pease, f. la formación del tawantinsuyu
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7/25/2019 Pease, F. La formacin del Tawantinsuyu
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HISTORICA, Vol. III, Nm. 1, Julio de 1 979
LA FORMACION DELTAWANTINSUYU: MECANISMOS
DE COLONIZACION Y RELACION CON LAS
UNIDADES ETNICAS
Franklin Pease G.Y.
Universidad atlica - ima
Los ltimos aos han visto discurrir nuevas perspectivas para la compren
sin del Tawantinsuyu; aunque
no
me es posible, por la naturaleza de este tex
to,
una
larga explicacin aqu, ser necesario precisar un punto de partida: po
dra
ser 1946, fecha de la edicin del estudio sntesis de John H. Rowe, deveni
do clsico (aunque lamentablemente nunca editado en castellano) y ciertos
aportes que pueden entenderse fundamentalmente desde esa fecha: a) el progre
sivo desvelamiento de la realidad multitnica que
el
Tawantinsuyu casi lleg
a OCJJllar; b
la
mejor precisin de algunas de estas unidades tnicas privilegia
das en la documentacin
y
en el trabajo anueolgico (i.e. Hunuco o Chucui
to), lo que facilitaba su contrastacin con el Tawantinsuyu (cfr. Murra 1968,
19n y
1975; Morris 1972
y
1973;Morris-Santillana 1978),
y
e) la constatacin
de que los criterios empleados para hablar del Tawantinsuyu no podan elabo
rarse solamente a base de las crnicas clsicas, sino a partir de una numerosa
documentacin administrativa y judicial. Dentro de este despliegue no puede ol-
vidarse una confrontacin quizs sutil entre hiptesis que buscan una mejor
explicacin de la articulacin econmica del poder y del uso de recursos: la del
mltiple control ecolgico (Murra), frente a la diferenciacin rle la costa como
un universo econmico diferente (Rostworowski) y la presenc . de un rgimen
de mercado entre unidades tnicas casi concebidas como entidades feudales
(Rostworowski, Schaedel, Hartmann, Espinoza
l
No es posible, sin embargo, lograr aproximaciones mejores en torno a la
articulacin de un mosaico tnico andino poco preciso, con el poder centrali
zado en el Cuzco durante el Tawantinsuyu. Las precisiones habidas han incidido
sobre el aporte de ste en lo que
se
refiere a la redistribucin; aunque hay mu
chos ejemplos, poco puede decirse con seguridad en este campo, salvo que el
nivel y el alcance de esta redistribucin adquiri una dimensin diferente duran
te el Tawantinsuyu., en al almacenaje de los recursos y su importancia, en la ma-
1
Mara
Rostwocowski
y
Roswith Hartmann
dieron nuevo n v ~
a una
hi_pPtesis
pr ;
puesta mut:has veces para los Andes, 9ue sostiene que las relaciones eonmicas an
dinas se es tructuraron en
torno
a un regmen mercantil, interpretando en este sentido
97
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sificacin de los mecanismos de oh tendn de los mismos. Poco es lo que pode
mos
decir que se
ha
logrado en trminos de saber cmo
se
realizaba realmente el
control que el estado cuzqueo ejerca. Ultirnamente hemos odo hablar mucho
de la dominacin incaica, de las formas como tambin el Cuzco fue un invasor
en
los Andes,
lo
cual ayud naturalmente al apoyo o a la aceptacin de los
es-
paoles en 1533 (Espinoza 1971, 1974, por ejemplo); ello lleva a otro orden una
discusin en torno al control real del Tawantinsuyu sobre las unidades tnicas,
as como tambin sobre las condiciones de cmo se lleg a ese control, es decir,
la mecnica de la conquista incaica.
Pero es quizs este ltimo
punto
el que nos permite
una
duda rpida sobre
el carcter de la informacin que nos puede proporcionar la fuente clsica, y nos
aproxima directamente a
una
primera pregunta: Que s lo que realmente sabe
m os de cmo
se
inici la relacin eminencial del Tawantinsuyu sobre las unida
des tnicas, sobre diversos conjuntos de etn{as, sobre una etnia individualmente
considetada? Los problemas que
e s ~ o
acarrea son grandes, como pudo consta
tane en otros mbitos a raz del s.imposio organizado por la Fundari.n
e n n ~ -
Green en 1967, cuyoc t r a b a j o ~ fue-ron editados bajo la
coordimdn
de Fre
derik Barth ([ 19691 1976); el .emmen inir:ial de este ltimo fue
un
til e ~ t l l d o
de la cue3tin
e;on
las dificultooes mayores en tomo a
la.
delimitacin real de la
etnia y sus mecanismos de identidad. Si se admite que la articulacin de los
diversos
m p o ~
tnicos exigic que ' 'su interdependencia ser limitada aunque,.,__
sidan en la misma regin (Barth 1976:
2.3) se e ~ t
oceptando a nivel de
un
enun
cado terico, aquello que en el caso andino fue propuesto a nivel de las colonias
perifricas al ncleo principal de poblacin (Murra 1964, 1972, 1975), o an al
nivel de ncleos especficos donde se daba una
multietnicidad aparente o real
(Pease 1977); pero
Barth
contina: la articulacin tender a concentrarse prin
cipalmente en el comercio practicado, quizs, en un sector ceremonial o ritual .
98
las afirmaciones de los c r o r ~ t a s sobre
trueques
o intercambios en
cantidades
peque
as o grandes a pequeas o grandes distancias.
Rostworowski
llam
tambin la
aten
cin
~ o b , e
la
diferencia existente
entre
las
o r ~ a n i z a c i o n e s
costeas y serranas, indi
cando
que
es
en
las primeras
d o n d ~ apreciana
una
forma
de
intercambio ms
acor
de
con
loll planteamientos de
Mu C'"a
(Rostworowski 1977: 16-177; cfr.
Hartmann
1971). ~ t e
critel o
puede
relacionarse con
otros
estudios
que
llegaron a
mencionar
p o s i b l e ~ > ~ t e m a s monetarios, i.e. las
h
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( bid
:
23). Si
en lugar
de
comercio entendemos aqu intercambio , podemos
hablar
de
reciprocdad (cfr. Polanyi 1957, Alberti-Mayer 1974, Murra 1975) y,
entonces, las frases son
l i d a ~
para
el
rea
andina
Ello nos coloca frente a docu
mentacin andina que aflrma la existencia de ncleos unitnicos y/ o n'iultit
nicos (Pease 1977),
de
los cuales no conocemos todava las reglas de aglutina
cin.
Podramos disear distintos niveles
de
multietnicidad : a) el caso del n
cleo de los lupaqa (Diez
de
San Miguel [1567] 1964, Murra 1964 y 1975),
signiflca
un
nivel
de
multietnicidad el hecho que
en l s
cabeceras
de
los lupaqa
aparezca registrada
otra
poblacin: uru, chinchaysuyu?; b) el caso del lago, con
siderado como
un
macro-ncleo , si hablamos de reinos lacustres'', tiene
al-
gn sentido la
afumadn de
Sarmiento de Gamboa, cuando propone
una
dimen
sin mxima del mbito
de
expansin de los callas ([1572] 1947: 191).
AqUl
no
estara d.aro todava, al nivel
de
la documentacin, cul
de
los
tres
reinos
seda el
ncleo de
un
macro sistema lacustre; y
e)
el caso
de
Collaguas,
donde podra discutirse largamente si el ncleo illcluye Collaguas y
Cabwa, dis-
tinguidos
en
el siglo
XV
al nivel de lenguaje (aymara y quechua, r e s p e ~ : ; t i v a -
mente) y tambin a nivel de
l t
administracin espaola (en lo que respecta a
las
e n c o m i e n d a ~ no as
r.n
lo referente al corregimiento).
Esto nos llevara a concluir
un
nivel previo de anlisis, en el que la imagen
del ndeo que
se
obti.ene en cada
uno
de los ejemplos
conoddos
podra resul
tar dhtinta
a.l.
meno:; en sus componentes), segn el nivel (el volumen) del
s s-
tema de macro adaptacin
2
De
otro
lado, est presente
la
duda de
si las
unida
des
t n i c a ~
propuestas
por
las crnicas clsicas andinas son
en
realidad tales, o
si
se tratara en realidad de identidades fabricadas a lo largo del proceso colo
nial3.
3
Desde 1964, Murn llamaba la
atencin
sobre la necesidad de
c o n s d e r ~
problemas
de
e >
tipo, ~ u a n d n r.omparaba el manejo
dP.
distintas e c o l o g a ~ en una unidad de
m ~ t k r u ' e t ~ . e m < T . , ; : . ( C h u p a y c h u ) , frent,e a otra mayor (Lupaqa); dr. Murra
1975:
cp
.?,
+m,
Trayendo
la d . : . . ; u ~ i n l momP.nto actual,
Juan
Ossio se pregunta si es relevante que
los actuales lmites de 1 ~ r.omunidades .andinas hayan 5ido fijados
por c ~ a o l < : " s
o por .l.os incas (1978:
8);
esto demuestra
la
vigencia del problema. La discusin es
relevante p o r ~ u e estara
en
relacin con el
mbito
en el cual se obtienen los recur
$OS, con sus
limites
originales, con
el
mbito
tnico
y con sus disminuciones atribu
das a las reducciones, a
las
sucesivas composiciones de tierra, etc. Cierto que hablar
de
comunidades es
muy distinto
que hablar
de
etnas, sin embargo
remite
al
mismo
problema. Cfr. Arguedas 1968,
Fuenzallda
1970, Matos 1976.
Un punto adicional se referira
al
control SIIIPltneo sobre un misma territo
rio: Dado el
control
simultneo que ejercan varias etn{as lacustres en la costa,
no
hay razn
para
suponer que diferencias de contenido cultural representan necesa-
99
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Otro tipo de problema est sin duda relacionado con la presencia de una
unidad
de
poder eminencial, como
es
el caso del Tawantinsuyu, el nico estado
andino que es posible estudiar
al
margen de los solos testimonios arqueolgicos,
y justamente cabe recordar aqu la anotacin de Fernando Fuenzalida a las pro
puestas de Murra sobre el "control vertical de un mximo de pisos ecolgicos
en las sociedades andinas", relativa a la funcin de cobertura (de "paraguas",
se dijo) que habra cumplido el mismo Tawantinsuyu para proveer de una "pax
incaica'' en la cual las relaciones entre diversas etnas poda ser posible en tr
minos que no incluan necesariamente la violencia (Murra
1975: O}; sin em-
bargo, habra que considerar que el control ecolgico de los Lupaqa sobre la
costa (que motiv el comentario de Fuenzalida) puede ser datado desde mucho
antes que el Tawantinsuyu, lo que hace innecesario el "paraguas", aludido para
la existencia del control ecolgico (Lumbreras
1974,
Hyslop y Mujica
1974,
Trimbom
1975);
el mismo Murra ha sugerido que en el caso de
su
propuesta
(especficamente en la infonnacin de Diez de San Miguel sobre los Lupaqa)
las
relaciones entre los grupos q u ~ convivan en una colonia marginal sera muy
fcilinnte consecuencia de un equilibrio conflictivo, g no propenso al conflic
to.
100
ri.amente pocas diferentes,
No me extraara
si encontrsemos en
un
solo valle asen
tamientos
de
d i v e r ~ o s
antecedentes
sin ninguna
estratifkacin
establecidas
en
los
llanos" por ncleos contemporneos entre
s,
pero diferentes en su
e ~ u i p o
cultural
(Muna
1975: 76), Cfr., adems, los trabajos arqueolgicos citados alh
por
Murra, y
lM
anotaciones de Trimbom en 1973 a y b, y Trimborn et.
aL
1975; en el ltimo,
e,.
te
autor
precisa, sin embargo, las migraciones de
Sama
de grupos aimara que proce
dan de la orilla ocddenral del Titicaca (1975: 57), ello ..,onfi.rmara ahora arqueo
lgicamente
la
sugerencia
inidal
de
Muna
de que eran
serranos
los pobladores
de
l a ~ "islas" controladas por Chucuito. Ya en 1964 abrigamos la sospe.;ha de que mu
thos, si no "Odos, eran serranos" (1975: 206-7, no 16).
En
el mismo sentido se
haba
l ronunc.iado. aos antes Rmulo Cneo Vidal.
De ot10 lado, el hecho vetifu:ado de que el control ecolgko v e r t i c ~ es
muy
anterior
al
Tawantinsuyu,
hace
ver
que la sugerencia de Fuenzalida
podra
ser vli
da
slo en los casos en que
l
mismo Tawantnsuyucree sus
propios e c u r ~ o s polen-
cima de
os
de las unidades tnicas, el paraguas ,
p ~ o t e c t o r
podr"a
redudr
entonces
el conflicto en razn del i n t e ~ s estatal, Adems de insistir aq { en la antigiedad del
control vertical, valdra la pena llamar l atencin sobre que
no
sabemos bien como se
interdgitan las relaciones en las "islas" perifricas, en las que funcionan diversos
grupos, el caso de
Cochabamba nos demuestra aparentemente
lo que ocurra baJo
d Tawantinsuyu, pero
no
s
,podramos
estar demasiado seguros
de
que
la
preci lion
documental en
torno
al inka y
l
reparto de tierras por ste a
mitmaqkllnade
diversas
etnas pudiera ser en realidad una forma de legalizar'' bajo
un
manto estatal viejas
prcticas manejadas por las unidades tnicas antes del Tawantinsuyu y reorganizadas
por
ste al aadir
la
necesidad
de
un
recurso especial
para
el estado.
Sin
negar
la evi-
dencia del manejo que el Tawantinuyu realizaba en el rea, es menester recalcar
tambin que los Lupaqa, por ejemplo, mantuvieron su produccin en Cochabamba al
margen del Tawantinsuyu, pero suponemos que se trata de tierras y gente diferen
tes de las mencionadas en el
documento de 1556
(Morales ed. 1977).
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Sin embargo de todo esto, y a propsito de la presencia del Tawantinsuyu,
parecena
evidente que no todas las relaciones entre etnas diferentes fueron
re-
gidas por este
patrn estatal
valdra
la pena
recordar algunos casos:
1
Quando
don Francisco Pizarro lleg l Cuzco vino (al pueblo de
Moho, en la actual provincia de Huancan, Puno) un cacique prin
cipal de
la
provincia de Chucuito que se llama Care ya muy vie
jo y gouemador desta prouincia y llego
l
pueblo de Millirea y les
dijo a los yndios mitimaes que all
estauan: hennanos
ya no
es
tiempo
del
ynga agora y os podeis boluer a vuestra tierra cada uno
y assi saue este testigo que se fueron muchos que no quedaron
hasta treinta dellos no mas y que despus se fueron los que queda
ron (Archivo Nacional de Bolivia, Sucre, EC-1611, no 2, ff.
33v/34i:).
Este caso, como otros, es claro indicio de que se trataba de gente regida
por patrones estatales de migracin es decir que eran mitmaqkunas del inka.
Otros
no
eran puestos
por
ste,
como
es el caso
de
los hombres
de
Chucuito
que
t r a b ~ a b a n l s colonias costeras de Sama, Moquegua
o
nchura, por ejemplo, y
que permanecieron all hasta el tiempo de las modificaciones producidas por las
sucesivas encomiendas y
an por
las reducciones toledanas que limitaban el mo
vimiento (el acceso o recursos) a distancias mayores. Esta gente reclam aos
despus contra
la
marginalidad a
que
estaban condenados; visiblemente, el pri
mer reclamo de un caso de estos fue el de los mismos habitantes de Chucuito,
quienes solicitaron se les devolvieran los pobladores :que se hallaban en Sama,
Incbura
y Moquegua
(es
decir,
que
se les pennitiera restablecer
-mantener-
la
vinculacin y el acceso a recursos de estas tierras bajas), como indic Polo de
Ondeganlo, configurando
as
un caso diferente:
2. al tiempo que la
primera vez
se
visit
la
tierra para repartir
la,
estos yndios
que
se hallaron
en
algunos valles, como est he
cha rrelacion,
que
estaban puestos
para
el efecto susodicho, con
tronlos e rrepartironlos con los del mismo vaue, de manera que
los sacaron de
la
subjecion de los principale$, e los repartieron
sin
ellos e les
dieron
diferentes encomenderos.
No trato yo aqu
si se pudiera bazer mejor de
otra
manera de la que se h i ~ o porque
est
ya
hecho
e
no
tiene rremedio; pero
la
duda
es agora
que
c ~ e los ~ u s destos yndios llevrselos a sus tierras e des
pues pretender tener derecho a las chcaras o suyos que sembra
uan para el ynga
e
ans
gouemando estos rreynos el Mar
qus de Cafete, se
trat
esta materia, y hallando verdadera esta
ynfonnacin
que
yo le ~ . . se hizo desta manera: que a la
r ~ de Chucuyto se le volvieron los yndios y las tierras que
tenyan
en
l
costa en
el tiempo del ynga donde cogan sus comi
das, y a Juan
de
Sanjuan, vecino de Ariquipa, en quien estauan
encomendados, se le dieron otros
que
vacaron en aquella ciudad,
y ans qued aquella p r o u i n ~ i a rremediada; e lo mismo se avia de
~ e r e n
todas las dems
si
fuera posible ([1571] 1916: 79-81;
repetido en 1917: 72-73).
101
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Esta situacin podra ser anterior a la anotacin del Licenciado Polo, des
de que en la
Renta
que reparti el Presidente (La Gasea) entre los que le ayu
daron a pacificar el Per (1549) e ~ t prer,isado: A los Yndios de Chucuito
[darles, devolverles] los mitirnaes que tena San Juan que fueron de los dichos
Yndios (Loredo 1958: 359) 4 ; de otro lado, la primera visita'' a que se re-
fiere Polo de Ondegardo no puede ser la ordenada
an
en vida de Pizarro (1540),
sino que debe referirse a la de 1549 y a los repartos de La Gasea; de hecho, la
infonnacin tiene que ver con las primeras cdulas de encomienda,
e n ~ r e
Piza
ero y La Gasea. Si la infonnacin de La Gasea
es
clara,
es
postble que Polo de
Ondegardo confundiera el caso con otro similar, ocurrido efectivamente en
1557, durante el gobierno de D. Andrs Hurtado de Mendoza, cuando a solici
tud de los mismos
cui: lcas
de Chucuito
se
les devolvi los pueblos de:
Auca, con el principal nombrado Aura con cincuenta indios na-
turales del cacique Cariapasa, y otro pueblo que
se
dice incchen
chura S con
un
principal que se dize Canche natural del cacique Ca
riapasa con noventa y quatro yndios con los dems que hubieren
multiplicado, que son naturales del dicho repartimiento y estn en
comendados en Lucas Martnez Vegazo (Barriga 1939-55, m
299; 300; Los Reyes, 2 Q , ; I I " . l 5 ~ 7 ) .
Estos ~ n sido entregados a Lucas Martnez por Francisco Pizarro en
1549 (lbide7t : 18). A esto hay que afiadir que la vinculacin de las zonas coste
ras
'Con
la provincia c o l o n i . ~ de Chucuito se mantuvo, como indican continua
mente los protOcolos notariales de Moquegua, por ejemplo, cuando menos hasta
avanzado el siglo XVII; en 1661, el Conde de Alba de Liste dio una nueva pro
visin
en
la cual segua considerando como mitirnaes de Chucuito a los habi
tantes de Sama vinculados a esa provincia, indic que pagaran hasta el87/o de
la
tasa o parte de sta que era impuesta en maz (155 fanegas), para la comani
dad de la dicha prouinc;ia de Chucuito (Archivo del Museo Nacional de Histo
ria, Lima, Vid, nota
5
supra). De modo que queda claro que no solamente es-
tos mitimaes'' pemianecieron en l l u g a r en que se hallaban al momento de la
invasin, sino que, adems, continu hasta la segunda mitad del siglo XVII el
abastecimiento tradicional de maz .proveniente de los valles costeros a los Lu
paqa (debe considerarse que este abastecimiento, como otras condiciones
simi
4 Se
l n d i / . : . a 1 \ q \ : t a m b i ~ : L q u e
a
Juan
de San
Juan le
dierbn ehtonc:es lo
que elt ij
MansO:.
de Cceres; no es
completa entonces
la
afinnacibn
del cannigo
Martnez,
que lo
con-
sider (a San Juan) ntcarnente encomendero en Ocoa y
Cayma,
1936: 177.
S
lncchenchura
o
lnchura
es el
pueblo
de San
Benito
de
Tarata, en
el actual
Departa-
mento
de Tacna ( Los indios
mitmaes
de Chucuito. Provission que el
Virrey
Conde
102
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lares, continua hoy
di
a como puede constatarse en la cos1:a sur del Per, y de
Jo
cual dejo test'moni.o Flores Ochoa en 1973). Es visible que en el texto mencio
nado de
l61
no
se
adujeron privilegios provenientes del tiempo del inka
sino en una situacin nominal que identifica este tiempo con todo lo anterior.
Resulta conveniente recamar aqu la necesidad de precisar
un
objetivo de la in
vestigacin: el hecho de que la gente enviada como mitmaqkuna por el inka se-
ra retomada rpidamente a sus lugares de origen, mientras que la otra ._geliteh
enviada por las unidades tnicas permanecera en las colonias productoras. Se
podra pensas que ste es uno de los m e j o r e ~ elementos diferenciadores entre
los ntitmaqkuna de clases distintas. Si recordamos qae
el
manejo de las islas
o colonias parece requerir ms gente permanente en los casos conocidos de cop
trol ejercido por las unidades tnicas (cfr. nota 8 infra , que en los casos en que
el control de recursos de este tipo
es
ejerctdo por el Tawantinsuyu (en Cocha
bamba se mova gente de i f e r e n t ~ s grupos distantes para trabajar el maz; en
Collaguas, las versiones orales actuales recuerdan como ellnka llev mucha gen-
te para sembrar y cosechar el maz de Cabanaconde; pero estos nmeros mayores
de trabajadores slo pueden ser entendidos para los momentos de siembra y
cosecha, no permanentemente).
Un caso, considerado al parecer como mitmaqkuna del Inka podra ser dis
cutido como ejemplo: entre los mencionados por Wachtel se encuentran los
Ycayungas de Sipe-Sipe (en Cochabamba) que
se
vieron separados de su lugar
de origen (lea
y
Chincha, en la costa central del Per)
y
que, en tiempos de
HuaynL
Cpac, fueron desplazados a muchos cientos de kilmetros: las tie
rras de ycayunga. las an posedo sembrado
y
cultivado los indios yca yungas
plateros de sipe sipe porque este testigo oyo dezir que se las auia dado el ynga
que serbian el ynga mascara hijo de guayna capa. e que eran mitimaes de
de lba le despach del tributo que an de pagar en cada un ao, los que residen en el
pueblo
y
valle de Zama, trminos de la ciudad de Arica Arica, 14-111-1661. Archivo
del Museo Nacional de Historia. Relacin correspondiente a requipa No. 058.
6 Mitmaquna
eran
los
hombres
movidos por
el
estado a trabajar, en las regiones aleja
das
de
su
lugar
de origen; tambin los haba enviados por las unidades tnicasMitta-
ni
eran
los qe cumplan una mitt o
tumo de
trabajo, energa entregada a la auto
ridad estatal o local. l parecer
la
diferencia entre Mitmaqkuna y .mittani podra es
tar en l permanencia, estable en los primeros, temporal en los segundos.
103
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Chincha (Archivos Nacionales de Bolivia, Sucre,
EC
1584, no 72,
f
23;
ci-
tado en Wachtel 1976: 113,
n
89); el caso es que son propuestos como mit
maqkuna dellnka pero cabra preguntar: cmo,
si
fueron puestos por el inka,
no fueron retirados o restituidos
(o
no
se
restituyeron ellos) a
su
lugar de origen,
a
fm
de que
se
hicieran tributarios legales, siendo menester recordar aqu que lo
eran los originarios?, qu los hlzo_,permanecer en Sipe Sipe hasta despus de
Toledo y de las reducciones en la regin?, hasta cundo permanecieron?,
no
puede dejarse de lado estas posibilidades.
Lo
ltimo permite recordar uno de los ms serios problemas de la informa
i ~ n
proporcionada
por
la documentacin en general, y es que
c o m ~
los espao
les (preguntantes) en las informaciones realizadas, insistan en el tiempo del Yn
~ , ello pudo fcilmente haber motivadQ
-al
nivel de la traduccin,
por
cier
to-
una confusin apreciable: las relaciones intertnicas quedaban para siempre
confmadas en el mismo plano informativo temporal del estado cuzqueo, situa
cin sta que
se
originaba en la identificacin entre el pasado y el tiempo del
y n ~ 7. Esta condicir. de la informacin origina una incertidumbre que apa
rentemente slo puede ser solucionada a travs de evidencias no slo prove
nientes de las crnicas clsicas, sino de documentacin judicial o notarial,
re-
ferida concretamente a los problemas de los curacazgos, en la cual aparecen ca
sos
en que
l
ubicacin de la gente en un lugar, una isla'' o una colonia peri
frica, como es el caso de Cochabamba y tantas ms, no sea producto de
l ac-
tividad gerencial del estado, sino de la administracin tiiJca o an del, ayllu
en cuanto sea defmible. Murra
h
precisado (1975: cap.
3)
a este respecto el
manejo de las islas'' o colonias de los Lupaqa de Chucuito o los-Chupaychu de
Hunuco
8,
queda
por
delimitar cuntas escalas o niveles de manejo eran posi-
7 Se
ha
mencionado el juicio
entre
dos curacas, donde
uno quera
legalizar
en
tiempos
coloniales la prnaca alcanzada -segn su afirmacin- desde tiemp? inmemorial ;
el otro litigante afirm
que era
de poca importancia que don Rodrigo Guamarico
fuese seor
de Chimbo
desde
tiempo
inmemorial,
por tiempo
inmemorial debe
ra
entenderse aquel de los gobernantes Inca. (Ossio 1976-77: 201:. Juicio entre
Lorenzo Guamarica cuaraca de Chimbo con Sanl;iago,
c u r a c ~
de Cusibamba, AGI,
Escribana de Cmara, Audiencia de
Quito,
Leg. 669,
RO
1, 1565).
8
Aqu
vale la
pena
mencionar como en la poca
toledana
se mantena el control so
bre las islas , as fuera bajo
la
apariencia
de
lo que los espaoles entendieron muchas
veces como comercio , para acusar a los curacas de emplear l mano de obra andina
para
enriquecerse (a
la
manera europea}
con
su uso. Cfr. la declaracin de
Rodrigo
Halanoca, principal de hanansaya de Acora, quien dijo que algunas veces le a alqui
lado su curaca para Potos y Arequipa (Ramr'ez Zegarra 1575:
llv);
esto deja pie
a movimientos entendidos normalmente como si fueran comerciales . Un ao antes
haban constatado los visitadores toledanos el mantenimiento del control de lasco
lonias costeras y de las situadas al este del Altiplano (Gutirrez Flores
r amrez
Ze
garra 1574:
19r por
ejemplo), indicando que
los
yndios mitimaes de halle de Mo-
104
-
7/25/2019 Pease, F. La formacin del Tawantinsuyu
9/24
bles, a nivel del ayUu la parcialidad , la etna, el Tawantinsuyu,
y
ser nece
sario ver cmo se comporta cada una de ellas despus de la invasin espafiola,
Tambin puede verse como estos grupos mantuvieron el control de sus
respectivas colonias despus de la desaparicin del Tawantinsuyu, los ejemplos
mencionados antes son buenos testimonios de ello, pues las reclamaciones, re-
sueltas favorablemente o no, son una fonna de manifestar y mantener el dere
cho 9; al menos, este mantenimiento fue efectivo mientras la corona espafio
la
no
fue capaz
de
imponer definitivamente el sistema
de
reducciones (Pease
1978,
cap.
2),
y no sabemos bien cmo se ejerci o
se
mantuvo despus,
por
ello
se requiere una vez ms ampliar nuestra infonnacin y nuestra discusin en tor
no a l s reducciones y sus consecuencias. Interesara tambin a este respecto pro
yectar
la
investigacin hacia el estudio de la transformacin paulatina de
sis-
te.mas de
control ecolgico
en
regmenes de intercambio restringido y excluyen
te;
quizs Collaguas pueda proporcionar en el futuro mejor evidencia a este res
pecto.
Pero
l s
islas son tambin lugares de confrontacin intertnica, sobre
la cual
no sabemos prcticamente nada, a pesar que muchos conflictos.colonia
les, registlados judicialmente, deben haberse originado en estas situaciones de
coo.trol compartido entre el Tawantinsuyu y diferentes unidades tnicas, y
entre
unidades
distintas.
Un
caso ms difcil
de
comprender es el
de
las colonias
productivas de los Lupaqa en las regiones
al
este del altiplano boliviano, Cocha
bamba,
por
ejemplo,
y
sus vecindades. La documentacin publicada reciente
mente
(Morales
ed.
1977),
aunque fragmentaria, hace ver como era poSible
su-
peponer la informacin y
asumir
dentro de los modelos
de
colonizacin del
Tawantinsuyu, presentados como tales a los funcionarios coloniales, fonnas de
control que los Lupaqa representaban como suyos
en
la visitll de 1567, qu
quegua son trescientos y quatro (los) mitimaes del halle de
Cama
y pueblo de Hin
chufa son trescientos y quarenta y cinco yndios. . . (los) mitimaes del halle de Lare
caxa son setenta y
dos
yndios . Estas cifras permiten ver, adems, como los n
meros que daban los infomiantes de Garci Diez unos aos antes eran claramente mo
der d s
(cfr.
el cuadro
que public Murra en 1975: 212-213); aunque
no se
sabe
bien a qu gente aluda Alonso de Buitrago, testigo ele Garci Diez, cuando declar
que
en
S ama Mo9.uegua le parece que
habr
novecientos, indios. tributar ios (Diez
de San iguel L1567J 1964: 54),
pues
no distingue a los Lupaqa de los, pobladores
de la zona.
Un
ejemplo
de
cmo reclamar o contradecir , estar
all
en suma, era la forma
de
hacer sentir la presencia nativa,
puede
verse
en
Warman 1976, para el caso de More
los, en el Mxico colonal.
105
-
7/25/2019 Pease, F. La formacin del Tawantinsuyu
10/24
otra
cosa que un conflicto difcilmente defuuble puede ocurrir ante
una
situa
cin de este tipo, cuando se introdujo la propiedad occidental a nivel agraro
en
los Andes?
An
teniendo en cuenta
que
las evidencias de la coexistencia en
las colonias productivas o islas son visibles, los libros parroquiales pueden
arrojar nuevas luces:
por
ejemplo, el caso
de
lchua,
en la
sierra
de
Moquegua,
que
entre 1685 y 1714 registra matrimonios
de
gente proveniente de Yanque,
Cabana y Tisco (Collaguas), de, Chucuito, Pomata, Zepita. llave, Hatuncolla
urinsaya, Hatun Cabana, Nuestra Seora de Copacabana, Moho y Macha (zona
lacustre),
Chuquiabo, Larecaxa (Charcas);
la
fecha hara pensar quizs
en fo-
rasteros'', pero indicios arqueolgicos seialan ocupacin muy antigua y ml
tiple o.
Consentimiento y redistribucin
Recientemente, Maurice Godelier
ha
llamado
la
atencin sobre la oposi
cin existente entre violencia'' y consentimiento , sugiriendo que des deux
composantes
du
pouvoir,
la
force
la plus
forte n'est
pas
la violence des domi
nants mais le consenternent des domins leur domination. Qu'on nous enten
de
bien et qu'on
ne nous cherche pas de mauvaise querelle. Nous savons
toute la
diffrence
qui
existe entre
un
consenternent forc, une acceptation passive, une
arlhsin retenue, une conviction partage. Nous n'ignorons pas que dans une
socit, merne sans classe, l n;existe pas de consenternent a
r
ordre social, m eme
passif, chez tous les individus ou chez tous les groupes.
Et
meme quand l est
actif, le consentement
n'est
pas sans rseiVes, sans contradictions.
La
raison en
est au dela de
la
pense, dans le fait que
toute
socit, les socits primitives les
10
Archivo de
la
Parroquia de
San
Pedro, Tacna. Libros de Matrnonios de Ichua, em
pieza: 23-VII-1685, tennina 14-VIII-1714.
Ichua
tiene datacin
ltica
(Menghin
y
Schoeder 1957, Ravines 1972), form
parte
de Ubinas hasta su desmembracin
en
1795;
durante
el siglo XVIII tuvo un trapiche de moler metales de Plata (Bueno
[ 1774-78 ] 1951:
90;
Valdivia 1847: 160; cfr. tambin Alvarez y Jimnez [1790-93]
1946,
Il: passim .
Una pregunta adicional aqu sera cul fue
la
diferencia real (o la
real similitud)
entre
algunos tipos de
forasteros
coloniales
y
los
que
anteriormente
fueron mitrnaqkuna o mittani. No hay seguridad entonces de que siempre los llama
dos forasteros'' respondaD a la nocin espaola.
Como
ejemplo paralelo puede re
cordarse a los
comerciantes
dedicados a
un
intercambio restringido,
como
inter
locutores estables,
en un tipo
de tarea identificable
con
el control ecolgico, comple
mentaria o sustitutiva de
ste.
106
-
7/25/2019 Pease, F. La formacin del Tawantinsuyu
11/24
plua galitaires comprises, contiend des intrets communs ou particuliers qui
s'opposent
et
se composent quotidiennement. Sans cela il n y aurait jamais
eu d'histoire. Mais bien qu'il importe normement, pour l'volution d'une soci
t comme pour le e s ~ singulier ou collectif de ses membres, qu'il existe ches
les domins soit une conviction profonde de la lgitimit de leur systeme, soit
una adhsion mitige, soit une acceptation soumise, s9it une opposition latente,
soit- enfin une hostilit dclare, nous sommes la deVant autant ~
f:tgUres
dis
tinctes d'une force historique majeure de consetvation ou de transfonnation
des socits, la force des ides, des idologies, une force qui ne nait pas
seule
ment de leur contenu mais de leurs, partage" Mss. 15-16) .
El inters de Godelier en las lneas que siguen a las anteriores es tambin
buscar las condiciones que hicieron posible la participacin en el consentimiento
del cual habla, en casos diversos, generalmente africanos. Indica, por ejemplo,
la urgencia de buscar las interpretaciones del mundo que legitiman
-ciertamente
que a los ojos de los dominados- la propia situacin de dominacin 11. Sin
embargo, la lectura de Godelier sugiere nuevas posibilidades de anlisis, si apli
camos la idea a una re-lectura de las crnicas clsicas y de la documentacin que
se refiere al crecimiento del Tawantinsuyu, as como a la relacin de ste con
las unidades tnicas que fue sometiendo a lo largo de su desarrollo. La pregunta
inicial podra ser s n duda averiguar por los niveles
de
relacin entre el Tawantin
suyu y las unidades tnicas. Ello requiere, ciertamente, de una revisin de lo
que dicen los cronistas clsicos sobre la forma de la expansin cuzquefia (no
so-
" de los dos componentes del poder , el ms fuerte no es la violencia de los domi
nantes, sino el consentimiento de los dominados a su dominacin. Que se nos en
tienda bien, que
no
se nos acuse de m;ala
fe.
Sabemos
toda la
diferencia que existe
entre
un
consentimiento forzado, una aceptacin pasiva, una adh Sin moderada, una
conviccin parcial. No ignoramos que en una sociedad, -an sin clases, no existe con
sentimiento -incluso pasivo- al orden social, en todos los individuos o en todos los
grupos por igual. Y, lo mismo,
cuando
es activo el consentimiento, no lo es sin reser
vas, sin contradicciones. La razn de esto est ms
all
del pensamiento, en el hecho
de que
toda
sociedad, incluidas las sociedades primitivas ms igualitarias, tiene inte
reses comunes o particulares que
se
oponen
y
se componen cotidianamente. Sin ellos
no
habra
habido jams historia. Pero, aunque importe enormemente para la evolu
cin de una sociedad, como para el destino singular o colectivo de sus miembros, que
exista en los dominados una convkcin profunda de la legitimidad de sus sistemas,
una adhesin mitigada, una aceptacin sumisa, una oposicin latente, o,
en fin,
una
hostilidad declarada, estamos ante tantas figuras distintas de una fuerza histrica ma
yor
de
conservacin o de transfoimacin de las sociedades, la fuerza de las ideas, de
las
ideoloas, una fuerz que
no
nace solamente de su contenido sino de su co-parti
cipacin" (Mss.: 15-16).
11 No escapar a la atencin apreciar
aqu,
y en las propias palabras de Godelier, una
marcada oposicin
con
ideas de autores como Pierre Clastres ( 1975).
107
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7/25/2019 Pease, F. La formacin del Tawantinsuyu
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bre los motivos, por cierto), y confrontarlo con otro
t po
de informacin ms lo
cal o regional
En
tnninos generales, podra adelantarse
una
opinin sobre
una
falta (al menos parcial) de consentimiento fl'ente a la presencia incaica, desde
que tanto las crnicas clsicas comoJa documentacin regional sugieren diver
sos niveles de conflicto, y
no
necesariamente una oposicin generalizada como
parecera desprenderse del planteamiento de autores de los ltimos afios (Espi
noza 1974, por ejemplo). Pero, al mismo tiempo, y resaltando las variantes
que el propio Godelier otorga (matiza) al consentimiento, podra sugerirse un
nivel de relacin estable que hizo posible el predominio del Tawantinsuyu.
El primer
punto
mencionado
se
refiere a la imagen que nos da,
de una
parte, el conjunto de cronistas clsicos y, de l otra, la documentacin regio
nal, de carcter muy variado. Podramos convenir; respecto a los primeros,
en
l generalizacin de dos utopas retrospectivas
por una
parte l conocida imagen
generalizada por Garcilaso de la Vega, quien afinnaba un estado ciertamente
muy poderoso, pero a
la
vez benvolo y paternal, capaz simultneamente de ga-
rantizar una paz social
g ~ n e r l i z d
que algunos llamaron socialismo, y
de
repri-
mir brutalmente la oposicin a esta sociedad paradisaca; l s conquistas eran ca
si paseos triunfales donde la guerra
no
quedaba excluida porque ello supondra
eliminar el derecho al herosmo de los prncipes, y donde tambin
se
valoraban
mucho las alianzas de las unidades tnicas (los u r a c ~ g o s con
el
Tawantinsuyu.
Por otro lado, una segunda fonna de utopa normalmente atribuida a los croniJ.
tas llamados toledanos, retrataba
la
imagen apuesta:
un
estado igualmente
po
deroso, pero ferozmente incapaz de benevolencia alguna, que dominaba con un
aparato poltico tan slido como ilegtimo o usurpador toda l regin
n-
dina. En esta ltima imagen
l s
conquistas fueron rpidas y establecieron una
suerte de uniformidad por el
tenor;
aunque las alianzas pennanecieron, lo
que
prim fue ciertamente
la
imposicin que
no
excluy,
por
cierto, el reconoci
miento de la capacidad del estado cuzquei'io para administrar eficazmente l
economa andina
en
un nivel superior al comunal o
tnico .
Frente a esta imagen sustancialmente basada en los cronistas, tenemos
otras posibilidades que h n sido propuestas ms cercanamente a l segunda
vi-
sin utpica; dada la existencia del Tawantinsuyu como un estado d
-
7/25/2019 Pease, F. La formacin del Tawantinsuyu
13/24
tablecerse una relacin entre el criterio que presidi la visin toledana y esta
sugerencia, en el hecho de que ambas pa.. ten de la existencia de un estado no s-
lo poderoso, sino "ilegal'' y "usurpador'', violento dominador de las etnas
an-
dinas; en el siglo XVI este criterio fue elaborado para hacer moralmente justifi
cable y aceptable la invasin espafiola, desde que destrua una estructura de po
der
y
un
Inka
incluso- ilegtima, restaurando a la poblacin nativa de losAn
des su derecho y su capacidad para recibir un nuevo rgimen dominador. En
un
estudio reciente, Rolena Adorno
ha
resaltado nuevamente el valor de la narra
cin de Guaman Poma cuando precisa que el Tawantinsuyu fue entregado "vo
luntariamente" al rey de Espafia, que de esta manera reafirmaba su condicin
de heredero "legal'' de los incas;
no
hay entonces trauma de la conquista, pero
el Tawantinsuyu se ofrece a
s
mismo
(a
travs de Huscar) a la corona espafiola,
otorgando a sta una situacin de Jure distinta a la de los incas que, al fm y al
cabo, eran invasores internos en el texto del mismo cronista (Adorno 1978;
Guaman Poma [1615] 1936: 81, 376 [3'78]), que abomina la destruccin de la
sociedad anterior a ellos, pero los acepta en tanto puede vincularse a los gober
nantes del Cuzco como
nieto
de Tpac Inka Yupanqui. Es posible que esta
actitud y esta opinin del cronista reflejen su inters en mantenerse vinculado
-cmo
mediador ideal' - a los Andes y a Espafia, situado entre los descen
dientes de los incas y
l
corona espafiola que
ha
devenido sucesora, aunque para
djicamente legtima, del poder de los primeros.
Es
necesario entonces limitar
en
lo
posible el peso de este contexto ideolgico del siglo XVI
y
del presente,
sin olvidarlo;
tratar
de lograr a travs y a pesar de la documentacin fuerte
mente ideologizada
(a
su manera, tanto
l s
crnicas clsicas como tambin la
documentacin administrativa y judicial), una imagen ms prosaica tal vez, que
nos permita entender mejor
l
mecnica de la expansin y, sobre todo, los me
dios de control del Tawantinsuyu sobre
l
regin andina. Para ,llo ser necesa-
cumentos
elaborados
para
obtener
privilegios del sistema colonial,
habra que
ver
en
cada caso
cul
era la
influencia
real
de
esta
actitud y
de
esta intencin,
desde que el
relato
de una actitud
o
de
un
coJ\iunto
de acontecimientos
histricos
no
reviste
necesariamente igual
carcter en el pensamiento andino
y
en
el
europeo
del
mismo
silgo
XVI;
puede verse
como ejemplo
de esto la distincin
de
la historia de las con
quistas incaicas,
presentada
por los
cronistas
como
tal,
y
el
relato
de
un
ritual
de
con
q,uista, extrado
de
las mismas fuentes,
en dos
diferentes
lecturas de
las crnicas
cl-
siCas (Pease
1978:
108-114).
Esto
significa
que
debe
tenerse
una duda prudente
fren
te
a las hiptesis de
una
oposicin frontal de las unidades tnicas, poco definidas
realmente, al
Tawantinsuyu, mienras
no
se haga
un
anlisis
crtico
de
la
documenta
cin que
precisa si las motivaciones
que sustentaron
los reclamos, las declaraciones o
las ar.titudes
de enfrentamiento
generalizado
con
el Cuzco provienen
o
no
del
contex
to
colonial, o si
son
reflejo real
de
la situacin
anterior
a la invasin espaola_
109
-
7/25/2019 Pease, F. La formacin del Tawantinsuyu
14/24
rio referinne a un trabajo anterior, donde sugera diferencias entre la colomza
cin incaica de distintas regiones andinas (1978: cap. 1).
Los reinos'' altiplnicos, ejemplarizados fundamentalmente por los Lu
paqa, cuya vida colonial y cuya informacin espaola sobre tiempos anterio
res est ampliamente documentada (cfr. Murra 1975, especialmente cap. 7 y
Pease 1978, cap. 2), produce
un
primer caso de colonizacin y de nivel de con
sentimiento. Aqu nos encontramos con dos tipos de evidencia: primeramente,
Hyslop y Mujica h n llamado la atencin sobre el hecho de que el Tawantinsuyu
oblig a los pobladores del rea Lupaqa a abandonar sus establecimientos y
pu-
k r
de
los cerros, y a establecerse en los lugares que fueron encontrados por los
espaoles como cabeceras o pueblos principales de los Lupaqa (Chucuito,
Acora, llave, Juli, Pomata, Yunguyu, .Zepita), registrados por Garci Diez de San
Miguel en 1567; y recientemente Catherine Julien
ha
precisado que el lugar tra
dicionalmente conocido como Hatuncolla slo tiene ocupacin inka (1978).
Un segundo tipo de evidencia nos permitira decir que el Tawantinsuyu no alter
los mecanismos tradicionales de los Lupaqa para la obtencin
de
recursos, tanto
en la costa sur como en las tierras bajas ubicadas al este del altiplano (cfr. Murra
1964 y 1975) para una descripcin de esta mecnica); en todo caso, podra
aftr-
marse que el Tawantinsuyu superpuso su sistema econmico al de los Lupaqa,
obteniendo sus recursos por encima y al margen de los de la poblacin. Estas
dos actitudes del estado cuzquefio haran pensar que en el caso Lupaqa
se dis-
tingui el dominio potico del econmico; el primero requera reprogramar los
patrones de asentamiento, y a ello puede deberse la imposicin del abandono de
los viejos lugares ms altos. La segunda actitud supuso simplemente establecer
un circuito de obtencin de recursos por encima del Lupaqa 13. De hecho, el
13
Pan c o r d a ~
que durante 1a colonia.buho
una
oanse.::uencia.rela.tiva c.mte:Sta:actitud;.
puede verse
la
abundante informacin de las visitas toledanas, que distinguieron cla
ramente el rgimen tributario (que sugera
la
vigencia de
patrones
de asentamiento
del ti ? O de las reducciones), del rgimen comercial funcionante al margen del prime
ro.
Los
protocolos notariales de Moquegua, al menos entre 1587 y 1601, registran
la doble jurisdiccin sobre el valle, proveniente la
una
de la provincia de Chucuito
(cuyos curacas aparecen
contratando
abundantemente en pocas tempranas de
la.
colonia) y
la. otra
de Arequipa,
cuyo
rgimen
de
encomiendas est estrechamente
vinculado con el valle de Moquegua (cfr. Protocolos de Diego Dvila, 1587-95 y
1596-1600, 1601; Archivo Notarial de D.
Vctor
Cutip Moquegua). Ver tambin
los casos mencionados en l primera
parte
de este trabajo sobre la devolucin de gen
te y tierra a los pobladores de Chucuito.
110
-
7/25/2019 Pease, F. La formacin del Tawantinsuyu
15/24
caso de Cochabamba (1556) permite ver como el Tawantinsuyu organiz gran
des grupos de gente del altiplano, dirigindolos hacia la regin indicada, pero el
mismo documento de
1 556
no contradice las afirmaciones de los Lupaqa, he
chas en 1567 y 1574-75, sobre su continuo control de tierras productivas de
maz en Cochabamba, antes bien permite diferenciar las tierras repartidas
por
el Inka'' de las que eran de los Lupaqa 14.
Lo que me interesa destacar en este contexto
es
el nivel (el alcance y el
grado) de un consentimiento del tipo del que hablaMaurice Godelier. Solamente
en un mbito donde el Tawantinsuyu
ha
respetado la organizacin local en
un alto grado,
es
posible que esta organizacin pueda mantenerse despus de la
desaparicin del estado cuzquefio. Si las visitas posteriores a Diez de San Miguel
(es decir, posteriores a 1567) como es el caso de las toledanas y de los otros do
cumentos citados, pueden dejamos tan clara evidencia del manejo de las islas
ubicadas al este y al oeste del altiplano muchos anos despus de desaparecido
el Tawantinsuyu,
es
visible que la superposicin del estado sobre la estructura
de poder lupaqa no destruy a sta sino
le permiti subsistir. Esto significara
un alto
nivef' de consentimiento, a lo que habra que afiadir que ello parecera
conllevar un grado especial de redistribucin estatal, desde que
ya
le
ha
mostra
do
cmo el acceso a recursos estatales en la regin supona no solamente
el
acce
so a los depsitos, tan sefialados en otros lugares, sino tambin a la posibilidad
del reparto del
~ d o
del Inka o del Sol, as fuera nicamente para uso ritual.
Posiblemente este recurso fuera realmente una forma de explicar, dentro de la
reciprocidad, nuevas obligaciones con el estado, quizs justificar cierto tipo de
yana (Mum11975; 136), quizs los posibles repartos de ganado del Inka fueron
el ms alto nivel de la generosidad institucionalizada''. Los Lupaqa, en realidad
los grupos lacustres, pueden haber desarrollado aqu una capacidad de adecuar
se a l imposicin de estructuras estatales, que bien pudo ayudarlos a sobrelle
var mejor que otros (al menos
al
comienzo) la invasin espafiola.
14 En 1556 se dijo expresamente: El segundo[ uyu corresponda] a yndios lupacas
de chucuito que venan al beneficio del dho suyo de sus tierras los q u a l e ~ ~ tiempo
que los espaoles entraron en este valle
se
fueron a sus tierra (Repartmuento de
tierras en Morales ed. 1977: 21}. Los visitadores toledanos registraron claramen
te el problema
en
otro sentido; inicialmente, Juan Ramrez Zegarra dej constancia
de ello, por ejemplo para Larecaja y Chicanoma (1575: 34r, por ejemplo}; la tasa fi-
nal del virrey indic lo que
ui n
de pagar en particular cada yndio de los susodi
chos
f
de la provincia de Chucuito] ssi los que estaba mandado que fuesen a la villa
imperial
de
Potos a
la
labor de las minas e yngenios de aquel asiento
como
los que
avan
de
rreiidir y rresidian en la dicha
p r o u ~ i
y
en
los valles subjetos della de
Cama, Moquegua, Latecaxa, Xicanoma y otras partes donde estauan yndios de
la
dicha
p r o u m ~ i a
(Toledo 1575: 235; cfr. tambin 238v, 242v.}.
111
-
7/25/2019 Pease, F. La formacin del Tawantinsuyu
16/24
Un caso diferente a considerar puede ser el Chlmor; es conocido el desa
rrollo agricola, uro ano e hidrulico alcanzado ill, hasta el
punto que
pudo com
petir con los lugares
ms
desarrollados
de
los Andes- Sin embargo, el Tawan
tinsuyu parece haberse comportado en
la
regn de una
manen
bastante ms
drstica; se
ha
hecho hincapi desde hace tiempo en la rpida despoblacin del
rea, constatada despus de la invasin europea pero quizs iniciada antes
de
sta;
se ha
sugerido tambin que poco tiempo despus
de la
llegada de los espa
oles, algunos de los ms importantes canales dejaron
de
funcionar. Las crni
cas clsicas en general, y los testimonios, ms limitados al rea en particular,
llamaron
la
atencin sobre
la
violencia del conflicto entre el Tawantinsuyu y el
Chlmor. Rowe ([1948] 1979) ha reseado el proceso e indicado las fuentes prin
cipales 15.
Una
vez'dominado el Chimor por el Tawantinsuyu, se aprecia
la
apli
cacin del ejercicio del nuevo
poder
en
la
presencia
de
mltiples mitmaqkuna
especializados (orfebres)
en
muchos y diferentes lugares
de
los Andes (vid.
Z
rate 1555, Lib. 1, cap.XN: 26-27; en ediciones posteriores es el cap. XI del Lib.
1, pues a partir
de la
2da . ste fue uno
e
los captulos suprim.idoS;lwstwo-=
rowski 1962: 158, 1976: 107; Crespo 1915;Pease 1978; 104-105)16.
Cul sera el nivel del consentimiento
aqu "?
Evidentemente no se trata,
como
en
el caso Lupaqa,
de una
situacin
de
consentimiento activo ,
que
favoreci
mucho
la redistribucin
que
el estado ejerca en la zona del lago.
No
encontramos evidencia
de
algo similar en el Chimor. Casi al mismo tiempo
que
Garci Diez
de
San Miguel visitaba Chucuito, recorra las tierras del Chimor Gre
gorio Gonzlez de Cuenca (1566), aunque no proporcion la informacin que
el primero sobre las relaciones entre
la
regin visitada y el Tawantinsuyu. Tam
poco una visita anterior (G&ma [1540] 1975), ni
otra
posterior (Roldn [1568]
1975) dejaron testimonios a este respecto. Quizs larpida
baja
demogrfica
disminuy los intereses administrativos del siglo XV espaol? Valdra la
pena
15
Sin embargo,
el
mismo Rowe llev entonces (1948)
hasta la
primera
mitad
del
si?}-o
XVII la decadencia de la cultura Chim, basndose en los efectos de la erradicacion
de las
idolatras lbid.:
349); ello es independiente sin duda de la crisis demogr
fica o de la poltica, anteriores a las extirpaciones de las idolatras, y nos lleva al in
teresante problema de la continuidad de los patrones culturales: podemos ase
gurar que los indios de la
costa norte
cambiaron el patrn de su
cultura
aborigen
con
algunos adornos espaoles mucho despus de 1600 (loe. cit.).
16
Aparte de esto, es sabido que
el
Tawantinsuyu signi&
la
masificacin de
la
produc
cin de bronce, apreciable en la existencia de objetos enteros de este metal
en
los ba
surales.
112
-
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revisar cuidadosamente lo ocurrido en otro orden de cosas, pues otro tipo de
docwnentos como los judiciales se refieren a esta situacin y a la herencia de los
curacas, y nos dejan testimonios del recuerdo e informacin sobre tiempos
anteriores a la invasin espai'ola, Pero ello nos lleva otra vez
al
problema del
valor de la docwnentacin fabricada como prueba de derechos aducidos frente a
circunstancias tan distintas.
Mas
bien, la imagen podra ser la contraria, y el
Tawantinsuyu podra haber intervenido ms (destruido ms) la economa y la
organizacin local; incluso Mara Rostworowski ha llegado a sugerir que la
prohibicin de llevar armas en la regin, y el hecho de ',no tributar saldados
durante el Tawantinsuyu fueron resultados de la dura resistencia de la poblacin
del Chimor al estado cuzquei'o; a ello habra que sumar otra consecuencia,
tambin grave, el tributo parece haber sido ms duro en esta regin que en
otras (cfr, Rostworowski
1976; 10717,
Esto habra hecho que los yungas
apoyaran a los espa.oles contra el Cuzco.
Quedara entonces una impresin curiosamente puest a la que Cieza de
Len tuvo acerca
de
la marginalidad
de
la poblacin hoy colombiana, y su
rebeldia a la conquista por un t)Stado o un aparato estatal
Se
ha sugerido muchas
veces que la zonas ''mas civllZadas'' ofrecieron menos resitenCJa a la mvas1n
espa.ola y, a la inversa,
las
menos CIVIlizadas una ms act1va oposicin; este caso
ind1carfa lo contrano el Chimor, con un lto grado de desarrollo urbano,
opuso mas (aparentemente) que los Wanka al Cuzco. He mencionado aqu1 a
estos ultimos,
deb1do
particularmente a la propuesta
de
que la
r e ~ i ~ t e n c i a
de
l o ~
Wanka
al
Tawantinsuyu y su permanente oposicin
al
mismo habt
fan ~ i d o
tales
qu los llev rapidamente a una alianza
c:on los
espafioJ.es (Espmoza 1971
1974
1
8)
Un ltuno caso, a todas luces dJferente, sena el de{: ~ . p o y a s donde la
documentacion publtcada (Espinoza 1966) proporciona una L
zen distinta a
la
luz de la expedencia por ella proporcionada El Tawantmsuyu tenia aun menos
tiempo en la reg.n que entre los pobladores lacustres y en la costa central y
norte
al
momento
de
la _
n11aS1n
~ s p a i a l a ;
Chachapoyas sugiere un mbito
marginal, quizs de una mayor dimensin que otros lugares sei'alados por los
ar-
17 Cabe aadir que
las
visitas publicaclaa aobre la c:osta inciden en que
ninn
grupo
c:oltefio
tribut
aoldados Yic:l,
por
ejemplo, Carvajal y Rodrguez ( 1549J 1977).
18 Los meuc:ionados estudios de Espin01a no se refieren al Chimor, sino a
la
regin
Wanka,
sin
embargo, su argumentacin sera pertinente.
113
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quelogos en la ceja de selva al este de los Andes (Bonava 1968 a y b, 1970,
1972; Bonava y Ravines 1967 y 1968) que incluye ciertamente el mbito bo
liviano
19
, con lugares de asentamiento incaico que miraban hacia la
selva.
Una
cosa que interesa en la documentacin de Chachapoyas es la mayor dependencia
del
lnka
que los curacas manifestaron;
se
acept de plano que fue el Inka Tpac
Yupanqui quienlos'puso 20, sus sucesores no slo mantuvieron el predominio,
sino que intervinieron activamente en proyecciones regionales del conflicto entre
el Cuzco y Tuminampa (Espinoza 1966: 290-301, 312 y ss. por ejemplo). El
hecho de que el curaca fuera
yana
del
In
ka nos coloca frente a una clara si
tua-
cin que no debera ser confundida con simples frmulas esclavistas acostum
bradas; el yana
es
una frmula multivalente sin duda, pero claramente identifi
catoria de un tipo de dependencia -no necesariamente nuestra imagen de de
pendencia- y de la cual sabemos realmente poco desde que la presencia del
yonacona
colonial precomin abiertamente en la documentacin
21.
Acaso
los curacas puestos por el Inka eran siempre, en alguna forma,
yand
(Platt ha
resaltado la traduccin yana = ayuda : comparar con yanapay = ayudar ,
1976: 27).
Hay algunas diferencias fundamentales con
los
otros ejemplos: a) la pecu
liar situacin de los curacas como yanas, b) la falta de documentacin tnbutaria
r-olonial (al menos hasta el momento) que nos pennita ver con mayor claridad
una comparacin entre lo que daban
al
Inka los Chachapoyas y despus dieron
a sus encomenderos coloniales, e) la poca informacin que hasta ahora tenemos
sobre la regin, en trminos arqueolgicos, d) la afirmacin, ya hecha, de que la
19
En
un
artculo
reciente, Alejandro
Camino
ha vuelto a llamar la
atencin
sobre
la
penetracin andina
en las tierras bajas situadas al este de la cordillera; no por ser el
mbito
de su
estudio
el
Cuzco,
pierde inters,
sino
al
contrario (1977).
20
El
pleito
original se refiere no
tanto
a esto, sino a la situacin
de
nuevas frmulas su
cesorias
en un proceso
de aculturacin
jurdica.
21
Ciert,amente,
la
figura del
yanacona
colonial
ha
servido como
punto de partida para
la
categorizacin de su
antecedente
prehispnico, otorgndole a ste los contornos de
esclavitud
que
lo
acompaan
en
la literatura; de
hecho, hay casos visibles de yanaco
nas coloniales
que fueron
esclavos aptes de
obtener
el
status
de yanacona, al
menos
en el siglo
XVI; l
30
de
marzo
de 1591, Juan de Juregui, residente
en la
villa
de
Oropesa,
vendi
a Diego lnga, residente en Juli,
una
mujer de nll'
-
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documentacin regional conocida no habla de una situacin dual 22. Pero esto
requiere mucha diScusin.
El problema es averiguar aqu cul
es
el nivel del consentimiento, como en
los dos casos anteriores del rea lacustre del Chimor. Se
ha
afirmado que la
regin careci antes del Tawantinsuyu de una estructura poltica que puede ser
ms defmida que ayllu pueblo o grupo de ellos, Entre los chachas cada
ayllu pueblo
o
grupo de ayllus de p u e b l o ~ vivi en forma independiente
de los dems. Cada ayllu se desenvolvi hbremente en su pueblo en
su
marca
o parcialidad. . . Los curacas de ayllus no estuvieron sometidos a nadie
(Espinoza 1966: 233); aunque tuvieron
una
cultura uniforme hablaron el
mismo idioma (y) tuvieron un mismo dios Sin embargo nunca constitu
yeron un estado unificado ( bid 235). Ciertamente que ello podra afir
marse casi
sin
duda de cualquier lugar del rea andina, pero este tipo
de aseve-
raciones supone que se est buscando un orden poltico de corte occidental
que los espafioles no encontraron de igual manera en todas partes; ello hace
recordar una
vez
ms la vieja conclusin de Evans Pritchard de que
es
posible
analizar un sistema poltico en el cual no existe -:aparentemente al menos--
un
rgano central de gobierno donde la autoridad se expresa a travs de la estruc
tura integral del conjunto de autoridades independientes'' pero relacionados
entre s. Por ello, aunque es cierto que la imagen de un determinado orden, ne-
cesario, no
fue
igual en toda el rea andina y en esta regin de Chachapoyas, la
documentacin europea produce fcilmente la impresin de que fue justamente
el Tawantinsuyu el que lo produjo por primera vez, eliminando la behetra'' .
Es entonces producto d ~ la actitud diferente (de la actividad diferente) la pre
sencia de un rgimen de ayllus , pachacas guarangas, en lugar de las mitades
tradicionalmente conocidas en el sur?, es, entonces, producto del Tawantinsu
yu todo sistema de unidad tnica? O
es
que volvemos a caer en el problema de
22
Si,
~ o m o
se
afmna, no
hubo divisin dual
entre
los
Chachapoyas
(Espinoza
1966:
232-3},
por CJ U
or.urte
e n t o n ~ e s una
pugna entre dos autoridades
competitivas?
Como a p a r e ~ e n a de la
misma
d o c u m e n t a ~ i n ;
se
puede
discutir
la
ausencia de
la
dua
lidad, pero habra que
responder
al interrogante diferente
de
por
qu
parecera pre
dominar
en
la
regin sur
la
frmula hanan-urin,
mientras que
en la
regin
norte,
in
duida
Chacha;>oyas,
predomina
allauca-icho.-,.
Interesa ver
ms la
l'omplementaridad
que
la
oposicion,
c;ue
en
la zona aymara
se expresara
en
uma-urcu. Lo que
no
se ve
en
la
d o c u m e n t a ~ i o n
de Chachapoyas que est
publicada
es
la
institucionalidad
que
garantice la
estructura
de.poder,
lo
cual no significa necesariamente
la
inexistencia
de
esta
ltima,
Justamente,
el
hecho de que
a consecuencia de los repartimientos colo
niales, cada
una
de estas circunscripciones. pasara a ser
gobernada
por un
curaca, in
dependientemente de los dems, deja en pie la posibilidad
de una
e s ~ t u r a
polti
ca anterior
(cfr.
Espinoza 1966: 272-273;
Ravines 1973}.
115
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identificar "documentalmente" unidades tnicas donde no las hay?
Podra concluir inicialmente aqu en que los diversos modos (lmites y
alcances) del consentimiento anunciado (Lupaqa, Chirnor, Chachapoyas)
habran
dado lugar a diferentes modelos de colonizacin incaicos que
se
requiere estudiar
arqueolgicamente (como
en
el primer y en
el
ltimo caso). Las preguntas siguen
en pie sobre las formas del establecimiento colonial espafiol y su relacin con los
resultados de la colonizacin incaica; usando ambos casos, la expansin del
Cuzco y la invasin espafiola, es posible que lleguemos a perfilar una imagen
andina del consentimiento, de la relacin con el poder en gr n escala. Sin
embargo, vamos cayendo a la vez en la cuenta de
que
una de las cosas que ms
importa en este mbito de
la investigacin andina es el replanteo y la precisin
de las categoras que estamos acostumbrados a manejar,
l
bsqueda efectiva del
contenido que cada
una
de ellas encierra; tambin
la
precisin de los lmites
mximos y mnimos de la aglutinacin tnica, Lupaqa es el
mnimo
en el
conjunto lacustre? Forma el conjunto lacustre
parte
de un macro.iistema
mayor, todava por precisar? Debe reconocerse las dificultades para hablar de
relaciones interetnicas en condiciones. de investigacin como las que han sido
indicadas antlls Cabe finalmente
una
ultima reflexmn sobre la estructura
pohhca
real en que consit a el Tawantnsuyu, pues pod1 ta . tenerse la 1mpresin, cada
vez mas fuerte en los ultimo af os,
de
que el Tawantlsuyu es mucho mas una
complicada y extensa red de relaciOnes que el aparentemente monohtlco y
vistoso aparato
de
poder que
l o ~
cronistas nos dibujaron en el siglo XVL Tal vez
la prec.isJn de estas relaciones, que pueden dibujar m;;.cr;.;sstemas
e
intercam
b1o maymes de lo ' que estamos acostumbrados a maneJa , pueda perffi,tir la
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con
l s
cosas nahlra
les que seil4ladamente ll se
h4ll4n,
y los suceuos que ha auido
En ca a
de Martn Nucio, Anvers.
ZEVALLOS Q U I ~ O N E S Jorge
1975 La visita del
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de Ferreafe (Lamba.yeque)
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120
Este texto es
la
primera versin leda en
la
reunin NariYe American S
ates
and lndia
nist Policy. Historical Consciousness of
the
Incas and Aztecas
(Stanford
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