palmiguía. edición especial. julio de 2012

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palmi guía Palmira, sus desafíos, su opinión. Palmira, Valle del Cauca, Colombia. Edición especial. Julio de 2012. Número 09. ISSN 2248-7123 Imperio Vallecaucano En nuestra comarca, hombres y mujeres empezaron a consolidar poderes absolutos, totalitarios y autocráticos, que con prácticas permanentes borraron lenta pero continuamente el rol de los poderes públicos, subordinándolos al ejecutivo. La censura invisible La denuncia contra una organización criminal puede tener costos absolutos para los analistas y costos morales y económicos para toda la sociedad.

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Palmira, sus desafíos, su opinión.

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palmiguíaPalmira, sus desafíos, su opinión.

Palmira, Valle del Cauca, Colombia. Edición especial. Julio de 2012. Número 09. ISSN 2248-7123

Imperio Vallecaucano

En nuestra comarca, hombres y mujeres empezaron a consolidar poderes absolutos, totalitarios y autocráticos, que con prácticas permanentes borraron lenta pero continuamente el rol de los poderes públicos, subordinándolos al ejecutivo.

La censura invisibleLa denuncia contra una organización criminal puede tener costos absolutos para los analistas y costos morales y económicos para toda la sociedad.

La censura y la autocensura son medios usados por las organizaciones criminales. Con estos medios compran el silencio de quienes tienen diariamente notable influencia en la sociedad; pero, al hacerlo, condenan a la misma sociedad al señorío del narcotráfico y los tentáculos renovados de quienes son los verdaderos enemigos de toda la sociedad.

Fernando Estrada

PALMIGUÍA • EDICIÓN ESPECIAL • JULIO • 1

Imperio Vallecaucano

La historia del Valle del Cauca se parece a la de los pequeños pueblos arrasados por los grandes reinos en la Antigüe-dad. Entre más riquezas reales tuviera una población, más expuesta estaba a ser merodeada, saqueada y despojada hasta el límite.

Pág. 10

▪ La magia del gesto humano. Pág. 3

▪ Voluntad delictiva. Pág. 4

▪ La censura invisible. Pág. 6

▪ La audacia de Gustavo Petro versus la tortura taurina. Pág. 8

▪ Significado de la palabra sexo. Pág. 12

▪ En el reino de prospería. Pág. 13

▪ El sicario. Pág. 14

▪ Palmirana, cómo te quiero. Pág. 16

▪ “Vivir no es necesario, navegar sí”. Pág. 18

CONTENIDO

PALMIGUÍA • EDICIÓN ESPECIAL • JULIO • 2

Super armaPor Cotudo

Caricaturas

Bulevar de los días

La magia del gesto humanoPor Leopoldo de Quevedo y Monroy

La imagen, el movimien-to son poderosos ima-nes que empujan con

su atracción a los ojos más castos y recatados. El hom-bre primitivo —y la mujer, por supuesto— tardó siglos en articular sonidos y signos

escritos. Todo lo hacía por señas. Desde el piso de su cueva, para cualquier necesidad o peligro no tuvo otro medio para poder expresar sus de-seos. Tal vez ni se le ocurrió imitar al chimpan-cé, a la oropéndola o al loro. Mucho menos a la ballena en sus escarceos de celo en la época de apareamiento.

Sin embargo, creo yo basado en lo que hoy conocemos de la vida de perros, micos, aves ca-noras, felinos y lobos, que por nuestra sangre corren neuronas que nos invitan a seguir su ejemplo. Sin querer unas veces nos parecemos en los “gestos” que ejecutan los gatos cuando esconden sus fechorías, a los perros cuando escondemos la cola y corremos acobardados o reímos de medio lado cuando nos cogen en mentiras. O nos parecemos a las cacatúas cuan-do gritamos desaforados en una pelea o cuando adornamos con exceso la cama somos parien-tes de la exagerada oropéndola.

Aunque el lenguaje humano ha progresa-do con el paso de sus experiencias y el avan-ce de la tecnología, su comunicación básica y animalesca todavía hoy es abundante. No basta la palabra hablada y decente, no basta el iPad, el iPhone, el símbolo escrito, los grafitis en las ciudades, la radio, el cine, la TV. No. No nos bastan los vestuarios, los efectos radiales y ci-nematográficos.

Añadirle más arandelas a los primigenios gestos con los cuales nació el hombre es inútil. Sus genes se los seguirán insinuando y no se

escapará un levantar la mano para detener un bus o un taxi, gritar para pedir auxilio, enco-ger el cuerpo para expresar dolor y rascarse la cabeza en caso de una duda o palmotearse la frente por una sorpresa grata.

En la Eurocopa que nos tiene prendidos del televisor ahora, hemos visto a los entrena-dores que hablan ruso o croata, inglés, francés, esloveno, alemán, magiar ordenar a sus juga-dores por medio de unos gestos que no tienen idioma. Todos, jugadores, árbitros, quienes es-taban en las tribunas y los televidentes enten-díamos a la perfección los ademanes y actitu-des de los entrenadores al pie de la raya blanca.

Alzaban sus brazos, se sentaban nervio-sos, se levantaban del banco, tomaban agua, señalaban un lugar de la cancha, se tomaban la cabeza con ambas manos, gritaban con la len-gua afuera, manoteaban ante el cuarto árbitro y los jugadores al final corrían sonrientes y agi-taban la camiseta como una veleta bandera o lloraban sentados o arrodillados en la grama. Todo un espectáculo de teatro mudo. Bien po-díamos apagar el sonido del televisor y disfrutar de las escenas. Lo mismo que hicieron muchas veces el gran mimo Marcel Marceau y Charles Chaplin.

El hombre sabe la fuerza, el dramatismo, la dulzura o la violencia que puede mostrarse con un gesto y a veces saca a relucir su empleo. Para burlarse y mofarse de algo una torcedura de la boca lo consigue, para ofender a alguien con una señal de dedos, para cortejar de lejos a una muchacha un beso soplado la hace sentir a gusto, para demostrar ternura con solo rozar la mano por la cabeza basta, una sonrisa es ca-paz de dominar a una fiera y una lágrima que asoma en los ojos del hijo conmueve hasta al tirano.

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Baukará

Voluntad delictivaPor Teresa Consuelo Cardona G.

El informe de la visi-ta fiscal 004 de 2012, realizado por la Con-

traloría de Palmira, es, cuan-do menos, escandaloso. Once hallazgos evidencian una ne-gligencia tal de un funciona-rio público, que podría inter-

pretarse, sin mucho esfuerzo, como dolo. Sólo como un acto de mala fe, podría describirse lo que sucedió con el contrato MP-281-2009.

El dolo es la voluntad deliberada y cons-ciente, no coaccionada, de cometer un delito. Es la decisión de ignorar el hecho sabido de que con una acción se comete un ilícito. Si bien el desconocimiento de la ley no sirve de excusa, es un agravante que conociéndola, se le ignore. Y debería ser más reprochado por la sociedad y castigado por la justicia, alguien que demues-tre que está tan convencido de que cometerá un delito, que busca un abogado para que lo de-fienda de las consecuencias de sus actos ilícitos. El dolo es culpabilidad pura. Es premeditación. Es intención manifiesta de contradecir la ley. Es voluntad criminal.

El asunto es más que nada ético. Cómo un humano es capaz de hacer algo sabiendo que está tan mal hecho, que busca anticipadamen-te a los resultados de sus acciones, alguien que lo justifique. Y cómo ese humano, una vez apa-rentemente justificada su mala acción, decide

cometer otra acción dolosa, sólo porque no le cuestionaron públicamente la primera. ¿De qué hay que estar hecho?

El caso, ampliamente difundido por este periódico, se refiere a que durante su gestión el exalcalde Arboleda firmó un contrato con el su-puesto propósito de blindar al Municipio de las demandas que sobrevendrían tras la aplicación de su reforma administrativa. La pregunta ob-via es ¿no era más correcto evitar esas deman-das?

El exalcalde Arboleda sabía que lo que estaba haciendo, al despedir a los empleados para hacer su histórica reforma administrativa, estaba mal hecho y, en lugar de corregir el error o evitarlo, contrató, con plata ajena, a un abo-gado que librara al Municipio de pagar por sus errores. Le puso un precio a la defensa impo-sible, y luego lo incrementó en un 358%, como si ello cambiara el origen del error que era su propia voluntad de cometerlo. Y no se molestó en verificar la efectividad del blindaje, sino en aplazar la sanción, que finalmente llegó.

Demasiado descaro, si se tiene en cuen-ta que la ley es específica, como lo anuncia la Contraloría, en que ese tipo de contratos sólo pueden ser incrementados en máximo un 50%. ¿No lo sabía el alcalde, que es abogado? Y que por su condición de servidor público debería proteger los dineros de los palmiranos. Y, ¿no lo sabía su jefe de blindaje jurídico? Se supone

que el principal in-grediente de la admi-nistración pública es la legalidad que ali-menta la eficiencia y la eficacia del gober-nante.

Ninguno de los que intervino hizo un alto en el camino para revisar la direc-ción que le estaban

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El exalcalde Arboleda sabía que lo que estaba haciendo, al despedir a los empleados para hacer su histórica reforma administrativa, estaba mal hecho y, en lugar de corregir el error o evitarlo, contrató, con plata ajena, a un abogado que librara al Municipio de pagar por sus errores.

dando a su voluntad y libertad. Simplemente actuaron creyendo que podían engañar a toda la población y a los entes de control. Su des-vergüenza demuestra su tendencia. Y demues-tra también que creyeron consolidar poderes inmortales, inextinguibles, protegidos por la fuerza invencible de la aplanadora electoral. Se convencieron de que eran poderosos e inex-pugnables. Se embriagaron entre adulaciones y complicidades. Pero es bien sabido que el po-der nubla los sentidos, especialmente el senti-do común.

La Reforma Administrativa de Arboleda le ha costado mucho dinero a los palmiranos, tanto en su implementación como en sus con-secuencias. La Procuraduría para la Vigilancia Administrativa suspendió e inhabilitó por 10 años a Arboleda Márquez por el despido a fi-nales de 2008 de más de 30 funcionarios de la administración anterior que tenían fuero sin-dical. Era una decisión previsible, que, sin em-bargo, no castiga todos los delitos derivados de

su praxis política y ética. Todavía quedan cuen-tas pendientes por la reforma administrativa. Y muchas por otras acciones y omisiones en las que ha sido necesaria la complicidad de mu-chos palmiranos, que esperan silenciosos los informes de la Contraloría.

Todavía falta mucho por visibilizar y cas-tigar en varios ejes de esa voluntad delictiva. Ya han surtido su efecto las sentencias recono-ciendo los derechos de más de 250 funciona-rios despedidos ilegalmente al estar en carre-ra administrativa, a los cuales han tenido que reintegrar a la nómina del municipio. Senten-cias reconociendo los derechos de reten social de más de 25 funcionarios. Tutelas ordenando el reintegro de madres cabeza de familia. Aho-ra se conoce este contrato por más de dos mil millones de pesos que se perdieron, porque se contrató lo imposible: tapar el sol con un dedo. O, como dicen popularmente, tapar lo que no pudo el gato.

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La antorcha

El crimen es una ven-ganza brutal, pero an-tes de asesinar a sus

enemigos públicos, los nar-cotraficantes utilizan recur-sos del bajo mundo como la amenaza, la extorsión y el soborno. Los mafiosos ame-

nazan “con o sin” armas de fuego, extorsionan dentro de convenciones “legales” de la sociedad y sobornan entregando dinero o tierras entre testaferros dispuestos a lamer sus manos. La censura es un mecanismo articulado a estas modalidades criminales, pero tiene caracterís-ticas propias.

La censura se manifiesta imponiendo si-lencio. El analista debe callar acciones y hechos ilegales: narcotráfico, paramilitarismo, juegos de azar, fraude electoral, lavado de activos (en sectores claves como bolsas de valores, inmo-biliarias, concesionarias, etcétera); la censura usada por el mafioso opera sobornando a fun-cionarios del local: autoridades, fuerza pública, políticos, notarios y registradores. Con dinero efectivo o mediante su vinculación a la cadena del narcotráfico, alcaldes, concejales, coman-dantes y otros; cada uno va cerrando su boca frente al señor que domina la región y/o la ciu-dad.

Sin embargo, mientras la amenaza contie-ne expresiones agresivas de comunicación, la censura opera amablemente. Narcos y parami-litares lograron después de los años ochenta ex-plorar ventajas considerables manipulando los medios de opinión, sobre todo en municipios y ciudades pequeñas e intermedias. Bien pagan-do pautas publicitarias del medio a través de empresas fachadas o usando la intermediación de alcaldes, notarios y organismos del Estado. ¡Pagamos para que nos dejen trabajar! Muchas emisoras locales, propietarios emergentes de periódicos y locutores apostaron manteniendo estas alianzas hasta el presente.

La censura utiliza el soborno. Los mafio-sos consiguen el silencio cómplice del perio-dismo, ninguno se atreve a denunciar los lava-dos de activos en tierras, el fraude electoral o grandes inversiones en cadenas de la economía local: pescados, avicultura, porcicultura. Las plazas de mercado están plagadas de negocios del narcomenudeo y préstamos cuentagotas. Muchos comerciantes honrados venden bara-to o escapan desplazados hacia otras ciudades. Nadie denuncia. Con excepción de medios in-dependientes cuando logran desentrañar a es-tos personajes, como es el caso del periódico El Espectador, Semana o Noticias Uno.

Del mismo modo que el narcotráfico logró establecer una clase política que representara sus intereses, los paramilitares condicionaron los medios de opinión para que ocultaran las masacres y el rostro siniestro de sus autores principales. O bien los medios de mayor in-fluencia los entrevistaron como héroes de la patria: Carlos Castaño, Mancuso y otros. Ahora algunos medios en municipios y ciudades pe-queñas renuevan sus coaliciones con estas or-ganizaciones al servicio del crimen dentro de una cadena de favores mutuos. La censura de analistas independientes en pequeños munici-pios es escandalosa, tanto que las mafias usan las alcaldías para pagar con nominas paralelas a los periodistas.

Cuando la organización criminal es de-nunciada estructuralmente, es decir, cuando se descubren sus agentes principales, la censura adquiere poderes de alcance siniestro. Enton-ces los mafiosos sobornan directamente a pe-riodistas ampliamente reconocidos, o bien a políticos que por su pasado sostuvieron nego-cios ilegales con el narcotráfico. Dentro de los medios estos gamberros denuncian a sus pro-pios colegas, otros analistas. Cumplen para las organizaciones criminales el mismo oficio de Judas. El oráculo de la región se encarga del trabajo sucio de enlodar, calumniar e infamar

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La censura invisiblePor Fernando Estrada

con nombre propio.La finalidad de la censura es exponer pú-

blicamente al enemigo (analista, opositor o crítico); desde las novelas de Arthur Koetsler, Aleksandr Solzhenitsyn, los enemigos de la or-ganización (Estado o mafia) deben ser ofendi-dos en público. Un ejército de periodistas de oficio o asistentes busca y rebusca en el pasado del analista. Se trata de conseguir cualquier in-formación que contribuya a esparcir el rumor calumnioso. Y las mentiras a medias se añaden a otras mentiras dentro de una persecución que utiliza medios del mundo del hampa. En La broma, esa extraordinaria novela del escri-tor checoslovaco Milan Kundera, las calumnias adquieren tanta fuerza que se hacen realidad. El analista, escritor o crítico es mostrado como enemigo del pueblo, del régimen, del sistema y de la misma humanidad.

La otra cara de la censura es la autocensu-ra. En Palmira, por ejemplo, los pocos analistas o periodistas honrados deben mirar hacia otra parte. O bajar de tal manera sus perfiles que

terminan describiendo los salones de cine en planetas como Marte o Neptuno. La autocensu-ra les hace tragar sus lenguas por físico miedo. En casos más vergonzosos, la autocensura lleva a los locutores a aplaudir inversiones y contra-tos de mafiosos reconocidos en la ciudad. El efecto acumulado de todo esto se traduce en un lamentable estado de silencio generalizado. Los mejores hombres muerden sus lenguas. Estos locutores se quedan callados cuando saben quienes son los personajes que manejan prés-tamos cuentagotas en las plazas de mercado, los casinos y moteles de mala muerte. Prefieren callar para salvar sus vidas.

La censura y la autocensura son medios usados por las organizaciones criminales. Con estos medios compran el silencio de quienes tienen diariamente notable influencia en la so-ciedad; pero, al hacerlo, condenan a la misma sociedad al señorío del narcotráfico y los tentá-culos renovados de quienes son los verdaderos enemigos de toda la sociedad.

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Columnista invitado

La audacia de Gustavo Petro versus la tortura taurinaPor Arvey Lozano S.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, el término tau-

romaquia proviene del idio-ma griego Ταûρος, taûros “toro”, y μαΧμαι, máchomai “luchar”, hace referencia al “arte” de lidiar toros, rea-lizado tanto por las perso-

nas que ejecutan su tarea a pie como los que lo hacen montados en un caballo. Se trata de una bárbara tradición milenaria, en la cual los hombres mostraban su valentía enfrentándose a fieras, en ese caso toros bravos. Ya en la Épo-ca Romana, los coliseos eran utilizados para “echar”, literalmente, a los cristianos para que se enfrentaran a todo tipo de fieras como leo-nes, tigres y toros. Era obvio que los cristianos llevaban la peor parte y eran “teloneros” de los famosos encuentros de gladiadores. Era el fa-moso circo romano de la época, en el cual los ciudadanos (civitas) encontraban una especie de macabra diversión a partir de la muerte de sus semejantes y de los animales. Esa tradición (o manía) se irrigaría por toda Europa y, por ende, a España, país que conquistaría (invadi-ría) a América, trayendo con su cultura, tam-bién muchos de sus vicios.

De ese modo, llegó a Colombia y a varios países latinoamericanos una costumbre que permitía a las personas sublimar sus deseos de violencia a través de la representación de la lu-cha, siempre desigual, entre un toro y el torero. No sobra indicar que, además de las oprobio-sas vejaciones a las que son sometidos los toros de lidia antes de salir a enfrentarse al torero, como que son mantenidos en un cuarto oscu-ro, sus pezuñas son introducidas en disolventes químicos, se les aplican drogas, se les mantie-ne en ayuno, entre otras cosas; también al toro durante la lidia se le “colocan banderillas”, las

cuales son varillas de acero de punta de 15 cen-tímetros que perforan su lomo y le restan fuer-za para que represente menos peligro para el torero. Para agregarle más sufrimiento, un to-rero a caballo (rejoneador) introduce una lan-za (rejón), que parece más bien un arpón, pues tiene una punta en forma de gancho, con la cual se desgarran los músculos del toro para hacerlo más débil. Después, el torero es “valiente” y tra-ta de finalizar su faena clavando una espada que atraviesa la espalda del toro y rompe su aorta o su corazón y, por si todo eso falla, le clavan una “puntilla” (daga) en sus vértebras cervicales. Es una muerte lenta y aberrante y, ante todo, una crueldad contra el toro.

En Portugal se desarrollan unas corridas de toros, en las cuales está prohibido el rejón y la muerte del toro, no obstante, se clavan banderillas en los animales. En los momentos previos a la corrida, se les realizan los mismos vejámenes que en España y, una vez lidiado, las banderillas les son quitadas a los animales aún vivos, algo que es doloroso para ellos, pues también son como anzuelos y desgarran su car-ne al ser retiradas.

Después de este breve resumen de lo que alguna gente denomina “fiesta brava”, es im-portante reconocer que la medida adoptada por Gustavo Petro en Bogotá es audaz y preten-de devolver un poco de humanidad a un pue-blo colombiano que siempre ha vivido entre la violencia y el circo romano que representan las corridas de toros. Alejándose de los elementos jurídicos que se pueden desprender de la deci-sión tomada por el alcalde de los bogotanos, se trata de crear una cultura ciudadana antitauri-na. De hecho, esto generará muchas reacciones de quienes viven del negocio como los toreros, los ganaderos y empresarios que camuflan el lucrativo negocio de la tortura con el nombre de “Fundación Taurina”, para pagar menos im-

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puestos. De algunos ganaderos de lidia, la historia ha de-mostrado que sus negocios han sido fachadas para otro tipo de actividades non sanctas. A estos mercaderes de la muerte y la tortura animal, el gobernante les dio un golpe de mano y, como quien dice, al que no quiere sopa se le dan dos platos, pues todo parece indicar que a finales de este año y comienzos del otro, no habrá corridas en Bogotá, ni siquiera dejan-do el toro vivo.

Lástima que la intrepidez de Petro dure úni-camente sus cuatro años de mandato, segura-mente si triunfa otro candidato, regresará la barbarie. En ese tiempo habrá de esperarse que se construya una cultura ciudadana menos violenta y más humana. Mien-tras tanto, es plausible la medida to-mada que debería ser adoptada por muchos de los mandatarios co-lombianos como un ejem-plo digno de imitar.

Especial

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Imperio VallecaucanoPor Teresa Consuelo Cardona G.

La historia del Valle del Cauca se parece a la de los pequeños pueblos

arrasados por los grandes rei-nos en la Antigüedad. Entre más riquezas reales tuviera una población, más expuesta estaba a ser merodeada, sa-queada y despojada hasta el límite. Sus líderes eran asesi-nados y los adalides potencia-les eran cooptados en medio de tragedias sociales impen-sables. Una mezcla de la nece-sidad de supervivencia con la inmoralidad e indecencia de quienes quedaban en el pue-blo, dejaba a la localidad pos-trada en una demoledora mi-seria que iba mucho más allá de lo económico. Tras las inva-siones que se producían sobre sus antiguos territorios, todos los elementos generadores de riqueza se quedaban conge-lados en el tiempo. La voca-ción de sus tierras cambiaba, la economía se subordinaba a los nuevos amos, la sociedad se desbarataba, el arraigo se descomponía y su cultura se iba modificando mediada por la desesperanza y la descon-fianza.

En medio de esa perturba-dora situación, nuevas castas hacían su debut, con la certeza absoluta de su escasa perma-nencia en el poder y de que su fortaleza podía estar basada únicamente en la superioridad económica, sin que los ante-cedentes o procedencia de sus

riquezas fueran importantes. A su vez, sus tesoros les per-mitían poderío militar y con-trol político para favorecerse y alargar un poco la duración de su ejercicio totalitario y refor-zar sus riquezas y señorío mili-tar. El círculo se cerraba, pero no por mucho tiempo. Con técnicas cada vez más violen-tas y continuas, aparecían los nuevos poderosos, que arran-caban brutalmente a sus ante-cesores de sus lugares.

Entre los Siglos I y IV, el glorioso y grandioso Imperio Romano decayó hasta su ex-tinción. Fueron múltiples las razones que lo hicieron fra-casar. Todos sabemos que su crisis era inevitable debido a las malas administraciones e ingobernabilidad reinantes. Los cónsules, algo así como la rama ejecutiva del poder y el Senado, algo así como la rama legislativa, habían sido rem-plazados por el emperador, a partir del año 27 a.C. Los pri-meros emperadores se senta-ron en su trono por décadas, pero a medida que pasaba el tiempo, tenían historias fuga-ces. En la decadencia del Im-perio, cada gobernante apenas si duraba unos meses, cada uno derrocado por el siguien-te.

En ese mismo tiempo, los pueblos seminómadas crecie-ron cada día y se fortalecie-ron mientras invadieron cada espacio en el que los romanos

cedían. Y no es que los roma-nos fueran buenos y su bon-dad e indulgencia los hubiera empujado hacia atrás ante su arremetida. Fue que los roma-nos perdieron su poderío al avanzar tras el sueño imperial autocrático que contradijo a la República con sus poderes repartidos y equilibrados en contrapesos.

Frente a ese panorama, hordas de humanos, otrora desplazados, abusados y vícti-mas de la impunidad de la que gozaba el Imperio, retomaron algunos de sus antiguos terri-torios e invadieron nuevos. Lo hicieron porque entendie-ron que depredar y arrasar era aceptable y aceptado. Lo aprendieron, muy seguramen-te, de la expansión del Impe-rio Romano y gracias a la visi-ble anarquía e innumerables guerras civiles que se vivían. A esos grupos humanos los romanos los denominaban bárbaros, una designación despectiva que se les daba a quienes habitaban fuera de las fronteras imperiales.

Fueron más de cuatro si-glos los que les tomó a los bár-baros aprender de sus maes-tros, los odiados romanos, lo necesario para enfrentarlos y derrotarlos. Las batallas fueron cruentas, continuas y sanguinarias y condujeron al continente europeo hacia la temida Edad Media. Como quien dice, salió peor el reme-

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dio que la enfermedad.Nada más parecido a la

historia reciente del Valle del Cauca. La grandeza regional se fue derrumbando tras la caída de sus ilustres gobernantes, que pese a su brillo, tampoco eran santos. Eran hombres, como los emperadores. Hom-bres que fueron cediendo su territorio, lentamente, ante las invasiones bárbaras de los ga-monales inmorales, los narco-traficantes, los paramilitares, los narcoparamilitares y todas las demás combinaciones ges-tadas en los últimos tiempos.

En nuestra comarca, hom-bres y mujeres empezaron a consolidar poderes absolutos, totalitarios y autocráticos, que con prácticas permanen-tes borraron lenta pero conti-nuamente el rol de los poderes

públicos, subordinándolos al ejecutivo. Su decadencia no se hizo esperar, como tam-poco las hordas que han ido tomando su lugar. Personas que con astucia saben sacar provecho para sí de una si-tuación. Egoístas siniestros con ambiciones desmedidas, dedicados a la opulencia me-diante la legalización de sus inmensas fortunas con dudo-sos orígenes. Promueven ne-gocios que cumplen con la ley (hecha por ellos o sus amigos), aunque sean a todas luces in-morales. Se lucran de gangas como la salud que, aunque les está arrancando la vida a los usuarios que lo financian y lo justifican, les provee a los di-rigentes la construcción de un puesto de salud que les ge-nere dividendos, contratos o

burocracia. O como el de los biocombustibles que, aunque desplaza la seguridad alimen-taria, goza de la protección del Estado, aunque cause un irre-parable daño ambiental. La mayoría de quienes vienen di-rigiendo el Departamento son personas que han dedicado sus vidas a ignorar los derechos de los demás y apropiarse de los espacios públicos en función de intereses particulares.

Duran poco en el poder, pero el daño que hacen es irre-parable y aunque son rempla-zados rápidamente, cada vez el perfil de quienes llegan al poder es más inmoral, torpe, atrevido, incorregible, licen-cioso, corrompido, viciado, embaucador, deshonesto y laxo. Emperadores de pacoti-lla deciden por nosotros.

Lecturas

Significado de la palabra sexoEtimología de una separaciónPor Lord Aelfwine

Es extraño como algunas palabras se adap-tan a nuevos conceptos, a nuevas formas de interpretar la realidad y las emociones.

Cabe sospechar que este mecanismo de adap-tación corresponde sólo a términos maleables, morfológicamente inestables; sin embargo, las metamorfosis de la lengua alcanzan a todas las palabras, aún aquellas que definen actividades que no han cambiado casi nada.

Ni siquiera el sexo está libre de alteracio-nes.

La etimología de la palabra sexo es, qui-zás, una de las más antiguas. Su pasado se re-

monta al protoindoeuropeo, e incluso más allá, en los inapelables balbuceos de las primeras tribus organizadas del Indostán. No obstante, si bien el sexo ha cambiado, es decir, sus for-mas y convenciones no son las mismas, el acto se conserva prácticamente inalterable, y sería reconocido por cualquiera de aquellos remotos polígrafos del pasado.

¿Por qué entonces si el sexo sigue siendo el mismo, o parecido, la palabra que lo define ha cambiado tanto?

Es lógico asociar la palabra sexo a la unión de los cuerpos. Si hay algo difícil de imaginar, diría un filósofo anacrónico, es pensar en el sexo como una desunión, un desapego, una se-paración. Sin embargo, la palabra sexo significa exactamente eso.

Sexo proviene del latín sexus, y éste de sectus, consignado por primera vez por Cicerón en su obra De Inventione. Literalmente signifi-ca “separado, cortado”, algo insólito si tenemos en cuenta su uso posterior. De hecho, sectus deriva del verbo sectare, “separar, cortar, divi-dir”.

Pero es fuera del latín y sus aplicaciones formidables donde la palabra sexo, a medida que retrocedemos en el tiempo, adquiere for-mas más y más extrañas. El protoindoeuropeo sek, “cortar”, no difiere demasiado. Menos aún el inglés antiguo scythe; “seccionar”, de don-de proviene la palabra saec, y, posteriormen-te, sword, “espada”; evolución que hace difícil imaginar las proposiciones lascivas de los an-tiguos anglos, cuyos receptores no sabrían di-ferenciar entre un lance amoroso y una invita-ción a la guerra.

Resulta desconcertante que el momento de mayor unión física entre dos personas se de-fina mediante una separación. Sin embargo, el término sigue allí, por el momento, sin inten-ciones de revelar su irónica intrínseca.

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Hubo una vez un rey en un pedazo de tierra lleno de

riquezas. Vivía en medio de ríos con peces azules y piedras verdes y ama-rillas, montes por donde corrían leopardos, guatines y venados en enor-mes selvas, había páramos con flores de tercio-pelo cano y picos con sombrero de hielo, a lo lejos los montes escondían oro en sus entrañas y platino, petróleo, uranio, carbón, níquel y es-meraldas.

Al rey lo rodeaban miles de sirvientes que alimentaba con banquetes diarios de billetes, embajadas, regalías, carros lujosos y puestos en agencias y notarías.

Lo defendían varios contingentes de po-licía, ejércitos con uniformes nuevos, tanques, ak47s, helicópteros, cazas con truenos y tuca-nos supersilenciosos. El cuidado del rey por mantener este dominio tan eficiente consistía en tener a raya a unos cuantos enanitos que muy de vez en cuando salían a flote en los te-rritorios más alejados de su mirada. Su afán y esmero era cuidar que ellos no llegaran nunca hasta las puertas de su palacio y sus fortalezas. Para ello sus vasallos se mantenían ocupados en hacer decretos y leyes para que no fueran a perjudicar sus intereses.

Había unos cuantos millones de estos ena-nitos que el rey veía con lupa desde su trono. Muchas veces le llegó la noticia de que querían clamar en público y llegar por trochas hasta el centro donde gobernaba. Desde los pueblos sin acueducto, sin escuelas y enterrados en la edad de hierro, ellos comían de la caza, recogían el

Bulevar de los días

En el reino de prosperíaPor Leopoldo de Quevedo y Monroy

fruto de los árboles y pes-caban en lagos y quebra-das con anzuelo y a veces podían llegar a la ciudad a mendigar en las esquinas.

Los enanitos se mo-vían como abejas, cargan-

do la tristeza en sus espaldas. De tiempo en tiempo, cuando el rey y sus ministros llegaban hasta el pie de sus covachas, les lanzaba al aire unos cohetes pirotécnicos que los mantuvieran con la boca abierta y distraídos y que saltaran de esperanza sobre el polvo y la pobreza.

El rey no tenía barba ni corona pero era el sucesor de unas dinastías y caudillos y repar-tía entre sus delfines la prosperidad y a ellos les decía con gracia que eran los depositarios per-petuos de la democracia.

La tierra era rica, como queda dicho, y producía regalías que se repartían entre sus amigos y los vecinos y de lejanos reinos que ve-nían a invertir.

Después de centenares de años, los ena-nitos, por fin, vestidos con palos y bastones, crecieron como gigantes y pintaron su cara con achiote como los indios que encontró el capi-tán Colón en su carabela. Se enfrentaron a em-pellones y patadas con los hombres de casco, botas, caramañola y gases lacrimógenos, y no lloraron ni se quejaron. Sólo pidieron que los dejaran tranquilos en sus cerros, con sus mu-jeres invioladas y su coca centenaria. Los tilda-ron de bárbaros, incultos, violentos, atrevidos, irrespetuosos, apátridas y malolientes. Todo porque habían dejado de ser pigmeos y enanos y habían descubierto su dignidad en medio de la indolencia y el desprecio.

(…) Reposano te gastes

no muestres al muertoun amor muerto

no!Ya no lo puedes asustar.

(Berenice Pineda: No)

La Antorcha

El sicarioPor Fernando Estrada

En Palmira los sicarios son extraídos de sec-tores populares como

Villa Diana, San Pedro, Lo-reto, Simón Bolívar o Harold Eder, generalmente de fa-milias pobres, sin reconoci-miento paterno, sin acceso a

la educación, sin oportunidades.¿Quiénes fomentan sus labores?, ¿cómo

operan sus contactos?, ¿quiénes les entrenan en el manejo de armas?, ¿cómo se disputan la “vigilancia y seguridad” en las comunas?, ¿qué han hecho los alcaldes?, ¿qué puede hacer la sociedad?

El niño sicario primero fue niño, luego si-cario. Viven en hogares con bajos ingresos, sin padres responsables y en estratos sociales mar-ginados de oportunidades. Los incentivos en su formación temprana dependen de contraejem-plos que aprenden en el hogar. El abandono, la desprotección, los castigos y malos hábitos condicionan un proceso que culmina en el de-lito. La escuela del sicario es la calle donde en-cuentra condiciones de supervivencia, pero la desagregación de hogares, la carencia de lazos fraternales y la poca afectividad son factores que influyen en el estilo de vida del sicario.

El sicario es miembro (menor) de orga-nizaciones criminales. Sus formas de operar están condicionadas por cobros, venganzas, fa-

vores, trabajos o “vueltas” inmediatas. El sica-rio forma parte del incremento de homicidios, maneja armas, trafica drogas; pero sus opera-ciones están subordinadas al jefe inmediato dentro de la organización. El microtráfico en los barrios, expendios de marihuana o drogas relaciona negocios que vinculan también al si-cario, ante todo, cuando se requiere ajustes de cuentas o poner socios por fuera de la cadena de los negocios.

Obviamente, están quienes ofrecen incen-tivos al sicario. Desde el precio por una víctima que oscila entre $100 o $500.000.00, hasta pagos en especie por amenazas: droga, ropa o vehículos motorizados. Tras los incentivos se encuentra la cultura del dinero fácil. En el fon-do, una sociedad mermada por la influencia del narcotráfico relativiza sus valores. Las genera-ciones después de los ochenta crecieron anhe-lando el consumo material: dinero, mujeres, lujos, motorizados y sexo. Con lo cual se fueron excluyendo valores como el esfuerzo propio, el trabajo, el estudio y la disciplina. Para jóvenes sin oportunidades los negocios del narcotráfi-co ofrecían una salida rápida de la pobreza y el anonimato.

El sicario es también la expresión parasi-taria del consumismo. No solo del narcotráfi-co, sino de una sociedad permisiva. Mientras los crímenes atroces son castigados con penas mínimas, los delitos menores llevan a la cár-

cel a jóvenes que terminan haciendo carrera en el deli-to; mientras la corrupción en obras públicas es mostrada como una proeza de contratis-tas y políticos criminales, los asalariados se ven alcanzados con sus deudas. Son señales contradictorias con mensajes equivocados para toda la so-ciedad: matar no es un delito, robar no es malo, corromper-

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El oficio del sicario se apoya en oscuros personajes, dueños de mercados informales que mueven capitales entre vendedores ambulantes, chanceros, casinos, cobros cuentagotas, moteles y bailaderos, así como expendios de drogas en los barrios.

se es de lo más normal. Los oficios del sicario se fueron adaptando perfectamente a la descom-posición de la misma sociedad. ¿O no es así? Ciudades donde miembros representantes de la ley comparten el delito con organizaciones criminales, ¿son un ejemplo para las nuevas generaciones?

Puedo recordarles un caso cercano.El sicario que asesino a H.E fue relaciona-

do por un personaje oscuro que todavía maneja negocios de tierras, ganado y avicultura en el Valle del Cauca. A este personaje oscuro lo co-nocen las autoridades, pero no hacen nada en su contra, pues las tiene sobornadas. Es quien controla los préstamos gota a gota en las plazas

de mercado. Este personaje ha puesto votos en las elecciones de alcaldes y compra haciendas campestres en Rozo, La Buitrera y Potrerillo. Necesitaba saldar, y cobrar cuentas a sus deu-dores, entre ellos H.E. Un pequeño comercian-te de pescado y aves, que sostenía su familia y educaba a sus hijos con sus pequeños ingresos.

Aquella mañana H.E. llegaba como siem-pre a su negocio. Los saludos entre pequeños comerciantes cruzaban una que otra broma. H.E. se caracterizaba por tomar del pelo a sus colegas, amable y sencillo, un hombre bueno. Lo que no sabía era la maldad agazapada del si-cario que le enviaron. Mientras abría uno de los candados de seguridad, el adolescente se dirigió por la espalda. Al agacharse H.E., veía de reojo a su victimario. No lo observó como enemigo, pues era un niño que se mostraba amigable, sin armas que revelaran sus terribles intenciones.

H. E. no sospechaba que sonreía para pa-sar a la eternidad.

Hasta aquel instante final. El sicario sacó el arma que le habían entregado, con pleno do-minio de sus movimientos la colocó sobre la cabeza de la víctima, y disparo repetidamente. El pesado cuerpo de H.E. se desplomaba ante el pánico general de vendedores en la plaza de mercado. Y Mientras la humanidad del peque-ño comerciante caía, el niño sicario devolvía el arma a su lugar, emprendiendo un camino que nadie quería seguir. Nadie, ni la gente del lugar ni las autoridades que llegaron veinte minutos después, ni sus familiares destrozados, nadie quería saber el camino del sicario. Acabó des-truyendo con el tiempo muchas vidas, pero na-die entonces en la ciudad se dio por enterado.

Con el montaje de Pablo Escobar, y todo el despliegue dado por los medios, debemos re-cordar que el sicario es uno de sus legados. No porque el sicario en la historia del crimen tu-viese antecedentes (Sicilia, Roma, Nueva York o Deli), sino porque con los negocios del nar-cotráfico, Pablo Escobar le otorgaba un sello distintivo. En el bajo mundo el sicario seguirá operando mientras la sociedad y sus gobernan-tes no reaccionen contra sus tentáculos. Y sus padrinos.

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Crónicas y relatos

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La ciudad va-l l e c a u c a n a tiene el nom-

bre que no es, y una canción que tampoco. Un día de finales de los ochenta llegó una invitación a la casa de José Benito Barros en El Banco, Magdale-na. Al maestro lo invitaban con frecuencia para que interpretara Navidad negra, La piragua, o alguna de sus otras muchas composiciones en algún festival de pueblo. Pero en esta ocasión se trataba de un homenaje especial, una dis-tinción como ciudadano honorífico de Palmira. Por esos días la canción de Barros, Palmira se-ñorial, era un gran éxito bailable, todo un him-no no oficial del pueblo.

Las autoridades municipales, la Iglesia, el comandante del batallón Codazzi, y la sociedad palmirana en pleno habrían salido todos muy contentos de este homenaje si el maestro Ba-rros no hubiera decidido contar la verdad.

La mujer que a él le había inspirado esa canción, dijo no era de esta Palmira, ciudad de la cual él si acaso había oído hablar. Esta enamorada suya era de otra Palmira, allá en el Magdalena.

Tres Palmiras costeñas trae el Diccionario Geográfico de Colombia. Además, el gentilicio correcto en este caso es “palmirana”, y no “pal-mireña”, como lo repite una y otra vez Barros

en su porro: palmi-reña, cómo te quie-ro.

El maestro no tenía por qué sa-berlo, claro, pero esto de las confu-siones lo lleva Pal-mira en el nombre

mismo. Todos recordamos la antigua ciudad siria del camino de la seda, la de los más de dos mil años de historia, la de la mítica reina Zenobia. Pues esa Palmira nada tiene que ver con ésta. Ocurrió que en 1813, cuando en las tierras neogranadinas soplaban vientos de in-dependencia, los vecinos del pueblo de Llano-grande se reunieron para proclamar la autono-mía de un territorio que Cali y Buga se habían disputado por siglos. Pues ese día escogieron el nombre de Palmira por su eufonía con el de la parroquia local: Nuestra Señora del Rosario del Palmar. Y Palmira, la Villa de las Palmas, se siguió llamando.

Si de nombres mal asignados se trata, no resultó muy favorecida tampoco la etnia ances-tral que habitó aquí en los primeros siglos de la era cristiana. A esta cultura aborigen, con-temporánea con las de Tumaco y San Agustín, la terminaron bautizando Malagana por ser ésta la hacienda en cuyas tierras se hizo el pri-mer hallazgo. Su descubrimiento por el mundo científico en 1994 habría podido ser el aporte arqueológico más importante de los últimos

Palmirana, cómo te quieroPor Diego Andrés Rosselli Cock

“Este porrito suave cantaré a la mujer mas linda que amo yo.

Es una palmireña sin igual, nacida en este valle señorial.

Por eso digo yo cuando la veo pasar: Palmira señorial, gracias te doy”.

tiempos en el país. Porque si los indígenas estuvieron de malas en llamarse Malagana, tuvo una suerte peor su lega-do orfebre. Fueron miles las piezas de oro que guaqueros de toda laya desenterraron en Malagana entre 1992 y 1993.

La historia empezó el día en que un tal Pedro Tabares vio desde su caballo un brillo extraño en el piso. Y se “engua-có”. Con sólo escarbar a mano extrajo en minutos valiosas figuras en oro y tumbaga que cargó en su mochila. Antes de perderse para siempre -según reza la tradición local, don Pe-dro mostró a sus conocidos su pequeño tesoro.

La noticia, claro, se regó, y en pocos días sobrevino la estampida. Centenares de guaqueros espontáneos ne-gociaron aquí sus hallazgos al gramaje con coleccionistas privados. Se habla de monjas envolviendo entre sus hábitos las doradas piezas a poca distancia de donde escarbaba a pico y pala toda la planta de la al-caldía.

Aseguran también que la fuerza pública, cuando llegó por fin a proteger aquel valioso patrimonio, cobraba cuotas para dejar pasar a los más insaciables entre los buscadores de guacas. Cuando los antropólogos llegaron era poca la tierra que quedaba por remover.

Olvidado el capítulo de Malagana, la glo-ria de este valle volvió a estar en la caña de azú-car. Vale recordar que Sebastián de Belalcázar sembró por los lados de Jamundí sus propios plantíos. Pero fue en estas tierras de la “otra banda” donde surgieron los cañaduzales más extensos. También fue en esta ribera oriental del río Cauca en donde construyeron, en 1901, el primer ingenio azucarero tecnificado. En

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aquel proyecto empresarial de Santiago Eder, en su hacienda Manuelita, la pesada maquina-ria industrial inglesa tardó dos años en hacer el viaje desde Buenaventura. Muy cerca también de Llanogrande hay otra hacienda, El Paraíso, hogar de infancia del escritor Jorge Isaacs, y es-cenario de su novela María.

Sólo para cerrar una crónica musical y arqueológica con algunas ínfulas literarias, va una frase de María. Se trata de aquella que, por alguna de esas razones de la vida, terminó impresa en los billetes de cincuenta mil. Dice así: “Veíamos a la derecha en la honda vega ro-dar las corrientes bulliciosas del río, teníamos a nuestros pies el valle majestuoso y callado”. Callado como ese valle te debiste haber queda-do tú también, José Benito, aquella noche pal-mirana.

José Benito Barros (1911–2007)

“Vivir no es necesario, navegar sí”Por Leopoldo de Quevedo y Monroy

Esta frase que nos trae Plutarco como grabada en una nave griega en

su Vida de Pompeyo hace ir la imaginación más allá de la fatuidad de lo que llamamos vida.

Vivir, vivir y nada más, se oye en una canción. De-jar que las horas y las cosas pasen orondas por delante, por detrás de nosotros, como sombras o como relámpagos o como voces de Circes que nos llaman e ilusionan. ¿Lla-mamos a eso vida porque la sangre corre por las venas y levanta llamaradas unas veces y otras veces la desazón provo-ca frío y llanto? Ese vivir no es necesario, no es preciso, como puntualiza Pessoa.

¿Vivir es una línea recta y pacífica, es puerta abierta a la luz, es mano tendida que nos salva, es pan a todas horas, es cuerda lisa y segura y camino sin recodos ni curvas ni can-sancio sin necesidad de brúju-la? Eso será bienaventuranza, ricura, banquete opíparo, har-tura de gozo, epifanía que solo es precisa para el sibarita. Eso no es vivir y no es necesario.

Bien lo dijo el argonauta anónimo: Navegar sí es ne-cesario y lo dejó escrito en el lomo de su bajel. Navegar es el arte de salir de sí mismo y poner a prueba la vida misma. Es posar los pies como la ma-riposa en la verdura de la mar. Hundir el remo entre las aguas

y experimentar el zarandeo de las ondas que bajan hasta el abismo o se elevan como al-batros. Sentir el viento a con-tracara, oír cómo la proa abre una herida de acero entre las espumas para cabalgar sin fre-no sobre el gran monstruo de lengua blanca.

Navegar es buscar el otro lado, asomarse por encima del horizonte, dejar atrás la Luna, la Osa mayor y a cada estrella. Es meterse en el laberinto de la noche sin hilos que guíen y suplanten los radares. Es pre-sentir cuando viene la tormen-ta precedida de los clarines de los truenos y de los cohetes de los rayos. Es saborear el azo-gue de fuego en la garganta cuando el miedo intente apa-recer entre las fibras de los pulmones.

Navegar es soltar las amarras en el puerto y olvidar-se que existe el mundo. Tirar las cuerdas y tender las velas. Dejar que se hinchen con el aliento cálido del sotavento y acostarse en el fondo de la nave. Bailarán las ilusiones, saldrán volando los temores, entrarán por los oídos los sil-bos de los delfines y el aleteo de los cetáceos. Cantará, en-tonces, el coro de las olas di-rigidas por el señor del viento, la sinfonía de la libertad y el frenesí del universo.

Subir, bajar, mecerse sin hacer caso a una veleta o ver por los ojos de una brújula,

experimentar en las vísceras el ansia de mirar al fondo, al infi-nito y no desear apearse por el miedo. Esa suprema sensación de cruzar el océano, de ser una sola cosa nave y viajero, ese es el viaje que las neuronas y sen-tidos hace decir al ser humano que está viviendo.

Solo quienes han tenido el corazón de Ulises podrán decir que han atravesado el piélago entre el puerto de sa-lida y la felicidad de la llega-da. Esa es la odisea que escri-ben quienes suben a la barca que es la vida en este mundo. Quienes demuestran miedo y se bajan a destiempo, quienes tiemblan cuando se acerca la tempestad o se devuelven por-que la noche está oscura, no podrán dejar escrito que han surcado el mar de este mundo.