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PASALAGENTE Elmismociclodeayerydemañana elmismoairedelmarsoleado Loscomerciantesacechanaltranseúntedesde losmostradores ;quisieranobligarloaentrar ensusnegocios .Hayindostanosdeaceituna ; persasnostálgicosdearena,concamellosde Nubiaycaravanasensusojos,conelre- cuerdodeunatravesiaenunbarcodehumo lentoporunmardediasazulesynoches consteladas ;hayarmeniosdegestosinsinuan- tesymiradadeáspidqueatraenalosclien- tesconelsortilegiodesupalabra ;haychi- nosimpasiblesyhieráticos,decuerpomenudo yescurrido,quesúbitamentesealegrancuan- doalguienentraensuestablecimientoatibo- rradodemercaderiasde Honk KongyFor- mosayencuyointeriorsemezclanlosolores aresinadelastelasyelaromadelases- pecias PASALAGENTE Hombres fatigadosportodaunajornadadetrabajoen eltaller,enlostendidoseléctricos,enlasfá- bricasdelácteos,enlosmuelles,enlasde- -74-

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PASA LA GENTE

El mismo ciclo de ayer y de mañanael mismo aire del mar soleado

Los comerciantes acechan al transeúnte desdelos mostradores ; quisieran obligarlo a entraren sus negocios . Hay indostanos de aceituna ;persas nostálgicos de arena, con camellos deNubia y caravanas en sus ojos, con el re-cuerdo de una travesia en un barco de humolento por un mar de dias azules y nochesconsteladas; hay armenios de gestos insinuan-tes y mirada de áspid que atraen a los clien-tes con el sortilegio de su palabra ; hay chi-nos impasibles y hieráticos, de cuerpo menudoy escurrido, que súbitamente se alegran cuan-do alguien entra en su establecimiento atibo-rrado de mercaderias de Honk Kong y For-

mosa y en cuyo interior se mezclan los oloresa resina de las telas y el aroma de las es-pecias

PASA LA GENTE

Hombresfatigados por toda una jornada de trabajo enel taller, en los tendidos eléctricos, en las fá-bricas de lácteos, en los muelles, en las de-

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ESTACION DE NAVEGANTES

pendencias públicas, en las calles calurosas(como vendedores, cobradores, mensajeros,taxistas, peones) ; hombres de mirada limpiaen la claridad del dio, algunos con el sudortostado en sus cuerpos

Mujerespaso ondulante, piel dulce, expresión risue-ña. Se detienen ante los escaparates y suspi-ran al contemplar los últimos modelos devestidos, los cosméticos de Dior, de Chanel,de Elizabeth Arden, los perfumes en enva-ses de sándalo labrado, los collares de mar-fil del Punjab, los tapetes y alfombras deEsmirna, los cristales de Bohemia, los inge-nios eléctricos japoneses, las cámaras alema-nas. Vienen de la escuela las maestras, dela oficina las secretarias, de la fábrica ele ro-pa las costureras, han salido dei hogar lasamas de casa (algunas llevan a sus niños yéstos también miran asombrados los escapa-rates y piden insistentemente esto, aquello, lode más allá) y en todas es perceptible eldeseo de comprar esos aretes, esta pulsera,aquella negligée ; algunas piensan en el no-vio-amante y siguen indiferentes a las mira-das y los piropos de los transeúntes

PASA LA GENTE

Río lento de ojos y cuerposLas aceras palpitan en la tardeLos autobuses y los automóviles circulan

se detienen en los semáforosreanudan la marchasuenan la bocina

Alguien saluda de una acera a la otra con lamano

Un hombre y una mujer se reconocen desdelejos, aceleran el paso y se abrazan entre lospeatones : cómo estás, tanto tiempo sin ver-te, olvidados de todo, viviendo la emocióndel encuentro, entremos a esa refresquería,fíjate sólo anteayer le pregunté a fulanopor ti, cómo es la vida, quién iba a pensar

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DIMAS LIDIO PITTY

que te encontraría hoy, qué vas a tomar,sonrisas, miradas brillantes

Un limpiabotas espera junto a su silla que al,quien se siente mientras silba una melodíade moda

Chiquillos pobremente vestidos vocean los dia-rios vespertinos

INTENSOS BOMBARDEOS ALNORTE DEL PARALELO 17

!Robo al Pueblo!PECULADO EN EL MUNICIPIO

EL ENVIADO ESPECIALNORTEAMERICANO FUEAPEDREADO Y ESCUPIDOEN CARACAS

Un policía suena su silbato en una esquina pa-ra que los autos circulen más aprisa

Cuatro marineros franceses fotografían a unviejo tuerto que, parado sobre una caja demadera -frente a ésta hay una mesita confrascos encima y una lata con monedas den-tro ; un rótulo indica 250- anuncia un me-dicamento esotérico, bueno para todos losmales: evita la caída del pelo, restituye elvigor masculino, disuelve los cálculos bilia-res, abre el apetito, elimina las hemorroides,los usaban los indios, señores, combate las ca-ries, tomen su frasco y echen el dinero en lalata, no desaprovechen, la fórmula es un se-creto de los incas, no hay nada mejor parasentirse bien por las mañanas, compren seño-res compren que se acaba . Uno de los ma-

rineros toma un frasco y deja un dólar enla lata, Luego le pide a un muchacho quetome una foto de él y sus compañeros son-

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rientes y abrazados, felices, mientras la gen-te los mira y también sonrie viéndolos con-tentos tan lejos de Paris, ¿no será algunode Marsella?, en el otro lado del mundo, jun-to a un buhonero charlatán y cerca del al-macén Estrella de la India . Ah, los france-ses, los franceses

PASA LA GENTE

Luz dorada sobre los techos de Catedral ySanta Ana

El cerro Ancón es una sombra verde que elcrepúsculo oscurecerá hasta volverla negrasobre él radarestorre de televisiónfaroscañones y banderas

Un jet de la Air Force deja una estela blancaen el cielo sin nubes

En la calma lejanamás allá de las islasun barco enciende sus luces de posición

PASA LA GENTE

pasaen la tarde de ayer y de mañana,

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He comido bien en este restaurante ita-liano, con música de violines y reproduc-ciones de pinturas famosas, con vino ymeseros atentos y pulcramente vestidos .He comido mientras el viejo Sartini, pro-pietario, chef y sibarita deja la caja yviene a conversar conmigo del tiempo, desu nativa Italia, ay lejana, y de esa ideaque tiene -ya sabes cómo es el asunto,hablé de ello el día que estábamos con Fa-bio- para montar una cadena de restau-rantes baratos, en los cuales el pueblopueda comer platos italianos a preciosmódicos. He comido en silencio, tras dehaber vuelto Sartini al puesto de mando,frente a una reproducción de La Giocon-da tan enigmática como el original y la(¿el?) modelo de Leopardo . Luego he dis-frutado con el café y la crema de cacao(obsequio de Sartini a un amico que com-prende su nostalgia) y con las dos muje-res que en una mesa próxima comen y con-versan en voz baja,

Las he visto mientras enrollan los espa-

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guetis y sus bocas enrojecen con el vino .Ambas son blancas y atractivas, pero unaes más clara y tiene el pelo castaño . Laotra, de cabello negro, usa un vestidoabierto en la espalda . Su piel invita a lacaricia y fugazmente pienso que debe serdelicioso recorrerla con los labios o conla mano extendida, en la quieta claridadde una alcoba abierta a la luna . Sería ma-ravilloso ver en un espejo esa piel venci-da, sin nada cubriéndola, junto a mi cuerpotostado, recién salido del mar, o bien, ba-ñarla con ese vino del Piamonte que ahoramoja su boca y después tomar lenta, golo-samente de su cuerpo el aroma de la uva,hasta que el paladar ya no evoque losviñedos sino que naufrague en la carnepalpitante . Sería maravilloso, pienso entanto levanta su copa y brinda con suamiga por algo que ignoro .

Enciendo un cigarrillo y las observomientras la del pelo castaño mira atentae intensamente a la otra . De pronto, unasensación confusa comienza a intrigarme .En la mirada de la mujer o en la formaen que toca el brazo de la amiga, creohaber advertido algo que no comprendodel todo . Aún turbado por esa especie deintuición imprecisa, mis ojos desciendeny bajo la mesa vislumbro las piernas uni-das en una caricia furtiva . Entonces algose quiebra dentro de mí y me invade unsentimiento de frustración . Llamo al me-sero y pido la cuenta .

El mozo acude sonriente y dice queSartini desea hablarme antes de que mevaya, que espere un momento . El mucha-

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cho se aleja y vuelvo a mirar la mesa delas mujeres . La del pelo castaño ha termi-nado de comer y contempla arrobada a laotra, que parsimoniosamente enrolla losespaguetis y los lleva a la boca con delica-deza. De súbito la del pelo castaño descu-bre que las observo y su mirada es undardo. El mesero regresa con el cambioy veo que Sartini deja su puesto y caminadespacio hacia mi. En tanto, disimulada-mente observo que el contacto de las pier-nas bajo la mesa es más estrecho, auncuando sobre ésta sólo hay dos amigasque disfrutan con la comida de Sartini,con la música de los violines (ahora in-terpretan una canción napolitana) y conlas reproducciones de Renoir, Goya, Leo-nardo, Van Gogh, Botticelli, el Giotto ycon Las amigas de . . . . que frente a ellasparecían sonreír y evocar los versos queSafo escribió una tarde sobre la piel desu discípula más amada .

Sartini me dice que pasado mañanapreparará un plato especial -tina mon-dongada como sólo él sabe hacerla- paralos amigos, que no falte, vaya hombre,aquí pasaremos un rato como debe ser .¿No quiero otra cosa, algo fuerte paraempezar la noche? Lo que quieras, hombre,lo que quieras . Pido un whisky on therocks para no desairarlo . Llama al meseroy ordena Chivas Regal para el amico . Lue-go continúa hablándome de la mondonga-da. Vendrán Horacio y Fabio y dos o tresmás y después podremos ir a la nueva casade Fabio, en Bethania, a escuchar un discoque él (Sartini) le regaló la semana pa-

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sada, un disco con las mejores cancionespopulares de Italia, Pruebo el frío ardientedel whisky y escucho la voz de Sartinidesde adentro, como si la recordara, por-que ahora sólo veo, oigo y siento el rostrode la mujer de cabello negro que ha vol-teado hacia nosotros . Es realmente bellay su mirada parece reflejar (¿o ese atri-buto se lo habré imaginado?) una especiede melancolía profunda. La miro directa-mente a los ojos y luego, en forma invo-luntaria, dirijo la mirada a las piernasunidas bajo la mesa. La siento estreme-cerse y quita la vista, La otra pide lacuenta y cuando pasan cerca de nosotros,hacia la salida, me envía lo que induda-blemente debe ser una injuria musitada .Al llegar a la puerta, cede el paso a laotra y sus gestos rotundos desaparecenen el crepúsculo . Mientras tanto, Sartiniregresa a su puesto, el mozo retira la me-sa que ocuparon las mujeres y siento queel whisky me deja en el paladar un saborturbio en tanto recuerdo las bocas en lascopas, los labios enrojecidos por el vino,las miradas intensas y la caricia bajo lamesa. Y, de pronto, al levantar la vista através del humo blancuzco que exhalo, veoa La Gioconda mirándome, y durante unmomento creo haber descubierto el enigmade su sonrisa .

Termino el trago, me despido de Sar-tini y salgo a la luz violeta del crepúsculomuriente . Ya han sido encendidas las lu-ces de la calle y la mezcla del mercuriocon el último sol produce una sensaciónde irrealidad : los árboles no son comple-

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tamente verdes o negros, sino morados enlos sitios donde el día es más débil . Por lacalle camina alguna gente, principalmenteturistas (estamos en la zona de hoteles),conductores de taxis y empleados de loscasinos que llegan al trabajo . No obstante,se advierte que es domingo por el tránsitoescaso y por las tres criadas que disfrutansu día libre y caminan delante de mí, en-tre risas y cuchicheos . Seguramente vanal cine (se desviven por las películas me-xicanas, sobre todo por esas que tienencomo protagonista a un charro aventureroque canta corridos y rancheras sin mayorpretexto, enamora a las mozas de todoslos pueblos y le lleva serenatas a la noviaque suspira detrás de una ventana enre-jada. Viendo esas películas, ¿recrearán suantigua vida de labriegas, sus sueños demontes y quebradas, los suspiros noctur-nos al escuchar la saloma del hombre quecanta para ellas por el camino del río?)o el baile típico, donde el acordeón en-ciende la sangre y donde los campesinosque viven en la ciudad buscan alegría yun efímero contacto con su antigua exis-tencia. Las he visto presumir en esos bai-les . Imitan los gestos de sus patronas -al-gunas llevan carteras y vestidos regaladospor éstas- y ostentan sus modales inge-nuamente refinados delante de los mozosque trabajan en las construcciones o en lareparación de calles ; éstos, en tanto, mirangolosamente deslumbrados esos rostros sil-vestres maquillados con torpeza, esas son-risas picarescas que aún traslucen, pese alcreyón y los cosméticos baratos, el aroma

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de la tierra y la frescura de los campos .Todo envuelto en la cadencia del acor-deón, en los vapores del licor barato, enla euforia de la sangre agitada por la mú-sica y la noche .

Caminan delante de mí con mucho as-paviento . Una mira hacia atrás al sen-tir mis pasos, dice algo y las otras ríen .Seguramente creen que pienso abordarlas .Siempre riéndose, cruzan la vía Españay en la parada de buses una deja caer sucartera, Las otras me miran como sugi-riéndome recogerla, pero no ando con áni-mo para eso y me hago el desentendido .Mi actitud parece sorprenderlas o irritar-las porque dejan de reír .-¿Vas a dejar tu cartera ahí tirada,

Nereida? --pregunta una mientras me mi-ra con ingenua coquetería .

No me doy por aludido, vuelven a reíry la llamada Nereida recoge la cartera .Entre risas y lanzándome miradas mali-ciosas, abordan el bus . Sonrío interior-mente y sigo esperando un vehículo queme deje en Santa Ana. Allí espero encon-trar con quien conversar y tomar un caféhasta que sea la hora de meterme al cine .El Dorado presenta Adorado John y tengoganas de verla otra vez . Es una de las pe-lículas más tiernas que recuerdo haber vis-to. Es el amor como debe ser, sin conven-cionalismos, libre y puro ; es una de esashistorias que todos anhelamos vivir algunavez. Sobre todo quiero ver de nuevo esaescena junto al árbol, cuando la mujer seentrega al hombre y a la noche tranquila .Recuerdo su gemido y la expresión inten-

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samente dulce de su rostro en un primerplano, luego el plano general de la parejarecostada al árbol y después la panorámi-ca del litoral, con el agua gris-plata y elbarco que pasa a lo lejos .

La luz de los faroles ha desplazado porcompleto a la del día cuando subo al bus .El chofer usa una gorra elástica y una ar-golla de oro en una oreja, como los anti-guos piratas . Sonrío. Panamá . . . ¿En quétierra tan chica del mundo pueden versetantas cosas como aquí?

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Mi tía aún no había regresado y yo pa-saba los días recorriendo los alrededoresde la casa en compañía de dos o tres ami-gos que me enseñaban los sitios en loscuales era posible conseguir mangos, pa-payas y grosellas. Donde más abundabanlas frutas era en el huerto de una quintaabandonada en el límite del barrio, rodea-da de montecillos y yerbazales, cerca deun arroyo de aguas turbias . Allá íbamosdespués del mediodía, porque era la horaen que el cuidador -un viejo jamaicanomedio rengo- dormía la siesta en algúncuarto de la casa ruinosa . Sin ruido su-bíamos a los árboles de mango y nos lle-vábamos cuantos podíamos meter entre elcuerpo y la camisa anudada en la cintura .Descendíamos como serpientes gordas yregresábamos a la casa con el abdomenmonstruosamente deformado . Luego bus-cábamos un sitio tranquilo, en una de lasescaleras o en un corredor, y comíamosmangos hasta saciarnos. A veces pasabaJenny, la jamaicana bromista, y nos pedía

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uno; en otras ocasiones Lupo se sentabacon nosotros y compartía el festín .

Precisamente, fue Lupo quien una tar-de nos contó la historia de la mansiónabandonada . La casa había sido construi-da por un ingeniero o técnico alemán quehabía trabajado en la última etapa de laconstrucción del Canal . Primero la habíatenido para pasar los fines de semana,luego, al terminarse las obras del Canal,la había destinado a vivienda permanentey se dedicó al cultivo de frutales y a lacría de cerdos y pollos . El alemán era unhombre maduro que apenas hablaba espa-ñol, pero entendía lo necesario para poderdirigir a los cuatro trabajadores que man-tenía en la quinta . Uno de éstos tenía unahija, mulata preciosa de veinte años, quea veces iba a llevarle la comida al padreen compañía de un hermanito . El alemánla vio un día y se enamoró de ella . Dijoque estaba dispuesto a todo menos a ca-sarse porque, aunque separado desde hacíaaños de su esposa, seguía casado y la mu-jer era renuente al divorcio . El padre dela muchacha vio posibilidades de gananciaen el asunto y al cabo de un tiempo lamulata se trasladó a la casa del alemán .

Este no vivía más que para su nuevamujer y apenas la dejaba salir de la casapor temor a que alguien siquiera la mirara .Después, ya no le permitía hablar ni conel padre. Finalmente se deshizo de lascrías de animales, despidió a los traba-jadores y únicamente dejó en la casa auna señora que limpiaba y cocinaba . Asípasó el tiempo hasta que un día el alemán

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amaneció dando gritos, bebió durante todala jornada y por la noche apuñaló treintay dos veces a la mujer y después se colgóde una viga de la recámara .

Nunca se supo la causa de lo ocurrido .Quizá lo volvieron loco las fiebres -de-

cían que había contraído la malaria- olos celos o la preocupación de morirse-pasaba de los cincuenta años- y dejarviva a esa mujer que lo enloquecía en lasnoches calurosas, cuyo cuerpo parecía unpez vivo entre sus brazos, un infatiga-ble pez de carne tibia. Bueno, nunca sesupo, pero nadie más habitó la casa delalemán . Años más tarde, después de laSegunda Guerra, vino de Alemania un pa-riente del difunto y encargó de la propie-dad al negro que ahora la vigila .

Nosotros escuchábamos a Lupo sin de-jar de comer, y aunque no decíamos nada,un frío estremecimiento interior nos agi-taba. Sin embargo, el recelo que nos ins-piraba la casa no impidió que fuéramosvarias veces más a buscar frutas . Y hastaen una ocasión uno se cayó de un árbolporque los que estábamos abajo le grita-mos : ¡baja, huye que allí viene el alemán!

Algunas tarde, una o dos muchachasvecinas se nos juntaban y hablábamos depelículas y radionovelas como Los tres Vi-llalobos, la cual era transmitida diaria-mente por una emisora y que cada díadespertaba en nosotros ansias de aventu-ras en tierras lejanas. Cuando no conver-sábamos con las muchachas, jugábamosbeisbol en un baldío vecino. Y tal vez porel beisbol fui amigo de Marta . Pienso eso,

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pues si no hubiera sido porque una de tan-tas tardes Jimmy lanzó una curva dema-siado cerrada, que fui incapaz de esquivar,y me dejó tendido en el suelo con unaprotuberancia azul en la frente, quizá nohubiera entrado en relación con Marta .

Me llevaron a la casa mareado, tododándome vueltas . Marta estaba en la es-calera y preguntó qué había ocurrido . Dijoque me llevaran a su cuarto, me tendieronen un sofá y ella me dio a oler alcohol yme puso árnica en el golpe y me retuvoallí hasta que me sentí mejor, Intimamenteestaba avergonzado de que me hubierapasado eso, pero a la vez estaba contentode que una mujer tan bonita me atendiera .Cuando me repuse -los demás se habíanido- me preguntó quién era yo y dóndevivía. Respondí y agregué que era del in-terior, que había venido a terminar la es-cuela en la capital y me gustaba muchola ciudad. Escuchaba mientras bebía unataza de café a pequeños sorbos y sus ojos-pardos claros, color miel- seguían misgestos. Yo no soportaba mirarla de frentey sentía hormigas en la piel cuando ellame miraba. Era la primera vez que unamujer que no fuera de la familia me mi-raba con tanta atención . Yo observaba lahabitación -había una cama grande, uncomedor pequeño, el sofá ocupado por mí,un estante de madera y una imagen delcorazón de Jesús encima de la cabecera dela cama- y de pronto comencé a sentirmenervioso y dije que me iba .

-Espera un momento, todavía no -di-jo sonriente .

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Terminó el café y se me acercó con elfrasco de árnica .

-Estos g o l p e s pueden s e r malos~murmuró para sí mientras me aplicabala medicina .

Yo estaba sentado y ella inclinada tancerca de mí, con un vestido escotado, quepodía ver gran parte de sus senos. Cerrélos ojos porque no sabía qué hacer. Ter-minó de ponerme el árnica y dijo que aho-ra sí podía irme. No esperé más . Mediofarfullé las gracias y bajé al departamen-to de mi tío, quien a esa hora se preparabapara ir al trabajo . El golpe me dolía mu-cho aún, pero ya no sentía mareos . Mi tíopreguntó qué me había pasado . Le contétodo, se rió y me dijo que tuviera cuidadocon Marta. No sé por qué, me puse rojocuando dijo eso. Sin embargo, no me atre-

vìa preguntarle por qué debía cuidarmede Marta .

Esa noche tuve pesadillas y al día si-guiente el golpe era una mancha azul-negra en un lado de la frente. No volví aver a Marta sino dos días después . Erade tarde y yo estaba con Jimmy, el queme había golpeado, en la escalera . Martasalió de su cuarto y me llamó . ¿Ya estabamejor del golpe, no había tenido más ma-reos, me dolía mucho? No, ya no me dolíamucho; gracias por el árnìca . Bueno, quie-ro que me hagas el favor de comprarmealgo en la tienda . ¿Podía? Claro, cómo no .Fui a donde el chino a comprarle café,pan, arroz, una libra de carne, yuca, ñamey otras cosas. También encargó dos cer-vezas, Pero dile al chino que bien frías .

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-No te vayas muy lejos -dijo cuan-do le entregué la bolsa con el mandado-para darte comida cuando esté lista .

Jimmy me había acompañado a la tien-da y le dije que fuéramos a gastar los cincocentavos que me había dado Marta .

Compramos duros de nance y subimosa comerlos a un árbol que había cerca dela casa . Después Jimmy preguntó qué ha-cía yo en el interior y si sabía montar acaballo como los cowboys, sí sabía, y si mifamilia tenía vacas, sí tenía, y si éramosricos, éramos pobres, y si había montañascerca de mi casa, sí había y un volcán muygrande, el más alto de Panamá, y si habíaríos y luz eléctrica y cine y supermercadoy si la escuela era como la de Río Abajo,no, de eso no había nada -ni luz ni cineni supermercado ni escuela grande-, perosí había un río al cual yo iba de pesca conun tío que sabía mucho de eso, un río queen verano era apenas más ancho que unaquebrada pero que en invierno ahogabagente y animales, arrastraba árboles in-mensos y nadie podía cruzarlo, y no habíaluz pero había luna y la luna era mejorque la luz porque iluminaba todo el pue-blo y el llano y los cerros y uno podía veren la noche muy lejos hasta el mar y sen-tarse afuera de la casa en la claridadblanca a escuchar las historias de un tío,que eran mejores que las películas porqueeran verdaderas y él las había vivido . Sí,tal vez la luna fuera mejor, dijo Jimmy, ylos cuentos del tío mejores que el cine,pero en la ciudad había muchas más co-sas y aviones y barcos, ¿no había ido nun-

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ca al Canal a ver pasar los barcos?, eranmás grande que una casa y tenían ban-deras, sí lo había cruzado y había vistoun barco cerca de Miraflores y Lupo mehabía contado cómo eran los barcos pordentro y cómo vivían los marineros, perotambién me había dicho que los barcos sehundían y los tiburones se comían a losmarineros y no quedaba nada sino el mis-mo mar de siempre y los tiburones espe-rando que otro barco naufragara ; no, yoprefería la tierra y los llanos y el granvolcán azul y las historias de tigres quetío Isidoro contaba a la familia reunidabajo la luna . Sí, yo prefería eso, aunque laciudad me gustaba y tenía cosas muy bo-nitas. Terminamos los duros y una herma-nita de Jimmy vino a decirle que la mamálo llamaba . Yo seguí en el árbol hasta quevi a Marta salir de su cuarto y pararse enla escalera . Me bajé y caminé hacia ella .

-Ven para que comas ~dijo al verme .Había dos platos servidos en la mesa ;

me senté frente a uno y comí casi sin le-vantar la vista . Ella tomaba cerveza conla comida y me ofreció, pero no quise por-que nunca había tomado y temía que mehiciera daño . Después me preguntó si que-ría hacerle siempre los mandados. Dijeque sí . Cuando terminé de comer me pi-dió que llamara a la vecina del 7 para quele lavara los trastos porque ella tenía queirse. Llamé a la mujer, una señora ya vie-ja que planchaba ropa ajena, y despuésme senté en la escalera. Al rato salió Mar-ta con un vestido verde, los labios pinta-dos de rojo vivo, y el perfume que ya

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conocía me produjo la misma sensación dela primera vez. Cuando pasó a mi lado di-jo hasta luego, nos vemos, y se alejó consu andar sinuoso, que ninguna otra mujertenía .

Al regreso de mi tía, Lupo habló conella para que yo durmiera en su cuarto yse lo cuidara cuando le correspondía laguardia nocturna en su trabajo . Ella con-sultó con el tío y aceptaron que Lupo mepagara dos dólares por semana . Después,un domingo en la tarde, Lupo me invitóa pasear por la Zona ; para que viera losbarcos, dijo, y conociera el Canal .

El era timonel de un remolcador y mellevó al muelle 18 de Balboa a conocer sunave, pero no pudimos verla porque enese momento estaba en el mar y entoncestomamos un bus hasta Miraflores y nossentamos frente a las esclusas, en el lugarde los visitantes, para ver cómo cruzabaun barco . El que atravesaba en ese instan-te era un buque japonés, el Fuji Mare,muy largo y muy alto y tan ancho quesus costados casi rozaban las paredes dela esclusa . A popa y a proa había mari-neros asomados, unos con binoculares yotros con cámaras, hablaban a gritos ensu lengua y los veíamos reír y señalar co-sas a lo lejos . Yo me asombré al ver cómocuatro pequeñas mulas eléctricas eran ca-paces de mover un barco tan enorme -quetenía las máquinas apagadas, me dijo Lu-po- a lo largo de la esclusa. Y tambiénme sorprendió ver que miles de toneladasde agua llenaban una esclusa en pocosminutos, Pensé que algún día me gusta-

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ría trabajar allí para conocerlo todo y serparte de ese mecanismo inmenso y com-plejo que comunicaba los mayores maresde la tierra con tanta facilidad, y paraconocer gente de todas partes, y lo me-jor, tal vez fuera bueno, un día irme porlos mares del mundo y ver otras ciudadesy otros pueblos desde la cubierta de ungran barco, como esos marineros del FujiMasa . El buque llegó al final de la esclu-sa, las mulas retiraron los cables, se abrie-ron las compuertas y avanzó despacio-ahora sí impulsado por sus máquinas-en las agitas del lago de Miraflores . Anuestro lado, un grupo de turistas hacíapreguntas al guía y éste daba fechas y e¡~tras y los turistas decían ¡ooohhhl y vol-vían a preguntar mientras el sol desapare-cía detrás de las colinas del oeste y lasombra del atardecer oscurecía las agitas .Absorto en el mirador, veía cómo el humodel Fuji Mare, que era una imponentemole gris-blanca alejándose en la placidezdel lago, se perdía lentamente en lo altodel cielo claro .

Otro día le pedí a Lupo que me lleva-ra a conocer el corte Culebra, el lugarmás angosto del Canal y el que mayordificultad había ofrecido a los ingenieros .Los farallones de roca viva aparecían cor-tados a pico y una profusa vegetación co-ronaba las elevadas márgenes rocosas .Cuando llegamos al sitio, no pasaba nin-gún barco, pero recordé que las naves seven como indefensas y frágiles junto alas paredes de piedra . Eso lo había vistoen una fotografía que la maestra nos mes-

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tró una mañana . La foto presentaba alAncón, el primer barco que cruzó el Ca-nal. "El Ancón atraviesa el corte Culebra .Agosto de 1915', decía el pie. Desde quevi la foto había querido conocer el lugar .Porque fue allí donde el Istmo opuso elmayor obstáculo a los hombres, donde lasmáquinas y la dinamita se unieron al su-dor y la sangre para vencer la roca . Igualque cuando había cruzado la entrada delCanal en el ferry Roosevelt, la voz de lamaestra, siempre dulce y apacible, me re-vivió la proeza, los sacrificios y los milesde muertos . Porque allí, en Culebra, y a lolargo de todo el Cana, miles de hombreshabían muerto de 1882 a 1914, durantelos trabajos de los franceses, primero, yde los gringos, después. Escuchándola,uno pensaba que el esfuerzo había sidoprodigioso, pero ya frente a los cerros depiedra cortados, tino pensaba que en ver-dad el hombre era tan grande como Dios,o tan listo, Y nuevamente, como en elferry Roosevelt, volví a pensar que nohabía nadie en el mando más inteligenteque los gringos . Entonces acosé a Lupoa preguntas y él respondió a todas y cuan-do ine cansé de preguntar regresamos aRío Abajo y esa noche soñé con travesíaspor mares enfurecidos y con explosionesy paredes de basalto .

Al día siguiente fui con Jimmy al ciney vimos Shane el desconocido . Me pareciófantástica la manera que tenía Jack Pa-lance de ponerse los guantes antes de ma-tar a un hombre . Era el máximo pistolero .

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Pero allí estaba Alan Ladd, el bueno, elvagabundo justiciero que ayudaba a losgranjeros débiles y que era aún más rápi-do que Jack Palance con la pistola . Fuemaravilloso el duelo final entre ambos yJimmy y yo salimos del cine con pólvoraen la sangre y con ganas de ser comoAlan Ladd y disponer de la libertad queél tenía para ir de un lado a otro y dor-mir bajo las estrellas en esas noches decerros cubiertos de nieve . No había nadamejor en el mundo que ser un cowboy depistola muy rápida para exterminar a losbandidos y favorecer a los agricultoresdesamparados que tenían una bella mu-jer, un hijo y una casa de troncos en lapradera .

Cuando regresamos a la casa, mi tiame dijo que Marta había estado buscàn-

dome no sabía para qué. Subí corriendolas escaleras y toque en la puerta de mallametálica (todas las habitaciones eran pro-tegidas de los insectos con una semejan-te) . Podía ver luz en el cuarto a través delas cortinas, aunque no estaba encendidoel foco del techo sino la lámpara que ha-bía cerca de la cama, Marta vino a abriry sentí su aliento de cerveza .

-Te buscaba para que me comprarasunas cervezas -dijo- pero ya las compré .

En el sofá estaba sentado un hombrerubio con un vaso de cerveza en al mano .Marta fue a la cabecera de la cama, tomóun monedero y sacó cinco centavos .-Toma de todos modos --dijo por

la molestia .Acepté la moneda, dije gracias y me

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quedé allí . El gringo murmuró algo que noentendí y Marta me dijo : bueno, nos ve-mos mañana, y cerró la puerta metálica .Yo seguí inmóvil, como atontado, gol-peándome muy adentro la voz del hombrey las risas de Marta . Lentamente, todavíacomo atontado, caminé hacia la escaleray me senté en un escalón, pero aún allíescuchaba la risa de Marta y de prontome sentí ridículo, humillado y arrojé a lanoche los cinco centavos .

Después de comer busqué a Jimmy pa-ra comentar la película, pero nada decuanto decíamos tenía interés para mí; aundonde estábamos, alejados de la casa, de-bajo de un árbol de tamarindo, oía la risade Marta y la voz ronca del hombre queestaba con ella . Experimentaba una con-fusión dolorosa, algo que hasta entoncesno había sentido y por un momento tuvedeseos de hablarle a Jimmy de eso, sinembargo, me abstuve : seguramente seburlaría,

--¿Por qué mejor no conversamos su-bidos en el mango que hay frente a lacasa? --propuse de pronto .

-Bueno -aceptó Jimmy- . Vamos,Desde allí veíamos gran parte de la

calle, por la que venía una señora con pa-quetes del supermercado . También veía-mos la ventana abierta del cuarto de Mar-ta y, aunque había cortinas, percibíamoslas figuras en el sofá .

-Mira -dijo Jimmy repentinamen-te excitado, agarrándome el brazo-, mi-ra cómo la toca el hombre .

Sentí como si me clavaran agujas y no

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tuve ganas de seguir viendo, sino de ce-rrar los ojos y huir .

-Mejor nos bajamos --dije~ . Al-guien podría vernos .

-No -dijo Jimmy en voz baja-, no ;vamos a ver qué hacen .

Contra mi voluntad, para que Jimmyno fuera a decir que yo era un marica, ob-servé cómo el gringo la abrazaba, la besa-ba en el cuello, le abría el vestido y lemetía la mano entre los senos mientrasella, cerrados los ojos, le acariciaba la ca-beza . Luego ella se levantó, así con elvestido abierto hasta la cintura, quitó lasobrecama y apagó la luz . Ya no pudimosver nada y Jimmy fue a ver para qué lollamaba su madre . Yo me quedé un ratosentado en una rama, con ganas de llorary con una sensación de tristeza y humilla-ción que nunca había sentido .

El día siguiente lo pasé en el centro,con una amiga de mi tía ; al otro, Martame buscó, pero yo no estaba, y en el ter-cero aún no quería verla y pasó toda lasemana . Jimmy a veces compraba duroscon lo que ella 1e daba porque le hicieralos mandados .-Marta me manda a mí porque no te

ve a ti -dijo- . Pero es lo mismo -agre-gó riéndose~ si da el dinero a ti o a mí :los duros saben igual .

El domingo, cerca del anochecer, está-bamos sentados junto a la calle . En esemomento vimos que Marta caminaba ha-cia la casa, Traía un vestido rojo y seveía linda . Simulé no haberla visto, peroella llegó a donde estábamos y dijo :

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-Hola, amiguito, ¿por qué no te de-as ver?

No supe qué contestar ; sólo atinaba amirarle las piernas y no me atrevía a le-vantar la vista .

-Ahora vas para que me compresunas cosas -agregó en tono cariñoso yse fue .

Seguí mirando el pavimento, en silen-cio y como aturdido, hasta que Jimmydijo :

-Hoy es domingo y tengo que acom-pañar a mi mamá a la iglesia . Nos vernosdespués .

Fui a donde mi tía y le pregunté sitenía necesidad de comprar algo .

-No . ¿Por qué?- Porque voy a la tienda a buscarle

tinas cosas a Marta .-No, no tengo que comprar nada

ahora -repitió mientras cosía el cuello detina camisa de mi tío .

Entré al baño y me lavé las manos, lacara y la boca untadas de duro . Me sen-tía inquieto y luego, cuando subía la es-calera hacia donde Marta, iba recordandocómo ella abrazaba al gringo y cómo éstela apretaba y cómo los dos eran un solocuerpo en el sofá . Con esa imagen fijaen la mente, llamé a la puerta de su cuar-to. Abrió y dijo :

-Pasa . Voy a hacerte una lista de loque necesito . Hoy el chino cierra a lasocho, ¿verdad?

-Sí -respondí con voz neutra, en lacual vanamente intentaba transparentarun enojo frío .

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Se puso a escribir en la mesa y yo,parado junto a la puerta, seguí mirandola cama y el sofá, como si hubieran sidoimantados por las figuras abrazadas queJimmy y yo habíamos visto desde el man-go. Marta se había quitado el vestido rojoy ahora su cabello negro ensombrecía unabata verde celeste, escotada, que parecíade seda. Terminó la lista y fue a la cabe-cera de la cama, tomó el monedero y me-dio dos dólares y el papel con las anota-ciones .

-Anda -dijo sonriente- que hoy,por ser domingo, te daré veinticinco cen-tavos .

Salí con la misma expresión fría, quepretendía ser indiferente y dura, y lleguéa la tienda con las figuras del sofá aúnmás dolorosamente claras en la mente . Ledi al chino la lista y éste preparó el pedi-do . El total de la cuenta rebasaba en diezcentavos los dos dólares .-Estas cosas son para Marta -dije .-Ah -el chino (flaco, con algunas

canas en su pelo parado, de ojillos mali-ciosos y dientes disparejos y larguísimos)sonrió y me guiñó un ojo- entonces pue-des traerme después los diez centavos, noimporta .

Sin decir nada tomé la bolsa y caminédespacio hacia la casa . No se veía a na-die en la calle, únicamente un hombre ve-nía de la parada de buses, aunque éstetodavía estaba lejos . Entre la casa y lacalle había una área de sombra acentuadapor los mangos y el tamarindo; allí estuveun rato con el paquete en los brazos, sin

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decidirme a llegar, hasta que oí acercar-se al hombre y reanudé la marcha haciala escalera .

Marta abrió la puerta al sentir mis pa-sos en el pasillo. Estaba realmente lindaen ese momento porque tenía el cabellosuelto y se lo cepillaba lentamente mien-tras esperaba que yo entrara. Pasé casirozándola y sentí el perfume que emanabade su cuerpo . Puse la bolsa sobre la me-sa y le dije que habían faltado diez cen-tavos. Bueno, estaba bien ; mañana podíallevarlos o ¿quería llevarlos de una vez?No, dije, mañana estaba bien .

--Okay, siéntate -dijo en tanto de-jaba el cepillo del cabello sobre la mesay buscaba los veinticinco centavos paradármelos- que tengo ganas de conversarcontigo. Dime, ¿por qué no habías venidoen estos días?

En ese instante, al hacerme la pregun-ta, estaba de espaldas, pero aun así tuvemiedo de que notara el rubor que me cu-bría de los pies a la cabeza . Estaba segu-ro de que si me veía se iba a dar cuentade todo : iba a ver en mi cara, como enun espejo, su figura entrelazada con ladel gringo, la ventana abierta y a Jimmyy a mí atisbando desde el árbol . Por eso,para que no se volviera, para que conti-nuara de espaldas, respondí apresurada-mente que casi todos los días había ido alcentro por encargo de mi tía .

-Ah -dijo y finalmente se dio vueltacon la moneda en la mano- . Toma. Conesto hasta puedes llevar a tu novia al cine .

-No tengo novia -dije sonrojado .

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---¿Conque no tienes novia? ¡Cómoeres mentiroso! Una de estas tardes te vihablando con una muchacha debajo deltamarindo .

-Esa es una prima de Jimmy que vi-no a visitarlo .

Encendió un cigarrillo, se sentó fren-te a mí y me miró atentamente .

--¿Nunca has tenido novia?-No -respondí con la vista baja . Mis

manos jugaban nerviosamente con la mo-neda .

--¿No te has enamorado nunca ni sa-bes nada de esas cosas?

Su voz, envuelta en el humo del ciga-rrillo, me llegó lejana, como del recuerdoo de otro mundo, y no era afable sino hi-riente, y repetía burlona : "esas cosas, esascosas", señalándome las figuras del sofá .Y fue para responderle a esa voz desco-nocida y perversa que dije :

-Sólo lo que tú hiciste con el gringoen estos días .

Yo seguía con la cabeza inclinada yla bofetada restalló como un latigazo en lamejilla y la oreja. Una onda caliente merecorrió de la cabeza a los pies y las lá-grimas brotaron sin que pudiera contener-las. Pero no eran provocadas por la bofe-tada, sino por lo que había visto la otranoche, por lo que había sufrido viendo aMarta abrazada a ese hombre, dejándoseacariciar con los senos al aire. Eso era loque realmente me hacía llorar. Lo que nohabía llorado en la rama del mango, afli-gido por la humillación, lo lloraba ahorafrente a ella, frente a esta Marta ~no la

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otra, la del gringo, la que lo que abrazabacon el vestido abierto en el sofá-- queera mi amiga, que era la mujer más lindade todas y caminaba como ninguna otra .No era ésta la que me hacía llorar, era laotra, No ésta que me hablaba cariñosa-mente y me acariciaba la cabeza y de-cía que uno no espiaba en las casas aje-nas, que eso era feo, que un hombrecitocomo yo no debía hacer tales cosas ; éstaque había dejado la silla y me daba elconsuelo de una verdadera amiga ; ésta queyo abrazaba por las caderas para ocultarmi llanto en su vientre tibio y que repetíahombrecito, hombrecito ; ésta que ahora mehabía abierto la camisa, había apagado laluz y me acariciaba suavemente el pechoy la cabeza en el sofá ; ésta que introdu-cía su lengua en mi boca y me provocabaestremecimientos al pasarme la mano porlos muslos, que me ofrecía sus senos cáli-dos y me había ayudado a desvestirme yse había quitado la bata ; ésta que ahoraestaba en la cama con un seno en mi boca,sus dedos recorriéndome la espalda comogusanitos que suben y bajan lentamente ;ésta que estaba debajo de mí, su sueltocabello en mi rostro, acariciándome loscostados, de los hombros a las caderas,con las manos extendidas y cuyos muslosme apretaban contra su vientre de pétalo,de agua, contra todo su cuerpo y su ter-nura; ésta que ahora era más hermosa quenunca, que olía a flores y cuya lengua merecorría dulcemente la garganta . Esta noera la Marta del gringo, era la mía . Aqué-lla me había humillado y hecho llorar, ésta

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me daba algo que nadie me había dado .Por eso la amaba ahora con los ojos ce-rrados, totalmente entregado a ella, conuna angustia muy grande en los huesosy una sensación de muerte en la sangre yun estremecimiento que me arrancaba lavida y todo cuanto yo era . Esta era laMarta mía, la única del mundo, la queestaba a mi lado sudorosa y me acaricia-ba el pecho y me miraba en la penumbracon sus ojos de miel y me tomaba unamano y la ponía en su seno y decía acarí-ciame y respiraba delicadamente junto ami cara. Esta era mi Martha, la de siem-pre, la que ya nunca podría olvidar . Laotra no había existido ; era mentira .

Por la ventana entraban la noche y lapálida claridad de la calle, Con cuidado,sin mover demasiado la cama, me levantéy comencé a vestirme. Estaba turbado, te-nía miedo de mirarla y sentía fosforecermi sonrojo en la oscuridad. Oí que Jimmyandaba buscándome a gritos por el ladode la escalera. Seguramente ya su madrehabía regresado de la iglesia . Terminé devestirme y sin decir nada caminé hacia lapuerta; entonces ella me llamó. Volví len-tamente hasta el borde de la cama y es-peré quieto . Me tomó una mano y la besó .

-Mañana vienes temprano -dijo enun susurro .

Asentí en silencio y salí a ver para quéme buscaba Jimmy .

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CRONICA

En este afro de gracia, la Corona enco-mendó a Pascual de Andagoya la misión deexplorar la parte más angosta de TierraFirme -el istmo que los naturales llamanPanamá- en busca de una ruta apropiadapara comunicar los dominios del Atlánticocon los del Mar del Sur, descubierto este úl-timo y tomado en posesión para el Rey porVasco Núñez de Balboa en 1513.

Andagoya cumplió la encomienda delRey, y un camino de herradura fue la pri-mera vía transcontinental. Por ella, a lo lar-go de dos siglos, el oro de Perú y la platade Bolivia pasaron para Madrid. Y por ellatambién, en 1671 -fecha aciaga--, mil dos-cientos piratas famélicos y resueltos buscaronel esplendor y la riqueza de la urbe másnoble y opulenta del Pacifico. Por la mismasenda, con 190 mulas cargadas de oro, re-gresó Henry Morgan a Portobelo, y de Por-tobelo al mar y a la historia .

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1514

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ESTACION DE NAVEGANTES

De la ciudad, fundada en 1519 por donPedro Arias Dávila -asesino y suegro deBalboa- sólo quedaron cenizas. Algunasversiones declaran que el gobernador, Pérezde Guzmán, dispuso darla al fuego para evi-tar el saqueo de los piratas, tras haber éstosderrotado y puesto en fuga a sus tropas ;otras afirman que fue Morgan quien ordenóla destrucción de la plaza . Sea como fuere,del reciente y magnífico (ahora calcinado)esplendor, únicamente quedaron en pie latorre de la iglesia mayor y algunos edificiosde piedra,Entonces, en ese crepúsculo de ruinas, delenta marca azulosa, alguien pensó que lanueva ciudad debia erigirse más cerca delcerro que había al oeste, el verde Ancón,eternamente rizado por la brisa marina y enel cual la caza era abundante .

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No hay ningún conocido en el café . Ocu-po una mesa próxima a una puerta y pidoun tinto. Esperanza, amiga de todos, siem-pre servicial y sonriente, unas veces secre-taria y otras consejera de los parroquianos,pregunta : ¿qué haces, cómo te va, dóndeestabas metido que hacía días que no tedejabas ver, qué es eso, hombre, andasenamorado? No, nada de eso, respondo,son las ocupaciones . Esperanza, tú sabescómo es la vida . Trae el café y un vasode agua y pago inmediatamente para evi-tarle otro viaje. Debió ser muy bella Es-peranza; su rostro maduro conserva algode esa luz que tienen las jóvenes hermo-sas. Enfrente del café hay un bar y de élsalen dos hombres gesticulando y hablan-do a gritos. Tomo un sorbo de café sinazúcar y observo a los ocupantes de lasotras mesas. Hay poca gente, en verdad ;únicamente están los habituales que pasantodo el día en el establecimiento y sólo loabandonan de mala gana cuando, en lamadrugada, el griego Athanasiadis orde-

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na a un mozo subir las sillas a las mesasy barrer el local con una manguera . Al-guna vez he hablado con ellos ; son diver-tidos y buena gente, pero ahora no tengomimo para escuchar los mismos chistesde Pepito o del ministro de turno, lasmismas lucubraciones sobre negocios ima-ginarios. Me parecerían un disco rayadoy desgastado por el uso. Algunos son ju-bilados; otros nadie sabe dónde trabajan .¡Qué gente! Cada día enredan y desenre-dan la vida en el café . Río en silencioviéndolos gesticular y enfatizar sus pala-bras con golpes en la mesa, En lo alto deun edificio distante, una mujer rubia se-midesnuda ofrece una marca de cerveza .La espuma se derrama de la copa rebo-sante . PARA EL, CALOR Y PARAUSTED NADA COMO YO. Años an-tes, durante una temporada en que estuvesin trabajo, acudí diariamente al café ycomo muchos otros flotaba horas y horasen un orbe de sobreentendidos, saludos,silencios y murmuraciones gratuitas . Re-cuerdo las charlas con José/poeta, Al-berto/pintor influido por el muralismomexicano, Clemente / político, Roberto /navegante-soñador-desocupado, Kausler/estudiante, Romualdo/obrero y fanáticorevolucionario que ignoraba todo de la re-volución o con aquel dirigente sindicalextremadamente politizado que rehusabatrabajar para no ser explotado por los ca-brones capitalistas y con Florencio/vende-dor-cobrador que jamás vendía ni cobrabanada, pero que siempre ponía sobre la me-sa un maletín repleto de papeles, facturas

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ilegibles y revistas ilustradas con desnu-dos, Ninguno está ahora porque el do-mingo no vienen al café . En la calle suenainsistentemente una bocina, ¿Está Casti-llo?, preguntan desde el auto detenido enmedio de la vía . No ha venido, contestandesde tina mesa . Lucero, la que atiendeel puesto de revistas y tabacos, me saludacon la mano, Respondo igual y sonrío .Hace unos meses estuvo a punto de morira causa de un parto prematuro . Es unabuena mujer con mala suerte, El maridoes un vago que vive de lo que ella gana .Antes intentó hacer carrera en el boxeo,pero en el primer round de su primerapelea lo noquearon y renegó para siemprede los rings, Ahora dicen que le propinagolpizas tremendas a Lucero cuando éstase niega darle dinero . Algunas veces lohe visto luciendo en el parque su físicoatlético y presumiéndole a los limpiabotasy vendedores de periódicos de ser un púgilretirado. Incluso camina como Sugar RayRobinson cuando viene al café por la no-che para acompañar a su mujer a la casa .

Pequeño mundo de miserias y sueños,el café tiene sus personajes y sus trage-dias. Un auto de la policía pasa a pocavelocidad y sus ocupantes escrutan conatención el interior del establecimiento . Enla ventanilla posterior asoma el cañón deuna metralleta. Del bar cercano llega lamúsica de un porro . Miro el reloj, terminoel café y aparto la taza .

El viejo Marco está sentado junto auna de las puertas que dan a la avenida,Tiene un café frío delante y ve con ojos

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encendidos a las muchachas que pasan .Cuando descubre alguna de catorce oquince años particularmente atractiva,abandona apresuradamente la mesa (casisiempre sin pagar, aunque cuando vuelvecancela la cuenta) y la sigue a distanciapara saber dónde vive . Anota la direccióny luego hace que una mujer hable conella y la induzca a ser afectuosa con unbuen señor así y así que siente un grancariño por ella y desea ayudarla. El siste-ma le dio resultado, dicen, hasta que mu-rió la alcahueta, pues no pudo encontraruna sustituta adecuada . Desde entoncesha debido conformarse con ver pasar alas chicas, que cada día le parecen mássugestivas con esas falditas mini mini . Enocasiones hacemos chistes a su costa yen la última navidad alguien le regalóanónimamente la novela Lolita, En ciertomodo, da lástima verlo con su café frío,cada día más viejo, sus ojos cada vez mástristes y cansados, suspirando al paso delas ninfas inaccesibles .

Es mediodía . Atruenan las bocinas deltránsito atascado . Todas las mesas estánocupadas. Algunos comen riñones de resen la barra y el olor del guiso inunda ellocal. Entra un vendedor de baratijas . Demesa en mesa ofrece serpientes de hule,peinillas, espejos, plumas, pañolones deseda. Lucero vende cigarrillos a un turis-ta de grandes bigotes . Parece europeo ytranspira copiosamente . Afuera lo esperaun grupo. Sí, Camel, por favor, dice eninglés. Miro el reloj . La mujer de la cer-veza en lo alto del edificio sonríe, sonríe .

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Con una seña le pido a Esperanza otrocafé .

Julián es historiador y ha recorrido to-dos los ríos, arroyos y quebradas del país,desde el nacimiento hasta el mar . Su ca-beza cana y su cuerpo delgado y todavíavigoroso se estremecen cuando habla .

MESA I

A . Entonces, ¿qué hiciste?B . Pues le dije bien claro que la de-

jaba. que me iba, que ya estabahastiado de sus exigencias y maja- derias.

Toma un sorbo de café y busca ennosotros alguna reacción a sus palabras .Además, prosigue, ha descubierto en elarchivo secreto del Vaticano comprome-tedores documentos relacionados con unaconjura que don Vicente Icaza y Cisnerospromovió contra el capitán don AntonioMaría Zulueta de Valledano, gobernadorde Tierra Firme, en 1552 . Claro, comono nos sería difícil suponer, la publicaciónde tales documentos obligaría a reescribirla historia, De ahí que algunas fuerzasoscuras, que sospechan que él posee lossusodichos documentos, propugnen su rui-na y la destrucción de los manuscritos .

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MESA 11

C . (Entre risas de sus acompañantes.)Y la secretaria salió del despachoarreglándose el vestido mientras laesposa entraba como un ciclón .

Por fastidiarlo, alguien aventura unaobjeción. Bueno, replica, que no creamossi no queremos, pero ya veremos, cuandoaparezca su libro, si dice la verdad o no .Lo que pasa es que pertenecemos a unajuventud descreída y cínica, sin ideales nialtura de miras . ¡Qué iba a ser del paíscon estas nuevas generaciones! ¡Ah, cuan-do él era joven! Reímos pero él no semolesta, Enciende un cigarrillo, lanza elhumo por encima de las cabezas y retomala palabra . Ahí estaba, simple ejemplo, suimportantisima pero no revelada partici-pación en el affaire del oro de Piedra deCandela. ¿Quién no sabía que un apátridade origen húngaro afirmaba haber descu-bierto un tesoro fabuloso en la inextricableselva chiricana, cerca de la frontera conCosta Rica?

MESA III

D. Nada más necesitamos cien dólarespara ganarnos quinientos . Es fácil .Un negocio muerto .

E. No puede ser .D. Seguro, hombre. Te lo estoy di-

ciendo.

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ESTACION DE NAVEGANTES

Eran dos mil barras de oro con el sellode la Corona de España, con un pesoaproximado de veinte libras cada una .Como prueba de su hallazgo, el aventu-rero trajo una de las barras y pidió ayudaal gobierno para rescatar el resto . Lasautoridades dispusieron el envío de cincocamiones y veinte guardias al mando deun capitán para acompañar al húngaro .Este condujo la expedición hasta un puntocercano a donde supuestamente estaba eltesoro. Allí les dijo que esperaran un mo-mento y se adelantó solo . Instantes des-pués sus acompañantes escucharon un dis-paro y corrieron en la dirección tomadapor el húngaro . Lo encontraron junto ala entrada de una cueva, muerto y con unapistola empuñada .

MESA I

A . ¡Esperanza! Otros dos pintados yagua .

Los policías buscaron el oro hasta ex-tenuarse, pero no hallaron ni rastro y dosdías después salieron de la selva tortura-dos por los mosquitos, con el fracaso enlos huesos y con el cadáver del húngaroenvuelto en una lona .

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DIMAS LIDIO PITTY

MESA II

(Continúan las risas)

C. Ustedes conocen la fama que siem-pre tuvo cl tipo . Y ahora que esviceministro . . .

Esa era la versión oficial difundidapor los periódicos . Luego vinieron las es-peculaciones : el tesoro no existía ; el hún-garo tenía un socio y éste lo había matado ;todo había sido una jugarreta del demoniopara burlarse del apátrida, que negaba laexistencia de Dios y del Diablo . . . Sinembargo, no eran más que habladurías . Yase sabe cómo es la gente. La verdad es . . .(la voz del historiador baja y adquieretonalidades de enigma) que el tesoro síexistía. Simplemente, el gobierno dispusola eliminación del húngaro porque sospe-chaba que era agente de una potencia ex-tranjera y hubiera sido tonto compartircon él una riqueza que pertenecía al Es-tado por derecho propio .

MESA III

D . (Voz apenas audible.) Esperanzatoma, cobra los cafés . . . Te que-darnos debiendo la propina.

Así, eso de que el húngaro se habíainternado solo en el monte no era cierto .

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Sencillamente, cuando llegaron al oro elcapitán cumplió la orden que había reci-bido de matarlo . Claro, eso no podíamossaberlo nosotros . Pero el sí. Porque él(Julián), que simulaba ser un guardia másde la escolta y que conocía toda esa re-gión como la palma de su mano, fue quieninventó la historia de la cueva y de la va-na búsqueda del tesoro . En esa forma lehabía prestado un gran servicio al país .

En una mesa dos hombres se injurian .Otros intervienen para evitar la pelea .Uno sale y desde la calle grita que el otroes un desgraciado-infeliz-cabrón, que lapróxima vez se las pagará, Un policía loamonesta y le dice que ya está bien, quese vaya si no quiere que lo arreste por es-cándalo en la vía pública .

Ahora las dos mil barras de oro (efec-tivamente, todas tenían el sello real) es-taban depositadas en un banco de In-glaterra. No obstante, a cuarenta años delsuceso, muchos seguían tejiendo conjetu-ras en torno al asunto .

El historiador tira la colilla al piso, laapaga con el tacón, bebe un trago de caféy mira hacia la calle con la mirada serenay tranquila con que seguramente Heródotomiraba la Acrópolis en las tardes .

Esperanza trae el café . Acodada en elmostrador, Lucero hojea una revista . QuéJulián! Era un caso el historiador . En elfondo era parecido al poeta que cada tar-de llegaba con una nueva teoría para es-cribir poemas, pero quien nunca mostrabaun verso propio . Sospechábamos que ja-más había escrito ni escribiría nada y se

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lo decíamos . El alegaba que su sentidode la autocrítica era muy severo : mientrasno tuviera la seguridad de que un poemasuyo tenía una calidad extraordinaria, nolo mostraría a nadie : ya en el mando ha-bía exceso de malos poemas .

Sus ocurrencias nos hacían mucha gra-cia y alguien lo apodó el Autocrítico . Dosaños después lo mató una grúa mientrastrabajaba como peón en un desagüe y loenterramos junto con unos cuadernos re-pletos de versos que encontramos cuandofue abierta la casita donde había vividolos últimos años .

La vivienda estaba en la barriada bru-ja de Cabo Verde y ninguno de los veci-nos parecía saber a quién nos referíamoscuando preguntábamos por el poeta Ne-pomuceno Valdivia . Hubo que describirlopara que finalmente uno con trazas demarihuano dijera : "ah, ustedes preguntanpor el Borriquero", y nos llevara a la quehabía sido morada del Autocrítico . El juezordenó abrir y el mismo que nos habíaguiado metió la mano por una rendija yabrió la puerta .

La casita, techada con latones y peda-zos de cartón embreado, era de una solahabitación y todo estaba revuelto en ésta .Había ropa colgada de clavos en las pa-redes y en el catre de sábanas sucias es-taba dormido un gato. Sobre una mesahecha con cajones estaban los cuadernosde versos. Tomé el de encima . Comenza-ba con una cita del monólogo de Segis-mundo; luego seguían poesías del Auto,,crítico . Lana decía :

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Como la vida soy,como la vida muero;muriendo estoyporque te quiero .

En seguida había una acotación ilegi-ble y no quise seguir leyendo para no con-travenir la voluntad del autor. Se completóla diligencia y salimos . Más tarde, mien-tras vadeábamos los charcos y lodazalesque había entre las casuchas, alguien pro-puso que enterráramos al Autocrítico consus cuadernos . Sería el mejor modo derespetar su memoria . Estuvimos de acuer-do. Y también con sus libros, sugirió otrocuando regresamos a buscar los cuader-nos. Así, agregamos a los versos los librosque había en la choza : un almanaque Bris-tol del año anterior, dos Selecciones delReader's Digest, el Libro egipcio de lossueños, en la versión no expurgada deAbdul Hassán Khady, y un tomo en rús-tica con las poesías completas de un poe-ta misógino colombiano.

Gente, tragedias . Pequeño mundo elcafé. Miro el reloj . Falta poco para quesea la hora de entrar al cine . Bebo aguay camino hacia la salida . En la mesa delos habituales prosigue la charla . Del barcercano sale, en sordina, la música de unaguaracha . Ha entrado una pareja de gita-nos, hombre y mujer. Ocupan una mesacerca del mostrador y piden algo de co-mer. Esperanza les pone servilletas y cu-biertos y observa con curiosidad a la mujerde enaguas largas y floreadas, ajorcas deoro y mirada trashumante . El hombre se

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fija en la lista de precios que hay en lapared del fondo . ¿Cuál será el origen yel destino de los gitanos? Cuando pasojunto al puesto de revistas, Lucero me lla-m

a sonriente. Tiene una rifa de un relojen el primer premio, un radio de transis-tores en el segundo y un juego de man-cuernas en el tercero . ¿Le quiero comprarun número? Claro, Lucero, claro . Le doylos cincuenta centavos y me anota el 25 .Es mi fecha y me desea suerte. Me des-pido y salgo . Ella sigue esperando la horade cierre y que su marido venga a bus-carla .

Afuera del café todo está tranquilo .Apenas circulan automóviles y muy pocagente camina en la noche refrescada porel viento del mar . En el parque de SantaAna, viejos en grupos de tres o cuatroocupan las bancas y conversan del tiem-po. (Son los jubilados de siempre, los quehasta los domingos están allí porque notienen otro lugar a donde ir ni otra cosaque hacer, sino esperar la muerte junto ala iglesia, sentados en las bancas de gra-nito, viendo los mismos árboles que hanvisto desde niños . Alguno recuerda cuan-do lo obligaban a comulgar con expresióncontrita delante de señores de gestos se-veros, bigotes enormes, largos bastones,traje blanco y sombrero de pajilla ; de se-ñoras con paraguas y abanico, dulcesrostros de vírgenes distraídas y miradabeatífica, que detrás del abanico observa-ban disimuladamente al amante de carahierática que asistía a la misa de pie, cercade una entrada lateral, con el simulado

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recogimiento de un anacoreta que ha ven-cido todas las tentaciones de la carne,¡Qué tiempos!) Cerca del quiosco central,algunas domésticas esperan a los amigosque las llevarán al baile típico. Más allá,los limpiabotas juegan mientras esperanclientes .

En la entrada del cine, cerca del cu-bículo donde una muchacha vende dulces,papas fritas, chicles y refrescos, un perio-diquero vocea : "Identificaron al ahogado :era un soldado ." Compro la Extra . Aúnfaltan siete minutos para que comience latanda; no ha comenzado a salir la gente .Deseo ver la película desde el principioporque no quiero perderme las gaviotasy la costa rocosa y grisácea, ni los árbolesdesvaídos en el día neblinoso .

Mientras busco la información, recuer-do fugazmente la noticia del diario matu-tino sobre el joven extraído de las aguasdel Canal . Ahora viene la foto de un ca-dáver cubierto por una manta, con variospolicías alrededor. El pie de grabado norevela quién es el muerto, más bien es am-biguo, pero el cuerpo de la noticia sí traedatos del suicida (la policía ha descartadotoda mano criminal), y es entonces, porprimera vez en el día, que comienzo arecordar a Billy como debía haberlo re-cordado desde la mañana . Porque el muer-to es Billy Jones, veterano de Vietnam.miembro del XVII de Infantería con baseen Illinois . Pero, bueno, me pregunto,qué importancia tiene ya que lo recuer-de, que piense en su inercia y sus pa-labras, en lo que dijo de Vietnam, de

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Filadelfia y de sí mismo? Por un mo-mento, dolorosamente perplejo, no aceptoque Billy sea ese bulto cubierto por lamanta en la orilla del Canal. Sin embar-go, no puede ser otro, aun cuando el dia-rio no da ningún indicio sobre las posiblescausas del suicidio . La policía investigaráen sus pertenencias y entre sus conocidospara ver si encuentra alguna explicación .En tanto, el cadáver, previa realización dela autopsia de rigor, será enviado a Fila-delfia, donde viven los padres del difunto .El soldado Jones había sido condecoradopor su valor en el frente. Es todo. Dobloel periódico y salgo a la calle .

Después de haber visto esa imagen deBilly, mejor dicho de haberlo imaginadohinchado y yerto bajo la manta, no pue-do sentarme tranquilamente a ver una pe-lícula. Enciendo un cigarrillo y caminodespacio por la avenida Central en direc-ción a Calidonia . En ocasiones me parofrente a les escaparates iluminados, rebo-santes de mercancías traídas de todas par-tes del mundo, pero nada de lo exhibidoen ellos me llama la atención ; la imagende Billy me ocupa por completo la mente .Tres cuadras adelante doblo hacia la ave-nida B y abordo un bus de Río Abajo .Si quiero comentar la muerte de Billy conalguien -y tengo que hacerlo ; uno siem-pre debe ocuparse de la muerte de losamigos o conocidos- debo ver a Charlie,Es la única persona que en cierto modoha sido testigo de nuestra fugaz amistad ;la única, fuera de mí, que tal vez escuchóalgo de lo que Billy contó sobre su vida,

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El bus gasta sólo veinte minutos enllegar frente al Moroco. La noche es claray el aire se siente limpio cuando caminohacia la entrada del bar. Durante unos se-gundos me detengo ante el establecimien-to y evoco la salida de Billy y yo de allíen la madrugada, después de muchas ho-ras de lluvia, de incontables gin and tonicy de haber hablado hasta el cansancio dela guerra, de Panamá, de cine, de nos-otros; de todo cuanto uno habla cuandoestá borracho o se pone sentimental .

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