pedro antonio valdez - ultima flor del naufragio

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Pedro Antonio Valdez Ulti WIa flor del naufragio :Antología de novísimos cuentistas do minicanos

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En República Dominicana el cuento ha evidenciado undesarrollo interesante, unas veces refulgente, otras vecesapagado, pero que en algo más de un siglo ha permitido cristalizar una experiencia vigorosa. De inmediato echaremos una ojeada a nuestra cuentística, dividiendo su historiaen cinco estadios o períodos según ciertas características generales.

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  • Pedro Antonio Valdez

    UltiWIa flordel naufragio

    :Antologa de novsimoscuentistas dominicanos

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  • Cara ma:

    Te escribo desde la parte atrs de este libro.Raro lugar para amarte, pensars. Yo, bien... como se dice. En tu ausencia he atiborra-do pginas en blanco -fan tasmas escapadosdel tedio que apenas me sostienen- y nosabes qu tristes vagan estos das en los queno ests. En verdad, preferira ocupar mismanos en ti, en tu piel hmeda de vino. Ah,es tan ingrata la escritura, ese irse murien-do tras cada lnea. Y ms en un pas comoeste, donde el arte es tarea de mendigos -e-Por ejemplo, para publicar este libro hetenido que tocar infinitas puertas; dicenque el que pide nunca pierde, porque si ledan gana y si no le dan empata oo. pero aveces uno termina por hastiarse y hasta casipor llorar. He logrado reunir aqu una se-leccin de los narradores dominicanos msrecientes: vers en ellos, ms all de su con-dicin esttica, a un grupo de nufragoscarente de gesta y suspendido en la oque-dad de su existir. No sabes cunto me costsacar a flote este proyecto, pero aqu est.Quiero decirte, reina ma, que durantetodo este tiempo mi mente ha estado fija enti oo. El arte, esa vieja herida que no cesa. Ypensar que por la vacuidad de la escriturahe tenido que renunciar, entre tantas co-sas, a ti. Pero.jams olvides que he elegidoesta soledad no porque no te ame, sinoporque soy un enfermo de la belleza enlibertad. Los caminos del Seor son miste-riosos y el futuro es amplio como el no exis-tir: quin sabe si algn da volvemos a estarjuntos. Mientras, te extrao. Ah, te mandaa decir Cecilia que saludo. Anbal quebr.Al gato de Maruca lo envenenaron anoche.Cudate del fro. Y no olvides lo que te dijeaquella vez sobre el dejarse morir.

    EDICIONES HOJARASCACatlogo de publicaciones1. Ultima flor dd naufragio (antologa de novsi-

    mos cuentistas dominicanos), Pedro AntonioValdez,

    2. lURgo de imligenes (antologa dejvenes poetasdominicanos), Frank Martnez.

    Prxima aparicinHistoria del carnaval vegano (ensayo historio-grfico), Pedro Antonio Valdez.Presagio dd olvido (poesa). Frank Martfnez,

  • Ultima fiordel naufragio

    Antologa de novsimoscuentistas don'linicanos

    edicioneshojarasca

  • Ultima fiordel naufragio

    ftl1tologa de l1ovsimoscue11tistas dominicanosseleccin, prlogo y notas de

    Pedro Antonio Valdez

    1995Santo Domingo,

    Repblica Dominicana

  • Ttulo:Ultima flor del naufragio

    Seleccin, prlogo y notas de:Pedro Antonio Valdez

    Direccin del Proyecto:Fundacin Daro Suro

    Cuidado de edicin:Roberto Snchez

    Pintura de portada:Luz Severino

    Fotografa:David Martnez / Jos Antigua

    Composicin y diagramacin:Luis BallsStanley Grficas & Asociados

    Impresin:Editora Alfa & Omega

    Depsito legal conforme a la Ley

    Derechos reservados por Pedro Antonio Valdez

    Primera edicin:Enero de 1995

    Ediciones Hojarasca, Apartado 437, La Vega,Repblica Dominicana

    Editorial Isla Negra, P.O. Box 22648 u.P.R. Station,San Juan, PR 00931-2648

    Impreso en la Repblica Dominicana

  • AgradRzco la valiosa colaboracin de los artistasArelis Rodrguez,J B. Nina, MarcosJorge,

    July Moncin, Luz Seoerino, JosAntigua,Juan Valdez, Rafael Rodrguez, Eduardo Reynoso,

    JosAlejandro Pea,Juan Braco, Jos Cenao,Valentn Acosta, Santiago Espinal

    y Miguel Ramirez, los cualeshicieron ms posibleesta aventura de floresy naufragios.

  • PROLOGO

    Ultima flor del naufragio1

    Recuento del cuento: pasarela tremulante

    La cuentstica, en su faceta escritural, tiene un origenespiritual. Porque fue en el libro hind de los Vedasdonde por primeravez surgieron elementos noveladosy fue en los jatakas, relatos sobre el correcto vivir con quelos sacerdotes budistas ilustraban sus prdicas, donde sesistematiz el arte del buen narrar. Tambin fue en laIndia, entre los siglos 11 y VI, que surgi el Panchatantra,primera coleccin de cuentos tejidos alrededor de unepisodio central y conductor.

    Esta vigorosa tradicin narrativa penetr a Occidente atravs de Grecia en los siglos VII y VI antes de NuestroSeor, siendo absorbida mediante el arte moralizador dela fbula. Pero la penetracin ms importante acaecicuando los rabes tradujeron a su lengua las coleccioneshindes -como el caso del Kalila wa-Dimna, traduccinindirecta del Panchatantrahecha por el persa Ibn-al-Muqaf-fac en el siglo VlII- y luego las transmitieron a su conquis-tada Europa, donde, a su vez, fueron retomadas en latn.La primera coleccin de cuentos orientales escrita enlatnfue titulada Disciplina clericalis, realizada por Pedro Alfon-

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  • 8 Ultima flor del naufragio

    so. Lgicamente el paso de estos textos a la lengua caste-llana no se hara tardar.

    En efecto, para 1251 apareci el Librodel Calila eDimna,versin castellana del Kalila wa-Dimna atribuida a AlfonsoX. Otras traducciones fueron el Librodelosengaos, Librodelosgatos, Librode los enxemplos, Espculo de los legos, La vida deIsopete consusfbulas historiadas... Pero a la par de este vidomovimiento traductor, surgi un valioso intento por forjaruna cuentstica original, que parti con Los castigos e docu-mentos del rey don Sancho, preparado probablemente porSancho IVen 1292, yse fortaleci dichosamente con el muycelebrado Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor el dePetronio, de don Juan Manuel. De esa manera, Espaa -similar a otras naciones europeas- logr forjar su propiacuentstica casi en la postrimera del Medioevo.

    En las tierras del Nuevo Mundo, el cuento slo emergiluego de los movimientos independentistas, concretamen-te en el siglo XIX. En estas tierras tom sus rasgos moder-nos. As, en Estados Unidos, donde el relato ha servidocomo instrumento expresivo de la identidad nacional, elmalogrado Edgar Allan Poe public el12 de enero de 1832su narracin corta Metzengerstein, con la cual introdujo laprimera praxis acabada del cuento moderno. Una dcadams tarde, Poe redact un ensayo, todava hoy indispensa-ble, donde present los fundamentos esenciales del gne-ro.

    En Latinoamrica, el cuento ha alcanzado un vigor deresonancias universales. Para 1888 Rubn Daro publicAzul..., cuyas pginas recogen el primer aporte definitivoyafortunado de un escritor hispanoamericano por abordarel relato desde una ptica moderna. Luego aparecieronHoracio Quiroga y su bien intencionado, aunque en oca-siones ingenuo, declogo, las abstracciones delirantes deCsar Vallejo, los paisajes ornados y terribles de Rmulo

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    Gallegos, as como los poderosos cuentistas incorporadosal Boom, entre los cuales se encuentran Arturo Uslar Pietri,Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, MarioBenedetti, Jorge Luis Borges, Alfredo Bryce Echenique,Juan Carlos Onetti, Gabriel Garda Mrquez y Mario VargasLlosa.

    11Los cinco estadios del cuento en

    Repblica Dominicana

    En Repblica Dominicana el cuento ha evidenciado undesarrollo interesante, unas veces refulgente, otras vecesapagado, pero que en algo ms de un siglo ha permitidocristalizar una experiencia vigorosa. De inmediato echare-mos una ojeada a nuestra cuentstica, dividiendo su histo-ria en cinco estadios o perodos segn ciertas caractersti-cas generales.

    El primer estadio del cuento dominicano est conforma-do por una serie de relatos producidos desde la postrimeradel siglo pasado. En 1892 sali a la luz la inolvidable seriede relatos Cosas aejas, de Csar Nicols Penson. Para 1894Carlota Salado de Pea public el relato folklrico Laprimera derrota. La puertoplatea Virginia Elena Ortea in-cluy varias narraciones cortas en su libro Risas y lgrimas,de 1901. Tres aos despus otro compueblano suyo, JosRamn Lpez, public la coleccin Cuentos puertoplaieos.En 1908 Fabio Fiallo edit sus Cuentos frgiles, de cortemodernista. Evangelina Rodrguez imprimi en La Vegasu historia Le guerisseur en 1927. Todas estas narraciones,ms muchas otras no incluidas en esta nmina, constituyenlo que podrase llamar la prehistoria del cuento dominica-no. y si bien es cierto que no conforman tcnicamente unaexperiencia acabada, al menos representan un intentovigoroso, aunque quizs a veces inconciente, de forjar

  • 10 illtima flor del naufragio

    temprano una cuentstica en el Pas. Debo sealar que elesfuerzo de estos escritores fue muy apreciado en aquellapoca. As, para citar un ejemplo concreto, los resonadosjuegos florales convocados en La Vega en 1924 incluyeronentre sus gneros el cuento de carcter criollo, en el cualparticiparon veintisis autores, siendo premiado El cuentodel vale, de J. Furcy Pichardo.

    El segundo estadio comenz en la dcada de 1930, conla irrupcin del primer gran cuentista dominicano: elveganoJuan Bosch. Este importante narrador fue la figuracentral de tal perodo, en el cual estuvieron inscritos auto-res como Ramn Marrero Aristy, Freddy Prestol Castillo,Scrates Nolasco yJos Rijo. Donjuan public la serie decuentos Caminorealen 1933, a la vez que realiz un eficien-te trabajo de promocin literaria a travs del peridico;adems edit en 1958 sus muy preciados Apuntessobre elartede escribir cuentos, los cuales fue avalando con una produc-cin cuentstica clausurada definitivamente en 1979. Loscuentos de este segundo estadio agujerearon la mscarafolklrica, explotando el ambiente rural que prevaleca enaquel entonces, para recrear las contradicciones socialesde la poca, y supieron sincronizarse con los rasgos estti-cos prevalecientes en la narrativa latinoamericana de aque-llos tiempos.

    En la dcada de los cincuenta empez el tercer estadio.Los narradores de esta poca, avalados por las condicionesinfraestructurales -pues ya Trujillo haba inaugurado laciudad-, tuvieron la misin de incorporar al cuento elespacio urbano, asumindolo acertadamente con la cargasocio-sicolgica que exige el tema citadino. En este pero-do se destacan Hilma Contreras con sus paisajes surreales,Nstor Caro, Sanz Lajara, quien abre definitivamente a laciudad las pginas de sus ficciones, Ramn Lacay Polanco,Angel Hernndez Acosta, apreciado ya desde los aos

  • Pedro Antonio Valdez 11cuarenta, Angel Rafael Lamarche, Virgilio Daz Grulln yMarcio Veloz Maggiolo, entre otros. Este estadio, como elanterior, se desarrolla durante la tirana de Trujillo, yconcluir precisamente en los albores de los aos sesenta,con el ajusticiamiento de dicho tirano.

    El cuarto estadio inici en la dcada de los sesenta, trasla muerte de Trujillo. En esta poca, matizada por convul-siones sociales guiadas por el anhelo de la democracia, loscuentistas emergentes asumieron una actitud marcada-mente crtica ante la tcnica. Los concursos de cuento, enespecial los de La Mscara, fueron importantes termme-tros con los que los narradoresjvenes midieron el alcancede sus textos. La ciudad -ypara siempre la ciudad- dej deser slo un ente inabordable y pas a convertirse en unespacio inclemente a transformar. La ciudad sustituy alcampo; la fbrica, a la finca; el ciudadano, al campesino;el gerente, al terrateniente... y de esa manera el espaciourbano, yajams el rural, se tradujo en elemento de luchay liberacin. Los cuentistas de este perodo recrearonafectados por el ideal poltico que abrumaba a la sociedad.Entre los narradores de dicho estadio figuran RamnFrancisco, quien yaera conocido desde el estadio anterior,Carlos Esteban Deive, Antonio Lockward Artiles, lvn Gar-ca, Ren del Risco Bermdez, Miguel Alfonseca, ArmandoAlmnzar, Abel Femndez Meja, Efram Castillo, RubnEchavarra, Digenes Valdez, Hctor Amarante, RafaelCastillo, Arturo Rodrguez Femndez, Jos Alcntara Al-mnzar, Roberto Marcall Abru y Pedro Peix. Muchos deellos participaron en grupos de avanzada como La Isla, ElPuo Y La Mscara, a travs de los cuales canalizaban susideales de transformacin social. A menudo, ha sido delgusto de la crtica separar este grupo de slidos cuentistasen antes ydespus de la revolucin de abril de 1965; peroesta fragmentacin suele hacerse partiendo ms del hecho

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    de la revolucin en s que de diferencias estticas significa-tivas.

    El quinto estadio del cuento dominicano comenz enlos albores de los aos ochenta y termin el sbado 2 dediciembre de 1989, a las 10:00 a.m. Digo con precisin estaltima fecha porque ese da, a esa hora, fue convocado porBruno Rosario Candelier un coloquio literario en el quese pas, con un ao de adelanto, balance y cuchilla a laliteratura gestada en esa dcada. Siguiendo un rarsimoritual, en dicho acto los escritores ochentistas recibieronun panegrico, una hoja de jubilacin y una etiqueta quean reza promocin. La cuentstica de este perodo brot enmedio de la tregua poltica. La ciudad, entretejida ahorapor las telecomunicaciones y el motoconcho, dej de serave rara o trinchera, para convertirse en realidad irrevoca-ble y avasallante. Las inmigraciones del campo al pueblo,del pueblo a la capital y de la capital al extranjero acrecen-taron considerablemente, empujadas por la crisis econ-mica; el malestar se acentu con el gran desequilibriosocial y la desmoralizacin de los movimientos polticos dederecha y de izquierda. La preocupacin por la tcnica delcuento contina, aunque nunca con el fervor del estadioanterior: ahora no existe tanto el experimento ni la alha-raca formal. As como sucedi con los certmenes de LaMscara en el estadio anterior, los concursos de Casa deTeatro sirvieron para catapultar a los cuentistas emergen-tes. Entre los narradores que surgieron en este perodocabe destacar a Angela Hernndez, Rafael Garca Romero,Avelino Stanley, Pedro Camilo, Rafael Peralta Romero,Ren Rodrguez Soriano, Fernando Valerio Holgun, DanielBaruc, Ramn Tejada Holgun y Hortencia Paniagua.

    Hasta aqu he pretendido presentar una panormica,sin lugar a dudas trunca y ambiciosa, de la historia delcuento desde sus orgenes hasta sus manifestaciones en

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    nuestro pas durante los aos ochenta. Tal bosquejo obe-dece a un mero capricho y a la intencin de dejar el terrenodesyerbado y bien barrido para poder vislumbrar conmayor claridad la cuentstica dominicana de la presentedcada. Y de aqu en adelante comienza el prlogo deUltima flor del naufragio.

    nILos porqus de la ltima, de laflor y del naufragio

    En el nombre de Dios: Amn. La narrativa dominicana,con su secuencia incesante de aciertos y desventuras, cons-tituye la historia de un naufragio. Marejada voraz dondelos escritores sobreviven a chepa o terminan por ahogarsefrente a los ojos de una sociedad indolente. La ausencia deproyectos slidos de edicin y de promocin de nuestraliteratura provoca un sentimiento de abandono, que mu-chas veces empuja hacia un estancamiento esttico prema-turo, hasta el punto de causar que el escritor dominicanosea de a ratos y por aadidura. Tal ausencia es auspiciadorade disputas estriles, de zancadillas y de que las pocasoportunidades promocionales sean mal aplicadas, porefecto del llamado Sndrome deHoraeio Vzquez o queentre elMar, que se define como el yo o nadie. Este naufragiodevorante a quienes ms afecta es a los narradores. Desdelos orgenes de las literaturas en lengua romance, y msan a partir de la modernidad, los pueblos han solidoescribir sus textos fundamentales en prosa; sin embargo,en nuestro pas siempre se ha privilegiado el cultivo de lapoesa, y esta, digamos paradoja, alcanza su mayor gradode sistematizacin en el hecho de que nuestros movimien-tos literarios han sido orientados hacia los poetas yno hacialos narradores. Por todo eso, el naufragio.

    La flor. [Oh, mi bien amada, qu bella la flor, cmoperfuma, cunto embriaga! Es tan dulce, tan suave, tan

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    frgil ... tan efmera. El problema de la flor es precisamenteque slo florece. La literatura dominicana es una flor:siempre, dcada tras dcada, floreciendo. Pero raras vecesse trasmuta en fruta slida y acabada. El parnaso localsiempre vive lleno de promesas... de promesas que no secumplen. Escritores que emergen con mucha potenciali-dad y que, al final, terminan con una obra incompleta y dealcances limitados. Prometer y no cumplir... Es como si laliteratura nacional tuviese vocacin de poltica. Pero todaesta finitud se debe al naufragio. Por todo eso, la flor.

    Los narradores surgidos en la presente dcada seremoslos ltimos, tanto del siglo como del milenio. Cerraremosuna puerta hecha escombros. Hemos presenciado la cadadel muro de Berln; hemos sentido el proceso inmigrato-rio; hemos notado la ausencia de ideales polticos slidos;hemos manejado computadoras; hemos observado el pasodefinitivo del campo a la ciudad; hemos percibido el papelsospechoso de las religiones; hemos sido asaltados por lafarsa de dos procesos electorales; hemos sido cantados porNando Boom, Vico C y la Coco Band. Hemos padecido yatantas cosas, que a veces tememos dar un paso ms (Si,como sustentan los historiadores, los finales de siglo sonde crisis, qu no esperar de un fmal de milenio). Pero anas, al parecer estamos dispuestos a fecundar la flor msall del naufragio. Por todo eso, la ltima.

    El libro Ultima flor del naufragro rene a diecinueve na-rradoresjvenes dominicanos que asumen su compromisomayor con la cuentstica en la dcada de los noventa.Honestamente creo que en este proyecto. hay algo deanti-antologa, pues a las antologas les gusta abastecersedel orden establecido: es muy confortable preparar unflorilegio en el que los seleccionados estn inscritos en lava de la posteridad. Sin embargo, existen numerosos ejem-plos -como el de sanJuan de la Cruz, quien estuvo ausente

  • Pedro Antonio Valdez 15de las antologas preparadas en el Siglo de Oro- que de-muestran que dicho sistema no es enteramente confiable.De manera, pues, que mquina. El que estos narradoreslleguen o no a la posteridad depender solamente deltrabajo que cada uno contine realizando y, ms an, dela posteridad misma. Por lo pronto, esta es su antologa.Slo el lector y la imprecisin del tiempo podrn decir laltima palabra.

    IVRelacin acerca de los ltimos nufragos

    Todava no puede asegurarse que los narradores inclui-dos en esta Ultima flor del naufragio conformen un sextoestadio del cuento dominicano; pero s pueden citarseciertas caractersticas esenciales que les dan peculiaridad.En esta dcada el espacio rural desaparece por completo,mientras que el concepto de ciudad se internacionaliza. Laexperimentacin tcnica, constante desde los sesenta, esabordada ya no tanto como instrumento de ruptura en s,sino como orden establecido, segn puede evidenciarse enlas vigorosas interpolaciones de Luis Martn Gmez, VctorSaldaa, Mximo Vega o en las densas construccionesescriturales de Aurora Arias. Es evidente que, salvo algunasexcepciones -digamos los pasajes fantsticos de RobertoSnchez o las risas forzadas de Luis Santos-, no existe laintencin de someterse a los cnones cerrados propuestospor algunos maestros.

    A estos narradores corresponde cerrar un milenio yabrirotro. Los tiempos actuales, dominados por el talante de laamargura que provee la impotencia, son bastante difciles(el hecho de que la bachata, esa cancin seductora devo-rada por el amargor, haya calado tanto en el gusto denuestrs das es un reflejo de dicha circunstancia). Estaangustia la hallaremos vertida en los textos representativos

  • 16 Ultima flor del naufragiode nuestra antologa. Es preciso sealar que esta coyunturaconstituye una diferencia de fondo con la cuentstica ante-rior. En el cuarto estadio -de los aos sesenta y setenta-prevaleci el sentimiento del miedo, debido a que la grancausa del peligro estaba bien ubicada: el culpable era elsistema y la solucin, derribarlo. En el quinto estadio,debido a la larga tregua "democrtica", hubo cierta conge-lacin del desarraigo existencial: en la dcada de los ochen-ta prevaleci el ambiguo sentimiento de la espera. Mas enla dcada de los noventa, donde ya cada cual se ha despo-jado de su mscara, el enemigo ha resultado ser tan gigantey enigmtico que no se vislumbran formas ni direccin dedestruirlo: de ah, transplantando a Kierkegaard, provienela angustia. Angustia que podemos identificar claramenteen las narraciones de David Martnez, Eloy Alberto Tejerao Frank Martnez, aunque a veces adquiera un matiz denostalgia en PabloJorge Mustonen o un tono de esperanzaintil en Melchor Rosario, Nicols Mateo, Mlida Carda oCarlos Roberto Cmez Beras. Angustia que mal mirada yde lejos, como en los textos de Luis Toirac, podra parecerausente... lo cual no hace sino multiplicarla.

    Otra nota caracterstica de los textos de estos jvenesnarradores es la presencia del erotismo. La sensualidad, yasea en la expresin meramente ldica, en la referenciaindirecta o en la instancia soterrada, invade el relato infes-tndolo con diversos pasajes en los que la experienciaertica determina de algn modo el acontecer humano.Sin embargo, urge aclarar que no se trata de un erotismosensacionalista y superficial, sino de un erotismo aplicadocomo instrumento para llegar al fondo de la problemticaexistencial del hombre. De esa manera, el narrador buscapenetrar la interioridad de los personajes, husmear entresus escombros sicolgicos y transitar a travs de su profun-da soledad.

  • Pedro Antonio Valdez 17

    Adems de la coincidencia epocal, de la pluralidad for-mal, de la angustia y del erotismo, estos ltimos narradores-nufragos, perdn- estn emparentados por el recurso dela abstraccin. Las tramas, los personajes y los cronotoposson manejados a partir de una visin abstracta, lo cualpermite una mayor libertad en la construccin de loshechos y en el uso del lenguaje. Esa tendencia hacia laabstraccin se evidencia particularmente en los textos deSueko y Eugenio Camacho y alcanza un nivel complejo enla trama metafsica de Pedro Jos Gris. Un detalle signifi-cativo es que la narrativa corta de estos jvenes refleja demanera clara, apoyndose en la referencia cotidiana y lapincelada sicolgica, la problemtica existencial del domi-nicano.

    Todos los rasgos sealados en este captulo nos hablande una cuentstica -cannica o no- sintonizada con latemporalidad sobre la que se gesta y compatible con elresto de la narrativa corta que emerge por estos das en elCaribe. Finalmente, es justo adelantar que en esta antolo-ga faltan autores. Ello se debe a diversos motivos: laincomunicacin, el desconocimiento, quizs el olvido...mas Dios es testigo de que en ningn caso ha obrado lamala fe. Pero sepa el lector que los textos de los escritoresque no estn aqu, son representados por los textos de losque s estn. De todos modos, algunos tenan que faltar,pues ya advirti Chesterton que todo recuento que carezcade omisiones injustificadas es sospechoso, porque la cos-tumbre ya las tiene por establecidas. Y, pues, el prlogo yaest acabado: de aqu en adelante comenzar la materiadel libro.

    Pedro Antonio ValdezEnero de 1995

  • Luis Martn Gmez[Santo Domingo. 1962]

    Labora en el campo de la publicidad. En 1991 fue galardonadoen el Concurso Dominicano de Cuentos de Casa de Teatro.Narrador de intensidad devorante y prosa bien cuidada, LuisMartir: suele representar en sus historias el enfrentamiento dela inocencia con el aparatqje incesante y terrible de la munda-nidad. Sus tramas son recreadas en un marco de abstraccionesdonde el choque sicolgico se desplazapor encima de lo cotidia-no, resultando de esta transfusin un hombre rodo por laangustia.

    En trnsito

    8e qued mirando la saliva pastosa que se le empego-taba en la comisura de los labios, leche sucia queamenazaba gotear a cada rpido movimiento de suboca que se abra y cerraba sin parar dejando ver pormomentos los dientes cariados, amarillentos en la corona,marrones en la base podrida por aos, la lengua sucia quese enredaba con las palabras que fluan babosas, viscosas,flemosas, envueltas en un aliento agrio, cido, vinagredescompuesto esparcindose por la oficina semioscura,rebotando en las paredes despintadas, en los sillones des-vencijados, adhirindose a los libros viejos y en desordensobre el escritorio empolvado, a la maquinilla Undenooodcon las teclas borrosas, a la lamparita oxidada de pobrsimaluz que apenas descubra el gesto de cansancio de Tomsque le miraba distradamente la boca mientras la historia

    19

  • 20 Ultima flor del naufragiovolva, se iba y revolva, diferente a cada comienzo, cadafinal distinto, rumiante triturando el recuerdo vomitadoinfinidad de veces por el cerebro congestionado, confuso.

    -Pero, por qu cree que la detuvieron?Ivelisse sigui hablando, el labio inferior temblndole

    ligeramente, los ojos buscando imprecisos algn objeto enla oficina que la hiciera recordar, el cuello grasiento yrgido como si, resistiera un peso enorme sobre su cabeza,erguido el pecho que se expanda y contraa en crecientesofocacin, una mano aprisionando a la otra y ambasoprimiendo el muslo por donde el sudor corra pegajosohasta los pies que parecan soldados a la silla, como aquellavez en el aeropuerto de Madrid o Barcelona (no recordababien), en trnsito hacia Mosc o Sofa (no poda precisar),que se aferr al asiento de tal forma que tuvieron quecargarlajunto a una hilera de butacas, gallina clueca caca-reando a lo largo del amplio saln vaco, hasta meterlaforzadamente en el pequeo cuarto contiguo a la Oficinade Seguridad.

    -Tal vez sus documentos no estaban en regla, su visavencida, no s...

    Toms reciba su avalancha de palabras con una sonrisaamable reflejando una paciencia tan fmgidamente profun-da como su oculto deseo de saber rpidamente lo que enverdad le haba sucedido, y sobre todo, si el hecho tendratanto impacto para generar un gran escndalo que le dierala notoriedad que deseaba desde siempre, empezaba aimaginar un lo con implicaciones diplomticas, era lgicosi haba ocurrido en ese Madrid o Barcelona tan confusa-mente referido por ella, le pareca ver el comunicado dela Cancillera de Relaciones Exteriores justificando el he-cho o exigiendo tardamente una satisfaccin a las autori-dades espaolas, estaban de moda las denuncias de maltra-to a dominicanas en Espaa por alegada prostitucin,

  • Luis Martn Gmez 21aunque ella no pareca de ese tipo, por su facha segurohabra muerto de hambre, "si bien hay hombres que...bueno, las piernas no estn tan mal", not que ella se fijen que l le miraba las piernas y luego volte la miradabuscando distradamente algn objeto en la oficina, quizspara que l no se diera cuenta de que ella lo haba pillado,o tal vez para rescatar en su memoria algn recuerdoperdido.

    -Haba otras mujeres o slo usted fue detenida?Ivelisse hablaba y hablaba, logorrea infinita en el espacio

    yel tiempo, recuerdo que pareca venir de la nada e ir haciaella, borrosas imgenes girando vertiginosamente comoun carrusel encendido en una noche de niebla, el relojtelaraado de la pared marc las siete y a ella le pareciescuchar la voz distorsionada de la anunciadora del aero-puerto repetir por las bocinas: ''pasajeros con destino a MoscoSofia, favor de abordarpor la puertados o cinco ", ella tom sumaleta para marcharse, pero un sujeto alto y rubio laapret fuertemente por el antebrazo obligndola a sentar-se al lado de uno que se quejaba por los golpes recibidos,ella le pregunt al odo por qu lo haban detenido, perol sin mirarla slo apoy la cabeza en las rodillas y escupicasi soplando la saliva ensangrentada que luego restregtemblorosamente con un pie, le pareci un suramericano,un boliviano quizs, o era de Centroamrica, un salvado-reo, o un nicaragense, so, es un nicaragense, pero qumal hizo este tipo para que le pegaran tan salvajemente, yyo, qu he hecho para que me hayan detenido y metido eneste cuartucho inmundo sin ms explicacin que los que-jidos de este infeliz de rostro amoratado y la mirada insis-tente de este espaol que no s si mira mi cartera que estsobre mi falda o me busca los muslos debajo de la falda.D . 1"j lOS, YSI

  • 22 Ultlma flor del naufragioHaba alguien ms adems del salvadoreo o el nica-

    ragense, era nicaragense, me dijo?Toms quera precisar el nmero exacto de hombres,

    teja el argumento de que Ivelisse fue violada por varios deellos, por cinco o siete, "siete parece real y al mismo tiempoabominable", no fue el rubio, como ella tema, quiencomenz a ultrajarla, sino el de pelo negro y nariz rabe,un valenciano con historial delictivo ocupando medioarchivo policial, "traficante de blancas, eso tiene garraperiodstica, tiene garra", est prostituyendo a adolescen-tes desde que l mismo lo era y hasta ha matado por escalaren el negocio, as que taparle la boca a una mujer sinsiquiera haberle hablado antes, desnudarla y poseerla noera algo que le remordiera la conciencia, como tampocosintieron remordimiento los dems quienes uno a uno,respetando un orden que pareci premeditado, tocaron latierra con la dominicana que aterrorizada y en silenciomiraba alternadamente a sus atacantes y al nicaragenseque se desangraba en un rincn y que apenas se dabacuenta de lo que ocurra, lo peor fue que el rubio, queregres al cuarto atrado por los rumores que se colabanal pasillo, tambin bail el merengue sin ropa, "yah tengoel escndalo: estudiante dominicana violada en aeropuer-to en presencia de autoridades espaolas, qu noticin!"

    -Adems del nicaragense, haba lastimada otra per-sona, la lastimaron a usted? dgame!

    Ivelisse call por un instante, cerr los ojos con fuerza,reprima un recuerdo doloroso, algo muy grave que noaceptaba, que no haba asimilado, que le faltaba acomodara su doble realidad o a su irrealidad, trag la saliva acumu-lada presintiendo un peligro, abri los ojos rpidamentedesafiando el temor, elev la cabeza y fij su mirada en elmugriento abanico del techo, las palabras volvieron a suboca no se sabe de qu escondrijo de su atormentada alma,

  • bus Martn Gmez 23chocaron con las aspas, giraron en el aire, se mezclaroncon la luz y el polvo, se filtraron en la atmsfera delcuartucho del aeropuerto donde el ruido del abanicorompa por momentos la tensin de los detenidos, noquiere recordarlo pero la imagen le llega clara, ntida, casireal, la brisa mova el pelo del trigueo que se le acercresuelto y le murmur groseras casi mordindole la oreja,tena mal aliento, "era como vinagre podrido", le parecepercibirlo nuevamente, sinti su respiracin en el cuello,un aire helado le envolvi todo el cuerpo erectndole laepidermis, cosquillendole los pezones, humedecindolelos labios, hormiguendole las caderas.

    -Ese hombre del que usted habla, la toc, quierodecir, fue ms all de la provocacin?

    Toms senta emocin por la forma en que iba quedan-do la historia, tena el reportaje casi completamente con-cebido en su cabeza, tres entregas de una pgina concuatro fotos Jull color cada vez, la ilusin de la fama leapretaba el pecho, "leern mi nombre, yo, un cagatintasmenospreciado en el peridico, convertido en el periodis-ta ms ledo del ao", una dominicana violada por sieteextranjeros no era algo que pudiera pasar por debajo dela mesa, menos cuando el propio agente espaol encarga-do de custodiar a los detenidos haba participado en elhecho, "digamos que estaba fumando en el pasillo cuandoescuch los gritos, que sonri imaginando lo que sucedaadentro, no exagero si lo escribo, los policas son as dedesalmados, los conozco bien", termin tranquilamente elcigarrillo, saba que eran muchos y que el festn no acabararpido, al entrar al cuartucho todava uno de ellos viajabaa horcajadas sobre la indefensa, mir a los otros que a suvez miraban calmadamente la escena, un ademn de invi-tacin del trigueo le hizo tomar confianza, no esper queel otro concluyera su viaje y lo ape tirndolo de los

  • 24 Ultima flor del naufragio

    hombros, pens que el cambio de jinete por lo menos laimpresionara pero ella no reaccion, desconsolada busca-ba con los ojos al nicaragense herido que por primera vezalz la cabeza y la mir con compasin.

    -La toc?, hbleme claro, podemos causar un granimpacto con su caso, quiero decir, lograremos que le denuna satisfaccin por lo sucedido, usted me entiende?

    Rgida, todos los vellos del cuerpo erizados, percibiendohasta con los poros cada uno de sus felinos movimientos,vio con pavor cmo su rostro se acercaba y se colocabafrente a frente al de ella, no puede evitar el recuerdo desus ojos negrsimos, libidinosos, hipnotizantes, como defiera ante su presa, se senta una antlope acorralada poruna pantera, pens huir pero adonde en unajaula infesta-da de tigres, aquel cuartucho era la selva y ella la vctimade ese instante, ley natural en la que ni Dios intervendra,slo le quedaba gritar, grit, ms bien chill, berre, To-ms se sobrecogi oyndola berrear como una chiva a laque despellejaran viva, la cara roja por la falta de respira-cin, las venas del cuello brotadas y casi a punto de estallar,era un aullido horrible, ensordecedor, que pareca rasgarlas cortinas desteidas y saltar por la ventana a la calledonde la noche teja sus miedos, por primera vez Tomsse preocup de que afuera alguien los escuchara.

    -Lo siento, no quise molestarla, pero necesito sabertodos los detalles, en este tipo de denuncias hay que sermuy precisos.

    Ya el oficial est embarrado -repasaba Toms- y todosmenos el nicaragense o quien fuera que estuviera heridoparticiparon, "lo pondr como hroe trgico que se sobre-pone a su propia desgracia para salvar a una desventurada,o lo ridiculizo, haciendo que su intervencin lo eche todoa perder", el oficial not la simpata entre ellos y decidiromper ese pattico idilio, orden que lo levantaran y

  • Luis Martn Gmez 25encueraran, tena todo el cuerpo magullado y babeabasangre, tres lidereados por el valenciano lo acercaron condificultad a Ivelisse y se lo dejaron caer encima, todos reany chiflaban, ella en cambio lloraba pero no de dolor sinode una inexplicable alegra por estar junto a alguien quetambin sufra, tirados en el suelo eran dos en la martempestuosa y cada uno senta en el otro su tabla desalvacin, aunque ambos presentan que no flotaran pormucho tiempo, Toms se puso en pie impulsado por elentusiasmo, "ser un trabajo impactante, demoledor, meparece ver a los mediocres de la redaccin obligados afelicitarme", se par frente a Ivelisse dispuesto a hacerlavomitar de una sola vez todos sus recuerdos, "a ver, malditonicaragense comunista, si por lo menos en eso eres bue-no".

    - Haga un esfuerzo y confiseme: llegaron a violarla, laviolaron>, debe decrmelo!

    Nadie escuch su grito, o pareci que nadie lo escucha-ra, slo el nicaragense levant la cabeza yla mir compa-sivamente, los dems permanecieron aparentemente indi-ferentes, como si estuvieran acostumbrados a presenciaralgo parecido todos los das o como si estuvieran mental-mente confabulados y se mantuvieran en estricto silenciopara no llamar la atencin del agente que haba salido unmomento, "me violarn todos, Dios!", el cuartucho eraparecido a la oficina donde se encontraba ahora conToms, pero no tena ventanas y la nica puerta era muchoms gruesa, vio que Toms se levant de su asiento y secoloc frente a ella, desde su ngulo lo vea imponente,agresivo, el rostro transfigurado, el valenciano empez aquitarle los botones del vestido, uno a uno, lentamente,sensualmente, ceremonia anacrnica en aquel instante delujuria, sinti que se sofocaba, perdi el control de sucuerpo y aunque se esforzaba por hacerlo no lograba

  • 26 Ultima flor del naufragiolevantar el brazo para detener la mano que avanzaba porsu espalda y le desabrochaba el sostn, recuerda y reprimela sensacin de liviandad de sus senos liberados transpiran-do bajo la blusa sudada, la mano lleg bruscamente a supecho, apret uno de sus senos, era una mano callosa,como de escamas abiertas de pescado, le frot el pezn conla punta de los dedos sintonizando quizs una misteriosafrecuencia, o tal vez elevando el volumen de su excitacin,luego lo hal como tetera de bibern suponiendo que eraelstico y que sonara al devolverse, finalmente lo hundiatravesando con el dedo la masa prominente hasta chocarcon las costillas.-y despus, qu hizo despus?El cuartucho era un infierno de gritos y silbidos, "vamos,

    comunista del diablo, t que vives guerreando, dispralelos caones", todos haban hecho ronda cerca de ellos dosy los animaban a actuar como personajes de circo, "dndeest la puntera con la que matas a los guardias", Tomsempez a caminar alrededor de Ivelisse mientras ella re-gresaba al principio de su historia confundiendo nombresy tiempos, ya no le importaba lo que dijera pues tena elreportaje hilvanado de cabo a rabo, slo le faltaba un finalcontundente, como de cuento, se reprochaba no haberdado con uno siendo un veterano redactor de noticiaspoliciales con mil y una historias trgicas en su haber, "ysipongo que ella mata al nicaragense en defensa propia, eslgico, l ya estaba medio muerto", pero no, la atencin secentrara en el asesinato y el reportaje perdera inters enel pas, asunto de proximidad, recordaba bien esa leccindel nico y oscuro cursillo de periodismo que haba toma-do desganadamente tantos aos antes, "o si digo que es elvalenciano, en su morbosa agresividad, quien mata al nica-ragense de un golpe a la cabeza, sublime!, l, muerto,hacindole el amor desde el otro mundo", se detuvo detrs

  • Luis Martn Gmez 27

    de ella y le mir la nuca velluda, por segunda ocasin sefij en su belleza oculta tras los harapos y el sucio, "con unjabn irish springy una colonia bien etre se le podra haceralgo a esta loca", "sbetele, sbetele, comunista maricn".

    -No tiene que decrmelo, s que le hicieron dao...Slo ac1reme: cul de todos fue, o fueron todos?

    La mano descendi velozmente hasta la cintura estrujn-dole los pliegues del vientre, levant el elstico del panti,explor la pelambre del pubis, Ivelisse estaba a punto deabandonarse, de dejar que todo sucediera de una buenavez, "a lo mejor si accedo un poco, si me muestro compla-ciente, sobreviva y despus lo olvide, quizs nadie se ente-re", le entraron ganas de llorar, llor, no lograba compren-der cmo una brillante universitaria, Magna Cum Laudeen Qumica, becada por sus mritos para hacer un post-grado en Rusia o en Bulgaria, de pronto se encontrabaentre buitres sedientos de sangre y sexo, tomada errnea-mente por prostituta o nicamente sospechosa por suprocedencia caribea, sinti que Toms la miraba fijamen-te por la espalda, le dio escalofro como cuando el valen-ciano le acerc la barbilla a la nuca.

    -Pero, te gust lo que te hicieron?, digo.Con la ltima pregunta, Toms cambi el tono de voz,

    no era ya imperativo sino amable, sensual quizs, las pala-bras no parecan salir de l, avanz hasta ella con la miradafija en la nuca, "[mteselo, mteselo!, no te ensearon?",el valenciano agarr por los hombros al nicaragense yempez a zarandearlo, con cada haln todos gritaban"[ol!", ruedo ertico de sudor y sangre, "[clvala, clvala!",Ivelisse se avergonz de su desnudez, quiso cubrirse lossenos pero el valenciano le aprision las manos y la tumbde espaldas, desnuda y en el suelo se sinti pequea,miserable, volte la cara y mir al piso queriendo fundirseen l, escapar por los arabescos de sus asquerosos mosaicos,

  • 28 Ultima flor del naufragio

    Toms dio un ltimo paso y se detuvo a su espalda, gir elcuerpo a la derecha, a la izquierda, le coloc las manos enlos hombros y resopl por el esfuerzo, empez a acariciarla,tmidamente, nerviosamente, sus manos por fin llegaron ala nuca, el valenciano agarr por el cuello al nicaragensepara controlar el movimiento alocado de su cabeza, maldi-ciendo entre dientes lo obligaba a llevar el ritmo del coro,"un-dos-ol, un-dos-ol, un-dos", eran payasos bailandodescompasadamente un vals, Ivelisse sinti que le separabalas piernas dndole golpecitos en los muslos, record a losestudiantes de medicina dndose palmaditas en los brazospara inyectarse unos a otros, apret las piernas al igual quelas universitarias cuando practicaban "gramita 1"ypasabansin transicin a "gramita 3", esa divertida actividad quellen el campus de adolescentes embarazadas, sinti en-tonces un fuerte manotazo en las nalgas, dej de mirar alsuelo y se encontr de nuevo con sus ojos duros de bes-tia, Toms la manoseaba con pasin, sus dedos eran ven-tosas que se adheran a su piel, quera fundirse en ella,meterse por sus poros, apretando la piel baj las manos dela nuca a los hombros y de stos a las costillas, se inclin ychoc su cara con la de ella estrujndole la mejilla sudoro-sa, busc sus ojos que vagaban perdidos, para obligarla amirarlo el valenciano apret salvajemente el cuello delnicaragense, su rostro cambiaba sucesivamente de colo-res, de rojo a morado a azul, de su boca llova una babaespumosa, sanguinolenta, y caa a borbotones sobre ella,Ivelisse encogi el vientre tratando en vano de evitar sucontacto cuando se le pos pesadamente, le faltaba aire,abri la boca para respirar, jadeaba, le pareci ver alnicaragense levantarse dificultosamente y caminar haciaellos, Toms gir y se hinc ante sus piernas, le subi lafalda mirndola a los ojos para estudiar su reaccin, creyleer su aprobacin en su semblante tieso, hundi lenta-

  • Luis Martn Gmez 29mente la cara en su regazo, el valenciano vio cmo elnicaragense entorn los ojos, sac la lengua, lade lacabeza, Ivelisse vio al nicaragense dar un empujn alvalenciano y luego caer sofocado sobre ella, en ese momen-to el agente entr y crey que era el nicaragense quien laviolaba, le dispar tres veces, Ivelisse lo abraz llorando, loapret contra s, fuerte, fortsimo, queriendo que sintieralo agradecida que le estaba por tratar de salvarla, luegobusc al valenciano para araarlo o escupirlo y lo encontrcon la cara metida entre sus piernas, Toms quiso retirarla cabeza pero ella apret los muslos, fuerte, ms fuerte, yan ms, con esa fuerza desconocida y extraordinaria delos locos, apret hasta que Toms cay exnime al pie dela silla, sin su noticia imaginada, Ivelisse se levant y, sinreparar en la maleta, sali a la calle, o al lobby del aeropuer-to, satisfecha de continuar su viaje.

  • Frank Martnez[Santo Domingo, 1965)

    Poeta. narrador y ensayista. Fue miembro fundador de lostalleres literarios Pamaso y Juan Snchez Lamouth. Actualmen-te estudia Letras en la UASD y pertenece al Grupo LiterarioFederico Garca-Godoy, de La Vega. y al Taller Literario CsarVallejo. Ha recibido varios galardones porsus cuentos y poesas.En 1989public el poemaro La vigilia de lasflores y en 1992,cenizas del ocaso, tambin de poemas. Tiene en preparacinel libro El silencioso placer de envenenar un gato Suscuentos siiari al ser hwnano en una atmsfera potica yterrible.

    Perfume de mujer

    La densa oscuridad redujo la soledad a un laberintomatizado por el fro. La casa yaca en tinieblas, solitaria,poblada de silencio. Extraamente la puerta estabaabierta y un olor a xido invada la penumbra. El hombreimagin la distribucin de los ajuares: los muebles, la mesacon el candelabro de cristal, las flores artificiales, el estantey el angosto pasillo que conduca a la escalera. "Un malditoapagn", murmur entre resabios mientras, a tientas, pene-traba la penumbra; por un momento le sedujo la idea deecharse sobre el sof e imaginar a Eleonora aguardandocomo cada martes, suspendida entre el vaco del espejo yesa mirada ingenua capaz de doblegar la voluntad de unroble; pero la duda se apoder de l, su rostro palideci yun escalofro profan su certidumbre. Camin. Se detuvo.

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  • 32 Ultima flor del naufragio-----------------

    La oscuridad creci hasta el punto de proyectar la imagende Eleonora en todos los rincones.

    Era bueno todo aquello? En ocasiones, exhausto demujer, pensaba mientras fumaba un cigarrillo. Tal vezreconocera en los objetos el cuerpo de Eleonora. En vanobuscara una cobertura, una oquedad, un leve indicio, undibujo en la pared que le remitieran al cuerpo tibio deEleonora, sobre todo si retornaba irremediablemente a esemutismo que slo los hombres llevan por dentro como unapieza de coleccin.

    Se enamor, si an era posible el amor; le atrajo sumirada, la distraccin de su perfume que la cubra dedistancia. "Caf, Caf de Pars". Un instante, dos palabras,una historia inventada sacada de alguna lectura inconclusao la simple cortesa de un momento impreciso que inicia,pero que uno nunca sabe cundo termina. "Caf de Pars",eso me dijo, con esa certidumbre tenaz de quien engaa ocree poseer todas las virtudes. "Perfume de mujei", repet, yluego los recuerdos de Eleonora, siempre virgen, acorrala-da entre las sbanas blancas del Lincoln y ese gesto inamo-vible que la hace transparente, desnuda, inmersa en unsilencio mgico que acrecentaba la duda, el temor de estarall, prisionero de un cuerpo desnudo y portentoso. Ojosque se muestran y dicen sin cesar: "Ven, entra"; luego surostro, su cuello de un tobogn balanceado por el viento,sus senos paralelos, sus pezones como imanes que se ex-panden y llaman desde el fondo; la mirada, esa mirada querevela los misterios; nunca los errores.

    Yo soy el culpable de esta pasin nica, de las escapadasa los moteles, de tu virginidad intil pintada en tu vestidoy reclamada por mi cuerpo cada martes. T eres la desiempre, la que suea o habla sin pronunciar palabras, laque se confunde con esa otra que aguarda en algn lugarycon ansias espera que rocen sus muslos transparentes. T,

  • FrankMartnez 33

    Eleonora, eres otra, serena, asustada, empapada por elviento cuando a travs de las ventanas el sol penetra y sehace cotidiano y necesario. T, hermticamente desnuda,frente al espejo, con tu pelo desordenado igual que tuspensamientos, con tus senos frgiles como dos muecasque obsesionan.

    Hoy slo estoy yo para recoger los fragmentos de tus ojosy unirlos a cualquier otra. Un instante, dos palabras y elrecuerdo de un rostro solamente queda. Porque nadapermanece, slo el residuo y la distancia insalvable de unreloj que se aferra a sus agujas para continuar su marcha atravs de nmeros sucesivos. "La vida es un teatro y nosotrossomos susactores". Para ti es simple. Un acto. Una escena. Elpapel de amante, de mujer eternamente desnuda, acurru-cada y despierta, porque no has dormido un slo instantede tu vida; siempre esos ojos devorados por la oscuridad yla lujuria. La soledad, Eleonora, es infinitamente inalcan-zable, no se comparte como las sensaciones; slo se ocultapara reaparecer un da. La soledad es eterna y se aferra ala vida para reclamar el grado de existencia que por dere-cho le corresponde, yyo soy su discpulo ms perfecto. Noes posible compartirla como un asiento en un autobs oun orgasmo.

    Eleonora muri, se propag la noticia, el hombre no locrey y, como cada da, el recuerdo lo sepult en algnlugar convulso de un sueo: una ciudad oscura, una gale-ra, una estancia y l en medio de la plaza viendo en cadacosa un pasillo intermitente y, al [mal, los ojos de Eleonora.

    Martes. Esper como siempre; la lluvia empa el cielo.La luna se extingua en el firmamento. Como cada martes,camin: las calles, la multitud silente, el agua en las cunetasarrastrando el vahdo de los ecos lejanos. Ni siquiera prestatencin a lanoticia, volvera a ver a Eleonora amontonadajunto a l, hablando de nmeros; escuchara en silencio,

  • 34 Ultima flor del naufragio

    haran el amor y luego la soledad, el vaco, una mujer, losojos de Eleonora, la oscuridad balda, su boca pernoctandosin lmites, la alegra de un rostro cndido, un instante, dospalabras, el deseo y otra vez, tantas veces y sin embargo...

    Elenora muri. Un ataque al corazn, comentaron algu-nos; cay por las escaleras, afirmaron otros, y yo aqu enpenumbra, en este lugar absurdo a un paso de su cuerpo.Ests aqu, tienes que estar, viendo al techo, jugando a lanostalgia, dibujando en la pared, recordando; lo nico queen realidad te pertenece, el recuerdo.

    La densa oscuridad devoraba todo: las escaleras, el pasi-llo ... y, al fondo, el olor a lluvia, a martes por la noche, aeste Caf de Pars que nunca puedo desterrar de mi me-moria.

  • Pablo Jorge Mustonen[Santiago, 19631

    Graduado en Econotnia: Perteneci al Crculo Literario del Insti-tuto Tecnolgico de Santo Domingo (INfEC). Hapublicado ensa-yos. Sus cuentos han merecido galardones en los concursos del[NI'EC y de Casa de Teatro. Sus narraciones son generadas apartir del desencuentro vivencial del ser humano. Esta alquimia-estruciurada. con imgenes transparentes y prosa ligera- pro-duce atmsJeras y personqjes sostenidos en elJantasma intem-poral de la nostalgia.

    Noticias de ti

    Mpiel huele a tenues aromas de flores secas, aromasque hacen a ese cansadsimo joven mirarme y respi-ar entre las hebras del momento de nuestras vidasque no volvern, quizs, a juntarse otra'vez.

    Ahora, urgentes palabras te escribo, Pablo, para recor-darte entrando a mi vida, para pensar en ti. T, conociendopor primera vez el cuerpo de una mujer, tocando y desean-do el sudor de todos mis rincones. "Nada quedetenga al locoamor', murmuraste alguna vez cuando empezabas unacarrera.

    Estoy sentada frente a la mesita donde comamos mien-tras observo con mirada perdida una de las ventanas suciasde la pequea habitacin. A travs de la ventana comienzoa recordar el pasado: me veo respondiendo una llamadade telfono que ha interrumpido nuestrosjuegos de amor.T ests detrs de m mientras yo hablo con alguien.

    3S

  • 36 Ultima flor del naufragio

    Estamos desnudos. Siento tus manos por mi espalda yreconozco tu boca que me besa lentamente en los hombrosy por ambos lados del cuello. Un grito me sube por lagarganta, lo aprieto con mis dientes y mi lengua, consigodominarlo, suelto un poco de aire, respiro, respondo aquien est al otro lado de la lnea, la llamada se agota comoun chubasco, cierro y me volteo hacia ti.

    El cielo comienza a llenarse de un color gris, se levantauna brisa que anuncia un aguacero. En el piso crece unaflor que llena de luz la habitacin donde me encuentro yque se traga los olores de mi memoria.

    A pesar del estado en que estoy, puedo recordarte. Msan, puedo escuchar en la radio y leer en el peridiconoticias sobre ti: en este momento tengo frente a m unasborrosas fotografas de uno de nuestros matutinos. Una delas fotos recoge el momento en que sales del mar tomadode la mano de Nelly, luces alto, atltico y muy seguro de timismo. Ella es bella, muy bella: la fotografa permite adivi-nar su cuerpojuvenil y perfecto. Ella te regala una sonrisaque muestra, me parece adivinar, sus dientes limpsimos ychiquitos. En otra de las imgenes te ves trabajando en unasilla de la terraza de tu casa (y no la nuestra, no en nuestracasa): ests corrigiendo la edicin de prueba de un librode relatos. Tu rostro luce agotado, tus ojos estn tensos ymuy abiertos; tal vez ests alegre.

    Yo tambin he realizado un esfuerzo por reencauzar mivida, por llenarla con esos colores que permite la acuarela,por trabajar, como t lo haces cada da en tu silla de laterraza. Pero mis fantasas y mis delirios no pueden serledos por alguien, al menos, no pueden ser ledos porquien yo quisiera verdaderamente que lo hiciera.

    En medio de las habitaciones de mi casa, me afano enlas maanas, las tardes, algunas noches y algunas madru-gadas escribiendo sobre mi primer amor, que fuiste t,

  • Pablo Jorge Mustonen 37querido Pablo. Fue una lstima que todo terminara tandesfavorablemente. T no podas creerlo. Pero me cansas-te, me hartaste con tus discusiones absurdas, con tus recri-minaciones frente a los dems.

    En [m ella est en tu vida y yo me encuentro tan lejos detodo, escribindote cartas de amor a toda hora, cartas enque te propongo que volvamos a estarjuntos, que volvamosa nuestros juegos, que t seas el nueve y yo el deis, no, esmejor.que sea al revs: que t seas el seis y yo el nueve.

    Pero no regresas, no me llamas, no pasas ni siquiera asaludarme en el da de mi cumpleaos, ni me envas unanota, nada. Si pudiera hacer algo para que regresaras, paraque tocaras a la puerta de mi casa en Gazcue -as, comoimagino que lo haces ahora, en medio de las tinieblas demis deseos. Pero todo tiene el sabor de lo perdido, de lointil, de la separacin. Yeso que siempre trato de animar-me y, mientras te escribo, escucho el concierto de pianoque tanto me gusta- recuerdas?, se en medio del que nosbesamos por septiembre, en mi casa de Juan Dolio- o lasuitepara piano y flauta de Claude yJean Pierre y hojeo,para motivarme, los cuentos de un volumen de mi escritorfavorito. Y tengo tantos deseos de mostrarte qu bien meestn saliendo mis cartas y cun fcil y divertido resultaescribir -del tiempo que compartimos- en estas tardesfrescas en que los jirones de mi vestido dejan ver las ruinasde mi esplendoroso cuerpo.

    Como si se tratara de un tubo de agua, de un tnel, laventana la devuelve al presente. La impotencia muerde sussentidos con los objetos de siempre: la mesita sencilla, sinlabrar, llena de platos y restos de comida, de vasos conjugoscalientes y descompuestos.

    A su espalda se encuentra la cocina de la que provienenesencias de limn y lavanda, tersas y penetrantes como las

  • 38 Ultima flor del naufragio

    sales de mar. Ella se levanta de la mesita y ya en la cocina,manipulando la greca y el tarro de polvo marrn, se dispo-ne a hacer un poco de caf. Necesita tener la cabeza msdespejada para terminar con sus obligaciones del da. Lagreca recibe el lquido marrn y negro, lo abraza en sucontenedor metlico. Luego de servirlo, ella comienza acaminar con la bandeja por el largo y estrecho pasillo y sedirige a la sala.

    Toma el caf frente a la memoria de imgenes en luchade amor sobre el largo y duro silln de caoba tejido conpajilla, vaca la taza y raspa con la cucharita el fondo de stacubierto de azcar, se embriaga con su dulzura. Coloca lataza con el plato y la cucharita sobre la bandeja, pone stasobre un mueble y espera que sean las seis de la tarde deeste da para que su esposo regrese a sus brazos, a los brazosde quien siempre le espera, al cuerpo de su amor, defin-tivo como un mal presagio. Ella ablanda la ansiedad delregreso uniendo las palabras de un crucigrama del sbado.

    y ya no hay restos de cartas, ni viejo amor, ni siquierapedazos de sus instantes, todo pertenece a otro espacio, aotro tiempo, todo ya fue y no es y no ser en algnmomento.

    Ha guardado los frutos de su debilidad, ha ocultado lasevidencias, ha escondido las imgenes que llenan lneas yhojas y varios cuadernos y se ha sentado a esperar que seala hora en que l abre la puerta y la besa y la hace olvidaral otro, al primero, que contina viviendo dentro de ellasin que l pueda saberlo.

    La cerradura de la puerta gira con suavidad. El hombreasoma la cabeza, luego entra uno de sus pies, le siguen elmaletn y el resto de su cuerpo: no quiere hacer ruido parano despertar a la mujer que se ha dormido otra vez. Unpozo de saliva llena en exceso los cuadros de algunas letrasdel rompecabezas de palabras; la mujer respira pausada-

  • Pablo Jorge Mustonen 39

    mente, sumergida en las profundidades del sueo y latibieza de la noche cercana.

    Instantes despus de despojarse de una parte de su ropa,l se aproxima a la silla en que ella reposa y con cuidadolevanta, tratando de no enredarse los pies con las tiras delvestido. Le invade una sensacin de satisfaccin cuando ladeposita sobre la cama, sin que ella se haya percatado deltraslado. "Felices sueos, beb", le dice con voz muy baja.

    El esposo se desplaza otra vez con pasos giles y precisosy llega hasta la cocina. All se sirve leche fra, come un pocode jamn y pone a calentar en la estufa los pltanos de lacena. Despus, se sienta en una de las sillas de guano de lapieza que est situada enfrente y a travs de la ventanamanchada de polvo siente cmo los recuerdos entran ensu cabeza poblada de sueos, como si la penetraran losravos de la luna.,

    La Seorita Sal Azar

    La seorita Sal Azar tiene unos ojos hermosos, esto esindudable, su mirada es atenta, segura; por eso, sus ojosno se muestran nunca soadores y perdidos como losde Rebeca. Pero esto no los hace menos cautivantes porquesu rostro siempre tiene una sonrisa, esbozada sobre susplidos y delgados labios pintados de tangerine orange num-berfifteen y una sonrisa que termina por desenmascararmecada vez que me encuentro frente a ella y le pido que porfavor nos casemos.

    Estoy enamorado de la seorita Sal Azar y ella posible-mente piense en m (si de veras me conociera) como unbuen partido. Lstima que nuestro acercamiento slo seaposible por la magia del satlite, el acuerdo de dos canalesy el aparato de televisin que tengo en mi casa.

  • 40 Ultima flor del naufragio

    Sesin de noche

    Estoy tomando gin tonic en este lugar de ruidos y luces,mirndote bailar con alguien que puede ser tu herma-na: eres hermoso, tienes una camisa blanca, pelo suaveque vuela y mangas embriagadas por las alucinantes guita-rras de los gitanos reyes. No, es al revs.

    Todo al revs: los reyes gitanos mueven con sus guitarrasembriagadas las mangas de la camisa del muchacho que eshermoso y baila conmigo; yo, que no puedo -jams- ser suhermana. El lugar me mira: ebria de licores y perdidairremediablemente en los azulados infiernos de la msica.

  • Nicols Mateo[San Juan de la Maguana, 19641

    Ingeniero electromecnico y articulista. Perteneci al taller lite-rario Juan Snchez Lanwuth En 1992fue galardonado en elconcurso de cuentos de Casa de Teatro. Tambin ha recibidopremios en poesa y ensayo. En 1994 public el libro El sndro-me del adis y otros cfes-cuentos. Sus narraciones, estructu-radas generalmente a partir de la pluralidadformal, se nutrende las contradicciones sico-sociales del drama existencinl.

    El drama

    Tal vez si yo no hubiese interpretado mi papel de laforma magistral como lo hice, la historia se estuvieracontando ahora de otra manera. Yo no dirig la obra,tan slo fui un actor con un papel previamente asignado.Cualquier otro, en mi lugar, se habra negado a interpretarese personaje, pero yo no poda hacerlo, yo me deba a midirector. A fin de cuentas, de qu sirve una historia dehroes sin bandidos?

    Adems, yael actor principal haba comentado pblica-mente cul sera la trama y cules los personajes. Y yo nopoda salir de repente con un cuento. El asunto ese de lasmonedas fue genial, todo el mundo se lo crey. Desdeluego, estaba escrito as. El guionista de la obra es ungenio!

    La cosa es que la gente no entendi una parte de la

    41

  • 42 Ultima flor del naufragiohistoria, y entonces comenz la intriga. Jess hizo deJessy, para hacer de Judas, Dios slo confiaba en m.

    Boleros para un sueo

    Francisco lleg a la hora de siempre, se acomod en elbar y pidi un trago. Los comensales empiezan allegar, la taberna alborotada y un bolero centenariointerpretado por Toa la Negra se deja escuchar en lavellonera.

    Seis de la tarde en las campanas de la catedral. El vientoarrastra el calor por la ventana. Francisco est en su segun-do trago, bebe con ansiedad, como si la vida se le fuera encada gota de alcohol. Realmente presume que la muerteest cerca. Anoche 10 so.

    "Percal, te acuerdas del percal "... el tiempo avanza y lasbotellas disminuyen en la estantera. Aumentan las pala-bras inentendibles. Francisco y su sueo de muerte bebendel mismo trago, el miedo toma forma en su cabeza. Laspalabras, la muerte, el sueo. El cuenta, los parroquianosno se dan por enterados, la msica est alta, la nocheapremia, las pasiones encendidas, las horas avanzan, se vayendo la gente. Francisco: la muerte y el sueo en sumemoria quedan.

    Arriba a su casa con el primer intento de madrugada.Los tragos le nublan el pensamiento, el miedo 10arrinco-na, la muerte. La sangre no le permite pensar, el sueo no10deja soar, la muerte. El bolero se repite en su memoria:"Sombra nada ms entre tu vida y mi vida, sombra nada msentre tu amor y mi amor'.

    Francisco vuelve a la taberna a la hora de siempre; va

  • Nicols Mateo 43

    vestido con la ropa de estar triste; lleva consigo el insomnio,la angustia, el sueo y la muerte. Veinticinco centavos enla vellonera, dos boleros, un trago que bebe con ansiedad,en sus odos retumba el murmullo de la gente.

    "Camino del puente me ir a tirar tu paiiuelo al rio, mirar comocae al vaco y se lo lleva la corriente'. Seis y treinta, murmuranlas campanas de la catedral; pasa la sirena de una ambu-lancia; la noche comienza. Francisco siente el acoso delvaso vaco, del sueo, de la muerte. Sus manos inauguranuna botella, "el trago de los santos, de los muertos". Elvuelve y cuenta su angustia, a nadie le importan los sueos.

    "Es la hora?". El insomnio no deja espacio para larespuesta, la muerte. "No sigas diciendo que un amigo tuyo ytu propia esposa mancharon tu hogar'. Francisco est ebrio,est solo habiendo tanta gente. Las horas no cuentan, peros el silencio, que yase escucha en la vellonera. La hora esttriste, est llena de miedo.

    Francisco sale por la "otra puerta". La calle est sola consu soledad, el viento no habla, no sonre ni una estrella.Todo juega en su memoria: el miedo, la muerte. Un perropresagia desde lejos, el sueo. El polvo no deja huellas ensus pasos; la sombra en ninguna parte lo espera.

    Francisco llega a la casa, es la hora de siempre, el sueolo suea, la angustia lo mira al espejo, el insomnio, lamuerte. El pensamiento no le alcanza para agarrar la vida,en su memoria slo hay vestigio de oscuridad. El sueo, lasangre, la muerte.

    El bolero asalta de nuevo su recuerdo... "Es bien sabidoque como amante no te intereso, pero sigo soando a solas con turegreso". Ahora es ms tarde que anoche y todo da vueltas,como si el mundo quisiera chocar contra s mismo. Elsilencio calla, el espejo se mira al espejo, la noche est sola,asustada. Francisco habita el sueo, la muerte.

    De nuevo en la taberna, se acomoda en el bar. Pide su

  • 44 Ultima flor del naufragioltimo trago (aunque no lo sabe). Retumban las campanasen la catedral. "La muerte est cerca". Cuenta su angustiaa los parroquianos, nadie hace caso. Se equivoc de lugarpara cortejar la muerte.

    Veinticinco centavos, una mano negra en la vellonera, agotas una cancin de Daniel Santos. "Vinea decir adis a losmuchaclws". Francisco y su angustia, la muerte lo arrastra,el sueo. Bebe despacio su ltimo trago, aprieta el vaso consu mano derecha. El vaso se vuelve pedazos, la sangregotea. "Por fin llega la muerte". La sangre llena la taberna,la calle, la ciudad; los mares se visten de rojo, el planeta...Francisco recoge su propio cadver, se va lentamente. Lanoche apenas sonre, la soledad est sola... Ya no hayespacio para la muerte.

  • Mximo Vega(Santiago, 1966]

    Labora en el rea de la comunicacin, especificamente comotcnico de televisin. Ha colaborado en diversos peridicosnacionales. Sus cuentos han recibido galardones, como el primerpremio del concurso literario de Alianza Cibaea en 1991. Susnarraciones son escenificadas dentro o a partir del entornofa.miliar; en este espacio propicio para la ruptura de la integri-dad, Mximo construye, mediante un lenguqje intenso, un hom-bre marcado por la dUQlidad sexual y el consecuente desdobla-miento de la personalidad.

    Film noir

    El presente

    Detrs de sus esfuerzos por saber qu haba pasado,slo le qued pendiendo el tremendo recuerdo delotro. A travs del otro, la aterida imagen de smisma. Inviolable y lasciva, construida para los dems, sesupo sola y extraa. Le pareci que acaso no era mujer,que acaso se encontraba muerta (inevitable remembranzade Fridha Khalo). Le pareci que todo lo que vea no erareal, que todo ocurra sencillamente en su cabeza o quesoaba algo absurdo porque de todas maneras era dema-siado lgico para ser un sueo. Le pareci que no seencontraba all, que el cabaret no se hallaba en el punto

    4S

  • 46 Ultima flor del naufragio

    ms alto de su nocturna depravacin, que una mujer gordacon cara de ser ms bonita sin el maquillaje no se empeci-naba en mostrar a una clientela bulliciosa y lgubre unasonrisa estpida de ajado smbolo sexual mientras se qui-taba la ropa con el teln de fondo de una cancin vieja yrancia, como ronca. Sitio de cervezas y de streep teases. Derones agrios y tragos al por menor. Pero es cierto que meencuentro aqu, pens. La gorda azul por las luces inten-tando quitarse unos guantes con tigres de lentejuelas falsas(absurdas parodias de la lmina). Los hombres extasiadosy borrachos olvidando su adiposidad y gritando cada vezque se desprenda de una media para, al final, dejar aldescubierto como un trofeo inalcanzablemente extrao susexo pintado de rojo. Pedir dinero solamente por aquellavisin nada espectacular, decepcionante incluso. Aj, aj,pens. Ya saba yo que esto exista. Ya saba yo que aqu lme traera.

    Su compaero tena un amigo all, y precisamente porel recuerdo de ese amigo haban ido a recalar al cabaret.Ambos entraron por detrs. Los hombres intentaban tocara las mujeres con aspereza y ella recuerda especialmente auno con barbas y franela con huequitos que acosaba tenaz-mente a una mujer pequea y delgada de ojos cados ygrandes nalgas, que se resista. Caminaron, vieron. Llega-ron hasta un hombre que hablaba pausada y dulcementecomo una mujer dulce, dando rdenes secas de madamapara que las bailarinas salieran al escenario a desvestirseante los clientes que gruan a veces y las admiraban conun recurso platnico. Su amigo se mova muy afectada-mente, como un amanerado: as lo llamaremos. El amane-rado salt como un adolescente cuando vio al hombre quelleg con aquella mujer que pareca perdida ante la tre-menda originalidad de lo que ocurra. Entonces su com-paero empez:

  • Mximo Vega 47

    -Necesito pasar la noche aqu. Nos andan buscando,seguro.

    Yel amanerado dijo:-Aqu siempre va a haber un sitio para ti, querido -y

    reparando en ella por segunda vez-: Los dos?y su compaero respondio:-S, los dos.El amanerado sac un cortauas de uno de los bolsillos

    de su pantaln, con un corazn de madera que le colgabayse meca como un pndulo, y empez a cortarse unas uaslargas y bien cuidadas, pintadas con barniz natural. Ellapens qu mujer, qu mujer. "Okey, no importa": el amane-rado. "Me parto la...": el amanerado; eso fue todo y ellapens supongo que se va a parar por ah en algn lugaroscuro para acecharnos. Agazapado como un gato, espian-do como un nio con la oreja sobre la madera de la puerta,observando cada movimiento, sintiendo cada suspiro, do-lindole cada beso furtivo, cada mirada febril. Est celoso,pens; es increble, pens.

    No saba -el malo de los cuentos, el homosexual igno-rante- que dos horas antes, en el motel del viernes, l lahaba amado bajo la luz densa del cuarto, y ella se habadejado acariciar tan profundamente que sus yemas descu-brieron zanjas que ella misma no conoca. Esa era su ideaacerca del amor, ese vago sentimiento de inexistencia enel orgasmo y la eyaculacin mutuas. Aproximacin aAdrian Lyne: tocarse, penetrarse, lamerse, soltarse, qums. El sumun de la vida, cree. Y l a veces se deca, al ladode la cama que tena la extraordinaria propiedad de ex-pandirse, como si fuese elstica: "Qyerida Andrea". Andreatiene un sexo velludo y firme, negro, fiel, taciturno. No semueve mucho, los espejos del techo miran la ranura OScuray no se asombran: hemos visto tantas, dicen. Desordenanel orden imperfecto de las sbanas, los flamboyanes torci-

  • 48 Ultima flor del naufragio

    dos estticos en los cuadros. Porque amo tu cuerpo tucuerpo es insondable. A veces l se masturbaba cuando lavea en ropa interior, su semen pegajoso y cruel. No debe-ra estar aqu, pens. Ella no debera estar aqu, pens.Haca medio da apenas se encontraba en aquella calle, enaquella casa con aquel hombre. Hay que doblar a la izquier-da alrededor del poste, pasar sin saludar el polica delcuartel, los guardianes y los perros de las casas vecinas, eltrillo de acceso, la isla de miseria a un costado con niosdesnudos y calles encharcadas, y llegar hasta una casa queno tiene sirvientes, su sala repleta de adornos de cermicacomo cuentas, muebles de mimbre y cuadros llenos decoches y de ltigos. Su marido ha llegado al pas hace pocotiempo. Le ha enseado como unjuguete nuevo su mqui-na de contar dinero. Digitalmente perfecta. Plateada y tanrpida que empieza a sospechar que tiene poco dineropara contar, pues la mquina lo engulle en segundos. Sumarido se encuentra sentado en un sof negro acolchadopara pases fros. El dorado legtimo de sus cadenas le tieneel cuello algo doblado. Siempre viste de saco y corbata.Colores chillones. Recuerdos de amarillos y rojos de Africa.Antigedad vod. Tiene una extraa idea acerca de laelegancia y la combinacin con el dorado de sus cadenas.Su marido con las pupilas dilatadas. Su marido el que llegados meses al ao y es cadavez otro. Relaciones sexuales tresveces al da, espectculos desnudistas -como una bailari-na- cada vez que l lo pida, aguantar su aliento con olor ahumo y yerba, enfrentarse a la posibilidad de teirse derubio para ensearlay encontrarse a la altura de las esposasde sus amigos. Enfrentarse a los desvaros de extraosjuegos sexuales. Su marido le dice, desgonzado sobre lacolcha: "Alguien me est traicionando. Hoy me quisieron ma-lar ", con su acento campesino mezclado con el ingls. Y

  • Mximo Vega 49ella piensa s quin soy, s quin soy. Ha llegado alguien.Se encuentra en el piso del motel.

    El PasadoCuando se la presentaron, pens que nunca haba conoci-do una mujer como aqulla. Ideas de guardaespaldas,disparates esperanzados.Jams he visto a una mujer de esamanera, pens, parada como una estatua en el balcnantiesttico de su cuarto de segundo piso, en una casa taneclctica que pareca de caricatura. Pero esa mujer no lehizo caso. Por detrs de sus vidrios negros la vea: qu lindaes. Camina hacia su habitacin, sube las escaleras, cierra lapuerta; baja las escaleras, se dirige al bao sin sensualidad,sale en su auto, regresa con libros y ropa interior, a vecescon comida. Pero lamentablemente ella no se enteraba deque l la vea. Iba de un lado a otro, como nerviosa; volvaa subir las escaleras o bajaba a la terraza mientras eljefehablaba por el celular.

    "Esta es Andrea", se la present el jefe: Andrea bruja.Presencia etrea, mujer fatal. Andrea bruja no le hizo casoy al contrario les sugiri a todos que se quitaran los lentesoscuros porque all dentro no haba sol de qu cuidarse.El qued deslumbrado: no haba conocido jams a unamujer tan diferente y, al parecer, tan duea de s misma.Lstima que le estuviese prohibido quitarse los lentes.

    Haba pasado mes y medio, y dentro de quince dasexactos su marido se ira de nuevo dejndola sola rodeadade tarjetas de crdito. Visa, Mastercard, pero los negociosno iban bien. Demasiada competencia: alguien lo buscaba,no saba quin, ya le haban disparado antes en su negociode venta de vehculos. "Es uno de los nuestros ", se dijo, bhosabio. Uno de los nuestros -de los de l- le sopla alno-s-quin. Debemos atrapar al no-s-quin. Sobre la

  • so Ultima flor del naufragio

    cama, tratando de hacerle el amor por detrs con todas susconsecuencias, le cont todo de nuevo entre gemidos, y lenarr una historia de los hermanos Gremm. "S lo quevoya hacer", le dijo. "Nadie me va a poner una mano encima.Nadie", se dijo. Pero nadie sabra que l saba quin, y ellapens quince das, quince das, y qu extrao es el destino,las leyes de la naturaleza, an las de apareamiento.

    Luego se conocieron realmente, ella propici el encuen-tro. Le pregunt su nombre porque se dio cuenta de quela espiaba, a veces. Saba que cuando por alguna razn sehallaba en su cuarto con su marido fuera de la casa aten-diendo sus negocios y lo dejaban a l para cuidarla, colo-caba la oreja en la puerta o miraba por el ojo de unacerradura cclope; Se dio cuenta por los ruidos que ocu-rran en el pasillo, porque una vez entr al medio bao ysali por la puerta trasera: all estaba, voyerista.

    -Manuel -respondi l-o Me dicen Manolo, seora.-Por qu me espas? -le pregunt ella secamente.-Pa-para verla. Nada ms para verla, doa.-Deja de espiarme -le orden.

    Pero l no aprendi de inmediato, ella lo advirti. Enel bao del pasillo del segundo piso, ella trataba de tardarlo ms posible para evitar el extremo cuidado por lo menosesas veces del da. Rodeada de toallas, de Vogues y deSebastians, se vea en el espejo y se embarcaba en unaamplia bsqueda de placer individual. Detrs de la puertaestaba de nuevo el ojo, pero ella no lo saba, o si se dabacuenta ya no le importaba. Iconoclasta y dura, se exaltpoco cuando vio aparecer el sobre echado por el espacioentre la caoba y el granito. Ley: "Si no puedoverla en vivo,regleme una foto deusted". Tampoco se contrari.

    Lo encontr en la mesa de la cocina y se le sent delante.Se sac la carta del bolsillo y la coloc encima de la mesa.",Qu es esto?", le pregunt.

  • Mximo Vega 51

    -Es un sobre -contest l. Ella pens que cmo esposible. Esto va a resultar ms difcil... carajo.

    -Ya s que es un sobre. Quiero que me digas por quescribiste eso que dice ah. Porque lo escribiste t, verdad?

    -S-s, fui yo, doa. Lo que pasa es que no puedo dejarde pensar en usted. No puedo dejar de verla, si no la veome voya volver loco.

    Se sac otro sobre del bolsillo. "Tome", casi le orden.Ella ley: "Si no meva a dRjar quela vea, si no meva a regalaraunquesea una foto suya, entonces deme un beso. Manolo ".

    -Pero es que no entiendes, bruto? -le grit, impoten-te- T sabes de quin soy esposa! Te pueden matar! Yono quiero problemas.

    Pero l lo tena todo calculado, exactamente. Se acerctan rpidamente a ella que no le dio tiempo a reaccionar.Se quit los lentes negros, descubri unos ojos claros queescondan toda su personalidad. La presencia verde lainquiet. La tom de la cintura y la cabeza y la bes tanfuertemente que le cort el labio superior. Un poco desangre, belleza Nosferatus. Ella se apart, slo un momen-to. Dej caer el sobre y repiti el beso.

    Algunos minutos despus se separaron. La casa sola, olaa talvia. Era viernes. El alz la cabeza y escogi uno de losautos en la marquesina. "Aqu no", exclam, "nos puedenencontrar".

    -Nos vamos -le dijo. Ella lo acompa porque lo creysu destino.

    Slo que no se percataron, absortos en el futuro placery con la mirada puesta hacia adelante, de que los segua unhombre diminuto y firme en un auto blanco. Los siguipor la calle de acceso y al final por las calles del centro. Lossigui hasta el otro extremo, penetr la autopista sin per-derlos de vista -haciendo mucho esfuerzo debido al trficocatico, pens en lo importante de la experiencia-o Los

  • 52 Ultima flor del naufragiesigui hasta el sendero que l mismo haba recorridoalgunas veces. Cruz la puerta escondida detrs de unosarbustos y el letrero sicodlico gigantesco. Dio dos vueltasluego de que el auto que segua entr a una de las cabaasy la puerta metlica se cerr con su leve ruido de acero.Pas a una motocicleta y a otro auto de vidrios ahumadosque entraba a una cabaa doble. Pas delante de la puertade entrada, en donde un seor viejo en una casilla llenade llaves, discreto y callado, se preguntaba por qu dabatantas vueltas y no entraba a alguna vaca a esa hora de latarde. Pas por delante de la cabaa otra vez, para estartotalmente seguro de que el auto se encontraba dentroan, y, por lo tanto, ellos dos. Sali del local por la puertasemioculta, observ el nombre en relieve del letrero y loapunt -an manejando- en una libretita con su indesci-frable caligrafa. Se vio en el espejo retrovisor, abri laboca, hizo que se reflejaran slo los dientes, y se los limpicon el dedo ndice de la mano derecha. En el asientotrasero tena un ejemplar de haca dos aos de OUI. "Yaest ", se dijo. "Ahora seguramente que l la va a llevar a lossuburbios". Le sonri con asma el espejo retrovisor.

    El RegresoPara l, ese cuerpo era extraordinario. Acostumbrado aotros vulgares y ajados, la tersura de esta piel lo llevabahasta la infancia. Cundo pens tener a alguien comoella? Lejanamente se ve el objeto del placer, que se mueve:la compaera se dirige al bao, se quita la toalla con unmovimiento lento y sensual, lleva una ajorca en uno de sustobillos, enrojecindolo; su olor contenido detrs de la telase desprende de su piel y se esparce como bruma por todoel cuarto mientras el cuerpo entra a la lluvia de la ducha yempieza a cantar dulcemente. Por eso le pidi que huyera

  • Mximo Vega S3con l. "Fgate conmigo": l. "Nos iremos muy lejos": l. Ellapens que todo se derrumbaba, como el Imperio Romano,como Constantinopla, como Robespierre. Sali en ropainterior. Le dijo: "Con una condicin. Tenemos que matarlo.Nosva aseguir". No existe nada ms perverso que una mujeren ropa interior: no se encuentra totalmente vestida, no seencuentra totalmente desnuda. Increble? La voz de uncantante desafinado y alcohlico se aduea de todo elcuarto. "Vmosnos": ella. Qu ms da. El nunca aceptara.

    El amanerado se acerc lentamente hasta la mesa queocupaban. Recogi el vaso de Manuel y se 10llev a la boca."Qy,iero hablarcontigo, querido. Ven". Ella percibi algo queno le agrad en la voz que orden. Caminaron lentamentehasta un cuarto en el fondo, al final de un pasillovaco que,a veces, se encontraba repleto de huacales y mujeres bur-das. Abrieron una puerta: se le ocurri que salan a otromundo, o por 10menos a otra dimensin menos objetiva.Detrs de las cajas un minotauro, la oscuridad ocultaalgunos monstruos. Detrs de ellos otra puerta, posible-mente la que conduca al callejn que llevaba a la calle. Atravs de las tablas superpuestas se escuchaban los ruidosde la noche. "No tengo secretos para ella", le dijo Manuel, yAndrea bruja se enorgulleci. El amanerado empez acaminar de un lado a otro del cuarto, se toc las nalgas, semeti las manos en los bolsillos, le sonri a ambos, Andreapens: alto, yel amanerado se detuvo. La msica casi habadesaparecido. Le entusiasm la idea nica de que tal vezse encontraba en el centro de alguna clase de laberinto.

    El amanerado se irgui. "Ya no te necesito", exclam.Manuel sonri nerviosamente.

    -Cmo que... que no me necesitas? -pregunt.El amanerado se acerc lentamente, se irgui de nuevo

    -Manuel era ms alto- y 10 bes violentamente en la boca.Manuel no se asombr. Se toc el arma en el costado, es

  • 54 Ultima flor del naufragio

    ms: la tom. Andrea observaba, muda. El sonido deldisparo -tan cercano, tan sbito, tan real- la asust tantoque la oblig a cubrirse la boca con las manos.

    Manuel cay al suelo con una lentitud cinetoscpica.Embriagado por la violencia y con la mano llena de sangre,el amanerado levant el arma hacia Andrea. Ella pensesto no estaba en el libreto, quizo pensar esto no estabaprevisto. Manuel y ella no lo planearon, Manuel muerto enmedio de un charco rosado, con el arma empotrada en sumano. Su cuerpo -inerme ya, insensible- se desangraba sinpiedad a sus pies. Ella se encontraba terriblemente impre-sionada, sus ojos abiertos por el asombro, el corazn latin-dole con un ritmo innecesario.

    Por la puerta trasera entr un hombre que busc en uninstante el cuerpo masculino erguido. Le dispar por laespalda sin pensarlo dos veces, el ama~~rado cay suave-mente de bruces sobre el piso. Los sucesos eran frgiles,los hechos ocurran apenas. La sangre inundaba el cuartoy manchaba las cajas pegadas a las paredes; la sangre creabacharcos, meandros, guas. El hombre se acerc a los doscuerpos, sobre todo al del amanerado. "Traficante. Bruto",le ofendi quedamente, y lo escupi. Le sonri a la mujerque an tena las manos en la boca cubriendo el grito-jams pens que morir era de esa manera, las muerteshaban ocurrido con demasiado alboroto-; el hombre,tranquilo y exttico, intentaba percibir si alguien se habaenterado de los disparos. No. Manuel estaba muerto: latragedia de crecer. La nostalgia de las cosas idas, la cercanade la vejez. Andrea bruja cansada.

    - Vmosnos -la despert el hombre-o Ya todo est he-cho. La estn esperando.

    Y ella se sinti terrible, porque no pudo liberarse de smisma.

  • Mximo Vega ss

    El RetomoSu marido se encontraba desgonzado sobre la negrura dela colcha. Fumando, rascndose las ingles, sonriendo. "Lohiciste?", le pregunt. "S', contest ella. "Dos pjaros de untiro", ironiz. Quizo llorar: se haba encariado con l. PuroBruce Beresford: "El mundo es un lugar cruel, pero est la luzdel sol...".

  • Luis Toirac[Santo Domingo, 19661

    Graduado en IngenieriaIndustriaL Perteneci al CrculoUterarioiel INTEC. Sus cuentos han sido galardonados en los concursosde Casa de Teatro y Radio SantaMara. Tambin escribe poesiayfue co-autor de la interesante agend.aPapeles deAquel~,de 1992. Sus cuentos suelen partir del entamo cotidiano haciauna abstraccin dramtica. donde laprosa ligera y la referenciaa los elementos naturales auspicianpasojes, alfinalde cuentas,frescos y de alto contenido humano.

    La ciudad dispersaA Luna, q1.U! gustaba de caminar

    Mien tras el auto recorre una ciudad que hace tiempoha muerto, trato de construir una sonrisa. La mismade cada vez. Esa sonrisa que los labios no entiendeny aparece ante el abrumador estallido de la formalidad.Intento repetir el ejercicio de absorber fugazmente lossucesos que acontecen en la avenida. La experiencia esintolerable; me mareo un poco yretomo la vista al frente.

    La ventana est abierta. Ella tiene los ojos hmedos debrisas, la lengua reseca por la continua presencia del asom-bro y la sorpresa. Parece pensar que al fm y al cabo loimportante es existir, a pesar de las penas y la nmisericor-dia.

    57

  • 58 Ultima flor del naufragio

    Las sensaciones se suceden de manera rpida e impreci-sa. El movimiento es un fenmeno extrao. Sentir, derepente, cmo se estrellan en un rostro automviles, puer-tas, personas y ventanas, y sin embargo, basta un leveparpadeo para que estos objetos desaparezcan dejandoslo un recuerdo pasajero. Despus surgen otros objetosparecidos que sustituyen a aquellos que han escapado parasiempre sin motivo. Se asiste entonces a una caravana deminutos que crecen y se amontonan sobre los das comoaquel que junta flores sobre el csped.

    A menudo ella se concentra en algn instante particular,aquel donde la ciudad deja de huir y el caminar de lostransentes y los ruidos que flotan en el aire urbano cobranun sentido mucho ms cercano. No obstante, a pesar deesta absoluta concentracin, sucede otra vez lo inexplica-ble: los objetos desaparecen como polillas en la niebladejando tras de s sus estelas entrecruzadas.

    De todas formas, es interesante, sobre todo en tardesfrescas, pasar rpidamente entre la muchedumbre, sinatender fijamente a nadie, con la mirada puesta al mismotiempo en todas las personas posibles que puedan abarcar-se con el radio de la visin. Luego, y sin absoluta preocu-pacin o premura, y a pesar de esa sensacin de panal quearropa el cuerpo y sus simientes, parpadear en absoluta pazy dejar de percibir por unos segundos cualquier sensacinvisual y sumergirse en el sonido confuso, entrecortado, devoces que jams volvern a escucharse, de olores extraos,de esa indescriptible recreacin de una roca arrastrndosedentro de la incontenible furia del alud.

    Pero nada de esto es comparable al proceso de adivinarlo cotidiano: quin ser el prximo entre decenas endirigirnos alguna palabra o expresin triunfal, o quizs unamirada reprobadora o cuestionante? Todas estas lucubra-ciones provocan una especial alegra en mi amiga. A me-

  • Luis Toirac S9

    nudo percibo cmo se burla desenfrenadamente de estosaconteceres diarios sin el menor reparo.

    Cierta vez, recorriendo una calle estrecha de la ParteAlta, nos detuvimos brevemente frente al escaparate deuna gran tienda. Este simulaba un espejo y en l, como elabrir de unos prpados inmensos, su imagen se reflejclaramente bajo el suave regresar del viento.

    Los ladridos no se hicieron esperar. Se le aparecieronimgenes muy vvidas que la confundan y la lanzaban a esarealidad paralela de los espejos, a ese otro universo deentidades planas, de formas brillantes y prematuras. Eserectngulo inmenso era una ventana indescifrable puestaall por habitantes de lugares muy lejanos. Cuando lasostena, y su pelo negro y suave temblaba bajo el furor dela excitacin, pens en el primer espejo, ese de metalbruido que devolvi el primer rostro, el rostro perplejodel orfebre que lo puli a travs de la noche, con manossperas, fe vehemente y la sorpresa adorable de poderreproducir un milagro continuamente a lo largo de todoel resto de su vida.

    Ms tarde, cuando mi cabeza empez a poblarse porideas provenientes de ningn lugar, visit esa poca derenacer, hace cinco siglos, cuando fabricar espejos devidrio era un misterio para el planeta y satisfaccin y dichapara sus inventores. Las calles de agua de Venecia sonespejos largos y verdosos, donde se sumergen edificiosamarillos, ventanas hermosas como el mbar que guardaen sus entraas el pasado, y donde personas que no conoz-co lanzan una moneda que zumba en el aire y se clava enel cieno hasta que el tiempo les regale viajes profundos yaleatorios. Los espejos son el secreto mejor guardado deVenecia. En callejones oscuros los amigos cercanos delorfebre mueren por la peste del espejo, el espejo quedevuelve los rostros donde desembocan el futuro y los

  • 60 Ultima flor del naufragio

    sueos de los nmos. El secreto permanecer. La bocadelatora morir y los familiares cercanos, aun hijos y espo-sos, no escapan a muertes violentas en el tranquilo lechoo las soleadas terrazas.

    Ahora, a siglos de distancia de estos sucesos sepultadosy olvidados tras el polvo de los veranos; en una poca dondeestas cronologas ya nada importan, Luna se asombra desu imagen reflejada nuevamente; como cada vez, comocada da durante el resto de sus das y de los mos. Yo mejacto de recorrer la Historia de la Humanidad en pocotiempo: puedo trasladarme a las Cuevas de Altamira enpocos segundos, subir tras Jesucristo al Monte de los Olivosen su total y prolongada ausencia; en fin, instrumentar undevenir que recuerda sucesos ya muertos, mudos y acorra-lados. Puedo ser aquel que cuestiona y juzga otros seresfelices e ignorantes, pero definitivamente felices, mas todoesto no aade un grano de tranquilidad a mi vida. Estosseres no persiguen interpretar mi existencia o la presenciafugaz del aguacero. No impiden el discurrir efmero de mispasos: es aqu donde su grandeza se agiganta y nos sonre.

    Permanec contemplando el escaparate por un largorato. En l las personas se hacen y deshacen en unjuegomisterioso. Es como si la vida que posee la ciudad, todo loque en ella existe, proveniese del espejo. La ciudad es elreflejo de un mundo que atisba a este otro donde comemosy respiramos. Somos sombras coloreadas provenientes deuna ventana de plata.

    Mientras meditaba estas ideas, brot entre ellas unacerteza descabellada y absurda. Su improbabilidad la con-verta en una creencia atrevida y, por tanto, anhelada.Bajamos del auto y nos paramos frente al espejo. La aceradespeda un calor que reverberaba en nuestros cuerposbaados por un sudor insistente. Luna dej de ladrar slocuando al tomarla rpidamente nos lanzamos con decisin

  • Luis Toirac 61

    hacia adelante: clavadistas desafiando las alturas que losseparan de la caricia de las aguas sedientas.

    Durante un espacio de tiempo que no es posible preci-sar, y que podra describirse como el nadar por un estrechocanal de plata, brillante y posedo, la ciudad se desdobl,cant sus balcones y parques ycobr esencia de ser viviente.Cuando pude darme cuenta de lo acontecido me encon-traba de espaldas al escaparate.

    La ciudad, no obstante, era la misma. Los objetos semueven por s mismos y lo miran a uno con detenimiento.Respiran el mismo aire, exhalan un aliento almacenado;de testimonios acumulados.

    Subimos al auto. Dentro, a salvo de ausencias y del calorque impregna el cemento y los rboles, decido al finregresar a la casa. Las calles, las mismas de todos los das,parecen dirigirme en sentido contrario al acostumbrado.Esta sensacin me confunde brevemente.

    Camino al barrio, Luna repite sus usuales yacostumbra-dos juegos y mantiene la mirada esbelta y relajada que clavaen todo el derredor. Senta que el da retroceda de unamanera que no alcanzaba a explicar a medida que elvehculo devoraba las calles repletas de personas que igno-raban que eran objetos de una profunda observacin.

    Llegamos a la casa y parqueamos frente al jardn. Era yanoche. Abr la puertay los nios saltaron a mis brazos comodos pequeos copos de algodn. Luna desapareci haciala cocina.

    Bes a mi esposa como si estuviera programado parahacerlo. En realidad actuaba guiado por alguna fuerzadesconocida. Mi corazn comenz a latir apresuradamen-te al percatarme de que las cosas se desarrollaban de unaforma normal.

    Camin hasta la cocina y observ a Luna desde una

  • 62 Ultima flor del naufragiolejana cercana. Coma abundantemente y no se dabacuenta de lo que estaba sucediendo.

    Me cost tomarla en brazos. Cuando lo consegu enrum-b con ella hacia el gran espejo de la sala. Mis pensamientosfueron corroborados de manera instantnea. Luna noladraba, pues nosotros usurpbamos el lugar o tiempo delas imgenes: ramos, quizs, las imgenes.

    No quedaba mucho por hacer. Debemos regresar, cru-zar de nuevo la frontera de plata y componer de nuevo elUniverso. Cerr los ojos, respir hondo y nos lanzamos atravs del espejo. Un fro magntico nos hizo saber quehabamos cruzado y llegado a la verdadera sala de la casa.

    Nuestra silenciosa irrupcin no sorprendi a nadie. Es-per en vano unos besos que cre se repetiran. Me asompor la puerta de enfrente y pude comprobar algo queacrecent an ms mi confusin: el auto no estaba estacio-nado frente a