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Parroquias de Santa Catalina de Alejandría y María Auxiliadora Salesianos Las Palmas HOJA PARROQUIAL Domingo 13º del Tiempo Ordinario - Ciclo A - 28 de junio de 2020 La verdadera hermandad no requiere lazos de sangre.” (José Narosky) 29 DE JUNIO SANTOS PEDRO Y PABLO Los santos Pedro y Pablo se representan a veces sosteniendo el edificio de la Iglesia. Esto nos recuerda las palabras del Evangelio, en las que Jesús le dice a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). Es la primera vez que Jesús pronuncia la palabra “Iglesia”, pero más que en el sustantivo me gustaría invitaros a pensar en el adjetivo, que es un posesivo, “mía”: mi Iglesia. Jesús no habla de la Iglesia como una realidad exterior, sino que expresa el gran amor que tiene por ella: mi Iglesia. Quiere a la Iglesia, a nosotros. San Pablo escribe: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5,25), es decir, explica el apóstol: Jesús ama a la Iglesia como su esposa. Para el Señor no somos un grupo de creyentes o una organización religiosa, somos su esposa. Él mira a su Iglesia con ternura, la ama con absoluta fidelidad, a pesar de nuestros errores y traiciones. Como ese día a Pedro, hoy nos dice a todos: “mi Iglesia, vosotros mi Iglesia”. Y nosotros también podemos repetirlo: mi Iglesia. No lo decimos con un sentido de pertenencia exclusiva, sino con un amor inclusivo. No para diferenciarnos de los demás, sino para aprender la belleza de estar con los demás, porque Jesús nos quiere unidos y abiertos. La Iglesia, en efecto, no es “mía” porque responde a mi yo, a mis deseos, sino para que yo le entregue mi afecto. Es mía para que la cuide para que, como los apóstoles en el icono, yo también la sostenga. ¿Cómo? Con el amor fraternal. Con nuestro amor fraternal podemos decir: mi Iglesia. En otro ícono, los santos Pedro y Pablo están representados mientras se estrechan en un abrazo. Entre ellos eran muy diferentes: un pescador y un fariseo con experiencias de vida, carácter, modos de comportamiento y sensibilidades muy diferentes. No faltaron entre ellos contrastes de opinión y discusiones francas (cf. Gal 2,11ss). Pero lo que los unía era infinitamente más grande: Jesús era el Señor de ambos, juntos decían “Señor mío” a Aquél que dice “mi Iglesia”. Hermanos en la fe, nos invitan a redescubrir la alegría de ser hermanos y hermanas en la Iglesia. En esta fiesta, que une a dos apóstoles tan diferentes, sería bueno que cada uno de nosotros dijera: “Gracias, Señor, por esa persona diferente de mí: es un regalo para mi Iglesia”. Somos diferentes pero esto nos enriquece, es la hermandad. Es bueno apreciar las cualidades de los demás, reconocer los dones de los demás sin malicia y sin envidia. ¡La envidia! La envidia causa amargura en el interior, es vinagre en el corazón. Los envidiosos tienen una mirada amarga. Muchas veces, cuando uno encuentra a una persona envidiosa, dan ganas de preguntar: pero ¿qué ha desayunado hoy, café con leche o vinagre? Porque la envidia es amarga. Hace la vida amarga. Qué bueno es saber que nos pertenecemos unos a otros, porque compartimos la misma fe, el mismo amor, la misma esperanza, el mismo Señor. Nos pertenecemos unos a otros y esto es espléndido, decir: ¡nuestra Iglesia! Hermandad. Al final del Evangelio, Jesús le dice a Pedro: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,17). Habla de nosotros y dice “mis ovejas” con la misma ternura con que decía mi Iglesia. ¡Con cuánto amor, con cuánta ternura nos ama Jesús! Nos siente suyos. Este es el afecto que edifica la Iglesia. El 29 de junio, a través de la intercesión de los apóstoles, pidamos la gracia de amar a nuestra Iglesia. Pidamos ojos que sepan ver en ella hermanos y hermanas, un corazón que sepa acoger a los demás con el tierno amor que Jesús tiene para nosotros. Y pidamos la fuerza para rezar por aquellos que no piensan como nosotros (este piensa de otra manera, yo rezo por él) para rezar y amar, que es lo opuesto de chismorrear, quizás a la espalda. Nunca chismorrees, reza y ama. Nuestra Señora, que llevaba armonía entre los apóstoles y rezaba con ellos (cf. Hch 1,14), nos guarde como hermanos y hermanas en la Iglesia. Papa Francisco

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Parroquias de Santa Catalina de Alejandría y María Auxiliadora – Salesianos Las Palmas

HOJA PARROQUIAL Domingo 13º del Tiempo Ordinario - Ciclo A - 28 de junio de 2020

“La verdadera hermandad no requiere lazos de sangre.” (José Narosky)

29 DE JUNIO SANTOS PEDRO Y PABLO

Los santos Pedro y Pablo se representan a veces sosteniendo el edificio de la Iglesia. Esto nos recuerda las palabras del Evangelio, en las que Jesús le dice a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). Es la primera vez que Jesús pronuncia la palabra “Iglesia”, pero más que en el sustantivo me gustaría invitaros a pensar en el adjetivo, que es un posesivo, “mía”: mi Iglesia. Jesús no habla de la Iglesia como una realidad exterior, sino que expresa el gran amor que tiene por ella: mi Iglesia. Quiere a la Iglesia, a nosotros. San Pablo escribe: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5,25), es decir, explica el apóstol: Jesús ama a la Iglesia como su esposa. Para el Señor no somos un grupo de creyentes o una organización religiosa, somos su esposa. Él mira a su Iglesia con ternura, la ama con absoluta fidelidad, a pesar de nuestros errores y traiciones. Como ese día a Pedro, hoy nos dice a todos: “mi Iglesia, vosotros mi Iglesia”.

Y nosotros también podemos repetirlo: mi Iglesia. No lo decimos con un sentido de pertenencia exclusiva, sino con un amor inclusivo. No para diferenciarnos de los demás, sino para aprender la belleza de estar con los demás,

porque Jesús nos quiere unidos y abiertos. La Iglesia, en efecto, no es “mía” porque responde a mi yo, a mis deseos, sino para que yo le entregue mi afecto. Es mía para que la cuide para que, como los apóstoles en el icono, yo también la sostenga. ¿Cómo? Con el amor fraternal. Con nuestro amor fraternal podemos decir: mi Iglesia.

En otro ícono, los santos Pedro y Pablo están representados mientras se estrechan en un abrazo. Entre ellos eran muy diferentes: un pescador y un fariseo con experiencias de vida, carácter, modos de comportamiento y sensibilidades muy diferentes. No faltaron entre ellos contrastes de opinión y discusiones francas (cf. Gal 2,11ss). Pero lo que los unía era infinitamente más grande: Jesús era el Señor de ambos, juntos decían “Señor mío” a Aquél que dice “mi Iglesia”. Hermanos en la fe, nos invitan a redescubrir la alegría de ser hermanos y hermanas en la Iglesia. En esta fiesta, que une a dos apóstoles tan diferentes, sería bueno que cada uno de nosotros dijera: “Gracias, Señor, por esa persona diferente de mí: es un regalo para mi Iglesia”. Somos diferentes pero esto nos enriquece, es la hermandad. Es bueno apreciar las cualidades de los demás, reconocer los dones de los demás sin malicia y sin envidia. ¡La envidia! La envidia causa amargura en el interior, es vinagre en el corazón. Los envidiosos tienen una mirada amarga. Muchas veces, cuando uno encuentra a una persona envidiosa, dan ganas de preguntar: pero ¿qué ha desayunado hoy, café con leche o vinagre? Porque la envidia es amarga. Hace la vida amarga. Qué bueno es saber que nos pertenecemos unos a otros, porque compartimos la misma fe, el mismo amor, la misma esperanza, el mismo Señor. Nos pertenecemos unos a otros y esto es espléndido, decir: ¡nuestra Iglesia! Hermandad.

Al final del Evangelio, Jesús le dice a Pedro: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,17). Habla de nosotros y dice “mis ovejas” con la misma ternura con que decía mi Iglesia. ¡Con cuánto amor, con cuánta ternura nos ama Jesús! Nos siente suyos. Este es el afecto que edifica la Iglesia. El 29 de junio, a través de la intercesión de los apóstoles, pidamos la gracia de amar a nuestra Iglesia. Pidamos ojos que sepan ver en ella hermanos y hermanas, un corazón que sepa acoger a los demás con el tierno amor que Jesús tiene para nosotros. Y pidamos la fuerza para rezar por aquellos que no piensan como nosotros (este piensa de otra manera, yo rezo por él) para rezar y amar, que es lo opuesto de chismorrear, quizás a la espalda. Nunca chismorrees, reza y ama. Nuestra Señora, que llevaba armonía entre los apóstoles y rezaba con ellos (cf. Hch 1,14), nos guarde como hermanos y hermanas en la Iglesia.

Papa Francisco

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PARROQUIAS DE SANTA CATALINA Y DE MARÍA AUXILIADORA – SALESIANOS LAS PALMAS – LASPALMAS.SALESIANOS.EDU

LECTURAS DEL DOMINGO

Lectura del segundo Libro de los Reyes

(11. 14-16a)

Pasó Eliseo un día por Sunén. Vivía allí una mujer

principal que le insistió en que se quedase a comer; y,

desde entonces, se detenía allí a comer cada vez que

pasaba. Ella dijo a su marido: «Estoy segura de que es

un hombre santo de Dios el que viene siempre a

vernos. Construyamos en la terraza una pequeña

habitación y pongámosle arriba una cama, una mesa,

una silla y una lámpara, para que cuando venga pueda

retirarse». Llegó el día en que Eliseo se acercó por allí

y se retiró a la habitación de arriba, donde se acostó.

Entonces se preguntó Eliseo: «¿Qué podemos hacer

entonces por ella?». Respondió Guejazí, su criado:

«Por desgracia no tiene hijos y su marido es ya

anciano». Eliseo ordenó que la llamase. La llamó y ella

se detuvo a la entrada. Eliseo le dijo: «El año próximo,

por esta época, tú estarás abrazando un hijo».

R/. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,

anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque

dijiste: «La misericordia es un edificio eterno, más que

el cielo has afianzado tu fidelidad.» R.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, oh

Señor, a la luz de tu rostro; tu nombre es su gozo cada

día, tu justicia es su orgullo. R.

Porque tú eres su honor y su fuerza, y con tu favor

realzas nuestro poder. Porque el Señor es nuestro

escudo, y el santo de Israel, nuestro rey. R.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los

Romanos (6, 3-4. 8-11)

Hermanos: Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús

fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo

fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo

mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la

gloria del Padre, así también nosotros andemos en una

vida nueva. Si hemos muerto con Cristo, creemos que

también viviremos con él; pues sabemos que Cristo,

una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere

más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque

quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para

siempre; y quien vive, vive para Dios. Lo mismo

vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para

Dios en Cristo Jesús.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo

(10, 37-42)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que

quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es

digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más

que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su

cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre

su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la

encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí,

y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que

recibe a un profeta porque es profeta, tendrá

recompensa de profeta; y el que recibe a un justo

porque es justo, tendrá recompensa de justo. El que dé

a beber, aunque no sea más que un vaso de agua

fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi

discípulo, en verdad os digo que no perderá su

recompensa».

LECTIO DIVINA

Lectura: "El que no toma su cruz y me sigue no es

digno de mí”.

Meditación: Seguir a Jesús es la tarea de nuestra vida.

En esa tarea tenemos que poner lo mejor de nuestro

amor. No se trata de una obligación, sino que somos

llamados a vivir en la verdad el amor más grande que

podamos experimentar. Un amor mayor que todos los

restantes amores y donde todos ellos tienen cabida. La

forma concreta de traducirlo es cargar con la cruz todos

los días, porque esa es la manera mejor de seguir a

Jesús. Y después, confiar, confiar y confiar. Sabiendo

que nada de lo que sea expresión de amor se perderá,

aunque sólo sea un vaso de agua fresca.

Oración: Hazme, Señor, capaz de la generosidad y

entrega que tú me muestras y has puesto en mi

interior.

Acción: Acepta lo que te traiga esta semana con

mansedumbre y ofrece aquello que más valores:

tiempo, dinero…