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El Magazin on Line Stanislaus Bhor emprende un viaje tras las huellas de un extraño periodista (Jaime Ramírez), y pasa revista al periodismo revolucionario de los años 70s, a las fracturas ideológicas de la izquierda, a las sombras proyectadas de Camilo Torres (cura sublevado) y de Rojas Pinilla (dictador demócrata), a García Márquez y Orlando Fals Borda enfrentados al interior de una revista, y al fracaso de aquellos que tampoco hicieron la revolución. Serie en diez entregas, especial para ElMagazin on line. Nacimiento y caída de la prensa roja Por Stanislaus Bhor* Esta es la historia del año en que tampoco hicimos la revolución. Esta es la historia del periodismo revolucionario, de la prensa de izquierda. Esta es la historia de un preboste que nadie conoce. Fue editor de un periódico rojo. Se hizo guerrillero y murió combatiendo. Durante cinco años dirigió, redactó y publicitó El Trópico, órgano que nació independiente de los partidos políticos, pero a finales de los sesentas, la línea editorial se inclinó por el partido del ex dictador Gustavo Rojas Pinilla. Cuando el fraude orquestado por el presidente de turno le quitó a Rojas Pinilla las elecciones y quedó Colombia en las manos de Misael Pastrana Borrero, el director de El Trópico se hizo guerrillero y desapareció para siempre. Esta es la historia de un periódico rojo de provincias que nadie conoce. A quien le interese, aquí esbozo su historia. El último día de su vida Lleva dos horas oculto tras el tronco de una ceiba. De cansancio se le duermen los pies. No puede reclinarse y descansar, ni abandonar la posición por una más cómoda: a pocos metros está el ejército. Una patrulla completa. Acampan. Almuerzan. Llevan dos días sin probar bocado desde La Gran Bestia que almorzaron entre siete guerrilleros. Un mico para siete hombres que se mueren de hambre desde hace cuatro días, cuando empezó el operativo militar en su busca. Está cansado de ver comer a los soldados, latas de carne de diablo y galletas de soda. Es el mayor de la cuadrilla. Lleva ocho días en el monte y no logra amoldarse. Tiene la rodilla hinchada por una vieja lesión. Se mueven por aquella zona selvática porque los operativos militares los fueron cercando. Al otro lado del río quedaron los cuerpos de dos guerrilleros rezagados. Al parecer los remataron. Lo peor que les puede pasar a estas alturas es que capturen al comandante, a Tirapavas, y fusilen al resto. Cree haberlo visto todo en ocho días: ha saboreado el hambre, conoce los delirios de un compañero enfermo de paludismo, los estragos de la manigua, ha visto morir, ha visto matar, ha oído las bombas que caen del cielo con su silbido letal. Llevaba ocho días sin ver a su mujer y ya la extraña. Sabe que ella seguirá al frente del periódico, sacándolo casi en la clandestinidad, redactándolo casi sola, con un amigo, con un fotógrafo. ¿Lo que más pesa es vivir sin escribir? No. Lo que más pesa, en el monte, es la rodilla luxada. Y la perspectiva de no volver a ver a sus cuatro hijos. Piensa en Lucero, la mayor. Piensa en su naricita cleopatra. Piensa en su pelo ondulado, en sus ojos negros. La imagina de grande, convertida en reportera, en los staffs de un periódico nacional. Piensa en su hijo con el que comparte el nombre y la sangre, pero aunque trata, lo encuentra informe: no comparece ante su memoria. El rostro del niño es un reflejo en un charco revuelto. Ahora un rugido. ¿El de su estómago? Hambre. No puede pensar en nada más. Está en los huesos. Las tripas

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Stanislaus Bhor emprende un viaje tras las huellas de un extraño periodista (Jaime Ramírez), y pasa revista al periodismo revolucionario de los años 70s, a las fracturas ideológicas de la izquierda, a las sombras proyectadas de Camilo Torres (cura sublevado) y de Rojas Pinilla (dictador demócrata), a García Márquez y Orlando Fals Borda enfrentados al interior de una revista, y al fracaso de aquellos que tampoco hicieron la revolución. Serie en diez entregas, especial para ElMagazin on line.

Nacimiento y caída de la prensa roja Por Stanislaus Bhor* Esta es la historia del año en que tampoco hicimos la revolución. Esta es la historia del periodismo revolucionario, de la prensa de izquierda. Esta es la historia de un preboste que nadie conoce. Fue editor de un periódico rojo. Se hizo guerrillero y murió combatiendo. Durante cinco años dirigió, redactó y publicitó El Trópico, órgano que nació independiente de los partidos políticos, pero a finales de los sesentas, la línea editorial se inclinó por el partido del ex dictador Gustavo Rojas Pinilla. Cuando el fraude orquestado por el presidente de turno le quitó a Rojas Pinilla las elecciones y quedó Colombia en las manos de Misael Pastrana Borrero, el director de El Trópico se hizo guerrillero y desapareció para siempre. Esta es la historia de un periódico rojo de provincias que nadie conoce. A quien le interese, aquí esbozo su historia.

El último día de su vida Lleva dos horas oculto tras el tronco de una ceiba. De cansancio se le duermen los pies. No puede reclinarse y descansar, ni abandonar la posición por una más cómoda: a pocos metros está el ejército. Una patrulla completa. Acampan. Almuerzan. Llevan dos días sin probar bocado desde La Gran Bestia que almorzaron entre siete guerrilleros. Un mico para siete hombres que se mueren de hambre desde hace cuatro días, cuando empezó el operativo militar en su busca. Está cansado de ver comer a los soldados, latas de carne de diablo y galletas de soda. Es el mayor de la cuadrilla. Lleva ocho días en el monte y no logra amoldarse. Tiene la rodilla hinchada por una vieja lesión. Se mueven por aquella zona selvática porque los operativos militares los fueron cercando. Al otro lado del río quedaron los cuerpos de dos guerrilleros rezagados. Al parecer los remataron. Lo peor que les puede pasar a estas alturas es que capturen al comandante, a Tirapavas, y fusilen al resto. Cree haberlo visto todo en ocho días: ha saboreado el hambre, conoce los delirios de un compañero enfermo de paludismo, los estragos de la manigua, ha visto morir, ha visto matar, ha oído las bombas que caen del cielo con su silbido letal. Llevaba ocho días sin ver a su mujer y ya la extraña. Sabe que ella seguirá al frente del periódico, sacándolo casi en la clandestinidad, redactándolo casi sola, con un amigo, con un fotógrafo. ¿Lo que más pesa es vivir sin escribir? No. Lo que más pesa, en el monte, es la rodilla luxada. Y la perspectiva de no volver a ver a sus cuatro hijos. Piensa en Lucero, la mayor. Piensa en su naricita cleopatra. Piensa en su pelo ondulado, en sus ojos negros. La imagina de grande, convertida en reportera, en los staffs de un periódico nacional. Piensa en su hijo con el que comparte el nombre y la sangre, pero aunque trata, lo encuentra informe: no comparece ante su memoria. El rostro del niño es un reflejo en un charco revuelto. Ahora un rugido. ¿El de su estómago? Hambre. No puede pensar en nada más. Está en los huesos. Las tripas

roen las cavidades. Es tan sonoro el lamento de su estómago que el comandante, desde su trinchera de juncos a cinco pasos, le hace un gesto con las cejas arqueadas. En la señal advierte que los soldados, a diez metros, lo pueden oír, y entonces empezará el tiroteo. ¿Pero cómo obligar a un estómago vacío a no lamentarse? La orden de Tirapavas es dejar que se vayan. No enfrentarlos. Evadir el cerco. Son siete contra veinticinco. No tiene suficiente munición. No hay salida. Un ruido se oye entre la tropa. Voy a cagar, dice un soldado. Lo oye nítido, y oye las risas del otro centinela. El soldado se acerca hacia los juncos y las raíces del árbol donde está oculto Tirapavas. Desata el cinto y se acurruca al frente. Donde está puede ver la postura privilegiada de Tirapavas para disparar sobre el soldado. El soldado ni siquiera lo advierte. Puja. Los muslos blancos y mórbidos como yucas hervidas. Casi oye la respiración. Su sobrepujo. Tirapavas puede matarlo a quemarropa. Un tiro a bocajarro. Con una calibre 16. Le destrozaría la cabeza como una papaya. Boom. Pero sería tal vez el último tiro que disparase el comandante. Ahora el hedor. El soldado está suelto. Hay sangre en la hez. Debe tener disentería. El soldado busca una hoja para la limpiarse. Entorna la vista. Lo ve. A Tirapavas. Es un instante. Definitivo. Un destello. La fiera que ve a la presa. Pero ahora los roles se han invertido. La presa cazará a la fiera. Tirapavas apunta. El soldado empalidece. El centinela habla a diez metros. Pregunta si necesita papel. Si el soldado responde al sarcasmo, no habrá de otra: disparar. Si no responde, no habrá de otra: disparar. El soldado cierra los ojos, inclina la cabeza entre las rodillas y grita: ¡Bandidos! Un grito de horror, que es una alerta. Al mismo tiempo, el tiro calibre 16 le revienta la cabeza. Es el fin. Por fin. Así comienza. Perfil para subir a Wikipedia Estamos en los años sesentas. Crisis de los misiles. Mayo del 68. Woodstock. Nixinger: el dúo dinámico. Guerra en el sureste asiático. Al final de la década, el presidente de Estados Unidos ordena un bloqueo marítimo a las costas de Vietnam del Norte y un periódico rojo colombiano llamado El Trópico comenta así la noticia en su editorial: «Resulta curioso que en un país como los Estado Unidos, donde es peligroso ser candidato a la presidencia de la República, por los atentados de que son víctimas, el presidente Richard Nixon con una actitud parecida a la de los esquizofrénicos autores de dichos atentados, señale al mundo su peligrosidad abocándolo al peligro de la tercera y definitiva guerra. Porque no otra cosa es lo que ha hecho al ordenar el bloqueo a las costas marítimas de Vietnam del Norte, violando leyes internacionales de libre navegación y comercio, sólo por crearse una fama criminal para que el pueblo norteamericano lo reelija en el cargo de jefe de esa nacionalidad.» Puro estilo Trópico. La prosa empieza irónica, pasa a sarcástica y llega a energúmena, alocada, subjetivista, con énfasis escritos en mayúsculas, y descalificaciones a políticos salpicadas de epítetos: «Este sujeto, Sandoval, no tiene más méritos que el de haber estado preso en Bucaramanga por estafa de $10000 que hizo al periódico Amarillo Vanguardia Liberal, y preso también por otra estafa de $4000 que practicó al hoy extinto periódico LA MENTIRA. Pero ahí no acaban los méritos de SANDOVAL: personas serias que lo conocen desde San Gil, aseguran

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que ese sujeto es un PEDERASTA, o sea HOMOSEXUAL desaforado; en otras palabras el tal SANDOVAL es ma… ma… macho pero remacho macho de esos “machos” que cuando ven a una mujer dicen: NO MIRO, NO MIRO Y NO MIRO. Y dando la salvedad que SANDOVAL no sea PEDERASTA, que lo compruebe con el certificado de examen médico.» Las entradillas son consignas: «Que todavía existen los llamados CACIQUES del pueblo, o dirigentes de la burguesía reinante, mandaderos de los mismos y sin criterio ni valor civil; de eso no cabe la menor duda. A ellos nunca les ha interesado el pueblo si no es para EXPLOTARLO, robarlo y hacerle toda clase de maldades (…) Es así como esta jauría hambrienta de dinero y más dinero se ha lanzado a la ofensiva a fin de tratar por todos los medios posibles que la nueva Entidad de Beneficio Popular que se denomina Cooperativa de asistencia social no sea reconocida legalmente por el gobierno» Los destacados son proclamas: «Para completa desgracia de esos LIMPIABOTAS de la OLIGARQUÍA, el pueblo les ha volteado la espalda, por eso nunca más acudirán a pedirles auxilio, porque ya comprendieron, aunque tarde, que con una mano LARGAN EL PAN, pero con la otra hunden su ponzoña venenosa. El pueblo comprendió su horror y por eso se está organizando él solo, sin malas compañías y para su propio beneficio, para defenderse un poco de la explotación voraz que viene siendo» El mensaje de fin de año, 1972, es ácido: «Desearles venturoso año (a los lectores) no dejaría de ser una frase de cajón, un formulismo, porque VENTUROSO año, cualesquiera sea este, no será mientras exista la opresión, la miseria, la falta de drogas, la educación, de créditos, de trabajo. No será VENTUROSO año para los colombianos mientras exista la clase privilegiada en el poder. O si existe la VENTURA, será para esos oligarcas, porque lo que es para el pueblo, solo seguirá el yugo explotativo de quienes amparados por lo que llamamos leyes, se roban todo el trabajo del pueblo, y además entregan la patria a los imperialistas yanquis.» En estos párrafos está contenido el tono, el estilo y el destino que llevará al director, editorialista, editor, publicista y secretaria del periódico El Trópico a pasar de las palabras a la acción directa, de las denuncias, al radicalismo total. Jaime Ramírez Ramírez nació en Santander de Quilichao, Cauca, en 13 de junio de 1935. Se graduó del instituto Técnico Industrial y llegó a San Vicente de Chucurí en 1950, donde ejerció la profesión de dentista. Contrajo matrimonio en 1956 con Gabriela Rueda y tuvo cuatro hijos. En sus primeros años de juventud se vinculó al deporte convirtiéndose al poco tiempo en líder cívico del gremio. Tras su debut en política se incluyó en una lista como concejal del municipio por el MRL (Movimiento Revolucionario Liberal). Fue propietario y

cofundador del periódico El Trópico (septiembre de 1968) y lo dirigió hasta octubre del 71. En 1970 fue diputado a la asamblea de Santander por la Alianza Nacional Popular y presidente del concejo en San Vicente de Chucurí… Aquí se estropea el perfil. Estoy trascribiendo la única nota biográfica que hallé en un Trópico de 1973, a un año de su desaparición, y el editorialista se llena en este punto de adverbios y adjetivaciones características de periodismo rojo que procederé a editar: Siendo víctima de una persecución permanente y de atentados contra su vida (comprobados y no castigados), finalmente llevado a concejo verbal de guerra por el cual estuvo un año arbitrariamente detenido sin que se le definiera su situación. Murió en las montañas de Santander, en la vereda Cruz Roja, municipio de Simacota, el 24 de enero de 1973. Vivió y murió combatiendo. Listo para montar en Wikipedia. Ya no serás más un desconocido. Camilo Torres: El cura guerrillero El 1966 sucedieron algunos hechos que contribuyeron a que arraigara la idea de que la sociedad colombiana no podía revolucionarse jamás. Si bien la guerrilla del ELN y la autodefensa de Marquetalia (FARC) se convirtieron en ejércitos que ocupaban terrenos propios donde el Estado no ejercía presencia (los demagogos llamaron al fenómeno Repúblicas Independientes) el término revolución había sido lo suficientemente manoseado ya por los líderes tradicionales que se hicieron llamar revolucionarios para hacerse con una tripa en la piltrafa del poder: Alfonso López Michelsen, un heredero al trono, fundó un partido político llamado Movimiento Revolucionario Liberal que no era revolucionario pero sí liberal, para diferenciarse del partido oficialista, y Carlos Lleras Restrepo, tercer presidente elegido dentro de la repartición del poder llamada Frente Nacional se hizo pasar por revolucionario que recogía las banderas de Jorge Eliécer Gaitán para permutarlas por tierras y darlas al pueblo; ni el uno se emancipó del liberalismo, ni el otro entregó las tierras que necesitaba el pueblo. Mientras tanto, los latifundios crecían, la violencia impune de los campos se generalizaba y el inconformismo llevaba a un sector cada vez más amplio de la sociedad a rechazar la repartición de poder que hicieron conservadores y liberales en 1957. Fue 1965 el año que eligió Camilo Torres Restrepo, un sacerdote sublevado al clero y contra el gobierno para irse a la guerrilla. Había fundado el periódico Frente Unido y luego un movimiento político de orientación marxista bajo el mismo nombre que tuvo como plataforma ideológica algunos puntos beligerantes. Los políticos al oírlo, decían que el cura estaba loco. La gente, que perfilaba para guerrillero. Tal vez no estuviera tan loco y tal vez la elección de hacerse guerrillero se tomó en el abismo. La plataforma del Frente Unido le presentó al pueblo colombiano por primera vez un proyecto político que no se parecía a nada y que era visto como una amenaza por los poderhabientes, los terratenientes y toda la cáfila que gobernó a Colombia desde la “independencia” de España. Resumo el proyecto del cura loco: «Los que poseen el poder constituyen una minoría de carácter económico que produce todas las decisiones fundamentales de la política. Esta minoría nunca producirá decisiones que afecten sus propios intereses ni los intereses extranjeros a que está ligada. Lo que hace necesario un cambio. Objetivos:

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Reforma Agraria: La propiedad de la tierra será la del que la esté trabajando directamente. El gobierno designará inspectores agrarios que entreguen títulos a los campesinos que estén en estas condiciones, pero procurará que la explotación sea por sistemas cooperativos y comunitarios, de acuerdo a un plan agrario nacional, con crédito y asistencia técnica. No se comprará la tierra a nadie. La que se considere necesaria para el bien común será expropiada sin indemnización. Los cabildos indígenas estarán en posesión real de las tierras que les pertenecen. Reforma Urbana: Todos los habitantes de casas en las ciudades y pueblos serán propietarios de la casa donde habiten. Toda habitación sin utilización suficiente a juicio del gobierno, tendrá multa para el propietario, la cual será invertida por el Estado para planes de vivienda. Planificación: Se hará un plan de carácter obligatorio, tendiente a sustituir importaciones, aumentar exportaciones e industrializar el país. Política tributaria: Los salarios no serán gravados. Los bancos, las compañías de seguros, hospitales, clínicas, centros de fabricación y distribución de drogas, transportes públicos, radio, televisión y explotación de los recursos naturales, serán del Estado. El Estado dará gratuitamente educación a todos los colombianos. La educación será obligatoria. La propiedad del subsuelo será del Estado. No se darán concesiones a petroleras ni compañías extranjeras sino bajo las condiciones siguientes: que la participación del Estado no será inferior a 70%. La distribución y producción de los combustibles serán servicios públicos bajo control del Estado. Los salarios de los obreros y empleados serán iguales a los de los extranjeros de la misma categoría. Colombia tendrá relaciones con todos los países del mundo. El estado implementará un plan de salud gratuita para todos los colombianos que contemple todos los aspectos relacionados con desempleo, invalidez, vejez y muerte. Habrá sanciones para los padres de niños abandonados. La protección de la mujer y de los niños será asegurada por la ley. El presupuesto de las fuerzas armadas será adecuado a su misión sin afectar las necesidades de salud y educación. La defensa de la soberanía nacional estará a cargo de todo el pueblo colombiano. La mujer participará en pie de igualdad con el hombre en las actividades económicas, políticas y sociales.» ¿Loco? No; ingenuo. Cuando comprendió que toda su propuesta no se podría imponer con palabras, supuso que la podría imponer por la fuerza. Destino: la guerrilla. Pero no por seducción del mal; por un sentido idealista del bien común: en un mundo donde la tierra es un bien sujeto a propiedad privada toda reflexión sensata lleva a una consecuencia lógica advertida ya por Marx y por Ambrose Bierce. Por razones literarias, prefiero la de Bierce: «Significa que algunos tienen el derecho de impedir que otros vivan, puesto que el derecho a poseer implica el derecho a ocupar con exclusividad, y en realidad siempre que se reconoce la propiedad de la tierra se dictan leyes contra los intrusos. Se deduce que si toda la superficie del planeta es poseída por A, B y C, no habrá lugar para que nazcan D, E, F y G, o para que sobrevivan si han nacido como intrusos.»

La reforma agraria de Camilo Torres era inviable, por lo mismo que causa ampolla la expropiación en el bolivariano país vecino: porque se parece a robar; aunque sea robar al que hace cien años fue el ladrón. El sistema capitalista se sostiene por el incentivo y el deseo. El que nace en la riqueza la defiende, y el que nace pobre quiere trepar y poseer. En la ascensión piramidal la conciencia del trepamundo es el distintivo de la manada: el deseo de posesión. Ni el que posee abandonará su posición, ni el que nace pobre renunciará a su aspiración por poseer. La reforma urbana era aun más insostenible: se podría reformar la distribución de la tierra comprando el exceso de tierra inexplotada y dándosela al que no tiene bajo la condición de un mínimo de producción (no sólo para consumo propio, sino para la seguridad alimentaria del país). Tierra comprada y cedida para la producción. Pero la expropiación de la vivienda urbana era institucionalizar la pobrecía, el asistencialismo, la holgazanería. Tenía razón, aun la tiene, en aquello de que el Estado debe ser el dueño de los servicios públicos, las tecnologías de la comunicación, la energía y el transporte. Se equivocaba en la mirada miope sobre las leyes del mercado internacional. Tenía razón en la igualdad de condiciones para la mujer. Se le olvidó, como casi siempre solemos olvidar, que el problema es demográfico: entre más hombres haya, más violencia habrá; mientras más gente nazca, más pobreza habrá; mientras más gente llegue, menos agua, menos comida, menos selva, más detritus. A razón de un hijo por cada dos, uno por ley y nada más, la línea aritmética decrecería. Pero el Frente Unido del cura Camilo Torres nunca se pronunció sobre la pastilla anticonceptiva. Tal vez nos equivoquemos, tal vez todos seamos hijos de Dios y tengamos derecho a la vida. Suena bien, demócrata-cristiano, pero tener derecho a nacer en un basurero no es precisamente tener derecho a la vida. La plataforma fue presentada a la sociedad colombiana y aprobada por el jefe del Frente Unido, Camilo Torres Restrepo, el 22 de mayo de 1965, en el campus de la Universidad Nacional en Bogotá. Dos meses después, el Frente Unido rompe lazos con los Demócratas Cristianos, con el Partido Comunista y todos los que colaboraron en su fundación. En septiembre, otros amigos más cercanos le retiran su apoyo al cura loco. En octubre, el gobierno empieza a buscar el eslabón que vincula al cura y la guerrilla del ELN. Y en noviembre de 1965 es el tipo más buscado por los cuerpos de seguridad del país. Camilo Torres ha desaparecido de la vida pública, de su cede política en el centro de Bogotá y de su casa para convertirse en el modelo de revolucionario a seguir. La fuerza. No las palabras.

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Gustavo Rojas Pinilla: El dictador demócrata Sin comprender a Camilo Torres, es difícil comprender a nuestro preboste, y a muchos cerebros fugados a las filas de la guerrilla. Los fines que consiguieron fueron los mismos: el sacrificio. Los medios que utilizaron se parecían: ambos hicieron una declaración de principios con palabras, ambos fundaron un periódico, ambos terminaron enfilados cuando las palabras fueron insuficientes y decidieron pasar a las acciones. El radicalismo son las acciones, no las palabras. Camilo Torres murió antes que Jaime Ramírez pudiera conocerlo en las montañas de San Vicente de Chucurí y el panorama político se enrareció en Colombia. Nadie parecía tener una voz disidente capaz de tomar la mortaja de Camilo y revestirse con su proyecto político de oposición al Frente Nacional, hasta que empezó la campaña presidencial para 1970. Entonces algunos aprendices de revolucionario que habían quedado en orfandad con la muerte del cura vieron surgir una influencia inesperada y de mayor peso que el desmoronado Frente Unido: la Alianza Nacional Popular, ANAPO. Es ahí cuando entra Rojas, el oxímoron: un dictador convertido en demócrata. A él se le oyó por primera vez reivindicar a Camilo y a los curas rebeldes: «No es rebeldía porque el clero joven está siguiendo las instrucciones de su santidad. Al contrario es una sumisión a las directrices del romano pontífice que ha visto que la salvación de la iglesia está en seguir la doctrina de Cristo. Es decir que el sacerdote está al lado del pobre, del necesitado para poder ayudar y no al lado del poderoso.» En palabras de sus detractores, Rojas era ahora un perro que quería vestirse con las pieles del zorro, y para simularlo mejor, caminaba en las puntas de los pies con un rabito hirsuto y peludo, pero mostrando afilados dientes. Sabía que la oligarquía industrial lo puso en el poder cuando la oligarquía latifundista sintió amenazados sus intereses. Sabía que cuando los intereses de los industriales volvieron a estar seguros, la misma oligarquía le arrebató el poder con paros y protestas y jeremiadas, dejando en claro que había sido sólo un títere usado de pacificador. Ahora pretendía hacerse al gobierno por la elección popular, y para ello intentó cautivar a lo que llamaba, en su marxismo no leído, «las masas», a las ingentes hordas de hambrientos que no habían recibido del Frente Nacional la acostumbrada piltrafa de carne humana con que la plutocracia contentaba al pueblo. Pinilla ofreció a Camilo Torres una cuota burocrática en su futuro gobierno a cambio de adherir la propuesta del Frente Unido a la Alianza Nacional Popular, pero Camilo Torres rehusó y un mes después se vinculó a la guerrilla. El Frente Unido se desmoronó tras la muerte de Camilo. Entonces el dictador demócrata retomó a título personal la plataforma ideológica del Frente Unido, maquilló la reforma agraria, la parlamentaria, el plan económico y la reforma a relaciones internacionales y la predicó como propia (usando matices y medias tintas que para Camilo Torres hubieran sido demagogia pura): «Sin perseguir a los ricos hay que ayudar a los pobres, porque los pobres constituyen la inmensa minoría de la nación… es necesario darle garantía al capital para que puedan invertir y hay que darle garantía al trabajador para que gane lo suficiente para poder llevarle la paz al hogar humilde…»

Quería ser identificado con el cura, como protector de los pobres y de los trabajadores. Por eso usaba el mismo decálogo, pero borrando sutilmente el socialismo revolucionario de las tesis de Camilo y poniendo en su lugar contradicciones imperdonables. Y eran las tesis del Frente Unido las que habían convertido en proyecto político las arengas y proclamas de una guerrilla (el ELN en Simacota): «La educación se encuentra en manos de negociantes que se enriquecen con la ignorancia en que mantienen a nuestro pueblo. La tierra es explotada por campesinos que no tienen dónde caerse muertos. Los pequeños y medianos productores ven arruinadas sus economías ante la cruel competencia y el acaparamiento de los créditos del capital extranjero y sus secuaces vendepatrias. Las riquezas de todo el pueblo son saqueadas por los imperialistas norteamericanos.» El único punto que el dictador demócrata dejó como estaba fue la educación: debía ser obligatoria. Pero no estuvo de acuerdo en llamar expropiación latifundista a la reforma agraria, porque sabía que por menos que eso lo podían volver a derrocar. Se declaró enemigo de los monopolios pero no prometió eliminarlos, habló de un programa de vivienda barata y de la nacionalización del banco de la República, pero no de vivienda obligatoria ni de nacionalización de los servicios públicos ni de la industria. Anunció la eliminación de las embajadas para reorganizar el ministerio de relaciones exteriores y habló de una cobertura total, durante su posible gobierno, de servicios hospitalarios gratuitos. Con ese traje tejido de ideas prestadas disfrazó la precariedad de su proyecto, recorrió la costa, Caldas, Risaralda, Quindío, Antioquia, el Valle del Cauca. Sus capitanes (el ex dictador no tenía en las alas de su movimiento jefes de campaña sino “capitanes”, ni asesores, sino “mandos medios”, ni seguidoras, sino “comandos femeninos”) lo ensalzaban como el sucesor de una línea de caudillos visionarios cuya estirpe se remontaba a José Antonio Galán (un traidor), pasaba por José Hilario López (un draconiano), Rafael Uribe Uribe (un proto-fascista), y acababa con el último caudillo del pueblo: Jorge Eliécer Gaitán (caudillista). En noviembre de 1969 Rojas Pinilla viajó a Santander y desde la ciudad obrera (Barrancabermeja), se desplazó en helicóptero a hacer visitas en los pueblos aledaños. Uno de esos pueblos era San Vicente de Chucurí y allí lo esperaba Jaime Ramírez y los staffs de El Trópico junto a la turba de pobres que arengaba a su favor. La manifestación fue multitudinaria. La gente acudió más por ver al viejo general que el 13 de junio de 1953 dio el golpe de estado y envió brigadas del ejército a cubrir las zonas rojas que la policía chulavita arrasó, obligando al pueblo a organizarse en cuadrillas. Con la presencia del ejército y el desmonte de la policía partidista, Roja había logrado detener las matanzas que siguieron a la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y que en San Vicente de Chucurí dieron lugar al encono y al nacimiento de una guerrilla indomable: la de Rafael Rangel, ancestro inmediato del Ejército de Liberación Nacional. La gente de Chucurí veía a Rojas Pinilla como un salvador. No sabían de qué, pero sentían que en su presencia estaban salvados. Jaime Ramírez, por su parte, tampoco olvidaba ese 13 de junio del golpe militar. No tanto por los relativos alcances del hecho, como porque era la primera vez que un acto trascendental y político coincidía con la fecha de su onomástico. Era dado a estos

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encuentros del azar y de la astrología. En su periódico siempre hubo espacio para las travesuras del hado. En cada número podía leerse un mosaico de efemérides y datos curiosos que redactaba él mismo como por desentrañar la providencia oculta en los hechos numinosos, en coincidencias sobrenaturales: «Dos presidentes de Estados Unidos, Kennedy y Lincoln estaban empeñados en los derechos civiles para los negros. Lincoln fue electo en 1860 y Kennedy en 1960. Ambos fueron asesinados un día viernes. Ambos fueron asesinados en presencia de su esposa. Los asesinos: De Lincoln, John Wilkes Booth, nacido en 1839. De Kennedy, Lee Harvey Oswald, nacido en 1939. Ambos, Booth y Oswald fueron asesinados antes de ser ajusticiados. Lincoln y Kennedy perdieron hijos mientras vivían en la Casa Blanca. El secretario de Lincoln, cuyo nombre era Kennedy, instó a que no fuera esa vez al teatro en el cual fue ultimado. El secretario de Kennedy, cuyo nombre era Lincoln, instó a que no fuera esa vez a Dallas, Texas, en donde sería ultimado. Ambos presidentes fueron sustituidos por hombres de apellido Jhonson. Ambos Jhonson eran sureños y demócratas. Ambos Jhonson sirvieron al senado de los Estados Unidos en sus épocas antes de convertirse en presidentes. Andrew Jhonson nació en 1808 y Lincoln B. Jhonson nació en 1908.» Decidido a hacerse con una entrevista exclusiva a Rojas Pinilla, lo abordó por dicha casualidad: su cumpleaños que coincidió con el 13 de junio del golpe de Estado: “Fue el mejor regalo de cumpleaños que me han dado”, dijo, y al viejo ex dictador le hizo gracia, sonrió al concejal y empezaron una charla animada en la que el dictador demócrata se mostró interesado por el periódico del preboste: El Trópico. Después de la concentración de la plaza, del whisky de marras, el almuerzo calórico excedido en yuca rehogada y plátano frito y los discursos en los que la oratoria caudillista y el espíritu proselitista del ex dictador conectaba con los presentes que interrumpían con ovaciones, Jaime Ramírez quedó perplejo de ver que las tesis de Camilo Torres no desaparecieron tras la muerte, sino que venían revertidas al discurso de Rojas y la ANAPO. No vio en ello la artimaña electorera. Sintió que Rojas era el salvador que requería la verdadera revolución. Se obnubiló oyendo al caudillista, que a veces era draconiano y a veces fascista. Al final de la manifestación, el propio Rojas Pinilla le ofreció a Jaime Ramírez ser el candidato a la asamblea departamental por su partido, y María Eugenia Rojas (la capitana, hija del general) concretó con Jaime Ramírez que El Trópico se pondría al frente de la campaña que el partido había dispuesto para cautivar el voto de su electorado a nivel nacional. Dicha estrategia consistía en voluntarismo: adelantar brigadas de salud gratuita a los sectores más alejados de las poblaciones y de los campos. Ramírez aceptó la propuesta y se ofreció a dirigirla, no sólo por ser su profesión la de dentista, sino porque le permitía hacer proselitismo por su reciente elección como concejal del municipio y sus aspiraciones para ser presidente de dicho cuerpo. Fue entonces cuando empezaron los problemas, dimisiones y renuncias al interior del periódico.

San Vicente de Chucurí: El Trópico Fue en septiembre de 1968 cuando un grupo de ciudadanos notables de aquel pueblo despeinado en la Cordillera de los Cobardes fundaron el quincenario El Trópico. Cuatro años atrás, en ese mismo pueblo, se fundó el Ejército de Liberación Nacional, ELN. En zona rural de ese pueblo murió Camilo Torres. Y en ese pueblo fue donde se radicó el dentista Jaime Ramírez después de un breve trotamundeo por Colombia hacia 1950. La planta oficial del periódico que figura en el primer número está compuesta por José Joaquín Forero Navas (Director); Jaime Ramírez Ramírez (Gerente de publicidad); Luis José Otero Ardila (Gerente Tesorero); Baltasar Quijano Ossa (Jefe de Redacción), Genaro Gómez Serrano, David Rueda Quijano, Luis Alfrero (sic) Otero Gómez (Consejo de Administración). Está fechado el 1 de septiembre, editado en Bucaramanga en Servicio de Linotipo, y desde entonces promete ser un periódico con pluralismo de credo y sin sesgo político: «Los directivos de El Trópico tenemos nuestro color partidista, y para satisfacer curiosidades repetimos que el Director, así como Jaime León Pinilla y Edmundo Orduz Monroy, pertenecemos al Partido Liberal, y José Joaquín Forero Navas y Luis José Otero Ardila, al conservador. Pero unidos, eso sí, para exigir lo que San Vicente merece y para solicitar cambios de funcionarios ineptos así sean de cualesquiera de los partidos políticos.» Un año después, tras la visita del dictador demócrata, los staffs mudan de composición: el director baja de rango a segundo reglón, el Gerente de Publicidad asciende a Director y Propietario, y en el resto de la plana empiezan a desaparecer los nombres. Dos años más tarde la planta original desaparece y sólo firma el Director (Jaime Ramírez) y el reportero gráfico (Edmundo Ordúz Monroy). Tras dos años y los percances de un encarcelamiento, hacia 1972, el propietario sigue siendo el mismo Jaime Ramírez, pero el Director es ahora una mujer (su esposa, Gabriela Rueda), el redactor Luis Enrique Puentes y el reportero grafico Edmundo Ordúz; a cinco años del primer número ya no queda ni redactor, ni reportero gráfico y sólo firma el periódico su directora: Gabriela Rueda de Ramírez. Arriba, en un lugar de relevancia, figura el nombre de Jaime Ramírez, como fundador único, se edita en Editorial Nueva Jornada de Bucaramanga y se fecha en San Vicente, sábado 18 de octubre de 1975. Es el último número. Al menos el último que pudimos leer. ¿Qué ocurrió desde la declaración de principios del primer número donde cada miembro develaba su orientación política hasta su última etapa donde el periódico circula en la clandestinidad pregonando la rebelión popular? ¿Por qué desertaron sus fundadores?

Dos revistas enfrentadas La prosa partidista del siglo XIX fue suplantada por la prensa roja (revolucionaria) del silgo XX, que predicaba el arribo de la revolución y atacaba a todas las florecillas que se interpusieran a su paso. Al orientarse la línea política de El Trópico en favor de la ANAPO, predicando anticipadamente el arribo de la revolución con la candidatura presidencial del dictador demócrata, quedó roto el pacto de poner al periódico por encima del partidismo. Los colaboradores y fundadores que trabajaban en bancos y cooperativas y oficinas fueron

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amenazados de despido si seguían vinculados con nombre propio. Por tal motivo se vieron obligados a retirar sus firmas de los staff, pero siguieron enviado los textos. Un año después, cuando vieron el viraje abierto en favor de la ANAPO, lo tomaron como una patraña electorera y renunciaron a enviar más colaboraciones. Apenas natural, si se tiene en cuenta que el mismo debate se daba por aquellos años al interior de un órgano de ruptura y línea crítica: la revista Alternativa, el principal medio de izquierda en Colombia, fundada por García Márquez y Orlando Fals Borda (futuro premio Nobel y cabeza de la sociología colombiana). En el caso de Alternativa, fue Fals Borda el acusado de medias tintas, de filisteísmo intelectual, de pertenecer a una iglesia presbiteriana de Estados Unidos y de tener entre sus colaboradores a una “rosca” en busca de contratos y desinformación en la izquierda. En consecuencia, Fals Borda fundó revista paralela, de mayor formato y tiraje masivo y con el mismo nombre acompañado por subtítulo: Alternativa del pueblo. Y un lema: “Atreverse a luchar es empezar a pensar”, que planteaba una diferencia sutil pero abismal del lema de su contraria: “Atreverse a pensar es empezar a luchar”. Esa dicotomía contenía precisamente el muro invisible que separaba a la izquierda: teoría reaccionaria versus praxis revolucionaria. Y al separarse radicalmente la plana mayor de Alternativa, lograron plantearle al obrero-lector un dilema ideológico y ético enfrentándolo a dos medios simultáneos, de contenidos ideológicos parecidos, pero con enfoques divergentes. Alternativa a secas (de García Márquez) reviró, dijo que era competencia desleal fundar una revista con el mismo nombre: treta vil para desinformar al obrero. Toda la prensa roja, que se decía periodismo revolucionario para educar al pueblo, se atomizó en esos años con las mismas líneas y matices con que se dividían las izquierdas del mundo: los maoístas pro chinos de los guevaristas pro Cuba, los comunistas pro rusos de los revisionistas pro Trotski. El resultado casi siempre arrojaba revistas para facultades de sociología, pero no para repartir en las calles y “educar al pueblo”. Ni siquiera entonces, cuando en el país campeaba un hálito de inconformismo en todos los sectores populares y doce grupos guerrilleros nacían en todo el territorio, pudo la izquierda ponerse de acuerdo. El Trópico, medio periférico, ni siquiera contaba en estos debates de alcance nacional, pero en sus páginas puede hallarse ecos de aquella polarización trasportada a la provincia. Como periódico, El Trópico adolece de los mismos males de toda prensa roja: no contiene ningún aporte al desarrollo de la técnica del periodismo narrativo en el siglo XX: no hay reportajes, no hay crónicas; los perfiles son pequeñas semblanzas de personajes locales. Con algunos se podría reconstruir la historia fundacional del pueblo, pero incluso para hacerlo hay que inmiscuir excesos de ficción porque las pocas entrevistas que hay para ello son registros someros de parlamentos, sin ambiente, sin enfoque, como discusiones de cafetería. La línea editorial revienta de hiel ideología mientras la ANAPO se juega todo en las elecciones del 70, y pierde. Pero a diferencia de Alternativa y Alternativa del pueblo, no se trata aquí de una ideología interiorizada, estudiada y coherente, sino precaria. Tal vez se deba a que en los staffs fundacionales de El Trópico había un solo profesional de periodismo (Delia García, licenciada en ciencias de la información por la Universidad de Antioquia) y ningún politólogo. Los modelos que tuvo Jaime Ramírez explican en parte el sesgo y el desatino periodístico: la revista Sputnik (equivalente de Selecciones pero dirigida a la sociedad soviética) los Boletines de Radio Habana que venían a vuelta de correo por los periódicos que mandaba a Cuba; El vector, órgano de la Federación Universitaria Nacional, editado en la Universidad

Industrial de Santander por Jaime Arenas Reyes (guerrillero) y Bisturí, publicación de estudiantes de la Escuela de Medicina, Universidad Nacional, dirigido por Julio César Cortés (guerrillero). Los ejemplares de estas dos últimas publicaciones de tinta roja habían llegado al pueblo por intermedio de Heliodoro Ochoa, quien pertenecía a las redes urbanas del Ejército de Liberación Nacional en Barrancabermeja y Bucaramanga y quien rendía cuentas al Estado Mayor del ELN (que por entonces operaba en las montañas de San Vicente). El periódico estaba siempre mal armado, con artículos farragosos que se cortaban a la mitad y pasaban a la última página. Desiertos de letras sin abrevaderos de imagen. A mediados de 1975, en la batalla de las dos revistas enfrentadas (Alternativa & Alternativa del pueblo), vencerá la línea García Márquez & co, y con un equipo que poco a poco mejorará las plumas (Arturo Alape, Antonio Caballero, Enrique Santos Calderón, diagramación de Manuel Vargas); con reportajes y crónicas y reproducciones de medios internacionales se convertirá en el modelo a seguir por El Trópico en su última etapa, pero ya es demasiado tarde: Ramírez lleva dos años muerto y el periódico tiene sus días contados. Del periodismo de izquierda al periodismo revolucionario La frontera que separa al periodismo de izquierda del periodismo revolucionario es sutil, por tanto confusa: una evolución constante hacia el sectarismo en medio del cual se depuran las ideologías o se radicalizan. Supongo que el periodismo de izquierda es un estado previo a una fase mayor: periodismo revolucionario (de acción). Pero las características de ambas líneas se confunden con los problemas de linderos que se dan al interior de la izquierda. Para dilucidar a fondo ambas fases (con riesgo de salir aun más confundido que antes) podrían reseñarse un par de artículos y dos cruces editoriales aparecidos en Alternativa (García Márquez) y ALTERNATIVA DEL PUEBLO (Fals Borda). «Alternativa se depura» apareció en la página 8-9-10 de la revista Alternativa #19, en 1974. En la contraportada, Alternativa anuncia que ha mudado de colaboradores y de sede, que nadie done plata a la antigua dirección, que por ahí circula otra alternativa que es una fals-a publicación para confundir al pueblo. En las páginas internas viene el artículo acompañado con las portadas de todos los números de la Alternativa real, y en ese artículo adelantan algunas ideas sobre periodismo de izquierda, mientras se describe fielmente la división entre bandos en el corazón de la revista: «Alternativa se ha depurado, luego del proceso de contradicciones políticas que se han operado en su seno a lo largo de nueve meses. Es indispensable enfrentarlo, porque la clarificación de dicha función depende el futuro de ALTERNATIVA. El desarrollo de una prensa al servicio de la revolución colombiana es reciente y sus alcances han sido limitados. Claro que a lo largo del siglo ha habido valiosos esfuerzos por sostener e impulsar este tipo de publicaciones, como es el caso de VOZ PROLETARIA. También es cierto que en los últimos 15 años han circulado ocasionalmente revistas y periódicos que se han planteado como oposición al sistema. Unas veces levantando en su seno una mezcla heterogénea de posiciones políticas apoyadas por una organización –caso MRL y de

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ANAPO- que terminan en simple populismo; otras –Caso Frente Unido- tendiendo a organizar un partido de izquierda sin contar con la indispensable organización popular.» Luego el articulista describe dos clases del periodismo de izquierda que son fases previas antes de alcanzar una categoría mayor llamada prensa para la revolución, o prensa revolucionaria: «Las publicaciones de izquierda, generalmente revistas intelectuales o más o menos agitacionales, imbuidas de marxismo. Estas, por su nivel teórico, su presentación abstracta, su poco contenido periodístico y, en general, su escasa aplicación a la situación colombiana, no han logrado desarrollar una tarea de envergadura. Y los órganos de grupos políticos, sea cual fuere su nivel de lucha, que por estar básicamente destinados a “trazar la línea” y salvaguardiar (sic) la homogeneidad de la organización, o por otras razones, son generalmente de reducida circulación (…) Hacemos la salvedad de que no hablamos de prensa revolucionaria por considerar presuntuoso hablar de algo inexistente. Porque este tipo de prensa sólo puede darse sobre la base del partido de la revolución o cuando se esté a las puertas del poder, lo que no es el caso en nuestro país. Recordemos el negro panorama del último año- la represión institucionalizada en los campos, la universidad destruida, el acallamiento permanente de todo órgano de denuncia o de lucha popular. Y en contraposición a esa situación, la necesidad siempre vigente de romper barreras. En torno a estas necesidades mínimas confluyen varios proyectos simultáneos y grupos heterogéneos –periodistas, investigadores, militantes de izquierda e incluso simples demócratas para dar nacimiento a Alternativa a finales del año pasado.» En seguida viene origen detallado de esa división que una de las dos Alternativas tomó como transición del periodismo de izquierda al periodismo revolucionario, y la otra Alternativa como simple perfidia contra-revolucionaria: «En 1970 el sociólogo O.F.B terminó un contrato con la oficina de las Naciones Unidas en Ginebra para desarrollar una serie de trabajos sobre cooperativismo. Se planteó por entonces una especie de rompimiento entre Fals y algunos funcionarios del organismo mundial, que Fals trató de capitalizar para reconstruir una menguada imagen dentro de la izquierda colombiana como resultado de lo que habían sido sus actividades universitarias y políticas en la época que precedió a su vinculación con las Naciones Unidas. En ese mismo año COEMAR, una comisión financiera de la Iglesia Presbiteriana gringa (a la que adhería Fals Borda después de estudiar en EE.UU) otorgó la primera subvención a un grupo de miembros de esa iglesia que desarrollarían actividades “para ayudar a la gente pobre de Colombia”. Algunos fondos adicionales provinieron de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) y el Consejo Mundial de Iglesias, un organismo protestante con sede en ginebra. El grupo se autodenomina desde entonces: Rosca de investigación social.» ¿Chisme? ¿Chiste? La ruptura entre periodismo revolucionario y periodismo de izquierda se dio así en el principal órgano de la izquierda colombiana en los años 70s: Fals Borda fundará con su equipo “Rosca” ALTERNATIVA DEL PUEBLO, en formato tabloide, con los mismo colores y diseño de la anterior Alternativa, y García Márquez replicará con un cable a los proletarios para que, uníos, no se dejen timar por tal argucia:

«CONSTITUYE MANIOBRA PERVERSA PARA CONFUNDIR IZQUIERDAS LATINOAMERICANAS, PROPORCIONANDO ARGUMENTOS DICTADURAS FASCISTAS CONTRA LAS CUALES TRABAJO. ESTE PROPÓSITO SE HIZO EVIDENTE CUANDO EL GRUPO “ROSCA” CUYA SUCULENTA FINANCIACIÓN ME PARECE SOSPECHOSA, INTENTABA MANIOBRAS INTERNAS PARA IMPONER EN “ALTERNATIVA” UNA DIRECCIÓN ENCAMINADA A FOMENTAR DIVISIONES IZQUIERDAS DESORIENTAN A LA CLASE TRABAJADORA, POR LO CUAL MAYORÍA DE SOCIOS DECIDIMOS SU RETIRO. AHORA “ROSCA” SE DISPONE PUBLICAR OTRA “ALTERNATIVA” DIVISIONISTA UTILIZANDO MI NOMBRE, QUE ME APRESURO A DESAUTORIZAR CONVENCIDO DE LA NECESARIA UNIDAD DE LAS IZQUIERDAS COLOMBIANAS» GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. CARTA AL LECTOR. Alternativa, número 20, noviembre de 1974. Sin embargo, ALTERNATIVA del pueblo, en su corto periodo de vida, se plantea por primera vez al interior del “periodismo revolucionario” colombiano las aspiraciones que le reprobaba como falencia la otra revista: reportajes históricos (Quintin Lame), crónicas (operación Anorí, Caída de Allende) y entrevistas a fondo con obreros de todo el país durante seis meses, tras lo cual anuncia inminente retiro de circulación: «El equipo editorial de la revista Alternativa del pueblo ha creído necesario hacer una pausa en la publicación. Varias son las razones que nos han llevado a tomar la decisión mencionada. En primer lugar hay suficientes razones económicas para ello. La circulación de la revista rebajó considerablemente. Una razón objetiva para ello fue el efecto de una campaña de desprestigio instaurada contra nosotros valiéndose de oscuros argumentos que ponían en duda nuestro carácter comprometido y revolucionario de la publicación. A esa campaña se sumó luego el sabotaje sutil, pero eficaz, de diversas autoridades y sus agentes que impidieron la expedita circulación de la revista, llevando incluso al decomiso, pérdidas de equipo, amenazas y encarcelamiento de algunos de nuestros colaboradores. La Revista, tal como lo reconocen cada vez más representantes de la clase obrera y campesina, más que un puro órgano informativo tendía a convertirse en un medio orientador, educador. Esta fue la parte esencial de nuestra política editorial: una vocación irrenunciable a educar políticamente a los trabajadores, tal como lo estábamos haciendo con la serie de artículos sobre la vida de la clase obrera. Otro aporte significativo lo constituyó la serie sobre las organizaciones revolucionarias colombianas. El impulso consecuente hacia la militancia se abre camino solo en base al conocimiento y estudio de las tesis y programas de las organizaciones de izquierda. La serie sobre Cuba ilustró sobre los avances de la primera revolución socialista de América Latina. La experiencia chilena sobre el periodo de la Unidad Popular no es ajena a nuestras realidades políticas y el inicio de su reflexión crítica fue otro aporte de nuestra revista. En el transcurso del tiempo en el cual no circulará la revista haremos algunas publicaciones en forma de cuadernos. El primer número hará una exposición crítica sobre el problema del “periodismo revolucionario”, analizando las características de la prensa de izquierda.» Ambos tenían razón y se equivocaron los dos: no hubo acuerdo. Ni en el periodismo de izquierda, ni en la izquierda colombiana. A Fals Borda y “Alternativa Rosca” se le pedía una definición política clara. Se le exigía mostrar los resultados de las investigaciones y convertirlas en planteamientos programáticos y delineamientos ideológicos. Fals Borda

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pertenecía a la escuela de sociología norteamericana que pretendía la objetividad de la ciencia social sin que el sociólogo se inmiscuyera en las acciones populares. Describir, no provocar. Alternativa (García Márquez& co), aun aturdidos, dando bandazos como todas las izquierdas del mundo, se preguntaban si la única prensa que podía mostrarse a favor de las clases populares era la prensa estrictamente partidista, se preguntaban si en el periodismo de izquierda cabía la profesionalización, si un periodismo revolucionario solo podía concebirse realizándolo a través de activistas políticos y gremiales que estuvieran inmersos en las luchas populares y, finalmente, si al hacer un periodismo popular, proletario y de masas, podía y debía la prensa de izquierda evadir técnicas, circuitos de distribución comerciales y minucias de administración financiera. A continuación se respondían que no importaba si la prensa de izquierda era partidista o no, pero debía hacerse una práctica periodística concreta con investigaciones, pero a la vez planteamientos políticos básicos, y no una revista de meros planteamientos teóricos amparada en un seudo-periodismo que pretendía ser de “bases para las bases” y a todos desinformaba. Se respondían que el debate debía ir a profundidad, que había que definir el papel de la prensa, su responsabilidad y compromiso adquirido para enfrentar los monopolios de medios de comunicación de masa. Se respondían que la calidad editorial, los canales de distribución y las técnicas administrativas no eran monopolios exclusivos de la burguesía. «En conclusión (#20 del 74) ALTERNATIVA reafirmó al depurarse su voluntad de no constituirse en un grupo político, de rechazar la fraseología seudo-revolucionaria desvinculada de la realidad, y de librar una lucha ideológica íntimamente ligada a las luchas políticas y gremiales. Contra-informar, producir informes sobre la realidad nacional, sacar a la luz pública la vocería de las bases populares y recoger las expresiones más significativas de la izquierda revolucionaria en su presente proceso de consolidación, no es un problema de ética calvinista. Es una tarea de eficiencia política y es en ese terreno donde debe situarse este debate.» A los seis meses acabó el debate: Fals Borda se puso a la sombra de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC, para reflexionar sobre el problema de la tierra en Colombia, sobre la invasión de baldíos y barbechos de engorde que el Frente Nacional dio como limosna para que los pobres hicieran su reforma agraria, dejando los latifundios fértiles en manos de los abolengos terratenientes. García Márquez siguió prestando su nombre para el comité editorial de Alternativa hasta que muchos de sus miembros fueron amenazados de muerte y tuvieron que salir del país o se morían. El M-19 sorprendió al país con tomas audaces durante una década, hasta que su Estado Mayor fue exterminado, vino la toma del palacio de justicia y una rendición disfrazada de proceso de paz que los reinsertó a la vida civil en 1990. El comando central del ELN fue pulverizado en Anorí en 1973. Las FARC soportaron con planteamientos ideológicos leninistas hasta los años ochentas, entonces fundaron un brazo político para enfrentarse al gobierno en las urnas pero cinco mil de sus miembros fueron exterminados; en el monte siguieron peleando y fortaleciéndose con una nueva riqueza que les dio el narcotráfico hasta convertirse en el ejército regular que casi arrodilló al ejército nacional a finales de los noventa, y el resto de la historia ya la sabemos. El EPL, disidencia maoísta de una guerrilla leninista se transformó en una pandilla de bandoleros. La CRS en una banda de asaltantes y secuestradores. El Quintín Lame fusilado en un 80% en purgas internas. El Ejército Revolucionario del Pueblo sofocado por la selva chocoana. Los restantes grupos guerrilleros cambiaron de bando o se dedicaron al mercenarismo porque la guerra se convirtió en una de las formas más pujantes de la economía nacional. La academia prefirió

estudiarnos con tipos ideales de sociedad que nunca encajaron con el nuestro, los izquierdistas se transformaron en mamertos cuando el revolucionario que había en su corazoncitos empezó a expresarse en arengas y teorías incompatibles con la realidad, y los revolucionarios burgueses de diploma y cargo burocrático se fueron marginando de una eventual revolución (que de llegar a subir lo primero que haría sería quitarles el diploma y el sueldo), mientras que el destino de un periodismo revolucionario sin revolución se convertiría en un chiste que haría reír si no tuviera en medio tantas ilusiones malogradas y tantos muertos: proletarios del mundo, desuníos.

Crónica de una asonada En dos números del periódico puede reconstruirse la tirantez que campeaba en la época, la línea editorial y el impacto que tenía el único medio de información en un pueblo periférico: el sábado 23 de octubre de 1971 se publicó un intento de reportaje relatando los pormenores de un concejo verbal de guerra mediante el cual se encarceló al director de El Trópico y a los líderes de una asonada que llevaron a cabo dos mil campesinos y obreros para tomarse un terreno baldío y construirle un barrio popular. Una semana duró el concejo verbal de guerra contra los 14 capturados, integrado por un el capitán de la policía, cuatro mayores del ejército que hacían la veces de vocales, un capitán que hacía las veces de fiscal y un coronel que hacía las veces de presidente del tribunal. Los defensores fueron dos mayores y un teniente de la policía. El Trópico registró, con su facilidad por la hipérbole gratuita y el epíteto fácil (característica compartida por toda la prensa roja) aquel concejo verbal de guerra. Las correcciones de la siguiente cita han sido insertas a propósito para demarcar la diferencia entre prensa informativa y prensa revolucionaria, o lo que es igual, entre información y sesgo: «Fue convocado como represión y operación escarmiento para que las gentes no reclamen elementales derechos y especialmente para encarcelar a Jaime Ramírez Ramírez. Así actúa el gobierno opresor del señor Pastrana Borrero, representante de las oligarquías y de los explotadores. Este consejo de guerra comenzó a las tres de la tarde del viernes 8 de octubre y terminó a las nueve y quince minutos de la noche del día jueves 14 del mismo mes, con la lectura del siguiente veredicto por los jueces de conciencia y vocales, al responder cada uno de los catorce cuestionarios donde preguntaba si “es responsable o no del delito de asonada y atentado contra la seguridad”. En su afán de protagonismo quienes piden Justicia Social, ALEJANDRO GOMEZ HERRERA, ALIAS CHUZO, y su yerno Benjamin Cala Gamarra, así como Hildebrando León, El Tuerto Gilberto Camargo, José Ramírez Obando y otros, manifestaron que el paro campesino del 2 y 3 de agosto pasado, era para lograr más tarde el secuestro de Pablo García Rueda (un comerciante). He aquí algunas de las manifestaciones de esta GESTAPO: MANUEL CIPAGAUTA: “La chusmera Anita Larrota de Pico incitaba al paro.” JOSÉ RAMÍREZ OBANDO: “Vi que en el jeep del Incora viajaba, haciendo el paro, Pedro Blanco, Pedro Alirio Barrera y Alfonso Gómez García (miembros del Instituto Colombiano de Reforma Agraria) quienes tienen la culpa del desorden con Jaime Ramírez Ramírez.” Además (en forma muy afortunada por ciento, porque él, Jorge, es “muy de buenas”) encontró pegado en la pared del frente de su negocio un ANÓNIMO donde los subversivos decían que iban a envenenar el agua de los ganados de los ricos, y que esto se arregla

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haciendo diez entierros de primera, además, -en el mismo anónimo- dicen quienes lo escriben, que reciben órdenes de Jaime Ramírez Ramírez. LA EMISORA ECOS DE SAN VICENTE: Sin solicitárselo siquiera por parte de las autoridades (??) entregaron a estas los escritos donde los campesinos avisan a sus familiares allá en las veredas, que no pueden ir. Esta entrega de escritos la hace la emisora con el fin de que las autoridades se den cuenta de los actos que se realizaban el dos de agosto, etc. ALEJANDRO GOMEZ HERRERA, dijo: “Vi a Jaime Ramírez en el jeep de él llenándolo de gasolina y no he vuelto a ver el jeep. El paro campesino está ligado con el secuestro de Pablo García. Además Jaime Ramírez desapareció de San Vicente el 4 de agosto y solo llegó a San Vicente dos días después del secuestro de don Pablo”. EL TUERTO GILBERTO CAMARGO: “Vi que salieron del Incora con banderas de la Anapo y unos letreros en cartulina que fueron hechos por Alirio Barrera del Incora, ese individuo que no hace sino desacreditar al gobierno. Jaime Ramírez, Anita Larrotta y el líder Rivera, así como Pedro Chusmas, arengaron la gente en Buenos Aires y Jaime dijo que ningún paso atrás, hay que hacer la revolución, hay que acabar con los oligarcas. Esos subversivos y revoltosos son los culpables de todo. Y como San Vicente es muy tranquilo, todo se normaliza metiendo a la cárcel a los vagabundos del Incora y a Jaime Ramírez Ramírez”. (Este tuerto, el día del paro acercó el carro con gas cerca al taponamiento para que estallara y así matar a varios campesinos y además dijo a los campesinos que el paro así no se hacía, sino que debería hacerse haciendo tiros, echando piedra a la alcaldía y a los funcionarios a quienes habría que matar.)» El juicio arrojó como resultado el encarcelamiento por seis meses del director del periódico Jaime Ramírez y la adherencia y reacción favorable de los sectores populares al medio. Los números de ejemplares tuvieron que duplicarse al doble (12.000) por la expectativa que disparó la venta de ediciones en San Vicente, Barranca y Bucaramanga. Era la primera vez que un hecho noticioso ocupaba con nombres propios de vecinos conocidos las páginas de un periódico. Un grupo de notables hizo llegar carta a favor del director de El Trópico que fue publicada íntegramente en la siguiente edición, y en posteriores entregas se registraron pormenores del encarcelamiento de Jaime Ramírez y el destierro de los demás líderes en Bucaramanga. Encuentro en esos números sugestivos poemas escritos desde la prisión donde la voz del poeta anónimo escribe alegorías desde el punto de vista de los animales y anuncia una rebelión inminente contra los fabulistas. Hay advertencias de conspiraciones y planes para matarlos en las cárceles. Y hay, así mismo, el registro fotográfico del día que Jaime Ramírez pudo regresar al pueblo y de la recepción popular que tuvo el primer hombre público de San Vicente de Chucurí: el director de El Trópico. Una de esas fotos lo muestra con boina calada, elevado en hombros y saludando al pueblo con el brazo en alto (ver primera foto de este reportaje). Es la cumbre de su carrera como político y reportero. Parece arrobado, catapultado por el pueblo, cree que todos sus gestos serán acompañados por una rebelión popular. Es un ingenuo. De aquí en adelante, empieza el declive. Tarde o temprano Los tigres, los osos, los zorros y los leones Vendrán un día desnudos y furiosos

A reclamar sus pieles. El lobo, por su parte, buscará a los fabulistas Para ajustar sus cuentas. Las estrellas serán como un sol enemigo Para ciertos poetas que abusaron de ellas. Los niños verán desde muy pronto Lo que los padres no quieren que se vea en ellos. La historia no esperará cien años para pedir /balances Y los pobres del mundo vendrán a vuestras /ciudades A saciar sus hambres. Entonces os quiero ver amigos del progreso. Al guardián ¿Quién es el guardián? Un proletario. Es Pueblo. Humilde y sencillo. Irascible por su pobreza. Sueldo de hambre: mil pesos no líquidos! Su mujer, sus hijos, su familia, tienen hambre. Como todos los pobres, a veces sonríe. Sonrisa amarga. No hay para el diario, Ni el arriendo, ni para drogas, ni cine! El sueldo no alcanza. Debe vivir. Trabaja. Para él no hay horas extras remuneradas. Sus hijos piden de comer y la ropa. ¿Quién es el guardián? Un preso con sueldo. Vive tras las rejas, entre presos, como preso! La sociedad lo ha «condenado», envejece. No hay Aliciente. No tiene casa. Dura es la vida! Y pensar… y pensar… y pensar… Que hay quienes ganan diez, veinte, 50, cien mil pesos Y al mes! Y otros, millones al año Que no trabajan como el guardián, Y él, el guardián, sueldo de hambre! Lleva por dentro un problema, su miseria La miseria de todos los pobres, y sufre! Le hace frente a la vida con ardor El bien lo sabe, que en la cárcel sólo hay presos Los ricos no están presos! No desmayes, guardián, que algún día Seremos libres tú y yo, Y tu mujer y tus hijos y los míos. Seremos libres de estas rejas Y libres de esta pobreza, Porque en nuestra patria

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Los ricos serán menos ricos Y los pobres serán menos pobres. Confía en Dios y en el pueblo. (Desde un calabozo de la Quinta Brigada, en Bucaramanga, 1971)

“Periódico nauseabundo, ateo, antirreligioso, amoral, izquierdista, degenerado” Todo lo que empieza como un gran debate en la ciudad llega a la provincia en forma de caricatura. Así como Alternativa tuvo purga interna, El Trópico también halló su disidencia. Al compromiso adquirido Rojas Pinilla, respondió Jaime Ramírez con brigadas de salud y campañas a nombre de la ANAPO. En su periódico convertía datos cuantitativos en opiniones cualitativas: «Se ha logrado un servicio para aproximadas 700 personas entre niños y adultos que se beneficiaron con más de mil exodoncias, 320 vacunas diferentes, 320 consultas médicas, 135 muestras de sangre para análisis, 400 cortes de pelo, más de $ 15.000 en drogas donadas por el centro de salud, más de $2.500 entre cuadernos, libros y catecismos obsequiados por la Cooperativa de Ahorro y Crédito de San Vicente y el Almacén Lolanna del señor Guillermo Bayona Centeno. (…) También hemos visto solución a varias anomalías y un poco de mejor atención de parte de las autoridades para con los problemas sociales que criticamos; y, lo principal para nosotros, que los habitantes han tenido conciencia de sus deberes y derechos y acuden a nosotros para anunciar sus obras de adelanto así como sus necesidades.» Era imposible ocultar ya el abierto proselitismo de El Trópico pro ANAPO. Bajo las puertas empezaron a deslizarse anónimos en contra del director y de sus colaboradores. Un ataque abierto fue pronunciado de viva voz por el cura del pueblo, Néstor Díaz Ballesteros, quien se sintió atacado cuando el periódico cuestionó la construcción de una moderna y lujosa Casa Cural en un pueblo que adolecía inclusive de hospital. El cura, en su prédica dominical, se refirió al periódico con ira santa: «Periódico nauseabundo, ateo, antirreligioso, amoral, izquierdista, dirigido por amargados sociales». La réplica por parte de Ramírez no se hizo esperar: el 23 de marzo de 1969, en la página 2, reviró con sarcasmo al cura: «este mismo amargado social ha tomado la rienda en la organización de las brigadas cívico sociales de El Trópico donde con asocio de distinguidísimos galenos, de enfermeros, de peluqueros y del suscrito como odontólogo está tratando de calmar un poco las innumerables dolencias de nuestros semejantes tal como la misma religión y Dios lo mandan y lo exigen.» Ahora los panfletos vendrían firmados por una colectividad: Chucureños Francos, y las críticas se extendieron a todos los colaboradores del periódico: «Dirigidos para montar la infamia y la discordia por ese torpe e ignorante secuestrador y explotador de las sanas mentes campesinas, que no comprenden sus “Mal intencionadas brigadas” con ideas de un cerebro pútrido, víctima en muchas ocasiones de su propio

invento, por traficar con la falsedad y la mentira, ante la ignorancia de sus pocos y propios seguidores. Nido de crápulas sin ningún respaldo ciudadano, que pretenden ser los abanderados de la próxima administración y que están convencidos en solidarizar un pueblo, pueblo que los ha descalificado por sus procederes poco honestos y sin fundamentos sólidos pero muy mendaces.» La consecuencia directa de estos panfletos fue la amenaza hecha en la oficina, el banco, la cooperativa donde trabajaban los redactores del periódico de perder sus puestos. La mayoría de los miembros fundadores retiraron definitivamente sus colaboraciones. Y al asumir Jaime Ramírez la redacción de casi todos los contenidos del quincenario, les impuso su huella política, el sesgo intransigente que marcó la segunda fase de El Trópico, convirtiendo el editorial en una trinchera de sarcasmo atrabiliario y el remedo de periodismo de izquierda en embrión de periodismo revolucionario. Crónica de torturados El último intento de hacer un trabajo periodístico y testimonial se encuentra en un dossier que recoge las denuncias hechas por presos políticos en cárceles del Estado a una comisión del senado. Resultó que la mayoría de presos eran víctimas de una redada colectiva llevada a cabo por el ejército para desmantelar a los miembros de las redes urbanas y a milicianos del ELN. Los testimonios grabados de viva voz en las cárceles fueron publicados parcialmente por Vanguardia Liberal y El Espectador en agosto de 1972, pero fue El Trópico el que reprodujo las más escalofriantes, que fueron ratificados luego ante la comisión del senado. Aun hoy las torturas que aplicaron los militares en el Batallón Ricaurte, el DAS y el B-2 a los presos políticos siguen produciendo náuseas. Trascribo fragmentos: «Eleuterio Ortiz: Soy campesino. Fui detenido en el Municipio de Aguachica el 3 de Julio, en donde vivo, allí una hora más tarde, los del ejército me amarraron con las manos por atrás y me colgaron a una viga por 25 minutos, luego me dijeron que me iban a colgar tipo LANCERO y me amarraron de una vez los pies con las manos atrás y volvieron a colgarme a la viga por espacio de 25 minutos, en estas operaciones duraron como cuatro horas y cuando me tenían colgado me pusieron choques eléctricos en diferentes partes del cuerpo con un aparato al cual le daban vueltas con una manigueta y me hacían preguntas las cuales querían que les respondiera a su gusto; también colgado en la viga me dieron culatazos por las espaldas y por la cara, me dieron uno que me voló un diente; como prueba de las colgadas miren mis manos y verán mis cicatrices en las muñecas... Uriel Estrada: Fui detenido el día primero del mes de mayo del año en curso al llegar a un pueblito que llaman El Cerro del corregimiento de Simití (Bolívar) de donde fui trasladado a Barrancabermeja en donde me tuvieron dos días, en los que fui castigado por intermedio de la justicia, en una forma muy horrible me ataron de pies y manos y una toalla en la boca y me largaban al río, por un extremo del mismo lazo, me volvían a traer a la orilla cuando estaba sumamente apurado, cosa que con la toalla no me aguantaba. Eso ocurrió el mismo día de mi detención, en las horas de la noche… Álvaro Pérez:

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Fui capturado el 2 de julio de 1972 en el Socorro. Fui llevado al batallón Galán. Allí fui interrogado hasta el día 12 del mismo mes. Durante la interrogación utilizaron contra mí la tortura sicológica, el mismo día 12 me llevaron a un calabozo distinto, oscuro y escurre agua por todos lados. Estos son los mismos calabozos que son utilizados para sancionar a los soldados que prestan el servicio militar en defensa de la patria, este es el pago que ellos reciben (…) Ya llegamos a la Quinta Brigada, aquí nos recibió el mayor. En seguida nos trasladó al Ricaurte donde volvimos a ser encalabozados. El día 19 a las 11:30 fui llevado a interrogatorio donde duré hasta el día 22 a la una de la tarde, durante estos tres días fui torturado físicamente, fui esposado, maneado, vendado y luego choques eléctricos en diferentes partes del cuerpo, golpes de karate, especialmente en el estómago y sin probar comida ni agua durante los tres días… Isaac Pérez: En este batallón duré 15 días y me trataron a los hijueputazos y me decían frecuentemente que mi mujer y mis hijas se iban a convertir en prostitutas debido a mi situación… David Nieto: Allí amarrado me mantuvieron hasta las 2:00 a.m. cuando apareció un tipo y me amenazó con ponerme “el delator de mentiras”, para que hablara todo lo que me preguntaban, me levantaron con las manos amarradas atrás hasta ponerme colgado, solo tocaba el piso con la punta de los dedos de los pies y en esta posición me pucieron (sic) corriente en los tendones del brazo, lo mismo que en los pies… Orlando Belluci: Fui detenido en Barranquilla por el B2. Mi residencia fue allanada y decomisadas algunas cosas que no sirvieron de prueba, pero no he conseguido que sean devueltas. La alimentación que me dieron del 6 al 14 (9 días) fue de un pan y una tacita de aguapanela. El día 17 como a las tres fui llevado a interrogatorio, me llevaron a la capilla del batallón Ricaurte, sitio en el cual se oficia la santa misa a los militares que de por sí son “católicos y buenos cristianos”; allí fui vendado de ojos y de cabeza y atado con las manos atrás de una silla, en ese sitio en la mañana del día 18 un sargento de apellido Rozo trató de colgarme de las manos, había una viga, pero desistió porque dizque estamos “en un sitio sagrado”. Es de notar la honorabilidad y moral de mis torturadores ante el hecho de que mientras se me interrogaba se sustrajeron el cáliz de consagrar. Durante mis interrogatorios me tocó lavar la mierda de un anciano llamado Roque Pinto, al cual, según palabras de los torturadores, en medio de risas, manifestaron que lo habían hecho cagar. Aclaro que durante las colgadas se me revistió de trapos las manos para evitar las huellas de las torturas» A la asonada de campesinos, le siguieron seis meses de cárcel. Al salir, Jaime Ramírez volvió a San Vicente y fue recibido como héroe y mártir en la manifestación pública de afecto. Poco después fue recapturado sin motivo aparente y allanada su residencia. El Trópico hizo en la editorial un inventario de posibles causas para esta nueva detención, pero todas apuntaban a la arbitrariedad, o al peso invisible de una élite acosada por las denuncias de contrataciones perversas entre alcaldías y entidades, comerciantes y hacendados. Una vez libre, tras 90 de días de reclusión sin cargos, se publica aquel dossier estomacal con testimonios de las cámaras de tortura en los batallones del país. El 6 de enero de 1973 el periódico hace nuevamente una denuncia pública de las irregularidades y abusos que siguen imparables y de los métodos de flagelación llevados a cabo por el ejército de Colombia: uso de vendas, de salas de tortura, del hambre como arma de persuasión, y ausencia de abogados defensores. Jaime Ramírez compulsa cartas a la brigada y al ministerio y a todos los medios nacionales, y la primera semana de enero el director de El Trópico desaparece como un fantasma.

Marxistíadas Al comienzo son ideas sueltas, frases que aparecen en las márgenes del quincenario, como avisos publicitarios de un producto inexistente: «La represión no detendrá al pueblo en su marcha» «La fuerza es el arma de los gobiernos débiles» El que esté atento a las convulsiones de la vida política nacional notará que en la transición de Carlos Lleras Restrepo a las elecciones de 1970 (disputadas por ANAPO y los conservadores) las marginalias de El Trópico dejan de ser lemas morales y se convierten en consignas de sesgo beligerante, como latigazos para remover las fibras de conciencias indecisas, en las urnas: «No habrá paz, mientras haya hambre» Lógica trivial, ingenua, de entinema, ese silogismo abreviado que consta de dos proposiciones como antecedente y consecuente, pero sin conclusión; frase hecha que tarde o temprano, ante la esterilidad o impacto de su prédica, empezará a radicalizarse. En el siguiente número del quincenario se declara que ese periódico de provincia (aun sin ser influyente) no se vende a ningún partido, a ningún corrupto. Primera página, margen inferior: «El que vende su conciencia es un traidor» Pero, ¿traidor a qué, a quién? «La revolución no se hará con elecciones» «Anapo Socialista: única alternativa» «Anapistas: adelante, la victoria es nuestra» Es bien conocido lo que pasó después: en las elecciones de 1970 Rojas Pinilla, ex dictador en busca de una idea política sale perdedor, y así empieza el año en que tampoco hicimos la revolución. Que se las robó Pastrana, que la radio calló cuando debieron transmitir el escrutinio. Gente ingenua. Estúpida. No saben que los tiranos nunca pierden las elecciones. De repente, en los diarios de circulación nacional rota una publicidad sin artículo que dice: «ya viene el limpiador más efectivo: m-19», «Espérelo, próximamente: m-19», «No se lo pierda, lo mejor está por verse: m-19». Hoy nos parece un sonsonete ingenuo.

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En aquella era premediática las amas de casa se lo preguntaban con intriga: «¿Qué será, mija? ¿Un detergente? ¿Una gragea para la diarrea? Yo espero que sea un antimicótico quebrantolítico…» Casi: en enero de 1974 se roban la espada de Bolívar y el m-19 da la cara. Nada de detergentes. Nada de ansiolíticos. Nada de grageas para la diarrea: Una guerrilla snob. Cuatro años antes, el director de El Trópico ya buscaba opciones para ofrecer análisis político a sus lectores, a un pueblo indignado por las muestras de desprecio que da la oligarquía. A la derrota de la ANAPO el siguiente número demorará en llegar. ¿Bajo de fondos? ¿Protesta a título personal? ¿Tentativa de cierre?, ¿cambio a una postura de acción violenta? Llegará con retraso, pero revitalizado. En las márgenes, un mensaje (que para algunos puede ser en clave y para otros un dictamen o una declaración de principios): «En una revolución se triunfa o se muere». El editorial de ese número está destinado a la ofensiva que ordena Nixon en los puertos de Vietnam, luego de un frustrado intento de paz con el Vietcog. Al interior del periódico los contenidos se concentran en un análisis somero de la coyuntura política que se da a la subida del candidato conservador y su lema “!Objetivo el pueblo!”: «¿Cómo le van a llamar Frente Nacional a un sistema que no representa a más del 20% del pueblo colombiano?» Enseguida se disgrega en teorías sobre política internacional: «No habrá transformación en Colombia mientras el sistema tenga compromisos con el imperialismo yanqui». Luego una denuncia pública por la compra de aviones Mirage que Colombia hace al gobierno Francés: se le reprocha que sean aviones obsoletos, chatarra de la segunda guerra que se usarán para matar colombianos sublevados, y lo peor de todo: han de pagarse con la misma plata de hacer escuelas, hospitales y vacunas para que los niños no se sigan muriendo de enfermedades curables como la poliomelitis. Objetivo: el pueblo. Seis meses después, las marginalias incorporan un toque de ironía al fraseo: «Como el “objetivo es el pueblo” el régimen rebaja los sueldos de los maestros» En la siguiente página, una declaración de amor: «Amar a una revolución es amar al pueblo» En la última, un consejo para pueblos insumisos: «Los hombres que ceden no son los que hacen a los pueblos sino los que se rebelan.» Pasan muchas cosas en esa Colombia que sin ser la de hoy se le asemeja tanto: estamos en los años años 70s que hierven como una salmuera. Cualquiera de esos diez años es el año en que tampoco hicimos la revolución. Es la década en que las mujeres se echaron a la calle a quemar los brasieres. La década de las doce guerrillas. La década de la Federación Universitaria Nacional. La década del Ejército de Liberación Nacional repartiendo armas a los universitarios. De las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia colonizando el sur del país. Del M-19 lanzando morterazos al palacio de Nariño. Las tomas de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos. La década de la revista Alternativa. De Alternativa del Pueblo. La década del MOEC del de la JUCO de la FUN de la FUAR. La década del Estado de Sitio. La edad de oro de los rebeldes fracasados, de todos los jóvenes que se reclutaron en una guerrilla, todos los que creyeron en una revolución, maoísta, leninista, guevarista, sexualista, todos los premios Nobel, todos los sociólogos, todos los que impugnaron a una oligarquía opípara, omnívora, execrable, todos los que fueron torturados en las cárceles,

macaneados, mutilados, lanzados desde helicópteros, fusilados por sus propios compañeros, desaparecidos, desterrados, amordazados, todos los campesinos que convirtieron la guerra en su economía menor, todos: víctimas del mal ejemplo. La izquierda fragmentada. La derecha sigilosa, paciente, vigilante. Desde entonces se generalizó esa idea: que la sociedad colombiana no podría revolucionarse. El Ejército de Liberación Nacional insiste, que sí, que puede revolucionarse y fusila a todo su Estado mayor, porque tres de sus miembros no están de acuerdo. El ala militar, triunfando sobre el ala política. El mismo puño de hierro gobierna a Colombia, gobierna la revolución. ¿Liberación o muerte? ¿No hay salida? Las notas marginales del siguiente quincenario vendrán con consignas destacadas en negrilla, y aludirán a la sin salida de la época: «Patria o imperialismo» Y en las internas: «Decídete: pueblo u oligarquía.» La disyuntiva para Jaime Ramírez será de ese tipo: todo o nada. Y ese es el comienzo del fin: cuando un hombre se plantea una elección entre dos posibilidades que conducen ambas al abismo, llega a límite de sus posibilidades. Se autocensura, o cae. No hay salida. Deja de elegir, o elige; y al elegir, muere. La autocensura, toda censura, sólo pretende la dubitación, la vacilación interna, la disuasión. ¿Estás conmigo o en contra de mí? Ramírez pretende con sus frases una actitud ejemplarizante, una sublevación motivada en sus consignas. Pero al advertir la impavidez de un pueblo que calla frente a la atrocidad cotidiana la disyuntiva se vuelve en contra de sí. Marx, en el 18 de Brumario de Luis Bonaparte tenía una advertencia para las prédicas que se vuelven doctrinas: “¿No sabes que toda historia vuelve por lo menos dos veces? Primero en serio, luego en broma.” Pocas personas tienen la fuerza de voluntad y la paciencia de esperar que vuelva en broma. La que vino en serio fue la versión que se quedó, el espejo que puso a Jaime Ramírez frente a la mayor de las solemnidades: la imagen de sí mismo que arrostra: ¿Qué eliges tú, minúsculo almacigo de hombre? El 18 de octubre de 1975 (18 de Brumario, ¿coincidencias?, ¿marxistíadas?), el epítome marginal traerá la respuesta en un cliché, gastado: «Es mejor morir de pie que vivir de rodillas» Y a fin de cuentas, ¿de quién es la frase? ¿De Camilo Cienfuegos? ¿Del Ché?, ¿De Gaulle? ¿Churchil? ¿Eduardo Galeano? ¿Jaime Ramírez? Un genio se esconde en el lugar común (Camus). Las ideas no pertenecen a nadie; en el mercado de la propiedad intelectual, según propuso Ribeyro, sólo cuentan las formas: «Ser revolucionario es un honor»

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Mujer llevando un atado de huesos Consigo el teléfono de Gabriela Rueda en septiembre de 2010. La llamo. Le digo que soy cronista free lance, que llevo años tras las huellas de su ex esposo, Jaime Ramírez. Que deseo entrevistarla. La voz, al otro lado, es potente, decidida, de una mujer que conserva la lucidez y la espontaneidad en las alturas. Dice que se va de viaje, que durará meses, pero que tiene un espacio breve en la tarde del día siguiente. Me pinta un mapa imposible para llegar a su casa. Al día siguiente llego al portal de la calle 80 y empiezo a buscar su apartamento en las toneladas de concreto de los edificios adyacentes. Extraviado. Llamo de nuevo. Me habla de un parqueadero, de unos edificios blancos con manchas pop, como pintados por Hippies: que camine hasta allí y ella me verá desde el tercer piso. Le hablo de mi apariencia, de mi pelo largo y mi desgarbo, para que no confunda con un caco. Cuando al fin nos encontramos y veo a la mujer con la que he soñado tantas veces y compruebo su lucidez y la frescura de sus recuerdos, comprendo que el reportaje ya no será novelado. -¿Le molesta la grabadora? -Es que hay algo muy delicado en contar lo que pasó. Usted sabe que en la historia hay buenos y malos: buenos para mí mis amigos, malos los que fueron mis enemigos. Hay gente cerrada, que sigue herida con el pasado. Todavía viven en el partidismo. Para ellos unos son buenos y otros siguen siendo los enemigos. -Pero hace cuarenta años desapareció la ANAPO. -Sí, pero hay cosas que aun no se pueden decir. Uno tiene que tener cuidado en cómo maneja esa parte de la historia, porque puede ofender a los descendientes. Por ejemplo: yo me puedo sentir ofendida porque alguien califique lo que hizo Jaime en su lucha. Noto en su comentario un toque de irritación: por lo menos tres historiadores la han buscado con fines extorsivos. Uno, al menos, tuvo la delicadeza de invitarla al lanzamiento del libro, sólo que allí la hizo sentir como una momia al recalcar su edad y al destacar el logro de que estuviera viva, anotándose el hallazgo como un descubrimiento arqueológico y no como simple obligación profesional. Los otros dos eran estudiantes de universidad, sobrefotografiaron su archivo y nunca volvió a saber de ellos, ni para qué querían el material. Otro publicó un libro para desquitarse y ofender a prácticamente todo el mundo. Por tranquilizarla le digo que una vez entremos en terrenos cenagosos, apagamos: ni nombres, ni infidencias. Asiente. Hablamos sobre su infancia, sobre qué recuerdo específico puede haber detonado su vocación de activista política. Dice que el hecho de haber vivido La Violencia de los años 50s y el hecho de haberse casado a los 16 años con Jaime Ramírez. -Con los padrinos que me criaron hasta que me casé con Jaime Ramírez tuvimos que escondernos en Junín, una hacienda de un conservador, por más señas, pero de los que no se metía en política. Yo no sabía por qué nos perseguían, por qué todo ese acoso, esa matanza. En San Vicente estaba la violencia brava. Un día le hicieron un atentado a Alfonso Gómez Gómez y a mi padrino lo golpearon. En esa época golpear a un hombre se llamaba aplancharlo. A mi padrino lo aplancharon delante de mí. Y lo hacían para provocar a Gómez Gómez, para que saliera de su oficina de abogado y darle. Entonces alguien le gritó: ¡No salga doctor Gómez Gómez que a usted también lo quieren aplanchar! Eso pasó hace mucho, pero sigue grabado en mi memoria. Desde entonces quedó esa idea

de que el mundo estaba dividido en bandos, de que los conservadores les pegaban a los liberales. Esa es una percepción que le queda a uno de niño. Luego vino el matrimonio con Jaime… Interrumpe el ring ring de un teléfono obsoleto. Contesta. Discute sobre una cuenta de Internet que sigue llegando pese a haber prescindido del servicio. Dice que no les dará un solo peso por algo que no usa. Está molesta, lo llama injusticia. Aprovecho para detallar la sala. El orden de una casa generalmente coincide con un orden moral. Los motores de la decoración de interiores son la culpa, la envidia, la inferioridad, la desconfianza, el temor, el orgullo, la soberbia. Las casas de los profesores son muy parecidas a las de los mafiosos emergentes. Las casas de los pobres buscan tapar la precariedad con excesos de bisutería china. Las casas de los ricos tienen perfectamente diferenciados los espacios de visita de los espacios privados. Las casas de los solitarios imprimen una huella personal, ególatra. El objeto más extraño en la decoración de este apartamento (que no es de ricos ni de pobres) resulta ser un radio antiguo que debió avisar cuando mataron a Gaitán, siguió sonando cuando subió al poder Rojas Pinilla y empezó a oxidarse cuando cayó la Alianza Nacional Popular. Huele a ciudad, a detergente Fab, a cidronela, a serenidad, pero también a años acumulados en los rincones. Tal vez por el comedor y el bifé, que parecen sacados de una foto de los años 70s, mezcla retro-pop de enseres antiguos con artefactos nuevos: un hálito a casa de pueblo, pero trasladada a un apartamento de ciudad. En las escaleras que dan al dúplex está la fotografía de Jaime Ramírez, con el puño en alto, en la plaza pública. Conozco esa foto: es la primera que ilustra este reportaje. En una mesita, un portarretratos con la foto de algún familiar amado. Cuelga. -¿Cómo conoció a Jaime? Ella tenía 16 años. Joven y bella. Él, guapo. Eran vecinos. Él había atravesado el país, desde el Cauca, para aprender el oficio de dentistería en el consultorio de su cuñado, en Santander. Por entonces era reconocido más por organizar maratones y equipos de fútbol: una lesión temprana en la rodilla le impedía cumplir su sueño de futbolista, pero no de fundar un equipo imbatible, el Sporting, que entrenaba en un potrero de vacas. Ella lo veía pasar vestido de jugador pero sin una mancha de barro. En febrero le hizo una broma al respecto, le dijo que no lo dejaban jugar por tronco. Él respondió que los entrenadores sabían más de futbol que los jugadores. Ella sonrió y dejó ver los hoyuelos que se ahuecaban en sus mejillas. En mayo estaban casados. Era 1956. Los dos se harían diputados por el MRL pocos años después, afrontarían la dirección del periódico y tendrían cuatro hijos: Jaime, Gabriela, Lucero y Mercy. -Lo bonito es decir: yo viví; pasó eso y esto, porque yo lo viví. Los viejos se mueren y todo se olvida. Todo queda de oídas. Creo que tuve la fortuna histórica de ver un cambio social tan dramático. Creo que para mí ha sido una experiencia personal muy valiosa. Lo que me cuenta ahora es una mezcla de bolero con novela negra. Los años cincuentas fueron de amor. Los años sesentas fueron de crianza. Y los setentas, de persecución y de muerte. Para la pareja de activistas-reporteros no cabía duda: todo el proceso revolucionario se malogró desde abril de 1970, cuando la ANAPO perdió las elecciones. Ese día El Trópico convocó a todos los miembros para una reunión extraordinaria. Quedaban cuatro fundadores. La posición que decidieron adoptar ante el hecho fue la denuncia del fraude, y una oposición agitadora y beligerante contra un gobierno ilegítimo. En los meses siguientes, vieron entusiasmados el advenimiento de varios periódicos y panfletos de

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izquierda radical por todo el país. El 27 de julio, mientras los dos activistas viajaban a una asamblea de trabajadores en una vereda, los abalearon en la carretera. El parabrisas quedó roto por una bala que se alojó en la intersección que los separaba. Ambos salieron ilesos, pero el curso del proyectil trazaba una mala señal. Al año siguiente hubo toma de tierras, liderada por el Sindicato de oficios varios, y El Trópico la consideró justa y la defendió desde sus páginas. Fue cuando encarcelaron a Jaime Ramírez y a los líderes de la asonada. Desde la cárcel, Ramírez cedió la dirección del periódico a su esposa para evitar que clausuraran. Ella viajaba dos veces al mes hasta Bucaramanga para preparar la edición, y él le entregaba allí el poco material de que podía disponer como reo: poemas y editoriales sin firma, a los que ella ponía heterónimos y una etiqueta en clave: Made in Chucurí. Después de seis meses, Ramírez decidió enviar una carta abierta a la sociedad. En ella demostraba las irregularidades en la detención de reos políticos e invitaba a todos a protestar por las retenciones ilegales y las torturas. La carta debió llegar a un alto mando del ejército, porque de inmediato los líderes fueron excarcelados. Cuando Ramírez volvió al pueblo, encontró un recibimiento multitudinario que parecía una acción popular. Se dejó llevar en hombros e improvisó en el atrio de la iglesia un discurso de agradecimiento donde terminaba con la mano en alto, diciendo que era mejor morir de pie con mil ideas que morir arrodillado en contra de ellas. Cuatro meses duró aquella libertad condicionada al silencio hasta que se regularizaron las emisiones de El Trópico. Como respuesta a la persistencia, la casa que les servía de periódico fue allanada, el equipo estropeado y el material confiscado. Ella decidió llevarse a los niños a Piedecuesta, para evitarles el escarnio público (provocado por los otros niños que vivían a escala la discriminación de la época y habían empezado a llamarlos en corro “los Anapistas”). A Ramírez lo volvieron a internar en un calabozo durante tres meses más. Gabriela escribió una editorial agresiva preguntando de qué lo acusaban esta vez y enumerando al instante un memorial de agravios que cerraba con una promesa: El pueblo hambreado y trabajador se lamenta ante estas irregularidades cuyo objetivo es callar a una voz revolucionaria; es el de tratar de apagar la efervescencia de sus ideales. Pero no lograrán su cometido. Junto a los defensores del pueblo está el pueblo erguido a quien no serán capaces de doblegar jamás. Luego de tres meses a la espera de un proceso sin cargos, lo dejaron libre. De repente, interrumpe. Duda. Mira la grabadora, con pudor. Aquí empieza lo espeso. Tomo la grabadora, apago y retiro las baterías: le digo que todo será filtrado y resumido: sin nombres propios, ni epítetos; sin ofender la memoria familiar ni la de los muertos. Se tranquiliza y continúa. La historia es inquietante: una mujer sacada de un libro de Faulkner, que avanza por una carretera polvorienta con los restos de su marido en una caja de cartón. A la salida de la cárcel venía en los huesos. Taciturno. Comía poco y pasaba horas ensimismado. Esta vez lo habían tenido a pan y aguapanela en el calabozo de la Quinta Brigada. Era tan estrecho que no podía mantenerse en pie. Después del primer mes, sin interrogatorio, lo habían pasado del batallón a la cárcel con los demás presos. Fue en esa cárcel cuando empezó a oír y ver historias de torturados: electricidad en las orejas, cera derretida en los oídos, ojos lacerados por alcohol, uñas partidas a martillo, limaduras en los dientes, testículos magullados a golpes de karate, uretras perforadas por alambres, ahogamiento interrumpido, el baño María, el cepo en la capilla de una iglesia, los tobillos dislocados de aquellos que habían tocado las ramas de los árboles mientras volaban amarrados por los

pies a un helicóptero. Había tenido tiempo suficiente para estudiar los rostros de esos hombres humillados por el miedo, para saber que habían salvado su vida obligados a firmar delaciones falsas. Los que soportaron hasta el final, los que no se dejaron comprar ni con un revólver en la sien, nunca volvieron. En la cárcel conoció a un grupo de sindicalistas que estaban vinculados con la guerrilla. Ellos lo convencieron de que lo iban a matar. Que el único camino era enfilarse. Le ofrecieron contactarlo directamente con José Antonio Ossa, mejor conocido con el alias de José Solano Sepúlveda, o el remoquete de Tirapavas. Pensó marchar a la salida en busca de Tirapavas, sin avisarle a Gabriela, pero el proceso de liberación se dilató. Cuando al fin quedó libre, tenía una caución: debía presentarse cada ocho días a la brigada, o irían a apresarlo y a allanar su casa. En consecuencia, permaneció en la casa de Piedecuesta y allí empezó a tener un comportamiento extraño: no comía, no hablaba, no dormía. Gabriela lo recuerda machista, en el sentido de no consultar jamás cuentas, ni negocios, ni decisiones con una mujer, aunque fuera su esposa. Finalmente, fue ella quien lo abordó. Entonces él se vio obligado a confesar: dijo no querer dejarle a sus hijos de herencia el trauma de recoger su cadáver en un andén: quería ahorrarles la pena de su muerte segura porque sólo de eso tenía certeza: lo iban a matar. Ella permaneció callada. No se opuso. Si era su decisión, la respetaba. Creía en sus ideas, en lo que él consideraba justo, en lo que llamaba “su causa”. Compró una camiseta de terlenka verde en un baratillo y un par de botas de obrero metalúrgico. El pantalón era de dril, oscuro. Cuando desapareció, la primera semana de enero de 1973, el ejército empezó a acosarla. Qué donde está, que a dónde fue, que debía presentarse a inspección y no había vuelto. Pusieron una patrulla al frente de su puerta veinticuatro horas. Pero ella no volvió a tener noticias de Jaime, hasta dos años después, cuando la llamó un mayor del ejército a decirle que un informante de la guerrilla decía saber el lugar exacto donde estaba el cadáver de su marido. Era desertor del ELN y se ofreció a entregar los restos, a cambio de plata. Ella aceptó. Una patrulla del ejército salió en campaña con el informante hasta un lugar conocido como La Rochela (hoy Cimitarra). Días después la llamaron para que fuera a la brigada a reconocer los restos. Le bastó con ver las botas amarillas y la camiseta de terlenka verde que le había regalado. La huella infalible, sin embargo, era un puente dental. Dice que un puente es a la mandíbula lo que las huellas digitales a los dedos: el que le sirve a un hombre no le sirve a otro. Jaime se había hecho un tratamiento dental tres años atrás. Allí estaba el puente. Le dijeron que podía llevarse los restos, pero no divulgarlo. No permitirían que el cadáver resultara el pretexto perfecto para un mitin político. Ella se comprometió a enterrarlo en secreto. Guardó los restos en una caja de cartón. Con su cuñada velaron los restos durante nueve noches en la sala de un apartamento. Cuando acabó la velación, Gabriela fue al parque Centenario de Bucaramanga y abordó un bus rumbo a San Vicente. La gente que la reconocía en la flota, la veía llorar y preguntaba qué tenía. Nadie imaginaba que en la caja de cartón a sus pies iban los huesos de Jaime Ramírez, su esposo. Lo quiso enterrar en secreto en el panteón familiar, pero última hora sintió que era una deslealtad no avisarle al gran amigo de Jaime: Carlos Toledo Plata. Lo llamó a Barranca. Le habló del secreto. Le pidió que no lo divulgara, por la advertencia de los militares. Dos horas después Toledo Plata había enviado telegramas a toda la prensa y a las centrales obreras de Barrancabermeja y a las organizaciones campesinas de la región. La respuesta fue espontánea. San Vicente se llenó de obreros y sindicalistas y campesinos en tres horas. Igual que el retorno tras su primera liberación, Jaime parece predestinado a volver en hombros a ese pueblo. El último mitin político lo convocó con sus restos. Sus huesos reposan en el osario familiar, por la entrada izquierda del cementerio municipal. En la tumba está estampada aquella frase de cabecera cuyo autor se esconde en el lugar común de las utopías y los sacrificados: es mejor morir de pie…

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Después del entierro, aparecieron dos hombres buscando a Gabriela. Uno era el informante. Venía a cobrar la recompensa y a entregarle una carta escrita de su puño y letra en la que le contaba a la viuda cómo fueron los últimos días de un hombre que murió a una semana de su reclutamiento como guerrillero. Lo había escrito, el testimonio, porque tenía pudor de contárselo de viva voz. Ella recibió la carta, pero dijo que era incapaz de pagarle: se lo impedía la idea de recompensar un acto de elemental lealtad hacia un compañero de lucha armada. El informante se sonrojó, pidió excusas y se marchó, con las manos vacías. Prometo a Gabriela no referir los pormenores. La historia que está en esa carta le pertenece a ella. A los demás sólo nos queda imaginarlo. La última entrega de este reportaje será novelada. El fin Los últimos que lo vieron con vida, la perdieron poco después: lo vieron disparar la carabina calibre dieciséis de dos cañones a bocajarro, sobre un soldado. Vieron la cabeza del soldado convertida en un cuajarón de sangre, partida por la mitad, eyectando chorros mientras el cuerpo daba sacudidas y trataba de levantarse, como las gallinas decapitadas. Luego José Antonio Ossa, mejor conocido como José Solano Sepúlveda, alias Tirapavas levantó la carabina y disparó hacia los soldados un segundo tiro y volvió a ocultarse tras las raíces que le servían de trinchera. Los que estaban más cerca al comandante le vieron el gesto frío y los nervios de acero con que les indicaba que debían contestar con ametralladora cuando cesaran los tiros de los soldados. Uno de los guerrilleros alzó el cañón y disparó la ráfaga que ahogó por momentos el fuego contrario. Los soldados no respondieron esta vez. Tirapavas ordenó repliegue hacia el descampado de una vieja carrilera. Todo lo ordenaba con sus cejas desgreñadas. Era un lenguaje de mimo desarrollado por un hombre curtido en hostigamientos y emboscadas: un lenguaje hecho de silencios para un mundo donde la voz más tenue acarreaba muerte. Tirapavas, corpulento, sagaz, escurridizo, buscó un declive del terreno y huyó con los dos guerrilleros armados de ametralladora. Los cuatro restantes escoltaron la retirada. Luego Tirapavas se detuvo para escoltar a los demás. Ahí vino la respuesta de los soldados. Era una retirada dando pasos sobre seguro, pero pronto los tiros silbaron desde todos lados. El ejército reaccionaba, los perseguía. Uno de los guerrilleros cayó de bruces, herido en el pecho. Trató de erguirse, pero otro tiro le rozó la cadera. La ametralladora cayó de sus manos. Tirapavas la recogió y respondió para formar una cortina de fuego. El guerrillero trató de erguirse una vez más, pero en vano. Máteme, comandante, no me deje así. Tirapavas le apuntó y disparó sin dudar. Jaime lo buscó con la mirada pero vio a Tirapavas pálido, compungido, como si estuviera a punto de llorar. Tirapavas le hizo señas a Jaime y a los otros de seguir hacia los rieles, pasar la carrilera y adentrarse en la manigua del otro lado. Los guerrilleros empezaron a cruzar. Tirapavas volvió a disparar una ráfaga larga, monótona, que se silenció de repente. Las balas se habían agotado. Los demás aguardaron a que el comandante Tirapavas pasara la carrilera, pero sólo vieron una avanzada de soldados a cien metros. Quedaban sin comandante. En esos casos, el segundo al mando asumía las órdenes. Jaime era el segundo mando. Ordenó al de la única ametralladora que les quedaba disparar una ráfaga. Los soldados respondieron, pero un poco más lejos, como si temieran enfrentar a un enemigo numeroso, o como si llevaran en su poder un trofeo preciado.

Tirapavas nunca pasó los rieles del ferrocarril del Atlántico. Jaime supo que lo habían prendido. Tal vez estaba muerto entre Barranca y Puerto Opón, en ese sitio llamado Cuatro Bocas (hoy Puerto Parra). Jaime Ramírez nunca sabría que los soldados lo encontraron vivo. Si hubiera seguido al frente del periódico, cinco días después, cuando la prensa anunciara con bombos la muerte del “temible Tirapavas”, el bandolero “más desalmado del nororiente colombiano”, tal vez su olfato lo habría llevado a escarbar hasta el juzgado sexto de Barrancabermeja y de allí habría transcrito en su periódico la autopsia del temible criminal para contrastar el grado de sevicia y atrocidad que regía el código de honor de todos los bandos implicados en la guerra de Colombia. Seguramente habría trascrito el diagnóstico: que lo mataron y remataron a mandobles de machete, que sólo la herida que iba de una oreja a otra, o la del cuello había bastado para darlo de baja, pero que siguieron dándole mil muertes a un cuerpo inerte, por rencor, por ferocidad, porque una condena impuesta para exponer la atrocidad, como el descuartizamiento, es la práctica ritual, inmemorial, del sacrilegio: se mata y se remata a la leyenda negra, al ídolo ajeno, y se expone el cuerpo para dar desalentar a los secuaces, para disuadir; lo que lleva al tremendismo. Los cinco guerrilleros siguieron a marchas forzadas durante 18 horas hasta ver las estribaciones de Santa Helena del Opón. Hasta aquel descanso, la rodilla resistió: pero ahora la vieja lesión de infancia que frustró una carrera de futbolista volvía para frustrar una improvisada vocación de guerrillero. Se fabricó un bastón con un cogollo de cafeto, pero la rodilla se burló de tal engaño. Estaba hinchada. Ardía, como si le hubieran atravesado una aguja candente a la rótula. Trató de dar un paso con bastón, pero cayó y dio un alarido. Los guerrilleros vinieron a socorrerle. Preguntaron si estaba herido. Con una navaja rompieron el dril y quedaron sorprendidos al ver la rodilla de elefante, morada, deformada, paquidérmica. Cuando el guerrillero que administraba primeros auxilios la rozó con los dedos, Jaime no resistió el dolor y dio un aullido. Enseguida le embutieron cinco colmen (analgésico de la época). Con dejarla quieta, el dolor pareció aplacado. No puedo seguir, dijo. Los guerrilleros se miraron, y luego miraron la rodilla, y asintieron. Váyanse, dijo. ¿Y si lo agarran también a usted, comandante? No me cogen vivo, dijo. El enfermero se inclinó y dejó sobre las hojas secas un puñado de analgésicos. ¿Puedo pedirle un favor?, preguntó. El que quiera, comandante. Dígale a mi mujer que morí en combate, dijo. A sus órdenes, comandante, respondió el enfermero. Y los vio alejarse, cinco hombres zarrapastrosos, en busca de una revolución. Rodilla triplehijueputa, dijo. Un hombre solo en la manigua. Un revólver. Un puñado de analgésicos. Así acaba. Otro año en que tampoco hicimos la revolución. Stanislaus Bhor. Blogger. Acaba de recibir el Premio Latinoamericano de Novela Sergio Galindo en México. Escribe cada semana una crítica ácida en www.unahogueraparaqueardagoya.blogspot.com

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Créditos, fuentes y citas Tuve acceso a un archivo completo de El Trópico en la Hemeroteca de la Universidad Industrial de Santander, en 2004. El cuidador de la colección comentó, cuando solicité el cartapacio: “el periódico rojo de San Vicente”. De ese comentario, y de Brecht, tal vez haya salido el título del reportaje. El periódico era una colección donada por Reinaldo Ardila, Ito, un periodista aficionado que corrió idéntica suerte que Jaime Ramírez pero en los años 80s. Estaba encuadernado en un folder rojo, desojándose en una gaveta. En 2008 decidí volver con una cámara y fotografiar artículos completos de sus páginas internas. Hace un mes regresé a sobre-fotografiar las portadas y el material gráfico para ilustrar el reportaje y me enteré que la Hemeroteca ya no existía (al menos no como dependencia de la misma biblioteca). Busqué al coordinador y dijo que ahora se llamaba Archivo de Historia y podría consultar todo su material en el edificio de carreras a distancia, en la misma universidad. Encontré el edificio y el nuevo sótano y al mismo guardián del archivo, más calvo, más lánguido, más viejo, gastado, como yo, por los ácaros. Cuando le pregunté por El Trópico tuvo un repente y preguntó si era estudiante, investigador o activista. Le dije que activista pero que no sabía de qué, y le recordé otros años en que me confundía a mí y a mis compinches con una célula urbana, o con los guardias rojos. Se rio, me dio una palmadita en la espalda y me pasó el mismo cartapacio con una excusa atroz: “es que todo el que lo consulta acaba mal; muerto, o desaparecido, mi niño”. Toqué madera y desenfundé la cámara. Ahora el deterioro es notorio. Muchas páginas están sueltas o estropeadas y nadie parece interesado en salvar una copia, al menos en digital. De ese archivo salieron todas las citas y fotografías de El Trópico para Nacimiento y caída de la Prensa Roja. Durante la publicación de este reportaje, algunos lectores del El Magazín on line dejaron sus comentarios al paso. Estas son las respuestas que tengo que darles: *Las primeras mujeres emancipadas del siglo pasado (por orden de aparición) fueron las adelitas de Pancho Villa, las actrices y bailarinas de París, luego las damas soviéticas, las cubanas de los 50s y las Hippies norteamericanas de los 60s; de modo que las revoluciones (estéticas y armadas) no solo las quisieron (a las mujeres) para sacrificarlas. Es lo poco que se le destaca a Rojas Pinilla: que las mujeres tuvieron una tribuna mínima de participación política y pudieron echarse a las calles y quemar los brasieres, sólo para volver a la casa a reemplazarlos por nuevos. *José Antonio Galán delató a todos sus compañeros al saber que estaba condenado a la horca. Eso lo hace un traidor en mi precaria definición del término. Por su puesto, lo hizo para vengarse de la ingratitud de los comuneros (hasta yo lo habría hecho), pero la historia de esa traición la cuenta mejor Indalecio Liévano. *Para ver el fascismo en una de nuestras glorias liberales (Rafael Uribe Uribe), habría que leer el siguiente compedio de sus proclamas (está en la Biblioteca Luis Ángel Arango), y si no es un proto-fascista extraviado de época, pues no sé de qué cosa hablamos cuando hablamos de fascismo: Uribe Uribe, Rafael, 1859-1914. El pensamiento social de Uribe Uribe / compilación, selección y prólogo de Otto Morales Benítez. Editorial: Medellín : Ediciones Especiales ; Secretaría de Educación y Cultura de Antioquía, 1988. *El autor no tiene contacto con ningún grupo de estudio sobre temas semejantes (Prensa de izquierda) en otros países de Latinoamérica; pero tengo referencias de Mariategui, Haya de la Torre, Lombardo Toledano en México. Si te motiva la utopía y el fracaso y eres un

sietemesino, recomiendo un clásico sobre la historia del verdadero periodismo revolucionario: El violento oficio de escribir, Rodolfo Walsh; Cien días que estremecieron al mundo, de John Reed; y Arcángeles, Historias de Herejes, Paco Ignacio Taibo II. Pero ojo: los que leen eso acaban mal, o fracasan como escritores, o los momifican, o los desaparecen. En varias oportunidades he utilizado el extranjerismo Staff por ser el nombre técnico dado en los rotativos norteamericanos a las directivas de un medio impreso. Lo usé siguiendo la pauta de Dasso Saldívar al referir las directivas del El Espectador y Prensa Latina en su biografía sobre García Márquez (Viaje a la semilla, editorial Folio), pero al revisar el diccionario de dudas de Manuel Seco acabo de sanear la incomodidad que la palabra pueda causar en los puristas: Staff: Este término inglés se usa sin necesidad entre nosotros por equipo o por estado mayor (de un alto cargo). Habrá de leerse en próximas ediciones como Equipo, o cofundadores, si se prefiere; pero a mí Staff me suena más progre. A continuación, libros y textos consultados, sin orden jerárquico: Camilo, su vida, su proyección política- Everardo Ramírez Toro, 1982 Y ahí cayó Camilo- Camilo, el cura guerrillero- Walter J. Broderick, 2005 La revolución de las sotanas, Javier Darío Restrepo, 1995 El hombre bidimensional- Camilo Torres Restrepo. Magdalena Medio: colonización y conflicto armado, Alejo Vargas. 18 de brumario de Louis Bonaparte, Carl Marx. Diccionario del diablo, Ambrose Bierce (entrada Tierra). La violencia y lo sagrado, René Girard El único y su propiedad, Max Stirner EN WEB ELN: Unidad que Multiplica- Martha Harnecker, entrevista a los comandantes del ELN, 1988 (http://www.rebelion.org/docs/90192.pdf) El populismo atrapado, la memoria y el miedo: el caso de las elecciones de 1970, Cesar Augusto Ayala Diago, La cristalización de las formas anapistas de hacer política, Capítulo 5 (http://www.bdigital.unal.edu.co/1319/8/06CAPI05.pdf) Ponencia presentada en el 3er. foro nacional de comunicación alternativa: El primer año de la Revista «Alternativa», análisis de una de las más importantes experiencias de comunicación alternativa en Colombia- Paulo César León Palacios / Viernes 4 de mayo de 2007 (http://www.prensarural.org/spip/spip.php?article549) Gabo y Alternativa, Enrique Santos Calderón, Revista Cambio: Domingo-2 de noviembre 2008 (http://www.cambio.com.co/portadacambio/713/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_CAMBIO-3450195.html) REVISTAS: Alternativa, archivo de la revista (números varios entre noviembre 1974 y agosto 1975) Alternativa del pueblo, archivo de la revista (números varios entre enero y agosto 1975) PERIÓDICOS: El Trópico, archivo Reinaldo Ardila, Ito- 1968-1977, cedido a Universidad Industrial de Santander, Archivo de historia.

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OTRAS FUENTES: Entrevista del autor a Gabriela Rueda (septiembre-2010) Autopsia de José Antonio Ossa, alias José Solano Sepúlveda, alias Tirapavas, Juzgado Sexto (Barrancabermeja), archivo personal Stanislaus Bhor. FOTOGRAFÍAS Y COLLAGES: Camilo torres tras las rejas, tomada de: http://www.asoinca.org Camilo Torres en rojo: http://www.taringa.net/posts/info/1509936/Biografia-de-Camilo-Torres.html Camilo Torres oficina de Frente Unido: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/t/fotos/torres_restrepo_ Rojas Pinilla, Collage por Stanislaus Bhor: http://historiadenuestroperuydelmundo.blogspot.com/2010/03/fotos-de-gustavo-rojas-pinilla.html http://www.americascollege.us/paises/Sociales/colombia/06-actual.html http://www.fotos.decolombianos.com/r_personas_3_rojas_pinilla_gustavo_267.html Portadas de Revista Alternativa y Alternativa del pueblo: foto-archivo Úrsula Stäel Fotos de El Trópico, archivo, UIS. (Todas intervenidas por Stanislaus Bhor, sin fines comerciales) Nacimiento y caída de la prensa roja está dedicado al ex anarquista ex Guardia Rojo ex sindicalista G. Díaz de la Pradera, hombre de kilos y frecuentador de hemerotecas; y para el conde J. Correa, que tampoco hizo la revolución, en recuerdo de los años en que se emborrachaba con brandy y me iba contando esta historia que nunca escribió porque sufría del síndrome de Lord Chandos, hijo menor del conde de Bath quien le envió una carta memorable a Francis Bacon, Visconde de Saint Albans, donde le decía que había dejado de escribir porque descubrió que todos los vocablos le parecían pobres para expresar la vida, temor que en el fondo todos compartimos, pero que sólo los verdaderos poetas saben admitir. BHOR

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