paliativos_la muerte familiar

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AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I I CUIDADOS PALIATIVOS: FUNDAMENTACIÓN Y CONCEPTOS 1 LA MUERTE FAMILIAR. ARS MORIENDI. EL PROBLEMA DE LA MUERTE EN LA SOCIEDAD ACTUAL 2 NEGACIÓN DE LA MUERTE. MEDICALIZACIÓN DE LA MUERTE. LA AVENTURA DE MORIR EN EL HOSPITAL 3 ¿MORIR EN CASA O EN EL HOSPITAL? 4 EL MÉDICO ANTE LA MUERTE DE SU ENFERMO 5 ENFERMEDAD TERMINAL Y MEDICINA PALIATIVA 6 MEDICINA PALIATIVA: LA RESPUESTA A UNA NECESIDAD 7 LA MEDICINA Y LA SOCIEDAD

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AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

I

CUIDADOS PALIATIVOS:FUNDAMENTACIÓN

Y CONCEPTOS

1

LA MUERTE FAMILIAR.

ARS MORIENDI.

EL PROBLEMA DE LA MUERTE EN LA SOCIEDAD ACTUAL

2

NEGACIÓN DE LA MUERTE.

MEDICALIZACIÓN DE LA MUERTE.

LA AVENTURA DE MORIR EN EL HOSPITAL

3

¿MORIR EN CASA O EN EL HOSPITAL?

4

EL MÉDICO ANTE LA MUERTE DE SU ENFERMO

5

ENFERMEDAD TERMINAL Y MEDICINA PALIATIVA

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MEDICINA PALIATIVA: LA RESPUESTA A UNA NECESIDAD

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LA MEDICINA Y LA SOCIEDAD

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. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .

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AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

◆ ◆ OBJETIVOS ◆ ◆

◆ Analizar los cambios que se han producido en lasúltimas décadas por lo que respecta a la forma demorir.

◆ Hacer un recorrido histórico de la conducta delHombre ante la muerte.

◆ Reflexionar sobre los aspectos comunes que puedentener el comienzo y el final de la vida desde el puntode vista de la aprobación o reprobación social.

◆ Analizar las formas en que los distintos vectores delpoder operan sobre la muerte y sobre el proceso demorir.

◆ Reflexionar sobre la igualdad ante la muerte, inde-pendientemente de las desigualdades sociales. Su im-portancia en el proceso de morir.

◆ Estudiar la importancia que tiene y ha tenido la reli-gión para la persona que va a morir

◆ Estudiar el papel que desempeñaba el Testamentohasta épocas recientes de nuestra historia.

◆ Estudiar las características de la muerte familiar, co-mo forma de morir durante muchos siglos en nues-tro medio.

INTRODUCCIÓN

Ya formidable y espantoso suena,dentro del corazón, el postrer día;

y la última hora, negra y fría,se acerca de temor y sombras llena.

Quevedo1

La muerte no es sólo un hecho biológico. No lo es,al menos, para el hombre, que le ha querido buscarsiempre un significado. La historia de la humanidadtrata de la vida del ser humano, pero también de supostura ante la muerte.

A todos nos infunden temor la enfermedad y lamuerte. Pero no hablamos acerca de ello. Ni con los de-más ni con nosotros mismos. En lugar de sobreponer-nos a este temor saliendo con franqueza al encuentro dela enfermedad y de la muerte como las más reales posi-bilidades de nuestra existencia y entablar al respectouna conversación grave, eludimos esta conversaciónhaciendo ver que la enfermedad y la muerte no existen.Las costumbres sociales contemporáneas facilitan mu-cho esta actitud.

Este miedo a la muerte lo expresaba José MaríaValverde2 en su poema “Elegía para mi muerte”, en“Hombre de Dios”:

¡Señor, Señor, la muerte!Se me cuaja la boca al pronunciarla,se me amarga la lengua, se me nublan los ojos...Nadie la puede ver de frente, por fortuna,cuando llega a buscarnos.

Es lo mismo que el sueño.La muerte es superior a nuestras fuerzas.¡Si no estuvieras Tú!

¡Si Tú no nos cruzases el abismo en tus brazos...!¡Pero es inútil todo; tengo miedo!¡Tengo el miedo del perro junto al hombre,porque nunca le entiende!Miedo de no saber,miedo al país de donde nadie ha vuelto...¡Tengo miedo a ese pozo de vacío,a esa noche sin fondo, aunque esté Dios atrás!Con el instinto oscurodel animal, del árbol, de la piedra,tengo miedo a la muerte...

Oh Señor, anestésiame la muertecomo a tantos les haces con la vida.

...¡Oh, ser una sola vez y sin remedio!

En épocas anteriores de la historia eran muy visi-bles para todo el mundo la enfermedad y la muerte.Los enfermos andaban por las calles, estaban sentadosal borde de los caminos, los leprosos anunciaban supresencia con el tableteo de sus matracas, sus procesio-

1LA MUERTE FAMILIAR. ARS MORIENDI.

EL PROBLEMA DE LA MUERTEEN LA SOCIEDAD ACTUAL

MARCOS GÓMEZ SANCHO

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nes eran advertencias visibles que ponían sobre avisoacerca de las procesiones, más silenciosas, de la peste yel cólera, que con cierta regularidad azotaban Europa(figura 1).

La muerte tenía una forma que atañía a cada cualde una manera inmediata. En la danza de la muerte seimprimía un significado que todo el mundo entendía.Cuando fallecía alguien, la población entera participabade su entierro convocado por el doblar de las campa-nas, se lo conducía a la vista de todo el mundo al ce-menterio, que, por lo demás, se hallaba en el corazónde la ciudad, junto a la iglesia, el centro. La muerte, aligual que la enfermedad, eran presencias constantes.No puede ya decirse lo mismo, ni mucho menos, denuestros tiempos. A los enfermos se les retira de la vidapública. Se hallan internados y viven en hospitales y sa-natorios. Si se visitan estos centros, es muy poco de or-dinario lo que se advierte en ellos acerca de la enferme-dad y de la muerte. Se ríe y se canta, en casi ningunaparte encuentra el visitante dolor. Ya que a los enfermosgraves se los instala en salitas aparte; están enfermos,por así decirlo, en secreto.

En caso de que fallezca alguien, los demás enfer-mos por lo común no se enteran de una manera direc-ta; todo lo más se susurra, la muerte se desliza subrep-ticiamente por la sala, no le está permitido mostrarse.Con frecuencia se cuida de que el moribundo, pocoantes de su traspaso, abandone el hospital. Si por unaparte responde esto a la buena intención de que el en-fermo regrese al medio ambiente familiar y junto a susdeudos para despedirse de todo ello, por la otra signi-fica también que se destierra a la muerte del hospital;no se le permite que ocupe un lugar en este centro decuración. Incluso al propio moribundo se intenta en-mascararle la muerte. El médico le administra morfina–frecuentemente por primera vez– para ahorrarle unfin demasiado doloroso, pero no deja de hacer con ellolo que todo el mundo desea en secreto: que la muerteacontezca en plena inconsciencia En la mayor parte delos países el cementerio no está situado ya en el centrode la ciudad. Especialmente en las grandes urbes hayque buscar dónde se encuentran los muertos. En lasafueras de la ciudad, bajo una cúpula de verdor, cerca-do, cubierto, oculto, se halla el lugar del último reposo(figura ).

Claro que con todo esto se han obtenido enormesventajas. Desde el punto de vista higiénico es un aciertoque los enfermos no arrastren ya su miseria por las ca-lles de la ciudad ni por los caminos del campo. Es enmuchos aspectos conveniente que en las aldeas no setenga ya el proverbial tonto o idiota del lugar. Es huma-no proporcionar a los enfermos el cuidado que requieresu dolencia; sería cruel privarlos de los analgésicos po-tentes que alivian su sufrimiento cuando el doloroso fines demasiado doloroso. Pero también se corre el riesgode que se pierdan muchas cosas. Desde el punto de vis-ta psicológico es peligroso en grado sumo desterrar laenfermedad y la muerte de la vida cotidiana. Desde elpunto de vista psicológico dista mucho de ser higiénicoescamotear a los dementes de la vida pública. Comotampoco puede decirse sin más que, psicológicamentehablando, sea conveniente que el hombre civilizadomoderno, valiéndose de unos sistemas y aparatos delimpieza cada vez más infalibles, quede libre casi de to-do contacto con la podredumbre y los deshechos. Don-de ocurren todas estas cosas, la caducidad de nuestraexistencia –de hecho la primera realidad humana– seconvierte en una amenaza dorada y por lo mismo mu-cho más peligrosa, ya que la enfermedad y la muerteson entonces catástrofes que pueden sobrevenirle alhombre, sin estar preparado en absoluto para ello. Alhombre actual se lo puede comparar con el joven Bud-dha, quien, por haberlo mantenido sus educadores ale-jado de todo sufrimiento humano, adquirió una sus-ceptibilidad extraordinaria para todo lo que no se ajus-tara a su paraíso artificial. No es, a buen seguro, una ca-sualidad que en nuestros días se piense y escriba tantoacerca de la angustia. No vivimos con las realidades denuestra existencia, las cuales, precisamente debido a es-ta negación, se nos imponen en la forma de una angus-tia imprecisa. La angustia es el fondo de nuestra vida enapariencia tan alegre y sana3. En épocas anteriores, sehablaba y escribía menos de la angustia y se hablaba yescribía más de la muerte. Por ejemplo, en el siglo XVIIen Francia el tema de la muerte estaba presente en el 7al 10 por 100 de los libros editados4.

Dice Alizade5 que toda vida implica necesariamen-te toparse con las “marcas de ser mortal”. Para esta au-tora se trata de situaciones que aproximan vertiginosa-mente al sujeto la idea de su finitud a través de expe-

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MÓDULO I: CUIDADOS PALIATIVOS: FUNDAMENTACIÓN Y CONCEPTOS

AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

Figura 1.- Peste bubónica. Giles de Mussis. Siglo XIV. Figura 2.- Dios mío, que solos se quedan los muertos. Modesto Urgell.(1839-1920)

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riencias o vivencias directas que lo ponen en contactocon su estado viviente de ser perecedero. No se trataríade un saber intelectual o de un vivenciar la muerte me-diante el cadáver ajeno o la mirada sobre hipotéticosmuertos en los filmes, en los diarios, en la muerte deobjetos o en los aconteceres de muerte de la naturaleza.La “marca de ser mortal” siempre se ejecuta sobre lapropia carne. Un lugar, una función del cuerpo son se-ñalados con la muerte. Es más, mueren. Numerososejemplos salen al paso. Marcan una localización de pér-dida, una suerte de antesala de la pérdida general queacaecerá con la muerte total. Estas marcas pueden asi-mismo denominarse “muertes parciales”. A veces sontemporarias, otras definitivas. Así, una fractura puederestablecer la función ad integrum o dejar una lesiónpermanente. En ambos casos el individuo atraviesa unaexperiencia de ruptura con la imagen de un cuerpo en-tero y sano, no importa cuán niño, joven o viejo sea. Lavulnerabilidad corporal se manifiesta. Se sigue adelan-te, se niega, se apela a los mecanismos defensivos másvariados, pero la marca está o estuvo y el psiquismo re-cibió efluvios de un saber que hiere y a la vez enseña,un saber que teje el delicado hilo de la sabiduría, porun lado, pero que obliga dolorosamente a atravesar lossenderos psíquicos de la castración.

Los momentos de recepción de la “marca de sermortal” acaecen en toda la vida, tarde o temprano. Aho-ra presente, la muerte toca el cuerpo e imprime su sig-no de cercanía. La vivencia es de amenaza. Se despier-tan fantasías primarias (depresivas, paranoides), peno-sas por un lado y enriquecedoras por el otro. El yo reci-be un cimbronazo que lo enfrenta a su condición pere-cedera. Esto puede dar lugar a la elaboración yresignificación de la historia vivida. Se redimensiona elpasado y se relativiza la existencia. Estas “muertes par-ciales”, cuando no revisten un carácter destructivo im-portante, pueden actuar como catalizadores enzimáti-cos psíquicos que aceleran o propician la cristalizaciónde determinado cambio psíquico para mejor provechode la vida y, aun cuando suene paradójico, para experi-mentarla con mayor alegría.

LA MUERTE Y LAS ENFERMEDADESMORTALES

Con la enfermedad comienza generalmenteaquella igualdad que la muerte completa.

Samuel Johnson6

A lo largo de la historia, siempre hubo una enfer-medad que para la gente tenía connotaciones mágicas,demoníacas o sagradas. Constituyen una larga secuen-cia desde la epilepsia, la verdadera enfermedad sagradaen tiempo de Hipócrates, quien intentó demostrar queel concepto era falso y atribuible sólo a la superstición.El Código de Hammurabi (1780 a. C.) establecía ya que

la persona con epilepsia no podía contraer matrimonioo testificar en un juicio.

Pero no hay que retroceder tanto en el tiempo.Hasta 1956, en 17 estados de Norteamérica una perso-na con epilepsia no se podía casar, 18 establecían la es-terilización de los epilépticos y hasta 1970 era legal de-negar su acceso a restaurantes, teatros, centros recreati-vos o edificios públicos. Ese mismo año fue abolida enel Reino Unido una ley que prohibía el matrimonio delas personas con epilepsia.

Después, en la antigüedad era la lepra y curarla erauno de los milagros más frecuentes en la vida de Cristo.En la Edad Media, era la sífilis y actualmente es el cán-cer la enfermedad tabú. Carece del halo romántico quea principios de siglo tuvo la tuberculosis, incurable casisiempre, y comparte con la lepra y con la sífilis que nodebe ser pronunciado su nombre. En la Edad Media,llamar “leproso” a una persona, era un insulto castigadocon una multa de cinco maravedíes.

Correspondiendo a las supersticiones y terroresmás elementales y primitivos de la raza humana, se tra-ta de evitar nombrar dichas enfermedades, o se pronun-cia su nombre en voz baja. Los médicos utilizan eufe-mismos para invocarlo, la mayoría de las veces de for-ma incomprensible para el lego con el fin de disimular.Raramente se utiliza la palabra cáncer. Se habla, comomucho de tumor, neo, neoplasia, degeneración malig-na, etc. Y en los medios de comunicación, a lo más quese llega cuando algún personaje muere de esta enferme-dad es que “falleció después de una larga y penosa en-fermedad”.

Una copla popular decía7:

Nadie se acerca a mi cama,que estoy tísico de pena.Al que muere de este mal,hasta las ropas le queman.

Está dramática estrofa, que hace referencia al ais-lamiento y abandono, dedicada a un tuberculoso, po-dría escribirse hoy hablando de un canceroso. Cáncerequivale a mutilación y muerte y aunque es cierto queexisten otros padecimientos igualmente mortales, elcáncer está considerado ahora como la enfermedad in-curable por excelencia. De hecho, así escribe Sabines8

en un poema escrito tras la muerte de su padre provo-cada por esta enfermedad:

Vamos a hablar del Príncipe Cáncer,Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,que se divierte arrojando dardosa los ovarios tersos, a las vaginas mustias,a las ingles multitudinarias.

Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cánceren la raíz del cuello, sobre la subclavia,tubérculo del bueno de Dios,ampolleta de la buena muerte,y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo.

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1. LA MUERTE

AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

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El Señor Cáncer, El Señor Pendejo,es sólo un instrumento en las manos obscurasde los dulces personajes que hacen la vida.[...]

Existiendo tantas otras enfermedades, decimos,tan mortíferas como el cáncer ¿por qué no tienen, sinembargo, su odiosa reputación? Probablemente por dosmotivos. Por una parte, porque el cáncer no llama antesde entrar. No avisa, no envía emisarios (fiebre, doloresetc.) que generalmente se adelantan a la enfermedad.Está allí y cuando lo descubrimos es siempre demasiadotarde: la guerra se ha declarado y ya está perdida a me-dias. Por otra parte, quizás le tengamos miedo porqueno sabemos nada de él, o por lo menos, no lo esencial.El misterio de su origen, el secreto de su recorrido, elenigma de su estrategia; todo en él es oculto, clandesti-no, escondido.

El cáncer es sentido o vivido de inmediato comouna persecución del destino o la mala suerte o comoun castigo, exactamente igual que otras enfermedadesincurables en otras épocas de la historia. El enfermoquiere saber las causas u orígenes de su cáncer y comono se le puede responder hace reacciones paranoidesmuy frecuentemente y necesitan responsabilizar a al-guien de los que le rodean o al mundo circundante. Enuna encuesta de Abrams y Finesinger, de 60 enfermosestudiados, 30 se echaban la culpa a sí mismos, lo viví-an como castigo y para otros 30 era el resultado deagentes externos9.

Lepra, peste, sífilis etc. al hacerse curables, hanperdido su carácter tremendo y sagrado y estas caracte-rísticas las ha heredado el cáncer y más modernamente,el sida.

Dice Sontag10 que el hecho de que se mienta tantoa los pacientes de cáncer, y que estos mismos mientan,da la pauta de lo difícil que se ha vuelto en las socieda-des industriales avanzadas el convivir con la muerte. Talcomo la muerte es ahora un hecho ofensivamente faltode significado, así una enfermedad comúnmente consi-derada como sinónimo de muerte es cosa que hay queesconder. La política de tratar ambiguamente con loscancerosos no depende más que de una convicción: alos moribundos es mejor ahorrarles la noticia de que seestán muriendo, y la buena muerte es la muerte repen-tina, mejor aún cuando estamos inconscientes o dur-miendo. Sin embargo, la negación de la muerte no ex-plica totalmente por qué se miente tanto ni por qué unodesea que le mientan; no se toca el pavor más hondo.Quien ya ha tenido un infarto, tiene por lo menos lamisma probabilidad de sucumbir de otro infarto a lospocos años que la de un canceroso de morir de cáncer.Pero a nadie se le ocurre ocultarle la verdad a un cardí-aco: un ataque al corazón no tiene nada de vergonzoso.A los pacientes de cáncer se les miente no simplementeporque la enfermedad es (o se piensa que sea) una con-dena a muerte, sino porque se la considera obscena, ensentido original de la palabra, es decir: de mal augurio,abominable, repugnante para los sentidos. La enferme-

dad cardiaca implica un problema, un fallo mecánico;no implica escándalo ni tiene nada de aquel tabú querodeaba a los tuberculosos y que rodea hoy a los cance-rosos. Las metáforas ligadas a la tuberculosis y al cáncersuponen que unos procesos vitales de tipo particular-mente resonante y hórrido están teniendo lugar.

Y, aunque el cáncer despierta reacciones similaresa las que en su momento provocara la tuberculosis, to-davía es peor el caso del cáncer. Mientras que la tuber-culosis hace suyas las cualidades propias de los pulmo-nes, situados en la parte superior y espiritualizada delcuerpo, es notorio que el cáncer elige partes del cuerpo(colon, vejiga, recto, senos, útero, próstata, testículos)que no se confiesan fácilmente. Un tumor acarrea gene-ralmente un sentimiento de vergüenza, pero dada la je-rarquía de los órganos, el cáncer de pulmón parece me-nos vergonzoso que el de recto. Nadie piensa del cáncerlo que se pensaba de la tuberculosis, que era una muer-te decorativa, a menudo lírica. El cáncer sigue siendoun tema raro y escandaloso en la poesía; y es inimagina-ble estetizar esta enfermedad11. El tuberculoso podríaser un proscrito o un marginado; en cambio la persona-lidad de un canceroso, lisa y condescendientemente, esla de un perdedor.

Y peor todavía es el caso del sida. La mayor partede los aquejados de sida saben (o creen saber) cómo locontrajeron. No se trata de un mal misterioso que atacaal azar. En la mayor parte de los casos tener sida es pre-cisamente ponerse en evidencia como miembro de al-gún “grupo de riesgo”, de una comunidad de parias. Latransmisión sexual de esta enfermedad, consideradapor lo general como una calamidad que uno mismo seha buscado, merece un juicio mucho más severo queotras vías de transmisión, en particular porque se en-tiende que el sida es una enfermedad debida no sólo alexceso sexual sino a la perversión sexual. En una enfer-medad infecciosa cuya vía de transmisión más impor-tante es de tipo sexual la tentación moralizante es muyalta y es muy fácil pensar en ella como un castigo.

Las metáforas patológicas siempre han servido parareforzar los cargos que se le hacen a una persona o unasociedad por su corrupción e injusticia. Todos los días sehabla de que determinada persona es un “cáncer” para lasociedad, o que una decisión o normativa es un “cáncer”para la economía. Comparar un hecho o una determina-da situación política con una enfermedad equivale hoydía a achacar una culpa, a prescribir una pena.

Dado el enorme progreso de la Medicina, las enfer-medades infecciosas han sido eliminadas prácticamentecomo peligro de muerte; cuadros tan graves antaño co-mo la diabetes, se han vuelto perfectamente controla-bles e incluso las enfermedades cardiovasculares suelentener un decurso lento y permitir cierto control. A pesarde que como causa de muerte las enfermedades cardio-vasculares superan al cáncer, éste tiene una connota-ción siniestra de la cual carecen aquellas.

Posteriormente, el desarrollo de la cirugía, la anes-tesia y la reanimación etc. ha hecho posible la realiza-ción de trasplantes de órganos y más modernamente,

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MÓDULO I: CUIDADOS PALIATIVOS: FUNDAMENTACIÓN Y CONCEPTOS

AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

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de órganos artificiales. Todo ello ha conducido a ungran incremento en las expectativas de vida. Si la espe-ranza de vida al nacer en España era en 1900 de 34.7años para ambos sexos, esta cifra se había duplicado enlos años 60 y en 1980 era de 75.6 años12 (en la actuali-dad, ronda los 80 años).

Todos estos avances han generado en la sociedaduna especie de delirio de inmortalidad, otorgando almédico una sabiduría, omnipotencia y omnisapienciaque, lógicamente, no posee. Pero, adelantémoslo, elesplendor de la medicina lleva de la mano su fracaso.No sólo en relación con las muchas enfermedadesnuevas que aparecen –el sida es hoy la más famosa–,sino en relación con su exclusividad. La vida modernay sus tensiones, sus productos químicos y la contami-nación de la tierra, de las aguas y del ambiente, pro-ducen nuevos males para los que no está preparada lamedicina, como no lo está para curar las consecuen-cias de las radiaciones nucleares, varias formas de cán-cer y el sida13.

Desde las culturas más primitivas se intuye el finaldel hombre. Por ejemplo, en estos versos expuestos en lapuerta de entrada al Museo Antropológico de México DF:

Toda luna, todo año,todo día, todo viento,camina y pasa también.También toda sangre llegaal lugar de su quietud.

Chilam Balam

Posteriormente, decía Ovidio en sus Pónticas “Nonest in Médico semper ut relevatur aeger; interdum docta plusvalet arte malum”. (No siempre está en manos del médicoel poder curar al enfermo; pues muchas veces la fuerzadel mal es superior a toda ciencia y arte)14. Muchos siglosmás tarde, hace unos años, el Dr. Jordi Gol decía15:

“Ciudadanos, no os hagáis ilusiones, laCiencia no hará que no muráis. Moriréis y lacuestión de vuestra muerte no la podéis confiarnunca a vuestro Médico, lo que sería una injus-ticia y además un abuso. El Médico no es com-petente para ahorrarnos la muerte y la cienciano es ningún dios sino una cosa muy interesantepero perfectamente limitada”.

Debemos recordar que la medicina científica, talcomo la conocemos, es un producto de este “largo sigloveinte”, y sus aspectos negativos sólo nos han acompa-ñado los últimos cincuenta años. Los ancianos que te-men pasar sus últimos días conectados a máquinasconstituyen la primera generación que ha vivido entera-mente en la era moderna. Quien cumpla ochenta añosel año 2000 nació junto con el descubrimiento de la in-sulina. Quienes eran adolescentes cuando la penicilina

llegó a estar al alcance de todos y se desarrolló la vacu-na Salk, aún viven años productivos16. Casi todos nues-tros padres y abuelos pasaron gran parte de sus vidassin aquello que ahora damos por sentado y denomina-mos “medicina moderna”.

RECORRIDO HISTÓRICO

Buscamos la felicidady no encontramos más que la miseria y la muerte.

Pascal17

El comportamiento del hombre ante la muerte a lolargo de la historia ha estado siempre lleno de ambigüe-dad, entre la inevitabilidad de la muerte y su rechazo.La conciencia de la muerte es una característica funda-mental del hombre. El animal envejece y muere. Elhombre también envejece y muere. Sin embargo haytres diferencias fundamentales18:

El hombre es el único animal que sabe que envejece.El hombre es el único animal que sabe que ha de

morir.El hombre es el único animal al que le duele la vejez

y le teme a la muerte.

Lo que crea problemas al hombre no es la muerte,sino el saber de la muerte. No hay que engañarse: unamosca atrapada entre los dedos de una persona pataleay se defiende como un hombre en las garras de un ase-sino, como si supiera el peligro que le aguarda. Pero losmovimientos defensivos de la mosca en peligro demuerte son innatos, herencia de su especie. Una monapuede llevar consigo durante algún tiempo a un moni-to muerto, hasta que en algún punto se le cae y lo pier-de. No sabe lo que es morir. Ignora la muerte de su hi-jo como la suya propia. en cambio, los hombres lo sa-ben, y por eso la muerte se convierte para ellos en unproblema.19

Así lo expresaba Blas de Otero20 en su poema“Lo eterno” en “Ángel fieramente humano” (1950):

[...]Sólo el hombre está solo. Es que se sabevivo y mortal. Es que se siente huir–ese río del tiempo hacia la muerte–.

Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,subir, a contramuerte, hasta lo eterno.Le da miedo mirar. Cierra los ojospara dormir el sueño de los vivos.

Pero la muerte, desde dentro, ve.Pero la muerte, desde dentro, vela.Pero la muerte, desde dentro, mata.[...]

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1. LA MUERTE

AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

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Como dijo Schopenhauer21: “... El animal conoce lamuerte tan solo cuando muere; el hombre se aproxima a sumuerte con plena conciencia de ella en cada hora de su vi-da”. Aunque algunas especies no humanas lloran, aligual que los seres humanos, por la pérdida del compa-ñero, y también por la pérdida de otros miembros de lacomunidad, los seres humanos parecen ser los únicosen advertir que tanto ellos como sus congéneres han demorir y que la muerte ya arrasó a múltiples generacio-nes anteriores.

Se ha observado, tanto en chimpancés como enorangutanes, cómo ante la sensación de muerte próxi-ma (por enfermedad, accidente, envejecimiento), sealejan de la manada y buscan cuevas u otros refugios(lugares apartados, obscuros), donde permanecen enquietud mientras les llega la hora de la muerte.

Aunque en los animales existen comportamientospara morir, éstos, a diferencia de las conductas y hábi-tos, no son aprendidos ni transmitidos socialmente deuna generación a otra; no son culturales sino innatos.Fuera de una conciencia innata o instinto de muerteque el hombre aún conserva como legado de su origenanimal, sus actitudes, creencias y comportamientos an-te la muerte son aprendidos culturalmente.

La única verdad en que podemos confiar es que elprimer hombre que compareció sobre la tierra se arro-dilló frente a su hermano muerto y estableció un culto alos muertos. Entierros, sarcófagos, ritos funerarios, ne-crópolis... Todo esto nació junto con el hombre. Nadade esto se encuentra en los animales. El arte rupestre, lavida cavernaria, el hombre primitivo... Todo se encuen-tra vertebrado alrededor de la muerte. Lo del lenguajevino después. El verdadero arranque del Homo Sapiensse halla estrechamente unido al culto a los muertos. Ydesde entonces seguimos adheridos emocionalmente almomento del tránsito.

Los entierros humanos más tempranos datan dehace 100.000-70.000 años, del último período intergla-ciar, cuando en Europa predominaba la cultura delhombre de Neandertal. Algunas sepulturas halladas deesta época ponen de manifiesto que a las personas lasenterraban con utensilios de uso diario y con comida.Estos rituales funerarios expresaban la creencia de unasupervivencia, en la que se necesitaban alimentos yutensilios habituales de la vida terrestre. La actitud delhombre de esta época para con sus muertos debió seruna mezcla de respeto, de miedo, de veneración y decuidado por su bienestar. Tales preocupaciones supo-nen, sin embargo, la idea de una prolongación de laexistencia después de la disolución del cuerpo22. El cul-to a los muertos les confiere una especie de inmortali-dad en el recuerdo. Abundan los monumentos conme-morativos que indican la idea de perennidad.

Estas primeras experiencias de entierro humanollaman la atención sobre una de las prácticas culturalesmás complejas: el tratamiento especial dado al cadáverde los compañeros muertos.

En varias oportunidades los arqueólogos han seña-lado que, de no ser por la complejidad cultural de las

prácticas de enterramiento, en este momento muy pocose conocería sobre la complejidad de la vida de las cul-turas desaparecidas. Toynbee23 anota a este respecto,

“que si nuestros arqueólogos hubiesen tenidoacceso sólo a los utensilios que la gente empleabaen la vida y no a ninguno de los que utilizaban losmuertos, nuestras evidencias para la historia dela cultura humana previa al alfabeto habrían si-do harto más exiguas. El interés del hombre en lavida después de la muerte ha permitido a las ge-neraciones posteriores satisfacer su curiosidadcon respecto a la vida antes de la muerte de lasgeneraciones pretéritas”. En este mismo senti-do, al comenzar el relato de “La Peste” diceCamus24: “… el modo más cómodo de conoceruna ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella,cómo se ama y cómo se muere” (figura 3).

A lo largo de la historia del hombre es evidente queel tratamiento con el cadáver, el conjunto de objetos quelo han acompañado, así como el lugar que la cultura haconcedido a la muerte y el mantenimiento de una rela-ción entre los vivos y los muertos, evidencia cómo el fe-nómeno de la muerte ha propiciado desde tempranasépocas, los más complejos y elaborados sistemas de cre-encias y prácticas mágico-religiosas que le han servido ala humanidad, de todos los tiempos y culturas, para ex-plicar, entender y manejar el hecho físico de la muerte.

A partir del siglo IV, la iglesia había estado luchan-do contra la tradición pagana de muchedumbres quebailaban en los cementerios: desnudas, frenéticas, blan-diendo sables. Durante mil años las iglesias y los ce-menterios cristianos continuaron siendo plataformas debaile. La muerte era una ocasión para la renovación dela vida.

A fines del siglo XIV, parece haber cambiado elsentido de esas danzas: de un encuentro entre los vivosy los que ya estaban muertos, se transformó en una ex-periencia meditativa, introspectiva.

La muerte significaba para el hombre medieval unacomunidad de destino; enseñó al hombre de la ilustra-ción que su vida debía ser la preparación para la eterni-dad: el hombre era capaz de asumir su finitud, de aban-

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MÓDULO I: CUIDADOS PALIATIVOS: FUNDAMENTACIÓN Y CONCEPTOS

AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

Figura 3.- El Cementerio. Darío de Regoyos (1857-1913).

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donarse a su caducidad, desligándose de los compromi-sos y de las ataduras de la vida cotidiana. Una DanzaMedieval de la Muerte decía así25:

A morir voy.Nada más cierto que la muerte cierta,nadie sabe el momento y hora.A morir voy.

A morir voy.Polvo, reducido a polvo:la misma ley que existir me hizo.A morir voy.

A morir voy.A otros sigo, otros me siguen.Ni el primero soy ni seré el postrero.A morir voy.

Las sociedades primitivas concebían la muerte co-mo resultado de una intervención por un agente extra-ño. No atribuían personalidad a la muerte. La muerte esel resultado de la intención maligna de alguno. Ese al-guno que causa la muerte puede ser un vecino que, porenvidia, le mira a uno con un mal ojo, o una bruja o unancestro. Es bien conocida la leyenda gallega de la San-ta Compañía basada en el miedo al poder de los muer-tos. Así lo describe Emilio Carrere26 en su poema “ElCrucero” :

De noche, cuando lloran las gaitas añorantes,y hay una poesía tan sedante y tan honda,según dicen las rancias consejas inquietantes,a la luz de la luna los muertos van de ronda.

Pasan, junto al crucero, torvos encapuchados,al ritmo de una lúgubre y extraña letanía;con tristes campanillas y hachones enlutados,va augurando la muerte la Santa Compañía.

Lo dicen los estrigos y los saludadores:si veis el Santo Entierro en las nocturnas horas,disponed vuestro espíritu, porque el fin es certero.

Un día, un peregrino, de esclavina y bordón,tuvo, al cruzar el bosque, la siniestra visión,y le hallaron difunto, tendido en el crucero.

Durante todo el medievo cristiano y musulmán, lamuerte continuó considerándose como el resultado deuna intervención deliberada y personal de Dios. En ellecho de muerte no aparece la ura de “una” muerte, si-no sólo la de un ángel y un demonio luchando por el al-ma que se escapa de la boca de la mujer moribunda.Apenas durante el siglo XV estuvieron las condicionespropicias para que cambiara esta imagen y apareciera laque más tarde se llamaría la “muerte natural”. La Danzade los Muertos representa esta situación. La muertepuede entonces convertirse en una parte inevitable, in-

trínseca de la vida humana, más que en la decisión deun agente extraño. La muerte se vuelve autónoma y du-rante tres siglos coexiste, como agente distinto, con elalma inmortal, la divina providencia, los ángeles y losdemonios27.

“ARS MORIENDI”

Oh muerte, yo te amo, pero te adoro, vida...

A. Storni28

No me da miedo la muerte,pero ¡amo tanto la vida!

Ángela Figuera Aymerich29

Europa, a punto de emerger de la Edad Media, pro-cura librarse de su temor a la muerte, que es a la vez te-mor al Juicio Final y temor al infierno, por medio de lasrepresentaciones de la Danza Macabra o Danza de losMuertos, desde el siglo XIV hasta el XVI el tema más po-pular de la poesía, el teatro, la pintura y las artes gráficasy que predomina también en las miniaturas de los librosde horas. La representación de la muerte veía incremen-tados sus tintes aterradores a través de una iconografía enla que aparecía como enemiga del hombre, portadora dearcos, flechas, látigos, redes, guadañas, relojes de arena;montada en un caballo; en forma de arpía, de esqueletoambulante o caballero apocalíptico cabalgando sobre unmontón de hombres tendidos en el suelo, con una acti-tud arrolladora y exterminadora (figura 4).

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1. LA MUERTE

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Figura 4.- El Triunfo de la Muerte. José Gutiérrez Solana (1886-1945).

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Este tema adquirió incluso mayor número de esce-nificaciones que el juicio final o el infierno.

La meditación sobre la caducidad de lo terrenal,que forma el contenido de profundas disertaciones teo-lógicas y filosóficas, llega a ser asunto de primordial im-portancia en aquel mundo turbulento, en el cual lamuerte arremete contra la humanidad con saña induda-blemente inusitada. En el teatro religioso, que es el tea-tro del pueblo, éste pide que ante todo se le hable de lamuerte, de la omnipotencia de la muerte y de la mila-grosa salvación del alma de las garras de pérfidos demo-nios, empeñados en llevarse la presa. En el siglo XV serepresenta en cualquier población de cierta categoríauna de las innumerables piezas en torno a la muerte. Seencargan de las funciones las compañías de cómicos dela legua o bien grupos de aficionados, generalmentemiembros de algún gremio o corporación. Se aprove-chan las fiestas religiosas para ofrecer funciones teatra-les a un público numeroso y altamente interesado, enque se mezclan todas las clases sociales30.

De la literatura el tema pasa a la pintura, a las artesgráfica y aún a la escultura. Naturalmente, una veztransformada la muerte en esa fuerza natural, la gentequiso dominarla aprendiendo el arte o la destreza de

morir. La publicación más divulgada del siglo XV es elArs Moriendi, llamado también Ars bene moriendi, el artede bien morir. Ornado con grabados en madera de altacalidad artística —cuyo autor hasta ahora no se ha po-dido identificar— se reedita durante muchos deceniosuna y otra vez en francés, alemán, inglés e italiano. Mu-chas personas aprendieron a leer descifrándolo. No eraéste un libro de preparación remota para la muerte através de una vida virtuosa, ni un recordatorio para ellector de que las fuerzas físicas decaían incesante e in-evitablemente y de que era constante el peligro de mo-rir. Era un libro de “cómo hacer” en el sentido moder-no, una guía completa para el negocio de morir, un mé-todo que habría de aprenderse mientras estaba uno enbuena salud y saberse al dedillo para utilizarlo en esahora ineludible. No se escribió el libro para monjes yascetas sino para “hombres carnales y seculares” que nodisponían de los ministerios del clero (figura 5).

El hombre medieval se imagina una lucha encona-da entre ángeles y diablos que se disputan el alma delque acaba de morir. Por esto es tan importante “morir debuena muerte”, morir con la esperanza de “ganar el rei-no de los cielos”. El momento dramático es el momentode la agonía, en que el diablo, recurriendo al amplio re-pertorio de sus mañas y astucias, hace un último y su-premo esfuerzo por inducir al fiel a la apostasía. Los gra-bados en madera que ilustran el Ars moriendi represen-tan estos intentos del Enemigo y la ayuda que prestanbenignos ángeles al angustiado moribundo. Fue en eltiempo en que se creo el Ars moriendi cuando se agregóal Avemaría la segunda parte. (“Y ruega por nosotros, pe-cadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.”).

Lo que se jugaba era la salvación o condenación eter-na. Las descripciones de infierno eran dramáticas. Puedeser un reflejo de ello la descripción que Tirso de Molina31

hace de él en su obra El condenado por desconfiado:

Al infierno tengo de ir.¡Ya me parece que sientoque aquellas voraces llamasvan abrazando mi cuerpo!¡Al infierno!, centro oscuro,donde ha de ser el tormentoeterno y ha de durarlo que Dios durare ¡Ah, cielo!¡Que nunca se ha de acabar!¡Que siempre han de estar ardiendolas almas! ¡Siempre! ¡Ay de mí!

El espectáculo del Juicio Final y de la subsecuenteagonía de los réprobos en el Infierno y del júbilo de losbeatos en el Cielo es hasta tal punto dramático y majes-tuoso, que ha producido un perdurable efecto en lamente y el corazón de los hombres (figura 6).

Con trazo vigoroso, ejemplifican ese efecto el Apo-calipsis, el Corán y la Divina Comedia de Dante. Los zo-roástricos suponen que el actual orden cósmico aún du-rará varios millares de años; la primera generación decristianos suponía que el Juicio Final era inminente; y la

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Figura 5.- Art de ben morir. Francisco Eximénez (1507).

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Para eso que en la Edad Media se llamaba “Ars Mo-riendi” (el arte de morir), nuestra sociedad no ha des-arrollado ninguna cultura especial. Hoy se vive para sísolo y se muere para sí solo. Que nos hallemos tan lejosde semejante cultura se debe ante todo a que muchoshombres, junto con el sentido de la vida, también hanperdido el sentido de la muerte. Y a todo esto, nosotroslos hombres, a diferencia de los animales, somos justa-mente unos seres que inevitablemente sabemos de la fa-talidad y universalidad de la muerte y podemos habér-noslas intelectualmente con ella. El escritor Erich Friedlo expresa de forma negativa, desafiante:

Un perro que muerey sabeque muere y puede decirque sabe que muerecomo un perroes un hombre

Dice Aries que el hombre de la segunda mitad dela Edad Media y del Renacimiento deseaba participar ensu propia muerte, porque veía en ella un momento ex-cepcional en que su individualidad recibía su forma de-finitiva. No era amo de su vida, sino en la medida en

decepción que los cristianos sufrieron durante seis cen-turias no fue óbice para que el Profeta Mahoma esgri-miera, a su vez, la inminencia del advenimiento del Jui-cio Final. De hecho, ésta fue una de sus armas principa-les durante su campaña proselitista para la conversión alIslam de la mayoría pagana de los campesinos árabes32.

La danza macabra hace pensar en la muerte a losque viven despreocupados, sin pensar en su salvación,entregados al juego de las pasiones terrenales; los hacepensar en la muerte repentina, que puede sacarlos ines-peradamente de su existencia espléndida, su posiciónpoderosa, de sus actividades y placeres: la muerte re-pentina, que en aquella época de la peste negra era unsuceso de todos los días, un terror cotidiano. En la dan-za de la muerte participan todos: papa y emperador, ca-ballero y villano, mendigo y vagabundo, hidalga y ra-mera, representantes de todas las capas sociales y todaslas edades (figura 7).

Alterna siempre un eclesiástico con una personamundana. A cada uno lo saca a bailar un esqueleto; to-dos aceptan la invitación y cogidos de la mano, se in-corporan al corro macabro. La muerte les toca el son. Elefecto psicológico sobre las masas estriba, en parte, eneste contraste entre vivos y esqueletos. Breves senten-cias explicativas, redactadas en versos toscos, subrayanla significación de la danza macabra, que es la de unMemento mori.

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1. LA MUERTE

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Figura 6.- Muerte, Juicio, Infierno y Gloria. (Grabados del catecismo del PadreRipalda). Anónimo.

Figura 7 (a,b,c y d).- Ricos, pobres, niños y ancianos.(La Danza de la Muerte. Grabados de Holbein).

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que era el amo de su muerte. Su muerte le pertenecía ysólo a él. Así lo escribía Borges33 en su poema “Elegía”:

[...]Pienso en mi propia, en mi perfecta muerte,sin la urna, la lápida y la lágrima.

Ahora bien, a partir del siglo XVII, dejó de ejercersólo su soberanía sobre su propia vida y, por consiguien-te, sobre su muerte. La compartió con su familia. Antessu familia era ajena a las decisiones graves que él debíatomar en relación con la muerte y que tomaba solo34.

En el siglo XIX, el romanticismo, que exaltaba porigual pasiones violentas y emociones desbordadas, tu-vo una visión dramática de la muerte. Aparecieron enescena el dolor y la desesperación frente a la muertedel otro, del ser amado y, por lo tanto, la familia nucle-ar y los sentimientos de sus miembros pasaron a sermuy importantes por cuanto la familia así entendidareemplazaba a la comunidad tradicional. Junto con es-tos desplazamientos cobra importancia el concepto deprivacidad, característico de los vínculos de la familia yemanados de ellos. En este marco, el otro es tan próxi-mo que su muerte desencadena emociones dolorosas eincontenibles. La muerte es exaltada, se la consideraterrible pero hermosa, y deja de estar asociada al mal(catolicismo), cuya existencia empieza a ponerse enduda. La creencia de que existe un infierno y de quehay una conexión entre muerte y pecado, que ya habíaempezado a ser cuestionada en el siglo XVIII, declina aprincipios del XIX, aunque no desaparece del todo.Los católicos, por referirnos a un grupo sensible a esteproceso, empiezan a entender la idea de “purgatorio”como paso a cierta purificación, al cabo del cual la vidaen “el más allá” deviene Gloria Eterna. En el siglo XIXel otro mundo es el lugar de reunión eterna de aquellosque han sido separados por la muerte. Las reiteradasexhortaciones clericales en torno al cumplimiento delos deberes religiosos a modo de preparación ante elúltimo trance, o las llamadas de los sermones a la refle-xión sobre la caducidad del hombre, denotaban que lamuerte se dilucidaba como un tema demasiado ho-rrendo para tenerlo de manera constante en la mentehumana. A pesar de ello, sí parece que pudo influen-ciar en la extensión de algunas devociones, caso del es-capulario o del rosario, a cuyo rezo se atribuía ciertocarácter propedéutico.

A diferencia del orbe cristiano, la relación del Is-lam con la muerte es natural y sencilla. En numerosasciudades islámicas los cementerios constituyes un lugarde encuentro, paseo o distracción. Los viernes y festivi-dades religiosas, los familiares acuden a reunirse consus difuntos, a comer, merendar o a jugar junto a su se-pultura. La contigüidad y unidad de destino entre ladensa colectividad de las sombras y sus invitados efíme-ros crean unos vínculos de complicidad benéficos paraambos: los muertos pierden su estatuto de terror atávi-co; los vivos se integran en un mundo que inexorable-mente será suyo, fortalecidos y apaciguados por dicha

convivencia fecunda. Ni soledad ni abandono glacial:los difuntos permanecen junto a sus familiares, descen-dientes y amigos en vez de ser ocultados como espanta-jos en nuestros camposantos urbanos, sometidos a unasleyes inmobiliarias tan implacables y feroces con losmuertos como con los vivos. En la mayoría de los paísesmusulmanes, los creyentes desconocen el sistema deconcesiones temporales y economía industrial de lamuerte. Todo difunto, rico o pobre, descansa en sutumba hasta el Kiyamat al Kiyama, el día de Resurrec-ción anunciada en el Corán35.

LA MUERTE FAMILIAR

Y envejecerás en un paisaje amablede renuncias claras y esperanzas,

orgulloso de prevalecer en el prodigiode un pensamiento sutil, mientras en silencio

llueve en un sitio remoto y el viento te llevareconfortantes olores de tierra mojada.

M. Martí i Pol36

Debemos hacer un breve análisis del comporta-miento del hombre ante la muerte para poder entenderel comportamiento del hombre, de la sociedad, ante elcáncer (que aparece como sinónimo) y ante los enfer-mos que caminan decididamente hacia ella, es decir losenfermos terminales.

Es preciso destacar que durante muchos siglos loshombres morían de una manera bastante similar, singrandes cambios, hasta hace cuatro o cinco décadasque, de repente, comenzó a cambiar de forma radical.

Antaño, el hombre moría en su casa, rodeadode su familia (incluidos los niños), amigos y vecinos(figura 8).

Los niños tenían así contacto temprano y repetidocon la muerte: primero sus abuelos, después sus padresetc. Cuando se hacía mayor y le tocaba morir a él, des-de luego no le pillaba tan de sorpresa y desprovisto derecursos como sucede hoy. Hoy a los niños precisamen-te se les aleja de la casa cuando alguien va a morir. Ensu libro “El derecho a morir”, Humphry y Wickett37 ex-plican que cuando a un niño norteamericano le dijeronque había muerto su abuelo, el niño preguntó quequién le había disparado. Acostumbrado a la muerteviolenta de la televisión (cientos de veces diarias), lamuerte masiva de las guerras y accidentes de tráfico losfines de semana, la muerte anónima en una palabra, elniño de hoy no ha tenido ningún contacto con la muer-te real, individual, personal, la que le puede tocar a élen cualquier momento.

El enfermo era el primero en saber que iba a morir(“Sintiendo que su final se acercaba...”). Hoy por el con-trario, al enfermo casi siempre se le oculta la gravedadde su enfermedad, convirtiéndolo de este modo en unniño que no se entera de su propio destino. Esta con-

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ducta se debe al deseo de negar la existencia de la en-fermedad y la muerte, a la incapacidad de tolerar lamuerte del otro, y a la firmeza de las relaciones de la fa-milia, que toma sobre sí la responsabilidad del destinode sus miembros. De esta forma se procura proteger alque va a morir, al precio de impedirle la comunicaciónabierta y la espontaneidad de los últimos momentos.

Eran los momentos de los grandes amores, de losperdones y de las despedidas. Los repartos de hacien-das, los últimos consejos a los hijos.

Cuando la enfermedad entraba en un momentocrítico el párroco acudía a casa del feligrés llevando elviático o Eucaristía en forma procesional (figura 9).

La Iglesia atribuía a este sacramento numerosasvirtudes: limpieza del pecado, liberación del ímpetu delas tentaciones, preparación del alma y gloria eterna. Elacontecimiento, rodeado de vistosidad, llamaba a laparticipación popular. Los cofrades afiliados a las advo-caciones del Santísimo Sacramento estaban obligados aconcurrir al oír los tres toques de campana; este instru-mento, o una campanilla pequeña, seguiría tañendomientras durase la visita sacramental. Cada uno cum-plía su misión: llevar varas de paño, hachas o velas en-cendidas.

La decencia en la vestimenta era uno de los requi-sitos apuntados en las ordenanzas de modo que los co-frades deberían ir cubiertos con capas, salvo la cabeza,en señal de respeto y acatamiento, pero no con ropo-nes, zamarros, bonetes caperuzas, sombreros, mediasde color o cintas en el pelo, aditamentos todos ellos

considerados deshonestos. Si se trataba de clérigos irí-an revestidos con sobrepellices. Trasladarían una sagra-da forma grande, además de las pequeñas, para seradorada por el pueblo. Algunas cofradías designabancierto número de cofrades para que se ocupasen deladecentamiento previo de la casa del enfermo. Una vezallí, lo colocarían en un lugar adornado y aseado sobrelos corporales que traía el sacristán. En caso de necesi-tar la confesión, el sacerdote preguntaría al enfermo sise encontraba bajo alguna sentencia de excomunióncon la finalidad de absolverle en tal circunstancia. Estaconfesión formaba parte del conjunto de pautas a se-guir para lograr una buena muerte. La penitencia que-daba excluida ante casos de gravedad, aunque se ex-hortaba a la realización de limosnas si el enfermo lo-graba el restablecimiento. Esta comunión eucarísticafue denegada hasta finales del siglo XVI a los condena-dos a muerte además de a los herejes. El Papa Pío V, ex-cluyó de la negativa a los primeros38. Con el objetivode incrementar la asistencia popular a estas procesio-nes, los Obispos incentivaron a los participantes concuarenta días de indulgencia39.

El otro acto preagónico ligado al enfermo era la Ex-tremaunción. Al igual que a la Eucaristía se le conferíauna serie de poderes: gracia espiritual, alivio de la en-fermedad, salud corporal y fuerzas para confrontar alser humano contra las tentaciones demoníacas. Su ad-ministración era negada a quienes falleciesen de muerteviolenta, locos, furiosos, a los combatientes, a los niñoso a los condenados por la justicia considerados pecado-res públicos40. Los enfermos habían de recibirla en ple-nas facultades mentales sin diferirla hasta el último ins-tante. El aceite de oliva bendecido por el Obispo seaplicaba a los cinco sentidos corporales realizando unacruz sobre cada uno de ellos. El sacerdote tenía que ves-tirse con la misma decencia que en el acto eucarístico.El sacristán le acompañaría con una cruz y agua bendi-ta entonando salmos. Una vez expiraba, cesaba el ritualpara dar lugar a un responso. En el momento de la ago-nía, se instaba a los presentes a elevar salmos y letaníasque provocasen en el pecador esperanza, misericordia yla iluminación espiritual necesaria para afrontar el tran-ce. Entre otros rezaban el Miserere mei, Deus: In te Domi-ne speravi o el Dominus illuminatio mea.

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1. LA MUERTE

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Figura 8.- Los últimos sacramentos. Rafael Romero de Torres (1868-?).

Figura 9.-El Viático. Leonardo de Alenza (1807-1845).

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Resulta complicado calibrar el auxilio que propor-cionaban algunas de las plegarias al yacente. Hemos detener en cuenta que muchas de ellas eran pronunciadasen latín, lengua desconocida para el pueblo, y por tan-to el único consuelo posible no estribaba en su conte-nido sino en el sentimiento de compañía que aporta-ban. En otros casos, aunque el lenguaje fuese com-prensible, la situación crítica del enfermo no le permi-tía enterarse del acto.

Hoy, por el contrario, es frecuente que no se auto-rice la entrada del Sacerdote por miedo a que el enfer-mo “sospeche” su gravedad. Tan es así, que la Iglesia seha cansado de dar la Extremaunción a cadáveres y en el2º Concilio Vaticano le han cambiado el nombre parallamarlo Sacramento de los Enfermos, de forma que nohaya duda de que la persona que lo recibe debe estarconsciente y saber lo que está sucediendo41. MongeSánchez y Benito Melero, en un estudio de casos entre1984 y 1992, dicen que menos de la mitad de los en-fermos están conscientes en el momento de recibir losúltimos Sacramentos y estos datos no varían a lo largode esos años42. Aún así, se sigue viendo en las esquelasde los periódicos, que todo el mundo ha muerto“...después de recibir los Santos Sacramentos y la bendiciónde Su Santidad”, aunque la persona haya muerto de re-pente contra un árbol en la carretera o de un infarto enla oficina.

Antes, generalmente, la muerte era vivida comoacontecimiento público. Morir era una “ceremonia ri-tual” en la que el agonizante se convertía en protagonis-ta. La muerte, aun siendo natural, se convertía en el úl-timo acto social. Así lo exponía Rosalía de Castro43:

Todas las campanas con eco pausadodoblaron a muerto:las de la basílica, las de las iglesias,las de los conventos.Desde el alba hasta entrada la nocheno cesó el funeral clamoreo.¡Qué pompa! ¡Qué lujo!¡Qué fausto! ¡Qué entierro!Pero no hubo ni adioses ni lágrimasni suspiros en torno del féretro...¡Grandes voces sí que hubo! Y cantáronle,cuando le enterraron, un réquiem soberbio.

La “buena muerte” consistía en que, si el agoni-zante no advertía la llegada de los últimos momentos,esperaba que los demás se lo advirtieran para poderpreparar todos sus asuntos tanto personales, como so-ciales y religiosos. Por el contrario, la “muerte maldita”(que se presentaba bajo una figura aterradora) era lamuerte súbita (accidente, envenenamiento). Estamuerte estaba marcada por el sello de la maldición, co-mo si unas misteriosas fuerzas demoníacas hubiesendado origen al drama; a estas mismas fuerzas demonía-cas se atribuía en la edad Media el origen de la epilep-sia y la locura.

Aprestarse a morir constituye un acto fundamentalen la vida de un hombre de aquellos tiempos44. Toda suvida se le ha enseñado que su “ser en el mundo”, su“esencia misma de ser viviente”, “su dignidad” depen-den de la grandeza con que lleve a cabo las ceremoniasde la despedida. Se ansía ser protagonista de la propiamuerte. Nada más triste y torpe que morir abruptamen-te, sin haber asistido a los rituales de la antesala de lamuerte. Así lo expone J. M. Valverde45 en su poema“Elegía para mi muerte ”:

Ya muerte, estás en mí.Ya tu hielo me ha entrado al corazóny tu plomo a mis pasos.¿Adónde iré, si todos los caminosllevan a tu horizonte?

Hoy sentí de repentemi cabeza apoyada en una tabla..Anticipada tierra me subía a la boca.Mi cuerpo era atraído hacia el hambre del suelo.... Sí, moriré; despacio,desnudo de lo que hoy hace mi vida,quedándome, en la lucha con la muerte,sólo con lo que es mío.Y sentiré tu piedracongelando mi carne poco a poco.Y sentiré tu mano atándome pausada.... Y de repente, ¡oh muerte!, al otro lado.Dejaré aquí mi cuerpo como un caballo herido.Sí, me aterra dejarlo, aunque vaya a volver.Tengo miedo a la muerte de las cosas,a ese abismo ignorado en que al fin todos caen.¡Tantos vientos mordiéndolo,y, para disolverlo, tantas lluvias!Mis pies, hoy tan lejanos, sin la postrera amarraserán como dos piedrasarrojadas a un pozo de vacío.Y se erguirán mis miembros, toscos, vanos,como torres al aire.Humores desbridados sin la ley de la vidagaloparán mi cuerpo corroyéndolo.

De la muerte súbita (pestes, accidentes, etc.) nohay nada que decir. Está signada por un criterio desva-lorizante. El muerto se ha perdido su muerte y eso es la-mentable. Todos ansían protagonizar el momento depasaje de vivo a muerto, conmemorar los rituales de ladespedida y ser recordados por los supervivientes en lagrandeza de esta gesta máxima que se denomina “mo-rir”. Antonio Gala decía, con motivo de la sangrientaagonía del torero Paquirri:

“Esto nos revela que el hombre es más gran-de que la muerte, porque el hombre sabe que semuere, pero la muerte no sabe que nos mata”.

Juan Ramón Jiménez46 llega más lejos y termina pordecir que es la muerte quien tiene que tenerle miedo:

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¿Cómo, muerte, tenertemiedo? ¿No estás conmigo, trabajando?¿No te toco en mis ojos; no me dicesque no sabes de nada, que eres hueca,inconsciente y pacífica? ¿No gozas,conmigo, todo: gloria, soledad,amor, hasta tus tuétanos?¿No me estás aguantando,muerte, de pie, la vida?¿No te traigo y te llevo, ciega,como tu lazarillo? ¿No repitescon tu boca pasivalo que quiero que digas? ¿No soportas,esclava, la bondad con que te obligo?¿Qué verás, qué dirás, adónde irássin mí? ¿No seré yo,muerte, tu muerte, a quien tú, muerte,debes temer, mimar, amar?

Hoy, por el contrario, las condiciones médicas enque acaece la muerte han hecho de ella algo clandesti-no. Ya la terapia actual en los grandes hospitales estácargada de anonimato. Anonimato que llega a su cul-men en el momento de la muerte.

Al paciente moribundo se le exige dependencia ysumisión a las prescripciones médicas. Los derechos delenfermo moribundo en el mundo moderno son47:

1.- No saber que va a morir.

2.- Si lo sabe, comportarse como si no lo supiese.

El estilo de muerte que desea el hombre tecnológi-co está en armonía con esta atmósfera de clandestinidadque rodea la defunción. Se aconseja la discreción, queparece ser la versión moderna de la dignidad: la muerteno debe crear problemas a los supervivientes. El idealconsiste en desaparecer de puntillas, sin que nadie lonote. Esta es la “dulce muerte” del hombre masa48.

EROS Y TÁNATOS. COMIENZO YFINAL DE LA VIDA

¡Oh, Señor! Dadme la fuerza y el corajede contemplar sin asco mi cuerpo y mi corazón.

Baudelaire

Al tabú del sexo de los últimos tiempos le ha suce-dido el tabú de la muerte. Ahora se pueden contemplarescenas eróticas en cualquier sitio y a cualquier hora ysin embargo está prohibido hablar de la muerte. Piénse-se el escándalo que se ha organizado en el mundo ente-ro cuando una firma comercial de ropa ha introducidoen su publicidad la fotografía de un enfermo terminal desida. Al margen, digo yo, de la oportunidad o no de di-cha campaña de publicidad, la gente no admite que le“metan en casa” o le pongan en la valla de enfrente de suventana la imagen de un enfermo terminal. Es obsceno.De hecho, Gorer49 publicó un artículo titulado “Porno-

grafía de la muerte”. Había perdido a varios familiares enpoco tiempo lo que le hizo conocer la situación nuevade los supervivientes, su comportamiento y el de la so-ciedad respecto a ellos. Comprendió que la función so-cial del duelo cambiaba y que este cambio revelaba unatransformación profunda de la actitud ante la muerte.Fue entonces cuando publicó su famoso artículo dondemostraba que la muerte se había vuelto vergonzosa yprohibida como el sexo en la época victoriana, a la quesucedía. Una prohibición había substituido a la otra.

Ahora, lógicamente los niños no vienen de París,pero con frecuencia es el abuelito el que “se ha ido deviaje”. O también que Jesús se lo ha llevado. Jesús se haconvertido en una especie de san Nicolás del que se sir-ven para hablar a los niños de la muerte sin creer en él.

Proliferan en los medios de comunicación los pro-gramas dirigidos por sexólogos, que provocan con fre-cuencia la hilaridad, pero las contadas ocasiones que haceacto de presencia un tanatólogo, tiembla todo el mundo.

En Estados Unidos (donde, por ley, las menores de14 años pueden abortar, pero no entrar en las salas delos hospitales) son incontables las causas favorables dedivorcio contra el cónyuge acusado de mental cruelty,“crueldad mental”, por haber dejado que un hijo hayavisto a un pariente moribundo o, peor aún, su cadá-ver50. La vista de la muerte se ha convertido en algo tanobsceno, que al que se está muriendo se le aísla de ojosque no sean técnicos, fríamente profesionales. En nues-tro mundo de hoy, aparte de los profesionales de la sa-lud, nadie de menos de 40 años ha visto jamás un cadá-ver, ni ha visto morir a una persona. Un sociólogo51 ob-servó que la mayoría de familias norteamericanas no tu-vieron que enfrentarse con la muerte de un familiar di-recto durante más de 20 años. A menos que el temaapareciera en la televisión, se alejaba a los adultos y enespecial a los niños de la realidad de la muerte.

En una investigación llevada a cabo con cerca de600 estudiantes universitarios, el 96,5% de los cuales te-nía menos de 25 años, se encontró que la mayoría deellos (63,5%) consideraban a la muerte como algo muylejano y un porcentaje incluso superior (71%) como algoirreal. Lo cual tampoco debería sorprendernos si tene-mos en cuenta que sólo uno de cada cinco había presen-ciado la muerte real de otra persona a lo largo de su viday que sólo el 8% había padecido una enfermedad grave52.

El debate sobre la eutanasia va poco a poco despla-zando al debate sobre el aborto (se calculan en 40 millo-nes de mujeres las que cada año se someten a un abor-to53). Y estos dos debates son muy difíciles porque tratande delimitar, entre otras cosas, una frontera lineal entre lano vida y la vida y viceversa. Así hay personas que creenque puede considerarse que el nuevo ser tiene vida y se lepuede considerar como ser humano desde el momentoen que nace al exterior. Esta es la opinión de la Constitu-ción Española, por ejemplo. A principios de Febrero de1999, una sentencia del Tribunal Supremo54 estableceque el momento del inicio de las contracciones uterinasde la madre, que significan el comienzo del nacimiento,coincide con la conceptuación de persona del nuevo ser.

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1. LA MUERTE

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Así se expresaba en 1716 un médico italiano55:

“De este modo pasa el humano embrión alútero de la mujer, donde ingiriéndose, a manerade injerto, con la vida materna va poco a poco sa-zonándose, hasta que llega a estado en que puedaya vivir introducida el alma”.

Otros, defienden que es a partir del sexto mes,cuando el niño sería viable si naciese. Otros opinanque a partir del tercer mes, cuando se produce el pasode embrión a feto y el organismo está prácticamenteformado (organogénesis). Estas enigmáticas referen-cias, se refieren56 al “momento a partir del cual el nascitu-rus es ya susceptible de vida independiente de la madre, es-to es, de adquirir plena individualidad humana”. La indi-vidualización se ha producido, desde el punto de vistabiológico, muy poco después de la fecundación, al pro-ducirse una segunda división que da paso a tres célu-las, antes de continuar duplicándose sucesivamente.Suele atribuirse relevancia práctica al momento de laanidación, en la medida en que permite constatar quela posibilidad de un desarrollo plural del fruto de lagestación, que nos situaría ante individuos diversos,puede darse por descartado57. La alusión a una vida in-dependiente suscita, sin embargo, la duda de si se re-fiere a la ya apuntada temprana diversidad genéticarespecto a la madre o, más bien, al momento muy pos-terior (de relevancia práctica no precisada) en que elfeto ha alcanzado una previsible viabilidad, de precipi-tarse el nacimiento. Algunos biólogos opinan que la vi-da comienza en el momento en que óvulo y esperma-tozoide se fecundan mutuamente. Esta parece ser tam-bién la posición de la tradición cristiana reciente, aun-que todos los pensadores cristianos no hayan compar-tido siempre esta posición. En la Edad Media, filósofoscristianos como Tomás de Aquino sostenían que el“embrión” o “feto” estaba “sin formar” e inerte hastaque entraba en él el alma, lo que se producía en el mo-mento en que la mujer embarazada sentía moverse porprimera vez el feto dentro de ella. Aquino creía que es-to sucedía cuarenta días después de la concepción en elcaso de un feto varón y ochenta días después en el ca-so de un feto hembra. Al no existir conocimientoscientíficos sobre el desarrollo del feto antes de que ésteempezara a moverse, no era poco razonable considerareste momento como el inicio de la vida. Por lo tanto, elaborto antes de este momento no se consideraba homi-cidio, sino control de natalidad58.

Como ejemplo de estas dificultades, expondremosun caso publicado por P. Singer59:

“En diciembre de 1976, Peggy Stinson esta-ba embarazada de veinticuatro semanas, pero elembarazo no iba bien. La placenta estaba malcolocada y amenazaba con separarse, causandouna hemorragia que pondría en peligro su vida yla de su futuro hijo. También existía la posibili-dad de que el niño sobreviviera, pero sufriría

graves lesiones. Teniendo en cuenta todas estascosas, el 15 de diciembre el matrimonio discutiósi poner fin al embarazo. Aunque sería un abor-to tardío, en los Estados Unidos, donde vivían losStinson, se podía realizar el aborto de forma se-gura y legal.

Al día siguiente, mientras el matrimonioseguía intentando tomar una decisión. Peggy sepuso de parto prematuramente. El niño nacióvivo, pero tan prematuramente que su supervi-vencia era dudosa, y si sobrevivía, había unenorme riesgo de que padeciera una lesión cere-bral y algún tipo de discapacidad. Los Stinsonpidieron que no se tomaran medidas heroicaspara salvar la vida del niño, pero los médicos lesamenazaron con llevarlo a los tribunales si noconsentían los procedimientos que les aconseja-ban. Conectaron el niño a un respirador y si-guieron tratándole incluso después de que resul-tara evidente que, si sobrevivía, tendría una le-sión cerebral. Esto llevó a Peggy a especular ensu diario sobre la estrecha línea que divide la vi-da y la muerte: ‘Una mujer puede poner fin a unembarazo completamente normal mediante elaborto a las 24 semanas y media y es legal. Lanaturaleza puede poner fin a un embarazo pro-blemático mediante el aborto espontáneo a las24 semanas y media y se debe salvar al bebé atoda costa; cualquier otra cosa es ilegal e inmo-ral’. Peggy Stinson no es la única persona que seha sentido perpleja por la extraordinaria dife-rencia que marca el nacimiento”.

Aunque no es el objetivo de este documento, espreciso señalar que, como consecuencia de los avancestecnológicos, cada vez están surgiendo más conflictoséticos relacionados con el comienzo de la vida, comopor ejemplo, la manipulación de los embriones.

Por lo que respecta al momento de la muerte, su-cede algo parecido. La definición clásica del instante deldeceso fue formulada por Hipócrates unos 500 años an-tes del nacimiento de Cristo60. Se encuentra consignadaen el De Morbis, 2º libro, sección 5:

“Frente arrugada y adusta, ojos hundidos,nariz puntiaguda bordeada por un color negruz-co, sienes hundidas, huecas y arrugadas, mentónarrugado y contraído, piel seca, lívida y plomiza,pelo de las ventanas de la nariz y pestañas salpi-cados de una especie de polvo de un blanco mate,rostro, por otra parte, fuertemente deformado eirreconocible”.

Antiguamente, por otra parte, no se consideraba auna persona realmente muerta hasta que no pasabantres días de la muerte física aparente. El cadáver era de-positado en un sepulcro provisional hasta tres días más

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tarde que se le instalaba en uno definitivo. El alma per-manecía durante tres días sobre la tumba, antes de lapartida, por si el cuerpo se restablecía, para poder vol-ver a él. Esto motivaba la costumbre de visitar los cuer-pos de los difuntos al tercer día después de la muerte,para corroborarla y para cuidar del cadáver. Como re-flejo de esta tradición, recuérdese a Marta y María visi-tando el sepulcro de Jesús, precisamente al tercer díadespués de su muerte61. Probablemente los escritos dela Biblia donde nos dice que “el tercer día resucitó” estérelacionado con este hecho.

Mucho más tarde el concepto de muerte estaba li-gado a la parada cardiorrespiratoria. Con la tecnología yconocimientos actuales, estos parámetros han dejadode tener validez, ya que con fármacos y respiradoresmecánicos, el enfermo puede seguir respirando y su co-razón latiendo durante mucho tiempo.

Hubo que buscar otros elementos para poder de-cir que la persona ha muerto, entre otras cosas comoexigencia ante la aparición de la posibilidad de tras-plantar órganos. Así surge el concepto de muerte cere-bral. En una primera aproximación62, “un paciente queestá cerebralmente muerto no ha perdido simplemente laconciencia. Todas las funciones de su cerebro han cesadopermanente e irreversiblemente. En consecuencia, no serácapaz de respirar espontáneamente de nuevo”. En líneasgenerales un individuo está muerto cerebralmentecuando se sitúa en coma profundo irreversible o dé-passé, sin respiración espontánea, flaccidez generaliza-da, ausencia de respuesta a la estimulación de los ner-vios craneales y electroencefalograma isoeléctrico devarias horas de duración63.

Hasta hace muy poco tiempo, la respuesta legalpositiva la encontrábamos, para todos los efectos jurídi-cos en nuestro país, en la Ley 30/1979 de 27 de octubresobre Extracción y Trasplantes de Órganos (Boletín Ofi-cial del Estado [BOE] de 6 de noviembre de 1979) y enel Real Decreto [RD] 426/1980 de 22 de febrero (BOEde 13 de marzo de 1980) que la desarrolla. Nuestra le-gislación pasa, en este sentido, por ser de las más pro-gresistas de Europa64.

El Art. 10 del Real Decreto dice: “Los órganos paracuyo trasplante se precisa la viabilidad de los mismossólo pueden extraerse del cuerpo de la persona falleci-da, previa comprobación de la muerte cerebral basadaen la constatación y concurrencia durante treinta minu-tos, al menos, y la persistencia seis horas después delcomienzo del coma de los siguientes signos:

1. Ausencia de respuesta cerebral, con pérdida ab-soluta de conciencia.

2. Ausencia de respiración espontánea.

3. Ausencia de reflejos cefálicos, con hipotoníamuscular y midriasis.

4. Electroencefalograma “plano”, demostrativo deinactividad bioeléctrica cerebral.

Los citados signos no serán suficientes ante situa-ciones de hipotermia inducida artificialmente o de ad-ministración de drogas depresoras del sistema nerviosocentral”.

El criterio de muerte por pérdida de funciones ce-rebrales superiores de forma irreversible se basa en que,al perder la persona de forma irreversible las característi-cas que la definen como tal, pierde con ellas la identidadpersonal. El cuerpo puede seguir viviendo, pero la per-sona ha perdido aquello que le es esencial: su identidad.

Recientemente65 se ha dado un paso más y ahoraen nuestro país se impone el concepto de muerte encefá-lica. Los tres hallazgos fundamentales de la exploraciónneurológica como criterios de muerte encefálica son:

1. Coma arreactivo, sin ningún tipo de respuestasmotoras o vegetativas al estímulo algésico pro-ducido en el territorio de los nervios craneales;no deben existir posturas de descerebración nide decorticación.

2. Ausencia de reflejos troncoencefálicos (reflejosfotomotor, corneal, oculocefálicos, oculovestibu-lares, nauseoso y tusígeno) y de la respuesta car-diaca a la infusión intravenosa de 0.04 MG./Kg.de sulfato de atropina (test de atropina).

3. Apnea, demostrada mediante el “test de apnea”,comprobando que no existen movimientos res-piratorios torácicos ni abdominales durante eltiempo de desconexión del respirador suficientepara que la PCO2 en sangre arterial sea superiora 60mm de Hg.

Por lo que respecta al período de observación,ahora solamente se recomienda un espacio de seis horas(en los casos de lesión destructiva conocida) o de vein-ticuatro horas (en los casos de encefalopatía anóxica).En el caso de intoxicación por fármacos el período deobservación deberá prolongarse a criterio médico, deacuerdo a la vida media de los fármacos. Estos períodospodrán acortarse a criterio médico, de acuerdo con laspruebas instrumentales de soporte diagnóstico realiza-das, que figuran en la (Tabla I).

Tabla I. PRUEBAS INSTRUMENTALES DIAGNÓSTICASDE MUERTE ENCEFÁLICA

Pruebas que evalúan la función neuronalElectroencefalografíaPotenciales evocados

Pruebas que evalúan el flujo sanguíneo cerebralArteriografía cerebral de los 4 vasosAngiografía cerebral por sustracción digital

(arterial o venosa)Angiogammagrafía cerebral con radiofármacos

capaces de atravesar la barrerahematoencefálica

Sonografía doppler transcraneal

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1. LA MUERTE

AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

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En este Real Decreto se contempla también el diag-nóstico de muerte por parada cardiorrespiratoria.

Esto, sin embargo, no sucede en todas las cultu-ras66. En realidad, algunas culturas, como la japonesa,no aceptan el criterio de muerte cerebral, porque creenque el alma no abandona el cuerpo hasta después de de-jar de respirar, aunque la respiración fuera artificial yaunque ya estuviera en muerte cerebral. Para un japonésla muerte es posterior a la muerte cerebral si se mantie-ne al paciente respirando con un respirador. Una soció-loga canadiense, que ha estudiado cómo varían los crite-rios de muerte en distintas culturas, sostiene que el pro-blema en la sociedad japonesa es de desconfianza ante elmédico, que es muy paternalista, lo que origina que elpaciente y su familia tiendan a creer que el médico nocuenta la verdad cuando dice que el paciente está muer-to y, por ende, prefieren esperar un tiempo para cercio-rarse de la muerte. Efectivamente, la Ley de trasplantesde órganos humanos ha cumplido un año en Japón, sinque se haya producido ni un sólo trasplante en ese pla-zo. El primer y único trasplante en el país tuvo lugar en1968, y hasta treinta años más tarde no se ha aprobadola ley que los permite. Sin embargo, el Parlamento noquiso pronunciarse acerca del momento exacto de lamuerte. La ley prohíbe, además, la extracción de órga-nos sin que exista consentimiento previo, por lo cual seha creado la “tarjeta del donante”, de las que se han dis-tribuido 20 millones de ejemplares. En el primer añomurieron 32 personas con “tarjeta”, pero en ningún casofue posible el trasplante67. La razón principal apunta ha-cia un problema de idiosincrasia y de creencias. Los ja-poneses son reacios a la donación, de manera que, aun-que muchos de ellos opinan que es necesario desarrollarlos trasplantes, pocos estarían dispuestos a donar sus ór-ganos. Para ellos el cuerpo y el alma son inseparables y,según el concepto confucionista, el cuerpo es un donque se recibe de los padres y que no puede ser regaladoni dañado. No obstante, estas ideas no parecen estar tanafianzadas en otros países cultural y geográficamente tanpróximos, como por ejemplo Corea del Sur, en dondedesde 1992 se han realizado 80 trasplantes de corazón.

Los judíos tampoco aceptan el criterio de muertecerebral y, para atacarlo, sostienen que no es un criterioabsolutamente seguro y que pueden darse casos en losque el paciente sobreviva a la muerte cerebral. Por estarazón, defienden que el criterio sea el de parada cardio-rrespiratoria y que, incluso en este caso, por malo quesea el pronóstico, hay que hacer todo lo posible para re-animar al paciente.

Aunque el problema de la eutanasia se analiza enun apartado posterior, podemos ir diciendo que apli-cando estas conclusiones médico-legales, se puede afir-mar que una vez presentados estos signos de muerte ce-rebral en el paciente, cualquier acción eutanásica reali-zada sobre el mismo carece de sentido y, obviamente,no supone una interrupción de la vida de esa persona.

Sin embargo, y además de las dificultades filosófi-cas para dar validez conceptual a la definición de muer-te cerebral, en la práctica clínica se han presentado al-

gunas situaciones difíciles desde el punto de vista ético.Por ejemplo, el caso de una joven de Gijón (Asturias)los primeros días del año 2000 que estaba embarazadacuando se le diagnosticó muerte cerebral. Como el fetodentro de su vientre continuaba vivo, se decidió mante-ner vivo su cuerpo, durante algunas semanas más hastaque el producto fetal maduró y nació por cesárea un ni-ño de 1.290 gramos de peso, sano, tras 29 semanas degestación en total. Desde el punto de vista legal y médi-co, el niño nació del cadáver de su madre, es decir, unser vivo nació de un ser muerto, hecho imposible deentender en un plano biológico, donde lo vivo sólopuede salir de lo vivo y jamás lo vivo proviene de lomuerto. O ¿se debe entonces decir que la madre comopersona ya estaba muerta, pero su cuerpo estaba vivo y,por ende, el niño es hijo del cuerpo de su madre, perono de la madre como persona?

La demostración de que mujeres con muerte cere-bral pueden “llevar a buen término” su embarazo permi-te concebir la terrible posibilidad de que sean utilizadoslos cuerpos vivos de mujeres con diagnóstico de muertecerebral, como una especie de fábricas uterinas de fetos,que hoy en día tienen un elevado costo en el mercado delos órganos humanos; pues la implantación de célulasfetales del cerebro y el páncreas en pacientes adultospuede curar la enfermedad de Parkinson y la diabetesmellitus (y al parecer otras veinte enfermedades más)68.

Realmente, desde tiempos remotos, el hombre seha negado a aceptar la muerte y el sexo como hechos dela naturaleza. La necesidad de mantener las reglas delorden social llevó a la comunidad a protegerse de estasfuerzas incontrolables. Así, el éxtasis amoroso y la ago-nía de la muerte fueron objeto de una normatividad quetrató de encauzarlos. Por lo tanto, se comprende que elamor y la muerte constituyeran puntos débiles del siste-ma social, en virtud de que en ambos fenómenos lo na-tural es tan intenso que aparece o es sentido como tras-gresión. Por eso, los rituales, las prohibiciones e inclusola adoración de que la muerte fue objeto a lo largo de si-glos daban al hombre cierta ilusión de dominio sobreella. Una de las ilusiones más difundidas tenía como nú-cleo la negativa a creer que la vida humana terminaba enel momento en que se producía la muerte biológica. Tanantigua es esta creencia que hay evidencias de ella entumbas del período paleolítico. En cuanto a épocas his-tóricas, los restos hallados en cementerios cretenses y ro-manos indican que los muertos eran temidos y reveren-ciados; posiblemente dentro del universo pagano se lesatribuían poderes mágicos y por ello peligrosos.

El cristianismo adoptó esas viejas ideas de sobrevi-vencia del alma, llevándola hasta la eternidad. A lamuerte física, para tal doctrina, seguía un reposo, nece-sario para aguardar la resurrección en otro mundo y su-perior a éste. Los muertos eran enterrados cerca de lastumbas de los santos para que estos cuidaran de su sue-ño, el que podía ser perturbado si el muerto había sidoimpío, o si sus sobrevivientes lo traicionaban, en cuyocaso, no pudiendo descansar, volverían al mundo de losvivos. Para controlar los peligros de su retorno, se insta-

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MÓDULO I: CUIDADOS PALIATIVOS: FUNDAMENTACIÓN Y CONCEPTOS

AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

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laba a los muertos en el centro de la vida pública. Peroa pesar de todos esos rituales, de ser considerada comoun fenómeno natural, la muerte estaba ligada a la des-gracia y al mal. El cristianismo, por ejemplo, derivaba elsufrimiento, el pecado y la muerte en este mundo delpecado original, uno de los núcleos explicativos máspoderosos de la historia de nuestra civilización, quizáporque relaciona la constante presencia del mal con lanaturaleza del hombre.

EL PROBLEMA DE LA MUERTEEN LA SOCIEDAD ACTUAL

MUERTE Y PODER

La prueba de cada sistema político, educacional o religiosoes el hombre que forma.

Si el sistema lesiona a la inteligencia, es malo;.Si lesiona el carácter es vicioso;

si lesiona la conciencia, es criminal.

Amiel 69

El caso es que hoy se oculta la muerte y se ocultatodo lo que nos recuerde a ella (enfermedad, vejez, de-crepitud etc.). Nada que tenga que ver con la muerte esaceptado en el mundo de los vivos.

Esto se ha traducido en un cambio radical en lascostumbres y ritos funerarios y del duelo, como tendre-mos oportunidad de analizar posteriormente.

Se hace necesario hacer este pequeño análisis por-que es imposible poderse explicar la situación actual delos enfermos terminales sin analizar la situación social,cultural, política y económica de nuestra sociedad y supostura ante la muerte.

Los primeros interesados en negar y rechazar lamuerte, como algo individualizante y personal, son losvectores del Poder. Intentemos analizar con Thomas dequé modo en Occidente el grupo dominante y sus dele-gados privilegiados operan sobre la muerte70. La muer-te, para el Poder, es una realidad obscena, escandalosa y

peligrosa. Es obscena, porque para el Poder es obscenotodo lo que escapa a su control; la muerte, ya sabemos,es la gran desconocida. Se la puede aceptar solamentehaciéndola científica o utilizándola como amenaza osanción. Es escandalosa, porque es escandaloso para elPoder todo lo que es único e insustituible en el plano delas vivencias humanas; ninguna muerte se asemeja aotra, porque la muerte está “fuera de toda categoría”.Por otra parte, el Poder, que piensa solamente en térmi-nos abstractos y generales, rechaza la muerte individua-lizante, a menos que se trate de una muerte ejemplar,como la pena de muerte o el sacrificio del héroe. Por úl-timo es peligrosa, porque para el Poder es peligroso todolo que iguala. El pastor y el Rey están igualmente inde-fensos frente a la muerte (figura 10).

Unos versos de Lope de Vega71 dan fe de ello:

Mirando estoy los sepulcros,cuyos mármoles eternosestán diciendo sin lenguaque no lo fueron sus dueños.¡Oh, bien haya quien los hizo, porque solamente en ellosde los poderosos grandesse vengaron los pequeños!

He aquí cómo el Poder negando la muerte, intro-duce nuevamente la desigualdad antes, durante y des-pués del morir. Algo así debía estar pensando Marxcuando decía que “existen cadáveres que pesan comouna pluma y cadáveres que pesan un quintal”.

Algunas veces, las diferencias llegan hasta la creaciónde cementerios para ricos y cementerios para pobres. Bor-ges72 escribió un poema titulado “Muertes de Buenos Aires”donde describe un cementerio de pobres (un pobre ce-menterio, La Chacarita) y lo compara con otro lujoso(La Recoleta), donde reposan los nobles de la ciudad:

I

La Chacarita

Porque la entraña del cementerio de Surfue saciada por la fiebre amarilla hasta decir basta;porque los conventillos hondos del Surmandaron muerte sobre la cara de Buenos Airesy porque Buenos Aires no pudo mirar esa muerte,a paladas te abrieronen la punta perdida del Oeste,detrás de las tormentas de tierray del barrial pesado y primitivo que hizo a los

cuarteadores.Allí no había más que el mundoy las costumbres de las estrellas sobre unas chacras,y el tren salía de un galpón en Bermejocon los olvidos de la muerte:muertos de barba derrumbada y ojos en vela,muertas de carne desalmada y sin magia.[...]

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1. LA MUERTE

AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

Figura 10 (a y b).- Dos versiones de “La Muerte Victoriosa” (Anónimo).

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II

La Recoleta

Aquí es pundonorosa la muerte,aquí es la recatada muerte porteña,la consanguínea de la duradera luz venturosadel atrio del Socorroy de la ceniza minuciosa de los braserosy del fino dulce de leche de los cumpleañosy de las hondas dinastías de patios.[...]Tu frente es el pórtico valerosoy la generosidad de ciego del árboly la dicción de pájaros que aluden, sin saberla, a la

muertey el redoble, endiosador de pechos, de los tamboresen los entierros militares[...]

De esta manera, el Poder puede reaccionar (y reac-ciona) de dos maneras: o la incorpora a los circuitos so-cioeconómicos (como analizaremos posteriormente), obien la niega eliminándola o haciéndola banal. Una for-ma de banalizar la muerte es la exposición continua delos ciudadanos a la muerte anónima, colectiva y agresi-va y el Poder lo promociona continuamente a través delos medios de comunicación: películas, etc.

Las proporciones, el absurdo y el anonimato de lamuerte violenta en nuestro tiempo ha hecho que los vi-vos se distancien de los muertos.

La exposición actual a la violencia visual es real-mente extrema. Según un estudio llevado a cabo por laAsociación Americana de Psicología, en 1993 los niñosestadounidenses vieron la televisión un promedio detres horas y media al día. Antes de cumplir los catorceaños de edad estos niños han presenciado unos 8.000asesinatos y 100.000 actos violentos en la pequeña pan-talla. Las cadenas principales retransmiten de media cin-co actos de violencia por hora. Mientras que en España,según un estudio de la Asociación de Telespectadores yRadioyentes, de 1993, los menores ven a la semana 670homicidios, 420 tiroteos, 8 suicidios y 30 torturas73. Engeneral, los programas para niños de los sábados por lamañana encabezan la procesión de mutilaciones, apuña-lamientos y matanzas. Especialmente problemática es lasituación de los niños que vuelven del colegio a una ca-sa sin padres y se pasan cuatro o cinco horas cada tarde,sin supervisión, delante de la cangura electrónica. Estosdatos, dichos en la propia televisión, se hicieron públi-cos hace unos meses cuando dos niños ingleses de 7 u 8años secuestraron, torturaron y mataron a otro niño de 2años. No nos debería extrañar que en nuestro país, y se-gún el Ministerio del Interior, en 1997 fueron detenidospor homicidio 19 menores de 15 años; 198 niños fuerondetenidos por delitos relacionados con la libertad se-xual; 1.125 por robos con violencia e intimidación. En-tre todos los cuerpos de seguridad detuvieron a 19.037menores de 15 años a lo largo del año74.

Según las últimas estadísticas, durante el períodoeducativo, los niños y adolescentes americanos pasanen total más tiempo viendo televisión que en el colegio.Son así testigos de unos 180.000 actos de extrema vio-lencia antes de graduarse en la escuela superior75. Nocabe duda que esta exposición constante de los ciuda-danos ante la muerte anónima, colectiva, lejana, es unamanera deliberada y bien estudiada para banalizar, ypor consiguiente, negar la muerte. Podemos compararesta exhibición constante de muerte y violencia en lapequeña pantalla con lo que ha sucedido n las televisio-nes americanas tras los atentados terroristas del 11 deseptiembre de 2001. Sabemos que ha habido entre tresy cuatro mil muertos pero no hemos visto ninguno. Lascifras bailan constantemente, aunque los últimos datosoficiales hablan de 602 muertos recuperados (189 delPentágono, 369 de las Torres Gemelas y 44 del aviónque cayó en Pennsylvania). Las autoridades se encarga-ron de que en las primeras horas tras los atentados losmedios de comunicación se mantuvieran lejos. Cáma-ras y fotógrafos no pudieron acceder a la zona devasta-da hasta 24 horas después, cuando ya se habían retira-do apresuradamente varios restos y cadáveres y trasla-dados mediante “ferris” a un tanatorio improvisado enuna zona militar de Nueva Jersey. Lo único que se hapermitido ver han sido féretros cubiertos por la bande-ra estadounidense; la muerte bajo un símbolo patrióti-co76. Nadie que no pertenezca a los servicios de rescateha visto un muerto. Esta especie de “censura” ha sidoexplicada en el diario “El País” por Román Gubern, ca-tedrático de Comunicación Audiovisual77: “Una cosason las muertes auténticas y otra las muertes de ficción.El público reconoce la diferencia y otorga un tratamien-to psicológico distinto a ambas. No se conmueve delmismo modo ante ‘La matanza de Texas’ que ante undocumental sobre las atrocidades nazis. Es sabido, a es-te respecto, que la presencia reiterada de la muerte enlas telepantallas durante la guerra del Vietnam –la tele-visión en color permitió discriminar por fin la sangredel barro–, provocó el desasosiego colectivo que obligóa la retirada de las tropas estadounidenses. Por eso laguerra del Golfo, la primera guerra televisada en directode la historia, fue aseptizada por la censura militar y, encontraste con su hiperinflación mediática, se extirpó desu puesta en escena el dramatismo y la muerte”.

Por otra parte, hace unos años pudimos ver comose denunció públicamente el hecho de que el Gobiernode nuestro país en aquel momento “sugiriese” a las ca-denas de televisión que incrementasen el número depelículas de terror para intentar “camuflar” ante los ciu-dadanos los malos resultados de su política (GAL, co-rrupción, aumento del desempleo …). El fenómeno delas comunicaciones modernas –televisión. radio, cine,prensa–, que manipulan y defiende el triunfo de losfuertes. Presenta como natural, como legítimo, comoincuestionable, el sistema de poder imperante, y decidequé es lo que debe existir en nuestro mundo de todoslos días. La televisión –sobre todo– cultiva la compla-cencia y es la droga de la pasividad y del aislamiento.

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MÓDULO I: CUIDADOS PALIATIVOS: FUNDAMENTACIÓN Y CONCEPTOS

AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

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La comunicación actual de los grandes medios seha reducido a ideologización, a promoción de interesesminoritarios, a propaganda y adoctrinamiento, a publi-cidad, a propiedad y arbitraje de valores sociales y per-sonales. Allí sólo hablan los dueños de la comunicaciónque tienen más poder, en muchas ocasiones, que lospropios políticos. Sólo hay que contemplar la actual ba-talla por las plataformas de televisión digital. El verda-dero Poder está en la sombra. Según P. Kennon (duran-te 25 años el dirigente de la CIA de más alto rango), enel mundo actual deciden dos grupos a los que nadie haelegido. Los especializados burócratas de alto nivel, yotro grupo, el más importante, el compuesto por losdistintos representantes del capital multinacional, quie-nes llevan ya tiempo tomando decisiones de alcanceglobal, que están por encima de los gobiernos naciona-les y que, al mismo tiempo, afectan a estos gobiernos78.

Y por lo que respecta a la incorporación de lamuerte a los circuitos socio económicos, se expondránunas líneas más adelante algunos datos reveladores.

Sistemas similares de negación se han seguido ensociedades totalitarias79. Por ejemplo, Adolf Hitler, ensu Mein Kampf decía: “El individuo aislado, está asaltadopor un complejo de inutilidad, quizás por el temor a lamuerte. Pero al integrarse en el grupo, en un partido, perci-be la sensación de una comunidad más grande, algo queproduce un efecto fortalecedor y alentador”. Todo proyectototalitario (en el sentido de querer reducirlo todo a po-lítica), intenta esta operación. A la derecha se pone eluniforme, palabra que expresa muy bien la idea de so-focar nuestra individualidad, nuestro incómodo mundopersonal, haciendo que todo sea “uniforme”, empezan-do por el vestido.

A la izquierda, el totalitarismo usa él también losuniformes (por ejemplo, en la China maoísta), pero losemplea sobre todo en una campaña feroz y metódicacontra lo que llaman “individualismo”. Ho Chi Minh, ellíder del Vietnam comunista, decía: “La sociedad socialis-ta sólo se puede edificar sofocando implacablemente todocuanto en el individuo es personal”.

En el mismo sentido se pueden inscribir las pala-bras de Stalin cuando le comentaba a Churchill80: “Unmuerto es una gran tragedia, pero millones de muertos sonuna simple estadística”. Habría que recordarles a uno yotro lo que escribía Salvador Espriu81:

A veces es necesario y forzosoque un hombre muera por un pueblopero jamás ha de morir todo un pueblopor un solo hombre.[...]

De las diez mil páginas que componen la obra deKarl Marx, solamente tres líneas dedica al hecho de mo-rir. Se trata de un inciso en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, donde alude distraídamente a que“la muerte aparece como una dura victoria de la especie so-bre el individuo”. Pero aun así, es una sombra tan moles-ta, que el propio Marx trató en seguida de poner en fu-

ga negándole incluso la existencia, cuando dice: “El in-dividuo determinado no es, sin embargo, más que un ser ge-néricamente determinado y, como tal, inmortal”.

Algo similar expresaba Fidel Castro82 en su discur-so del día 26 de Julio de 1959 en la Plaza de la Revolu-ción de la Habana: “… donde cada ciudadano ha dejadode ser uno para convertirse en todo por la Patria, en que loshombres han dejado de existir como individuos para existircomo Nación y como pueblo …”

En estas sociedades totalitarias, eran segregadosfulminantemente todos aquellos que no exhibiesen lamisma opinión. Así, por ejemplo, el filósofo ErnstBloch83 fue expulsado de la Alemania comunista acusa-do de “corrupción de la juventud” por escribir cosas co-mo ésta: “La muerte es la antiutopía radical. La muerte esel aviso tremendamente realista para quien cree poderlo ex-plicar todo con fórmulas digmáticas, para quien cree en ‘lec-turas científicas de la historia’ capaces de resolver todos losproblemas, para quien cree responder a todas las inquietu-des que surgen del corazón del hombre con reformas econó-micas y sociales. La muerte es la contradicción insuperablepara esos poderosos que juegan a eliminar toda realidaddesagradable manipulando las únicas palancas a su disposi-ción: las políticas, las económicas y las policiales”.

Todos estos líderes políticos aman la humanidadteórica que puede adaptarse a sus esquemas, pero abo-rrecen al hombre concreto, que les pone en crisis por elmero hecho de vivir y morir.

PODER HUMANO Y PODER DIVINO

“En cuanto dejo de ser moral, pierdo todo poder”.

Goethe 84

Dice N. Elias85 que la ocultación y represión de lamuerte, es decir, de lo irrepetible y finito de cada exis-tencia humana, en la conciencia de los hombres, es al-go ya muy antiguo. Pero la forma de esta ocultación seha ido transformando de una manera específica con elcurso del tiempo. En épocas anteriores predominabanlas fantasías colectivas como medio para sobreponerseal conocimiento humano del hecho de la muerte. Sinduda estas fantasías siguen desempeñando hoy un im-portante papel. De este modo se reduce el miedo antela propia finitud con ayuda de ilusiones colectivas entorno a una supuesta supervivencia eterna en otro lu-gar. Dado que la explotación de los miedos y temoreshumanos ha sido una de las principales fuentes de po-der de unos hombres sobre otros hombres, estas fanta-sías han constituido una base para el desarrollo y elmantenimiento de gran profusión de sistemas de do-minación. Hay en día y en el curso de una tendencia degran alcance hacia la individualización, es más fre-cuente que, de la cáscara de las fantasías colectivas so-bre la inmortalidad, surjan preponderantemente fanta-sías de carácter meramente personal y comparativa-mente privado.

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1. LA MUERTE

AVANCE EN CUIDADOS PALIATIVOS - TOMO I

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La muerte —aunque percibida entre todos los fe-nómenos, acontecimientos y funciones, naturales ybiológicas, como la más naturalmente inevitable, y lacultura que engendra (la cultura funeraria) como lamás naturalmente indiscutida— la muerte, como cual-quier campo de la praxis humana, está profundamentetrabajada por las ideologías y las luchas de clases86. Losanálisis formulados por Voltaire proporcionan ejem-plos sorprendentes de ello. Voltaire, el primero de lospensadores racionalistas, comprende que la concienciade la finitud, la imagen social de la propia muerte in-evitable constituyen el sistema de referencia íntimo, laraíz inconfesa de todo acto, de todo pensamiento, detodo proyecto de los vivos. Luego, mejor que cualquie-ra de sus contemporáneos, Voltaire aprehende el carác-ter estratificado de esas imágenes, la intencionalidadsocial profunda que reside en la tanatopraxis de todasociedad. La cólera contra la ideología dominante de lamuerte, es decir, contra la función de dominación quelos miembros de la clase reinante asignan a sus propiosmuertos, produce en Voltaire87 análisis de una lucidezy de un vigor incomparables.

La ruptura de Voltaire con la experiencia tanáticade su clase es clara, brutal. Toda la primera parte delelogio fúnebre de Luis XV, del 25 de mayo de 1774, esun violento ataque contra la manipulación tanática dela clase en el poder: “De ningún modo vengo, en medio deuna pompa lúgubre y fastuosa, a mezclar la vanidad de undiscurso estudiado con todas las vanidades establecidas pa-ra crear ilusión a los vivos, bajo el falaz pretexto de la glo-ria de los muertos...” Contra esos muertos dominantes,Voltaire invoca con ironía el hecho empírico único eindiscutible: la muerte es el fin brutal, inmediato e irre-vocable de la vida. Todo el mundo muere, toda vidatermina y si las modalidades del final son diferentes se-gún las clases a que pertenecen los que mueren, ¡loscadáveres atestiguan una igualdad de situaciones rego-cijante! Valga como ejemplo el poema de Carlos Bouso-ño88 “El tejedor”:

En el portal de mi casa, quieto, veo sin gozopasar el cadáver de mi enemigo,y también el de mi amigo, juntos, inseparables, una

[misma cosa los dos,la misma que fueron siempre, y sólo los féretros una

[distinta realidad.[...]

La muerte es un hecho tachado de ambigüedad:natural, trasclasista, como el nacimiento, la sexualidad,el hambre, la sed o la risa; social, como cualquier episo-dio de la praxis humana; pero también cultural, perci-bido, vivido bajo una apariencia que debe servir paraexplicarlo y para justificarlo. Aquí ponemos el dedo so-bre el mecanismo cultural. Este suceso llega a todos loshombres, de todas las clases y de todas las naciones, pe-ro les llega en situaciones sociales específicas, está de-terminado para cada hombre según su dependencia declase, de familia, de nación, de cultura y de religión.

Cada hombre piensa su muerte y la de los suyos, cadahombre muere su muerte, y esa muerte, irreductible aninguna otra, está ampliamente predeterminada. Se di-ce que al ser la muerte algo natural, todos los hombresson iguales ante ella. Al decir eso, el discurso atribuye ala muerte significaciones universales, trascendentes conrelación a las prácticas reales de la muerte, que sirvenpara justificar la muerte como natural, por lo tanto paraocultar la ausencia de igualdad frente a la muerte, paradisfrazar la desigualdad de las oportunidades de vida delos hombres, para hacerlas aceptar como naturales (lafatalidad), es decir, a fin de cuentas, para hacer aparecercomo natural e inevitable un sistema de vida fundadoen la desigualdad89.

Baudrillard90 describe ideas muy similares cuandoanaliza el asunto de la inmortalidad. “En su origen —dice—, emblema distintivo del poder, la inmortalidaddel alma juega a lo largo del cristianismo como mitoigualitario, como democracia del más allá frente a ladesigualdad mundana ante la muerte.

No es más que un mito. Incluso en la versión cris-tiana más universalista la inmortalidad sólo perteneceen derecho a todo ser humano. En realidad, es concedi-da a cuentagotas, sigue siendo el patrimonio de unacultura y, en el interior de esa cultura, de una determi-nada casta social y política. ¿Los misioneros han creídoalguna vez en el alma inmortal de los indígenas? ¿Lamujer posee un alma verdaderamente en la cristiandad‘clásica’? ¿Y los locos, los niños, los criminales? De he-cho siempre llegamos a lo mismo: sólo los poderosos ylos ricos tienen alma. La desigualdad ante la muerte,social, política, económica (esperanza de vida, presti-gio de los funerales, gloria y supervivencia en la me-moria de los hombres) no es más que una recaída enesta discriminación fundamental: los unos, los únicosverdaderos ‘seres humanos’ tienen derecho a la inmor-talidad, los otros no tienen derecho sino a la muerte.Nada ha cambiado en el fondo desde el Egipto de lasGrandes Dinastías”.

Una vez la poesía viene a darnos un respiro. En es-ta ocasión es un poema de Ángela Figuera Aymerich91

de “La justicia de los ángeles”:

Era un señor tan importanteque se murió con cuatro médicos(no le sirvió la aureomicina),dos enfermeras diplomadasy al terminar cura y notario.

Tan condecoradísimo,que no cupieron en su pechotodas sus cruces y medallas.Ver el entierro daba gloria,

iban ministros, generales,y hasta un obispo consagrado.

Se detuvieron los tranvías(bien es verdad que los viajerosse consolaron del retrasoviendo pasar tantas coronas).

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El mismo día fue enterradauna mujer llamada Petra.Se la comieron nueve hijostodos espurios, pues la pobrenunca pasó por la parroquia.Vivió veinte años en pecado,en hambre, en sed, en alpargatas.Pero una tarde en primaveracerró los ojos dulcementey presentó la dimisiónalegando tuberculosis.Era una muerta tan barataque sólo el viento y los cipresesle murmuraron un responso.

Pero en aquella misma nochetuvo lugar tan gran portento,que cosa igual no recordabanni los difuntos más antiguos.Un coro de ángeles menudosde alas traviesas se posaronsobre la tumba del ilustre.Hubo un revuelo alborotado,una aromada trayectoriade rosas, nardos y claveles,y el sucio barro que pesaba sobre los huesos de la Petraamaneció lleno de flores.

El surgimiento de la supervivencia —continúa Bau-drillard— puede, por lo tanto, analizarse como la opera-ción fundamental del nacimiento del poder. No sola-mente porque este dispositivo va a permitir la exigenciadel sacrificio de esta vida y el chantaje de la recompensaen la otra —toda la estrategia de las castas de sacerdo-tes— sino más profundamente, por la instauración deun veto de la muerte, y simultáneamente de la instanciaque vela por esta prohibición de la muerte: el poder.Romper la unión de los muertos y de los vivos, romperel intercambio de la vida y la muerte, desintrincar la vi-da de la muerte e imponer a la muerte y a los muertos laprohibición, éste es el primer punto de emergencia delcontrol social. El poder sólo es posible si la muerte no eslibre, si los muertos quedan bajo vigilancia, en esperadel confinamiento futuro de la vida entera. Esta es la Leyfundamental y el poder es el guardián de las puertas deesa Ley. La represión fundamental no es la de los impul-sos inconscientes, de una energía cualquiera, de una lí-bido, y no es antropológica; es la represión de la muerte,y es social, en el sentido de que es ella la que ejecuta elviraje hacia la socialización represiva de la vida.

Dice Mejía Rivera92 que en la Edad Media, el poderde la Iglesia católica hace que el dogma de la vida ultra-terrena sea reconocido sin ninguna duda. Por ello lamuerte deja de ser incierta y no genera miedo. Se temeal riesgo de ser condenado al infierno, pero para ello sedesarrolla la empresa eclesiástica de la venta de indul-gencias y, a partir del siglo XII, se crea el purgatorio co-mo un estado pero también como un espacio interme-

dio que permite que los pecadores, luego de una peni-tencia transitoria, puedan alcanzar la vida eterna en elcielo. La mentalidad medieval convive con la muerte acausa de las guerras y las pestes, pero cree que desdeque el moribundo tenga tiempo para realizar su rito depurificación y perdón de los pecados, estará tranquilo;él mismo se apersona de su muerte y dirige su agonía.Se entiende entonces que sólo la muerte repentina, queno da tiempo para el arrepentimiento, produzca angus-tia y horror, pues el que muere de forma súbita puedeser condenado al infierno.

Históricamente, sabemos que el poder sacerdotal sefunda en el monopolio de la muerte y en el control ex-clusivo de las relaciones con los muertos. Los muertosson el primer dominio reservado y restituido al intercam-bio con una mediación obligada: la de los sacerdotes. Elpoder se establece sobre esta barrera de la muerte. DiceMorin93 que los funerales al mismo tiempo que constitu-yen un conjunto de prácticas que a la vez consagran y de-terminan el cambio de estado del muerto, institucionali-zan un complejo de emociones: reflejan las perturbacio-nes profundas que una muerte provoca en el círculo delos vivos. Pompa mortis magis terret quam mors ipsa, decíano obstante Bacon. Las pompas de la muerte aterrorizanmás que la muerte misma. Pero esta pompa está directa-mente provocada por el terror. No son los brujos o los sa-cerdotes quienes hacen terrible a la muerte. Precisamentede lo que se valen los sacerdotes es del temor a la muerte.

Desde este punto de vista compartimos la opiniónde Ángel Rodríguez quien considera la muerte como unnegocio eclesiástico rentable y un instrumento de do-minación al jerarquizar un orden en el más allá que en-cuentra sus paralelismos en el reparto de poderes terre-nales94. Era frecuente, en efecto, vender las posesiones(ropas, armas, útiles de trabajo animales, tierras, casas,etc.) a la hora de hacer el testamento. En muchas oca-siones el destino del dinero era la Iglesia que ofrecía acambio un determinado número de misas (a veces mi-les) por el eterno descanso del alma del fallecido. En elsiglo XVII, por ejemplo, un 36.6% de las personas en-cargaban menos de cien misas; un 32% entre cien ydoscientas; un 19% entre doscientas cincuenta y qui-nientas misas y un 12.9% más de mil misas (general-mente personas pertenecientes a la alta nobleza, altoclero catedralicio, mercaderes, escribanos y algún altorango militar)95.

P. Ariès96 dice que mil era el número usual de mi-sas en algunas época: “que el día de mis exequias y aldía siguiente (estamos en 1394, en 1780 se encontrarála misma preocupación por la acumulación) se haga de-cir y celebrar mil misas por capellanes pobres y que seles requiera por las iglesias de París (¡500 misas diarias!)y que a cada capellán le sean pagados por su misa IIsueldos”. En ciertos casos raros se llega a las 10.000 mi-sas, por ejemplo, en el caso de Simon Colbert, conseje-ro del Parlamento de París en 1650.

Esta costumbre, consecuencia del pánico infundi-do a la condenación eterna, al más allá, puede explicarel tremendo patrimonio de muchas parroquias y obis-

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1. LA MUERTE

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pados. De esta manera el ciudadano se desprendía delos bienes temporales para invertir en los eternos.

No pensemos ni por asomo que estas cosas perte-necen al pasado. Estos días, agosto de 2001, los ciuda-danos españoles hemos quedado atónitos al enterarnosde que el arzobispado de una diócesis española tenía in-vertidos en Gescartera (empresa dedicada a la especula-ción del capital) la friolera de mil millones de pesetas(6.024.096 euros, 5.263.157 dólares). Quienes durantesiglos condenaron la usura, la practican hoy a cara des-cubierta, mientras muchos cristianos de base de dichadiócesis no tienen dinero para cubrir sus necesidadesmás básicas (sencillamente, comer).

El terror al infierno siempre fue un mecanismo desometimiento y dominación. Dice Boff que solamenteuna representación masculina y autoritaria de Dios Pa-dre necesita del infierno definitivo. Pues con eso se afir-ma el Poder del padre. Sólo religiones e iglesias domi-nadas por la mentalidad patriarcal mantienen su infier-no. Es el gran instrumento de su dominación. Crea fra-ternidades de terror. Pero a costa de sacrificar la imagendel Dios misericordioso de Jesucristo, de la idea de lainfinita compasión de Buda y de la contribución de to-das las mujeres de la historia, portadoras de la miseri-cordia. Estas religiones o iglesias cristianas son víctimasdel paradigma patriarcal. Necesitan del infierno. Y locontinuarán anunciando siniestramente en cuanto per-manezca vigente el paradigma patriarcal y señorial97.

Como ejemplo de todo esto, podemos leer en unescrito98 del siglo XVIII:

“(…) Porque suele suceder que los pobres nose atreven a llamar a nadie por no ser molestos, yporque saben (¡oh lamentable desdicha!) que sue-len ir de muy mala gana a sus casas, estando lascasas de los poderosos llenas de eclesiásticos, queen porfía pretenden cada uno asistir más y ser elprimero”.

Dice Ziegler99 que los privilegios dan, a los que losdisfrutan, el gusto concreto y violento por la desigual-dad. Así dice el poema “La cercanía de la nada” de MarioBenedetti100:

Cuando se acercan a la naday más aún cuando se enfrentanal pavoroso linde de tinieblaslos poderosos no consiguenpasar de contrabando su poderni la mochila azul de sus lingotesni el chaleco antimuerteni el triste semillero de sus fobias

pero cuando los pobres de la tierrase acercan a la nadalos aduaneros nada les confiscansalvo el hambreo la sedo el cuerpo en ruinas

los pobres de la tierrapasan como si nadapero tampoco se hagan ilusionesya que la nada es nada más que esoy esa belleza sobrecogedoraque aterra a poderosos e indigentesa todos los ignora por igual.

El cristianismo institucionalizado, traidor a susprincipios fundadores, ocultaba, entonces, con una sutilestratificación de la inmortalidad de los difuntos, la evi-dencia de la igualdad presocial de los hombres ante lamuerte. Estar enterrado cerca de las reliquias de los san-tos, tener su cadáver colocado bajo las losas de la nave o,en rigor, ser sepultado en el patio interior del monaste-rio –cosas todas que el dinero podía obtener–, garantiza-ba al difunto una intercesión privilegiada de los santos ylo conducía a la inmortalidad sin rodeos. La funciónprincipal del testamento era fijar el lugar de la tumba.También reglamentaba el precio y las múltiples transac-ciones que constituían la contrapartida de un lugar deentierro favorable. Los clérigos, obispos, monjes, etc., seembolsaban así, con cada muerto privilegiado, sumasconsiderables. No es sino más tarde, esencialmente en elsiglo XIX, cuando cambia la función del testamento. Suprincipal función ya no es fijar el lugar de la sepultura ylas transacciones concernientes, sino arreglar la distribu-ción de los bienes disponibles entre los supervivientes.

EL TESTAMENTO

“Hay gente que se preocupa más por el dinero que los pobres: son los ricos”.

O. Wilde

El testamento, expresión de la voluntad autónomadel hombre, estuvo ligado durante la Edad Media y laModerna a una fuerte creencia en una vida futura ultra-terrena, a una obsesión por la salvación, a un temor ha-cia el infierno, a un deseo de preparar el alma para unjuicio final y alcanzar el cielo, lo cual repercutía en unelevado contenido religioso acorde con una sociedadimpregnada de providencialismo (figura 11).

En ciertos grupos sociales los problemas de la he-rencia ya habían sido resueltos en vida con la creación devínculos y contratos matrimoniales, lo que daba pautapara una mayor atención a las cosas del espíritu. El hom-bre se preparaba así a dar a cada uno lo suyo: el cuerpo ala tierra, los bienes a los herederos, las deudas a los acre-edores, la limosna a los necesitados y el alma a Dios. Al-gunas veces, el otorgante se limita a dejar una cantidadde dinero a un religioso con la finalidad de que la distri-buya para descargo de su conciencia; otras, las cláusulasaludían a promesas incumplidas, deudas impagadas, po-sesiones en los lugares de procedencia del testante, true-ques de propiedades sin escrituras, objetos hallados y nodevueltos, pleitos mantenidos o daños causados.

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En algunos casos mencionaban el cumplimientode los testamentos de sus antepasados, con lo cual po-drían partir de esta vida descansados. Este tipo de cláu-sulas sirvieron también de exculpación hacia barberos ocirujanos que intervinieron al paciente y cuya cura deri-vó en serias complicaciones al enfermo; hacia los mari-dos sobre los cuales se rumoreaba infringían malos tra-tos a sus cónyuges desmintiendo los hechos; o haciacompañeros y amistades con los que se había tenido pe-leas atribuyéndose el testante la causa de la discordia101.

Realizar el testamento era una de las condicionesmás importantes para llegar a una “buena muerte” y desu trascendencia nos puede dar idea el hecho de que al-gunos episcopados ordenaban a los párrocos que no ad-ministrasen el Santísimo Sacramento si el enfermo pre-viamente no había hecho testamento102. Y, curiosamente,si no se habían recibido los sacramentos, se le podía ne-gar la asistencia médica. La salud corporal y la del almaparecían formar parte de un mismo concepto unívoco,difícil de disociar en una sociedad inmersa en múltiplessentimientos religiosos. Poder civil y eclesiástico aunaronsus voces para que en los casos extremos de enfermedadfueran atendidos de una manera prioritaria los interesesespirituales del paciente. Dentro de las funciones médi-cas estaba integrada la amonestación para que aquél con-fesase y recibiese la Eucaristía. La negativa del enfermopodría suponer la privación de la asistencia sanitaria. Al-gunos sínodos (salmantino y zamorano, por ejemplo),daban un plazo de dos días para cumplir con estos debe-res pasado el cual no eran atendidos por el médico. En lalegislación laica se observa incluso una asociación entrela cura del cuerpo y la del alma, conminando a los médi-cos, bajo pena de multa, a que colaborasen con la nor-mativa establecida en el Derecho Canónico y penalizan-do al individuo con la pérdida de hasta la mitad de susbienes en el caso de que al tiempo de su fallecimiento noconfesara pudiéndolo haber hecho. El Papa Pío V pusoespecial hincapié en este aspecto, otorgando un plazo detres días para la confesión del enfermo bajo la amenazade negarle el auxilio de la ciencia médica. Se solicitó queal alcanzar los médicos el grado de doctor jurasen cum-plir con este requisito; no obstante consta que muchasUniversidades no incluían en sus juramentos ningún tipode fórmulas con esta obligatoriedad103.

La mayoría de las personas hacían el testamento alfinal de su vida. Por ejemplo, en un estudio hecho enlos hospitales sevillanos, se vio que el 22% moría al díade testar, un tercio a los dos días y casi la mitad a lostres días104. Se podría decir que tenía, en términos dehoy, un valor pronóstico.

Una mayor confianza e intimidad familiar convirtie-ron paulatinamente al testamento en un documento cadavez más reducido a la índole civil y jurídica vaciándolode contenido religioso, tal y como hoy lo conocemos.

UNA VEZ MÁS, LA UNIVERSALIDADDE LA MUERTE

Es calavera el inglés, calavera el italiano.Lo mismo Maximiliano y el Pontífice Romano.

Y todos los cardenales, reyes, duques, consejales,y el Jefe de la Nación, en la tumba son iguales,

calaveras del montón.

Posada

En un elocuente poema (“Embarazoso panegírico dela muerte”), Mario Benedetti expresa la misma idea dedesigualdad en la vida y de igualdad en la muerte105:

La periodista me preguntósi yo creía en el más alláy le dije que noentonces me preguntósi eso no me angustiabay le dije que sípero también es ciertoque a veces la vidaprovoca más angustiasque la muerteporque las vejacioneso simplemente los caprichosnos van colocando en compartimentosestancosnos separan los odioslas discriminacioneslas cuentas bancariasel color de la piella afirmación o el rechazode diosen cambio la muerte no hace distingosnos mete a todos en el mismo sacoricos y pobressúbditos y reyesmiserables y poderososindios y caras pálidasibéricos y sudacasfeligreses y agnósticosreconozcamos que la muerte hace siempreuna justa distribución de la nadasin plusvalías ni ofertas ni demandas

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1. LA MUERTE

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Figura 11.- Las postrimerías. Antonio Arias (?-1684).

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igualitaria y ecuánimeatiende a cada gusanitosegún sus necesidadesneutra y equitativaacoge con igual disposición y celoa los cadáveres suntuosos de extrema derechaque a los interfectos de extrema necesidadla muerte es ecléctica pluralista socialdistributiva insobornabley lo seguirá siendoa menos que a alguiense le ocurraprivatizarla

Porque, efectivamente, la Muerte no repara en elblanco ni en merecimientos, ni cuenta los años de loselegidos. No busca a los que la aman ni a los que la te-men. Sale, simplemente, al azar, y sabe que por dondepasa dejará su rastro, como sabe que su único adversa-rio es la vida, que retoña constantemente sobre las mis-mas huellas que dejó al pasar. Luego sucumbe, toda vezque la vida persiste, y triunfa puesto que todo lo creadoes mortal. Desde su cuna y desde su raíz, los seres y lasplantas caminan hacia ella. La senda puede ser de me-ses, de años y de siglos, pero fatalmente, inexorable-mente, la senda concluye al coincidir con ella, eterna-

mente invisible y eternamente insaciable, tal y como es-cribía Bergamín106:

La muerte pasó a mi lado,le pregunté dónde ibay a quien buscaba. Me dijoque ella nunca lo sabía.

Le dije que me esperara.Me dijo que tenía prisa;y que tuviese paciencia,porque pronto volvería.

La Muerte usa de procedimientos varios y es volu-ble, flexible e inconsciente como su sexo. Pero no se laoye nunca. Arrolla unas veces y se recrea otras, alargan-do vidas que se creían agotadas.

Fulmina como el rayo y consigue agonías que su-man lustros, que suman tantos años como duró una vi-da. La Muerte carece de debilidad y de fortaleza; careceincluso de preferencias. Cuenta solamente con esealiento suyo que le permite andar, andar siempre sinque la detengan el mar ni las cumbres, sin que surjanobstáculos a su paso. El universo entero es suyo y sebasta con abrir los brazos para abarcar de una sola veztoda la anchura y profundidad del mundo. Estas ideasestán reflejadas perfectamente en el poema “Miserere”del chileno Domingo Gómez107:

La juventud, el amor, lo que se quiere,ha de irse con nosotros: ¡Miserere!

La belleza del mundo y lo que fuere,morirá en el futuro: ¡Miserere!

La misma tierra lentamente muerecon los astros lejanos: ¡Miserere!

Y hasta, quizás, la muerte que nos hieretambién tendrá su muerte: ¡Miserere!

La Muerte es el arquetipo de los sarcasmos y elúnico ser al que no le impulsan ni el amor ni el odio.Sólo la impele el deseo de andar, andar y engavillar, sinque pueda precisar los móviles de su usura. Su regazodelata una maternidad sin sentido de la selección y lamedida. Bajo el negro sayal cabe todo: lo que aun no estallo y el tronco que se inclina, la juventud y la madu-rez, lo que es limpio y lo que hiede. La Muerte carecetambién de olfato y de tacto. Sólo es el instinto lo que lamueve (figura 12).

En rigor, la Muerte es otro elemento, como el agua,como el viento y como el fuego, que avanzan a ciegas yno saben si amasan parameras o si se llevan consigo lasmás óptimas cosechas. Todo muere, como escribe Bor-ges108 en su poema “Nubes (1)”:

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Figura 12.- La Plaga. Arnold Böcklin. 1898.

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No habrá una sola cosa que no seauna nube. Lo son las catedralesde vasta piedra y bíblicos cristalesque el tiempo allanará. Lo es la Odisea,que cambia como el mar. Algo hay distintocada vez que la abrimos. El reflejoy el día es un dudoso laberinto.Somos los que se van. La numerosanube que se deshace en el ponientees nuestra imagen. Incesantementela rosa se convierte en otra rosa.Eres nube, eres mar, eres olvido.Eres también aquello que has perdido.

A despecho de los siglos, la Muerte ignora las me-lladuras y sigue con el filo tan limpio e inmaculado co-mo si aun no hubiera segado una sola vida. Pero estáahí, al lado siempre, rozando con su aliento todo loque vive. Lo mismo que el viento, avanza y retrocede,se inclina, se agacha y se eleva, vuela y se arrastra. Sar-cástica y juguetona, recurre a las piruetas más san-grientas: se filtra en las selvas y rinde los árboles másrecios, dejando vivos troncos donde anidan la vejez,los tumores y la anemia. O invade un hogar donde hayun ser humano que, de tanto vivir, reclama minuto aminuto a esa Amada que ha de llegar un día; el asma, elbrazo tullido, las pupilas ciegas o la boca vacía se fun-den en un solo anhelo: morir. El viaje ha sido largo, yla vida inútil e incómoda es un peso que abruma hastaa los que rodean y aman esa vida. Pero ahí, junto a esamomia viva, late un cuerpo con ánima de roble, o unacuna donde, entre encajes y mantas, se inicia el primerverso de la estrofa más sublime. La Muerte tampocotiene ojos, y avanza a tientas, el brazo tendido y los de-dos tendidos como garfios. No valen para ella muros,cerraduras, ni lágrimas. La presa está a su alcance, en elmismo sitio dónde se detuvieron sus dedos que no sa-ben de preferencias ni privilegios, ingrávidos y fugacescomo una sombra. Luego se escurre con una reliquiaenvuelta entre los pliegues de su túnica. Tras ella, seapaga la canción con melodías de nacimiento o sequiebra el cuerpo que no creía en el rayo ni en el hura-cán. Mientras, ahí en un rincón, o en el lecho prosi-guen los gemidos y el temblor de una vida que ya sóloabriga la ilusión de irse…

Esta hilera histórica de muertos, de generaciones ygeneraciones de muertos, lo expresa Cabral del Hoyo109

en su poema “Oficio de Difuntos” (Disco rayado):

[...]Dar la vida –la muerte– lo justifican sólouna fe inquebrantable o un amor infinito.Pobre del hombre, siempre desorientado y solo,

y hambriento de infinito.

Infinito es el número del Reino de los Muertos.Somos antepasados de millonesde muertos, y son miles los millones

nuestros abuelos muertos.

Abuelos muertos en el mundo todode nuestros padres niños; nuestros hijosviejos como los hijos de los hijos,

ceniza, como todo.

[...]Disco rayado, Oficio de Difuntos,voces y acentos mil veces oídos,muerto ya desde ahora con tus muertos oídos

y mis labios difuntos.

En definitiva, la Muerte puede saberla todo elmundo y sólo Dios puede explicarla.

◆ ◆ RESUMEN◆ ◆

Introducción

Durante más de mil años, las personas morían de unamanera más o menos similar, sin grandes cambios. Era lamuerte familiar. El enfermo moría en su casa, haciendo delhecho de morir, el acto cumbre de su existencia. De esta ma-nera, era más fácil vivir la propia vida hasta el último momen-to, con la mayor dignidad y sentido, rodeado de los seres que-ridos.

La negación de la muerte, tan característica de nuestromundo actual, ha conducido a cambios profundos y que hantenido una repercusión directa en la atención a los enfermosincurables.

En solamente una generación se ha producido un cam-bio espectacular en la forma de morir. Hoy en la mayoría delos países predomina la muerte en el hospital, donde es mu-cho más difícil “vivir la propia muerte” como un hecho cons-ciente y digno. Otros riesgos se añaden a estas dificultades yque hacen referencia a la medicalización de la muerte. Asun-tos como la eutanasia o el encarnizamiento terapéutico son al-gunos de los aspectos éticos que cada vez adquieren mayorrelevancia en el proceso de morir, sobre todo cuando esto su-cede en el hospital.

El hombre ante la muerte

A lo largo de la historia, siempre hubo una enfermedadque para la gente tenía connotaciones mágicas, demoníacas o sa-gradas. Constituyen una larga secuencia desde la epilepsia, laverdadera enfermedad sagrada en tiempo de Hipócrates, quienintentó demostrar que el concepto era falso y atribuible sólo a lasuperstición. Después, en la antigüedad era la lepra y curarla erauno de los milagros más frecuentes en la vida de Cristo. En laEdad Media, era la sífilis y actualmente es el cáncer la enferme-dad tabú. Carece del halo romántico que a principios de siglotuvo la tuberculosis, incurable casi siempre, y comparte con lalepra y con la sífilis que no debe ser pronunciado su nombre.

Correspondiendo a las supersticiones y terrores más ele-mentales y primitivos de la raza humana, se trata de evitar nom-brar dichas enfermedades, o se pronuncia su nombre en vozbaja. Los médicos utilizan eufemismos para invocarlo, la mayo-ría de las veces de forma incomprensible para el lego con el finde disimular. Raramente se utiliza la palabra cáncer. Se habla,como mucho de tumor, neo, neoplasia, degeneración maligna,etc. Y en los medios de comunicación, a lo más que se llegacuando algún personaje muere de esta enfermedad es que “falle-ció después de una larga y penosa enfermedad”. Cáncer equiva-le a mutilación y muerte y aunque es cierto que existen otros

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1. LA MUERTE

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padecimientos igualmente mortales, el cáncer está consideradoahora como la enfermedad incurable por excelencia.

Lepra, peste, sífilis etc. al hacerse curables, han perdido sucarácter tremendo y sagrado y estas características las ha here-dado el cáncer y más modernamente, el sida.

El comportamiento del hombre ante la muerte a lo largode la historia ha estado siempre lleno de ambigüedad, entre lainevitabilidad de la muerte y su rechazo. La conciencia de lamuerte es una característica fundamental del hombre.

La muerte familiar

Antaño, el hombre moría en su casa, rodeado de su fami-lia (incluidos los niños), amigos y vecinos. Los niños tenían asícontacto temprano y repetido con la muerte: primero sus abue-los, después sus padres etc. Cuando se hacía mayor y le tocabamorir a él, desde luego no le pillaba tan de sorpresa y despro-visto de recursos como sucede hoy. Hoy a los niños precisa-mente se les aleja de la casa cuando alguien va a morir.

El enfermo era el primero en saber que iba a morir(“Sintiendo que su final se acercaba...”). Hoy por el contrario, alenfermo casi siempre se le oculta la gravedad de su enfermedad,convirtiéndolo de este modo en un niño que no se entera de supropio destino. Esta conducta se debe al deseo de negar la exis-tencia de la enfermedad y la muerte, a la incapacidad de tolerarla muerte del otro, y a la firmeza de las relaciones de la familia,que toma sobre sí la responsabilidad del destino de sus miem-bros. De esta forma se procura proteger al que va a morir, al pre-cio de impedirle la comunicación abierta y la espontaneidad delos últimos momentos.

Eran los momentos de los grandes amores, de los perdo-nes y de las despedidas. Los repartos de haciendas, los últimosconsejos a los hijos.

Cuando la enfermedad entraba en un momento crítico elpárroco acudía a casa del feligrés llevando el viático o Eucaristía enforma procesional. La Iglesia atribuía a este sacramento numerosasvirtudes: limpieza del pecado, liberación del ímpetu de las tenta-ciones, preparación del alma y gloria eterna. El acontecimiento,rodeado de vistosidad, llamaba a la participación popular.

Antes, generalmente, la muerte era vivida como aconteci-miento público. Morir era una “ceremonia ritual” en la que elagonizante se convertía en protagonista. La muerte, aun siendonatural, se convertía en el último acto social. La “buena muerte”consistía en que, si el agonizante no advertía la llegada de losúltimos momentos, esperaba que los demás se lo advirtieranpara poder preparar todos sus asuntos tanto personales, comosociales y religiosos. Por el contrario, la “muerte maldita” (quese presentaba bajo una figura aterradora) era la muerte súbita(accidente, envenenamiento). Esta muerte estaba marcada por elsello de la maldición, como si unas misteriosas fuerzas demoní-acas hubiesen dado origen al drama; a estas mismas fuerzasdemoníacas se atribuía en la edad Media el origen de la epilep-sia y la locura.

Hoy, por el contrario, las condiciones médicas en queacaece la muerte han hecho de ella algo clandestino. Ya la tera-pia actual en los grandes hospitales está cargada de anonimato.Anonimato que llega a su culmen en el momento de la muerte.

El estilo de muerte que desea el hombre tecnológico está enarmonía con esta atmósfera de clandestinidad que rodea ladefunción. Se aconseja la discreción, que parece ser la versiónmoderna de la dignidad: la muerte no debe crear problemas a lossupervivientes. El ideal consiste en desaparecer de puntillas, sinque nadie lo note. Esta es la “dulce muerte” del hombre masa.

El caso es que hoy se oculta la muerte y se oculta todo loque nos recuerde a ella (enfermedad, vejez, decrepitud etc.).Nada que tenga que ver con la muerte es aceptado en el mundode los vivos.

Esto se ha traducido en un cambio radical en las costum-bres y ritos funerarios y del duelo.

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