL. (Señalando la pintura en el caballete.) Sabes que te he prohibido exponer

ese tipo de pintura. P. EDGARDO. Nunca expongo mi obra. CARDENAL. ¿Entonces, por qué pintas? P. EDGARDO. No podrás impedir que pinte. CARDENAL. Todos hablan de eso... P. EDGARDO. ¿Qué es eso? CARDENAL. Esa inmoralidad de ángeles desnudos. P. EDGARDO. Yo los pinto. Tú te los acuestas. CARDENAL. No me tutees. P. EDGARDO. ¿Qué tiene de malo pintar ángeles? CARDENAL. Eso es cosa del pasado. P. EDGARDO. Están en todas partes. CARDENAL. Entrégame la carta. P. EDGARDO. Le temes a esa carta, CARDENAL. Me debes obediencia.

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P. EDGARDO. La carta tiene más de cien firmas que la apoyan, donde están los mejores curas y religiosos de tu diócesis.

CARDENAL. Están tratando de manipularme. P. EDGARDO. Las firmas son manifestación del rechazo a cortar lenguas. Eso sí es

cosa del pasado. CARDENAL. Tenemos la obligación de cuidar la fe cristiana y ustedes conspiran contra

la autoridad... P. EDGARDO. No tengo ninguna carta. (Se toca el cuerpo.) CARDENAL. Quiero saber quienes la han firmado. P. EDGARDO. (Volviendo a tocarse el cuerpo.) Te digo que no tengo la carta.

CARDENAL. No se dan cuenta del escándalo que están armando. (Comienza la retirada cuando se vuelve a mirar al Padre Edgardo.) No te lo voy a permitir. (Sale.)

Inmediatamente que sale el Cardenal, entra Monseñor Darían Mumera vestido como los monseñores. Va directamente hacia el Padre Edgardo.

MONS. MUMERA. ¡Estás loco! ¿Por qué no se la entregaste? P. EDGARDO. (Se toca el cuerpo.) No la tengo. MONS. MUMERA. Algún otro cura renegado debe tener una copia y ya... ¡Sanseacabó!

Hubieras vuelto a ser bien visto. ¡Pero, no!, te gusta el brete y te has opuesto quizás al próximo Papa.

P. EDGARDO. ¡Dios nos libre!

MONS. MUMERA. Eres un idiota... Nunca te va a permitir exponer tus cuadritos. (Se dirige al cuadro que pinta P. Edgardo, lo mira. Hace una mueca de asco.) Hace bien con impedir que los muestres.

P. EDGARDO. ¡Vete! MONS. MUMERA. No te puedes enfrentar a Su Eminencia. P. EDGARDO. (Irónico.) Las ricas mujeres de la Cofradía Sagrada de las Damas de la

Nación te esperan para planear un retiro...

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MONS. MUMERA. Sí, tengo que volver al Palacio Nacional. Gracias por recordármelo. (Se

ríe lujurioso.) Allí me esperan con todos mis atributos divinos. P. EDGARDO. ¡Vete! ¡Vete! ¡Vete!...

Mons. Darían Mumera comienza a retroceder. Sale directamente hacia el espacio donde ahora conversan el Nuncio, el seminarista Raymond y el Cardenal.

CARDENAL. Muchas gracias por su asistencia, Excelencia. NUNCIO. (Con toda naturalidad suele repetir alguna palabra cuando habla, pero no

es gago.) Fue un placer, placer, y una obligación. Tenemos que prepararnos para la visita del Santo Padre, que nos hace un gran honor.

CARDENAL. (Siempre afable.) ¿Pero qué pasa aquí? Excelencia, no le han servido

nada. NUNCIO. Un vinito vinito vendría bien. CARDENAL. (A Raymond.) ¿Y tú qué vas a tomar? RAYMOND. Un café. CARDENAL. (A Mons. Mumera.) Tráeme uno a mí también.

Monseñor Mumera, solícito, sale por las bebidas mencionadas. CARDENAL. ¿Qué noticias hay, Excelencia? NUNCIO. ¡Dios santo! No son buenas. El escándalo es el pan nuestro de la Santa

Madre Iglesia Iglesia. Hasta del mismísimo anciano Santo Padre existen rumores. Los enemigos de la fe fe cada día día más perversos. Se la pasan inventando inventando; aliándose con el demonio para destruirnos.

CARDENAL Han tratado por siglos. RAYMOND. . No podrán.

Entra Monseñor Mumera con las bebidas en una bandeja, incluyendo una cerveza para sí mismo. Primero le ofrece al Cardenal, luego al Nuncio, a Raymond, y dejando la bandeja a un lado, agarra su cerveza.

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CARDENAL. Demos gracias a Dios por los favores recibidos y por la pronta visita de Su Santidad.

TODOS. Amén. MONS. MUMERA. Todos están felices con la noticia. Ya llamaron dos estaciones

de radio y un periodista del Universal para entrevistar a Su Eminencia. CARDENAL. (A Mons. Mumera.) Encárgate tú de eso. (A Raymond.) ¿Qué vas a

hacer ahora? RAYMOND. Tengo que regresar al seminario. Hace dos días que no voy. CARDENAL. Serán tres. (A Mons. Mumera.) Por favor, llama al rector del seminario

y dile que necesito a Raymond hoy también. Voy a ir a la parroquia de la Santa Cruz a ver cómo puedo resolver la situación de unas familias que se han quedado sin nada debido al derrumbe causado por los aguaceros de antes de ayer. Me informó el párroco de la Santa Cruz que tienen una situación desastrosa. Raymond, llama al canciller para que nos prepare algunas ropas, colchones y algún dinerito en efectivo. ¡Pobre gente!

NUNCIO. Ah, Eminencia, Eminencia, siempre dispuesto a resolverle a los más

necesitados. CARDENAL. En la Iglesia, el sacerdote representa sacramentalmente a Cristo y debe

entregarse al servicio de ella y de la caridad pastoral. El Nuncio se despide afectuosamente del Cardenal, y amablemente de Monseñor Mumera y del seminarista Raymond. Sale. Volvemos a la escena después de la visita de Mons. Mumera al P. Edgardo. Enseguida aparecen San Ignacio y San Francisco.

S. FRANCISCO. ¡Vaya monseñorcito! ÁNGEL. (Acercándose.) No debiste mentir. P. EDGARDO. ¡¿Mentir?! ÁNGEL. Le dijiste al Cardenal que no tienes la carta. S. IGNACIO. La verdad por delante aunque se paguen injustas consecuencias... S. FRANCISCO. No mintió.

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P. EDGARDO. (Tocándose el cuerpo.) Dije que no la tenía conmigo...Ese truquito me lo

enseñó San Francisco. (Saca la carta de algún lugar, la muestra, la pone sobre un mueble, visible.)

S. FRANCISCO. Esa carta es nuestra arma para desenmascararlo. S. IGNACIO. Tratará de impedir que llegue al Papa. ÁNGEL. El Nuncio lo encubrirá. PADRE EDGARDO. ¿Tú crees? S. FRANCISCO. Es muy astuto. S. IGNACIO. Bueeeeno. No podrá contra las pruebas. S. FRANCISCO. Hay que pensar correctamente. ÁNGEL. ¿Tienen algún plan? S. IGNACIO. Hay que crear una estrategia, como si fuéramos a una batalla. S. FRANCISCO. ¡Ay, Ignacio de Loyola! Ya te salió lo de militar. S, IGNACIO. Déjame tranquilo. S. FRANCISCO. El Señor es mi pastor. ÁNGEL. ¿Alguna vez lo viste en frente de un ejército de Ángeles? S. FRANCISCO. No es violento como el Padre. S. IGNACIO. Jesús me tiene a mí para dirigir sus huestes. S. FRANCISCO. Sigues pensando como un militar. Ahora eres un santo de la Iglesia. S. IGNACIO. Siempre seré un militar, por eso fundé la Compañía de Jesús. Tú continúa

hablándole a los animalitos y a las florecitas y todas esas otras boberiítas que te llevaron a la santidad. Cada uno a lo suyo.

P. EDGARDO. No debemos discutir entre nosotros.

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ANGEL. Vamos a analizar la situación.

S. IGNACIO. Déjenme estas cosas a mí. Analicemos cuál será el próximo paso del Cardenal.

Silencio largo y preocupante.

LA SOLEDAD

La Viuda Triana viene a ver al Cardenal. Entra Mons. Mumera. VDA. TRIANA. Buenos días, Monseñor. MONS. MUMERA. (Demasiado afable.) Buenos días, mi querida amiga. ¡Qué placer verte

por aquí! VDA. TRIANA. Perdóneme, pero vine a ver a Su Eminencia, sin avisar. MONS. MUMERA. No te preocupes. Si no está ocupado en algo importante, seguro que te

recibirá. Espérame un momento. Enseguida le aviso.

El Cardenal fuma y lee un documento. Tocan a la puerta y antes de que haya respuesta, entra Mons. Mumera.

MONS MUMERA. La Viuda Triana. CARDENAL. (Apagando el cigarro.) Hazla pasar. MONS. MUMERA. ¡Adelante! ¡Adelante!

La viuda entra y le besa el anillo al Cardenal, en señal de respeto y sometimiento. VDA. TRIANA. ¡Su Eminencia! CARDENAL. ¡Doña Magdalena! ¡Hija mía! (La bendice). VDA. TRIANA. (Se persigna devota. Vuelve a besarle el anillo.) Su Eminencia, vengo a

pedir su auxilio. CARDENAL. Claro, hija mía. Siéntate. VDA. TRIANA. (Se sienta.) Eminencia, Me siento muy sola.

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CARDENAL. ¡A ver, hija!

VDA. TRIANA. Eminencia, desde que murió Antonio no tengo un compañero que me quiera y proteja, pienso que el Señor nos hizo hombre y mujer para que estemos acompañados.

CARDENAL. Monseñor, ¿podría traernos algo refrescante?

Monseñor Mumera sale.

CARDENAL. A ver, hija, ¿en qué te puedo ayudar?, pero eso sí, no vuelvas a decir que estás sola. Tienes a Dios que te acompaña. Claro que entiendo que eres joven y toda mujer lozana busca compañía y como bien dices: Dios hizo a la mujer para el hombre. Otra cosa no es natural, como aducen los aliados del demonio.

VIUDA TRIANA. Yo amaba mucho a Antonio, pero, ya hace casi dos años... CARDENAL. Dios te dará la fuerza que necesitas.

VDA. TRIANA. Es que hay un asuntico que deseo hablar con Su Eminencia, usted sabe que Antonio me dejó una fortunita y eso me tiene un poco preocupada.

La escena se interrumpe, pero continuará. En este momento hay un juego sin congelamiento ni apagón, entran, de forma natural, sin anuncio, tres periodistas. La escena pasa a ser una conferencia de prensa. Vemos entrar a Mons. Mumera que queda a un lado. La viuda está presente, pero pasa a un segundo plano

LA CONFERENCIA DE PRENSA PERIODISTA I. ¿Qué puede decirnos del viaje del Papa? CARDENAL. El Santo Padre está muy contento con la posibilidad de poder visitar a

nuestro país. PERIODISTA III. ¿Cuándo se inaugurará el Seminario? CARDENAL. Dentro de dos meses, durante la visita del sucesor de San Pedro. PERIODISTA I. ¿Considera usted que el seminario es su mayor obra?

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CARDENAL. Como Obispo de esta Arquidiócesis agradezco al Señor que les permite a nuestros seminaristas contar con un espacio adecuado para sus estudios y para lograr la pureza de cuerpo y alma a la que todos los sacerdotes debemos aspirar.

PERIODISTA III. ¿Se reunirá con el Presidente? CARDENAL. Todavía estamos trabajando en la agenda de la visita. Es natural que tenga

un encuentro con el Presidente, pero tengamos claro que el Santo Padre viene a abrir el Encuentro Universal de Religiosos y Laicos y a inaugurar el Seminario.

PERIODISTA I. ¿Hablará el Santo Padre al Congreso? CARDENAL. No, no, esta no es una visita política, es únicamente pastoral. PERIODISTA II. Se dice que usted es el cardenal preferido del Papa. CARDENAL. El Señor es mi pastor y el Papa su representante. PERIODISTA III. El Santo Padre ya está muy anciano y enfermo, ¿se considera usted

papable? CARDENAL. Me considero un siervo de Dios, nuestro Señor. No pienso en otra cosa que

en lo que Él me tenga destinado. PERIODISTA II. Qué tiene que decir sobre los rumores de que el Papa vendrá a castigar a

los sacerdotes rebeldes.

El Cardenal mira fijo y molesto al Periodista II, al mismo instante en que Monseñor Mumera, de una forma imperceptible se acerca en forma defensiva hacia el Cardenal.

MONS. MUMERA. (Extremadamente amable.) Su Eminencia tiene otro compromiso y no

contestará más preguntas. Iremos informando a la prensa de acuerdo a como se vaya desarrollando la organización sobre el Viaje de Su Santidad.

Los periodistas I y II hablan casi al mismo tiempo.

PERIODISTA II. (Insiste.) ¿Condenará el Papa PERIODISTA I. ¿Cuántos

a los sacerdotes rebeldes? curas cismáticos hay en este momento? PERIODISTA III ¿Puede decirnos algo sobre el contenido de la carta? CARDENAL. (No le queda más remedio que decir algo. Siempre amable.) No, no, no hay

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curas rebeldes en la arquidiócesis, y mucho menos cismáticos, y tampoco sé de qué carta me habla. En este momento hay muchas conjeturas falsas para hacer daño, y no podemos prestarles atención a los rumores de los enemigos de Dios.

MONS. MUMERA. (Trata de llevar a los periodistas hacia fuera de la habitación.) Muchas

gracias. Por motivos de los compromisos de Su Eminencia la conferencia de prensa se da por terminada. Muchas gracias. Los mantendremos informados de todos los detalles de la visita del Santo Padre y de cualquier otro evento, como siempre hacemos. Entiendan por favor, Su Eminencia ha estado trabajando incansablemente con los afectados por los derrumbes causados por las inundaciones, y ha estado en visita pastoral toda la semana por varias parroquias lejanas, en los campos. Por favor, entiendan. Muchas gracias, muchas gracias.

PERIODISTA I. PERIODISTA II ¿Puede usted decirnos de ¿Sabe quiénes son?

los curas rebeldes? PERIODISTA III. ¿Es cierto que existe una carta? MONS. MUMERA. No tengo nada que agregar a lo que dijo Su Eminencia.

Los Periodistas salen por un lado, empujados amablemente por Monseñor Mumera, quien sale detrás de ellos.

EL NIÑO JESÚS

Regresamos a la misma escena de la conversación entre la Viuda Triana y el Cardenal, como si no se hubiese interrumpido. Todo de forma muy natural.

CARDENAL. Veamos, querida doña Magdalena. ¿En qué puedo ayudarte?

VIUDA TRIANA. No sé qué hacer para proteger de manos malvadas la fortuna que me dejó Antonio. Ya él tenía mucho dinero cuando nos casamos y yo, bueno, ahora que falta mi Antonio, me siento obligada a cuidar los negocios personalmente y la verdad, podemos decir que cuento con el administrador que servía a Antonio, él lleva los negocios, pero la verdad, Eminencia, y Dios me perdone, (Se persigna.) no sé hasta dónde puedo confiar en la honradez de ese hombre. No sé qué hacer. Si conociera a alguien que no abusara de mi ingenuidad y entonces...

CARDENAL. Muy bien, hijita. El administrador, háblame de él. VIUDA TRIANA. No digo que él me esté engañando y menos robando, ¡Dios me proteja

de hablar del prójimo! (Se persigna.) Pero pienso que debo cuidar del legado de mi

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esposo, como Dios manda, y el administrador pues no sé si verá con buenos ojos algo así, pienso que si ese señor, que ya está viejo y es un poco…, bueno, ¿Cómo decirle? Un poquito conservador y pues, pues puede tomar una actitud contraria a mi bienestar y a los de la Santa Iglesia. Él no aprueba mi deseo de ayudar a la Iglesia. Temo que como fue nombrado por Antonio para que siguiera al frente de los negocios, pues no sé, quizás debo buscar un administrador más de mi confianza que me ayude a manejar los negocitos para que marchen como deben marchar, pero no le tengo confianza. Por otro lado, temo encontrar a alguien que venga tras mi fortuna. He rogado mucho a Dios, nuestro Señor, para que me ilumine y no sé, me pregunto si no sería prudente poner mi fortunita en manos de Dios, Nuestro Señor. El administrador no podría poner reparos a mis intereses celestiales, siempre y cuando cuente con la asistencia de Su Eminencia. Yo pido mucho al Señor, y no sé cómo despedir al administrador; hasta he rezado Padre Nuestros al revés para que se aleje.

CARDENAL. Dios desea protegerte de las tentaciones del maligno. (La bendice. Ella se

persigna.) Vamos a hablar sobre la forma de proteger esa pequeña fortuna que Dios ha puesto en tus manos. No te aflijas, hija mía, que Dios y su santísima madre están contigo.

VIUDA TRIANA. Necesito su guía para vigilar el negocio y que la fortuna continúe

creciendo.

CARDENAL. (Se arrodilla. Extiende una mano a la Viuda Triana, que entiende y devota, se arrodilla cerca del Cardenal.) Señor, ten piedad de tu hijo y ayúdame a hacer tu voluntad; para poder siempre ayudar a los más necesitados. Ilumínanos, a mí, tu siervo, y a tu hija para trabajar para tu gloria. ¡Oh, Dios Todopoderoso!

El Cardenal medita brevemente. Parece haber recibido un mensaje de su Señor. Se levanta y ayuda a la Viuda Triana a levantarse

CARDENAL. Algo puedes hacer. Podrías dársela al Niño Jesús. VIUDA TRIANA. Eminencia, explíquese mejor, por favor. CARDENAL. No debemos apegarnos a los bienes materiales. Pensemos en una

donación a la Fundación del Niño Dios, que presido y que está dirigida a ayudar a los pobres. Como sabes todos los años ocurren muchas calamidades y la Fundación del Niño Jesús trata de remediar esos males que afectan a los necesitados.

VIUDA TRIANA. He venido buscando su asistencia, y yo veré que la Iglesia reciba lo

suyo; bueno, quiero decir, ayudar a todas las buenas causas de Su Eminencia.

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CARDENAL. El Señor te dio lo que tienes y al Señor no le interesan las cantidades, pero ¿y en cuánto asciende tu pequeña fortuna? Es pura curiosidad de mi debilidad humana.

En ese mismo momento entra Mons. Mumera con una bandeja donde vienen un licor y un par de copas. La pone sobre algún mueble.

VIUDA TRIANA. Lo que me dejo el difunto debe ser alrededor de cuatro o cinco millones

de dólares, quizás un poquitín más... Hay varias propiedades. Está la fábrica. El asuntico de bienes raíces. Ay, Eminencia, me siento tan desamparada. Realmente ni sé a cuanto ascienda la fortunita... Porque a todos los negocios, hay que agregarle algunas entradas de plata en efectivo, unos once o doce milloncitos que he logrado reunir después de que murió mi Antonio, pero por culpa del administrador no he podido organizar las cosas adecuadamente y unir esos negocitos para que trabajen a la par con los otros negocios que me dejó el difunto. Poner ese dinerito que logro reunir, junto con el negocio que Antonio me dejó sería una solución para evitar sospechas de las personas malpensadas. ¡Qué Dios me proteja de hacer algo indebido! (Se persigna.) Todo es honrado, que conste.

CARDENAL. (Comprende sin necesitar más explicaciones y notando el interés de

Monseñor Mumera en lo que termina de decir la viuda, se levanta para servir él mismo a la Viuda Triana.) Gracias Monseñor. Yo me encargaré de servir. El Cardenal le hace señas a Mons. Mumera de que se retire. Éste sale. El Cardenal sirve, solícito.

CARDENAL. Como sabemos, hija mía, uno sirve al Señor sin estar apegado a las cosas

materiales. La bondad divina va más allá de lo que algunos consideran un pecado. (Le entrega la copa.) Olvídate del ayer, ya Antonio está en el cielo, gozando de la gloria divina. Brindemos por su bendita alma.

Brindan y toman.

CARDENAL. Hija. (Brindando.)

VIUDA TRIANA. ¡Salud! CARDENAL. Estás actuando correctamente, incluso cuando piensas que debes retirar al

administrador.

VIUDA TRIANA. (Brinda y toma el resto de su bebida.) ¡Salud! CARDENAL. Me encargaré de buscar uno nuevo, quizás hasta el mismo Monseñor

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Darían Mumera, que es un alma fiel, pueda asistirte sin que tengas la necesidad de nombrar un nuevo administrador. Vamos a pedir la luz del Espíritu Santo para ver si podemos asociarnos con algunos de tus negocitos.

El Cardenal sirve nuevamente a la Viuda Triana, que tomó el contenido de una vez y extiende la copa para un nuevo trago. Vuelve a tomar de una vez y vuelve a extender la copa. Esta vez toma un sorbito solamente.

CARDENAL. (No se ha servido más, pero toma un sorbo de lo que todavía tiene en la

copa.) Buena señora, lo más pronto que pongamos ese dinerito bajo la protección de la Fundación del Niño Jesús lo más pronto que lloverán las bendiciones.

VIUDA TRIANA. (Levantándose complacida, se toma el último trago en la copa.) Ahora,

con el apoyo de Su Eminencia, la cosa es distinta. CARDENAL. (Feliz, acompañándola a la puerta.) Hablaremos con su administrador,

claro, y yo mismo me encargaré del abogado que pueda resolver el asuntito. VIUDA TRIANA. Yo estaba segura de que podía confiar en Su Eminencia

CARDENAL. Déjeme darle la bendición. (Nuevamente la bendice. Ella se persigna. Besa el anillo y sale.)

El Cardenal se queda pensativo. Vuelve a entrar Mons. Mumera, sin tocar la puerta.

MONS. MUMERA. Enseguida que vi salir a la Viuda Triana le vengo a comunicar que

afuera le espera una placentera sorpresa.

Cardenal de muy buen humor. Termina la bebida en la copa. CARDENAL. Me gustan las sorpresas placenteras. MONS. MUMERA. Está esperando por entrar.

Mons. Mumera se aparta y entra Raymond. El Cardenal aumenta su buen humor al ver a Raymond. Monseñor Mumera queda complacido de servir a su patrón. Se retira. Raymond entra y cierra la puerta.

CARDENAL. Hacía días que no te veía.

Raymond se va a arrodillar frente al Cardenal para besarle el anillo, pero el Cardenal lo detiene y lo abraza. Raymond se deja envolver en un abrazo que llama la atención.

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CARDENAL. No te esperaba. LA ACUSACION

El Padre Edgardo reza el Rosario con los dos santos. En ese mismo momento se oye gente que viene. Rápido San Ignacio agarra la carta, e igual que San Francisco vuelve a su nicho. El Ángel vuelve a aparecer detrás de una columna, sin ser visto por los que entran. Entra el seminarista Raymond, con Mons. Darían Mumera y tres soldados.

MONS. MUMERA. Venimos por la carta y esta vez no permitiré una mentira condicionada

al estilo San Francisco. P. EDGARDO. ¡¿Qué?! RAYMOND. Está enfrentándose a la autoridad que le debe obediencia. P. EDGARDO. ¿De qué hablas? MONS. /MUMERA. No te hagas, que sabemos el truquito y tu conspiración contra el

Cardenal. (A los guardias. Apuntando al Padre Edgardo.) ¡Es él!

Los soldados se apresuran hacia donde está el P. Edgardo; lo agarran a la fuerza aunque él no opone resistencia; le ponen los brazos atrás del cuerpo y lo mantienen así.

P. EDGARDO. Ésta es casa de paz.

Los soldados son gente de pueblo y se confunden, pero no lo sueltan. Están cumpliendo órdenes salidas del Cardenal y ellos saben que es la máxima autoridad. Además, tienen miedo a este asunto donde está envuelta la religión: lo divino.

RAYMOND. Lo acusan de inmoral. P. EDGARDO. ¡¿A mí?! RAYMOND. La gente de esta parroquia tiene pruebas de que está involucrado con los

antisociales, la mafia... ¡que conspira contra el gobierno! Que trabaja con el cartel de la droga.

MONS. MUMERA. Eres una vergüenza para la Iglesia.

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P. EDGARDO. ¡¿Tú lo dices?! RAYMOND. Llegaron pruebas a la curia. P. EDGARDO. ¡Pruébalo! MONS. MUMERA. (A los soldados, que no entienden las intrigas.) ¡¿Oyeron cómo se

revela?! SOLDADO. Hay que respetarlo como sacerdote. MONS. MUMERA. Dicen que pintas hombres desnudos y perviertes a los jóvenes. MONS. MUMERA. (A los soldados.) Registren...Busquen una carta que... Denme cualquier

papel raro. RAYMOND. No debemos revelarnos contra el Obispo.

Los soldados no saben qué hacer. Todavía sostienen al Padre. Edgardo y van a cumplir la orden, cuando, sin que se sepa a ciencia cierta, se oye afuera la gritería de un grupo de gente del pueblo. No se ven, pero se sabe que son gente buena, creyente.

RAYMOND. (Está sorprendido.) ¿Qué quieren? SAN ANTONIO. (Desde su nicho. Acordémonos que no lo ven.) Venimos a oír misa. MONS. MUMERA. (No se da cuenta de quién le habla.) ¡¿Misa?! S. IGNACIO. (No se dan cuenta que es él quien habla.) Sí, misa. S. FRANCISCO. Queremos que el Padre Edgardo celebre. MONS. MUMERA. ¡¿Ahora?! MULTITUD ¡Sí! ¡Sí! MONS. MUMERA. (A P. Edgardo.) Concelebraremos. P. EDGARDO. ¡No contigo!

Raymond y Monseñor Darían Mumera no saben qué hacer. Salen con los soldados. La multitud del pueblo deja de oírse de la misma forma en que apareció. Vemos salir a Ángel de escena sin ser notado.

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QUE PASE DE MÍ ESTE CALIZ

Los santos Ignacio y Francisco bajan de sus nichos y se reúnen con el Padre Edgardo.

P. EDGARDO. No sé si tendré fuerza. S. FRANCISCO. Haré como si no te hubiese oído. P. EDGARDO. No soy un santo. S. IGNACIO. Crees que yo no me desesperé. P. EDGARDO. Eran otros tiempos. S. FRANCISCO. Siempre el hombre bueno está rodeado de víboras. P. EDGARDO. Sí, pero siempre todo se me complica. S. FRANCISCO. Así el triunfo sabe mejor. P. EDGARDO. Primero, mis padres, luego, el rector que no creía en mi vocación. S. FRANCISCO. ¡Qué casualidad! El rector y el Cardenal son la misma persona. S. IGNACIO. Ese hijo de… (San Francisco tose desaprobando lo que va a decir.) Bueno,

ese desalmado quiso abusar de ti cuando estabas en el seminario. S. FRANCISCO. Todos hemos sido débiles. S. IGNACIO. Amé a muchas mujeres. S. FRANCISCO. Lo importante es que tus convicciones religiosas han sido sólidas.

Silencio largo. S. IGNACIO. No cabe duda de que le teme a la carta. S. FRANCISCO. Llegará al Papa. P. EDGARDO. Tenemos que pensar en otras opciones. S. FRANCISCO. ¿Crees que el Nuncio…?

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S. IGNACIO. Recuerda que fue el Nuncio quien lo recomendó a la Santa Sede. S. FRANCISCO. No es más que un empleado del Vaticano con intereses como los demás. P. EDGARDO. Lo malo es que se dice que el Papa no se imagina nada, y prepara al

Cardenal para que sea su sucesor, y con ese propósito piensa nombrarlo Secretario de Estado.

S. FRANCISCO. Actualmente es más poderoso que el Secretario de Estado. P. EDGARDO. El Nuncio ha ayudado a crear esa imagen y no puede permitir que la carta

llegue a manos del Papa, S. IGNACIO. Debemos tener cuidado.

S. FRANCISCO. La carta ayudará a desenmascararlo. P. EDGARDO. Ése es el propósito. S. IGNACIO. Pero quizás no sea verdad que el Cardenal Secretario de Estado va a

renunciar. S. FRANCISCO. Ya llegó a los setenta y cinco años y su renuncia es obligatoria. P. EDGARDO. El Papa la aceptará antes de venir a bendecir el nuevo seminario e

inaugurar la Conferencia Mundial de Religiosos y Laicos, y aprovechará el viaje para hacer el anuncio del nuevo nombramiento.

S. FRANCISCO. ¡Hijo de puta! (Se da cuenta de lo que ha dicho y se persigna,

arrepentido.) ¡Perdón, Dios mío! S. IGNACIO. ¡Vaya! ¡Vaya, San Francisco! ¡Qué vocabulario!... P. EDGARDO. (Esperanzado.) Pero, todo fracasará cuando Monseñor Ramírez lea la

carta. S. FRANCISCO. ¿Monseñor Ramírez? P. EDGARDO. El Obispo de Fucaracú ha dicho que la leerá frente a los demás obispos. S. IGNACIO. Ni yo mismo lo hubiera planeado mejor.

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S. FRANCISCO. Naturalmente, la prensa del mundo cubrirá la conferencia. P. EDGARDO. Monseñor Ramírez fue el Vicario del Cardenal cuando sólo era obispo. S. IGNACIO. El Papa tendrá que cancelar el anuncio del nombramiento y, además, se verá

obligado a investigar... P. EDGARDO. Todo muy bien planeado. S. IGNACIO. …pero no olvidemos que hay una tradición de encubrimientos en la Iglesia. S. FRANCISCO. No digas eso. S. IGNACIO. Siempre uno de nosotros ha luchado por purificarla: Santa Teresa, yo…y los

otros. P. EDGARDO. Al Sumo Pontífice no le quedará más remedio que actuar o de lo contrario

el escándalo lo acompañará a la tumba. S. FRANCISCO. No es un mal Papa. S. IGNACIO. Ya está más del otro lado que de éste. S. FRANCISCO. Está viejo y enfermo. P. EDGARDO. Vamos a rezar el Rosario. S. FRANCISCO. A la Virgen le va a encantar S. IGNACIO. A ver si nos echa una manita.

P. EDGARDO Y SANTOS. Dios te salve María, llena eres de gracias. El Señor es

contigo…

EL STRESS SE CALMA CON UN MASAJE CARDENAL. (Está furioso. Da un golpe sobre algún mueble. A Mons. Mumera.) Eres un

inútil. Si hubiesen registrado como lo mandé. MONS. MUMERA. Llegó una multitud RAYMOND. Como enviados por Dios.

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CARDENAL. ¡¿No me digas?! (Vuelve a dar otro golpe sobre algo. Le duele y eso lo

enfurece más.) RAYMOND. Parecían salir de todas partes. MONS. MUMERA. ¿Y qué podíamos hacer? CARDENAL. (A Mons. Mumera.) No sirves para nada... MONS. MUMERA. (Con temor. Sabe que puede aumentar la furia del Cardenal.)

Eminencia, pero es que... CARDENAL. Es que nada. (Empuja a Monseñor Mumera por el pecho.) ¿Para qué te

quiero? MONS. MUMERA. Es un problema grande. CARDENAL. Por eso mismo te mandé. Porque eres mi hombre de confianza. Raymond es

muy joven todavía y le falta experiencia, pero tú... ¡Eres un inútil! RAYMOND. Cámbialo de parroquia. MONS. MUMERA. Envíelo a una parroquia en un pueblito, bien alejado de la prensa y de

cualquier contacto humano. CARDENAL. Seguirá con sus infamias desde cualquier lugar adonde lo envíe. MONS. MUMERA. ¿Quiere que busque a un joven que lo seduzca y llamamos a la prensa

en el momento crucial? (Se ríe.) CARDENAL. Él busca la santidad. Si lo sabré yo. CARDENAL. Además, el escándalo salpicará a toda la Iglesia. RAYMOND. Buscar la santidad es un deber. CARDENAL Sí, sí, pero ahora no estamos en una clase del misterio de la salvación. MONS. MUMERA. Vamos a regar la voz de que es maricón. Se desprestigiará. Todo el

mundo sabe que usa jóvenes pobres para pintar ángeles desnudos.

El Cardenal está muy interesado.

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RAYMOND. Es un ministro de Dios. MONS. MUMERA. Aunque como dijo, será un escándalo que puede llegar a otros. CARDENAL. ¡No tengo nada que ocultar! ¡No te vayas a equivocar! RAYMOND. Hay que convencerlo para que… CARDENAL. ¿Qué quieres, que vaya yo mismo? RAYMOND. ¡¿Tú?! MONS. MUMERA. Es la mejor solución. CARDENAL. (A Mons. Mumera.) ¡¿Serás idiota?! Es lo que él desea y lo que no puedo

hacer. Si voy yo se forma un alboroto público. (A Raymond.) Me duele mucho la espalda. Debe ser el stress.

RAYMOND. Siéntate aquí.

El Cardenal se sienta y Raymond comienza a darle un masaje. El Cardenal se ve complacido.

MONS. MUMERA. ¿Y por qué no lo eliminamos? RAYMOND. ¡¿Qué dijo?! CARDENAL. Nada. Nada. (Cambia. Muy tierno, comienza a abrirle la camisa hasta que se

la quita completamente.) La camisa me raspa. (Mons. Mumera sale, consciente de que estorba. El Cardenal se quita los pantalones.) Mejor es así.

Raymond continúa con el masaje directamente sobre el cuerpo. El masaje va convirtiéndose en un juego raro. Hay un juego de luces, distinto al de la escena anterior y se hace un apagón comprometido.

LAS FIRMAS P. EDGARDO. (Frente al nicho de los santos, que esta vez no bajan.) Faltan diez curas

más por firmar la carta y entonces tendremos una buena cantidad para ser escuchados con atención.

S. IGNACIO. Defenderé la carta con mi vida.

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S. FRANCISCO. ¡Ignacio, tú eres un alma! S. IGNACIO. Bueeno, tengo la vida espiritual…quise decir con honestidad. S. FRANCISCO. Cuidado con lo que dices. P. EDGARDO. Nuestro mensaje será verdad y justicia. AMOR DIVINO

MONS. MUMERA. (Entra y se encuentra con la Viuda Triana, que espera en el Palacio Arzobispal.) ¡Magda! ¡¿Llevas mucho tiempo aquí?!

VDA. TRIANA. Espero a Su Eminencia. MONS. MUMERA. No se encuentra. Está almorzando con el Nuncio y volverá muy tarde. VDA. TRIANA. ¡Ay, qué pena! MONS. MUMERA. (Comienza a desarrollar una actitud seductora que va en aumento

según sucede la escena.) Quizás te pueda ayudar. VDA. TRIANA. Ay, Monseñor qué vergüenza molestarlo. MONS. MUMERA. No, Magda, estar a tu servicio es un gran placer. VDA. TRIANA. Venía para hablarle del regalo al Niño Jesús. Su Eminencia me decía de la

posibilidad de que usted me ayudara a solucionar los problemitas del negocio. MONS. MUMERA. (Cuidándose para no echar de ver lo que sabe y, además, para no

crearse un problema.) Algo me dijo, pero ¿por qué no me lo cuentas tú, Magdalenita! Sabes, cuando tú,,, mejor no te digo... No, no, mejor no.

VDA. TRIANA. Dígame, monseñor... MONS. MUMERA. No, no, mejor que no te diga nada. VDA. TRIANA. Pero me va a dejar intrigada, si hasta vamos a trabajar juntos. MON. MUMERA. Bueno, no sé, es que…, pero eso sí, te voy a pedir un favor: Vamos a

tutearnos.

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VDA. TRIANA. ¿Es apropiado? MONS. MUMERA. Claro, Magda, hay muchas cosas que son apropiadas, no debemos

tener miedo de enfrentarlas. VDA. TRIANA. Monseñor, es que usted es un sacerdote. MONS. MUMERA. Magda, Dios me hizo hombre, Algunas personas están equivocadas

con lo que es un sacerdote. (Le agarra las manos. Muy discretamente las acaricia. La Viuda Triana se deja.) ¡Qué manos más bellas tienes! ¡Parecen las de una santa!

VDA. TRIANA. ¡Ay, Monseñor! MONS. MUMERA. (Seductor.) Tus manos son como las de una reina virgen. (Le besa las

manos con lujuria.) VDA. TRIANA. (Falsa.) No se puede ir contra las leyes de Dios y la moral. MONS. MUMERA. ¿Crees que no sé lo que hago y digo? VDA. TRIANA. (En el colmo de la falsa ingenuidad y virtud.) Pero...es que...yo creo que…

¡Ay, Señor estoy tan confundida! MONS. MUMERA. Mis manos bendecidas me hacen ser uno con él. Dios, Nuestro Señor,

creó la calentura de la carne pura para los corazones castos. (Lascivo continúa con el juego.) Para eso vivo, para orientar las almas castas como la tuya. Para salvar tu alma, para salvar la mía. (Arrodillándose.) Ven, vamos a orar para que el Señor nos bendiga y te permita ver que dos corazones que Él creó para el amor deben seguir su rumbo.

La Viuda Triana se arrodilla a su lado, bien pegaditos. Él la abraza y la atrae hacia su cuerpo. Ella se queda como en un éxtasis, gozando de la situación.

MONS. MUMERA. Hay que vivir el impulso que Él mismo nos da y bendice. ¿Acaso voy a

engañarte? Dios poderoso, tú que creaste al hombre y a la mujer para amarse y has hecho que Magda y yo nos conozcamos en la más pura de las intenciones; une nuestra sincera amistad, Oh, Dios, tú, que me has hecho tu siervo, y a ella la mujer que debo proteger; así como tu divina madre encontró el consuelo y calor de un hombre en el casto José, haz que Magda y yo logremos que nuestro amor crezca casto frente a tus ojos divinos y protectores. Permítenos ser felices, Oh. Dios padre. Amén.

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VDA. TRIANA. Amén. (Se persigna.) MONS. MUMERA. (Se levanta y la ayuda a levantarse. Él se sienta.) Ven, siéntate a mi

lado. (Ella se sienta a su lado.) Cierra tus ojitos, recuéstate hacia atrás. (La Viuda obedece. Monseñor agarra sus manos. Seductor, habla con mucha dulzura) Vamos a meditar. Cierra tus ojitos y déjate guiar. (Comienza acariciar sus piernas y a besar su hombro, mientras continúa hablando.) Tú y yo. Oh, Sagrado Corazón, con tu gran poder, ayúdanos a ser felices dentro de tu corazón divino, que nos llevará a la plenitud terrenal.

La Viuda se deja acariciar y besar apasionadamente Ella corresponde. Monseñor se sube sobre ella. Se hace el oscuro repentinamente. La escena desaparece lentamente, mientras la acción pasa a la capilla, donde el P. Edgardo está arrodillado frente a los Santos Francisco e Ignacio, que ahora son imágenes en sus nichos.

AYÚDAME DIOS MÍO P. EDGARDO. El Vaticano me queda muy lejos en lo geográfico y en lo

sentimental. Admiro ese museo pero no puedo negar que le tengo miedo. Después de todo, yo sólo soy un pobre cura marginado que tiene como único camino avergonzarse por el simple hecho de existir en medio de un mundo que no entiende. Aunque no renuncio a mi derecho por el bautismo de que también me sople el Espíritu Santo, aunque no es lo mismo un soplido por estos rumbos que otro en San Pedro. Dios mío, ayúdame.

SAN FRANCISCO. Así trata el Señor a sus hijos más queridos. P. EDGARDO. Por eso tiene tan pocos.1 S. IGNACIO. Bueeeno, no te quejes tanto. P. EDGARDO. (Se pone de pie.) No me quejo. El poder religioso tiene una

dimensión simbólica. Como cristianos, aceptamos la función de la Iglesia, pero ahora siento que todo ese poder está encima de mí, que estoy solo, que nadie me defiende. Siempre la vida me ha dado la parte dura de la soga. No fue fácil entender a un padre que abusaba de mi madre; que la obligaba al sexo, que me llevó a una casa de prostitución cuando yo tenía doce años y no entendía mi sensibilidad religiosa. Después fue el seminario, donde el

1 Se dice que así le reprochó Santa Teresa de Ávila a Jesús.

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Rector quiso… No deseo repetir la historia… y ahora su venganza S. IGNACIO. Pero te le has enfrentado. P. EDGARDO. Sí. Nací para escuchar el grito de la gente pobre, y por eso, quizás

mi deseo de anunciar que Dios es un Dios vivo y de vida. S. FRANCISCO. Ya ves, es toda una experiencia espiritual. SE NECESITAN MÁS FIRMAS P. EDGARDO. Tengo más firmas. S. IGNACIO. ¿Quiénes? P. EDGARDO. No fue fácil. La gente del Cardenal anda preguntando por todas las

parroquias, coaccionando a todos los curas. S. FRANCISCO. Pero, ¿quiénes firmaron? P. EDGARDO. El Padre Eduardo Moro. S. FRANCISCO. El capellán de la universidad. ¿Quién más? S. IGNACIO. ¿Y dices que andan persiguiendo a los curas? P. EDGARDO. Se han metido hasta en los conventos de monjas. El Cardenal se enteró

que la Superiora de las Clarisas estaba dispuesta a firmar y en un dos por tres la enviaron de castigo para la casa madre, en Madrid.

S. FRANCISCO. Esto se está complicando. S. IGNACIO. Sabe dar golpes rápidos y seguros. S. FRANCISCO. ¿Pudiste hablar con Mons. Barnola? P. EDGARDO. Monseñor Mumera estaba en su casa. S. FRANSCISCO. Pero, por fin, ¿entonces quiénes firmaron? P. EDGARDOL. El Padre Moro, el Padre Héctor Julio, el P. Gabriel Vélez y el Padre

Casparrilla.

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S. IGNACIO. No nos conviene. S. FRANCISCO. ¡Todos convienen! P. EDGARDO. El Padre Casparrilla está muy comprometido con el movimiento de curas

obreros, pero no es sincero ni consigo mismo. Si alguien no está de acuerdo con él trata de quitárselo del medio.

S. FRANCISCO. Es igual al Cardenal. S. IGNACIO. Pueden decir que los curas que firman son peores que el mismo Cardenal

que critican. P. EDGARDO. Tienes un punto a tu favor, para hacer un movimiento hay que hacerlo con

convencimiento y pureza..., pero él se ofreció a firmar. S. FRANCISCO. Ya firmó. ¿Entonces? P. EDGARDO. Firmó porque detesta al Cardenal. S. IGNACIO. Lo que podemos hacer es no incluirlo en la lista. Su hermano sí nos

conviene. P. EDGARDO. Monseñor Barnola ha dicho que él firmará. Su fama de justo le dará fuerza

a la carta. SAN FRANCISCO. El Cardenal lo convencerá del voto de obediencia. P. EDGARDO. No, él cree en nuestra causa y el Cardenal no podrá amenazarlo porque

sabe que Monseñor es muy querido por todos y sobre todo, respetado en la Conferencia Episcopal. Se verá obligado a tratar a Monseñor Barnola con mucha sutileza. ¡Él firmará!

SAN IGNACIO. Pienso que debemos ser más agresivos. S. FRANCISCO. Ignacio, por favor, somos santos. ÁNGEL. (Entrando.) ¿Dónde está la carta? S. IGNACIO. Bien escondida. ÁNGEL. Es necesario que esté segura. Yo puedo esconderla en un lugar que nadie

encontrará.

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P. EDGARDO. No te preocupes. S. IGNACIO. Mientras menos lo sepamos, menos riesgo existe que nos veamos

presionados a hablar. ÁNGEL. Pero nosotros debemos saberlo, por si le pasa algo a uno, los otros puedan

actuar. S. FRANCISCO. Ni yo mismo lo sé. Nuestro amigo Ignacio, aquí presente, la ha escondido

y no dice donde. S. IGNACIO. No te preocupes, Ángel, yo soy una imagen, cada vez que suba a mi nicho

vuelvo a ser de madera y nadie puede chantajearme o torturarme... ÁNGEL. No es lo correcto, pero no volveré a inmiscuirme si los tres creen que es una

buena solución. PENITENCIA PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS

Se ve al Cardenal, como en otras ocasiones, de rodillas, sin camisa, con los brazos en cruz. Raymond con el flagelo, se desnuda hasta quedar en ropa interior. Se persigna y comienza a flagelar al Cardenal, que se abraza a sus piernas. Oscuro.

ASI SON LAS COSAS P. EDGARDO. Hay que hablar con Monseñor Escarja. S. FRANCISCO. El Obispo Auxiliar. ÁNGEL. ¡¿Estás loco?! P. EDGARDO. Es necesario que nos apoye. Si él firma, nadie dudará. S. IGNACIO. ¡Bueeeeno! P. EDGARDO. Su apoyo es crucial para nuestra causa. Nadie dudará que decimos la

verdad. ÁNGEL. Pero Monseñor Escarja será un golpe demasiado fuerte.

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S. FRANCISCO. No entiendo por qué estas cosas suceden en la casa del Señor. S. IGNACIO. ¡Bueeeno! ÁNGEL. A veces creo que estamos adelantándonos a los hechos. Quizás el conclave no

lo elegirá y nosotros habremos levantado un escándalo innecesario en la iglesia de Dios. Sería horrible. (Sale.)

P. EDGARDO. Todo hace pensar que a la muerte del Papa, el Colegio de

Cardenales querrá una catolicidad sin fisuras, bien sujeta a una Roma con su propia fuerza y siempre fiel. Nada de respuestas teológicas a la mujer, a los homosexuales, a una Latinoamérica tercermundista, a un África que se muere de hambre. Nada que suene a "otro" o a distinto, y el Cardenal es un hombre de mano férrea, defensor de la fe y sobre todo, capaz de cubrir la podredumbre de la Iglesia.

S, IGNACIO. ¡Cómo tuve que luchar contra los podridos de mis tiempos! LA VISITA

Inesperadamente entra el Nuncio acompañado de su Secretario. Son los dos actores que representaron a los Guardias. Los Santos, regresan a sus nichos o se quedan en la acción. No son vistos por el Nuncio. El Ángel se ve en su escondite habitual en la columna.

NUNCIO. (Siempre muy diplomático y simpático.) Hola. Hola.

Padre Edgardo se inclina frente a él. Le besa el anillo en muestra de respeto y obediencia.

NUNCIO. ¿Me conoces? P. EDGARDO. Lo he oído hablar en un par de ceremonias en la catedral.

Además, lo he visto frecuentemente en la televisión. NUNCIO. Si no hubiera sido sacerdote, me hubiese gustado ser actor. (Ríe

divertido. Le pone el brazo por encima a Padre Edgardo.) ¿Qué pintas pintas? (Camina hacia el caballete, arrastrando al Padre con él. Contempla el cuadro.) Me gusta. Me gusta. Esas líneas, perfectas. Me encanta el realismo fotográfico. Los colores que usas son los exactos para crear la figura. Me parece que hay que organizarte una exposición exposición.

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P. EDGARDO. (Zafándose cortésmente del abrazo.) ¿Cómo sabía que pinto? NUNCIO. Sé muchas cosas muchas cosas. Mi trabajo es saber lo que sucede en el país

e informarlo a la Santa Sede. P. EDGARDO. Siéntese, Excelencia. ¿Desea tomar un vinito? NUNCIO. No, no. No te molestes. P. EDGARDO. (Al Secretario, que no habla y parece una estatua.) ¿Desea algo? NUNCIO. Oh, él sólo toma vino cuando celebra misa. P. EDGARDO. ¿Un jugo o una soda? NUNCIO. No, no. ¿Cómo van los asuntos de la parroquia? Me han llegado noticias

noticias de que tus fieles te apoyan y protegen. (Sentándose.) Así debe ser el rebaño con el pastor. Siéntate siéntate, hace tiempo tiempo que deseaba conocerte.

P. EDGARDO. (Obedece y se sienta.) Me gustaría brindarles algo. NUNCIO. Apenas ayer el Obispo Escarja me decía que eres muy querido por todos y te

recomendaba. Fui a darle la noticia de que el Santo Padre lo enviaba como su representante especial, a una misión en el centro de África África. El Santo Padre le pidió que se marchara inmediatamente inmediatamente. El Obispo es un hombre muy justo y estoy seguro que será un buen representante papal. Así que la triste noticia es para todos los que estamos en esta ciudad, que nos quedamos sin el Obispo Obispo y de lo que de él se esperaba. ¡Es la providencia divina! ¡La providencia divina!, a la que, como tú sabes, debemos acatar. Creo que le pediré al Santo Padre que considere a Monseñor Mumera para reemplazarlo. Conoce muy bien a la diócesis y es un fiel aliado del Cardenal, lo cual, como sabemos, es una ventaja ventaja para el avance de la Santa Iglesia. Y te preguntarás por qué te cuento todo esto.

P. EDGARDO. Exacto, es lo que me preguntaba. NUNCIO. (Se ríe amigable.) Claro, claro. Pues te seré sincero, es el tiempo en que se

me exige exige enviar la terna para los futuros obispos del país y, como sabes, ésta es una nación muy especial especial para el Santo Padre. Dentro de un mes estará aceptando la renuncia de tres obispos. Tres diócesis que quedarán vacantes. (Como algo chistoso.) Algunos obispos nos ponemos viejos viejos y nos toca retirarnos.

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P. EDGARDO. No entiendo cómo puedo ayudarlo. NUNCIO. (Nuevamente se ríe amable y comprensivo.) No no. Vengo vengo a conocerte

mejor, oír que piensas de todo. La obediencia, la Iglesia, en fin, vengo a compartir contigo un rato. (Astuto.) ¡Quién sabe! No conozco a ningún obispo pintor en este país tan querido y ya puede ser hora de que tengamos uno uno.

P. EDGARDO. ¿Qué me está diciendo? NUNCIO. Nada, nada. Claro, imagínate tú podrías exponer en las mejores galerías del

país y del mundo, en el Vaticano. ¡Siendo obispo se abren las puertas! Será un acontecimiento que todos todos querrán ver. Claro, claro, ser obispo es la culminación del sacerdocio, según el mismo San Pablo San Pablo. ¿No me dices nada?

P. EDGARDO. Es que no sé qué decir. NUNCIO. Imagínatelo, imagínatelo. Un obispo gobierna libremente en su diócesis,

donde puede imponer sus ideas, su doctrina doctrina de fe, aun si quisiera cambiar cosas, tiene una oportunidad.

P. EDGARDO. Parece que no es fácil cambiar los errores de la Iglesia. NUNCIO. La Iglesia no tiene errores; no te olvides. ¿Por qué no puede un obispo llegar a

santo santo? Claro claro, siempre y cuando cumpla sus deberes y sagradas obligaciones: obediencia ciega a la jerarquía eclesiástica, comulguen o no con sus formas de ser. Antes que nada, el bien de la Iglesia; guardarla del escándalo. Eso antes que nada nada.

P. EDGARDO. De veras, ¿no desean tomar algo? NUNCIO. No no, me tengo que ir. ¡Tantas cosas que tengo que hacer! Ahí te dejo la

meditación; consúltalo esta noche y mañana frente al altar, obediente y humildemente, Piénsalo piénsalo. La Iglesia debe ser salvaguardada del escándalo. En fin en fin, me tengo que ir. Te voy a dar la bendición. (P. Edgardo inclina la cabeza, persignándose mientras el Nuncio lo bendice.) Vendré dentro de dos o tres días y hablaremos de tu amor a la Iglesia. (Sale con el secretario detrás.)

EL CONSEJO ANGEL. (Sale de su escondite en la columna.) ¡Felicidades, Su Excelentísima!

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P. EDGARDO. No me felicites, pues nada me han ofrecido. ANGEL. Es la Providencia Divina. Tienes que aceptar el deseo de Dios. P. EDGARDO. Oremos mucho. ANGEL. Como dijo el Nuncio. En tu diócesis podrás renovar la Iglesia. ¿Te imaginas? P. EDGARDO. Quiero estar solo. ANGEL. Sobre todo piensa en el prestigio de la Iglesia. (Sale.) P. EDGARDO (Se arrodilla frente a los Santos Ignacio y Francisco.) ¿Por qué están

callados cuando más los necesito?

Inesperadamente entra Raymond y se le arrodilla al lado.

RAYMOND. Ayúdame. P. EDGARDO. Sólo tú puedes ayudarte… (Raymond lo mira buscando una respuesta

clara.) Si no flaqueas. LAS CUENTAS CLARAS

La misma escenografía, pero nos damos cuenta que es la casa de la Viuda Triana. Monseñor Mumera está en ropa civil.

VIUDA TRIANA. (Por su forma de hablar y moverse parece otra mujer. Está hablando

por teléfono.) Sí, sí. ¿Qué dijo Ramón?... No me interesa… Eso no fue en lo que habíamos quedado. A mí me cumplen… Acordamos que iban a ser diez… Yo tengo la peor parte… tengo que procesarla y enviarla para el extranjero y eso me cuesta una cantidad considerable… A mí no me vengas con pendejás. ¿Crees que soy idiota?... Vamos a dejar las cosas claras, me cumples lo prometido o de lo contrario, atente a las consecuencias.

Cuelga furiosa. Inmediatamente marca un número, espera que contesten.

VIUDA TRIANA. Termino de hablar con Rubén y me salió con una serie de pendejás. Que no me pueden garantizar ni la cantidad ni la calidad, que si Ramón me lo había dicho… No me dijo nada, carajo, por eso no voy a permitir que me vengan con juegos sucios… Vete donde Ramón y le aclaras lo que le pasó a los proveedores anteriores y que si no quieren terminar igual, que no me falten. (Cuelga enojada.)

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MONS. MUMERA. (Se le acerca con un trago, se lo da y mientras la Viuda toma, él la

besa por el cuello y la acaricia.) No se me agite, mi amor. Esta semana viene más; el dinero llega por chorros.

VIUDA TRIANA. El dinero llega por chorros porque no permito debilidades o todo se va a

la mierda. No vayan a pensar que por ser mujer soy menos, y eso va contigo también. El que me promete, cumple o se jode.

MONS. MUMERA. ¿Acaso yo no le cumplo a mi reina linda? (La sigue besando; ella

responde a las caricias y todo va hacia el sexo.)

EL INFORME

Monseñor Mumera sale de escena y entra adonde está el Cardenal. CARDENAL. Te estuve llamando. MONS. MUMERA. Tenía el celular apagado.

CARDENAL. Tienes una misión que cumplir. Sirves como debes y subes en la jerarquía y en el poder; me fallas y te…

MON. MUMERA. Siempre le he servido bien. Es más, he logrado que la cosa

funcione mejor de lo que esperaba. CARDENAL. Eso habla bien de ti. MONS. MUMERA. El asunto del administrador se resolvió hace rato. CARDENAL. No quiero detalles. MONS. MUMERA. Como diga, aunque me costó trabajo porque es muy peleadora,

la he convencido para que termine la guerra absurda que mantenía con Rodrigo Altamirano.

CARDENAL. Naturalmente, la paz debe imperar. MONS. MUMERA. Rodrigo Altamirano se ocupa de toda la parte este y sur, ella de

la norte y de… CARDENAL. Te dije que no quiero detalles.

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MONS. MUMERA. El trato se pudo hacer porque Rodrigo Altamirano sabe que Su

Eminencia está detrás de Magdalena. La Viuda le va a ofrecer un millón mensual a Su Eminencia, pero usted le va a pedir más porque le puede dar más.

CARDENAL. ¡Aceptará? MONS. MUMERA. A la primera objeción, Su Eminencia le deja saber que si no hay

más plata para la Cofradía del Niño Jesús no hay más trato. CARDENAL. No voy a armar un escándalo. MONS. MUMERA. No habrá escándalo. Ella sabe que el apoyo de Su Eminencia, le

ha abierto puertas y traído seguridad. CARDENAL. ¿Cuánto más? MONS. MUMERA. Un millón más. CARDENAL. ¿Y tú? MONS. MUMERA. No se preocupe, no seré una carga…estoy acumulando mi

fortunita para no causarle gastos a usted cuando llegue mi nombramiento. CARDENAL. Ya hablé con el Nuncio. MONS. MUMERA. Gracias, Eminencia. CARDENAL. No te me vayas a enamorar, que eso lo complicaría todo. MONS. MUMERA. Y le tengo otra noticia. CARDENAL. Que sea buena. MONS. MUMERA. Vamos a encargarnos del Padre Edgardo. CARDENAL. No quiero verme involucrado en ninguna cosa fuera de mi pastoral. MONS. MUMERA. Su Eminencia no se verá involucrado. CARDENAL. (Muy complacido Lo bendice en una escena muy piadosa. Mons.

Mumera se inclina devoto para recibir la bendición, mientras el Cardenal hace la

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señal de la cruz sobre él.) Dios te bendiga. AMBOS. Amén.

Monseñor Mumera se persigna. Besa el anillo del Cardenal y sale. CARDENAL. (Llama.) ¡Raymond! ¡Raymond!

Entra Raymond. CARDENAL. Acompáñame a darle gracias a Dios Todopoderoso por proveer para

que el hospital para los niños desamparados pronto sea una realidad. LA OVEJA NEGRA

Vemos al Padre Edgardo pintando, al mismo tiempo que entra Monseñor Mumera.

MONS. MUMERA. Hemos venido a registrar la casa cural. P. EDGARDO. ¿Por qué? MONS. MUMERA.. Porque se te acusa de estar en negocios con los carteles de la

droga... Y eso no se puede permitir y menos en alguien que representa a Cristo y a su Iglesia.

P. EDGARDO. Todo lo que hay en esta casa pertenece a Dios, al que tú

desconoces. MONS. MUMERA. ¡Cállate, idiota!

Todo sucede como la secuencia de una película, pero luce falso, pues sabemos que todo está planeado para perjudicar al P. Edgardo. Monseñor Mumera se retira a un segundo plano, casi oculto, cuando entra la Viuda Triana con dos testaferros. En la columna donde lo hemos visto varias veces, está el Ángel observando. La Viuda queda en un segundo plano, al lado de Monseñor Mumera, mientras los testaferros empujan al Padre Edgardo que se cae; se queda en el piso, indefenso sin saber cómo reaccionar a ciencia cierta y desde el piso observa toda la escena que sigue. Los dos testaferros comienzan a registrar, vemos cómo descaradamente el Testaferro I se saca unas bolsas con cocaína de su bolsillo.

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TESTAFERRO I. Mira lo que encontré. TESTAFERRO iI. ¡Qué horror! ¡Un sacerdote expendedor de drogas! TESTAFERRO I. Registremos bien. TESTAFERRO II. ¡Este cura conspira! ¡¿Además de droga, tendrá una bomba?! TESTAFERRO I. Seguro. TESTAFERRO II. La encontraremos.

En el segundo plano, aparece el Cardenal dando declaraciones, pero el espacio se confunde con esta escena, lo vemos junto a la Viuda Triana y a Monseñor Mumera, que observan la acción del registro.

CARDENAL. Es un dolor muy grande. Un sacerdote envuelto en esos asuntos.

¡Dios perdone su alma! MONS. MUMERA. (Desde su segundo plano, casi oculto.) Nos duele el corazón.

Es un hermano sacerdote que cayó como cayó Lucifer. Dios tenga piedad de su alma.

CARDENAL. (A Mons. Mumera.) ¿Qué más encontraron? ¿Un manifiesto?,

¡¿encontraron una carta?! (Se esfuma.)

TESTAFERRO II. Nada. MONS. MUMERA. Tienen que encontrar la carta.

TESTAFERRO I. ¿Qué clase de carta?

TESTAFERRO Ii. ¿Qué carta quieren que encontremos?

VIUDA TRIANA. (Entrando a Primer Plano.) ¡Quítate! (Empuja al Testaferro I hacia

un lado.)

Los testaferros se retiran hacia un lado de la Viuda Triana, temerosos. MONS. MUMERA. (Desde el Segundo Plano, a los Testaferros.) ¡Agárrenlo, idiotas!

Los testaferros desorientados, pues no entienden bien, agarran al P. Edgardo, que, medio aturdido todavía, está apenas levantándose del suelo.

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VIUDA TRIANA. (A P. Edgardo.) ¡Te voy a joder, hijo'e' madre! (A los Testaferros.)

Péguenle duro, con patadas, con todo hasta que se muera el hijo’eputa.

TESTAFERRO I Y II. ¿Aunque sea un sacerdote? MONS. MUMERA. (Sigue en un segundo plano.) Es un mal sacerdote. Una mala

influencia para la Iglesia. VIUDA TRIANA. (Mientras vuelve al Segundo Plano.) La planta mala se arranca de

raíz. (Se pone a un lado.)

Todo continúa sucediendo con irrealidad. Los testaferros comienzan a golpear al Padre Edgardo, Se puede hacer un juego de luces que ayuda a que la escena se vea más violenta, pero nunca a oscuras. Después de golpearlo y dejarlo por muerto, se ve salir a los dos Testaferros. La Viuda Triana y Monseñor Mumera se acercan al Padre Edgardo. Lo creen muerto. Monseñor Mumera da su bendición sobre el cuerpo del Padre Edgardo. La Viuda se persigna y ambos dicen: Amén. Salen, al mismo tiempo, que sin encontrarse con ellos, entran el Cardenal y Raymond. Crea confusión el hecho de si vienen juntos o cada uno por su lado. Van directamente hacia el cuerpo del P. Edgardo. Raymond se baja hasta el cuerpo. Le toma el pulso.

CARDENAL. ¿Está muerto? RAYMOND. Lo mataron. CARDENAL. No se sometía a su voto de obediencia. RAYMOND. Es un sacerdote. ¿Qué vas a hacer? CARDENAL. Si llamo a la policía, diciendo que vine a visitarlo, van a sospechar,

aunque no me puedan probar nada. RAYMOND. ¡Dios mío! CARDENAL. No pued…podemos detenernos. RAYMOND. ¿Hasta dónde? CARDENAL. Hasta que se cumplan los designios del Señor y yo sea elegido Papa.

La escena es grotesca, porque Raymond no sabe qué hacer. Salen mientras

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los santos Ignacio y Francisco bajan de sus pedestales y se apresuran hacia P. Edgardo. Lo levantan, lo cuidan. Llega el Ángel.

ÁNGEL. ¿Está vivo?

Los Santos no contestan. ÁNGEL. ¿Está vivo? ¿Está muerto, verdad?

El Ángel se esfuma de la escena. Se ven luces y se oye el Aleluya de Handel, o un adecuado cántico gregoriano.

S. FRANCISCO. Está muy mal. S. IGNACIO. Sí. S. FRANCISCO Sólo un milagro lo puede salvar. S. IGNACIO. Haz uno. S. FRANCISCO. Es un trabajo del mismísimo Señor. S. IGNACIO. Entonces, olvídate. S. FRANCISCO. Tengo miedo. Mi fe se tambalea. ¿SERÁ EL FINAL?

Esta escena es inexplicable.

CARDENAL. (Muy nervioso se pasea por su oficina. Raymond y Monseñor Mumera lo escuchan, mientras que por sus mentes pasan muchas ideas.) Pero no sabemos nada.

MONS. MUMERA. ¡Está muerto! RAYMOND. Un día tiene que descubrirse todo. CARDENAL. Cállate. MONS. MUMERA. No podemos tener remordimientos.

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CARDENAL. ¡¿Remordimientos?! No he hecho nada para tenerlos. RAYMOND. Yo sí. Pienso tantas cosas. CARDENAL. Y tú crees que yo duermo bien. Llevo una semana con pesadillas. Si

vivo formaba líos, muerto es peor. MONS. MUMERA. (A Raymond.) ¿Por qué no le das un masaje para el stress a Su

Eminencia? CARDENAL. Desde que sucedió no se ha sabido nada, ni el cadáver ha aparecido.

Nadie ha dicho nada. MONS. MUMERA. Yo lo vi muerto. RAYMOND. Yo también. CARDENAL. Y yo, pero si no está muerto puede haber un escándalo. MONS. MUMERA. No hemos hecho nada… Fue la voluntad divina. CARDENAL. Todas las noches sueño con él. Me despierto y todo es real, lo veo allí.

En ese mismo momento entra el P. Edgardo. No se puede decir que está muerto, pero tampoco que está vivo. La irrealidad de la escena invita a distintas interpretaciones. No sabemos si es el Cardenal él único que lo ve, los otros dos están como alelados en esta escena.

P. EDGARDO. (Habla con mucha paz, aunque enérgicamente.) Te aseguro que

hay un Dios...y lo vas a enfrentar y se te van a partir los testículos por la mitad cuando te toque tu crujir de dientes... Tu infierno está en tu afán de subir hacia el papado; pero no lo vas a lograr, no vas a ser Papa... Hay una carta que te descubre, no lo olvides. (Enseña la carta.) Pronto la leerán al Papa como está determinado. Ése va a ser tu castigo...y te vas a pudrir más...

Reacción del Cardenal con odio mezclado con mucho miedo, se aturde, no sabe qué hacer. Raymond y Monseñor lo observan confusos. Suena el teléfono. Nadie contesta. Sale el Padre Edgardo en ese ambiente de confusión, sin que sepamos si está vivo o muerto. Pero antes de salir le da la carta a Raymond, que la guarda en su sotana.

RAYMOND. (Contesta.) Aló… Es el Nuncio.

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CARDENAL. Dile que no estoy disponible.

RAYMOND. Excelencia, Su Eminencia está ocupado y pide que lo disculpe. Él lo llamará enseguida que le sea posible. (Oye.) Insiste en que te pongas al teléfono. Es muy importante.

CARDENAL. (Va al teléfono.) Soy yo, el Cardenal… ¡¿Quéeeee?! (Sin soltar el

teléfono. Abraza a Raymond. Lo besa.) ¡El Papa! (Al Nuncio.) ¡¿Has dicho el Papa?! ¿Quién? ¿Está vivo? (A Raymond. “Con majestuoso desdén”.) “Lo que piensas hacer, hazlo cuanto antes”.2

OSCURO.

Medellín, 29 de septiembre del 1998, aunque comencé a escribirla el 15 de enero del 1999. Luego de dejarla por mucho tiempo, la retomé el 26 de mayo del 2003 y volví a dejarla hasta el 6 de abril del 2005, después de ir al convento de San Francisco en Lima, Perú. Volví a dejarla hasta el 26 de junio del 2010 y luego, hasta abril del 2011 para terminarla el 13 de mayo del 2011 en Corona, Queens, New York.

NOTA IMPORTANTE: Esta obra no es biográfica, es ficción inspirada en algunos hechos reales.

2 Evangelio de San Juan, XIII. 27.