pasemisi pasemisa ok.qxd:maquetación 1 26/02/13 17:56 página … · 2013-03-20 · Índice...

Índice

Prólogo

Jugar en Madrid 12

Juegos de bebés 20

Jugar al corro 30

Jugar con las palabras 60

Jugar a elegir 72

Jugar a la cuerda 84

Jugar con las manos 94

Jugar a la pelota 100

Otros juegos con canción 106

Jugar sin cantar 122

Canciones para acompañar 142

Bibliografía

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PRÓLOGO

Los juegos son una partefundamental de la tradiciónoral de Madrid. Los mayores

enseñan a jugar a los pequeños yestos comienzan a relacionarsecon otros niños de su edad, aconocer la calle e, incluso, amanejar el idioma. Esta ha sidonuestra razón principal paraemprender la elaboración de este libro.No se trataba tanto de elegirjuegos y canciones cuyo origenfuera madrileño y quepertenecieran a un periodo detiempo determinado, sino derecoger todos aquellos que, sintener en cuenta la época, se hanpracticado en Madrid, pues lagente que ha llegado de otraszonas a lo largo del tiempo, haenriquecido la tradición de estaciudad. Por eso, muchos de los

juegos recogidos, son compartidoscon otros lugares.Aunque hemos utilizadobibliografía, la mayor parte deltrabajo ha sido elaborado a partirde nuestros propios recuerdos ylos de otros muchos que hanjugado en Madrid.Amigos de diferentesgeneraciones han aportado sutrocito de memoria y esto nosobliga a no sentirnos autorasexclusivas de este libro, por tanto,vamos a reconocerlo:Pío, pío, que yo no he sido,que han sido Antonia, Visita,María, Fernando, Pilar, M.a Carmen, Marisol, ÁngelManuel, Gloria, Juli, Pura,Yolanda, Pilar, Amparo, Concha,Gema, Eva, Pili, Cruz, Javier,Cristina, Nacho, Coque, Ernesto,Isabel, Montse, Inés, Goizu y Álex.


PasemisÍ, pasemisÁ

Por la Puerta de Alcalá

Los de alante corren mucho

Los de atrás se quedarán

El paseo del Prado, la plazade Oriente o el Retiro hansido y siguen siendo lugares

tradicionales de reunión de losmás pequeños. Sin embargo,hasta no hace mucho, cualquiercalle o plazuela servía deescenario para los más insólitosjuegos infantiles.


Recuerdan aún nuestros padres labúsqueda que iniciaban los chiquillosentre los puestos del mercado de laCebada o las fruterías, verdulerías, delos preciados güitos; las pedreas, queparecía, que siempre empezaban loschicos de la calle de al lado y que másde una vez acababan con algún cristalroto; o las tardes enteras, sentados enla acera, tirando y volviendo las tabas.Años antes, era común oír el tintineode los aros por el empedrado de lascalles. No eran muchos los que podíanacercarse a un comercio y compraruno de esos aros adornados concascabeles, ni aún aquellos máseconómicos que se hacían con varillasde hierro, cilíndricas o planas, y queduraban «para siempre» y, muchasveces, había que conseguirlos en lacacharrería o rescatarlos de algunatina o de una vieja yanta de bicicleta.Y con todo esto, aún faltaba hacersecon un gancho de hierro engarzadoen un mango de madera, con el quedirigir el aro y mantenerlo en pie.Otros niños preferían ir a nadar al ríoo, mejor dicho, rebozarse en el ríodesafiando, por una parte, a losguardias que prohibían los baños en

algunos tramos del Manzanares y, porotra, a los «listillos» queaprovechaban los momentos dedescuido y les dejaban sin pantalones.Por eso, los que no eran capaces de«nadar y guardar la ropa al mismotiempo», optaban por jugar al torocon una banasta en la que sujetabandos auténticos pitones, conseguidosen el matadero.Cuando se puso de moda el fútbol,muchos chiquillos aprovechabancualquier sitio para jugar con unapelota hecha de trapos o periódicos ouno de esos balones de goma quevendían muy baratos en el bazar X yque a las dos patadas se desinflaban yno servían para nada.Descansando, entre correrías ypídolas, también se veía a los críosjugar con un cordel que entre sus dosmanos formaba figuras increíbles, ocambiar cromos o alquilar tebeos quese leían vorazmente en el mismoescalón de la tienda.Otros se iniciaban en el inciertomundo de la suerte arriesgando susbarquillos por una nueva oportunidadde girar la rueda de la caja, temiendoque saliera el clavo que les haría

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perder aquellos que habíanacumulado y que ya formaban unconsiderable cucurucho. Pero entretodos estos juegos, el más conocidoera el corro. El imperecedero juego delcorro que empleaba en sus letrasromances, seguidillas y coplastradicionales y se nutríaconstantemente de los dramas de los«cantares de ciego» y las letrillas ymúsicas de los cuplés de moda.Las niñas, haciendo una rueda,cantaban una y otra vez la triste historiade Alfonso XII y la muerte de suesposa, las crueldades que soportabasanta Catalina, las impertinencias de losjovencitos en el Salón del Prado o lasansias de matrimonio de la viudita delconde Laurel.Cualquier plaza servía de escenariopara estos juegos, pero había ciertoslugares que parecían los preferidos delos pequeños ya que los recuerdan ensus canciones: la explanada frente alCuartel de la Montaña y al de CondeDuque; el parque de las Vistillas y laCuesta de la Vega; la plaza delSenado; el parque del Oeste; y, sobretodo, la plaza de Oriente, la de laArmería y el Salón del Prado.

Recordando este último, nos cuentaVelasco Zazo:«[...] las niñas formaban corro yentonaban la célebre y popularcantata que ha llegado a nuestrosdías, y que dice:

En el Salón del Pradome miró un viejo,se quitó los anteojos,por darme un beso...

Se hicieron las dos nuevas calles deálamos, se fijaron los aguaduchos, secolocaron las sillas. Y las hijas deaquellas niñas del corro, angelicales einocentes como ellas, enlazaron susmanilas y siguieron cantando losversos de la sopita de mendrugos, tanbreves, tan irónicos, tan perdurables:

Tanto reloj de oro,tanta cadena,luego van a sus casas,no tienen cena».

Entre estos cantos infantiles, paseabalo más selecto de Madrid, disfrutando

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de las tardes y noches veraniegas quese hicieron famosas por sus tertulias yveladas. Alquilaban una silla o sesentaban en uno de los aguaduchosrepartiendo saludos entre losconocidos. Así, mientras los mayoresse relajaban entre charla y charla, lospequeños podían disfrutar de unbarquillo y alguna otra diversión,como recuerda Répide:«Un gran entretenimiento infantilhabía en la arboleda popular. Amediados del siglo XIX era un cochetirado por dos cabritas, y en el quesolo había asiento para un par deniños. Después vino el carruaje de lascampanillas, ya con más plazas, yarrastrado por un borriquillo. Este esel que, al conocer el abandono delPrado como paseo, hubo detrasladarse a la plaza de Oriente paradar vueltas en torno a la verja deljardín de la estatua. También creemosrecordar que hubo a lo largo de esaparte del Prado, un ferrocarril, comode juguete, que podía parecer a manera de avance o anuncio de laestación del Mediodía».La plaza de Oriente era otro lugarprivilegiado de juegos infantiles. Allí,

entre los jardincillos, alrededor de lafuente de las ranas y el caballo debronce, se mezclaban los gritos, loscantares de corro y las campanillas delviejo cochecito arrastrado por unburro que sufría los tirones de la colade los niños que subían a dar lavueltecita a la plaza. Ramón Gómezde la Serna recoge esta escena:«¡Qué deliciosa agua, después de lascarreras, corridas jugando a justicias yladrones, o después de las peripecias ylos sudores que tenía el jugar a losvoluntarios de la Cruz Roja!La obsesión principal de esa fuentesobre los niños es la de sus ranas,ranas de estirpe extraña y comomágica, las primeras ranas con que setropiezan los niños de la ciudad, ranasque se pegan al borde del gran pilón yque a veces se dejan cazar».Pero también era este un lugarromántico donde las niñeras, enocasiones, más atentas a los galanteosde los jóvenes que al cuidado de losniños, se dejaban engatusar por lasbromas y piropos de los soldados.Otras veces el entretenimiento de lasjóvenes consistía en ver pasar laGuardia Real que muchos niños veían

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encaramados a los pies de un reygodo mientras las niñas seguían conla cantinela:

En el Campo del Moroen la verde oliva,donde cautivarontres hermosas niñas.

Estos bucólicos cantos y juegos seentremezclaban, sin embargo, conotros más comunes entre los niñosmás creciditos y que salían de suscasas solos o con la única compañíade un tirachinas. Así nos cuentaAlberto Iturrioz e Ibáñez uno de losjuegos más brutales entre los niños,las pedreas.«Un grupo de chicos de distintoscolegios o clases, de calles obarriadas, desafiaban a otro a pedrealimpia y, previamente concentrados,se reunían una mañana o una tardeen un solar o desmonte y vengacantazos un bando contra otro.En estas dreas, como vulgarmente selas denominaba, no se llegaba al usode las hondas, con las que la

velocidad y fuerza de las piedraslanzadas se multiplicaba yacrecentaba así su peligrosidad;aquellas otras, de las que a vecesresultaban heridos graves, solíancelebrarse en los bajos del paseo deRosales, en las Vistillas o en el Campodel Tío Mereje, entre mozalbetes demala catadura.La piedra tirada a mano se podíaesquivar bien, si se tenía ciertapráctica y se conservaba la serenidad;y además, el gabán o la chaquetaextendidos sobre el antebrazoizquierdo servía a la perfección deescudo y pantalla».Menos peligroso que las pedreas peromuy popular entre los chicos eraaquel de las tapas de cerillas queconsistía en tirarlas contra una pared,perdiéndolas ante otro jugador sisalían boca abajo y ganando las delcompañero si a este le salía del revés.Este juego que en principio puedeparecer una simpleza, reunía fielesseguidores entre los jovencitos deprincipios de siglo, pues tenía el granaliciente de las reproducciones quehabía en las cajas de cerillas que

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mostraban a seductoras bailarinas, agrandes cantantes de ópera y a lascupletistas más provocadoras delmomento.La imaginación popular creaba, comovemos, con muy pocos medios, cientosde juegos que satisfacían a todos.Algunos podían disfrutar de algunamuñeca con vestidos de encaje, de unprecioso diábolo o de una flamantebicicleta, pero eran muy pocos losprivilegiados que utilizaban juguetesdestinados exclusivamente para ellos.En la actualidad las cosas hancambiado y, aunque los juegos no hanvariado mucho, los objetos y elmaterial infantil que se utiliza paraentretenimiento de los niños es casiinfinito. No hay parque o jardín queno tenga algún lugar destinado alrecreo de los más pequeños concolumpios, toboganes o esosbalancines que antes se fabricabanellos mismos con una piedra y unlistón de madera. Los grandesespacios se convierten, de nuevo, encampos de fútbol improvisados, peroya no hay necesidad de conocer

aquella técnica depurada de papel deperiódico y cuerda que concluía en unperfecto balón que incluso botaba. Ymuchos de aquellos juegos queprecisaban como único material unatiza o un papel o un lápiz como lastres en raya, los barcos o nombres quecomiencen por una letra, tienen ahoraun soporte plástico e inundan los ojosde los niños con su vistosidad y suscolores.A estos juguetes de base tradicionalse han unido otros electrónicos quetienden más al juego en el interior deuna casa. Las calles, cada vez másintransitables por el gran número decoches, han provocado que lascostumbres cambien, de modo que esmuy difícil escuchar en estosmomentos en la ciudad las viejascanciones que hemos reunido. Jugaral corro, a la cuerda o a la pelotaparece relegado a los campamentos oa los recreos de los colegios donde,como ayer, se juega a ritmo de loscantantes del momento y siguiendolos compases de algún programa detelevisión.

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