pedraza

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La Perinola, 12, 2008 (175-199) recibido: 8-10-2007 / aceptado: 5-11-2007 Quevedo y Villamediana: afinidades y antipatía Felipe B. Pedraza Jiménez Universidad de Castilla-La Mancha [La Perinola (issn: 1138-6363), 12, 2008, pp. 175-199] ¿Vidas paralelas? Los albores Quevedo y Villamediana son dos poetas a los que la vida enlazó de muy diversas maneras. Miembros notables de una misma generación li- teraria, la nacida hacia 1580, que hizo sus primeras y precoces armas li- terarias en los últimos años del siglo XVI: de 1599 es el soneto de Quevedo «Bien debe coronar tu ilustre frente» (núm. 283); y de esa época deben de ser los dos sonetos que Villamediana dedica a la muerte de Felipe II: «Yace aquí el gran Felipe, al claro nombre» y «No consa- gréis a la inmortal memoria» (núms. 324 y 325) 1 . A propósito de la datación del primero, señala Ruiz Casanova: «me cuesta creer que se escribiera en el momento de la muerte del monarca (1598). Parece posterior» 2 . No hay que olvidar que en ese momento el futuro conde de Villamediana tenía dieciséis años, edad temprana, aun- que no tanto, para pergeñar un soneto técnicamente correcto; sin em- bargo, no sería extraño que lo recogido en la edición príncipe y póstuma de 1629 sea una versión más o menos retocada y mejorada de un poema compuesto entre la caterva de versos que se dedicaron como homenaje fúnebre al rey prudente 3 . 1 Salvo que se indique lo contrario, los poemas de Quevedo se citarán por la edición de Blecua (Quevedo, Poesía original); los de Villamediana, por la edición de Ruiz Casa- nova (Villamediana, Poesía impresa completa); se indicará el número del poema y, cuando resulte pertinente, el de los versos. Lamentablemente, la edición de Ruiz Casanova, la más completa de la obra del conde, adolece de numerosas erratas (véase Pinillos, 1995). Para no cansar al lector, corrijo sin indicarlo las evidentes e indudables. 2 Ruiz Casanova, 1990, p. 410, nota al núm. 324. 3 Véanse los que le dedicó Lope y se incluyeron entre los doscientos sonetos de las Rimas (núms. 197 y 198), y los recogidos en el ms. 4117 de la BNE (ver Pedraza, 1996), entre otros muchos.

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Artículo de investigación, historia, literatura

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  • Quevedo y Villamediana:afinidades y antipata

    Felipe B. Pedraza Jimnez Universidad de Castilla-La Mancha

    [La Perinola (issn: 1138-6363), 12, 2008, pp. 175-199]

    Vidas paralelas? Los albores

    Quevedo y Villamediana son dos poetas a los que la vida enlaz demuy diversas maneras. Miembros notables de una misma generacin li-teraria, la nacida hacia 1580, que hizo sus primeras y precoces armas li-terarias en los ltimos aos del siglo XVI: de 1599 es el soneto deQuevedo Bien debe coronar tu ilustre frente (nm. 283); y de esapoca deben de ser los dos sonetos que Villamediana dedica a la muertede Felipe II: Yace aqu el gran Felipe, al claro nombre y No consa-gris a la inmortal memoria (nms. 324 y 325)1.

    A propsito de la datacin del primero, seala Ruiz Casanova: mecuesta creer que se escribiera en el momento de la muerte del monarca(1598). Parece posterior2. No hay que olvidar que en ese momento elfuturo conde de Villamediana tena diecisis aos, edad temprana, aun-que no tanto, para pergear un soneto tcnicamente correcto; sin em-bargo, no sera extrao que lo recogido en la edicin prncipe y pstumade 1629 sea una versin ms o menos retocada y mejorada de un poemacompuesto entre la caterva de versos que se dedicaron como homenajefnebre al rey prudente3.

    1 Salvo que se indique lo contrario, los poemas de Quevedo se citarn por la edicinde Blecua (Quevedo, Poesa original); los de Villamediana, por la edicin de Ruiz Casa-nova (Villamediana, Poesa impresa completa); se indicar el nmero del poema y, cuandoresulte pertinente, el de los versos. Lamentablemente, la edicin de Ruiz Casanova, lams completa de la obra del conde, adolece de numerosas erratas (vase Pinillos, 1995).La Perinola, 12, 2008 (175-199)recibido: 8-10-2007 / aceptado: 5-11-2007

    Para no cansar al lector, corrijo sin indicarlo las evidentes e indudables.2 Ruiz Casanova, 1990, p. 410, nota al nm. 324.3 Vanse los que le dedic Lope y se incluyeron entre los doscientos sonetos de las

    Rimas (nms. 197 y 198), y los recogidos en el ms. 4117 de la BNE (ver Pedraza, 1996),entre otros muchos.

  • 176 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    Los dos poetas coinciden en la nueva corte vallisoletana entre 1601La Perinola, 12, 2008 (175-199)

    y 1606. De Quevedo conservamos algunos poemas que aluden de ma-nera indudable a esta etapa: De Valladolid la rica, Dime, Esguevilla,cmo fuiste osado? (nms. 781 y 830). No ocurre lo mismo con Villa-mediana: posiblemente, por su tendencia a eliminar de sus versos nom-bres y referencias concretas (excepto en los panegricos y en las stiraspersonales), lo que llev a Rozas a colocar como rtulo de un ampliosector de su obra el de cancionero blanco4.

    Deseos y profecas en el nacimiento del prncipe

    Una de las efemrides ms cantadas de esos aos vallisoletanos fueel nacimiento del prncipe de Asturias, futuro Felipe IV (8 de abril de1605). Muchos ingenios pusieron su musa a contribucin, entre ellosLope, en un poema que se recogi en La vega del Parnaso.

    Contrastan en este punto nuestros poetas. Entre las obras de Villame-diana se cuentan seis sonetos en torno al acontecimiento: mulo al solsaldr del cielo hesperio, Para dar ley al mundo al mundo venga,Templa lira feliz, sacro mancebo, Gloriosa cuna al bien nacido infan-te, Crece, oh pimpollo tierno, entre leales y A virtudes ms altas as-cendiente (nms. 195, 197, 212, 217, 218 y 263). En cambio, entre losversos de Quevedo no se encuentra huella de ese evento, cosa lgica si serepara en que por las mismas fechas muri en Madrid su hermana menorMara de Santibez Quevedo. Precisamente test el mismo da en quenaci el prncipe y pas a mejor vida unos das despus: el 16 de abril5.

    La venida al mundo del futuro Felipe IV dio pie a Villamediana paraexpresar, en medio de la hojarasca de la lisonja, una serie de conceptosque ms que ideas o principios se convirtieron en obsesin para elconde y una parte de las lites intelectuales de su generacin, entre lasque se cuenta Quevedo. Le cuesta disimular el desdn que siente haciaFelipe III y su ablico irenismo. El futuro rey estar

    alimentadono del valor paterno ya heredado,sino del propio (nm. 218)

    Lo compara repetidamente con Hrcules y Atlante (nms. 197, 212,217); anuncia un exaltado belicismo:

    un rayo de las armas (nm. 195)

    Leche de honor te d Belona (nm. 217)

    los rayos de tu acero afiles (nm. 212)

    Digna corona sea de tus sienesel yelmo de las plumas guarnecido (nm. 218)

    4 Villamediana, Obras, pp. 75-130.5 Vase Jauralde, 1998, p. 152, aunque la redaccin, algo confusa, parece sealar que

    el prncipe naci una semana ms tarde.

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 177

    Dibuja un porvenir impregnado de mesianismo poltico-religioso, enLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    el que la actuacin regia ser norte de luz en golfos tenebrosos (nm.263), regido por la espada / que con filos de fe templan los cielos(nm. 195). A travs de ese activo militarismo supone el poeta se al-canzar una anhelada unidad cuya expresin se acrisola en versos ins-pirados en el famoso de Hernando de Acua:

    uno el ovil, una la ley perfeta,habr un solo pastor y un solo imperio. (nm. 195)

    cuando una grey y un solo pastor tenga. (nm. 197)

    Muchas de estas clusulas las firmara sin escrpulos ni reservas eljoven Quevedo e incluso el maduro de los Grandes anales de quince das.El retrato que en 1621-1623 traza del jovencsimo rey no dista muchodel que, aos antes, haba perfilado en profeca el correo mayor:

    Su caminar es por la posta; su holgura, la montera; su entretenimiento, lasarmas: todas promesas de aliento y empeo animoso para grandes victorias.Amartelado remunerador de la milicia con desvelo; premio y amparo de lasletras con virtud. Si lo poco del mundo que no le obedece fuere dichoso,ser suyo6.

    A pesar de la diferencia de fechas, tanto los versos como la prosa pro-yectan no lo que era y significaba Felipe IV, sino las esperanzas puestasen l por esa minora belicista y mesinica (quiz por mera reaccin anteel estado de cosas con Lerma y Uceda).

    No parece demasiado atrevido afirmar que estos augurios condicio-naron (para mal, segn demostr el devenir histrico) la actitud, el com-portamiento y la poltica de Felipe IV. Si Quevedo loaba a un rey queera mejor, que poda ser premio y amparo de letras con virtud, Vi-llamediana, glosando a Garcilaso otro soldado poeta del emperador,anunci las dotes poticas y la sensibilidad artstica que le asistieron,aunque sin pasar de lo discreto, a lo largo de su vida:

    Alterna de Minerva y de Belonael uso ora en la pluma, ora en la espada (nm. 212)

    Y pronostica una edad de oro restaurada cuando seas la trompat mismo y la materia (nm. 212).

    Parece que el joven Felipe IV fantase con hacerse digno de estasquimricas profecas de tan altos poetas. No le acompaaron la fortunani el seso ni la fuerza.

    Con ocasin del asesinato de Enrique IV

    El asesinato de Enrique IV, rey de Francia, el 14 de mayo de 1610,dio pie para que nuestros vates expresaran su pesar y admiracin en una

    6 Quevedo, Grandes anales, p. 112. La ltima frase guarda estricta correspondenciacon unos versos de Villamediana: Que con estos presagios su fortuna / saldr de s, aa-diendo y conquistando / el poco mundo que le queda ajeno (nm. 197).

  • 178 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    serie de poemas fnebres. Hasta cinco en el caso de Quevedo: Su manoLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    coron su cuello ardiente, No pudo haber estrella que infamase, Nolleg a tanto invidia de los hados, Aqu una mano violenta y Detnel paso y vista, mas no el llanto (nms. 257, 258, 259, 275 y 280); ycuatro de Villamediana: Hace el mayor Enrique cuando lidia, Esteque, con las armas de su acero, Cuando el furor del iracundo Marte,En tierra s, no en fama, consumida y El roto arns y la invencibleespada (nms. 196, 317, 340 y 341)7.

    Esta abundante cosecha, pareja a la de otros poetas de su entorno,parece particularmente significativa en el caso de Quevedo y Villame-diana. No se trata solo de sumarse al luto oficial y a la obligada execra-cin del magnicidio, sino de expresar una actitud poltica en oposicinal pacifismo de Lerma y Felipe III. Nuestros poetas se sitan en las an-tpodas de la displicencia que notamos en el epistolario de Lope, entrela chufla y la defensa de las gloria patrias, menoscabadas por la turba-multa de exaltadores del asesinado:

    De la muerte del rey francs no se me entiende mucho, porque entre otrosdesatinos mos nunca cre que haba reyes en otras lenguas []. No porquecarezca de consideracin que un rey muera sin enfermedad, y, como dicenlos portugueses, muito contra sua voluntade; que realmente lastima que nopueda su poder reservarse del furor8.

    Yo quise hablar en el rey de Francia, mas no de suerte alabarle, que hicieselas armas de Espaa inferiores a las suyas9.

    Este gran rey mereci grandes alabanzas, por cierto; pero a nosotros nonos pone tanta obligacin, que no sea mayor la que tenemos a la verdad y ala patria. [] Porque yo nac en Madrid, pared y medio de donde puso Car-los Quinto la soberbia de Francia entre dos paredes10.

    Muy lejos de esta actitud se mueven los poemas de Villamediana yQuevedo. Admiran el belicismo del rey francs, al que proponen, de ma-nera indirecta pero meridiana, como modelo al indolente Felipe III. Enun implcito contraste, que deba de resultar mortificante para el monar-ca espaol, don Juan elogia el afn belicoso y justiciero de Enrique IV:

    El templo de la paz cierra, y bajandodel cielo a Astrea (nm. 196)11.

    7 Curiosamente, un error de edicin determin que los dos primeros sonetos seimprimieran por partida doble en la edicin prncipe de las Obras (1629), pp. 70, 82, 150y 159. Probablemente, los dos poemas aparecan copiados dos veces en el manuscrito delque parta el impresor.

    8 Lope, Epistolario, nm. 18, tomo III, p. 23.9 Lope, Epistolario, nm. 19, tomo III, p. 24.10 Lope, Epistolario, nm. 19, tomo III, p. 25.11 Poco despus (1612), otro poeta espaol se acordara tambin de la diosa de la

    Justicia en contraste con la realidad histrica de su tiempo: Peculio propio es ya de laprivanza / cuanto de Astrea fue, cuando rega / con su temida espada y su balanza (Fer-nndez de Andrada, Epstola moral a Fabio, vv. 25-27).

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 179

    Los dos poetas pintan a Enrique IV como un hombre que ha labradoLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    con su esfuerzo su destino: rey por la espada lo llama el conde (nm.317), y habla de el roto arns y la invencible espada (nm. 341), oapunta

    Hace el mayor Enrique cuando lidiaen el marcial honor de la estacadacorona el yelmo y cetro de la espada,paz de la guerra y fe de la perfidia. (nm. 196)

    Quevedo se expresa en estos trminos conceptualmente prximos:Su mano coron su cuello ardiente

    y el acero le dio cetro y espada;hzose reino a s con mano armada;

    []Su diestra fue su ejrcito valiente.

    []Su herencia conquist, por merecerla;

    naci rey por la sangre que tena;por la que derram, fue rey famoso. (nm. 257)

    cuya corona la alcanz su espada,por hijo de sus obras heredada. (nm. 280)

    Son tpicos que aparecen en buena parte de los poemas que suscitel magnicidio; pero las semejanzas entre las concretas expresiones deQuevedo y Villamediana nos llevan a pensar que sus versos pudieronescribirse para una misma academia o cenculo.

    Los perfiles de la materia son similares cuando contrastan el extraor-dinario poder conquistado por el rey francs y su calamitoso e inopina-do fin:

    puesta la mano a la atrevida espada,ofreciendo fortuna fin sangrientode la dudosa guerra a la victoria,

    cort el hilo la Parca apresuradaa la vida y al alto pensamiento,dejando eterna al mundo su memoria.

    (Villamediana, nm. 340)

    cuando poner presume en mil victoriastintos los campos y los mares rojos,desnudos centros de invidiosas glorias,

    viste el suelo un traidor de sus despojos;de horror, su lis; de ejemplo, las memorias;de ocio, las manos; de piedad, los ojos.

    (Quevedo, nm. 275)

    Los dos poetas insisten en la gloriosa madurez del rey, que se encon-traba ya de retirada, buscando un honorable descanso conquistado consu sangre:

  • 180 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    La cana edad le perdon piadosa;La Perinola, 12, 2008 (175-199)

    la flaca enfermedad le guard vidacon que buscar pudiera honrosa muerte.

    (Quevedo, nm. 269)

    [La espada] pudiera ya en el templo estar colgaday en descansado honor resplandeciente

    (Villamediana, nm. 341)

    Si algn matiz puede establecerse entre la expresin de uno y otropoeta, posiblemente sea el sentido providencialista, muy acentuado enestos versos de Villamediana:

    Mas el discurso y el saber humanono alcanza aquella esencia sin medidaque el poder de los nimos limita,

    dando fuerza y valor a flaca manocontra el heroico rey, en cuya vidaaltos designios y esperanza quita.

    (Villamediana, nm. 341)

    En cambio Quevedo, a pesar de su senequismo, insiste mucho msen la traicin, en el delito humano como desencadenante de la tragedia:

    A Fortuna quit (por no deberlasolo a la sucesin) la monarqua:y veng a la Fortuna un alevoso.

    (Quevedo, nm. 257)

    Todo lo malogr mano alevosa,quitando al mundo el miedo en una herida

    (Quevedo, nm. 259)

    La reiteracin del vocabulario, los conceptos e incluso la perspectivaadoptada (con los matices que hemos visto) me llevan a pensar que lasdos series de cuatro sonetos (de Quevedo conservamos, adems, unasilva, nm. 280) pudieron escribirse, como he dicho, en el mismo marcoconmemorativo.

    Que por esas fechas Quevedo y Villamediana frecuentaban los mis-mos crculos literarios parece avalarlo el que coincidieran en los preli-minares de El buen repblico (Salamanca, 1611) de Agustn de RojasVillandrando. Al frente del mismo se estampan una mostrenca aproba-cin, con el curioso ttulo de Chra de don Francisco de Quevedo a Agustnde Rojas12, y un irrelevante soneto de Villamediana (nm. 291).

    Los dos participan, aunque sin el fervor que vimos en el caso de En-rique IV, en las exequias poticas de la reina Margarita de Austria. Que-vedo le dedica el soneto Las aves del imperio, coronadas (nm. 260)y Villamediana, dos poemas De este eclipsado velo el tomo oscuro yDel cuerpo despojado el sutil velo (nms. 321 y 323). Ninguno de los

    12 Quevedo, Obras completas. Prosa, ed. Buenda, p. 459.

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 181

    tres pasa, al menos desde nuestra sensibilidad actual, de discretos ver-La Perinola, 12, 2008 (175-199)

    sos de compromiso, que en nada comprometen al poeta.

    Juventud licenciosa y huida a Italia

    Los dos viven en medio de cierto ambiente escandaloso. Los inci-dentes que protagoniza Villamediana son pblicos y sonados: sus vio-lentos amores con la marquesa del Valle, su pasin por los naipes, quedio ocasin en 1608 a un primer destierro de la corte. Ms ntimos y sor-dos los de Quevedo, pero, al parecer, existentes si hemos de creer lasprotestas tpicas de las dedicatorias del Herclito cristiano, en que habladel sentimiento verdadero y arrepentimiento de todo lo dems que hehecho y anuncia el propsito de enmienda ante su ta Margarita de Es-pinosa, ya que la voz de mis mocedades ha sido molesta a Vm. y escan-dalosa a todos13.

    Si de estas palabras graves pasamos al autorretrato jocoso del Memo-rial que dio Francisco de Quevedo en una academia, nos encontramos conel mismo panorama:

    ordenado de corona, pero no de vida. [] hombre dado al diablo, presta-do del mundo y encomendado a la carne, rasgado de ojos y de conciencia14.

    Sin embargo, frente a estos dudosos testimonios autoinculpatorios,no hay que olvidar que son aos en que se consagra al estudio de losestoicos y en que compone sus mejores versos morales y metafsicos.

    Quiz como resultado de esa juventud licenciosa (en el caso de Que-vedo, es probable que la licencia se quede en lo puramente literario) losdos poetas se ven llamados a buscar nuevos horizontes en Italia.

    Villamediana viaja a Npoles en 1611 y se incorpora a la corte virrei-nal del conde de Lemos. All actuar como mantenedor de un celebradotorneo el 13 de mayo de 1612 y conocer al que ser su colaborador enla fiesta de Aranjuez del 15 de mayo de 1622, el capitn Julio Fontana.

    Quevedo emigra tambin a Italia un par de aos despus, en octubrede 1613, para incorporarse a la otra corte virreinal, la del duque deOsuna en Palermo. Su papel en Sicilia va a ser polticamente ms activo,aunque menos vistoso (su posicin social es muy distinta), que el delconde en Npoles.

    El conflictivo retorno a la patria

    Ambos regresan a Espaa en 1615, aunque por razones y con obje-tivos muy distintos. Quevedo viaja como comisionado del parlamentosiciliano. Su misin: conseguir, sin reparar en intrigas y sobornos, el vi-rreinato de Npoles para su seor.

    13 Quevedo, Obra potica, p. 19.14 Quevedo, Prosa festiva completa, ed. Garca Valds, pp. 320-321.

  • 182 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    Villamediana se reintegra, al parecer, definitivamente a la patria (hayLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    quien mantiene que permaneci en Npoles hasta 161715). Continanlos pleitos y deudas que lo persiguieron toda la vida. Se sita en unaoposicin radical al gobierno del duque de Lerma, escribe poemas sa-tricos y se le atribuyen otros que, probablemente, no haba escrito. Elresultado es una nueva orden de destierro en noviembre de 1618, go-bernando ya Uceda que no le permitir residir en la corte ni dondehubiere audiencia del rey, Salamanca ni Crdoba16.

    Quevedo tuvo xito en su embajada de 1615. Osuna sustituy a Le-mos en el virreinato de Npoles. El poeta regres a Italia en setiembrede 1616 y se incorpor al ambiente cultural que poco antes haba vividoVillamediana. All se ver envuelto en conflictos polticos, alguno tan gra-ve como la conjuracin de Venecia de 1618, que no gust ni poco ni mu-cho en las altas esferas de la monarqua hispnica17. En medio de estastensiones, va y viene a Italia, y regresa definitivamente en junio de 1619.

    No tardar en seguir los pasos de Villamediana, ya que a finales de1620 un proceso, instigado al parecer por Fernando de Acevedo,presidente del consejo de Castilla, lo destierra primero a Ucls y mstarde a la Torre de Juan Abad18.

    Si hemos de atender a sus escritos, Quevedo y Villamediana tuvieronopiniones muy distintas sobre la figura del presidente Acevedo. El condele dedica tres sonetos elogiosos: Sacro pastor, cuya vigilia alcanza, Deeste pastor, cuya cerviz exenta y Seor, por vos la virtud propia aboga(nms. 206, 229 y 231); aunque en otra ocasin le echa en cara su hu-milde origen, si es suya la redondilla que le atribuye Cotarelo:

    Acevedo, montas,y Pedro Manso, riojano;uno hidalgo, otro villano,presidentes al revs19.

    Quevedo en los Grandes anales de quince das acusa al presidente dehaber instigado su prisin y destierro por razones bastardas:

    Fue mi culpa que le conoc en Alcal criado del maestro Pedro Arias en elcolegio del rey; y no se asegur de mi memoria, porque consigo ha preten-dido olvidarse de haber sido antes de la medra, y quisiera hacer creer a Es-paa que naci de su fortuna20.15 Vase Jauralde, 1998, p. 334.16 Cotarelo, 1886, pp. 78-79.17 Vase todo el proceso en Jauralde, (1998, pp. 373-390), o en la reciente biografa

    de Osuna de L. M. Linde (2005, pp. 99-203), donde se encontrarn amplias referenciasdocumentales y bibliogrficas.

    18 Vase Quevedo, Grandes anales, p. 79, y Jauralde, 1998, p. 418.19 Cotarelo, 1886, p. 102. Tambin hay una alusin satrica al burgals en Villame-

    diana, Poesa indita completa, nm. 31, vv. 15-16. Cotarelo (1886, pp. 101-102) publicun documento alusivo al momento en que Acevedo perdi el poder y tuvo que regresara su dicesis de Burgos (setiembre de 1621). En l Villamediana aparece reconciliadocon el obispo: le ofrece varios regalos, de los que solo acepta un cuadro del Ticiano, devalor de 1000 escudos, para que se acordase de l.

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 183

    Segn todos los indicios, los dos poetas conocieron la muerte de Fe-La Perinola, 12, 2008 (175-199)

    lipe III el 28 de marzo de 1621 desde sus respectivos destierros. La si-tuacin cambi vertiginosamente y de ello se benefici de inmediatoVillamediana, entre otros muchos. El 13 de abril ya estaba camino de lacorte, donde se le recibi con honores, se le nombr gentilhombre dela reina y se le restituy en su cargo de correo mayor. El destino parecasonrer a don Juan.

    La situacin de Quevedo era harto ms confusa y disparatadamenteparadjica. Sufra destierro ordenado por los ministros de Felipe III, loque pudiera haberle favorecido en la nueva coyuntura21; pero, al mismotiempo, estaba implicado en el proceso contra Osuna. Este asunto seguavivo y los nuevos gobernantes no estaban dispuestos a olvidarlo. Lasiniciativas del virrey, aunque chocaron en varias ocasiones con los de-signios de Lerma y Uceda, eran una parte notable de la poltica generaldel reinado anterior, y el joven Felipe IV quiso escarmentar en su cabe-za tanto lo que hizo obedeciendo a los antiguos validos, como lo queemprendi en una actitud prxima a la sedicin. Zarandeada por estejuego de fuerzas, se mova la frgil barquilla de Quevedo.

    Sin embargo, el propio poeta parece insinuar que la nueva situacinfavoreci la causa de su libertad: a no morir su majestad, por muchosaos no se me concediera la vuelta a Madrid22.

    Si hiciramos caso a Tarsia, a Quevedo no le haca maldita la faltareintegrarse a la corte: en el destierro viva en el mejor de los mundosposibles y aun imaginables:

    Hallbase don Francisco muy bien en la solitud, acompaada de sus librosy sazonada con la docta comunicacin de tantos autores como tena en sulibrera, no dejando a veces de divertirse, intermitiendo el rigor de sus estu-dios. Conversaba con los serranos de la Torre de Juan Abad con igual lla-neza que con los hidalgos de ella, tratando a todos los del lugar como ahijos; y usaba de tal moderacin y templanza con algunos testarudos que sele oponan en las cosas tocantes al gobierno y jurisdiccin, que sola llevarpor chanza los pesares23.

    La realidad que revelan los documentos es muy otra. Bien sea por loinsufribles que le resultaban los serranos y los hidalgos de la Torre, alos que trataba como a hijos pegadizos, bien por el irrefrenable pru-

    20 Quevedo, Grandes anales, p. 82. La alusin a haber instigado su prisin, en p. 79.21 Tampoco haba que hacerse ilusiones: Rodrigo Caldern fue apresado el 19 de

    febrero de 1619, reinante Felipe III, y muri ajusticiado el 21 de octubre de 1621, conFelipe IV en el poder.

    22 Quevedo, Grandes anales, p. 80.23 Tarsia, Vida de Quevedo, pp. 117-118. Esta impresin del bigrafo guarda una clara

    relacin con un soneto de Villamediana que desarrolla el mismo tpico: Al retiro de lasambiciones de la corte: Si para malcontentos hay sagrado, / dulce quietud del nimo losea / en esta soledad, donde granjea / aviso y no fatigas el cuidado. [] / Yo entre estasmansas ondas, a las aves, / en canto ni adulado ni aprendido, / deber el desmentir fati-gas graves (nm. 226).

  • 184 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    rito de la poltica y el poder, Quevedo estuvo esos meses brujuleandoLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    para que se le permitiera regresar a la corte.Para empujar en direccin a ese anhelado objetivo, intent congra-

    ciarse con los nuevos ministros y la nueva situacin: a ello obedece larauda dedicatoria de la Poltica de Dios a don Baltasar de Ziga el 5 deabril de 1621. No parece que sirviera de mucho tanta premura. El poetasigui sufriendo ciertas borrascas: al fin, como dice su primer bigrafo,toda la vida de don Francisco fue una milicia continuada24.

    Doy a leer mis ojos, no mis odos?

    Los datos precisos que se nos ofrecen sobre esta etapa de la vida deQuevedo no encajan con la perfeccin deseable: consta, por un lado, queestaba desterrado en esos das cruciales del cambio de poder; pero, porotro, con inusual rotundidad, en los Grandes anales de quince das afirmaen relacin a los momentos en que se produjo la sucesin en la corona:

    Yo escribo lo que vi y doy a leer mis ojos, no mis odos. Con intencindesinteresada y con nimo libre me hall presente a lo que escribo con msrecato que ambicin25.

    Con razn Cotarelo acumula los datos de que hoy disponemos y sepregunta:

    Quevedo estuvo desde fines de enero de 1621 preso en Ucls []. En 16de mayo [] ya se hallaba en la Torre26; en 8 de julio siguiente an conti-nuaba all; el 13 de este mes le trajeron preso a Madrid; solicit en 23 y 28que le diesen la villa por crcel, lo que no se le concedi hasta 6 de septiem-bre de dicho ao de 1621. El 4 o 5 de enero siguiente (1622) fue encerradode nuevo en la Torre, y hasta marzo de 1623 no se le puso en plena libertad.

    Cundo, pues, pudo ver todos los sucesos que narra en los Anales (y node odas)? nicamente estuvo en Madrid los meses de septiembre, octubre,noviembre y diciembre de 162127.

    Probablemente las expresiones yo escribo lo que vi y me hallpresente a lo que escribo hay que entenderlas, tal y como sugiere Are-llano, como frmulas retricas para asegurar la verdad de lo narrado28,ms que como afirmaciones que haya que interpretar literalmente.

    No obstante, Jauralde trata de casar los datos documentados con laspalabras del poeta y seala que los pasajes histricos del Sueo de lamuerte se han redactado entre marzo de 1621 y enero de 1622,

    24 Tarsia, Vida de Quevedo, p. 121.25 Quevedo, Grandes anales, p. 59. 26 El prlogo de los Grandes anales lo data en los siguientes trminos: Preso en La

    Torre de Juan Abad a 16 de mayo de 1621 (p. 60).27 Cotarelo, 1886, p. 163. Quiz permaneci en Madrid los meses de julio y agosto a

    la espera de que el 16 de setiembre se le concediera el placet para residir en la corte.28 Arellano, 2006, p. 404.

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 185

    cuando Quevedo conoci la muerte del monarca y hasta puede que, enLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    algunos casos, mientras deambulaba por Madrid el ao trgico de 162129.

    Y en otro momento habla de

    los Grandes anales de quince das, que empez a redactar en mayo de 1621,que continu semana tras semana y que dej sin terminar [] cuando se leapart del escenario principal de los hechos, desterrndole a la Torre30.

    Lo que parece documentado es que la mayor parte de los hechos na-rrados en los Grandes anales de quince das se corresponden con el tiem-po que don Francisco pas desterrado en la Torre, a no ser que,violando la real orden, entrara y saliera de la corte a su antojo. El propioJauralde desecha esta hiptesis y apunta que Quevedo no llegar a Ma-drid hasta julio [], llamado por la Junta que instruye el proceso al du-que de Osuna; pero aade: a pesar de todo, su relato es muy deprimera mano, basado en informes de parientes y deudos con cargosde confianza en palacio31.

    Osuna, entre Quevedo y Villamediana

    Entre los hombres del antiguo rgimen cados en desgracia y satiri-zados por Villamediana se cuenta el viejo patrn y protector de Queve-do, el duque de Osuna.

    La posicin del seor de la Torre de Juan Abad no dejaba de sercomplicada hasta el absurdo: presumiblemente, haba roto con Osunaantes de regresar a Espaa; pero, cuando el duque es llamado a Madrid,se ve agasajado e importunado hasta el extremo de levantar sospechasen las altas esferas:

    Vino el duque echado de Npoles, y a vista de toda Espaa hizo conmigoms demostraciones de amor que nunca []. Y como le vean comer y andarsiempre conmigo, y solo asistir a mi casa, los que me haban descompuestocon l, temiendo que yo desobligado le advirtiese de lo mal que le divertansin remedio ni castigo, dejndole en manos de la persecucin [], asiendode los primeros achaques, me prendieron y desterraron32.

    El propio Quevedo cuenta el momento de su prisin, con pretensio-nes exculpatorias:

    El achaque con que dio el presidente [Acevedo] color a mi prisin fue queen mi casa estaba el duque de Osuna a todas horas []. No me era lcito am dejar de servir al duque por mi obligacin, [] ni mi casa la poda cerrarpara nada a sus rdenes, ni deba, pues en ella se entretuvo sin escndalo,no sin envidia; ni yo tena autoridad ni puesto para reprehender lo que lla-maban perdicin33.

    29 Jauralde, 1998, p. 423.30 Jauralde, 1998, p. 429.31 Jauralde, 1998, pp. 432-433.32 Quevedo, Grandes anales, p. 82.33 Quevedo, Grandes anales, p. 79.

  • 186 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    Mientras Quevedo se mova en la cuerda floja de las manifestacionesLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    de afecto de Osuna y el odio de los ministros del agonizante Felipe III,Villamediana dedicaba sus ocios a escribir contra todos ellos, sin exentara Osuna. Entre los poemas atribuidos al conde se cuenta el soneto A unpoderoso vicioso (Aunque de godos nclitos desciendas, nm. 349), en elque no se cita nombre alguno, pero cuyas seas concuerdan con las dedon Pedro Tllez Girn. Ms explcitas son las stiras de los primeros me-ses del reinado de Felipe IV, como la burlesca procesin, en que leemos:

    Por guin de estos Osunay por cetro San Germn,ambos linda piedra imny ambos ladrones a una,Miln llora su fortuna,Npoles su destruccin (nm. 485, vv. 80-85)

    Acaba la dcima sealando que los delitos de Osuna ha de juzgarlosla Inquisicin. Idntica acusacin encontramos en Escucha, Osuna, aun amigo, donde parece aludir (todo resulta muy crptico desde la dis-tancia del tiempo y las nieblas que han puesto sus intrpretes) a ciertasrelaciones amorosas con una Zaida, de la que quiz tuvo hijos a los queno bautiz:

    Que no te quemen recelo,aunque eres Pedro Girn,porque en aquesta ocasin,aunque des al rey disculpa,no te librars de culpaen la Santa Inquisicin. (nm. 505, vv. 35-40)

    A esta historia y a sus relaciones diplomticas con los turcos parecenaludir estos otros versos:

    por amigo del sultnse publica, y su ley truecapor la turca (nm. 523, vv. 66-68)

    Otros muchos dejan pocas dudas sobre la inquina del autor de estasstiras, que bien pudiera ser Villamediana como sealan los manuscri-tos, contra el duque:

    En qu pensaba el de Osunacuando el reino destruyque el Gran Capitn gan? (nm. 522, vv. 41-43)

    Tambin Npoles dirque Osuna la saque (nm. 524, vv. 31-32)

    No falta la acusacin de querer alzarse con el cetro y la corona:antes por respetos buenos,fue tan humilde que el reyle dio oficio de virrey,y aspir a dos letras menos. (nm. 524, vv. 37-40)

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 187

    Las referencias a sus aventuras prostibularias se mezclan maliciosa-La Perinola, 12, 2008 (175-199)

    mente con la alusin a uno de los personajes literarios ms celebrados deQuevedo, el jaque Escarramn, que haba aparecido en el primer impresoa nombre del poeta en 1613 (dos hojas sueltas con la famosa jcara):

    A Osuna dice que dancual el delito la pena;que no es mucho est en la trena,siendo en todo Escarramn (nm. 523, vv. 61-6434)

    Las stiras continuarn tras la prisin del antiguo virrey (nm. 553, vv.85-91) y, en el Romance sayagus, hablando con la majestad de Felipe Cuartoen el principio de su gobierno, se incita a la confiscacin de sus bienes:

    En Osuna hay muchas minasde tan grandiosas riquezas,que si las cogis, par diobre,vuestro estado desempean35.

    Osuna, finalmente, es uno de los veinte borregos lanudos que lamajestad de Felipe IV debera trasquilar para mayo (a lo que entiendo,de 1621, es decir, dos meses despus del cambio de monarca)36.

    Encarcelado de inmediato, el duque permanecera en esa situacinhasta su muerte el 25 de setiembre de 1624. A propsito de ella, Que-vedo, ya en mejor situacin respecto al nuevo gobierno, escribir cincosonetos elegacos (nms. 223, 234, 242, 243 y 244) y una silva (nm.289), que son una potica reivindicacin de la obra poltica y el talantepersonal de su mentor. Entre ellos se lleva la palma el muy conocido yalabado Faltar pudo a su patria el grande Osuna (nm. 223); pero losversos ms sentidos son, sin disputa, los que cierran el nm. 242:

    Y a tanto vencedor venci un proceso!De su desdicha su valor se precia:muri en prisin, y muerto estuvo preso!

    El poeta que escribi estos endecaslabos (por mucho tpico quequeramos ver en ellos) debi de mirar con profunda antipata los atesta-dos mtricos que haba destilado poco antes la pluma de Villamediana.

    Pero es que, al margen de lo que Quevedo pudiera pensar de su pa-trn en los meses que discurrieron entre marzo de 1621 y agosto de1622, haba otro serio problema: las acusaciones de latrocinio y de se-dicin contra Osuna no dejaban de salpicarle a l, que fue su consejeroy confidente en el virreinato, y de ponerle en mayores dificultades quelas que ya sufra.

    34 No es necesario subrayar que estos versos son una glosa del romance quevedescoYa est guardado en la trena / tu querido Escarramn (nm. 849).

    35 Villamediana, Poesa indita completa, nm. XX, vv. 61-64. La preocupacin por des-empear la monarqua est muy presente en Quevedo y a ella dedica unos prrafos de losGrandes anales: Sea el primer artculo el desempeo justo y forzoso (p. 105). Los versosde Villamediana no son ms que una aplicacin satrica de la misma preocupacin poltica.

    36 Villamediana, Poesa indita completa, nm. XLIX, v. 9.

  • 188 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    El caso Caldern: Quevedo frente a los satricosLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    Muchos de estos poemas, que los manuscritos y los editores moder-nos han atribuido a Villamediana, bien pudieran no ser suyos. Es ms:poemas similares contra los validos de Felipe III se han atribuido, al pa-recer con poco fundamento, a Quevedo. A veces, encontramos curiososparalelismos en la expresin literaria de la convulsa purga que se estabadesarrollando ante sus ojos (o sus odos). La crtica ha reparado en lassimilitudes entre la prisin de don Rodrigo Caldern en una jaula fa-bricada en una sala de su casa, segn los Grandes anales37, y estos ver-sos atribuidos a Villamediana:

    En jaula est el ruiseorcon pihuelas que le hieren;y sus amigos le quierenantes mudo que cantor. (nm. 557)38

    El que todos y cada uno de esos versos sean, efectivamente, de Vi-llamediana es cuestin de menor importancia para lo que ahora nos pre-ocupa. Lo relevante es que existieron versos satricos suyos contraOsuna y otros magnates del gobierno anterior, y que las atribuciones,aunque fueran falsas, gozaban de general crdito.

    Naturalmente, Quevedo no poda esperar nada bueno de estas inci-taciones contra su antiguo mentor, sobre todo despus de la renovadaamistad de que dio muestras el aristcrata al volver a Madrid, persegui-do por los pleitos que arrastraba desde Italia39.

    Probablemente, esta conjuncin de elementos reaviv una vieja an-tipata entre los dos poetas, que se sobrepuso definitivamente a las afi-nidades que se pueden observar en algunos aspectos de su obra y en suactitud poltica.

    Luis Rosales ya apunt la reaccin de Quevedo ante los poetas quepersiguieron con sus stiras a Rodrigo Caldern y lo exaltaron tras sumuerte en el cadalso el 21 de octubre de 162140. Entre ellos estaba Vi-llamediana, que, segn el recuento de Ruiz Casanova, le dedic diecisispoemas autnticos, segn los indicios que han llegado a nosotros, yotros doce atribuidos con ms o menos fundamento41. Estos poemasacusatorios tienen el aire del trallazo insultante que el conde prodig alos poderosos del reinado de Felipe III.

    Sin embargo, la gallarda actitud de don Rodrigo en el momento desubir al cadalso conmocion a la sociedad espaola y desat una fiebrede poesa fnebre, en trminos generales muy favorable a la figura delantiguo ministro42. El propio Quevedo le dedic un soneto elogioso:

    37 Quevedo, Grandes anales, p. 95.38 Vase Cotarelo, 1886, pp. 87-88.39 Quevedo habla de la persecucin porfiada de los napolitanos (Grandes anales,

    p. 68).40 Rosales, 1969, pp. 202-204.41 Villamediana, Poesa indita completa, p. 67, nota al nm. 1.

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 189

    Tu vida fue invidiada de los ruines;La Perinola, 12, 2008 (175-199)

    tu muerte de los buenos fue invidiada[]

    y vida eterna y muerte desdichadaen un filo tuvieron los confines. (nm. 252, vv. 1-8)

    No menos entusiasta es la prosa de los Grandes anales:

    Admiraron todos el valor y entereza suya, y cada movimiento que hizo locontaron por hazaa, porque muri no solo con bro, sino con gala y si sepuede decir con desprecio43.

    En la misma lnea (un bel morir tutta la vita onora) se mueve unaparte de los poemas de Villamediana al mismo asunto, en especial el so-neto que empieza:

    Este que en la fortuna ms subidano cupo en s, ni cupo en l la suerte,viviendo pareci digno de muerte,muriendo pareci digno de vida.

    Y se remata con este gallardo retrucano:si glorias le conducen a la pena,penas le restituyen a la gloria. (nm. 31944)

    Estas anttesis y oxmoros se repiten en otros poemas atribuidos alconde en elogio del hombre que nos ense a morir, que alcanzuna muerte inmortal, que hall la vida en la muerte45 En otrosversos, la vena satrica se empea en rememorar el dudoso ascenso delprcer y los latrocinios de que el propio Villamediana se haba hartadode acusarlo:

    dicen de l que vivi mal;lo cierto es que muri bien46.

    que en la vida y en la muerte[se] pareci al buen ladrn47.

    De nuevo nos encontramos con esas afinidades poticas de nuestrosescritores, pero tambin con una rotunda muestra de la antipata que elseor de la Torre de Juan Abad profesaba al conde, cuyas races ya hesealado.

    El cambio de actitud de Villamediana con motivo de la ejecucin delmarqus de Sieteiglesias dio pie a uno de los ms certeros ataques que-vedescos:

    42 Vase el Romancero de don Rodrigo Caldern.43 Quevedo, Grandes anales, p. 99.44 Tambin se le atribuye, con escaso fundamento, el soneto Hijo soy de una selva

    que florido (Poesa indita completa, nm. XXXII), de tono similar al citado.45 Villamediana, Poesa indita completa, nms. 33, 68 y XLI.46 Villamediana, Poesa indita completa, nm. XLII.47 Villamediana, Poesa indita completa, nm. XIII.

  • 190 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    Siguieron a la muerte de don Rodrigo elogios muy encarecidos, y los poe-La Perinola, 12, 2008 (175-199)

    tas que fulminaron el proceso en consonantes le hicieron otros tantos epita-fios como dcimas, llorando como cocodrilos al que haban comido48.

    Estas prosas se refrendan en las redondillas que empiezan Yo soyaquel delincuente (nm. 811)49. El poema es una glosa, una amplificacinde las palabras de los Grandes anales y tiene ese punto de humor negro yagria concisin que es caracterstico de Quevedo. Habla don Rodrigo:

    Advertid los pasajerosde lugares encumbradosque menos que degolladosno aplacaris a copleros.

    Algunos octoslabos se corresponden en su literalidad con expresio-nes que ya conocemos:

    Cocodrilos descubiertosson poetas vengativosque a los que se comen vivoslos lloran despus de muertos.

    []Mi sentencia me azuzaron

    en dcimas que escribieron;ellos la copla me hicierony muerto me epigrafiaron. (nm. 811, vv. 13-24)

    Tanto la alusin a las dcimas acusatorias como a los epitafios exal-tadores se corresponden con la obra que circul a nombre de Villame-diana. Para que no haya duda de la intencin, las redondillasquevedescas citan unos versos de cabo roto atribuidos al conde:

    Hoy me hace glorioso yay antao l propio cant:Don Rodrigo Calder-,mira el tiempo cmo pa-50.

    La copla atribuida a Villamediana reza as:Don Rodrigo Calder-,

    atiende al tiempo que pa-,saca el dinero de ca-,y echa tu barba en rem-51.

    48 Quevedo, Grandes anales, p. 100.49 Presume Rosales (1969, p. 203) que las redondillas de Quevedo son respuesta al

    romance Las voces de un pregonero, atribuido con escassimo fundamento a Villame-diana (Poesa indita completa, nm. LXIII), que narra la ejecucin de don Rodrigo contintes muy positivos y piadosos. No parece necesaria esa hiptesis: los textos a que aludeQuevedo estn claramente citados, como veremos enseguida.

    50 Para esta redondilla, estragada en la edicin de Blecua, sigo las correcciones quepropone Luis Rosales (1969, p. 202).

    51 Villamediana, Poesa indita completa, nm. XLV.

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 191

    No le falta razn a Rosales cuando afirma que Quevedo se aprove-La Perinola, 12, 2008 (175-199)

    cha del muerto para atacar al vivo52; pero en ese juego macabro no es-taba solo el seor de la Torre de Juan Abad. El desmantelamiento delsistema de corruptelas del reinado de Felipe III desat una orga de acu-saciones e incitaciones a la mano dura, a la que se apuntaban, con dis-tintos designios, nuestros dos poetas y muchos otros.

    ltimas vicisitudes

    Como hoy sabemos pero eso no se saba en octubre de 1621 cuan-do ajusticiaron a Caldern, tanto atestado potico y tanto epitafio res-taurador de la honra de los mismos delincuentes por ofender lareputacin de los jueces53 acabaron siendo fatales para Villamediana.

    Durante unos meses pareca que la fortuna iba por derroteros muy dis-tintos a los que finalmente eligi. Contra Quevedo se dicta una nueva or-den de destierro el 4 de enero de 1622. Es el rey en persona, que en aquelmomento finga tomarse muy a pecho las cuestiones de estado y aspirabaa controlarlas como su abuelo, quien dicta las instrucciones pertinentes:

    Don Francisco de Quevedo [] es persona que se puede excusar en lacorte, y as, la junta, como de suyo, ser bien que le ordene que se vaya a unlugar que tiene, y que no salga de all sin orden54.

    Al conde, en cambio, parece sonrerle el destino. En razn del cargode gentilhombre de la reina, con que le haba honrado el nuevo gobier-no, se apresura a organizar para el 8 de abril, cumpleaos del rey, unasolemne fiesta teatral en Aranjuez. Como no era raro en este tipo deacontecimientos, el evento se traslad al 15 de mayo, por gozar ms deaquel regalado sitio55, segn la explicacin oficial a lo que probable-mente fue un retraso en los preparativos. Para ella escribir una inven-cin caballeresca, La gloria de Niquea, que escenificaran la reina, lainfanta y otras damas de la corte.

    Unos meses despus (el 21 de agosto) muere asesinado en plena calleMayor en un episodio que ha pasado al mundo de los mitos literarios yha hecho correr la fantasiosa tinta de novelas, dramas y poemas lricos56.

    No nos interesan ahora esas derivaciones creativas de las peripeciasdel conde en la primavera y verano de 1622, sino el escalofriante relatoque, de su muerte, nos ofrece Quevedo. Se trata del penltimo episodiode los Grandes anales (el ltimo es el de la muerte de Baltasar de Zi-ga), antes de la galera de retratos con que acaban la mayor parte de losmanuscritos.

    52 Rosales, 1969, p. 204.53 Quevedo, Grandes anales, p. 101.54 Vase Jauralde, 1998, p. 453.55 Villlamediana, Obras, p. 3. Sobre La gloria de Niquea y su puesta en escena hay

    abundante bibliografa. Vanse Chaves, 1991, y Pedraza, 1992. 56 De ese asunto me ocup hace tiempo (Pedraza, 1987).

  • 192 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    El relato ha dado mucho que hablar y que escribir. La primera cues-La Perinola, 12, 2008 (175-199)

    tin que se nos ofrece es la ubicacin de Quevedo en esos momentos.Todo indica que segua recluido en la Torre: solo se le concede permiso,el 9 de marzo, para que se traslade a Villanueva de los Infantes a fin decurar una enfermedad que lo aqueja (tercianas, segn Tarsia57). No cejaen sus esfuerzos para que se le permita volver a Madrid; pero, al parecer,no lo consigue hasta marzo de 1623, quiz en el marco de las medidasde gracia otorgadas con ocasin de la visita del prncipe de Gales58.

    En consecuencia, como de otros episodios de los Grandes anales,Quevedo solo pudo hablar del asesinato de Villamediana de odas. Esuna reelaboracin minuciosa y precisa, pero radicalmente subjetiva. Sucrnica es la versin ms inmisericorde de este suceso, la que sustituyela compasin tpica de las necrolgicas por un duro encarnizamientocon la persona y los actos de la vctima.

    El breve relato no tiene desperdicio. Una prosa acerada resume endos lances y unos comentarios no solo el fin de una vida, sino tambinel halo de escndalos, odios y violencias que agitaban la corte del jovenFelipe IV59.

    La narracin del atentado est precedida de un terrible episodio enel que Quevedo no se recata al sugerir la implicacin de las ms altasesferas del poder en el crimen. El confesor de don Baltasar de Ziga(to de Olivares y, en apariencia, hombre fuerte del rgimen en ese mo-mento), como intrprete del ngel de la guarda, le advirti a Villame-diana que mirase por s, que tena peligro su vida. Al terrible avisosigue una rplica desafiante y provocativa:

    le respondi la obstinacin del conde de Villamediana: que sonaban lasrazones ms de estafeta que de advertimiento.

    Otros manuscritos recogen una variante que tambin es plausible:ms de estafa que de advertimiento60. El amenazado gallarda perotemerariamente califica al indigno sacerdote que se prestaba a estascomplicidades, de correo, correveidile y partcipe en el conato de ame-drentamiento.

    Quevedo se complace en subrayar la inconsciencia del conde, quepas el da tranquilo y despreocupado: gozoso de haber logrado unamalicia en el religioso, se divirti de suerte.

    57 Vase Jauralde, 1998, p. 468. La noticia de la enfermedad y del permiso para tras-ladarse a Villanueva, en Tarsia, Vida de Quevedo, pp. 91-92.

    58 Vase Jauralde, 1998, p. 468. Tarsia (Vida de Quevedo, pp. 92-93) da noticia delperdn de don Francisco, aunque sin relacionarlo con la sorprendente llegada del prn-cipe hereje a Madrid: Por marzo, despus del ao siguiente, le dieron licencia de entraren la corte, dndole por libre, sin habrsele hallado ni hecho cargo alguno.

    59 El relato del asesinato, sus circunstancias y notas, en Grandes anales, pp. 107-108.60 Las variantes de los manuscritos ms notables (los Grandes anales se han conser-

    vado en multitud de copias) se encuentran en las pp. 538-563 del tomo III de las Obrascompletas en prosa.

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 193

    Este episodio, desgarrado y que tan meridianamente apunta haciaLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    los asesinos y sus cmplices y mensajeros, no lo he visto en otros cro-nistas del suceso61. Los ms de ellos se limitan a narrar el atentado. Lospoetas se alargan a la causa ms verosmil del crimen: la venganza porlos libelos poticos de Villamediana62. Solo Quevedo pone este compro-metido prlogo, con el confesor de don Baltasar de Ziga como emi-sario de la amenaza.

    En su pluma, la escena del asesinato, comn a todos los relatos,abunda en notas escalofriantes: el asesino acta con fra profesionali-dad: lleg al conde y, reconocido, le dio tal herida que le parti el co-razn; aun en la agona, Villamediana, atendiendo antes a la venganzaque a la piedad, salta tras su agresor y cae en medio de la calle: corriel arroyo toda su sangre.

    Otros cronistas del mismo suceso sealan, por ser expresin sinceradel sentimiento del autor o por tratarse de un tpico necrolgico, quecaus gran lstima tan desgraciada muerte, porque era el caballero msamable y liberal que tena la corte63. Los ojos ausentes de Quevedo vie-ron otra realidad:

    concurri toda la corte a ver la herida, que cuando a pocos dio compasin,a muchos fue espantosa. [] Tuvo su fin ms aplauso que misericordia.Tanto valieron los distraimientos de su pluma, las malicias de su lengua;pues vivi de manera que los que aguardaban su fin (si ms acompaado,menos honroso) tuvieron por bien intencionado el cuchillo!

    Creo que Luis Rosales no interpreta adecuadamente algunos porme-nores de este pasaje. La expresin su fin (si ms acompaado, menoshonroso) no parece aludir al gento que presenci aterrorizado lamuerte, por ser domingo y producirse el atentado en plena calle Ma-yor64. No: segn Quevedo, muchos esperaban que Villamediana, comodon Rodrigo Caldern, muriera ajusticiado en medio de la plaza pblica(quin sabe si en la hoguera?) con poca honra pero con nutrido acom-paamiento. La idea queda aclarada si es que haca falta alguna acla-racin unas lneas ms abajo y por partida doble:

    Otros decan que, pudiendo y debiendo morir de otra manera por justicia,haba sucedido violentamente, porque ni en su vida ni en su muerte hubiesecosa sin pecado.

    La justicia hizo diligencias para averiguar lo que hizo otro a falta suya; ysolo a s se hall por culpada en haber dado lugar a que fuese exceso lo quepudo ser sentencia65.

    61 Vanse varias de estas relaciones en el captulo Muere un hombre en la calleMayor del ensayo de Luis Rosales (1969, pp. 78-95).

    62 Ver el captulo La poesa como testimonio del libro de Rosales (1969, pp. 96-144).63 Manuscrito de Noticias de Madrid, citado por Roncero en nota a su edicin de

    Grandes anales, p. 108.64 Rosales, 1969, p. 93.65 Roncero, Grandes anales, p. 108, edita: y solo as se hall culpada. Creo que la

    correccin es imprescindible.

  • 194 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    A vueltas con una varianteLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    Antes de exponer estas habladuras y sacar estas conclusiones, losGrandes anales se hacen eco de otras conjeturas:

    Y hubo personas tan encarnizadas en este suceso que nombraron loscmplices y culparon al prncipe, osando decir que le introdujeron el enojopor lograr su venganza

    As se lee en el texto preparado por Roncero. En cambio, en 1852Aureliano Fernndez-Guerra edit:

    Y hubo personas tan descaminadas en este suceso66

    No dej de sealar el ilustre quevedista que uno de los manuscritosque manejaba lea:

    Y hubo personas tan encarnizadas en vengarse del conde, que a los quesolo lamentaban el morir sin confesin, respondan: Gran desdicha y la pos-trera; mas quin sabe si lo tuvo por ahorro quien primero dijo esto es hecho, queconfesin?67

    Roncero registra en el aparato de variantes las siguientes:

    encarnizadas] encarecidas B // encaminadas C F M N68

    No aparece, por lo tanto, la variante descaminadas que tenemos enFernndez-Guerra. Es una correccin ope ingenii del ilustre quevedista?Sea una conjetura o la trascripcin de algn manuscrito no controladopor Roncero, esta lectio indujo a Luis Rosales a pensar que, frente al tex-to que cree cannico (el que registra descaminadas),

    los copistas lo enmiendan, lo rectifican, desmienten al autor [], dondeQuevedo escribi descaminadas, corrigen encaminadas. Ni ms ni menos.Quienes as lo hicieron [] eran admiradores de Quevedo, pues copiabancon sus pulgares y para su solaz una larga obra suya escrita en prosa. [] Alllegar a este punto, rectificaban la opinin del autor, deshacan su calumniasencillamente, denunciando a Quevedo como testigo falso69.

    Me temo que el asunto no es exactamente as. En primer lugar porqueno tenemos certeza de que Quevedo escribiera descaminadas. La mayor

    66 Quevedo, Grandes anales, ed. Fernndez-Guerra, p. 214.67 Quevedo, Grandes anales, ed. Fernndez-Guerra, p. 214, nota. Este texto lo recoge

    Roncero como variante de los testimonios A y L.68 Las siglas se corresponden con los siguientes manuscritos: A = 18660-7 de la

    BNE; C = Add. 7822 de la Universidad de Cambridge; F = 4065 de la BNE; L = Eg. 338del British Museum; M = 3706 de la BNE; N = 4065 de la BNE. Se presume que el restode los manejados por el editor leen encarnizadas. A los testimonios registrados por Ron-cero hay que aadir un nuevo manuscrito, desconocido hasta ahora, de los Grandes ana-les, conservado en el hotel-museo Francisco de Quevedo de Villanueva de los Infantes,que tambin lee encaminadas. Milagros Rodrguez Cceres est estudindolo y ofreceren breve una detallada descripcin de este cdice, al que ha bautizado con el nombre deInfantes. El artculo se publicar prximamente en La Perinola.

    69 Rosales, 1969, p. 95.

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 195

    parte de los manuscritos leen encarnizadas. Otro grupo no despreciableLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    lee encaminadas, como quiere Rosales; pero me parece que ese adjetivotiene un valor distinto al que le atribuye el autor de La casa encendida.Creo que, en este contexto, encaminadas no quiere decir bien orienta-das, en el camino de la verdad; sino inducidas, llevadas por un caminoerrneo por personas interesadas en que no se conozca la verdad de loshechos. De modo que el adjetivo no es una correccin de los lectorescontraria al designio adulador del escritor, sino que puede ser un tr-mino intencionadamente usado con el mismo propsito de justificar almonarca y de escandalizarse hipcritamente de los que lo acusaban.

    Sin embargo, esa disculpa, que ira implcita tanto en el adjetivo en-carnizadas como en encaminadas, casa mal con el aviso del confesor dedon Baltasar, que solo Quevedo registra, como ya he sealado.

    Tres propsitos inconciliables

    Posiblemente, sobre este relato gravitan tres fuerzas difcilmente ar-monizables. De un lado, la antipata personal que Quevedo pudiera pro-fesarle a Villamediana. A pesar de las afinidades poltico-ideolgicas(belicismo, aristocratismo, estoicismo), la vida escandalosa y la insolen-cia del conde, su rendida amistad con Gngora y sus stiras contraOsuna crearon un abismo entre ellos. Por otro, los Grandes anales sequieren presentar como un texto objetivo, imparcial, cuyo sentido de laverdad y la justicia no se quiebra por vanas sensibleras ni intereses delmomento: de ah que se desve deliberadamente de la tpica exaltacinde la vctima; de ah tambin que resalte la implicacin del gobierno.Pero aqu est la tercera razn en esta crnica de actualidad hay unmanifiesto propsito panegrico:

    Mi intento es poner delante de los ojos a todos cunto rey y cun grandecabe en diecisiete aos, y cunta providencia en doce horas, y cuntas ma-ravillas en quince das, y cunto seso se adelanta a la primera flor de la edad,no sin vergenza del postrer cabello70.

    En el momento del atentado y en los meses siguientes a nadie se leocult que la cspide del poder (es decir, Felipe IV y Olivares) mir, sino con complacencia, al menos sin escndalo ni nimo vindicativo, elgolpe que acab con la vida del ya molesto correo real. Las secas acusa-ciones de Quevedo, que presumiblemente son muy sinceras, se presen-taban como una justificacin de la actitud de los poderes pblicos enesa trgica circunstancia.

    Por qu, pues, los Grandes anales no se imprimieron de inmediato?Porque lo que en ellos se cuenta y la manera descarnada de hacerloaunque tuviera la intencin de exaltar la figura del joven rey resul-taba demasiado cnico y brutal para que ningn poltico sensato viera laconveniencia de difundirlo.

    70 Quevedo, Grandes anales, p. 59.

  • 196 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    Un punto de piedad en prosa y su correspondencia en versoLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    A pesar de la dureza del relato y los comentarios, el episodio se cie-rra con una nota piadosa, que puede muy bien ser sincera, pero que sir-ve para subrayar la desastrada conducta del asesinado:

    Esperanza tengo que Dios mirar por su alma entre el desacuerdo y la des-dicha del conde, pues su misericordia por desmedida cabe en menos de loque comprenden nuestros sentidos.

    Ya seal Rosales cmo estas palabras enlazan, en ideas y expresin,con las que dedic Villamediana a la muerte del conde de La Corua,joven tarambana, asesinado el 9 de febrero de 161671. En el soneto seinvoca a la providencia divina y su infinita misericordia: supla, pues, supiedad a la disculpa (nm. 326).

    Adems del relato de los Grandes anales, se han sealado varios poe-mas atribuidos a Quevedo y supuestamente relacionados con la muertede Villamediana. A veces la idea de que versan sobre el asesinato delconde no pasa de ser una conjetura con escassimo fundamento. Tal elcaso del epitafio En esta losa yace un mal cristiano (nm. 819), quees una composicin burlesca contra un poeta noble (era caballero), debuena posicin, ladrn, lujurioso y maldiciente. Los candidatos al retra-to son numerosos y, entre ellos, se han contado nuestros dos poetas. Enla edicin crtica de Blecua72 podemos comprobar que la mayor parte delos manuscritos rotulan sencillamente Epitafio; en uno de ellos (el ms.8252 de la BNE) se lee Epitafio a la muerte del conde de Villamediana, yen otros dos (ms. 3795 y 17683 de la BNE), Epitafio de don Francisco deQuevedo a su sepultura73. Parece claro que se trata de un epitafio satricoe ingenioso sin destinatario preciso.

    Caso parecido, pero an ms claro porque no hay ningn manuscritoantiguo que d ninguna pista, ni tan siquiera falsa, es el del poema YaceFaetn en esta tierra fra (nm. 822). Aunque Rosales sugiere que pu-diera ser un ataque de Quevedo contra Villamediana, se trata de un in-genioso y macabro chiste antisemita enteramente ajeno al conde74.

    En cambio, s pudiera contener un puntazo contra el difunto poetael romance que empieza:

    Los que quisieren saberde algunos amigos muertos,yo dar razn de algunos,porque vengo del infierno.All queda barajando

    71 Rosales, 1969, p. 80. El soneto del conde guarda estrecho paralelismo con el de Que-vedo Con la ocasin de la muerte violenta de un gran caballero de veintisis aos (nm.178).

    72 Quevedo, Obra potica, nm. 819, tomo III, p. 221.73 Rosales (1969, p. 104) seal dos manuscritos ms con este ltimo epgrafe: los

    nms. 3921 y 8252-12 de la BNE.74 Rosales, 1969, p. 94.

  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 197

    aquel que ac supo ciertoLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    a cuantos vena su carta,como si fuera el correo. (nm. 786)

    Hay un grave inconveniente para considerar estos octoslabos unastira post mortem de Quevedo contra Villamediana: la imprecisa refe-rencia a ese correo infernal.

    Apcrifa me parece, y en este punto coincido con Rosales, la dcimaAqu una mano violenta, a pesar de que Blecua la edita como autnticay genuina (nm. 274)75. Al menos, nadie negar que su contenido pare-ce incompatible con la actitud que se respira en los Grandes anales. Enlos versos se acusa directamente a las altas jerarquas del asesinato y hayuna dura admonicin contra ellas, que va ms all de los lmites de lajusticia humana:

    que el poder que, osado, intentajugar la espada desnuda,el nombre de humano mudaen inhumano, y adviertaque pide venganza ciertauna salvacin en duda.

    La dcima parece estar escrita en caliente: forma parte de las nume-rosas reacciones mtricas ante el crimen; no tendra sentido fuera de esemomento emocional. Para admitir la autora de Quevedo tendramosque aceptar unas contradicciones ntimas que iran ms all del juegoliterario y rayaran en la esquizofrenia clnica.

    El nico poema alusivo a la muerte de Villamediana y cuya autorano se discute es el soneto Religiosa piedad ofrezca llanto (nm. 273).Este soneto s es coherente, descontadas las diferencias genricas y elms limitado alcance de la reflexin, con el tono y los motivos de losGrandes anales. Los distraimientos de su pluma, las malicias de su len-gua de la prosa reaparecen en verso: que a su libre pensamiento / vin-cul lengua y pluma y la muerte en cada acento / le amenaza, justa, elprimer canto. En el relato leemos: cada da que viva y cada noche quese acostaba era oprobio de los jueces y de los agraviados; en los versosse palpa la sorpresa de verle vivir tanto. La religiosa piedad que ha

    75 Rosales (1969, p. 131) dice taxativamente: atribuida falsamente a Quevedo. Ble-cua en sus notas a la Obra potica de Quevedo (tomo III, p. 524) recoge la objecin deRosales, pero no acaba de aceptarla porque no encuentra una atribucin alternativa en nin-gn manuscrito. En defensa de su hiptesis alega: para Menndez Pelayo la dcima eraautntica y el soneto [nm. 273], atribucin que haba que desechar; pero, cuando acudi-mos a la cita recogida por el propio Blecua (Obra potica, tomo I, p. 465), nos percatamosde que don Marcelino mantiene justamente lo contrario: En las pruebas que devolv austed [Rodrguez Marn] ayer, suprim la dcima a la muerte del conde de Villamediana,porque no la creo de nuestro don Francisco, aunque en algunos cdices se le atribuye. Loque indudablemente le pertenece es aquel enrevesado soneto [el nm. 273 de la edicinde Blecua] a la muerte del mismo prcer. Quandoque bonus dormitat Homerus, pero nosfacilita, con rigor y generosidad, los datos y claves para deshacer su error.

  • 198 FELIPE B. PEDRAZA JIMNEZ

    de ofrecer llanto funesto se corresponde con la misericordia divinaLa Perinola, 12, 2008 (175-199)

    que se invoca en el prrafo final de la prosa.Naturalmente, el soneto no se extiende en razonamientos sobre la

    justicia ni sobre las acusaciones de tipo poltico, sino que se desliza haciala reflexin moral para advertencia del tpico caminante de los epitafios:

    Con la sangre del pecho, que provocaa que el sacro silencio se eternice,escribe tu escarmiento, pasajero.

    Y termina con un ingenioso juego de conceptos, zeugmas, repeticio-nes anfibolgicas y paradojas:

    que quien el corazn tuvo en la boca,tal boca siente en l, que solo dice:En pena de que habl, callando muero.

    Bibliografa

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  • QUEVEDO Y VILLAMEDIANA 199

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  • Quevedo y Villamediana: afinidades y antipataFelipe B. Pedraza JimnezUniversidad de Castilla-La Mancha[La Perinola (issn: 1138-6363), 12, 2008, pp. 175-199]Vidas paralelas? Los alboresDeseos y profecas en el nacimiento del prncipeCon ocasin del asesinato de Enrique IVJuventud licenciosa y huida a ItaliaEl conflictivo retorno a la patriaDoy a leer mis ojos, no mis odos?Osuna, entre Quevedo y VillamedianaEl caso Caldern: Quevedo frente a los satricosltimas vicisitudesA vueltas con una varianteTres propsitos inconciliablesUn punto de piedad en prosa y su correspondencia en versoBibliografa