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 1 De la historia de “ideas” a la historia de los “lenguajes políticos” 1  Elías José Palti UNQui / CONICET / UBA En un trabajo reciente, John Pocock señala la profunda transformación que experimentó en los últimos años la historia político-intelectual. La misma la define como “un movimiento que lleva de enfatizar la historia del pensamiento (o, más crudamente, ‘de ideas’) a acentuar algo diferente, para lo cual ‘historia del habla’ o ‘historia del discurso’, aunque ninguno de ellos carece de problemas o resulta irreprochable, pueden ser los mejores términos hasta ahora hallados”. 2  El sentido de esta “revolución historiográfica”, según la llama, no ha sido sin embargo, correctamente advertido, lo cual se expresa en metodologías oscilantes y perspectivas contradictorias. Una de las fuentes de confusión radica en el hecho de que las reformulaciones aludidas no se desprenden de un único núcleo teórico sino que resultan de los desarrollos convergentes irradiados a partir de tres centros distintos. Podemos decir, esquemáticamente, que cada uno de ellos han contribuido a reformular nuestras  perspectivas en cada una de las distintas dimensiones inherentes a todo uso público del lenguaje. Mientras que la escuela alemana de historia de conceptos o  Begriffsgeschichte  impulsada por Reinhart Koselleck ha venido a problematizar el propio plano semántico del discurso en que se desplegaban la tradición de historia de ideas, la escuela anglosajona o escuela de Cambridge, cuyos principales referentes son Quentin Skinner y John Pocock, vino a introducir la consideración de una dimensión ya por completo extraña a esta tradición: la pragmática (los sistemas de relaciones comunicativas efectivas en habrán eventualmente de articularse públicamente los discursos). Finalmente, la escuela francesa de historia político-conceptual, de la cual Pierre Rosanvallon es su principal representante, habrá de desplazar la atención hacia el plano formas, las reglas de construcción de los discursos (el nivel sintáctico del lenguaje), produciendo así una reformulación aún más radical respecto de la tradición de historia ideas, es decir, quebrando la concepción enunciativa del lenguaje que se encuentra en su base (y que las dos escuelas antes mencionadas heredarán de ella). De la combinación de sus aportes respectivos surge una visión completamente nueva respecto del propio objeto de la disciplina (la noción de texto) y, en consecuencia, de los modos de abordarlo. Aunque no podemos en esta breve reseña agotar todos los aspectos aquí involucrados, podemos al menos puntualizar aquellos rasgos cruciales que identifican los lenguajes políticos y los distinguen de los sistemas de ideas. 1) En primer lugar, los lenguajes políticos no son meros conjuntos de ideas. De allí la comprobación repetida de los historiadores de que los mismos resistan obstinadamente toda definición, que su contenido no pueda establecerse de un modo inequívoco. Ello es así simplemente porque un lenguaje político no consiste de ninguna de serie de enunciados (contenidos de discurso), que puedan ser listados, sino de un modo característico de 1 El presente tr abajo es un extracto de un texto mayor actualmente en proceso de elaboración. 2 John Pocock, Virtue, Commerce and History, Cambridge, Cambridge University Press, 1991, p.3.

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De la historia de “ideas” a la historia de los “lenguajes políticos”1 

Elías José PaltiUNQui / CONICET / UBA 

En un trabajo reciente, John Pocock señala la profunda transformación que

experimentó en los últimos años la historia político-intelectual. La misma la define como“un movimiento que lleva de enfatizar la historia del pensamiento (o, más crudamente, ‘deideas’) a acentuar algo diferente, para lo cual ‘historia del habla’ o ‘historia del discurso’,aunque ninguno de ellos carece de problemas o resulta irreprochable, pueden ser losmejores términos hasta ahora hallados”.2 El sentido de esta “revolución historiográfica”,según la llama, no ha sido sin embargo, correctamente advertido, lo cual se expresa enmetodologías oscilantes y perspectivas contradictorias.

Una de las fuentes de confusión radica en el hecho de que las reformulacionesaludidas no se desprenden de un único núcleo teórico sino que resultan de los desarrollosconvergentes irradiados a partir de tres centros distintos. Podemos decir,esquemáticamente, que cada uno de ellos han contribuido a reformular nuestras

 perspectivas en cada una de las distintas dimensiones inherentes a todo uso público del

lenguaje. Mientras que la escuela alemana de historia de conceptos o Begriffsgeschichte impulsada por Reinhart Koselleck ha venido a problematizar el propio plano semántico deldiscurso en que se desplegaban la tradición de historia de ideas, la escuela anglosajona oescuela de Cambridge, cuyos principales referentes son Quentin Skinner y John Pocock,vino a introducir la consideración de una dimensión ya por completo extraña a estatradición: la pragmática (los sistemas de relaciones comunicativas efectivas en habráneventualmente de articularse públicamente los discursos). Finalmente, la escuela francesade historia político-conceptual, de la cual Pierre Rosanvallon es su principal representante,habrá de desplazar la atención hacia el plano formas, las reglas de construcción de losdiscursos (el nivel sintáctico del lenguaje), produciendo así una reformulación aún másradical respecto de la tradición de historia ideas, es decir, quebrando la concepciónenunciativa del lenguaje que se encuentra en su base (y que las dos escuelas antesmencionadas heredarán de ella). De la combinación de sus aportes respectivos surge unavisión completamente nueva respecto del propio objeto de la disciplina (la noción detexto) y, en consecuencia, de los modos de abordarlo. Aunque no podemos en esta brevereseña agotar todos los aspectos aquí involucrados, podemos al menos puntualizaraquellos rasgos cruciales que identifican los lenguajes políticos y los distinguen de lossistemas de ideas.

1) En primer lugar, los lenguajes políticos no son meros conjuntos de ideas. De allíla comprobación repetida de los historiadores de que los mismos resistan obstinadamentetoda definición, que su contenido no pueda establecerse de un modo inequívoco. Ello esasí simplemente porque un lenguaje político no consiste de ninguna de serie de enunciados

(contenidos de discurso), que puedan ser listados, sino de un modo característico de

1El presente trabajo es un extracto de un texto mayor actualmente en proceso deelaboración.

2John Pocock, Virtue, Commerce and History, Cambridge, Cambridge University Press,1991, p.3.

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 producirlos. Los lenguajes políticos son, como señalamos, indeterminados

semánticamente  (como intuitivamente puede descubrirse, uno puede decir una cosa ytambién todo lo contrario en perfecto español). En definitiva, éstos remiten a un plano derealidad simbólica de segundo orden, a los modos de producción de los conceptos. Parahacer una historia de los lenguajes políticos, a diferencia de una historia de ideas, esnecesario, pues, traspasar el plano textual, los contenidos semánticos de los discursos (el

nivel de las “ideas”) y penetrar el dispositivo argumentativo que les subyace e identifica,los modos o principios formales particulares de su articulación.

2) En segundo lugar, los lenguajes políticos, a diferencia de las “ideas”, no sonatributos subjetivos, son entendidas objetivas; articulan aquellas redes discursivas quehacen posible la mutua confrontación de ideas. Y ello conlleva, a su vez, tipos de abordajemuy distintos. Los historiadores de ideas tradicionalmente buscan establecer los conceptosfundamentales que definen a cada corriente de pensamiento y trazar horizontalmente suevolución a lo largo del periodo considerado (como si se trataran éstas de entidadesindependientemente generadas y sólo a posteriori yuxtapuestas). Los lenguajes políticos,en cambio, no pueden reconstruirse analizando la obra de ningún autor o corriente de

 pensamiento particular. Para ello es necesario atravesar verticalmente las distintasideologías. Éstas se vuelven relevantes únicamente en la medida en que nos revelan, en su

interacción, el conjunto de premisas compartidas sobre las cuales pivota el discurso público de una determinada comunidad política, y cómo estas permisas eventualmente seirán alterando. En síntesis, para hacer una historia de los lenguajes políticos no basta,como dijimos, con trascender la superficie textual de los discursos y acceder al aparatoargumentativo que subyace a cada forma de discursividad política; para hacerlo, debemosreconstruir contextos de debate. Lo que importa aquí no es observar cómo cambiaron lasideas, sino cómo se reconfiguró el sistema de sus posiciones relativas, los desplazamientosen las coordenadas que determinan los modos de su articulación pública. Y éstos no

 pueden descubrirse sino en la mutua oposición entre perspectivas antagónicas.3) La reconstrucción de los contextos de debate no implica, sin embargo, salirse del

 plano de los discursos. Los lenguajes políticos, de hecho, trascienden la oposición entretexto y contexto en que la historia de ideas se encontraba inevitablemente atrapada. Unlenguaje político se convierte en tal sólo en la medida en que contiene dentro de sí sus

 propias condiciones de enunciación. Esto nos conduce, nuevamente, más allá del planosemántico del lenguaje, que es el único objeto concebible para la historia de ideas, noslleva, esta vez, a penetrar en la dimensión  pragmática  de los discursos (quién habla, a

quién  le habla, cómo lo hace, en qué   contexto social —relaciones de poder—, etc.), esdecir, nos plantea la necesidad de analizar cómo las condiciones de enunciación seinscriben en el interior del ámbito de los discursos y pasan a formar una dimensiónconstitutiva de los mismos. Para resumir lo visto hasta aquí, hacer una historia de loslenguajes políticos supone, no sólo trascender la superficie textual de los discursos yacceder al aparato argumentativo que subyace a cada forma de discursividad política,

 buscando reconstruir contextos de debate. Para ello, necesitamos recobrar las huellas

lingüísticas presentes en los propios discursos de su contexto de enunciación.Básicamente, estos tres primeros puntos señalados se orientan a superar laslimitaciones de la historia de ideas, revelándolas como resultantes de una visión cruda dellenguaje, que reduce el mismo a su instancia meramente semántica. La nueva historiaintelectual buscaría, en cambio, abordar simultáneamente las tres dimensiones inherentes atodo uso público del lenguaje: la semántica, la sintáctica y la pragmática. Comoseñalamos, este nuevo punto de vista de la historia intelectual (el giro de las ideas a loslenguajes) surge de las elaboraciones convergentes de las tres grandes corrientes queactualmente dominan al campo, cada una de las cuales enfatizaría, y renovaría nuestras

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 perspectivas respecto de cada una de estas dimensiones (la escuela alemana de Begriffsgechichte, para la semántica; la escuela de Cambridge, para la pragmática; y lanueva escuela francesa de historia conceptual de la política, para la sintáctica). En lamedida en que combinamos sus respectivos aportes, obtenemos, a su vez, el aspectocrucial que distingue los lenguajes políticos de los sistemas de ideas: los primeros, adiferencia de los segundos, son entidades plenamente históricas, formaciones conceptuales

estrictamente contingentes. Y ello debe interpretarse en un doble sentido, lo que nosconduce a los otros dos puntos que cabe aquí destacar.

4) En primer lugar, los lenguajes políticos, a diferencia de las ideas, las cuales,consideradas en sí mismas, constituyen entidades intemporales, que pueden eventualmentereaparecer en los contextos discursivos más diversos, contienen un principio deirreversibilidad temporal que les es intrínseco, el cual se despliega simultáneamente en unadoble dirección, es decir, tanto prospectiva como retrospectivamente. Éstos se sostienen en

 presupuestos contingentemente articulados (que incluyen visiones de la naturaleza, ideasde la temporalidad, etc.), por lo que no pueden proyectarse más allá del horizonte dentrodel cual dichos supuestos mantienen su eficacia. A lo que Skinner bautizó como“mitología de la prolepsis” (la búsqueda de la significación retrospectiva de una obra, loque presupone la presencia de un cierto telos significativo implícito en ella y que sólo en

un futuro se revela) debemos así adicionar una forma de mitología inversa, que podemosdenominar “mitología de la retrolepsis”, esto es, el pensar que puedan traerse sin más al

 presente lenguajes del pasado una vez que la serie de premisas y supuestos en que sefundaban se ha quebrado definitivamente. Para hacer la historia de los lenguajes esnecesario, pues, no sólo traspasar la instancia textual, el plano semántico de los discursos,e intentar acceder a los modos de su producción, tratando de reconstruir contextos dedebate a través de la captación de las huellas lingüísticas presentes en los propiosdiscursos de su condiciones de enunciación. Debemos, además, indagar los umbrales quedeterminan su historicidad, aquello que les confiere un principio de irreversibilidadtemporal inmanente, volviendo imposible toda proyección tanto prospectiva comoretrospectiva.

5) Finalmente, el segundo aspecto que hace de los lenguajes políticos formacioneshistóricas contingentes, y los distingue así radicalmente de los “sistemas de ideas”, remitea lo que podemos llamar el principio de incompletitud constitutiva de los lenguajes

 políticos modernos. Los mismos, a diferencia de los “tipos ideales” de dicha tradición, noson nunca entidades lógicamente integradas y autoconsistentes. En su centro se encuentraun núcleo vacío dejado por la quiebra de las antiguas cosmologías. La máximanietzscheana de que “sólo lo que no tiene historia puede definirse” se nos descubre así enun sentido ya muy distinto al que le atribuyera Koselleck. Desde esta perspectiva, si losconceptos no pueden definirse no es porque cambien históricamente, como éste pensaba,sino, por el contrario, si ellos cambian históricamente es porque nunca pueden fijar sucontenido semántico. En definitiva, ningún cambio semántico, ninguna nueva definición

 pone en crisis una determinada forma de discursividad política sino sólo en la medida en

que hace manifiestos sus puntos ciegos inherentes. Y esto quiebra todo el esquemafundado en los “tipos ideales”. Como afirma Rosanvallon, lo que llama la historiaconceptual de lo político “tiene por función restituir problemas más que describirmodelos”.3 

En suma, para hacer la historia de los lenguajes no sólo debemos traspasar el plano

3Pierre Rosanvallon, Por una historia conceptual de lo político. Buenos Aires, FCE, 2005, p. 29.

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semántico de los discursos, a fin de acceder al dispositivo formal que les subyace, tratandode reconstruir contextos de debate, rastreando en los propios discursos las huellaslingüísticas de sus condiciones de enunciación; no basta incluso con indagar los umbralesque determinan su historicidad y confiere a los mismos un principio de irreversibilidadtemporal inmanente. Es necesario —y éste es el punto crucial— comprender cómo es quela temporalidad irrumpe eventualmente en el pensamiento político, cómo, llegado el caso,

circunstancias históricas precisas hacen manifiestas aquellas aporías inherentes a unaforma de discursividad dada, dislocándola. No es otro, en fin, el sentido último, el núcleoconceptual que subyace a la “revolución historiográfica” señalada por Pocock.